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LETRAS E IDEAS José Antonio Maravall

Dirige la colección
FRANCISCO RICO

LA CULTURA DEL BARROCO


ANÁLISIS DE UNA ESTRUCTURA HISTÓRICA

EDITORIAL ARIEL
Esplugues de Llobregat
. Barcelona .
ABREVIATUR!A:S

Cubierta: Alberto Corazón


AFA Archivo de Filología Aragonesa (Zaragoza)
AHE Archivo Histórico Espafiol
BAE Biblioteca de Autores Espa:õ.oles
BHI Bulletin Hispanique (Burdeos)
BN Biblioteca Nacional (Madrid)
BRABLB Boletín de la Real Academia de Buenas Letras
de Barcelona
cc Clásicos Castellanos
CODOIN Colección de Documentos Inéditos para la His-
toria de Espafia
CSIC Centro Superior de Investígaciones Científicas
MHE Memorial Histórico Espa:õ.ol
NBAE Nueva Biblioteca de Autores Espafioles
RABM Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (Ma-
drid)
RBAM Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo de
Madrid
REP Revista de Estudios Políticos (Madrid)
© 1975: José Antonio Maravall, Madrid RFE Revista de Filología Espaiíola (Madrid)
RSH Revue des Sciences Humaines (Lille)
Depósito legal: B. 2.059 - 1975

ISBN: 84 344 8314 9

Impreso en Espafia

/915. - 4riel. S. A., Av. J, Antonic>, 134-138, Bsplugues de Llobregr.t (Barcelona,)


No, los puebios no siguen órbitas trazadas desde
la eternidad, ni van, como los astros, dormidos por
sus curvas gigantescas.
CLAUDIO SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Historia y libertad.
PRÓLOGO

Desde que en estas fechas, hace treinta afios, presenté en


la Universidad de Madrid mi tesis doctoral, inaugurando mi
vida de investigador, no me ha dejado de preocupar en ningún
momento, junto a otros posibles temas en los que haya traba-
jado paralelamente, la problemática cuesti6n de la cultura ba-
rroca. Desde tantos de sus aspectos, tan complejos y tornaso-
lados, he tratado de indagar qué era esa cultura en la cual se
hallaban inmersos y con cuyos elementos tenían que hacerse su
propia existenda personal los hombres dei siglo XVII. Si la rela-
ción personalidad-cultúra es siempre determinante de los mo-
dos de ser que ante el historiador desfilan, quizá en pocas épo-
cas la segunda parte de ese binomio haya tenido la fuerza -no
aceptada fádlmente, sino discutida y sometida a. profunda ten-
sión- que en el Barroco. Estudiar éste es situarse, por de
pronto, ante una sociedad sometida al absolutismo monárquico
y sacudida por apetencias de libertad: como resultado, ante
una sociedad dramática, contorsionada, gesticulante, tanto de
parte de los que se integran en el sistema cultural que se les
ofrece, como de parte de quienes incurren en formas de des-
viación, muy variadas y de muy diferente intensidad.
En 1944 apareció mi T eoría espafíola del Estado en el
siglo XVII. Había allí subyacente toda una concepción del Ba-
rroco, pero no me consideré suficientemente provisto de res-
puestas satisfactorias a tantas preguntas que, de los materiales
12 LA CULTURA DEL BARROCO PRÓLOGO 13

con los que trabajaba, saltaban disparadas sobre mí, como para asociado de la Universidad de París-Sorbona, pude en ella de-
atreverme a desenvolver explícitamente esa concepción (por senvolver todo un curso oral del llamado, en el régimen uni-
otra parte, como es de suponer, llena entonces de oquedades versitario francés, segundo ciclo, en 1970-1971. Finalmente, en
que s6lo una larga y paciente investigación ulterior me permi- 1972-1973, di un curso de doctorado en mi facultad de la Uni-
tida ir llenando). Creo que a partir de aquel momento no han versidad Complutense de Madrid. Si alguno de los que me han
pasado los días sin reflexionar -por lo menos, en la mayor escuchado en cualquiera de las citadas ocasiones, toma en sus
parte de ellos- sobre algún punto del campo del Barroco y manos estas páginas, comprobará fácilmente que, sin dejar de
sus alrededores, sin escribir algunas páginas sobre el tema. Ex- mantenerse invariables las líneas generales de mi interpretación,
tensas partes de otros libros míos anteriores han tratado ya de el desarrollo sistemático de la misma y, quizá también, en bue-
la historia y de la comunidad política, del Estado moderno y na parte, los materiales empleados cada vez han cambiado lo
de la sociedad en que éste se inserta en el Renacimiento y en el suficiente uno y otros para hacer nuevo el conjunto. De todos
Barroco. Aparte de esto, he podido contar -porque, al tiempo modos, esta breve narración autobiográfica con que empiezo
de escribir esta obra, he ido revisándolos para reunidos en un ahora no tiene más que un modesto objetivo: no pretendo sino
volumen- con quince estudios monográficos dedicados a deli- evitar se me pueda achacar improvisación e impaciencia. En los
mitados aspectos de esa segunda época. En tales condiciones, últimos meses he revisado una vez más mi trabajo y he alcan-
creo que puedo aportar algunas palabras que contribuyan a zado una última versión del libro que aquí se ofrece. Es posi-
esclarecer la de suyo turbia imagen de la época barroca, o tal ble que debiera haber esperado y ensayado muchas versiones
vez quizá a embrollarla definitivamente. más. Pero no tengo fuerzas para ello, ni puedo desatender la
Fue .en una instituci6n cultural espafiola, en Roma -había llamada de otras cuestiones que ahora me preocupan; sobre
ido allí invitado a hablar, en la universidad, sobre el Estado todo --dicho sinceramente-, buena o mala, creo haber logra-
moderno-, donde en 1960 me arriesgué a presentar ya en una do esa versi6n general de la cultura barroca que ha venido
conferencia. el primer intento de un esquema de interpretaci6n siendo para mí una necesidad desde que inicié mi ocupación
general de la cultura barroca. No necesito afiadir que el térmi- profesional en la investigación histórica y acerca de la que du-
no «general» aquí resulta de todos modos bastante reducido, rante tanto tiempo me he estado interrogando.
porque en ningún caso, ni entonces ni ahora, mi construcción En el considerable plazo de esos anos a los que me refiero
interpretativa traspasa los límites de la historia social de las tuve la singular fortuna de contar, en alguna ocasión, con la
mentalidades, en la que, según consta a quienes me cono- contradicción sugestiva, incitadora, de un maestro de quien he
cen, me vengo moviendo desde bastante tiempo atrás, precisa- discrepado y a quien he admirado por encima de todas nues-
mente desde que di comienzo a los trabajos que por primera tras diferencias de opinión. Me refiero a don Américo Castro.
vez se esbozaban en dicha conferencia. Luego tuve ocasi6n de El lector dei libro que aquí le presento comprenderá desde las
hablar del tema en universidades espafiolas. Lo desenvolví pos- primeras páginas que una de las bases en que nuestro sistema
teriormente en una conferencia y un seminario -otofio de se apoya principalmente es la de que e1 Barroco espafiol no es
1966- en la École des Hautes Études. Más tarde, tuve exce- sino un fenómeno inscrito cn la serie de las diversas manifes-
lente ocasión de contrastar y ordenar más amplia y sistemáti- taciones del Barroco europeo, cada una de ellas diferente de las
:eai;nente mis ideas, cuando, habiendo sido nombrado catedrático demás y todas ellas subsumibles bajo la única y general cate-
14 LA CULTURA DEL BARROCO PRÓLOGO 15

goría histórica de «cultura dei Barroco». Aunque, no sólo en el patible con alguna amistosa discrepancia. No me parece que
caso de Espafía sino también en el de otros países, las diferen- barroco sea un agente o promotor de historia; valdrá para las
cias puedan ser mayores en unos momentos, o, dicho más rigu- construcciones arquitect6nicas, edificadas en cierto modo en
rosamente, en unos períodos históricos que en otros -ahí está serie; pero lo en verdad activo en la vida y el pensar colecti-
vos fue el estado en que se encontraban dentro de sus vidas
el ejemplo, para ventaja suya, de Inglaterra-, siempre hay una
los propulsores de cada historia particular (son abismales las
estructura básica común, un marco que abarca la cultura dei diferencias, en el siglo XVII, entre Inglaterra, Francia, Es-
Occidente europeo, con pinceladas más o menos vigorosas que pafia, Italia y Alemania; carecen de un común denominador •
distinguen un sector de otro. Desde este punto de vista 1 mi dotado de dimensi6n historiable).
tesis sobre la cultura dei Medievo, o sobre la dei siglo xvr En nada afecta esta observaci6n al subido valor de su
-llamémosle plenamente Renacimiento-, o sobre la de la artículo, y al interés con que lo ha leído este su amigo que le
Ilustración en nuestro tan atrayente sigla XVIII, no menos que envía un muy cordial abrazo, - AMÉRICO CASTRO
la que nos encontramos en el calidoscópico sigla dei Barroco,
es que en la historia de Espafía pueden estudiarse todas ellas Don Américo conocía de una larga conversación los puntos
paralelamente a las de los otros países occidentales europeos, principales de esta interpretación del Barroco en la que yo tra-
seguros de que los problemas tienen mucho de común y las bajaba. AI insertar ahora, en el libra que le anuncié y que él
soluciones intentan tenerlo también, aunque en ocasiones sea ya no ha podido conocer, su anticipada opinión sobre el tema,
mayor y más dramática la diferencia en este plano. Don Amé- quiero que mi respuesta discrepante sea un homenaje. Discre-
rico, sin embargo, como es bien sabido, no quería oír hablar de par y estimar es una doble función enriquecedora que pocas
un Barroco espafíol (no ya idénticamente -cosa que, claro veces ejercita el espafíol. Yo, que tanto disiento de tesis y opi-
está, ninguno intentaría-, pero ni siquiera unívocamente a niones que· he visto circular a mi alrededor, creo sinceramente
como la expresión se utiliza hablando dei Barroco francés, ita- que en practicar aquel doble ejercicio se encuentra uno de los
liano, etc.). Cuando publicó su estudio C6mo veo ahora el Oui- goces más exquisitos, moral e intelectualmente.
jote, don Américo, al enviarme un ejemplar con afectuosa~de­ Todavía quisiera afíadir algo que para mí tiene importan-
dicatoria, lo acompafíó de una breve carta que me es gratísimo cia y creo puede tenerla, hasta cierto punto, con abstracción
reproducir aquí, en parte, por la alusión que contiene a mi de mi circunstancia personal, para los lectores de este libro de
punto de vista sobre el barroco, expuesto en trabajos anterio- historia. Es posible que algunos se hayan escandalizado al leer
res, alguno de los cuales le había llevado días antes: en el subtítulo de mi obra estas palabras: «Análisis de una
estructura histórica». Y pienso que si la palabra análisis puede
Mi querido Maravall: Muy agradecido le estoy por haber- haber suscitado alguna sorpresa al hallársela empleada en este
me enviado ese análisis lexicográfico de estadista, tan lleno de
lugar, quieto decir, en relación con los desarrollos que siguen,
vida y de espírito contemporáneo -tal vez estuvicra aquel
espíritu tan empapado de arbitrariedad como de antimaquia- estoy seguro de que es el término estructura eI que habrá
velismo--. provocado francos reparos al referirlo al método y contenido
... Me ha gostado mucho su estudio, y por eso lo he leí- dei presente libro. ~Cómo es -se preguntará más de uno- que
do, no obstante mis agobios y tristezas. Respeto mucho las se presenta como estudio de estructura un libra en que no se
ideas de los bien intencionados y muy doctos, lo que es com- tropieza con los aspectos «formalistas» del estimable -y con
16 LA CULTURA DEL BARROCO i?RÓLOGÓ i1
raz6n- estructuralismo, tan cultivado, mejor o peor, en el de publicación del original inglés de la obra ?e E. ~· Carr
día de hoy? Yo digo que el libro es estudio de una estructura What is history? es la de 1961, y que del mismo ano es el
y no un estudio de estructura, lo cual no es exactamente lo original francés de la de R. Aron Dimensions de la conscience
mismo. Pero creo, además, que estoy obligado a dar una res- historique ). Esos «conjuntos», claro está, no son cosas que
puesta al lector sobre por qué raz6n he usado del vocablo es- sólidamente trabadas estén ahí, en la realidad nuda de las cosas
tructura. Lo que no podré evitar es que esa respuesta haya de físicas. Son construcciones mentales que monta el historiador,
tener también un cierto tono autobiográfico. La cuesti6n cien- en las que hallan su sentido las múltiples e interdependientes
tífica que entrafia el uso que yo he hecho de ese concepto tan relaciones que ligan unos datos con otros. «Conocer una rea-
comentado hoy, lleva pegada inescindiblemente una cuesti6n lidad histórica, captar su sentido, es hacerse inteligible la r~la­
personal. ción entre las partes y el todo, en esos conjuntos que const1tu-
En 1958 se public6 -lo que quiere decir que llevaba ya yen el objeto de la historia». «Ello supone que nuestro cono-
varios afíos a vueltas con él- un libro mío que no me atreví cimiento de h<:chos no nos da nunca hechos absolutamente ob-
a titular más que Teoria del saber histórico, en el cual no pre- jetivos, sino procesos de observación, en los que, primero,
tendia otra cosa que hacer un poco de luz sobre los trabajos aquéllos resultan forzosamente alterados, y, segundo, en los cua-
de investigaci6n hist6rica que habían empezado a ocuparme les panemos más de lo que en los puros hechos (o datos)
alrededor de unos veinte afios antes y en los que tantos hallamos es a saber, una teoria interpretativa». Pero la teoria
otros investigadores meritoriamente trabajaban (no hace falta que el historiador construye, . aplicando su observación a un
aclarar que empleo la palabra investigaci6n en el sentido de campo que previamente constituído por ella misma levan~a, es
busca de una interpretación científica y no de mera busca docu- la imagen mental de un conjunto, o simplemente es el con1unto
mentalista). Había que cambiar, en mi opini6n, el esquema ló- que interpretativamente ha relacionado en sus pa~tes la mente
gico del saber hist6rico, un poco inspirándose, aunque fuera de del observador. Y a esta es a lo que en nuestro hbro de 1958
lejos todavia, en los grandes y maravillosos cambios aconteci- -desenvuelto en mi cátedra de Madrid, desde 1955- dimos
dos en el proceso l6gico de conceptuaci6n de la ciencia natural. el nombre de «estructura», sustituyendo por el concepto que
A una historia inmersa en el puro conocimiento de unos he- expresábamos con tal término los que, ~ás o menos pareci?os,
chos -o de unos simples datos, llamados de otro modo- in- con las palabras de «series», «formac1ones», «leyes», «tipos
dividuales, singulares a ultranza, irrepetibles, lo que quiere ideales», se habían ensayado por otros investigadores preceden-
decir, por consiguiente, a una historia entregada a un nomina- temente y, a nuestro entender, insatisfactoriamente para. un
lismo insuperable, había que enfrentar una historia, hecha de historiador. «Los hechos históricos no son cosas; su realidad
datos, claro está -cuantos más y más depurados mejor-, ante la historia como ciencia es su posición en un proceso de
pero que no se satisfacía con ellos y no se detenía en su tra- relaciones. El enunciado de esa posición tiene un valor de ley
bajo hasta llegar a poder presentarse como un conocimiento y puede considerarse como una ley en cuanto n~~ da la posi-
de conjuntos. Los conjuntos históricos eran, para mí, el objeto ci6n de todos y cada uno de los hechos en relac1on con todos
del conocimiento hist6rico. Cabía incluso decir -y así se de- los demás» -aclaremos que todos aquí hace referencia, como
cía en aquellas páginas- que el hecho hist6rico es siempre en el libro se explica,. a «todos» los hechos seleccionados. por el
un conjunto (advirtamos de paso, en este punto, que la fecha 'historiador, en la medida en que los ha abstraído de una masa

2. - MARAVALL
18 LA CULTURA DEL BARROCO PRÓLOGO 19
de ellos, en sí inabarcable-. Este tipo de enunciados no son Con lo dicho hasta aquí no pretendemos defender una ori-
l~s que responden al concepto clásico de ley; los que por esa ginalidad. Ahora y en todo momento, nuestra pretensión no es
v1a se alcanzan son diferentes, más complejos y no se repiten. otra que la de poder considerar, más modestamente -al modo
Por eso nosotros, en Ia fecha que hemos indicado usamos dei de tantos que trabajan en otros campos de la ciencia-, que
. término «estructura». «Estructura histórica, decía::Uos, es para hemos llevado a cabo una investigación la cual ofrece un valor
nosotros Ia figura -o construcción mental- en que se nos acumulativo de manera que en ella y sobre ella pueda apoyarse
muestra un conjunto de hechos dotados de una interna articu- la que realicen otros colegas.
lación, en la cual se sistematiza y cobra sentido la compleja red Necesito confesar algo, antes de terminar este prólogo. En
de relacione~ ~ue entre tales hechos se da»; pero que no se mi trabajo de historiador, me pongo a observar los datas que
puede dar, ms1stamos en ello, sin que intervenga la observa- he llegado a reunir, ensayo una u otras hipótesis sobre ellos y
ción dei historiador. Ningún hecho es la Revolución Francesa sólo después tal vez advierto si el tono que ofrece la línea inter-
miles de hechos no son la Revolución Francesa si en ellos n~ pretativa resultante es favorable o adverso, pesimista u opti-
advertimos el nexo que los relaciona en un co~junto estructu- mista. Creo no haber corregido nunca una opinión, llevado del
rado. En cambio, «siempre que un conjunto se nos ofrece como propósito de dar un giro a ese tono estimativo. Con el emi-
una totalidad distinta de la sucesión de sus datos estamos en nente historiador Sánchez-Albornoz -maestro en la historia
presencia de una estructura» 1 • '
institucional espafíola, a quien tanto debemos- coincido
He aquí por qué cerca de veinte afíos después de haberla en creer en la lenta pero continua transformación de la
empleado como base de nuestra concepción dei trabajo de his- realidad histórica de los pueblos, aunque pienso también
toriador y más de quince después de haber publicado Ia obra con él en la acción de largo alcance -a veces, multi-
en que esa concepción se expone, nos consideramos ahora au- centenaria- de factores que él gusta en llamar constantes his-
torizados plenamente a utilizarla, para designar con ella una tóricas. La presencia de factores de tal condición da lugar a
de nuestras construcciones interpretativas que creemas se ajus- que, cuando contemplemos y comparemos períodos históricos
ta fielmente a aquellos supuestos teóricos. Antes de 1958 diferentes de la vida de un pueblo, si bien siempre serán irre-
-quedémonos con esta fecha como incuestionable-, muy ductibles a meros ejemplos de repetición, probablemente con
P.ocos eran los que , empleaban la palabra estructura para de- frecuencia presentarán elementos comunes. Es así como, indu-
signar conceptos, mas o menos emparentados, en el terreno de dablemente, puede darse el caso de que, entre lo que en este
Ia teoría de las ciencias humanas. Y en los pocos casos en que libro escribimos y aspectos que hoy presenciamos, se puedan
se hablaba de ella, no había salido del círculo de iniciados en subrayar similitudes, aunque sería de una ingenuidad inadmi-
torno a algún maestro. Las famosas conversaciones de Lévi- sible juzgar que se trate de situaciones cuyo diagnóstico se
i Strauss, ante la radio francesa, son de 1959. Sólo después de pueda aproximar. Sin embargo, en supuestos semejantes, pode-
1 1960 se expande ese término, algo más tarde se habla de «es- mos encontramos con la presencia de influencias negativas, bajo
!1 tructuralismo» y apareceu ya los nombres de los estructuralis- cuya acción se pueden repetir (por muy diferenciados que sean
,1·. tas que hoy circulan. los conjuntos en que aparecen) consecuencias de inmovilismo,
de anquilosis, de estructuras fosilizadas, cuya conservación
1

1. Teoria del saber hist6rico, 3.ª ed., Madrid, 1967, págs. 87, 134 y
189. opera manteniendo injustas desigualdades a través de los tiem-
II

1
20 LA CULTURA DEL BARROCO

pos. Se comprenderá entonces la obligaci6n en que el historia-


dor se encuentra de contener sus estimaciones personales, a fin
precisamente de que el juego de aquéllas sea tomado en cuenta
lo más objetivamente posible por cuantos tienen a su cargo
el compromiso de configurar el presente. En fin de cuentas, lo
más propio de la historia es garantizar que pueda cambiarse,
de verdad, la marcha de un pueblo, que se le faciliten esos
saltos en su 6rbita, esto es, que, en último término, se le
abra vía libre a la plena posibilidad de gobernarse y hacerse INTRODUCClóN
a sí mismo.
LA CULTURA DEL BARROCO
COMO UN CONCEPTO DE ÉPOCA
Entre los diferentes enfoques que pueden ser válidos para
llegar a una interpretación de la cultura barroca -cuyos re-
sultados, por la misma diversidad de aquélla, serán, eso sí, siem-
pre parciales-, nosotros hemos pretendido llevar a cabo una
investigación sobre el sentido y alcance de los caracteres que
integran esa cultura, de ,maneta que resalte su nexo con las
condiciones sociales de las que depende y a cuya transformación
lenta, a su vez, contribuye. Tal vez este punto de vista pueda
habernos dado un panorama más amplio y sistemático; pero
también hemos de aceptar una limitación inexorablemente liga-
da a nuestra visión: el Barroco ha dejado de ser para nosotros
un concepto de estilo que pueda repetirse y que de hecho se
supone se ha repetido en múltiples fases de la historia humana;
ha venido a ser, en franca contradicción con lo anterior, un mero
1 concepto de época. Nuestra indagación acaba presentándonos
1
el Barroco como una época definida en la historia de algunos
l países europeos, unas países cuya situación histórica guarda, en
cierto momento, estrecha relación, cualesquiera que sean las di-
ferencias entre ellos. Derivadamente, la cultura de una época
barroca puede hallarse también, y efectivamente se ha hallado,
en países americanos sobre los que repercuten las condiciones
culturales europeas de ese tiempo.
No se trata, ciertamente, de definir el Barroco como una
época de Europa, emplazada entre dos fechas perfectamente
definidas, al modo que alguna vez se nos ha pedido. Las épocas
históricas no se cortan y aíslan unas de otras por el filo de un
afio, de una fecha, sino que -siempre por obra de una arbi-
24 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA
INTRODUCCIÓN 25
traria intervención de la mente humana que las contempla-
«barroco» para designar col~ .P
se separan unas de otras a lo largo de una zona de fechas, más . ce tos morfológioos o estilísticos,
te y geográficamente apar-
o menos amplia, a través de las cuales maduran y después desa- repetibles en culturas cronod~~1c~7a~ecer dertas relaciones en-
parecen, cambiándose en otras, pasando indeclinablemente a tadas. Seguramente, se pue t formales del Barroco en
otras su herencia. Desde 1600, aproximadamente (sin perjuicio 1 externos puramen e ' hi
tre e ementos . ' los ue presentan épocas s-
de que ciertos fenómenos de precoz significación barroca se Europa, durante el s1glod y ult~rales entre sí distantes.
xv:;1,
anuncien afios antes, en los últimos tiempos del manierismo mi- tóricas muy difere?tes e _areas c de préstamos y legados, los
guelangelesco, y, entre nosotros, con la construcción de El Es- Que una cultura dispone s1emdpre 1 1· anas es algo fácil de
corial), hasta 1670~1680 (cambio de coyuntura económica y pri- 1 1 li de otras prece entes y e ' h d
cua es e egan 1 id rable y curiosa cosec a e
meros ecos de la ciencia moderna en lo que respecta a Espafia; comprobar. Recordemos 1a c.on~ eudasiático aporta a la Edad
Colbert y el colbertismo económico, político y cultural en Fran- temas iconográficos que e or1edn e s nifiesto con ingeniosa eru-
cia; franco arranque de la revolución industrial en Inglaterra). . gu'n ponen e ma d
Media
. . , europea,
1 se
estudios d e Ba1trusa1"tis 2 . Pero esos antece . en-
1
Cierto que, hasta dentro del siglo XVIII, pueden descubrirse
d1c1on a gun?s definen una cultura. Nos d1cen, a o
manifestaciones barrocas que cuentan entre las más extravagan- tes influencias, etc., no ultura de un período de-
' bastante- que una c
tes y extremadas, pero bien se sabe que el sentido de la época
es otro. Concretándonos, pues, a Espafia, los a.fios del reinado sum~ -y ya :s . c~rrientes exóticas, cuenta entre sus
termmado esta ab1erta a "lid d eográ:fica -recuérdese, como
de Felipe III ( 1598-1621) comprenden el período de forma- elementos c?n una ~ov1d ~a c~ ula en el arte prerrománko
ción; los de Felipe IV (1621-1665), el de plenitud; y los de ejemplo, la mtroduc~on b e ·1 p que se da a algún rey astu-
Carlos II, por lo menos en sus dos primeras décadas, la fase catalán a ~1 .título4 e.« v~~ :~:> exigen que tengamos qu~ se-
º.
:final de decadencia y degeneración, hasta que se inicie una co- riano o br1tamco- · Tal . dependenda de una le1ana
yuntura de restauración bacia una nueva época antes de que - l li para caracterizar1a, 1a · . . d
termine el siglo 1 . na ar en e a, 1 d 1 t mozárabe tronco vlSlgo o
tradición (éste e~ : · ~aso 5 eE;r ~tro tipo de ejemplos, las
Barroco es, pues, para nosotros, un concepto históric-0. Com- con elementos islam1cosl . . 1 XVIII se expresa la concepción
prende, aproximadamente, los tres primeros cuartos del siglo áf que hasta e s1g 0 . b h
met oras 1en . d d tienen antecedentes ra -
xvn, centrándose con mayor intensidad, con más plena signi- Pea de 1a soc1e a .
estamenta 6 euro
p n todos estos casos no se trata ' prop1amente,
.
ficación, de 1605 a 1650. Si esta zona de fechas está referida • )
roámcos . ero e. 1 1 ino más bien de aportac1ones
especialmente a la historia espafiola, es también, con muy lige- de un parentesco mtracu tura ' s_. diferentes Ni la mera
ros corrimientos, válida para otros países europeos -aunque .1d e integran en conjuntos . . 1
a1s a as que s T . , de elementos separados, Il1 a
en Italia, con los nombres de Botero, de Tasso, etc., tal vez coinddencia en la ut11fzac10~ . conexión en cada caso,
convenga adelantar su comienzo, por lo menos en algunos as-
pectos del arte, de la política, de la literatura, etc.-.
Esto quiete decir que renunciamos a servirnos de! término
repetición de aspectos orma es cuya '

. . Le Moyen Age fantastique, Pru:ís, 195?·


-
2. J. Baltrus.ams, C d f 1 h Le premier art roman, Par:s, Ma192!id, 1954;
3. Véase P1;11g
4 Véase mt obra Y eªoncep~0 de Espafía
ªª ' •
en la Edad Meduz,
1. Véase López Pmero, Introducci6n de la ciencia moderna en Espafía,
Barcelona, 1969: distingue unos períodos para Ia crisis de! pensamiento científico ejem~los citados en las págs. 4J: Y. ;ig~~s
3
mozárabes, t. I, Madrid, 1919. ,
espafiol muy aproximados a los que aquí establecemos. 5.
6. Véase Gómez
Ossowski, Moreno,de as!
Estructura tg eszY conciencía social, Madrid, 1969, pa-
e ases
ginas 27 y sigs.
27
1NTRODUCCIÓN
26 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA
f ·a a fenómenos que en pági-
se da con sistemas muy diferentes, puede ser base, a nuestro También, al hacer re erenct ta de muy variados campos
juicio, para definir culturas que cabalgan sobre siglos y regio-
. ·
nas s1gu1entes tomaremos en cuen . te a como nos p1anteába-
nes geográficas de muy otros caracteres. Esas correlaciones mor- -aunque no procedan, co_ntra~~e~ares y de siglas diversos
fológicas, establecidas sobre la abstracción de tantos otros as- mos en el supuesto. anterior, e obstante, hacer también una
pectos con los que se quiete definir un momento cultural, no alejados-, neces1taremos, no con similitudes o paren-
Y . N mos encontrarnos h .
dicen nada -o dicen muy poca cosa- al historiador. La re- aclarac1ón. o espere . desde fuera los hec os, n1
busca y formulación de Ias mismas no son sino un juego de tescos morfológicos que apro~ml en e 1·nspire desde dentro fe·
ingenio, que de ordinario se reduce a una amena arbitrariedad. con roam'festacione· 5 de un est1 , o. qu políticos religiosos,
. . ,
art1s-
lase· econom1cos, '
No obstante, es posible que se puedan fundar en el reconoci- nómenos de toda e . í que en estos casos, en
. · te Pero creemos, s' d
miento de aquellas correspondencias, a través del tiempo y del ticos, literanos, e . d 1 hechos humanos, se pue e
espada, algunas generalizaciones, cuya aplicación en otros cam- cualquiera de los campos e os un m~mento dado.
t de Barroco en . l'
pos de! conocitniento no discutimos. Pero nosotros nos colo- hablar congruentemen. e , i libra sobre el pensam1ento po 1·
camos en el terreno de la historia social, la cual es, por de pron- Cuando en 1944 pu~lique rn d ía ya en el prólogo que en
to, historia: el objeto de ésta no es reducir Ia toma en consi- tico espafiol «en el sigla XVII», ~c n el titulo sustituyendo
. b' di ra haber escrito e '
deración de sus datos observables, de maneta que su observa- ese libra ien pu e b d citar entrecomilladas, estas
ción -y toda posible inducción resultante-- se mantenga tan a las palabras que aca amos e'i Como en aquella fecha tal
del Barroco» · . 'é
sólo en el somero nível de los aspectos recurtentes, a través otras: «en 1a época 1 d d ía un tanto insólita, renunc1
de fases distintas del pasado humano. Su propósito es alcanzar expresión hubiera resu ta o :oav Muchos anos después' en
a ponerla a1 frente del vo u~en.. de la pintura s' hablando
un conocimiento lo más sistemático posible de cada uno de los · lista de la historiad na época el siglo XVII,
períodos que somete a su estudio, sin perjuicio de que no re- 1953, un especia
nuncie a compararlos después con la mayor precisión que pue- del Barroco en tanto que codi~ceptob e ~l pensa~iento político
un estu o se re .
da alcanzar -siquiera se oriente en ello no a establecer genera- echaba de menos f h . libro había sido ya escrito y poco
lizaciones abstractas, sino a completar el mejor conocimiento barroco: para esa . ec a rn1f é con un prólogo de Mesnard
de cada época en concreto-. De esa maneta, su método con- después sería publicado e1 ranc ~~nto básico que traía de nue·
siste en tomar en cuenta los más de los datas que consiga y en donde destacaba ese p antea1Dl lemanes han hablado' en
nos autores a ,
los más diversos entre sí de cuantos una época ofrezca, para vo nuestra ob ra. Algu expresión a la que era mas
t logía barroca», . 'bl
otro terreno, de « eo h nos parezca msostem e,
interpretarlos en el conjunto en que se integren. Y claro está
fácil de llegar porque, aunque. . zy desarrollo de la cultura
que sin prescindir, en su caso, de los que revelen semejanzas
o congruencias con otras épocas. En nuestro supuesto, todo ello af
durante mucho tiempo la hapanc~en factor religioso 9. Hoy se
barroca se ha ligado estrec amen
se orienta no a descubrir barrocos desde el antiguo Egipto a la
presente América, sino a completar el panorama de conexio- ·l XVII Madrid,
d l Estado en el szgo '
nes entre hechos de múltiple naturaleza que nos hagan cono- 7 Véase mi Teoria espaíiol a e 0
· . ture fi:ançaise du XVII
cer mejor lo que fue el Barroco, en tanto que período único 19~· R Huyghe «Glassicisme et Baroque dans la pem
de la cultura europea, desarrollado en los decenios que hemos ·~-1· XvIIº Si~cle, núm. 20, Par!s, 1953. hasta el traductor al francés
sl= e», d W . b h Gothein y tantos otros,
dicho del siglo XVII. 9. Des e eis ac ,
29
INTRODUCCIÓN
28 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA
. del conjunto de la época, al cual
ha hecho ya habitual hablar de la ciencia barroca, del arte de rado, en dep~dencia, pb~s~ observados. En esos términos, se
la guerra del Barroco, de la economía barroca, de la política hay que ref enr los cam 10 finº . de la época -en este
'b · 1 'cter de 1tono
barroca, etc. Claro que en esto hay que andar con mucho cui- puede am ~ir e b cara a la teología, a la pintura, al art:
dado. Puede haber cierta correspondencia entre caracteres ex- caso, su caracter arlroco- , a la política etc., etc. Es as1
ternos o formales que se den en uno y otro campo. Sin duda b e'lico, a la física,' a a economia, ' .
. . los trastornos monetanos, 1a mse-
.
que ciertos aspectos de la arquitectura de la época o del retra- como la economia en cns1s, . . nto a esto la
to pictórico pueden ser, a modo de ejemplo, especialmente "d d d 1 crédito las guerras económicas y, JU . . '
gur1 a e ' . d d a raria sefíorial y el crec1ente em-
aptos para encajar una referencia a la condici6n mayestática de vigorización de la prop1e a g sentimiento de amenaza
los reyes absolutos barrocos; pero frente a la arbitraria cone- pobrecimiento de las ~asas, .c~ean un nal dominado por fuer-
xión, propuesta por Eugenio d'Ors, entre cúpula y monar- e inestabilida? .en la vi ª. socia y P:t~ºen Ía base de la gesticu-
quía 10 , me hacía observar Mousnier en una ocasión que no hay zas de impo~1~6ndrelprhes1v~ qu~a::oco y que nos permiten lla-
ningún palacio real del XVII con cúpula que lo centre y lo co- laci6n dramauca e oro re
rone. No sé si se podrían establecer semejanzas entre la técni- mar a éste con tal nombre. nosotros un concepto de
ca de la navegación y las Soledades de Góngora o entre los Así pues' el Barroco es . p~r~ a todas las manifestacio-
Suenos de Quevedo y la economía del vellón. Estoy seguro de época que se extiende,len plrmc1pd1ol, .,..;sma 11 Fue por la vía
que ensayos de este tipo resu1tarían divertidos de leer, pero · nen acutura e aJ,J.U · d
nes que se mtegra 11 , .d ntificar el nuevo concepto e
temo que hicieran prosperar poco el conocimiento histórico de del arte por donde se .eg~ a 1 e ando tan gran conocedor del
la época. Nuestra tesis es que todos esos campos de la cultu- una é~oc_a en la cult~~r~:::;; ~dvirtió que las obras que con-
ra coinciden como factores de una situación histórica, repercu- Renacim1ento como d é del período renacentista Y en un
ten en ella y unos sobre otros. En su transformación, propia templaba en Roma, e~pud s t nían en sus deformaciones y
de la situación de cada tiempo, llegan a ser lo que son por la plazo d.e afíos determma a~ter~ores: unos caracteres que apa-
acción recíproca y conjunta de los demás factores. Es decir, la corrupc1ones de moddelos . alguna maneta diferente.
, · e un uempo en
pintura barroca, la economía barroca, el arte de la guerra ba- recian como ~rop:os itectura romana, sobre 1887
rroco, no es que tenga semejanzas entre sí -o, por lo menos, y Gurlitt, hist~riad?r de laes~~'J:aba formas desordenadas del
no está en eso lo que cuenta, sin perjuicio de que algún pare- observ6, en las igle~ias qu~ t ; primera vista entre sí,
cido formal quizá pueda destacarse-, sino que, dado que se clasicismo renacent1sta, difedren es 1 miºsmo torbellino de una
. d coyunta as por e
desenvuelven en una misma situación, bajo la acción de unas c1ertamente, pero es d ctos todos se encuadraban
mismas condiciones, respondiendo a unas mismas necesidades expresión desordenafdachcuyoAs ~ro ultó que las primeras obser~
., nas e as. s1 resu b 1
vitales, sufriendo una innegable influencia modificadora por tarob 1en entre u 1 'lantes estimuaciones so re e
parte de los otros factores, cada uno de éstos resulta así alte- vaciones sobre el Barroco y as vac1
f inconveniente en ampliar el concepto
de mi obra citada en la nota 7, que guiso presentar el pensamiento en 11 Sánchez Cant6n, que no tbe!1 a del'1m·1taci6n cronológica lo más
· Y letras, pedía en cam 10 unaaiíol· Antecedentes Y empleo h'is-
a artes
ella estudiado «dans ses rapports avec l'esprit de la Contre-Réforme». Sobre
el tema· de Ia metafísica y· la teología barrocas, véase L. Legaz, Horizontes aproximada posible en «El. ~arroc~ esp Rococó (Convegno Internazionale,
del pensamiento jurídico, Barcelona, 1947, págs. 93 y sigs. pánicos de Barroco», en Manterismo, arroco,
10. Las ideas :Y las formas, Madrid, s.a. Roma, 1960), Roma, 1962.
30 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA
INTRODUCCIÓN 31
mismo surgieron referidas ya a una época más o menos defini-
da: aquella que sigue al Renacimiento clasicista; Wolfflin se sis conviene subrayar el definitivo reconocimi.ento. ,de un lazo
atrevió a extender la nueva categoría a un área más extensa: condicionante entre ambos períodos y la estimaçion dei alto
la literatura. Cuando los caracteres sefialados en esa serie de valor positivo que hay que atribuir al Barroco en la cultura
obras fue~on ampliados a otros campos, el concepto de época europea. 'b' b
para de:fintr esa nueva cultura posrenacentista quedó preparado Claro que, ante esta que acabamos de escr1 ir, n~ ~a e
y, con ello, su extensión a los diversos sectores de una cul- pensar que nos refiramos a estimaciones personales, s~bJetlvas
tura y al grupo de países en que aquélla se extendiera. sobre las obras de los artistas, políticos, pensadores, hte~at~s,
A medida que el interés por el Barroco iba creciendo y se etc., de Ia época barroca -algo así como pudiera ser atr1b~1r­
enriquecía la investigación sobre el mismo, cambiaba a su vez les calidades de buen o mal gusto, conforme a las preferencias
la estimación c1-:: s;us obras y se iha haciendo más compleja y esgrimidas por cada historiador-. Si los primeros casos de uso
ajustada Ia interpretación dei mismo. EI trabajo investigador de la voz «barroco», para cali:ficar determinados. producto~ de
y la valoración positiva de la etapa barroca en la cultura euro- la actividad creadora de poetas, dramaturgos,· artistas pl.ást1co~,
pea partió de Alemania, para pasar rápidamente a Italia des- surgieron en el siglo xvrn tefiidos de sentido peyorativo; si,
pués a Espafia, a .Inglaterra y, :finalmente, a Francia, donde por eI contrario, luego y en otras circunstancias, como. e~ la
el peso de la tradición, llamada dei clasicismo -considerada Espafia dei segundo cuarto de este siglo, entorno al mov1mi~n­
hace aún pocos a.fios incompatible con el Barroco- dificultó to gongorino se levantó un cálido entusiasmo p~r ~as creacio-
Ia. comprensión de éste, por lo menos hasta fechas' próximas nes barrocas 1 de una y otra cosa hemos de prescindir aquí. La
(siempre con alguna excepción que hay que tomar como pre- apelación al gusto personal perturba la visión de un ~enó1,lleno
cedente, por ejemplo la de M. Raymond). AI presente, sin em- cultural y, mientras el estudio de éste cuente con est1mac1ones
bargo, procedeu de investigadores franceses algunos de los de tal naturaleza, estamos expuestos a n~ acabar de ver con
trabajos más sugestivos. El cambio en el planteamiento histó- claridad las cosas. En un libro que cont1ene muchas aporta-
rico de la interpretación dei Barroco puede ilustrarse con una ciones válidas, pero también muy serias limitaciones, V ..~· Ta-
de sus manifestaciones más extremadas, la dei sociólogo histo- pié estudiando el Barroco en comparación con el Clas1c1smo,
riador Lewis Mumford, para quien el Renacimiento viene a pa;te de contraponer la permanente admiración que, según él,
ser !ª fase inicial de una nueva época que alcanza su pleno produce una obra de carácter clásico, .como Versalles, Y el re-
chazo que el buen gusto actual experimenta ante u~a prod~:­
sentido en el Barroco: podemos, conforme a su tesis, caracte-
rizar ai Renacimiento, con toda su preceptiva pureza, como la ción barroca 13 • Pero en los mismos a.fios en que escribe Tap1e,
primera manifestación dei Barroco subsiguiente 12• De esta te- un joven investigador, J. G. Simpson -con el que .volveremos
y
a encontramos-, a la par que estima a ersalles u:1~regnado
12. La cité à travers l'histoire, trad. fr., París, 1964, pág. 446. Refuién- de barroquismo, pese a sus detalles clasic1stas, nos dira que su
dose a .Ia nueva época, L. Mumford hace esta caracterización: «sobre el plano
económico se afuma e! predomi:Uo de un capitalismo mercantil, mientras que sin duda, un aspecto esencial de la cuestión: la ~tili~ación de elemen'.os
coagulaban las estructuras políticas de un Estado nacional bajo un gobierno mecánicos y racionales que e! pensamiento de la c1encia Y d~ l~ técruc;
~e~pótico Y. se imponía. una mentalidad nueva, apoyada sobre una concep- moderna proporciona para e! logro de los objetivos extrarrac1on es, m -
c1on mecáruca de Ia física, cuyos postulados inspiraban ya de tiempo atrás gicos, que calculadamente se p!antea el Ba:roco .. E~ l~ doble faz de la época
la organización dei eiército y Ia de las órdenes religiosas» (pág. 439). ~&te es, en la que desde hace muchos anos vemmos tnS1St1endo.
13. Baroque et Classicisme, París, 1957, pág. 26.
32 CULTURA DEL BARROCó COMO CONCEPTO DE ÉPOCA
INTRODUCCIÓN 33
desmesura y falta de pro orción h 'T~li:z
grandeza se convierte en mp eg 1 no~ ~c4e perdemos allí: «la maduración, llegaba con plena conciencia teórica .a sus creacio-
a omama» nes, armonizaron sus particulares tradiciones nacionales !itera-
La participación de inv t' d d · d'
el área de estudios sobre ele~ lga ores .e if~rentes países en rias y lingüísticas en un estilo barroco. Esto equivale a decir
,
d ar mas arroco enr1queció y contr'b , que ciertas formas del Renacimiento italiano debían llegar a
precisa orientación a 1 . . ., l uyo a
alemanes -Wõlfffin Ri 1 W .ªblntherpret.ac1on del mismo. Los ser comunes a toda Europa, gradas a la acción mediadora y
el primero que el 'l~' g)' eis ac - , s1 bien insistieron (más modificadora de Espafia, y a cuhninar paradójicamente en el
relieve la conexiónu c~~~iren aspec~os ~r~a!es, pusieron ya de clasicismo francés» 17 •
llamada contrarreformista ~~nstanc1as. storicas: la renovación Tal distribución de papeles, respecto a la aparición y desa-
la autoridad del d l la I~l~sia, el fortalecimiento de rrollo de la cultura barroca, en la que se concede tan prepon-
sús, etc., todo lop:~:l rlev~ ~ans1on de l~ Co~i:afiía de Je- derante intervención a los países latinos y mediterráneos, no
miento, tan influyente h hn~nte al s1stemat1co plantea- puede hacernos olvidar lo que significaron figuras centroeuro-
ace unos anos entre nosotr d 1B peas como un Comenius, cuya obra de pedagogo y moralista
rroco como «arte de la Contrarref 15 • os, e . a-
daba un máximo relieve 1 lodrma» : Esta lnterpretac1ón es decisiva en cualquier intento de definición del Barroco, y,
arte, reservando en compen . ,
ª
pape e Italia, sobre todo
AI . en e
1 por otra parte, las letras inglesas y el arte y pensamiento de
sac1on a emania una p t
en e1 Barroco literario. Debido al r . . ar e mayor los Países Bajos. Bajo esta nueva visión del tema, el Barroco
dominante participación de It li tconoc1~1ento de esa pre- cobra una amplitud, en su vigencia europea, muy superior a
alfirgo q~~ ya hemos se:fíalado: e~ ~~xou~l~~is:is~ ~~redar mejor aquellas ya pasadas exposiciones del mismo que lo presentaban
a mac1on lleva a .decir . H H f I· . o arroco, cuya como un conjunto de aberraciones pseudoartísticas o literarias,
el problema del B ª ·. atz e d que «allí donde surge impregnadas del mal gusto que el catolicismo contrarreformista
cismo» i·a Hatzf ldarrobco, va Implícita la existencia del Clasi- habría cultivado en los países sujetos a Roma. AI mismo tiem-
. e 0 serva que la conservació d I ·d 1
latino y la aceptación de la Poéti d A. . n e l ea ~reco­ po, se ofrece con una complejidad de recursos y resultados que
en el origen: d 1 B . . . ca e ristóteles van Juntos hacen de ese período uno de los de más necesaria investigación
e arroco (recordemos el pa 1 d 1 ,
aristotélica de Robortello en Lo ) E . pe e a poetka para entender la historia de la Europa moderna. Y, en cual-
ma que Hatzfeld traza sobre la ~~~luc:ó~n~resante. e! panora- quier caso, no puede ya ser visto como consecuencia de un
rroco: «Con inevitables dif . el mov1m1ento ba- único factor, ni siquiera de las variadas consecuencias suscita-
., erenc1as entre generaci,
c1on y con más o menos habilidad 1 . o~ y genera- das por el mismo en el plano de la cultura, sino que se nos
que experimentaba las formas itali~n:steyorF1zant~ Itaha, Espa:fía, revela en conexión con un muy variado repertorio de factores
' ranc1a, que, en lenta que juntos determinan la situación histórica del momento y
14. Joyce G. Simpson Le T. l . tifien todas las manifestaciones de la misma con esos caracte-
Fra~ce, Parfs, 1962, pág. 1Í2. asse et a ltttérature et l'art baroques en res emparentados y dependientes entre sí que nos permiten
5. La obra de Weisbach, con tal título se . hablar, en un sentido general, de cultura del Barroco.
en 1948,. con un inteligente estudi li ' . traduce Y publica al castellano
que hace suyas la mayor Parte d 1 o pr~ mdmar de E. Lafuente Ferrari en
16 · Estu dios sobre el Barrocoe Mas tes1s el autor e
dr'd
. '
, • on mteresantes matices.
1 17. Op. cit., pág. 106. «El c!asicismo francés presenta la misma tensión
de al estudio sobre «Los estilos ge~ ª. • 19d64 • pag. 62. E! Pasaje correspon- específica dei Barroco entre la sensualidad y Ia religión, la misma morbidez, el
barroquismo». eracrona1es e la época: manierismo, barroco, mismo pathos que el barroco espaiíol»; véase R. Wellek, Conceptos de crítica
/iteraria, trad. espaiíola, Caracas, 1968, pág. 67.

3. - lllARAVALL
INTRODUCCIÓN
35
34 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA
utilizado hoy en la historia general de la cultura para calificar
cos R.
no W ellek
eran pensó connimucha
suficientes t razón que 1os factores estilísti· prácticamente a todas las manifestaciones de la civilizaci6n del
quizá el camino estuvlera :nmpo~o los meramente ideológicos: sigla XVII» 18 bis. Con ello, a su vez, la mayor parte de Europa
el umr unas a otros a queda dentro de ese ámbito.
poco resultado parecía satisfactorio ls D d '1 unque tam- Así pues, ciudades de Centroeuropa, principados alema-
fectamente lícito desde una . . es e uego, es per-
barroca, hacer el' estudio d perspect1va dada por la cultura nes, monarquias, como en el caso inglés, repúblicas, al modo
glo XVII en relación a uno e ulnodu otrofde los autores del si- de los Países Bajos, sefiorías y pequenos estados italianos, regí-
,c_ soo e esos actores , roenes de absolutismo en Francia y Espafía, pueblos católicos
monograucamente· tomado - Shakespeare . ' mas oRmenos
Quevedo · y protestantes, quedan dentro del campo de esa cultura. La
et e.-. Y s1empre un traba· o d ' ' acme, presentación de los poetas metafísicos ingleses de la primera
aclarar el sent1"do de l e esta naturaleza será útil para
un autor y su p · · , 1 mitad del XVII se hace hoy frecuentemente estiroándolos como
pero de ello no cabe 1 os1c1on en e conjunto·
esperar e e 1 · · ' barrocos -en especial tras los estudios de A. M. Boose, de
barroca, para entender la cual s se arec1:niento. de la cultura
tores estilísticos e ideoló . e n~ce~ar10 cons1derar los fac- M. Praz y F. J. Warnke 19- . Desde trabajos ya 19
viejos, como el
situación histórica dada ~.cos enraiza os en el suelo de una que Gerhardt dedicara a Rembrandt y Spinoza bis, a otros más
esos elementos se repit~ lstosl si:paradamente, es posible que redentes, bien de carácter parcial, como el dedicado por A. M.
distantes; pero en su artic:~c~, tlem~o, se den en siglas muy Schmidt a la poesia 20 , bien extendiéndose a panoramas más
política, económica y social f1on con1unta sobre una situación amplias, como el que traza A. Hauser 21 , se insiste en la clara
d ' orman una realidad ' · E y fuerte presencia de un Barroco protestante, junto al de los
un~ e esas irrepetibles realidades ( 1 u;:i1ca. s a países contrarreformistas, donde pareda no haber problema.
ser1e de factores en el sigla XVI ) ta 1como se combmaron una
Por eso decimos que es , t I a a que llamamos Barroco.
(Hay una distinción, en el último de los autores citados, entre
y b es e un concepto de época Barroco cortesano y Barroco burgués que nos parece más bien
coordenada de la historia. el . ue. e S~rs~ respecto a la otra
una o servación paralela p d d · perturbadora, por lo que en otro capítulo veremos.)
repitiéndose aparecen un~ ;spac10. l e ementas culturales, Hace afíos -y esto resulta hoy bien significativo respecto
sideramos, ;in embargo, q~eo t~~ veózl en l~gares distintos, ~on­ al cambio acontecido-, los codificadores de la imagen de una
geográfica y . s o articulados en un area Francia clasicista (D. Mornet, G. Cohen, L. Réau, etc.), tal
- en un tiempo dado-- f como se generalizá en la ensefíanza de los liceos, excluyeron
histórica. Eso que hemos llamado orman u~a estructura
pues, los dos as ectos y ~~ncepto de epoca abarca, toda concesión al Barroco, salvo para condenar cualquier posi-
articulación y r!íproc~ de;~~one:'mn geográfico-temporal de ble contagio del mismo, coroo procedente de fuente espafiola.
de factores culturales de toda ín~~~~a e~~tre una co:ripleja serie
europeo y creó una relativa h . . a que se d10 en el XVII 18 bis. Op. cit., pág. 63.
19. Nos encontraremos con ellos en páginas sucesivas.
los comportamientos de lo homobgene1Edad en las mentes y en 19 bis. Véase Gerhardt, «Rembrandt y Spinoza», Revista de Decidente,
s om res. so es para roí 1 B
rroco. Vo1vamos a referirnos a W e11ek·· «e1 termmo : . barroco ' e esa- XXIII,
20. 1929.
Véase «Quelques aspects de la poésie baroque protestante», Revue des
Sciences Humaines, 1954, págs. 383-392.
21. Historia social de la literatura y e! arte, ttad. cast., t. II, Madrid,
. 18. Op.
!iteraria», págs, Y sigs. sobre «El conc~pto dcl barroco en la investigaci6n
cit.,61 cepítulo 1957.
36 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA
INTRODUCCIÓN 37
Cuando E. Mâle dio :fin a su monumental obra sobre la icono-
grafia cristiana con un cuarto y último tomo dedicado al arte parciales hablan de la poesía barroca francesa de la .c~tada ce~­
posterior al Concilio de Trento, aun admitiendo y desarrollan- turia 31, con Rousset poseemos hoy una de las e;pos1c10nes mas
do en él, con adnúrable erudición, el influjo de las doctrinas completas y sugestivas sobre el Barroco frances, a la, que ha
tridentinas sobre las artes plásticas, sin embargo, ni una sola afíadido después este mismo autor una b_;i~~a antologia de l~
v~z se sirvió en sus páginas de la palabra «barroco» 22. Muy poesía de la época 32 • Rousset, tras el anahs1s de la obra poe-
diferentemente, H. C. Lancaster y, con él, R. Lebegue, llega- tica de Malherbe y de la obra dramática de Corneille, llega ,ª
ron ya a la conclusión de que de un país en cuya rica y multi- Ia conclusión de que en Francia las zonas aparentemente mas
forme .cultura se han dado los misterios medievales, las tragi- clasicistas no son indemnes al movimiento barroco~ ~e mane-
comed1as del XVII, los melodramas del xrx, no era posible sos- ra que los autores que por razones de su credo ,art1st1co pare-
tener seriamente que la clarté del Clasicismo fuera una constan- cieron oponerse entre sí polémicamente, no estan tan aparta-
te histórica nunca abandonada 23 • Pero empezaron siendo inves- dos como se cree 33 •
tigadores de fuera, daneses, alemanes, ingleses, italianos, los Por países, por grupos sociales, por géneros, por temas, los
que se dedicaron a sacar a luz el complejo fondo barroco de aspectos del Barroco que se asimil,an :n uno. u otro caso, Y l~
la cultura francesa del XVII. No sólo T. Hardy o Malherbe, intensidad con que se ofrecen, vanan mcuest1onablemente. !"-s·
Desmarets o Théophile de Viau, eran escritores barrocos, ni puede explicarse la observación que se ha hecho de que s1 se
bastaba con conceder que entre los grandes lo fuera Corneille, mira a Le Brun en relación con Rubens parece n:enos barroco
frente a un Racine clasicista 24 • Dagobert Frey aproximaba ya el primero que si se le compara con Rafael, o s1 .se compara
como barrocos a Racine y Pascal 25 , Rousset y Chastel colocan Mansart con Brunelleschi parece más ba~roco que, s1 se ~e pane
a Montaigne en el umbral de la nueva época 26 • Butler estudia en relación con Borromini. Algo parecido podna dec1rse de
bajo tal carácter al autor de Britannicus 27 y J. G. Simpson des- Velázquez, entre Navarrete o Valdés Le~; da Góngora, entr~
cubre un fundamental entronque barroco en Racine en Mo- fray Luís de León o Villamediana; de Rivadeneyra, ent~~ Vi-
1.,
1ere, en B01·1eau . Cab'la esperar que se revelara ese 'fondo en
28
toria y Saavedra Fajardo. El Barroco y el somero clas1Clsmo
los escritores del país del «je ne sais quoi.. .» 29 • Bofantini ha del xvn, diferenciados por matices sup:r~ciales sobr~ ~I tronco
hablado de los «clásicos del Barroco francés», aplicando la ex- común que hunde sus raíces en la cns1s del. Man1ens1:1?• se
presión a todos los grandes escritores del xvnªº. Y si estudios superponen y se combinan en múltiples soluciones provlSlona-

22. L'art chrétien apres le Concite de Trente, París, 1932.


23. Véase «La tragédie», XVII• Siecle, núm. 20, 1953, pág. 258.
mondi etc han estudiado Ia amplia difusi6n del Barroco en Fran~ia.
Ia inv~stig~~i6n llevada a cabo por V. L. Tapié, Le Flem Y otro~ a po ~
1l
24. Tesis de Lebegue, op. cit.
identificar tan inmenso número de retablos barrocos en la Francia rural de
, 25.
pag. 24. Gotik und Renaissance, Augsburgo, 1929; véase Hatzfeld, op. cit., oeste s61o es posible que a esta curiosa proliferación se. hay.a .llegado por
la adtorizada y brillante influencia de unes focos cultos de. madia~16n :ar;~~:;
26. Rousset, La littératU1·e de l'âge baroque en France, Paris, 1953; Chastel, EI traba'o de los autores citados se expone en su rec1ent; .?. ra .et
«Sur Ie Baroque français», en Trois études sur le XVI• siecle París 1954. baroque/ de Bretagne et spiritualité du XVIIº siecle. Etude semzographzque et
27. Classicisme et Baroque dans l'oeuvre de Racine Pa;ís 1959. religieuse, Paris, 1972. ,.
28. Le Tasse et la littérature et l'art baroques en F~ance, ~it. en nota 14. 31. Véase J. Duron, «~largissement de notre XVIIº siecle poeuque»,
29. Jankelevitch, Le fe-ne-sais-quoi et le presque-rien, París, 1950. XVIIº Siecle, núms. 17-18.
30. Otros muchos, Spitzer, Auerbach, Vedei, F. Simone, A. Bruzzi, E. Rai- 32. La littérature française de l'dge baroque, dt. en nota 26.
33. Op. cit., pág. 203.
38 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA INTRODUCCIÓN 39
l~s e in~erdependientes, sin que se encuentren en estado puro J. Donne, Sponde, el primer Corneille, entre otros. Entre am·
ll1 const1tuyan escuelas separadas en la primera mitad dei xvrr. bas habrfa una cierta diferencia cronológica que permitiria
Producto de ~a amalgama entre .mito dásico y teología católi- distinguir entre alto y bajo Barroco. No sé si entre uno y otro
ca son, por e1emplo, algunos autos de Calderón -alguna vez grupo hay algo más que matices de personalidad, los cuales
se ha c1ta~o, en especial, El divino Orfeo-, los cuales son en todo momento existen, a lo que se debería que también
muestra bien pura de mentalidad barroca. Se ha podido decir muchas figuras dei Barroco no se dejaran incluir en una u otra
que ;I. barroco emplea las fórmulas dei clásico y que incluso de ambas tendencias 36 • Para nosotros se trata de una diferen-
los t1p1cos efectos de sorpresa que aquél busca -los cuales no ciación escasamente relevante que no quiebra el esquema que
son dei todo ajenos ai estilo más pretendidamente clasicista- seguimos. Nosotros tratamos de captar la significación de la .
los procura «por media dei empleo inesperado o deformado d~ cultura barroca en términos generales, válidos para los países
recursos clásicos», siguiendo una línea que algunos quíeren ver en que se dio, aunque los observemos preferentemente desde
c?nsen:ada todavia en el sigla xvm 34 • Pocos ejemplos ilustra- Espafia. Sobre esto queremos afiadir todavía algo más.
r~ me!or ~º.que acaba~os de anotar que la utilización de me- Las transformaciones de la sensibilidad que en tiempos pró-
dia~ mitolog1cos y clas1c1stas en la pintura de Velázquez 0 en ximos a nosotros se vieron ligadas a nuevas condiciones socia-
la literatura de Calderón. De las dos corrientes que en el si- les -cuya. primera fase de máxima tensión crítica se hubo de
gla ~II se han sefialado, la de los que creen romper con la alcanzar en la década de los afios veinte dei presente siglü-"
tradic1ón, pensando tal vez que nada de lo antiguo ha de re- despertaron un nuevo interés por ciertos productos de la cul-
nacer -Descartes-, y la de los que se consideran ligados tura espafiola. Hasta entonces, y bajo fapresión de un clasicis-
a u~ renacimiento de lo antiguo -Leibniz, Spinoza, Berke- mo pedagógico, muchos de éstos habían sido dejados de lado,
l~y -:-• los _elemento~ barrocos se distribuyen entre una y otra, despertando recientemente hacia ellos un interés y una aten-
sm diferencias que s1rvan para caracterizadas, si bien poda- ción, a resultas de lo cual se ha incorporado ai estudio del
mos no llamar propiamente barrocos ni a unas ni a otros de Barroco europeo la rica región del XVII espafiol. E1 redescu-
los pens~dores citados, por muy inmersos que estén en la épo- brimiento dei Greco, la creciente admiración por Velázquez,
ca, ~ons1derándolos como los pioneros que, desde dentro de Zurbarán, Ribera, etc., la estimación dei teatro, de la novela
la m1sma, abren cauce a otra cultura. picaresca e incluso de la poesía lírica, siempre más trivial, y fi-
En lu~ar de una distinción entre clasicistas y no clasicistas nalmente la dei pensamiento político y económico, han pre-
para clas1ficar a los creadores de la cultura dei sigla XVII parado el amplio desarrollo dei estudio del Barroco espafiol.
W arnke propone diferenciar dos líneas: una retórica rica e~ Admitamos que la tendenciã, tan fuertemente seguida, al di-
ornamentación, emocional y extravagante, c~n nomb;es como fundirse los estudios sobre el sigla XVII, de ligar las creaciones
l?s de ~ngora, Marino, d'Aubigné, Gryphius, etc., y otra dei mismo con el catolicismo tridentino, el monarquismo civil,
lme~ mas mtelectual, más sabia, aunque tal vez no menos con- el absolutismo pontifi.cio, la ensefianza jesuíta, etc., factores
tors1onada, a la cual pertenecerían Quevedo, Gracián, Pascal,.
34. Joyce G. Simpson, op. cit., págs. 17-18.
36. La distinci6n es de F. J. Warnke, Versions of Baroque, European
35. H. Gouhier, «Les deux xvu• siecles» en Actas del Congreso Jn, literature in the XVII" century, Yale University Press, New Haven, 1972,
ternacional de Filosofia, t. III, Madrid, 1949, ~ágs. 171-181.
págs. 13 y 14.
40 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA
INTRODUCCIÓN 41
todos ampiiamente desenvueltos en E - . .,
de los estudios sobre el B spl ana, prop1c10 el auge mos citado, también Weisbach, al hacer del Barroco un arte
d , arroco espafio Observ
avia cuando Tapié hizo un Iib h .
emos que to- contrarreformista, utilizaba en gran proporción datas espafioles.
Barroco si en sus págm· ro que emos citado sobre el Pero tal vez ninguno ha extremado esta posición tanto como
, as se ocupaba de Fran . I r C
troeuropa y Brasil, no había e li . , eia, ta ia, en- H. Hatzfeld: para él, el Barroco, en prinler lugar, se liga a in-
que el hecho resultar n e as menc1on de Espafia, aun- gredientes constantes y lejanos del genio espafiol -ciertos as-
fechas en q~e la obra ªs:~u~Í. t?d~ punto injustificable en las pectos se descubrirían ya en escritores hispanolatinos (Lucano,
objetá severamente que p ico. lya entonces, Francastel le Séneca, Prudencio ~; por otra parte, las formas de religiosidad
or esa so a razón su tr b .
sentaba un impropio desenv 1 . . d 1 a a10 repre- que singularizan el espíritu espafiol (en san Juan de la Cruz,
o v1miento e tema s p . . ,
se resumia en estas palabras: «Ta i, . u os1c1on san lgnado) tendrían uria fuerte influencia sobre su desarrollo;
absoluto el origen italiano d 1 B p e toma como un dato y, finalmente, hay que contar con la presencia de ciertos ele-
el Barroco no nace en Itali e , arroco; personalmente creo gue mentos que se dan en la tradición hispánica (islámicos y nor-
te penetración de ciertas f~r::: ~ue a tº?_secuenda de Ia fuer- teafricanos ). Según Hatzfeld, Espafí.a, ·penetrada de cultura ita-
fia,. y también sin d d e re 1~1 ?n llegadas de Espa- liana en el xvr, impregnada de italianismo, presente e influyen-
dades de un 'ust u a, P.ºr Ia penetrac10n de ciertas modali- te en alto grado en Italia, desde la segunda mitad del XVI ha-
régimen socialg impºu;~~ pso11r1 lserhiespa~ol, .:al vez se ligara al bría provocado una alteradón de las condiciones en que se
eon anterioridad S. Sitwella sostu
spanizac1on» 37
· desenvolvia el Renadmiento en ésta y habría compelido a escri-
con más claridad y con 1 , vo que 1os caracteres que tores y a artistas a buscar formas nuevas que desembocaron en
había ~ue ~dos a estudia;~:~o~:je~;l~:le~e!:í~s~l Barr?co, el Barroco. En la formación de éste serfan innegables las con-
con,vemenc1a de servirse tamb. , d 1 p ' de ah1, la diciones de la hispanización en Roma, en Nápoles, y, por reper-
noamericanos, emparentados c~~n a ~, os ~~rtugueses e hispa- cusión, en otros puntos de la Península italíana. Espafia, que
como algún otro inglés W tk' 39 q ellos . Tanto este autor tan eficazmente habría contribuído a descoyuntar y remover el
nico en el Barroco lo li ' a m ' al acen:uar el factor hispá- orden renacentista, asimilaría rápidamente las formas barrocas
i;iosidad hispánica y ca;~~ a ~a d~pendencia respeeto a la reli- incipientes de Italia, las llevaría a madurez, y la influencia es-
tor ~spafiol en el Barroco s~ªha ~ c~~o es qu~. la parte del sec- pafiola las habría expandido en Francia, en Flandes, en la mis-
Por ra~ones semejantes a 1 d ef o ª. amp i~r cada vez más. ma Italia, y también en medias protestantes de Inglaterra y
as e os escritores ingleses que he- Alemania . w. Contrarreforma, Absolutismo y Barroco irían jun-
. ?7. . P. Fra:-icastel, «Baroque et Cl . . . . tos, en prueba de su base hispánica, y hasta el arte barroco
c1v1hsat1ons», Ann:iles: Économie S . , ~ss1c1~n:e: hist01re ou tipologie des
mayo 1951, pág 146 Tap1'e' s, oc6zetes, Czvzlzsations, XIV, núm 1 enero que se produce en países protestantes se hallaría en relaci6n
· · contest en Ia mi . · · ' ·
gran Parte de Espafía cuya s b sma revista reconociendo la con la influencia hispánica, tesis que otros habían enunciado
e~ libro e~tero. Su ~osterior o~:i~o~e L~ro;~~~aba, segú? sus palabras, . sobre ya, sin reducir por eso -contra lo que hace Hatzfeld- el
c1erta medida la ausencia anterior que (Paris, 1961), corrige en
teamiento general. Se observa u'e P;o. no resulta satisfactorio en su plan- valor creador del Barroco protestante 41 •
fuentes espafíolas. q apié conoce muy insuficientemente Ias
.38. Sor;thern baroque art Londres 1924 40. Estudios sobre el Barroco, cit. en nota 16. Véase en es:;>ecial el artfoulo
dres, 1931. ' ' , Y Spanisb baroque art, l..on-
«La misi6n europea de la Espafia barroca».
39. Catholic art iznà <:ulfltre,. Londres, 1942. 41. Véase el estudio de Gerhardt cit. en nota 19 bis. Y las obras en que
Pinder se ha ocupado del tema. · ·
INTRODUCCIÓN 43
42 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA

De todo ello queda en claro -separándonos de lo que aca- pueblos a tantas épocas, a tantas civilizaciones, de papel tan
42
bamos de ver- que la cultura barroca se extiende a las más secund;rio en la estructura histórica del Barroco? •
variadas manifestaciones de la vida social y de la obra humana, y queda la cuestión de la apelación ~ propio ~a~ácter esp~­
aunque unas predominen en unas partes y otras en partes dife- fiol, que en este caso viene referido a act1tudes religiosas Y mas
rentes; que la zona geográfica a que se extiende esa cultura particularmente místicas. Es frecuente -y así l~ hace Hatz-
-sin que debamos ahora entrar a distinguir entre produccio- feld- unir Barroco y misticismo y ambas cosas hgarlas al ca-
nes originales y derivadas- abarca principalmente a todos los rácter y a la espiritualidad espafiolas. Pero. o?s7rve~os que el
países de la mitad occidental de Europa, desde donde se expor- misticismo es en Espafía una forma de rehgios1dad importada
ta a las colonias americanas o llegan ecos a la Europa orien- que procede en ella de Flandes y Alemania, para pasar des-
tal. Y que, dada Ia multiplicidad de elementos humanos que pués a Alemania y Francia -aparte, en todo mo;nento, del
participan, así como de grupos con muy variadas calidades en caso de Italia-. Ese misticismo espafio~ es. un fenomeno muy
que se desenvuelve, tenemos que acabar sosteniendo que el Ba- delimitado y corto en el tiempo, y en el si~l? XVII no qu~da
1
nada de él cuando inversamente, la floracion de la mística
rroco ·depende de las condiciones similares o conexas de una
francesa y ;obre tod~ de la alemana son espléndidas. Subsiste;i,
situación histórica y no de otros factores -por ejemplo, de ca-
sí, formas de mentalidad mágica que no se pueden confundir,
racteres populares o de las causas particulares de una etnia-. sin más con el misticismo, y que, por otra parte, cabe encon-
Tal es la línea de nuestra estimación que en los capítulos si- tradas ~n toda Europa, en esa misma época. Finalmente, los
guientes nos ha de guiar. aspectos que caracterizan al misticismo, por lo menos tal como
Por el contrario, hacer referencia a similitudes de estilo con sedio en Espafia -en santa. Teresa, en san Juan de la C~uz (lue-
escritores latinos de origen peninsular es cosa que nadie puede go daremos algún dato de ello )-, so~ francamen.te diferentes
tomar hoy en serio. Pretender hallar caracteres hispanos «desde de los del Barroco· son más bien antibarrocos, sm que obste
los más remotos orfgenes», al modo que postulaba M. Pelayo, a ello el fondo comÓn de filosofia escolástica q~e en uno, Y. otro
o creer encontrar ecos lucanescos o senequistas en escritores lado se halla 43. Claro está, no incluímos aqui como m1st1co a
espafioles, por su calidad de tales, después de Ia crítica de san Ignacio. La mentalidad ignaciana se expande y da frutos
A. Castro y otros -perfectamente válida a este respecto-, es de plenitud en casi todos los países europeos. Y en aque~o en
cosa que no se puede hacer con seriedad. Claro que no más que la mentalidad ignadana se corresponde con. planteam1ento.s
atendible viene a ser Ia tesis que quiere reconocer, en una pre- barrocos- lo que se da, más que en san Ignac10, en ~us .segm-
tendida predisposición hispánica bacia el Barroco, componentes d.ores_ hemos de ver mejor los resultados de la coincidente
. , hi ó .
islámicos, contra lo cual militan los mismos argumentos que dependencia respecto a una misma situac10n st rica.
contra lo primero, aunque no todos cuantos del tema han ha-
blado -con una cierta dosis de capricho- estén dispuestos a 42 Hatzfeld, op. cit., págs. 467-468. A O
. 43 · Sobre la escolástica en la mística espaíi.ola, véase A: ·L rtega,
reconocerlo así. Nos preguntamos, además, <;!en qué país nor- Raz6n° teol6gica y experiencia mística, Madrid, 1~44; ~ . G~r1gou- tgrange,
teafricano o islámico se ha dado el Barroco, si a este concepto «Saint Thomas et Saint Jean de •la Croix:>, La Vie Spzritue eA sÁ e;ekto,
1930 Para un planteamiento sobre sus relaciones con el Barrocoa'· • H: ,ar. er,
se le da un significado algo más consistente que el de una cier- «Calder6n, el dramaturgo de ila escolástica», Revista de Estu tos zspanzcos,
ta tendencia a la exuberancia decorativa, tan común a tantos núms. 3 y 4, 1935, págs. 273-285 Y 393-420.
44 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA íN'I'RôDUCCIÓN 45
El lector de la bi~n nutrida colección de Cartas de ;esuitas por misticismo, cuyo fondo creencial está impregnado de esa
-cuyas fechas se ext1enden por los afios dei masivo Barroco- ~orriente de racionalización que sustenta la escolástica. La pre-
encont:ará en e~as muy abundantes materiales que revelan la sión de la Iglesia, de la monarquía, de otros grupos privilegia-
mentahdad del tiempo. De algúnos de ellos nos serviremos en dos que tienen que atraerse sectores de opinión, hacen lo posi-
los capítulos que siguen. Pero no dejemos de observar que si ble por vigarizar esos aspectos extrarracionales, para servirse
hu.bo escr~tores barrocos muy afectos al modo de la cultura je- de ellos en la manera que más adelante veremos. Esto se había
smta -Tirso de Molina, Salas Barbadillo, Díaz Rengifo etc.- hecho también en otras épocas; respecto al sigla XVII en Espa-
hubo toda una opinión adversa a lo que de nuevo traí~n com~ fia y fuera de Espafia, la diferencia está en que ha venido a re-
manera de actuar y de sentir. Barrionuevo nos da cuenta de que sultar mucho más difícil la cuestión. Y esa mayor dificultad se
par~ muchos. era un error admitirlos en república alguna 44. En explica por el aumento cuantitativo de la población afectada,
va.r1as del pr1mer ?rupo de las mencionadas Cartas, entre las pu- por las energías individualistas que han crecido, por u:ia c~m­
blicadas (enero a Julio de 1634 ), se habla de numerosos escritos parativamente más amplia información que se halla difundida
de muy diversa procedencia, contra la Compafiía: en una de en .los medias ciudadanos, por la complejidad misma de los
ellas (23 de febrero) se dice que «llueven papeles contra la medios a emplear; por todo ello, ahora no basta con esculpir
Compafiía». Pero sabemos que el rey, con fuerte decisión, dio una «historia» ejemplarizante en el capitel de una columna, ni
orden de recogerlos y condenar a sus autores, de cuya misión se con pintaria en una vidriera, ni con relatarla, sirviéndose del
encargó .Ia lnquisición en Espafia 45 • No dejan de ofrecer estas inocuo simplismo de una leyenda hagiográfica 46 • En el nuevo
:efe:enc1as un valor indiciaria. No todo coincidía con la línea tiempo que viven las sociedades europeas hay que alcanzar a
Jesulta ~n la mentalidad de muchos de sus contemporáneos. saber el modo más adecuado, podríamos decir que más racional,
La epoca dei Barroco es, ciertamente, un tíempo fideísta de empleo de cada resorte extrarracional y hay que poseer la
-lo cual tampoco. es muy significativamente jesuíta, aunque no técnica de su más eficaz aplicación.
sea enteramente a1eno-, de una fe que no sólo no ha elimi- No está todo dicho con lo anterior. Aunque por el puesto
nado sino que ha reforzado su parentesco con las formas mági- central que en el siglo XVII la religión ocupa para católicos y
cas, frecuentemente incursas en manifestacíones supersticiosas protestantes, y aunque por la incorporación de ésta a los inte-
-~olpe, Buisson, Granjel, Caro Baroja, las han estudiado en reses políticos, la vida religiosa y la Iglesia tengan un papel
Itaha, en Francia, en Espafia, etc.-. La mente barroca conoce decisivo en la formación y desarrollo dei Barroco, no en todas
f?~mas. irracionales y exaltadas de creencias religiosas, políticas, partes ni siempre -por ejemplo, en muchas ocasiones dei mis-
Íls1cas mcluso, y la cultura barroca, en cierta medida, se desen- mo xvn espafiol- las manifestaciones de aquella cultura se
vuelve para apoyar estas sentimientos. Directamente nada tiene
que ve; esta con el misticismo espafiol; ni por espafiol, porque 46. Más adelante, cap. III, recogeremos una curiosa declaración que se
es fenomeno amplio y fuertemente dado en todas partes, ni _contiene en La picara ] ustina y que nos bace ver no era tan común como
se ha supuesto el gusto por las hagiografías. El hecho mismo de que muchos
de los relatos y comedias de santos contengan tanta parte de grotesco rea-
2 d44. Avisos de don l er6nimo de Barrionuevo (véase el correspondíente a lismo -piénsese en ese Santo :v sastre, título de una comedia de Tirso en la
e octubre de 1655, BAE, CCXXI, t. I de la obra pág 199)
que lleva a! teatro la hagiografía de san Homobono subiendo al delo coo
45. Cart~s de ;esuitas, en MHE, vols. XUI a xrx,' publÍcadas por Ga- sus tiieras- revela una erosión realista indiscutible de los elementos sobrena-
yangos. La cita corresponde al vol. XIII (I de Ja serie), pág. 24.
turales.
46 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA INTRODUCCIÓN 47

corresponden con las de la vida religiosa, ni tampoco los pro- poder político y religioso con la roasa de los súbditos -a los
blemas que ella nos plantea para su conocimiento, ni derivan que ahora, como veremos, hay que tomar en cuenta-, lo que
éstos de un espíritu religioso. En el Barroco espafiol, tal vez explica el surgimiento de las características de la cultura ba-
no sería extremado decir que en todo él hay que atribuir el rroca. Por eso, habría que decir, en todo caso, que más que
mayor peso a la parte de la monarquía y dei complejo de inte- cuestión de religión, el Barroco es cuestión de Iglesia, y en es-
reses monárquico-sefioriales que aquélla cubre. No deja de ser pecial de la católica, por su condición de poder monárquico
significativo que cuando E. Mâle pretendi6 ligar el arte de fi. absoluto. Afiadamos que se conecta no menos con las demás
nes dei siglo xvr y de la primera mitad dei XVII a la influencia monarquías y forzosamente también con las repúblicas próxi-
contrarreformista -ya sefialada por Dejob 47- , apenas insert6 mas y relacionadas con los países dei absolutismo monárquico,
alguna menci6n de Velázquez (y aun ésta se refiere al ap6crifo tales como Venecia o los Países Bajos.
retrato de santa Teresa). Creemos que merece la pena hacer observar el hecho de que
El Barroco, como época de contrastes interesantes y quizá un redente investigador, trabajando sobre tema considerado
tantas veces de mal gusto (individualismo y tradicionalismo, au- por excelencia como no barroco, como ejemplarmente clásico
toridad inquisitiva y sacudidas de libertad, mística y sensualis- -el teatro de Racine- y, según queda claro, moviéndose en el
mo, teología y superstición, guerra y comercio, geometria y terreno de la historia de la literatura (no en otros campos que
capricho), no es resultado de influencias multiseculares sobre más pronto y con más decisión aceptaron la tesis de la multi-
un país cuyo carácter configuraran, ni tampoco, claro está, de plicidad de factores sociales en los fenómenos de la historia)
influencias que de un país dotado supuestamente con tales -nos referimos a Ph. Butler-, no duda, sin embargo, en
caracteres irradiasen sobre los demás con quienes se relacion6. escribir: «La Contrarreforma misma, así como la ciencia, el
No son razones de influencia o de carácter, sino de situaci6n pensamiento, el arte y la poesía barrocos, son una consecuencia
hist6rica, las que hicieron surgir la cultura barroca. Participan de ias transformaciones profundas que se operan en la concien-
en esa cultura, por consiguiente, cuantos se hallan en. conexi6n cia y en la sensibilidad de los hombres del siglo XVI y dei XVJI.
con tal situaci6n, aunque en cada caso sea según la posici6n Y esas transformaciones se ligan a causas múltiples, cultura-
dei grupo en cuesti6n. Depende, pues, de un estado social, en les políticas sociales, económicas, geográficas, técnicas y no
'
solamente '
religiosas» 48 (-en esa cadena, la Contrarref orma seria
,
virtud dei cual y dada su extensi6n, todas las sociedades del
Occidente europeo presentan aspectos o comunes o conexos. sólo un eslabón). Digamos que, no la Contrarreforma, tér-
Luego, dentro de ese marco, pueden estudiarse influencias sin- mino hoy insostenible, sino los factores eclesiásticos de la
gulares, personales, como las dei Tintoretto o el Veronés, en époc~ que' estudiamos, son un elemento de la situación histó-
Espafia, la de Bernini, en Francia, la de Botero o Suárez en las rica en que se produce el Barroco. Y que si a alguno de esos
monarquias occidentales. Pero es el estado de las sociedades, factores por razón de su nexo situacional, lo calificamos con el
en las circunstancias generales y ·particulares dei siglo xvrr, da- adjetivo' de «barroco», a todos aquellos que, como 1a e.conomia, ,
das en los países europeos, y, dentro de ellas, es la relación dei la técnica, la política, e1 arte de la guerra, etc., estuv1eron tan

47. De l'in/luence du Concite de Trente sur la littérature et les beaux-arts 48. Classicisme et Baroque dans l'oeuvre de Racine, cit., en nota 27, pá-
chez les peuples catholiques, París, 1884. gina 50.
48 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA INTRODUCCIÓN 49
enlazados a esa situación y tuvieron sobre ella tan fuerte acción se desarrolló. Nos servimos, eso sí, de materiales que en am-
condicionante, con no menor fundamento hemos de tenerlos plísima proporción proceden de fuentes espafiolas. Están uti-
como factores de la época del Barroco. Sin aquéllos ésta no lizados y ensayamos aquí relacionarlos, colocándonos en el pun-
pue~e entenderse, como ellos mismos no se entienden tampo- to de vista de la historia de Espafia. Pero no dejamos de tener
co s1, al contemplados. en las alteraciones que experimentaron siempre en cuenta, cuando nos es posible, datos de varia na-
Y que tan eficazmente contribuyeron a configurar la nueva épo- turaleza, tomados de otros países, especialmente de aquellos
ca, separamos de ellos ese mismo calificativo de barrocos. que se encuentran más emparentados con nuestra historia. «El
Si hablamos de Barroco, lo hemos de hacer siempre en tér- drama del 1600 -ha escrito P. Vilar- sobrepasa el ámbito es-
minos generales básicamente, y la connotación nacional que pafiol y anuncia aquel siglo XVII, duro para Europa, en el que
pongamos a continuación no vale más que para introducir los hoy se reconoce la crisís general de una sociedad» 50 • Más
matices con que varía la contemplación de un panorama cuan- adelante volveremos sobre ese concepto de «crisis general».
do se desplaza sobre él el punto de vista, aunque sea sin dejar de A ella hay que referir la formación y desenvolvimiento de la
abarc~r el conjunto. Decir Barroco espafiol equivale tanto como cultura barroca, de la cual se explica así que, sobre tal base,
a dec1r Barroco europeo visto desde Espafia. Se puede y tal afecte al conjunto de Europa. Sólo que por su peculiar posi-
vez es conveniente hoy por hoy hablar del Barroco de un país cíón y, consiguientemente, por la gravedad de los caracteres que
pero sin olvidar de mantener el tema dentro del contexto gene~ en ella revistió esa crisis, la parte de Espafia en la historia del ·
ral. Y esta consideración geográfico-histórica es paralela a otra Barroco y su peso en relación con los demás países sea franca-
de tipo cultural. No se puede abstraer el Barroco como un pe- mente considerable. Por eso creemos importante colocamos en
ríodo dei arte, ni siquiera de la historia de las ideas. Afecta y el punto de vista de nuestra historia. Este proceder está plena-
pertenece al ámbito total de la historia social, y todo estudío mente justificado, porque en pocas ocasiones el papel de Es-
de la materia, aunque se especifique muy legítimamente en los pafia -esto no podemos negarlo- tuvo tan decisiva participa-
límites de uno u otro sector, ha de desenvolverse proyectándo- ción en la vida europea como en el xvn: negativamente -em-
se en toda la esfera de la cultura. Así pues, decir Barroco pleando esta palabra convencionalmente y, para nosotros, en
artístico quiere decir cultura barroca contemplada en su sistema este caso, sin sentido peyorativo-, por la particular gravedad
desde el punto de vista del arte. Nos satisface muy sinceramen- que la crisis social y económica de esa centuria alcanzó en Es-
te que l~ bibliografia espafiola sobre la pintura barroca haya pafia; positivamente -y hemos de aclarar también que en nada
~ado rec1entemente una de las obras más inteligentes y mejor tiene esta palabra para nosotros aquí un valor afirmativo-, por
mformadas sobre el tema, considerado como aquí proponemos: la eficacia con que los resortes de la cultura barroca se mane-
el libro Visión y símbolos en la pintura espafíola del Sigla de jaron, con unas primeras técnicas de operación social masiva,
Oro, que ha publicado Julián Gállego 4 9. en el ámbito de la monarquia espafiola, a los efectos políticos
Pretendemos que nuestra interpretación del Barroco, que y sociales de carácter conservador que en páginas posteriores
seguramente no dejará de ser discutida, se reconozca, sin em- estudiaremos.
bargo, válida para los países europeos en los que esa cultura

49. Madrid, 1971.


50. Crecimiento y desarrollo, trad. cast., Barcelona, 1964, pág. 438.

4. - YAltAVALL
INTRODUCCIÓN 51
50 CULTURA DEL BARROCO COMO CONCEPTO DE ÉPOCA
con frecuencia entre los que habitan próximos en una misma
De~de 1uego,. no dejo de reconocer que no puede hablarse
localidad (éste es uno de los fenómenos con más nitidez refle-
de soc1edad mas1va, en términos rigurosamente socio-económi-
jados en la novela picaresca). Las relaciones presentan en am-
cos, más que en el cuadro de la sociedad industrial. Y cierto
plia medida carácter de contrato: en las casas (alquiler), en los
es que, ªW: a fines dei XVII, salvo el inicial despegue de Ingla-
jornales (salario), en la vestimenta (compraventa), etc.; y se
terra, en ninguna otra parte, ni en la misma Francia posterior
dan en proporción considerable los desplazamientos de lugar
a Co~bert, apenas si se dan otros datos que los de una fase
(basta con pensar en el crecimiento de las ciudades y el éxodo
anterior. Entre nosotros, ni aun eso, pese a las patéticas reco-
rural, lo cual significa que una parte estimable de la población
mendaciones de Sancho de Moncada, de Martínez de Mata 52
no vive y muere en el lugar en que ha nacido) • De tal ma-
de Alvarez de Ossorio: económicamente, esa etapa anterior'
nera, aparecen en gran proporción nexos sociales que no son
corr~spondie~te .ª las condiciones que preparan el despegu~ interindividuales, que no son entre conocidos. Y es manifiesto
-dicho en ~erminos a lo Rostow, hoy de fácil comprensión-,
que esta altera los modos de comportamiento: una masa de
apenas emp1eza a reconocerse en el ámbito de nuestro Seis-
gentes que se saben desconocidas unas para otras se conduce
cie?t~s. El uso frecuente de los vocablos «manufactura» y
de manera muy diferente a un grupo de indivíduos que saben
«fabrica», en una acepción industrial y no meramente al uso
pueden ser fácilmente identificados. Pues bien, socialmente
antiguo, serí~n .u~ débil dato de lo que decimos 51 • Luego ten-
esto es ya una sociedad masiva y en su seno se produce esa
d~emos que ins1st1r en esta cuestión, desde otro punto de vista.
despersonalización que convierte al hombre en una unidad de
Sm embargo, no dudo en aplicar la expresión de «sociedad
mano de obra, dentro de un sistema anónimo y mecánico
masiv~». ~Por q~é_? El historiador tiene que advertir que entre
de producción. El estudio más detallado de este fenómeno y de
la soc1edad trad1c10nal y la sociedad industrial con su creci-
sus consecuencias será objeto de un capítulo posterior.
miento de población, se encuentra una posición intermedia en
la que la sociedad ha dejado de presentar las notas de su pe-
ríodo tradicional y ofrece otras sobre las que se hará posible
más tarde la concentración de mano de obra y de división dei
trabajo dei mun.do moderno. Económicamente, tal vez pocas
cosas han cambiado -sobre todo en el régimen de modos
de producción-; socialmente, sí pueden estimarse cambias de
mayor entidad, los cuales pueden tener un origen en primeras
transformaciones económicas, pero el cuadro de esos cambios
sociales supera con mucho a aquéllas. Es una sociedad en la
que ci:nde el anonimato. Los lazos de vecindad, de parentesco,
de am1stad, no desaparecen, claro está, pero palidecen y faltan

. 51. ~a frase de González de Cellorígo «todo género de manufactura necesa·


ria al r:mo~> falta por disminucí6n de gente, representa ya una primera toma
de conc1encia (Manual de la política necesaria y útil Restauraci6n a la Repúbli 52. Utilizamos, aunque s6lo de modo aprox~mado, 'las categor!as de Tonnies.
ca de Espana, Madrid, 1600, folias 12 y 22).
PRIMERA PARTE

LA CONFLICTIVIDAD
DE LA SOCIEDAD BARROCA

:: t

··,;
Capítulo 1

LA CONCIENCIA COET ANEA DE CRISIS


V LAS TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII

No son siempre fenómenos coincidentes, ni menos aún re-


ductibles a una sola especie, crisis económicas y crisis sociales, si
bien de ordinario se producen en dependencia recíproca. Las
curvas de desarrollo de unas y otras, incluso cuando se superpo- ·
nen, por lo menos en parte, no se ajustan en sus oscilaciones y
altibajos, aunque las repercusiones entre ellas resulten incuestio-
nables. Quizá no se haya dado nunca, y ello esté en la razón
misma de sus mecanismos, un paralelismo a través de toda la
extensión de ambos fenómenos, cuando se presentan con gran
proximidad entre sí. Tal vez ello explique que los economistas,
con frecuencia, puestos a considerar las crisis económicas, tomán-
dolas como consecuencia de leyes objetivas del mercado o como
derivación de estructuras mediatas o inmediatas, hayan solido,
sin embargo, dejar de lado -salvo los economistas de escuelas
muy específicas- las implicaciones en el ambiente social que
de aquéllas se originan.
Nosotros creemos (y tal va a ser nuestra tesis) que e1
Barroco es una cultura que consiste en la respuesta) aproxima•
damente durante el sigla xvn, dada por los grupos activos en
una sociedad que ha entrado en dura y difícil crisis, relacionada
con fluctuaciones críticas en la economía del mismo período.
Luego trataremos de precisar algo más sus fronteras cronoló-
gicas. Durante ellas, los trastornos económicos han sido más
56 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 57
estudiados y son mejor conocidos. Ahora desde hace unos afios
.
empiezan a estudi·arse Ias alteraciones sociales
' que por todas' hace pensar que Martínez de Mata bien comprendía que su tiem-
po era una época conflictiva.
partes surgen. Pero no se trata simplemente de fenómenos ais-
Iados o inter~itentes, de ~alestar de los pueblos, ni de Ias apa-
Nosotros nos negamos, claro está, a idealizar, frente a ese
rentes e~plosiones, de radio rnayor o rnenor, en que se mani- sombrío aspecto con que empieza presentándosenos el B.arroco,
fiestan, smo ?~ que ~a centuria del Barroco fue un largo período
ningún otro tiempo anterior: probablemente el campesmo an-
daluz, el tejedor segoviano, los empleados de los mercaderes
de honda cnsis social, cuya sola existenda nos permite com-
prender las específicas características de aquel siglo. burgaleses y aun estos mismos y tantos otros -sit1 olvidar que
Tengamos en cuenta que desde que empieza eI siglo XVII lo mismo podría decirse de cualquier otro país- ?~ se encon-
trarían mucho mejor ni se juzgarían dignos de envidia en otros
empe~ará tambié? la condenda, más turbia al comienzo que
tres siglos despues, de que hay períodos en la vida de la socie- momentos. Pero lo cierto es que desde que aparece -lleno ?e
conquistas sobre la naturaleza y de novedades sobre la socie-
dad en los cuales surgen dificultades en la estructura y desenvol-
vimiento de Ia vida colectiva, las cuales provocan que Ias cosas dad- el tipo que hemos dado en llamar hombre moderno, em-
no marchen bien. Períodos, pues, de diferente durad6n, respec- pieza también a desarrollarse la capacidad en él de comprei:der
to de los cuales se reputa que la sodedad no funciona al modo que las cosas, de la economía quizá principalment.e y, también,
ordinario: en ellos se complican, en principio desfavorable- de otros ramos de la vida colectiva, no andan bien y, lo que
mente, las relaciones de grupo a grupo, de hombre a hombre; es más importante, empieza a dar en pensar qu~ po?rían ir
surgen alteracione.s en lo que éstos desean, en lo que esperan, mejor. Es más, esa conciencia de malestar y de mquietud se
en lo que hacen, i~pu1sads por ese mismo sentimiento de que acentúa en aquellos momentos en que comienzan a manifestarse
las c?sas han cambiado. Y ello, claro está, trae consigo muchos trastornos graves en el funcionamiento social, trastornos que,
conflictos, o mej?r•. una situaci6n muy generalizada que pode- en su mayor parte seguramente, son debidos a la ~nterv~nci~~'
mos llamar confhctlva. Todos saben que en el XVII espafiol la bajo nuevas formas de comportamiento~ de. esos ~ismos md1v1-
monarquía espafio1a se enfrentaba con asfixiantes dificultades duos, a la presi6n que, con nuevas aspirac1ones, 1dea~es, creen-
hacendísticas; pero no era sólo eso, ni tampoco acababan los cias, etc., instalados en un nuevo con:iplejo de relaciones eco-
problemas con los trastornos de precios que aquéllas ocasiona- nómicas, ejercen sobre el contorno social.
ban a diario. Una de las mentes que vio con más claridad la La palabra «crisis» ha aparecid~ ~ucho a~~es, en el terreno
situaci6n crítica de la monarquía, Martínez de Mata, sefialaba, de la medicina, y su derivada, el adjetivo «Ctlt1co», ,q?-e a veces
sí, ~a penosa marc~~ de la Hacienda, pero no desconocía que se sustantiva -y así se habla de la persona del critico-~ em-
habia un fondo critico general: aquel que constituían los «de- pieza a emplearse a comienzos dei XVII -esto. es, e~ la epoca
más confli~to~ e~ que se hallan estos Reinos» 1 • Ese plural y misma que queremos estudiar-; pero queda b1en lei~~ tal vo-
Ia referencia msistente al malestar de grupos e indivíduos nos cablo de significar esos estados sociales de perturbac10n a los
que venimos haciendo referencia. Sin embarg~, aunque fa~te la
palabra, no falta ya la conciencia para advertir la presencia de
1. «Lamento~ apologéticos ··: en apoyos del Memorial de la despoblación, esos momentos de la vida social, anormales, desfavorables, espe-
pobreza de Espana Y su remedia», en Memoriales y Discursos de Francisco cialmente movidos, a los que luego llamaremos crisis. Por eso,
Martinez de Mata, edición de G. Anes, Madrid, 1971, pág. 374.
las gentes se preocupan muy directamente de esos fen6menos
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de alteración del modo común y establecido -o, por lo menos, cos que se experimentan, se escribe una y otra vez sobre ellos,
que se venía suponiendo tal- de sucederse las cosas en la vida sobre Ia manera de poner en mejor camino los negocios de la
de la sodedad y se ponen a discurrir sobre los adversos factores monarquía. Y ello pudo ser así: intentóse hallar remedio a tan-
que hayan podido desatar tan adversas consecuencias. Es más, tas insu:6.ciencias en la salud de la sociedad porque se creyó
se pasa a reflexionar -y en ello está lo más caracterizador de que estaba en manos del hombre recuperaria de esa situación
quienes ya son hombres «modernos»- cómo, con qué reme- crítica. En eso, también los políticos e historiadores del XVII,
dios se podrían eliminar o paliar tales males. De ahí, la inmensa que, sobre todo bajo la a:6.ción al tacitismo, se dieron a estudiar
literatura de remedias o «arbítrios» que se escribe, la cual, para procesos de inquietante anormalidad, contribuyeron a hacer ver
el científico economista, podrá tener una utilidad discutible, pero que el curso de las cosas humanas tiene sus momentos desfavo-
para el historiador es un material de inapreciable valor, al ob- rables, pero que en ellos es posible intervenir, aunque el buen
jeto de penetrar en el estado de espíritu que revela y también resultado no pueda garantizarse.
para ayudarse en la comprensión de las dificultades que agobia- Dei si.o-lo xv ai XVII, cuando, ai empezar a darse condiciones
ron a aquella sociedad, haciendo surgir en ella deformaciones de tipo p;ei::apitalista, surgieron las crisis económ~cas primeras
-llamémoslas, para empezar, así-, que fueron los productos de tipo coyuntural -más cortas y, en general, mas bruscas en
de la que hoy estudiamos como cultura barroca. su comienzo y en su fin-, que pudieron ser confusa pero real-
Podemos dejar aquí constancia de algunos puntos observa- mente apreciadas como tales, se pudo también llegar a j~zgar
bles sobre la línea de lo que hasta aquí hemos dicho. En primer que sus efectos más ostensibles se logra?a qu~, desaparec1esen
lugar, no se producen ya sólo perturbaciones económicas y so- jugando con factores que provocasen la mvers1on de la coyun-
ciales, sino que el hombre adquiere conciencia comparativa de tura. Por tanto, cuando se experimentaba una mejoría, era que
esas fases de crisis. En segundo lugar, hay un cambio -que se había logrado superar la crisis en cuestión, esto es, que los
podemos apuntar en la herencia dei cristianismo medieval y del remedios humanos puestos en juego, de algún modo hab~an
Renacimiento- en virtud del cual ese hombre con conciencijí operado favorablemente. Dado que en el XVI se op~ran var1os
de crisis nos hace ver que ha venido a ser otra su actitud ante casos de inversión de signo y que va quedando un c1erto res~l­
el acontecer que presencia, y que frente a la marcha adversa o tado favorable de tales experiencias hasta :6.nales de la centur1a,
favorable de las cosas no se reduce a una actitud pasiva, sino seguramente ello acentuó la con:6.anza en la capacidad. refor-
que postula una intervención. El modelo de este modo de com- madora de Ia obra humana y trajo consigo que los elogios, se-
portarse procede seguramente del ejemplo de los médicos y ci- gún el viejo tópico de Ia dignit~s h~':1inis, .se transformaran,
rujanos, y así se explica Ia preferencia que en el tiempo se llevando a muy alto nível Ia est1mac1on hac1a el ho?1bre ope-
tiene por el empleo de metáforas que se toman del Ienguaje de rativo, capaz de enmendar o de crear una ni:eva re~~dad natu-
la medicina y se explica igualmente que, con mucha frecuencia, ral 0 económica. Si afí.adimos que se expandió tamb1en, con:re-
los mismos escritores economistas y políticos -algunos de los tamente en Espafí.a, la impresión de que, tras una angus~1osa
cuales son médicos- hagan alusión a las técnicas curativas de situación del país, luego, con Ia política de los Reyes Católicos,
Ia medicina, para sostener que otros saberes semejantes se pue- de nuevo con ciertas medidas en el gobierno del emperador
den alcanzar sobre las enfermedades de Ia sociedad. Es un tiem- Carlos, y hasta también, en determinados .momentos, co~ algu-
po en que se inquiere sin descanso sobre los fenómenos críti- nas íntervenciones bajo el reinado de Felipe II, la tens16n de
60 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 61
~ngustia se había visto ceder, reemplazada por una expectativa quererlos encubrir y sobresanar con apariencias de dulzura y
Inversa, se comprende que la época del Renacimiento fuera
confianza de palabras» 8 •
capaz de tomar una actitud de: confianza en la capacidad huma-
Advertir este estado de cosas y entenebrecer su presenta-
n~ para refori;iar una realidad; una actitud que bien puede defi- ción como tantos escritores del XVII hicieron, requería tiempo.
nirse por el titulo de una de las obras que inspirara: Nueva fi- Si l;s crisis sociales son más largas que las estrictamente eco-
losofía d~ la naturaleza del hombre, obra a la cual pertenece un
nómicas -en la medida en que es posible abstraer unas de
«~oloqu10 sobre Ias cosas que mejoran este mundo y sus repú- otras- la crisis social que tan amenazadoramente se presentó
blicas». El autor, Miguel Sabuco, era un médico 2 •
en Eur~pa en las últimas décadas del XVI, y tal vez en Espaffo.
Pero si Ia intervención del hombre puede sanar, también con más fuerza que en otras partes, iba a tener duración sufi-
puede empeorar una situación. La desacertada manipulación
ciente para permitir que coagularan una serie de formas de
de los hombres en el gobierno puede errar y entorpecer el
respuesta que, repitámoslo una vez más, se sistematizarían
restablecimiento de una crisis; puede incluso provocada. y la
bajo la interpretación de la que llamamos cultura del Barroco,
forma en que se da la conciencia de crisis en el XVII tanto en
Mas como los historiadores, durante mucho tiempo, y hasta
el terreno económico como en el social, si puede espe;ar o reco- hace escasos afios, trabajaban atentos a la minucia del acon-
n?,cer e~ lo~ gobernantes capacidad para superarlas, puede tam- tecimiento, a lo que impropiamente Ilamaban un «hecho histó-
bien atr1bmrles -desde el momento en que las concibe como
rico» su versión resultaba de corto alcance, y sólo por los suce-
s~sceptibles de ser afectadas por lo qµe aquéllos hagan- los sivos' afíadidos de unos acaecimientos anecdóticos a otros se
tristes resultados de un empeoramiento que Ileve al punto de
llegaban a abarcar períodos largos, como la guerra de la Inde-
!ª c~ída. Un escrito anónimo dirigido a Felipe IV, hacia 1621, pendencia, la Restauración, la Dictadura, etc. Por motivos que
Inspirado º, :scrito por Cellorigo probablemente, recoge este
no son aquí del caso, los economistas se habituaron antes a
estado de ammo en todos sus aspectos: «El descuido de los
trabajar con tiempos más largos y complejos, a manejar nocio-
que gobiernan es sin duda el artífice de la desventura y puerta
nes de «procesos», «conjuntos», fenómenos que son ondas de
P?r donde .entran todos los males y danos en una república, y
largo radio, cuyo ejemplo los historiadores no les agradecere-
mnguna: p1enso, Ia padece mayor que la nuestra por vivir sin
mos nunca bastante. Y ahora e1 historiador social se encuentra
recelo m temor alguno de ruin suceso, fiados en una desorde-
obligado a pasar más allá de las medidas de tiempo que suelen
nada confianza». Pues bien, sabiendo que Ias dificultades exis-
usar incluso los mismos especialistas en ciclos y crisis econó-
ten, que Ias cosas humanas están sujetas a riesoo de torcerse
micos cayendo en la cuenta de que los períodos de crisis so-
pero no ignorando que esos aspectos desfavorables se puede~
ciales 'son con frecuencia más largos, y, por ende, más largas
s?bre~~sar si se está atento a ellos, hay que reconocer que la también y complejas las estructuras interpretativas que necesa-
s1tuac1on en Espafia es grave y triste, porque así es sencilla-
riamente tiene que construir, si quiere contar mentalmente con
mente, cuando «son evidentes los peligros y tienen remedio,
verdaderos y completos conjuntos dotados de sentido histórico.

