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Autores: Psic Silvia Grande- Iris Valles- Liliana Baños.

Carrera de Post Grado Especialización Psicología Clínica Insitucional y


Comunitaria-Area Psicoanalítica.Fac Psicología UNR

UNA HISTORIA SENCILLA- TRES ESCENARIOS Y UNA PREGUNTA QUE


INSISTE
Una experiencia en la Formación de Post Grado

La universidad en el siglo XXI será seguramente menos hegemónica, pero no


menos necesaria de los que fue en siglos anteriores. Su especificidad en
cuanto a bien público reside en ser la institución que liga el presente con el
mediano y largo plazo por los conocimientos y la formación que produce y
por el espacio público privilegiado para la discusión abierta y crítica que
constituye. Por estas dos razones es un bien público sin aliados fuertes. A
muchos no les interesa el mediano plazo y otros tienen poder suficiente para
poner bajo sospecha a quien se atreve a sospechar de ellos criticando sus
intereses.
La universidad pública es entonces un bien público permanentemente
amenazado, pero no hay que pensar que la amenaza proviene solamente del
exterior, porque ella también proviene del interior (...). Una universidad en
ostracismo social por su elitismo y corporativismo, y paralizada por la
incapacidad de autointerrogarse de la misma forma en que ella interroga a la
sociedad, es una presa fácil de la glabalización neoliberal”-
Boaventura de Souza Santos

1) Encontrarnos en nuestras huellas…


La Carrera de posgrado de Especialización en Psicología Clínica,
Institucional y Comunitaria existe desde antes de la creación del posgrado de
la facultad. Nos movemos permanentemente en un terreno incómodo como
veremos al desplegar los tres escenarios que recortamos para mojonar esta
historia.
Nos propusimos la producción de un espacio de formación de psicólogos en
torno a las prácticas en el campo de las políticas públicas en salud. Nuestra
historia como grupo (que excede a quienes hoy estamos en la Carrera) dá
cuenta de distintos momentos de esta propuesta.

1
Primer escenario: gremial.
En este escenario se produce la construcción de un actor que toma una forma
organizativa, posibilitando una disputa en el espacio político y una propuesta
de legitimación de prácticas. Este actor es la Interhospitalaria de la Asociación
de Psicólogos de Rosario.
Varias escenas confluyen en su construcción:
- Año 1980, gobierno de la dictadura militar. Resolución Llerena Amadeo.
- Servicios públicos donde esta Resolución amenazaba con ser la “excusa
perfecta” para subordinar la práctica de los psicólogos como auxiliares a
los servicios de psiquiatría.
- Esto lleva a la convocatoria de la Interhospitalaria (segunda) como una
necesidad de defensa gremial, con un perfil de discusión que reubica lo
gremial como toma de posición sobre lo público.
El nombre de Interhospitalaria es un analizador de la experiencia. No hace
referencia solamente a su estructura organizativa: psicólogos de distintos
hospitales de la ciudad (provinciales y municipales) que semanalmente nos
reuníamos en el Colegio de Psicólogos, donde las diversas temáticas
abordadas eran rediscutidas en los hospitales y llevadas nuevamente a la
Interhospitalaria para decidir estrategias frente a los problemas que nos
planteábamos en los distintos hospitales. Cuando decimos que el nombre
Interhospitalaria es un analizador de la experiencia es porque ponerlo a
circular fue en sí mismo una apuesta, un intento de producir una inscripción de
una borradura. La primer Interhospitalaria, la del Hospital Centenario fue un
proceso de organización y de lucha trunco, borrado por la dictadura. Retomar
este nombre tenía un valor, esto fue un punto álgido. Sabemos que “elección”
de las nominaciones no son una casualidad. Algunos sectores de la Asociación
de Psicólogos se resistía a esta nominación, tal es así que en el Organigrama
figuraba con un nombre que se pretendía más aséptico: Comisión de Asuntos
Hospitalarios. Se empieza cediendo en las palabras...decía Freud. La
desaparición como marca social que nombra lo innombrable no fue sólo de
cuerpos, sino también de prácticas.
Jerarquizaremos algunas cuestiones que pensamos constituyen una marca de
esta experiencia sobre la actual:
1) Los movimientos de este actor gremial construído produjeron reacciones de
fuerte confrontación con sectores de la comisión directiva de la Asociación
de Psicólogos Lo interesante fue que estos movimientos no estaban ligados a
reivindicaciones estrictamente gremiales sino a la discusión sobre modalidad
de organización de servicios, de trabajo de los psicólogos y de
posicionamiento frente a la salud pública.

