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Concepto:

La participación ciudadana está ineludiblemente vinculada al concepto de justicia


ambiental, el mismo que tiene como componente central los términos trato justo
e involucramiento significativo. Estos dos elementos deben estar presentes en
los procedimientos y mecanismos institucionales para procesar las demandas de
los ciudadanos en relación a la cautela de su ambiente y salud. La evaluación de
la presencia o atención a estos componentes en los conflictos ambientales debe
hacerse a la luz de las condiciones ambientales y de salud antes que en base a
la acumulación sistemática de datos, documentos y procesos que pretenden
legitimar la imposición de un derecho, en este caso el derecho de ejercer la
minería sobre el derecho de un individuo a su propiedad individual o comunal,
así como al ambiente y la salud.

Durante la década de los 1990s el sector minero comenzó a incorporar medidas


ambientales pero no sociales. El impacto de esa decisión ha sido un avance lento
en temas ambientales que ha descuidado los estándares de gestión social. Así,
mientras se ha dado un desarrollo incipiente en temas ambiéntales, en temas
sociales lo que se ha hecho es mantener el tema desregulado, es decir lo que
se hace es lo que voluntariamente las empresas deciden. Existen unas guías de
relacionamiento comunitario que no son exigibles legalmente. Más aun no hay
norma alguna en el sector minería que regule la gestión social. La única norma
en ese sentido es el Decreto Supremo 042-2003-EM que establece el
compromiso previo como requisito para el desarrollo de actividades mineras y
normas complementarias.

Garantías constitucionales y la protección del medio ambiente:

En la actualidad no existe duda alguna respecto de que el derecho a vivir en un


medio ambiente libre de contaminación es, en nuestro país, un derecho
fundamental de todo ciudadano (en consecuencia, debe alegarse un derecho
subjetivo amenazado o menoscabado) y que, por lo tanto, debe ser protegido
frente a atentados al mismo. Este derecho en nuestro ordenamiento jurídico
puede ser protegido en dos dimensiones:

(i) a nivel nacional: la acción de protección, conocida en primera instancia por las
Cortes de Apelaciones y, en segunda, por la Excelentísima Corte Suprema.
(ii) Asimismo, cabe la posibilidad de que violaciones a este derecho sean
conocidas por el sistema internacional de derechos humanos en donde
destaca el razonamiento jurisprudencial de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos. Confirma la factibilidad de esta segunda vía el artículo 25
de la Convención Americana al establecer que “toda persona tiene derecho a
un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro recurso efectivo ante los jueces
o tribunales competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos
fundamentales reconocidos por la Constitución, la ley o la presente
Convención…”. Parte importante de la justiciabilidad de este derecho tiene
relación con la arista procesal, la que fue estatuida en 1972 en el principio 10
de la Declaración de Río.

ONU(2012):

El mejor modo de tratar las cuestiones ambientales es con la


participación de todos los ciudadanos interesados, en el nivel que
corresponda. En el plano nacional, toda persona deberá tener acceso
adecuado a la información sobre el medio ambiente de que dispongan
las autoridades públicas, incluida la información sobre los materiales y
las actividades que encierran peligro en sus comunidades, así como
la oportunidad de participar en los procesos de adopción de
decisiones. Los estados deberán facilitar y fomentar la sensibilización
y la participación de la población poniendo la información a disposición
de todos. Deberá proporcionarse acceso efectivo a los procedimientos
judiciales y administrativos, entre éstos el resarcimiento de daños y los
recursos pertinentes.

Cabe destacar, entonces, que la tan en boga “judicialización” de los proyectos


de inversión, presentada la más de las veces como un riesgo o perjuicio para la
estabilidad del escenario institucional y de inversión, responde, precisamente, a
uno de los pilares de la denominada democracia ambiental y, por lo tanto, supone
el cumplimiento de Chile en relación a tan significativo principio.
Desde la perspectiva anotada, podemos afirmar que el activar los mecanismos
judiciales no supone necesariamente algo intrínsecamente negativo sino todo lo
contrario, es indispensable para la vigencia de este derecho fundamental, ya sea
que se haga exigible a través de la protección a la vida, el trato igualitario exento
de discriminaciones arbitrarias; o mediante la utilización directa del derecho a
vivir en un medio ambiente libre de contaminación. Es importante mencionar el
acceso a la justicia ambiental como la “posibilidad de obtener la solución expedita
y completa por las autoridades judiciales de un conflicto jurídico de naturaleza
ambiental, lo que supone que todas las personas están en igualdad de
condiciones para acceder a la justicia y para obtener resultados individual o
socialmente justos”. Esta contribución doctrinaria fue el punto de partida del
desarrollo, en nuestro continente de los mecanismos jurídicos para garantizar el
derecho a la información, participación y reclamación en materia ambiental.