3. Incluído en La Junta de Reformación, AHE, V, Madrid, 1932, pág. 22~.


2. Se Publicó en Madrid, 1587. Reproducida, no íntegramente, en BAE, En mi libro La oposición política bafo los Austrias, Barcelona, i972, ~ecoio
LXV. otros datos sobre semeiante manera de enjuiciar que en ocasiones no deia de
expresarse con franco resentimiento contra los reyes.
62 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 63
Ciiiéndonos a la época que aquí ha de interesarnos, segura-
a ser otra. Los modos de ejercicio de la libertad y los montajes
mente los economistas tienen raz6n, cuando incluso un marxista
represares de la misma seguirán manteniéndose. Y como ese
coi:i~ Lublinska~a (y eso que los marxistas fueron los primeros,
juego de libertad y represión afecta a la raíz de la cultura, las
gu1zas, Y los mas propensos a tomar en consideraci6n tiempos
largos) fragmenta el sigla XVII en varios períodos de bonanza crisis sociales son procesos que alteran profundamente el esta-
4 do social de un pueblo; más aún: son creadores de una nueva
Y de dificultad • Tal vez no hay una crisis económica del si-
cultura. Uno de esos casos fue, precisamente, la cultura del
glo XVII que abarque todo él, o, en ininterrumpida continuidad,
la mayor parte de él. Pero nos atrevemos a hablar de una Barroco, surgida de las circunstancias críticas en 9uc: se h~­
llaron los pueblos europeos, debido a causas econofillcas que
crisis de la sociedad del sigla XVII que se extiende y aun su-
varias veces cambiaron a través de la centuria, aunque más fre-
pera los límites de la centuria. Aun en aquellos lugares y afias
cuentemente con carácter desfavorable, pero también a una se-
en que la crisis económica cedi6, no se superaron los aspectos
rie de «novedades» dicho con el lenguaje de la época, que la
desfavorables de tal crisis social. Y si en ésta los factores eco-
técnica, la ciencia, ~l pensamiento filosófico, la moral, la reli-
nómicos fueron decisivos, hubo otros que agudizaron el mal
gión, trajeron por su parte. Todo ello ~in ?esco~tar qu~ la
y lo prolongaron, los cuales no pueden ser olvidados al hablar .
misma economía va entrelazada con mot1vaciones ideológicas,
de la crisis del siglo XVII, para tratar de explicarnos por ella,
cuya acción y reacción ante las transformaciones estructurale.s
en parte al menos, la cultura que prevaleció en ese sigla. Y con
-las cuales, en parte al menos, se producen en el XVII- obli~
más indelebles caracteres en los países en los que esa crisis efec-
gan al historiador a hablar de una nueva época. . .
tivamente se sufri6 con más gravedad y durante mayor tiempo.
Hemos dicho que las repercusiones que en un n:edio soc~al
Los economistas han hablado en afias redentes de una
produce una crisis económica son de más largo radio y subsis-
tendencia marginal al consumo, en virtud de la cual, aunque
ten, aunque se haya producido una mejoría de la coyuntura en
las rentas sufran una recesi6n durante algún tiempo, se sigue
la economía del país. Las crisis sociales muchas veces muestran
conservando una tasa de consumo igual a la anterior, sin acusar
una autónoma continuidad y podemos observar que sus tras-
el golpe de la restricci6n de los ingresos. Es como si hubiera
tornos se mantienen largamente, cuando la crisis económica
una cierta lentitud en la adaptaci6n a las nuevas circunstancias.
que probablemente actu6 de causa desencadenante de aquélla
Pues bien, en las crisis sociales, las ondas son mucho más
0 se ha cortado ya o ha pasado por fases intermitentes de tipo
largas, entre otras razones porque ese ritmo de adaptaci6n a fa'
nueva fase es mucho más lento. Por eso, en pleno XVII, los positivo y negativo. Es así, pues, como la cr~tica situación ~o­
cial del sigla XVII se prolonga a través de casi toda la centuna,
historiadores de ia economía pueden delimitar fases positivas;
habiendo empezado a manifestarse en los últimos afio~ de la
pero ello puede importar poco para el desarrollo general de
anterior, cualesquiera que sean los momentos de relativa ex-
la crisis social. Ante las circunstancias de ésta, los que deten-
pansión que se hayan podido dar en el proceso de la produc-
tan el poder, los que lo soportan, toman actitudes que tardarán
ci6n de 1590 a 1680. Desde luego, la onda de la crisis social
en desechar, aunque la situaci6n haya llegado, décadas después,
que 'condiciona el desarrollo del Barroco es más prolongad.a Y
continua que la crisis económica de la cual, en tan gran medida,
4. French absolutism. The crucial phase (1620-1629), Londres, Cam- la primera depende. .
bridge University Press, 1968.
Pero esta dependencia que acabamos de enunciar no lo ex-
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 65
64 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

plica todo, y sólo de ella no hubieran derivado los complejos sabiduría y prudencia humanas -causas segundas, naturales,
fenómenos de violento contraste y de contorsión que caracte- autónomas- permiten que «se dejen mantener las repúblicas
rizan el Barroco. Hay que contar con otro aspecto: con la ex- bien ordenadas en sus estados y que hay ciencia en la política
periencia inmediata de los hombres con los que terminaba el para prevenir las caídas dellas»; algo así como los médicos~ a
sigla XVI, compleja experiencia que con signo muy distinto pesar de la fuerza de las influencias astrales, han hallado med1os
habían conocido las sociedades del Renacimiento y, entre ellas, para mudar el curso de las enfermedades y sanarlas ~. De la
muy especialmente, dentro de Espafia, la sociedad castellana. misma maneta podrían operar los gobernantes. Hay quien no
De la imagen expansiva de la sociedad que había cundido en se arredra en decir: «muchas veces las insolencias de los minis-
muy diversos grupos sociales del siglo xvr el'l Espafia y de la tros irritan a los hombres a que hagan lo que no han de ha-
proyección de esa imagen sobre la concepción de una historia cer» -esto es, trastornan todo un sistema político-. En 12
vertida hacia adelante, esto es, sobre una visión porvenirista de septiembre de 1654, esta es lo que hace observar Barrio-
del acontecer humano, nos ocupamos muy por extenso en otras nuevo ante uno de los más graves conflictos de la monarquía so-P. . ;:,
ocasiones 5 • Cuando de una situación de espíritu favorable- barroca: la sublevaci6n y guerra de Catalufia. La literatura que
mente esperanzada se pasara a la contraria, cuando, en vez de tiene por objeto enmendar y poner en buen orden el sistema de
poder contar con la continuidad de un movimiento de auge, las relaciones sociales y políticas, cosa bien sabida, es inagota-
aparedese ante las mentes el espectro de la ruína y caída de ble. En Espafia, como en tantos otros países de Europa, se
la monarquía, de la miseria y relajación de la sociedad, del pueden contar por cientos los volúmenes. Y hasta tal punto
desempleo y hambre de los indivíduos, el choque tenía que se considera que es materia entregada al operar humano -a su
ser de una fuerza suficiente para que muchas cosas se viesen acierto o a su error- que, en 1687, en los últimos linderos
amenazadas y hubiera que acudir a montar sólidos puntales de la época que estudiamos, Juan Alfonso de Lancina, bajo
con los cuales mantener el orden tradicional -o por lo menos una luz melancólica, escribirá, aludiendo a esa construcción de .;~
aquella parte del orden tradicional imprescindible para el man- una sociedad política, la monarquía espafiola del XVII (que
tenimiento de los intereses propios de los grupos que seguían unos hombres han intentado levantar y no han sabido evitar
conservando el poder en sus manos-. Y también en este campo, dar con ella en el suelo): «Yo bien sé de una monarquía que,
paralelamente al de la teflexión sobre los problemas económi- de no haberse errado su planta, pudo haber dominado el mun-
cos (no seguramente con una intensidad comparable a la de do» 1. Es fácil advertir un parentesco en la actitud que denotan
nuestros días, pero sí muy superior a la de cualesquiera de las estas palabras y en las del Anónimo que cincuenta anos antes
épocas que la precedieron), se piensa en el XVII firmemente que escribía a Felipe IV. Más aún: no cabe encontrar ejemplo más
la adversidad que se sufre tiene causas humanas, causas, por plenamente comprobante de lo que venimos diciendo que el
tanto, que se pueden y deben corregir, y de las cuales, por de de Sancho de Mancada, ocurríéndosele organizar toda una fa-
pronto, cabe protestar. González de Cellorigo piensa que la cultad universitaria para hacer estudiar política, a fin de que

5. Véanse mis trabajos «La imagen de la sociedad expansiva en la 6. Memorial de la politica necesaria y útil restauración a la República
conciencia castellana dei siglo XVI», en Hommage à Fernand Braudel, Tou- de Espaiia, Madrid, 1600, fol. 16.
louse, 1972, t. I, págs. 369 y sigs.; y Antiguos y modernos(; La idea de progreso 7. Comentarias políticos, selección y prólogo de J. A. Maravall, Madrid, ·.1j
en el desarrollo inicial de una sociedad, Madrid, 1967. 1945, pág. 36. "
5. - MARAVALL
66 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 67

no se incurra en tantos desaciertos como cometen, por insal- etc.); 3) se hacen patentes efectos de malestar y de más o
vable ignorancia, los gobernantes de su tiempo 8 • Punto de menos declarada disconformidad, en relación al encuadrarniento
vista que otros muchos comparten y que está en la base de la de indivíduos y de grupos que suscita en ellos sensación de
curiosa e interesante preocupación por que se escriba y ense- opresión y de agobio (recordemos ahora el enérgico disparo dei
fie sobre política, que sefiores, burócratas y hasta simples ciu- afán de «medro», de elevación en el puesto estamental, de en-
dadanos comparten. Ello constituye documento de una actitud nobledrniento, ridiculizado por tantas obras !iterarias en Fran-
llena de inspiración moderna, nacida de una grave conciencia da, I talia, Espafia y otros países); 4) se producen t~an~f~rma­
de situación de crisis. Hemos de tomado como un dato valioso ciones en las relaciones y vínculos que anudaban a los 111d1v1duos
para entender la época. entre sí las cuales parecen ahora más graves a los que las so-
Hablamos de crisis social en atención a determinados as- portan, 'esto es, de más penosa carga, tal como .lo estiman
pectos 9 , entre otros, de posible comprobación: 1) en el estado las condencias disconformes de la época (los asalar1ados -los
de las sociedades del siglo XVII reconocemos una alteración de mismos criados de sefiores se consideran sólo sujetos por su
los valores, y de los modos de comportamiento congruentes salario-, los que trabajan para el mercado, los elementos ru-
con ellos, la cual alcanza un nível ampliamente observable ( el rales desplazados a la ciudad, las mujeres en familias de ricos
honor, el amor comunitario -que de :fidelidad vasallática está aburguesados, etc.); 5) se comprueba la formación dentr? de
en trance de convertirse en patriotismo-, la riqueza, la heren- la sociedad de ciertos grupos nuevos o resultantes de mod1:ficaJ
cia, la pobreza); 2) si toda sociedad particular supone una acep- ciones en grupos antes ya reconocidos (extranjeros, mercaderes,
tación activa o resignada -no digamos tanto como un consen- labradores ricos, o:ficiales de ciudad) 11 , cuyos papeles sodales
tirniento- de tales valores y conductas 10 , la puesta en cuestión sufren perturbaciones en toda Europa y quizá más aún en la
de los mismos lleva consigo alteraciones, de desigual intensi- Espafia dei xvn (si los grupos de burgueses no cumplen con
dad, en los procesos de integración de indivíduos cuando éstos un papel de «burguesía», los nobles dejan de cumplir su. papel
gozan muy desigualmente de ellos. El papel de esos procesos es de <mobleza»); 6) la aparición de críticas que denunc~an el
que mantengan estable dicha sociedad y ya en muchos casos ese malestar de fondo y suscitan, con un índice de frecuencia ma-
papel no se cumple (el pobre, el desprovisto de linaje, el en- yor o menor, la presencia de casos de conducta d.esviada y de
fermo -piénsese en lo que significa a este respecto la trans- tensiones entre unos grupos y otros, los cuales, s1 llegan a al-
formación social del hospital, estudiada por Laín Entralo-o- canzar un suficiente grado de condensación, estallan en revuel-
º ' tas y sediciones. De éstas hablaremos luego.
En :finde cuentas, antes de que acabe el siglo XVI y,,desde
8. Véase mi artículo «El prímer proyecto de una Facultad de Cíencias luego, hasta las últimas décadas dei XVII, ~unque sus mas gra-
Políticas en la crisis del sigla XVII (El Discurso VIII de Sancho de Man-
cada)», recogido en mis Estudios de historia del pensamiento espafíol, Serie ves y generales efectos se centren a mediados de esta centu-
III, La época del Barroco, Madrid, 1975. ~ ria 12, nos bailamos con que los países dei Occidente europeo
9. No nos referimos aquí a temas parcia!es (más de carácter de mor 1
individuai!), alguno de fos cuales ha recog1do, baio el título «La comed a 11. Véase mi obra Estado moderno y mentalidad social: Siglas XV a
Y los problemas sociales», E. W. Hesse, al final de su obra La comedia y sus
XVII Madrid, 1972, parte III, cap. 1.
intérpretes, Madrid, 1973, págs. 180 y sigs. 12.. Véase A. Gil Novales, «La crisis central de! siglo XVII», Revista de
10. Véase G. M. Forster, Las culturas tradicionales y los cambias técnicos
trad. cast., México, 1964. ' Decidente, núm. 115, 1972.
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 69
68 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

se enfrentan con una honda crisis social. Es paralela a la crisis marco europeo en que se ·desenvuelve, aunque en aquélla sus
económica, con bastante aproximación, aunque sea mayor y más efectos resultaran insalvables durante siglos. Ni se entiende
continuo su alcance, como llevamos dicho, ya que esos ciertos esa crisis con referirse tan sólo a dificultades económicas -por
momentos de relativa mejoría económica -similares a ese graves que éstas fueran-, ni a destrucciones militares (la Pe-
detectado en Castilla, por Ruiz Martín, entre 1625 y 1635- nínsula Ibérica fue la tierra mejor librada de Europa). Es el
no cambian la penosa situación social, quizá porque esos perío- espectacular y problemático desajuste de una sociedad en cuyo
dos de signo favorable no son ni de efectos bastante hondos interior se han desarrollado fuerzas que la impulsan a cambiar Y
pugnan con otras más poderosas cuyo objetivo es la conserva-
ni apreciables en un tiempo suficiente para hacer cambiar las
cosas. En resumen, cualesquiera que puedan ser algunos leves ción. Donde la resistencia a estos cambias fue mayor, sin que
altibajos, de muy corta onda en el espacio o en el tiempo, nos en ningún caso pudieran quedar las cosas como estaban, no se
enfrentamos, desde los últimos afios del reinado de Felipe II dejaron desarrollar los elementos de la sociedad nueva Y se
hasta los finales del de Carlos II, con una extensa y profunda hallaron privilegiados todos los factores de inmovilismo. En
crisis social en Espafia, similar y paralela -pienso que más tales casos, como el de Espafia, los efectos de la crisis fueron
aguda en el caso espafiol- a la que se presencia en otros más largos y de signo negativo.
Es una crisis de complejas manifestaciones, como antes
países europeos: en Frauda, en Alemania, en Italia, etc., y en
Inglaterra hasta que aquí la Revolución aseguró el triunfo de hemos dicho, que deja una amplia huella en la faz de 1~ época.
los factores que estaban cambiando la estructura del país. No Lucien Febvre ha dirigido su observación en este último as-
se puede identificar esa común crisis del XVII con un fenómeno pecto, fijándose especialmente en el semblante de los hombres,
nuevo derivado de la casi general confl.agración de la Guerra particularmente desde el momento en que -tal es la ~alabra
de los Treinta Afios, porque comienza mucho antes, afecta a que emplea- se «liquida» el Renacimiento. (Creemos, sm em-
esferas no amenazadas por la guerra, fue más grave en países bargo, que una experiencia histórica no se liquida nunca Y pre-
. hi , · ) lS
que no sufrieron los estragos directos del fuego y de la solda- ferimos atenernos al concepto de «carob10 stor1co».
desca, y su proceso de restablecimiento no siguió la línea de Seguramente la recesión y penuria que en lo económico se
recuperación de las pérdidas de guerra 12 bis. La crisis del xvn imponen desde fines del xvr, el desconcierto y males.t~r que
no puede entenderse en Espafia sin tener en cuenta el amplio crean los repetidos con:flictos entre Estados, la confus1on mo-
ral que d~iva de todo un precedente período de expansión, los
12 bis. Sin duda, cuando los trastornos del siglo xvn están ya en marcha
injustificab~ comportamientos eclesiásticos y las críticas que
la guerra de los Treinta Anos acentuá la crisis, conforme sostiene Trevor-Ropper; promueven, dando lugar o a consecuencias de relajación o a
la carga de los impuestos, la opresión de la soldadesca las derrotas mílitares actitudes patológicas de exacerbada intolerancia, éstos y otros
con . sus gra_ves pér:Jidas, las ~ificu~tades del comercio, ~l desempleo y la vio-
lencia, las msolencias y amotmamrentos de las tropas, todo ello produjo por
muchos hechos de semejante condición golpearon sobre unas
todas P~tes un descontento popular que se tradujo en clesórdenes. Se conocen conciencias a las que el movimiento de la época anterior había
los contmuos informes del canciller Séguier sobre las sublevaciones de los cam- despertado y había hecho más eficazmente impresionables. Tal
p.esinos en Francia (De la Reforme a l'Illustration, Paris, 1974, pág. 92). Creo,
sm embargo, que la principal conflictividad del XVII, aquella que fue capaz de
crear la «superestructura» del Barroco -permítasenos el empleo muy clarifi·
cador aqui, de ese término-, procede de otros ámbitos, esto e~, de ámbitos
13. «De 1560 à 1660: la chaine des hommes», en J. Tortel, ed., Le prlctas·
urbanos, como después veremos. sicisme français, Paris, 1952.

1
70 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 71
estado de los espíritus podría venir hoy a constituir un campo campo dei castellano se puede comprobar un desplazamiento
de observación especialmente rico y sugestivo en sus cambios semántico semejante 22 •
ante los métodos de una sociología de las aspiraciones para Ia Así se explica que se montara una extensa operación social
cual recogeremos muchos datos en las páginas que siguen. tendente a contener las fuerzas dispersadoras que amenazaban
Muchos historiadores no dudan en aplicar hoy el moderno con descomponer el orden tradicional. A tal fin se echa mano
concepto de «revolución» a los trastornos que se están dando dei eficaz instrumento de la monarquía absoluta, probablemente
en Europa, desde el siglo xvr, en que tantas de las alteraciones puesto en marcha para disciplinar el movimiento de desarrollo
sefialadas comienzan su proceso: así Koenigsberger 14 y tam- conocido por el Renacimiento, y que en las nuevas circunstan-
bién nosotros 15 •
cias de la crisis dei XVII se aplicaría para someter los diferentes
Con más razón todavía, aunque sus investigadores a veces factores que pudieran levantarse contra el orden vigente. Así,
no estén de acuerdo, hay que calificar así a las que estallan a la monarquia absoluta se convierte en principio, o tal vez me-
través de una amplia geografía, en el siglo siguiente: Por~h­ jor, como en otra ocasión hemos dicho, enclave de bóveda dei
16
new , R. Mousnier 17 , A. Domínguez Ortiz 18 , J. H. Elliot y sistema social: estamos ante el régimen de absolutismo del Ba-
otros , h~n trabajado en esa línea. El amenazador cuadro que
19
rroco, en e1 que la monarquia culmina un complejo de inte-
se presencia sobre Europa es hoy bien conocido y no menos reses sefioriales restaurados, apoyándose en el predomínio de
en Espafia, donde si algunos se niegan todavía a reconocer ese la propiedad de la tierra, convertida en la base del sistema.
estado de inconformismo de fondo revolucionario avant la AI proceso -sefialado por los historiadores de la econo-
lett;e, los estudios de Elliot y las consecuencias que de ellos mía- de revaloración y de concentración ·de la propiedad agra-
derivan para una visión histórico-social de nuestro Barroco son ria que se .manifiesta en los afios mismos de crisis económica
bien aleccionadores. Por nuestra parte hemos trazado un es- dei sigla XVII, se liga, en una doble relación, de ida y vueltà;
quema de las tendencias adversas al régimen oficial de la mo- el alza coetánea dei papel social de la nobleza -empleamos
narquia en nuestro XVII, que resulta bien nutrido y que no esta palabra en un sentido general de indivíduos de una posi-
vamos a repetir• aqui' 20 . Elliot ob serva que la misma voz «re-
ción estamental superior y privilegiada (nobleza de sangre, ecle-
volución» empieza a tomar una significación moderna 21 , En el siásticos, burócratas elevados, ricos con disposición sobre nume-
rosos servidores), aunque en todo caso sea la nobleza heredita-
ria la que dé la pauta en cuanto a comportamiento social 22 bis_.
14. «Thc Reformation and social rcvolutions» en J. Hurstfield ed The
Reformatíon crisis, Londres, 1971, págs. 83 y sigs. ' ' ., 22. Véase, como ejemplo, la obra, cuyo título ya es revelador, de Juan
15. Las Comunidades de Castilla, una primera revolucí6n moderna 2 • ed Alfonso de Lancina Historia de las 1·evoluciones del Senado de Mesina,
Madrid, 1970. ' . .,
1692. También los Àvisos (t. II, págs. 34, 49, 114, etc.) de Barrionuevo ofre·
16. Les soulevements populaires en France de 1623 à 1648, París, 1963. cen algún eiemplo aproximable.
17. Fureurs paysannes, París, 1967. 22 bis. Porchnew, tratando de la rica Francia, ha sostenido que nuevas
18. Alteraciones andaluzas, Madrid, 1973. investigaciones prueban e! hecho de que «el absolutismo francés dei siglo XVll
19. R. Forster Y J. P. Greene, eds., Revoluciones y rebeliones de la
Europa moderna, trad. cast., Madrid, 1972.
era un Estado nobiliario y la sociedad francesa de ese tiempo una sociedad
feudal! o por lo menos feudal y aristocrática en mayor grado que en el XVIII •••
(
20. Véase el último de los estudios comprendidos en mi obra La La economía burguesa, en e! siglo XVII, se hallaba sensiblemente menos desa·
oposici6n política baio los Austrias, Barcelona, 1972. rrollada que en Ia centuria siguiente y Ia burguesía, como representante de los
21. En op. cit., en Ia nota 19, pág. 124. medios de producción capitalista no se podía considerar próxima al poder». La
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 73
72 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

Esto no podía significar una vuelta, sin más, a una sociedad sus fechas-, se haya sefíalado una vuelta a la autoridad, a la
feudal, de predomínio nobiliario, en cuanto que los nobles se estructura aristocrática de los vínculos de dependencia y al ré-
habían equiparado en muchos aspectos a los ricos terratenien- gimen de poderes privilegiados, en la etapa dei Barroco. Sólo
tes. Por encima del plano de la nobleza, se daba ahora una ·que decir esto es poco, y quedarse en sólo eso se presta a con-
indiscutida superioridad de la monarquía -a esto corresponde fusión, porque ni se habían dejado de ver echadas ya en el
la eficacia de una noción jurídico-política que el Barroco coloca siglo renacentista las firmes bases de la monarquía absoluta
en primera línea, la de «soberanía» 23- y se afíadía la insosla- con su régimen represivo de la libertad popular, ni ese aristo-
yable presencia de otras capas sociales. Se trataba de dases de cratismo del Barroco se redujo, contra lo que algunos preten-
las que podía surgir la amenaza disolvente y que para evitar den hacer creer, nada más que a una renovada etapa feudal, ni i . ~~
ésta no había más remedia que tratar de controlarias, incorpo- siquiera tardíamente caballeresca. Aunque en el XVII subsisten /'); F·'
rando de alguna manera tales capas a la conservación del orden, valores de la cultura caballeresca que no dejarán de mantenerse \
comprometiéndolas en su defensa, animándolas a incrementar hasta nuestros días, no es precisamente una sociedad de ese
su esfuerzo tributado, integrándolas, de algún modo y en la tipo la que la cultura barroca mantiene. De la misma manera
mayor medida posible, en un sistema que por esa sola razón que el absolutismo monárquico no se puede confundir con el
tenemos que considerar en gran parte como nuevo. Se trata patrimonialismo arbitraria del reino feudal (con razón los in-
de la pirámide monárquico-sefíorial de base protonacional a la gleses hablan sobre esta de la new monarchy), tampoco cultu-
que llamamos sociedad barroca 24 • •
ra caballeresca y cultura barroca se superponen. Los trastornos
Así se explica que tantos como han hablado del Barroco económicos -f)rimero positivos, negativos después-, los con-
no hayan dejado de advertir una vuelta al aristocratismo, y que, siguientes cambias en la estructura estamental, por relativos
frente al concepto de una etapa renacentista, democrática y que fuesen, la crisis de individualismo que en todos los terre-
comunal -lo que no deja de ser, por otra parte, discutible en nos conoce el siglo XVI y el carácter expansivo, en general, de
la cultura -piénsese en lo que representa la imprenta-, con
una participación de la opinión pública en términos nuevos,
conclusi6n general sacada de las incursiones sobre el régilnen económico y so, dan lugar a que, si se habla de Barroco, siendo así que viene
eia! de Francia está clara: era, en grandes Hneas, una sociedad feudal todavía,
caracterizada por el predominio de relaciones feudales de producci6n y formas después de la amplia exp_erienda renacentista, sólo muy relativa
feudales de economfa; «las relaciones capitalistas, como estructura se hallaban y translaticiamente se pueda hablar de medievalismo.
diseminadas en medio de este feudalismo masivm> (págs. 35, 39 y 43). Los Claro que esto de afirmar que la reacción arcaizante del
restos conservados de feudalismo no permiten hablar, sin equívoco, de sociedad
feudal: la sociedad monárquico-nobiliaria es otra cosa -por de pronto, tiene siglo XVII se produjera en conexión con los nuevos datos eco-
que contar con el pueblo de otra manera-. Por eso, caballería y Barroco no son nómicos y sociales no se opone, en ningún caso, a que reco-
conceptos equiparables.
23. Según ella, los seiíores son creados, titulados e investidos por los nozcamos que esa reacción barroquizante en último término
reyes, Y su iurisdicci6n y derechos dependeu de ellos. Esto es bien diferente pudo ser y fue normalmente una rémora para el desarrollo de
de la concepci6n feudal de seiíor y vasallo. Por eso protestamos del uso de tal la sociedad en que se dio, un obstáculo serio para un mayor
palabra. La noci6n de soberanía como pieza del absolutismo está en e1 Ba-
rroco, pero lo transciende. Sobre esta tesjs, cf. Castillo de Bobadilla, Política crecimiento económico. Esa tendencia a invertir en tierras, que
para Corregidores, Barcelona, 1624, t. I, pág. 600. poderosos y ricos de la ciudad practican desde antes, ~í, pero
24. Véase mi obra Estado moderno y mentalidad social: Siglas XV
a XVII, cit. en nota 11.
más acusadamente en el XVII, por detrás de las razones econ6-
74 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 75

micas que el hecho tuviera, derivadas de la nueva situación de Espafia estos mismos hechos se presentan con muy ace:it1.1;ado
las sociedades, era, no menos, producto de una supervivencia rigor. Son, pues, las condiciones de la vid~ f~ancesa o italia;ia
tradicional en las mentes, la cual aseguraba el mantenimiento similares a las que tantas veces se han atnbu1do, y con razon,
del principio nobiliario y militar como doctrina inspiradora a la sociedad espafiola 28 ; tal vez la diferencia de esta última
dentro de una sociedad del tipo estamental, ya que en ésta respecto a otros países de la Europa occidental .s~ r~duzca a
«se elabora un lazo entre el orden social existente y un siste- la amplia y cerrada participación como grupo privilegiado del
ma de ideas que le procura una justificación racional» 25 • Se clero a la más severa aplicación dei sistema entre nosotros Y
llegó así a devolver a la posesión de la tierra un valor extraeco- al a~oyo incuestionable que, tras los est~dios. d7, Domínguez
nómico y a unir con el régimen de la misma el sistema de estra- Ortiz, sabemos que le prestó la monarquia, s1rv1endose a tal
tificación social, aun contradiciendo más amplias intereses. fin, en algunos casos, de la misma Inquisición,
«Así, se conservaria la jerarquía de las tierras como fuente de Productos tan característicamente barrocos como el teatro
estimación social y de prestigio social, aunque los intereses de Lope 0 el de Corneille reflejan ese estado. de cosas, no. tanto
nacionales hubieran resultado perjudicados. De tal maneta, el anecdóticamente -aunque algunas referencias de este tipo se
principio fundamental de una sociedad vendría a dominar in- podrían obtener-29 , sino estructurairr:ente. De Lope, bajo este
cluso sobre las actividades económicas.» En Francia, la noble- punto de vista, nos hemos ocupado reiteradamente en un. ante-
za, si con sus hábitos suntuarios sustrae de la posible inversión rior trabajo 80. Recordemos que N. Salomon, pa~a estudiar e?
productiva una parte importante de los ingresos, agravando una sus bases sociales la comedia lopesca, tuvo neces1dad de anali-
situación de crisis económica que muchas veces se ha sefíalado, zar los fenómenos económicos en relación con la tierra Y su
no deja de exigir una mayor reserva para ella de los puestos tradición sefiorial, tal como pesaban sobre el campo ca~t~llano
honoríficos en la función pública, con sus rendimientos pecu- al final del siglo xvr. De Corneille, pensemos en que B~mc~~u
niarios; a la vez, reclama e1 mantenimiento de los signos exter- ha aplicado a su inspiración de autor teatral la denominac1on
nos que diferencian a los indivíduos de diferentes estamentos, de «feudal» porque «la época de Corneille es justamente, en
en el vestir, etc. 26 ; procura aumentar sus domínios territoria- los tiempos 'modernos, aquella en que los vi~jos t~mas moral;s
les y, en lugar de aceptar entregarse ai ejercicio de la manu- de la aristocracia han revivido con mayor mtens1dad». Segun
factura, o del comercio, refuerza Ia prohibición -la «dero- el autor la obra corneilleana, contemporánea de la Fronda, re-
geance»- de su compatibilidad con los privilegias nobiliarios 27 : cogería '«un long frémissement, le dernier sans doute, de la
una ley permite en el XVII que se hagan compatibles ambas sensibilité féodale» 81 ; toda su interpretación está apoyada en
cosas, y, sin embargo, fueron pocos los que entraron en e1 sis- hacer de aquélla expresión de la moral nobiliaria -en fort?a
tema, sirviéndose en algunos casos de agentes interpuestos. En tan rigurosa que tal vez sería difícil, pensamos nosotros, m-

28. Este punto de vista está aml.)lirunente documentado en nuestta obra


25. Mousnier, «L'évo1ution des institutions monarchiques en France et ses Estado moderno :v mentalidad social ...
relations avec !'état social», XVIIº Siecle, núms. 58-59, 1963, pág. 71. 29. Véase Ia colección antológica de R. del Arco, La sociedad espaiíola
26. Véase R. Mousnier, J. Labatut y Y. Durand, Problemes de strati- en la obra de Lope de Vega, Madrid, 1942. .
/ication sociale: Deux cahiers de la noblesse (1649-1651), París, 1965. 30. Véase mi obra Teatro :v literatura en la soctedad barroca, Madrid,
27. Véase B. Schnapper y H. Richardot, Histoire des faits économiques 1972.
;usqu'à la fin du XVIIIº siecle, París, 1971, pág. 226. ' 31. Morales du grand síecle, Paris, 1948, págs. 16 Y 53.
76 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 77
tentar su aplicación estricta a ningún escritor espafiol de la caz, en tanto que burguesa, en El critic6n. Sin duda, esto no
época-.
es todo. Observemos que los ejemplos que saca a luz tan agudo
Hubo, desde luego, variaciones, fundamentalmente más investigador italiano son en buena parte espafioles -toda su
importantes de lo que muchas veces se dice, entre el aristocra- exposición se funda en confrontar El cortesano de Castiglione,
tis~o. dei Barroco y la tradición sefiorial dei Medievo, y esas por una parte, y, por otra, El discreto de Gracián 33- ; tengamos
variac1ones se·· debieron ai nuevo juego de tensiones entre no- en cuenta otro hecho, también significativo, mucho más impor-
bleza! h:irguesía adinerada y plebe -de ésta no es posible ya tante aún: las palabras de Mousnier, que hemos transcrito
prescindir--, lo que hace que no se pueda hablar, sin más, párrafos atrás, si enuncian lo que se pasa en Francia, se ajus-
de restauración de medievalismo. Mopurgo-Tagliabue ha veni- tan con toda precisión al estado de la sociedad espafí.ola.
do a sostener que la razón dei Barroco se encuentra en el es- Desde este planteamiento, obtendremos datos que confirmen
tado de una sociedad aristocrática decaída desvitalizada pe- con qué honda raíz se produce el Barroco en Espafia y,
netrada de elementos alógenos, plebeyos, que ' trata de procu-
' a la vez, cómo es de naturaleza similar a la cultura barroca que
rarse un alimento que la tonifique, en un arte que le presente se da en Italia o en Francia.
sus viejos ideales y valores, y de ahí, ese revivir de formas Pero, a pesar de esa semejanza, la situación social espafiola
medievales que responderían a una sociedad efectivamente pri- se mostraba con una estructura mucho más rígida, que esclero-
32
vilegiada -un planteamiento interesante, en principio, pero tizó las posibilidades de crecimiento que en esa misma cultura.
que luego no resuelve nada, ai dejar reducida toda la cuestión dei Barroco se daban. Sin duda, en el Barroco había una ten-
a un pequeno problema de la nobleza-. Mopurgo se ha acer- dencia a lograr una inmovilización o, cuando menos, a imponer
cado ai fondo dei problema, pero renunciando a tomar en con- una dirección a las fuerzas de avance que el Renacimiento ha-
sideración el estado de la sociedad de la época, en su comple- bía puesto en marcha. Pero, en la pugna entre una y otra ten-
jidad, ha dado dei fenómeno una versión principalmente este- dencia, las fuerzas expansivas que se trataba de contener eran
ticista -para explicar la cual se sirve dei ensayo de revisión de tal energía que, más pronto o más tarde -casos, respecti-
soda} dei modelo dei «héroe» de Gracián que está en Ia base, vamente, de Inglaterra y de Francia-, acabaron ganando la par-
no solo de su tratado que lleva tal título, sino de El critícón-. tida. Shakespeare o Ben Jonson no representan una cultura que
Ello constituye, dicho sea de paso, una visión indudablemente hiciera imposible la revolución industrial. Racine o Moliere
insuficiente. Sin embargo, para tratar de entender esos aspectos tal vez contribuyeron a preparar los espíritus para la fase reno-
barrocos que, por un lado, ofrecen un apuntalamiento de la vadora dei colbertismo. Pero de las condiciones en que se pro-
concepción aristocrática de la sociedad, y, por otro, presentan dujo el teatro de Lope o el de Calderón y que en sus obras se
una erosión definitiva de la moral social aristocrática, podemos re:flejaron -con no dejar de ser ellos modernos-, no se po-
muy bien servirnos de las versiones gracianescas de un aristo- dría salir, sin emhargo, hacia un mundo definitivamente moder-
cratismo .aplebeyado en el Oráculo manual, de un elitismo sin no, rompiendo el inmovilismo de la estructura social en que el
sentido heroico en El héroe, de una sindéresis calctilada y efi-
33. «Una confrontaci6n entre El cortesano de Castiglione y El discreto o
el Oráculo manual de Gracián permitida advertir la decadencia plebeya que
32. Véase su estudio «Aristotelismo ~ Barocco» en el volumen de varios en general sobreviene en la mentalidad aristocrática, del Renacimiento ai
autores Retorica e Barocco, Roma, 1955, págs. 146 y 'sigs. Seiscientos» (Mopurgo, op. cit., pág. 164).
78 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 79

teatro de uno y otro se apoyaban -a pesar de lo mucho que lamentando que ni para la gestión de sus íntereses tuviera pre-
para la primera aparición de una modernidad contribuyeran-. paración e impulso suficiente la clase de los privilegiados tra-
Tan sólo cuando, a pesar de todo, entran en la Península Des- dicionales 36 • Mucho menos se podia contar con ella para una
cartes o Galileo, y con ellos la ciencia moderna, se pueden des- administración de los negocios públicos, ni con la nobleza
cubrir algunas novedades en el pensamiento que, no obstante castellana ni con la catalana 37 • Y cuando algunos de sus miem-
la noble polémica que representa la Ilustración dieciochesca, bros alcanzaron conciencia clara de la situación en que se halla-
no lograrían tampoco triunfar. ba el país o cuando indivíduos de otros grupos menos destaca-
Ante la experiencia de readaptación a las circunstancias so- dos en la escala social quisieron hacer escuchar sus voces de
ciales que promovió el Barroco, particularmente en Espafia, protesta -hay algunos vestigios de que pretendieran tener su
después de los cambios que había traído la etapa renacentista, parte en el poder-, los resultados fueron por completo ne-
podemos hacernos la pregunta que se planteaba Rostow, en gativos.
relación a la fase de las condiciones previas a la etapa del «des- Cuando en tantos escritores espafioles y no espafioles del
pegue»: (hubo en el siglo xvn espafiol una minoría capaz de XVII se escucha el elogio de la mediocritas, recuerda uno en-
aprovechar y dirigir hacia un desenvolvimiento futuro las trans- seguida que hay allí un eco senequista, pero cabe pensar si. :n
formaciones que se preparaban desde la centuria anterior?; esto la época ello no respondia al deseo de respaldar la formac1on
es, una minoria con fuerza para desplazar al grupo arcaizante de y elevación de una clase media -o, mejor, «intermedia»- que
los propietarios de la tierra tradicionales, más aún, de los pro- tuviera más parte en el juego de la sociedad y de la política.
pietarios sefioriales de viejo o nuevo cufio, en posesión de gran- Pérez de Herrera elogia y desea ver integrado el país principal-
des extensiones, basado en el privilegio. (Cabría esperar que mente de «una moderación y mediocridad bastante y honrada,
ese grupo, con una nueva concepción de la sociedad y de los pues en ella consiste la felicidad común» 38 • También Saave-
objetivos de la vida civil, llegara a alcanzar una participación dra Fajardo, con más moderna exprel)ión, nos dirá que «s~lo
importante en el poder o la segura ayuda dei autócrata que lo aquella república durará mucho que constare de partes media-
detentaba? 34 • A lo sumo son capaces de una pequena codicia nas, y no muy desiguales entre sí. El exceso de. las riquezas ~n
y egoísmo personales, abandonando por ellos el bien público: algunos ciudadanos causó la ruína de la república de Florenc1a
«todos procuran salir, al paso que esta monarquia va bajando»,
observaba para sus lectores Barrionuevo 85 • Indudablemente,
no se halló tal grupo con bastante consistencia. La estimación 36. Véase mi obra Estado moderno y mentalidad social ... , t. li, pág. 36',
que la conciencia de la época hace de la situación, bajo este 37. Sobre la referencia, menos conocida, a la nobleza catala~a, vease
J. H. Elliot, «A provincial aristocracy», en Homenaie a ]. Vicens Vw.;s, Bar-
punto de vista, no puede ser más desfavorable. Se traduce por celona, 1965. López de Madera informaba a Felipe IV: «en su~stancia t~do
de pronto en crítica de lo que llamaríamos la Administración, el mal viene de los malos ministros» {La Junta de Reformac16n, Arch1vo
Histórico Espaiíol, V, pág. 102). Barrionuevo ante los males .dei· país . obser-
en manos de indivíduos distinguidos. En otro lugar hemos ci- \•aba: «Causándolo todos los ministros por cuya mano pas~, ~ln que nm.gu~o
tado un interesante y significativo pasaje de Pérez dei Barrio, se duela de Ja común pérdida, ni trate más que de su prop10 mterés» (2 JUn!O
1657), BAE, CCXXII, pág. 87. . .
38. Discurso en raz6n de muchas cosas tocantes ai bzen, prospendad,
34. Las etapas del crecimiento econ6mico, trad. cast., México, 1961. riqueza y fertilidad destos Reynos y restauraci6n de la gente que se ha
35. Avisos, t. 1 (4 noviembre 1654), BAE, CCXXI, pág. 79. ecbado dellos, Madrid, 1610.
~-.

80 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA 1 CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 81


y es hoy causa de las inquietudes de Génova» 89 • Tal vez Lope cilan en tomar a préstamo» 42 • Una clase, en resumen, incapaz
de Deza sea quien más cumplido panorama traza de esta clase de buscar su enriquecimiento por medias propiamente econó-
mediana 4Q. No olvidemos que ese programa sobre la estructura micos, según la economía mercantil moderna, o cuando menos,
de la sociedad se halla en Montesquieu, deseoso de ver fortaleci- en muy corto número de excepciones; capaz, en cambio, de
da una sociedad de aristocracia media y de agricultores, bajo un cerrar el paso en defensa de sus privilegios, a quienes hubie-
pensamiento conservador netamente dibujado. Tal sería la ima- ran podido, con una cierta ayuda del poder que no tuvieron,
gen de la prerrevolución francesa o revolución de la nobleza abrir otros cauces a la sociedad. En lo que más se aproximó
en 1788, que cada día interesa más 41 • Pero si en Francia, a' a una actividad económica, sin visión alguna de los problemas,
fines del XVIII, ese programa logró parte de sus propósitos, no fue en imponer la elevación del precio de los arrendamientos
sucedió lo mismo en la Espafia del XVII. Quizá numéricamente y en otras prácticas semejantes, de las que a continuación ha-
llegó a constituir en las ciudades un grupo abundante, pero blaremos. Y a ello hemos de afiadir que a través dei ingreso
cayó bajo el poder y la influencia de la monarquía absoluta en la hidalguía, individualmente, de miembros enriquecidos de
-que esa clase intermedia sería la primera en discutir- y de otros grupos, estos últimos caracteres sefialados se acentúan y
sus aliados poderosos. Aunque en el momento que estudiamos expanden, impidiendo que se llegue a constituir nunca ese gru-
haya algunos aspectos culturales que quepa atribuir a su in- po directivo y reformador que pide Rostow, el cual en Espana
fluencia -la moda, por ejemplo, de la novela amorosa-, ni no aparece hasta el XVIII, y aun entonces con muy escasos re.
política ni sociológicamente representa gran fuerza entre no- sultados. Domínguez Ortiz, que ha estudiado, bien que desde
sotros, como no sea en el plano de reducir y trivializar los idea- otros enfoques, el problema que aquí suscitamos, llega a con-
les nobiliarios, privándoles de un heroísmo épico y dándoles clusiones que nos permiten seguir la línea de nuestra interpre-
ese aspecto de aptos para el público en general, con que se tación: «El papel de la nobleza en la vida local fue relevante,
presentan en el Barroco. sin relación con su número, y tuvo más brillo en las ciudades
El Barroco espaííol, bajo el vértice insuperable de la mo- de la mitad sur de Espafia, donde su escaso número se com-
narquía, está regido por la inadaptada clase de la nobleza tra- pensaba con la abundancia de fortuna y títulos; a través de
dicional, una clase que no está a la altura del tiempo, aunque las ciudades, la nobleza dominó en las Cortes, y de esta forma
éste la haya hecho cambiar en más de un aspecto; una clase, se aseguró una discreta influencia en el gobierno dei Estado.
pues, alterada en sus hábitos y convenciones por un mayor afán En los medios ruráles, la mayor facilidad para que los elemen-
de acumular riquezas, más que de conquistar ganancias; los tos enriquecidos del estado general accedieran, de una o de
ricos, dirá Pérez de Herrera, arrastrados por sus grandes gas- otra forma, a la hidalguía, suavizaba las tensiones. Y así se fue
tos, sienten «un deseo vehementísimo de hacienda, que no va- elaborando una situación en la que lo esencial no era la dis-
tinción entre nobles y plebeyos, sino entre propietarios y jor-
39. ldea de un Príncipe politico y cristiano, representada en Cien Em- naleros» 48 •
presas, en OC, edici6n de González Palencia, Madrid. Entre las prácticas que los estamentos privilegiados ponen
40. Gobierno político de agricultura, Madrid, 1618.
41. Véase A. Decouflé, «L'aristocratie française devant l'opinion publique
à la veille de 1a Révolution (1787-1789)», en e! volumen de varias autores 42. Discurso, cit., fol. 7.
2tudes d'histoire économique et sociale du XVIII" siecle, París, 1966. 43. La sociedad espafíola dei sigla XVII, I, Madrid, 1963, pág. 267.

6. - >IAllAV.U.L
82 CONFLICTIVIDAD DE LA SOC!EDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 83
en ejecuci6n en el XVII y, junto a ellos, los elementos advene- de los que se arruinan. A costa de terrenos comunales o bie-
dizos que se les han incorporado y que han aumentado la nes de propios, se extienden los dominios laicos y eclesiásti-
fuerza dei grupo con la de su dinero, están las de ocupar los cos, estas últimos, además, en otros casos bajo apariencia de
puestos de la administración municipal, las de servirse de libres testamentos. Y cuando los débiles se ven arruinados, se
ellos para administrar a su favor el reparto de las cµotas de los realiza la compra de sus tierras a precios irrisorios. Si cabe ha-
«servidos» y otras cargas, y echar el mayor peso sobre los pe- blar de una primera fase de desamortización, con la venta de
cheros modestos. Por esa misma vía se asegura también, en tierras baldías de villas y lugares, también el anónimo infor-
el aprovechamiento de los bienes de los pueblos, la atribuci6n mante de Felipe IV le hace saber que son los ricos quienes
a los poderosos de las parcelas de mejor calidad, por medios compran tales bienes, para arrendados después a los pobres a
más o menos fraudulentos o amenazadores. A veces, en la precios mucho más altos, quedando despojados de ellos los
explotación de sus posibilidades se llega a prácticas que, si pueblos 45 • Aparte de insistir en comentarias semejantes, tex-
bien de pequena importancia en su volumen, tienen no obs- tos de Caxa de Leruela, Francisco Santos, Fernández Navarre-
tante su significación bien clara: la Sala de los Alcaldes de te, Lope de Deza, Martín de Cellorigo, Pérez dei Barrio, etc.,
Casa y Corte de Madrid dice a Felipe IV -<'.1621?- que los describen con negras tintas este inicuo proceder de los grupos
sefiores y potentados en sus casas tienen grandes despensas oligárquicos: en un primer momento, en el ámbito de los pue-
provistas que les permiten vender cosas de regalo, capones, blos 46 ; en un segundo momento, en el ámbito del Estado, ha-
gallinas, conejos, temera y vino; sin licencia, sin pagar impues- ciendo elegir a los regidores -puestos monopolizados por las
tos y a precios abusivos, procediendo a atacar a la justicia, oligarquías municipales- como representantes en Cortes de las
cuando algún alcaide, menos complaciente que otros, se ha villas y ciudades. Todo ello trajo consigo, como decimos, la
atrevido a actuar para impedir tal abuso 44 (no cabe duda de ruina de los pequenos propietarios y aparceros, el abandono
que, hasta en aspectos minúsculos, el mito del desinterés eco- dei campo por los mismos, la entrada continua en la ciudad
nómico de la nobleza espafiola del XVII es pura fábula, sólo de una roasa de menesterosos 47 , la formación de grupos dis-
que, eso sí, el interés, más o menos encubierto, ha de seguir
en tantos casos una senda malsana). Pero en más alta escala 45. Anónimo a Felipe IV, sobre 1621 -inspirado en Cellorigo-:, en La
y con más graves consecuencias, los ricos de toda clase proce- Junta de Reformaci6n, pág. 255.
46. C. Vifías Mey (El problema de la tierra en Espaiía, en los si-
den, llegado el caso, a actuaciones más dafíinas para la genera- 'f.:
glas XVI y XVII, Madrid, 1941) recoge una interesante antología de textos
lidad; por ejemplo, a manipulaciones monopolísticas, de hecho, del sigla XVII sobre procederes tramposos y actos de fuerza que pesaban sobre
sobre el precio de los cereales, provocando su baja o su alza los campesinos. El tema del malestar del labrador, al que Lope de Deza
dedicaría la extensa obra ya citada, seõalando nada menos que catorce ra·
según que el pequeno productor tenga que vender, en tiempo zones de la ruína del campo espaíiol, es tema que se difunde como un
de recoger la cosecha, o tenga que comprar, al final del afio tópico en la literatura: pueden verse ejemplos, en obras como El pasagero
agrícola. Ocasionan el hundimiento de los que no .tienen con de Suárez de Figueroa, y ottas. Observando ya, desde el último cuarto del
sigla XVI, e1 fuerte crecimiento de la presión seíiorial, T. Mercado denunciaba
qué resistir y compran en buenas condiciones las propiedades con iracundia el aumento de cotos o reservas de caza.
47. Carande (Carlos V y sus banqueros, Madrid, 1965, t. I, págs. 134-135)
escribe: «Algunas franquicias dispensadas a los agricultores, tales como declarar
44. Escrito de Ia Sala de Alcaldes de Casa y Corte a Felipe IV, sobre libres de ejecución y de embargo, por deudas, sus ganados de labor, aperos y fru.
1621, en La Junta de Reformaci6n, pág. 211. tos, y otros privilegias análogos, resultaron insuficientes para librarles de
84 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 85
puestos a la subversión, la necesidad finalmente de atender a barroco apoyará en alguna ocasión esa política oficial, en estre-
la contención de los posibles estallidos que estas nuevas con- cha correlación, de poder monárquico y nobleza. Las reservas
i diciones de crecimiento urbano iban produciendo 48 • Así pues, de plazas en los colegios mayores universitarios, a favor de los
l1 muchos de los aspectos de la cultura Barroca, que, sin la triste hijos dei estamento distinguido, responde a la misma tendencia,
penuria de las condiciones sociales sefialadas, sin ese amenaza- en una fase de formación del Estado en que se está constitu-
dor desplazamiento a las ciudades, no tendrían sentido o hubie- yendo un régimen de selección burocrática 50 • Si todo el perío-
ran sido muy otra cosa, se explican por el incremento en el do del Barroco es una época de «reacción nobiliaria» -la ex-
plano social del poder de los sefiores y de sus coadyuvantes presión es de Domínguez Ortiz-51 , en las últimas décadas de
de nueva ascensión. aquél el fenómeno se acentúa. Desde dentro mismo de la situa-
Hay un dato que no puede ser más elocuente: el apoyo ción, se la explica y se la defiende como un mecanismo cuyo
regia a las economías de los poderosos, aun contra el parecer lógico funcionamiento está fuera de toda arbitrariedad. En
de las Cortes (o, por lo menos, de los más inteligentes de los efecto, dentro de su programa de adhesión al complejo de in-
representantes en éstas). Tal es el caso de la desmedida pro- tereses monárquico-sefioriales de la época y de exaltación dei
tección de la Carona a la Mesta, que fue, pura y simplemente, mismo, en media de tantas mercedes, dignidades, títulos, ayu-
protección a la ganadería trashumante, con nuevos privilegias das, hábitos, beneficias y prebendas de toda clase que ininte-
en 1633, de todos los cuales quedaban excluídos los ganados rrumpidamente otorga la monarquía espafiola, Almansa y Men-
estantes, con la protesta de Caxa Leruela y algunos otros, los doza -panegirista dei sistema, que llena páginas y páginas
cuales veían en la pequena explotación ganadera la riqueza del de sus Cartas con la sola enunciación de tales concesiones-
campo y del país 49 • Ello pane en claro que la protección ofi- explica y comenta diáfanamente el sentido dei sistema: «Como
cial iba dirigida a los grupos privilegiados, propietarios de los
grandes rebanas -los nobles, la Iglesia, algunos grandes ricos
50. Cf. R. L. Kagan, «Universities in Castile (1500-1700)», Past an{l
nuevos-, los que coristituían una fuerza de apoyo para un go- Present, núm. 49, noviembre 1970. El autor está realizando una ampl~ in-
bierno autoritario, monárquico-aristocrático, frente a las posi- vestigaci6n sobre aspectos sociales de nuestros colegios universitarios ;entre
las fechas indicadas, de la cual es parte el estudio publicado. /
bilidades democráticas, o de influencia popular, que pudieran 51. Tuvo lugar, así sostiene Domínguez Ortiz, el hecho de que «no óbstante
surgir de una economía de pequenos rebafios mantenidos como la pésima situación financiera, se siguieran prodigando las pensiones y ayudas
auxiliares y complemento de la agricultura. También el teatro de costa, por motivos más o menos justificados. Esta tendencia se acentu6
en el calamitoso reinado de Carlos II, hasta el punto de que Federico
Cornaro, embajador veneciano en 1678-81, escribfa en su Relaci6n: «Apenas
hay persona que no viva de la hacienda del rey o que si faltasen las pen-
~: una penuria que estraga poblados y estimula e1 éxodo rural a los campos
de batalla, a las Indias y, cuando no, a las ciudades, donde buscan acomodo en
siones regias, se pudiesen mantener con sus propias rentas . . . » Hay mucho
de verdad en Ia ingeniosa frase que otro embalador veneciano, Foscarini, es-
las grandes casas como se.rviciarios o domésticos». cribfa en 1686: los Grandes fueron llamados a la Corte por los reyes an-
48. Algunos datas en mi obra Estado moderno :v mentalidad soczaf... teriores para que se arruinaran; «ahora ellos destruyen a quien los destruy6».
La caracterizaci611 que Caiiizares da del fen6meno de formaci6n de masas de Efectivamente, la estanda de la alta aristocracia en la Corte les producía mu-
tipo protoproletarizado, con tendencias subversivas, aunque él las refiere chos gastos; para las ocasiones del real servido, los reyes habían obtenido de
al momento del conflicto comunero, hay que entenderla como modo de ver ella grandes sumas, pero como sus miembros eran incapaces de crear riqueza
tal situaci611 en las fechas en que el autor escribe (el texto de Cafiizares lo co- y se pretendía que la subsistencia de la nobleza era indispensabie a la mo-
mentamos en Estado moderno :v mentalidad social ... , t. II, pág. 368). narquía, en última instancia fue ésta, es decir, la Naci6n y la Real Hacienda,
49. Restauraci6n de la abundancia antigua de Espaíia, Nápoles, 1631. quienes tuvieron que ayudar a mantenerla (op. cit., págs. 244 y 245).
86 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 87
la verdadera razón de Estado práctica es tener los vasallos be- espafiol- abandonó la partida muy pronto, porque la tenía
neficiados de suerte que no deseen mudar sefior ni fortuna, en perdida de antemano. En el XVII, contra lo que se ha repetido
la justicia distributiva se tiene gran cuidado que e1 benefi- tantas veces, la nobleza recupera un alto papel, sobre una base
ciar la nobleza es el vínculo que más la obliga». Tal es, pues, económico-social, en la reorganización absolutista de la monar-
la razón y sentido del sistema: privilegiar, con toda suerte de quía. La monarquía, sin duda, ha aumentado su poder político.
ventajas, a los distinguidos, para sustentar juntos el orden. Su definición como absoluta, en muchas ocasiones, se aproxima
«Nada les constituye duración [a los Imperios] como la ma- a la plena realidad de sus modos de gobierno -aunque reco-
nirotura», sostiene Almansa 52• nozcamos que absoluta esté muy lejos de querer decir totali-
Pensamos que la pérdida de fuerza y abandono de la bur- taria-. Pero no menos hay que tener en cuenta su organizado
guesfa, en la primera mitad del xvn, más que a una crisis de compromiso con la nobleza. Hay casos (que · el teatro recoge)
ella misma, más que a una retracción de su papel, se debió a de persecución y castigo dei noble rebelde, ciertamente, pero
un intencionado fortalecimiento del poder de la nobleza, que ello es así por cuanto se ha salido del régimen de colabora-
para ayudarse arrastró consigo a los enriquecidos y otros gru- ción y distribución de poder entre rey y nobles, en que se
pos ascendentes se vieron frenados. Observando el caso de funda el régimen dei XVII 54 • No se persigue ni se reduce, ad-
Segovia (con su auge sobre 1570 y su situación favorable hasta vierte A. Hauser, «en modo alguno, al noble como tal; por
comienzos del sigla siguiente ), pero proyectando las consecuen- e1 contrario, es considerado siempre como la médula de la
cias que saca de la evolución de ese caso concreto, sobre un nación. Sus privilegias, con excepción de los puramente polí-
panorama general, Ruiz Martín sostiene que sobre 1620 «el ticos, se mantienen en primer lugar, le son reconocidos los de-
mercader independiente, que encarnaba un prototipo de aquella rechos sefioriales frente a los campesinos y conserva su plena
existencia fácil, se esfuma por lo común en la Europa del Oes- inmunidad tributaria. El absolutismo no suprimió el antiguo
te, pues han huido de sus filas unos pocos hacia arriba, hacien- orden social por estamentos; modificá desde luego la relación
do a sus vástagos, de no poder ellos mismos, funcionarias ,o de las diversas dases con el rey, pero dejó sin cambiar su mu-
sefiores; los restantes, los más, pasando por las cárceles, mien- tua relación» 55 • Platzhoff, en quien el anterior autor se inspi-
tras se verificaba el alcance de su insolvencia declarada, de su ra, había sostenido ya una opinión semejante, cuya aplicación
fallimento, se han convertido en pobres de solemnidad» 53 • había extendido, contradiciendo tesis habituales, hasta el perío-
Más que de una verdadera «traición de la burguesía» -frase do de Luís XIV, en Francia 56 • Mucho más es de aplicación lo
que se ha hecho tan farp.osa-, habría que hablar, en nuestro que esas palabras dicen a los Habsburgos espafioles del XVII 57 .
caso, de una derrota de la burguesía, la cual en Espafia - y Vamos a remitirnos una vez más a Domínguez Ortiz, esta
nos referimos de preferencia, según quedó advertido, 'al caso
54. Piénsese en las comedias de Lope inspiradas en los restos de feudalismo
52. Cartas de Andrés de Almansa y Mendoza. Novedades de esta Corte y subsistente en tierras apartadas.
avisos recibidos de otras partes (1621-1626), Cartas XIV (18 noviembre 1623) 55. Véase su Historia social de la literatura y el arte, trad. cast., Madrid,
y XV (3 febrero 1624), impresas en Libros raros y curiosos, Madrid, 1886, 1957, pág. 623.
págs. 234 y 261. 56. Véase el comienzo de su capitulo «La época de Lu!s XIVi>, en
53. Véase su ponencia en la III Conferencia de Historia Económica de W. Goetz, ed., Histol'ia universal, ttad. cast., t. VI: La época del absolutismo,
Munich, 1965, «La empresa capitalista en la industria textil castellana durante págs. 17 y sigs.
los siglos xvr y xvrr». 57. Nos remitimos a la obra de Domínguez Ortiz, passim.
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 89
88 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

vez a una de sus obras de síntesis en la que recoge trabajos congruentemente, los elementos de atracci6n, de persuasi6n,
anteriores y tal vez objeciones que alguno de éstos levantaron. de compromiso con el sistema, a cuya integraci6n defensiva se
Según Domínguez, «en el aspecto cuantitativo parece probable trata de incorporar a esa masa común que de todas formas es
(aunque falten estadísticas) que se increment6 el número de más numerosa que los crecidos grupos ·privilegiados, y pueden
privilegiados; de una parte, porque su más alto nivel de vida amenazar su orden.
constituía una relativa defensa contra las mortalidades anor- Tales resultados, muy ai contrario de lo que se venía
males; de otra, por la incesante presi6n que los más afortuna- suponiendo, pertenecen esencialmente al esquema de compor-
dos de las dases inferiores ejercitaban para elevarse en la es- tamiento de la autoridad soberana en la sociedad barroca:
c~la social . . . ~i grande fue el aumento de las dases privile- fortalecimiento de los intereses y poderes sefioriales, como
giadas en términos absolutos, mayor fue su crecimiento rela- plataforma sobre la que se alza la monarquia absoluta, garanti-
tivo, puesto que las dases más pobres disminuían de número»· zadora a su vez de ese complejo sefiorial. Y como medio para
mas, «si el aumento del número de privilegiados aumentaba 1~ dar fuerza ai sistema, sublimaci6n dei mismo en los ideales
postergaci6n del estado general, la deteriorizaci6n de éste a su nobillarios y distinguidos dei XVII 60 • Incluso la Iglesia incluye
vez hacía más precaria la situaci6n de las dases altas» 58 • He en su código de moral social «cristiana» esos modos de compor-
aquí, pues, el panorama social que explica el desarrollo de una tamiento, decantados de los intereses aristocráticos, modos qµe
cultura en los términos que tratamos de hacerlo: unos grupos probablemente formaron el cuadro menos cristiano de la lgle-
altos y distinguidos que tratan de mantener y de aumentar sus sia de Roma a través de toda su Historia 61 • Esos ideales no
privilegias y riquezas cuya conservaci6n se ve amenazada por
. 60. Consídérese lo barroco que es, socialmente; o tal vez mejor, politica-
la crisis --aparte de los inconformismos que ésta a su vez sus- mente, este elogio de Crist6b.al Lozano: «iÜhl privados de los F~lipes
cita-, los cuales cuentan con una masa de poder social y de de Espafia y cuando subordinados al gusto de vuestros reyes os portáts en
resortes políticos para conseguirlos, y, debajo, un estado llano todas las materias» (Historias y leyendas, Clásicos· Castellanos, Madrid, t. I,
pág. 237). En dl mismo sentido se podrían citar en todas sus partes las Car-
hasta el que llegan los azotes de las pestes, de la pobreza, del tas de Almansa panegirista de fa monarquía, y por tanto de fa nobleza, Y del
hambre, de la guerra; que por su propia procedencia social no sistema social fundado sobre ambas. Evidentemente, los escritores doctrinales,
imbuidos de escolasticismo, no hablan así (véase mi Teoria espaiíola del E~ta!-o
puede reducirse a la vil resignaci6n de las gentes más hajas; en el sigla XVII, cap. VII), precisamente porque están dentro de una tradici6n
que, en consecuencia, muestra reiteradamente actitudes de pro- intelectual escolástica. El caso de la comedia de Quevedo C6mo ha de ser el
testa («por todas partes hay un rato de mal camino», repetirá privado (en OC, edici6n de Astrana Marín, t. II, págs. 666 Y sigs.), es cosa
aparte ya que probablemente responde a la propaganda contra el Conde-Duque.
una y otra vez Barrionuevo, de quien es esta exclamaci6n: 61'. La Iglesia apoya una moral social nobiliaria que, como algunos ob-
« i Pobre Espafia desdichada ! ») 59 • Para acallar tales muestras de servan en la época misma contradice el mensaie evangélico. Así se co.m-
prueba en el teatro, hech~, en su inmensa mayoría, por eclesíás~icos, con
desasosiego, pensando en que los resortes de represi6n física qui- anuencia de la Iglesia y en servido suyo y de la monarquia. Es mteresante
z~ no bastan, se ven obligados los poderosos a ayudar y a ser- ejemplo el de un pasaie, en una obra de Cubillo de Arag6n, en. el cual, durante
vme de aquellos que pueden proporcionarles los resortes efi- una disputa sobre un caso de aceptaci6n o no del deber familiar de ven-
ganza, e~ representante del criterio nobiliario -que en 1~ comedia se enunc~11
caces de una cultura; de una cultura en la que predominarán, como admitido normalmente- dirige .estas palabras a qmeD; sustenta una tes1s
más humanitaria:
58. El Antiguo Régimen; los Reyes Católicos y los Austrias, Madrid, 1973,
Creed que os quisiera haber hallado
págs. 355 y 356.
menos cristiano, pero más honrado.
59. Avisos, t. I (5 septiembre 1654), :eAE, CCXXI, pág. 56.
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 91
90 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

son diferentes de los de la Francia de Richelieu, en la Espafia mos que la cultura barroca no se explica sin contar con una
del Conde-Duque, con el desprecio de uno y otro hacia la bur- básica situación de crisis y de con:flictos, a través de la cual
guesía que se conservaba como tal, con su agravio constitutivo vemos a aquélla constituirse bajo la presión de las fuerzas de
al bajo pueblo 62 • Así comprendemos que se nos haya podido contención, que dominan pero que no anulan -por lo ~enos
decir, dei poeta barroco más popular entre el público espafiol, en un último testimonio de su presencia- las fuerzas libera-
que «el mostrarnos cómo en este reino de las gradas, valias, doras de la existencia individual. Esas energias del individualis-
vínculos y dependencias sociales y providenciales se comportan mo que se trata de someter de nuevo a la horma estamental,
los instintos naturales del hombre, es el más grato y ·familiar en conservación de la estructura tradicional de la sociedad, se
asunto dramático de Lope» 63 • De Lope, sí, pero aiíadamos nos aparecen, no obstante, de cuando en cuando, bajo un pode-
que también de los demás: todo el arte barroco, de la come- roso un férreo orden social que las sujeta y reorganiza; pero,
dia lopesca, a la novela de Mateo Alemán, a los cuadros de por ~so mismo, se nos muestran constreiiidas, en cierto grado
santas de Zurbarán, etc., viene a ser un drama estamental: la deformadas, por el esfuerzo de acomodación al espacio social
gesticulante sumisión del individuo al marco del orden social. que se les sefiala autoritariamerite, como esas :figuras. huma-
Por debajo de argumentos al parecer indiferentes a la cuestión, nas que el escultor medieval tuvo que modelar contors1onadas
en obras de muy diferente naturaleza -de Villamediana ' de para que cupieran en el espacio arquitectónico del tímpano o
. del capitel en una iglesia románica. Siempre que se llega a un::t
Quevedo, de Gracián, etc.- se mantiene en el fondo la mis-
ma temática 64 • situación de conflicto entre las energías del individuo Y el ám-
Ahora observemos que ese carácter que acabamos de enun- bito en que éste ha de insertarse, se produce una cultura ?es-
ciar se ha de imponer no ante unas circunstancias estáticas en ticulante de dramática expresión. Vossler hace una cons1de- fü
ración idteresante respecto a Lope: si las gentes hubieran esta- â
las que nada se hubiera alterado secularmente, sino que se ha j
de procurar ganar la batalla ante fuerzas contrarias que la ex- do menos oprimidas, sus personajes hubieran sido menos de-
pansión del XVI había liberado; por tanto, ante una grave si- senvueltos 65 •
tuación de con:flicto. Por eso hemos dicho que era imprescin- El repertorio de medios de que se sirve la monarquia ba-
rroca para lograr imponerse sobre la tensión de fuerzas adver- 1
1
dible, para entender la crisis del XVII, atender a la situación
de signo contrario en la centuria anterior. Y por eso sostene- sas es muy grande, y en ello y en la novedlld de algunos ?e
esos medios se reconoce lo propio de la cultura que estudia-
(Las muíiecas de Marcela, edición de A. Valbuena Prat, Madrid, 1928, ior·
mos. Desde la constricción física, apoyada en la fuerza militar,
nada II, pág. 60.) No parece que la lnquisición se inquietara por esa con- ultima ratio de la supremacia política, hasta resortes psicoló-
traposición entre honrado y cristiano que acabamos de leer. gicos que actúan sobre la conciencia y crean en ella un ánimo
62. Ph. Butler, Classicisme et Baroque dans l'oeuvre de Racine, págs. 52
Y 54. Véase la síntesis que en términos semeiantes ofrecen Préclin y Tapié
reprimido (luego nos ocuparemos ampliamente de estos aspec-
Le XVIIª siêcle, Clio, París, 1949. ' tos). En medio quedan recursos muy diversos, cuyo empleo r~­
63~ C. Vossler, Lope de. Vega :v su tiempo, trad. cast., 2.• ed., Madrid, sulta sorprendente y quizá sólo explicable en los supuestos ps1-
U~p~2~. .
64. Por otra parte, es normal la subsistencia en toda Europa de la so- cológico-morales del Barroco. Sabemos, por ejemplo, que, con
ciedad estamentaJ., incluída Inglaterra ( véase la obra de Laslett que citamos
más adelante). La diferencia estaba en Ias valias con que esai sociedad se
defendió. 65. Op. cit., pág. 293.
92 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS y 'I'ENSIONES SóClALES J)Et. SIGLO xvn 93
motivo de haberse producido en Madrid actos sacrílegos en di- nos fiuevos datos- que si la crísis dei siglo XVII tuvo, como en il1
ferentes fechas y hasta, en una ocasión, dos en un mismo día todas partes, motivaciones económicas a las que hay que atri-
y en templos diversos, se tomaron medidas represivas y pur- buir papel en parte determinante, presentó aspectos humanos
gativas, consistentes en suprimir durante ocho días las come- que hacen especialmente dramáticas las manifestaciones en que
dias e imponer la abstención sexual: «ni hubo mujeres públi- aquélla encontrá expresión y que constituyen la variedad de
cas». Lo cuenta en sus Cartas Almansa y Mendoza 66 • nuestra cultura barroca. En su propio tiempo, algunos de los
El carácter de expresión de esa conilictividad básica, que escritores que se ocuparon en materias económicas y sometie-
afecta a la posición social del humano, es común a todos los ron a reflexión el penoso estado del pueblo que contemplaban,
productos de la cultura barroca, muy especialmente en Espafía, sefialaron también el lado humano del problema. Esos escrito-
en donde los dos extremos en pugna adquirieron una poten- res nos interesan hoy cada vez más, y pensamos que el conjun-
cia considerable. Si la· movilidad horizontal -esto es, geográ- to de sus meditaciones sobre el funcionamiento de los facto-
fica y profesional- del ·espafiol en el siglo XVI había sido de res económicos que desataron la crisis constituye aún hoy una
elevado nível (por razón de los movimientos de población en obra muy estimable. Pensamos que sus interpretaciones son
la Península, de .la colonización de América y de las empresas mucho más adecuadas para hacernos comprender las falias del
en Europa), si la movilidad vertical, aunque de más bajo índi- mecanismo de la economia espafiola que muchas de las expli-
ce, había sido también estimable (aunque sólo fuera por efecto caciones ensayadas después. Pero, a la vez, esos escritores con-
de la .anterior), quiere decirse que el individuo se había vistO sideraron que, junto a defectos en los resortes monetarios, mer-
impulsado a salir de sus cuadros y tropezaba con el duro marco cantiles, manufactureros, etc., había que dar su parte al ele-
de éstos. En otro lugar hemos hablado de la erosión y aun de mento humano, al cual enfocaron a la vez como causa y efecto
la honda alteración que sufre el orden de la sociedad estamen- de la crisis que presenciaron. Durante siglos después, sólo se
tal. Pero ésta reaccionó tratando de conservar su estructura, y nos dio a conocer el frente heroico de nuestra historia seiscen-
aunque en esa pugna perdió alguno de sus elementos integran• tista, bien en sus teatros de guerra en Flandes, Alemania, Ita-
tes más característicos, impuso a lo largo dei XVII su victoría, lia, bien en los escenarios de la comedia lopesca, dedicada a la
con un poder de reacción, desgraciadamente, que no tuvo pa- exaltación de los valores tópicos de la sociedad sefiorial, etc.,
rangón en Europa. etc. Pero en aquellas mismas fechas, un escritor tan agudo e
En virtud de la enérgica contención a que se someten las independiente en sus apreciaciones como Martín G. de Cello-
energias individuales de redente despertar, con objeto de do- rigo veía que el mal no provenía de la guerra, sino «de la flo-
minar sus manifestaciones amenazadoras, podemos observar jedad de los nuestros» 68 • Con más acritud en la expresión, un
quiZá con más fuerza entre nosotros -y sobre ello he escrito catedrático de Toledo, clérigo y escritor economista, a quien
en otra parte 67 párrafos que aquí reproduzco, afiadiendo algu- la lnquisición, políticamente -la Inquisición era un órgano
político--, no veía son buenos ojos, Sancho de Moncada, llegó
66. Carta XVI, s. a., pág. 302. Como las Noticias de Madrid (11'21-1627) a más: Espafia se halla en grave peligro por ser «la gente toda
edidón ·de González Palencia (Madrid, 1942); hacen referencia a los hechos'
sabemos que éstos se produjeron e! 5 de julio de 1624. · '
67 . .Véa~ mi artículo, «Los espafioles del 1600», Triunfo, suplemento 68. Memorial citado; el pasaje se baila recogido en el Anónimo a Felipe IV.
çxtraordmar10 («Los Espaiíoles») de! núm. 532, 9 diciembre 1972. de 1621 (La Junta de Reformaci6n, pág. 271).
94 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 95

tan regalada y afeminada» 69 • Êsta, aunque hoy nos parezca ralizado. Suárez de Figueroa, por su parte, tan preocupado
extrafio, es estimación que se repite. Unas décadas después del siempre por la situación del tiempo que contempla, nos hahla
anterior, Pellicer de Tovar sefiala como causas de la penosa de los mocitos cortesanos e inútiles, de las hembras maquilla-
situación del país los regalos y afeminaciones 70 • Aunque sa- das y afectadas, de los «mariquillas de ahora»: «La vanidad de
bemos que los predicadores refuerzan las 'tintas, algunas pala- músicas y bailes entretiene los afeminados, y los hace vagar al
bras pronunciadas por fray Francisco de León, prior de Guada- afeite del rostro, al enrizo de los cabellos, a1 adelgazar la voz,
lupe, en un sermón de 1635, coincidentes con las anteriores, a los melindres y caricias femeniles y al hacerse iguales a las
nos servirían, poniendo unas junto a otras, para comprobar por mujeres en delicadezas del cuerpo» 74 • Testimonios como éste
dónde se buscaba la raíz del mal: vemos, deda el severo prior, no tienen un valor directo, pero nos dicen lo que de sensuali-
«los hombres convertidos en mujeres, de soldados en afemi- dad, afán de placer, relajación y hasta lo que de clara reacdón
nados, llenos de tufos, melenas y copetes y no sé si de mudas contra la severidad de costumbres varoniles de otra época hay
y badulaques de los que las mujeres usam> 71 • Los Avisos de en el XVII, sobre cuyo fondo el tenebrismo, el macabrismo, son
Pellicer -y ello corrobora el grado de corrupción de la mis- un gusto derivado, como el desalifío fingidamente pobre en la
ma-, aparte de delitos por relaciones sexuales ilícitas, sefialan sociedad de consumo de hoy. Si a esta se afiade la conciencia
casos de homosexualismo, tanto de seglares como de eclesiás- que se tenía de la incontenible y bien apoyada inmoralidad pú-
ticos 72 • Y en las propuestas de juntas y consejos, pidiendo se blica y privada, se explica el dicho de Barrionuevo: «hay mu-
reformen los adornos y los trajes que se usan, se les achaca cho que limpiar si se barriera de veras». Esa corriente, por lo
ordinariamente su lujo y afeminamiento 73 • Incuestionablemen- bajo, de relajamiento nos explica aspectos que se proyectan
te, la acusación que hemos visto tan reiterada, así como 1a lite- en el vértice de la cultura barroca 75 •
ratura escandalosa del XVII que nos es muy mal conocida, mu- Lo que hemos de sacar en conclusión, a nuestro parecer,
chas veces eran no otra cosa que un recurso retórico. Sin em- de datas como los que acabamos de recoger y de innumera-
bargo, nos ayuda a comprobar cómo la crisis del XVII había bles más, tomados de otros terrenos, es que los espafí.oles
transformado la imagen de los espafioles del siglo anterior, y del XVII, muy diferentemente de los de la época renacentista,
mostrando, pues, que afectaba a la base humana de la socie- se nos presentan como sacudidos por grave crisis en su proceso
dad, ponía al descubierto un estado de relajación moral gene- de integración (la opinión general, a partir de 1600, es la de
que se reconoce cósmicamente imparable la caída de la monar-
69. Restauración política de Espa1ia, cit., Discurso I, pág. 4. quía hispánica, en tanto que régimen de convivencia del gru-
70. Manuscrito inédito de 1621, citado por Carrera Pujal, en Historia de la po, a la que no cabe más que apuntalar provisionalmente).
econom:a espafíola, Barcelona, 1943, t. I, pág. 481.
71. Citado por Vifias Mey, en la obra mencionada en la nota 46. Ello se traduce en un estado de inquietud -que en muchos
72. Avisos (ed. del Semanario Erudito, XXXI, pág. 87) dice que han casos cabe calificar como angustiada-, y por tanto de inestà-
ejecutado a dos, espera otro, están presos nueve y acusados sesenta; otras bilidad, con una conciencia de irremediable «decadencia» que
referencias, ibid., pág. 92, etc. Barrionuevo, Avisos, BAE, CCXXI, pág. 35, etc.
Ya antes, las Noticias de Madrid (1621-1627) informan de que, un día, cinco los mismos espafioles del XVII tuvieron, antes que de tal cen-
mozos han sido condenados a la hoguera por práctícas homosexuales, y otro
día, dos mozalbetes (ed. cit., págs. 43 [diciembre 1622] y 133 [marzo 1626]). 74. Varias noticias importantes a la humana comunicación, Madrid, 1621,
73. Informe de! Consejo Real a Felipe III (9 enero 1620), en La Junta fol. 74.
de Reformación, págs. 34 y 35. 75. Avisos (27 septiembre 1956), BAE, CCXXI, pág. 320.
96 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 97
turia se formaran esa idea los ilustrados del siglo XVIII. A las ramente planteada, pero también se daba en los protestantes,
consideraciones del Consejo Real a Felipe III ( 1 febrero de manera suficientemente intensa para tefíir el panorama de
1619), hablándole de «el miserable estado en que se hallan la época.
sus vasallos», a la severa advertencia que en el mismo docu- Ni en unos ni en otros será sostenible, a nuestro parecer,
mento se le hace de que «no es mucho que vivan desconten- esa amable tesis de T apié según la cual el Barroco nacería del
tos, afligidos y desconsolados» ·rn, las cuales se repiten en doce- gusto y del placer que las gentes rurales encontraron en ver
nas de escritos de particulares o de altos organismos, no ya a desplegarse con exuberante ostentaci6n el lujo y riqueza de
Felipe III, sino más aún a Felipe IV, se corresponde aquel los grandes, ya que en cierta medida podían participar en ellos,
momento de sincera ansiedad en este último -de ordinario por lo menos contemplándolos. Las violentas revueltas a que
tan insensible-, cuando confiesa conoce la penosa situación .el propio autor alude y el agrio sabor que tantas creaciones ba-
en que se apoya: «estando hoy a pique de perdernos todos» 77 • rrocas traen consigo, como muestra de su conçlición de protes-
El repertorio temático del Barroco corresponde a ese íntimo ta, nos descubren otra cosa. Si leemos, en relación con la apa-
estado de conciencia (pensemos en lo que en el arte del xvn ratosa y aparentemente bien aceptada monarquía francesa, el
representan los temas de la fortuna, el acaso, la mudanza, la libro de H. Hauser sobre la época 79 , nos encontramos con
fugacidad, la caducidad, las ruínas, etc.). que, bajo el gobierno de Richelieu, no sólo son mantenidos por
Una situaci6n semejante se da en todas las esferas de la la fuerza, en tantos casos, aspectos tradicionales en la estruc-
sociedad. Y el con:fücto de que venimos hablando es tan visi- tura del poder y de la sociedad, sino que la sujeción impuesta
ble en el medio urbano que no acabo de entender por qué Ta- al pueblo y la dura represión de sus protestas -«pueblo» com-
pié quiete reducirlo en sus condiciones estructurales al mundo prende también aquí el grupo de los burgueses- nos permi-
campesino. Cierto que en éste «la sociedad es entonces más ten reconocer la presencia del conflicto y del esfuerzo para su
jerarquizada, y, en cierta medida, más estable. Los hombres de contenci6n -lo que, como llevamos dicho, constituye supuesto
la ~i~:ra se resignan a su sujeci6n, aceptan incluso adoptar la básico de nuestra tesis-. «Siempte fue el castigar razón de Es-
relig1on de su amo, esperan de él protecci6n y ayuda, dispues- tado», escribía G. de Bocángel 80 ; pero nunca como en la mo-
t~s a rebelarse en su miseria más dura, con sacudidas ciegas y narquia del xvn fue su raz6n de ser tan principal.
v10lentas, que, por otra parte, muy pronto son reprimidas por Estudios redentes han puesto en claro una imagen mucho
los ejércitos regulares» 78 • La situación de confüctividad es nor- más conflictiva del siglo XVI, y más aún del XVII -como lle-
mal en la base del Barroco; no tiene ese carácter ocasional vamos dicho--, aunque las tendencias de oposici6n y las pro-
que las palabras citadas parecen indicar, y la oposición es más testas que llegan a estallar queden asfixiadas bajo el peso del
manifiesta en la ciudad que en el campo, aunque los golpes de absolutismo y de su sistema social. Son más numerosos los
violencia sean excepcionales en ambas partes. Afiadamos que movimientos de oposición y más frecuentes y más duras las
en los países católicos esta situación sería más fuerte, más du- manifestaciones de violencia a que se llega. Una observación
curiosa y significativa es la de que Braudel, en la segunda edi-
76. La Junta de Reformación, págs. 12 y 18.
77. Ibiti., pág. 539. (Esta declaraci.ón derl rey r:or!'~;;ponde a agosto de 79. H. Hauser, La pensée et l'action économique du Cardinal de Richelieu,
1627. Las cosas ·~mpeorarían mur;ho m 1fo.) Paris, 1944.
78. V. L. í'apié, Baroque <'.~ Clt1,sicisme, págs 60-'1 80. Obras, edición de Benitez Qaros, Madrid, 1946, t. I, pág. 84.