2
2) Un elemento que caracteriza el escenario es la heterogeneidad de los que
participaban, lo que nucleaba no era tanto un acuerdo político, que en
todo caso era bastante vago y general, sino un reconocimiento de un campo
de prácticas donde confluían distintos sectores:
- los que venían con experiencia de militancia de la otra época, algunos fuera
de las instituciones,
- otros habiendo resistido en los hospitales en cierto exilio interno,
luchando con los funcionarios del proceso y que aún habiendo logrado
ciertas reivindicaciones y una legitimidad al interior de los hospitales,
éstas resultaban absolutamente frágiles porque no lograban legalidad,
- los recién recibidos que buscaban un lugar de inserción y
- otro grupo al que llamaremos “los interlocutores” que si bien no
participaban en forma “orgánica” tuvieron un lugar importante y que
formaban parte del espacio. Retomaremos más adelante la importancia del
espacio que propiciaron.
Entonces: fuerte heterogeneidad y posibilidad de circulación de estas
diferencias, por supuesto que con discusiones, disputas álgidas por momentos,
llegando a la confrontación.
3) Otro elemento es, en el marco de la legitimación de las prácticas, la
recurrencia al psicoanálisis, que tenía un carácter cuasi de reivindicación
histórica (frente a la situación de la Escuela de Psicología en la dictadura).
El psicoanálisis permitía abrir espacios de interrogación/formación
inéditos. Luego fuimos anoticiándonos del riesgo de constituirlo en un
discurso legitimador y tan corporativo como cualquier discurso que se
arrogue ese lugar a al que le pedimos que nos responda institucionalmente.
No es que estuviéramos advertidos de esto desde el comienzo. Más bien
parecía que la obligatoriedad de la pregunta ¿es posible el psicoanálisis en
el hospital? iba haciendo el lugar para pensar otra práctica. Durante mucho
tiempo (y no sin vacilaciones) esta otra práctica se configuraba como “lo
otro” de la práctica privada. Ésta aparecía como un ideal al que había que
acercarse y que tenía casi el carácter de una reivindicación Una práctica
pública lo más parecida a la privada como valor indiscutido. Los recorridos
en las prácticas y la interpelación del discurso político ponía en alerta
respecto de este reduccionismo de someter lo público a las modalidades del
contrato privado como ideal. Después caímos en la cuenta que no se
trataba sólo de un riesgo de la práctica del psicoanálisis sino de las
dificultades que conlleva toda práctica social.

Tres ejes se fueron recortando como líneas directrices de esta experiencia:


