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Somos nosotros quienes debemos ponernos en el lugar de los niños, empatizando con sus
frustraciones y temores, en lugar de creer que lloran o se equivocan sólo para
molestarnos.
Como adulto pregúntese a sí mismo, cómo se sentiría usted si no pudiera pronunciar bien,
no pudiera expresar lo que piensa o siente y, lo que es peor, no pudiera entender lo que
se le dice. Más aún, cómo se sentiría, si además le estuvieran exigiendo todo el día hacer
precisamente eso que le cuesta.
Si los padres no pueden manejar su propia frustración ante el malestar de sus hijos
cada vez que se les enseña algo nuevo, estarán hipotecando el futuro desarrollo de
los niños y la calidad de sus
propias vidas. Es necesario
esfuerzo y coraje para superar
los primeros años, enfrentar
más de alguna batalla
emocional y acompañar a
nuestros pequeños en su
confusión a medida que van
entendiendo nuestro complejo
mundo..