7. - YARAVALL
98 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 99
ci6n de su obra magna, aquí tantas veces citada, acentúa la zas, en esquinas, hasta en Palacio. En todas las partes públicas
referencia a las luchas sociales que se van multiplicando y en- se ven pasquines pintados -«graciosos», comenta el autor-
dureciendo 81 • La ya citada obra dirigida por R. Forster y J. P. que echan pestes dei rey y de sus ministros 84 • Se prende a
Greene nos da una visi6n panorámica. Después de Villalar, ni un pintor y a su oficial por haber hecho circular libelos o car-
en Castilla, ni en otras regiones peninsulares menos directa- teles pintados -de los que se reconocieron que eran suyos por
mente afectadas por aquella derrota política de las ciudades, la pintura, como en otros casos sus autores se reconocen por la
desaparecieron las actitudes de oposición, que algunas veces letra-, los cuales «eran muy agudos, picantes, y por extremo
llegaron a la violencia armada, otras muchas quedaron en ma- pintados y coloridos» 85 • ~Cabe ver ahí el origen del gusto
nifestaciones de protesta pública -como en las Cortes de Ma- actual por los posters críticos?
drid de 1588 a 1593, 1618, etc.-, y otras se redujeron a crí- «En Galicia, nos dice también Barrionuevo, se dice han
ticas severas de la política que se llevaba a cabo por el go- puesto en varias lugares otros muchos pasquines como por acá
bierno de Madrid, bien en pasquines y otros medias impresos, y con las mismas quejas, y que si no las remedian, dicen que
bien en conservaciones, etc. En una carta del P. Rivadeneyra tienen cerca a Portugal». La protesta en este caso se une a una
a1 arzobispo de Toledo (16 febrero 1580) se comenta que grave amenaza de secesionismo.
«todos los estados están amargos, desgustados y alterados con- Tenemos testimonios que recogen, respondiendo sin duda
tra S. M.... », de manera que el rey «no es tan bien quisto como a la realidad, referencias a las discusiones mantenidas entre
solía». Afí.ade e1 P. Rivadeneyra: la gente no quiete ir a la personas que presumían de más o menos versadas en materias
guerra de Portugal, «pareciendo a muchos que lo que se ganare de gobierno y que se estimaban distinguidas por sus estudios,
en Portugal es acrecentamiento de S. M. y de su Real carona su riqueza o su rango heredado; pero otras verdaderas dispu-
y no de las haciendas y de las honras de los que han de pe- tas se reducían, en ocasiones, a personas más simples, intere-
lear» 82 • ~No se reconoce en esas palabras una crisis de heroís- sadas sin embargo por los asuntos públicos. El licenciado Alon-
mo y monarquismo, aspecto de la que vamos tratando? Si aquí so de Cabrera informa a Felipe IV (20 junio 1623) sobre
se trata de Felipe II, ya en avanzada fecha, otra vez he sefia- la reclamaci6n de la viuda de Remando Vázquez, quien, por
lado un texto de Matías de Novoa en el que es Felipe IV el haber entregado al rey anterior un memorial «acerca de cosas
objeto de crítica 83 • que tocaban · a1 gobierno destos reinos, de que se ofendi6 el
Confirmando con toda precisi6n eso que otros ya dicen, por duque de Lerma», fue encarcelado «y que en la prisión fue
Barrionuevo tenemos noticias de que con frecuencia salían pa- muerto violentamente, dentro de quince días» 86 ( el informan-
peles maldiciendo dei Gobierno y criticando y aun ridiculizando te pide precaución para que la opinión no se ensafie contra el
ai rey. Nunca se nos dice que promovieran una reacci6n pública ya entonces cardenal). Pellicer da noticia de la prisión de un
en contra. Se colocan en los muros de algunas iglesias, en pla- personaje que frecuentaba y acompafiaba a muy altos sefiores,
en lo que «la causa fue por hablar mal contra el rey y el go-
81. La Méditerranée et le monde mediterranéen à l'époque de Philippe II,
2.• ed., París, 1966, t. II, págs. 76 y sigs. 84. Avisos, II (8 noviembre y 13 diciembre 1656, 21 febrero 1657), BAE,
82. CODOIN, XL, págs. 292 y sigs. págs. 35, 59, etc.
83. Véase el último capítulo de mi obra Oposici6n política bajo los 85. Avisos, II (7 marzo 1657), BAE, CCXXII, pág. 66.
Austrias. 86. I..a Junta de Reformaci6n, págs. 95-96.
100 CONFLIC'I'IVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 101

bierno» 87 y afíade que la autoridad judicial pretende darle que intervinieron en los memoriales en pro y en contra dei
garrote y espera que todo acabe en destierro. Cualesquiera que sefior Conde-Duque» 94 -sentencias de fuertes multas y des-
sean las suposiciones que hoy puedan hacerse, los jesuítas re- tierros-. Conocemos un curioso caso que nos dice hasta dónde
fieren que la prisión de Quevedo se debe a «algo que ha dicho llegaba la posibilidad del conflicto: Almansa cuenta un plante
o escrito contra el Gobierno» 88 • También Pellicer da cuenta o huelga en el interior del mismo palacio, diciéndonos: «este
de que se le ha preso, en gran silencio y con secuestro de día pasado no hubo quien subiese la comida al Rey y el Conde
todos sus muebles y papeles, por hablar mal de la monarquía, mandó prender a los Ayudas de Cámara». Por las Noticias de
del gobierno, o según otros, por espionaje 89 • Unos días después Madrid (1621-1627), que recogen también la referencia al he-
informa de que corre la voz de que ha sido degollado, si bien cho, sabemos que tuvo lugar el 26 de agosto de 1624 95 •
no se ha confirmado 90• En esta materia hay casos notables. Todo ello corrobora la impresión que sacamos de fuentes
E1 propio Pellicer relata el caso de un labrador que de pronto literarias. Ruiz Martin ha recogido el eco de una violenta dis-
se colocó ante el rey para protestar de como andaba el gobier- cusión sobre política, que acaba a palos, entre los operarios de
no 91 . L os Jesu1tas,
. . en una de sus cartas, recogen tarob"1én tal un taller textil en la Segovia de 1625-1630. Suárez de Figue-
suceso: puesto ante el rey, el labrador le gritó: «Al rey le en- roa rechaza la «moral filosofía que, hambrienta y desnuda, des-
gafian; Sefior, esta monarquía se va acabando y quien no lo de los rincones reforma el mundo, informa las costumbres y
remedia arderá en los infiernos» 92 • Todavía Pellicer nos dice en. todo descubre defectos» 96 • Del peligro que todo ello en-
que el rey prohibió al autorizado maestro Agustín de Castro, ttafiaba, desde el punto de vista ultraconservador e inmovilista
S. J., que se entremetiera en el púlpito en ciertas materias de la monarquía, advierten algunos escritores de la época, a
políticas (XXXIII, 149). Semejantemente, Barrionuevo nos veces revelando una franca simpatía por quienes así proceden,
da la noticia de que un predicador, en el púlpito, habló otras con adverso comentario a los caprichosos arbitrismos que
crudamente contra el desgobierno de la monarquía, ante el en tales casos suelen exponerse, otras, aludiendo tan sólo, y
rey, y al acabar su diatriba exclamó que le prendieran y que como a cosa habitual, a que en el paseo de ciudadanos ordina-
le cortasen la cabeza, si querían, pero que él tenía el deber rios «se habla de política». Reflejando costumbres sociales que
de hablar en tales términos 93 • No sabemos lo que sucedió a veía en torno, Céspedes hace decir a uno de sus personajes:
estos personajes; pero en los papeles periódicos leemos noti- nos juntamos «los caballeros mozos y paseantes del barrio en
cias como ésta, de Pellicer: «Salleron las sentencias contra los los portales y escafios de nuestra parroquia, desde donde sole-
mos limitar el poder del turco, las acciones dei húngaro, los
estados de Italia, y censurar, gobernando el mundo con nues-
87. Avisos (26 marzo 1641), cd. del Semanario Erudito, XXXII, pági-
na 20.
88. Cartas de iesuitas (1 diciembre 1639), MHE, XV, pág. 374. 94. Avisos (21 julio 1643), ed. de!l Semanario Erudito, XXXIII, pági-
. 89. Avisos (13 diciembre 1639), ed. del Semanario Erudito, XXXI, pá- na 39.
gma 104. 95. Carta XVI, s. a., pág. 298 de la ed. cit. También en esta ocasión las
90. Ibid., pág. 106. Noticias de Madrid (1621-1627). edición de González Palencia, recogen el
91. Avisos (19 junio 1640), ed. del Semanario Erudito, XXXI, pági- hecho en estos términos: «Este dfa los Ayudas de Cámara dei Rey hicieron
na 178. falta a la vianda, y e! Conde de Olivares los mandá prender a todos en sus
92. Cartas de jesuítas (19 iunio 1640), MHE, XV, pág. 451. casas con guardas» (pág. ll12).
93. Avisos, II (17 enero 1657), BAE, CCXXII, pág. 51. 96. Bl pasagero, pág, 8?.
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 103
102 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

tros pareceres»; y también el mismo autor relata de uncis via- no se sabe -o no se quiere saber- «distribuir en lo que es
jeros que, al coincidir en SU camino, «Comenzamos políticos a debido las rentas», y, cáusticamente, se comenta: «Nadie haze
gobernar el mundo, sus estados, sus fuerzas, ya confiriendo por el bien común, todos procuran no más que su interés ~ro­
unas, y ya encareciendo y reprobando otras» 97 • Ese ocuparse pio; esta guerra en casa más dafí.o nos haze que los enem1gos
de política que en el XVI había sido propio de conversaciones y de la carona» 99 bis. No cabe duda de que la llegada del rey no
escritos de altos burócratas, letrados, caballeros, cortesanos, per- era esperada en la Sevilla barroca con fervor monárquico.
·s?nas distinguidas 98 , ahora se ha generalizado, se ha democra- Todo ello daba un nuevo papel a las opiniones, podía
tizado, ha pasado a ser entretenimiento común. La gente habla convertir la coincidencia de ellas en una corriente peligro-
públicamente y considerándose con capacidad para ello, critica sa, y hasta, llegado el caso, podía inspirar un amenaza-
a la administración de los que mandan. En la plaza pública, dor movimiento de protesta 100 • La importancia que esos mo-
nos dice Francisco Santos, cualquiera se alza «tratando de la vimientos de opinión tuvieron para la monarquia se compren-
carestia de los mantenimientos», de forma que cada uno dice derá con advertir que R. O. Lindsay y J. Neu han reunido Y
su alcaldada 99 • Recientemente se ha publicado un curioso texto publicado siete mil panfletos que circularon en Francia, de me-
descubierto en el Archivo estatal de Viena, compuesto de diados dei XVI a mediados del XVII, y las cifras totales de los
101
cuatro folias, que llevan el siguiente título: Diálogo entre qua- que aparecieron son incomparablemente mayores • De Espa-
tro personas viniendo de San Lucar de Barrameda a Sevilla en fia no tenemos datas, pero en el trabajo que L. Rosales publi-
el barco a la vez, en el tiempo que se avía divulgado la venida cá sobre el êxito de la sátira política en la época que nos ocu-
102
de Su Magestad al Andaluzía (no lleva fecha y puede ser algo pa, se vislumbra una gran abundancia de materiales • En
posterior a 1620). El documento sirve para testimoniarnos impreso o de palabra «todos se quejan _Y todos tiene~ ~azóm~,
muy bien hasta quê punto se ha popularizado la charla políti- comenta Barrionuevo, que era un gacetillero de opos1c1ón, di-
ca; y, en segundo lugar, en qué medida eran poco afectos o ríamos hoy; advierte a sus lectores que de «tantas tragedias
francamente adversos a la política real los sentimientos de los como aquí digo», de tantas noticias increíbles sobre medi~as
andaluces en el reinado de Felipe IV. De los cuatro interlocu- de gobierno fuera de propósito y razón, pi,ensen qu.e escr_:be
tores, uno no hace más que criticar las «aflicciones» en que «como eso se ve cada día» 103 • ~Acaso, mas de tremta anos
está puesto el rey; otro, ante la situación en que éste se en-
cuentra, considera que no cabe «ni evitar que no haya muchos 99 bis. J. M. Barnadas, «Resonancias andaluzas de la decadencia», en Ar-
desórdenes y dafios a que le obliga la necesidad» (al rey); refi- chivo Hispalense, núms. 171-173, Sevilla, 1973; el documento se reproduce en
riéndose a los espafíoles, y no cabe duda de que alude a los págs. 112-115.
100. Según nuestra interpretaci6n, ésta es una de las caras del problema
que gobiernan, se critica que «cada día hazen grandes yerros histórico de la formaci6n del absolutismo monárquico. Véase mi obra Estado mo-
en menoscabo del bien público y de la Real Hazienda» porque derno y mentalidad social... . . .
101. Esa colecci6n es la de los que se conservan hoy en bibliotecas ameri-
canas. Véase, de los citados autores, French política! pamphlets. 1547-1648,
97. Céspedes y Meneses, Fortuna varia del soldado Píndaro, BAE, XVIII, Madison University of Wisconsin Press, 1969.
102. ' «Algunas reflexiones sobre la sátira bajo el reinado de los últimos
págs. 347 y 353.
98. Doy algunos datas en mi obra Carlos V y el pensamiento político de! Austrias», Revista de Estudios Pollticos, núm. 15, 1944. •
103. Avisos, II (7 marzo y 28 noviembre 1657), BAE, CCXXII, pági-
Renacimiento, Madrid, 1958.
99. Día y noche de Madrid, BAE, XX.XIII, pág. 147. nas 67 y 118.
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 105
104 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

antes, no escribía Páez de Valenzuela al mismo Felipe IV en el Consejo Real prendan las justici~s a todos los que trataren
términos semejantes?: el reino se baila agraviado con tantas del mal gobierno» 109 • Por entonces, los predicadores habían
desdichas <<y cada uno de sus miembros se queja, formándose, arredado en sus críticas desde el púlpito, lo que daba pesa-
como se forma, de singulares e indivíduos, y éstos tan flacos y dumbre a S. M. Algunos le aconsejan los destierre, pero el rey
acabados que no pueden sustentar la cabeza» 104 • Todavía en contesta que no se atreve. Conocemos un curioso caso particu-
este punto tenemos que recoger una noticia insólita que da Ba- lar: en 24 de abril de 1658, Barrionuevo nos cuenta que
rrionuevo, y que de no ser cierta revelada por lo menos hasta «hanle mandado, según se dice, al P. Fray Nicolás Bautista
qué punto se había alzado la opinión de que la crítica ad~ersa que no predique al Rey tan claro, ni en el púlpito se arroje a
rodeaba por todas partes a la monarquía: cuando en una oca- decir las verdades, sino que pues tiene audiencia a todas horas,
se las diga en secreto, que lo demás es dar ocasión al pueblo
110 s di .
sión se exponen en Roma, para arrancar del clero unas con-
cesiones económicas, las necesidades de dinero que amenazan
.
de sentimientos y mover sedic1ones» . e c1ones: h e ah'1 el
a la monarquía, quienes negocian por parte de ésta tienen que fantasma cuyo conjuro ya asusta en Europa. Pero lo que hay
soportar se les conteste que el rey «la mayor que tiene es de que tener en cuenta es que, dentro de los supuestos de la so-
mudar de Gobierno» 105 • Ante tan universal desarrollo de la ciedad barroca esas palabras de clara y dura crítica propiamen-
i!. murmuración y la crítica, un jesuíta comenta en una de sus car- te no se deda~ al rey, sino que eran una confrontación y diá-
tas que, entre los muchos vícios y maldades de la Corte, hay que logo con la opinión, cuya presencia no se podía disimular. Vi~
referir que «se hacían congregaciones para murmurar del gobier- llari hace una observación sobre Nápoles, a la que se puede
no» y acusa a sus miembros -con un ataque común y chabacano, dar mayor alcance geográficamente en todo el XVII: las crí-
habitual en la lucha política- de que los tales llevabari mala ticas con frecuencia no aluden a un ocasional «mal gobierno»,
vida: «en su casa la industria del tahúr hacía milagros» 106 • Y en sino que implican «la puesta en entredicho del sistema polí-
otra de esas cartas se había pedido que se desterrara de la tica>> 110 bis.
Corte a los «noveleros», comentadores alarmistas e inconfor- A ese amplio fondo de discusión, de discrepancia. y de p~­
mistas de noticias políticas 107 • Y Gayangos recoge en su edi- sible protesta pública, insisto en que hay que referir la act1-
ción de tales cartas un pasaje de otras Noticias de Madrid,
109. Avisos, II (31 enero 1657), BAE, CCXXII, p~g. 57. Saavedra Fa-
obra de un anónimo, que sobre 1638 da cuenta de que algu- jardo, en cambio, escribía: «No tiene el vicio mayor enem1go que la, ce.nsura · ..
nos titulados y plebeyos han sido efectivamente desterrados Y así, aunque la murmuraci6n es en sí mala, es buena para la r 1!PU~il1ca, por-
«por tahúres que, juntándose en las casas de juego, murmura- que no hay otra fuerza mayor sobre el magistrado o sobre el pdnc1pe . · ... La
murmuraci6n es argumento de la libertad de la república, porque en la t1ramza-
ban sin razón alguna del gobierno presente y ministros mayo- da no se permite». (Empresas .. ., XIV, ed. cit., págs. 232 Y 233).
res» 108 • Afias más tarde informa Barrionuevo: «ha mandado 110. Avisos, II (en diferentes fechas de los afios 1657, Y 1658)., La re-
ferencia a fray Nicolás Bautista es de 24 abril 1658, BAE, CCX:K:II, pags. 63,
67, 71, 169, 172. En el anónimo Sumarie• de las nuevas de la Corte,
104. La Junta de Reformaci6n, pág. 219. publicado en apéndice en la edici6n de las Carta~. de Alman~a, s1~ a~ma, tratando
105. Barrionuevo, Avisos, I (29 noviembre 1654), BAE, CCXXI, pági- de idealizar la figura del monarca, que éste les d1Jo a los frmles predicadores «qu~
na 86. no se cansasen ni encogiesen en decirle verdades, porque él lilO se cansaría, m
106. Cartas de ;esuitas (19 enero 1638), MHE, XIV, pág. 291. en oírles ni en erunendar cuanto oyere» (págs. 347 y :~48). El cansando de
107. Cartas de iesuitas {1 díciembre 1637), MHE, XIV, pág. 261. Ias critic~s · y el temor a ellas debía, sin embargo, surgir muy pronto.
108. Loc. cit. en la nota 99. (Se trata de un manuscrito inédito que per- 110 bis. «La .rivolta anti spafiola a Napoli», pág. 55.
tcnecl6 a su colecci6n y cuya edici6n scría de desear .)
106 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 107

tud de los goblernos en ia monarquía absoluta y su política . culto, confirmados por las Cartas de Almansa 114 • Podemos dar
represiva, la cual, hasta mediado el XVII en los países protes- aquí otro contundente ejemplo de ese fondo problemático que
tantes y hasta mucho más tarde en los católicos, comprendería ha quedado cubierto por la hojarasca de la historiografía ofi-
a la religión como materia peligrosa en su discrepancia. En Es- cial, el cual es, a nuestro parecer, sumamente revelador en
pafia, ante el silencio impuesto, desde siglos atrás, a las mani- cuanto a la presencia de esa disidencia a la vez religiosa y so-
festaciones de disidencia religiosa, se ha venido haciendo habi- cial, y de la significación política que se le daba contribuyen-
tual en los historiadores dar a. ésta por inexistente, salvo casos do -tal es nuestro punto de vista- a la formación del
excepcionales como el ya lejano de Usoz o de contemporáneos sistema del absolutismo. Sabemos que en 1633, por encargo
nuestros, como los de M. Bataillon, E. Asensio, A. Selke, etc. del propio rey, fray Hortensio F. de Paravicino predica en las
Pero atendiendo con cuidado a las cosas, se observan aún testi- honras fúnebres de una infanta Margarita de Austria, fallecida
monios que han quedado más o menos ocultos. De alguno de siendo religiosa en las Descalzas Reales. Como de un hecho
ellos hemos dado cuenta en otra ocasión 111 • Existen, sin em- positivo del que se ocupa en términos muy vivaces, Paravicino
bargo, muchos casos como éste: ante el fracaso de la boda del refiere que han aparecido carteles públicos contra la religión
Príncipe de Gales con una infanta espafiola, se nos dice que las cristiana, :6.jados «en las esquinas y puertas de Madrid». Pues
gentes, descontentas e irritadas, «quisieron echar la culpa a los bien, ante ello hace Paravicino este comentado: si es cierto
teólogos» --curioso indicio de que un buen sector de la opi- que «un pasquín que llaman, o libelo, de los que el vulgo mal
nión no estaba conforme con la política religiosa seguida 112- . contentadizo pone contra los que gobiernan en un sigla u
Interesante en esta materia es la obra, conocida pero mal estu- otros», es un acto que, por cuanto lleva consigo «peligro de
diada a este respecto, del P. Jerónimo Gracián con su violencia ruin ejemplo», merece y «pide justicia, sangre y última demos-
contra los «ateístas» 113 • En el Madrid barroco se producen ca- tración», cabe preguntarse qué no merecerán, en la Corte ca-
sos -seguramente explicables desde un punto de vista psiquiá- tólica, ante los ojos del mismo príncipe, «carteles contra la
trico y curiosos de estudiar- en los que se presencian estalli- J:.,ey», «pasquines contra Dios», «libelos contra Cristo». Y afia-
dos de una exacerbada posición antirreligiosa provocados por de Paravicino, hablando en términos de plena actualidad, refi-
la férrea y alucinante disciplina eclesiástica que se impone en riéndose a su público: «Acordaos quando se extrafió oírme
todas partes y hasta en las más inesperadas ocasiones de la acusar tanto el ateísmo y mirad si habéis visto sobrados indí-
vida. Las Noticias de Madrid, de 1621 a 1627, relatan ya casos cios, si no culpas de él» 115 • Algunas fuentes de la época hablan
de verdadera explosión psicológica contra actos públicos dei de los «ateos de Madrid», y algún personaje de Tirso de Moli-
na, como recogiendo el sentir de ciertas gentes, dice:

111. «La oposici6n político-religiosa a mediados del siglo xvr: el eras-


mismo tardío de Felipe de la Torre», en La oposición política bajo los Austrias, 114. Noticias de Madrid (1621-1627), pág. 3 (junio 1621), pág. 11 (septiem-
pág. 53. bre 1621), págs. 98-100 (julio 1624). , .
112. Noticias de Madrid (1621-1627), pág. 72 (agosto 1623). 115. Margarita. Oración fúnebre en las honras de la Serenmma Infanta,
113. Diez lamentaciones del lamentable estado de los atheistas de nuestro Madrid, 1633, fols. 32v a 35v. Es de observar que e! cléri~o Parav~cino quiere
tiempo, edíci6n del P. O. Steiggink, Madrid, 1959. La idea de «libertad» castigar con sangre y muerte a los autores de pasqumes',, ?11entra~ . que
contra la Iglesia es el gran pecado de la época que J. Gracián resalta y con- Alamos de Barrientos, Saavedra Fajardo, Lancina, esto es, los poiltlcos tac1t1stas,
dena, poniendo de manifiesto su doble raíz política y religiosa. recomiendan que se los tolere y se disimule con ellos. ·
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 109
108 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

No hay Dios que me dé cuidado, tar a los dei gobierno de la ciudad porque n~ ha~aban pan».
fo demás es desvarío ... Parece un cuadro decimonónico: crisis de subs1stenc1as, sí; ~ero
Nacer y morir, no hay más llts bis. en esos disturbios no se incendia la casa del panadero ru se
asalta la del labrador, o, por lo menos, no se reduce todo a esto;
En otro lugar hemos sefialado las tensiones sociales conflic- se quiere matar a los gobernantes 120 • Barrionuevo nos habla
tivas, sobre cuyo movedizo suelo se apoya inestablemente la de que en Palma (Andalucía) se levantó el pueblo y .mató al
sociedad dei siglo XVII, de lo cual procede la inestabilidad ca- juez real; en Málaga, tuvo que salir huyendo el correg1dor; .:n
racterística de las producciones de la cultura barroca 116 • Co- Palencia, hay fuertes alteraciones y trastornos; los hay tamb1en
mentando las desdichas y malaventuras que caen sobre la mo- en León · en Lorca se han levantado 1.500 hombres y en otros
narquía espafiola, Barrionuevo comenta: «somos nosotros los lugares de Andalucía, más y menos, y hanhtoma?~ las arn;~~:
que no sabemos vivir en el mundo», y lamenta «el gran descui- en la Rioja han muerto a dos jueces y muc os mirustros ... ~ ,
do nuestro y flojedad en que vivimos» 117 • Es un estado interno en Belmonte el pueblo se ha amotinado contra una compafíía
de desarreglo, de disconformidad. Esas tensiones que de ahí de soldados l22. Impuestos, subsistencias, carestías, son los mo-
surgen afectan a la relación de nobles y pecheros, de ricos y tivos, como en la primera mitad del XIX todavia, que res~e­
pobres, de cristianos viejos y conversos, de creyentes y no cre- nan. Se comprende la noticia que nos da en u~o de esos anos
yentes, de extranjeros y súbditos propios, de hombres y muje- Pellicer: el rey ha ordenado se declaren y reg1stren todas ~as
res, de jóvenes y viejos, de gobierno central y poblaciones pe- armas defensivas y ofensivas que posean naturales y extranJe-
riféricas, etc. Motines, alborotos, rebeliones de gran violencia ros 123. y fuera de la Península sucedia otr? t~nto: en Bruse-
los hay por todas partes. En poblaciones peninsulares: Bilbao, las donde bajo el acaudillamiento de un bot1car10, se da muer-
Toledo 118 , Navarra ( «el ruido de la revolución que hay en te 'al justicia; en Nápoles, con el pueblo «tan desenfre?ado
Navarra es tan grande ... », comentan los jesuítas) 119 ; otra vez, contra la nobleza»; en Bari, donde son d:gollados, qu1enes
Toledo, en sucesos que también otro jesuíta relata así: «En acaparaban el pan, etc., etc. 124 • Y luego es~an .las mas graves
Toledo hubo el otro día un grande alboroto. Juntóse muchísi- insurrecciones que no empiezan por conspirac1ones º. golpes
ma gente común, como tejedores y otros, diciendo querían ma- de mano sino por disturbios populares que van crec1en~o Y
agravánd~se 125. Se producen así las sublevaciones separat1stas
115 bis. En 1a comedia Tanto es lo de más como lo de menos, la cita en e1
estudio sobre la misma de Jaime Asensio, en la revista Reflexi6n 2, Ottawa,
enero-diciembre 1973. Atanguren y D. Alonso, citado por e! anterior, han sos- 120 Cartas de jesuítas (19 junio 1638), MHE, XIV, pág. 431.' f h
tenido que en el ascético Quevedo, más que fa intuici6n de un «morir-para» o de 121: Avisos, I, BAE, CCXXI, págs. 75, 209, 275, 304, 246 (1ali ec as
ur1 «morir-hacia», se encuentra el testimonio de un «morir-de»: «Se piensa más van del afio 1654 a! 1656; a esta última, 5 febrero, se refier7 lo de ~orca).
en un terminar de vivir esta vida que en un empezar a vivir vida eterna» (Atan- 122. Pellicer, Avisos (24 julio 1640), ed. del Semanarto Erudito, XXXI,
guren, «Comentaria a dos textos de Quevedo», en Revista de Educaci6n, núme-
ros 27-28, 1955). pág.1J:.º· Avisos (13 mayo 1642), ed. del Semanario Erudito, ~II, págx_ii~·
116. «Los espafíoles de 1600», art. cit. en nota 67. 124. Barrionuevo, Avisos, I y II, BAE, CCXXI, t>ág. 46, Y CC '
117. Avisos, I (23 septiembre 1654 y 24 abril 1655), BAE, CCXXI, pági- págs. 95 y 134. . MHE XV á 446 447
nas 61 y 131. 125 Cartas de iesuitas (12 y 19 jun10 1640), , , P gs. · .•
118. Cartas de jesuítas (3 junio y 18 julio 1634), MHE, XIII, págs. 57 eteéter~ Véase también Pellicer, Avisos (12 junio 1640), ed. c1le1 Semana;10
y 81.
E d"t · XXXI pág 175 Los jesuítas comienzan sus referencias a la sublevac16n
l 19. Cartas de jesuítas (8 julio 1638), MHE, XIV, pág. 450. d;u ~o~t'tigail en' est~ tér~nos: «en Portugail ha habido algunos aJ:borotos pô·
110 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 111

(Nápoles, Catalufía, Flandes, Portugal) y las conspiraciones de femeninas inconformistas 12ª; se incrementan la prostitución y
cariz semejante (Aragón, Andalucía, etc.) 126 • Alonso Enríquez el juego, en términos antisociales, y, entregados a una protesta
de Guzmán, curioso personaje tan de su época, en algún mo- que ni intentan formular, jóvenes de casas nobles y acomoda-
mento de su obra se re:f:iere a los trastornos provocados por das huyen a perderse en medias de picaresca, como las alma-
un cierto capitán Machín en el reino de Valencia: «las altera- drabas de Cádiz 130 ; o exhiben largas melenas en las calles de
ciones y motines y bueltas del reyno de Valencia, en que ovo la ciudad, lo que condenan algunos críticos y moralistas 131 •
muchas vírgenes corrompidas y monjas forçadas y biudas deson- Conocemos por Pellicer el caso de una revuelta estudiantil, de
radas y altares robados y otras muchas fealdades», a lo que violenta protesta: «En Salamanca del modo mismo ha habido
hay que afíadir lo que de las revueltas en Mallorca dice tam- una desastrada revolución de los estudiantes, contra un juez
bién: «grandes e ynormes eçesos que avían hecho, ansí en co- que fue allí de la Chancillería, a quien quisieron ahorcar y le
rromper donzellas, hijas de cavalleros que huyendo dellos salie- quemaron los procesos» 132 • Y más aún, por Barrionuevo sa-
ron, como tajando muchachos en la carniçería como carneros, y
otros poniéndoles por hitos en el terreno para jugar a la va- de Alarcón, en economistas como Sancho de Moncada, Martínez de Mata,
llesta y otros semejantes» 126 bis. Lope de Deza, Gondomar, etc. El anunciado libra de Ruiz Marún sobre los
Otro tipo de tensiones no faltan: se extreman las conse- genoveses nos explicará mucho este fenómeno. A nosotros nos interesa e!
carácter de conflicto social e interno que presenta, por eiemplo, en un escritor
cuencias inhumanas del estatuto de pureza de sangre, que ha como Murcia de la Llana: «quán cierto es que las naciones extrangeras que
estudiado Sicroff 127 ; se producen manifestaciones xenófobas residen en Espafia, su mayor nervio de enriquecerse es por el trato y contra·
tación por la mar; pues equé razón hay para que el pobre natural de Espafia
que los gobernantes temen}2 8 ; se escuchan las primera::; voces con su sudor y su sangre se la esté conservando [la riqueza], para que él la
desfrute con sus tratos?» (Discurso politico del desempeno del Reino ... , Ma-
drid, 1624, foi. 12). Entre la gente rica, en cambio, tenemos ya testimoniada
pulares, aunque de poca consideracióm>, si bien, ya que en los días siguientes otra actitud: «en siendo cosa de extrangero artífice, basta para darle valor»;
crecen Y se agravan, las noticias que se transmiten son más alarmantes (cartas mientras lo propio se tiene en nada, se busca por los elegantes lo de fuera.
de 12 Y 20 septiembre 1637, MHE, XIV, págs. 189, 191, etc.). (Francisco Santos, Df.a y noche de Madrid ... , págs. 396 y 409.)
126. Véase J. H. Elliot, en su aportación al volumen Revoluciones y re· 129. Es tema sin estudiar debidamente. Algunas referencias en P. W. Bomli,
be~iones en la Europa moderna, Madrid, 1973; y mi iobra La opasici6n política La femme dans l'Espagne du Siecle d'Or, La Haya, 1950. María de Zayas es-
bato los Austrias. En Aragón, dicen los jesuitas, «la gente y el común deste cribe algunas frases llenas de acritud sobre el estado de sumisión de la mujer.
reyno está del mismo colar que Catailuiia» (MHE, XVI, pág. 36), y Barrionuevo Podrán verse algunos datos más en mi libro sobre la novela picaresca que tengo
dice de Andalucía: «todos nuestros enemigos hacen lo que quieren de nosotros» en preparación.
(BAE, CCXXI, pág. 290). . 130. Se encuentran algunos datos interesantes en la obra de P. A. Sole,
126 bis. BAE, CXXVI, pág. 23. Los pícaros de C6nil y Zahara, Cádiz, 1965.
127. Les controverses des statuts de pureté de sang en Espagne du xv• 131. Párrafos atrás, hemos visto ya una referencia a! tema de las melenas,
au XVIIª siecles, París, 1960. Como ejemplo de lo que decimos, puede verse seííalando vagamente su significación protestataria, en un texto de fray Fran-
la obra de fray Jaime Bleda, Cr6nica de los moros de Espaíia Valencia cisco de León. Habla también de ellas, ironizando sobre su abundancia, Juan
1618. ' ' de Robles, en El Culto Sevillano (comentamos este pasaje en nuestra obra An·
128; Si la figura del extranjero había ofrecido aspectos fovorables en otras tiguos y modernos, pág. 100). María de Zayas hace esta observación: «en todos
épocas más inmovilistas, ahora, con el prenacionalismo del siglo xvu, con el tiempos han sido los hombres aficionados a las meilenas, aunque no tanto como
sistema general e ininterrumpido de las guerras interestatales, con la codicia del ahora» (Amar s6lo por vencer, ed. cit., de sus Novelas eiemplares, parte z.•:
mercantilismo y quizá con la conveniencia de buscar a alguien sobre quien «Desengaiios amorosos», Madrid, 1950, pág. 216. También Lope, en La Dorotea,
descargar las desdichas que se sufren, el extranjero pasa a ser -salvo en ironiza sobre la moda de los cabellos largos de los hombres (edición de E. S.
casos individuales- la figura de un indeseable. El tema se encuentra ya Morby, 1958, pág. 179).
en la Espafia del XVII, en literatos como Quevedo, Mateo Alemán, Ruiz 132. Avisos, ed. del Semanario Erudito, XXXIII, pág. 147.
112 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y. 'I'ENSiôNES SôCIALES úEL SIGLO XVII 113
hemos de un no menos violento incidente escolar, cuya noticia de las que se temía hubieran podido ser llevadas a situarse
ayuda a hacernos comprender el fondo de irritación y discon- enfrente de aquélla. La monarquía barroca, con su grupo es-
formidad que se daba en los más diversos niveles y ambientes: tructurado de sefíores, burócratas y soldados, con su grupo,
nifios de escuelas de aprender a leer y a escribir pelearon entre más informal, pero no menos eficaz, de poetas, dramaturgos,
sí, nos cuenta Barrionuevo; pasó por alli la justicia e intentó pintores, etc., puso en juego ambas posibilidades. Las ensayó
prenderlos; entonces se armaron todos los muchachos y entre hasta en casos extremos en los que pareda haberse roto toda
todos arrojaron a los agentes, los cuales después volvieron a vinculación y en los cuales, sin embargo, quedaban, por de-
prender al maestro, considerándolo inductor, pero los chicos bajo de las aparentes contradicciones, ciertos factores que po-
con hondas los hicieron huir 183 • Claro que los tonos más vio- dían hacerse jugar a favor de la integración y hasta podían
lentos se dan en la oposición entre nobles y plebeyos, entre servir para imponerla, moral o físicamente, a los demás. Así,
ricos y pobres, que en gran parte son divisiones paralelas, has- por ejemplo, cabe enfocar el tema tan barroco del bandole-
ta el punto de que en las Cortes o en las páginas de algunos rismo.
escritores se habla del odio de unos grupos contra otros 134 • Una forma extrema de protesta antisocial y de conducta des-
Para responder a todo este múltiple y complejo hervor de viada creda alarmantemente en la crisis del XVII y proporcio-
disconformidad y de protesta (en unas circunstancias en que nó abundantes temas al teatro barroco: el bandolêrismo (Lope,
los medios de oposición se habían hecho más sutiles, en que el Mira de Amescua, Vélez de Guevara, Calderón, etc.). Si las con-
volumen demográfico en las ciudades había aumentado y con diciones económicas adversas de fines del XVI, acentuadas en
ello la población participante en las manifestaciones contra el xvn, trajeron en toda Europa un aumento alarmante de mi-
la opresión había crecido en amenazadora proporción) la mo- seria, vagabundaje y bandidismo, según insistentemente ha sos-
narquía absoluta se vio colocada ante dos necesidades: fortale- tenido Braudel 185 , tales consecuencias son muy marcadas en
cer los medios físicos de represión y procurarse medios de la Espafí.a de Felipe III y de Felipe IV, dando lugar a lo que
penetración en las conciencias y de control psicológico que, se ha llamado el bandidaje de la época barroca, importante en
favoreciendo el proceso de integración y combatiendo los di- Catalufí.a y en otras regiones 136 • A fines de! xv1, en cuanto se
sentimientos y violencias, le asegurasen su superioridad sobre empiece a hablar del Barroco, no hay que olvidar esos grupos
el conjunto. Sin duda, el sistema militar de ciudadelas bien de pícaros, ganapanes, pordioseros, que inundan las ciudades,
artilladas, capaces de reducir una sublevación en el interior de ni esas bandas de vagabundos, falsos peregrinos, bandoleros,
los núcleos urbanos, es una manifestación de la cultura barroca que andan errantes por los caminos de Europa. No olvidemos
(la difusión del uso de la ciudadela es un hecho dei Barroco); una mención al papel que se le da en el teatro al bandolerismo
pero lo es también todo ese conjunto de resortes ideológicos, femenino (Lope, Mira de Amescua, Vélez de Guevara). Esas
artísticos, sociales, que se cultivaron especialmente para man- masas de menesterosos, desviados y llenos de rencor, han sur-
tener psicológicamente debajo de la autoridad tantas voluntades gido de Ias guerras, de las epidemias, de la opresión de los po-
derosos, de! paro forzoso a que obliga la crisis de la econo-
133. Avisos, II {13 diciembre 16.56), BAE, CCXXII, pág. 33.
134. Saavedra Faiardo observa «la aversi6n que unos estados de la república
tienen contra otros, como el pueblo contra la nobleza» (Empresas ... , LXXXIX, 135. La Méditerranée, t. II, págs. 75 y sigs.
en OC, edici6n de González Palencia, Aguilar, Madrid, 1946, pág. 619). 136. P. Vilar, La Catalogne dans l'Espagne moderne, t. I, pág. 625.

8. - MAllAVALL
114 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 115

mía. En el XVII se encuentran por todas partes: las conocen dons internacionals de l'Occident europeu» 139 • Reglà, al insis-
Francia, Alemania, Flandes. Villari habla de casos de bando- tir, más tarde, en las causas geográficas, económicas, sociales,
lerismo eclesiástico tan expandido que la lglesia se ve obligada políticas e ideológicas del fenómeno 140 , nos permite compren-
a dejarlos en manos de la jurisdicción temporal 1313 bis. En Espa- der la conexión del mismo con las circunstancias históricas
fia tenemos testimonios de bandoleros que andan por Vallado- generales de la época 141 •
lid, Valencia, Murcia, La Mancha. Nos lo dice Pellicer 137 • Ba- Naturalmente, no pretendemos sostener que la cultura ba-
rrionuevo nos asegura que Castilla la Vieja está llena de bandas rroca surgiera para integrar bandoleros u otros casos de extre-
de ladrones, que «todos los caminos están llenos de ladrones, mada desviación. Sin embargo, no faltan algunos intentos en
particularmente el de Andalucía», con grupos de hombres a ca- ese sentido, inspirados, sin duda, en el propósito de mostrar
ballo que llegan a formar partidas de treinta a cuarenta indiví- la amplia validez del sistema, llevándolo hasta casos límite.
duos. Es noticia en la época el hecho de que un fraile, por haber- Toda una serie de obras dramáticas pretenden hacer ver cómo
se disgustado con sus superiores, se escape a Sierra Morena y hasta sobre el bandolero opera la fuerza integradora de los
acaudille una tropa de bandidos 138 , buen argumento és te para una valores sociales, tal como los mantiene la cultura barroca a
comedia de un Mira de Amescua. Ello constituye una zona de través de sus aspectos religiosos, como en La devoción de
sombra en la cultura del xvn, a la que hay que prestar atención y la Cruz (Calderón), o monárquicos, como en La serrana de la
en relación con la cual las mismas técnicas culturales del Barro- Vera (Vélez de Guevara), o nobiliarios -que en cierta medi- .
co, como vanios a ver enseguida, ensayaron emplearse. Braudel, da se funden también con los otros dos-, según se nos hace
que fue quizá el primero en dar gran relieve al fenómeno del ver en El catalán Serralonga que Coello, Rajas y Vélez de
bandolerismo en la historia de los siglas XVI y XVII, lo relacio- Guevara escribieron en colaboración. En este drama, los auto-
na con formas de marginación social endémicas en el Medite- res hacen noble a tan famoso personaje y lo presentan vincu-
rráneo. Entre nosotros así se explicaría el gran vuelo que toma lado a la moral social tradicional, haciendo que rijan para él,
el bandolerismo catalán. P. Vilar da a és te rasgos románticos junto al esclerotizado principio nobiliario del «Soy quien soy»
y prenacionalistas que nos parecen un tanto prematuros. Reglà, o del honor de la espada 142 , el irresistible timor Domini fo-
ocupándose también del mismo tema en particular, considera mentado por la lglesia Católica -no menos que por el pro-
que el «bandolerisme, com a fenomen social agreujat per la testantismo--, con el respeto al carisma real y a sus represen-
crisi econàmica i ben sovint relacionat amb els esdeveniments tantes: el bandolero Serralonga, con su partida, ve llegar por
polítics in extenso, constitueix un factor importantíssim de la un camino gentes que transportan monedas del rey, y al darse
Catalunya del Barroc, amb dares projeccions sobre els proble-
mes interns de la monarquia hispànica, i àdhuc sobre les rela-
139. Bl bandolerisme català dei Barroc, 2.ª ed., Barcelona, 1966, págs. 187~
136 bis. R. Villari, op. cit., págs. 67 y sigs. 188.
137. Avisos (afio 1644), ed. del Semanario Erudito, XXXIII, págs. 163 y 140. J. Reglà, «EI bandolerismo en la Catalufia del Barroco», Saitabi, XVI,
176. 1966.
138. Estas últimas referencias, en los Avisos de Barrionuevo, se reficren 141. Sobre la extensión !iteraria dei tema, véase A. A. Parker, «Santos Y
al afio 1655 (BAE, CCXXI, págs. 108, 195, 225). Otra referencia muy teatral bandoleros en el teatro espafiol dei Sigla de Oro», Arbor, núms. 43-44, 1949.
sobre un fraile bandolero en Noticias de Madrid (1621-1627), pág. 157 (marzo 142. Véase sobre estos principios, mi obra Teatro y literatura en la sociedad
1627). barroca, Madrid, 1972.
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 117
116 CONFJ,ICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

cuenta de quienes son, ordena a su segundo que se les deje «antropofagia» a que están sometidos los pueblos por rey y
pasar, poderosos y denuncia que un escrito análogo que elevá con an-
144
terioridad fue ocultado por el confesor precedente • Por San-
... que al nombre del Rey cho de Mancada conocemos la existencia de una corriente de
Que el Sol tocar no se ·atreve opinión que por las mismas fechas se quejaba de las medidas
Este respeto se debe prohibitivas que asfixiaban a los espafioles. Martínez de Mata
Por natural común ley 143. organiza grupos de menesterosos que se lamentan por las calles
-lo que la Inquisición prohibió- y recoge la crítica que Da-
D~ e.sa manera, ni siquiera la «desviación» extremada (de tipo mián de Olivares, los mercaderes toledanas y otros hombres
crmunal) dei bandolero se sale de la integración de la sociedad
de negocios dirigieron contra la política económico-social que
barroca, ~umpliendo en cierto modo su papel en ella; no que- el gobierno seguía 145 • Es frecuente que todas estas observacio-
branta, smo que reconoce plenamente vigentes los valores en
nes críticas llamen la atención sobre el hecho de que se man-
que .aquéll~ se !u.nda, y viene ª. ser, en nuestra opinión, una tenga a los espafioles -un triste sino para ellos- al margen
marufestac1ó? tip1ca de la relac1ón entre sefiores y bandidos de toda participación activa en la determinación de las líneas de
que caracteriza a la sociedad tradicional, en tanto que conside- la política dei país, mientras que se compara ya que en Ingla-
ramos una inconsistente fantasía interpretada como una anti-
terra, para decidir sobre una cuestión de avituallamiento de
cipación dei nacionalismo romántico.
carnes, se consulta hasta el parecer de los carniceros l4'6.
~n_ cualquier ··caso, esa cultura barroca surge, sí, de las
Desde fines del XVI, se lamentan los espafioles de las pro-
condic10nes de una sociedad en la que tales casos se dan,
hibiciones, persecuciones, denuncias a que las gentes se ven
c?mo muestra deformada y última de las discrepancias y ten-
sometidas. Cuando Felipe IV, poco después de empezar su
s10nes de una sociedad en crisis. Y es a esto a lo que hemos
reinado, redacta -o se hace redactar- un programa de go-
de atender: dejando aparte las graves manifestaciones de
bierno, documento notabilísimo por su moderno planteamien-
desviación que quedan como testimonio de una situación a
to, y lo envía como carta o mensaje real -28 de octubre
~a que podemos llamar «enferma», sirviéndonos de la misma
de 1622- a las ciudades con voto en Cortes, refiere, con fran-
lffia~e? que en la época se emplea, la actitud de discrepancia
ca indignación ante tan ruines hechos, que algunos han reuni-
Y crltlca frente a la de los interesados en el mantenimiento do, sin fundamento ni autoridad ninguna, libros de registros
dei orden social, constituye en términos generales la contra- de linajes y familias -que llaman «libras verdes»-, y ha
posición básica de la que surge la cultura barroca. Haremos al-
gunas referencias a esa situación de fondo, en general.
144. Véase mi estudio «Reformismo social-agrario en la crisis del siglo XVII:
Sabemo~ por las .actas de Cortes -aunque en este aspecto
tierra, trabajo y salario según Pedro de Valencia», Bulletin Hispanique, LXXII,
no hayan s1do suficientemente estudiadas-, los nombres de núms. 1-2, 1970.
p~ocuradores que en los afios en que fragua el Barroco se ma- 145. Memoriales y Discursos de Francisco Martinez: de Mata, edición Y
estudio preliminar de G. Anes (quien resalta el carácter de protesta de estos
nifiestan acerbamente contra la política dei gobierno. Aparte
escritos), Madrid, 1971.
de ellas, Pedro de Valencia escribe al confesor real sobre la 146. Véase Caxa de Leruela, Restauración de la antigua abundancia de
Espafía, Madrid, 1627, pág. 54. También mi obra Estado moderno y mentalidad
143. BAE, LIV, pág. 577. social, t. II, pág. 510, n. 177.
118 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 119
bastado con que haya habido quien hiciese alguna referencia a de los nobles para ir a la guerra y se comenta -según refie-
lo que sobre otras personas haya visto en esas páginas, para re un jesuíta, en carta privada-149 que ya se conformará el
que ~e hay~ producido por muchas partes pendencias, plei- rey con que cada uno le dé doscientos o trescientos escudos.
tos, 10famac1ones, etc. El rey prohíbe se hagan tales registros Por fuente de igual naturaleza, sabemos que los nobles se ex-
Y anuncia que se impondrán penas a los contraventores, todo cusaron de acercarse al teatro de la guerra y como la excusa de
lo cual qued6 sin aplicaci6n, continuándose aparte de esto las que se valieron fue la de hallarse sin fondos para costearse lo~
delaciones inquisitoriales 147 • gastos de la expedición que se les reclamaba, el rey les ordeno
. s.e lamentan las gentes -y escritores- también de los pri- abandonar la Corte e irse a sus tierras lugarefias para que allí
vilegio~ de los poderosos y de las di:ficultades, que pueden redujeran gastos, pudieran ahorrar y se encontraran en pr6xima
llegar mcluso al hambre, de los no distinguidos; de la explo- ocasi6n con fondos para hacer frente a sus obligaciones 150 • No
taci6n y sumisi6n en que se tiene a los súbditos de la monar- siguieron adelante estas amenazas y la nobleza se sacudi6 de
quia, aunque soporten un peso abrumador; de las desigualda- encima sus deberes militares. Se comprende que esto diera lugar
des que la peste pone de relieve en sus formas más patéticas; a un agrio fondo de protesta, del cual, en nombre del pueblo
de los males de las guerras y de los desmanes de la soldadesca. anónimo, da testimonio Gutiérrez de los Ríos: que «no vayan
Hay en este punto una cuesti6n interesante. En una sociedad a la guerra solos los pobres, como hasta aquí se ha hecho, mayor
que, como también lo hemos visto de la francesa, estaba fun- obligación tienen de ir a ella los ricos» 151 • Pero esta reda-.
dada, como lo estaba rigurosamente la espafiola, en el principio mación, que alguna otra vez hemos citado, no es caso único, lo
estamental del monopolio de la función militar por los nobles que refuerza su presencia en la opini6n de la época. La nove-
no s6lo éstos, llegado el caso, se negaron a acudir al llamamien~ lista D.ª María de Zayas comentaba que, en tiempos anterio-
to del rey para ir a la guerra 148 , sino que vinieron de hecho a res, a pelear en las guerras «no era menester llevar los hom-
echar esta carga sobre aquellos otros que ya sufrían en cam- bres por fuerza ni maniatados, como ahora, infelicidad y des-
bio, tan excesivamente, las exacciones tributarias (porque a dicha de nuestro Rey Católico» 152 • Barrionuevo nos refiere
estos últimos, en compensaci6n, se les tenía oficialmente como que se han ordenado levas de gentes, «pero no hay un hombre
exentos de la contribuci6n de sangre). Y aquí es de observar por un ojo de la cara»; en la situaci6n del país y dado el com-
que el enduredmiento del régimen de privilegies en el Ba- portamiento de los de arriba, ni hay dinero, ni gente, <<ni nadie
rroco libra a la nobleza hasta de su única o casi única carga: el va a servir con amor ni de su voluntad, sino forzado, con que
servido militar, y, violentando los mismos fundamentos del no se hace nada»; y al dar la noticia de que han salido unos
sistema tradicional, la echa sobre las espaldas de los poderes capitanes de Madrid, para levantar gente, comenta «que no sé
que soportaban todo el régimen de contribución fiscal. Cuando el dónde la hay, que ha quedado poca y ésa está muy amilana-
rey llama a los nobles para que lo acompafien en una demos-
tración contra sublevados, la gente conoce la mala disposición
149. Cartas de ;esuitas (14 mayo 1639), MHE, XV, pág. 248.
150. Cartas de ;esuitas (8 octubre 1640), MHE, XVI, pág. 22.
151. Noticia general para la estimaci6n de las artes .. ., Madrid, 1600, pági-
147. La ]unta de Reformaci6n, págs. 395-396. na 319.
148. Domínguez Ortiz, «La movilizaci6n de Ia nobleza castellana en 1640» 152. Enganos que causa el vicio, en María de Zaiyas, Novelas eiemplares,
AJzuario de Historia de! Derecho Espafíol, 1955. ' parte 2.•: «Desenganos amorosos», ed. clt., t. II, pág, 455.
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 121
120 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

da» 1153
Un escritor de economía y política, con carácter acusa·

Mas, por detrás de guerras y sediciones, se no~ r~vela t?do un
d~mente crítico, mostrará su indignación por el hecho de que
descontento popular en las monarquías y republicas aristocrá-
mientras son los nobles los obligados ai servico de las armas, ticas del Occidente europeo, acentuado en Espafia por los fra-
«contra todas las leyes destos reynos, continuamente llevan a casos de la política gobernante, por la paulatina caída de su
los pobres jornaleros por fuerza a los ejércitos». Esto escribe poder y por un régimen político-social que Yª. ent?nces, más
Alvarez Ossorio 154 , y sus palabras nos hacen comprender que duramente represivo que en otras partes, contr1buyo a genera·
no se trataba de algo así como de un contagio belicista sobre lizar un carácter hostil y con frecuencia sedicioso entre las
más amplias capas dei pueblo, sentimiento que en el siglo XVII roasas urbanas y, en casos extremos, también entre las campe-
estaba bien lejos de dejarse sentir, sino que se estimaba como sinas. Son muchos los escritores que sefialan el !azo entre
una imposición forzada que sufría el pueblo no distinguido y pobreza, rebelión y libertad, puesto de relieve en tantos epis?-
que entraba en el sistema de medidas de favor a los sefiores dios de insurrección o de protesta amenazadora. Pedro S. Abril,
de que echa mano la monarquía absoluta 155 -sistema del que, Pedro de Valencia, Quevedo, Lope de Deza, tienen frases que
en este punto, entre otros, sería todavía un acérrimo defensor ponen bien a las claras el problema. Saavedra Fajardo observa
Cánovas dei Castillo-. que el anhelo popular de libertad que inspira todas las re~el·
tas va ligado a la cuestión dei cambio violento, revoluc1ona-
. EI poeta Jerónimo de Cáncer, en una carta en tercetos ' es-
cnta a un amigo suyo, le da como noticia del momento: rio, de gobierno 157 • La palabra «revolución» en algún caso, ya
lo hemos dicho, empieza a tomar el valor semántico de revuel-
Que se conspira todo el mundo entero ta popular extrema. Lope mismo advertirá sobre la gravedad
contra nuestro monarca soberano 156. de tal estado de ánimo:

153. Avisos (anos 1656 y 1658), BAE, CCXXI, pág. 266, y CCXXII, ... Cuando se atreven
págs. 41 y 145. los pueblos agraviados y resuelven,
. 154.. Discurso universal de. las causas 4ue ofenden esta Monar4u!a :v reme- nunca -sin sangre o sin vengan_za vuelven.
dzos efzcaces para todas, recog1do por Campomanes en sus «Apéndices» en el (Fuenteovejuna, III, VI)
Discurso sobre la educaci6n popular de los artesanos, t. I, pág. 426. '
. ~55. Hasta tal ?i::nto se ha olvidado la obligación nobiliaria de entregarse
!lllhtarmente al serv1c10 del rey, llegado el caso, que en una comedia de Ruiz Sólo que, a diferencia del supuesto, arcaizante adrede, que
de Alarcón (La verdad sospecbosa) se nos dice de unos nobles que al morir
su primogénito, hacen dejar al segundón sus estudíos en Salamanca ; pasar no Lope sienta en alguna de sus obras, en los demás casos no se
a un escenario de guerra, sino a Madrid, ' trata de protestas por los desmanes, individualmente cometi-
.. . donde estuviere dos por un sefior injusto, sino de la violencia contra una situa-
como es cosa acostumbrada, ción social general e insosteniblemente injusta u opresora.
entre ilustres caballeros,
en Espaiia, pues es hien Otras veces hemos hecho observar cómo, en la literatura
que las nobles casas den de la primera mitad del XVII, la materia de revueltas y sedicio-
a su rey sus herederos.
Se trata del mero relumbre de un séquito cortesano, para incrementar un 157. Véase mi estudio «Moral acomodaticia y carácter confl.ictivo de la
bdllo cuyo papel consiste, se~n entra en !m. métodos del Barroco, en cegar libertad: notas sobre Saavedra Fajard0>>, recogido en mi vol., ya citado, Estudios
111· pueb\o que contempla la maiestad.
156. BAE, XLII, pág. 430. de historia dei pensamiento espaíiol, serie III.
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 12.3
122 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

nes se convierte en un capítulo necesario y se desenvuelve en pronunciar a algún imprudente en público, aunque sea de paso
ella toda una técnica de represi6n -en la que puede haber le- o tocando sucesos de otro signo, quisiera sacarle la lengua o
janos ecos maquiavélicos, pero que nada tiene que ver con el ponerlo en una horca» 160 • Muchos son los que se dejan llevar
maquiavelismo--. Ahora no es una cuesti6n con el «príncipe», de la pasión y necesidades o temores que padecen. Menos mal
en tanto que individuo dominador, sino una actitud subversiva que en el siglo xvn, como también al presente, hay quien co-
de proyección universal sobre el Estado: «los sediciosos -dirá menta: «Cuando se solicita el remedia de todo, no se ha de
161
Luís de Mur- delinquen contra el superior en el respeto, y castigar a ningunm>. Así lo afirma Alvarez Ossorio •
contra el Estado, turbando su tranquilidad y desquiciando los Contra una situación tan grave, tan amenazadora -no ol-
ejes de la firmeza» 158 • Por eso, como hemos dicho, Saavedra videmos que en pleno Barroco tiene lugar la primera ~e7api­
Fajardo, que no se siente demasiado contento con la política taci6n de un rey, en Inglaterra, y se produce la de un ml.Illstro
espafíola, que no deja de reclamar una participaci6n popular en Espafia-, la monarquía, junto a sus instrumentos de repre-
a la que, en algún pasaje, llama libertad, se opone a que ésta si6n física, acude a vigarizar los medios de integraci6n social,
se plantee como instauración de un gobierno republicano. Los poniendo en juego una serie de recursos técnicos de captadón
tacitistas -escritores bien representativos del Barroco en la li- que constituyen la cultura barroca. Insistimos en lo que pági-
teratura política- repiten las referencias a problemas de este nas atrás hemos adelantado, porque aquí está la clave de la
tipo, hasta el punto de que alguien en la época les achaca que cuestión para nosotros.
acuden al tacitismo los que pretenden «meditar insultos y le- Frente a lo que acabamos de decir se han hecho dos obje-
vantamientos contra sus príncipes» 159 • Y, como aún hoy nos es ciones. Se niega, en primer lugar, que haya que dar el papel
conocido, no falta, en la crisis dei XVII, ante la faz amenaza- que aquí se da a la discrepancia con el régimen político-social
dora que toman las cosas en algún momento, el hecho de que, dei absolutismo, considerando por el contrario que las gentes
muchos, en Espafía, exijan más dura represión: muchos que aceptaban por propia voluntad los valores del sistema tr~dicio­
presumen de sabias dicen que para remediar se habían de ha- nal de integración, como lo probaría el hecho dei escaso numero
cer atroces castigos. Un irascible y brutal «veinticuatrm> de de agentes de represión de que disponía un monarca abso-
la ciudad de Sevilla, en un informe delatorio contra Martínez luto. Claro que esta observación resulta por completo desplazada,
de Mata, hace una declaración que revela muy bien el esta- porque sin acudir a los casos de un estratégico ~mplazam.i~nto
do de ánimo de cierto sector social, conservador a ultranza, en de «ciudadelas» capaces de dominar una c1udad militar-
media de las inquietudes de la época. Se refiere este personaje, mente rn 2 , de excepcionales intervenciones de los e~ércitos
llamado Martín de Ulloa, a las agitaciones que M. de Mata, al- reales, a los que menciona Tapié en texto q:1e antes citamos,
gunos amigos y seguidores suyos y otros indivíduos promue- es frecuente la intervención represora, en alianza con el rey,
ven, hallándose de esa maneta las ciudades «con riesgo de
tumultos». Y Ulloa afíade: «Palabra es ésta que cuando la oigo 160. Editado como apéndice por G. Anes en el volumen Memoriales Y Dis-
cursos de Francisco Martínez de Mata, pág. 491.
161. Alvarez Ossorio, Discurso universal de las causas que ofenden esta
158. Tiberio ilustrado con morales y polfticos discursos, Zaragoza, 1645. Monarquía, ed. cit. págs. 408-409.
162. Véase mi obra Estado moderno y mentalidad social..., t. II, págs. 563
159. Véase mi estudio «La corriente doctrinal del tacitismo político» re-
cogido cn el vol. citado en Ia nota 157. ' y sigs.
CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 125
124 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA

de las tropas de sefiores, las cuales subsisten todavía en el xvn. dría a corroborar nuestra atribuci6n al Barroco de un ca-
Sabemos. por lo~ relatos de la época, que en toda clase de luga- rácter urbano de gran dimensi6n. Pero además hay que ver
res de c1erto ruvel, los nobles y caballeros, con sus séquitos, en ello un aspecto de la sociedad espafiola del XVII, bajo la mo-
se echan a la calle para sujetar al pueblo, en cuanto se observa narquía barroca. En Madrid, nos cuenta Barrionuevo, prenden
el menor movimiento dei mismo. Los sefiores, decía Castillo a tantos ladrones que «no caben en las cárceles de pie, sin dis-
de Bobadilla, «sustentan las cosas en su orden, polida y con- tinción de personas, que la necesidad no halla otro oficio más
a mano». Ya ello es revelador de las circunstancias económi-
ciertm> 163 • A todo ello en Espafia se afiade que el absolutismo
cas y sociales de la Espafia de los Austrias menores. Pero hay
cuenta con una vía a través de la cual la presi6n del poder
más. Con las mujeres que prenden por motivos de mala vida
penetra en las conciencias y se aproxima más al totalitarismo.
u otros varios -no dejemos de subrayar la indiferenciada va-
Aludimos a la acci6n de la Inquisici6n, cuyos tribunales casti-
riedad que se menciona- «la galera está de bote en bote que
gan los ataques y aun las simples incoveniencias contra el
no caben ya de pies». Esto venía ya de atrás. Las referencias
sistema social establecido. Es así como puede contamos Pelli-
de Barrionuevo son de los afios 1654 y 1656; pero ya en do-
cer que la Inquisici6n mand6 recoger el papel contra el Conde-
cumento de 1621 -probablemente- la Sala de Alcaides de
Duque, titulado Nicandro 1'64, y secuestró también y orden6 ex-
Casa y Corte le había dicho a Felipe IV: «la cárcel de Corte
purgar alguna frase hostil al conjunto de la nobleza espafio-
es muy estrecha y hay muchas veces mal contagioso, por la·
la del libro de Ferrer de Valdecebro, Gobierno General, mo-
mucha gente que hay y poca curiosidad en la limpieza; y el
ral y político hallado en las aves más generosas y nobles 165 •
Consejo tiene compradas las Casas que están junto a la cárcel,
Cabría relacionar con esto aquella tan personal y curiosa
que es toda la manzana de las que están junto a ella, y está
observaci6n de Agustín de Rojas, cuando en alabanza de Sevi-
mandado se haga cárcel y está hecha la planta y por falta de
lla confiesa que dos cosas en ella le han asombrado sobre cua-
dinero no se hace» 167 • Pero Barrionuevo nos da una noticia
lesquiera otras, una de las cuales es la cárcel, «con tanta infi-
-a la par que completa su referencia a la procedencia de quie-
nid~d de pr~so~ por tan extrafios delitos» 166 • Un abogado
nes iban a poblar forzadamente lugar tan inhóspito-: en Ma-
sev1llano, Cristobal de Chaves, ya unos afios antes admira-
ba también la grandeza de esa cárcel de Sevilla, e~ la que
drid, en la calle de los Premonstratenses o del Almirante, al í
entrar por la plazuela de Santo Domingo, «Se fabrica muy apri- \
los presos «suelen pasar de mil y ochocientos de ordinario
sa una cárcel de propósito, muy capaz para tanta gente como
sin los que hay en las de la Audiencia, Hermandad Arzobis:
cada día cae en la ratonera» 168 -se refi.ere en especial a pre-
pal y Contrataci6n» rna bis. Estas mismas cosas o ~uy pare-
sos de la Inquisición-. Tal vez a ello se deba, es decir, a la
cidas se nos dicen de Madrid. Cabe pensar que es fenómeno
presionante circunstancia de lo abundante que era la población
propio de gran ciudad de abigarrada poblaci6n, lo cual ven-
penitenciaria en nuestra sociedad bajo los Austrias --con los
163. Política para Corregidores, t. I, pág. 597. lacerantes problemas que podía despertar en alguien con algu-
164. Avisos (14,iulio 1643) ed. del Semanario Erudito, XXXIII, pág. 29.
165. Paz y Meha, Papeles de la Inquisici6n, núm. 543, pág. 209.
167. La Junta de Reformaci6n, pág. 213.
166. .El viaie e~tretenido, edici6n de I. P. Ressot, Madrid, 1971, pág. 88. 168. Las referencias que damos en estes párrafos procedentes de Barrio-
166 bis. «Relac16n de la Cárcel de Sevfüa», publicada por B. J. Gallardo nuevo se encuentran en sus Avisos, I, (afies 1654-1656), BAE, CCXXI, págs. 77,
en su Colecci6n de libros raros y cmiosos, t. I, co.ls. 1.341-1.342 (.Ja «Reílaci6n»
es de 1585 y el proceso crece inconteniblemente desde entonces). 191 y 253.
126 CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD BARROCA CRISIS Y TENSIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII 127
~a sensibilidad-, la t~mprana aparición entre nosotros de algún o en la monarquía absoluta, hablaremos luego; pero digamos
libro sobre «la materia de la cárcel», como en él se dice, esto desde ahora que hablar del centralismo es completamente im-
e.s' sobre sus problemas materiales y morales, de los que efec- propio del caso, por lo menos hasta los últimos aííos dei si-
tlvamente se ocupó e1 abogado Tomás Cerdán de Tallada, en gla xvu, cuando el Barroco ha terminado ya: por consiguiente,
una obra que ·se titula Visita de la Cárcel, escrita ya en fecha mal se habría podido suscitar éste frente a aquél. Es la misma
anterior a la de los últimos documentos que hemos recogido; monarquía del XVII, pues, que se halla muy lejos de presentar
por tanto, en afias iniciales que anunciaban ya, en uno de sus los caracteres de racionalización y de centralización que se le
más sombrios lados, la situación de la época que estudiamos 169• atribuyen -caracteres que, en todo caso, en la medida en que
D~ ahí esa es?ecie de temblor, como de temeroso desasosiego, inicialmente los posee, no se oponen a su utilización en un sen-
ba10 el que vive el espafiol, desde fines del XVI y más acentua- tido barroco-, la que monta esa gran campana de dirección e
damente todavía en el XVII, situación expresamente buscada integración en la que colaboran los artistas, políticos, escritores
por la autoridad política, y de la cual Cervantes, en La ilustre barrocos. Existe indudablemente una relación entre Barroco y
/regana, nos dejó ya un testimonio como de experiencia vivi- crisis social. Nos hallamos -no sólo en Espafia, de donde tan-
da. Advierte Cervantes que, al modo que amedrenta a las gen- tas veces se ha dicho, sino en toda Europa- ante una época
tes la aparición de un cometa, así «la justicia, quando de repen- que, en todas las esferas de vida colectiva, se ve arrastrada por
te Y de tropel se entra en una casa, sobresalta y atemoriza fuerzas irracionales, por la apelación a la violencia, la multi-
hasta las conciencias no culpadas» 169 bis. plicación de crímenes, la relajación moral, las formas alucinan-
La segunda objeción se dirige contra aquella interpretación tes de la devoción, etc., etc. Todos esos aspectos sem resultado
que, al modo de la nuestra, re:fiere la cultura característica de de la situación de patetismo en la que se exterioriza la crisis
los regímenes autoritarios del XVII, es decir, lo que llamamos social subyacente y que se expresa en las manifestaciones de la
Barroco, a las necesidades en que los mismos se encuentran de mentalidad general de la época.
contar con recursos que creen un estado mental favorable al La crisis social y (con algunos intervalos de signo favorable)
. '~
sistema vigente. Con esta, el Barroco aparece en conexión con la crisis económica, esta es, un período, en conjunto, de alte-
los intereses del Estado y de su príncipe, en apoyo de la orga- raciones sociales que comprenden desde antes de 1590 a des-
nización social que culmina en el soberano. Contradiciendo esta pués de 1660, aproximadamente, contribuyeron a crear el cli- 1
\
tesis, se ha insistido en decir que el Barroco era un arte pro- ma psicológico del que surgió el Barroco y del cual se alimen-
vinciano, más o menos espontáneo, sin organización, producido tó, inspirando su desarrollo en los más variados campos de la
en lugares apartados de la capital del Estado -de París, en este cultura 171 •
caso-, contradictorio de su política centralizadora y raciona-
lista mi. De lo del racionalismo o de su ausencia en el Barroco 171. Véase Mandrou, «Le baroque européen: mentalité pathétique et révolu-
tion sociale» Annales, 1960, págs. 898 y sigs. Si bien Ortega, como fendo
de su estudi~ sobre Velázquez, hizo hincapié en una serie de referencias de
169. Publicada en Valencia, 1574.
alucinante dramatismo, como datas «muy espafioles» de la época, Mandrou los
169 bis. Novelas efemplares, t. II, ed. de Schevill-Bonilla, Madrid, 1923, recogió y aííadió algunos relativos a otros países, comentando de paso el tra-
pág. 328.
bajo de Ortega, considerando a aquéllos como elementos de un contexto europeo,
170. Véase R. Huyghe, «Classicisme et Baroque dans la littérature fran- sin hacerse ni siquiera cuestión de su posible particularismo. Digamos que soo
çaise au xvu• síecle», XVII• siecle, núm. 20, 1953, págs. 284 y sigs. manifestación particular espaííola de una crisis europea.
SEGUNDA PARTE

CARACTERES SOCIALES
DE LA CULTURA DEL BARROCO

9. - KAllAVALL
Capítulo 2

UNA CULTURA DIRIGIDA

Si a la situación social, intensamente conflictiva, de fines


dei siglo xvr y de los dos primeros tercios dei XVII hay que re-
ferir las condiciones que para la vida de los pueblos europeos
se dan en todos los campos --desde la política o la economía,
ai arte o a la religión-, son esas mismas condiciones las que
van a dar lugar a una cultura específicamente vinculada a la
época, a la cual venimos llamando cultura dei Barroco. Vere-
mos que ella nos ofrece las líneas fundamentales de una visión
de la sociedad y dei hombre, en las cuales se orienta el com-
portamiento de los indivíduos que en aquélla vivieron, si no
de una maneta necesaria en cada caso tomado singularmente, sí
con una elevada probabilidad estadística. Mas, dada la imagen
de la sociedad y dei hombre que las conciencias de un tiempo
tienen como válidas y la manera, derivada de lo anterior, que
se pone en ejercicio para manejar, dirigir, gobernar a grupos e
indivíduos, nos hemos de encontrar forzosamente con que los
medios que se utilicen -creados de nuevo o tal vez reelabo-
rados, tomándolos de la tradición- habrán de hallarse ajusta-
dos a las circunstancias en que se opera y a los objetivos que
se pretendeu de una actuación configuradora sobre los hom-
bres. Diferentes esos medios de una situación histórica a otra,
los que se emplean en el período que aquí estudiamos consti-
!i tuyen el conjunto de la cultura barroca.
!. En cierto modo, situados ante el Barroco podemos verlo
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132 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 133
como algo semejante a lo que algunos libros de sociologia lla- de intervenir en el mecanismo de la economía y de alterarlo.
man hoy un «conductism0>>: se busca «una aproximaci6n ai Ello llevaba a la consecuencia de que los indivíduos -o por lo
estudio de la experiencia dei individuo, desde el punto de vista menos ciertos grupos más evolucionados- se dirigieran a los
de su conducta y, en especial, aunque no exclusivamente, de gobernantes, pidiéndoles unos cambios determinados de lo que
su conducta tal como es observable por otros». Según esto, en se venía de atrás soportando y unos logras diferentes. Esta
el campo de la cultura barroca no se espera obtener resultados observaci6n de Rostow 2 es válida en el campo de la política,
dei tipo de los que premedita el científico, cuando, por ejem- en donde tanta crítica se suscita. E1 siglo XVI es una época utó-
plo, aplica unas descargas eléctricas a los nervios de una rana. pica por excelencia. Pero después de ella, el siglo XVII, si re-
No se trata de dar con reacciones a estímulos, sino de preparar duce sus pretensiones de reforma y novedad, no por eso pierde
respuestas a planteamientos. No son tampoco cuestiones de su confianza en la fuerza cambiante de la acci6n humana. Por
conciencia individuales las que se quieren poner en claro, sino ello, pretende conservaria en su mano, estudiarla y perfeccio-
descubrir conductas responsivas de los indivíduos, en principio, narla, prevenirse contra usos perturbadores, revolucionarios, di-
comunes a todos ellos. Se supone, pues, una psicologia social, ríamos hoy, de la misma y, a cambio de tomar una actitud más
de esto se parte, y se da como consideraci6n previa la de ser conservadora, acentúa, si cabe, la pretensi6n dirigista sobre
alcanzable conocer y dirigir la conducta dei individuo en tanto múltiples aspectos de la convivencia humana: una economía
que se encuentra formando parte de un grupo 1 • fuertemente dirigida, al servido de un imperialismo que aspfra
Así pues, y en los límites indicados, la cultura del Barroco es a la gloria; una literatura comprometida a fondo en las vías
un instrumento operativo -producto de una concepci6n como la dei orden y de la autoridad, aunque a veces no esté conforme
que acabamos de expresar-, cuyo objeto es actuar sobre unos con ambos; una ciencia, tal vez peligrosa, pero contenida en
hombres de los cuales se posee una visi6n determinada (a la manos de unos sabios prudentes; una religi6n rica en tipos
que aquélla debe acondicionarse), a :6n de hacerlos comportarse, heterogéneos de creyentes, reunidos en una misma orquesta
entre sí y respecto a la sociedad que forman y al poder que en por la Iglesia, que ha vuelto a dominar sobre el tropel de sus
ella manda, de manera tal que se mantenga y potencie la capa- muchedumbres, seducidas y nutridas con novedades y alimen-
cidad de autoconservaci6n de tales sociedades, conforme apa- tos de gustos raros y provocantes 8 • Estos y otros aspectos (que
recen estructuradas bajo los fuertes principados políticos del olvida de enunciar L. Febvre -por ejemplo, el de la política-)
momento. En resumen, el Barroco no es sino el conjunto de serán campo variado dei dirigismo de los hombres, después de
medios culturales de muy variada clase, reunidos y articulados la gran experiencia con que acaba el Renacimiento.
para operar adecuadamente con los hombres, tal como son en- En efecto, lo que acabamos de ver -el programa de acci6n
tendidos ellos y sus grupos en la época cuyos límites hemos sobre los hombres colectivamente- tiene estrecha correspon-
acotado, a :6n de acertar prácticamente a conducirlos y a man- l dencia con lo que en el mismo tiempo se llama «política». La
tenerlos integrados en el sistema social.
Dijimos en capítulo anterior que el hombre se sentía capaz l
j
política, por otra parte, desplaza un gran volumen en la cul-

1. Véase G. H. Mead, Espíritu, persona y sociedad, trad. cast., Buenos !


j
2. Las etapas dei crecimiento económico, trad. cast., México, 1961.
3. L. Febvre, «La chaine des hommes», en J. Tortel, ed., Le précli:Msicisme
Aires, 1972, pág. 54.
l !rançais, Par!s, 1952, págs. 18-23.
134 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 135

tura del XVII. En cierto modo, lo que el teólogo o el artista perficialidad de sus escritos, hay por debajo una preocupación
hacen responde a un planteamiento político, si no en cuanto a constante de un «programfü> 6 • De ahí que un Racine, al comen-
su contenido, sí estratégicamente. El mismo comportamiento tar algunos pasajes de la Poética de Aristóteles en relación
individual se considera sometido a las categorías del comporta- con la tragedia, ponga particular énfasis en la importancia del
miento político, como nos lo dice, por ejemplo, el uso de con- estudio de los mores: «Les mceurs, ou le caractere, se ren-
ceptos como el de «razón de Estado» o el de «estadista» para contrent en toute sorte de conditions» 7 ; pero son diferentes y
aplicados a la vida privada 4 • Conocer los ardides que el hom- se enmascaran ante quien no sabe vencer sus secretos.
bre emplea y aquellos que con él se pueden emplear, consti- Por eso hay que hacer cuanto sea posible por penetrar en
tuye un tema al que todos han de prestar atención, en la me- el conocimiento de ese dinámico y agresivo ser humano. Hay
dida en que se ocupan de dirigir de algún modo a1 hombre, que saber cómo es el hombre para servirse de los resortes más
vendendo la reserva con que se instala éste ante los demás, bien adecuados frente a él. Si en el siglo XVII, época en que se halla
ejercitado en habilidad y cautela. Salas Barbadillo define la ac- en su primera fase de constitución definitiva la ciencia moder-
titud de quienes así procedeu: «espías curiosas de los corazo- na, todo saber tiene como objetivo dominar aquella zona de la
nes y ánimos humanos . . . son estudiantes peregrinos, su uni- realidad a que se refiere, esta no deja de ser de rigurosa apli-
versidad es todo el mundo, su librería tan copiosa que cual- cación a la ciencia del hombre. Si, en general, con palabras de
quier hombre es para ellos un libra, cada acción un capí- F. ·Bacon, «scientia est potentia»; si, en frase de Descartes,
tulo, el menor movimiento del semblante un compendioso dis- con el saber se pretende llegar a convertirse en «maítres et
curso» 5 • possesseurs de la nature», digamos que con el saber del hom-
Para conducir y combinar los comportamientos de los in- bre se pretende entrar en posesión de la historia y de la socie-
divíduos, hay que penetrar en el interno mecanismo de los re- dad. En cierto modo, un conocido planteamiento que se en-
sortes que los mueven. Los teóricos del conceptismo son, como cuentra en el famoso estudio de M. Weber sobre religión y
alguien ha observado, al mismo tiempo que constructores de la capitalismo acentuada el carácter pragmático del Barroco, al
literatura barroca, no propiamente filósofos morales, pero sí cual podría aproximarse la que aquél llama «la· adaptación uti-
preceptistas de moral, cuyo pensamiento busca proyectarse litaria al mundo, obra del probabilismo jesuítico», de la cual,
sobre las costumbres, y más aún, técnicos psicológicos de moral en cambio, quedaría muy alejado el espíritu religioso y ético del
para configurar conductas. Así pues, cualquiera que sea la su- capitalismo 8 • Claro que ambas cosas no son identificables, como

4. El empleo de la fórmula «razón de Estado» en el sentido de motivos de 6. Mopurgo, op. cit., págs. 156-157. El autor recuerda los nombres de M.
conveniencia que rigen una conducta particular es frecuente en la novela y en Pellegrini, Tesauro, Gracián, etc.
el teatro. Véase un ejemplo en La hermosa Aurora de J. Pérez de Montalbán, 7. Racine, Principes de la tragédie, edición de E. Vinaver, París, 1951, pá-
novela primera del volumen Sucesos y prodigios de amor, Madrid, 1949, pág. 27. gina 27. Reproducido en un contexto más amplio, e! pasaje dice asf: «Les mceurs,
Otros diferentes y varias ejemplos son comentados en mi artículo «La cuestión ou le caractere, se rencontrent en toute sorte de conditions, car une femme peut
de! maquiavelismo y e! significado de la voz estadista en la época de! Barroco», estre bonne, un esc!ave peut l'estre aussi, quoy que d'ordinaire la femme soit
en Beitriige zur franzosischen Auf!diirung und wr spanischen Literatur. Festgabe d'une moindre bonté que l'homme et que l'esclave soit presque absolument
fiir Werner Kraus, Berl!n, 1971, y recogido también en mi vol., ya citado, Es- mauvais». Es éste un planteamiento aristotélico, de cuya matización resultará
tudios de historia del pensamiento espafíol, serie III. aquel que es peculiar del Barroco.
5. El curioso y sabia Aleiandro, fiscal de vidas aienas, en Costumbristas 8. M. Weber, La ética protestante y el espiritu del capitalismo, trad. cast.,
espafíoles, t. I, pág. 135. Madrid, 1955, pág. 89. ,
136 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 137

tampoco, sin más, se podrfa referir cualquiera de las dos ac- comenzar «a saber, sabiéndose», dice Gracián 12 • Çonocerse
titudes al racionalismo cientí:fico. Pero en todo ello hay un para hacerse duefío de sí, 1o que lleva a dominar el mundo
parentesco de época, de situación histórica que se manifiesta en torno: afirma Calderón que ésta es la superior manifesta·
en el común interés de conocer aquello que se pretende ma- ción de poder (Darlo todo y no dar nada) y ello está dicho
nejar y de alcanzar por esa vía, técnicamente, los logras a que en sentido positivo. Afiade Calderón (La gran Cenobia);
pragmáticamente se espera llegar. Como resumiendo la expe-
Pequeno mundo soy y en eso fundo
riencia barroca en esta materia, tan característica del espíritu
que en ser sefior de mí lo soy del mundo.
de la época, pero escribiendo ya en unas fechas que quedan
inmediatamente fuera del período que hemos acotado, La Bru- El acceso al segundo plano nos lleva al conocimiento de los
yere escribía en su capítulo «De l'homme»: «sachez précisé- demás hombres, alcanzando un práctico saber sobre los resor-
ment ce que vous pouvez attendre des hommes en général et tes internos de la conducta de los otros, de maneta que, en cada
de chacun d'eux en particulier, et jetez-vous ensuite dans le situación en la que ocasionalmente les veamos colocados, poda-
commerce du monde» 9 • mos prevenir su comportamiento, ajustar a él nuestro manejo
Ese conocimiento del hombre, con fines que llamamos ope- de los dates y conseguir los resultados que perseguimos. Cono-
rativos, ha de situarse en dos planos -dos planos que vienen cerse y conocer a los demás es conocer dinámicamente, en su.
después de esos que sefíala La Bruyere-. En primer lugar, ha despliegue táctico, las posibilidades del comportamiento. «Sa-
de empezar con el conocimiento de sí mismo, afirmación que ber vivir es hoy el verdadero saber», advierte Gracián, lo que
parece responder a un socratismo tradicional -tal como se dio equivale a postular un saber, no en tanto que conten:pl~ción
en el cristianismo medieval 10- , pero que ahora cobra un carác- de un ser sustancial, esto es, no en tanto que conocumento
ter táctico y eficaz, según el cual no se va en busca de una ver- último de tipo esencial del ser de una cosa, sino entendido
dad última, sino de reglas tácticas que permiten al que las al- como un saber práctico, válido en tanto que se sirve de él un
cance adecuarse a las circunstancias de la realidad entre las que sujeto que vive. Para Gracián y los barrocos, vivir es vivir
se mueve. Puesto que uno mismo puede estar interesado en acechantemente entre los demás, lo que nos hace comprender
rehacerse a sí, puesto que ya dijimos que no cabe soslayar el que ese «saber» gracianesco y barroco se resuelva en un ajus-
perentorio menester de hacerse, a fin de lograr los mejores re- tado desenvolvimiento maniobrero en la existencia: «Es esen-
sultados en su vida, el saber del hombre empieza por un saber cial el método para saber y poder vivir» 13 • Por eso Graciá_n
de sí mismo 11 , vía primera de acceso al saber de los demás: personifica el individuo que posee ese saber en el tipo del «ne-
gociante», sujeto de una conducta tecnificada, representativo,
9. Les caracteres, París, 1950, pág. 208. por excelencia, de la especie del «hombre de lo agible» 14 •
10. Véase E. Gilson, «La connaissance de soi-même et le socratisme chré-
tiem>, en L'esprit de la philosophie médiévale, 2.• serie, Parfu, 1932; R. Ricard,
«Notes et matériaux poux ~'étude du socratisme chrétien chez Sainte Thérese et ginas 177 y sigs. A nosotros nos interesa principalmente e! nuevo sentido ope-
les spirituels espagnols», Bulletin Hispanique, L, núm. 1, 1948. rativo que e! tema ofrece: conocerse para rehacerse.
· 11. El conocimiento propio, en un sentido ascético que viene de la ttadi- t 12. El discreto, en OC, edici6n de A. del Hoyo, Madrid, 1960, pág. 80.
ci6n patrística y es renovado por los jesuítas, ha sido sefialado en escritores ba- 13. Oráculo manual, edici6n de Romera Navarro, Madrid, 1954, pág. 482.
rrocos, y muy particularmente en Calderón, por B. Marcos Villanueva, La ascé- En pág. 479 leemos: «no se vive si no se sabe».
tica de los iesuitai en los autos sacramentales de Calder6n, Deusto, 197.3, pá- 14. Ibid., págs. 451-452.
138 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 139

Si el tema, aparentemente tradicional, del socratismo sufre checo puede pensar que en un pintor lo que más haya que elo-
una alteración profunda, también el primitivo sentido paulino giar sean las «ingeniosas moralidades» de que haya esmaltado
con que se habla del «hombre interior» por Erasmo y los eras- su obra 17 • Pintura, poesía, novela y, sobre todo, teatro, pres-
mistas se transforma en otra cosa: el aspecto mecanicista de la tan todos sus recursos a tal fin. Cualquiera que haya sido la
psicología humana, que, con un primer ropaje científico, se da evolución de la «Comedia» espafiola en el siglo XVII, aunque
en Huarte de San Juan, se hace común en los escritores barro- quieran diferenciarse en ella cinco fases, nada menos, confor-
cos, los cuales insertan en sus páginas declaraciones expresas me ha propuesto Ch. V. Aubrun -periodización criticada en
-y que no tenemos por qué considerar insinceras- de espiri- su momento por N. Salomon-, es lo cierto que todas coin-
tualismo, mientras que, sin embargo, sus reflexiones de natu- ciden, según el mismo Aubrun ha sostenido, en presentarse
raleza práctica sobre el modo de conducirse los hombres están como «adaptaciones de la ética a la coyuntura social» 18 • Los re-
imbuídas de franco mecanicismo. sultados así logrados son las «moralidades» barrocas; bajo su
Esa preocupación por el conocimiento, domínio y manipu- capa, se pueden manejar resortes de muy diverso tipo y no es
lación sobre los comportamientos humanos llevaba a una iden- otra cosa la que se persigue.
tificación entre aquéllos y las costumbres, entre la conducta y Toda la presentación que en su ya clásica obra hizo K. Bo-
la moral. Todo ello implica un pragmatismo que, en fin de rinski de Gracián se basa en presentar a éste como un pre-
cuentas, se resuelve en una menor o mayor, mas sólo superfi- ceptista de la conducta que se ocupa en establecer el modelo ·
cial, mecanización del modo de conducirse los hombres. Esto, según el cual se ha de conducir el distinguido 19 ; pero obser-
a su vez, se convierte en el problema clave de la mentalidad vemos que Gracián no escribe un «espejo» en el que haya de
barroca. Ese fin moral de la poesía que los escritores de la épo- re.flejarse el individuo de un grupo social establecido, esto es,
ca anuncian se convierte en un sistema práctico, como decía el cortesano, sino que, invirtiendo la posición, supone que ha
Carballo, para «reformar, enmendar y corregir las costumbres de ser la aceptación de su modelo la que permita a alguien
de los hombres» 15 • «No se acaban.de persuadir estos modernos convertirse en el nuevo tipo del distinguido. Ello supone,
que para imitar a los antiguos deverían llenar sus escritos de
sentencias morales, poniendo delante los ojos aquel loable in- 17. Arte de la pintura. Su antigüedad y grandezas, edici6n de Sánchez
tento de ensefiar el arte de vivir sabiamente». Pero lo cierto Cant6n, Madrid, 1956, t. II, pág. 146. Es absurdo que Schevill sostuviera
que e! servirse de moralizaciones -por ejemplo, sobre Ovidio y otros- respon-
es que esos modernos a los que, en esas palabras que acaba- diera al intento de cubrirse de la censura inquisitorial. Mucho es lo que hay
mos de reproducir, se refiere Suárez de Figueroa rn, sí cono- que asignar negativamente a ésta, pero en este caso se trata de una tradici6n
cían y practicaban hasta la saciedad tal doctrina, no sólo en el larga y de origen lejano, que se mantiene en el siglo XVI y se «moderniza» en e!
XVII. Esa adaptación al tiempo de los procedimientos de moralización de los
teatro, la poesia y la novela, no sólo en toda clase de escritos, resortes <:U!turales pertenece decisivamente a la cultura barroca (Schevill, Ovid
sino también en toda la amplia extensión del arte, empenados and the Renascence in Spain, Berkeley, 1913).
en adaptar la moral a la situación y en utilizar en beneficio de 18. Ch. V. Aubrun, «Nouveau public, nouvelle comédie, à Madrid, au
xvrI" siec!e», en e! volumen de varios autores Dramaturgie et société, París,
la situación todas las posibilidades de la moral. Por eso F. Pa- 1968. También Aubrun ha escrito que Gracián, como moralista, «se limita a pro-
poner ai hombre regias de conducta dentro de su coyuntura histórica y de su
15. Cisne de Apolo, t. I, págs. 42 y 161. acondicionamiento físico y psicol6gico» ( «Crisis de la moral: Baltasar Cracián,
16. Plaza universal de todas ciencias y artes, Perpifián, 1630, fol. 336. En S. J. (1601-1658)», Cuadernos Hispano-Americanos, núm. 1'82, febrero 1965).
El pasagero (pág. 55) aplica en particular a las novelas la misma doctrina. 19. Baltasar Gracián und die Hofliteratur in Deutscbland, Halle, 1894.
140 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 141

aparte de una a modo de democratización del tipo, la reduc- Moralistas y políticos italianos ofrecen el mismo aspecto: Stra-
ción de éste a un patrón pragmático. Gracián llama con fre- da, Zuccolo, Settala, Accetto, Malvezzi, etc. 26 • También la pru-
cuencia, pura y simplemente, «hombre» a su personaje ejem- dencia es un concepto central en los filósofos y escritores fran-
plar que se forma con el saber que él le proporciona. «No vive ceses del xvn, claro está, y encuentra en La Rochefoucauld, en
vida de hombre sino el que sabe» 20 -esto es, el que sabe las su Máxima 182, la formulación pragmatista más plena: «Los
máximas que Gracián formula para él-. Todo escritor barro- vicios entran en la composición de las virtudes, como los vene-
co pone como problema central el de la conducta, y para atraer nos en la composición de los medicamentos. La prudencia los
a los demás hacia el sistema de relaciones que estima funda- reúne y los atempera y se sirve de ellos útilmente contra
mental para la sociedad proclama que en seguirlo está el logro, los males de la vida» 27 •
el «suceso» o éxito, la felicidad. «Notre félicité dépend assez El papel predominante de la prudencia responde al común
de la fortune et plus encore de notre conduite», sostiene Mé- punto de vista de las gentes del Barroco. Probablemente, de

- ré 21 • Como, por otra parte, el escritor barroco entiende haber ahí le viene al Barroco, por debajo de sus desmesuras y exage-
conseguido, al final de su escrutación, medios de afrontar y raciones, a veces alucinantes, su aspecto (que a quien frecuenta
vencer o esquivar a la fortuna, quiere decirse que ese logro sus producciones le llama la atención) de una cultura cuyo de-
que podemos llamar «vida de hombre» depende, con plena sorden responde a un sentido, está regulado y gobernado. Has-
eficacia, de la conducta. ta se podría sostener que no sólo en la parte más cultivada,
La cultura barroca es un pragmatismo, de base más sino que también en los más bajos niveles de formación cul-
o menos inductiva, ordenado por la prudencia. «Todo cae tural, el Barroco representa una disciplina y una organización
debajo de la prudencia humana», escribía Lifián 22 ; Calde- mayores que la de otros períodos anteriores. Recordemos la
rón recomienda: «Ten, Cenobia, prudencia, que esto es mun- observación hecha por V. L. Tapié acerca de que con el Barroco
do» (La gran Cenobia). Y Suárez de Figueroa equipara se observa, precisamente en la esfera de la vida religiosa, una
prudencia y razón, haciendo de aquélla prácticamente la actitud más consciente: si contra las calamidades que en el
suma de las virtudes 23 • Esta exaltación de la prudencia, campo se sufren {pestes, epizootias, sequías, inundaciones, etc.)
presidiendo la obra humana, se encuentra no sólo en moralis- se acude a invocar la intercesión de personajes santificados, los
tas como Gracián o en políticos como Saavedra Fajardo, santos cuyas imágenes se tienen en estatuas o retablos de la
Lancina y tantos otros 24 , sino incluso en preceptistas de arte iglesia -como también se sigue acudiendo otras veces a los re-
como, entre otros, el escritor de pintura Jusepe Martínez 25 • medias de la hechicería-, no cabe duda de que la organiza-
ción de unas ceremonias de culto a santos agrarios y taumatur-
20. El discreto, en OC, pág. 92. gos ofrecía aspectos más razonables que las oscuras prácticas
21. Citado por Hippeau, Essai sur la morale de La Rochefoucauld Paris
1957, pág. 137. Hay una reedición redente de las obras de Méré. ' ' realizadas por un hechicero 28 •
22. Guia y avisos de forasteros que vienen a la Corte, en Costumbristas Aunque muchas veces no sea visible bajo las desorbitadas
espafíoles, t. l, pág. 46.
23. Varias noticias importantes a la humana comunicación, págs. 143 y sigs.
24. Véase mi obra Teoria espafíola dei Estado en el sigla XVII, págs. 243 26. Croce y Caramella, Politici e moralisti del Seicento, Bari, 1930.
y sigs. 27. Réflexions ou Sentences et Maximes morales, Garnier, París, pág. 33.
25. Discursos memorables dei nobilísimo arte de la pintura, edición de 28: Introducción a Retables baroques de Bretagne et · spiritualité du
Carderera, Madrid, 1866. xvn· siecle, págs. 19 y 37.
142 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 143
manifestaciones ·que de él conocemos, es lo cierto que la ape- escolásticos discutieron si la prudencia era un «arte», esta es,
lación a la prudencia introduce una ordenación, aunque no sea una técnica, o era una «virtud». Los maquiavelistas y tacitistas
formulable por una razón matemática, claro está, aunque tan acentuaron todavía más el primer aspecto. Y no dejemos de
sólo se trate de una estudiada y táctica adecuación de medios lado la fuerte impronta de unos y otros sobre la época del
a fines. Barroco. lnteresa, más que la virtud de hacer el bien, el arte
Esto explica el prudencialismo táctico que en los hombres de hacer bien algo.
dei Barroco predomina, la sustitución de un criterio moral por Por eso hemos hablado alguna vez de :ttex-0 entre raciona.
otro de moralística en que a cada paso incurren. Ello supone !ismo y Barroco 32 , no porque Descartes vistiera de negro ni
contar con una mecanización, por lo menos relativa, en el em- porque en su moral juegue un papel de cierta importancia la
pleo de los resortes internos dei hombre, la cual se da, incluso, idea de «discreción», idea tan gracianesca entre nosotros, o tan
en el terreno de la religión, como nos hace ver la investigación propia de N. Feret en Francia 33 ; no, tampoco, porque Ga-
que G. Fessard ha llevado a cabo sobre los «Ejercicios espiri- lileo mostrara en sus escritos literarios cierta inclinación ba-
tuales» de san lgnacio 29 • Se trata de alcanzar la técnica de un rroquizante, ni porque cuando juzga adversamente a T. Tasso
método con alto grado de racionalización operativa -«el m.é- descubramos que lo hace así por parecerle escasos en las obras /
todo para saber y poder vivir» de que habla Gracián 30- , lo de éste valores que hoy llamaríamos barrocos 34 • Hablamos de
que implica admitir que la conducta humana puede ser ciega o Barroco y racionalismo porque aquel que en el xvn planea
inspirarse en valores no radonales, pero tiene una estructura cómo podrá eficazmente actuar sobre los hombres empieza por
con un orden interno que la razón del que la contempla puede ello pensando que éstos pueden representar una fuerza ciega,
formular en sus reglas; En un curioso y poco conocido pero que el que la conozca podrá .·canalizar racionalmente, al ~K;il)
estudio, Joaquín Costa dijo que las máximas de Gracián pare- modo que el caudal impetuoso de un río es sometido al cauce
cen escritas para una sociedad de hombres artificiales 31 : en de un canal calculado matemáticamente por el ingeniero. Tam-
efecto, enuncian modos de comportamiento para hombres con- bién la columna salomónica se resuelve en geometría, como
siderados como artificias, según son vistos desde el enfoque hacen bien visible a nuestros ojos las ilustraciones de los libras
barroco de la técnica de la prudencia. No olvidemos que los de arquitectura de la época, ilustrados en general con mucho
más rigor que hasta entonces. Fessard, como hemos dicho, ha
29. Véase su obra La dialectique des Exercices spiritttels de Saint !gnace intentado la construcción de un esquema geométrico de los
de Loyola, París, 1956. Se ha hablado mucho, y con mucho fundamento, del ma- «Ejercicios» ignacianos 35 • Hace tiempo se dijo que, por de-
quiavelismo que impregna el moralismo de los escritores cristianos de la época.
Sobre esta, L. E. Palacios ha querido poner de relieve una profunda diferencia 32. En 1948 publiqué en Finisterre (nú.m. 34, 2.ª época) una breve nota,
que él ha querido ver simbolizada en la figura de Segismundo, ejemplo de pru- «Barroco y racionalismo», en el que sefialé ya este aspecto de la cuesti6n.
dencialismo al modo cristiano frente al de los maquiavelistas, en su artículo 33. Discours de la méthode, ed. de É. Gilson, Parls, 1930, pág. 5.
«La vida es suefio», Finisterre, II, núm. 1, 1948. Estimamos, sin embargo, que 34. Sus Scritti letterari han sido reunidos en edición aparte, preparada por
el prudencialismo, resultado de desmesura y desplazamiento del puesto de la A. Chiari (F1orencia, 1943). No conozco un estudio sistemático sobre este lado
prudencia en la moral tradicional, acaba dando una parte mayor a los problemas de la obra de Galileo. Es interesante y agudo el folleto de Panofski, Galileo
de eficacia y tiende a mecanizar su soluci6n. as a critic of the arts, La Haya, 1954.
30. Oráculo manual, lugar citado en nota 13. 35. Su obra, ya citada, lleva en apéndice una serie de figuras geométricas
31. Máximas políticas de Baltasar Gracián, en Estudios iurídicos Y políticos, que ilustran su ensayo pretendíendo traducir en ellas la estructura de la obra
Madrid, 1884, págs. 129-133. de san lgnacio.
144 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 145

trás del mundo que Calderón nos presenta, subyace un sistema buscar-, el gusto por las grandes ceremonias, la admiración
legal cuyo esquema es semejante al de la ciencia 36 • Un pro- extrarracional por lo sublime, la atracción hacia el acaso que
ducto barroco típico es el de los tratados de esgrima que hacían rompe todo orden racional, atrae a los burgueses apasionada-
estudiar este arte geométricamente, cuyos cultivadores en la mente. Es uno de los errores a que lleva una historiografía
época eran llamados «angulistas», a diferencia de los que prac- basada en el método de los «tipos ideales»: llegar a afirmar,
ticaban el uso tradicional 37 • como ha hecho Mannheim, que lo propio de la acción históri-
A nuestro modo de ver, es absurdo negar un carácter bur- ca de la burguesía es «que no reconoce limites al proceso de
gués al Barroco por la sola circunstancia de que no se dé en él racionalización» 39 • Ni esto podría decirse siquiera de los bur-
un pleno proceso de racionalización. «La ascensión de la bur- gueses del XVIII que lloraban oyendo a Haydn, ni mucho me-
guesía tendrá un carácter racionalista y favorable a las disci- nos de los del XVII, sobre cuyas mentes la fuerza de los ele-
plinas severas, inspiradas en modelos antiguos: se reconocerá mentos mágicos, extrarracionales, seguía siendo grande (L. Feb-
incompatible con las fantasías y desmesuras del Barroco», sos- vre nos convenció hace tiempo de ello ). Los burgueses dei XVII
ti~ne V. L. Tapié 38 • Pero, aun dejando aparte lo que de ins- utilizan fragmentos, en su operar, de procesos racionalizados,
piración antigua, rigurosamente ejercitada, hay en los barrocos, se sirven de instrumentos con un alto grado de racionaliza-
y a la vez lo que de orgiástica desmesura hay en algunos anti- ción, unidos a otros cuyo carácter es radicalmente opuesto.
guos -que muchas veces los modernos burgueses han ido a Habituados a nuestra visión racional, creemos fácilmente
que los nuevos descubrimientos científicos contribuyeron a
desacreditar las noticias de la Bíblia, y no fue así. «Es un
36. F. Picatoste, Calder6n ante la Ciencia. Concepto de Naturaleza y sus
leyes, Madrid, 1881. No exageremos tampoco en este punto. En Calder6n pre- hecho curioso e irrecusable que los sabios más avanzados res-
domina la idea de la ciencia como especulaci6n contemplativa de la naturaleza: pecto a su tiempo, a comienzos del XVI, eran los eruditos ver-
la muda naturaleza sados en matemátieas bíblicas; Entre sus manos, convergían
de los montes y los cielos, ciencia y religión, indicando la disolución de la sociedad, el fin
en cuya divina escuela
la reth6rica aprendi6 del mundo, sobre 1640 y 1660. Precisamente un resultado de
de las aves y las fieras la nueva ciencia matemática y de sus aparatos, como el descu-
(Là vida es suefio) brimiento de un nuevo cometa en 1618 y el de nuevas estrellas
Yo, viendo la obligaci6n que los instrumentos ópticos ahora utilizados permitían llegar
en que te pone el retiro
que profesas, de saber a contemplar, fue considerado .como anuncio de desgracias, en
los secretos escondidos una sociedad que por todas partes se sentia asaltada de nuevos
de la gran naturaleza males» 39 bis.
(Darlo todo y no dar nada)
A veces se diría que el escritor barroco es consciente de
Este tipo de ciencia, de un naturalismo simbolista, inspira en gran parte la lite-
ratura de emblemas del Barroco. Y sabido es lo cerca que ·calder6n se halla,
esa interna eontradkción, que podríamos expresar con un estri-
en muchos momentos, de la literatura emblemática. dente verso de Trillo y Figueroa:
37. Céspedes y Meneses hace una referencia a los «angulistas» en Fortuna
varia del soldado Píndaro, BAE, XVIII, pág. 303.
38. V. L. Tapié, «Le Baroque et la société de l'Europe moderne», en 39. Mannheim, Ideologia y utopia, trad. cast., México, 1941.
E. Casteli, ed., Retorica e Barocco, Roma, 1955, pág. 231. 39 bis. Trevor-Ropper, op. cit., pág. 90.