Gremial – Formación - Político-comunitario

3
Hay una interrelación entre estos ejes, al punto tal que cada uno de ellos se
constituye en condición de posibilidad de los otros.¿ Cómo pensar lo gremial
al margen de la formación y de lo político-comunitario? Esta quizás fue la
apuesta más fuerte de la Interhospitalaria. Tomar lo político-comunitario no
como el contexto de nuestras prácticas, sino como el proceso mismo de
construcción y reproducción de las prácticas sociales. Esto implica un análisis
de lo político en tanto acumulación de poder y por lo tanto de las estrategias
que las prácticas posibilitan. Claro está que no podemos analizar las prácticas
sin lo político (hacia donde acumulan, qué reproducen, qué modelos de salud,
de sociedad proponen, qué utopías despliegan) y tampoco podemos dejar de
lado la formación, la interrogación acerca de los fundamentos, de las razones
de nuestras prácticas. Aquí es donde aparecen como un espacio privilegiado,
al que llamamos más arriba, “los interlocutores”, quienes dictaban
seminarios, daban charlas de aquellos temas que nos parecían necesarios,
supervisaban, pero fundamentalmente participaban en gran parte del proceso.
Largas jornadas discusión en donde presentábamos trabajos por servicios y
discutíamos desde los abordajes clínicos (encuadre, transferencia, dirección de
la cura, abstinencia), los modos de institucionalización y nuestras
complicidades y las estrategias político-gremiales.
Esta experiencia nos dejó una marca, casi un estilo de construcción, que
funcionó como un acicate permanente: la íntima y conflictiva relación entre
organización -modalidad organizativa que nos planteábamos como sector para
legitimar nuestras prácticas y para constituirnos en actores sociales, al interior
de salud y de las políticas sociales- y la profundización de la discusión
respecto de nuestras propias prácticas -del análisis crítico de nuestras
posiciones respecto de la clínica en lo público, la asistencia y sus modalidades,
la prevención como discurso-. Entonces se nos planteaba una tensión
permanente entre la modalidad organizativa para la disputa en el campo de lo
político que implica discutir nuestras contradicciones en el campo de las
prácticas.
Estaba puesto en cuestión: ¿ Qué prácticas queremos legitimar?¿Qué marca
produce en nuestras prácticas el carácter de lo público?. Esto, que aparece
como accesorio, requiere de una redefinición cuando se pone en primer plano
la discusión de las Políticas de Salud.
Docencia fue quizás el punto más álgido y más difícil de soportar
institucionalmente, a tal punto que el cuestionamiento que se planteaba desde
la Asociación de Psicólogos (aún después de haberse democratizado la
institución y aún estando algunos de los miembros de la interhospitalaria en la
Comisión Directiva) era que queríamos constituir una asociación “paralela”,
que no podíamos tener una docencia propia.

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Nuestra debilidad como sector gremial (Ley de Colegiación de por medio)
para incidir en la definición de políticas de salud nos llevó a la búsqueda de
otros espacios. La apertura democrática y la posibilidad de ingresar en
universidad nos hizo plantear llevar la propuesta de formación gestada en el
espacio de la interhospitalaria. Abordaje de la clínica centrado en la
subjetividad (psicoanálisis, como teoría que da cuenta de la tensión
singularidad/alteridad en los procesos de subjetivación) incluyendo la
experiencia política. La propuesta de una formación del psicólogo en el
ámbito de la salud pública con énfasis en el análisis de las propias prácticas.

Segundo escenario: Escuela de Psicología Residencias de posgrado en


Psicología clínica, institucional y comunitaria (a partir del período
democrático que se inaugura en 1983).
Si bien existen experiencias similares en el campo de la Salud, propios de las
Carreras del Arte de Curar, resultó una experiencia inédita en el campo de la
Psicología Clínica. Las residencias de posgrado proponían un modelo de
formación centrado en la práctica, con una práctica intensiva y con un fuerte
acompañamiento docente.
El eje estaba puesto fundamentalmente en la transmisión, no pensada en los
términos de práctica docente tradicional. Intentábamos romper con una
modalidad universitaria que hacía de la práctica un espacio siempre relegado,
de aplicación de la teoría. Proponíamos una transmisión que posibilitara ir
tramando en la práctica misma las preguntas a que esta nos convocaba y
recorrer las razones, buscarlas en espacios de argumentación que irían, por
añadidura, diciendo respecto de algunas estrategias posibles, construyendo
un estilo de trabajo, que no se pretendía identidad. No éramos
institucionalistas, pero nuestro espacio privilegiado eran las instituciones; no
queríamos una reproducción de un psicoanálisis empobrecido para
instituciones de pobres, pero no era sin el psicoanálisis que nos
interrogábamos. Apostamos -Ulloa1 nos permitió aclararnos ciertos recorridos
de nuestra búsqueda, algún tiempo después- a la aparición del estilo en el
desprendimiento de ciertas identidades coaguladas, proceso nada sencillo,
pero sobre todo incómodo. Las identidades taponan con una respuesta desde la
pertenencia institucional las posibles preguntas a las que la complejidad de los
problemas nos confrontan. La identidad sería, entonces, una de las formas de
la institucionalización. Algunos podían acusarnos de “sociales” (psicólogos
sociales, asistentes sociales, etc) porque pensábamos que no sólo el
psicoanálisis podía constituirse en discurso crítico de la cultura y de las

