Resulta Casi imposible que los libros de un filósofo se conviertan en
ventas masivas, y más extraño que el autor devenga en icono mediático. Savater es la excepción que confirma la regla: todo amante de la sabiduría –apelando al sentido estrictamente etimológico- emana un tufillo de fealdad, aburrimiento, pobreza y fracaso. Desde hace más de dos décadas la obra y figura de Fernando Savater irrumpió con brío en el panorama cultural de la movida española. ¡Todos afuera! ¡Muerte a los mojigatos y timoratos! Esas eran las consignas de la España postfranquista. Y en paralelo al éxito económico de esos años, llegó a toda Latinoamérica una oleada de frescura e inteligencia. Ahora no es extraño que los estudios preuniversitarios se definan en antes y después de Savater, pues con Ética para amador el filósofo de llamativos anteojos marcó a todas las generaciones ochenteras y noventeras. El éxito fue tan contundente, que algunos “antifashion” académicos mexicanos publicaron bajo el sello de editoriales patito sus “éticas para la masa”. Pero Savater es Savater: él se trascendió y también se convirtió en un eje para la discusión de programas políticos en España y toda Europa. ETA lo sentenció a muerte, porque a diferencia de otros intelectualitos, él sale a las calles y con valor y coraje le grita a los terroristas: ¡Basta Ya! Esto le valió el Premio Sajarov de los Derechos Humanos otorgado por el Parlamento Europeo. Asimismo tiene en su haber verdaderos premios: el Nacional de Ensayo, el Anagrama, y el Ortega y Gasset de Periodismo.
Su producción basta, su calidad indiscutible: La tarea del héroe,
Invitación a la Ética, El valor de educar, Perdonadme ortodoxos, Idea de Nietzsche, Las preguntas de la vida, Política para amador, La voluntad disculpada, El jardín de las dudas.
Lo que garantiza el éxito de Savater frente a tantos adversarios
(armados con pluma y fusil) es su infinita capacidad para reír. Su fino humor es más elocuente que el más intrincado razonamiento de sus aburridísimos denostadores. Su más reciente libro, El Gran laberinto, es una muestra más de esto.
El siglo XX ha sido testigo de profundos cambios en la forma de
entender la vida: la sexualidad, la economía, la vida familiar y la tecnología descansan sobre coordenadas nunca vistas en la historia. Con estos antecedentes, ¿la filosofía tiene cabida aún en el nuevo siglo? Mi visión filosófica esencial descansa en el intento de considerar nuestra vida no solamente como cosas separadas y dispersas sino como una cuestión ordenada y total. Yo creo que el esfuerzo filosófico es válido hoy aún más que en otras épocas porque nuestra vida tiene muchos elementos; ya sea técnicos, informativos, etcétera. Por todo ello necesita aún más una visión de conjunto, totalizante. En ese sentido la filosofía tiene aún su papel, pero en un nivel accesible que estimule a la gente aunque no sea un profesional dedicándose a la vida académica.
¿Cuál sería el camino más adecuado para lograr transmitir esta
visión de conjunto a sectores más amplios de la población? ¿Considera que sea por vía de la divulgación? Cada uno tiene su propia perspectiva; no todos los filósofos hacemos filosofía de la misma forma. Personalmente me he dedicado a la divulgación y a aproximar los temas filosóficos a la gente común, pues es algo que yo sé hacer. Quizá otros colegas se dediquen a cuestiones más elevadas. Mi papel, en el que yo me siento más cómodo, es el de aproximar ideas, reflexiones, guías de comprensión a públicos amplios no especializados.
¿Las condiciones de vida actuales son poco propicias para salvar el
alma? Sí, pero ¿en qué época ha sido fácil salvar el alma? No ha habido ninguna época en que la vida humana fuera transparente o más armónica o más clara; Borges, en la introducción a uno de sus cuentos, decía: me tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir. Yo creo que a todos nos tocaron malos tiempos en qué vivir. La vida nunca se entrega de manera sencilla. La solidaridad o el conocimiento no están al alcance de la mano, siempre hay que esforzarse por alcanzarlos.
Pero en esta época impone una homogenización tan marcada...