10. - JliARAVALL
146 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 147
Cegar las luces para ver con ellas. en estas términos siempre tendrá un carácter inexacto, porque
es un saber de realidades contingentes, pero -conforme sos-
En cualquier caso, el barroco no es un racionalista, pero, em- tuvo Alamos de Barrientos-, partiendo de ese supuesto, hay
parentado, por época y por los objetivos a alcanzar, con el pen- que admitir que las más de las veces se acertará y se errará
samiento racionalista, se sirve de pr.ocesos parcialtnente racio- muy pocas, por cuya razón podemos decir de esa ci.encia huma-
\~·-- ··)
nalizados, de las creaciones técnicas y calculadas que de ellos na que, en general, es válida 41 • Se trata de un conocimiento
.......... j.l... derivan, para alcanzar el domínio práctico de la realidad huma- estadístico, en el cual se funda esa «ingenieria de lo humano»
na y .social sobre la que quiere operat. que viene a ser la cultura barroca. La tecnificación del com-
En el margen de tecnificación que la moral, la política y portamiento político en el príncipe -manifestación eminente
la economía, el teatro, la poesia y el arte, adquieren en el Ba- de lo que venimos diciendo, pero no de naturaleza diferente
rroco no vamos a reconocer nunca una matematización, claro a la de tantos otros aspectos- no se expresa en una fórmula
está, 'de las relaciones de la vida humana. No pretendemos matemática, sino en símbolos, de remotísitno origen quizá,
poner en la cuenta del Barroco la Ética de Spinoza, «secun- pero que desde Maquiavelo hasta los barrocos sufren un pro-
dum ordinem geometricum demonstrata», ni tampoco la Aritmé- ceso que los aparta de ser referencias mágicas, para convertirse
tica política de W. Petty, no por otra razón sino por la de que en un lenguaje conceptualmente formalizado. Símbolos como
tales obras superaron con mucho los esquemas conceptuales los de serpiente y paloma, zorra y león, juegan ahora ese
de aquél. Sin embargo, dentro de este último marco, Alvarez papel 42 •
Ossorio pudo escribir: «Las matemáticas comprehenden todas EI modelo más aproximado para referir a él un posible sis-
las ciencias: éstas se deben enseõar con particular cuidado en tema dei saber de las cosas humanas de tipo barroco es el de
todas las Universidades y lugares más principales, para con la medicina, que trata también de los hombres y en cuyo cam- .
ellas defender los Reynos y enriquecerlos con todo género de po, pese a la supervivencia de una simbología tradicional, se
oficias y artes» 40 • Se diria, en vista de algunas otras declara- ha producido un grande avance hacia su constitución científica.
ciones semejantes en el XVII, que la mente de la época ha lle- No en balde son tantos los que en el XVII, con Descartes, creen
gado a creer en la última estructura matemática de la obra en la ayuda de la medicina para gobernat lós corrrportamientos
humana. Pero no pongamos más de lo que hay. Se trata de de los hombres. Recordemos que Gallego de la Serna sostiene,
simples atisbos.
41. Prólogo de su obra Tácito espaííol, ilustrado con aforismos, Madrid,
Muy diferentemente de lo que recortamos el alcance de esa 1614: «No se puede rigurosamente llamar ciencia esta prudencia de Estado, por
ilusión de matematizar la «materia» humana en el Barroco, no ser las conclusiones de ella evidentes y ciertas siempre y en todo tiempo, ni
hemos de afirmar, en cambio, su tendencia a llegar a una ma- tampoco preciso el suceso que por ellas se espera y adivina»; es una «ciencia de
contingentes», en la que ante cualquier caso singular se puede fallar en su cono-
nipulación, técnicamente lograda, de los comportamientós de cimiento, pero en la que sus predicciones son válidas con generalidad. Véase mi
los hombres, la cual permita prever, en cierta medida, unos folleto Los orígenes de! empirismo en el pensamiento político espafíol del siglo
XVII, Gmnada, 1947, págs. 39-40, recogido en mi vol., ya citado, Estudios de
resultados a alcanzar con los mismos• Una ciencia del hombre historia de! pensamiento espaííol, serie III.
42. Sobre la utilización de estos símbolos --a los que nosotros damos el
40. El Celador Universal para el bien común de todos, recogido por Cam- valor que queda dicho- en Saavedra Fajardo y otros, véase M. Z. Hafter,
pomanes en sus «Apéndices» en el Discurso sobre la educaci6n popular de los Gracián and perfection. Spanisb moralist of the seventeenth century, Cam-
artesanos, t. I, Madrid, 1775, pág. 290. bridge, Mass., Harvard University Press, 1966, págs. 49 y sigs.
148 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 149
en 1634, no haber modo de penetrar en el conocimiento de la Valdés Leal, los ejemplos son numerosos, de manera que se
moral «sine cognitione artis medicae» 43 • puede estimar como un tema barroco éste de la irnagen del ca- f
Pero, además de la ayuda directa, aunque parcial, que pue- dáver humano, para lo que ofrece ocasión la representación de
dan representar algunos conocimientos médicos, es por la es- la muerte de Cristo, cuyo cuerpo aparece dramáticamente hu-
tructura misma de ese saber por lo que algunos esperan que manizado, sin los elementos de glorificación que todavía están
pueda servir de modelo para alcanzar un conocimiento del hom- presentes en el Greco. La experiencia de la muerte y del cuerpo /
bre, con las características a que el Barroco aspira. Tal es la muerto es materia utilizada para penetrar en la experiencia de
razón, inversamente, de que sean muchos los médicos que se la vida y del viviente humano.
creen capacitados para hablar de política, moral, economía. Por Para un conocimiento del hombre, en el sentido que asume
eso Cellorigo, como ya vimos, para asegurar que podía haber la palabra «conocimiento» en tanto que saber empírico, obser-
ciencia política ponía el ejemplo de lo alcanzado por los médi- vacional, con finalidad práctica, operativa, se cuenta con tres
cos. Y, por su parte, Sancho de Meneada escribirá: «como hay campos: prirnéro, el de la observación del rostro y, en general,
principios ciertos y reglas infalibles que ensefian a remediar del exterior del hombre, lo que promueve el gran desenvolvi-
las enfermedades de los cuerpos y de las almas . . . hay reme- miento en el siglo barroco de los estudios de fisiognómica;
dios infalibles para remediar los dafí.os que pueden venir a los «que la muestra del pecho es el semblante», dirá Calderón en
reinos en común» 44 • De un castigo tres venganzas (recuérdese lo que esto significa·
En relación con los anteriores aspectos del saber del hom- en tantos seguidores de los planteamientos políticos de Furió
bre, está un doble fenómeno cuya observación nos es sugerida Ceriol, o lo que representa en la pintura de Ribera o de Rem-
por algo que A. Chastel ha sefialado: de un lado, en la icono- brandt); segundo, el del interno movimiento de la vida aními-
grafía macabra de la época influye el desenvolvimiento y la di- ca, cuya consideración da lugar al difundido estudio del tema
fusión, en obras impresas, del saber anatómico y el interés por de los impulsos, pasiones, afectos, etc., con el amplio interés
escudrifiar, mediante la consideración del esqueleto o de las al- por la psicología y en especial por el cultivo de una de sus
teraciones del cadáver, la composición del cuerpo humano; de ramas, la del «tratado de las pasiones» (de Descartes y Spinoza
otro lado, esas representaciones mortuorias están inspiradas a los políticos que trivializan las ideas sobre la materia, confor-
por el afán de una estudiosa. penetración en la estructura de la me podemos ver en Saavedra Fajardo; en 1641, publica en
vida, a cuya naturaleza pertenece inexorablemente el paso final París el jesuíta P. Sénault un tratado cuyo título es bien ex-
de la muerte 45 • De Rembrandt a Poussin, de Alouso Cano a presivo de la :finalidad de este estudio: De l'usage des passions).
La <:onexión dé estes dos aspectos sefialados venía afirmada en
43. Citado por M. Iriarte, S. J., El Doctor Huarte de San Juan y su «Exa-
men de íngenios», Madrid, 1939, págs. 292-293. el plano físico de la medicina. Cellorigo nos habla de un mé-
44. Restaurací6n política de Espafía, Madrid, 1746. (La obra es de 1619.) dico para el cual «la perfección de su arte consistía en exami-
45. Ghastel, «Le baroque et la mort», en Retorica e Barocco, págs. 33 y nar la buena o mala disposición del hombre, por los movirnien-
sigs. El estancamiento que los estudíos de medicina y anatomía sufren en la
Espafia de! síglo xvn -conforme ha puesto en claro López Pifiero, «La medi- tos del alma y del cuerpo, es decir, que según vive cada uno
cina de! Barroco espafioh>, Revista de la Universidad de Madrid, XI, núms. 42-43; en lo natural y en lo moral ansí tiene la salud» 46 • La relaci6n,
y La introducci6n de la cíencia moderna en Espafía, Barcelona, 1969- sería un
fenómeno paralelo a! de la esclerosis del Barroco espafiol, en su segunda mitad,
correspondencia que estimamos muy significativa. 46. Memorial ya citado, fol. 11.
150 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 151
vista desde la cara inversa, tenía que ser no menos cierta, y en se suscita en el ·Barroco· por el estudio de las diferencias psico-
ello tienen los escritores y artistas barrocos una fe plena. Fi- lógicas y por la historia y la biografía, .en las que se plasman
nalmente, un tercer.aspecto: el del comportamiento externo de esas particularidades de carácter de pueblos e individuas.
los hombres, cuya encadenada sucesión da lugar al acontecer
histórico y del cual la historia -de la que tanto se escribe en
La historia y aquella parte de la psicología que observa los
caracteres de los indivíduos y de los pueblos son probablemen-
J
el Barroco-- nos ofrece un inagotable depósito de materiales te las materias más leídas por el político, el escritor ô el artista
de observación. Un depósito donde la ciencia busca sus datos dei Barroco. Elias nos dan el conocimiento de los hombres y
para alzarse a formular sus enunciados, cuyo alcance va más con sus resultados podemos establecer las reglas para dirigir-
allá del caso de que se parte (tal es el esquema historia-ciencia los. «Estas enganos y artes políticas no se pueden conocer
en Hobbes, que subyace más o menos confusamente en todos -sostiene Saavedra Fajardo--, si no se conoce bien la naturale-
los escritores del xvn). El descubrimiento de la psicología di- za del hombre, cuyo conocimiento es precisamente necesario al
ferencial, tal como en un primer nível se consolida en la obra que gobierna para saber regille y guardarse dél» 49 • «Gober-
de Huarte de San Juan, expande la creencia en la diversidad de nar» podemos entenderia aquí en el sentido más amplio, como
los caracteres de los indivíduos y de los pueblos, de lo que de- toda función de dirigir grupos humanos, en alguna esfera de
riva la inevitable variedad de costumbres y comportamientos su existencia colectiva; pues bien, para realizar esta función es
(recuérdese lo que significa la psicología de Huarte en la poé· necesario conocer la naturaleza del hombre, ya que este saber
tica de Carballo, y los ejemplos se reiteran en términos pare- nos permite penetrar en e1 de sus comportamientos. Como dice
cidos). Esa constatación de Huarte tendrá una amplia repercu- un verso de Antonio de Solís, nos encontraremos por esa vía,
sión en el pensamiento político, desde unas fechas todavía re-
nacentistas --con Furió Ceriol- hasta los afíos finales del Ba- mandando en la razón de los afectos c;o.
rroco 47 --con Lancina-: «caminan las costumbres con la na-
Ahora bien, en todos los momentos, en todas las socieda-
turaleza dei lugar, produciendo varios países varias naturalezas
des, se ha tratado de dirigir o gobernar a los hombres. Y no
de hombres. En una misma nación las suele haber diferentes,
sólo políticamente, sino en múltiples manifestaciones de la vida.
según la variedad de los climas». Palabras semejantes a éstas, En definitiva, toda preocupación pedagógica responde a eso: la
de Suárez de Figueroa 48 , se repiten con la mayor reiteración
pretensión de dirigir al hombre, haciéndole ver las cosas de
en el XVII. La idea de la necesidad de esta particularización psi- cierta manera para que marche en la dirección requerida. Ense-
cológica de pueblos e indivíduos crea la conciencia de una no fiar al hombre es, en gran parte, dirigirle, y cuanto más se es-
menos necesaria adecuación, en políticos, moralistas, artistas,
fuerce por ser estable una sociedad -quizá porque la crisis en
escritores, etc., en tanto que pretendan actuar sobre una roasa que se encuentra la obliga a esforzarse más-, más cierto es,
y hayan de sujetarse, consiguientemente, a las cualidades o «ge-
también, lo que acabamos de decir.
nio» de cada grupo. Se comprenderá, visto así, el interés que
Pero la Antigüedad y la Edad Media tuvieron una fe tan
47. P. Hazard ha destacado el carácter tópico de la creencia en las diferen-
firme e inmóvil en la que consideraban como verdad estable-
cias de caracteres nacionales como un factor esencial del pensamiento en el si-
glo xvu. (Véase La crisis de la conciencia europea, Madrid, 1941, págs. 55 y sígs.) 49. Empresa XLVI, OC, pág. 378.
4S. El pasagéro, pág. 78. 50. BAE, XLII, pág. 443.
152 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 153

cida -aunque en todo caso no fuera más que un modo de ver, d estàdo de ánimo de las gentes: «no hay quien arrastre a
socializado por la tradici6n-, que esa creencia en la verdad leer un libro de devoción ni una historia de un santo» 53 • Hace
perenne llev6 a fundamentar otras dos creencias no menos fir- falta, pues, servirse de otros medios.
mes y estables: 1.ª) la verdad es de suyo accesible al hombre; Lo que podríamos llamar un simple dirigismo estático por
2.ª) la fuerza convincente de su evidencia es tal que basta con la presencia tiene que ceder ante un dirigismo dinámico por la
que se la muestre al hombre para que éste la siga. De ahí que acci6n. Lo dirá Jean de la Taille, en el Barroco francés, con
la cultura clásico-medieval se apoye. sobre .un .intelectualismo, estas palabras: se ha de proceder «à émouvoir et à poindre
tan pleno como ingenuo., según el cual el hombre se rige por merveilleusement les affections d'un chacun» 54 • Vamos a in-
la verdad; y,. por tanto, lo que hay que hacer es ofrecérsela sistir sobre este punto central, en las páginas que siguen.
desde el depósito en que se contiene, sabiendo que una vez Desde luego, hay que poseer rigorosamente un saber de las
conocida su imperio está asegurado 51 • El humanismo de las verdades acerca del mundo y de la vida, el cual hay que pro-
primeras décadas renacentistas sería el último episodio de esta porcionarlo a los hombres para configurados -las mentes ba-
larga tradici6n socrática. rrocas siguen creyendo firmemente en ese saber-, pero no es
Pero desde mediados del XVI y acentuadamente en el XVII, suficiente mostrarlo ante aquéllos: hay que inclinarlos, mover-
la crítica y la oposici6n derivadas del inicial dinamismo de la los, atraerlos bacia los objetivos que la sociedad reclama 55 •
sociedad renacentista traen consigo duda e inseguridad, aunque A los hombres hay que dirigidos, desde luego 56 , pero ahota
aceptemos que sea en los limites que les asigna L. Febvre 52 • esto va a resultar una operación más complicada, porque ni se
Toda la experiencia de movilidad social y geográfica -,.por pe- dirige a los hombres de cualquier rnanera, sino como técnica-
que.fia que sea-- acumulada por. los· hombres del Renacimiento mente sea adecuado ( según estiman el moralista o el político
ha sido bastante para hacerles comprender que en la situaci6n dei XVII), ni múcho menos se les dirige hacla dónde ·se quie-
general de crisis que se proc:luce en Europa, según Yl:l vimos, re, si no es contando· con las respuestas que. cabe espetar de
entre ias .dos centurias, no cabe pensar en la omnipotencia de
la verdad (nos referimos a lo que los grupos dominantes en la 53. BAE, XXXIII, pág. 48.
· 54. De l'art de la tragédie, edición de West, Manchester, 1939, pág. 24.
cultura consideran como tal). No se puede esperar que con dar 55, Mopurgo-Tagiliabue plantea en estos términos, un tanto banales, el pro-
unas nociones intelectuales -sobre la moral, la religi6n, la po- blema: «Este público, predominantemente burgués, se había hecho una moral
lítica, etc.- a las masas de individuos, se tenga garantizado, imaginaria, nacida de su nosta:lgia nobiliaria. Concedía que los particulares tu-
vieran una vida impulsada por los a:fectos, pero quería que los nob!Jes, investidos
por el peso de la pretendida verdad que las informa, su fiel de responsabilidad pública, tuvieran una moralidad superior y gustaba de veria
seguimiento por quienes las recib@. Por de pronto, es punto representada en e! teatro» (op. cit., pág. 181). No se trata de esto: no es e! Ba-
rroco resultado de un ideal que la nostalgia de! pasado sugiere a los burgueses,
menos que imposible asegurar esa recepci6n. En La pícara Jus- sino de un conjunto de resortes, psicológicamente estudiados y manejados con
tina leemos esta vivaz observación, que nos dice mucho sobre artificio, para imprimir las líneas de una mentalidad acorde con los intereses de
los grupos poderosos, en las capas de población urbana, y, llegado e! caso, de
población rural. Estas palabras que acabamos de escribir compendian, en cierta
51. Véase mi estudio «La concepción dei saber en una sociedad tradició· medida, la tesis del presente libra.
nal», Estudios de historia de! pensamiento espafíol: Edad Media, 2.• ed., Madrid, · 56. F. Braudel observa que la «civilización» dei Barroco -conforme a la
1973. terminología que él prefiere emplear- era una civilización de combate, y su
52. Le probteme de l'incroyance (Ili XVI" #ceie. La religion de Rabelais, arte, un «arte dirigido», de carácter instrumental (La Méditerranée ei le monde
Parfs, 1947, págs. 445 y siss, méditerranéen ... , 2.• ed., t. II, pág. 160). · ·
154 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 155
la opini6n constituída previamente entre los mismos dirigidos. den del juego empírico de la vida 59 , esto es probablemente
Así se comprende el desplazamiento en la dirección de los común a toda mentalidad barroca: es así como, conociendo e
esfuerzos pedagógicos que propone Comenius: «No emprendas interviniendo en ese juego, se puede actuar sobre los compor-
nunca enseiíar a alguien sin haber excitado de antemano el tamientos.
gusto del alumno»Ji'i'.. S6lo que, en cierta forma, y tras poner El esc:ritor .• barroc-0, coincidiendo con el planteamiento de
de relieve la necesidad de contar con los datos particulares del los pensadores racionalistas de su tiempo, tiende a concebir al
sujeto (individuo o pueblo) a quien se dirige una acción direc- hombre reduciéndolo a sus elementos simples, presentándolo
tiva (didáctica o política), los escritores y artistas del Barroco -podemos seguir sirviéndonos de la metáfora- al modo de
estiman que es posible establecer un sistema general de resor- una tabla rasa, pero en relación a la cual -separándose en ello
tes, a manipular en tal esfuerzo de dirección. de la pura tradición aristotélica- habría que empezar por con-
En cierto modo y desde lejos, el Barroco anticipa la pri- tar con la propia naturaleza de la tabla -digámoslo así, para
mera concepción de un behaviourismo en cuanto que trata de seguir con la misma comparación-. De esta manera es como se
alcanzar la posesión de una técnica de la conducta fundada en plantea el tema en las Conversations chrestiennes de Malebi:an-
una intervención sobre los resortes psicológicos que la mue- che, como se da también en la figura de Andrenio del Critic6n
ven: podemos trazar los movimientos del hombre, ateniéndo- de Griicián; así se presenta el personaje del Simplicissimus de
nos al juego de sus piezas. «El hombre -pensaba La Roche- Grimmelhausen y tal es el supuesto básico de la doctrina edu-
foucauld- cree conducirse a si mismo, cuando en realidad es cativa y moral de Saavedra Fajardo: el hombre, dice éste, nace
conducido» 58 • Volvamos a conectar aquí con una nueva refe- «rasas las tablas del entendimiento»; sobre ellas se imprime
rencia a un racionalismo metódico, según el cual se parte de la doctrina eficazmente, pero para conseguir esto «es menester
que es posible dominar y regir a una roasa de indivíduos, si observar y advertir sus naturales» y adecuarse a estas datos
conocemos en sus elementos la naturaleza de aquéllos: por para formar al hombre, corrigiéndole con la razón y con el arte.
esa vía, es posible apoderarse del contra! de los resortes hu- La autoridad de Aristóteles, de Cicerón -muy principalmen-
manos y aplicarlos a conducir a los hombres, impulsándolos te- y de Séneca (citados por Grimmelhausen y por Saavedra
en la línea de una creencia, o mejor, de una ideologia y de explícitamente) inclinaba quizá a poner todo el peso o a dar
unas maneras de conducta en que aquélla se traduce y en co- el principal papel a la elemental base de la naturaleza, o, cuan-
rrespondencia con el sistema de intereses sociales que la ins- do menos, a atribuir a ella la mayor fuerza en la formación del
pira. Si E. M. Wilson sostuvo, aplicándolo al personaje calde- hombre. El escritor barroco hace una sutil combinación para
roniano de Segismundo, que en el planteamiento de su drama aceptar la imagen del hombre elemental, pero, a su vez, vigarizar
se parte de que las normas del comportamiento moral proce- la fuerza conductiva de la educación. Si un renacentista como
du Bellay juzgaba incuestionable «le naturel faire plus sans doc-
trine que la doctrine sans le naturel» 60 , e1 escritor barroco
57. Didactica magna (escrita en 163'8); trad. fr. con e! título de La grande
didactique, París, 1952, pág. 19. (Hay una trad. cast., Madrid, 1922, que no
conozco.) Sobre este aspecto de la obra dei autor, véase P. Boret, J. Amos Come- 59. «La vida es suefio», Revista de la Universidad de Buenos Aires, IV,
nius, Ginebra, 1943. 1946.
58. Máxima 43, ed. cit., pág. 9. 60. Défense et il!ustration de la lanJ!,Ue française, pág. 121.
156 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO tiNA CtJL TURA DIRIGIDA 157
prefiere recalcar inversamente la eficacia configuradora del po• tro de nifios», dirá Francisco Santos 65 • La escuela empieza a
der de la cultura o cultivo del hombre. Barrionuevo escribió ser vista como taller de la integración social.
que «la ensefianza y costumbre lo pueden todo», y es de ad- En el xvn, esta función socialmente integradora por todos
vertir que en él (un caso más a detectar en este sentido dentro sus canales es muy importante, o mejor, decisiva. Esa acción
del Barroco) tal concepción tiene una cierta raíz mecanicista, del poder, o en términos más generales, esa acción de los
ya que si hace tal afirmación es para explicar y hacer compren- grupos dominantes para operar sobre la opinión, controlarla,
der que se hayan podido ensefiar a un mono gestos propios del configurarla y mantenerla junto a sí, en las crisis de muy di-
ser humano 61 • Un preceptista como Carballo discute sobre el versa naturaleza que amenazaban la posición de aquéllos, es
tema, exaltando las posibilidades de la educación 62 • Saavedra un hecho básico del que hay que partir. Recordemos un ejem-
Fajardo dice que la educación constituye un segundo ser, y «no plo muy elocuente: cuenta Pellicer, en fecha tan metida ya
es menos importante el ser de la doctrina que el de la natura- en una fase crítica (la de 19 de febrero de 1641), una noticia
leza», de maneta que «la ensefianza mejora a los buenos y hace que nos revela la maneta de actuar que en la realidad de los
buenos a los malas» 63 • Con ello, el escritor barroco parte de hechos practicaban los órganos del poder, coincidente con la
la simplicidad de los datas elementales del hombre, los ve di- que aquí venimos exponiendo: «Para lo que el Sefí.or Presi-
versificarse en una multiplicidad de caracteres que -bajo la dente de Castilla juntó los Prelados de las Religiones la sema-
herencia de Vives y de Huarte de San Juan- se esfuerza por na pasada, fue para que advirtiesen cada uno a los Predicado-
reducir a tipos, y aplica, ateniéndose a las condiciones de estos res de su obediencia que atendiesen en los sermones de esta
últimos -por lo menos así lo pretende-, la eficacia reforma- Cuaresma a templar de modo las palabras que no ofendiesen
dora y configuradora que la ·educación posee, colocando por eti... las materias del gobierno, porque el pueblo afligido no se des-
cima de todo la obra de la cultura. El uso cada vez más gene- consolase del todo» ~l6.
ralizado de esta última voz, la evolución de cuyo significado Reconozcamos que en la situación conflictiva de la época,
la aproxima al sentido actual, es significativo del papel que en media del combate que se lleva a cabo en tan diversos te-
se le reconoce 64 • rrenos, todos solidarias entre sí, cuenta mucho la adhesión de
Así pues, la educación cobra una importancia decisiva los grupos de indivíduos, cuyo comportamiento puede resul-
como vía para propagar -o, dicho de otro modo, socializar- tar de grave trascendencia al hallarse reunidos en el ámbito
ia cultura segregada por la sociedad barroca. «De las cosas más de una ciudad. La adhesión de los indivíduos a una religión,
convenientes que tiene un lugar grande o pequefio es el maes- a una política, a un gobierno, a uno u otro de los bandos y
opiniones que se enfrentan, no se puede menospreciar. En el
61. Avisos, BAE, CCXXI, pág. 225.
62. Cisne de Apolo, t. II, págs. 188 y 216. nível de desarrollo ciudadano alcanzado en el xvu, esa adhe-
63. Empresa II, OCJ págs. 175 y sigs. En otro lugar, Saavedra seiialla Jos sión a una u otra de las fuerzas en pugna supone una opinión,
factores que permiten un dirigismo activo: «La Iibertad, la educación, la dis- la cual se traduce en una línea ideológica. Los que actúan en
ciplina, la religi6n, las costumbres, el lugar, la obediencia, la prudencia y otros
infinitos accidentes quitan o corrigen las inclinaciones» -jugando, conociéndo- defensa y potenciamiento de alguna de las partes en contien-
los bien, con estas ..elementos se pued~ corregir la acci6n humana-. (Repú-
blica !iteraria, en OC, pág. 1179.)
64. Véase, como ejemplo, C. Suárez de Figueroa, El pasagero, pág. 114; y 65. Día y noche de Madrid, cit., pág. 413.
Gracián, en E! áiticón, Óráculo manuitl, etc., fos ofr~e a cada pasQ, 66. Avisos, ed. del Semanario Erudito, XXXII, pág. 6.
158 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 159

da se esfuerzan por atraer las roasas hacia la ideologia que casos de los gobernantes que lo dirigen. Tal es el caso, en Es-
sustenta aquélla. Hay toda una variedad de corrientes ideoló- pafia, de un Andrés Almansa y Mendoza, que escribe unas
gicas, de católicos, protestantes y otros grupos religiosos; las Cartas, forma que el género periodístico toma muchas veces
hay de las monarquias francesa, espafiola, etc.; las hay tam- en el XVII, para propaganda de los intereses de la monarquia
bién de grupos privilegiados y de no privilegiados, de ricos y de Felipe IV y en exaltación de la persona del Conde-Duque:
pobres, de centralistas y foralistas, etc., etc. Tiene razón Ar- su obra es una defensa de la realeza, de la nobleza, de la reli-
gan cuando afirma que la adhesión a una determinada postura gión y del sistema social basado en estos tres pilares. Esas Car-
entrafia una elección ideológica y que como ésta lleva consigo tas nos ofrecen una visión favorable, sin fisura alguna, dei
consecuencias sobre el juego de las fuerzas en pugna, cada estado de la monarquia, por el favor de Dios y obra de sus
parte trata de atraerse ideológicamente el mayor número po- gobernantes, sin que falte la sublimación ante los lectores de
sible de adherentes, en virtud de lo cual, ya que «puede de- uno solo de los valores en que se apoya el sistema, desde la
terminar desplazamientos de masas y comprometer el equili- piedad que procura hacerse pública, hasta la riqueza que se
brio de las fuerzas políticas, la persuasión ideológica (religiosa convierte en ostentación: «gloriosa corre la felicidad en el go-
o política) se convierte en el modo esencial del ejercicio de bierno desta dichosa monarquía; sigla de oro es para Espafia
la autoridad» 67 • el reinado del Rey nuestro sefior Felipe IV, prometiendo tan
De ahí que, conforme ha sido observado alguna vez, si en feiices princípios prósperos fines»; «es glorioso este siglo para
el Renacimiento hubo una poesia «subvencionada», ahora ha- Espafia» 70 • Esta actitud no se nos hace clara en su sentido si no
brá una poesia «encargada». Todos los poderes reconocen la es comparándola con la de verdaderos periodistas de «oposi-
utilidad del empleo de los poetas, se sirven de ellos: los poe- ción», como ese Barrionuevo que es capaz de prorrumpir en
tas actúan sobre la opinión pública, la hacen y deshacen. Des- el apóstrofe que antes ya citamos: <qPobre Espafia desdicha-
de fines del XVI existen una poesía apologética y una poesía da!». Lo que revela la fuerza conflictiva de estas materias y la
polémica al servido del poder. La literatura debe recoger las desconfianza con que son contempladas por la autoridad, aun
consignas de éste, debe dar expresión a una «doctrina única, cuando se manifiesten a su favor, aspecto muy de tener en
controlada y dirigida por el poder» 68 • Recordemos, entre cien- cuenta para entender la formación de la cultura barroca, el
tos de casos, el de Francisco de Rioja, como polemista polí- autoritarismo que la configura y el cerrado carácter conserva-
tico, autor de un libro, Aristarco, réplica contra la Proclama- dor que llega a inmovilizarla en muchas de sus manifestaciones,
ción católica que se había publicado en la Catalufia suble- todo sometido a su eficacia dominadora 71 •
vada 69 •
Junto a lo anterior, hay que sefialar la aparición de unos 70. Cartas de Andrés de Almansa y Mendoza. Novedades de esta Corte y
~visos recibidos de otras partes (1621-1626), Madrid, 1886, especialmente pá-
primeros periodistas que ejercen incipientemente un arte de
gmas 53, 117, 246, etc. AI final de esta edicí6n en la Colecci6n de libros raros
la información al servido dei orden barroco y hasta en algunos Y curiosos, se inserta un breve escrito de naturaleza semeiante, Sumario de las
nuevas de la Corte {págs. 341-351), exaltador de la figura del rey, a quien
67. Op. cit., pág. 23. presenta como ponderado distribuidor de la justicia, nivelador de opresoras de-
68. Véase Pierre Guerre, «Pouvoir et poésie», en J. Tortel, ed., Le pré- sigualdades, administrador severo de los gastos públicos, moralizador inflexible
classicisme /rançais, Paris, 1952, págs. 79 y sigs. de la vida privada.
69. Aviso (2 ju!io 1641), ed. de! Semanario Erudito, XXXII, pág. 89. 71. El propio Almansa declara sus temores por la publicaci6n de sus Car·
CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 161
160
Esta referencia a la pretensión de eficacia, por vías de ac- en contacto con una obra, o mejor, una creación humana, y
tuación ideológica, en la acción de la autoridad, nos lleva a un sentir, por la experiencia de ésta, una apelación a la libertad.
último punto que acabamos de enunciar al paso. E1 dirigismo E1 arte y la literatura del Barroco, que con frecuencia se decla-
barroco lleva forzosamente a un autoritarismo y tenía que ser ran tan entusiastas de la libertad del artista y del escritor o
necesariamente así, en tanto que está inspirado por los intc:re- de la libertad en sus gustos del público al que la obra se desti-
ses de un sistema de autoridad. «La cultura del Barroco -cons- na, se hallan, sin embargo, bajo la influencia o incluso bajo el
tata A. Hauser'- se hace cada vez más una cultura autoritaria mandato de los gobernantes, que otorgan subvenciones, dirigen
de Corte» 72 , afirmación que podemos aceptar si a la palabra hacia un cierto gusto la demanda o prohíben, llegado el caso,
«corte» se le da el valor de la época, muy diferente del sen- ciertas obras. Están sometidos, no menos, al control de las
tido renacentista: ahora lo podemos definir como centro admi- autoridades eclesiásticas, en cuanto a la ortodoxia o simple-
nistrativo y social de manifestación de un poder soberano. Ese mente en cuanto a las conveniencias apologéticas, intervención
autoritarismo barroco no es otro que el del absolutismo monár- que se acusa después de la renovación de la disciplina impues-
quico, como ya dijimos. Lo propio de ese régimen de abso- ta por el Concilio de Trento 74 • Y en relación directa con estas
lutismo, en el XVII, es que el principio del poder absoluto se superiores instancias de autoridad, hay que mencionar la de
ha difundido por todo el cuerpo social, integra todas las mani- las academias -de ellas forman parte algunos sefiores y, sobre
festaciones de autoridad, fortaleciéndolas -por lo menos, en todo, secretarias y otros servidores o criados suyos-. De estas
principio-, y, a través de éstas, está presente en muchas es- academias que proliferan en el XVII, son importantes las de
feras de la vida social y, en alguna medida, las inspira. La cul- Madrid, Sevilla, Valencia, etc., y si parecen simples tertulias
tura social, sostendrá -con un recuerdo pascaliano- L. Lo- informales, no dejan de influir fuertemente sobre eJ arte y las
wenthal, está constituída para tener a las gentes ocupadas y letras 75 • La iniciativa de Richelieu de estatalizar e1 régimen de
en cierta medida abandonadas de sí u obedeciendo, extrafias a academias no es más que el punto álgido de un proceso dado
sí mismas, directrices ajenas, y cuando pueden verse libres de de antemano, en el que se venía produciendo la vinculadón de
su ajetreo, se les recomienda que se relajen en juegos y diver- la poesía y el arte al poder 76 •
siones 73 • Esta última observación es interesante; de confor- La difusión de patrones de la literatura y del arte barro-
midad con ella afiadamos que en la cultura del XVII -y de cos -y no menos de cualesquiera otras formas de vida, por
esta los «ilustrados» del XVIII no se apartaron mucho- pre- ejemplo, las de la vida religiosa- se produce desde los cen-
tendió, además y principalmente, aduefiarse de la dirección de tros de poder social hasta los rincones apartados. Con una
los momentos de esparcimiento y de todos aquellos momento;; apreciable diferencia en el tiempo, pero que, sin embargo, per-
mite reconocer una velocidad considerable de propagación se
en que un público o un conjunto de indivíduos podía ponerse
difunde la cultura barroca desde aquellos puntos en que lo- s:
tas confiesa que «ha dado cuidado a tantos nuestra correspondencia, que han
pr~curado estorbarla», y se excusa diciendo que no es él, 1sino los impresores, 74. Véase Dejob, De l'influence du Concite de Trente sur la littérature et
les Beaux-Arts chez les peuples catholiques, París, 1884.
quienes las hacen públicas (págs. 71, 117, etc.).
72. Historia social de la literatura y el arte, t. II, pág. 625. 75. J. Sánchez, Academias literariú de! Siglo de Oro espaiiol Madrid 1961.
73. «Perspectiva histórica de la cultura popular», en Comunicaci6n, núme- 76. Véase el citado artículo de Pierre Guerre en el volumen 'Le précÍassicis-
me /rançais citado.
ro 2, pág. 220.
11. __, MARAVALL
162 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 16.3

calizan los centros de poder -generalmente, como veremos, pensamiento y de la personal capacidad de creación. Pero hay
ciudades importantes o, más aún, políticamente importantes- más. El poder, desmedido y desordenado, constrifie insupera-
hasta zonas rurales que viven bajo la irradiación de aquellos blemente la vida social. No hemos de tomarla, desde luego,
otros núcleos. Una observación de Tapié confirma nuestro pun- como fiel mención de una institución existente, mas sí pode-
to de vista: «La construcción de retablos ha tenido, pues, como mos considerarla como adecuado reflejo del estado de ánimo
efecto imponer definitivamente a la província la marca de la bajo d que se encontraba la sociedad espafiola, aquella pro-
civilización francesa» 77 • Así en todas partes -lo que confir- puesta que el médico real Pérez de Herrera defiende con calor:
ma nuestra tesis de que no es en los medias rurales donde la que se establezcan en pueblos, lugares y bardos, unos censo-
cultura barroca se forma, sino en las ciudades, principalmente res o síndicos, para averiguar en secreto la manera de vivir de
en aquellas que actúan con cierto carácter de capital-. cada uno, sus posibles tratos ilícitos o de mal ejemplo, a fin
Toda la multiplicidad de controles que rigen en el Barroco de que sean castigados y que de esa manera «todos vivan con
se vincula al centro de la monarquia. Ésta es la clave de bóve- sospecha y miedo y sumo cuidado, no teniendo nadie segu-
da del sistema, como alguna vez hemos dicho 78 • Con razón ridad de que no se sabrá su proceder y vivir». Que este ré-
ve Bodini que, bajo la imagen del «Sol», identificado con el gimen de «miedo» e «inseguridad» iba ligado a los intereses
monarca absoluto, La vida es sueno es una obra -podríamos de las dases dominantes, nos lo revela el hecho de que Pé-
afiadir que grandiosa adrede- dedicada a la exaltación de la rez de Herrera proponga a su vez que, en las ciudades, estos
monarquia 79 • Mas esa desmesura del poder que trajo consigo puestos de censores se den a caballeros y otras personas «de
el absolutismo monárquico produjo grandes perturbaciones allí virtud, calidad y hacienda» 81 • De esta manera, ricos y nobles
donde, como en Espafia, logró o absorber o eliminar todo fac- se convertian en agentes del sistema de control que culminaba
tor de resistencia, por via de alianza con los nobles, sumisión de en la monarquia católica. Sin llegar a tan penoso extremo,
los burgueses, supresión de los «corpora» intermedios y aplas- de hecho, algo semejante venia a equivaler en la realidad, con
tamiento económico y mental de los grupos inferiores. De un la monopolización práctica por los privilegiados de los puestos
lado, se produce la pretensión, en tan amplia medida lograda, de gobierno en la administración municipal, además, claro está,
de penetrar en el recinto de la interioridad de las conciencias, de los del Estado 82 •
según denunciaba A. López de Vega: la soberanía de los que Pero pongamos ahora de relieve la otra cara que completa
mandan «se ha extendido a querer subordinar también los en- el carácter de cultura dirigida que nos ofrece el Barroco. En
tendimientos y a persuadimos que no sólo los debemos obede- cierto modo, podemos considerar que se da en ella su aspecto
cer y servir con los miembros, mas aun con la razón, dando a positivo. Porque si el Barroco tiene un acentuado y, más aún,
todas sus determinaciones el mismo crédito que a las divinas, desorbitado carácter autoritario, no es esto lo que lo particu-
y con repugnancia muchas veces de éstas y de la ley natural lariza, sino los matices con que ese autoritarismo se manifiesta
en que se fundam> 80 • Se ciegan así las fuentes internas del en relación con las circunstancias de la época. Hemos dicho

77. Op. cit., pág. 38.


78. Teatro :v literatura en la sociedad barroca, págs. 119 y sigs. 81. Discurso al Rey, cit., fol. 13 y 14.
79. Segni e simboli nella «Vida es suefio», Bati, 1968. 82. Sobre estas aspectos de la estructura social, véase Domlnguez Ortiz,
80. Paradoxas racionales, edici6n de E. Buceta, Madrid, 1935, pág. 86. La sociedad espaiiola del sigla XVII, t. I, Madrid, 1963.

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164 CA~ACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 165
que no bastaban los meclios de control puramente materiales con el parecer de ésta. Si el poder soberano se levanta en el
basados en la represión física. No se quería sólo acallar, sino siglo XVII con los caracteres que son archiconocidos, pertenece
que se pretendía atraer. En meclio de los duros conflictos de la a éstos el de que sea un poder absoluto que se mantiene sobre
época, más que destruir unas reservas de energía combativa, el fortdo moveclizo de la opinión. De ahí el valor de la per-
había que procurar sujetarlas y canalizadas, inclinándolas de- su.tsión y de los medios que la promueven. Volvamos a refe-
finitiva, radicalmente, hacia la propia defensa y conservación. rimos a Argan. A la conciencia de la necesidad de persuadir
Por otra parte, si más duro que en los regúnenes precedentes que los que dirigen poseen, se corresponde por parte del pú-
es ahora el sistema de imposición de la autoridad, también blico, según aquél, una actitud de dejarse persuadir. Esto no
más extensas y fuertes pueden ser las resistencias que el desper- es una cuestión que se plantee meramente en el terreno del
tar de las energías individuales,"' desde el comienzo de la mo- arte, sino en todos los campos en que se pueden formar opi-
dernidad, ha suscitado. niones que apoyen la fuerza de los grupos dirigentes y, por
Si nunca ha sido posible, en la relación mando-suborclina- encima de ellos, del poder soberano. En su lengua italiana,
ción, como sostuvo Simmel 83 , reducir el segundo término de Argan elice que las gentes se ven interesadas «del farsi per-
ese binomio a un valor puramente pasivo, en la situación his- suadere». Digamos, pues, que, mejor que de dejarse, se trata
tórica del Barroco cualquiera que ejerza alguna de las que so- de hacerse persuadir, lo que parece ofrecer un matiz más activo.
ciológicamente quepa definir como formas de mando, se ve Esto es: se posee una cultivada o preparada disposición a ser
obligado a contar con la incorporación activa de aquellos a persuadido. Así explica Argan que en el Barroco prime la
quienes corresponde obedecer o ser dirigidos. Más que en nin- influencia de la Retórica aristotélica sobre la de la Política,
gún otro momento histórico precedente, en la crisis del si- precisamente porque aquélla es un arte de la persuasión: «EI
glo xvn, en cualquier supuesto de una relación. de autoridad arte no es más que una técnica, un método, un tipo de comu-
-desde la del autor teatral a la del príncipe-, la acción con- nicación o de relación; y, más precisamente, es una técnica de
figuradora de la misma requiere un grado de aceptación e in- la persuasión que debe tener cuenta no solamente de las pro-
corporación del público. Ahora se trata de dirigir, promoviendo pias posibilidades y de los propios medios, sino también de las
la adhesión por vías que hagan arrancar a ésta del nível del disposiciones del público al cual se dirige. La teoría de los
individuo mismo. Hemos visto que para la misma conciencia afectos, expuesta en el segundo libro de la Retórica, llega así
de la época una pedagogía intelectualista de tipo socrático no a ser un elemento en la concepción del arte como comunica-
basta. Hay que llevar a cabo la compleja empresa de dirigir, ción y persuasión» 84 • Este planteamiento es válido para todo
contando con meclios más poderosos en su acción y en rela- el campo de la cultura que en tan gran medida se construye
ción a los cuales entre, en alguna medida, la colaboración del con una técnica de retórica. Tal vez esté en esto el aspecto
individuo dirigido. más característico de la cultura del XVII, algo así como la raíz
Por eso, en el autoritarismo barroco, en relación con sus
objetivos de dirección, dado el papel activo que, en cualquier 84. La retorica e l'arte barocca, cit., págs. 11-13. La técnica barroca, como
medida, corresponde a la parte receptora, aquél ha de contar la retórica, es más bien un método que un sistema: «no indaga la uaturalezi.,
no se propone acrecentar la acumulación de nociones; indaga, con frialdad casi
científica, e! ánimo humano y elabora todos los medios que puedan servir a
83. Sociologia, trad. cast., Madrid, 1927, t. III, pág. 13. despertar sus reacciones».
166 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 167
de la que procedeu, en su naturaleza, tantos de los resortes a Por eso, frente a su destinatario, la cultura barroca se pro-
que en ella se apela. pone moverlo. Tocamos aquí un nuevo y último aspecto de
La época que hemos tomado en cuenta es un período po- su dirigismo. Uno de los recursos de que se vale para alcan-
lémico a todos los niveles, en todos los campos. Por todas zar tales objetivos -los cuales pueden muy bien ejemplificarse
partes hallamos empenada una fuerte controversia, que impone en el arte, pero también en otros campos- consiste en intro-
una necesidad táctica de atracción de gentes, cuyo peso, en los ducir o implicar y, en cierto modo, hacer partícipe de la obra
enfrentamientos generales, puede ser decisivo. Por eso se ha ai mismo espectador. Con ello se consigue algo así como ha-
dicho que en las circunstancias del XVII, «persuadir es ahora cerle cómplice de la misma: tal es el resultado que se obtiene
mucho más importante que demostrar». Si por ese camino el con el procedimiento de presentaria abierta al espectador, para
arte se convierte en una técnica de persuasión que va de arriba lo cual se pueden seguir varias vías: o bien un personaje en el
abajo, en la misma direcdón que van la imposición autorita- cuadro se dirige a quien lo contempla como invitándole a in-
ria o la orden ejecutiva, hemos de matizar esta observación: corporarse a la escena; o bien, con la técnica de la escena
primero, extendiendo la comprobación de ese carácter, en su inacabada que parece continuarse en el primer plano del es-
doble sentido persuasivo y autoritario, a todas las manifesta- pectador, se complica a éste en ella; o bien con el recurso de
ciones de la cultura, y, segundo, haciendo observar que una hacerle coautor, sirviéndose dei artificio de que la obra cambie,
diferencia se da, sin embargo, entre mandato y persuasión: a ai cambiar la perspectiva en que el espectador se coloca; etc.8 ª
saber, la de que esta última exige una participación mayor del (en política, las tesis acerca dei papel dei individuo en tanto
lado del dirigido, requiere contar con él, en parte, atribuyén- que partícipe en el honor dei grupo tienen una fundamentación
dole un papel activo. ~No hablaba Suárez, en su teología, de equivalente). Pero, claro está, a este individuo con quien el
la «obediencia activa», definiendo la posición de la criatura res- siglo XVII se enfrenta hay que moverlo desde dentro. EI «mo-
pecto a su Creador? Una idea semejante -sostuvimos hace ver o admiración» es lo que busca el arte, según López Pin-
ya muchos afios- podía aplicarse a la manera más general ciano 89 • Recordemos las palabras de Jean de la T aille que
de considerar el siglo XVII la posición del súbdito en orden al antes citamos. A diferencia de la serenidad que busca el Rena-
poder 85 ; afiadamos que análogamente podría hablarse de una
participación activa del público que soporta la acción directiva
de la cultura barroca2' Sociológica e históricamente, en este sen- ed. F. Rico, Madrid, 1968, pág. 74). En ambos casos -teatro y novela- se
trata de sacrificar e! arte ai pueblo para imponerle una ideologia más eficazmente
tido hay que interpretar la parte que al gusto del pueblo, y contando con su inadvertida colaboración.
como es tan sabido, reconoce Lope en el teatro 86 y no menos 88. Observemos también que mientras la fachada gótica o renacentista «se
en la novela 87 • ajustan a la estructura y tienen por misión principal mostrar hacia fuern las
articulaciones internas», en el Barroco se busca «la conquista por la fachada de!
espacio exterior» (Rousset, op. cit., pág. 168). Wõlfflin ha escrito ya: «existe la
85. Véase mi Teoría espaiíola del Estado en el siglo XVII, págs. 319 y tendencia a presentar e! cuadro no como un trozo de mundo que existe por sí,
sigs. sino como un espectáculo transitaria y en el que el espectador ha tenido la
86. Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, edición de Juana de José suerte de participar un momento». Y Hauser advierte que en virtud de la
Prades,Madrid, 1971. introducción del punto de vista dei espectador, en la obra barroca, «la espa.
87. «Yo he pensado que tienen las novelas los mismos preceptos que las co- cialidad es una forma de existencia dependiente de é! y por él creada» (op. cit.,
medias cuyo fin es haber dado su autor contento y gusto ai pueblo, aunque se pág. 608).
ahorqu~ el arte» (La desdicha por la honra, en Novelas a Mareia Leonarda, 89. Philosophía antigua poética, Madrid, 1953, t. I, pág. 249.
168 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 169
cimiento, el Barroco procura conmover e impresionar, directa desde el púlpito, refiriesen con vivos y truculentos matices las
e inmediatamente, acudiendo a una intervención eficaz sobre el atrocidades imputadas a los franceses que ocupaban el Princi-
resorte de las pasiones: así lo observaba ya Wêilfflin, recor- pado, «todo a efecto de mover los ánimos de los soldados a
dando que muchos de los artistas barrocos tuvieron manifes- ir a servir al Rey». Semejante resorte, en 1654, estaba ya un
taciones de neurosis: Bernini, Borromini (afíadamos, entre tanto usado, y el gacetillero afíade: «y todos se hacían sor-
otros, Alonso Cano), etc.90 • El Barroco piensa, con su con- dos» 95 • El poco éxito de tal campana de propaganda no em-
temporáneo Descartes, que, con frecuencia, los juicios de los pece para reconocer que ésta existió, y, además, montada con
hombres se fundan «sur quelques passions par lesquelles la los caracteres de lo que es la acción autoritaria en el Barroco,
volonté s'est auparavant laissé convaincre et séduire» 91 • conforme venimos sefíalándolos. En el replanteamiento dei sen-
Y ésta es una tesis que se repite un sinnúmero de veces, tido de la tragedia raciniana que en afíos próximos han llevado
dando a esa idea de admiración un carácter dinámico interno. a cabo algunos críticos, comenta E. Vinaver que todo parece
Hay que mover al hombre, actuando calculadamente sobre indicar cómo Racine, dejando de lado las reglas aristotélicas
los resortes extrarracionales de sus fuerzas afectivas. «L'hom- de la composición dramática, no se interesa más que por una
me voit par les yeux de son affection», escribía M. Régnier 92 • teoría de la misma a base de emoción, espectáculo poético de
Suárez de Figueroa estima ante una obra literaria «la aguda efi- la fragilidad humana, análogamente a la excitación dinámica
cacia en la representación de los afectos» 93 • Un jesuíta, des- que recomiendan las citadas palabras de su contemporáneo
de Aragón, escribía una carta a un doctor Gaspar Martín, Jean de la Taille 96 •
hablándole de la vida y virtudes de otro doctor, Francisco Es en los preceptistas de la época en los que descubrimos
García de la Sierra, natural de Cercedilla, gran predicador, puesto el acento sobre el problema dei «mover», hasta el pun-
elogiando en éste que «no cuidaba en sus sermones de regalar to de que, si sus páginas están llenas de tradición latina y
el oído, sino de compungir el corazón . . . Valíase de razones humanista, es en aspectos como el que nos ocupa donde trope-
vivas y eficaces» 94 : la eficacia en afectar, esto es, en desper- zamos con lo que de doctrina específicamente barroca hay en
tar y mover los afectos, es la gran razón del Barroco. No nos ellos. El moralista barroco que con tanto interés ha estudiado
quedemos viendo en esto tan sólo razones de estilo; por de- las pasiones y, como él, también el político y cuantos cuentan
bajo de ellas hay motivaciones sociales que se muestran em- con actuar sobre los movimientos de muchedumbres, no pre-
parentadas en todos los órdenes. Sabemos de un ejemplo con- tenden suprimir ni siquiera estoicamente acallar aquéllas, sino
creto interesante en que se nos revela todo un programa de servirse de su fuerza. El jesuíta P. Senault -siguiendo a Mon-
acción en el sentido que sefíalamos: cuenta Barrionuevo que, taigne- sostuvo que «ceux qui veulent ôter les passions de
cuando la Guerra de Catalufía, se pidió a los predicadores que, l'âme lui ôtent tous ses mouvements et la rendent inutile et
impuissante», y advierte -poniendo al descubierto la raíz dei
90. Rinascimento e Barocco, págs. 51-52. problema-: «il n'y a pas de passion dans notre âme qui ne
91. Traité des passions de l' âme, § 48.
92. Oeuvres, ed. cit., págs. 53-62. puisse être utilement ménagée» 97 • Hay que aceptar la presen·
93. El pasagero, pág. 114.
94. Existe una edición de este curioso documento: «Copia de una carta del 95. Avisos, BAE, CCXXI, pág. 91.
P. Martín de la Naja (S. J.), al doctor don Gaspar Martln», en marzo, Zaragoza, 96. Ed. cit., pág. 41.
1654. 97. Citado por Hippeau, Essai sur la morale de La Rochefoucauld, pág. 162.
170 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 171
eia de las fuerzas irracionales en los hombres, sus movimien- que ya hemos visto, Gracián cae en la cuenta del cambio que
tos afectivos, conocerlos, dominar sus resortes y aplicarlos con- ha sufrido el concepto de admiración, tradicional entre los
venientemente, canalizando su energía hacia los fines que se aristotélicos, y, por eso, introducirá la advertencia de que no
pretendeu. Hay que operar con los hombres como con los ele- es la admiración lo que hay que conseguir, sino la afición 100 ,
mentos de la naturaleza, sólo gobernable sirviéndose de sus porque, según él sostiene, «poco es conquistar el entendimien-
propias fuerzas. Recordando una experiencia de esta última cla- to si no se gana la voluntad» 101 • «La mayor felicidad dei
se, por la que personalmente había pasado, escribió Bocángel: mundo no consiste en imperar en mundos, sino en volunta-
des», dice Francisco de Portugal, llevando el tema a un evi-
Que no hicieron los cielos la violencia
tan absoluta (y más si la arma el viento) dente grado de trivialización 102 • Más tarde, ·como un distan-
que no la venza al :6.n quien la obedece. ciado eco, Palomino, recogiendo la experiencia de esta época,
dirá que el objetivo es «aficionar la voluntad» 103 • Mover al
No podemos dejar de citar dos textos que por lo signifi- hombre, no convenciéndole demostrativamente, sino afectán-
cativos que son nos patentizan el fondo de la cuestión: F. Pa- dole, de manera que se dispare su voluntad: ésta es la cues-
checo aconseja que «procure el pintor que sus figuras muevan tión. Sólo así se consigue arrastrar al individuo, suscitando su
los ánimos, algunas turbándolos, otras alegrándolos, otras incli- adhesión a una actitud determinada, y sólo por esa vía se logra
nándolos a piedad, otras al desprecio, según la calidad de las mantenerlo solidaria de la misma. Para la mente barroca es la
historias. Y faltando en esto piense no haber hecho nada» 98 ; única maneta de conseguir atraerse una masa cuya opinión
el otro pasaje es de V. Carducho, tratadista de pintura y gran cuenta e imponerse a ella, canalizando su fuerza en la direc-
entusiasta de Lope, en elogio del cual escribe estas palabras: ción querida.
«nota, advierte y repara qué bien pinta, qué bien imita, con No basta con decir que el Barroco se mantiene fiel a la
cuanto afecto y fuerza mueve su pintura las almas de los que temática, según tradición aristotélica y horaciana, del delectare-
le oyen ... incitando lágrimas de empedernidos corazones» 99 • docere, fundiendo las dos partes en una sola tendencia 104 • Es
A diferencia de otros, como es el caso de López Pinciano, no ver el nudo de la cuestión olvidar el tercer aspecto que en-
cierra y que altera profundamente la naturaleza intelectualista
98. · Op. cit., t. I, pág. 387. del docere: nos referimos al «mover». Que esto último sea lo
99. Diálogos de la pintura, Madrid, 1865. E1 tema de las lágrimas constituye
uno de los varios aspectos en que el Barroco preludia la sensibilidad romántica. que hay que alcanzar es lo que pone de nuevo -por lo menos
Se llega a decir que llorar es una muestra de condición varonil. Agustín de en su decisivo papel- el Barroco 105 : poner en marcha la vo-
Rojas (El via;e entretenido, edición de J. P. Ressot, Madrid, 1972, pág. 125)
sostendrá que «el llorar no es bajeza cuando nace de piedad del alma o de
propia naturaleza». Pérez de Montalbán (La fuerza del desengano, novela 100. Oráculo manual, ed. cit., núm. 40, pág. 88.
segunda de Sucesos y prodigios de amor, Madrid, 1949, pág. 64) verá que hasta 101. El héroe, Discurso XII, en OC, pág. 23.
en esto la posición dei hombre es privilegiada respecto a la de la mujer, ya 102. Arte de galantería, Lisboa, 1670, ·pág. 16.
que aquél «Por lo menos tiene libertad y tiempo para llorar». Un gran asunto 103. El museo pictórico y escala óptica, t. I: The6rica de la pintura, Ma-
barroco será e! de! conocido episodio evangélico de san Pedro: sobre él, L. drid, 1715, pág. 35.
Tansillo escribirá en octavas re~les Le lagrime di San Pietro (Venecia, 1589); 104. Mopurgo-Tagliabue, op. cit., pág. 167.
Malherbe, a imitación dei anterior, publica, en 1607, Les /armes de Saint 105. Fray Luis de Granada, en su Rhet6rica eclesiástica (II, XI) escribe.
Pierre; y Fernández de Ribera, un largo poema en redondillas, Las lágrimas de «tanto consiste en instrmr quanto en mover los ánimos de los oyentes» (pági-
San Pedro, Sevilla, 1609. na 104). La actitud, por tanto, está predefinida ya en el Manierismo.
172 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA DIRIGIDA 173

luntad, apelando a los resortes que la disparan, los cuales no pados masivamente, actuando sobre su voluntad, moviendo a
son de pura condici6n intelectual. Díaz Rengifo, viniendo a ésta con resortes psicológicos manejados conforme a una técni-
preguntarse para qué es buena la poesía, encuentra esta res- ca de captaci6n que, en cuanto tal, presenta efectivamente ca-
puesta.: «para ensefiar y mover» 106 , términos de los cuales el racteres masivos. De ahí viene la funci6n propia de la pru-
segundo transforma el sentido del primero y lo barroquiza dencia -de cuyo predomínio, en el campo de la mentalidad
cuando cae sobre él el acento. barroca, ya nos hemos ocupado-: con ella, dice Juan de Sa-
Esto se descubre f ácilmente en relaci6n con esa primada lazar, «se atraen y granjean los ánimos y voluntades» 108 • Lo
de la voluntad que desde los primeros siglos modernos se va practican así desde el arquitecto y el pintor hasta el político
imponiendo y que alcanza gran fuerza en el Barroco. «Filoso- y el moralista. En medio de esta escala, y en relaci6n a una
fía es obrar», dirá Lope 107 • Actitudes así implican una pre- esfera que a nosotros nos interesa mucho, porque reconoce-
ferencia práctica por la voluntad, o mejor un reconocimiento mos en ella un campo muy importante de aplicaci6n de la cul-
del papel preponderante de la voluntad en la vida práctica. tura barroca, Suárez de Figueroa nos dice que es «en el gobier-
Claro que esa voluntad del Barroco no es la de una libertad no donde la prudencia se ocupa más con voluntades que con
incondicionada, gratuitamente dotada de un pleno poder de entendimientos» 109 •
sojuzgar pasiones e instintos, al modo que la veía el pensa-
miento moral tradicional; es una voluntad capaz de mane-
jar hábilmente factores ciegos, perturbadores, extrarracionales,
para llegar a un resultado programado, en fin de cuentas, para
imponer de todos modos su domínio. Se dirá que esto significa
jesuitismo, lo cual es innegable. Si bien ambos coinciden -Ba-
rroco y jesuitismo- en un planteamiento semejante, no se
puede, ·a pesar de ello, hacer depender al primero del segundo;
bástenos con afumar que los jesuítas se convirtieron en pura
expresi6n de la mentalidad barroca, la cual, no obstante, se
presentará con fuerza no menor en otros ambientes. Claro que,
por lo menos en relaci6n al punto a que hacemos referencia,
no podemos dejar de lado el hecho de la difusión del suarezis-
mo, con el papel predominante que de su doctrina deriva para
la voluntad. Es sabido que los jesuítas difundieron el estudio
de Suárez en Francia, Alemania, etc. Ese hecho es testimonio
del estado mental de la época, en el aspecto que consideramos.
Así pues, el Barroco pretende dirigir a los hombres, agru·

106. Arte poética espaiíola, Salamanca, 1592, pág. 9. 108. Política espaiiola, edición de M. Herrero García, Madrid, 1945, pág. 47.
107. El Isidro, en Obras en verso, Aguilar, Madrid, pág. 369. 109. El pasagero, pág. 27.
UNA CULTURA MASIVA 175
parte de restauración tradicional que en ella se diera, nos en-
contramos ante una nueva sociedad. La conciencia de ello se
encuentra en innumerables testimonios de la época, que criti-
can, no el incumplimiento de sus obligaciones, singularmente,
por los indivíduos de unos u otros grupos, sino el desplaza-
miento que estos grupos, como tales, han sufrido en su con-
Capítulo 3 junto. Ello responde a que, en parte, la sociedad presenta
otros caracteres, va encontrándose con diferente constitución.
UNA CULTURA MASIVA Y sin tener en cuenta este cambio, sin advertir todo lo que de
nuevo hay en aquélla, es imposible entender el fenómeno del
Barroco. Aparte de que jamás ha existido sociedad que poda-
No resulta obvio que, en la crisis del siglo XVII, la clase mos considerar perfectamente inmóvil, si nos encontráramos,
dominante, en un amplio sentido de esta expresión, preten- como algunos sostienen, al contemplar el mundo social del
diera llegar al fiel restablecimiento del modelo de la sociedad XVII, ante una sociedad puramente tradicional que repitiera
caballeresca, ateniéndose tanto como a tipos de un sefiorialis- sin movimiento interno los modos de vida del Medievo, <'.Cuál.
mo medievalizante. Por de pronto, los sefiores no se esforzaron seria la razón de ser del Barroco?, ~de dónde habría surgido
en mantener sus funciones militares y, lejos de apoyar su in- esa cultura que, por mucho que se pretenda otra cosa, en el
fluencia y su prestigio en el monopolio del ejercicio de las fondo de sus creencias, quizá queda más lejos de la sensibilidad
armas, buscaron otras razones para rehacer sus privilegios: por medieval de lo que quedara antes el Renacimiento? Yo siempre
ejemplo, reconstruir su situación económica, en algunos casos, he pensado que Giotto comprendería muy bien, casi sin adver-
aunque pocos, mejorando su administración, en otros elevando tir que se hallaba ante una nueva cultura, un templo de Bra-
los arriendos, o empleando medios coactivos para la asigna- mante; pero, contrariamente, le extrafiaría un templo de Bo·
ción de las mejores parcelas en el repartimiento de bienes rromini o de Sansovino. Conservan mucha mayor dosis de
comunales, o consiguiendo patrimonializar, dándoles un conte- medievalismo Francisco I o Carlos V que no Olivares o Riche-
nido económico, a las que sólo eran facultades de tipo juris- lieu, aunque tampoco éstos, desde luego, se hallen exentos de
diccional; de ordinario, pues, tratando de aumentar el patri- recuerdos medievales.
monio y con frecuencia acudiendo para ello, como medio más Ahora bien, una nueva sociedad -aun en los términos re-
seguro, a la obtención de nuevas dádivas reales. Por esas vías lativos en que podamos hablar de ella- necesita una nueva
se fueron fortaleciendo los nunca demasiado decaídos poderes cultura configuradora de los nuevos modos de comportamien-
del grupo privilegiado que a fines del XVII son más fuertes to y de los fundamentos ideológicos que han de darse en su
que un siglo antes. Ciertamente, la pirámide de la estratifica- seno: una nueva cultura manejada como instrumento de inte-
ción social se mantuvo, aunque se ordenara en parte según gración -tal es el destino de todo sistema cultural- en el
otros criterios, lo que no dejaba de significar, en sí, una fuer- nuevo estado de cosas. Con ella, aunque no haya de llegar nun-
te erosión a largo plazo. ca a eliminarse, se espera por quienes la propagan que se do-
En una cierta medida, por tanto, y cualquiera que fuese la minarán mejor las tensiones internas, las cuales desde dentro
176 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 177
de ella misma amenazan a la sociedad. Bajo tal punto de vista y bullían en el mundo y mucho mayor el consumo de bienes
hemos de considerar la cultura que llamamos barroca, una cul- en él.
t~ra desarrollada para reducir, no solamente la inquietud reli- EI recuerdo de una situación de auge demográfico en un
g;.osa -com~ tantas veces se ha dicho--, sino toda la insegu- período precedente, que se estima perdido y que hay que res-
r1.dad produc1da ~orno consecuencia del largo período de cam- tablecer para salir de la crisis que su desaparición ha engen-
b.10s que las sociedades del Occidente europeo venían cono- drado, hizo que de la totalidad de cuantos escribieran de econo-
crendo, desde algunos siglos atrás. Las alteraciones del final del mía en el xvn, fueran «poblacionistas» (partidarios de la idea
Medievo y del Renacimiento provocaron conflictos que dieron de que las sociedades con gran roasa de población son más
lugar al estado crítico que por todas partes se observa en Eu- ricas y poderosas), como sostiene González de Cellorigo -«la
ropa al llegar a las últimas décadas del siglo XVI. Lo que se mayor riqueza dei reyno es la mucha gente» 2- o Sancho de
ofrece en el plano de los sentimientos religiosos y de la vida Moncada, que escribe todo un discurso sobre «Población y
ecle~iástica no es más que un aspecto de tantos, que vienen aumento numeroso de la nación espafiola» 3 , hasta Alvarez
suscitados por una transformaci6n mucho más general y más Ossorio, según el cual «la multitud de los vasallos enriquece
profunda. las monarquias» 4 • La abundancia de indivíduos constituye un
Se venía de una época que había conocido un notable estímulo para la producción. Desde el primer momento, se ad-
aumento de poblaci6n. Este desnível demográfico se conten- vierte que son correlativos toda una serie de fenómenos socia-
drá, aun en los mejores momentos dei XVI, dentro de los lími- les, económicos y políticos. Y todos en el Barroco creen con
tes de un movimiento de población que, aunque favorable, no satisfacción que se van a encontrar viviendo en unas socieda-
sale de las tasas propias de crecimiento de la sociedad tra- des, a poco que se haga, pletóricas de gente 5 y, consiguiente-
dicional, si bien en algún momento estuviera a punto de sal- mente, de bienes, de poder y de prestigio.
tadas. Cuando ese crecimiento cedi6 y se invirtió la tenden-
cia, qued6 hasta muy tarde la conciencia de que las masas de 2. Memorial de la política necesaria y útil restauración a la república de
población eran muy numerosas (es gracioso lo que dice el pue- Espafía, Madrid, 1600, fol. 12.
blo de Ocafia, respondiendo al cuestionario de 1578: «No se 3. Restauración polftica de Espa1ía (1619), Madrid, 1746, Discurso II:
«Población y aumento numeroso de la nación espaííola», págs. 44-51.
entiende haber habido tantos [habitantes] como al presente, 4. Extensión politica y económica, segundo de los memoríales reproducidos
per? de una cosa puede ser más notada que otras, que esta en «Apéndices», en el Discurso sobre la educación popular de Campomanes,
t. I, pág. 42. Álvarez Ossorio ve tan manifiesta la necesidad de llevar el
vecmdad es uno de los pueblos más llenos de gente que debe reino al nivel de una sociedad pletórica de gente y, correlativamente, elevar
de haber en el mundo, porque a muchos que han andado mu- la producción para estas masas, que escribe en otra obra: «ci único remedio
cha parte dél les hemos visto admirarse en este particular» 1 ). de toda la monarquia está en sembrar todos los campos» (Discurso universal
de las causas que ofenden esta Monarquía, en el mismo volumen del «Apéndice»
Pero sobre todo quedá, y quedá por mucho más tiempo la citado, pág. 356). Naturalmente, sin la industrialización no se daría el paso
creencia de que eran más que nunca las gentes que contaban decisivo: eso lo sabían ya en el siglo :i..-vn Sancho de Moncada y Martínez
de Mata y era una idea común en el xvm.
5. Los manuales de historia de las doctrinas económicas suelen retrasar
hasta el siglo xvm la aparición de la tesis de las ventajas de ser los países
1.. Relaciones. geográficas de los pueblos de Espafía ordenadas por Felipe II: muy poblados. En realidad, hay textos medievales que dicen ya esto, pero
Relaciones del remo de Toledo, edición de C. Viíías Mey y R. Paz, Madrid, si puede entenderse en tales casos que una afirmación semeiante es ajena a la
1963, parte 2.-•, t. I, pág. 180. economia y responde a la máxima evangélica de multip,Iicarse, fo der.to es

12. - MARAVALL
·1;.;

178 CARACTERE$ DE LA CULTURA DÊL BARROCÓ

Cierto que en Espafía, antes de que empiece e1 siglo ba-


rr~c~ saben todos ~ue se están produciendo en el país graves
perdidas de poblac16n. CeIIorigo considera que de todos los
1 UNA CULTURA MASIVA

pafia, si atendemos a los afios en que se d~, así l~ demuestra.


Los fenómenos de tipo masivo apareceran prec1samente en
una coyuntura de signo negativo, respecto al .desa~~ollo de1:1o-
179

males que aquejan a Ia monarquia -guerras, hambres, pes-


tes, mortanda~, descuido- el mayor es «la falta de gente que gráfico. Mas ya esa aspiración a superar tal s1tua~1on negativa
de algunos anos a esta parte se ha ido descubriendo» 6 • La quedará, en cierto modo, como eco de la tendencta. ~ plantea~­
gravedad del tema se reconoce en documentos oficiales de Fe- se los aspectos de la vida social y estatal -militares, ah-
7
lipe III y Felipe IV , y hay quien aplica un rudimentario cri- menticios, urbanos, hasta (lo veremos luego) aquellos que se
terio ,es~adístico para averiguar o, mejor dicho, cifrar cuál es refieren a escolaridad y estudio 9- bajo caracteres de una colo-
esa perdida: se trata de Pedro de Valencia 8 • Se discute sobre Ias salidad masiva. Las tendencias poblacionistas -comunes a to:
causas de~ fen?~eno, que unos banalmente atribuyen a Ias gue- dos los escritores espafioles y no espafioles del XV~I- ~ , n1
rras y em1grac1on, y otros, Ilegando a más profundo nível en su siquiera la efectiva consecución de una abundante po~l~c10~,
análisis, buscan en el interior y Ias estiman consecuencia de en un país dado, por ejemplo Francia, fueron causa or1gmana
ci~rtos aspect?s de la estructura social y/o de la política econó- de formas masivas, pero sí implican recíprocamente u?a cone-
m1ca del gob1erno. Todos desean grandes masas de población. xión previa necesaria. Y si el Estado del XVII, com~ pr1mer Es-
Esto, claro está, de suyo, no implica que se prevean, ni, en tado moderno, quiete contar con una gran poblac16n, aunqu~
caso de Ilegar a tener un país abundantemente poblado, que no siempre lo consiga, se debe a que é~ es ya una forma poh-
se produzcan fenómenos de masividad. Es, en cierto modo una tica con caracteres de una cultura mas1va.
condici6n previa, que estará en el origen de los nuevos enó- f Pero, en el xvn, una concentración de población se p:odu-
ce, aun coincidiendo con el descenso absoluto de la mtsma,
menos. Si se consigue o se anhela una nutrida poblaci6n, se
hacen ya planteamientos de tipo masivo. relativamente en ciertos puntos. Y esos puntos son los que
Ipsistamos en que no coinciden ambas cosas, desde luego. tienen un papel activo en la cultura de la época, de donde ésta
El hecho del notorio descenso del índice de población en Es- toma los caracteres con que se fa va a sefialar. .
Las alteraciones demográficas, acompafiadas de camb10s en
las relaciones de los grupos entre sí, de las costumbre~, creen-
que, desde Ja segunda mítad deJ XVI, las tesís poblacionístas se repíten con cias y modos de vida, signilicaron, aparte de los camb1os estU··
un cará~ter ~etamente económico. Véase mi obra Estado moderno y mentali- diados por los historiadores económicos, una profunda t:1'ans-
dad soczal: Szglos XV a XVII, t. I, págs. 114 y sigs.
6. Cellorigo, Prólogo ai Memorial citado. formación de la cultura. «Los campesinos que se establec1eron
7. Informe dei. Consejo Real a .FeJJpe III (1 febrero 1619): el príncipe en las ciudades como proletariado y pequena burguesía -es-
debe proceder .«temendo por la me1or renta de su patrímonio y Ia mayor
grandeza Y actJVidad de su imperio la mucha gente de sus estados en la cribe Greenberg en su estudio, que se ha hecho famoso, s~bre
cua·l más co~siste el Reino» (La Junta de Reformación, AHE, V, pág. 15.). el kitsch- aprendieron a leer y a escribir para ser más efic1en-
Carta de ~ehpe IV a las ciudades con voto en Cortes (28 octubre 1622): «El
mayor dano de todo y que en mayor riesgo tiene puesta esta monarquia es
l~ ~alta de gente Y Ja disminución y menoscabo a que han venido los lugares»
(zbzd., pág. .390).
9. Sobre el aumento del número de estudian:es, re.c?rdemos que en
una de Ias cartas de jesuítas se dice que en un apr1eto. militar grave Y ante
8. Cf. ~i trabaio. «Refi:rmismo socíal-agrarío en ,Ja crísis del sigilo XVII: un temor de invasión se hizo frente, entre otras , medidas, «sacando a l~s
tíerra, trabaio Y salar10 segun Pedro de Valencia», BHi, LXXII, 1-2, 1970. estudiantes de las Universidades» (MHE, XIV, pag. 209, carta de 12 e
octubre de 1637).
180 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 181

tes, pero no conquistaron el tiempo libre y los recursos nece- se produce en medida ya altamente estimable en el XVI~, y es
sarios para obtener las ventajas de la cultura tradicional de Ia por eso en esta centuria donde hay que colocar los primeros
ciudad. Sin embargo, habían perdido el gusto por la cultura fenómenos de kitsch. Hasta ahora estas subproductos de la
popular, cuyo fondo era el campo, y habían descubierto ai mis· alta cultura no se habían estudiado -a lo sumo, algún manual
mo tiempo una capacidad para aburrirse; por eso las nuevas de arte o de literatura, al acabar cada época, dedicaba un capi-
masas urbanas empezaron a ejercer presiones sobre Ia sociedad tulillo a los autores de inferior categoría-. Ahora ha levantado
para obtener un género de cultura idóneo al consumo. Para un interés grande el estudio de esos niveles de cultura socia-
satisfacer la demanda dei nuevo mercado, se descubrió un ;nue- lizada, pero como ha sido precisamente en investigadores _de
vo tipo de mercanda: el sucedáneo de la cultura, el kitsch» 10 • los dos países que en los últimos treinta afias han conoc1do
Según esto, se trata de una cultura -un arte, una literatura, un nível de desarrollo más espectacular, y paralelamente una
unas distracciones y juegos sociales, etc.- producida por las invasión de los medias de comunicación de masas y un incre-
exigencias de una nueva situación de la sociedad, traducida en mento fabuloso de las masas de consumidores de productos
nuevas relaciones de mercado y de posición de Ia población culturales normalizados, el fenómeno ha tendido a ser observa·
consumidora en él, que tiene a su disposición unos productos do como una novedad, como algo que antes no se había dado.
comercializados. (Claro que por mucho que retrasáramos el he- Ello es muy explicable, según se nos advierte, porque tampoco
cho de que el éxodo de las multitudes rurales a la urbe fuera se habían conocido antes las circunstancias de desarrollo in-
causante de nuevas formas de una cultura vulgar, los ejemplos dustrial de las últimas décadas. Además, esos especialistas que
que el comercio cultural dei kitsch nos ofrecería, en aquel mo- hoy estudian el fenómeno, por los países de do?de. pr~ceden
mento inicial, no podrían ser nunca los mismos de los que hoy -Estados Unidos, Alemania, etc.-, se han sentido inclinados
se ocupan los investigadores sociales. Aquellos de cuando el a no ver en el tema que tan novedosamente estudiaban más
fenómeno empezó tenían que ser otros y en su trama más sen- que razones económicas directas. Las gran~es empresas prod~c­
cillos. Pero no puede impedimos esa diferencia que, ocupán- toras, aplicadas al terreno de la produc~1ón cultural, habr1an
donos dei sigla barroco, no hablemos dei proceso de masifica- dado lugar al kitsch por razones mercantiles. .
ción social que implica el kitsch, porque no hubiera entonces Y0 no creo ni en una ni en otra cosa. Como he d1cho, la
radio o grandes periódicos de que pudiera servirse el público; diversificación de niveles culturales -que por otra parte habrá
tampoco los había en 1830, y menos todavía en 1700, y, sin existido siempre- y con ello la aparición de la cultura vulg~r
embargo, se ha aplicado ese concepto a la situación socio-cul· y medíocre, en la forma específicamente moderna, aunque mas
tural en tales fechas. Trataremos de hacer ver que su comien- 0 menos desenvuelta, es un fenómeno que hay que adelan~ar a
zo -haciendo constar siempre que se trata de formas inicia- las fechas de la crisis social con que se abre la modern1dad.
les- puede ya descubrirse en el Barroco.) Si, como pretende D. Macdonald, no hay pintura gótica bue?a
La irrupción de la población campesina sobre las ciudades y mala 11 ( entiendo yo que seria mejor decir que no hay pin-
tura sujeta en sus diferencias de calidad buena o mala a fun-
10. Cf. C. Greenberg, «Vanguardia y kitsch», publicado originariamente
en The Partisan Review, 1939. Cito por Ia traducción castellana recogida
en Comunicaci6n, núm. 2: «La industria de Ia cultura», Madrid, 1969, pá- 11. Dwight Macdonald, «Masscult and midcult», The PartiSan Review,
gina 203. 1960, y recogido en Comunicación, núm. 2; véase pág. 69.
182 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 18.3

damentos sociales), sí hay pintura barroca buena y mala, y hay tareia), esto es, como una actividad de producción económica;
teatro y toda clase de manifestaciones culturales, desde la ar- o, mirando hacia otro lado, el hecho de que los libras se en-
quitectura a la novela, buenas y malas por influencia de condi- víen a carretadas desde Lyon y otras ciudades europeas en
cionamientos sociales. Al decir malas, podemos ligar esa desfa- verdaderas recuas, como hiperbólicamente dice Saavedra Fa-
vorable nota cali:ficadora a las condiciones que dan lugar al jardo, todo ello revela un hacinamiento de población y una
kitsch: una cultura vulgar, caracterizada por el establecimiento industria cultural a su servido 13 •
de tipos, con repetición standardizada de géneros, presentando Hemos hablado muchas veces del éxodo rural hacia las ciu-
una tendencia al conservadurismo social y respondiendo a un dades en el sigla XVII -lo que no hay que confundir con un
consumo manipulado. Establecemos estos caracteres basándo- necesario abandono de la profesión agraria-: sabemos que las
nos, en gran parte, en los que al kitsch de nuestros días atri- dificultades económicas del momento lanzaron nutridos grupos
buyen P. F. Lazarsfeld y R. K. Merton 12 • Naturalmente, si los de jornaleros a los medias urbanos, donde cambiaron grave-
medias de comunicación de masas son de diferente naturaleza mente de formas de vida y de carácter. Diego de Colmenares
hoy a los que corno tales podemos considerar en otra época nos advierte de los hábitos pendencieros, discutidores, tenden-
(no hay en el XVII ni radio ni TV; hay, sí, libros, representa· tes a la diversión y bulia callejera, etc., que se dan entre
ciones teatrales comercializadas, pintura a granel, canciones de ellos 14 ; por otra parte, en número mucho más reducido, pero
moda, carteles, programas, libelos, etc.), y si es fácil cornpren- nunca despreciable, aumentá el número de mercaderes y de
der que tales medios, en su naturaleza y pósibilidades de in- profesiones de muy diverso tipo; hubo también un incremento
fluir, estén siempre, hoy corno ayer, en relativa dependencia de nobles y, más aún, de criados y servidores de los mismos
de 1a estructura de la propiedad y de las formas de gestión de que pasaron a habitar a la ciudad y recorrían sus calles y con-
Ia misrna; si ello da lugar a que no se puec:la hablar, incluso en currían a sus lugares de reunión, todo lo cual implicaba la
nuestros días, dadas las diferencias estructurales que de un necesidad, en e1 árnbito ciudadano, de procurar un alimento
país a otro existen, de los mismos aspectos de la comunicación cultural a toda esta abigarrada población, que se contenta en
con las masas en la U.R.S.S. que en los EE.UU., mucho más dife-
rentes tenían que ser los que los posibles productos-kítsch 13. La anticipación del fenómeno kitsch a la cultura de! siglo XVII se
presentaran en el XVII respecto a los que se han visto después. comprende con esta observación del propio L. Giesz: «La curiosidad placentera
y el disfrute dei kitsch se combinan a maravilla desde la historia horripilante
Pero el hecho de que cornpafiías organizadas estuvieran pro- hasta el teatro épico. En el fondo, y desde un punto de vista antropológico, se
vistas de un aparato quizá más o menos pobre o complicado trata del mismo sustrato de vivencias que se activa tanto en lo sensacional como
en lo cursi» (Fenomenología del kitsch, tvad. cast., Barcelona, 1973, pág. 54).
para montajes escénicos; o el de que se construyeran salas ex- Discutiremos a continuación esa identificación o aproximación de kitsch Y
profeso para la comedia, de que la representación de ésta se cursi. De momento, observemos que con frecuencia se sefiala la fecha de
convirtiera en oficio y el oficio de representantes pidiera ser 1700 como la de la gran explosión de público que lee, que se interesa por el
arte, que demanda una cultura; aunque pueda haber diferencias cuantitativas im-
considerado como un trabajo (recordemos la <<loa» anónima portantes, la expansión y deformación avulgarada de ciertas fo~mas de la :u1-
en alabanza del trabajo, que figura entre las que coleccionó Co- tura que integran el kitsch se da ya con toda franqueza en e1 s1glo XVII: pién-
sese en la amplia discusión en la época sobre dos conceptos tan ligados al re-
conocimiento de niveles superiores e inferiores en la cultura, a saber, los de
12. «Comunicación de masas, gusto popular y acción social organizada», «guStO» Y «vulgo».
if?id. 1 págs. 242 y sigs. 14. Historia de Segovia, reedición de Segovia, 1920.
184 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO
UNA CULTURA MASIVA 185
su mayor número con obras de tipo media y bajo, y que en
duamente, porque en su tipo de vida había un mar~e.n de ocio
algunos casos requiete también creaciones del más alto nível
suficiente para dedicarse a la lectura u otras act1v1dades de
cultural, de manera que el ctecimiento utbano de la época del
tal tipo. (Aunque, en la novela y en el teatro -y si atendemos
Banoco corre paralelo a la exigencia de un crecimiento cul-
tural en todas Ias capas. a sus elementos iconográficos, también en la pintura-, aparez-
can cultismos que parecen corresponder a una formación supe-
Probablemente esta expansión de la cultura en el siglo rior, en general son productos que equivaldrían a lo que algún
xvn. tu~o un lado positivo: muchos de los incorporados al sociólogo ha llamado el midcult, y, aun en muchos casos
medio cmdadano y muchos de los que se aproximaron a per- -como en jácaras, mojigangas y otras dases de representa-
sonajes que ya ,en él constituían un grupo culto y, junto a ellos,
ciones teatrales- hay que aceptar que se trate de puro y
los ~uchos mas que acuden a las aulas universitarias -cuya simple masscult 15 ~) En cualquier caso, estamos ante manifes-
capac1dad total, con Ia cteación de univetsidades y cátedras
taciones de kitsch, al que pertenece la mayor parte de la pro-
en el Renacimiento, ha crecido considerablemente- todos
ducción teatral y novelística, especialmente, de! xvn. No otra
ellos s?n. indivíduos que aprenden a ver, a escuchar, ; leer y
cosa significan los miles y miles de comedias lanzadas al con-
que as1m11an obras de Ia gran cultuta (la refetencia de Porre- sumo de la época.
fio, tan conocida, a Ia lectura popular del Quijote, o la de
(Contribuirá esto a aclarar, sobre una base de explicación
Malón de Chaide a la de Ia Diana de Montemayor son datas
histórico-social, por qué al estudiar el Barroco hemos ?e es-
significativos). Pero aquella expansión tuvo tambÚn un lado
tudiar o por lo menos hemos de contar con la presencia del
negativo: Ia numerosa población desplazada perdió su cone- mal gusto, de lo feo, de la obra de haja estilo? De otras épo-
xión con su medio tradicional, en donde se venía conservando cas anteriores podemos prescindir quizá de este sector. En el
y .renovando secularmente lo que llamaremos una cultura po-
Barroco no podemos hacer otro tanto. Incluso hasta unas fe-
pular -sin que podamos aqui entrar ahora a discutir sobre chas no muy lejanas, todo el llamado estilo barroco se ha iden-
ella-,
., . cortó sus contactos con elementos familiares ' con ede- tificado con un estilo de mal gusto. Era sencillamente esta:
sias:1co~, c~n otras gentes de otras profesiones, quizá con cier-
que con el Barroco, por una serie de razones sociales, surge
tas inst1tuc1ones y hasta con personas prestigiosas que se ha-
el kitsch, y entonces hasta la obra de calidad superior ha de
llaban en su entorno rural de vecindad y amistad. Ante esta hacerse en coincidencia y en competencia con obras de esos
situa~ión se .hada necesaria una cultura que reemplazara a Ia otros niveles, en definitiva, de cultura para el vulgo. A veces,
anter10r, derivada como un subproducto de Ia superior cultura: hasta un mismo autor puede ser responsable de obras de uno
el kitsch. Éste no puede tomarse como una divulgación de y otro nivel -bástenos recordar a Lope y a Calderón-. Pero,
reducidas porciones del saber de los cultos, de pequenas dosis además como es necesario fabricar más cultura porque hay más
de cultura elevada que se transmite más o menos groseramente
consuro'o hacen falta más fabricantes o productores de la mis-
a otras capas. No: se trató, ya entonces, de fabricar una cul-
ma. De 'ahí el fenómeno, posible de medir estadísticamente,
tura vulgar para Ias masas dudadanas, probablemente -esto
se podría hoy estudiar con computadores- según un nível
dado que correspondia al de dases medias, las cuales eran las 15. Sobre la diferenciación entre masscult y midcult que aquí manej~mos

l
que sabían leer y practicaban esta actividad cultural más asi- nos atenemos a los conceptos establecidos por Dwight Macdonald en su citado
trabajo. ·

i
186 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 187
de! descompasado aumento de! número de escritores y artistas sese en la mayor parte de los objetos -junto a algunos del
que en el siglo XVII apareceu por todas partes, entre los cuales más auténtico arte- que fueron reunidos, que fueron perso-
-cosa nueva- se han de dar forzosamente los adocenados al nalmente escogidos y vividos por gentes de alto rango, en el
gusto de un público de muy medíocre nível. ' convento en que hoy pueden contemplarse, como el museo ma-
Como el kitsch de nuestro tiempo, el Barroco vulgar no es drileno de las Descalzas Reales, un museo barroco por anto-
u?a contracultura P_?Pular -nada más lejos de ello-, ni pro- nomasia. En cambio, en el otro sentido, como arte malo para
p1amente un sucedaneo de la cultura, aunque esta expresión épater a roasas -roasas que pueden ser de ricos y cortesanos-,
~u':~ª emplearse en términos de mercado, atendiendo a sus po- recuérdese la colección de cuadros que sobre escenas de la vida
s.1b1lidades de consumo. Es más bien una cultura de haja ca- de Maria de Médicis pintó Rubens y se expone hoy en el Mu-
hdad, que puede llegar a ser una pseudocultura, un pseudo- seo del Louvre rn. En el primer caso, el arte religioso, con su
arte, etc. Puede tratarse, incluso, de una cultura mala, pero dulzonería y nonez o con su tremendismo y fealdad, en ambas
siempre con suficiente parecido con la superior cultura para versiones facilón y recargado; en el segundo caso, esos cuadros
que puedan designarse con la misma palabra: cumplen, en fin
de cuentas, la misma o muy parecida función y en definitiva 16. Hemos citado el nombre de Rubens. En otro terreno, hubiéramos po-
si ello es así, es porque respondeu a una de~anda de igunl dido hablar de Lope. Si nos ocupáramos de otra época, por ejemplo el XIX, _tal
naturaleza. Sin que entremos a discutir una cuestión de len- vez tendríamos que echar mano -atendiendo a1 arte más genuíno de ella, la
novela- de nombres como Balzac, W. Scott, Dickens, Pérez Gald6s, Zola, etc.
guaje, en la que carecemos de la más elemental competencia, No hay una separaci6n ni incompatibilidad necesarias entre cultura elevada
creo que la traductora del pequeno Iibro de L. Giesz, Esther y· kitsch: pueden fabricar la segunda los mismos que crean la primera;
Balaguer -cuyo trabajo es muy de agradecer por su dificultad pueden hacer de mecenas respecto a fa primera los mismos que financian
la· segunda; y hasta lectores o espectadores de una gran obra acuden a dis-
y novedad- tiende a identificar con exceso el kitsch y lo traerse o emocionarse con el kitsch. Más grave es, incluso, el hecho de que
cursi, hasta el punto de que corrientemente vierte Ia primera en un país los manuales de arte o de ~iteratura que se editan hagan cl
elogio convencional de Rembrandt o de Miguel Angel, de Mir6 o de Kan-
palabra por la segunda. Me parece que en el kitsch hay siem- dinsky sin que en ello se inspire el sistema de valores, de creencias, de
pre una referencia a una categoría de roasa, a un público, a aspiradiones, de gustos, que rigen en la educaci6n social que queda sometida
un grupo social humano que en el concepto de lo cursi no se a un criterio kitsch. Es más: también esos mismos artistas y sus grandes
obras -no las meras concesiones que hayan hecho a otros niveles- pueden
da. Éste es más bien, de suyo, un fenómeno individual: es una ser utili~ados en forma de kitsch, como en esos calendarios de empresas.
persona la que se nos aparece como cursi, sin perjuicio de que que quieren aparecer cultas y reproducen en la haja de cada mes un éuadro
por extensión podamos atribuir tal carácter a un grupo. Pero, de máxima calidad para su más inadecuada contemplaci6n. Se ha dicho que
en cierta forma el kitsch necesita de una gran tradici6n cultural de la cual
por definición, el kitsch responde a una categoria humana de vivir parasitariamente. En cualquier caso, es una cultura vulgar -no popu-
roasa -empleando la terminologia de Ortega- y el cursi es lar- de baia calidad, que si se produce así no es por necesaria incapacidad
del ~rtista empleado, el cual puede pertenecer a la primera línea entre los
un sujeto personal, de manera que hasta en la expresión abs- de su oficio ni se requiere tampoco forzosamente que el «productor» de
tracta «lo cursi» viene a ser como predicado de uno y otro, kitsch crea ~ la incapacidad crítica del público receptor. Si la creaci6n cultural
de muchos sujetos singulares, tomados particularmente. Claro se relaia en una producci6n mecanizada o poco menos, si es 1>0sible hablar
de la «industria de la cultura», ello acontece por razones muy definidas Y de
que hay mucho de común: no en balde Ia senorita Balaguer ha muy serias consecuencias sociales. Confieso ai lector que, mientras he estado
dado esa traducción. Para advertido así y comprender lo que escribiendo esta nota, he tenido en mi mente el recuerdo del Arte nuevo
de hacer comedias, que es un perfecto recetaria de kitsch, escrito por el propio
de kitsch, en el setido de lo cursi, hubo en el Barroco, pién- Lope.