1
Cfr Ulloa, Fernando: La Novela Clínica Psicoanalítica. Historial de una práctica. Paidós. Argentina. 1995

5
prácticas. Desde la epidemiología crítica latinoamericana rescatábamos los
procesos de salud-enfermedad como sociales.
Tampoco podíamos reconocernos como psicólogos sociales, claro está que
repetíamos con Freud; toda psicología es social..., pero insistimos con la
pregunta de: qué consecuencias tiene esto en nuestra práctica?. Esta
afirmación corre el riesgo de transformarse en una contraseña que nos exime
del compromiso ético de ponerla a prueba en lo que hacemos con lo que
decimos y en lo que decimos hacer. Corre el riesgo de constituirse en un “ya
lo sé, pero aún así...”. Esta dificultad, que precisamente, nos convoca
permanentemente: la tensión entre lo social/lo individual/lo singular es propia
de las condiciones de producción de nuestras prácticas, no constituye una
molestia accesoria y le confiere un perfil particular a la experiencia.
Sosteníamos la pregunta: ¿cómo desplegar una práctica en lo público que
rescate la potencialidad de este espacio y no se constituya en un pariente
empobrecido, en una degradación de lo privado?.2
Supimos siempre de la fragilidad con la sosteníamos esta experiencia. Con
una articulación mucho más fuerte con las instituciones de salud y con las
residencias médicas que con nuestra propia facultad. La situación era bastante
atípica, o mejor dicho, producto de la tensión entre la historia política de la
universidad (desacompasada, con rupturas, deudas e intereses sectoriales) y
la necesidad de producir un modo de formación acorde al espacio que lo
“psi” había ocupado socialmente. Instalar como deuda de la Universidad la
búsqueda de algunas respuestas a problemáticas que distintos sectores
sociales plantean.

Tercer Escenario: Carrera de Especialización en Psicología Clínica,


institucional y Comunitaria.
Los marcos normativos con los que se regulan los posgrados surgieron a
posteriori de la implementación del proyecto original que dio lugar a la
Carrera. Este “destiempo”, más las condiciones de las prácticas (las demandas
institucionales y sociales con las que nos confrontan como universidad),
hacen que las normativas no siempre resulten facilitadoras de la producción.
Se corre el riesgo de tener que ajustar la “experiencia” y la realidad a la
normativa en lugar de que ésta sea el marco que haga posible la experiencia.
En este Tercer Escenario surge la Carrera de Especialización en Psicología
Clínica, institucional y Comunitaria. Nos convertimos en “especialidad”,

