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Geografía de España (Temas desarrollo PAU)

TEMA 17: ESPAÑA EN SU DIVERSIDAD REGIONAL


1. EL PROCESO DE ORGANIZACIÓN POLÍTICA-ADMINISTRATIVA DE ESPAÑA

España es, desde el punto de vista natural y humano, un país con notables diferencias
geográficas, que dan lugar a numerosos tipos de paisajes regionales. De este modo
encontramos climas, suelos, formaciones vegetales, tipologías de ocupación del territorio y
actividades económicas muy diferentes entre sí. Esta gran geodiversidad es algo a valorar y
a potenciar aunque también genera fuertes desigualdades entre territorios y personas.

Podríamos definir el concepto de región como un territorio con cierta homogeneidad


en sus características físicas (vegetación, clima, etc.) y una ocupación del territorio
caracterizada por unos modos de asentamiento humano y de aprovechamiento agrario
determinados y que además se conforma como una unidad administrativa.

Desde la Edad Media se han ido formando las principales regiones históricas de
España (Galicia, Asturias, Cataluña…). Estos espacios se conformaron con el paso de los
años como la base de la actual ordenación territorial autonómica. En 1833 se produjo la
división en 49 provincias, que es prácticamente la misma que existe en la actualidad.

Durante los primeros años de la transición española se produjo en España una fuerte
corriente de regionalización. El impulso inicial de esta corriente partió de las regiones que
han tenido en algún momento histórico, administración y órganos de decisión política propios
y que han conservado unas realidades sociales y culturales definitorias de su carácter,
especialmente la lengua, como es el caso de Galicia, el País Vasco, Navarra, Cataluña,
Valencia o Baleares.

2. LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS Y REGIONES

El punto de partida del Estado autonómico fue la promulgación de la Constitución de


1978. Esta Constitución promueve un sistema de división administrativa estructurada en tres
niveles territoriales básicos: el municipio, la provincia y la comunidad autónoma. La
Constitución estableció como condición que se podían convertir en comunidades autónomas
aquellas provincias con características históricas, culturales o económicas comunes o
semejantes, los territorios insulares y las provincias con entidad regional histórica, que en un
pasado habían tenido ya un Estatuto de autonomía.

A partir de entonces se fue conformando un nuevo tipo de regionalización, basado en


el concepto de las llamadas autonomías que ha llevado a una progresiva descentralización
administrativa en todos los ámbitos.

La Constitución de 1978 preveía dos formas de constituirse en comunidad autónoma:


la llamada “vía rápida”, por medio del art. 151 de la Constitución; y la llamada “vía lenta” por
medio del art. 143 de dicha Constitución.

En la actualidad tenemos 16 comunidades (Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares,


Canarias, Cantabria, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cataluña, Valencia, Extremadura,
Galicia, Madrid, Murcia, País Vasco y La Rioja) más la comunidad foral de Navarra y dos
ciudades autónomas (Ceuta y Melilla).

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En cuanto a la organización territorial de las comunidades autónomas hay que decir


que en las comunidades autónomas españolas se distinguen tres niveles de competencias: las
exclusivas del Estado, las compartidas entre el Estado y las comunidades autónomas y las
exclusivas de cada comunidad. Son los propios estatutos de autonomía los que recogen la
denominación de cada comunidad, sus límites territoriales, las competencias que asumen y su
organización institucional, integrada por una Asamblea Legislativa, un Consejo de Gobierno,
con funciones ejecutivas; un Presidente de la comunidad autónoma y el Tribunal Superior de
Justicia.

Dentro de su organización territorial, la mayoría de las CC.AA se dividen a su vez en


provincias, heredadas de la división administrativa anterior.

