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Cruenta noche del ocaso


de mi alma
que pasa por el crepúsculo
del adiós, del adiós
que se queda
pegado a los labios
cerrados, perplejos,
sin un hilo
de palabras,
meciéndose de hastío.
Nada tiene marcha atrás,
todo es irreversible,
el manto de la muerte
es definitivo.
Las manos del otoño
barren toda esperanza.
Todo marcha,
pero finalmente
nada queda.
Todos son paliativos
para el adiós
que se encuentra
en la esquina
de la nada
con el aliento degollado.
Pensar, sentir,
ya no más.
Vida,
tu nombre es ausencia.
La luna abastece
en la luz del silencio
hasta que se extingue
su lengua de luz.
Los gatos
maúllan harapos.
Pendemos del hilo
de la eternidad
que en cualquier momento
se rompe…
en un silencio total,
en un silencio sin voz.
2

Rumor desorbitado
ya sin huella de tiempo.

Una flor se escapa en la espuma de ayer,


azarosa, en la inmensidad,
y se desvanece ante la mirada
que se pasea por el vaivén de la ola.
Un cierto aliento me inunda,(¿)
a lo lejos, la blanca estela del cielo.
Contemplo sin preámbulos el de infinito.
Busco en cielo y mar
ese sueño que me traen las olas
y que se esfuma por los confines
de en un sollozo.

La muerte es como un viento


que sopla las horas.
De pronto está ahí el silencio.
De pronto el sueño se descobija
y viene la desnudez eterna,
deshabitada,
y ya no hay lágrimas ni plegarias,
sólo ese silencio eterno
que consumirá los huesos.
.

Escopetas de sueño añoran


la alegría que se fue
por el resumidero.
Cañones de salva
claman por la ilusión
que se quedó varada.
Un aborto de sueño.
La palabra que ya no levanta
su voz, mientras,
en un tañer de campanas
pasan los zopilotes.
3

La esperanza deambula
extraviada de sueños
por el eco del abismo.

La vejez
huele a orines y a humedad
encerrada.
Es la promesa de la palabra
no escrita.
Es un sueño inalámbrico
que cae al vacío.
La mueca
de la vida que se ríe
de sí misma.
La última máscara
que no queremos perder.
La enmohecida moneda
que está en el aire.
Llagas penitentes
de la desesperanza.
Clavo en la memoria.
Es la curva que se extingue
en agria saliva.
Una herida curada con vinagre.

Transito por afueras de la lluvia


con los sentidos impávidos de realidad
y plenos de muerte.
La quimera bate el viento azul oscuro.
Oigo los deshonestos pasos de la muerte
y me dejan ante su eco que se desvanece.

Hay ojos turbios


que siempre están ahí
agazapados
desde el origen
que alienta en las células.
Siempre el soplo frío.
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Sólo quiero estar vivo para escribir mi último poema


con los ojos crucificados.

La vida tiene sentido


en el deslave de la carne
que deshace el tiempo.

Sin remedio,
corre la tragedia
como un soplo
que no acaba de posarse.

Todos somos hijos


del ombligo
de la tierra,
y así
como anidamos
hambre de constelaciones,
igual,
la tierra nos consume.

DEFINIENDO LA MUERTE

Se dice muerte
si el último suspiro
reclama libertad.

Todo nos abandona


y volvemos
a ser tan pobres,
tan de aire,
como siempre.

Si puedo decir la muerte,


puedo decir la nada

Bendito vacío.
La justificación
5

de todo olvido,
aún del propio olvido.

En la depresión
sólo nos ponemos
el cuerpo
a fuerzas
cada mañana.
En la muerte
ya no tenemos nada
que ponernos.

Un día sin mañana


es el silencio
que se mete
a los huesos.
El tránsito
de cenizas
de una voz
que se ahoga.
La plegaria
sin templo
que le responda.

Caminé a tientas
mientras rezaba al revés,
por eso
no espero clemencia.
Fui alguien que nació
para no ser,
y como tal,
espero que nadie
me recuerde.
Quiero anular
toda posibilidad
de recuerdo
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y plegaria,
consumirme
en los labios
del crepúsculo.