2
Cfr Fernández, Ana María y cols: Instituciones Estalladas. Ed Eudeba. Argentina. 1999

6
tema controvertido ya que implica una fragmentación de las problemáticas en
objetos, favoreciendo la descontextualización.
Aquí ingresa un actor clave: la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación
y Acreditación Universitaria).
Los posgrados se constituyen en una alternativa económico-política. La
Coneau establece las normativas a las que se ajustarán los posgrados. Los
posgrados adquieren mayor visibilidad. Se trata de una etapa conflictiva, dos
elementos aparecen en torno al discurso neoliberal: privatización y calidad y
una necesidad que no podríamos pasar por alto debido a las consecuencias
que tiene: la evaluación. La base normativa que se fue estableciendo ubicó al
Estado en lugar de evaluador.
Tal como lo plantea Paula Ferrari: “Una de las características constitutivas de
este (tipo) de universidad era la autonomía académica y administrativa del
Estado y del mercado para organizar su oferta institucional”. Esto, según la
autora redefinió los espacios públicos constituidos. El estado evaluador puso
en cuestión la autonomía universitaria como modalidad de construcción que
en muchos momentos unificó a distintos sectores contra el avance de procesos
dictatoriales, proponiendo espacios de libertad y producción de pensamiento.
Pero también habría que leer en el estado evaluador el efecto de una
contradicción entre los desarrollos de conocimientos ligados a intereses
sectoriales que poco expresaban de la articulación entre la universidad y las
demandas sociales. Ciertamente la Universidad tiene mucho para evaluar,
una evaluación a realizar que constituye una deuda histórica, pero ¿qué
propone este modo de evaluación?. Una 3medición según estándares de
eficiencia, eficacia y excelencia académica.
En un movimiento ya conocido en otros ámbitos, pero más resistido en el
educativo a nivel del grado, se promovió la privatización como instrumento
de garantía de derechos. Aquí el estado como evaluador debe garantizar a los
consumidores la calidad de los estudios superiores. O sea que venimos
planteando un movimiento que incluye tanto a la privatización como a la
evaluación, se mueven en el mismo sentido. Sabemos que esto es producto de
los reajustes producidos según las recetas de Banco Mundial: acortamiento de
carreras de grado y variedad de posgrados (cortos y con menos requisitos). Lo
que resulta más llamativo no es que el Banco Mundial y el menemismo hayan
implementado su propuesta de ajuste, sino que la misma haya sido promovida
por diversas gestiones de la universidad en el marco del desarrollo de una
política de expansión según la lógica del mercado. No se trata de abrir una
valoración de estas gestiones, sino simplemente de remarcar cómo esa lógica
3
Gentili, Pable: Introducción, en Espacio Público y privatización del conocimiento. Clacso Libros. Buenos
Aires. 2005

7
neoliberal promovida por el gobierno central no apareció como contradictoria
con otra de signo político contrario, defensora de la autonomía. No sólo no
resultó contradictoria en los hechos sino más bien se instrumentó para
obstaculizar el desarrollo de prácticas que plantean una profundización del
compromiso social del trabajo académico, estableciendo parámetros de
calidad que se pretenden apolíticos. “Así la calidad se reduce a la
identificación de una serie de estándares de productividad y rendimiento
académico, a la implementación de sistemas de valor jerarquizantes, a la
vinculación (o subalternización) de la producción científica a las demandas
del mercado...”
Los posgrados fueron y son efectivamente el lugar en donde se concretizó la
llamada “privatización del conocimiento”. La universidad corre el riesgo de
quedar limitada a ser una especie de maestro de ceremonias que, en un juego
supuestamente democrático, abre sus puertas para que cada quien desarrolle
su línea académica y atienda su propio juego. Aquí la democracia sería
posibilitar todas las ofertas posibles para que el mercado decida. ¿Qué lugar
queda para un compromiso científico-académico con las necesidades de una
población cuyas condiciones de reproducción social las expone a la injusticia,
a la inequidad y a la segregación? Población en donde el mercado ya realizó
la “selección natural”.

2) La evaluación pendiente…
Cómo continuar sosteniendo una apuesta donde la universidad contribuya a
garantizar el derecho a la salud de la población no sólo de modo retórico,
sino agendándolo permanentemente a través de prácticas que interpelen los
modos mismos de producción de subjetividad.
En el propósito de la Carrera converge la función del Estado garantizando el
derecho a la salud de la población con la función de la Universidad
proveyendo una formación que responda a las necesidades de la comunidad
de referencia. Esto implica una profunda y permanente reflexión acerca de la
práctica de los psicólogos en el marco de las políticas públicas. En este
sentido esta Carrera recupera y profundiza un proceso histórico de la región
que ha posibilitado una fuerte inserción de las prácticas “psi” en las
instituciones públicas. Desde el año 1984 acompañamos este proceso de
discusión de políticas en Salud Mental y particularmente de perfiles de
prácticas psi, constituyéndonos, como Carrera perteneciente a la Universidad,
en interlocutores de la entidad gremial y de las entidades Municipales y
Provinciales, responsables del establecimiento de políticas en Salud Mental.
La formación de los llamados “recursos humanos” no es un aspecto accesorio