Por otra parte, la Constitución española recoge una serie de principios de igualdad y
solidaridad entre las regiones y nacionalidades del Estado. Existen dos regímenes de
financiación distintos: los regímenes forales en Navarra y el País Vasco (contribuyen a los
gastos generales del Estado por medio de un cupo pactado, con administraciones fiscales
propias que recaudan todos los impuestos directamente, excepto los aduaneros y el IVA), y
los regímenes comunes en el resto de CC.AA, que establece que los principales recursos de
financiación de cada CC.AA proceden de su participación en los ingresos del Estado, según
criterios distributivos (población, superficie…) y redistributivos (esfuerzo fiscal o pobreza
relativa). Esto último ha derivado en el llamado principio de corresponsabilidad fiscal, por el
que el Estado cede a las CC.AA la percepción y gestión de un porcentaje importante del
IRPF, del IVA y de otros tributos.

3. DESEQUILIBRIOS REGIONALES

En la actualidad existen importantes desequilibrios entre las distintas CC.AA y


también dentro de cada una de ellas. Algunos tienen que ver con las condiciones naturales
(relieve, clima…) y la extensión de su superficie, pero los más importantes son los de tipo
humano, como son los desequilibrios demográficos, los económicos y los sociales. En este
último tipo de desequilibrios el factor fundamental ha sido el proceso de industrialización,
aumentado posteriormente por la localización de la mayor parte de las actividades turísticas
en el litoral mediterráneo y en las islas.

Dentro de los desequilibrios demográficos, podemos destacar que existen notables


desequilibrios entre las diferentes CC.AA, tanto en volumen demográfico y distribución, como
en densidad, crecimiento natural o estructura por edad. A tener en cuenta que se
acrecentaron en la década de los 60 y 70 del siglo XX por la emigración de la población de
las áreas rurales y agrarias del centro a las industriales y turísticas de Madrid y del litoral.
Por otra parte, desde el punto de vista del crecimiento vegetativo, el cuadrante noroeste
peninsular y Aragón tienen un crecimiento vegetativo negativo, mientras que por el contrario,
las CC.AA con un crecimiento vegetativo positivo se localizan principalmente en el sur
peninsular, en los archipiélagos y en las áreas próximas a las dos grandes metrópolis
nacionales. Por lo que se refiere a la estructura de la población por edad, también existen
grandes diferencias entre las CC.AA en cuanto a las tasas de envejecimiento, ya que el más
amplio porcentaje de población mayor de 65 años se localiza en el norte, y el porcentaje de
población más joven se encuentra en Canarias, Andalucía y Murcia. Además, las densidades
de población de las CC.AA muestran importantes desequilibrios y también reflejan la
desigualdad entre las áreas del interior excepto Madrid, y las de la periferia y las islas,

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siendo estas últimas, zonas de un importante dinamismo económico o que tienen un


importante desarrollo derivado del turismo, y que tienen por tanto densidades más elevadas.

Dentro de los desequilibrios económicos hay que citar que comenzaron con el inicio de
la industrialización del siglo XIX, y que después se agudizaron con el segundo proceso
industrializador y el auge del turismo de los años sesenta del siglo XX. Por tanto en general
el interior es una zona poco desarrollada industrialmente y regresiva demográficamente
(excepto Madrid) y una zona periférica desarrollada (excepto Murcia, algunas áreas
interiores de Andalucía y Galicia). Las diferencias en el PIB y en la renta per cápita son
evidentes.

Además de los ya comentados, existen otro tipo de desequilibrios entre CC.AA: las
desigualdades regionales en dotaciones de infraestructuras viarias que se han reducido en
las últimas décadas gracias a las subvenciones europeas, en cuanto a dotaciones y
equipamientos sociales, y por último, en lo que se refiere a la población activa también hay
diferencias ya que hay CC.AA con un 70% de la población dedicada al sector terciario,
mientras que en otras el porcentaje de población activa dedicada al sector primario está por
encima de la media española.

4. POLÍTICAS REGIONALES Y DE COHESIÓN.

Los desequilibrios territoriales entre regiones en España se han convertido desde


hace muchos años en un importante problema, que, sigue necesitando diferentes políticas
correctoras: las políticas regionales españolas, las políticas regionales de la UE y las
actuaciones relacionadas con la ordenación del territorio.

