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En defensa del ocio

Visto bajo el prisma del culto a la productividad, dominante en la vida actual,


acomodarse en el jardín y entregarse a la “inactividad” podría sonar casi
como una blasfemia. Sin embargo, así, sentado en una “actitud
contemplativa”, fue como la famosa manzana encontró a Isaac Newton.
Ejemplos como este hay muchos –Descartes divagaba acostado cuando una
mosca en la pared lo inspiró a crear los famosos ejes cartesianos- y a ellos
echa mano el científico estadounidense Andrew J. Smart en su ensayo “El
arte y la ciencia de no hacer nada” (Tajamar Editores, 2016). A ellos, claro, y
también a los últimos descubrimientos en torno al funcionamiento del
cerebro, particularmente a la llamada “red de estado de reposo” (RSN) o “red
neural por defecto” (DMN). Ésta fue descubierta por el neurocientífico
Marcus Raichle, de la Universidad de Washington. “Si todo lo que el sujeto
hace es permanecer con los ojos cerrados o mirar fijamente la pantalla, la
actividad cerebral no disminuye, sino que simplemente cambia de lugar. La
zona que se desactiva durante la ejecución de tareas aumenta su actividad
durante el reposo: se trata de la red de estado de reposo”, explica.
Lo que ocurre allí es para Smart la veta de oro respecto a la creación de
ideas, conceptos y percepciones novedosas y el establecimiento de nuevas
conexiones entre cuestiones aparentemente disímiles; es decir, es un campo
fértil para que podamos ser creativos.
Por el contrario, cuando el cerebro sufre un continuo bombardeo de
estímulos, como mails entrantes, mensajes de whatsapp, llamadas
telefónicas, conversaciones y tareas pendientes, nada nuevo puede brotar de
nuestra cabeza. Así, lo habitual es que estemos permanentemente
atendiendo a las demandas del ahora, “el desafío del momento”, como le
han llamado.
En concreto, Smart reivindica en estas 194 páginas el derecho y,
prácticamente, la obligación de disfrutar del ocio (“en periodos extensos e
ininterrumpidos”), analizando cómo ha llegado a ser satanizado en nuestra
cultura y, lo central, mostrando que hay zonas del cerebro que solo
funcionan cuando holgazaneamos y que son vitales para seguir siendo
humanos.

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