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en la planificación de políticas, sino que constituye una cuestión nodal a la
hora de pensar los cambios que tanto se reclaman en el sistema de salud. La
reproducción de prácticas “psi” institucionalizadas (ya sea por la vía
académica o por intereses corporativos) muchas veces dificulta que la
Universidad esté a la altura de las demandas que socialmente se establecen.
Es por ello que esta Carrera, con eje en las prácticas, debe estar advertida del
modo en que esas demandas se producen y de las repuestas académicas que se
proponen, en la especificidad del perfil de formación, tanto en lo teórico
como en el modo de articulación de las prácticas. Las demandas con las que
el campo de las prácticas clínicas institucionales y comunitarias nos
confrontan son las de intervención frente a situaciones complejas que
implican necesariamente a otros actores y otros saberes y conllevan a la
necesidad de profundizar en lo académico temáticas fundantes de nuestro
núcleo de saber: concepciones de sujeto, clínica posible en situaciones de alta
vulnerabilidad, modos de intervención en las instituciones “desfondadas”, la
constitución de redes comunitarias y su relación con los procesos de
construcción de subjetividad y de salud. Además de la profundización de los
núcleos de saber que la formación académica tiene que garantizar para
producirse en un “banco de herramientas”, este modo de relación teoría-
práctica interroga fuertemente a la teoría, impidiendo un cierre en el saber que
esteriliza su productividad y amenazaría en constituírla en una “isla”. Esta
práctica, en su relación a la formación, constituye uno de los analizadores del
perfil de formación propio y del grado. No se trata sólo de que el cursante
tenga un espacio de práctica sino de que dicho espacio se transforme en un
“laboratorio” de prácticas. En este sentido la Carrera no sólo se posiciona en
su relación con las políticas públicas, sino en su relación con la Facultad
como espacio de producción de políticas. Esta particular situación de la
Carrera -que se propone una producción académica respecto de las prácticas
clínicas institucionales y comunitarias de la psicología- conlleva una
permanente interrogación sobre la adecuación de los contenidos mínimos y su
articulación en los programas de las asignaturas, de modo que aporten a la
producción de respuestas a las problemáticas del sufrimiento psíquico de la
población en este momento histórico. Propiciamos que esta compleja
articulación se constituya en un analizador del grado de coherencia entre
necesidades de la población/demandas en salud/prácticas profesionales, tanto
en sus dimensiones políticas como técnicas. La evaluación en este punto es de
fundamental importancia e implica la construcción de diagnósticos en
escenarios diferentes tales como la institución de formación de recursos
humanos y los espacios institucionales y comunitarios.

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3) El ámbito de las prácticas clínicas en instituciones y comunidad, sus
obstáculos/condiciones de posibilidad
¿Especialidad vs especificidad?
La clínica institucional y comunitaria no se propone como un campo
absolutamente diferencial de la clínica que requeriría de conceptos propios -al
modo de ordenadores teóricos diferentes-, tampoco se trataría de la aplicación
de la clínica en un contexto institucional y comunitario ni de una técnica
aplicable a diferentes contextos. Sin embargo la especificidad de las
prácticas clínicas institucionales y comunitarias amerita a detenernos en
sus condiciones de posibilidad.