Yo veo un mundo completamente diverso; ojalá que los hombres estuviéramos más homogeneizados en libertades, en derechos humanos, en tecnología, en alimentos; pero yo encuentro desigualdades pavorosas, personas que tienen los instrumentos más sofisticados conviviendo en el tiempo con gente que vive prácticamente en la edad de piedra; gente que se alimenta con un refinamiento extraordinario y gente que vive con menos de un dólar diario. Yo permitiría ciertas homogeneidad por salvar estas diferencias de las que he hablado.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención en uno de los
capítulos del libro es el diálogo que aparece cuando notamos que el hombre siempre ha sido un extranjero para sí mismo. ¿Qué es lo que nos imposibilita para reconocer al otro como un igual, como un interlocutor tan válido como uno mismo? Pues somos todos precisamente seres que estamos buscando la norma, el parecido. A nosotros nos gustaría estar rodeados de gente que se nos pareciese, con los mismos gustos, con las mismas preferencias, que hablase igual que nosotros, en otras palabras, que no nos creara problemas con nuestra identidad. Y el mundo es sobretodo diverso. Las grandes mezclas nos cuestionan. Esto hay gente que no lo asume y que piensa que sólo se puede ser humano de una forma; todo el que no actúa de esa manera pues no responde a la humanidad; ese es el error que hay que superar. Se puede ser humano de muchas formas, sabiendo que por debajo de todas las aparentes diferencias nuestros parecidos son más básicos.
En su opinión, ¿quiénes serían los grandes devoradores de almas de
nuestros tiempos? Bueno, hay muchos. Pero pienso que sobretodo los fanatismos, los integrismos, las ideas fanáticas exterminadoras, las ideas que convierten al ser humano en alguien completamente devoto de una causa de enfrentamiento; las caudas que nos hacen olvidar nuestra humanidad, en otras palabras, las causas que nos hacen olvidar que lo importante para los seres humanos son nuestros semejantes.
En El Gran laberinto encontramos varias páginas dedicadas a la
filosofía de la Ilustración, y usted tiene una peculiar admiración por este periodo. ¿Usted ve amenazada la herencia de estos trescientos años de secularización por los grandes fundamentalismos? ¿Ha perdido efectividad el ideario de la Ilustración? Desde luego soy un gran admirador de la Ilustración; soy un gran defensor de las ideas ilustradas aunque ya no estén de moda y más bien se les atribuyan defectos e inhumanidades. Pero pienso que con todas sus deficiencias las ideas ilustradas son lo mejor que tenemos en el terreno social e intelectual. Me asusta el regreso de estos grandes espectáculos de superstición; en el fondo también hay una globalización de lo supersticioso, de las formas de ahogo colectivo, en torno a ideas, en torno a espectáculos. Me dejan un poco preocupado, espero que sean fenómenos transitorios.
Juan Pablo II ha sentenciado en Memoria e Identidad que ciertos
males que aquejan a Europa pueden atribuirse, de alguna manera, a las ideas de la Ilustración. Me parece más preocupante que la gente desconozca las verdaderas ideas de Juan Pablo II, fue un personaje carismático, una fuerza física que llegaba a las personas. Por eso mismo, las masas dejaron de interesarse por sus ideas y se centraron en su imagen. Es preocupante que la gente se desentienda de las ideas por las imágenes. El Papa no sólo era un actor representando un papel sino que también defendía una postura, Juan Pablo II era un pensador profundamente antimoderno; Santo Tomás de Aquino era un revolucionario frente a Juan Pablo II.
La sociedad liberal está gravemente amenazada por los
fundamentalismos, pero ejemplo, algunas corrientes islámicas ven con desconfianza al Estado secular, ¿qué podemos hacer los beneficiarios de las tesis ilustradas? ¿Cómo podemos defender las sociedades abiertas? Debemos intentar que los beneficios de la sociedad abierta lleguen a la mayor cantidad de personas que sea posible. Desgraciadamente hay mucha gente que está muy lejos de la sociedad abierta; tal parece que la sociedad abierta son ciertos reductos que quieren salvarse aisladamente mientras el resto del mundo naufraga. La sociedad abierta será tanto más segura cuanto más amplia sea. Las ideas ilustradas no se pueden imponer sino que debemos crear cierta complicidad con la gente que está de acuerdo con ellas. Eso sólo se puede hacer mediante la divulgación y persuasión, tratando de que las ideas lleguen a muchas personas.
¿Contempla para los próximo años una polarización radical entre el
llamado norte y el llamado sur? O ¿ve alguna posibilidad para una sociedad más próspera? Pienso que no hay nada escrito en los cielos, que las cosas que ocurren las propiciamos o no podemos impedirlas; los hombre libres nunca se preguntan qué va a pasar si no qué vamos a hacer para evitar esta polarización entre una minoría que concentra cada vez más riqueza en medio de inseguridad y una gran mayoría carente de todo por lo que sólo puede estar conspirando contra el resto de la humanidad. Esta polarización no puede durar y para ello debemos poner manos a la obra.