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Rumor desorbitado
ya sin huella de tiempo.
La esperanza deambula
extraviada de sueños
por el eco del abismo.
La vejez
huele a orines y a humedad
encerrada.
Es la promesa de la palabra
no escrita.
Es un sueño inalámbrico
que cae al vacío.
La mueca
de la vida que se ríe
de sí misma.
La última máscara
que no queremos perder.
La enmohecida moneda
que está en el aire.
Llagas penitentes
de la desesperanza.
Clavo en la memoria.
Es la curva que se extingue
en agria saliva.
Una herida curada con vinagre.
Sin remedio,
corre la tragedia
como un soplo
que no acaba de posarse.
DEFINIENDO LA MUERTE
Se dice muerte
si el último suspiro
reclama libertad.
Bendito vacío.
La justificación
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de todo olvido,
aún del propio olvido.
En la depresión
sólo nos ponemos
el cuerpo
a fuerzas
cada mañana.
En la muerte
ya no tenemos nada
que ponernos.
Caminé a tientas
mientras rezaba al revés,
por eso
no espero clemencia.
Fui alguien que nació
para no ser,
y como tal,
espero que nadie
me recuerde.
Quiero anular
toda posibilidad
de recuerdo
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y plegaria,
consumirme
en los labios
del crepúsculo.
El eclipse
final
ha llegado.
El vuelo
de la mariposa
se esfuma
en luz.
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El viento sopló
al efímero
castillo de naipes,
y voló para siempre
como un juego incierto
de violetas.
Mi cruz se consume
a una sola voz,
y no queda de otra.
Aullido inútil
de siete suelas:
El colmillo del elefante
que pregunta
lo que no tiene respuesta.
La vida cabe
en la promesa de una lágrima
como un capullo que se abre
en los confines del anhelo,
como el susurro de una espiga,
como un sueño
que se desvanece
en la preñez eterna
del deseo.
Un galope
por la desvelada noche,
un grito de ausencia,
la llama
que se consume a pausas.
Y así,
sin donde ni como
ni cuando,
me quedo con el regocijo
de los sentidos.
No hay edad para que algunos sueños terminen. No hay edad para el dolor.
Quedarse solo
es como transformarse
en un fantasma
que corre y se desgañita
en la niebla matutina,
entre jirones,
y sólo responde
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un eco.
Sea por Dios esta soledad
calzada a fuerzas.
La soledad es un plato
que se sirve en ayunas
con rebanadas de luna desvelada;
se adereza con adioses,
de tal manera
que saltan las telarañas
a la red del precipicio.
No quiero verme
en ese espejo
de palabras
sin reflejo.
Enterradme
antes que eso suceda.
Siempre el ala
se rompe
antes del vuelo,
o acaso es el destino:
nacer con las piernas rotas.
El amor es la ostia
imposible de la comunión,
siempre atrás del fuego
de la palabra que incendia.
Y lo que resta,
para el infinito de mi corazón.
Espero en harapos,
ciego, inmóvil, con los sentidos
durmiendo en el otoño,
y en tu ausencia,
como sabor de vinagre.
Despierto a la conciencia
de ti que ya no estás
y es como lento tic, tac,
de un reloj que no se mueve.
Como una pesadilla
del inmóvil croar del cuervo.
Debo haber estado ciego
para colarme por los resquicios
de ese tiempo muerto que era
como una banderilla en el corazón.
Era la primicia de un beso
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De tanto dolor
ya ni siento
la marca de Caín
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agria y desolada.
Es como una gota de tinta
que se esparce
por mis ojos
y duele en mis venas.
Cuando la ausencia
es presencia
de puro tormento,
no queda ni el grito.
No alcanzo el resuello.