El trabajo en las instituciones (donde coexisten diversas prácticas)


requiere de una lectura de los procesos de determinación y condicionamiento
en los que es necesaria una discriminación de la particular imbricación
producida entre procesos subjetivos, sociales, aparatos jurídicos,
organizaciones institucionales. Discriminación que tiene el objetivo de
analizar las condiciones en las que una praxis se produce. Para este análisis se
despejan dos dimensiones: político-clínica: -no porque confluyan en el mismo
acto- sino porque ambas dimensiones deben ser revisadas, ya que una
estrategia institucional y/o comunitaria para abordar un problema nos debe
permitir estar en condiciones de decidir –esto lo subrayo porque es
fundamental al pensar estrategias- los modos de intervención acordes a las
modalidades que el padecimiento subjetivo presenta. ¿Qué estrategias
producir a fin de que el problema de los niños no se minorice, para que el
sufrimiento mental no se manicomialice (recordar a Ulloa, la
manicomialización no ocurre solamente en los hospitales psiquiátricos,
cualquier práctica puede tornarse manicomializante), para no convertirnos en
un engranaje más de la judicialización de la pobreza? La proliferación de
políticas sectorizadas contribuye a sostener/producir segregación. El riesgo o
uno de los riesgos es ingresar como engranaje en esta focalización,
psicopatologizando la pobreza.

Decíamos que la especificidad de estas prácticas amerita a detenernos


en sus condiciones de posibilidad:

Estas condiciones de posibilidad pueden ser pensadas fundamentalmente


(hacen a los fundamentos de nuestra práctica) como aquellos puntos que de no
ser sometidos a un análisis crítico, funcionan como verdaderas resistencias del

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psicoanálisis, al modo en que lo plantea Derrida4, diferenciándolas de las
resistencias al psicoanálisis. Las resistencias al psicoanálisis sería esta
mundialización del mundo que resiste al psicoan´laisis no autorizándolo a
tocar sus axiomas fundamentales de la ética, del derecho, de la política.
Inversamente si el psicoanálisis resiste autoinmunitariamente fracasa en
pensar y cambiar esos axiomas. Es en su poder de poner en crisis que el
psicoanálisis está amenazado y entra en su propia crisis. ¿Cuáles son esas
condiciones de posibilidad/puntos de resistencia? Planteamos tres, sabiendo
que seguramente son más, pero decimos tres porque nos referimos a esta
problemática en el marco de la pregunta acerca de la formación universitaria.

1- Primer punto de resistencia cuya crítica es necesaria para pensar una


práctica institucional: las instituciones no son el contexto de nuestro
trabajo, son aquello que instituimos en nuestra práctica. Algo del carácter
subversivo del psicoanálisis recuperaremos si nos podemos preguntar que
institución producimos con nuestra práctica. Porque nos seguimos
manejando con una concepción un tanto ingenua respecto de la institución,
como si fuera aquello que se resiste a nuestra práctica, si bien esto es así,
no es esta resistencia la más preocupante, sino aquella que no nos permite
ver nuestra propia institución. Es una verdadera complicación ya que no
nos permite tener una postura crítica respecto de nuestra práctica. Esta
resistencia es solidaria de una posición de cierto psicoanálisis que piensa la
institución como una interferencia (no como un obstáculo) que distorsiona
la demanda de un sujeto, que aquí en la institución no es “como debiera
ser”. Podríamos agregar una ilusión solidaria a esta posición: sin
institución la demanda sería pura. En la interferencia la institución adquiere
el carácter de impedimento y no de obstáculo inherente a la práctica
misma. Esto tiene consecuencias muy evidentes en la práctica. “Un
obstáculo no es un impedimento, Y sin embargo, la institución vive de esta
confusión…”5 La institución se sostiene en esa confusión. Entonces cuando
planteamos a la institución en términos de interferencia y no de obstáculo
de la práctica ¿en qué juego de omnipotencia/impotencia embarcamos
nuestra práctica, cuando nos resistimos a dilucidar el orden de los
obstáculos (que no son los problemas que hay) en ella? Solidario al planteo
de la institución como interferencia las preguntas históricas de los
psicoanalistas en el ámbito de lo público enmarcan estas prácticas en su
44
Cfr: Derrida, Jacques: Estados de ánimo del psicoanálisis. Ed Paidós, Buenos Aires, 2001
Derrida, Jacques: Resistencias del psicoanálisis. Ed Paidós, Buenos Aires. 1998
5
Jinkis, Jorge: La acción analítica. Capítulo: Artificios del deseo para conjeturar un estilo, pág 220. Ed
Homo Sapiens, Rosario 1993

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negatividad/degradación respecto de la práctica privada. La pregunta sería:
¿Qué condiciones de posibilidad se nos abren en nuestra práctica si lo
público está en el lugar del obstáculo, o sea se transforma en aquello que
no es la degradación de lo privado, sino un lugar de producción?