Nuestra Constitución Política de la República (CPR), siguiendo la tendencia de


los países latinoamericanos, consagró el derecho a vivir en un medio ambiente
libre de contaminación para todos los ciudadanos, habilitándose de esta manera
la acción de protección prevista en el artículo 20 de la carta fundamental, la que
procede “cuando el derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación
sea afectado por un acto u omisión ilegal imputable a una autoridad o persona
determinada”. Cabe señalar que esta redacción podría ser cuestionada desde la
perspectiva de la justiciabilidad de los derechos sociales por cuanto si bien la
carta fundamental contempla como garantía fundamental el derecho a vivir en
un medio ambiente libre de contaminación, haciendo viable, por tanto, la
interposición de la acción, al mismo tiempo la restringe (exigencia de
imputabilidad a autoridad o persona determinada), siguiendo así la corriente
doctrinaria que diferencia entre la exigibilidad de los derechos civiles y políticos
y los derechos económicos, sociales, y culturales prevaleciendo los primeros por
sobre los últimos que serían más bien programáticos. Asimismo, a nivel
doctrinario, ha existido una discusión en relación a la procedencia de este
recurso cuando existe amenaza, siendo mayoritaria la posición que la excluye,
no obstante lo cual nuestra jurisprudencia ha sostenido lo contrario, esto es, que
la protección de esta garantía alcanza aquellos actos u omisiones que causen
una amenaza a la misma.
En síntesis, los hechos demuestran que el recurso de protección ha sido
interpuesto en innumerables ocasiones invocando el derecho a vivir en un medio
ambiente libre de contaminación o la igualdad ante la ley (en los procedimientos
de carácter ambiental) y su aplicación en los últimos años ha traído aparejado
un revuelo que ha hecho visibles las falencias en el orden normativo en relación
a definiciones orientadas a la sustentabilidad.

El marco constitucional de los derechos ambientales.

Brack (1999).

El Perú es un país mega diverso y posee ecosistemas, especies y


recursos genéticos muy importantes, que en algunos casos son únicos en
todo el mundo. Nuestras posibilidades de desarrollo se asocian a nuestra
oferta ambiental, basada en la diversidad de recursos humanos, la
pesquería, la forestería, la agricultura diversificada, la ganadería de
camélidos, la biotecnología, la minería, la hidroenergía, el turismo y los
econegocios.

En términos ambientales, el artículo 2, numeral 22 de la Constitución peruana de


1993 establece que ‘toda persona tiene derecho a la paz, a la tranquilidad, al
disfrute del tiempo libre y al descanso, así como a gozar de un ambiente
equilibrado y adecuado al desarrollo de su vida’. La consagración de este
derecho se encontraba ya presente en la Constitución de 1979 con un texto
similar. Esta consagración del derecho al ambiente es el principio constitucional
primordial para el derecho ambiental. El reconocimiento constitucional de este
derecho permite la defensa del mismo a través de las garantías constitucionales,
así como el desarrollo legislativo a nivel de políticas sectoriales. El mandato
general del artículo 2, numeral 22 de la Constitución, es seguido por un capítulo
dedicado al ambiente. Así, los artículos 66 y 67 establecen el dominio del Estado
sobre los recursos naturales, así como el acceso de los privados sobre dichos
recursos. La importancia de establecer un orden público ambiental, además de
que otorga el acceso a sus recursos naturales en el marco de un uso sostenible
de los mismos, es que se reconoce la definición de una materia cuya regulación
es de orden público y no privado, por tanto, el Estado debe asumir las funciones
de regular, normar, controlar y sancionar este orden público.

BIBLIOGRAFIA
ONU. Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo, Informe de la
Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, Principio
10, A/CONF.151/26/Rev.1 (Vol. 1), 3-14 junio de 1992, Anexo I, pp. 3-8.
Reimpreso en: 31 I.L.M. 876, 1992.
Brack, Antonio 1999, Defensoria del Pueblo, Conflictos sociales. La competencia
de la Defensoria del Pueblo.

CONCLUSIONES:

1. El encargo de la tutela de los derechos constitucionales incluye los


derechos ambientales, sin embargo, lo que es importante resaltar es que
la interpretación del conjunto de derechos ambientales presentes en la
Constitución establece el desarrollo sostenible como política ambiental
nacional.

2. En particular, es necesario tener presente el mandato de investigar para


esclarecer hechos que implican ‘ejercicio ilegitimo, defectuoso, irregular,
moroso, abusivo o excesivo, arbitrario o negligente de sus funciones
afecte los derechos constitucionales de la persona y la comunidad’, pues
brinda la oportunidad para un abordaje sistematico de la supervision
preventiva en cautela de los derechos ambientales.

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