..
1
188 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 189
de la Regente que parecen arengas gubernamentales y están en el campo de difusión de la cultura, el Barroco puede pre-
hechos para manipular a la opini6n, en una época autocrática, sentarse como un fen6meno de kitsch. EI sigla XVII conoce
nos hace~ :'er, unos y otros, que en el siglo xvu podemos en- una expansi6n que prepara el fenómeno: la imprenta se juzga
contrar facilmente cultura de masas, kitsch con caracteres como como una industria de cultura que trabaja para una gran can-
los que Giesz emplea, poniendo de relieve ese carácter masivo tidad de consumidores. Y, aunque sea inicialmente, también la
que nosotros queremos reconocer en el Barroco. pintura conoce como el primer barrunto de una tendencia que
Mas, ~c6mo aparece y se explica Ia atribuci6n de ese ca- se va a consolidar más tarde en la misma línea: ya como toda
r~cter masivo ª. 1~ cultura del Barroco? Directamente depen- producción de este tipo, procura atender a Ia demanda, claro
dientes del. creclnllento demográfico en e1 xvr (que en las ciu- está, pero no se subordina directa e individualmente aI previa
dades contmu6 en el XVII, aunque, en términos generales, esta encargo, sino que, en cierto modo, prepara y configura a aqué-
se~nda cent:-iria f~era de detenci6n o retroceso del factor po- lla. Tal vendría a ser e1 citado caso de Giorgione y de Tiziano,
blac16n!, se unpus1eron formas econ6micas y sociales que, en que trabajan para e1 mercado y no para previas y singulares
m~y diferentes gradas de evoluci6n, algunos han llegado a peticiones 18 • Se ha dicho que Rubens llevó a cabo «la aplica-
calificar de producci6n masiva. Así vino a ser considerada en ción de métodos de manufactura a Ia organización del trabajo
la época misma Ia industria de Ia imprenta. Desde mediados artístico», que en Amberes un gran número de maestros de
del XVI se a:lirmaba que eran tantos y tan baratos los libros pintura y grabado -superior al de los que se empleaban en
que la imprenta producía que nadie, por corto que fuera su ciertas industrias de la alimentaci6n- seguían métodos seme-
cau~al, po?,fa verse ?bligado a renunciar al libro que deseara. jantes y que todo ello denuncia un modo de producción de tipo
~a 1mpres1on mecániça es capaz de proporcionar grandes can- manufacturero 19 • Algo semejante podría asegurarse de Alon- 1
t1dades aI n:ercado: «por esta causa, los libros, antes raros y so Cano, Murillo y algunos más. En algunos tratados de 1
de gran prec10, se han '\Tuelto más comunes y c6modos», confor- j·
pintura de la época, muy especialmente en el de Francisco Pa-
me a un modo de estimaci6n que fácilmente podemos com- i
17
checo 20 , se observa que en buena parte son recetarias para una
probar • Contando con un instrumento así, entre otros, el producci6n en serie. Son aspectos de la economia, de la cultu- 1
cual pu~de alcanzar una producci6n masiva y barata y en con-
secuenc1a ser capaz de alcanzar aI gran público, precisamente
ra y de la sociedad dei XVII que se han ligado muy estrecha- l
mente entre sí. Como caso típico de un sistema de prefabri- l.,
cación que propone -y prácticamente impone, por lo menos ~'
.17. Su:&ez de Figueroa, Varias noticias importantes a la humana comuni- en cierta medida- unos modelos de productos ya hechos, la
cacz6n, folio 234: «No se ignora hacerse por este camino más obra en un
solo dfa, que en un aõo pudieran muchos doctos escritores». Este autor se
ciudad barroca conoce las tiendas de prendas de vestir con-
ocupó. del tema también en su obra Plaza universal de todas ciencias y artes feccionadas. Lope presenta, en una de sus novelas, a un caba-
(Madrid, 1615). Otros testimonios semejantes -en los que Ia consideraci6n de
Ia .i;ro~ucción masiva de la imprenta ref!eja la imagen de una sociedad en
crec1m1ento- los he recogido en mi obra Antiguos y modernos~ La idea de 18. G. Francastel, «De Giorgione au Titien: l'artiste, le public, et la
pr~greso en ~l desarrollo inici~l de una sociedad (Madrid, 1967), y en mi commercialization de l'oeuvre d'art», Annales, núms. 15-16, noviembre-diciem·
a:t1culo «La imagen de la soc1edad expansiva en la conciencia castellana del bre 1960.
s1glo XV~», Hommage à Femand Braudel, Toulouse, 1972. Es éste uno de los 19. Hauser, Historia social de la literatura y el arte, t. II, Madrid, 1957,
aspectos en que el ?arroco no sólo continúa, sino que acentúa una tendencia págs. 634 y sigs.
de la época renacent1sta.
20. Edición de Sánchez Cantón, Madrid, 1956.

';I!
'.
190 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO ti'NA CULTURA MASIVA 191
llero, al llegar a Madrid, «comprando a sus criados bizarros a pesar de lo cual descubrimos un contagio y una impregna-
vestidos de aquella calle milagrosa donde sin tomar medida ción de la mentalidad a que ese difundido género híbrido
visten a tantos» 21 • responde. De manera similar, el siglo XVII contemplá el desa-
Es bien sabido que no todas las sociedades europeas al- rrollo de modos de vida y de mentalidad de carácter masivo,
canzan igual nível de desarrollo; de todos modos, hay que paralelos al desarrollo manufacturero, aun allí donde la indus-
reconocer que el Barroco se forma y madura coincidiendo con tria apenas alcanzó tal nível. Pero, además, dado que ese
el desarrollo del trabajo en talleres de tipo manufacturero inicial carácter masivo de que aquí hablamos tiene una pro- ··~
como ejempio de los cuales Max Weber citaba un cuadro d~ yecdón general, puede apreciarse claramente antes de que apa-
Velázquez, Las hilanderas. Claro que faltará mucho tiempo rezca con cierta fuerza en el terreno de la economfa y con
para que la producción manufacturera alcance un nível apre- · independenda de determinantes económicos, aunque siempre
ciable, salvo en Inglaterra (en Espafia se observará, incluso, en relación con condiciones que sobre la misma economía
un retroceso ). El hecho, sin embargo, de que los términos «fá- operan.
brica» y «manufactura» se generalicen para designar, en la len- Se ha dicho que Ia revolución industrial ha producido las
gua castellana, las maneras de producción industrial en Ia masas. Ella desarraigó a las gentes de las comunidades agra-
época, conforme puede comprobarse en el léxico de los econo- rias y las apifí.ó en las ciudades que crecieron en torno a fas
mistas -Sancho de Moncada, Martínez de Mata, etc.- nos fábricas 23 • Ya llevamos dicho algo sobre ello, pero quisié-
revela que la mentalidad de la época aprecia de otro modo la ramos insistir en que no ha de contemplarse la revolución
actividad industrial. Naturalmente, no se trata de ninguna or- industrial como una aparición repentina y que de golpe trans-
ganización fabril de la producción, y el hecho de que esas dos forina todas las cosas. Ya hemos hecho mención de tantas al-
palabras citadas y la palabra «taller» se usen indiferenciada- teraciones que se preparan desde el Renacimiento, alcanzan un
mente nos advierte del nível incipiente de los cambios 22 • Por nível apreciable en el XVII y conocen una expansión grande en
otra parte, observemos, como ejemplo, que hoy se da una pro- el XVIII. Cuando la gran fábrica vence ai taller manufacturero,
ducción y consumo masivos de ciencia-ficción en países que el arte y la cultura kitsch se encuentran con una doble condi-
no participan plenamente en el desarrollo de la ciencia actual , ción de que no habían dispuesto hasta entonces: una «pro-
ducción industrial standardizada» para un «consumidor tipifi-
21. La prudente venganza, en Novelas a Mareia Leonarda, BAE, XXXVIII,
pág. 32. En relación con ésta, recordemos la refetencia a la calle de la Ro-
cado». Habría que ponerse de acuerdo sobre a partir de qué
pería, seiiruada por F. Rico (ed. cit., pág. 193), en e! Guzmán de Alfarache tasas se pueden emplear esos dos conceptos que acabamos de
(2.1.1.). usar, plenamente. Pero, mientras tanto, nosotros, que creemas
22. Manufactura: «Una explotación de taller a base de obreros libres,
que trabaian sin utilizar energia mecánica, pero reuniendo a los operarios siempre en el carácter sucesivo y de largo tiempo en su desa-
Y sujetándolos a un trabaio disciplinado». Sobre esta definición de origen rrollo de los conjuntos históricos, no podemos dejar de ver
marxista, aiiade M. Weber otras dos condiciones: la falta de capital fijo que los primeros fenómenos de sociedad masiva apareceu en
Y la ausencia de una contabilización capitalista (Historia económica general
México, 1956, págs. 148-149). Creemas que habría todavía que referirse a n~ el XVII y son correlativos, no ya de la producción en seri~, tal
haberse alcanzado en tal sistema industrial un nivel de división de trabajo como se emplea este concepto en el régimen de gran fábrica,
propiamente tal. Un lejano vislumbre de este régimen de trabajo industrial en
tiempo del Barroco, se encuentra ya en Caxa de Lerue:la (cf. mi Estado mod~rno
y mentalidad social, t. II, Madrid, 1972, pág. 395). 23. Volvemos a referimos al estudio de D. Macdonald, pág. 80.
192 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CUL 'I'URA MASIVA 19.3

pero sí de la que podríamos llamar producción de corta repe· ciedad moderna, la cual reúne, sobre un extenso territorio, una
tición, tal como se da en la manufactura. Y cuando estas con- población abundante, o, mejor dicho, incorporada y hecha pre-
diciones productivas se dieron en el terreno de la cultura -el sente como nunca hasta entonces, a la que tiene que alimentar
libro, el grabado, etc.-, se aplicaron a que se trabajara para y gobernar, exigiendo una y otra cosa mod~s masivos hasta
un «público», ya de carácter impersonal, por lo menos en el entonces no utilizados y trayendo plantealnlentos nuevos en
nível de posibilidades del momento. De esa maneta, las obras el gobierno de esa sociedad.
maestras de la época barroca, en todos los campos, van acom- Indudablemente, el nível de fabricación para el gran p~bli­
pafiadas de masas de obras medíocres y hajas, de midcult y de co requiete una serie de condiciones económicas y mater1ales
masscult, que motivaron esa inspiración vulgar del kitsch. No que sólo alguno de los países europeos ha logrado alcanz~t ya
en todos los países la producción industrial y fabril había en el siglo x1x: gran concentración de mano de obra, edifica-
alcanzado el mismo nível, pero en todos era conocida la ma· ciones especiales en las que reunir maquinaria y operar~os, un
nufactura -en todos los países barrocos-, en todos ellos alto grado de desenvolvimiento de la división del trabaJO, una
eran conocidos y consumidos los productos manufacturados, y elevada tasa de invetsión capitalista, inventos técnicos, prácti-
en todos, consiguientemente, puede aparecer el kitsch como cas de comercialización, amplios mercados de consumidores.
un acompafiamiento necesario de la cultura barroca. Pero sobre Nada de esto había en el XVII -salvo un serio comienzo en
todo el fenómeno, más que de una motivación económica di- Inglaterra-, pero en todas partes aparecían primeros vislum-
recta, en el cambio de los medios de producción, depende de bres de este ulterior desarrollo, sobre lo que hemos dado ya, a
causas sociales (detrás de las cuales, a su vez, podrá haber fac- nuestro parecer datos suficientes. No se trata, ciertamente,
tores económicos), y en este caso se trata de la concentración como observa D.
Macdonald, de que una poderosa clase domi-
de masas de población (en parte, de carácter improductivo) en nante haya ido excluyendo del goce estético y cultural superior
los núcleos urbanos. a las grandes masas. Si él mantiene esta negación respecto a la
Si, como llevamos dicho, la cultura barroca se conecta con Edad Contemporánea, mucho menos podremos creer que fue-
una sociedad sefiorial restaurada y de base agraria, ello no con- ra de otro modo en el XVII. Sin duda -conviene aclarar este
tradice que sea una manifestación directa de la época de la punto- no todos, ni mucho menos la parte mayor de los indi-
manufactura, o mejor, dei desarrollo dei consumo de produc- víduos y aun de grupos sociales enteros, podían participar de
tos manufacturados. Las condiciones económicas que de este ese goce cultural, precisamente por las condiciones sociales in-
hecho surgen, cuentan -aunque los productos manufacturados feriores, de pobreza y subordinación, en que se hallaban. Pero,
pueden no ser fabricados en el país, como sucedió con muchos en cualquier caso, a un grupo social dominante no se le pudo
de ellos en Espafia, y proceder de importación legal o con- ocurrir entonces emplear, para hacerlos consumir a un gran
trabando-. Pero aquellas de que en gran medida puede público dominado, unos productos culturales vulgares.' ~ fin
decirse que dependen los grandes cambios del momento de mantener a ese público en un nivel de desenvolv1m1ento
son las condiciones sociales de las grandes monarquias eu- bajo. Esto no pudo suceder hasta que no empezó a verse que
ropeas. No hablemos, pues, de la técnica de la producción t:xistfan unos hacinamientos humanos, los cuales actuaban ma-
industrial en serie como de algo en pleno desarrollo, pero sí, sivamente, esto es, como público, y que correlativamente se
por lo menos, de la ptimera fase masiva de una primera so· disponía de medios de producción apropiados para aumentar

13. - YAltAVALL
194 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 195
las tasas de fabricación -de muebles o de cuadros de come- como ya hemos expuesto en capítulo anterior, una «cultura
dias, novelas o imágenes de iglesia, etc.- con de~tino a un dirigida».
público de tal tipo, de manera que se le podía venir a configu- Siempre, en relación a la cultura masiva, se ha planteado
rar de un modo predeterminado. Así pues, antes de que unas el problema de si es que se le da al público lo que desea
condiciones económicas impusieran ampliamente la industria o es que se logra hacerle desear lo que se le ofrece. No cabe
cultural del kitsch, ya unas condiciones sociales y políticas en- duda de que el público está condicionado por la oferta que
contraban posibilidades nuevas para los intereses de un grupo, tiene ante sí y que todo consiste en presentársela de manera
posibilidades consistentes en servirse de las incipientes mani- que suscite unos sentimientos a los que aquél parece respon-
festaciones de lo que por lo menos podemos llamar «manufac- der. Aquel que lleva la empresa de producir cultura kitsch
tura cultural», capaz, eso sí, de producir en cantidades muy está interesado directamente en ello o se ha puesto al ser-
superiores a aquellas en que se mantenía una cultura original, vido de los intereses que aquélla sirve. Se manipulan las
creadora y crítica -porque aquí cuenta fundamentalmente la opiniones al servido de determinados intereses. Y sucede con
cantidad, como alguna vez se ha observado 24- . esto que, dado que los investigadores que han estudiado el
Si las condiciones demográficas, económicas, técnicas, del fenómeno social de la cultura vulgar en nuestro tiempo perte-
sigla XVII posibilítaron un arranque de «industria de la cul- necen a los más grandes países, resulta que lo que han sometido
tura» o, lo que viene a ser equivalente, de kitsch, y si los que a su investigación sobre todo -porque es lo que más abulta-
llevaron un papel dirigente -no sólo política, sino social- han sido las empresas de los grandes rotativos, de los grandes
mente- en el ámbito de los pueblos europeos de aquella almacenes, de las grandes organizaciones de radio y televisión,
centuria comprendieron los efectos que de ello podían sacar, y, en consecuencia, les fue fácil descubrir, detrás de todos
tendremos que aceptar que, alrededor de las grandes obras estos complejos, intereses comerciales en gran escala. Pero,
que algunos hombres fueron capaces de crear en el siglo XVII, sin embargo, cuando -insistimos en ello-, mucho antes del
creciera por todas partes una cosecha de midcult y de mass- tiempo en que se supone, esto es, ·cuando aparecen las pri-
cult, cuyos productos van a ser empleados en la manipulación meras producciones orientadas a un «público» propiamente
de esas masas de individuas sin personalidad, recortados en tal -o, dicho con más rigor, a un público sociológicamente
sus gustos y en sus posibilidades de disfrute, pero incapaces definido como tal-, cosa que acontece en el siglo XVII, se
de renunciar a una opinión, aunque ésta no fuera más que utilizan los eficaces resortes del kitsch, éstos se aplicarán para
una opinión recibida. Esas masas son el público. configurar tipos, formar mentalidades, agrupar masas ideoló-
El problema estaba, entonces, en acertar a formar una gicamente. Así se tendrán indivíduos extrarracionalmente fun-
opinión que fuera la que las masas recibieran o, mejor dicho, didos en sus opiniones, al servido de la organización social,
que fuera idónea para ser masivamente recibida. Lo que en política y económica de la época; esto es, de los intereses de
el Barroco hay de kitsch es lo que en el Barroco hay de téc- la monarquía y del grupo de los sefiores. Aplaudir a Lope,
nica de manipulación; por tanto, lo mismo que hace de aquél, en su Fuenteovejuna, era estar junto a la monarquía, con sus
vasallos, sus libres y pecheros. Aplaudir a Quevedo era tam-
24. Lo decía Croce comentando el «método mecánicm> de W. Scott. bién lo mismo, aunque pudiera surgir el caso de una discre-
Citado por D. Macdonald, pág. 89. pancia, mayor o menor, entre los que formaban el grupo diri-
196 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 197

gente. Gozar de Góngora, de Villamediana, de Arguijo, etc.,· porque, incipientemente y en número incomparablemente me-
también lo mismo. No, claro está, en ninguno de estos casos nor, existían ya unas y otras y su adhesión era decisiva en los
-ni en el de los que acabamos de citar ni en muchísimos conflictos y más aún en las guerras de la época, esas mismas
más-, porque se propusiera en el texto o en el lienzo o en monarquías comprendieron que tenían que usar de recursos
el escenario la adhesión a un sistema, sino porque se ayudaba culturales, no de los que singularmente permiten influir sobre
a preparar la mentalidad que había de servir a ello de base. aquello en que un individuo difiere de otro, sin,o «sobre los
La industria cultural dei XVII -los miles y miles de cuadros reflejos que comparte con cualquier otro». De ahí el uso pre-
y de sonetos, de obras teatrales, pero también de prendas de ferente de técnicas -o quizá simplemente de procedimientos-
vestir, de libelos y pasquines, de modos y ocasiones de con- de reproducción; toda la tecnología dei kitsch -desde la im-
versar, pasear, distraerse, etc., etc.- planta su manipulación prenta hasta la televisión- tiende ya de suyo y desde su pri-
desde los centros en que se imponía el gusto. c:No hubo, aca- mera hora a producir repetitivamente 25 • Aplicándolo a nues-
so, centros -y hasta discusiones acerca de ellos (recordemos tros días, Giesz ha escrito: «Kitsch y psicología de masa tie-
páginas dei preceptista Carballo y de tantos más)- donde nen la misma estructura. Quienes hoy producen el kitsch no
estaba establecido que se había de formar el gusto que se son mentes ingenuas, sino astutos psicólogos de masas, es de-
aceptara, centros que eran siempre inmediatos a aquellos so- cir, personas que indudablemente poseen conciencia dd kitsch,
bre los que actuaba el poder? Claro que esto no quiere decir que llegan incluso a investigar sistemáticamente las técnicas
que no se produzcan casos, y aun muy frecuentes, de repulsa para producir las vivencias específicas dei kitsch» 26 • Esto re-
de lo que se propone. Y ahí está todo ese fondo conflictivo y sulta hoy incuestionable. i: Lo conocían así Richelieu y el Con-
de oposición en el XVII, sin tener presente el cual -también de-Duque? i:Lo sabían Lope y Molicre? Indudablemente, sí.
en esto hay que insistir- no se puede comprender nada. Y de Si tenemos en cuenta el almacén inacabable de conocimientos
ahí también, en otra línea muy diferente, que en número no sobre reacciones masivas de los indivíduos que se encuentran
menor de ocasiones, por encima dei conflicto y de la discre- entre las farragosas páginas de los tacitistas, aceptaremos que
pancia, se dieta, sin duda alguna, el pleno y directo goce esté- fueron muchos los que trataron de difundir un tipo de cultu-
tico, con tantas de las creaciones que nuestros escritores y ar- ra -sin dejar de cultivar las obras de más alto nível- basada
tistas dei Barroco concibieron y de que indivíduos altamente

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en la reiteración, sentimentalismo, fáciles pasiones de autoes-
cultos disfrutaron. timación, sujeción a un recetaria de soluciones conocidas, po-
Macdonald observa que el masscult en la U.R.S.S. está breza !iteraria. Naturalmente, esto no es el Barroco, y si esta

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impuesto desde arriba, por razones políticas, no comerciales,
y apunta más a la propaganda y a la pedagogía que a la dis-
tracción. Aun sin conocer por dentro el mundo ruso, cualquie-
ra que haya visitado como observador atento el paso de las
fuera, o no lo estudiaríamos -mucho tiempo ha costado com-
prender que merecía la pena tomarlo en consideración- o lo
estudiaríamos bajo otros aspectos. Pero todo esto que venimos
diciendo está en el Barroco: de ahí que en él haya grandes
masas de visitantes por las salas dei Museo Tretyakov, en obras pero haya una multitud de obras medíocres, como en
Moscú, comprenderá esto que acabamos de citar. Parecida- ningún momento sucedió hasta entonces. Es más, yo llegaría a
mente, las monarquías absolutas que en el XVII estrenaron
25. Macdonald, ibid., pág. 77.
la necesidad de captar y mover a las masas en sus opiniones, 26. Fenomenología de! kitsch, cit. arriba.
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198 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 199
decir -y quizá eso ayude a explicar lo difícil de descubrir que ésta cualquier tema hay que plantearlo, no en relación a indi-
ha sido .el Barroco, precisamente en la grandeza de sus obras víduos, sino al público, desde el éxito de una comedia, a la or-
culturales- que apenas hay en él una obra de alta calidad ganización del estudio, al programa de alimentación, etc.)
desde la Santa Teresa del Bernini, a Ia Pastoral de Poussin, ~ Pero esa incorporación a la sociedad y esa formación de
La vida es suefío de Calderón, que, junto a su nível de más opinión pública o del común no quiete decir que esas masas
elevada exquisitez, no lleve pegado un elemento kitsch. Por- de población obedecieran en su composición individual a cri-
que todo lo propio del Barroco surge de las necesidades de la terios uniformes. Precisamente las técnicas de con:figuración
manipulación de opiniones y sentimientos sobre amplias pú- cuyo empleo quiete asegurarse el Barroco revelan la pretensión
blicos. de formar opiniones unánimes a favor de una u otra posición,
Por eso destacamos precedentemente el carácter de «diri- más en concreto, a favor de la minoría dirigente de la socie-
gida» que Ia cultura del Barroco posee, su condición -por de- dad que gobernaba a título de su poder tradicional. Recorde-
bajo de otras muchas cosas admirables- de técnica manipu- mos que, a la salida del Barroco y como recogiendo en algún
ladora: carácter dirigista y carácter masivo que coinciden y aspecto su herencia, La Bruyere de:finía al autómata: «Le sot
uno y otro se explican recíprocamente. est automate, il est machine, il est ressort; le poids l'emporte,
Ad~irtamos que, a medida que avanzó el siglo xvr, quie- le fait mouvoir, le fait tourner et toujours dans le même sens
nes tuvreron a su cargo cuidar de la religión se mostraron más et avec la même égalité; il est uniforme . . . Ce qui paro!t le
interesados que por otros, por los problemas de su conserva- moins en lui, c'est son âme; elle n'agit point, elle ne s'exeice
ción o difusión entre las masas populares. Quienes se encar- point, elle se repose» 28 • Creo que, en sus últimos resultados,
garon de afumar y consolidar a los gobiernos monárquicos o, el Barroco engendró dosis ciertas de automatismo, como pro-
en general, a los príncipes en cada país, contaron, más que con ducto de una «industria cultural» de la que ya hemos hablado.
otras cuestiones, con la necesidad de su recepción entre los Pero entonces, como ahora, como en cualquier otro momento,
pueblos y los problemas que de ello derivaban. Quienes escri- las masas no eliminaron dentro de sí la discrepancia, y su
ben, pintan, esculpen, edi:fican, parecen actuar ante públicos acción se conjunta y hasta se unifica por encima de las dife-
más numerosos, de manera que el problema de Ia aceptación rencias. En ello está la tensión con que, dentro de la sociedad
o repulsa por uno y otro individuo, tomado singularmente, barroca, al modo de cualquiera sociedad moderna, vibra la dis-
desaparece, planteándose en su lugar Ia compleja problemática paridad, la oposición, la lucha. López de Madera, en un infor-
de adhesiones o repulsiones en masa. (Esto es un aspecto esen- me para Felipe IV sobre los Discursos de Hurtado de Alcocer
cial de Ia sociedad de masas, que Shils ha observado en la de (22 julio 1621), observaba que dentro de la gente hay indi-
nuestros días, pero que, tratándose de un movimiento tan am- víduos que quieren introducir a toda hora cosas nuevas,
plio como continuo, hay que reconocerle su arranque en los orí- otros que todo lo quieren detener para inquirido y criticado;
genes barrocos de la modernidad: la masa de población se in- unos no se conforman sino con la más libre imaginación, otros
corpora a la sociedad 27 ; consiguientemente, en el campo de todo lo estiman impracticable, lo cual «procede de la diversi-
dad de los ingenios de los hombres, unos inclinados a inven-
27. «La sociedad de masas y su cultura», Comunicaci6n, núm. 2, pá-
gina 159. 28. Les caracteres, cit., pág. 232.
200 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 201
tar y otros a duelar y disentir» 29 • Ese viejo tópico de la varie- del que conoció una restauración seõorial, y parece que esto,
dad incontable de opiniones, durante la etapa de desasosegada en principio, no se conjuga bien con ese carácter masivo que
preocupación, de violentas tensiones del Barroco, se expresa le atribuímos. Sin embargo, ello es una manifestación patente
con singular fuerza y vivacidad en Saavedra Fajardo, que, al de las condiciones de novedad que unos párrafos atrás hemos
hacerse cargo de este hecho, lo refiere, además, al media en que sefíalado. Estamos ante una sociedad que se ve vigarizada en
se hallan unos y otros, viniendo a formular la primera teoría sus elementos tradicionales, pero también en circunstancias
sobre los condicionamientos ideológicos del milieu: Saavedra nuevas. La Iglesia, la monarquia, la preeminencia de los seõo-
hace resaltar «tan disconformes opiniones y pareceres como res, no se imponen sin más, como en la sociedad feudal -por
hay en los hombres, comprehendiendo cada uno diversamente eso es tan lamentablemente antihistórico el empleo, sin más,
las cosas, en las cuales bailaremos la misma incertidumbre y de la voz «feudalismo» para referirse a estas tiempos-. Ahora,
variación, porque puestas aquí o allí cambian sus colores y incluso, la tradición restaurada se encuentra en mayor o menor
formas, o por la distancia, o por la 'vecindad, o porque ningu- medida discutida, o, por lo menos, no deja de ser puesta en
na es perfectamente simple, o por las mixtiones naturales y es- cuestión. Se ve necesitada de ser aceptada por las masas y ha
pecies que se ofrecen entre los sentidos y las cosas sensibles, y de servirse de medias de dirigirse a éstas. El Barroco, en todos
así de ellas no podemos afirmar que son, sino decir solamente los aspectos que integran esta cultura, requiete un movimien-
que pareceu, formando opinión y no ciencia» 80 • Pero precisa- to de acercarse a las masas populares; de ahí que, sin perjui-
mente por su carácter movedizo, cambiable, multiforme, las cio de la variedad que ofrezcan los recursos de que se valga,
discrepancias y disentimientos en que se asienta le impiden, pretendan siempre, quienes los manejan, transcender con ellos
desde luego, llegar a una unívoca dirección positiva; pero le del círculo de la minoria aristocrática -cualquiera que sea su
facilitan la fusión momentánea, como por vía de irrupción, en principio de selección-, para, como dice F. Chueca, «akan-
aquello que sea una acción negativa. Bajo la psicología de roa- zar los resortes de la emoción popular» 32 • Tapié, siguien-
sas -según Freud-, el individuo revela que «su afectividad do lo que han dicho M. Raymond y otros, destaca la tendencia
queda extraordinariamente intensificada y, en cambio, notable- del Barroco dé dirigirse a las masas, para recogerlas e integrar-
mente limitada su actividad intelectual» 31 • En tales condicio- ias, empujándolas a la admiración por media de la pompa y
nes, la diversidad de opiniones resulta ineficaz y hasta viene a del esplendor 33 • De esto, retengamos ahora únicamente esa
ser un recurso de anulación de las mismas, mientras que se orientación bacia un público masivo. Sabido es lo que repre-
encuentran potenciados todos los resortes afectivos. senta a este respecto la obra teatral de Lope. También Ma-
Todavía nos hemos de plantear un interesante aspecto que rino recomendaba atenerse «al gusto del secolo» 34 • Este as-
la tendencia restauradora o conservadora del Barroco adquiere, pecto puede más fácilmente, sin duda, comprobarse en el te-
precisamente por presentar ya esos caracteres de conducta ma- rreno del arte, seguramente, pero no es difícil asegurarse de que
sificada. En efecto, hemos dicho que se trataba de una socie- se da en todos los demás. Algo equivalente viene a ser lo que

29. La Junta de Reformaci6n, pág. 100. 32. Revista de la Universidad de Madrid, XI, núms. 42-43, 1962.
30. Empresa XLVI, OC, pág. 377 y sigs. 33. Retables de Bretagne, pág. 20.
31. Psicologia de las masas, Madrid, 1972, pág. 26. 34. «Lettera a G. Preti», en Lettere del I. G. B. Marino, Venecia, 1673.

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202 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 203

afirma Saavedra Fajardo: la grandeza y poder del rey no está voz del vulgo es cuerpo de muchas cabezas y con nada se con-
en sí mismo, sino en la voluntad de los súbditos 35 • En e1 tenta», dirá Cellorigo 37 • Si cogemos en nuestras manos los
campo de la política vale, en términos generales, la observa- volúmenes de las Cartas de jesuitas, probablemente no descu-
ción de J. A. de Lancina, compatible con su doctrina de abso- briremos personaje más citado, y aunque escuchemos frases
lutismo: «Ha de procurar un príncipe que sean tales las má- muy agrias contra él, ello no constituye más que un reconoci-
ximas de su gobierno que tengan el aplauso de los súbditos» 36 • miento de su fuerza 38 • Más aún, si tomamos en nuestras ma-
En cualquier caso, ha de obrar con los medios aptos para nos los Avisos de la época, veremos que se hace referencia
atraerles y sujetarlos, teniéndolos asombrados, suspendidos, al vulgo frecuentemente, que se le denuesta, que se le teme y
atemorizados -medias que pertenecen al terreno de la psico- que se aconseja apaciguarlo o sosegarlo 39 •
logia de masas-. En Saavedra Fajardo y en muchos más, se en- En el sigla XVII, repitámoslo, el vulgo síempre está pre-
cuentra un amplio repertorio de los mismos, cualquiera que sente y de alguna manera, aunque se trate de obras de la más
hoy sea el juicio que formemos sobre su efi.cacia. alta calidad, impone, sin embargo, ciertas concesiones. En los
Desde luego que «popular» y «masivo» no son conceptos excesivos y retorcidos cultismos de la época (y no sólo en la
equivalentes, pero cualesquiera que sean los matices con que poesía) no hay que ver una cesión del autor al grupo de, los
se los diferencie, aquí nos intere~an en lo que tienen de común. distinguidos o de los cultos en verdad, sino al de aquellos que,
El pintor a lo «valiente», como entonces se dice, o e1 predi- por el roce con esas otras gentes elevadas, han llegado a ob-
cador truculento, o el rey que viste sus galas, el primero al tener ciertas nociones o simples referencias cultas y gustan
decorar un templo, el segundo al declamar su sermón, el ter- de ostentar su conocimiento. En todas partes hay un factor de
cero al ostentar su majestad, cuentan con que el resorte que «vulgo» en la sociedad barroca. «La lengua de Góngora mez-
movilizan desatará en los indivíduos de una multitud, precisa- cla lo ilustre y lo vulgar ... esta aleación de lo literario y lo
mente por su carácter de tal, reacciones estadísticamente equi- vulgar rompe la tradición renacentista y complica el lenguaje
valentes. En el XVII contemplamos una primera fase en el des- gongorino». Esta penetrante observación de L. Rosales sobre
plazamiento de significado en el concepto de pueblo que, como el ejemplo más llamativo 40 es de aplicación a todos los pro-
puede comprobarse en Lope o en los escritores políticos que ductos barrocos. Desde fines del XVI se revela también en las
hablan de revueltas -Alamos, Saavedra, Lacina, etc.-, equi- formas sociales y espectaculares de la devoción. Acontece de
vale ahora al de una muchedumbre o suma de indivíduos indi- tal manera, como en otros campos, que aparezca un gusto nue-
ferenciados, no distinguidos, a una roasa anónima, sentido que vo, conforme ha observado L. Febvre, por lo colectivo, por
más de una vez presenta en textos de ese tiempo la voz «vul- el anonimato; se impone un gusto por «el lento arrastrar de
go». EI «vulgo», en e1 XVII, está siempre presente, se hable
de literatura, se trate de representaciones teatrales, se comen- 37. Memorial, cit., fol. 29.
38. En las Cartas de iesuitas se le menciona con la mayor frecuencia.
te de la guerra, de dificultades económicas, de política. «La
Cf. MHE, XV, págs. 23, 178, 278, etc.
39. En los de Pellicer, véanse algunos eiemplos: Semanario Erudito,
:XXXI págs. 104, 117, 213; :XXXII, pág. 96; :XXXIII, págs. 15, 130, 159, etc.
35. Empresa XXXVIII, OC, pág. 343. 40.' «Las Soledades de don Luís de Góngora: Afgunas características de su
36. Cf. en Ia selección de sus Comentarias políticos, Madrid, 1945, pá- estilo», en el volumen misceláneo Premarinismo y pregongorismo, Roma, 1973,
gina 125. págs. 72-73.
204 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO
1 UNA CULTURA MASIVA 205

los pies en las filas de un cortejo», al modo de esas procesio- sivista, de minorias» 44 • Pero no nos detengamos abí; no basta.
nes que entonces se ven por todas partes 41 -manifestaciones Son unas minorías nuevas, ajenas a todo si:;;tema beredado, que
en las que no bay por qué ver, en ese momento, contra lo que se distinguen por la adquisición precisamente de un bien que
fácilmente Febvre supone, un caso de hispanización del Occi- está al alcance de todos, cuando se deciden unos u otros a en-
dente europeo, pero que en Espafía quedarán como forma de trar por la vía libre del estudio. Por eso piensa poderlo tener
imposición externa y como resortes «vulgares» de la reli- cualquiera, todo el mundo. No son un grupo aparte; son l~s
gión-. que ban llegado a ser los menos, entre los más. Su presencia
«El vulgo discurre como vulgo ai fin, plebeyamente», ad- reclama la base del vulgo, de ahí que la voz culto llegara a ser
vierte Pellicer; ya no es que discurra bien o mal, con verdad objeto de sátira y se ironizara en aplicársela a los menos en-
o con error; es otra cosa, se trata de que su forma de pensar, tendidos -es decir, derivándola bacia una forma de kitsch-.
de suyo, es plebeya, no distinguida, propia de los más y con- Caso extremo equivalente o muy parecido boy podemos verlo
siguientemente apropiada para las concentraciones de gentes en la dificultad de la cultura de las «palabras cruzadas», culti-
cuando se producen 42 • Sin embargo, a la actitud del escritor vada por los no cultos, o mejor, por los consumidores de lo
barroco se la ba calificado de antivulgo. Así piensa Mopurgo- que D. Macdonald llama midcult y que tampoco podemos
Tagliabue cuando escribe que aquél «provoca el impulso bacia dejar de ver en el masscult. De abí que en el XVII se agrave la
lo nuevo, lo singular, lo difícil, como un sistema de convencio- diatriba contra el vulgo, precisamente en las obras destinadas,
nes privilegiadas» 43 • Sin embargo, no advierte que al proceder dentro de las proporciones de aquella época, al gran consumo,
de tal manera se incurre en la busca de la distinción de los no escritas por individuas al servido de un público con tales ca-
privilegiados. El tema es más complejo de lo que parece. éQué racteres. Del «vulgo novelesco» habla Calderón en La gran
se· busca? Con el empleo de la palabra «culto» que tanto se Cenobia, una de sus obras destinadas a la mediocridad. María
desarrolla de Herrera a Góngora, nos dice una estudiosa del de Zayas habla dei «vulgacho novelero», ella que lo que hace
tema, A. Collard, aquél «tradujo su ideal de intelectualismo es escribir novelas de cultura vulgar. Y dejando aparte el soco-
aristocrático, su menosprecio de la ignorancia vulgar, verdade- rrido ejemplo de Lope, confesándonos hablar en vulgar para
ra antítesis de lo culto, así entendido. Está claro que ser poeta imponer sus productos kitsch, recordemos el ejemplo de Agus-
45
culto equivale a ser poeta erudito, pulido y, diríamos, exclu- tín de Rojas en el prólogo de El entretenido , que con-
tiene la más áspera diatriba contra el público vulgar, en un
libro que sólo para éste puede estar escrito.
Un pasaje de López Pinciano nos hará reflexionar sobre lo
41. «La chame des hommes», en L. Tarte!, ed., Le préclassicisme /ran- que venimos diciendo: «Mirad que los príncipes y sefíores gran-
çais, París, 1952, pág. 27.
42. Sobre veínte afias después de nuestro límite cronol6gico, La Bruyer:: ha- des hablan con gravedad y simplicidad alta; y mirad la gente
bía visto ya este fen6meno en las sociedades barrocas: «dans la société, c'est la menor quán aguda es en sus conceptos y dichos que, assí como
raison qui plie la premiere; Jes plus sages sont souvent menés par le plus
fou et le plus bizarre» (op. cit., pág. 105). Ese fondo abismal, de carácter
emotivo, ajeno. a toda sustancia racional, era de donde el dirigente barroco,
puesto a maruobrar sobre un grupo, tenfa que extraer sus recursos para 44. A. Collard, Nueva poesía. Conceptismo y culteranismo en la critica es-
moverlo y conducirlo. pafiola, Madrid, 1967, pág. 10.
43. Op. cit., pág. 143. 45. Edici6n de I. P. Ressot, Madrid, 1972, pág. 67.
206 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 207

hienden el pelo, hienden la oreja con la agudeza dellos» 411 • recurso: descongestionar la gran ciudad, cortar ese proceso de
Era, ciertamente, una vía para llegar a «distinguir», quiero de- masificación. Como la reacción que movía a ello estaba inspi-
cir, a hacer distinguidas las cualidades de ese grupo. Hay en rada por formas de la sociedad agraria tradicional, de cuya res-
eso un fenómeno de participación de la masa no distinguida, tauración en lo posible se trata -aunque cada vez se vea que
en los valores literarios. Por eso es muy congruente que los es menos viable-, la solución que se propone, con mani:6.esta
personajes de la novela picaresca sean admiradores de los «con- simpleza, es la vuelta, o mejor, la reinstalación de las pobla-
ceptos». También en 1617 decía Suárez de Figueroa -en ciones en el campo.
plena eclosión de la di:6.cultad barroca- que las obras !itera- El Consejo Real dice a Felipe III, en 1 de febrero de 1619,
rias en las cuales se da una parte principal al artificio y a la que para descargar a la Corte se ordene se vuelva la gente a
agudeza -dos valores que, aleccionados por Gracián, estima- sus tierras; observa el Consejo que si la Corte, como patria co-
mos como superlativamente barrocos- son sólo propios de mún, es favorable, no ha de ser menos la patria nativa para
y para personas comunes, lo que el autor hace equivalente a cada uno. Mas el Consejo advierte prudentemente que, para
personas de la ciudad 47 • Pues bien, son éstas, a su vez, las tal :f.in, se empiece por los ricos y poderosos y no por la gente
que integran la suma anónima, en sus comportamientos socia- común y vulgar. Los pobres acuden a la Corte, no por la dul-
les, de la masa urbana. En el medio rural no se da propiamen- zura de ésta, sino atraídos de que están allí quienes les han .
te el fenómeno de masi:6.cación. Suárez de Figueroa aprecia de dar el sustento: serfa iniquidad echar a los miserables
bien que es un fenómeno urbano. «adonde no tengan en qué trabajar ni ganar de comer». El
Si el sigla XVII, demográ:6.camente, se estanca o decrece Consejo se da cuenta de que un campo sin sefiores no es una
en toda Europa -y en Espafía esa recesión se acusa grave- sociedad como la que él imagina restaurar. Instalados los ricos
mente-, es general también que las ciudades grandes aumen- y sefíores en sus lugares, los labradores verán ser consumi-
ten de población, en primer lugar las que ya establemente de- dos sus frutos, se poblarán las tierras, habrá trabajo y cauda-
sempe:fían función de capital de Estado, pero también las que les: «si la Corte, las Chancillerías y Universidades están siem-
mercantilmente o artesanalmente, sobre una comarca, desen- pre luçidas de gente, porque viene dinero de fuera y se gasta
vuelven una actividad importante. Es en ellas justamente en allí, gastándose en el natural de cada uno, estarían los lugares
donde se dan los primeros síntomas de proletarización 48 • Es más luçidos, más poblados y descansados y la Corte más desen-
en ellas, también, en donde aparece representada en el arte la fadada». El Consejo Real insiste, en 4 de marzo de 1621. La
actividad profesional de grupos populares, en cuyos trabajos, Junta de Reformación a Felipe IV, en 23 de mayo de 1621, le
en cuyas revueltas, en cuyas fiestas, se dan comportamientos aconseja lo mismo en términos muy amplios. Otra vez insiste
multitudinarios, haciéndonos ver que el Barroco cuenta explí- la Junta, en 23 de agosto dei mismo afio.
citamente con la presencia de esos grupos. Por eso, y sin per- La carta de Felipe IV a las ciudades con voto en Cortes,
juicio de que, en términos generales, para hacer frente al fenó- al empezar su reinado (28 de octubre de 1622), admite la con-
meno, se monte la cultura barroca, se intentará también otro veniencia de que grandes y títulos vuelvan a sus lugares, yendo
detrás de ellos la gente común trabajadora y pobre, para con-
46. Philosophía antigua poética, II, pág. 208.
47. El pasagero, cit., pág. 50.
seguir lo cual anuncia se tomarán medidas indirectas que ani-
48. Cf. mi obra Estado moderno y mentalidad social: Siglas XV a XVII. men a instalarse en los pueblos pequefios, junto al campo,
208 CARACTERES PE LA CULTURA PEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 209
abandonando la Corte. Esas medidas vienen decretadas e;~~~ ticamente la incidencia sobre las mismas. Es significativo a
Capítulos de reformación de Felipe IV, en 10 de febrero de este respecto, por ejemplo, el cultivo y el multitudinario inte-
1623, donde se establecen ciertas ventajas y otras medidas de rés por el género de las biografías. Sabemos que de éstas se
favor para que por vía indirecta lleven a los grandes, títulos y hace uso en nuestro mundo literario de hoy para utilizarlas como
sefiores que poseen lugares con vasallos a volverse a instalar modelos educativos, en base a la figura que presentan -ejem-
en ellos y a atenderlos y administrarlos personalmente, a la vez plar o, por lo menos, sugestiva, bien positiva o bien negativa-
que se ponen trabas a la inmigraci6n bacia las grandes urbes mente-, siendo empleadas al modo de instrumentos con los
(Madrid, Sevilla, Granada). El interés por disolver el mundo cuales introducir o conservar masivamente un tipo humano ge-
an6nimo que se concentra, se observa claramente ya en la neral, o unos valores de conducta cuya socialización se busca.
citada carta de Felipe IV a las ciudades; allí se dice: «por El uso de las biografías, a tales f4i,es, en las revistas ilustradas
quanto, en el augmento de la poblaci6n desta çorte y mucho norteamericanas de nuestro tiempo ha sido estudiado por Lo-
número de gente que aquí concurre, se consideran grandes in- wenthal 51 • Es fácil advertir el volumen que adquieren los li-
convenientes, assí porque sobran en ella con peligro en la oçio- bros de ese carácter en los catálogos editoriales de riuestros
sidad y perjuicio en el gobierno y con gasto en las haziendas, días, cuando se trata de casas editoras que producen para el
por ser mayores las ocasiones y obligaciones». Se anuncian gran público. Coincidentemente, la époc:a del Barroco descubre
medidas para salvar estas dificultades; pero donde el tema re- el valor de las biografías como vehículo de educaci6n -o, me-
salta sobre todo ya y sin disimulo es en los Capítulos de re- jor dicho, de configuraci6n- moral y política, cuando ésta, con
formación: se declara explícitamente que se toman medidas fines de integración social, se dirige a un número de gentes
para conservar el buen gobierno en la Corte y evitar la afluen- que, en comparación del público al que se destinaban tales
cia de gente, «para que en ella no haya más de la necesaria y obras en épocas precedentes, puede tomarse como muchedum-
se escuse el concurso de tanta y cada uno se sepa quién es, qué bre de insuperable anonimato. En cualquier caso, la difusión
ocupaçi6n y causa de asistencia tiene y quánto tiempo ha que del géneto y su calidad revelan gustos propios de grupos de
assisten, y ·se escuse la confusi6n de hasta aquí» 49 • tal condición -habría que reconocet que ha habido en ello
Pero nada puede impedir, de hecho, que se detenga la ma- una degradación (frecuente en la esfera de fenómenos que es-
rea concentracionaria de la ciudad, encontrando, incluso, su tudiamos): de una cultura mediana se ha caído en una cultura
gusto en ese anonimato inmenso del vulgo. Jáuregui lo llama: haja-. Pero dejando de lado este aspecto de la cuestión, que
Este mundano vulgo innumerable · ahora no puede ocuparnos, recordemos el buen número de bio-
y en sus inclinaciones diferente 5o. grafías políticas que escribe un .autor representativamente ba-
rroco, Juan Pablo Mártir Rizo 52 , el cual, bien advertido del ex-
Podemos hacer ahora algunas comprobaciones que nos per- tenso consumo del género por su público contemporáneo, se
mitan comprender de qué maneta la cultura barroca se sirve
de medios id6neos para las masas y se ha planteado problemá- 51. Publíc6 un ttabajo sobre el tema «Biographies in popular magazines»,
en Radio Research 1942-1943, Nueva York, 1944. No he conseguido ver este
49. La Junta de Reformaci6n, págs. 23, 67-68, 78, 134, 393, 450, 451. artículo, que sólo conozco de referencias.
Algunos miembros de la Junta discrepan en sus dictámenes (véase pág. 86). 52. Cf. nuestro estudio preliminar a la edición del Norte de principes
50. BAE, XLII, pág. 111. y Vida de Rómulo de! autor citado, Madrid, 1945.

14. - :MARAVALL
210 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 211
emplea también en. traducir algunas de otro escritor barroco ceptiva a seguir porque cambia el destinatario de la obra y
f~a~~és, Pierre .Mathieu. Los tacitistas y los moralistas dei XVII hay que ajustar aquélla a és te, en sus medios. ( Y quién es ese
dificilmente de1an de escribir obras de esta clase, las cuales en- destinatario? Nos responden los seguidores de la misma escue-
cuentran también considerable difusión en el teatro. la. Guillén de Castro nos dirá que, de las comedias, en Espafia,
Pocas cosas son tan elocuentemente masivas como la «co-
media» espafiola. Tal vez por eso adelanta también ciertos ca- es su fin e1 procurar
racteres comparables con determinados productos dei tiempo que las oiga un pueblo entero
presente. En efecto, hace afíos R. Menéndez Pídal sostuvo que dando al sabio y al grosero
las obras de Lope podrían ser calificadas de «CÍnedramas» 53 que reír y que llorar 58;
y, co~ .criterio análogo, A. Hauser ha dicho que las creacione:
dra1:1at~~as de Shakespeare tienen su propia continuación en pero quizá nadie planteara el tema como Ricardo del Turia:
el ctne . Rousset, que ha hecho tan finos análisis morfológicos «Los que escriben es a fin de satisfacer el gusto para quien
d~ las obras barrocas, ha comparado la producción de come- escriben»; ahora bien, los espafíoles se emplean en «satisfacer
dias en aquella época a la de películas actualmente 55 • Para a tantos» que por ello han de ser elogiados, ya que, en vez de
N. S~l?mon, la comedia barroca espafiola, en su gran fase de seguir siempre el mismo patrón -lo que, observamos nosotros,
~o:ac10n, se des~rrolló en condiciones económicas y sociales sería propio de una mentalidad conservadora, de gentes basa-
umcamente parecidas a las de la producción cinematográfica en das en alta distinción estamental tradicional-, se obligan a
nuestros d'tas 56 . s·10 que neces1temos
. nosotros entrar a hacer «seguir cada quince días nuevos términos y preceptos». El mis-
un estudio de la estructura de la literatura dramática barroca mo nos cuenta una anécdota curiosa y reveladora: Lope asistía
esos testimonios que acabamos de reunir son bastante para qu~ a la representación de comedias propias y ajenas, fijándose en
podamos aceptar el parentesco de aquélla con formas de arte los pasajes que lograban mayor aplauso dei público, a fin de
bien caracterizadas como propias de una época de masas. ' tenerlo en cuenta al escribir 59 • Recogiendo la experiencia de
No deja de ser sintomático que un escritor de novelas y la comedia espafíola, Bances Candamo decía que el teatro no
más aún, de algunas novelas picarescas, Salas Barbadillo, c~ye~ es para ,gustarse en soledad ni por espíritus superiores, «sino
ra en, la cuenta de lo que significaba la revolución lopesca: lo para recitarse al pueblo», y su carácter multitudinario, de des-
qu,e esta ofrece son preceptos nuevos, que Lope «ha dado tino anónimo, llega a comprenderlo -tal como había sido su
mas puestos en razón y ajustados al gusto» 57 • Cambia la pre- función en las décadas que él contemplaba- cuando pone al
descubierto este significativo hecho social: «(Qué oficial, el
53. «De Cervantes Y Lope de Vega», RFE, XXII, 1935. En el trabajo sobre
el. Arte nue.vo no .encuentro Ia palabra -aunque la idea planea sobre eI es- más inferior, por quatro quartos, no se constituye su juez y
crito-, Y :J?lenso s1 se tra,ta de un recuerdo personal, de una expresión que Ie fiscal a un tiempo?» '6o. Resulta que de esa condición mostren-
oyera de viva voz en algun momento a D. Ram6n.
54. Op. cit., t. II, pág. 593.
58. Obras de Guillén de Castro, edici6n de E. Juliá Martínez, t. II, Ma-
55. La littérature de l'/Jge baroque en France París 1953
drid, 1926, pág. 492.
56. Recherches sur le theme paysan dans la «;omedid» au temps de Lope 59. Poetas dramáticos valencianos, edición de E. Juliá Martinez, t. I,
de Vega, pág. XVII.
Madrid, 1929, págs. 624-625.
57. Aventuras del bachiller Trapaza, en La novela picaresca espafíola 60. Teatro de los teatros de los passados y presentes siglas, edici6n de
pág. 1513. '
D. W. Moir, Londres, 1970, pág. 82.
212 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 213

ca, innominada, multitudinaria, que deriva de haber pagado see una eficaz acción que no se puede desconocer. «La fama está
simplemente el precio de una entrada -de una entrada barata, en la opinión», nos dejó dicho Lope 64 • Ruiz de Alarcón la
al alcance de cualquiera-61 , se obtiene el derecho de consti- estima ley inexorable: según él, dado e1 carácter irresistible con
tuirse en destinatario colectivo del teatro, una manifestación que aquélla se impone, es no menos inexorable someterse a la
tan relevante de la cultura barroca. opinión, hasta el punto de que ni siquiera los más poderosos
Observemos que también es un dato indiscutiblemente es- se hallan exentos de esa sujeción 65 • «La opinión mueve el mun-
tablecido el de la utilización por los artistas y escritores barro- do», escribió Juan Alfonso de Lancina 66 • Si hemos de recoger
cos de procedimientos alegóricos y simbolistas, los cuales des- un testimonio que exprese bien el punto de vista del XVII, re-
bordan la esfera de la producción culta y se dan en fiestas urba- cordemos el de Hobbes: el mundo está gobernado por la opi-
nas, ceremonias religiosas, espectáculos políticos, etc., etc. Esta nión 67 • Por su parte, Pascal declaraba aceptar la tesis que decía
técnica, utilizada como resorte psicológico con el cual impre- encontrar explícita en el título de un libro italiano: Dell'opi-
sionar directa y enérgicamente a las gentes, es no menos carac- nione regina del mondo, y repetía él por su parte: «ainsi l'o-
terística de períodos de movimientos masivos de opinión. Más pinion est comme la reine du monde» 68 •
adelante enfocaremos esta cuestión bajo otro ângulo: su condi- Almansa y Mendoza, uno de los escritores que en el primer
ción de medio visual; pero detengámonos ahora en reconocer cuarto del siglo xvn se convirtieron en órganos para la opi-
qué pueda significar una referencia a la opinión, hablando del nión, cuenta a sus lectores que el rey había enviado un pro-
siglo XVII y de la sociedad barroca. yecto de pragmática, con muchas disposiciones previstas para
Cuando hace muchos afios escribimos nuestro primer libro la reforma del reino, a muchos sefiores, en cada ciudad y cabeza
sobre esa época, nos llamó ya la atención -y a ello dedicamos de partido, para que la estudiasen e hicieran proposiciones sobre
algunas páginas- el tema de la opinión 62 • Era digno de no- la materia. Almansa exageraba el alcance de la consulta, pero
tarse la importancia que los escritores políticos le atribuían, los eso mismo nos advierte del gesto que representa tomar en
avisos dirigidos a los gobernantes sobre su fuerza, su variabi- consideración una opinión pública. Contra lo que hubiera su-
lidad, los medios de encauzarla y dominada. Es más, Saavedra
Fajardo llegará a sostener que es la única base de sustentación 64. EZ rey don Pedro en Madrid, Aguilar, Madrid, pág. 611.
65. También Ruiz de Alarcón (Los pechos privilegiados, BAE, XX, pá-
del poder 63 • Los escritores políticos, como hemos dicho, y gina 428) plantea la cuestí6n en estos términos:
también los moralistas, los costumbristas, etc., insisten en su AI fin, es forzosa ley
poco menos que incontrastable influjo -sobre todo, aquellos Por conservar la opini6n
escritores influídos por la corriente del maquiavelismo tardío y Vencer de su coraz6n
Los sentimientos el Rey.
del tacitismo-. En la esfera de la política, desde luego, pero
más aún en todo el ámbito de la vida social, se declara que po- 66. En sus Comentarias políticos, pág. 31. Es la tesis de Alamos, Saave-
dra y los tacitistas. «La soberanía entre los hombres consiste en una opini6n»,
escribirá también Lancina, pág. 98.
61. Sobre el precio de las entradas, da interesantes datos Díez Borque, 67. .:De corpore político» or the elements of law, moral and politic, Lon·
en el. excelente esrudio preliminar a su edici6n de El mefor alcaide, el rey, dres, 1650.
Madnd, 1973. 68. Oeuvres de Pascal, cit., t. IV, Pensées, págs. 37-38 (el editor confiesa
62. Cf. mi Teoria espanola del Estado en el siglo XVII, Madrid, 1944. no haber podido identificar esa obra); la segunda referenda, en Pensées, I,
63. Empresas XX y XXXI, OC, págs. 259 y 313. pág. 129.
214 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 215

puesto una formal reunión de Cortes, sin apelar a la aproba- se hacen a la avidez con que numerosas gentes esperaban la
ción del «reino», sin pedir su voluntad, por tanto, sin dismi- aparición de estas hajas o volúmenes noticiosos -hay alusio-
nuir en nada su absolutismo, Felipe IV, informalmente, hacía, nes en Lope- afiadamos las referencias del propio Andrés de
en cambio, una amplia concesión a la opinión del país 69 • Almansa y Mendoza, uno de los autores del género más tem-
No sin serio fundamento en las condiciones histórico- prano, sobre el afán que la gente tiene de estar informada:
sociales de su tiempo, Richelieu y Mazarino y aun el propio «siempre es bueno saber novedades» 74, comenta él. Hay un
Luís XIII, se interesaron por las primeras manifestaciones de mercado de la noticia y los impresores la buscan y emplean
la prensa periódica: protegen la Gazette de T. Renaudot, inser- su dinero en imprimiria y difundida. «La noticia es mercan-
tan en ella escritos propios o muy directamente inspirados por cía», se ha dicho, ·y si esta empezó siendo verdad de mercade-
ellos, poniendo de manifiesto el interés del poder por manejar res y tal vez gobernantes, en el XVII pensemos en quiénes com-
un instrumento dirigido y dedicado al público, vía de acceso pran las hajas y folletos, quiénes participan en su lectura
a la opinión anónima que desde entonces no dejará de ser escuchándola y a quiénes llega la onda de sus noticias: tres
utilizada 70 • También en Espafia hay que colocar en ese mo- círculos, cada uno mucho más amplio que el anterior, que_ en
mento el primer desenvolvimiento de la prensa y la presión dei total forman una masa considerable en las ciudades del tiem-
Estado sobre ella 71 • Con ocasión de acontecimientos como los po. Recordemos los curiosos datas reunidos por Varela sobre
que se sucedieron en la Guerra de Catalufia, Francisco M. de reimpresiones de la Gazeta Nueva, de Madrid, en Sevilla, Za-
Melo da cuenta de que se .utilizaban «cartas y avisos» para ragoza, Valencia, Málaga, México 75 • Los editores del volumen
influir sobre los ánimos, desde uno y otro bando 72 • José M.ª de Cartas de Almansa reuniêron, al final del mismo, noticias
Jover llamó la atención sobre el cúmulo de impresos volande- bibliográficas de más de un centenar de Relaciones de sucesos
ros y periodísticos lanzados para intervenir sobre una opinión y otros escritos semejantes, de carácter informativo, compren-
pública pasajera, durante ciertas fases de la Guerra de los didos en el corto número de afias a que se extienden dichas
Treinta Afias 13 • Empieza tal proceder antes, desde luego, y Cartas: de 1621 a 1626. Luego, eri las décadas siguientes, su
continúa ya en adelante, y si advertimos que esta prensa dei número crece como una inundación. Sabemos que el personaje
XVII tiene más difusión de lo que puede creerse, comprende- político más inquieto durante la segunda mítad dei sigla, en el
remos que no dejaba de tener cierta fuerza sobre una sociedad ambiente político madrileno, el illfante Juan José de Austria,
inquieta de suyo. A las referencias que en escritos de la época utiliza en gran escala estas instrumentos de impresos ocasiona-
les, en sus verdaderas «campafias» de opinión, lo que ya fue
69. Cartas, cit., pág. 147 (noticia de noviembre de 1622). observado así por el duque de Maura. De todos modos, en lo
70. M. N. Grand-Mesnil, Mazarin, la Fronde et la presse 1647-1649, Pa-
r!s, 1967. que afecta a Espafia, y en relación con la intervención. de los
71. Está por hacer un estudio mínimamente estimable de los comienzos de la poderes públicos en la publicación de las Relaciones, Avisos y
prensa en el siglo XVII espafiol. Valiosa contribuci6n acaba de aparecer con e1 Gacetas, salvo en lo atinente a la censura·, sabemos todavía
libro de M.• Cruz García de Enterría, Sociedad y poesia de cordel en el
Barroco, Madrid, 1973. poco, porque los orígenes de la prensa sigrien estando muy
72. Historia de los movimientos y separación y guerra de Catalufia (1645),
BAE, XXI, págs. 478-479.
73. Historia de una polémica y semblanza de una generación Madrid 74. Cartas, V (14 octubre 1621), ed. cit., pág. 72.
1949. ' ' 75. E. Varela Herv!as, Gazeta Nuéva, Madrid, 1960.
216 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 217
poco estudiados. Sobre todo, la investigación ha sido escasa rece ahora, como hemos adelantado páginas atrás, la del vulgo
en lo que ataíie a la colaboración de los gobernantes en las como una masa anónima cuyo parecer no traduce precisamente
bojas periódicas. Aun así, aunque parcial, el estudio de E. Va- un orden natural de razonabilidad. Se refleja en este plantea-
rela Hervías nos ha permitido encontrar dos interesantes refe- miento una contraposición que viene de atrás, esto es, de la
rencias a directas intervenciones de Felipe IV, enmendando tradición aristotélica y medieval, sólo que ahora, en los prime-
personalmente unos textos publicados en la Gazeta Nueva. En ros siglos modernos, alterada en su sentido. En efecto, los
ese estudio de Varela descubrimos que el director de tal pu- moralistas tradicionales habían distinguido entre razón y opi-
blicación, Francisco Fabro Bremundan, se movía -y es de es- nión, reconociendo en la primera la transcripción firme y orde-
perar recibiera inspiraciones y probablemente algo más- en nada de la verdad, y en la segunda, un parecer versátil, capri-
las inmediaciones de algunos de los más altos personajes. Mu- choso, desordenado, de ordinario incurso en: el error. Fernando
chas veces, esos papeles -folletos o simples hojas sueltas o de Rojas hizo que sus personajes, en La Celestina, atribuyeran
carteles de tipo noticioso-- se referían a sucesos religiosos y al vulgo dejarse llevar de opinión, frente a las verdades de la
dieron lugar a una continua intervención sobre ellos de parte razón 77 • Pero el escritor barroco contempla la experiencia de
de la Inquisición, que, si actuabâ con frecuencia para condenar la fuerza incontrastable que los pareceres de la masa tienen.
y castigar a algunos, a veces se veía apoyada y aplaudida por Conoce incluso la energía revolucionaria con que en algunos
otros impresos 76 •
casos se han impuesto y la inquietud que siempre le sacudé,
AI apelar a la opinión del público no se trataba en la nue- frente al estado de cosas establecido -el pueblo «siempre de
va situación de admitir el natural buen discernimiento, en sus suyo está alterado», escribe un jesuita-78 • Se inicia la figura del
juicios y estimaciones, que se atribuía al pueblo en la sociedad agitador de la opinión en los tacitistas 79 • Se explica que se
tradicional. En la sociedad medieval, el juicio popular se con- piense que no es posible oponerse a ellos de frente, de igual
sideraba como un elemento natural, de carácter originario y modo que no cabe enfrentarse a la corriente de un río desbor-
sano, dotado de virtudes elementales, un apoyo seguro y fiable dado -enseguida va a aparecer la imagen de la «corriente de
del orden heredado secularmente en la sociedad: una manifes- opinión»-. La opinión, quizá tornadiza, pero arrolladora, es el
tación de razonabilidad, en la que se expresaba el testimonio por parecer de la masa. «Gran voz es la del pueblo, terrible y teme-
vías naturales de la razón divina, ordenadora de la vida en rosa su sentencia y decreto», advierte Céspedes 89 • No se la
común de los hombres, a través de la misma naturaleza en puede contener: «La voz popular corre con tanta libertad», se
que ésta se halla ínsita. El juicio popular era como el cauce es~ dice en el Guzmán de Alfarache 81 • Con ella hay que contar,
pontáneo de la razón moral. Tales el sentido del aforismo «vox en cierto modo seguirla y sólo tratar de gobernarla por resor-
populi, vox Dei». Pero si desde que empieza el siglo xvr esas tes complejos que, si en algún caso reclaman la fuerza, hay que
palabras aparecen cada vez más raramente y en cambio se repi-
ten hasta la saciedad frases en sentido opuesto, ello se debe a 77. Cf. mi obra El mundo social de La Celestina.
que en lugar de la imagen medieval, tradicional, del pueblo, apa- 78. Cartas de fesuitas (1.3 novlembre 1640), MHE, XVI.
79. Además de los datos que nos dan los tacitistas -Alamos, Lanci-
na, etc.-, véase un ejemplo en Cal'tas de iesuitas (18 noviembre 1640), MHE,
XVI, pág. 62.
76. Las Cartas de iesuitas · (MHE, XIII-XIX) contienen muçhas refe- 80. Historias ... , cit., pág. 353.
rençias a temas de ~ta çlase, çoi;nç vamos yiçpdç e!'.\ ~tas páginas, 81. III, pág. 151.
218 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 219

procurar encauzada con artificias que proporcionen las técni- dad de masas, la creciente y recíproca conciencia que sectores
cas de captaci6n. Esos escritores que hemos citado, los cuales diferentes de la sociedad poseen con respecto a los otros» 82 •
afirmaban la fuerza de la opini6n en el mundo, no se pregun- Pues bien, exactamente estos fenómenos, claro está que en un
tan -por lo menos, en una primera fase- por la justicia, ver- grado de desenvolvimiento menor que más tarde, hemos inten-
dad, racionalidad, de la misma; advierten, eso sí, que hay que tado sefialados en el xvu. Las dases altas, en esta sociedad
contar con ella y que hay que emplear medios adecuados a su que empieza a manifestarse con caracteres masivos, están aten-
naturaleza para dirigida y dominada. tas siempre a tomar en cuenta -no a seguir, desde luego, más
Páginas atrás vimos c6mo, desde el arranque de los siglos bien lo contrario-- los pareceres de las dases que ven debajo
modernos, aunque muy acentuadamente en tiempos posterio- de ellas. Si cogemos un buen grupo de las Cartas de jesuítas,
res, la cultura ha crecido en todos sus niveles. Hay, evidente- nos sorprenderá ver en Madrid bullir a las dases populares,
mente, un gran salto en el siglo XVII, como lo hay incompara- manifestar animadamente sus opimones, sus interpretaciones,
blemente mayor en fechas más redentes. Pero ese crecimiento su información, que son escuchadas desde arriba, aunque sea
no es igual, ni guarda una proporción aritmética, en los tres no para ver un reflejo de verdad en ellas, sino para tratar de
niveles que los sociólogos -algunos de ellos citados en pági- conducidas en una dirección determinada y, en cualquier caso,
nas precedentes- han venido en distinguir: cultura refinada, manipularlas al servido de lo que los de arriba quieren hacer.
midcult, masscult. Los dos últimos aumentan considerablemen- Esos pareceres del vulgo multitudinario se presentan, en
te y en especial el terceto. Me atrevo a sostener que a ello está quienes de ello se ocupan en el XVII, bajo un concepto al que
ligado el fenómeno de que, modernamente y muy en especial ya hemos aludido, el cual en la época barroca ha sufrido una
también en esto, a partir dei XVII se tomen más en cuenta por importante alteraci6n: el gusto. E1 pueblo masivo y anónimo
los de arriba los pareceres de los de abajo. No se debe el hecho actúa según su gusto, tanto si aplaude una pieza teatral como
a que realmente los estimen intelectualmente en más -ni tam- si exalta la figura de un personaje, etc. El gusto es un parecer
poco decimos nosotros que no tenía por qué ser así-. Pero lo que, a diferencia del juicio, no deriva de una elaboración inte-
cierto es que los de abajo se han habituado a ver, a oír, a en- lectual; es más bien una inclinaci6n estimativa que procede
terarse, a formarse criterios sobre muchas materias que antes por vías extrarracionales. R. Klein ha estudiado y diferenciado
les eran por completo ajenas. Y esto ha dado lugar a la apari- entre sí los conceptos de giudizio y de gusto en el Renaci-
ción dei ·fenómeno de formación de una opinión pública que miento y ha sefialado el nuevo cambio que el segundo término
cada vez es más amplia y se expresa con más fuerza. Antes, sufre en el Barroco. Pero Klein ha reducido su estudio a un
dice Shils -aunque él retrasaría el hecho a fecha más cercana, plano individual y, según ello, el gusto viene a ser el criterio
pero nosotros insistimos, como se ha visto, en adelantarlo al de estimación con que una persona acierta, intuitiva, inmedia-
XVII-, «la vida cultural de los consumidores de cultura medio- tamente, a valorar aquello que contempla, bien por sus exqui-
cre y brutal era relativamente silenciosa, invisible para los inte- sitas calidades nativas y espontáneas, bien por la excelente se-
lectuales. Los inmensos progresos en la capacidad de audición dimentación depositada en su interior a través del cultivo de
y visión de los niveles más bajos de cultura son una de las
características más notables de la sociedad de roasas. Lo cual 82. E. Shils, «La sociedad de masas y su cultura», Comunicaci6n, núm. 2,
a su vez se ha intensificado por otra característica de la socle- pág. 193.
220 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 221
su sensibilidad e inteligencia. De ahí que, según la investiga- y que un Lope -rezumando cultura privilegiada- se afane
ción de Klein, el gusto haya adquirido rápidamente un carácter en servir el gusto suelto del vulgo -lo que quiere decir que
normativo que se revela en la expresión frecuente de «buen trate afanosamente de controlado-. Bajo esta luz hay que ver
83
gusto» • Se dice del individuo entendido, cultivado, que tiene la presencia del público con el que, para sus comedias, cuentan
gusto, haciendo alusión ai hecho de que acepte todo un sistema los lopistas 87 ; la muchedumbre, que se revuelve en tantas re-
de normas que, si no las posee por vfa racional, se encuentra beliones como se producen en la época y cuya imagen trazan
adherido a ellas por cauces más profundos. De esa manera se los políticos tacitistas; el vulgo, cuyas estimaciones alzan o
da una aproximación entre gusto y juicio que mantiene a am- derriban, para entenderse coo el cual Gracián y tantos cultiva-
bos en un alto nível estimativo 84 • Pero junto a esta, haremos dores de la moralística redactaron tan infinito número de má-
observar nosotros que el Barroco conoce otra acepción de la ximas; la masa, cuya fuerza, en cualquier caso, es terrible y
palabra «gusto» en la que no resulta referida al individuo se- hay que encauzar, o, finalmente, el pueblo, que, lejos de ser ino-
fiero, ni tiene un carácter de selección, y en la que se acentúa cente, unánime, ofreciendo plausible contraste de toda reco-
el lado extrarracional, hasta el punto de resultar incompatible mendación moral, es una fuerza ciega a la que por quebrados
con toda idea de normas cualitativas 85 • En tal sentido, gusto cauces hay que contener. La prudencia, escribió fray Juan de
es el criterio estimativo confuso, irracional, desordenado -y, Salazar, usa de «amorosos enganos con el pueblo, provechosos
en cuanto tal y sólo en cuanto tal, libre- con que establece y útiles para ensefiarle y obligarle a hacer lo que debe» 88 •
sus preferencias el vulgo inculto; esta es, no los indivíduos que Todo lo dicho responde ai planteamiento de patentes mani-
singularmente lo integran y cuya calidad personal no intervie- festaciones masivas. El siglo XVII es una época de roasas, la pri-
ne, sino la hacinada masa popular que se deja llevar por movi- mera, sin duda, en la historia moderna, y el Barroco la prime-
mientos pasionales, sin razón, sin una norma objetiva e inte- ra cultura que se sirve de resortes de acción masiva. Nos lo
lectualmente elaborada. En ambos sentidos, el concepto de gus- dice el carácter del teatro, en sus textos y en sus procedimien-
to tiene su proyección en la esfera de la moral y subsiguiente- tos escénicos; nos lo dice la devoción externa y mecanizada de
mente de la política 86 • De ahí los esfuerzos de los grupos diri- la religión post-tridentina; nos lo dice la política de captación
gentes por imponerse también en ese plano del gusto masivo y represión que los Estados empiezan a usar; nos lo dicen las
innovaciones del arte bélico. ~Acaso también la im2renta, que
83. R. Klein, «Giudizio e gusto dans la théorie de l'art au Cinquecento»
en La forme et l'intelligible, París, 1970. ' 87. Carlos Boi!, otro de los escritores valencianos de comedias lopescas,
84. Dorotea, Ia exquisita protagonista de la novela de Lope para desmerecer dice a su lector:
unos objetos de adorno, dice: «Son más ricos que de buen' gusto» y apela
El lacayo y la fregona,
a la que Ilama «la premática de! buen gusto» (La Dorotea, 2.• edición de el escudero y la duefia,
E. S. Morby, Madrid, 1968, pág. 174.
es lo que más, en efecto,
85. He aquí algunos testimonios: «El gusto no tiene ley» (Ruiz de Alarcón, a la voz común se apega.
Los pecbos privilegiados); «No hay quien obligue a obedecer en sus cosas»
(~ére~ de Montalbán, Los primos amantes, BAE, XXXIII, pág. 541); «Su Observemos que no se integran en ella, según eso, labradores, pastores, jor-
cr1ter10 de lo bello no sufre e! imperio de preceptos» (Calderón La biia del naleros, gentes de ocupaciones rurales, en donde el fenómeno sociológico de
aire, I). ' masificación no se puede dar, conforme empezamos diciendo. {El texto de
86. B. W. Wardropper, «Fuenteovejuna: e! gusto y lo justo», Studies in Boi!, en Poetas dramáticos valencianos, t. I, pág. 628.)
Philology, núm. 53, 1956. 88. Política espafiola, edición de M. Herrero Garda, pág. 119.

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222 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA MASIVA 223

se va a convertir en primordial instrumento de la cultura, des- ejército que aduce Freud como forroaciones masivas. También
de mediados del XVI, no había sido considerada -ya lo vimos la vinculación protonacional que, conforme hemos sostenido en
antes- como el primer ejemplo conocido de cosa aproximada otro lugar, liga a los miembros de las sociedades barrocas, tie-
a los mass-communication? ne un aspecto masivo. Y sus indivíduos, desconocidos entre
No vamos a desplegar aqui una amplia exposición sobre el sí, diseminados en amplio territorio, se sienten unidos por una
concepto de masa, que tenemos que dar por supuesto, pero no inclinación de tipo afectivo a la comunidad y a su príncipe que
podemos dejar de hacer mención de los caracteres que hemos por una propaganda ad hoc se presenta como ejemplo de los
tomado en cuenta para usar del mismo en estas páginas. En valores que se han socializado en el interior del grupo.
primer lugar, la heterogeneidad de los componentes de la masa En la ciudad dei siglo barroco esos caracteres sefialados
en cuanto a su procedencia estamental o respecto a cualquier se empiezan a dar en estrecha relación con las condiciones de
otro criterio de formación de grupos sociales: esos individuos su peculiar ámbito urbano. Vamos a ocuparnos ahora de este
se aproximan y actúan fuera del marco del grupo tradicional nuevo aspecto propio de la cultura barroca.
al que en cada caso pertenecen, y se unen en sus formas de
conducta de tipo impersonal y fungible, por encima de sus di-
ferencias de profesión, de edad, de riqueza, de creencias, etc.,
etc. Algunos han hablado de que en el interior del corra! de
comedias se podia estar sin distinción de dases, «democrática-
mente»; mas este adverbio resulta desplazado: no era un efec-
to democrático; era un efecto masivo. En segundo lugar, como
!levamos ya dicho, se produce una situación de anonimato, de-
bida, de un lado, a ese extrafiamiento del marco personal, en
el que se es más o menos conocido, y, de otro lado, al gran
número de unidades yuxtapuestas, con lo que cabe que el indi-
viduo se halle inserto en un medio masivo sin que en él se
puedan tomar en cuenta circunstancias singulares de cada uno.
En tercer lugar, la inserción en la roasa es siempre parcial, en
cuanto al tieropo y en cuanto a la totalidad del individuo, el
cual puede seguir y sigue apareciendo como singularidad
irreemplazable y no aditiva en otras actividades de la vida. En
cuarto lugar, finalmente, y a diferencia de lo que parecen decir
algunos pasajes de Le Bon y otros sociólogos, la roasa no su-
pone la proximidad física, sino que sus indivíduos pueden ha-
llarse aislados personalmente unos de otros, unidos tan sólo en
la identidad de respuesta y en unos factores de configuración que
actúan sobre ellos. Recordemos los ejemplos de la Iglesia y del
UNA CULTURA URBANA 225
Roma y Espafía» 2 • Estas palabras con.firman la tesis que hemos
expuesto en el capítulo precedente. Pero conviene advertir que
si, en el Barroco, la iniciativa y dirección de la cultura ha pa-
sado de la ciudad al Estado 3 , ello no quiere decir que no sea
la ciudad, con características que sólo a ésta cabe referir, el
marco de la cultura barroca. Nada tiene que ver en su fisono-
mía y estructura social, en su papel, la ciudad del sigla XV,
Capítulo 4 con los grandes núcleos urbanos del XVII. Y sin contar con los
fenómenos sociales que de la peculiar condición de estas últi-
UNA CULTURA URBANA mos derivan, no se entiende la nueva cultura de la época. Po-
dríamos introducir la siguiente distinción: si la cultura de los
siglas xv y XVI es más bien ciudadana -y a este concepto se
Tal vez pueda presentarse como conclusión aceptada hoy liga un cierto grado de libertad municipal y de relación per-
por todos la de que el Barroco es una cultura producto de las sonal entre sus habitantes (un poco todavía al modo que pedía
circunstancias de una sociedad. El Barroco es «expresión de Aristóteles)-, el Barroco es más propiamente urbano -po-
una sociedad», escribió hace anos Tapié 1 . Algunos habíamos niendo en esta palabra, como vamos a ver, un matiz de vida
insistido ya, desde mucho antes, en que se trataba de un fenó- administrativa y anónima.
meno cultural aplicable a todo el complejo social de una épo- Empecemos por hacer unas comprobaciones iniciales que
ca dada, en dependencia de sus circunstancias económicas po- luego completaremos y desenvolveremos. Durante la etapa del
líticas, religiosas y, en una· palabra, culturales. Creemos q~e es Barroco, sus gobernantes y, e.n general, los indivíduos de las
necesario precisar algo más y completar ese planteamiento: si dases dominantes no son seõores que vivan en el campo, y si
el Barroco es una cultura que se forma en dependencia de una se hacen esfuerzos para cortar la corriente de absentismo, ésta
sociedad, es, a la vez, una cultura que surge para operar sobre no hace más que aumentar: son ricos que habitan en la ciu-
una sociedad, a cuyas condiciones, por consiguiente, se ha de dad y burócratas que desde ella administran y se enriquecen. Al
acomodar. De esta segunda parte de la cuestión algo nos he- mismo tiempo, aunque haya un malestar campesino que por
mos ocupado en anterior capítulo, y como es el tema central todas partes estalla en revueltas ocasionales, en el XVII son las
de nuestro estudio nos la volvemos a encontrar otra vez. poblaciones urbanas las que inquietan al poder y a las que se
Veamos ahora cómo podemos caracterizar esa sociedad. «Si dirige normalmente la política de sujeción, la cual se traduce,
nos atreviéramos -ha dicho Braudel- a dar una fórmula di- incluso, en los cambios topográficos de la ciudad barroca. En
ríamos que el Renacimiento ha sido una civilización urb~na ésta es también donde se levantan los monumentos históricos:
de corto radio en sus centros creadores; el Barroco, por eÍ Roma, Viena, Praga, París, Madrid, Sevilla, Valencia, concen-
contrario, producto de civilizaciones masivas imperiales, de
2. La Mediterranée et le monde mediterranéen, t. II, 2.• ed., París, 1966,
pág. 163.
1. V. L. Tapié, «Le Batoque, expression d'une société», XVII• Siecle, 3. Sobre este fenómeno político, cf. mi Estado moderno y mentalidad social:
núm. 20, 1953. Siglos XV a XVII, Madrid, 1972.