2- Poniéndonos al amparo de la interpelaciones desde otras prácticas,


protegiéndonos de la incomodidad que produce a nuestro pensamiento
concepciones diferentes se suele “aplicar” sobre estas incomodidades el
aparato conceptual del psicoanálisis, juzgando, moralizando otras prácticas
a las que se adjetiva rápidamente como “discurso amo”, obturación del
deseo, desconociendo las modalidades propias de producción de saber de
esas prácticas. Toda planificación en salud es discurso amo, tecnocracia
desubjetivante, toda respuesta es obturar el deseo, toda falta de respuesta
del sistema (médicos, trabajadores sociales, agentes sanitarios,
enfermeros) es rechazo al sujeto.

Así, en lugar de soportar la tensión con la que nos confronta la práctica en


campos como el de las políticas de salud pública en donde aunque la
delimitación de los núcleos de saber sea clara, en la práctica se generan
zonas oscuras de intersección, de contradicción, de articulación. Estas zonas
nos conminan a profundizar la complejidad de las problemáticas, las lógicas
de determinación de esos campos como diferenciales y evitar el
reduccionismo de utilizar el psicoanálisis como un código de lectura.

3- Un tercer punto de resistencia estaría ubicado en el modo de pensar lo que


Ulloa6 llama el “trabajo con la numerosidad social”: las prácticas
institucionales y comunitarias. En donde aparecen múltiples pedidos a
profesionales psi, ligados a temáticas tales como: las crisis institucionales
en escuelas y en organizaciones comunitarias (con el intento de lograr
instalar una pregunta que frene la derivación masiva a Psicología), la
omnipresente violencia como preocupación, las tensiones entre grupos
sociales y las instituciones estatales, la creciente degradación del espacio
de lo público. Problemáticas en las que no somos los únicos actores
convocados, pero que nos interpelan respecto del modo en que pensamos
la lógica de lo colectivo, su relación con la legalidad, con la ética, con el
poder. Del modo en que pensamos los efectos de las lógicas institucionales

6
Cfr Ulloa, Fernando: Novela Clínica Psicoanalítica. Historial de una práctica. Ed Paidós. Argentina. 1995

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en la subjetividad, de los modos de organización de los procesos de trabajo.
Retornan aquí los conceptos de institución, del campo de lo público y
ahora agregaríamos lo colectivo. Repetimos a Freud en Psicología de la
Masas y Análisis del yo: No existe oposición entre Psicología Individual y
Psicología Social o Colectiva. “En la vida anímica individua aparece
integrado siempre,…, “el otro”, como modelo, objeto, auxiliar o
adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y
desde un principio psicología social, es un sentido amplio, pero
plenamente justificado” 7 La pregunta sería si no repetimos esta frase para
desentendernos de las consecuencias y si transformarla en una obviedad no
silencia sus efectos.

Los puntos que marcamos como resistencias del Psicoanálisis nos


interrogan respecto de la formación, balizan nudos problemáticos que
requieren de un análisis crítico a fin de que no se conviertan en resortes de
autoinmunidad del psicoanálisis; esto es: en lugares en donde renegamos del
psicoanálisis como discurso crítico de la cultura, con el riesgo de convertirlo
en un discurso hegemónico.

7
Freud, Sigmund: Psicología de las Masas y Análisis del yo. Pág 2563. Obras Completas. Tomo III. Ed
Biblioteca Nueva . Tercera Edición. Madrid .1973

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