El eclipse
final
ha llegado.

Los latidos de mi corazón


se desgranan de arena,
se hacen polvo
por la sangre que corre,
y se esfuman, vuelan,
imperceptibles
por la carne.
Polvo que aspira
a ser ceniza,
o luz de la tiniebla:
espanto de la espera,
espanto de no saber
cuando el último polvo
ha de lavar la carne
de la ilusión,
definitivamente...
Definitivamente.

El vuelo
de la mariposa
se esfuma
en luz.
7

Dos más dos


son cuatro
en la lógica
de la piedra
que se hunde.

El viento sopló
al efímero
castillo de naipes,
y voló para siempre
como un juego incierto
de violetas.

Igual que todo mortal


padezco de muerte.
El engaño que ciega
la utopía del sueño
que nunca se acaba,
la oración
que aun cuando se retuerce
por las tinieblas,
lleva en su vientre
ese engaño de olvido,
en la amnesia
de todos los días,
en el crepitar del pan
y en el sabor del agua.
El olvido
es el único consuelo
para la descalza memoria.
Bien sabe Dios
que yo quisiera recordar
mi último aliento
finalmente ya sin engaños,
bien lo sabe Dios.
8

Hoy estoy aquí


mañana no estoy,
sin remedio.
La burbuja del silencio
que pasó
sin dejar huella.
El misterio
es una estrella sin fin.
Antes duele la muerte;
después, no duele nada.

De que más se puede hablar


sino es de fracasos y derrotas
ya que la misma existencia
nace coja?
Siempre gravita
ese aire de ausencia,
de inevitable cojera,
de incompletud,
donde la sonrisa
sólo se dibuja a medias.
Caldo de cultivo de los espantos,
ausencia mortal
de los renacuajos,
culpa babosa
del caracol,
inocencia sin vestiduras.
La cara dura del olvido.
Todo se resuelve
en un vacío de estomago
que no cesa.

El hombre es el único animal


que extravía sus sueños
y por ende, que pierde su vida.
El pájaro canta,
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la abeja produce miel,


la golondrina construye nidos.
Hay claridad en la naturaleza
para crear destinos
de una admirable armonía.
Todo transcurre
en la lánguida inconsciencia
del paso del tiempo.
Igual, la muerte acecha.
Sin el dolor de la muerte,
es un destino que se cumple
en el anzuelo de un sueño
que ya no cuaja.
El hombre cada día despierta a solas
desnudo de muerte,
con el destino a hombros.
Cada día es un horizonte perdido.
Cada día es la palabra,
la plegaria que a veces
se queda ahogada, sin pronunciar;
cada día es el destino insatisfecho.
Cada días es la ilusión renovada
en la inconsciencia.
Cada día es el dolor
del regazo sin sueño,
cada día el dolor de muelas
de la conciencia.
Soy un artífice del vacío
de mi vida que insaciable
se consume de frustración.
El cuerpo puede recrearse
en los pequeños goces
de la cotidiana alegría,
en el ruego que no atinaba
a pronunciarse.
El grito muere de inanición.

Los huesos transitan


por las mismas cenizas,
por una vía sin asidero.
10

Mi cruz se consume
a una sola voz,
y no queda de otra.

Trago ruedas de molino


como un fantasma
que pasa desapercibido.
El rubor de la lluvia
retorna sus pasos amarillos.
¿Cómo beber el agua
que he dejado correr?.
Algo me dice
que bien puedo sentarme a esperar
hasta que se vacíe
la fuente del olvido.

Aullido inútil
de siete suelas:
El colmillo del elefante
que pregunta
lo que no tiene respuesta.

Como la luz de una lámpara,


sin señuelos, la vida se agota.

La perla de la vida se viste de luto.

Es inevitable andar a ciegas por la vida.

A veces la vida se queda en un preámbulo sin voz. En un puro presentimiento.