4.1 LAS POLÍTICAS REGIONALES EN ESPAÑA

Antes de 1978 las políticas regionales para combatir los desequilibrios territoriales
no comenzaron como tales hasta la puesta en marcha de los Planes de Desarrollo,
en la década de los sesenta del siglo XX. Estos planes se basaban en la industria
como motor de desarrollo y fomentaban las instalaciones industriales en las áreas
menos favorecidas e industrializadas con diversos tipos de incentivos a través de
los llamados Polos de Promoción y Desarrollo.

Con la Constitución de 1978 y la nueva división administrativa en autonomías, las


políticas regionales pasan a depender en gran parte de los gobiernos autónomos y
de las administraciones provinciales y municipales. A partir de este momento la
política se encamina a lograr un desarrollo regional equilibrado, que favorece a las
regiones más periféricas y fomenta el desarrollo endógeno, el empleo, las
infraestructuras o la innovación tecnológica. Hasta 1988 las políticas regionales
para la corrección de desequilibrios territoriales estarán enmarcadas por la
reestructuración industrial posterior a la crisis económica de los años setenta.
Principalmente se llevaron a cabo a través de dos instrumentos: las Zonas de
Urgente Reindustrialización (ZUR) y la política de incentivos regionales.

A partir de 1988 las políticas de incentivos regionales son complementadas por el


Fondo de Compensación Interterritorial (FCI). Hasta 1990 se beneficiaban todas las
CC.AA, pero a partir de entonces se ha reservado exclusivamente a las

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comunidades con la renta per cápita inferior a la media, como Andalucía, Galicia,
Castilla y León o Extremadura.

4.2 LAS POLÍTICAS REGIONALES DE LA UE

Por otra parte, España forma parte de la UE, por lo que también se integra en la
política regional europea. Se trata de una política de desarrollo regional iniciada en
1975 cuya finalidad es solucionar los diferentes desequilibrios territoriales,
económicos y sociales que existen en la Unión Europea. Para realizar esta función
se lleva a cabo la distribución de recursos de manera coordinada, como pueden ser
infraestructuras, formación, ciencia y tecnología, capital y equipamientos privados.

Los pilares sobre los que se asienta la política regional europea son los fondos
estructurales, los fondos de cohesión y las iniciativas comunitarias.

Los fondos estructurales se establecieron en la UE para favorecer el desarrollo de


las regiones con una renta inferior al 75% de la media comunitaria y para la
reconversión socioeconómica de las zonas agrarias, pesqueras, industriales o
urbanas en crisis. Los fondos estructurales más importantes para alcanzar los
objetivos de la política regional de la UE son el FEDER, el FEOGA, el IFOP y el
FSE.

Los fondos de cohesión se crearon en 1993 para financiar grandes proyectos de


transporte y medio ambiente en los países menos desarrollados de la UE, que en
aquel momento eran Grecia, Portugal, Irlanda y España. Desde 2014 nuestro país
ha dejado de percibirlos por la mejora en los niveles de renta y por la ampliación
de los países del Este de Europa.

Las iniciativas comunitarias son programas especiales de la Comisión Europea


diseñados para resolver problemas graves que afectan a toda la UE y cuyos gastos
son cofinanciados por los fondos estructurales y los estados miembros. Es el caso
de programas como INTERREG, LEADER, URBAN, etc.

Las políticas regionales de la UE en España han supuesto la recepción de un


importante número de ayudas, especialmente en forma de fondos de cohesión, ya
que la mayoría de las regiones españolas estaban por debajo de la media de las
europeas. Estas ayudas han favorecido la disminución de los desequilibrios
interterritoriales entre las CC.AA al concentrarse en las más desfavorecidas. De
todos modos, España ha dejado de percibir una cantidad importante de ayudas
como consecuencia de las últimas ampliaciones de la UE que han permitido la
adhesión de algunos países de la Europa del Este, con niveles de renta
sensiblemente inferiores a la media europea y a la española.

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