15. - MAll.AVALL
226 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 227

tran, junto a otras muchas, las creaciones de pintores, arqui- rizada de la sociedad, el fortalecimiento de la propiedad de la
tectos, escultores, etc. En esas urbes barrocas se produce y tierra, la reconstitución de los grandes domínios sefioriales y
consume la voluminosa carga de literatura que se da en el XVII. el empeoramiento de la situación del campesino, son los hechos
Esa misma literatura refleja el indiscutible predomínio de los básicos de la época y denotan <<Una sociedad predominantemen-
ambientes urbanos: la casi totalidad de la colección de novelas te agra-ria, sefiorial y noble en lo alto, campesina en la inmensa
de Pérez de Montalbán discurren sus argumentos en ciudades mayoria de sus componentes» 8 • Tapié cita un caso curioso: la
espafiolas 4 ; de veinte novelas de María de Zayas, su geografía difusión del culto a san Isidro, canonizado en 1622, y exten-
comprende tal vez todas las ciudades importantes del mundo dido pronto de Castilla al Tirol, ltalia, Bretafia, Poitou. De ello
hispánico 5 • Céspedes incorpora de tal modo la ciudad al relato deduce el hecho del predomínio de la sociedad agraria, lo cual,
novelesco que éste inserta de ordinario, como pieza propia de como insistiremos a continuación, es un hecho palmario, con la
su desarrollo, un elogio de aquella en que la narración acon- amplísima conservación de usos de la vida campesina, lo que
tece 6 , aparte de que son numerosísimas las menciones de ciu- es no menos cierto; pero los aspectos sociopolíticos que a ello
dades en el cuerpo de sus novelas más extensas 7 • Cada novela se ligan, entre los que podemos considerar, desde el predomí-
picaresca va ligada .a alguna o algunas ciudades, necesariamen- nio administrativo de las monarquias burocratizadas en buena
te. Esta referencia a la geografia de la ciudad que se contempla parte, hasta la revaloración de la propiedad territorial, produ-
en el Barroco, creo que tiene un franco interés histórico-social. cida por las inversiones ciudadanas en ella, o la urbanización
Por de pronto, nos hace ver que en las ciudades viven sus per- de las costumbres sefioriales en la vida cotidiana, aunque los
sonajes, se desplazan de unas a otras, en ellas acontece la ac- poderosos, en algunos casos, retornan al campo, son manifes-
ción, en su ámbito tienen lugar las grandes fiestas que anima- taciones urbanas muy características. (cAcaso ese Isidro el La-
ron el siglo XVII, con tal contraste de luz y sombra. El drama brador no pertenece al ámbito de la vida madrilena y se le
de la cultura barroca es un drama característicamente urbano. honra en auge de la grandeza de la villa capital?)
Tapié, al establecer, como tantos, una conexión entre Barro- Desde su punto de vista, Tapié da una versión un tanto
co y sociedad, ha presentado aquél como una cultura rural, do- risuefia, según la cual el Barroco cundió por los campos porque
minada por una mentalidad campesina, bajo la acción de una al campesino, empobrecido y tal vez hambriento, se le ofrecía
economía agraria, de manera que en los países de economía co- la contemplación de la abundancia y magnificencia de los pa-
mercial más desarrollada no habrían penetrado las nuevas for- lacios y templos para que, aunque fuese desde fuera, pudiera
mas culturales. El auge de la monarquia, la jerarquización vigo- vivirla como cosa propia, viniendo a ser una via de hacerle
partícipe en la riqueza; su vida dura y miserable se abría,
4. Los escenarios de la serie Sucesos y prodígios de amor se localizan en por ese conducto, al goce de lo rico y maravilloso, en la igle-
Madrid (dos), Sevilla, Valencia, Alcalá, Ávila. sia, en cuyo interior podía libremente entrar, o en el palacio,
5. Madrid, Barcelona, Valencia, Segovia, Valladolid, Toledo, Salamanca, cuyo reflejo le llegaba. Por esos motivos, supone Tapié que
Zaragoza, Murcia, Sevilla, Granada, Jaén, Lisboa, Milán, Nápoles.
6. En sus Historias peregrinas y eiemplares aparecen Zaragoza, Sevilla, las poblaciones campesinas se complacieron con el Barroco, en
Córdoba, Toledo, Lisboa, Madrid.
7. En El espafíol Gerardo se mencionan -generalmente, con el adjetivo
«grande» como elogio- Segovia, Madrid, Zaragoza, Sevilla, Córdoba, Granada, 8. «Le Baroque et la société de l'Europe moderne», Retorica e Barocco,
Valencia y alguna más. cit., págs. 225 y sigs.
226 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 227

tran, junto a otras muchas, las creaciones de pintores, arqui- rizada de la sociedad, el fortalecimiento de la propiedad de la
tectos, escultores, etc. En esas urbes barrocas se produce y tierra, la reconstitución de los grandes domínios sefí.oriales y
consume la voluminosa carga de literatura que se da en el xvn. el empeoramíento de la situación dei campesino, son los hechos
Esa misma literatura refleja el indiscutible predomínio de los básicos de la época y denotan «una sociedad predominantemen-
ambientes urbanos: la casi totalidad de la colección de novelas te agraría, sefiorial y noble en lo alto, campesina en la inmensa
de Pérez de Montalbán discurren sus argumentos en ciudades mayoría de sus componentes» 8 • Tapíé cita un caso curioso: la
espafí.olas 4 ; de veinte novelas de María de Zayas, su geografía difusión dei culto a san Isidro, canonizado en 1622, y exten-
comprende tal vez todas las ciudades importantes dei mundo dido pronto de Castilla al Tirol, Italia, Bretafia, Poitou. De ello
hispánico 5 • Céspedes incorpora de tal modo la ciudad al relato deduce el hecho del predomínio de la sociedad agraria, lo cual,
novelesco que éste inserta de ordinario, como pieza propia de como insistiremos a continuación, es un hecho palmario, con la
su desarrollo, un elogio de aquella en que la narración acon- amplísima conservación de usos de la vida campesina, lo que
tece 6 , aparte de que son numerosísimas las menciones de ciu- es no menos cierto; pero los aspectos sociopolíticos que a ello
dades en el cuerpo de sus novelas más extensas 7 • Cada novela se ligan, entre los que podemos considerar, desde el predomí-
picaresca va ligada a alguna o algunas ciudades, necesariamen- nio administrativo de las monarquías burocratizadas en buena
te. Esta refere.ncia a la geografía de la ciudad que se contempla parte, hasta la revaloración de la propiedad territorial, produ-
en el Barroco, creo que tiene un franco interés histórico-social. cida por las inversiones ciudadanas en ella, o la urbanización
Por de pronto, nos hace ver que en las ciudades viven sus per- de las costumbres sefioriales en la vida cotidiana, aunque los
sonajes, se desplazan de unas a otras, en ellas acontece la ac- poderosos, en algunos casos, retornan al campo, son manifes-
ción, en su ámbito tienen lugar las grandes fiestas que anima- taciones urbanas muy características. ((Acaso ese Isidro el La-
ron e1 siglo XVII, con tal contraste de luz y sombra. El drama brador no pertenece al ámbito de la vida madrilena y se le
de la cultura barroca es un drama característicamente urbano. honra en auge de la grandeza de la villa capital?)
Tapié, al establecer, como tantos, una conexión entre Barro- Desde su punto de vista, Tapié da una versión un tanto
co y sociedad, ha presentado aquél como una cultura rural, do- risuefia, según la cual el Barroco cundió por los campos porque
minada por una mentalidad campesina, bajo la acción de una al campesino, empobrecido y tal vez hambriento, se le ofrecía
economía agraria, de manera que en los países de economia co- la contemplación de la abundancia y magnificencia de los pa-
mercial más desarrollada no habrían penetrado las nuevas for- lacios y templos para que, aunque fuese desde fuera, pudiera
mas culturales. EI auge de la monarquía, la jerarquización vigo- vivida como cosa propia, viniendo a ser una vía de hacerle
partícipe en la riqueza; su vida dura y miserable se abría,
4. Los escenarios de la serie Sucesos :v prodigios de amor se localizan en por ese conducto, al goce de lo rico y maravilloso, en la igle-
Madrid (dos), Sevilla, Valencia, Alcalá, Avila. sia, en cuyo interior podia libremente entrar, o en el palacio,
5. Madrid, Barcelona, Valencia, Segovia, Valladolid, Toledo, Salamanca, cuyo reflejo le llegaba. Por esos motivos, supone Tapié que
Zaragoza, Murcia, Sevilla, Granada, Jaén, Lisboa, Milán, Nápoles.
6. En sus Historias peregrinas :v eiemplares apareceu Zaragoza, Sevilla, las poblaciones campesinas se complacieron con el Barroco, en
C6rdoba, Toledo, Lisboa, Madrid.
7. En El espaiiol Gerardo se mencionan -generalmente, con el adjetivo
«grande» como elogio- Segovia, Madrid, Zaragoza, Sevilla, C6rdoba, Granada, 8. «Le Baroque et la société de 1'Europe moderne», Retorica e Barocco,
Valencia y alguna más. cit., págs. 225 y sigs.
228 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 229

lugar de rechazarlo por lujoso y ostentatorio. La burguesía, blecitos aragoneses, castellanos, andaluces. Se da en Francia,
en cambio, sólo se sintió atraída en la medida en que gusta- sobre lo que disponemos ahora dei rico inventario y riguroso
ba de la truculencia y del espectáculo, sin llegar a cultivado estudio publicado sobre los de la región al NO del país 11 •
nunca con predilección. La realeza y la nobleza, en cuanto Pero este mismo estudio nos hace ver que se trata de obras
que sefioreaban el campo, se interesarían fuertemente por el tardías, las cuales dependen de patrones anteriores procedentes
Barroco. En definitiva, éste «se expandió ampliamente en los de centros urbanos más activos, desde los cuales se habrían di-
medias agrarios» 9 • fundido al media rural 1 2 • Pienso que en Espafia se llegaría a
Ante esta explicación no podemos menos de pensar que la misma conclusión 13 •
las grandes y esplendorosas iglesias del XVII no se encuentran Francastel, que en tantos puntos se opone a las tesis que
generalmente en media dei campo, ai modo de los ricos mo- de Tapié acabamos de recoger, viene, sin embargo, a coincidir
nasterios cluniacenses, o todavía de los grandes monumentos en ligar la aparición y desarrollo del Barroco a un medio agra-
del Císter, sino en media de pobladas y extensas ciudades. rio, de manera que sus palabras pueden llevar a confusión acer-
Éstas son el ámbito de los suntuosos templos jesuítas y no ca de su carácter urbano: el Barroco ha triunfado en todas par-
sabemos de otros templos más representativamente barrocos. tes en que se ha mantenido una sociedad de tipo agrícola y feu-
Pero, además, nos preguntamos cuántos campesinos entrarían dal, conducida por gentes de lglesia, en todas partes en que ha
en el interior de los palacios, cuyo ambiente campestre de al- reinado sin réplica un orden tradicional. Es conservador de las
rededor, en los poquísimos casos en que se daba, era bien costumbres y de los modos de presentación 14 • Sin embargo,
artificial. dejando aparte que el empleo siri debida matización del térmi-
En una posterior y breve obra de síntesis, Tapié mantiene no «feudal» es un anacronismo que induce a errar, y que, por
la referencia a la base campesina de la sociedad barroca, alude otra parte, no puede decirse que el imperio del orden tradi-
a la restauración de los poderes sefioriales, sefiala el auge er.o- cional se haya impuesto sin réplica, cuando nos son conocidas
nómico del campo, en cuya propiedad se asientan las haciendas las fuertes tensiones sociales en que el Barroco se apoya y
de los sefiores, pero afiade que hay que contar con la riqueza
comercial de las ciudades marítimas, en las que se desarrollan 11. Tapié, Le Flem y otros en Retables de Bretagne, que ya hemos ci-
afanes de ostentación, impulsados por la fastuosidad de la bur- tado.
12. Sobre esa masa de retablos rurales bretones, de cuyo estudio acaba-
guesía rica. Contra la anterior enunciación de un lazo determi- mos de hablar, observemos que só lo el 16 por ciento son anteriores a! afio
nante y casi exclusivo entre Barroco y economía agraria, ad- 1660; e! 80 por dento se costruyen entre esa fecha y e! comienzo de Ia
mite ahora que no hay incompatibilidad, sino, más bien al con- Revolución Francesa, y sólo el 4 por ciento son posteriores a este último acon-
tecimiento. Los datas se encuentran en la parte de! estudio de Pardai!hé-Gala-
trario, congruencia, entre Barroco y burguesía i-0. Es cierto que brun, de! libro citado en la nota anterior.
son numerosos los retablos barrocos conservados en localida- 13. Se pueden recoger muchos datas aislados en los vols. de Ars Hispaniae
redactados por D. Angulo Iíiíguez (XV) y M.• E. Gómez Moreno (XVI).
des de tipo pequeno, inmersos en ambientes rurales. Esta se Recientemente, M. Sagües Subijana ha publicado un artículo sobre «Cuatro
da en Espafia, como sabe todo aquel que haya recorrido pue- retab!os barrocos guipuzcoanos», Boletin de la Real Sociedad Vascongada de los
Amigos del País, XXVIII, 1, 1972: esos retablos, emplazados en medias
ruraJes, .son muy de finales del XVII.
9. V. L. Tapié, Baroque et Classicisme, París, 1957, págs. 134 y sigs. 14. «Limites chronologiques, limites géographiques et limites sociales du
10. Le Baroque, París, 1961, pág. 53. Baroque», en e! volumen misceláneo Retorica e Barocco, pág. 57.
230 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 231

de las cuales nace esa nueva cultura, consideramos que es me- mía» 15 • Esto puede afirmarse en el siglo XVII, y así podemos
jor precisar que esa sociedad en la que se da, más que «de tipo comprender el complejo fenómeno de que el Barroco sea una -
agrario», sería propío llamarla «de economía agraria>>, ya que, cultura urbana, producto de una ciudad que vive en estrecha
sin que haya en ello incompatibilidad, consideramos que en esa conexión con el campo, sobre el cual ejerce una fuerte irra-
sociedad las pautas culturales que se imponen, de conformi- diación.
dad con los grupos en ella predominantes, se hallan marcada- En la fase histórica de ese sigla XVII, es el campo el que
mente transformadas por un proceso de urbanización. produce. De él procede la totalidad de los productos de ali-
Esta exposición que acabamos de hacer basándonos en auto- mentación y buena parte de la industria artesanal. Sin embar-
res que, si polemizan entre sí, coinciden en puntos clave, nos go, la ciudad drena la casi totalidad de las rentas, porque,
hace ver que se han dado transformaciones importantes en transformadas éstas en dinero -por lo menos en considerable
el panorama de nuestra cuestión, con alteraciones en el papel proporción-, la ciudad lo absorbe, bajo forma de impuestos
reconocido a los grupos sociales y a toda clase de factores ope- ~incluso todavía pagados en especies-, con los que se retri-
rantes sobre el tema. Tras los cuarenta afios de estudíos sobre buye a burócratas, militares, servidores de la Corte, profesio-
el Barroco que hemos visto desenvolverse, y fundados en nues- nes liberales, etc., o lo recibe en concepto de derechos sefioria-
tra propia investigación, que, si se apoya en fuentes espafiolas, les, laicos o eclesiásticos, y otras cargas que se administran
procura no olvidar las de algunos que otros países, nosotros fuera del medio rural. Las riquezas producídas se concentran, ·
llegamos al siguiente planteamiento: el Barroco se produce y en proporción muy elevada, dentro del ámbito urbano. Ello
desarrolla en una época en la que los movimientos demográfi. produce un drenaje del dinero que se acumula en el área de
cos obligan ya a distinguir entre medio rural y sociedad agra- la ciudad y desaparece de la aldea, dificultando su comercio,
ria. Surge entonces esa cultura de ciudad, deptmdiente de las en un momento en que la reducción de la capacidad de auto-
condiciones en que va extendiéndose la urbanización, las cua- suficiencia de la misma hacía necesario un mayor volumen de
les operan, incluso, sobre zonas campesinas próximas que se transacciones comerciales por su parte. En coincidencia con
hallan en relación con la ciudad; una cultura que se mantiene este fenómeno general europeo 16 , en las Relaciones topográfi-
vinculada, como la sociedad urbana misma, a una base de pre- cas de los pueblos de Espafia ordenadas por Felipe II -cuyos
ponderante economía agraria, en la que se había alcanzado, no datos correspondeu al momento que inmediatamente precede
obstante, un nível considerable de relaciones mercantiles y di- a la época que , estudiamos-, ai contestarse por un número
nerarias, con la consiguiente movilidad que de esto último de- apreciable de pueblos a la pregunta que la Administración real
rivaba y de cuyos primeros resultados hay que partir para en- les dirige sobre qué es aquello de que más falta tienen, con-
tender los hechos sociales y culturales que la nueva época nos testan que de dinero para comerciar 17 • No sólo de la Europa
ofrece.
Como ha dicho un teórico del «cambio social», respecto a 15. G. M. Poster, Las culturas tradicionales y los cambios técnicos, México,
1964, pág. 52.
las sociedades pre-industriales de base agraría y con un cierto 16. Schnapper y Ríchardot, Histoire des faits économiques, París, 1971,
grado de amplitud en las operaciones mercantiles, «la ciudad es pág. 206.
17. Algunos datos han sido recogidos en nuestro trabajo «La imagen de
la fuente principal de innovaciones en dichas comunidades ru- !e. sociedad expansiva en 'La conciencia castellana de! siglo XVI», Mélanges en
rales y lleva las riendas de la política, la religión y la econo- l'bonneur de Fernand Braudel, !, Toulouse, 1973, pág. 373.
232 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 233
del siglo XVI, sino también de la dei xvn, si se deja aparte el siásticos, apoyada en un amplio régimen de privilegios fi.scales,
caso de Inglaterra, es válida la afirmación que se ha hecho de administrativos, jurisdiccionales que, contra lo que se venía
que el auge de las ciudades no proviene de un crecimiento in- diciendo, la monarquía no había combatido ni pretendido mer-
dustrial, sino de su expansión comercial sobre su entorno, y, mar. Si a eso se afiaden las penosas consecuencias sociales de
con ella, de su dominación sobre el campo, cuyas relaciones los trastornos que provocá la política monetaria y la política
de oferta y demanda dirige en gran medida. Si el campesino de gasto público de la monarquía, con su conocido séquito de
sigue pensando en producir cuanto necesita, bajo un arcaico miseria y hambre, reconocemos en ello esas circunstancias que
ideal de unidad autárquica de suficiencia, lo cierto es que las tan duramente cortaron el iniciado desarrollo de la producción,
respuestas contenidas en las Relaciones antes mencionadas anularon la productividad del trabajo, arruinaron a artesanos,
nos hacen ver que está dejando de ser así 18 • De ahí el influjo pequenos propietarios y jornaleros, e impulsaron en mayor
social de la ciudad sobre el campo, que da lugar a la difusión medida aún la concentración de la propiedad de tierras y gana-
en éste de modos de vestir y otros casos de irradiación ciuda- dos, acentuando la separación entre propietarios y no-propie-
dana. Recordemos la aguda observación que hacía Lope de tarios, empeorando la situación de estos últimos. Todo esto,
Deza: a los labradores, a la gente del campo, «principalmente de suyo, no era forzoso que llevara a una incontenible tenden-
a los circunvecinos de ciudades y villas grandes», los arruina cia de inversión dei predomínio, que del campo pasa a la ciu-
el afán de imitar a los que habitan en éstas, y una vez que dad. Pero en la situación histórica de la Europa del oto:fio me- ·
acuden a ella, a pesar de las dificultades que puedan encontrar, dieval, se comprende que la salida a tan desfavorable plantea-
no desean abandonar la ciudad 19 • Refirámonos también aquí miento de condiciones llevara a un desplazamiento del centro
al desplazamiento del poder económico a la ciudad -los ricos de gravedad bacia los núcleos urbanos. La consecuencia fue dar
viven en ésta, aunque sus fortunas sean de tipo agrario--, con lugar a un éxodo rural y a un creciente absentismo, que está
lo que se explica la compra continua de tierras por los ciuda- en la base de las transformaciones demográficas características
danos, sobre todo en las zonas próximas a los núcleos más de la época. Desde el final del siglo XIV era conocido en Europa
importantes, uno de los fenómenos que influyen seriamente en el fenómeno de abandono de lugares poblados, la aparición de
los trastornos estructurales de la época. esos despoblados 20 a que, dos siglas después, los escritos polí-
Son muchas las razones que dan lugar a que se acentúe ese ticos y económicos espafioles harán tan frecuente y dramática
proceso cuyo arranque cabe emplazar en los últimos siglos me- referencia 21 •
dievales y que en el XVII va a alcanzar un nuevo nivel. Ya tenemos que considerar como consecuencia ligada a lo
Pensemos en las desfavorables condiciones estructurales anterior el hecho de que, ante tan desfavorable situación, se
que se daban en Espafia -y no menos en esa Europa que co- piense en hacer volver a sus propiedades rústicas a aquellos
nocerá por igual el fenómeno del Barroco-, con una acumu- ricos propietarios que se han instalado en la ciudad, como ob-
lación de la propiedad en manos de los sefiores, laicos y ecle-
20. Cf. J. Heers, L'Occident au XIVº et XVº siecle, París, 1963, pág. 93.
21. Despoblación del campo y absentismo son los aspectos en que los
18. Cf. N. Salomon, La campagne de Nouvelle Castille à la fin du XVIº documentos sobre los que reflexionan los gobernantes barrocos de Felipe III
siecle, París, 1964. y Felipe IV insisten una y otra vez. Ya hemos dado algunas referencias sobre
19. Gobierno político de agricultura, Madrid, 1618, fol. 37. el tema en capítulo antetfor.
UNA CULTURA URBANA 235
234 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO

servamos en el capítulo anterior, bajo otro punto de vista. importancia de los grupos intermedios, achicamiento del mer-
Hay, para procurar desde arriba ese regreso, razones políticas: cado interior, con la consiguiente mala alimentación de las
evitar la presencia de personas distinguidas en torno a las cua- dases hajas; en fin de cuentas, una vigorización del régimen
les pudieran aglutinarse esas masas de descontentos, sin cuya feudal, semejante en alguno de sus efectos a los que se produ-
presencia no se entiende el Barroco. Y hay razones socioeco- jeron en algún punto de Andaluda. En esa consulta del Con-
nómicas de las que dependían las demás. Por eso, el Consejo sejo de Castilla, por debajo de una motivación ~oyuntural. ap~­
de Castilla, creyendo mejorar las posibilidades de producción rente a primera vista, se observa toda una poht1ca de v1gon-
del campo, disciplinar los grupos campesinos, reintegrar a los zaci6n del orden social de tipo sefiorial que cierre el paso a
privilegiados en el sentimiento de sus deberes tradicionales cambias en la estructura, porque la instalación ciudadana de
-que constituirían tan firme apoyo de la situación- y des- los poderosos amenaza con quebrantada.
congestionar de amenazas las ciudades, en consulta de 2 de sep- A pesar de todo, a pesar de alguno de esos ejemplos ais-
tiembre de 1609, propone se tomen medidas que promuevan lados en Andalucía -donde no se contribuyó con ello, cierta-
que vuelvan los sefiores a vivir en sus tierras, a fin de que, mente a apaciguar las tendencias de oposición-, no fue posi-
aproximándolos a las aldeas, los campesinos se vean más apo- ble e~ el conjunto del país crear una situación semejante a
yados, las fincas mejor administradas y se consuman más abun- la de los países del norte eslavo. No sé si habría que dar su
dantemente los frutos de la tierra, con lo que el dinero circu- parte en ello al reconocimiento del desarrollo de energías indi-
laria mejor y los productores pecheros podrfan disponer de in- vidualistas en el siglo renacentista; probablemente los factores
gresos con los que pagar alcabalas, tercias y otras imposicio- económicos no eran los mismos, y, en general, todas las razo-
nes 22 • Probablemente, al Consejo de Castilla le inspiraban dos nes religiosas, culturales, etc., estaban en pugna con una solu-
razones: una, política, alejar de la Corte a los sefiores cuya ción de fuerza como la que fomentó la servidumbre en Rusia.
actitud de descontento y crítica cada vez era más peligrosa; La crisis siguió siendo dura, sus consecuencias negativas cada
otra, económico-social, aumentar la disciplina social que hicie- vez de mayor alcance. Pero un elemento de vida individual
ra crecer la desfalleciente producción. Lo mismo se repite sobre vigorosa, o, si se quiere, de libertad, impidió someter definitiva-
la necesidad de descongestión de Madrid, en las medidas de la mente las energias que se enfrentaban en la crisis del XVII. El
época de Felipe IV. poder, obsesionado por el orden, hizo lo posible; la mo?arquía
Es conocido el fenómeno de que el grau aumento en la absoluta puso en juego sus resortes; los Consejos servilmente
demanda de cereales que la Europa occidental y mediterrá- propusieron medidas de severo control. Pero algunas men.tés
nea dirigió a los países del Báltico, en el XVII, les forzó a pro- lúcidas comprendieron lo que iba a pasar en esa grave tens16n
curar el incremento de la producción, y a esta se hizo frente ciudad-campo. Sancho de Mancada, por ejemplo, no fía en los
en Rusia mediante la concentración de grandes masas de sier- medias directos de cortar el exceso de población en la Corte
vos bajo el domínio de ricos propietarios instalados en el cam- y rechaza que se obligue a aquélla a abandonarla: «Lo primero
po, lo que supuso sumisión del campesinado, reducción de la porque es media que se tiene por imposible, porque todos de-
fenderán su quedada, como lo han hecho otras veces, y cuan-
do hoy salgan, volverán mafíana, en resfriándose el rigor. Lo
22. C. Viõas Mey, El problema de la tierra en la Espaiia de los si-
glas XVI-XVII, Madrid, 1941, pág. 125. segundo, porque obligar a vivir a uno en un lugar contra su
236 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 237

voluntad es dársele por cárcel. Lo tercero, porque ~cómo se res teuían interés en despoblar sus lugares pequenos para apo-
podrá obligar a naclie que viva donde muere de hambre, y que derarse de sus tierras comunales. Por este variado juego de cau-
no esté donde gana de comer? Lo cuarto, porque son medios sas, la Espana central se cubrió de despoblados; unos desapa-
violentos, y siéndolo son de poca dura; y ansí lo cierto es que recieron totalmente, otros se convirtieron en fincas particu-
24
tengan comodidad que los lleve a sus tierras» 23 • lares, en las que la antigua parroquia hacía veces de capilla» •
Pero ahora hemos de insistir en un punto que con frecuen- De todos modos, pues, y cualquiera que fuese el juego de fac-
cia induce a confusión: éxodo rural no es equivalente a éxodo tores, aunque en términos absolutos la población de muchas
agrario, ni el predomínio de una ciudad, en el ámbito de una ciudades se reduzca, aunque en total haya un descenso demo-
cultura, niega la subsistencia de una economía agraria; ni si- gráfico, en este plano cobró la ciudad una importancia mayor,
quiera formas de mentalidad ligadas a ésta se ven eliminadas, y aún habría que afiadir que, si no todas, las más de las ciu-
sino integradas en las primeras fases de un proceso de urbani- dades que participaron activamente en el desarrollo de la cul-
zación. El total de la población, a fines del XVI y primera mi- tura barroca vieron también crecer su población, aunque en
tad dei xvu, disminuye en toda Europa y muy acusadamente un entorno de recesión dramática.
en Espana. Pero esa disminución, o no afectó a la población En el siglo XVII se agudiza ese fenómeno que Braudel ob-
urbana, o sólo en menor proporción que al campo, debido a serva en el área meridional dei continente europeo: en medio
que la parte que las ciudades perdían en algunos casos -por de desiertos humanos, el crecimiento de los núcleos urbanos da
ejemplo, en las pestes que azotaban más los núcleos de pobla- a los centros de población un carácter oásico. Las ciudades
ción ciudadana- se veía compensada por la inmigración pro- son verdaderos oasis, en el Mediterráneo, que con frecuencia
cedente del campo. En Espafia, las cuatro pestes del siglo que aparecen en medio de extensiones desérticas, hecho que los
estudiamos redujeron la población de Castilla aproximadamente viajeros senalan respecto a Espafia, pero que es común a la
en casi una cuarta parte; pero frecuentemente las ciudades geografía del Mediterráneo 25 •
recuperaron y aun aumentaron, a expensas del campo, su nivel Esa redistribución, a base de éxodo rural y concentración
de población, si bien en otras muchas ocasiones quedaron por urbana, explica, a juicio de Domínguez Ortiz, la peculiar es-
debajo de las cifras de la segunda mitad del xvr. «Estos des- tructura del campo castellano y andaluz, con pueblos de varios
censos de la población urbana -comenta Domínguez Ortiz- miles de habitantes, separados por decenas de kilómetros de
resultan más dramáticos si se considera que a las ciudades zonas despobladas 26 • El Consejo Real hacía observar a Feli-
había ido a refugiarse buena parte de la población rural redu- pe III -en importante consulta de 1 de febrero de 1619- la
cida a la miseria. Hubo en aquella centuria una concentración penosa situación de los pequenos lugares campesinos en el ám-
de la población rural castellana, producida, por un lado, por la bito del reino: «las casas se caen y no se buelve ninguna a
presión tributaria, que hacía cada vez más difícil la vida en las reedificar, los lugares se yerman, los vecinos se huyen y se
aldeas y lugares; de otro, por la concentración de la propiedad. ausentan y dejan los campos desiertos y, lo que es peor, las
También contribuyó la creación de nuevos sefioríos; los sefio-
24. El Antiguo Régimen. Los Reyes Católicos y los Austrias, Madrid,
1973, pág. 349.
23. Restat1raci6n política de Espaiía, 1619. Cito por la edici6n de 1742, 25. Op. cit., t. 1, págs. 169-170 y 174.
pág. 49. Tal venfa a ser la argumentaci6n general de la consulta dei Consejo. 26. Domínguez Ortiz, La sociedad espaiíola del sigla XVII, pág. 117.
238 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 239
iglesias desamparadas» 27 • Este problema obsesiona a cuantos ción industrial -si es que se produce-, áreas de economia
escriben de cuestiones de gobierno en Espafia, y aun en nues- agrada, pero, eso sí, bajo la superior presión y aun dirección
tros días algunos lo han interpretado como manifestación uní- de los núcleos ciudadanos, cuyo avituallamiento, por un lado,
voca de despoblación, al modo que lo entendieron los críticos sigue siendo la principal actividad mercantil de la comarca en
del siglo XVII. Pero en muchas ocasiones no era más que resul- que están enclavados, y cuyo sistema de cultura rige toda la
tado de un desplazamiento, que llevaba a un grupo rural a vida social en torno 32 • Frente a la tradición del campo autár-
abandonar sus viejos techos -en afios de penuria, en ocasio- quico y autosuficiente, la literatura nos da la estampa de una
nes de epidemia, o huyendo de algún sefior tiránico--, trasla- vida campestre que depende de las compras en la ciudad, como
dándose a las ciudades. La despoblación es un fenómeno bien en el caso de esa joven que en una novela de Tirso nos cuen-
conocido, ciertamente, en el XVII espafiol. Las casas de muchos ta, como cosa habitual, que los que viven con ella en el ciga-
pueblos se derrumban, también las de algunas ciudades; pero rra! se han ido a la ciudad «por las cosas necesarias para
en otras, en cambio, se levantan nuevas o empieza a aparecer el nuestro regalo» 33 • Incluso cuando, como en el caso del XVII
fenómeno del suburbio. Lo cierto es que si, al terminar el espafiol, las ciudades decrezcan y hasta lleguen a presentar en
siglo xvr, algunas ciudades, como Valladolid, Medina del Cam- algunos casos un aire caduco, sobre lo que Domínguez Ortiz
po o Córdoba, han disminuido, las más de las ciudades caste- ha reunido algunos da tos 34 , su superioridad sobre el campo
llanas crecen en esa centuria, y se conservarán en alza bajo las se hallará tan firmemente establecida que no perderán nada de
repetidas crisis demográficas del XVII; en algunos casos, como su posición preponderante.
Madrid y Sevilla, ese aumento es espectacular 28 • La razón, El tipo de vida doméstica y burguesa que cunde en el XVII
pues, no es un crecimiento absoluto de la población del país, se relaciona con ese predomínio. Así nos encontramos con esce-
sino una corriente de absentismo ininterrumpida, un abandono nas que parecen sacadas de una comedia decimonónica de Bre-
del campo, para trasladarse a vivir a la ciudad, fenómeno del tón de los Herreros: recordamos aquella en que un personaje
que son plenamente conscientes los escritores del XVII, como de Suárez de Figueroa «loaba los entretenimientos domésticos
Sancho de Moncada 29 o como Benito de Pefialosa 30 , y al que de la noche, el recreo de novelas y varia lección al brasero» 36 •
Lope de Deza confiere gran importancia en la crisis de la agri- La transformación y auge de las novelas, característicos del Ba-
cultura espafiola 31 • rroco, se enlaza con tales condiciones sociales, que dan a aqué-
Desde el siglo XV en adelante, muy especialmente los paí-
ses del área mediterránea seguirán siendo, desde luego, hasta 32. Cf. Heers, op. cit., pág. 149. Que e1 consumo ciudadano es el principal
las tan diferentes fechas en que en ellos se produce la revolu- aspecto de la economía campesina y el único que mantiene a ésta en una
situaci6n favorable, lo sostenía, a mediados del XVII, Martínez de Mata, apo-
yándose en ello para defender se protegiera a las fábricas de la ciudad: «si
27. La Junta de Reformaci6n, pág. 16. Domfnguez da diferentes testimonios se disminuyen los fabricantes en las ciudades, se pierde la labranza y cría
en este mismo sentido. que habían de consumir», Memorial en raz6n de la despoblaci6n y pobreza
28. Carande, Carlos V y sus banqueros, t. I, pág. 60. de Espaiia y su remedia, en Memoriales y Discursos, edici6n de G. Anes, pá-
29. Restauraci6n política de Bspaiia, Discursos I y II, y en especial la gina 290.
referencia de la pág. 49. 33. Cigarrales de Toledo, edici6n de Víctor Said Armesto, Madrid, 1914,
30. Libra de las cinco excelencias del espaiiol, Pamplona, 1629, fols. 170 pág. 49.
y sigs. 34. Op. cit., pág. 139.
31. Gobierno de agricultura, fols. 21 y 22. 35. El pasagero, cit., pág. 364.
240 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 241

lias un contenido de incidencias familiares para ser leídas en ciudad se reúne frecuentemente una población mayor que nun-
un círculo doméstico. En éste se representan los entremeses y ca, que ha conservado una propensión marginal al gasto de
otras producciones semejantes, alguna titulada, como un entre- otras épocas, en proporción siempre mucho más fuerte en me-
més de Francisco de Avellaneda, Las noches de invierno; se or- dia urbano que rural; en cualquier caso, a la ciudad optan por
ganizan entretenimientos y verdaderas tertulias de clase media acudir, en el xvn, aquellos que tienen qué gastar, como tam-
propios dei tiempo 86 y el mercado de lectura se abastece de bién aquellos que no tienen qué comer. El Consejo Real ad-
otras muchas colecciones que responden al carácter de la socie- vierte a Felipe III (1 de septiembre de 1619) que las gentes
dad ciudadana seiscentesca 87 • abandonan sus tierrás y lugares y «aqui [en la Corte] se ave-
A1 hablar de la preponderancia que sobre zonas rurales de cindan los unas y los otros, compran casas y las hacen de nue-
su alrededor ejercen las ciudades, no pretendemos afirmar una vo muy costosas» 39 • Si esta supuso aumento efectivo de la
especie de rol paradigmático que se haya proyectado eficazmen- ciudad, mucho mayor lo fue, sin duda, el causado por las comi-
te, difundiendo unos modos de comportamiento surgidos en tivas de desempleados, hambrientos, menesterosos que acu-
aquéllas. Pero sí es indudable que, por una parte, las ciudades dían de fuera al olor de esos ricos que entraban en sus nuevas
ejercieron una función de estimulante respecto al estado eco- moradas urbanas. La plebe ciudadana crece por esa atracción
nómico y respecto a la vida social en general, incluso respecto considerablemente, como lo sabían -y lo sefialaban ya entre las
a las modas, de un territorio circundante, con fuerza mayor o causas de despoblamiento del campo- economistas, conseje-
menor según los casos, hecho que en alguna medida depende ros, ministros.
de la demanda lanzada en su entorno por aquéllas. Las ciuda- Si este doble fenómeno venía siendo así desde el siglo XIV,
des, sobre todo, fueron un centro de atracción de emigrantes se incrementa en sus dos aspectos, en relación con la crisis del
del campo, por muy diversas razones. De lo dicho es una com- sigla xvn, cuyas dificultades, en tantos casos, promovieron el
probación el hecho del crecimiento de oficios en las ciudades, abandono de la tierra y la incorporación al media urbano de
novedad insistentemente acusada, a pesar de tantos aspectos una población campesina que en él podia encontrar, si no re-
de crisis en el empleo. Lope de Deza observaba que antes bas- media, sí paliativos ocasionales y pasajeros a su hambre y su
taba con que en toda una província un solo artesano ejercie- miseria. La presencia de estas gentes de diversa procedencia
ra ciertos oficios, de escasa aplicación (un pintor, un dotador, preocupa al Consejo Real, ante Felipe III, porque supone que
un entallador); ahora, no es así, «habiéndose multiplicado los <<nos han de tener adio y aborrecimiento» 40 : el Consejo adivi-
artífices al paso del gasto y demanda de sus artificias» 88 • En la na que la urbanización produce de ordinario acritud. A través
de esos desplazamientos, así como de los grupos de trabajado-
res y vendedores ambulantes que diariamente acudían de las
36. Pueden verse muchas de estas piezas que viven sólo en una ocasi6n
familiar, en E. Cotarelo, Entremeses, Loas, Bailes, ]ácaras :Y Mogigangas, vols. 17 aldeas próximas a la ciudad, y también por media de los habi-
y 18 de la NBAE. tantes de ésta que salían de cuando en cuando a ocuparse de
37. Ejemplos, entre otros muchos, de esta literatura de brasero y no de sus fincas, a proveerse de géneros o, simplemente, en busca
hogar campesino con chimenea de alta campana, son series como las de An-
drés del Prado, Meriendas del ingenio :Y entretenimientos del gusto (BAE,
XXXIII); Mariana de Carvajal, Navidades de Madrid :Y noches entretenidas,
ocho novelitas de carácter familiar y costumbrista, Madrid, 1663; etc. 39. La Junta de Reformaci6n, AHE, V, pág. 23.
38. Lope de Deza, op. cit., fol. 26. 40. Qp. cit., pág. 24.

16. - MARAVALL
242 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 243

de los ya entonces anhelados placeres campestres, la influencia No olvidemos las cauciones en elogio de la vida retirada en
de la vida urbana sobre el mundo rural existe indudablemente. la aldea, de Enríquez Gómez, apreciando su sencillez y simpli-
Piénsese en lo que signi:6.caba a este respecto en la Espafia cidad, su sosiego y reposo, su virtuosa pobreza 44 • Coincidien-
del XVII la práctica de reuniones y festejos con ocasión de las dos do con esta, sabemos que hay sefiores y ricos ganaderos y te-
sesiones anuales de la Mesta, celebradas en lugares de las rratenientes que se instalan en pequenos pueblos. Esta tiene
províncias de Madrid o de Segovia o de Soria, en septiembre, seguramente razones económicas -preocupación por mejorar
o de Extremadura, en marzo-abril: allí tenían lugar representa- la administración de los propios intereses-, las mismas que
ciones de comedias y otras :6.estas urbanas, en las que se jun- inspiraban a Consejos y Juntas a recomendar se promoviera la
taban con abogados, escribanos, 0:6.ciales, incluso con el presi- vuelta al campo de sefiores y gentes de nível superior; pero a
dente del Consejo de Castilla y su séquito, ganaderos y pas- veces son también casos del cansando psicológico que la mis-
tores 41 ma vida urbana suscita.
Como en todos aquellos momentos en que se pasa a un Y a hablamos antes del ideal de una sociedad de aristócra-
mayor grado de concentración de vida urbana, los textos, de tas y agricultores, que va desde los consejeros de Felipe III
distinta naturaleza, de toda la época del Barroco nos muestran hasta Montesquieu. Ello inspira -como una sublimación com-
paradójicamente ciertos datos que parecen hablarnos de un re- pensadora- ese gusto por la naturaleza que precisamente es
chazo de la ciudad. De un fenómeno semejante se encuentra el contrapunto de unas gentes que se ven a sí mismas fuerte-
ya testimonio en Séneca 42 ; algo semejante se observa en los mente urbanizadas. Se llegan a producir ciertas anticipaciones
siglos XV-XVI, durante los cuales el gusto por ciertos valores de curioso tinte rousseauniano 44 bis. Son ésas tan visibles en un
rústicos es, seguramente, prueba de ello. Desde :6.nes del XVI, Saavedra Fajardo, que llegará a hacer la encendida defensa de
el hecho se comprueba, fácilmente, con especial fuerza. Pen- la crianza de los hijos por sus propias madres, porque lo con-
semos en pasajes de los dos Argensola, el uno condenando a trario niega los derechos de la naturaleza 45 • Pero, de todos
«los vanos ricos y poderosos ciudadanos» -una vez más, la modos, si la presencia del mito campesino no es más que una
riqueza, aunque fuese agraria, seguía refiriéndose al mundo ur- comprobación de lo que decimos, las gentes del Barroco se
bano--, el otro encomiando la vida de aldea por su virtuosa saben bien instaladas en la ciudad, sinceramente encuentran
sobriedad, en frases que nos descubren (con anticipación sobre en ella aquellas ventajas a las que no están dispuestos a renun-
el agrarismo sentimental del siglo XVIII) todo un sentimiento ciar, no admiten -como nos dice Gabriel del Corra!- «care-
de intimidad burguesa: cer de todo lo hermoso y vario de una numerosa población
46
por los seguros y desocasionados desvios del campo» • Es en
Es la capacidad de la posada media de aquélla donde se produce la cultura que el .hombre
Angosta; pero, gradas a Dios, nuestra,
Humilde, pero bien acomodada 43.
44. Ibid., págs. 366 y 369. Hacemos referencia a las canciones II y IV.
41. Debo esta referencia a1 sefior Le Flem, que tan ampliamente está es- 44 bis. Grace L. Morley, Le sentiment de la nature en France dans la
tudiando el mundo social de la Mesta. premiere moitié du dix-septieme siecle, Nemours, 1926. Pienso en el hermo-
42. Cf. el tratado De tranquillitate animi, II, 10-13, ed. latina y francesa so libro que se podría escribir sobre este tema en la literatura espafiola.
.de «Les Belles Lettres», págs. 77 y 78. · 45. Empresa I, OC, pág. 170.
43. BAE, XLII, págs. 287 y 310, respectivamente. 46. La Cintia de Aranjuez, reedición de Madrid, 1945, pág. 126.
244 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 245

barroco estima, donde se produce «la comunicaci6n de los con ello hacer creer que una novela nos dé los sent11mentos
hombres entendidos», como es el caso, según López de Vega, reales de un aldeano que en ella aparezca; mas sí aceptamos
de ese Madrid al que acuden gentes de todas provindas y reconocer que en ella se traduzca la manera de ver y de esti-
naciones 47 mar las cosas, vigente por lo menos en determinados grupos
Pero no basta con lo que llevamos dicho. Afiadiremos que de la sociedad en que esa novela se produce. «Admiróle -nos
si el Barroco es una cultura urbana, es, sobre todo, una cultura dice el autor de Teresa de Manzanares- la máquina de edifi-
de gran ciudad. Ciudades populosas -aunque no tanto como cios, la mucha gente que pisaba sus calles», y el protagonista
algunas de ellas en el XVI- existfan ya en la Edad Media, comenta en algún momento: «como Madrid es tan grande» 49 •
pero ahora alcanzan una iniciativa y una fuerza, en la conduc- Hay quien piensa así: «No era cordura salir de Madrid, adonde
ción de la economia y de la cultura del país, muy superiores a todo sobra, por ir a una aldea donde todo falta» 50 (la ideali-
ningún otro momento anterior. Pensemos en lo que significa zación de la aldea en el Renacimiento ha cambiado de sentido
la observación de Lope de Deza que antes citamos. E1 papel y el mito de lo natural ha tomado otro cariz).
de la gran ciudad se refleja en la literatura. Piénsese en la par- Se estima, justamente, el aire abigarrado, cosmopolita, aco-
te que corresponde a Madrid y a otras grandes ciudades en el modatiéio de Madrid, que se agrava en ese tiempo. En nuestros
teatro de Lope de Vega 48 • Y si bien se producirá el testimo- dias, Vifias Mey ha llamado la atenci6n sobre la poblaci6n he-
nio amargado del que no ha logrado imponerse en aquélla -re- terogénea, en el siglo XVII, de Madrid, con su diversidad cada
cordemos a Góngora, condenando «al que en Madrid desper- vez mayor de procedencia y profesiones, formando «u~ con-
dicia sus dineros» (lo cual es una comprobación, por la otra junto abigarrado y multiforme, inquieto y desacorde» 51 • Pero
cara, de lo que venimos diciendo )-, lo curioso es el modo y en la misma época, se acusa el hecho, una y otra vez, de lo
la frecuencia con que se elogia a las ciudades principales en que e1 caso tiene de admirable: «Babilonia de Espafia, ma-
los textos del XVII, en lo que podemos reconocer algo que se dre, maravilla, jardín, archivo, escuela ... », dice de él Maria de
relaciona con la situación de la época. Si, al final de la Edad Zayas 52 • Y Francisco Santos coincide en la referencia: «aqueUa
Media, cuando, con la facilidad mayor de los viajes, se repiten Babilonia de Espafia» le admira, con «lo real de sus calles y
las alabanzas a ciudades -como las de Alfonso de Palencia a casas», «la grandeza de sus casas» 53 • La multitudinaria con-
Barcelona, a Florencia, etc.-, en ellas se destacaba su buena currencia de gentes es ahora tema de elogio, coincidiendo con
administración, su libre gobierno; ahora, lo que se encomia es ese incremento de vida urbana, fenómeno característico de la
la grandeza urbanística, económica, demográfica: eso se dice sociedad del XVII, de que venimos hablando. Si el propio Fran-
de Madrid, Sevilla, París, etc. cOué admira el desplazado cam-
pesino famélico que, abandonando su medio rural, llega a Ma- 49. La novela picaresca espaiíola, edición de A. Valbuena Prat, Madrid,
drid? Nos lo dicen múltiples pasajes del teatro, de la novela 1946, págs. 1.346 y 1.357.
y muy en especial de la novela picaresca, tan característica en 50. Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón, edición de S. Gili
Gaya, CC, I, Madrid, 1922-1923, pág. 124.
este como en tantos puntos. Pero repárese que nó pretendemos 51. Forasteros y extranieros en el Madrid de los Austrias, Madrid, 1963,
pág. 15.
52.- «Amar s6lo por vencer», en Desengafíos amorosos, OC, t. II, pá-
47. Paradoxas racionales, cit., pág. 16. gina 213.
48. Vossler, Lope de Vega y su tiempo, Madrid, 1940, pág. 100. 53. Día y noche de Madrid, cit., pág. 378, etc.
246 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 247
cisco Santos lo ve así, Salas Barbadillo la llama «patria co- una y otra vez admirada por aquello que la mentalidad barro-
mún» -título que antes s6lo a Roma se había dado-, «pa- ca estima: el volumen y cosmopolitismo de su vida urbana:
tri~ ~omún y madr~ u~iversal de extrangeros» 54 • Céspedes
coincide en una est1mac16n igual r;r;. Y Tirso desenvuelve el Si todos en ella viven,
mismo tema en un amplio encomio que le lleva a una estrafa- .:~
si todos en ella caben,
laria etimología: «madre de todos --como su nombre signi-
fica-, mar pacífico para espíritus virtuosos y sossegados, si se comprende que le llene de asombro a Agustín de Rojas, que
tempestuoso para inquietos y viciosos», Madrid le admira con la liame «amparo de. gente extrafia», «archivo de gentes va-
su «milagrosa plaza, sumptuosas casas, calles, fuentes, templos, rias» 59 , análogamente a como el an6nimo autor de Estebanillo
grandezas, pacífica confusión y vasallaje libre» li6 • González la exalta en tanto que «auxilio de todas las nacio-
Fijémonos en la imagen de otro gran centro del Barroco: nes» 60 , hallando en ella una libertad de vida que se compren-
Sevilla. También un personaje del género declara que aunque de atraiga a los jóvenes; esto último es lo que destaca Cé'lpe-
«le pareda que hacía la Corte ventajas a todo el mundo ... des 61 • Aun en los momentos críticos del xvn, Sevilla seguirá
hallaba en Sevilla un olor de ciudad, un otro no sé qué, otras siendo lo que Braudel ha escrito refiriéndose a su fase de es-
grandezas ... Porque había grandísima suma de riquezas y muy plendor, cuando aquélla se presentaba como un «polo» febril
en menos estimadas. Pues corría la plata en el trato de la gen- y excepcional de crecimiento: «Séville c'est une façon de sentir,
te, como el cobre por otras partes» 57 • De Sevilla había dicho de vivre, d'agir, de jouer ... » 62 •
Tomás Mercado: «es la capital de los mercaderes». Se exalta En otro medio tan característicamente urbano como Tole-
su poder económico: «toda esta arena es dineros», dice Lope do 63 , también un pícaro nos dice de sus correrías algo semejan-
(El arenal de Sevilla), lo que se traduce en su monumenta:li- te: «anduve de una calle en otra embelesado, mirando la riqueza
dad. Ruiz de Alarcón -Ganar amigos- se admira «de sus de los mercaderes, sus grandiosas tiendas» 6 4, mientras hay quien
altos edificios». Sobre todo, se encomia la incomparable ani- lo admira por «sus eternos edificios» 65 • Ese mismo personaje
m~ción y diversidad de su multitudinaria población: «plaza de Jer6nimo Yáfiez de Alcalá que hemos visto callejear por
uruversal», donde recala «tanta diversa nación», comenta Lope. Toledo nos declara también haber considerado en otro momen-
«Sevilla, metrópoli de la Andalucía, ciudad populosa y de las
más ricas de Espafía», en el elogio de Castillo Solórzano 58 , es 59. El viaie entretenido, cit., págs. 197-198.
60. Edici6n de J. Millé, CC, I, pág. 189.
61. El soldado Píndaro, cit., pág. 303.
62. «Réalités économiques et prises de conscience: quelques témoignages
sur !e XVIº», en Annales, 1959, pág, 735.
54. Aventuras de! bachiller Trapaza, en La novela picaresca espafíola, 63. La «relaci6n» de Toledo, recalcando ese aspecto urbano, dice, en
pág. 1.515; Y El sagaz :V sabia Aleiandro, fiscal de vidas aienas en Costumbristas respuesta al cuestionario ordenado por Felipe II, que es de observar c6mo ai
espafíoles, I, pág. 155. ' acabar la jornada de trabajo no se ve entrar por las puertas de la ciudad ni
55. El espafíol Gerardo, cit., pág. 124: «común y general madre de di- un solo labrador, ni un solo apero de labranza. Relaciones de los pueblos de
versas gentes y remotas naciones,., Espafía, Reino de Toledo, edici6n de C. Vifias Mey y R. Paz, Madrid, parte III,
56. Cigarrales de Toledo, cit., págs. 197-198. pág. 506. .
5~. Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, edici6n de S. Gi.!i Gaya, CC, t. V, 64. Jerónimo Yáiiez de Alcalá, El danado hablador, BAE, XVIII, pá-
Madrid, pág. 91. gina 503. ·
58. El disfrazado, BAE, XXXIII, pá!J. 249, 65. Navarrete y Ribera, Los tres hermanos, BAE, XXXIII, pág. 369.
248 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 249

to que, en Segovia, «por su noble caudaloso trato hallarfa al- ticos -«en la Corte de Espafia, donde los menajes de las casas
guna comodidad en que ganar de comer, por haber oído decir son tan costosos y ricos», comenta Almansa 72- ; en definiti-
que era verdadera madre de forasteros, y que como tan rica a va, es todo cuanto admira como espectáculo de una ciudad fray
todos ampara y recibe con amigables brazos» 66 • También de Benito de Pefialosa 73 • En una sociedad con grandes diferencias
Segovia, esta vez por boca de María de Zayas, la ciudad recibe en la estratificación, la distinción social alta se basa en el
el elogio de verse «tan adornada de edificios . . . enriquecida poder de disponer sobre una gran masa de bienes y personas.
de mercaderes» 67 • Cellorigo, además de destacar la monumen- En el medio rural, por la escasa densidad de su población y el
talidad de su plaza y sefíalar otras cosas afortunadas, admira carácter estable de esta última, todos son conocidos y no es
en Valladolid «los nuevos edificios que en ella hay» 68 • De Za- necesario un despliegue bien aparente de posibilidades para
ragoza alguien pondera «la hermosura de las calles y dilatación demostrar que se pertenece al nível de los distinguidos; pero
de los edificios» 69 • Las loas de escritores teatrales valencianos en el anonimato de la gran ciudad -de ese carácter nos ocu-
ponen de relieve en su ciudad valores equivalentes. En obra pamos en el capítulo anterior- se impone la ley del gasto
que sobre Madrid y otros centros urbanos contiene observacio- ostentoso para ser reconocido como tal. T ambién en su men-
nes semejantes a las ya recogidas, se hace este comentado de cionado escrito a Felipe III, el Consejo Real ponía de relieve
París: «admiróle su grandiosa población y aquella multitud de la abrumadora ley de la ostentación que rige en la capital,
gentes, oficies, artes y trajes, tantos y en tanto número, que recalcando su lado negativo: en ella se vive «con las leyes de
es una de las cosas grandes de Europa» 70 • Más allá aún, de la opinión, olvidada la de naturaleza que se contenta con lo
Malinas, Céspedes recuerda que «las casas son magníficas, las moderado, que es lo que luce y dura» 74 • Pero las gentes ciu-
plazas son grandes y anchurosas las calles» 71 • dadanas del Barroco están más por el lucimiento ostentoso.
Sociológicamente, uno de los aspectos que se han sefialado Y hay que reconocer que ese mismo carácter ostentativo del
siempre como característicos del Barroco nos confirmá su con- Barroco nos pone en claro su conexión con problemas de un
dición urbana: la ostentación como ley que rige en todo el régimen social de privilegies, con el enmarcamiento urbano
área de esa cultura. Ahora bien, la ostentación es ley de la del mismo y con los caracteres masivos que esa manifesta-
gran ciudad, en una sociedad con régimen de privilegies. Allí ción social presenta.
puede darse el lujo y riqueza de los trajes, el número y opu- Pero también aquí se impone una precisión: no sólo la ciu-
lencia de banquetes y comidas, los soberbios y suntuosos edi- dad, ni siquiera la gran ciudad, condiciona la aparición del Ba-
ficios, la multitud de criados, la riqueza de los menajes domés- rroco, sino que éste va unido a la ciudad que ha perdido su
libre iniciativa municipal y se ve convertida en un núcleo ad-
66. Op. cit., pág. 1.310. ministrativo, incorporada y gobernada desde el Estado. El Ba-
67 La burlada Aminta :v venganza del honor, en Novelas amorosas :v eiem-
plares, t. I, Madrid, 1948, pág. 8.3. 72. Cartas, II (16 mayo 1621), pág. .30.
68. Memorial sobre la política necesaria ... , cit., fol. 5. 7.3. Libra de las cinco excelencias del espaííol, Madrid, 1626, pági-
69. Este testimonio de Gracián Serrano ha sido recogido por Dom!nguez na 161.
Ortiz, op. cit., pág. 38. 74. La Junta de Reformaci6n, pág. 29. Felipe IV, en su carta a las ciudades,
70. Lifián y Verdugo, Guia y avisos de forasteros que llegan a la Corte, toma medidas contra las demasías de la ostentaci6n (ibid., pág . .390). Rousset,
Costumbristas espafioles, t. I, pág. 55. en su obra que tantas veces hemos mencionado, dedica parte de un capítulo a
71. El soldado Píndaro, pág . .367. · «L'ostentation», págs. 219 y sigs.
250 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 251

rroco es un producto urbano en el ámbito de las extensas con- dible con su función predominante en el orden artístico, eco-
centraciones políticas, construidas en torno ai poder monárqui- nómi~o, político, social. La «Europa de las capitales», ha llama-
co, en los pueblos europeos. Si Roma alcanza, con sus pintores do con acierto Argan a la Europa barroca de la primera mi-
y arquitectos, la relevancia que ha sido sefiafada, convirtién- tad dei XVII 80 •
dose en la «ciudad espectáculo» típica dei Barroco 75 , no po- Esa ciudad-capital es, por de pronto, una aglomeraci6n po-
demos dejar de tener en cuenta que ello se produce en el marco pulosa, de ordinario la más poblada de todas las ciudades en
de la monarquía eclesiástica y como reflejo de su grandeza. el país y la que muestra un crecimiento más rápido en la épo-
Del papel tan decisivo de Madrid no es necesario hablar, por- ca. Ejemplo, ese Madrid que, pese a la situaci6n de decadencia
que todos lo destacan en primera línea. Pero incluso de París en general, pasa de tener alrededor de 15.000 habitantes al
-que, desde posiciones diferentes, Huyghe y Francastel mi- empezar el siglo XVI, a multiplicarse por diez en la segunda
nimizan-76, a pesar dei tan comentado rechazo que hizo de década dei siglo barroco 81 . Se trata de un fenómeno dei que
Bernini y dejando aparte los elementos barrocos de sus arqui- se tiene clara conciencia en la época y que preocupa y asusta.
tectos -ahí está, precisamente, Versailles-, no podemos dejar Las Cortes, a comienzos de la centuria, protestan de ese des-
de tener presente lo que supone su influencia sobre el teatro, proporcionado aumento y piden medidas para cortarlo. Barto-
82
y no s61o sobre el teatro de Hardy, ni siquiera de Corneille, lomé Leonardo de Argensola escribe sobre el tema • Y a nos
sino dei mismo Racine, en el que tan fuerte dosis de barroco es conocida la liberal opinión de Sancho de Moncada, y tam-
se conserva todavía 77 . bién otros meditan sobre tan inquietante hecho 83 • Mientras,
Esto se explica porque a la creaci6n política de las monar- grupos que llevan la iniciativa en aspectos importantes de la
quias barrocas se corresponde la nueva funci6n de Ia ciudad vida social en la época procuran que se lleve a cabo ese pro-
capital 78 . De esa monarquia, de la que en su tiempo Eugenio ceso de concentración: asi sucede con los que andan en nego-
de Narbona pide que el príncipe se asiente «en gran ciudad y cios :financieros 84 •
en la mitad dei reyno» 79 , la capital es un elemento imprescin-
80. Tal es e! título de su obra sobre e! arte de Ia época, publicada por
Skira; cf. págs. 34 y sigs.
75. V. L. Tapié, Baroque et Classicisme, pág. 87. 81. Domínguez Ortiz, op. cit., págs. 129 Y sigs.
76. Por un desenfoque hoy insostenible, esto es, por no acertar a ver lo 82. De cómo se remediarán los vícios de la Cortt! Y que no acuda a el~a
que sucedía en otros países, que hoy se estima también sucedía en Francia, tanta gente inútil, BN, ms. 8.755. Fue esta materia sobre la que la Adm1-
R. Huyghe dijo que el Barroco era un arte provinciano, descentralizador y hos- nistraci6n despleg6 mucha actividad. Vatios documentos se recogen en La Junta
til a la monarquia ( «Classicisme et Baroque dans .Ja peinture française au xvu• de Reformación, ARE, V.
siecle», XVIIª Siecle, núm. 20, París, 1953). Francastel reconoce la parte que 83. Fernández Navarrete (Conservación de Monarquías, Discur~o XIV: «De
corresponde a la monarquia francesa, que, cuand0 italianiza, en el XVII, barroqui- la despoblaci6n por venirse mucha gente a vivir a la Corte») sostiene que ésta
za, pero no aprecia debidamente la posici6n de París, a causa de tomar en aumenta «con deformidad y demasía», relacionándolo con el afá~ de ostentar
cuenta, y además de modo un tanto arbitraria, la parte únicamente de las grandeza a que antes aludimos (cito por una edición de 180?, pags. 74 a 77;
artes plásticas. Cf. de este autor el artículo citado en la nota 14 y «Baroque Ia obra fue escrita en 1612 y publicada en 1625). Saavedra Faiardo observa. que,
et Classicisme: histoire ou tipologie des civHisations?», Annales, enero-marzo entre otras la Corte es causa principal de la despoblaci6n, lo que se debe
1959, págs. 142 y sigs. a «la pom~a de las cortes, sus comodidades, sus delicias, ~a. ganancia de las
77. Ph. Butler, Classicisme et Bai·oque dans l'oeuvre de Racine, París, 1959. artes, la ocasi6n de los premios» (Empresa LXVI, OC, ed1c16n de González
78. Cf. mi obra Estado moderno y mentalidad social, t. I, parte I, cap. II, Palencia, Madrid, pág. 510).
pág. 149. 84. Por eiemplo, banqueros, mercaderes, funcionarios, etc. Cf. mi obra
79. Doctrina política y civil, Toledo, 1621, núm. 286, fol. 102. citada en la nota 78, t. I, pág. 150,
252 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 253

Este fenómeno tan decisivo para la formaci6n de la cul- 400 calles, 16 plazas y 16.000 casas, con más de 60.000 veci-
tura barroca nos hace comprender la estimaci6n de Suárez de nos (cantidad, esta última, completamente fantástica) 88 • Esa
Figueroa: «todo es miseria lo que no es palacio» 85 : esas pala- diferencia de diez mil a dieciséis mil casas hay que tomaria
bras expresan la estimación general de la concentración ciuda- como un mero indicio -sin valor estadístico ninguno- del
dana y cortesana a que responde el Barroco, como cultura avance aue debió darse en materia de construcción. El madri-
ligada al complejo de intereses de la monarquía y de los se- leno def Barroco o el visitante de ese tiempo, por mucho que
fíores. cultive la imaginación, sabe que París es mucho más grande
La expansión de la gran ciudad es un hecho que se impo- que su ciudad y así lo daba por supuesto el arbitrista de La
ne, en directa dependencia del complejo de intereses a que Dorotea. Pero aun así cabe un amplísimo margen para celebrar
responde. En La Dorotea se habla de un personaje fantástico el crecimiento de la capital. Tal vez porque el teatro, como
que puede pensar en cómo se dará un arbítrio para que «Ma- alguna vez hemos dicho, lleva a cabo la gran campana de pro-
drid sea tan grande como París, juntándole con Xetafe» 86 • En paganda en favor del sistema social de la monarquía barroca,
la literatura laudatoria sobre Madrid que se publica en el Lope -por ejemplo, en La villana de Getafe-, Tirso de Mo-
XVII, se sabe que no és capital tan grande como otras de Eu- lina -en Los balcones de Madrid-, etc., exaltan ese creci-
ropa, y así González Dávila sostiene que, como Corte, no tiene miento de la capital, que no se interrumpiría ni cuando la Cor-
ni exceso ni demasía, siendo por esa razón ejemplo de tem- te lo abandonara, seguramente por la provisionalidad del he-
planza y de otras virtudes, dando los siguientes datos: posee cho. Una carta de Pedro García de Ovalle nos da un testi-
399 calles, 14 plazas y 10.000 casas 87 • Cincuenta afios más monio vivo del auge de la capital: «Cuando V. S. vuelva no ha
tarde, Núfíez de Castro, si concede que en lo exterior algunas de conocer a Madrid, según las cosas que cada día se van ha-
ciudades tengan más gran ornamento, mantiene que en el inte- ciendo, así edificios como prados» 89 • Salas Barbadillo, por su
rior de sus casas no hay quien se le iguale, y si no puede sus- parte, hace un comentario cuya coincidencia en la estim,ación
tentarse del propio suelo -abandono del ideal medieval de la con el anterior es significativa: «Suspéndeme infinito y justa-
autosuficiencia-, se sirve y abastece de muchas partes, posee mente me suspende, el ver en Madrid tanto edificio nuevo y
en abundancia alimentos o comidas y bebidas, así como varie- luego ocupado; nacerle cada afio nuevas calles y las que ayer
dad de telas, adornos de trajes, con precios que no son los fueron arrabales, hoy son principales y tan ilustres que aquí
más caros de Espafía, y si ofrece menos diversiones que otras la elección es ociosa, porque todo es igual» 9-0. Céspedes, sin
capitales, tiene más atractivos, aparte de lo que significa en ella embargo, fue quien nos dejó escrito un curioso, incomparable
el cultivo de la comedia; no es la ciudad de mayor población, pasaje acerca de c6mo se había ido produciendo esa expansión
pero es la que más conviene a una gran Corte; posee, nos dice,
88. Núfiez de Castro, Libro hist6rico-político. S6lo Madrid es Corte y el Cor-
tesano en Madrid, ms. 1.675, fols. 9, 11, 24.
85. El pasagero, pág. 70. En otro pasaie escribe que en la Corte no se 89. Sánchez Cantón, Don Diego Sarmiento de Acufía, conde de Gondomar
puede andar con miserias: «eso es bueno en la villa, donde es prudencia (1567-1626), Madrid, 1935, pág. 35. La carta había sido publicada en apén-
reparar hasta en la herradura, hasta en el clava» (págs. 285 y 286). dice a las Relaciones de Cabrera de Córdoba, Madrid, 1857, págs. 620-622.
86. La Dorotea, cit., II, IV, pág. 163. 90. Citado por Ch. V. Aubrun, «Nouveau public, nouvelle comédie a Ma-
87. González Dávila, Teatro de las grandezas de 111 villa de Madrid, Mad1id, drid au xvn• siecle», en el volumen misceláneo Dramaturgie et société, París,
1623, pág. 11. 1968.
254 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 255
de la capital de la monarqufa hispánica. Es difícil encontrar, dad con una nueva concepción «privatística» de la misma; ·la
cualquiera que sea su grado de hipérbole, un testimonio más erosión de los sistemas tradicionales de estratificación social y
claro de cómo la conciencia de la época apreció un proceso de su inicial sustitución por una imagen dicotómica de pobres y
lo que se juzgaba vertiginosa urbanización, dominando sobre ricos (esta último ha sido sefialado con especial énfasis por
el alrededor campesino. Con el nuevo traslado de la Corte a F. Braudel), las tensiones subversivas, etc., etc.
Madrid, dice Céspedes, «poco a poco se fue extendiendo y am- En el interior de la gran ciudad y en conexión con lo que
pliando, hasta llegar casi a la grandeza y esplendor en que la acabamos de decir, se difunde también una zona de anonimato
vemos; con que todas sus cosas tomaron nuevo ser, porque los cada vez más extensa, de manera que si en la administración
muy apartados campos de sus contornos se convirtieron en vis- y gobierno de la ciudad y en la vida de sus ciudadanos ha teni-
tosas calles, los sembrados en grandes edificios, los humillade- do lugar una grave pérdida de libertad, los individuas, al ha-
ros en parroquias, las ermitas en conventos y los egidos en pla- llarse inmersos en ese media anónimo, han ganado una liber-
zas, lonjas y frecuentes mercados» 91 • Expansión, pues, de la tad negativa o de exención de controles, especialmente de
ciudad-capital, como una mancha de urbanización que rápida- aquellos que se fundan en vínculos personales.
mente se expande, absorbiendo el espada rural en torno; ex- EI lado negativo, que tanto se hace resaltar, es un aspecto
pansión hacia arriba que da lugar a que en las ciudades dei esencial de la libertad dei anonimato urbano y masivo en el
Barroco se admire -en coincidencia una vez más con los tiem- xvn. Hemos indicado ya el incremento que en el XVII tomó el
pos modernos- la altura de sus construcciones. Edificios de bandolerismo, que, dentro de su relevancia en la época, venfa
los que se comenta -según hemos visto reiteradamente en tex- de una directa e ininterrumpida raíz antigua. Otra cosa es lo
tos citados- que cada vez son más elevados, aspecto éste del que ahora queremos sefialar: el crecimiento de la delincuen-
crecimiento vertical de la ciudad dei XVII que el sociólogo e cia en el ámbito de la ciudad, fomentada y amparada por las
historiador L. Mumford ha relacionado con la escasez y enca- condiciones que ésta ofrece, aunque se levanten contra las ma-
recimiento dei espada urbano, a causa de la opresión que sufre nifestaciones variadamente delictivas los resortes represivos
por las nuevas fortificaciones y cuarteles que la circundan y más eficaces del poder público. En las Cartas de jesuitas son
dominan 92 • frecuentes testimonios como los siguientes: «Muertes violentas
En esa capital -puede ser también . el caso de ciudades tenemos cada día, además de las enfermedades, que este afio
que por su importancia tengan un carácter de capitalidad sobre han sido tantas que ha muchos que tal cosa no se ha visto
alguna extensa comarca- apareceu los fenómenos políticos y en Madrid» 93 , y más adelante se dice: «son muchas las muer-
administrativos, económicos y sociales, que haja el régimen tes violentas de este afio» 94 • Las Noticias de Madrid (1621-
estatal de las monarqufas modernas encuentran en esas aglo- 1627) dan varias veces noticias de individuas ejecutados por
meraciones medio adecuado para desarrollarse: la formación ladrones 95 • Los Avisos de Pellicer son insistentes y hasta te-
del absolutismo y de sus recursos represivos militares, la bu- rroríficos en este tipo de noticias: «no hay mafiana que no
rocracia, la economía dineraria, la concentración de la propie- amanezcan o heridos o muertos, por ladrones o soldados; ca-
91 Historias peregrinas y eiemplares, pág. 354; e1 pasaje citado corresponde 93. Cartas de iesuitas {20 octubre 1637), MHE, XIV, pág. 203.
a Los dos Mendozas. 94. Cartas de iesuitas (6 agosto 1639), MHE, XV, pág. 311.
92. La cité à travers l'histoire, París, 1964, pág. 457. 95. Edición de González Palencia, págs. 88, 152, 154 y passim.
256 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 257
sas escaladas y doncellas y viudas llorarrdo violencias y robos, Y es que de tiempo atrás la conexión de esta gente del ham-
tanto puede la confianza que tienen los soldados en e1 Consejo pa con personajes influyentes era ya conocida: fuentes de la
de Guerra»; o también: «estos días anda sangriento este lugar época hablan del fàvor que reciben ladrones, facinerosos y gen-
de robos y muertes . . . Las cosas están de forma que de noche tes revoltosas, hasta el punto de que hay quien seõale que es
no se puede salir, sino muy armado o con mucha compafiía». «la licencia de delinquir heredada de las riquezas».
Todavía insiste en ello: hay tantas violencias «en tanto grado, La numerosa, advenediza y compleja población de Madrid
que ni hay qué comer, porque de miedo no vienen provisio- -fenómeno que se repite en todas las capitales- es causa, más
nes a la Corte, temiendo estos excesos» 96 • En los Avisos de que de una mera cuestión de orden público, que, desde luego,
Barrionuevo no tiene menos volumen y gravedad este tipo de también la plantea gravemente, de toda una cuestión política:
noticias, de las que ofrecemos aqui algunas: «no se puede vivír «se liga como factor de desorden a las cuestiones y contiendas
de ladrones que a mediodía se entran en las casas a robar», políticas que agitaron el reino y aun a los problemas de orden
«han preso por ladrones muchos clérigos» -y luego da algu- internacional pues, como era lógico, esos elementos indesea-
nos nombres, referencia que repite, muy semejantemente dos bles se poní~n al servido de quien les pagare, y al surgir los
aõos después (recordemos la coincidencia con el bandoleris- antagonismos y discusiones del siglo XVII ( oposición de vali-
mo eclesiástico que hemos visto seõalaba en Nápoles Villa- dos, pugnas entre unos y otros ministros y privados), los con-
ri)-; «andan ladrones como moscas», escribe en otra ocasión, tendientes encuentran en aquéllos abundante material de re-
y en la misma carta vuelve a decir, hacia el final, que, vuelta para excitar el descontento público y promover moti-
entre tantos presos por ladrones, hay muchos nobles y cléri- nes, a pretexto de la carestía de los abastas, al servido de su
gos; el vicario de Madrid permite a los jueces seglares que causa» 98 • Pellicer da cuenta del pánico que cundió por Madrid
prendan y sustancien las causas contra los eclesiásticos que al correr la noticia de que esa chusma iba a asaltar Palacio.
encuentren implicados en robos; vuelve a decir que en Madrid (Observemos que ya en ese momento la cuestión de la «cares-
se roba a mediodía por «infinitos ladrones», «de donde a cada tía de las subsistencias» va adquiriendo su carga revoluciona-
paso se ven mil muertes». Aún debemos afíadir un comentaria ria que conservara hasta la Revolución de 1868.)
muy severo, para comprender el caso: «Desde Navidad acá se El número de estas referencias (que podríamos multipli-
dice haber sucedido más de dento cincuenta muertes desgra- car, desde luego), la variedad de su procedencia, la disparidad
ciadas de hombres y mujeres, y a ninguno se le ha castigado» 97 • del carácter de las fuentes de las que tales noticias proceden
-desde conformistas y mantenedores del Gobierno, como los
96. Avisos, ed. del Semanario Erudito, XX:XI, pág. 21 (.31 mayo 1969); jesuítas, hasta escritores disconformes y hostiles al mismo,
XX:XII, pág. 103 (30 julio 1641); ibid., pág. 283 (1 julio 1642). como Barrionuevo-- y finalmente el amplio plazo que com-
97. Avisos, BAE, CCXXII, pág. 13 (25 octubre 1656); ibid., págs. 16-19 (8 prenden (sólo las aquí reunidas pasan de veinte aõos), nos
y 15 noviembre 1656); ibid., pág. 63 (23 febrero 1657); ibid., pág. 191 (5 iu·
nio 1658) y passim. La truhanería debía ser semeiante en ambos lados: junto a las hacen comprender que no se trata de un fenómeno esporádico,
noticias truculentas que, como lamentación sobre el estado de la ciudad,
repite Barrionuevo, comenta también en una ocasión en que los perseguidos
dan muerte a unos alguaciles y a un alcaide: «Allí me las den todas, que 98. Vifias Mey, «La estructura social-demográfica del Madrid de los Aus-
esta gente hace tantos desafueros con la vara en la mano que no me espanta trias», Revista de la Universidad de Madrid, IV, núm. 16, 1955, págs. 476
de nada que les suceda» (BAE, CCXXI, pág. 303; 9 agosto 1656). y 477.

17, - MARAVALL
258 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 259

coyuntural, pasajero, dentro del sistema. Va unido a éste, res- sona a persona, crea en torno a cada uno un cinturón de ais-
ponde a las características de la estructura política, social y lamiento. E1 hacinamiento multitudinario de la urbe engendra,
económica del XVII -y se da, por tanto, no sólo en Espafía, en :6.n de cuentas, soledad. Un pensador de la época acertó a
sino fuera (París, Ronla, etc.)-, lo que es suficiente para ha- comprender esta situación: Francis Bacon escribió: «magna ci-
cernos ver que alguna relación guarda con e1 régimen que fra- vitas, magna solitudo» 99 • Cuanto mayor es la ciudad, mayor
guó la cultura del Barroco. Si antes vimos que tensiones de es la soledad de la vida que rodea al individuo.
más amplio radio estaban en la base de la formación de unos Probablemente esa vivencia de la insalvable distancia a
nuevos resortes culturales que pudieran dominarlas, esta rela- que quedan de uno los demás está en la raíz que condiciona
jación que se produce dentro de las grandes ciudades o capita- el desenvolvimiento del tema de la soledad en el Barroco. De-
les, tal y como en ellas empieza a desenvolverse la vida en tér- jando aparte el ensayo de Montaigne sobre el tema, es obvio
minos de anonimato, colabora también en el proceso histórico referirse a poemas tan conocidos en la literatura barroca como
de formación de la cultura barroca como instrumento de con- Las soledades de Góngora o La solitude de Th. de Viau, aun-
tención de las consecuencias perturbadoras que iban anejas a que sean diferentes entre sí, coincidentes, no obstante, en el
tal proceso. tópico que les sirve de base. La riqueza del tema de la soledad
Pero, además del lado que acabamos de contemplar, el en la poesía espafíola del XVII -de la que precisamente el
fenómeno de concentración demográfica, en las condiciones poema gongorino no es de los que más ofrecen- se puede
en que se producía durante el siglo XVII -y que luego no cómprobar en el estudio que le dedicó Vossler 100 • Llega a
harán más que acentuarse- y dadas las características que convertirse en un tópico de la literatura, que penetra también
adquiere, presenta otra consecuencia. Ese régimen de anoni- en la novela, con las Soledades de Jerónimo Fernández de
mato urbano supone, bajo tales supuestos, una libertad ne- Mata (1639) o Cristóbal Lozano y sus Soledades de la vida
gativa. No sólo se relajan los controles de represión jurídica, y desenganos del mundo ( 1652 -repetida la edición en
que e1 régimen político de la época procura reforzar -aunque 1662) 101 • Claro que en la mayor parte de esos casos, y espe-
sea con medios gravemente reprobables-, sino que se re- cialmente en los poemas que acabamos de citar, se parte de
lajan no menos los controles sociales de la convivencia. Ya una presencia de la cuestión en la realidad histórico-social
vimos en el capítulo anterior que una de las razones que se de la época, para darle un tratamierito literario desviado, de ins-
tenían para querer descongestionar Madrid era que se pudie- piración estoica. Quien hace un planteamiento acorde con la
ra saber quién era cada uno. En la gran ciudad barroca nor- situación es López de Vega: en la aldea, «no es posible el vivir
malmente se es un desconocido, y si ello puede incitar a un allí un hombre a su albedrío», porque la intromisión de los
relajamiento que lleve al crimen, puede dejar a otros de más demás le oprime y la austeridad del solitario levanta una irri-
exquisita sensibilidad en la libertad, quizá rica a veces, pero tada y maligna curiosidad que le cerca a todas horas, mien-
siempre difícil, de la propia soledad.
En definitiva, viene a ser esta otra una libertad de estar 99. Essays, Of Friendship, edici6n del texto inglés y traducci6n de M. Cas-
solo. La aglomeración física de las gentes en la gran ciudad, telain, París, 1948, pág. 134.
100. La soledad en la poesia !!rica espafíola, Madrid, 1941.
provocando una insuperable dificultad de conocimiento y re- 101. -G. Formichi, «Bibliografia della novella spagnola seicentesca», en el
lación interindividual, trae consigo un distanciamiento de per- volumen misceláneo Lavori ispanistici, serie III, Messina-Filorencia, l973.
260 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO
1
·1·~ UNA CULTURA URBANA 261
f.
la Corte al comienzo de su reinado. Almansa da la noticia de

•1~.·
tras que en la Corte su mayor ventaja es que «ni en la bondad
ni en la maldad, como no sea cosa muy descollada, se repa- que «a algunos sefiores ha mandado salir de la Corte a hacer
ra» 102 • El autor siente, pues, la soledad de la grau ciudad y vida con sus mujeres y a otros que las traigan»; por otra
:~
capta su aspecto favorable: esa libertad negativa de sentirse a ,
..••. parte, «échanse de Madrid los hombres y mujeres de vida es-
solas, en la que se afirma el individualismo dei hombre mo- :? candalosa» y es, en un comienzo, tan severa esta actitud que
derno. «no hay quien se atreva a vivir escandalosamente» 104 • Es bien
Esta situación de relativa exención de control, en las cir-
~ sabido que poco después la vida madrilena llegaría a su más
.•.·
cunstancias del siglo xvn, había de traer consigo, por de pron- ·.·1;
:~ bajo nivel de moral privada y pública. También el Sumario
to, una mayor medida de relajación de costumbres en la ciu-
dad barroca, tanto debida al simple hecho dei aumento numé-
rico de las gentes y correspondiente confusión en su proceden-
1 de las nuevas de la Corte hace saber a los lectores las repri-
mendas dei rey a personajes conocidos, generalmente por an-
dar amancebados; nada menos que ai Almirante, por razones
cia, como a la consiguiente expansión dei anonimato, bien co- i?" semejantes, le advierte: «ni andéis en compafiías que os estor-
\~ ben entrar en Palacio» 105 • Bien poco después, desde las rela-
nodda en toda situación de concentración masiva. Es fácil ver
surgir así la inclinación hacia las formas de «desviación» en ·1· ciones sexuales hasta los negocios administrativos conocían una
la conducta que las alteraciones sociales acarrean. Los Avisos
de Pellicer y los de Barrionuevo, en la forma adecuada a un
público anónimo, ai que los gacetilleros destinan sus coleccio- i muy amplia relajación. La cuestión dará lugar a la consabida
polémica, tan repetida después en muy diferentes circunstan-
cias, entre gentes de criterio liberal o de sentimientos reaccio-

1·~
nes de noticias, dan abundante información de costumbres ·:'() narios, sobre los aspectos moralmente favorables o desfavora-
poco edificantes en Madrid -acerca de las de Roma o París, bles de la época. Como ejemplo dei agrio debate que sobre el
·.·~:.
no es necesario insistir-. Las obras de teatro dan por supuesto •, caso se dio, podemos citar, aunque sean un poco tardías, la
-;,
un ambiente de tales caracteres -por ejemplo, en comedias obra acusadora de P. Galindo i-0a y la respuesta, comprensiva
de Lope como La viuda valenciana, Los melindres de Belisa,
:,
para su presente, de F. de Godoy 1 º7 •
E! anzuelo de Fenisa, El acero de Madrid, etc.; de Tirso, de ·~ El efecto de esas maneras más libres que engendra la ciu-
Moreto, dei mismo Calderón, etc., se podrían citar otras mu-
chas-. Buen número de ellas podrían ponerse bajo el título de
i
1·~
dad populosa -«la entretenida y peligrosa asistencia de las
grandes y populosas ciudades» de que habla Céspedes l-OB_ se
una escabrosa comedia francesa que se estrenó afias atrás: proyecta en todos los órdenes, entre ellos, en el político. El
Lorsque l'enfant parazt. Temas mucho más escandalosos son ~
tratados por algunas piezas de la época108 • Felipe IV, preocu- ~ 104. Cartas (mayo-iulio 1621), págs. 19, 31, 35.
pado por la corrupción de costumbres que presenciaba a su
alrededor, tuvo el propósito, según sus panegiristas, de limpiar ii 105. A continuación de las Cartas de Almansa, en la edición citada, pá-
gina 345.
106. Verdades morales en que se reprehenden y condenan los trages vanos,
superfluos y profanos, con otros vicias y abusos que oy se usan, mayormente
102. Paradoxas racionales, edición de E. Buceta, Madrid, 1935,. pági- los escotados deshonestos de las mugeres, Madrid, 1678.
na 15.
103. Constandse, en Le Baroque espagnol et Calder6n de la Barca (Ams-
.:
.
·.·.1r·.
107. Breve satisfacci6n a algunas ponderaciones contra los traies, que
sin más fin que el de ser acostumbrados usan las mu;eres en Espafia, Sevilla,
terdam, 1951, págs. 45-47), cita varias de ellal'l, como el Elogio del cuerno 1684. Si la primera obra tiene más de 350 págs., esta respuesta no pasa de 38.
de Hurtado de Mendoza y El marido /lemático de Quifiones de Benavente. ·~ 108. El espafiol Gerardo, pág. 170.

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262 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 263
aumento de las posibilidades de información, la quiebra (par- te VIII, bien el Nápoles del Duque de Osuna. Crisis que va
cial al menos) de los modos tradicionales de pensar que los a durar. La revuelta de Palermo en 1647, ~no será consecuen-
viajes, el trato cosmopolita y el desarrollo de energías indivi- cia de la espantosa carestía de 1646?» 109 • El repertorio de
dualistas han provocado, contribuyen a vigarizar, en ese me- ciudades que conocieron sangrientos sucesos provocados por la
dia masivo. de las ciudades barrocas, la fuerza de la opinión, crisis económica que soportaban se podría ampliar fácilmente,
como ya vimos. Al referirnos a la opinión, hemos de recono- y en especial, dentro de la Península, con nombres tan relevan-
cer enseguida la presencia de las discrepancias; por tanto, de tes en la época barroca como los de Sevilla, Lisboa, Córdoba,
las críticas adversas a la tradición, a la autoridad, a lo esta- Madrid, Barcelona, Valencia, etc.
blecido. Favorecidas por el ambiente encubridor dei anonimato En la ciudad barroca se dan, no ya las violencias que en-
se acentúan y agravan las manifestaciones de oposición, d~ frentaban a unas bandos familiares o profesionales con otros,
revuelta. en la haja Edad Media, sino que empiezan a formarse, y más
La ciudad es, por antonomasia, el media éonflictivo dei si- de una vez a estallar, movimientos de oposición y de subver-
gla XVII, aunque las dificultades de abastecimiento, los exce- sión, los cuales afectan al orden político y social. Esas ten-
dentes demográficos, etc., lleguen dei campo. Si el sigla XVI, a siones, aunque luego puedan tener su reflejo en el âmbito ru-
pesar dei repentino ensanche dei mercado, había podido hacer ral circundante, germinan principalmente en las ciudades gran-
frente a las nuevas necesidades, mejorando la alimentación de des. Con ello se relacionarán ciertos aspectos críticos y dinâ-
las poblaciones, ai terminar la centuria el hecho se invierte y la micos de la cultura barroca. Pero sobre todo en el campo se
situación alimentícia empeora, hasta el punto de que el ham- pueden dar y se dieron reiteradamente durante el XVII convul-
bre, aliada de la peste y de la muerte, diezma los países del siones violentas, que podían ser vencidas por tropas armadas,
Occidente europeo y arruina a las gentes, que no pueden colo- como más de una vez sucedió, sin amenazar las bases mismas
car ni emplear la fuerza de sus brazos ni apenas mantenerse dei sistema. Hoy han sido muy estudiadas. Recordemos los
con sus ya escasos productos. La falta de cereal y la elevación libros de Porchnew y de Mousnier 110 • Cabría afiadir otras:
de su precio -en proporción muy superior a su misma esca- las «alteraciones» andaluzas, recientemente investigadas por
sez (ese fenómeno que después se llamaría ley de King)- azo- Domínguez Ortiz 111 y, como cierre del siglo, la gran subleva-
tó especialmente a las ciudades. Por este aspecto económico,
al que se aiiaden otros no menos graves y de modo muy dra-
109. Op. cit., pág. 469 de la 1.ª edici6n. Este párrafo, comprendido en
mát~camente espectacular el de las pestes ligadas al hambre, una de las partes de la obra que han sufrido mayor alteraci6n en la segunda
la cmdad es, por antonomasia, el lugar problemático de la épo- edici6n de la misma (París, 1966), ha sido suprimido en ésta (cf. I, págs. 545
ca barroca. El problema de la falta de trigo, de la carestía y y sigs.), porque el autor ha cambiado sus ideas acerca del papel del trigo sicilia-
no en la crisis alimentícia de mediados del XVII. De todos modos, el fondo
escasez de alimentos, no es en el campo donde más agudamen- de la cuesti6n sigue siendo, en términos generales, el mismo; por eso hace·
te se observa, sino que tiene en la ciudad su reflejo más per- mos nuestro el pasaie tal como aparecía en la edici6n primera. Sobre los graves
disturbios sicilianos, cf. H. G. Koenigsberger, «The revolt of Palermo in 1647»,
ceptible. «No olvidemos -recomienda Braudel- cuando cae el en Estates and revolutions: Essays in early modern Europef!n history, Comell
telón del siglo XVI, el carácter dramático de la cuestión dei Universicy Press, 1971, págs. 253 y sigs.
trigo en el Mediterráneo. Las ciudades, trabajadas por la mise- 110. Tengamos en cuenta los datos que hemos recogido en el capítulo pri-
mero.
ria, se muestran amenazadas, bien sea la Roma de Clemen- 111. Alteraciones andaluzas, Madrid, 1973.
264 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA URBANA 265

ción campesina de Valencia 112 • Pero esto es otra cosa: se trata den a establecerse en las zonas metropolitanas, donde es proba-
de estallidos, sin organización, sin programa, sin futuro. Es en ble que se realicen las funciones sociales más altamente valora-
las ciudades donde los movimientos subversivos tienen que das» 114 , esto es muy claramente aplicable a la ciudad del si-
prender para que asuman un carácter de revuelta prerrevolu- gla XVII: los poderosos habitan en ella y desde ella promue-
cionaria y amenacen, no a unas u otras personas, sino a todo ven el desarrollo de una cultura barroca en defensa de sus in-
un sistema. «La suerte de las sublevaciones campesinas se tereses; los de abajo se incorporan al media urbano, los unos
decidía en las ciudades», concluye Porchnew 112 bis. La clase porque favorece sus posibilidades de protesta -que, desde
de los poderosos, y a su cabeza la monarquía, necesitaban luego, es en él donde mejor pueden ejercerse-, los otros por-
construir, basado en sus intereses solidarias, un régimen que es allí donde los resortes culturales del Barroco les presen-
capaz de reaccionar, con el empleo de las armas, desde lue~ tan vias de integración.
go, pero mucho más hondamente creando todo un repertorio En la ciudad barroca se levantan templos y palacios, se or-
de medias de acción sobre los comportamientos sociales de ganizan fiestas y se montan deslumbradores fuegos de artifi-
los indivíduos, en tanto que miembros de grupos; esto es, cio. Los arcos de triunfo, los catafalcos para honras fúnebres,
creando toda una cultura. También ésta, y por las mismas ra- los cortejos espectaculares, c:dónde se contemplan, sino en la
zones a las que debía su eficacia, puestas a la inversa, ofrece- gran ciudad? En ella existen academias, se celebran certáme-
ría al poder político recursos de represión y de mantenimiento nes, circulan hajas volantes, pasquines, libelos, que se escriben
del orden que no se habían empleado hasta ese momento. contra e1 poder o que el poder inspira. En ella se construyen
Propio de la ciudad barroca es el emplazamiento en su -gran novedad dei tiempo-- locales para teatros y acuden las
cinturón de cuarteles que como vigorosas tenazas puedan su- gentes a representaciones escénicas que entrafían la más enér-
jetarla. En la ciudad del XVII se reúne un abundante número gica acción configuradora de la cultura barroca. En esos térmi-
de pordioseros, vagabundos, pícaros, ganapanes, ladrones, etc., nos, la creación moderna del teatro barroco, obra urbana por
etc., amplia gama de tipos de toda una extensa subcultura des- su público, por sus fines, por sus recursos, es el instrumento
viada, la cual pertenece a las condiciones del Barroco. En las de la cultura de ciudad por excelencia.
ciudades -observaba el P. Mariana, respecto a su tiempo--
hay siempre gentes dispuestas a la violencia y a la novedad, a
fin de trocar su pobreza por la riqueza de los otros 113 • Así,
correlativamente, la cultura barroca surgirá como conjunto de
resortes para superar las fuerzas de desviación o de oposición
que se dan en la sociedad de la época. Si, como ha escrito
Barber, «en todas las sociedades, pasadas y presentes, los que
están en la parte superior del sistema de estratificación tien-

112. F. Montblanch, La segunda germanfa del reino de Valencia, Alicante,


1957.
112 bis. Op. cit., pág. 153.
113. BAE, X:XXI, pág. 542. 114. La estratíficaci6n social, ttad. cast., México, 1964, pág, 382.
UNA CULTURA CONSERVADORA 267

y económico establecido 2 • Es inútil aclarar que la fuerza y la


eficacia que los medias técnicos de mass-communication han al-
canzado hoy, no guardan reladón ninguna cuantitativamente, Y,
por consiguiente, en gran medida, tampoco cualitativame~te,
con los lejanos barruntos de técnicas de manipulación mas1va
en el XVII. Pero en su nível no se puede negar a éstas tal ca-
Capítulo 5 rácter -que podemos hacer resaltar bien, comparándola~ en
cambio con usos y medios de épocas precedentes-. El leiano
UNA CULTURA CONSERVADORA nexo entre procedimientos del Barroco y de nuestros días es
suficiente para que la comprobación dei conservadurismo de
unas refuerce la constatación dei de los otros.
Si toda sociedad supone la puesta en común de unas creen- Sín embargo, en una situación histórica concreta como la
cias, de unas aspiraciones y de unas pautas de comportamien- que se dio a comienzos dei sigla ~VII en Espafi~, ~ conse~uen­
to a través de los cauces de socialización adecuados a las con- cia de la fuerza con que el afán mnovador hab1a irrump1do Y
3
diciones de aquélla, quiere decirse que con esta función socia- había sido estimado en amplias capas de la población urbana ,
lizadora se lleva a cabo una actividad de impresión y de :fija- puede darse un resultado en apariencia paradójico. Puede pre-
ción en las mentes de una imagen de la sociedad, establecida sentarse el caso de que, precisamente para obtener resultados
de antemano. En tal sentido, los medios de socialización que efi.caces de signo conservador sobre la mentalidad de la mu-
se dirigen a una masa para hacerla participar de tal imagen chedumbre que se agita en las ciudades, haga falta contar con
social, tienen, en su función integradora, un carácter conserva- la atracción de lo nuevo. Esta es, que haya que servirse de la
dor. Se persigne difundir y consolidar la ímagen de la sociedad, fuerza de la novedad para consolidar un sistema establecido,
establecida en apoyo de un sistema de intereses, con la preten- lo cual puede tener lugar en una doble dirección: o bien des-
sión de conservar su orden. Los factores de socialización que viando el impulso a favor de lo nuevo hacia esferas de la vida
se emplean en operar sobre las masas son de suyo conserva- colectiva en las que una innovación no sea peligrosa para el
dores 1 • Dado que la cultura barroca, como luego veremos más futuro, o bien aceptando presentar bajo aspectos nuevos la tra-
ampliamente, se desenvuelve como un conjunto de factores de dición heredada. Todo ello, claro está, sin dejar de realizar
tal naturaleza, quiere decirse que de su propia función deriva- una activa campana, frente al espíritu innovador, que acabe
ba su carácter conservador. Lazarsfeld y Merton, además de se- con su prestigio, por lo menos entre los sectores sociales cuya
fialar el conservadurismo como uno de los caracteres de todo adhesión importa más.
tipo de cultura vulgar y masiva, han insistido en que, dados La novedad, cuya erosión sobre la sociedad estamental en
los instrumentos y personas con que están de ordinario orga-
nizados los medias masivos de comunicación, contribuyen con 2. «Comunicación de roasas, gusto popular y acción social organizada»,
su intervención como tales al mantenimiento dei sistema social Comunicaci6n, núm. 2, i;iágs. 254 Y 257.
3. Cf. mi obra Antig11os y modernos. La idea de progreso e~ el. desarrollo
inicial de una sociedad; en especial la primera parte: «La estunac16n de lo
1. Barbet, op. cit., pág. 291. nuevo», págs. 27-110.
268 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 269

el siglo XVII no deja de actuar, se condena, sin embargo, en siglo xvn; esto es, el anhelo de cambio por parte de quie~es
términos generales y en cuanto que novedad. Lo que no quiere no podían sentirse solidarios de un sistema en cuyos benefi.c1os
decir que no se acepte, se defienda y hasta se exalte allí don- tenían tan escasa participación. Bajo esa inspiración, las masas,
de pueda no ser amenazadora y donde las masas se puedan satis- en muchos casos como hoy se nos está dando a conocer, pre-
facer con ella, sin peligro para el orden. En este terreno, por tendieron, inclus~ por la violencia, llegar a la transformación
el contrario, la apelación a las novedades es uno de los resor- 0 sustitución del sistema. Se comprende, entonces, que fuera
tes eficaces de la cultura barroca y como tal lo estudiaremos ésta una inclinación vigilada y controlada por quienes se ha-
en otro capítulo, con la necesaria amplitud. llaron interesados en el mantenimiento y conservación del or-
La novedad en la vida social se rechaza. De ahí la tenden- den vigente.
cia a atribuir el gusto por la misma a ciertos grupos que, en En otra ocas1on hemos dicho que la palabra «conserva-
una sociedad dada -en este caso, la de la época barroca-, so- ción» expresa la cuestión central para los moralistas y políticos
portan una cierta nota adversa, una mayor o menor descalifi- de la época 6 • El problema está en que, como advierte, en co-
cación (por ejemplo: a los ignorantes, a los pobres, a los jóve- rrespondencia con su tiempo, un escritor de nuestro XVII, Ga-
nes, a las mujeres, o a ciertos grupos extrafios, como puede briel del Corral, «toda novedad es peligrosa» 7 • Las fuerzas
ser el de los índios u otros pueblos, etc.) 4 • Lope achaca reite- de emulación, de oposición, están, por todas partes, en acecho,
radamente ese gusto a la roasa de no distinguidos que se hace según entiende el hombre del Barroco, y hay qu: «co:1servar-
oír por todas partes: se» frente a su acometida adversa. Esto -segun p1ensa el
hombre barroco-- es un planteamiento válido en la esfera del
... El vulgo siente Estado de la sociedad y del individuo 8 • La famosa consulta
con haja condición las novedades 5. del Co~sejo a Felipe III, de 1 de febrero de 1~19, la con~ierte
Fernández Navarrete en materia de comentar10s que ext1ende
Novedad es cambio; por consiguiente, alteración, y, en fin a través de cincuenta Discursos, cuyo tema central es el título
de cuentas, un encadenamiento de trastornos. Equivale, pues, mismo de la obra: Conservación de monarquías, tal es el pro-
a una amenaza contra el sistema establecido, por lo menos blema de los expertos 9 • Ese mismo título se repite más tarde
cuando afecta a los aspectos fundamentales dei mismo. Se ex- (1648) en la obra de fray Francisco Enríquez, en la que en
plica así la ilusión que, en contrapartida, naciera entre las roa- nombre del principio conservador se levanta contra la inexperta
sas populares, en el triste hacinamiento de las ciudades dei plebe -una prueba más de la interna tensión de los grupos
en la época-.
4. Cf. ibid., pág. 97.
5. El duque de Viseo, acto I. Otro ejemplo en El caballero de Olmedo,
6. Cf. mi estudio «Moral de acomodaci6n y carácter conf!ictivo de la _Hbe~­
acto III:
tad (Notas sobre Saavedra Fajardo)», recogido en mi vol. Estudios de historia
Fue siempre bárbara ley
seguir aplauso vulgar del pensamiento espaííol, serie III, Madrid, 1975. .
7. La Cintia de Araniuez, edici6n de Entrambasaguas, Madrid, 1945, pá-
las novedades ...
gina 125. . · 1
o también en Porfiando vence amor, acto I: 8. Cf. mis estudios sobre Gracián y Saavedra Faiardo, en el vol. c1t. en a
nota 6.
el vulgo, inclinado a novedades. 9. Publicada en Madrid, 1625.
270 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 271

La conmoción que en la conciencia pública habia de pro· quias perecen, como los hombres y las demás cosas criadas».
ducir el agotamiento de las esperanzas nacidas en el sigla XVI Es la tesis a que acuden regímenes de un autoritarismo alie-
sobre los destinos de la monarquia y de la sociedad espafiolas, nante, cuando las cosas empiezan a andar mal, a fin de descar-
al compararias con la vivencia de la penosa situación que cada garse de culpa ante la opinión, pero es también un amargo es-
uno contemplaba a su alrededor, muy acusadamente en el inte- timulante para excitar a un rey a la acción: «los Reinos se
rior del complejo hispánico, desde los últimos afias de esa cen- mudan, mudándose las costumbres» 13 , afiade el Consejo, lo
turia, agudizada todavia más a medida que el tiempo transcu- cual deja muchas posibilidades en la mano gobernante, si se
rria, dio lugar a que se formara el mito del movimiento natu- decide a actuar. El verso rotundo de Calderón se encargó de
ral de auge y declive de los imperios que con frecuencia halla- propagar esta versión, en la que se conjugan una actitud dis-
mos formulado en la literatura del sigla XVII. Para hacer com- culpadora de fracasos imposibles de ocultar, de pérdidas de
prender la difusión dei tema en los escritores políticos, recor- todo tipo que se sucedían desde tiempo atrás, con la llamada a
demos alguno de los pasajes menos conocidos. López Bravo una última posibilidad de movimiento restaurador en esa crisis
asegura que «los imperios y las leyes (aunque Platón y Moro del Barroco:
más suefien) se envejecen como todo; tiene determinada la
naturaleza que ninguna cosa dure o sea eterna: todas reciben ... ~Pero qué :firme estado,
mudanza con el tiempo» 10 • El tacitista Eugenia de Narbona, al paso que otro crece, no declina?,
en prólogo de su obra dirigida a Felipe IV -el rey barroco
por excelencia-, apoyándose en la experiencia de gobierno lo que implicaba una teoria general de la decadencia política,
de este mismo rey, escribe: «las repúblicas se acaban y son imputable a la incontenible marcha de lo fortuito:
llevadas (como todas las cosas naturales) dei raudal del tiempo
a una breve fácil vuelta
y de la mudanza» 11 • Ante lo cual sólo cabe intervenir -y 'Se ttuecan Jas monarquías
hay que intervenir enérgicamente- para dilatar el plazo. No y los imperios se truecan
cabe esperar más; de los cuerpos políticos, por la inestabilidad (La gran Cenobia).
de la Fortuna -condición natural insuperable-- y por el ine-
liminable margen de imprudencia en la acción humana, nos Por eso no cabía más que una actitud conservadora, tra-
dice Suárez de Figueroa, no hay «ninguno perpetuo, ya que tando de mantener las cosas en su orden, reduciendo todo lo
en largo curso de anos se corrompe, no obstante cualquier buen posible el desmoronamiento del sistema vigente con que el
orden que se le haya aplicado al principio» 12 •. La tesis llega tiempo amenazaba. EI problema de la roonarquía espafiola, dice
hasta los aledafios del trono, la repiten ministros y consejeros. el Consejo Real a Felipe III (4 de mayo de 1621), es la «con-
En el documento de 1 de febrero de 1619, el Consejo Real servación dei todo», cosa que «se mira tan peligrosa y aventu-
advierte a Felipe III: «las ciudades, los Reinos y las manar- rada» 14 • Cellorigo, en muy temprana fecha, concibe ya el pro-
grama que condene su Memorial con estas palabras, que su
10. De rege et regendi ratione, Madrid, 1627.
11. Doctrina política y civil, Madrid, 1621. 13. La Junta de Reformací6n, AHE, V, pág. 30.
12. Varias noticias ... , fol. 19. 14. Ibid., pág. 69.
272 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 273

obra Ileva en subtítulo: «útil restauración a la República de y de la reputación consiste en conservarse» 18 • «El principal
Espafia». Ello quiere decir que su actitud es la de tratar de oficio dei príncipe es conservar sus estados», según sentencia
conservar una monarquía que puede venirse abajo, razón por de Saavedra (Empresa LIX). Así pues, en esta «razón conser-
la cual, en la tercera parte de su Memorial, insiste en la idea vatriz» dei Estado, como alguno la llama, hay que ver una
de que hay que procurar atenerse a remedias que no hagan actitud general.
peligrar un agravamiento del mal, a la maneta con que los Esta actitud conservadora se produce como reacción por
médicos se contentan con paliativos que vayan manteniendo parte de los grupos que, a pesar de todo, habían mantenido
a~ enfermo, cuando de la aplicación de remedias decisivos pu- de hecho un importante nível de predomínio, respondiendo a
diera quedar amenazada la vida dei paciente. Sancho de Man- la presión de los cambias iniciados precedentemente en la que
cada, ante la situación que presencia, se da cuenta de que el nos bastará con llamar aquí alusivamente «época dei Rena-
problema es la «conservación de Espafia»: «A muchos parece cimiento». Ciertamente que -y de ello hemos hablado otras
eterna la Monarquía de Espafia por su grandeza, pero mucho veces largamente- las transformaciones sociales de fos siglos
se habla de su peligro en todas partes»; advierte que, sin em- xv y XVI habían difundido en la población urbana -con espe-
bargo, no cabe «seguridad», puesto que en todo caso «las Mo- cial fuerza en Castilla, que había contemplado tan grandes no-
narquías son tan mortales como los hombres, que es la Mo- vedades- el gusto por lo nuevo. Pero lo cierto es que, déca-
narquía muchos hombres y todos mortales» 15 • Si la prudencia das más tarde, antes de que el XVI termine, nos encontramos
es Ia virtud barroca por excelencia, suma de las virtudes para con que un absolutismo monárquico, informador de todo el
cualquier político o moralista de la época, equiparada a la ra- régimen político, se levanta para cerrar el paso a los cambias
zón en el pensamiento de los mismos, quienes la poseen son sociales y políticos y mantener enérgicamente los cuadros esta-
«conservación dei mundo», dice Suárez de Figueroa 16 : la fun- mentales de la sociedad. Tenía que ser así en la medida en
ción por antonomasia de la prudencia ~s conservar. En el pre- que, como se sabe, <<Una función esencial dei sistema de estrati-
ceptista máximo dei uso barroco de esa virtud básica- nos re- ficación en una sociedad es la función integradora» 19 • Había
ferimos a Gracián- encontraremos el principio en que se for- que mantener, con el mayor rigor posible, el sistema de esta-
mula la actitud que tratamos de definir: «es mucho más el con- mentos, cuya ordenada estratificación garantizaba la defensa de
servar que el conquistar» 11 • En una de las Cartas de ;esuitas, la sociedad tradicionalmente organizada. Y para ello, dándole
de 13 de octubre de 1637, se dice: «la máxima de la gloria eficacia actual, había que revitalizar la tabla de valores, con
sus niveles de diferenciación, cuya vigencia, esto es, cuya acep-
tación por todos en el seno de la sociedad podría permitir la
15. Restauraci6n politica de Espafia, cit., págs. 2-4. Sobre Sancho de íntegración en ésta de los grupos masivos con que ahora había
Mancada, en la obra anónima que public6 González Palencia Noticias de
Madrid, se consigna un comentaria curioso, recogido ya por P.' de Gavangos que contar. Para ello, lo primero era mantener, fortalecida, la
en Cartas de iesuitas (MHE, XIV, pág. 248): «El doctor Mancada, el ca· propia ordenación estamental, cuya imagen era un valor fun-
p6n, tan conocido por sus arbitrios impresos sobre la restauraci6n de Espafia, damental en apoyo dei sistema. Una manifestación de lo que
ha hecho un papel muy docto en esta materia, probando con varias razones
que, dado que alguno supiese hacer plata, no convendrfa al servido de S. M. que
la hiciese» (7 noviembre 1637).
16. Varias noticias ... , fols. 143 y sigs. 18. MHE, XIX, pág. 220.
17. El critic6n, edici6n de Romera Navarro, t. II, pág, 267. 19. Barber, op. cit., pág. 17.