He de vivir con la palabra adiós en la palma de la mano.


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La vida cabe
en la promesa de una lágrima
como un capullo que se abre
en los confines del anhelo,
como el susurro de una espiga,
como un sueño
que se desvanece
en la preñez eterna
del deseo.
Un galope
por la desvelada noche,
un grito de ausencia,
la llama
que se consume a pausas.
Y así,
sin donde ni como
ni cuando,
me quedo con el regocijo
de los sentidos.

No todo lo que perdura es bueno.

No hay edad para que algunos sueños terminen. No hay edad para el dolor.

La noche se escurre por mis huesos.

Estoy solo en la tiniebla de mi corazón.

Quedarse solo
es como transformarse
en un fantasma
que corre y se desgañita
en la niebla matutina,
entre jirones,
y sólo responde
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un eco.
Sea por Dios esta soledad
calzada a fuerzas.

La soledad es un plato
que se sirve en ayunas
con rebanadas de luna desvelada;
se adereza con adioses,
de tal manera
que saltan las telarañas
a la red del precipicio.

El amor que se acaba


es como una ruina de besos;
escombros,
en soliloquios del alma.

El amor que se acaba


tiene los labios carcomidos.
Una pura penumbra
de una pesadilla sin fin.

El amor que se acaba


es una ruina de recuerdos,
una loza sepulcral
que se arrodilla en el alma.

El amor que se acaba


es que perdió la voz,
y quién sabe en qué recoveco
se lame las heridas.

El amor que se acaba


ya no tiene más aliento.
Extinto de recuerdos
se debate en la voz sin músculo.

El amor que se acaba


es un fantasma
que se refleja en el alma,
un gozne que se ahoga.
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El amor que se acaba


debe acabarse
porque debe acabarse,
como un pétalo de cenizas.

El amor que se acaba


no ha de galopar ya más
en el recuerdo,
ni en las entrañas.

El amor que se acaba


para que se acabe bien,
debe ser el preludio
de otro amor.

Del amor que se acaba


no debe quedar siquiera
una rama escuálida
ni jirones de olvido.

El amor que se acaba


a veces tentalea,
se resiste acorralado
en la lona, pero busca.

El amor que se acaba


es preámbulo y beso
de las extintas cenizas
de dos manos que no se tocan.

El amor que se acaba


es flor muerta de la pasión,
sonámbulo camino
que se ha perdido.

El amor que se acaba


es un punto final
que se escribe
con sangre.
14

Tal vez habría que morir


de tres heridas distintas:
ausencia, indiferencia y hastío.

Tengo la lengua presa


en el acompasado tic, tac,
del reloj
en uno de esos días
desnudos de sentido.

No quiero verme
en ese espejo
de palabras
sin reflejo.
Enterradme
antes que eso suceda.

Siempre el ala
se rompe
antes del vuelo,
o acaso es el destino:
nacer con las piernas rotas.

El amor es la ostia
imposible de la comunión,
siempre atrás del fuego
de la palabra que incendia.

A veces un velo de silencio


cubre el cielo de luto
y disipa la alegría natural
de haber venido al mundo.
Es como una escala matutina
que va ascendiendo las horas del día.
Todo es sombrío
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y hasta el viento pesa;


el tiempo tiene una densidad
insoportable
como las alas de un murciélago.
Son los días aciagos, sin memoria,
embotados de pensamiento.
Todo tiene el significado
de un vuelo de mosca.
Las raíces densas de la noche
renacen húmedas de nada.

Suele suceder que el viento


se parta en dos luciérnagas
y que su llanto ancestral
que gravita al atardecer
se pose en la tumba
de todos los días.
El amor no cuaja.
Es la calle vacía,
y la mirada se pierde por ella.

La vida tiene ojeras


como trote que se aleja.

Yo no estoy en este mundo


como estaba antes.
De la voz ahíta de mentiras
el punzón de la carme
que reclama
una angustia más, un adiós.
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Y lo que resta,
para el infinito de mi corazón.