18, - ldARAVALL
UNA CULTURA CONSERVADORA 275
274 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO

decimos se encuentra en el interés con que en el Barroco se un estado de descontento y hostilidad, conveniente de evitar
conserva, por lo menos como principio, la tesis tradicional de lo más posible en la tensa situación del xvII. Por eso, en con-
que los géneros literarios se corresponden con unos valores servación de la sociedad tradicional, cerrando en lo posible las
determinados, y unos y otros con unos personajes socialmente puertas de escape, y en mantenimiento de un espíritu de con·
definidos. Se mantiene la adecuación entre género literario y formidad en el ámbito de los pueblos, el Consejo Real reco-
condición social de los personajes que en ellos se prei<entan: mienda a Felipe III (1 de febrero de 1619) que en pueblos
la tragedia -:-mundo de lo heroico- se ocupa de sefiores; la y lugares pequenos donde en fechas recientes se han instalado
comedia -ajena a los valores heroicos- es cosa de gente co- estudios de gramática, que se supriman, porque con la facili·
mún, de ciudadanos, dirá alguno 20 • Continuando este plantea- dad que su proximidad permite, muchos labradores envian a
miento veremos después qué sentido tiene la aparición en el ellos a sus hijos y los sacan de sus ocupaciones, en las cuales
teatro espafiol, y, derivadamente, en el francés, de la tragi- nacieron y se criaron y a las cuales deben destinarse; y luego,
comedia. tampoco aprovechan en los estudios y quedan la mayor parte
Vamos a ver un curioso aspecto de contracción social que ignorantes, por la razón, entre otras, de que no hay buenos
pone de relieve lo que es la época. En la fase de movilidad maestros para tantos. Se repite petición similar en algún escri-
social vertical que, en cierta medida, fue el siglo XVI (sin que to más, y en los Capítulos de Reformaci6n (10 de feb~ero de
se presentara en él como un movimiento general claro está 1623 ), Felipe IV, para evitar, según declara, que se difunda.n
pero sí reconociéndola como via de medro, en 'considerable' esos estudios de mala calidad, en los que no se puede salir
número de casos singulares, o de elevación en la escala so- bien ensefiado -«y assí muchos no passan a los estudios ma-
cial), hay que aceptar que los estudios habian sido puerta yores y pierden el tiempo que han gastado en la latinidad, que
de acceso a niveles superiores. Ello indujo a muchos pueblos, empleado en otras ocupaciones y ministerios hubiera sido más
en donde se hallaron dirigentes capaces de estimar tal fenóme- útil a la República y a ellos»-, dispone que no pueda haber
no favorablemente, a instalar para sus hijos estudios de gramá- estudios de gramática en. villas determinadas, y aun con dota-
tica y humanidades, con los que o se podia pasar, en algunos ción de rentas suficientes 21 •
casos, a la universidad, o, por lo menos, aspirar a oficias más Si desde el siglo xv y en el XVI el estudio es un camino
prestigiosos y productivos. De ello hicimos mención en nues- de ascenso en la estrati:licación social y si, a pesar de todo, )
tro libro Estado moderno y mentalidad social y en algún otro nunca lo dejaria de ser por muchas trabas que se le pusieran,
escrito. Es un fenómeno interesante en nuestro sigla renacen- es necesario encontrarse en las condiciones sociales dei XVII
tista. Pues bien, en la crisis del Barroco se quiere cerrar, o difi- para que alguien llegue a dar por sentado que se utilice,
cultar, por lo menos, esa via de cambio de nível, en primer independientemente de lo anterior, como un medio de sujeción
lugar para evitar la conmoción que una reiteración en número y represión. Ese abogado sevillano Chaves, que ya nos es co-
apreciable de ascensos estamentales podía traer consigo, en nocido, ante la nutrida población penitenciaria que llenaba,
segundo lugar porque cuando esa via se emprende, se hacen según sabemos, la cárcel de Sevilla, queriendo librar a su ciudad
estudios y luego no se «medra» como se espera, se produce
21. La Junta de Reformaci6n, AHE, V, págs. 28 y 452·453 (cf. también
20. Suárez de Figueroa, El pasagero, pág. 50. pág. 386).
276 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 277
de la tacha de que muchos de sus indivíduos se hallaran ence- tenden decir que la única manera de merecer un alto aprecio es
rrados en ella, supone que la mayor parte son extrafios, porque atenerse a los deberes dei propio e invariable estado. Todas las
en Sevilla <<no sólo la gente principal, sino la popular y oficia- maldades de la codicia insaciable proceden de faltar a esa orde-
les de harto poco caudal y hacienda, crían sus hijos con un nación: «todas, es cierto, concurren -piensa Suárez de Figue-
dómine y lo tienen dentro de su casa» 21 bis. Someter a los roa- en quien no halla contento ni quietud en cualquier estado
hijos a una disciplina de estudio no es vía para que suban a o condición, constituyendo su :6.n, no en lo que tienen, sino sólo
más, sino modo de apartados de los focos que siembran desor- en lo que pretenden tener» 23 • Por eso se repite con frecuen-
den y frente a los cuales el poder trata de jugar con recursos cia que sólo es feliz aquel que permanece en su puesto, se-
de violencia o de configuración cultural, según los casos, que gún un principio de integración característico de la sociedad
logren vencer su resistencia a la integración. Sólo un escritor tradicional. «El medirse en el estado propio, contento con él,
metido de lleno en las condiciones sociales de la época del hace mucho para la quietud», advierte F. Santos, quien apoya,
Barroco podía pensar que poner a estudiar a los hijos era prin- significativamente, su pensamiento en un refrán popular, de
cipalmente una eficaz solución represiva. Pero, dejando esto sabiduría arcaica: «zapatero solía ser - vuélveme a mi menes-
que no es más que un inciso ciertamente curioso, volvamos ter». Procediendo así, «acudiendo cada uno a su ejercicio, está
ai tema de los controles de la movilidad social ascendente, cuya todo quieto y en paz». Y cuando una norma semejante se asu-
contención se recomienda en la inquieta sociedad dei XVII, y me desde dentro, interiorizándola en la conciencia de cada uno,
esa recomendación es una de las ideas que componen la menta- el sistema alcanza su máxima solidez y la plenitud de sus vir-
lidad barroca. tudes: «la fortuna no me dio más bienes que los que os he
Hay que procurar, se dice, que cada uno siga en el puesto dicho, pero con ellos vivo quieto y gustoso, oigq y callo y así
que un orden tradicional y heredado le tiene asignado. Hay que gozo dei mundo» 24 ; Tales tesis se explanan, como en ninguna
reducir los casos de paso de un nível a otro, los cuales, en tér- otra parte, en el teatro, ligado a la propaganda del sistema
minos absolutos, no se pueden eliminar en ninguna sociedad, monárquico-sefiorial 25 • E'.n ese sentido tiene razón Vossler al
pero sí se pueden dificultar y reducir, actuando sobre todos los escribir: «El allanamiento romántico de las diferencias es algo
procedimientos y vías de ascensión que se ofrezcan indiscrimi- en absoluto ajeno ai espíritu de la escena espafiola. Todo lo
nadamente a grupos de indivíduos que pudieran llegar a ser contrario, la vinculación de las cosas, estados, sentimientos y
numerosos. valores divinos y temporales sólo es imaginable aquí en severa
La aceptación dei sistema de sumisión a las di:6.cultades de gradación jerárquica» 26 •
cambio de jerarquía en la sociedad, conforme el orden estamen- No sólo hay que ver en esto un eco de un estado prece-
tal lo exige, se sublima como un valor moral de la más elevada dente que se continúe en el XVII. Cuantos en alguna medida se
estimación. «Tanto será uno más ruin, cuanto en las obras se encuentran, aunque sea críticamente, comprometidos en la con-
apartare más de su estado y obligación, que el día de hoy tan
poco se advierte», sostiene Luque Fajardo 22 , y sus palabras pre- 23. Varias noticias ... , fol. 109.
24. Día y noche de Madrid, cit., págs. 417 Y .sigs., Y 434.
21 bis. «Relaci6n de la Cárcel de Sevilla», cit., col. 1.364. 25. Desenvolvemos este aspecto en Teatro y literatura en la sociedad
22. Fiel desengano contra la ociosidad y los ;uegos, edici6n de M. de Riquer, barroca, Madrid, 1972. .
t. II, pág. 37. 26. Lope de Vega y su tiempa, pág; 305.
278 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 279
servación de la sociedad barroca, mantienen la vigencia dei fioles, que se pretendeu «igualar en todo a todos, per.virtiendo
esquema estamental, i;i.o solamente los literatos, ni tampoco los . el orden natural», orden «por el cual es muy cierto y sin duda
escritores teatrales solos. He insistido en otro lugar sobre este que unos nacieron para servir y obedecer y otros para mandar
punto de conservación dei orden tripartite estamental, dentro y gobernar» (tal vez, sorprendido de sus propias palabras, el
del marco de la sociedad del XVII, aunque sefialando que era autor rechaza expresamente la tesis de la servidumbre natural
la base necesaria para que sobre ella germinaran los fenómenos de Aristóteles, temeroso de que se le interprete de tal ma-
de descomposición y fragmentación, cuya aparición se obser- neta) 80 . Los textos que repiten, en nuestro XVII, tesis seme-
va 27 . D aremos aqm' un testlmoruo
. 1 y espec1a
. caro, . 1mente valio- jantes son numerosísimos, tratando de contener el posible y
so por su autor, de esa subsistencia de la ordenación tradicio- amenazador desmoronamiento de un orden social contra el
nal: Cellorigo nos habla de los tres órdenes, «el uno de eclesiás- que muchas veces esos mismos autores escriben.
ticos y los otros dos de nobles y plebeyos, los cuales el Prín- La medida que se reputa como principal para contener el
cipe ha de disponer de manera que no se muden, que no se posible desmoronamiento dei orden social en que ha de apo-
alteren, cofundan ni igualen, sino que cada uno conserve su . yarse la monarquia -imagen que, como hemos dicho, traduce
lugar, su orden, su concierto, de suerte que con diversas voces la vivencia de crisis en la época- tal vez sea la de que se
hagan consonancia perfecta» 28 • mantengan hereditarios los oficios y correlativamente los nive-
En todas las esferas hay que mantener esa rigurosa distri- les sociales de los indivíduos. Un escritor que se ocupa del
bución. EI político ha de tenerla presente en las cargas y ser- desarreglo de la economia y de los trastornos sociales en que
vidos que exija de los indivíduos, en los derechos y liberta- aquél repercute, Cristóbal Pérez de Herrera, pide que se procu-
des que les reconozca. Por su parte, el poeta, comô el pintor, re «encaminar a muchos que sigan los oficies de sus padres» 31 •
ha de dar a .Ias personas su «decoro» estamental -esta es Sirviéndose una vez más del testimonio de Suárez de Figue-
su ambiente y manetas- según la condición social dei grupo ~ roa, encontramos que éste -dándonos uno de los primeros
que p~rt.enecen, «atribuyendo ai sabia dichos y hechos de tal, ejemplos de presentar paradigmáticamente a los chinos, antes
y ai rust1co palabras y hechos de rústico, trate el letrado de su de que se llegue al mito fisiocrático dei siglo XVIII- propone
facultad, y el pastor de sus ganados, el Príncipe de su gobier- que se siga la práctica de aquéllos de obligar a los .hijos a segu~r
no, y el vasallo de su familia, el sefior mande y el esclavo obe- la ocupación de los padres, lo que promueve afic16n al grem10
dezca», evitando aquellas manifestaciones que «son impropias y habilídad en la profesión 32 • El afán de inmovilizar el orden
dei estado de la persona» -así lo explica un típico preceptis- lleva a extremos -propios de un romanticismo antes de
ta barroco 29- . Pero si sobre esto se insiste tanto, es porque hora- de sostener que Espafia debe conservar su traje nacio-
una nueva fuerza se mueve en el seno de la sociedad que em- nal y no admitir el extrafio, como dice Castillo Solórzano 33 •
pujá para echar abajo esa cónstrucción. También, considerán-
dolo así, Cellorigo previene contra la tendencia de los espa-
30. Memorial, fol. 16.
31. Discurso al Re:v, cit., fol. 23.
27. Estado moderno :v mentalidad social, t. II, págs. 3 y sigs. 32. El pasagero, pág. 32.
28. Memorial, cit., fols. 41 y 42. 33. Aventuras del bachiller Trapaza, en La novela picaresca espalíola, pá.
29. Carballo, Cisne de Apolo, t. II, pág. 121. gína 1.486.
280 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 281

Ahora bien: la manera que se juzgaba como más eficaz en todas un mundo tradicional, conservado todavia hasta en Inglate-
tra 3 7, pero que en ésta empezaria , ensegm
. 'da a borrarse ss .
partes de afianzar definitivamente ese orden de la sociedad era
atribuir a la sangre las determinaciones estamentales. Toda Eu- Sin embargo, procediendo con un mínimo rigor histórico,
ropa se apoya todavia entonces en ese principio que en nuestro c:podemos quedamos en lo dicho? Con el montaje de todo ese
Barroco se enuncia una y otra vez como principio constitutivo aparato defensivo para la conservaci6n del orden tradicional,
del orden social. A través de la sangre actúa la naturaleza y, ,.r no se había conseguido otra cosa que mantener inmóvil la

por detr€s de ésta, Dios. Las sociedades jerarquizadas de la ;ituación, restaurándola en aquellos aspectos que habían sufri-
Europa barroca se apoyan en esta escala 84 • do mayor erosión durante la crisis renacentista? Realmente, la
A1 mismo tiempo que se produce este fenómeno de revigo- tesis de que los hombres de fines del XVI habian tenido que
rización dei régimen estamental, nos encontramos con una eco- practicar la liquidación dei Renacimiento, sostenida por L. Feb-
nomia que vuelve a quedar sometida -por efecto indirecto de vre 3 9 , e: hemos de aceptarla en un sentido pleno? Seguramente
la crisis y por consecuencia directa de la política de los prín- no. La sociedad conservadora llevaba dentro de sí elementos
cipes- al predomínio de la propiedad territorial, en manos de que sele habían incorporado en el albor de la modernidad; su
antiguos o de nuevos sefí.ores -estos últimos convertidos a restauración tenia que hacerse combinando las supervivencias
una mentalidad influída por modos nobiliarios-. Esa economía con trazos nuevos. Por eso el Barroco, por muy medievalizante
podía ambientar muy favorablemente una vigorosa y organiza- que de un lado sea, es, por otro lado, incluso más moderno
da reacci6n contra los cambias sociales. Hay ·una interacci6n que el siglo anterior (Europa conocería una experiencia pare-
patente entre las estructuras de la sociedad que se pretenden cida ·con el Romanticismo, dei que el ~arroco en más de un
salvaguardar, el complejo de mitos y valores en cuya propiiga- ·aspecto viene a darnos una anticipación).
ción se emplean muy diversos medios y las formas económicas . Cuando ert el capítulo prirriero hablamos de las tensiones
en cuya supervivencia se basa el sistema. El principio estamen- internas de la ·sociedad, sefíalamos la tendencia a la formación
tal de ·esas formas socioecon6micas se puede considerar enun- de una capa intermedia. Volvamos ahora a tocar el tema desde
ciado en unas palabras de Pérez de Herrera que se repiten otro ángulo visual. En el Barroco se · procura la consolidaci6n
frecuentemente, con una u otra redacción, en tantos escritores: de ese estadia intermedio, pensando que de· ello se sigue con-
hay que asegurar «a cada uno conforme a su calidad lo que solidar el orden, al modo que, más tarde, .en el XVIII, Montes-
conviene, en vestidos, comidàs y ajuares» ª5 • Es lo mismo que quieu y sus seguidores, e, inspirándose en ellos, todo el grupo
exigian los nobles franceses re1,1nidos en la asamblea de Tr~yes, de· la nobleza ágraria y de tipo media, apoyaron la tesis de
en 1651, renovando peticiones anteriores, de 1614,. etc.36 ; es que había :que mantener ·el ideal de la medianía, como recur.so
lo que se escu.cha por toda Europa; lo que daba la estampa. de qµe asegurarse el_ mantenimiento d.e las fuerzas conservadoras.
Fue ya ~~sis de un Pascal: «rien que la médiocritê n'est bon ...

34. Cf. Mousnier, Les hiérarchies sociales de .:!450 à vos. ióurs, ·Parfs, 37. Laslett, Un monde que nous apons:. perdu: J.,,es ·S~r1p;tiwes· soc}ales pré-
1969. industrielles, Paris, 1969. · .. ·
35. Discurso cit., fol. 16. .. . . 38. Cf. Ch. Hill, El siglo de la Revoluci6n, Madrid, 1972.
36. · Mousnier,· Labatut ·Y Th!rand, Probl~mes de· straiif.ication sociale:. Deux ... 39. Cf. su· contribuci6n al volumen·· colectivo Le. Pr~classicisme frl!nçais,
cabiers de la noblesse (1649-1651), París, 1965. ·· .. al · que ya nos hemos referido, trabajo cuyo título es ··.«La.. chatne des hommes».
282 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO
UNA CULTURA CONSERVADORA 283
c'est sortir de l'humanité que de sortir du milieu» 40 • Hay que que esa línea doctrinal tiene con un pensamiento como el de
advertir que, para que haya un término medio, han de haber Montesquieu, representante del compromiso de la mediana no-
dos extremos, que, por tanto, la medianía conserva el orden bleza terrateniente con los ricos de origen no noble. Viéndolo
diferenciado. Por eso, en Cellorigo podemos leer: «no hay cosa así, cabe aceptar que lo posible fuera que, de todos modos, lo
más perniciosa que la excesiva riqueza de unos y la extrema que llegara a cambiar en la monarquía absoluta y en la econo-
pobreza de otros, en que está muy descompasada nuestra re- mfa agraria sefiorial de comienzos del XVII, resultara ser mucho
pública, ansí por las muchas fundaciones de mayorazgos, que más y con más radicales alteraciones de hecho que las trans-
cada día se hacen, como por el uso de los censos, con que se formaciones acontecidas en los cien afios precedentes a la etapa
engrandecen unos y se pierden otros. Y aunque no serfa bien que aquí consideramos.
decir que todos hayan de ser iguales, no sería fuera de razón Hemos prestado ampliamente atención a los fenómenos de
que estos dos extremos se compasasen; pues el quererse todos erosión de la sociedad tradicional, en otro lugar, como ya he-
igualar es lo que los tiene más desconcertados y confundida mos recordado 44 • Tenemos, pues, que remitirnos a lo dicho
la república, de menores a medianos y de medianos a mayores, allí. Afiadiremos ahora, tan sólo, algunos datos que nos per-
saliendo todos de su compás y orden, que conforme a la cali- mitan comprobar el sentido general de lo que ya hemos soste-
dad de sus haciendas, de sus ottcios y estado de cada uno de- nido, reforzándolo coo lo que de nuevo traemos a estas páginas.
bieran guardar» 41 • El Anónimo a Felipe IV-quizá de 1621-, Hemos visto, en lo que antecede, los claros términos en que
que consideramos inspirado en Cellorigo -aunque seguramen- Pérez de Herrera se atiene al patrón tradicional. Pero hay
te no es obra personal suya-, hace la defensa ante e1 rey de algo más en él, que se introduce en su exposición como inad-
ese grupo de los medianos «que son los que se ven acosados vertidamente. Sabido es que la concepción tradicional de los
de unos y otros y los que sustentan a todos» 42 • Es poco menos estamentos presentaba una división tripartita, sujeta siempre al
que una opinión común en escritores y políticos 48 • Si recôrda- mismo esquema: sacerdotes, guerreros, labradores, y que,· co-
mos lo que antes hemos leído en Cellorigo contra là tendencla rrelativamente, a estas tres grupos se les identificaba con tres
de igualación, comprenderemàs los fundamentos que en él tie- órganos del cuerpo humano, colocàdos de más alto a más bajo,
ne, como en todo pensamiento conservador, la defensa de la según una multisecular metáfora, aceptada como si fuera e:-
mediocritas. Es la característica de cuantos hacen la defensa presión directa del mundo natural 45 • Pues, como buen test1-
y apología de una vida mediana. monio de! estado de etosión de esta imagen de la sociedad en
Claro que esta que acabamos de decir significa, en su com- las roentes de su tiempo, Pérez de Herrera nos da a entender
plejidad, un planteamiento nuevo en la conservación del orden que e1 orden jerárquico estamental se ha transformado de tal
social, implica un cierto cambio en ése mismo orden, guardán- manera que en la imagen del mismo, sacada del cuerpo huma-
dose lo esencial. Tengamos en cuenta e1 parentesco ideológico no, ya los guerreros no son los brazos ni los labradore~ los
pies; con un cientificismo derivado de su fotmación médica y
40. Penséei, cit., t. I, págs. 147-148. que e1 autor reputa perfectamente comprensible pará sus lec-
41. Memorial cit., fols. 15 y 16.
42. La Junta de Reformaci6n, AHE, V, pág. 246.
43. Ya hemos hecho referencia en e1 cap. I a la idea generalizada de for. 44. Estado moderno y mentalídad social, t. II, págs. 19 y sigs.
talecer un estadio intermedio.
45. Cf. E. Lousse, La société d'ancien régime, 2." ed., Lovaina, 1952. ·
284 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 285
tores, los labradores, ganaderos, oficiales y trabajadores son En la mentalidad de las gentes del Barroco, en conexión
el hígado («que ,envía por las venas mantenimiento a todos»), con la situación real que refleja, si se quiete conservar -y for-
y l~s grandes, titulas, caballeros y gente noble y rica son el talecer un orden social, lo cierto es que éste, en su fundamen-
e_s;omago, ya que en él, con el calor natural, se hace la diges- i:ación, en su sentido, en sus fines, aparece profundamente alte-
tion Y se cuecen los alimentos, formándose la sustancia que rado: se mantienen firmes divisiones de nível, pero el esque-
los médicos llaman quilo 46 • En esta alegoría que ahora se nos ma tradicional se ha alterado gravemente y tal vez las que
propone, observamos por de pronto que la función bélica ha ahora se tienen en cuenta no son más que diferencias en la
desaparecido, reemplazada por una función eco~ómica: por eso escala de la riqueza a la pobreza, que se mueven según los
no se habla de guerreros, sino de ricos. A su vez la distribu- desplazamientos en esta línea 48 •
ción jerár9uica q~c;da muy desnaturalizada. Está ~laro que no Se puede decir, en cierto modo, que aquello que se altera
son los mismos ru el fundamento ni el sentido de las divisio- (por ejemplo, la relación de soberano-súbdito o el nexo pro-
nes sociales. pietario-tierra) se da en apoyo de grupos de intereses conser-
Casos similares en los que también se revela no compren- vadores y como mantenimiento de un orden establecido. Pero
der .la tradición que se pretende preservar, nos ofrecen otros incluso en éste ha habido cambias. He aquí un caso: la presión
escritores: Salas Barbadillo, en El sagaz Estacio, Enrique Gó- fiscal del Estado, de inspiración con~ervadora, en la antigua
mez, en El ~iglo pitagórico, Jerónimo Yáfiez, en El donado monarquia, se altera, con todo, si los impuestos, que, cuando
hablador, quieren referirse a la diversidad de estados de la erail tal como procedían de la tradición sefiorial, gravaban sola-
vida social, y, en lugar de presentar a éstos como manifesta- mente a los pecheros -«servidos» ordinario y extraordina-
ci6n de una ontologia social, al modo que eran estimados en rio--, ahora, cuando se trataba de nuevos tributos de redente
la tradidón, convierten a aquéllos en productos d~ ~nos carac- invención -«millones», «donativos», etc., e impuestos indirec-
teres psicológicos, más o menos ligados a unas profesio~es que, tos que se incrementan-, venían a pesar sobre nobles y peche-
por otra ·parte, ahora ofrecen gran diversidad. · Si antes diji- ros. Esta tendencia a la igualdad tributaria erosiona el concep-
mos que los ~éneros literarios de la comedia y de la tragedia to tradicional de nobleza. La venta de títulos, hidalguías y en-
estaban adscritos; en la representación de personajes, a gru- comiendas acentúa la caída de los valores de la vieja sociedad,
pos estamentales propios, porque a éstos había que referir los dando mayor relieve a los valores ·económicos. El abandono
valores que aquéllos · reflejaban, observemos ahora que uno de de la función militar por los nobles acentuá ese proceso de
los que proponen esa diferenciaci6n social de los géneros -no
entiende ya bien por: qué ha de ser así y supone que la razón 48. «La propuesta conservadora de salvar a la cultura restaurando las
antiguas separaciones de clase tiene un fundamento histórico más sólido que la
está en que si se procediera de otro modo, los sefiores se enfa- esperanza liberal-marxiana de una nueva cultura democrática, sin dases»,
darían, levantarían alborotos en el local del teatro y podrían dice D. Macdonald, en su estudio citado, pág. 143. Sólo que, dice el autor,
·produçirse com;eçuencias .d~sastrosas n; una explicaci6n,. pues, es absurda en un mundo bajo el patrón hegemónico de sociedades como la de
la U.R.S.S. o la de los EE. UU., cada vez más industrializado y masificado.
meraU'lente. pragmática. Sin embargo, ya si tomamos en cuenta los resultados que obtuvo tal tesis en la
Asamblea de Troyes de 1651 y en la Asamblea de la nobleza francesa de
1788, comprenderemos que el que tuviera repetidos y antiguos antecedentes
46. Discurso çit., fol~. 5 y 6. históricos no le dio fuerza en la sociedad moderna. En la crisis de! XVII vemos
47. · Suárez de Figueroa, El pasage.ro, pág. 78. cómo sufre una lenta, tal vez, pero constante erosión.
286 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 287
49
caída , al mismo tiempo que la aparición de armas de téc- bres», de manera que en aquél se amparen no sólo los bienes
nica compleja y de costosa adquisición, con la necesidad de públicos, por necesidad y provecho común, «sino que también
servirse de ellas en cantidades considerables, ayudó también a los particulares sean conservados a cada uno» 51 • A esto se
poner por delante los valores de la riqueza. Aunque el pasto debe el hecho de que en muy temprana fecha, en la fase dei
literario -la poesía y el teatro- que se da a la sociedad ba- primer mercantilismo, aparezcan en Espafia tendencias que pro-
rroca parezca hacer creer lo contrario, lo cierto es que los va- pugnan un amplio margen de libertad económica agraria (lo
lores han cambiado en gran medida. cual contradice la tesis de A. Hauser y otros, basada en una
Sin duda, una transformación en la concepción dei tributo visión un tanto simple de correlación entre mercantilismo y
público (el hecho de que podamos hablar sin demasiada impro- autoritarismo barroco, en todos los órdenes). Nosotros, sobre
piedad de tributos públicos ya es una novedad grande) no nuestra visión conflictiva dei Barroco, considerando a éste como
basta para explicar el teatro de Lope, pero éste hubiera sido una cultura en tensión, sostenemos, sí, que es una cultura auto-
cosa diferente de lo que fue, y por de pronto hubiera respon- ritaria, pero precisamente reorganizada o reelaborada en nue-
dido.ª una mentalidad muy distinta de la que ofrece, sin aque- vos moldes, en atención a los conflictos y posibilidades que la
lla circunstancia. En el orden tradicional, la propiedad com- libertad le plantea, entre ellos ciertos aspectos de libertad eco-
partida o en pirámide del régimen sefiorial era un elemento nómica. No es contrario, sino complementaria con el monar-
en apoyo de aquél; ahora, más bien, inversamente, el orden se quismo absoluto dei Barroco, que los barrocos consejeros
ve (quizá con cierto desenfoque, que no se corregirá hasta la de Felipe III -nos referimos una vez más al documento de
revolución burguesa) como un elemento en apoyo de la pro- 1619- le recomendaran «que e! labrador no tenga tasa para
piedad, y, cada vez más, ésta deja de ser una superposición pira- vender el pan de su cosecha . . . que se les dé licencia para
midal de derechos en manos de distintos titulares, para trans- que libremente puedan vender en pan cocido lo que fuese de
formarse en derecho único y absoluto de un solo propietario. El su cosecha y labranza» 52 , libertad comercial dei grano y de su
régimen excluyente de la propiedad burguesa aparece como fin producto fabricado, dento cincuenta afias antes de que se pre-
dei Estado, antes de que un Locke lo expresara así 50 • Refirá- sente en la escena política un Campomanes. Pero esto tiene su
monos una vez más a Suárez de Figueroa: la sociedad política, sentido: responde a toda la transformación aburguesada que
lo que .él llama el «consorcio civil», existe para que, bajo la por debajo sufre el orden estamental privilegiado, tal como se
protección del poder, «puedan conservar sus haciendas los hom" hablaba de conservado.
Naturalmente que subsisten las viejas formas de propiedad.
49. Para comprender lo que de desmoronamiento del sistema significaba ese
abandono del deber militar por los nobles, que Domínguez Ortiz ha com- Ya hemos hablado antes de la parte, mayor en volumen, que
probado, recuérdese lo que exigida la doctrina dei estatuto nobiliario expuesta corresponde, en todas las esferas, a las supervivencias tradiciona-
todavia por Calder6n:
les. La propiedad privilegiada, de carácter sefiorial, laica o ecle-
que es la sangre de los nobles, siástica, tiene en todas partes, y muy gravemente en Espafia,
por justicia y por derecho,
patrimonio de los reyes mayor extensión que la propiedad libre o privada. Pero lo nue-
(No hay cosa como callar).
50. Cf. mi Estado moderno y mentalidad social, t. I, págs. 345 y si- 51. Varias noticias .. ., fol. 106.
guientes
52. La Junta de Reformaci6n, AHE, V, pág. 27.
UNA CULTURA CONSERVADóRA 289
288 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO

vo está en que es esta última la que empieza a ser sacudida se puede llevar. a cabo esa tarea de conservación, s~n adultera_r
en su inmovilidad por influeneia de la concepción a que res- la tradición en buena parte. Por de pronto, neces1ta en el s1-
ponde la propiedad civil. Dejemos aparte la aparición de las glo xvn aumentar considerablemente el número de los implica-
primeras medidas de desamortización eclesiástica, cuantitativa- dos e interesados en el sistema, porque para la eficaz defensa
mente no muy importantes, aunque tal vez más de lo que se de éste necesita más medios financieros, militares, psicológi-
estima de ordinario 53 • Pero incluso cuando aquella propiedad cos· necesita gastar más, disponer de más hombres armados,
queda en manos de nobles y de instituciones eclesiásticas, se co~tar con más adhesiones. No hay más remedio que dar par-
ve profundamente alterada por el sentimiento de codicia que ticipación, de alguna mane~a'. en el régi:Ue~ .de privilegios Y
inspira a los ricos --característica de la vida económica moder- valores de la sociedad tradic10nal a los md1v1duos de grupos
na que Ehrenberg, Sombart y tantos otros han sefialado-54 , nuevos los ricos de la ciudad y los del campo -esos «labra-
'
dores ricos» .
que tanto papel tienen en e1 teatro barroco 56-:-·
así como en su administración, en su empl~o, sin que podamos
esperar todavia formas de inversión capitalista o sólo muy ex- Desde luego, no hay sociedad absolutamente cerrada Y estac10·
cepcionalmente. naria en la que, en alguna medida, no haya que c~ntar con
El mundo del Barroco organiza sus recursos para conservar cambias; pero, además de esto, en el caso de la ~oc1edad .ha·
y fortalecer el orden de la sociedad tradicional, basado en un rroca, dado que, después de la experiencia expa_ns1va d~! s1g~o
régimen de privilegias, y coronado por la forma de gobierno renacentista no era posible cerrar el paso a la mnovac1on, sm
de la monarquía absoluta-estamental. El hombre del Barroco d
exponerse sacudidas peligrosas, se imponía tolerar la 1:'1tro-
pensaba, por de pronto, como sostendría La Bruyere (y la ducción de lo nuevo en ciertos sectores, como llevamos dicho.
frase es casi igual a otra de Saavedra), tal como seguiria repi- Si, a pesar de todo, lo nuevo había hecho ~ella ei;- la contex-
tiendo durante siglas el conservadurismo, que en materia de tura misma de la sociedad, demostrando as1 una msoslayable
forma política «Ce qu'il y a de plus raisonnable et de plus sur, fuerza de parte de los factores de cambio, de alguna mane-
c'est d'estimer celle ou l'on est né la meuilleure de toutes et ra había que permitir rendijas a la transformación, por las que
de s'y soumetre» 55 • Pero no se puede cumplir ese desígnio ni tratar de hacer derivar sus energias. Por eso el Barroco, para
ser conservador, se declara muchas veces innovador. Había
53. Contamos ya con un documentado estudio sobre un caso interesaute que aceptarlo así, precisamente para mejor. con:r,olar todo m~­
en tiempo de Felipe II: Maríbel L6pez Díaz, La venta de la villa de Nestares. vimiento de esa última naturaleza, en su direcc1on y en sus li-
Un eiemplo vivo de la desamortizaci6n de 1574. Tesís de la Facultad de Cien-
cias Políticas y Sociologfa de Ia Universidad Complutense de Madrid. Esa
mites. En esos terrenos en los que ni políticamente ni intelec-
política continúa en e! XVII. Es más, la venta de lugares de Ia Corona a nucvos tualmente resultaba peligroso, había que dejar las puertas
ricos tiene un carácter de desamortizaci6n civil. abiertas a la novedad, había que hacer mucho ruido en torno
54. Es curiosa la tosca manera de expresar e! afán de domínio econ6mico
eclesiástico, en las páginas de fray Juan de Salazar. Excita Ia codída a ella para atraer la atención de las gentes y, en esos :errenos,
de los reyes, para llevarles a honrar a Díos, y se sirve de esta inclinaci6n había que extremaria para saciar el apetito de la misma: la
para satisfacer la codicia de! grupo eclesiástico: «ti, Dios a darles a los
príncipes reinos, tierras, hacienda, riquezas; y ellos, como reconocidos y gra-
irrupción de extravagancias en poesía, en literatura, en arte~
tos, a volvérselo, ofreciéndolo todo liberalísimamente para su servido a las etc., compensa de la privación de novedad en otras partes. As1
iglesias y monasterios» (Polftica espafiola, reedici6n de Madrid, 1945, pá-
gina 72). 56. Sobre este proceso de ampliación del compromiso . en e! orden privi-
55. Les caracteres, París, 1950, pág. 185. legiado, cf. mi Teatro y literatura en la socie.dad barroca, c1t.

19. - MARAVALL
290 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 291

pues, el virtuosismo de la novedad, característico del Barroco ese campo, la obra realizada de modo libre respecto a paradig-
en los campos en los que aquélla no posee fuerza corrosiva, se mas, normas, etc., se convierte en objeto de estimación para
explica por unas motivaciones sociales muy directas. el crítico barroco. Jusepe Martínez, el pintor zaragozano, ami-
Hay un pasaje que alguna vez hemos citado, de Jerónimo 1 go y admirador de Velázquez, alabará sobre todo en alguno de
de San José, que enuncia con toda precisión los términos del 1 los artistas que estima -se refiere a Navarrete el Mudo-
problema: «Estén, pues, muy enhorabuena, firmes e inmobles «su modo de pintar muy libre» 59 • Los comentados de este
los términos, voces y palabras que en materia de Religión, { tipo se podrían multiplicar, pero nos reduciremos a recordar
dogmas y doctrina introdujo la Antigüedad y el tiempo siem- que novedad y libertad son los dos valores cuya defensa inspira
pre sucesivamente ha observado y venerado, como las palabras el Arte nuevo de Lope, a pesar de lo que antes hemos visto
también y frases formularias en las leyes, decretos y causas que escribiera contra la novedad. Basándose en fuentes fran-
forenses, y en cada arte y ciencia; pero en lo demás del estilo 1 cesas, en las que de ordinario se juzga mayor el peso de las
y lenguaje corriente no hay que atar los ingenios y elocuencia normas, Rousset ha podido escribir que el Barroco «rechaza
a la grosería del hablar antigum> 57 • Negar la introducción de generalmente las regias, para proclamarse innovador y moder-
nuevos términos es negar la aparición de nuevas cosas que con nista» <i-0.
aquéllos se expresan, puesto que neologismo e invención van Este que podemos llamar anticlasicismo hostil a la vigencia
juntos, como tanto se ha dicho, en el XVI. Quedan, por tanto, de normas de ejemplaridad, característico de una actuación ma-
así inmovilizados los campos de la religión, donde la discre- siva, se liga al papel del «gusto» que antes sefíalamos, enfo-
pancia había prendido con tanto fuego; del derecho, donde la cándolo desde otro ángulo visual. Observemos que, al dejar a
modernidad había empenado la batalla del ius novum, peli- la roasa sin instancia objetiva a la cual atenerse y entregada a
grosa para la conservación del orden estamental; de la ciencia, ese más aparente que efectivo subjetivismo del llamado gusto
esfera del descubrimiento y de la invención donde pululaban libre, lo que en realidad se hacía era dejarla sin defensas frente
esos inquietantes espíritus «discursistas y scientíficos», sobre al domínio de la acción configuradora que sobre ella pudieran
los que llamaba la atención Saavedra Fajardo; de la técnica ejercer los recursos manejados por el poder. Un escritor fran-
misma, alteradora de las relaciones de la vida económica y so- cés, clamando contra el gusto y atribuyéndole un carácter di-
cial, dando armas a la competencia. (Qué quedaba, en fin de solvente, venía a reconocer su contradictorio imperio, en térmi-
cuentas, al esfuerzo de innovación? El capricho poético y ar- nos que nos ayudan a comprender el problema que aquí susci-
tístico. tamos. En efecto, Mathurin Régnier, en un breve poema que
Sólo en los últimos campos podía tener reconocimiento lleva por título este aforismo «Le goust particulier décide de
esa «libertad de ingenio» que exaltaba Gracián 58 • Reducida a tout», recalca la disolución de criterios objetivos y firmes que
ello trae consigo:
57. Genio de la historia, Vitoria, 1957. Viene a ser un t6pico en la época
con el que se marca la divisoria impuesta en materia de innovación, lo que se Et le bien et le mal dépend du goust des hommes,
formula en La Dorotea: «vivir con las costumbres pasadas y hablar con las
palabras presentes» (IV, III).
58. Agudeza y arte de ingenio, discurso LI, OC, pág. 458, y El critic6n, 59. Diálogos practicables de! nobilísimo arte de la pintura, edici6n de
II, pág. 140. Cf. Romera Navarro, La preceptiva dramática de Lope de Vega, Carderera, Madrid, 1866, pág. 187.
Madrid, 1935. 60. La littérature française à l'âge baroque, cit., pág. 233.
292 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 293
con lo cual ba de captar en el siglo XVII. Anduvo muy atinado Wolfflin,
cuando, aun sin preocuparse de la razón histórica del fenó-
chascun s.elon son goust s'obstine en sou party 6 1 . meno, llegó a advertir, inspirado tal vez por su hondo conoci-
miento de tanto material de observación, que el Barroco, por
Y ésta es la consecuencia que se trataba de alcanzar: al supri- debajo de su apariencia libre y sin normas, se hallaba sujeto a
mir todas las instancias paradigmáticas objetivas -las cuales, un fuerte principio de unidad y subordinación 62 : ese predo-
en cambio, eran bien conocidas de los ciudadanos libres de las mínio de la unidad total de la composición se corresponde, al
comunas renacentistas- sin otra compensación que un permiso imponerse sobre toda variedad de elementos singulares, con la
de extravagancia y capricho, reconocido sólo donde no pueda acción moldeadora y reductora a una unidad de domínio, que
entrafiar peligro, la masa, creyendo que actúa por gusto pro- inspira la entera organización de la cultura barroca. Tal es el
pio, se obstina, se adhiere ahincadamente al partido que toma. fondo de lo que en otro capítulo hemos llamado su carácter
La defensa de esa aparente libertad de opción es cosa que se «dirigido». Formalmente, el Barroco deja de lado las reglas,
reitera. Lope, una vez más representante de la cultura barroca pero unas reglas siguen rigiendo severamente por detrás: sobre
por excelencia, ese Lope tan pegado a la conservación de los los temas, los caracteres, los destinos, no menos que sobre los
intereses de la monarquía absoluta y de su base sefiorial, escri- sentimientos y modos de comportarse de los personajes, que
birá en un arranque de anárquica libertad, en e1 sentido que es lo que cuenta, se imponen enérgicos preceptos; la moral y
exponemos: la religión, la política que sobre ambas culmina, hacen valer
sus exigentes reglas. Pese a sus cacareadas «libertades», nunca
No pongáis limite al gusto. el artista, ha dicho Ph. Butler, se ha visto más vigilado en su
( Quien todo lo quiere) producción, sometido a una inspiración que se le presta de
fuera, y, cualesquiera que sean las diferencias de país, de tem-
Pero Lope sabía muy bien que esa apelación al ~usto libre peramento o de talento personal, la Europa de la época pre-
era la maneta de dejar a la masa huérfana de resistencia ante senta en sus artistas, a este respecto, una notable unidad 63 •
la eficaz acción configuradora de los resortes que la cultura ba- Ello es así porque lo que hace el artista, como lo que hace el
rroca ponía en manos del artista y, por consiguiente, del pode- moralista o el escritor político, va dirigido - y es lo que se le
roso a cuyo servido trabajaba aquél. Frente a esa apariencia pide a su trabajo- a configurar la mentalidad de unos grupos
libre y desordenada, frente a ese subjetivismo sin norma que, de gentes en número que hasta entonces nunca se había toma-
tal vez hasta llegar a nuestros días, ninguna otra cultura como do en cuenta. La poesia del Barroco (que bien podemos tomar
la del Barroco postulara, probablemente tampoco ninguna otra como género representativo, sea espiritualista u obscena, rea-
haya desplegado una fuerza tan eficaz de atracción y configu- Jista o fantasiosa, absurdamente pomposa o reducida a una sen-
ración, no ya en relación a un mínimo número de distinguidos, cillez popular), si revela una busca de lo nuevo, de lo sorpren-
como aquellos sobre los que actuó el Renacimiento, sino sobre
los grupos masivos de las concentraciones urbanas que se trata- 62. Conceptos fzmdamentales en la historia del arte, Madrid, 1952, pá-
gina 226.
63. Ph. Butler, Classicisme et Baroque dans l'oeuvre de Racine, cit., pá-
61. Oeuvres completes, col. Garnier, París, págs. 56 y 62. ginas 38 y sigs.
294 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 295

dente e inesperado, aunque sea sirviéndose de recursos tradi- dos de Sevilla que en escrito a Felipe IV, de 30 de didembre
cionales que a tales efectos renueva, siempre -según comenta de 1621 (se refieren, pues, más a lo hecho en tiempo de su
el escritor que acabamos de citar-, bajo formas y métodos padre que a lo que se empiece a hacer en el suyo ), le piden
que también pueden ser nuevos, «es profundamente conser- que en los delitos de muertes y cosas graves se oiga a los
vadora o más bien reaccionaria» 64 • reos en segunda instancia, no dejando en peor posición la de-
El Barroco, como cultura urbana, se da en unas ciudades fensa del derecho a la vida que el de la propiedad, ya que en
en las que, aparte de la multitud de «desviados», se están cons- los pleitos civiles, en los que se juega el interés de las hacien-
tituyendo unas dases populares, integradas heterogéneamente das, hay hasta tres instancias, y sólo una en esos otros en que
por jornaleros, artesanos, pequenos propietarios, rentistas mo- están comprometidas vidas y honras que importan más. Ob-
destos, indivíduos de ciertas profesiones -médicos, abogados, servemos que, ai modo de los regímenes de fuerza posteriores,
militares, sin olvidar el buen número de frailes-, todos los de carácter burgués, ya en el Barroco se observa que goza de
cuales «opinam>, hasta el punto de que alguna vez, para con- mayores garantías judidales y políticas la propiedad que la per-
tentar la amenaza de un estado de opinión que se ha formado, sona. Todavía afiadían los Jurados sevillanos una enérgica pro-
dándosele satisfacción en algo, ha habido que llegar a castigar testa: también es causa de que se castiguen unos por otros,
a un ministro con la horca --como en el caso de don Rodrigo inocentes por culpables, los «rigurosos tormentos que dan los
Calderón-, o para sujetarla ha habido que montar una eficaz jueces, excediendo de lo dispuesto por derecho, diziéndoles
operación capaz de desfiguraria en el plano mental y de cortar que están convençidos en los delitos para que confiesen lo que
su difusión hacia fuera, como en el caso de la muerte del conde a veces no han hecho, como se ha visto en muchos casos que
de Villamediana 65 • han confesado delitos que no han hecho por el rigor de los
Lo más usual, sin embargo, sería reforzar los medios re- tormentos». Es incuestionable que la sociedad barroca conoció
presivos del Estado, enduredendo la acdón de jueces y otros un recrudecimiento represivo 66 y que desde dentro de ella mis-
agentes de la justicia. Esta, en Espafia, con la Inquisición, tie- ma se apreció el hecho.
ne una triste comprobadón. Sólo que, aun en lo referente a Todo ello, endurecimiento y protesta, se da en dudades,
estas medidas de reforzamiento de los órganos de castigo, tuvo en las que, en cambio, sus dudadanos han perdido sus dere-
que responderse, en algún caso, o de algún modo, ante la opi- chos políticos, str iniciativa, frente a los poderes estatales. De
nión, y no podía redudrse todo a la aplicadón de la fuerza una parte, dominada administrativamente por funcionarias agen-
sin tener que dar cuentas de nada. Hemos visto, en el ca- tes de la monarquía absoluta; de otra, sometida socialmente
pítulo primero, casos de represión sanados y significativos, al peso de los sefiores que se apoyan en sus propiedades terri-
hasta llegar a procedimientos similares a las lettres de cachet. toriales, cuya rentabilidad ha mejorado, en esa ciudad barroca
Pero observamos ahora que esa monarquía absoluta dei xvn se vive bajo una coyuntura política de reacción.
puede encontrarse enfrente a una opinión como la de los Jura- Los escritores barrocos predican una y otra vez la obediente
sumisión a las leyes, cualesquiera que éstas sean, el acatamien-
to a los príncipes, aunque sean tiranos, a los magistrados y
64. Op. cit., pág. 44.
65. Cf. L. Rosales, Pasión y muerte del conde de Villamediana, Madrid,
1969. 66. La Junta de Reformaci6n, AHE, V, pág. 183.
296 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 297
superiores, con expresiones que frecuentemente superan el ni- incluso ciertas máximas evangélicas precisas, sostiene que Dios
vel de obediencia dado en otras épocas 67 • El empleo de fór- se goza particularmente con el culto y rever~ncia que le presta
mulas de dulzón neoplatonismo, como tan repetidamente hace una persona real, hasta parecer «que la avezina a sí con un lina-
Lope (recuérdese su Pastores de Belén) preparan el ánimo para je de parentesco escondido» 70 • En tonos diferentes, de grave
tal subordinación 68 • Estamos ante un régimen en el que se admonición, Ximénez de Embún, carmelita y catedrático de Za-
habla de la «gloria de la obediencia» 69 • El arte barroco, en ragoza, al predicar el sermón en las exequias de la reina Isabel
correspondencia con ello, surge de esas condiciones y se desa- de Borbón, insiste en referir todos los sucesos de la monar-
rrolla para mantenerlas. En tal sentido, podemos decir de él quia a un anecdotario bíblico, aplicándole su simbolismo; el
que es el arte de las grandes monarquías, no en el sentido de esquema básico no puede ser más vulgarmente simple: la muer-
que morfológicamente se le pueda llamar al Barroco un arte te de una reina, siendo pérdida de tan gran tesoro para el pue-
monárquico -al modo que Jo llamaba Eugenio d'Ors-, sino blo, significa castigo divino por los pecados de éste. «Ay, Espa-
porque sociológicamente brota de las condiciones sociales da- fia, Espafia, racimo un tiempo hermoso por tu fertilidad, por
das en los regímenes del absolutismo monárquico y porque sus tu abundancia, pero hoy, si vuelvo los ojos por casi todos los
caracteres respondeu a las necesidades que derivan del progra- estados, cuán pocos granas buenos y sanos tiene este razimo,
ma de apoyar tales regímenes. unos podridos en el estiércol de la lascivia, secos otros de
Es interesante recoger en la literatura de sermones la cam- todo jugo de virtud, verdes los demás de devaneos, todos para
pana para vigarizar el carácter carismático de la monarquia echados a mal» 71 • Francisco Xarque, deán de Albarracín, pro-
-que antes, en Espafia, se habia dado tan débilmente- tra- nuncia un sermón con motivo del nacimiento de un nuevo hljo
tando de incorporada ahora, con sus personajes reales de car- varón de Felipe IV. Su pieza es un intento extremado de pre-
ne y hueso, al plano de la existencia sobrenatural. Paravicino, sentar a la monarquía inserta en el orden divino, aplicando a
olvidando el dogma de la igualdad natural de los hombres e aquélla la simbologia de los hechos que se narran en el Nuevo
y, más reiteradamente, en el Viejo Testamento. «En poca ta-
67. «El superior es duefio de todo», dirá Francisco Santos (op. cit., pá- bla -nos dice- dibujé con pincel tosco, aunque con vivos
gina 379). El teatro llega en esta a los mayores extremos (cf. mi Teatro y li-
teratura en la sociedad barroca, cit). Cabe pregunturse por qué los escritores po- colores de uno y otro Testamento, el sujeto de la Fiesta que
líticos y moralistas, los jesuítas especialmente, no siguieron esta línea. Proba- hoy celebramos»: con ese nacimiento de un varón, después
blemente porque en el interés de la monarquia eclesiástica estaba no divinizar
demasiado la monarquía civil. de muerto un primer hijo, pretende presentar el orador un
68. Una aportación interesante al neoplatonismo de Lope, cuya presen-
cia en buena parte de su obra y en un grupo de sonetos de pretensiones
filosóficas nos revela el intento por parte de! autor de cultivar una poesfa fi- 70. Margarita o Oraci6n /tinebre en las onras de la Serenísima Infanta del
losófica, se encuentra en el estudio de Dámaso Alonso, «Lope en vena de Imperio de Alemania, Madrid, 1633, fol. 6. Paravicino nos hace una curiosa
filósofo», Clavileiío, núm. 2, 1950. A nosotros nos sirve de comprobante de declaración: considera admisible representar a una persona real en e1 pur-
la presencia en él de una firme base ideológica y de su respuesta al com- gatorio, nunca en el infierno, que serf.a ofensa sólo osada por los antiguos: yo
promiso de una ideología conservadora, sentido con que socialmente aparece <mi por el respecto los nombrara en tal lugar, ni viniera en ello por la
el neoplatonismo (cf. K. Popper, La socíedad abierta y sus enemigos, t. I, Bue- razón». Su argumento es éste: puede remediat meior el que puede más; por
nos Aires, 1967). tanto, los reyes omnipotentes alcanzan siempre los mayores méritos que co-
69. Respecto a la doctrina de los escritores políticos franceses, Thuau rresponden a lo mucho que remedian (fol. 28).
ha hablado de una «religión de la obediencia» (véase su obra Raison d'État et 71. Serm6n de las Exequias de la Reina nuestra Seiíora, Zaragoza, s.f.; la
pensée politique à l'époque de Richelieu, Parfs, 1966). cita en folio sin paginar, al empezar el último tercio dei folleto.
298 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 299
hecho de directa providencia divina sobre la monarquía, que do cortesano y bajo la influencia de sus gustos y sus intereses,
de esta manera es socorrida en la necesi<lad de un sucesor siguen fieles al Barroco y a su «libertad de ingenio» 74 •
-hecho al que confiere caracteres bíblicos-. Tal sacralización En todas partes, el teatro del XVII refl.eja, aunque no nece-
de los fastos de la monarquía viene como apoyo desplegado sariamente de un modo directo, las formas de vida, los senti-
en conservación dei mundo político-eclesiástico en que se inser- mientos, los valores morales del código establecido en la socie-
ta. Con ese nacimiento de un varón, ha querido Dios dar «a la dad monárquico-nobiliaria, no en un plano real, claro está, sino
Casa de Austria la estabilidad que al Cielo; a la Católica Mo- en el de la sublimación que se estima eficaz para llevar a cabo
narquía la duración que al firmamento; a los Reyes la :firmeza la defensa de la misma en medio de las tensiones dei momen-
que a las dos lumbreras grandes, pues lo son del Cielo de la to. Someterse a esas normas, a cuya difusión debe contribuir
Iglesia, y a ésta la permanencia del Paraíso» 72 (lo cierto es el autor, es lo que, según nos dicen los personajes que se
que el tal príncipe murió poco después y que lo profetizado mueven en escena, se considera como seguir la vía de la «ta-
por el deán Xarque no se cumplió con demasiada exactitud). zón», y esa razón se identifica, llegado el caso, con el monarca,
Todos estos datos coinciden con los que otros investigado- como nivel superior del sistema de privilegios sefíoriales. Ya
res han obtenido de otros países europeos y la conclusión ha hemos hecho referencia a nuestra interpretación del papel dei
de ser la misma. En efecto, Joyce G. Simpson, al sostener por teatro. Y no sólo se pueden hacer afirmaciones de este tipo
su parte la existencia de una conexión entre el Barroco y la crisis sobre el teatro, sino sobre toda la cultura del Barroco, de la
social de I talia, ha llegado a generalizar la cuestión en estos tér- cual el arte escénico es quizá su manifestación más plena: «Una
minos: «el Barroco es una glorificación de los poderes estableci- cultura crece siempre amparada por un poder social, el sentido
dos. Es el arte de los regímenes autoritarios ... que se impone originario del arte barroco, ante todo en su forma más sensi-
al espectador maravillado y lo transporta fuera de sí, para que ble, la !iteraria, es un particular sentido del privilegio», ha
se olvide de dudar y preguntar» 78 • El mismo autor observa que, escrito Mopurgo-Tagliabue 75 •
en Francia, la influencia de la Corte hace que los artistas más Como el teatro, el otro gran arte de la época, la pintura,
ligados a ella se inclinen necesariamente hacia el Barroco, y se esfuerza no menos por integrar al público que la contempla
cuando ya la crítica, capitaneada por Boileau, postula criterios en el sistema de valores de la sociedad nobiliaria, a cuyo servi-
de clasicismo puro, los artistas que trabajan próximos al mun-
74. Op. cit., pág. 128. La misma monarquia que, aunque con mucbos
defectos e insuficiencias, desde su propio punto de vista, alcanza el máximo
72. Declamaci6n panegírica en el dichoso nacimiento de! Serenísimo Prín- grado de centralización y autoritarismo con Luís XIV, a la que muchos
cipe Don Felipe el Pr6spero, Zaragoza, s.f. (la dedicatoria está firmada en presentan como modelo y fuente de! Clasicismo, eliminado ya el Barroco,
enero de 1658), fol. 23. El autor aiiade a la sacralización la fuerza de un es, sin embargo, una muestra de este último, y Joyce G. Simpson quiere ver
naturalismo simbolista, mágico: «Dicen los naturales que en comenzando en ella el triunfo de! pleno Barroco francés. Es más, si Tapié, siguiendo el
a florecer las cepas, luego desamparan al territorio las víboras, los basiliscos tópico -en el que ningún investigador podría seguirle hoy- supone que Ver-
y escorpiones y todo género de nocivas y venenosas sabandijas, a quienes es salles es la expresión dei buen gusto racional, Joyce G. Simpson juzga que la
intolerable la fragancia de sus flores»; pues bien, la reina Mariana, extendién- falta de mesura y de proporci6n en aquel pa!acio fo hace más bien barroco,
dose en sus frutos copiosamente, como vid bíblica, espantará a los enemigos pese a sus elementos clásicos: «no se puede percibir ni el plan del pafacio
de la monarquía espaiiola (fol. 34). ni el del parque; uno se pierde allf; la grandeza se convierte en megalomanía»
73. Le Tasse et la littérature et l'art baroques en France, París, 1962, pá- (op. cit., pág. 112).
gina 17. 75. Op. cit.
300 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 301
cio desarrolla su actividad. Obras de Rubens o Van Dyck, los cantan sus canonizaciones se aprovechan también para glori-
retratos principescos de la pintura toscana, cuadros de la retra- ficar a la monarquia y su orden, que en adelante tendrá en el
tística francesa que culmina a este respecto en Ph. de Cham- cielo un valedor más. Y hay que contar, junto a todo esto, con
paigne o en Rigaud, etc., etc., son ejemplos de esa actitud ge- una cierta literatura política de tipo glorificador, muy opuesta
neral. En Holanda, A. Hauser ha hecho la observación de que a la nutrida literatura de oposición que hemos visto 78 •
el retrato colectivo que en el XVI comprendía a todos los miem- Esos esfuerzos restauradores que lleva a cabo el Barroco,
bros indiferenciadas de cualquier compaiíía, ahora se reduce a entre los cuales cuentan, como dato de máxima eficacia, la revi-
los oficiales. Y es sumamente significativo el caso de Zurbarán, gorización de la economia agraria y la aparente sublimación de
quien, al representar en el lienzo a sus santas bajo la imagen la vida rural -recuérdense las muchas comedias sobre el tema
de damas espafiolas de la época, operando con el simbolismo dei labrador que escribe hombre tan de ciudad como Lope-,
dei atuendo aristocrático con que las hace aparecer ante el es- traen consigo que pasen a primer plano, en la literatura, en los
pectador y sirviéndose de la significación de un rango social- escritos de moral y de política, en el arte, etc., ciertas manifes-
mente privilegiado que a aquella vestimenta corresponde, por taciones tradicionales 79 • Hasta la mitología que sigue emplean-
esa via -se ha dicho- alude ai range de las santas en lo espi- do el Barroco depende más de la versión medieval, muchas
ritual, pero a la vez confirma el range espiritual que en el veces, que de la versión clásica original 80 • No faltan estas su-
régimen vigente se pretende que se siga reconociendo a la aris- pervivencias, desde luego, en Espafia, donde la cosecha que de
tocracia 7'6 • Coincidiendo con la interpretación que venimos ex- las mismas pudiera hacerse seria muy abundante, ni faltan tam-
poniendo, Tapié ha sostenido que los retablos no sólo contienen poco en los demás países europeos, sobre todo en aquellos que
una doctrina, no sólo atraen la imaginación con sus elementos conocieron una gran floración dei Barroco -:-Roma, Venecia,
plásticos, sino que, por la distribución interna de los mismos Francia, Países Bajos católicos, etc. 81- . Recordemos -aunque
y por su emplazamiento en el templo, responden a un senti- sólo sea para contribuir a enmendar la tendencia a creer que
miento -que se trata de propagar- de jerarquia de los pa-
peles atribuídos a personajes y creencias 77 • Aparte de esto, 78. Entre una literatura abundante, recordemos: fray Juan de la Puente,
pensamos que los santos proclamados por el Barroco (santa Conveniencia de las dos Monarquías Católicas, la de la Iglesia .Romana
Teresa, santo Tomás de Villanueva, san Luis Beltrán, san Ig- :v la dei Imperio espaiíol, 1612; L6pez Madera, Excelencias de la Monarquía
:v Reino de Espaiía, 1617; Carlos Garcia, Oposición :v coniución de los dos
nacio, san Francisco Xavier, san Isidro), se celebran y enalte- grandes luminares de la Tierra, 1617; fray Juan de Salazar, Política espaiíola,
ceu en apoyo de un sistema social, en gloria y protección de 1619; etc.
la monarquía, cuyo carisma fortalecen. Los poemas en que se 79. Cf. mi libra Estado moderno :v mentalidad social: Siglas XV a XVII; alli
damos ejemplos significativos de diferentes países y de múltiples sectores de
la vida social.
76. En otro aspecto, Cubillo de Aragón exalta 80. Cf. Seznec, La survivence des dieux antiques, Londres, 1939.
81. En Espafia, Inglaterra, Italia, con Lope, Shakespeare, Tasso (por
el ser sefiores, a quien reducirnos en cada caso a un ejemplo bien representativo entre los dento
el vulgo adora y respeta, que podrfan recordarse), es cosa bien sabida. En Francia es donde más
pero el autor no se preocupó de hacer congruente con un senttm1ento así se ha insistido sobre la cuestí6n, en los últimos tiempos, precisamente porque
e! desarrollo de su obra (El seiíor de Buenas Noches, en su Teatro, edici6n de había parecido más ajena a este movimiento. Sin embargo, los datas son en
A. Valbue:ia Prat, Madrid, 1928, pág. 215). ella muy abundantes. Cf. M. Edelman, Attitudes of seventeenth century France
77. Retables de Bretagne, pág. 35. towards the Middle Age, Nueva York, 1946.
302 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO UNA CULTURA CONSERVADORA 303

cualquier materia en Espaiía es diferente y no hay por qué mi- Esto último nos lleva al campo de la política. Y en él he-
rar alrededor para entenderla- que A. Blunt ha insistido en mos de reconocer que si el Estado absoluto, con la relativa
poner de relieve hasta qué punto en el Manierismo y en la ini- novedad de su poder soberano, es, en cierta medida, creación
dación del Barroco en Italia la presencia de elementos medie- moderna, se produce sobre un complejo de circunstancias here-
vales es muy abundante 82 • En el terreno de la literatura, M. dadas, sobre la supervivencia de las formas políticas tradicio-
Raymond piensa que en Francia, como en Alemania y en otros nales. Uno de los investigadores redentes sobre el Barroco en
países del centro y norte de Europa, la modalidad barroca Francia ha llamado la atención acerca de la renovación del
parece injertarse en la tradición medieval del gótico, manifes- ideal de cruzada, con la pretensión de reconquista de los San-
tándose como una reelaboración de las formas de este último 83 • tos Lugares, que un oscuro autor teatral, Billard, presenta a
Piovene ha hecho afirmaciones semejantes respecto a Vene- Enrique IV, y que un poeta bien conocido, Malherbe, des-
cia 84 en el terreno de la arquitectura 85 • No falta, pues, el pliega ante Luís XIII. La imagen de la monarquía que la Asam-
proceso de restauración medievalizante en ninguna parte ni en blea de la nobleza francesa, reunida en 1651, propone a Maza-
ninguna esfera de la vida colectiva de los pueblos del Occiden- rino y a Luís XIV, es, conforme sostiene el mismo autor, la
te europeo, desde el arte y la literatura, a la religión, a la eco- de la monarquía feudal de san Luís 88 • Aspectos equivalentes,
nomía, etc. 8il. Son supervivencias de elementos que no habían en la monarquía éspafiola, son de sobra conocidos. Pero no
desaparecido y que aún habrían de tardar en desaparecer; pero olvidemos que ni los grupos privilegiados que inspiran la polí-
que en la crisis del XVII adquieren particular relieve. Se ha tica conservadora se encuentran en una posición meramente
hablado en general de una renovación de medievalismo, que tradicional, ni sus intereses, ideales y creencias son, sin más,
sería, pues, absurdo valorar como una «diferencia» espafiola, los de antes -ni tampoco los de los demás grupos-. Se com·
siendo así que el interés por los temas y motivos medievales y prende, de esa manera, que con tal política conservadora se
la conservación y restauración de elementos culturales de la pueda llegar, sin embargo, a las transformaciones del Estado
Edad Media es fenómeno ampliamente comprobado en todos moderno. Paralelamente, con la utilización de elementos me-
los países que hemos dicho. Con alcance europeo -y no pre- dievalizantes no se restaura, en sus formas precedentes, la cul-
cisamente basándose en datos espafioles- se ha hablado, como tura caballeresca, sino que se construye una cultura barroca,
ya dijimos, de una «refeudalización»87 • la cual, en tantos puntos, puede considerarse como caracterís-
82. Artistic theory in Italy (1450-1600), Oxford, 1956, cap. IX y último.
ticamente no caballeresca.
83. «Propositions sur le baroque et la littérature française», Revue des (Estamos, en el siglo XVII, ante una vuelta a lo que Som-
Sciences Humaines, núms. 55 y 56, julio-diciembre 1919. bart llamó una economía empírica o tradicionalista y ante una
84. «Anacronismo della Venezia quattrocentesca», en el volumen misce-
láneo La civiltà veneziana del Qi1attrocento, Florencia, 1957. política de signo semejante, orientadas una y otra hacia formas
85. También en Francia -en París, en Nantes, en Orleáns- se levantan pretéritas, experiencias pasadas, prototipos de la tradición? <Se
templos o partes de templos de carácter plenamente gótico. No me ha sido puede definir en esos términos el sentido entero de la cultura
posible consultar el libro de Leu-Lloréns, Les éléments médiévaux de l'archi·
tecture baroque, Lausana, 1944. del Barroco? <Puede reducirse el Barroco, en fin de cuentas, a
86. Insistamos en que Inglaterra emprende pronto otro camino y en que un conservadurismo medievalizante? Indudablemente no. Aun-
también Francia empezará a marchar . por él desde Colbert.
87. R. Romano, «Tra XVI e xvn secolo: la crisi del 1619-1622», Rivista
Storica Italiana, LX.XIV, núm. 2, 1962. 88. Ph. Butler, op. cit., págs. 31 y 74.
304 CARACTERES DE LA CULTURA DEL BARROCO

que los intereses de los grupos privilegiados se apoyen en la


tradición, no se agotan con ésta. Suponen aspiraciones, estima-
ciones, comportamientos nuevos, y al tener conciencia de que
operan, además, en circunstancias distintas, se sirven de medias
que en parte -por lo menos, en su modo de aplicarse y en los
efectos inmediatos que buscan- resultan nuevos y nos llevan
necesariamente a un término que es una nueva época. Las gen-
tes del Barroco, en definitiva, se juzgaron, a sí mismas y a su
época, como «modernas» 89 • TERCERA PARTE

ELEMENTOS DE UNA COSMOVISlóN BARROCA

89. Cf. mi obra Antiguos y modernos. La idea de progreso en el desarrotlo


inicial de una sociedad, Madrid, 1967.

20. - llAl!.AVALL
1

Capítulo 6

LA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE _,/


....
/

La conciencia social de ctisis que pesa sobre los hombres


en la primera mitad del XVII suscita una visión dei mundo en
J la que halla exptesión el desorden íntimo bajo el que las men-
tes de esa época se sienten anegadas. Son unos hombres tris-
tes, como alguna vez los. llamó Lucien Febvre, esos que empie-
zan a ser vistos sobre el suelo de Europa, en los últimos lustros
del siglo XVI y que seguirán encontrándose hasta bien entrada
la segunda mitad del siglo siguiente. Probablemente, es im-
propio decir que la generación que vivió situada en el vértice
entre los dos siglos contempló el final de la gran aurora rena-
centista, como escribe de ella Highet 1 ; pero sí es cierto que
con ella se difunde un,p~~imj~tpq)nspira~o por las calanúda"
des que durante varias décadas se. van a suceder. Piénsese en
lo que significa, respecto a Espafía, la aparición de las cuatro
grandes pestes, cuyas pérdidas por algunos historiadores han
sido calculadas en tan elevados porcentajes: sobre una cuar-
ta parte de la población. Y con la peste forman cortejo, en esa
Espafia de la primeta mitad deLXVII; el hambre y 1a mise:cia~
También el resto de los países europeos, y más todavía, eso
sí, cuando las pérdidas de la Gueri:a de los Treinta Afíos casti-
gan tan severamente extensas zonas, conocen espectáculos do-
lorosos en sus campos y ciudades. Los jesuítas, en carta de

1. La tradici6n clásica, México, 1954, págs. 406-407.


-·--·--·-----------·---------------.....-------------------
308 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 309

30 de julio de 1638, nos dicen que «las necesidades y hambres lla que podía venirle de motivos íntimos. A mediados del XVII,
son tan sin ejemplo que se llegan a comer los más cercanos», en Francia, el chagrin es un sentimiento muy extendido, y en
por trágico efecto de la guerra. Se observa por todas partes 1661, como expresión del estado de ánimo que el Barroco ha
una existencia sombría: se pierden vidas y se arruinan hacien- vivido, escribe un libro sobre ese tema La Mothe Le Vayer 4 •
das, se destruyen o se abandonan talleres y granjas, etc., etc. R. Burton se preocupará por la Anatomy of melancholy (1621),
EI Seiscientos es una época trágica: tal es la constatación de y la acedia es un estado de ánimo que revelan con reiteración
que parte también Mopurgo-Tagliabue, si bien para seguir di- las letras espafiolas.
ciéndonos que, a pesar de ello, no lo es el Barroco, sino en Todo eso nos hace comprender se difundiera ese tópico de
tanto que documento de la misma 2 • Dejemos de lado esto la locura de! mundo que tan pegado está a las manifestacionés
último, al menos por ahora. Bástenos aquí tomar en considera- !iterarias y artísticas del Barroco. Ciertamente que desde que
ción el hecho de que la serie de violentas tensiones en que las empezaron. los cambios suscitados por la modernidad hubo
sociedades de la época se ven sumidas trastorna la ordenada mentes que acudieron a pensar que el mundo y los hombres
visión de las cosas y de la sociedad misma, y, aunque sea en estaban atacados de gran locura 5• Pero en la crisis dei XVII se
algunos para tratar de restaurar ese orden amenazado, se tiene expande esa visión, ante la anormalidad -desde el punto de
que contar con las hondas alteraciones que sacuden el mismo vista tradicional- de tantos de los hechos que acontecen. «La
alrededor. Mopurgo afí.ade: el Barroco es un arte de crisis, mas folie est générale», declara M. Régnier 6 • El testimonio de Q1.;1~­
no un arte de la crisis; expresa una mentalidad, no una con- vedo no podía faltar, quien lo refiere además a las circunstan-
ciencia (lo que le hace incurrir en el error de sostener que el cias de su propia actualidad. Su crítica no afecta a un estado
Barroco revela una complacencia, no una inquietud; tal vez perenne y natural dei mundo, como pueda darse en un cuadro
Mopurgo no se acordá en ese momento más que de ciertas del Bosco, sino al estado que él presencia, a «los delírios dei
muestras romanas, no de otras muchas italianas y de tantísi- mundo que hoy parece estar furioso» 7 • Sobre una base común,
mas francesas o espafiolas). EI Barroco parte de una conciencia Saavedra Fajardo denuncia las «locuras de Europa» 8 • Pense-
del mal y dei dolor y la expresa: «no vio el orbe más depra-
vado siglo», comenta Céspedes, mas no son, ·según él, achaques
políticos, razones de Estado, yerros de ministros, fracasos con-
mos que en el teatro -documento de la más plena signi:fica-
ción barroca- quien pone a la luz las cosas tal como en su
desbarajuste moral y social se muestran, es el «gracioso», rei-
_i
..
tingentes, sino los trastornos que Europa sufre y el desorden
moral de sus culpas, los que explican los males que se pade-
cen ª· Unas décadas de duras penalidades influyen en crear y 4. Cf. Hippeau, Essai sur la morale de La Rochefoucauld, Parfs, 1957.
difundir un ánimo de desencanto, de desilusión; a ello hacía Sobre la significací6n dei texto mencionado, cf. A. Adam, Histoire de la
littérature française au XVIIº siecle, I: L'époque d'Henri III et de Louis XIII,
alusión La Rochefoucauld cuando hablaba de la melancolía pág. 305. El autor acab6, como hombre de letras y pensador de una línea an-
que le llega de fuera, inundando su espíritu, aparte de aque- ticartesiana, ai servido de Richelieu.
5. Doctor L6pez de Villalobos, Los problemas del Doctor ...._ BAE, XXVI,
pág, 425.
2. Estudio publicado en e! volumen Retorica e Barocco que hemos men- 6.· Oeuvres de Mathurin Régnier, Classiques -Garnier, Par!s, pág. 189.
cionado reiteradamente, págs. 192·193. Para la cita que a continuad6n hacemos 7. E! pasaje pertenece ai escrito polémico Lince de Italia o zahori es-
de este autor, véase estas mismas páginas. paiíol, en Obras completas. Prosa, edici6n de Astrana Marín, pág. 621.
3. El soldado Pindaro, pág. 285. 8. OC, edicí6n de González Palencia, Madrid, 1946.
310 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 311

teradamente presentado como :figura del loco: «(Qué loco a raíz última que inspira esa estimación moral: el desorden eco-
este loco excede?», pondera de uno de ellos Lope (Lo cierto nómico, monetario, y, en :fin de cuentas, social, que todo lo
por lo dudoso) 9 • Sospechamos que cabe no menos referir a sacude a su alrededor. Hay una confusión general que afecta
este aspecto de la visión del mundo la repulsiva práctica de al mundo, pero en esa idea se traduce una experiencia histórica
servirse de bufones, empleada en la corte espafiola con más que todo lo desarregla en la época del Barroco, cuyo desorden
desmesura que en parte alguna. Cualquiera que sea el eco que proviene en gran parte de esa base: «todo es una confusión,
en tal uso pueda guardarse todavía de un antecedente dásico dando con la cabeza por esas paredes, sin saber qué hacer ni
latino -écabría entonces sostener que es una muestra de hu- acertar en nada». Mas, éde dónde viene eso?: «todo vale a
manismo?-, al modo que lo hallamos mencionado en el diá- precios excesivos»: la inflación, he aqu:i el fantasma. Grave en
logo De constantia sapíentis de Séneca ( 11.2-3 ), el gusto por toda Europa y, sobre toda medida, en Espafia, se trataba de un
los bufones en el XVII resulta de ver en ellos un cómico testi- fenómeno que circunstancialmente, en casos de asedio, de pes-
monio del disparate y desconcierto del mundo. Semejantemente, te, de malas cosechas, etc., era ya conocido, pero nunca con la
los locas son tenidos, dirá Saavedra Fajardo (Empresa LXXII), longitud de la curva que ofrecía ni mucho menos con la secue-
por «errares de la naturaleza». Ahora bien, ya este modo de la de trastornos permanentes que provocaba por todas partes.
atenci6n a las «rarezas naturales» que el renacentista había Tal era unà de las hondas causas de esa loca confusión: «todo
buscado por la vfa de indagación de lo exótico, revela tina des- vale a precios excesivos», puede afiadir, por tanto, Barrionue-
viación bartoca. Para nosotros, no cabe duda de que, en cual- vo, «es una locura lo que pasa y lo que en materia dei dinero
quier caso; el tema se inscribe en el marco del tópico de la cada día se ve» 11 • Si a ello se afiade los desgraciados sucesos
«locura del mundo» y de los remedios a la melancolía que de que a diario se tiene noticia y que un Pellicer, por su parte,
aquélla provoca, tan acusada en los reyes espafioles por los recoge en sus Avisos se comprende que éste comente, en una
desastres en que a toda hora están sumidos. fecha muy congruente para ello: «no hay más novedad consi-
Barrionuevo propone a sus lectores esta consideración ge- derable, más de la confusión que se puede pensar traerán todos
neral: «todos somos !ocos, los unos y los otros» 10 ; pero si estas sucesos consigo» 12• Cuando el hombre del Barroco habla
Barrionuevo medita en esta forma, vemos en ella reflejada la del «mundo loco», traduce en ese tópico toda una serie de
experiencias concretas. A veces, el ruinoso desorden que se
sufre es tal que se ha podido ver a las gentes, como en Anda-
9. En una comedia de Cubillo de Arag6n, ya citada, leemos (pág. 135 de la lucía, nos dice Barrionuevo, «que andan por las calles como
edici6n que utilizamos):
locas y embelesados, mirándose los unas a los otros», fuera de
De un loco, sefior,. (qué esperas s:i por el golpe de la sinrazón cuyo peso soportan 18 • Sin redu-
sino .locuras iguales? cirnos a un estrecho determinismo económico, pensemos que
.En cierto modo, e1 seifor lo lleva junto a sí para ayudarse en habérselas un factor decisivo en desencadenar esa confusa loc;ura del Ba-
con e! mundo. No sé de ningún estuclio sobre el carácter social del gracioso.
Obrás'.como la de Ch. D. Ley;El graéioso.én el .teatro de la pentnsulti (Madrid,
1954), más bien desorientan. El estudio famoso y sin duda ingenioso de Mon- 11. Ibid., pág. 58 y 74.
tesinos es totalmente «àséptico». · 12. Avisos, ed. dei Sem(Znario Erudito, XXXU, pág. 255.
10. BmiÓl'lilevo, A.viios, 1 (BAÉ~ ÇÇJQCI, pág. 2"46). 13. Avisos, II (BAE, CCXXII, pág. 5).
312 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE .313
rroco fue el sentimiento que revela la exclamaci6n de Barrio- un general trastocamiento que pone las cosas de arriba abajo y
nuevo: «no hay hacienda segura» 14 . viceversa. La obra de Jerónimo de Mondragón Censura de la
Un reflejo de ésa locura del mundo se puede reconocer en locura humana y excelencias de ella 19 nos hace ver cómo la
el desconcierto que revelan muchos escritores acerca del tema cuestión se ha deslizado, desde su inicial carácter erasmista
de la 'felidêlad. Esa desorie~tación en un tema fundamental hasta el de un sentimiento de desconcierto ante el mundo de
para ordeÍ{ár la vida, la observamos acusada en Saavedra Fa- los hombres -en el que lo que sigue contando son sus pues-
jardo 15 , tanto como en Gracián 1'6 y en aquellos moralistas que tos sociales- hasta dejarlo del revés. Y no dejemos de relacio-
pueden estimarse más ajustadamente como testigos de su tiem- nar este temá con ciertos aspectos del carácter conservador y
po. En el fondo -y por eso tocamos este punto-, ello deriva tendencias inmovilistas de la época que ya vimos.
de la crisis que conmueve a la sociedad. EI siglo XVII conoce Tocamos con esto al otro gran tópico revitalizado por el {
una seria alteración en las aspiraciones sociales de las gentes. Si, Barroco: el del mundo al revés. Es uno de los tópicos estu-
haciendo uso de la sencilla e ingeniosa fórmula de Carlyle, de- diados por E. R. Curtius, quien, a través de los datos que reú-
cimos que la felicidad es el cociente que resulta de dividir el ne, cree ver, primeramente, un simple juego retórico de enun-
logro por la aspiración 17 , es fácil concluir que, dado que el ciación de imposibles, para utilizarse luego -Curtius recoge
siglo barroco se caracteriza por un desmedido incremento de algún testimonio del Barroco espafiol- como sátira contra el
Ias aspiraciones sociales, el resultado ha de ser una general- presente 20 •
mente disminución sentida de la felicidad. Estimándolo ya así, Cabe suponer que la imagen del «mundo al revés» sea pro-
~n alguno de sus primeros escritos, Quevedo relacionaba la ducto de una cultura marginal de los desposeídos, esta es, de
locura. del mundo en su tiempo con la desmesura de la p.re- una cont.racultura popular. Así ha sugerido M. Bakhtin que hu-
tensión que a todos. impulsa a subir a más 18 • biera que admitirlo para la Edad Media y para el Renacimien-
Eso quiere decir que una manifestación de tal locura con- to 21 • Yo lo veo más bien, sobre todo cuando en el Barroco el
siste en el efecto del desplazamiento que sufren los indivíduos tópico adquiere tal fuerza, como producto de la cultura de una
en sus puestos habituales, sefialados por la tradicional ordena- sociedad en vía de cambias, en la que las alteraciones sufridas
ción del universo. El hecho a que nos referimos se juzga como en su posición y en su funci6n por unos y otros grupos crean
un sentimiento de inestabilidad, el cual se traduce en la visión
14. Avisos, II (BAE, CCX.XI, pág. 106). De ah! la referencia una y
otra vez repetida a las múltiples quiebras, fenómeno bien claro de inestabilidad
de un tambaleante desorden. Considerado así, sería resultado de
social. .
15. República literaria, en OC, pág. 1.177. 19. Impreso en Lérida en 1598.
16. El critic6n, edición de Romera Navarro, III, pág, 369 y sigs.; cf. ·mi 20. Literatura europea y Edad Media latina, México, 1955, pág. 143.
estudio «Las bases antropológicas dei pensamiento de Gracián», recogido en mi 21. Cf. su obra L'oeuvre de François Rabelais et la culture populaire au
vol. Estudios de historia del pensamiento espafiol, serie III. Moyen Âge et sous la Renaissance (trad. francesa), Parfs, 1970. No sé si en este
17. Sartor resartus. Insisto et1 el interés de estudiar un df.a nuestra sociedad planteamiento ha influído la consideración del ulterior destino dei tópico, tan
del siglo XVII ·y sus grandes creaciones. -el teatro, la novela y la pintur~ difundido popularmente hasta ha.ce medio siglo, aunque sin ninguna connota·
desde el plano de una sociología de las aspiraciones. ción protestataria. Hace peco H. Grant ha dedicado un breve e interesante
18. Genealogia de los modorras, que es una de las obras primerizas de tstudio al tema, que prueba . su larga copservación, reuniendo algunos datos,
Quevedo (1597), OC, págs. 2 y sigs. A partir de fa indicada fecha, pocos son desde fuentes medievales y barrocas hasta las aucas catalanas más redentes:
los tópicos que alcanzan mayor difusión. En el capítulo sobre el carácter «El mundo al revés», en Hispanic studies in honour of Joseph Manson, Ox-
conservador de la cultura barroca, daremos alguna referencia más. ford, 1972.
.314 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE .315
una estimación conservadora, o, tal vez mejor, tradicional. No pasa a la literatura vulgar de Avisos: «todo anda al revés»,
cabe duda de que el tema revela -y así lo ha puesto en claro hace observar Barrionuevo a sus lectores 27 • Afiadamos que
Rousset respecto al Barroco francés-22 un sentimiento de ines- también la figura del «gracioso» es un agente de ese mundo in-
tabilidad y mutabilidad. Pero si, ante la constatación de que vertido: «soy el que dice al revés / todas las cosas que habla»,
todo cambia, se juzga que todo en el mundo se encuentra ter- declara el correspondiente personaje en la comedia lopesca El
.\ giversado, es porque se piensa que. existe una estructura racio- mejor alcalde, el rey. En general, estas referencias, en su con-
~
nal por debajo, cuya alteración permite estimar la existencia texto, nos permitirían comprobar, a nuestro parecer, un carác-
de un desorden: si se puede hablar del mundo al revés es por- ter conservador, como revela su presencia en el P. Nierem-
que tiene un derecho. Sobre la base de esa estructura juegan berg 28 • No obstante, cuando llegamos al capítulo que Gracián
los Discursos satíricos y los Suefios de Quevedo. dedica al tema en El criticón 29 , nos hallamos con una crítica
El Barroco espafiol recoge el tópico, y probablemente a tan acerba que nos permite insistir en nuestro punto de vista
consecuencia de la intensa experiencia de crisis que durante él de que Gracián -como Saavedra Fajardo- exponen una mo-
se vive, adquiere en su marco gran relieve. «Todo corre al re- ral acomodaticia, de fondo discrepante, más bien que conserva-
'vés», nos advierte Luque Fajardo 23 , y a continuación coloca dora. Siguiendo esa línea, al perderse la treencia -propia de
una lista de ejemplos, entre los que predominan los que se grupos privilegiados- en el orden de una razón objetiva, man-
relacionan con la vida social. Es hoy «común estilo del mun- tenedora de justicia y armonía, se pasaría -en los no privi-
do», observa Suárez de Figueroa, verse «andando en todas sus legiados; cada vez intelectualmente más disconformes- a con-
partes al revés» 24 • «No hay cosà a derechas en el Mundo des- vertir el tópico del «mundo al revés» en una fórmula de pro-
de su entrada», escribe Fernández de Ribera, todas las cosas testa sbcial.
en él andan al revés 25 • Una de las obras más interesantes de · Esa visi6n del mundo, que insistimos en considerar ligada a
Qtte:l1jedo, La hora de todos y la Fortuna con seso 26, condene la conciencia de crisis, produciría todavía otra imagen -o por
una êlaõbración libre del tópico, en la que la ocurrencia del lo menos la difusión y agravación de la misma- utilizada
autor está en presentar cómo serían las cosas en un mundo por los escritores del Barroco: el mundo como confuso labe-
que se pusiera a andar al derecho. Tirso ..
escribe una comedia'
./ :
rinto. Es sintomático que cónstituyera ya el tópico más repe-
La República al revés, que por lo meriõs nos sirve para apre- tido tal vez ·en el Manierismo 80 • Más tarde, en el momento
ciar la popularidad del tenia 26 bis. También es materia que central que nos interesa, Comenius amonesta sobre el riesgo
de perdei:se en «el laberinto del mundo, sobre todo tal como
22. Op. cit., pág. 26. está.· organizado al presente» -en cuyas palabras resalta el
23. Fiel desengano contra la ociosidad y los fuegos, cit., t. II, pág. 81.
24. El pasagero, pág. 66. En su obra Varias noticias importantes a la humana
nexo que en su pensamiento se establece con una situaci6n
comunicací6ti, fol. 42, repite el tema: «es propia condición del mundo casi concreta y actual, desde la cual derivaba, como tenemos que
desde su principio guiarlo todo al revés, traerlo todo desfigurado».
25. Mes6n del mundo, edición de Carlos Petit Caro, Sevilla, 1946, pági-
nas 26 y 29. 27. Avisos, I (BAE, CCXXI, pág. 80).
26. Obras. Prosa, págs. 267 y sigs. Cf. H. Ettinghausen, Francisco de 28.. Bpistolariô, edición de N. Afonso Cortés, CC, Madrid.
Quevedo and the neostoic movement, Oxford Univcrsity Press, 1972, págs. 76-77. 29. Libro primero, Crisi VI, ed. cit.; en la pág. 210 se concreta la fórmula.
26 bis. Tirso de Molina, Obras draináticas completas t. I Madrid 1969 30. G. R. Hocke, El Manierismo en el arte europeo, Madrid, 1%1. Mu-
págs. 382 y sigs. ' ' · ' ' chas de las referenciM que el aut'Or da caen de lleho en el Barroco.
316 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 317
aceptarla, toda la fuerza dei tópico en el xvn 31- . Comenius de- Quevedo se encuentra el tema 40 • Están tan obviamente empa-
dicá todo un libro ai tema: Laberinto del mundo y paraíso del rentados estos semblantes de la realidad dei momento con los
alma. Chlup y Patocka, que han presentado recientemente una que precedentemente hemos mencionado, que no necesitamos
interesante antología dei autor, comentan: el Laberinto «expre- anadir nada más.
sa la situación de una sociedad profundamente sacudida. La Con más fuerza se expresa una idea similar a la anterior en
obra contiene, bajo forma alegórica, una crítica de la sociedad la imagen dei mundo como mesón, de que algunos se sirven y
humana, tal como ésta aparecerá a Comenius: un peregrino que Fernández de Ribera despliega en todo un libro 41 : casa
que desea recorrer el mundo para dilucidar su vocación, obser- de Iocos, mesón del mundo, éste es «una profana hostería del
va todas las condiciones y profesiones humanas; por todas par- hombre»; en el ir y venir de las gentes que se reúnen en una
tes ve reinar las falsas apariencias y el desordem> 32 • De las posada, en la brevedad de su paso por ella, en la variedad y
andanzas de personajes picarescos o gracianescos se podría decir confusión de cuantos pueblan aquélla, en las mentiras y enga-
algo muy parecido, en Ia esfera de la literatura espafíola. nos de que está llena, en su desorden, la imagen viene a ser
En las letras espanolas, el tema del «laberinto» se encuen- muy convenientemente adecuada para darnos la versión dei
tra en Góngora y en otros muchos. V. Bodini ha puesto en mundo en que nuestra existencia se condene: «Es la vida hu-
claro cómo pertenece a la estructura fundamental de La vida mana un Mesón donde el sabio es peregrino para detenerse»,
es sueno 88 • De este «laberinto del mundo» habla Francisco pero también es lugar donde se aprenden todas las tretas, en-
Santos 34, y Enríquez Gómez nos propone imaginar que e1 mun- ganos o también recursos para defenderse de los demás -se-
do es «un laberinto encantado» 85 • gún la visión barroca del hombre que a continuación vamos a
Todavía nos encontramos con otro tópico similar: e1 de la considerar-. «Universidad de pasajeros cursantes desta vida»,
«gran plaza» en la que todos revueltamente se reúnen y a la lo llama Fernández de Ribera 42 • Recordemos que en La pícara
que tiene que acudir el peregrino de Comenius ae. A esa «plaza ]ustina, López de úbeda nos dice del mesón, centro idóneo
universal» dei mundo, en la que toda su confusión se inscribe, para la vida peregrina y picaresca, que es <<Universidad del
acuden también los caminantes de Gracián 87 • Suárez de Figue- mundo» 43 , lugar de aprendizaje para la lucha de la vida, en
roa emplea esa imagen para uno de sus libros 38 • Y en las Car- la concepción dei pesimismo barroco 44 • Quevedo recoge el
tas de Almansa se dice que la Corte es «como plaza del mun-
do», por cuya razón cuanto en él pasa se sabe 39 • También en
40. La estructura de los Suefíos y de los Discursos satíricos responde ade-
31. Jean . Amos Comenius, París, 1957., pág. 42 (antologia publicada con más a esta idea.
una introducción de J. Piaget). El pasaje citado corresponde a la obra que cita .. 41. Cf. Mes6n del mundo, cit. SegÚn noticia de Rennert (The Spanish stage
mos a continuación en el texto. in the time of Lope de Vega, 1909; reimpresión de Nueva York, s.f. pág. 310),
32. lbid., pág. 39. la compafiía de Riquelme representó en Sevilla un auto titulado El mes6n del
33. Segni e stmboli nella «Vida es sueiio», Bari, 1968. alma, que seguramente ~guna relación tendría con el tópico aquí ·considerado
34. Día y noche de Madrid, BAE, XXXIII, pág. 399. y que demuestra su enraizamiento en un media tan barroco como el sevillano.
35. BAE, XLII, pág. 364. 42. Cf. textos citados en Prólogo y pág. 37.
36. Antologfa citada, pág. 48; e1 pasaie corresponde al Laberinto del mundo. 43. BAE, XXXIII, pág. 69.
37. El critic6n, II; pág. 10. 44. En Pascal, el hombre conoce al mundo, «de ce petit cacbot ou il se
38. Plaza universal de todas ciencias y artes, Perpifián, 1630. trouve logé»; y precisará a continuación a qué se refiere: «i'entends l'univers»,
39. Carta IX (16 noviembre 1622), ed. cit., pág. 139. Pensées, I, pág. 22.
318 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 319

tema: «venta dei mundo», que, sin embargo, no es de temer pudieran. protestar gravemi;:nte de éstos, el Barroco es también
cuando se sigue el camino recto 45 • la época. de. la fiesta y dei brillo. Este otro cariz se pone ·de
El mundo es maio. Guerras, hambres y pestes, crueldades, manifiesto en las ocasiones en que se produce -en arte, en
violencias y engaõos, dominan la sociedad de los hombres y literatura, en política, en la guerra- una aproximación a l~
amenazan por todas partes. En el papel anónimo -uno entre Iglesia, a la monarquía, a los más altos seõores, etc., contraste
tantos- que J. M. Barnadas ha dado a conocer, y dei que ya que pertenece ai tipo de los que se observan en el fondo de la
hemos hablado en capítulo anterior, se alude a las muchas obra barroca. Este otro semblante se encarga de reflejarlo,
«aflicciones» (latrocínios, injusticias) que se soportan, se reco- especialmente, Lope, en menor medida Góngora, aunque ni en
noce que no le será fácil al rey «evitar que no haya muchos uno ni en otro falten momentos de desaliento. EI carácter de
desórdenes y daõos», a que la necesidad obliga 46 , una visión :fiesta que el Barroco ofrece no elimina el fondo d~ acritud y
pesimista ligada a las penosas experiendas de un amenazador de inelancolía, de pesimismo y desengaõo, como nos demues-
presente. «~Qué quiere usted -se pregunta F. Santos- que tra la obra de un Calderón. Pero si se ha de partir de la expe-
sea el mundo más de trabajos, sustos y aflicciones?» 47 • «Terri- riencia penosa de un estado de crisis, como venimos diciendo,
ble avenida de maldades se ha esparcido por el mundo», ad- y el Barroco la ha de reflejar, también, no menos obligada-
vierte Suárez de Figueroa 48 • Pero al hombre del Barroco, por mente, a fin de atraer a las fatigadas roasas y promover su
más que, bien en los llamativos tonos de Quevedo, bien en el adhesión a los valores y personas que se le sefíalan, esos otros
fatigoso sermonear del P. Nieremberg, se le predique una re- aspectos refulgentes y triunfalistas tienen que ser cultivados.
nuncia ascética, no se le puede pedir limitarse a esta última Hablaremos de esta otra cara en posterior capítulo. Digamos
actitud. Entre la Edad Media y él queda la imborrable etapa aquí que el Barroco vive esta contradicción, relacionándola con
renacentista, con su experiencia de auge, de crecimiento. Es su no menos contradictoria experiencia del mundo -la cual
más, el malestar que se sufre ya hemos dicho que se reconoce suscitará las imágenes que acabamos de ver-, bajo la forma
proceder de una desorbitada expansión de las aspiraciones. de una extremada polarización en risa y llanto. Quevedo nos
Sin duda, el Barroco, y no sólo el sigla XVII, es trágico, con- proporciona, en sus poemas especialmente, muchos ejemplos de
tra lo que sostiene Mopurgo. La lista de obras «negras» que ella. EI tema dei alternante y contrapuesto resultado de la risa
pudiera hacerse en arte y en literatura sería copiosísima. Más y el llanto ante el mundo se simboliza en las :figuras de Demó-
negra aún y más larga la de tantos hechos dolorosos en la vida crito y Heráclito: que de dos tan ejemplares :filósofos, como
política y en la economía. Pero, para satisfacción de los pocós estiman los escritores del XVII, opuestamente ría el uno y llore
que se libraban de los males y para aturdimiento de los que el otro ante la contemplación de la vida y de las cosas que en
ella se nos dan, viene a ser prueba palmaria de su desconcier-
45. El sueíí.o del Infierno, en Obras completas: Prosa, pág. 173. El tópico to 49 • Antonio López de Vega escribió sobre el tema todo un
del mes6n es cultivado por los que hacen literatura picaresca, muy especialmente,
o por aquellos que, con pretensi6n condenatoria, escriben literatura contra las
malas tretas.
46. Barnadas ha editado el documento como apéndice de su artículo «Re-
sonancias andaluzas de la decadencia», ya citado. 49. Cf. M. Z. Hafter, Gracián and Perfection, Cambridge, Mass., Harvard
47. Dia Y noche de Madrid, BAE, XXXIII, pág. 434. University Press, 1966, págs. 78 y sigs.,. donde da brevemente muchas refe-
48. Varias noticias ... , foi. 1 v. rencias.
320 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA íMAGEN DEL MUNDÓ Y DEL :HóMBRE .321
farragoso volumen 110 ; lo trató también en algunas de sus poe- Conectando el aspecto de vacilante duda que el problema
sías Enríquez Gómez, y Suárez de Figueroa le dedicó unos fo- de la incertidumbre sugiere, con el de la desconfianza sobre las
lios de sus Varias noticias importantes a la humana comu- relaciones entre los indivíduos, Suárez de Figueroa nos hace
nicaci6n. reparar en que «incierta y casi imposible de inquirir es la con-
Salvo en los casos excepcionales que cumplen la función de dición humana por las desigualdades de su inclinación y amba-
presentar el lado atrayente del sistema que se trata de mante- ges de su proceder» 55 • Con ello, el tema alcanza quizá su más
ner, hacia el cual se busca mover la adhesión de las gentes, a plena versión barroca, se aparta de un planteamiento científico
los escritores barrocos pudiera atribuírseles 7omo un joven cartesiano, para mantenerse en la línea de una moral, dubitan-
investigador, Fonquerne, dice de Céspedes--/<<su creación de te en sus aplicaciones, derivada de una antropología proble-
un universo, grandioso en muchos aspectos, pero· casi siempre mática.
hostil, dominado por la fatalidad y las fuerzas ocultas» 51 • Den- Pero antes de pasar a ocuparnos de la paralela concepción
tro de ese universo hallamos cobijada a una criatura variable, del hombre que se corresponde a esa concepción dei mundo,
frágil, dramática, esa criatura incierta y flotante, como la lla- hemos de referirnos a otros aspectos de éste que, más que
maría Pascal, el hombre, al que de pronto, como al Andrenio conferirle una condición bifronte, hacen de él lo que la doctri-
de la obra gracianesca, le acontece verse puesto en el mundo, na llamará un «mixto», en lugar de un mero «compuesto». «En
teniendo que hacerse en él y teniendo a la vez que conseguir lo mixto- nos dice Ricardo del Turia- las partes pierden su
hacer dei mundo un sostén seguro en que apoyarse. También forma y hacen una tercera materia muy diferente, y en lo com-
el peregrino de Comenius, como su pariente el de Gracián, al puesto cada parte se conserva ella misma como antes era, sin
resolver entrar en el mundo -«viajar por el mundo y adqui- alterarse ni mudarse» 56 • Pues bien, si el mundo es malo y ad-
rir experiencia»- se pregunta, sobre él, «si existe alguna cosa verso, puede tener también manifestaciones de bueno y favo-
sobre la cual pueda fundarse con certeza» 52 • Pasajes de Pas- rable, no porque de un lado sea una cosa y de otro la contra-
cal expresan con fuerte dramatismo este estado de ánimo, ·al- ria, sino porque de una misma cualidad pueden sacarse efectos
guno de los cuales ya lo hemos mencionado 58 • Con elegantes muy diversos. No hay aspectos pesimistas y otros optimistas.
versos da cuenta Juan de Arguijo de su interno estado de inse- Más bien habría que decir que, mediante un adecuado ajuste
guridad 54 : a los aspectos pesimistas, se pueden obtener resultados favo-
Busca sin fruto, entre la niebla oscura rables.
que cerca a la raz6n, mi pensamiento De esa interna condición de «mixto» derivaría la conse-
segura senda que sus pasos guíe ... cuencia de inseguridad, de incerteza, con que el hombre se
halla siempre en sus relaciones con aquél. Lo cual a su vez
50. Heráclito y Dem6crito de nuestro siglo, Madrid, 1612; vuelto a pu-
blicar en 1641.
51. En el estudio preliminar a su edición de las Historias eiemplares y pere- 55. Prólogo a sus Varias noticias ... cit.
grinas de Céspedes y Meneses, Madrid, 1970, págs. 47-48. 56. Apologético de las comedias espanolas, en Poetas dramáticos valen-
52. Antologia citada, pág. 43. cianos edición de Juliá Martínez, Madrid, 1929, t. I, pág. 623. Ricardo dei
53. Pensées, I, pág. 26. Turia 'expone la referida distinción para sostener que a la «tragicomedia» le co-
54. Silva que lleva e1 num. LXVII en la edición de S. B. Vranich, que es rresponde la calidad de un ser mixto, lo que nos hac; co~prender su ad7cua-
la que utilizamos (Madrid, 1972). cl6n para expresar, en la mentalidad barroca, la compleia m1xtura de la realidad.