Soy fiera acorralada


cada vez más empobrecida
de vida
que el sexo
me hace olvidar.

Cabalgo por las noches, a tientas,


devorando confines
sin sustancia del espacio.
Es como ser tragado por la noche
en una muerte aparente.

Muy lejos se encienden las luces


de recuerdos, tal vez
de escombros en la memoria,
en la rémora del alma.
Ejercicio a una voz.

Espero en harapos,
ciego, inmóvil, con los sentidos
durmiendo en el otoño,
y en tu ausencia,
como sabor de vinagre.

Despierto a la conciencia
de ti que ya no estás
y es como lento tic, tac,
de un reloj que no se mueve.
Como una pesadilla
del inmóvil croar del cuervo.
Debo haber estado ciego
para colarme por los resquicios
de ese tiempo muerto que era
como una banderilla en el corazón.
Era la primicia de un beso
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que nunca se dio,


como un aleteo de polilla,
como orgía y delirio
de alas que ya no vuelan.
Como una copa que no se terminó,
como las cenizas olvidadas.
Y aquí yazgo
entre paredes de vacío
donde te espero
como en una tumba
con la boca seca
de tanto esperar.
Es una suerte de magia
del toreo
que se pierde en florituras.
El concéntrico fluir
de la desmemoria.
Heme aquí pues
en esta retórica de sombras
donde imposible es esperar.

Aún hay tumbas para cavar


con el grito de la lechuza.
Dolido de sueños idos.
¡Ay! La blasfemia y el duelo.
Y ese dolor de la carne
encandilada
por la luz de la polilla.

¡Cómo duele el dolor


cuando nos sumerge
en sus oleajes
y la bruma se diluye
en el horizonte!

De tanto dolor
ya ni siento
la marca de Caín
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agria y desolada.
Es como una gota de tinta
que se esparce
por mis ojos
y duele en mis venas.

Cuando la ausencia
es presencia
de puro tormento,
no queda ni el grito.

Ausentes los pasos


rondan por mi cráneo.
Canícula, sombra de besos.
Huérfano hasta las costillas.
En silencio me consumo,
me exprimo de llanto.

No alcanzo el resuello.

¿Cómo empezó este laberinto?.


No lo sé,
pero va por todas las arterias
y por todas las venas.
Galopa con clavos.
Galopa,
galopa sin clemencia
por el terror,
y tan sólo me responde
el silencio de los muertos,
y el silencio del tiempo.
Ahí se queda estático
lacerando el alma.
Me quedo desvencijado,
pleno
de penumbras,
me quedo,
me quedo desolado de gritos.
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¿Qué puede decir cuando


el camino está
lleno de cruces?
Tal vez hacer que hablen
las cicatrices:
en medio del desierto
un girasol se revela
en la tumba.
Uno hace
las huellas
del pasado
que se desvanecen.
Todo va siendo más tenue.
Como que la memoria planea
entre brumas.

Solo como una cáscara de nuez,


resignado a una suerte de extravío,
náufrago sempiterno en el mar,
me hundo en plegaria desesperada.
Camino a tientas por las piedras.
Nocturnal es la vida, sin remedio.
Desasirse de la rutina
que se había pegado a los huesos.
El termómetro está frío
como un corazón que marcha
por el desfiladero;
y la palabra
es una ventosa inútil,
y el mismo sueño
se sueña en el vértigo
de la desolación
agarrado al muérdago
del festín inútil.
La ronda de las horas
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que hipnotizan el vacío.


La tiniebla del corazón
fatídico.
Mientras se pueda
quiero este dolor íntimo
hasta el tuétano
que se refleja
en el espejo
de mis sueños.

Soy una voz quemada


al rojo vivo del cautín,
enraizada en mis entrañas.

Soy una voz acorralada,


sin pellejo.

Soy una voz afónica


que canta salmos plañideros.

Son una voz de muerte


en la cuerda floja.

Soy una voz acuchillada.

Soy una voz a llagas y carcajadas.


Una voz en la lluvia ácida.

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