21. - KAltAVALL
ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 323

procede de que en su íntima contextura el mundo no es un ser ordenación conservadora de la sociedad que se ve perturbada.
hecho, terminado y en reposo, sino que posee una «consisten- Por eso hay diferencias en esa afumación de la armonía: para
cia» -empleo esta palabra en el sentido de Ortega- diná- unos (Lope) es una manifestación eterna dei o:rdert que se ha
mica, inestable, contradictoria. El mundo es una lucha de de mantener; para otros es una mera afirmación de movimien-
opuestos, el lugar en que se trama la más compleja red de to, por tanto, de dinamismo renovador, que se produce dei
oposiciones. Esto le imprime su movitniento y le asegura su impulso de oposiciones. «Me estaba contemplando -dice Gra-
conservación: cián- esta armonía tan plausible de todo e1 Universo, com-
puesta de una extraíia contrariedad que según es grande no
... si todo parece había de poder mantenerse el mundo un solo día: esto
en las cosas naturales me tenía suspenso, porque, éª qui~n no pasmará de ver un
con la oposición se aumenta, concierto tan extrafío, compuesto de oposiciones? -Así es,
respondió Critilo, que todo este Universo se compone de con-
como dice Calderón (Saber de! mal y de! bien). Dei hom- trarios y se concierta de desconciertos» 59 • Observemos, con
bre, como dei mundo nos dice Suárez de Figueroa, «es fuerza todo en el anterior pasaje gracianesco, que es el sabia quien
que, así como todo lo que tiene movimiento en el globo uni- convÍerte la referencia a la «oposición» en la de «desconcier-
versal, viene a ser mantenido por concordante discordia» 57 • to», acentuando la confusión como estado observable; por otra
Por eso, sirviéndose de las reservas de conservadurismo que parte, uno y otro, los dos dialogantes personajes gracianesc~s,
toda solución platonizante encierra, la mente barroca, por en- coinciden en recalcar el gran volumen de las internas tens10-
cima de guerras y muertes, de enganos y crueldades, de mise- nes, la gran parte de la contrariedad que no se elimin.ª: sino
ria y dolor, afumará una última concordancia de los más opues- sobre la que el Barroco impone sus formas de acomodac10n.
tos elementos, no porque elimine todos aquellos males, sino En las páginas que siguen nos encontraremos con textos
porque los adapte recíprocamente, como a ellos se adapta el semejantes al que acabamos de recoger, aunque dejemos apar-
hombre. Por eso, en fin de cuentas, todo comportamiento ba- te los muchos que pudiéramos traer a colación de Lope -tan
rroco es una moral de acomodación y la moral provisional imbuido, dado su carácter conservador, de platonismo popular-.
cartesiana es una moral barroca en cuanto participa de tal ca- A veces nos encontramos con manifestaciones muy curiosas de
rácter. «Nostre vie est composée, comme l'armonie de l'uni- esta doctrina de la inestabilidad, aplicadas a· explicar los más
vers, de choses contraires», asegura Montaigne 58 , y hay que extraõos problemas físicos 60 • En medio de este mundo, pues,
reconocer que, desde los manieristas hasta los barrocos, los
cuales, unos y otros, se sienten con mayor o menor fuerza sa- 59. El critic6n, I, III, pág. 137.
cudidos convulsivamente por la crisis -económica y moral- 60. En el escritor de materias econ6micas José de la Vega, leemos este
que todo lo hace oscilar, la apelación a esa fórmula de armonía párrafo: «Pasman los ignorantes de que hirviendo un vaso de agua al fuego,
no se caliente el fendo del vaso; mas si supiessen la contínua guerra que exer·
de contrarios enmascara, aun sin pretenderlo, la amenaza a la citan en esta vida . .. los contrarias, trocatían en satísfacdones los assombros».
La obra de José de la Vega, dedicada a explicar lo que son las «acciones» con
que se forma el capital de cierto tipo de sociedades, lleva este muy barroco tí-
57. Varias noticias ... , fol. ll. tulo (como barroco es el libro entero): Confusi6n de confusiones, Amsterdam,
58. Essais, cit., III, XIII, pág. 216. 1688 (reimpresi6n en facsímH, Madrid, 1958), pág. 124.
324 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 325

contradictorio, incierto, enganoso, radicalmente inseguro, se compensable, en último término, por la religión, por la educa-
halla instalado el hombre y tiene que desenvolver el drama de ción, por la intervención oportuna y adecuada dei propio hom-
su historia. «En este teatro, tan cefüdo de contrarios, tan ador- bre, es la actitud mental de los europeos en el sigla XVII, en
nado de opuestos, ven recíprocamente los mortales representar lo cual los espafioles no son excepción.
sus acciones» 61 • El hombre, según se piensa en el XVII, es un individuo en
Al tenerse que preguntar, con más dramatismo que en lucha, con toda la comitiva de males que a la lucha acompa-
otros momentos, sobre el entorno de su existencia, por cuanto fian, con los posibles aprovechamientos también que el dolor
la siente amenazada críticamente, el hombre dei Barroco ad- lleva tras sí, más o menos ocultos. En primer lugar, se encuen-
quiere su saber dei mundo, su experiencia dolorosa, pesimista, tra el individuo en combate interno consigo mismo, de donde
acerca de lo que el mundo es, pero también constata, con si- nacen tantas inquietudes, cuidados y hasta 'violencias que, des-
multaneidad tragicómica, que, aprendiendo las manipulaciones de su interior, irrumpen fuera y se proyectan en sus relaciones
de un hábil juego, puede apuntarse resultados positivos. De con el mundo y con los demás hombres. El hombre es un ser
la noción de esa polivalente mixtura del mundo, saca los ele- agónico, en lucha dentro de sí, como nos revelan tantos soli-
mentos para construir su propia figura (aunque esternos más loquios de tragedias de Shakespeare, de Racine, de Calderón.
dispuestos a pensar que, en el fondo de la cuestión, fuera su En la mentalidad formada por el protestantismo se da, no me-
dolorosa y varia experkncia personal de los demás hombres y nos que en los católicos que siguen la doctrina dei decreto
de sí mismo la que le llevara a construirse la visión dei mundo tridentino «de justificatione», la presencia de ese elemento
ante la que se instalara). agónico en la vida interna del hombre 62 • «La vida dd hombre
Parece fácil de reconocer una conexión inmediata y direc- es guerra consigo mismo», dirá Quevedo. «Síguese no ser otra
ta entre el carácter con:flictivo de la época barroca y el pesi- cosa nuestra vida que una continua y perpetua guerra, sin gé-
mismo sobre el mundo y sobre el hombre en sociedad, que en nero de tregua o paz», escribirá también Suárez de Figueroa 63 •
aquélla se expresa en toda ocasión. Ésta es una situación his- Estamos ante una visión de apariencia ascética que se extiende
tórica general, en los términos que hemos expuesto, los cuales, por toda Europa, pero que se desplaza hacia una afirmación dei
como vamos a comprobar a continuación, son de paralela apli- domínio sobre el mundo -así en Gracián y en otros-.
cación a la concepción dei hombre. Sostener que el pesimismo Pero, además, los movimientos de oposición política, las
de Mateo Alemán, en el Guzmán de Alfarache, proviene de rebeldías y conspiraciones, y, sobre todo, el hecho nuevo de
su calidad de converso, es montar una hipótesis innecesaria, que Ia guerra se ·haya constituído en un modo general y per-
como pudiera serio la de considerar, en cualquier otro caso, sistente de relacionarse los pueblos, suscitan una concepción
que su origen se hallaba, por ejemplo, en un mal funciona- del hombre como sujeto en perenne y constitutiva pugna co11
miento dei hígado dei autor en cuestión. En historia, como en sus semejantes. Por eso será posible, en dependencia estrecha
ciencia, hay que atenerse a la interpretación que resulte más con la situación moral dei tiempo, determinante de las concre-
generalmente necesaria, de más amplia validez. Pues bien, el tas circunstancias de crisis hoy tan conocidas, que en el segun-
pesimismo sobre el mundo y el hombre, superable, o, mejor,
62. Cf. mi Teoria espafíola dei Estado en el siglo XVII, Madrid, 1944.
61. Suárez de Figueroa, Varias noticias ... , fol. 9. 63. El pasagero, pág. 360.
326 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 327

do cuarto, aproximadamente, dei sigla barroco se produzca un birá en carta particular (13 de octubre de 1637): «la política
hecho curioso, un fenómeno !iteraria pequeno si se quiere, de Satanás reina en el mundo» 68 • Así traduce él la experien-
mas muy significativo: un verso de Plauto que durante siglas cia de artera lucha general con que contempla desenvolverse
se había leído sin llamar demasiado la atención -o, en todo en la época la coexistencia -frecuentemente, dentro de un
caso, levantando respuestas de contraria opinión-il4 se convier- reino, y, más aún, de los mismos reinos entre sí-, cuyas ma-
te ahora en un tópico aceptado, en un aforismo que rueda de neras de conducirse son imputables a los hombres y a su con-
mano en mano, porque en él encuentra expresión un vivq sen- dición.
timiento de la época. Nos referimos a una frase acerca dei La denuncia de las malas cualidades del ser humano, que
carácter agresivo que, a consecuencia dei pesimismo ya dicho oscila entre sefíalar su egoísmo 69 , su malignidad o su depra-
se imputa ai ser humano: homo homini lupus. Escribe sobr~ vación, tal vez nunca se ha difundido tanto como en el xvn, y
ello Luque Fajardo: «como decía un predicador discreto, expli- si en algunos casos se escucha el eco arcaizante del tema medie-
cando el proverbio antiguo [homo homini lupus]: el hombre val y ascético del «de contemptu mundi» como preparación a
contra el hombre es lobo; bastaba decir: el hombre contra el una disciplina religiosa, en el siglo barroco se observa común-
hombre es hombre y quedaba biep encarecido, porque no tiene mente en la materia un considerable grado de secularización
el hombre mayor contrario que al mismo hombre» 65 • Cifíén- que hace que de la práctica de la desconfianza ante el mundo y
dose a la formulación aforística circulante, Hernando de Vi- el hombre, todos procuren sacar las convenientes artes para
llarreal hace suya la sentencia: «los mismos hombres son lobos vencerlos en provecho propio. Por eso, no es en moralistas y
unos para otros» il 6 • Sólo ha podido ser, por tanto, una mala escritores religiosos en quienes se encuentran esas frases con-
información de los historiadores la razón de que tal pensa- tra la agresiva o perversa condición del hombre, sino en quie-
miento haya podido repetirse una y otra vez como identifica- nes escriben acerca de los modos de instalarse y comportarse
ción dei singular pesimismo de Hobbes. Es más, en el afio mis- con los demás e incluso, simplemente, en quienes hacen litera-
mo en que se publica el Leviathan (1651), aparece también la tura -la cual constituye un pasto imprescindible en la socie-
primera parte de El criticón, y en ella Gracián afirma que, dad barroca-, esto es: novelistas, poetas, autores de miscelá-
entre los hombres, cada uno es lobo para el otro 67 • Está claro, neas (que hoy llamaríamos ensayistas) y también, aunque tal
pues, que se trata de un modo de pensar común a la Europa vez en menor medida, en autores teatrales.
barroca, el cual alcanza una formulación sentenciosa por su Importa que recojamos aquí algunos testimonios más
estrecho ajuste a ese pensamiento. Con la vulgaridad con que -aparte de los que, por muy conocidos, dejemos de lado-,
están habituados a expresarse ante su público, un jesuíta escri- porque la difusión del tema es un dato esencial para compren-
der su papel decisivo en la formación y sentido de la cultura
64. Cf., por ejemplo, la de L. Vives, y, mucho más directamente la de
Vitoria, en mi obra Carlos V y e! pensamiento polftico de! Renacimien~o Ma- 68. Cartas de iesuitas {13 octubre 1637), MHE, XIV, pág. 223.
drid, 1958. ' 69. Cellorigo, en su mencionado Memorial, hace este comentario con oca-
65. Vol. II, págs. 30-31. sión de la epidemia que se sufrió en Valladolid: «Hase descubierto mucho en
66. Citado por Azorín, en El pasado, Madrid, 1955, pág. 77. Espafía el poco amparo que de parte de los lugares sanos han tenido los en-
67. El critic6n, I, pág, 148, de la edidón de Romera Navarro. Comentamos fermos» (fol. 7). Probablemente el miedo insuperable que cayó sobre las gentes,
este pasaje en mi artículo sobre «Las bases antropológicas del pensamiento con motivo de las pestes que azotaran al siglo XVII, está en la base de las
de Gracián», ya citado. caractt;rísticas del barroco que venimos exponiendo.
IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 329
328 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA

barroca. No utilizaremos escritores de ascética, como Nierem- amos-, hasta el punto de que el rey hizo prender aI marqués
berg, ni tampoco los pasajes, que damos por incorporados aquí, y a la marquesa, se les conden6 a una foerte multa y se les
de M. Alemán, Quevedo, Gracián, o algún otro, tan difundi- desterrá de la Corte durante algún tiempo. Lo refieren las Noti-
dos. Recordemos otros textos, como el de Anastasio P. de cias de Madrid (1621-1627), con referencia al afio 1622, y es
Ribera: «el más común enemigo de un hombre es otro» 70 • Un un repugnante espectáculo que coincide con tantos que se na-
poeta, que nos interesa mucho por la precisi6n con que res- rran en la novelística del momento. Esos sentimientós de vio-
ponde a la mentalidad del tiempo, Gabriel de Bocángel, escri- lencia y agresividad, tan característicos del mundo barroco, es
be palabras muy similares: «que se considere la sentencia del algo que. deriva de una raíz que está por debajo: una natura-
otro Fil6sofo que deda no ver más contrario animal al hom- leza de inala condid6n que· obliga a precaverse de ella misma.
bre que el hombre» 71 • Con los poetas coincidirá un político, Montaigne, tras echar la cuenta de los sentimientos d~ ambi-
Saavedra Fajardo, quien, al constatar que el hombre es danoso ci6n, envidia, superstici6n, venganza, crueldad, que an1dan en
para sí y para los demás, establecerá la común conclusión de el interior del hombre, sentencia: «notre être est cimenté de
sus contemporáneos: «ningún enemigo mayor del hombre que qualités maladives» 74 • Una a:firmaci6n de este tipo constituye
el hombre» 72 • Un economista llega a alcanzar los tonos más base para muchas de las construcciones de la cultura barro.ca.
severos; en efecto, Alvarez Ossorio juzga con gran dolor que Su eco se escucha por todas partes. Jer6nimo Yáfiez de Alcalá .
el hombre solicite la ruína del hombre, ponderàndo quién se le hace decir a su personaje -que tan fiel a la realidad social
pudo librar de un enemigo de ta~tas fuerzas, enemigo decla- de su tiempo se mantiene en tantos de sus comentarias-:
rado suyo, cuya maliciosa naturaleza hace que unos a otros se «está ya tan depravada la naturaleza y condici6n de los hom-
persigan «como lobos y tigres ferocísimos» 73 • bres ... » 75 • Francisco Santos pide al ser humano le perdo-
Estos testimonios denuncian la agresividad y violencia del ne, porque, nos dice, obligadamente, «le he de comparar al
ser humano que, en primer plano, pone de relieve el pesimis- puerco» 73 •
mo con que se le contempla. Violencia pública, social, en las Se comprende, a pesar del esplendor que contempla en
guerras, en las prácticas penales de la época, en los homicídios, torno, que un Moliere no dude en aumentar, mirando a sus
rabos y demás desafueros que se cometeu a diario; violencia semejantes con ojos preparados por una sensibilidad barroca,
en las relaciones privadas, interindividuales: los noticieros del la lista de los cargos que a aquéllos se les hacen:
tiempo nos refieren el caso del brutal castigo propinado por
Je ne trouve par tout que lkhe flatterie,
la marquesa de Cafiete a tres criadas suyas --casos así explican Qu'injustice, intérêt, trahison, fourberie.
el frecuentemente denunciado odio de los criados hacia los
~Que una declaración así puede estar prejuzgada por ve-
70. Obras, edición de R. de Balbín, Madrid, 1944, t. II, pág. 47. El texto nir hecha desde el planteamiento propio de Le misanthrope?
corresponde a un «veiamen» en la Academia de Madrid, lugar y ocasión bien re-
presentativos de la sociedad barroca. Pero Moliere, ai hablar en los mismos términos, nos advertirá
71. Este fragmento pertenece a sus Prosas diversas, en sus Obras, edici6n
de Benítez Claros, Madrid, 1946, t. I, pág. 141.
72. Empresa XI..VI, pág. 378. 74. Essais, III,I, pág. 8.
73. Extensión politica y económica, en las Obras de A. Ossorio, ediclón 75. BAE, XVIII, pág. 533.
de Campomanes, Apéndice I ai! Discurso sobre la educación popular, pág. 8. 76. Op. cit., pág. 408.
330 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA
lMAGEN DEL MUNDO y DEL HOMBRE 331
de que tales defectos y males pertenecen con tan íntimo lazo
a la naturaleza humana que son inextinguibles y no hay por menos costa y trabajo suyo» 79. Parece que Lifíán está viendo
qué sorprenderse de ellos. Resumiendo su sentimiento de pesi- a unos y otros indivíduos, tras las esquinas de las calles de
mismo y acomodación, en la citada pieza nos dirá: Madrid, acecharse recíprocamente, para caer s~bre . el que va
desprevenido. Barrionuevo recoge ese comentar10 ge?:ral y lo
Et mon esprit en:fin n'est pas plus offensé advierte a su público: «en todas partes está la ~alic1a en su
De voir un homme fourbe, injuste, intéréssé, punto y todos tratan de engafiarse unos a otros» · . .
Que de voir des vautours affamés de carnage, . Efectivamente, ese ser agónico .Y .e~ el fondo sohtar10,
De singes malfaisants et des loups pleins de rage 11. lanzado, por la inspiración de un prmc1p10 de egoísmo y con-
servación, a la lucha en todos los momentos, es el hombre e~
Con estos elementos se teje el lienzo de fondo sobre el acecho, tal como lo concibe Ia mentalidad barroca: «Todos v1-
cual el escritor barroco pintará Ia figura de los comportamien~ vimos en asechanza los unos de los otros», escr1be M. Ale-
tos de! sujeto humano. Venía a ser anunciador de la actitud mán 81. Algo muy parecido a lo que observará . Saavedra Fa-
que se cernía sobre la centuria inmediata, el hecho de que, en jardo: «se arman de artes unos contra otros y v1ven todos en
1593, Guillén de Castro pronunciara, ante Ia Academia de los perpetuas descon:lianzas y receios» s2. Po: eso, en la 0:agna
Nocturnos, de Valencia, un «J:?iscurso contra la con:lianza» que obra de Gracián, Critilo le dirá a Andrem? que .su ensenanza
le había sido encargado por aquélla -circunstancia, esta últi- va dirigida «para que abras los ojos y vivas s1empre alerta
ma, que aumenta el valor social del dato-. En las páginas de entre enemigos» sa. Un estudio lexicográfico sobre el Barroco
ese escrito amonesta el autor contra las calamidades que ha -que es de lamentar esté por hacer- pondría seguramente
traído al mundo la con:lianza en los demás y la ponzofía que de relieve unos índices altísimos en el empleo de pala~ras tales
puede guardar la confianza en sí mismo 78 • De una época que, como acecho, cautela, desconfianza, etc., de lo .cual vmo a ser
sin duda, lo que quiete es escuchar una estimación de ese tipo un bien orientado anuncio el discurso de Gu1llén de Castro
-aun descontando lo que puede haber de gusto por la para- que acabamos de recordar. . . . b
doja (lo que es ya un factor del problema)-, podemos esperar Hemos hablado en capítulo anterior ~e la v1olenc1a su :
que cundan las llamadas para precaverse y defenderse. Un versiva, insurreccional a veces, que era alimentada por la s1~
autor embebido de barroquismo madrilefío, Lifíán y Verdugo, tuación de crisis del siglo XVII, en toda Europa. Ahora con-
advertirá que «es el hombre, de su naturaleza, terrible, caute- templamos el fenómeno de la violencia por una :ara muy
loso, sagaz, amigo de su provecho, deseoso de conservarse a diferente: la expansión de sentimientos de tal caracter, los
cuales se dieron también en todos los pueblos d~ Euro?a, pero
que en Espafia presentaron quizá particular v1rulencia. Esos
77. Le misanthrope, acto I, escena 1.ª. Análogamente, escribe La Bruyere:
«Ne nous emportons point contre les hommes en voyant leur dureté, leur ingra- 79. Guía y avisos de forasteros que vienen a la Corte, Aviso VI, en Costum-
titude, leur injustice, leur fierté, l'amour d'eux-mêmes et ['oubli des autres· ils bristas espafioles, edición de Correa Calderón, t. I, pág. 91.
sont ainsi faits, c'est leur nature, c'est ne pouvoir supporter que la pierre ta'mbe 80. Avisos, I (BAE, CCXXI, pág. 138): . I
ou que le feu s'éleve», Les caracteres, cit., pág. 201. 81. Guzmán de Alfarache, I, II, 4, ed1c1ón de S. Gili Gaya, CC, t. I '
78. Obras de don Gaspar de Castro y Bellvis, edición de Juliá Martínez págs. 53-54.
Madrid, 1927, t. III, págs. 573 y sigs. ' 82. Empresa XLIII, pág. 369.
83. Ed. cit., t. I, pág. 172.
332 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 333
sentimientos no s61o son tolerados, sino con mucha frecuen- taci6n del hecho de la misma, que lleg6 a inspirar una estética
cia f?mentados 1?ºr !os
mismos 6rganos del poder, tal vez para de la crueldad. Una carta de un jesuíta (27 de mayo de 1634)
an;b1e~tar Ia aplicac16n de sus propias medidas represivas, pero relata el caso de uno a quien ahorcan, como un suceso de
mas b1en, a nuestro entender, para excitar Ias pasiones de Ias risa 86 • Pocos testimonios tienen Ia fuerza de aquel en que un
masas, a Ias que se dirigía y en Ias que se apoyaba, a fin de fray Gerónimo de la Concepción nos descubre y describe un
hacer más cerrada su adhesi6n, más ciega su obediencia y su sentimiento propio: se refiere a las almadrabas de Ia costa de
aceptación de una política, más enérgica su intervención cuan- Cádiz, adonde eran llevados miles de atunes para matarlos,
do hubiera que acudir a ellas, en caso de guerra interna o trocearlos y salarlos' en cuya ocasi6n se podía contemplar el
externa.
espectáculo brutal de la brega de los animales con los jabegue-
El tremendismo, la violencia, Ia crueldad, que con tanta ros u obreros empleados en degollarlos al ser sacados del
frecuencia se manifiestan en Ias obras de arte del Barroco, vie- agua, y ante tal espectáculo, comenta el mencionado fraile con
nen de la raíz de esa concepción pesimista del hombre y del toda sinceridad: «Es tan gustoso el entretenimiento, ya por la
mundo que hemos expuesto, y a su vez la refuerzan. EI gusto fuerza de los brutos, ya por la variedad de los arpones y redes
J por Ia truculencia sangrienta se observa en muchas obras fran-
cesas, italianas, espaiíolas, y s6Io una lamentable mala infor-
con que los prendeu y matan, ya por lo ensangrentado que sue-
len dejar el mar, que no hay fiesta de toros que le iguale» 87 •
maci6n -o, peor aún, un deseo inconfesado y criticable de Es difícil hallar pasaje parangonable de gusto barroco, ante un
querer continuar mal informados- puede atribuirla a Ia in- espectáculo de sanguinaria crueldad. No cabe duda de que el
fluencia del carácter de uno u otro país, siendo así que es un espectáculo, popularmente mantenido, desenvuelto ante las roa-
dato común, peculiar de Ia situación. histórica del Barroco en sas, de la violencia, del dolor, de la sangre, de la muerte, fue
84
toda Europa • A los testimonios de Ias novelas picarescas de utilizado por los dominantes y sus colaboradores en el Barroco.,
Castillo Solórzano se corresponden los de la picaresca alemana para conservar atemorizadas a las gentes y de esa manera lograr
de Grimmelshausen. Para Maria de Zayas es el de la crueldad más eficazmente su sujeción a un régimen integrador. El cro-
poco menos que un aspecto obsesivo en su enfrentamiento con nista León Pinelo nos cuenta un ejemplo de esa pedagogia
el otro sexo: «en cuanto a la crueldad, no hay duda de que está barroca de la violencia que no necesita comentario: con motivo
asentada en el corazón del hombre y esta nace de Ia dureza de la visita a Madrid del príncipe de Gales, el arzobispo, como
85
de él» • Probablemente, la violencia real no fue mayor en acción propiciatoria del buen resultado de las negociaciones y
el XVII que en otras épocas anteriores, no menos duras, pero para ensefiar al pueblo cómo se habían de procurar los asuntos
sí fue más aguda la conciencia de la violencia y hasta la acep- de este mundo, pidió a las diferentes órdenes religiosas salie-
ran en la procesión del Vier.Q..e$',S~to «con algunas mortifica-
8~. Weisbach? en El Barroco, arte de la Contrarreforma, Madrid, 1948, ha ciones exteriores decentes» (}623); y he aqui la narración que
~ido algunas mteresantes referencias (cf. pág. 85). Rousset recoge también
e1emplos de arte macabro de diversa procedencia, en La littérature de l'âge de ellas hace el cronista madtilefi:6: «Salieron los Descalzos de
baroque en France, pág. 91.
85. Novelas eiemplares y amorosas, edici6n de González de Amezúa, t. II,
pág. 109. Algunas otras referencias: «con los crueles y endurecidos corazones de 86. Cartas de iesuitas (MHE, XIII, pág. 55).
los hombres no valen ni Ias buenas obras ni Ias malas» (ibid., pág, 167); «en 87. Emporio del Orbe, Amsterdam, 1690, pág, 86; citado por P. A. Sole,
lo que toca a la crueldad, son los hombres terribles» (ibid., pág. 208). Los pícaros de C6nil y Zahara, Cádiz, 1965, pág. 31.
334 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA
IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 335
San Gil y de San Bernardino, juntos, de la Orden de San Fran-
cisco; luego, los Mercedarios Descalzos de Santa Bárbara los 1640), «un dinamarco se desmayó de ver corr~r tanta san-
Agustinos Recoletos, los Capuchinos y los Trinitarios D:scal- gre» s9 • Casi se le ocurre a uno pensar que es explicable que no
zos, unos con calaveras y cruces en las manos· otros con sacos exista un Barroco danés.
Y cilicios, sin capuchas, cubiertas las cabeza~ de ceniza con Sería incurrir, seguramente, en demasiado materialismo
caronas de abrojos, vertiendo sangre; otros con sogas y ca~lenas sostener que este cultivo,Jiterario y artístico de la crueldad ( el
a_los cuellos, y por los cuerpos; cruces a cuestas, grillos en los cual, en ocasiones, sobre las tablas de la escena, ofrece verd~­
pies, aspados y liados, hiriéndose los pechos con piedras, con deras hecatombes -ejemplo, entre mil, La estrella de Sevt-
mordazas y huesos de muertos en las bocas y todos rezando lla-) se desarrolló como preparación a1 ejercicio de la misma,
salmos. Así pasaron por Ia calle Mayor y Palacio y volvieron a en su función represara, por parte de autoridades po~ticas y
sus conventos con viaje de más de tres horas, que admiró Ia eclesiásticas. De todos modos, resulta aterrador, por e1emplo,
Corte Y la dejó llena de ejempios ternura lágrimas y devo- leer algunos de los métodos que fueron aconsejados en el XVII
'ó s1 b.15 e ' ' para la extinción de la oculta disidencia político-religiosa que
c1 n» • reo que está claro lo que queremos decir al hablar
de la pedagogía de los sentimientos de violencia en el Barro- constituía la minoría de los conversos en el seno de la monar-
co, como un resorte represivo y de sujeción. quia católica 00 , o los programas de :nedidas aniquiladoras .de
~as fiestas ~ diversiones daban ocasión para aplicaciones de los gitanos 91 • Es sobradamente cono:1da, no menos, la .medida
un sistema eqmvalente de acción configuradora de Ia mentali- de la dureza represara en Francia, as1 como en Alemarua, Y en
dad, a fin de dirigirla en un mismo sentido. Por ejemplo, los todas aquellas partes en que las atrocidades dei período d7 gue-
toros, como fiesta, dan ocasión también a poner de manifiesto rras que terminá provisionalmehte con la paz de Westfalia lle-
sentimientos de violencia sangrienta. Por eso, Barrionuevo no varon a una familiarización con Ia violencia, no sólo en el en-
gusta de ellos -también en esto se nos revela el autor como un frentamiento con el enemigo exterior, sino con los discrepantes,
P~sonaje de oposición- y nos con:fiesa que no acude a ese ago- rebeldes o heterodoxos de dentro. Seguramente, el espectáculo
b1ante y feroz espectáculo 88 • Los jesuítas, en sus cartas, nos cotidiano de la represión y de la guerra contribuyó en toda
cuentan una anécdota curiosa: hablan de la llegada de una em- Europa a esa misma inclinación por la crueldad. Pe~o a .noso-
bajada del rey de Dinamarca, de las atenciones con que a sus tros lo que nos interesa es observar que con el testlmon~o .es-
miembros se les acogió, de lo festejados que fueron -buscando pectacular, truculento, de la misma, se al~anzaba ~l. ob1et1vo
en la amistad de! rey ,danés, sin duda, un bien colocado contra~ hacia el que se orientaba todo el planteam1ento patet1co y p~­
peso en Ia Guerra d~ los Treinta Afios-· con ese motivo nos simista dei Barroco: la necesidad de poner en claro la condi-
dicen que varias diplomáticos de! grupo ~ostraron interés en ción humana, para dominaria, contenerla y dirigiria.
presenciar una fiesta de toros, y al asistir a ella, según noticia Para que esta última acción, hacia la que el Barroco se en-
-que da un jesuíta en una de sus cartas (4 de noviembre de 89. ·Cartas de jesuitas (4 noviembre 1640), MHE,.XVI, p_ág. 40. . .
90. Cf. Sicroff, op. cit., págs,, 75 y sigs., donde figura, con especial mterés,
e! parecer de fray Alonso de Oropesa, pero en f~ha posterior p~eden verse ottos
87 bis. Anales de Madrid, ed. preparada por Fernández Martin, Madrid, no menos duros. Cf. como un ejemplo, fray Jaime Bleda, Crónica de los morar
1971, pág. 249. de Espafia, Valenda, 1618. . ..
88. Avisos, I (BAE, CCXXI, pág. 162). 91. Cf. Ia obra dei doctor Juan Quiíiones, Discurso contra lQs g:tanos, dm-
gida ail Rey e impresa en Madrid en 1631.
336 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 337
ca~a, logra~a su e:ficacia ~abía que operar sobre resortes psi- Hasta en aquellos casos en los que la utilización del tema
cologrcos, excrtarlos, conducirlos. Por ese camino, como :final de de Ia muerte conserva en el XVII un carácter ascético tradicio-
la g~an tarea publicitaria de los sentimientos, preferentemente nal, nos encontraremos, sin embargo, con un acento diferente.
de tlp~ morboso, que lleva a cabo el Barroco, se lleoa a la exa- Así cuando Q:u~;\feP,o escribe: «conmigo llevo la tierra y la
cerbac1ón del interés po.t' láifü.uerte;. No cabe duda de que esto mu~rte ... » 95 , ;;''sãias Barhadillo: «tierra y carne humana son
venía de atrás y que, desde que despiertan las energfas de! una misma cosa» 96 , palabras en las que el dogma cristiano de
mo~erno individualismo, el tema de la muerte preocupa a las la resurrección no queda demasiado bien parado, la noción
sociedades que contemplan el otofio medieval, produciéndose de la muerte, más que un elemento doctrinal preparatorio del
en ellas una honda transformación de ese tema 92. Pero en el tránsito, acentúa en frases de ese tipo su condición de fuerza
B,arroco todavía se registra una agudización. Si el siglo xv ha- adversa a la vida, por tanto, de drama del vivienre, que a cada
b1a mostrado una verdadera obsesión por la muerte, el XVII uno se le patentiza, reclamando se le atienda en el juego de la
-observa E. Mâle- supera todavia eu esto y consigue dar una existencia 97 • En las figuras de las tumbas de la Edad Media
versi.ón más temible e impresionante de aquélla: si en la Edad y en las que tan ostentosamente levantó el Renacimie~to? sus
Media la muerte es, en el arte y en el pensamiento una idea elementos decorativos eran una ofrenda o un reconoc1m1ento
teológica, Y en el popular espectáculo de las danzas' macabras de las virtudes del difunto o pretendían impetrar para él la
se presenta con un carácter didáctico general e impersonal benevolencia divina. Ahora no se dirigen al desaparecido, ob-
a?ora es tema de una experiencia que afecta a cada uno en par~ serva Mâle; en la época del Barroco, al introducir el esqueleto
ticular y causa una dolorosa revulsión. En el XVII, dice Mâle como recurso iconográfico -lo que tal vez se deba a iniciativa
«las almas, de.s~~és de las grandes luchas doctrinales y de la~ del $q11iti1:::._, es al público todavía vivo que contempla el
guerras 93
de rehg1on, permanecieron mucho tiempo aún tempes- fúnebre ~onumento a quien éste se dirige 98 • Y puede tal
tu~sas» ; ~uc~o más y m?s hondamente de lo que el propio espectáculo decirle muchas cosas. Con su bien realizada repre-
~ale ~o~a tnt~1r~o. en su trempo, hace ya casi medio siglo, la sentación de aquello que se acaba tras la muerte, puede haber
tnvest1gactón histor1ca sobre la crisís del Barroco nos ha des- una severa advertencia sobre el más allá, o también un recuer-
cubierto bajo nueva y lívida luz estos aspectos. Sobre todo, do sobre lo que a uno le resulta de no haberse sabido defender
vemos qu~ se proyecta~an más amenazadoramente. Y para con- de enemigos; tal vez, una mera lección de anatomía o la bár-
tener tal tnqmetud se 1mponía esa íntervención dirigista sobre bara constatación de lo que puede hacer de uno la fuerza del
los sentimientos, y muy particularmente sobre aquellos que Ja
presencia de la muerte podía despertar. Jean de Sponde escribe 95. De los remedias de cualquier fortuna, en Obras: Prosa, pág. 887.
sus Stances de la Mort bajo esa preocupación 94. 96. El curioso y sabio Aleiandro, fiscal de vidas aienas, en Costumbristas es·
panoles, pág. 139.
97. Rousset, que en su obra se ocupa mucho del tema de. rra muei;te Y de Ia
92. Tenenti (La vie et la mort à travers l'art du XV• si~cle Paris 1952) obsesión que llega a constituir para muchos en el Barroco, cita un e1emplo cu-
se ha ocupado de esta cuestión. Nosottos hemos atendido a Ia rr:isma donside· rioso: unas gentes burguesas de París organizan asistir a su propio entierro
rándol~ como ~n punto decisivo para entender e! problema humano de La (op. cit., pág. 102). Esto, que se atribuía a Carlos V y que tantas veoes .se iden·
Celestma; ,cf. m1 .o~ra El mundo. social de La Celestina, 3.• ed., Madrid, 1973. tificaba con un carácter espafiol influyente en aquél, resulta que es prácttca, pro-
. 93. L ~rt rel1g1eux de la fm du XVI° siecle; du XVIIª siecle et du bablemente entre piadosa y económica, de algunos ricos burgueses franceses, im·
:X.VIII" siecle, Paris, 1951, pág. 227. buidos del barroquismo.
94. A. M. Boase, Jean de Sponde, un ·poete inconnu, 1939. 98. E; Mâle, op. cit., pág. 216.

22. - IUltAVALL
338 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA
IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 339
poderoso con quien u110 osa enfrentarse. La representación del convierten en una conflagración general y permanente. En otro
esqueleto tiene, pues, múltiples funciones en el Barroco, y si no lugar hemos tratado de explicar este hecho, mucho más nuevo
podemos negar que la principal sea aquella que responde a un y peculiar de la Edad Moderna europea de lo que ordinaria-
sentido ~scético-religioso, nunca faltan resonancias que aluden mente pueda creerse. A nuestro modo de ver, deriva del cho-
a los pehgros del mundo social y político. Luego veremos cómo que entre un lado nuev~ y un lado tradicional, en Ia situación
toda una serie de conceptos -tiempo, mudanza, caducidad, de esos pueblos europeos. Lo nuevo estaría en el afán de po-
etc.- que se articulan en la línea fundamental de la menta- tenciamiento, de engrandecimiento, de riqueza, de expansión,
lidad barroca, se conectan con este hecho del paso de la muerte 1 con que, desde el auge demográfico, económico y técnico con que
enunciado, en un verso de interna y contradictoria tensión empieza la Edad Moderna, se ven impulsados los reinos par-
por Lope: '
ticulares y los soberanos de Europa. Es esta voluntad de enri-
Ir y quedarse y, con quedar, partirse. quecimiento y poder Ia que inspira ese repertorio de medidas
concretas -no siempre coincidentes en su contenido, pero sí
Antes hemos dicho que la atracción por lo macabro podía mucho más en su declarada finalidad- que llamamos «mercan-
estar en relación con el endurecimiento de Ia función represiva tilismo». La concepción política que de éste deriva arrastra a
que la .Europa b~rroc~ ~onoce con el absolutismo monárquico, los Estados a lograr la mayor parte que les sea posible de los
con la mtolerancia religiosa que lo inspira y a cuyo servido se bienes que la naturaleza ofrece. Y aquí se presenta el otro lado
pone. Sería excesivo afirmar plenamente una dependencia direc- a considerar. Porque, incuestionablemente, no todo responde a
ta Y recíproca; pero ambos aspectos tienen sin duda entre sí ese dinamismo, resultante de la experiencia de expansión y mo-
. , de ser, uno y otro, datos de una' situación ' histórica
1a re1ac1on vilidad, recognoscible en el arranque de los tiempos modernos,
determinada. En cualquier caso, violencia y macabrismo se por mucho que esa experiencia haya contribuído a despertar
u~ían en aquella brutal recomendación que, desde el punto de una conciencia porvenirista, orientada hacia adelante, estudia-
vista de la técnica de la represión, hacía Juan Alfonso de Lan- da muy extensamente por nosotros en otro lugar y a la que
cina sobre la eficacia callada del cadáver del sedicioso 99. ahora, más resueltamente que en esa otra ocasión anterior, nos
A nuestro modo de ver, esta imagen de un hombre ace- sentimos autorizados a llamar progresiva 100 • A pesar de la in-
chante, en doble actitud de defensa y ataque, mantenida en
todos los momentos de la vida, que textos literarios y docu- 100. Antiguos y modernos: La ídea de progreso en el desarrollo inicial de
mentos de variado .tipo nos muestran en la época, es reflejo de una socíedad, Madrid, 1967. En esta obra consagramos muchas páginas al es-
un estado de espír1tu que posee una raíz común con ese otro tudio de cómo, en los más variados campos de la cultura, desde la medicina
a la navegación, desde la contabilidad a la música, desde la alimentación al arte
fenómeno de violencia colectiva, consistente en la continua bélico, se iba constituyendo una visión de la historia en avance, en evolutivo
guerra de Estado a Estado, propio también del siglo XVII. progreso, aunque faltaran, claro está, notas importantes de este último concepto,
y la palabra misma, difundida en el léxico castellano desde comienzos del XVI,
Desde l~ centuria anterior, Europa ha inaugurado una etapa no pasara de significar una mera noción de movimiento, en sentido ascendente
de suces1vas guerras interestatales que en el siglo barroco se o descendente. Pero ahora podemos ,ofrecer un curiosísimo pasaie en el que por
primera vez tal pa!abra se fija en un significado de movimiento con dirección
99. Comentarias politícos; selección y prólogo de J. A. Maravall, Madrid, de signo positivo, si bien para rechazar que sea ése el ',Sentido permanente en el
1945. paso de los hechos humanos. En efecto, Suárez de Figueroa, después de remitir
a una opinión que atribuye a Séneca, según la cual las cosas humanas ni em-
340 ELEMl>N'TOS bl;; UNA CÔSMOVISIÓN BARROCA lMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 341
discutible presencia de esta concepción de la marcha de! acon- la misma idea: «como no haya bien sin dafío ajeno», escribe
tecer humano, en la que se apoyan los grupos sociales ascen- Juan Cortés de Tolosa 164 bis. Como un tópico callejero escribe
dentes desde el primer Renacimiento, queda, con un insupera- Barrionuevo: «unas enriquecen haciendo pobres a los otros» 105 •
ble peso en las conciencias, la estampa de una naturaleza cons- El universal enfrentamiento,de todos, de unos contra otros, que
tituída por un volumen, inalterable cuantitativamente, de bie- en estas frases se enuncia, constituye la base de esa actitud de
nes y alimentos. Esta visión tradicional es propia de culturas de lucha y violencia que el Barroco observa por todas partes y entre
fondo agrario --como son las de todos los pueblos europeos, todos los hombres, inspirando su pesimismo. El hombre de!
hasta fines del XVII, en que algunos empiezan a superar ese XVII, sacudido en su inserción estamental por la crisis social de
nível-. El resultado, entonces, se ve claro: si las gentes están la época, quiete subir a más, ser más, tener más, y, hallándose
animadas de una pretensión de tener más, de llegar a más, y, seguro, casi sin expresarlo, de que no podrá mejorar o aumen-
al mismo tiempo, creen que el volumen de bienes disponibles tar su parte más que tomando de lo suyo a los demás, se colo.-
no se altera en su conjunto, no les queda más remedia que di- ca en esa actitud de lucha que hemos visto, para arrancar a
rigirse contra los otros, para conseguir aumentar la parte propia otros lo que pueda, y también para defender lo propio de!
a costa de la de los demás. Heckscher ha puesto en claro una acoso que lo cerca.
actitud semejante en los mercantilistas 101, y nosotros, como Se reconoce fácilmente, en lo que acabamos de exponer, un
llevamos dicho, hemos aplicado ese esquema de una concien- primitivo y confuso esquema -torpe, podríamos llamarfo in-
cia dual a la explicación de los fenómenos que se dan en el cluso- de la sociedad de concurrencia. E1 dogma burgués de
Estado moderno 1 º2 • la libre competencià procederá de ese fondo. Un lejano paren-
Nos referimos en aquella ocasión, como muestra de tal ac- tesco con los burgueses comprometidos· en ese juego nos parece
titud, formulada con generalidad, a la tesis que Montaigne ex- incuestionable advertir que se observa ya en los hombres del
pone en uno de sus ensayos y que enuncia en estas términos: Barroco. Ello ha llevado a K. Reger a hablar de un «pensa-
«Le profü de l'un est dommage de l'autre» 103 • Nos es conocida miento mercantil» en Gracián, reflejado en el sentido que co-
ahora una frase casi igual de otro escritor francés del pleno bran en él conceptos como valor, estimación, aprecio, provecho,
Barroco, Méré: «Le bonheur de l'un serait souvent le malheur utilidad, los cuales pueden interpretarse en términos de la rela-
de l'autre» 104 • Y aún podemos afiadir un testimonio espafíol de ción oferta-demanda 106 • Ya W, Krauss sefíal6 la presencia de
una «legalidad económica», literalmente, de una «õkonomische
peoran demasiado ni mejoran mucho, aííade: «de continuo se halla todo en Gesetzlichkeit» 107 • Lo cual es interesante de recordar, pero
un mismo término y en éste permanecerá, si bien con poco más o menos de
progreso o disminuci6n» (Varias noticias ... , fol. 240). Por tanto, progrcso es
afíadiendo que, en mayor o menor medida, algo semejante se
un movimiento que se opone, como inverso en su marcha, al de disminuci6n. puede decir de otros muchos escritores barrocos y, además,
A continuaci6n veremos que la visi6n de la historia que Suárez de Figueroa que en éstos, como en Gracíán, se trata tan s6lo de un juido,
propone tiene, efectivamente, mucho de progresiva.
101. La época mercantilista, México, 1943, págs. 469 y sigs. 104. bis.. El pasaje se encuentra en su Novela .de un hombre muy miserable
102. Estado moderno y mentalidad social. Siglas XV a XVII, t. II, Ma· llamado· Gom:alo, en la ed. de G. E. Sansone de Lazarillo de Manzanares,
drid, 1972, págs. 122 y sigs. con otras cinco novelas, Barcelona, 19/50, t. II, pág. !'81. · · ·
103. Essais, I, XXII, pág. 147. 105. Avisos, II (BAE, CCXXII, pág. 9); la frase es de 1656.
104. Citado por Hippeau, Essai sur la morale de La Rochefoucauld, pág. 135. 106. Baltasar Gracián. Estilo y doctrina, Zaragoza, ~960, pág. 138.
Hay una edici6n moderna, en tres vols., de las obras de este autor (Parfs, 1930). 107. Graciáns Lebenslehre, Frankfurt, 1947, pág. 119.
342 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE .343

sobre el que ni aún está empezando a manifestarse el intenso nistas, tal como éstos se entendieron de L. Bruni a L. Vives,
proceso de racionalización que caracterizará a Ia mentalidad de Erasmo a Montaigne, qued6 un acuciante interés por el
burguesa. estudio del humano. La atención bacia el hombre cambi6 de
~i~ttaniente que cuando, en los últimos lustros del XVII, tono y de orientación, perp no disminuy6, sino que 1 al con-
la mentalidad mercantilista de lucha y de competencia ...,-men- trario, se vio intensificada en el XVII y animada por el especí-
talidad que empezó coincidiendo con el Barroco y que tanto fico dramatismo de la época. Esa inclinación no qued6 apoyada
contribuy6 a desarrollarlo--: se oriente hacia una fórmula de en una gratuita preocupación intelectual, sino que vino a in-
libertad económica y postule con el colbertismo un comercio sertarse en las circunstancias de la crisis que hemos recordado
libre, el siglo del Barroco habrá terminado. Es inexplicable en páginas precedentes. Cuando se tiene conciencia, más o me-
que A. Hauser no conozca más que los aspéctos de autoritaris- nos clara, de que las relaciones de individuo a individuo y de
mo e intervencionismo en los escritores mercantilistas y los cada uno de éstos con los grupos de diferente naturaleza en
funda con los que son propios del Barroco y del clasicismo que se insertan, han sufrido una seria transformación; cuando;
oficial 108 • Pero es más, decimos esta porque no solamente en en conexión con lo anterior, se busca actuar sobre los hombres
el XVII hay una última etapa colbertiana en el sentido que para alcanzar en la sociedad de los mismos unos objetivos prác-
hemos dicho, sino que, en la misma fase del Barroco mercan- ticos que entrafian una novedad respecto al sentido que se re-
tilista, intervencionista y autoritario (desde el. campo de la eco- conoce a la vida, resulta entonces fácil comptender que e1 saber
nomía al de la religi6n, pasando por el de la literatura y por acerca del hombre interese superlat~v-ªµi&e~te .y se presente bajo
tantos otros planos), hay que contar con que el Barroco fue lo una forma distinta de la que asumfa en ia: filosofía -ancilla
que fue, entre otras cosas, porque esa visión de lucha que le theologiae-, así como en la moral y en ·la política, de los
inspira, de acecho y competencia, no podría darse sin una cierta siglos medievales, bajo la cultura escolástica.
vivencia de libertad. Precisamente porque ésta existe con fuer- «La vraie science et la vraie étude de l'homine, c'est l'hom-
za y alcanza los aspectos conflictivos que en otro capítulo he- me», escribe Charron, enunciando una manera general de
mos seiíalado, los poderes sociales se sirven de la cultura del ver 209. Es éste un principio de antropocentrismo que, desde la
Barroco para montar especiales resortes de contención. teología a la moral, desde la psicologia a la política, informa
El mundo de los hombres -por esa su básica conflictivi- todo el pensamiento dei Barroco. Su presencia en el arte es
dad- aparece a Ias mentes dei XVII como complejo, contra- bien patente. Se estudia al hombre partiendo de él {ésta es la
dictorio, difícil. Cualquier cosa que con ellos se quieta hacer vía que previamente pensadores renacentistas han ensefíado:
requiere ser estudiada y necesita ser aprendida en su convenien- Vives, Gómez Pereira, Huarte de San Juan, etc.). En el XVII,
te forma de realización. Como los materiales que en ello se el eco de la cuestión no · se extingue . y se escucha por todas
manejan son hombres, hace falta estudiar, en los repliegues de partes. . .
su interíoridad, al ser humano. ., Podrían repetirse, en obras de muy diferente calidad, ejem-
Tengamos en cuenta que de la experiencia por Ia que las plos como el siguiente: el personaje calderonia~o de Eco y
mentes europeas pasaron durante la etapa de los ideales huma- Narciso se .encuentra en media dei bosque -en media de la

108. Historia social de la literatura y el arte, págs. 628-629. 109. De la sagesse, cito por la edición de Amsterdam, 1782, t. I, pág. 1.
344 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 345
confusión y oscuridad del mundo-- «ignorando quién soy», y al ese afán de conocer el interno funcionamiento del hombre -la
dirigir su investigación hacia sí, no se refiere tanto a su carácter metáfora se ajusta a la psicología de Huarte, tan infl.uyente en
de personaje social definido, como a su ser genérico, su ser de la mentalidad barroca-, sino que se intensifica. La crisis social
humano:
es más aguda, la conciencia de la misma más honda, sus ame-
... ignorando nazadoras tensiones más 'problemáticas. El hombre necesita,
quién soy y qué modo tengan más que nunca hasta ese tiempo, poder actuar gobernando a
de vivir los hombres 110. los demás hombres y a su sociedad; por tanto, necesita co-
nocerlos.
Se le estudia en múltiples campos, a ese microcosmos que Esta necesidad en que se halla la inspira una visión del ser
se concibe ser el hombre (el tópico, procedente de la Antigüe- mismo del hombre ajustado a ella. Esto es, la época del Barro-
dad, del microcosmos, sirve ahora ·para subrayar el carácter co ve al hombre de una manera nueva, que es la que resulta
autónomo que a tal ser se le reconoce) 111 • Se le estudia para adecuada a lo que con el hombre se quiete hacer. Así. es como
saber cómo es, lo cual resulta equivalente, bajo el domínio de el interés presionante por los aspectos ~ociales y funcionales
la mentalidad moderna, a estudiar cómo funciona, o cómo se del humano lleva a una eStimación de la experiencia de la
comporta.
vida. Y el valor de ésta acrece,. porque esa vida !1~ se consi-
Natui:aleza averiguar pretendo derá como algo incambiable desde su arranque, siêmpre igual,
quién soy, ya hecha y fija desde que el individuo que .la vive aparece ins-
talado en el mundo y en la sociedad. No sele considera comQ
empezamos leyendo. en una de las cancjones de tipo filosófico un factum, sino como un prgcç~o: un fieri, un 4!lcc:;~s~, · .
de Enríquez Gómez 112 • Es ésta, formulada de una u otra ma- Quizá habría que decir que toda i:éalidad posee esa condi-
nera, desde uno u otro ángulo de los muchos que su polifacé- ción de no estar hecha, de no haberse acabado, lo que nos
tlca estructura presenta, una pregunta que resuena por todas facilitá; sin duda, comprender ese nuevo gusto barroco por los
partes, por las páginas de incontables autores en el siglci XVII, versos de palabras cortadas, por la pintura inacabada, pof la
hasta e~ famoso pasaje del Discours de la méthode, en el que arquitectura que elude sus precisos contornos, por la literatura
Descartes le imprime una nueva dirección, sin que por ello se emblemática que requiere dejar al lector terminar por su cuen-
deba olvidar el enraizamiento barroco de la misma. ta el desarrollo de un pensamient9. El que contempla un cua-
Bien o mal, por acertada o equivocada senda, con una fina- dro o lee unas «Empresas», o sigue con su mirada las línceas
lidad más o menos innovadora, más o menos conservadora, de un edificio, etc., tiene que colaborar en acabar la obra -o,
según los casos, en la época del Barroco no sólo no se eclipsa cuando menps,' su.vivencia p;ropia dce esa obra-. De la misma
manera, el ·~bmbte -que es el hombre singular, indiv~dual~
HO. Cf. cl estudio de E. W. Hesse, «Estructura. e interpretaci6n de una
comedia de Calder6n: Eco y Narciso», Boletín de la Biblioteca Menéndez y tiene qtie ir' haciértdose a sí mismo. «No se naee hecho», diee
Pela:yo, núm. 39, 1963. · Gracián 113 • Y con ello queda afirmada la fundamental condi-
111. Francisco Rico, Bl pequeno mundo del hombre, Madrid, 19'70; un
libra interesante sobre los sentidos del mito y su presencia en la literatura es-
pafiola.
112. BAE; XLII, pág. 368. 113. Ver mi estudio «Las bases antropol6gicas del pensamfonto. de Gracián»,
ya citado.
346 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 347
ción de la plasticidad o moldeabilidad del hombre, que por de tu vida en un discurso». Con lo cual tenemos puesto de
hallarse siempre en un proceso de realización puede actuar manifiesto el interés por ese modo de ser que el hombre tiene
sobre sí mismo y pueden actuar los demás sobre él configura- y que es su vida, el carácter sucesivo de ésta; su condición
tivamente. En el capítulo siguiente empalmaremos con esto de tarea a realizar reflexivamente 116 •
que acabamos de decir. EI hombre del Barroc!o avanza por la senda de su v1vir,
Hay que hacerse la vida y, por tanto, importa saber hacerse cargado de Ia necesidad problemática, y, en consecuencia, dra-
Ia vida. Recordemos los versos de Rioja 114 : mática de atender a sí mismo, a los demás, a la sociedad, a
Ias co~as. El hombre barroco es, por excelencia, el hombre
Como el barro que <liestra mano informa «atento», dicho sea con palabra muy gracianesca. Con todo
de la impelida rueda al movimiento ese contorno que le rodea y cuya relación con él será decisiva,
apena estable en su primer figura.
tiene que hacerse su vida y ésta resultará de la atención que
ponga en ello:
El hombre realiza sobre sf mismo y sobre los demás un
trabajo de alfarero. Esto es lo que representa una obra como Ia Crece el camino y crece mi cuidado,
de Gracián y en ella su más radical significación: el paso de
una moral a una moralística, o digamos simplemente a una re- dice un verso de Fernando de Herrera. En Góngora, en Lope,
flexión sobre Ia práctica de la conducta, que seria impropio en Villamediana 117, con mucha más fuerza en Quevedo 118 , y
llamar una «science des mceurs», conforme a la expresión de no menos en Gracián 119 , la idea de «cuidado» se repite insis-
los positivistas d~cimonónicos, pero que sí podemos llamar un tentemente. Enríquez Gómez se llama a sí mismo, en tanto
«arte d~,;Ia cÔ1'1P'l,1Cta» -dímdo ·ª.Ia palabra arte su vaior de que humano, «pasajero del cuidado»,. viendo su existencia em-
una técnica. (No obstante, existe hasta tal punto una aproxima- barcada en él 120 • Una idea así no tendrá, desde luego, según
ción en algunos casos a lo que después se llamara una «science sostiene Vossler, ni el carácter de «cavilación religiosa», ni de
des mceurs» que es en el barroco Blaise Pascal en quien tal «inmersión mística», ni de «propia convicción filosófica» 121 ;
expresión se encuentra quizá por vez primera 1111 .)
pero revela, sí, la inquieta preocupación del que a cada paso
El soliloquio tan conocido. de · Segismundo le lleva al plan~
teamiento de esta interrogación general que inquieta a la men- 116. Cf. W. Krauss, Graciáns Lebenslehre, y mi estudio «Las bases antro-
te barroca: «~Qu(esJa vida?». Indagar, .conocer, experimen- pol6gicas del pensamiento de Gracián». . .
117. En los escritores políticos y economistas, ligada a la conc1enc1a de
tar, hacer de Ia vida objeto :final de toda escrutación. Sencilla- crisis, la pailabra es no menos frecuente. Hojéese, por ejem!llo, el Memorial de
i:iente, porque ~ay que haceri~Jii,yida: no se es algoacabado, Cellorigo.
smo un hacerse. El mismo Gtaêián __,.,.,Á... ,.. . ofrece al lector
. una obra ' 118. Cf. Laín Entralgo, La vida del hombre en la poesia .de Quevedo; en
sü obra plena y definitiva, EhqtitrtbiSn~ que es, le dice, «el curso
Obras, Madrid, 1965, págs. 883 y sigs.
119. Volvemos a rémitir a nuestro artículo sobre G:racián,. en ~ cuaJ. re-
cogemos algunos pasaies valiosos, los cuales muestran la cm~exi6n del con-
cepto con el de experiencia vital de Un ser que se. hace ª· sí iµismo.
114. Obras de Francisco de Rioia, edici6n de La Barrera, en Bibli6filos Anda- 120. BAE, XLII, pág. 363. ·
luces, 1872; corresponden los versos citados al poema que !leva el núm. XXXIX
de la. colecci6n, pág. 222. 121. Lope de Vega :v su tíempo, págs. 117 y sigs. Esto, que es discuti.ble
115. Pensées, cit., I, pág. 20. respecto a Lope, es inadmisible respecto a Quevedo, no menos cn el prosista
que en el poeta, o respecto a Gracián.
.348 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DRL MUNDÓ Y DEL HóMBRÊ

tiene que hacerse a sí mismo, y, correlativamente, va haciendo hombre barroco ve emplazada su existencia a cada instante.
su mundo con él, en un ejercicio constante de la elección, la En lógica derivación, se ha de dar una relevante importancia
cual es servidumbre y grandeza del humano existir 121 bis. en tal planteamiento a que se dé a conocer al hombre lo que
«No hay perfección donde no hay elección», afirma Gra- su elección significa y las. posibilidades que ante ella se abren.
cián 122 • Elección es libertad, o, mejor dicho, es la versión de· «Tanta diferencia e importancia puede caber en el cómo»,
la libertad propia del hombre moderno -por eso clamaría pondera Gracián 124 : el cómo es, en último término, la puesta
todavía contra ella el arcaizante Danoso Cortés-. En ella coin- en práctica de la elección.
ciden los teólogos jesuitas y Descartes. Sin tener en cuenta lo Pero esa elección, tal como la concibe el hombre del Ba-
que significa en el pensamiento barroco, por muy trivializada rroco, revelándose en ello como una primera versión dei hom-
que descubramos a veces tal idea, no es posible entender la bre moderno, no es un acto que queda dentro del sujeto, 'sino
obra de Lope o de Calderón (en La Dorotea, o en La vida es que es propio de él desbordarse operativamente bacia el exte-
sueíio, se encuentran declaraciones centrales sobre el tema). rior. Se refleja en la conducta, se realiza en ella. Y si decimos
Cuando la libertad política o social se reduce o anula, aparece que se hace real, hay que estimar que en cierta medida toma
intensificado ese- sentimfonfo de· la lihêttad, que no es un mero un carácter físico. Elección es libertad de conducirse, y como
estado interior, sjno un movimiento de dentro afuera que el la conducta supone un modo de obrar en el mundo exterior,
hombre del XVII afirma como libertad de elección. Ahora bien ello significa que elección equivale a condudrse, o por lo me-
- '
si ·se elige, quiere decirse no sólo que hay varias cosas entre nos· a intentar conducirse físicamente con libertad, siguiendo
las que optar, sino que la opción influye eficazmente --io que la línea que establece la propia voluntad. La ausencia o la pre-
no quiere decir que siempre en la dirección deseada_:_. Por tan- sencia de Hbertad o de elección no se produce tan sólo en el
to, que pueden quedar y aun han de quedar diferentes las cosas plano de la interioridad. Consiste en no poder hacer o en poder
después de la elección: el que elige hace en parte su mundo. hacer algo en el mundo de fuera, movido por propia determi-
Ello con:fiere un valor decisivo a que el hombre conozca ese nación. Todo lo cual nos hace comprender a qué distancia que-
carácter electivo que hace de sí mismo un hacerse y de la so- damos de lo que llamaban libertad los moralistas medievales
ciedad un resultado de innumerables ejercicios de elección, y seguían llamándolo aquellos que no habían traspasado una
Como maestra de lo que, psicológica y moralmente, representa mentalidad tradicional.
esta actitud de elección en la mente de la época, piénsese en Para el barroco -en este sentido, para el moderno- li-
el papel de la imagen de la «bifurcación» que G. Fessard ha bertad es, por una cara. negativamente, no depender de :otro,
puesto de relieve en los Ejercicios ignacianos 123 • Ella es o, lo que es lo mismo, no servir -en ello ve Jerónimo de Gra-
el símbolo, elemental y constante, de la opción ante la que el cián el gran pecado de su tiempo-125 , y, por otra cara, positi-
vamente, hacer personalmente lo que decida la propia volun-
·' ·: 121- bis. ··Contra la banalidad que por insuficiente información algunos
pt'etenden darle a este concepto, no dejemos de seiialar que desde Gil Polo
tad 126 • Cuando esto falta se dice que se carece de libertad.
e! «cuidado» va tinido aI «angustiado espíritu»; cl. Diana endmorizda; ed: de
R. Ferrei-es, CC, pág. 78. · 124. El discreto, discurso XXII, pág. 137.
122. · El disereto, discurso X, pág. 103. 125. Diez lamentaciones del miserable estado de los ateístas de nuestro tiem-
123. La dialectique des exercices spiritucls de Saint I gnace d,• Loyola, París, po (1611); cito por la edición del P. O. Steggink, Madrid, 1959.
1956, pág. 191. 126, Cf. mis obras Las Comunidades de Castilla, una primera revoluci6n
350 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA IMAGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE 351
«Yo conozco -escribe Céspedes y Meneses- que no por otra Pero cuando esa libertad no se detiene ni ante la eventua-
causa ~amamos a un caballo bestia y bruto, sino porque no lidad de entrar en conflicto con la voluntad del sefiOJ:, y sobre
sabe ru puede gobernarse de manera que libremente baga su todo cuando se trata, no de ese ilusorio vagar por campos
voluntad, porque en todo ba de seguir la ajena y otro le ba de poco menos que solitarios del jornalero o dei pastor, sino de
regir y encaminar». Tal vez estas palabras no sean suficientes la afirmación de indepedencia en su conducta -y, por tanto,
para que quede claro lo que queremos bacer ver respecto al de la posible crítica e inobediencia frente a las conductas de
cambio que experimenta, tal como una mente barroca lo esti- los dominantes- por parte de numerosos grupos ciudadanos,.en
ma, el concepto de libertad, un concepto de libertad que aban- tàles casos la libertad se convierte en un grave problema para
dona la región interna del alma para proyectarse en el mundo el que manda. En la pugna, ya puesta de relieve páginas atrás,
de la acción externa. Mas sigamos leyendo lo que nos dice que los detentadores de los poderes políticos y sociales man-
Céspedes: «c:!Qué importa, para dejar de ser la última miseria, tienen entre sí, puede ser gravísima consecuencia para ellos
que no toques en la sustancia del alma y en sus naturales que los anhelos de libertad, entendida a la nueva manera,
potencias, y que en su ser interior viva libre la libertad, si por L"llndan entre amplios sectores populares. Esa libertad de obrar
~tra parte el uso y sefiorío del cuerpo, de sus miembros y sen- socialmente se bace fuertemente peligrosa para la sociedad pri-
t1~os, y el mando della sobre sus ministros y gobierno deste vilegiada del XVII. No se la puede desconocer, pero bay que
remo y mundo pequeno se ba tiranizado y ocupado por fuer- reducirla. Con ella tienen que enfrentarse la monarquía y la
127
za? » • La imagen del sabio senequista que se juzga libre en Iglesia, las dos instancias de autoridad y represión, que se
su reflex!ót; interna, incluso tras la reja de una cárcel, queda, transforman en su interna estructura para lograr más eficaz-
pues, elimmada. Abora, con verdadero escándalo para una mente tal objeto. Es lo que llamamos absolutismo dei siglo
mente tradicional, la libertad más bien se encuentra en el bom- XVII, pieza esencial del Barroco. Por eso, para éste, no sólo en
bre anónimo del pueblo, en aquel que por su apartamiento del la política, sino en la literatura, en el arte, en la religión, el
plano en que se dan las decisiones de la soberanía, puede guiar problema básico será el de la tensión viva entre autoridad y
sus pasos con más independencia, esto es, puede moverse avo- libertad -lo cual, sin incurrir en anacronismo, no puede afir-
luntad en la parte del mundo exterior que 1e pertenece. Ese marse con el mismo sentido respecto de épocas precedentes.
personaje de Céspedes, cautivo tras los bierros de una prisión, Sin referencia a ese plano problemático, inestable, de las
co:itempla. el campo «envidiando los pasos libres del pobre y tendencias agónicas de libertad exterior, no se entiende el Ba-
mtserable Jornalero y deseando la comunicación del más rústico rroco. Pero no bay cultura barroca sin el triunfo, temporal-.
y grosero pastor». mente, de la autoridad. Este doble juego da lugar a que se
formen la imagen del mundo y la del bombre que hemos ex-
puesto, las cuales, en el capítulo siguiente, las vamos a comple-
modr;_rna y Estado moderno y mentalidad social: Siglas XV a XVII, donde he
tar con el necesario despliegue de aquellos de sus aspectos que
reumdo Y, :omentado. numero~os datos sobre e1 concepto moderno, nece~aria­ consideramos suficientes para caracterizar la especificidad de la
~ente político y social, de hbertad en los comienzos de ln época que estu- cultura que estudiamos.
d1amos.
127. E! espaííol Gerardo, cit., pág. 208. La cita de esta obra que aparece
lfneas después en e! texto pertenece también al mismo lugar.
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 353

conocimientos, a resortes, en fin, que proceden y son propios


dei mundo de la experiencia. Los jesuítas difunden unas for-
mas de vida religiosa en las que, como es sabido, el papel de
la experiencia procedente dei plano de lo sensible se utiliza
decisivamente. Por otra parte, li magia -y es cosa también
estudiada- revela una mani:fiesta preferencia por el empleo de
Capítulo 7 medios tomados de la vida natural. Todo ello cae en el campo
de la experiencia, que de esa manera abarca, de uno a otro
CONCEPTOS FUNDAMENTALES polo, la totalidad de la vida dei hombre.
DE LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA Este predominio dei mundo de la experiencia se ha here-
dado, claro está, dei Renacimiento. En él, tal' término cobra
un valor primordial, desde los místicos a los físicos, pasando
La fuerza cada vez mayor del mundo de los hechos reales por los escritores de arte, de política, de medicina, etc.: en
se hace patente ante la mirada de unos hombres que inauguran cualquiera de estos C~J?Os, expresa el testimonio personal y
los tiempos modernos. La autonomía respecto a potencias so- concreto como base jtfa orgf!nizar mentalmente la relación
brenaturales de que se les supone dotados a los misinos hechos práctica del individua#~on el mundo en que se encuentra in-
en su aparecer y desaparecer, en su manera de producirse, serto 1 • Pues bien, sobre el tema que tocamos es perfectamente
explica que cobre un relevante valor el papel de la experiencia Udto mantener lo que hemos dicho de la mentalidad renacen-
como vía de enlace del interior dei hombre con el entorno real tista, aplicándolo a la mentalidad barroca. Tal vez, sin embar-
en que se halla implantado. Es cierto que resulta más que go, haya que hacer esta salvedad: si el campo de la transcen-
discutible ese empleo dei concepto de «autonomía» que acaba- dencia no se reduce, sino que más bien se expande, para el
mos de hacer, cuando sabemos que tantas veces los escritores hombre dei Barroco, éste muestra una resuelta disposición a
barrocos, y con ellos el público que les sigue, se nos manifies- tratado con los medios de que se sirve en los domínios de la
tan imbuidos de concepciones llenas de confuso simbolismo, experiencia. Hasta para manipular con «secretos naturales»
de transcendencia religiosa, de ocultismo mágico, todo lo cual se acude a la experiep,cia, como Calderón nos hace ver en La
coincide en hacer depender aquellos hechos de fuerzas que ex- vida es sueiío o en El mágico prodigioso; hasta en los tratos
ceden dei mundo empírico y quitan a éste su autosuficiencia. con la Providencia es de medios de aplicación empírica, igual-
Es innegable que frecuentemente la presencia de aspectos de la mente, de los que se echa mano (la última obra citada de Cal-
realidad en los que se quiere ver evidenciado un más allá derón o alguna otra, como A Dios por razón de Estado, son
(mágico o religioso), un ultramundo -determinante invisible- buen ejemplo de lo que decimos). En la fase de plenitud del
mente de lo que se nos presenta ante los ojos-, se acentúa Barroco, Calderón nos sirve muy cumplidamente para compro-
para contrarrestar e1 vigor con que se afirman los datos empí- bar la frecuencia en el empleo dei término «~e#êttcla» y el
ricos de la realidad. Acontece, en relación con ello, una inte-
resante novedad: hasta las relaciones con el plano de la trans-
1. Cf. mi Carlos V y el pensamiento político del R.enacimiento, 1ntroauc-
cendencia se organizan y desenvuelven acudiendo a medios, a ci6n, cap. III, en especial págs. 48 y 49.

23. - MARAVALL
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354 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ES'I'RUCTURA MtJN!>ANA DE. LA VIDA 355
papel decisivo que a tal concepto corresponde en la proyec- Warnke, que ha llamado la atención sobre este punto, ha
1
ción del hombre sobre su mundo 2 • hecho observar la preocupación obsesiva por el carácter contra-
La atención a la condición del propio ser humano, que tan- dictorio de la experiencia en el Barroco 5 • ~En qué manera
ta parte ocupa en la mentalidad barroca, se traduce en una podemos entender nosotros tal ·carácter contradictorio de la
preocupación por el curso de la experiencia, con Ia cual no se apelación a la experiencia? En ella ve la mente barroca, de un
logrará poseer la estructura de un saber universal, aunque en lado, depósito de hechos de los que no puede arrancárseles su
última instancia -tal es el caso de las leyes físicas- sea un condición de hechos individuales, dotados, en cierto modo, de
saber universalizable, pero que en ningún caso dejará de ser máxima evidencia para cada uno; de otro lado, forma en la
válido para organizar Ia conducta de Ia vida. El arte barroco que se pueden ver coincidir gran número de hechos, por lo que
nos da los resultados de una observación singularizadora de! en ellos hay de repetición, válidos para fundar enunciados de
ser humano; por eso, Ribera o Rembrandt van a buscar el tes- mayor amplitud, lo cual, también en cierto modo, da lugar a
timonio, transformado por ellos en documento plástico, de per- que tales hechos se desrealicen, tomen un carácter fantasmal
sonas envejecidas, en cuyos cuerpos el paso de la vida ha teni- (los barrocos ven en la ciencia un mundo de hechos que se
do una bien visible acción individualizadora. Simmel seiíalaba han desprendido de su singularidad, generalizados, desrealiza-
«el apartamiento del arte de Rembrandt de lo universal de los dos, como una esfera de lo fantasmal) 6 • Hay que tener en
fenómenos humanos y su máxima elaboración de lo indivi-
dual» 8 • La individualización de la experiencia pocos la han lle- 5. Versions of Baroque, New Haven-Londres, 1972, pág. 22. La cita de
vado al punto que Velázquez: pretende éste captar lo que un Browne puede verse en este lugar.
6. Cuando el autor barroco previene contra la experiencia, salvo en casos
individuo -él, Velázquez, pintor- ha vivido de un objeto, de banales de un ascetismo de escasa calidad intelectual, está igualmente distante
una cosa o persona que haya aparecido ante su vista. Alguna vez de considerar aquélla como negación de una mentira y como verdad de una
he dicho que la obra de Velázquez es una pintura en primera realidad esencial. Incluso los famosos versos de Calderón vienen a dejar afir.
mado ese nivel intermedio, fenoménico -próximo al que ha prestado atención
persona 4 • Esto se corresponde perfectamente con el cambio de Ia ciencia moderna-, de la experiencia. Repitámoslos una vez más (a pesar de
la -noción de experiencia en el Renacimiento -que ve en el ser tan conocidos y de saberse por todos que son un tópico, Calderón los hace
mundo fenoménico, manifestación o reflejo de una realidad suyos):
que tal vez los ojos nuestros
objetiva- y 'en cel_ Bartoco~ para .el cuaI la experiencia es se engaiian, y representan
traducción de una visión interior<~ Dice un pasaje de T. Browne: tan diferentes objetos
de lo que miran, que deian
burlada el alma. (Qué más
The world that I regard is my self. raz6n, más verdad, más prueba
que el cielo azul que miramos?
(Habrá alguno que no crea
vulgarmente que es zafiro
que hermosos rayos ostenta?
2, Numerosos eiemplos en las comedias que llevamos mencionadas y en Pues ni es cielo ni es azul.
'Otl'as oomo No hay cosa como cal/ar, En esta vida todo es verdad y todo es (Saber del mal :Y del bien)
mentira, etc.
3. Rembrandt, Buenos Aires, 1950, págs. 48-49. Ni es zafiro ni cielo, pero es esa región del firmamento y lugar de los me-
4. Cf. mi obra Velázquez y el espíritu de la modernidad, Madrid, 1960. teoros que, por otra parte, tanto papel tienen reconocido en el teatro de Cal-
pág. 140. derón y en toda la comedia barroca. En eso se vendría a resolver ese llamado
356 ELEMENTOS DE tiNÀ CÔSMOVISIÔN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 357
cuenta que la aportación de la ciencia, con aparatos de redente aspectos de la cultura barroca se ligan a ese papel dei movi-
invención, había contribuído incluso al vacilante sentimiento de miento como principio fundamental dei mundo y de los hom-
seguridad ante las cosas que se ven. Zabaleta y con él todos bres: las nociones de cambio, mudanza, variedad, o de caduci-
sus contemporáneos cultos saben que la Vía Láctea no es una dad, restauración, transformación, o de tiempo, circunstancia,
nube blanquecina, contra lo que nos dicen los sentidos, sino ocasión, etc., son derivaciones de 2quél. Seguramente hay que
la aglomeración de innumerables estrellas que han podido ser referir a la crisis de fines dei XVI y primera mitad dei XVII,
descubiertas por ~l «~pteojo» de Galileo, del que Gracián y crisis no sólo económica, sino social e histórica, con su cortejo
o.tros hablan tamb1én . La. desconfianza en lo que se ve empí- de cambios y desplazamientos, tanto en las mentalidades como
ricamente puede ser derivada de una lección ascética, pero pue- en los modos de vida, en la estratificación social, etc., esa fun-
de ser tq,mbién resultado de un riguroso conocimiento cientí- ción de principio universal, animador de cuanto existe, que a
fico. Recordemos, como ejemplo, que una de las objeciones Ia idea de movimi.ento se Je reconoce. Desde su posición de
que los antimaquiavelistas barrocos dirigen a Maquiavelo es manierista (que nos avanza tantos modos de ver de un barroco)
la de haber pretendido traducir en máximas de valor universal Montaigne escribe: «notre vie n'est que mouvement», y toda-
una experiencia estricta, particular 8 , lo que no obsta para que vía acentúa más su pensamiento en otro lugar: «estre consiste
los políticos y moralistas barrocos escriban, basándose en sin- en mouvement et action» 9 • Por su parte, en su lúcida angus-
gulares ejemplos, toda clase de preceptos postulando para ellos tia, no por eso menos barroca, Pascal dirá «notre nature est
un alcance general, entre otros, ese mismo de que hay que ate- dans le mouvement», y aún poco antes había dicho del ser
nerse a la particularidad de los casos. humano: «il a besoin ... de mouvement pour vivre», tesis que
Se explican desde este nível algunos de los caracteres de adquiere en él un cierto carácter obsesivo, en la reiteración
la cultura barroca que luego estudiaremos. Nos encontramos, dei papel originaria, fundante, que corresponde al movimien-
en el trasfondo de la época, con que su apelación a la indi- to 10 • «Tout se fait par figure et par mouvement», escribe otra
vidualización de la experiencia suscita -y es uno de los prime- vez Pascal. Desde Burckhardt y, más claramente aún, desde
ros aspectos de aquélla que podemos constatar- un senti- Wolfflin, esas categorías de movimiento y cambio -porque
miento de variación y cambios, que provocan a su vez la afir- como tales «categorías» pueden estimarse en el pensamiento
mación de una pretendida capacidad de encauzarlos. En virtud de la época- se consideran necesarias para captar el sentido
de ello, la atención al hombre y a su sociedad habría de deri- del Barroco. A una sociedad que, después de un período de
var hacia una colocación en primer plano de la idea de movi- expansión, se vio conmovida por una fase de honda crisis, se
miento. Toda una serie de conceptos que juegan en diferentes corresponde muy adecuadamente el esquema de una mentalidad
en el que tienen tanta relevancia los conceptos de carácter di-
carácter contradictorio de la experiencia. Sobre el carácter tópico de esta idea námico. Se vive una dramática experiencia de cambios a la que
véase O. H. Green, «"Ni es cielo ni es azul". A note on the barroquismo of
Bartolomé Leonardo de Argensola», en RFE, XXXIV, 1950, págs. 137-150.
se liga, por otra parte, el correlato de una realidad cambiante,
7. J. de Zabaleta, Errares celebrados, edición de M. de, Riquer, Barcelona proteica, varia, cuya pretensión de captación por el hombre de
1954, pág. 75. La mención del «anteoio» g~lileano en Gracián puede verse e~
El criticón, III, pág. 305.
8. Cf. mi Teoria espafiola del Estado en el siglo XVII Madrid 1944, 9. Essais cit., II, VIII, pág. 80, y III, XIII, pág. 225.
pág. 398. ' ' 10. Pensées cit., págs. 28 y 54.
358 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 359
la época engendra la cultura barroca. Por eso L. Rosales ha Piénsese en la distancia a que esta queda de los criterios
podido observar -y a nosotros nos sirve como un caso repre- estéticos de pura tradición helénica. «Gozoso y casi divino
sentativo-- «la fuerza transitiva y dinámica del lenguaje de -dirá Suárez de Figueroa- el que, imitando a los orbes, se
Góngora»; si la<Uansitividad' está en la base de la evolución, goza como ellos en su movimiento» 16 • Rousset ha citado un
semántica de todo lenguaje, Góngora la extrema y potencia verso de un poeta francés de comieµzos dei XVII, Motin 17 , que
-precisamente. por sus procedimientos metafóricos- y-la pro- bien puede servir como expresión del principio general admi-
yecta sobre todos los planos de su obra 11 • A nuestro entender, tido por todos:
ello se liga a la condición que el Barroco estima radical en la
realidad, como decimos. L'âme de tout Je monde est le seul mouvement.
«Sin el movinúento ni crecen ni se mantienen las cosas»
afirmará Saavedra Fajardo 12, y es éste un principio que inspir~ El hecho, coetáneo de. la cultura barroca, del ·descubrimiento
las ideas físicas y biológicas, políticas y sociales de la época que de la circulación .de la sangre, confirma esa ley general que rige
estudiamos: «Como los cielos están en un continuo movimien- en todas partes, desde los astros, en el macrocosmos, hasta el
to --escribe Céspedes y Meneses 18- , así las cosas inferiores centro vital dei corazón, en el microcosmos: Bances Candamo
parece que los siguen, rodando juntamente con ellos, pues ve- admira que, ai modo que gira el sol, también el corazón «hace
mos que nunca permanecen en un estado y ser». Tiene este en repetidos giros aquel continuo movimiento de la circulación
principio tan general alcance que el solo reconocimiento del de la sangre, hallada por la nueva Philosophia Chimica» 18 •
carácter dinámico que alguna obra humana refleja se convierte Desde la ciencia hasta la moral, todo le habla al hombre dei
en un criterio de estimación estética. Jusepe Martínez alaba Barroco de esa ley universal dei movimiento. Todo en el mun-
de un escultor «el movimiento y grada de sus figuras» 14 • Bo- do es «o subir o bajar», como dice la tan citada Empresa LX de
cángel, en elogio de unas estatuas, escribe, y sus palabras nos Saavedra Fajardo. «Todo se precipita cuanto crece», afirma Bo-
dicen en dónde pane su estimación 15 , estas versos: cángel. Por tanto, todo se mueve. Si, para el Barroco, el movi-
miento es el principio fundamental de su cosmovisión, se
En la quietud reservan movimiento comprende que no pretenda presentar la obra de un organismo
y está el moverse en la quietud oculto perfecto, de un cuerpo arquitectónico, de un tratado sistemá-
tico, sino -como observá Wõlfflin- la impresi6n de un acon-
tecer, de un drama, la agitación dei dev~it~' captando una rea-
lidad siempre en tránsito 19 • La física de Galileo, la economía
11. «Las Soledades en don Luis de Góngora: Algunos caracteres de su
estilo», Atti del Convegno Interna:r.ionale sul tema: Premarinismo e pregongo- de los mercantilistas, la moral combativa o acomodaticia, el
rismo, Roma, 1973. págs. 80 y sigs.; la cita está en la pág. 91. régimen de permanente conflicto bélico, la política manipula-
. 12. Empresa LXXXII, OC, edición de González Palencia, Aguílar, Ma-
drid, 1946, pág. 594.
1.3. Fortuna varia ·del soldado Pindaro, BAE, XVIII, pág. 333.
14. Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura, edición de 16. El pasagero, edici6n ele Rodriguez Marín, Madrid, 1913, pág. 3 ..
Carderera, Madrid, 1866, pág. 162. 17. Rousset, La littérature française de l'/lge baroque, Paris, 1953, pág. 12.4.
15. Obras de don Gabriel Bocángel y Unceta, edición de Benltez Claros 18. Theatro de los theatros, cit., pág. 98.
t. 1, Madrid, 1946, pág. 201. ' 19. Rinascimento e Barocco, trad. ita11., Rlorencia, 1928, pág. 85,
.360 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA .361
dora de los gobernantes (cuya acci6n intervencionista se mue- menos importancia tiene la concepci6n dinámica dei objeto del
ve desde el campo de la demografia ai de Ia religi6n), las obras arte --de la pintura en este caso-, tratándose de un Rubens,
de arquitectos o pintores, se presentan como planteamientos quien la consigne plasmar con incomparable eficacia en su pin-
dinámicos, en los cuales el equilíbrio es un resultado siempre tura y a la vez, no deja de teorizar sobre esos aspectos en
en juego y con frecuencia amenazado. relaci6~ a la versi6n pictórica de la" figura humana 24 • Quizá
Convirtiendo esta concepción dinámica de la realidad en sea Vêlá:Zquez quien lleve a cabo con éxito insuperable el su-
un principio de antropologia política, Hobbes escribiría: «la premo esfuerzo de pintar el movimien~o mi.smo; otros p~to­
vida no es otra cosa que movimiento» 2-0, con lo que viene a res ai intentar captarlo, habian procedido pmtando un objeto
coincidir Gracián -y no es caso único- cuando afirma que co~ l~ deformaci6n que el movimiento le imprimia en un ins-
«la de:finici6n de la vida es el moverse» 21 • La misma hermo- tante dado, el cual de esa manera quedaba fijado en el lienzo.
sura no se descubre ya en la armonía o simetria de lo inmuta- Velázquez ensaya llevar al cuadro el nioverse en cuanto tal, el
ble, sino en el cambiante movimiento, y por eso nos dirá movimiento en acci6n, directamente, no representado en uno
Quevedo 22 : •
de los múltiples instantes, cuya sucesi6n da un resultado di-
námico. El logro máximo de estos ensayos es la versi6n de la
Puédese padecer, mas no saberse, rueda de la rueca en el tan conocido cuadro de Las hilandf:-
puédese cudiciar, no averiguarse,
ras. Está ahí uno de los testimonios más plenos de lo que
alma que en movimientos puede verse,
pretendi6 la cultura barroca y de lo que para ella significaba
ya que la hermosura no está en la quietud, sino que «es fuego
el problema de dominar la realidad dinámica dei mundo y de
los hombres, con la que, en tantos aspectos, se enfrentaba.
en el moverse». Un escritor y cortesano francés, de Ia sociedad
En otro lugar pusimos en relaci6n la concepci6n dei tiempo
barroca de Luis XIV, Chantelou, cuenta una anécdota muy sig-
y del espacio propia de la mentalidad b~rguesa, desarro?ada
nificativa: llamado Bernini a París para que proyectara la nueva
en los primeros siglos modernos, con una 1dea, la de veloc1dad,
arquitectura del Louvre y teniendo que hacer también un re-
que indudablemente tenia que expresarse en los escritores ba-
trato en escultura del rey, le pidió a éste, no que posara en
rrocos, ligada a su estimación dei movimiento ..Ef~ctiv~mente,
actitud estática, sino que se moviera y anduviera normalmente
descubrimos, por de pronto, en el XVII, una s1gnificat1va fre-
ante él, para captar de esa manera su verdadero semblante.
cuencia en el uso dei término: Céspedes y Meneses habla de la
«Un hombre, comentaba el gran artista italiano, nunca es tan 25
V elocidad dei viento • Suárez de Figueroa, de la del tiem-
semejante a sí mismo como cuando está en movimiento» 23 • No
po ; Saavedra Fajardo,' de la que alcanza la navegac16n
26 • 27
, to-
20. Leviatán, México, 1940, I, VI, pág. 50.
21. El critic6n, edici6n de Romera Navarro, FHadelfia, 1939, t. II, pág. 259. victoria del nacionalismo que inspira con frecuencia aJ. Barroco, muy especial-
22. OC, edici6n de Astrana Marfn, Aguilar, Madrid, 1932, I: Poesía, pág. 23. mente en Francia. . .
23. Recogi6 esta anécdota M. Raymond, De Michel-Ange a Tiépolo, París, 24. P. Rubens, Théorie de la figure h11maine, considérée dans ses Prtnct-
1912, pág. 181. Han sefialado su gran interés Rousset, op. cit., pág. 139, y pes, soit en repos, soit en mouvement, folleto impreso en Paris en 1773.
V. L. Tapié, Baroque et Classicisme, París, 1957, págs. 190 y sigs. El fracaso de 25. El espafíol Gerardo, BAE, XVIII, pág. 170.
Bcrnini en la corte de Luís XIV y su retorno a I talia fue achacado por algu. 26. Op. cit., pág. 266.
nos a un rechazo francés de! Barroco. Más bien hay que ver en es'te episodio Ia 27. Empresa LXVIII, cit., pág. 519.
362 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 363
dos e~os con ~ranco tono admirativo. En esto, el testimonio
de Suarez de.F1gueroa no puede ser más interesante, porque tal riencia moral en unos versos, aunque malos (nos referimos al
doctor Cristóbal Pérez de Herrera), empezaba con estas pala-
vez sea ~l primero ~n manifestar el goce que se disfruta con el
que aquell.a proporc:iona: «la velocidad con que se va gozando el bras sus Proverbias morales 84 :
mundo mientras se navega no puede ser sino de mucho de- Todo es mudable en él mundo ...
leyte» 28 •
Si se ha dicho que la «edad del Bernini» «pudo realizar No podía faltamos aquí el testimonio del autor de la más
i.:n gran tea~ro cinematográfico» 29 , es porque una imagen ciné- ilustre canción barroca a unas ruínas, Rodrigo Caro: «así como
tica se refle1aba s?bre la entera «cosmovisión» de los hombres debajo del sol no hay cosa nueva, así no hay cosa estable,
del Barroco. Ella informa la universal concepción de li perpetua, ni permanente, porque todo tiene una continua mu-
d d b' una «rea -
.ª cam ian~e», que es la nota principal de todas las manifesta- tabilidad», principio, pues, que se extiende a la esfera de las
c10nes de la epoca. Bocángel afirmaªº: cosas y con incomparable fuerza a la de los hombres 85 • «Aque-
llo mayormente está sujeto a mudanza y ruína que tiene por
Sucesiva dei mundo la mudanza. ley nuestra mudable y varia voluntad» 36 • Siendo tema tan
central, tampoco Gracián podía dejar de hacerlo suyo: «no hay
. mudaf!kz4
Ésta ' fa; .,,< "'"'··' es otro d e 1os prmc1p10s
· · · f undamentales con estado, sino continua mutabilidad en todo» 37 • El hombre es
que está monta~o el universo y, como él, el pequeno universo transeúnte entre los modos de lo real; «peregrino del ser», le
del hombre. «Nmguna cosa permanece en la naturaleza» afir- llama Gracián. Es cambiante y movedizo. Por eso, colocar ante
ma ~aavedra ~ajardo 31 • «No hay cosa estable en este mu~do», él lo inmutable, no le dice nada. Hay que entrarle por el dra-
escribe Franc~sco Santos 32 • Todo cambia: las cosas, los hom- mático testimonio de lo mudable, aunque sea para que, a tra-
bre~, sus p~s1ones y caracteres, sus obras. Rodrigo Caro nos vés de los cambios, le quede Ia lección de lo que permanece 38 ,
hara advertir que Ia misma tierra, tan firme y estable, «pade-
ce a Ias veces mudanz~, tiembla y se estremece y mueve», hasta 34. BAE, XLII, pág. 241.
el punto de qu~ no tiene hoy ni tendrá ma:fíana, como no la 35. Rodrigo Caro, op. cit., pág. 5.
36. Ibid., t. II, pág. 348. Acabamos de enconttarnos con la alusi6n a una
tuvo en otros. tiempos, una misma figura, lo que depende «de «ley de la naturaleza». También para Suárez de Figueroa la mudanza procede
ocultas ~ precisas leyes de la naturaleza de este orbe inferior» 38. de una ley universal: los astros con sus revoluciones, el sol y la Jum, engen-
drando con sus cursos el nacer y morir, la renovaci6n, ia ttansformaci6n de
Un médico que, por el trabajo de su profesión, conoció el dolor las cosas en el mundo inferior, así como las combinaciones y cambias en los
d~ la, peste ~ ?~I hambre en Ia crisis social del xvn, que refle- cuatro elementos que los componen -todo ello entendido al modo de la fí.
xiono Y esc~1bio sobre causas y aspectos de la crisis económica sica aristotélica-,· engendron mudanza por todas partes: «en la tierra también
no se hal.la cosa perpetua», y todavía la acci6n del hombre viene a aumentar
que presenciaba Y que, como escritor barroco, decantó su expe- el número incesante de las alteraciones (no otra cosa es el resultado de su
trabaio y de su esfuerzo); la mudanza es un principio cosmológico: las costum-
28. Op. cit., pág. 150. bres, las leyes, las lenguas, las religiones, las guerras, todo sirve a su imperio.
29. Rousset, op. cit., pág. 39. Varias noticias importantes a la humana comunicaci6n, fols. 7 y sigs.
30. Op. cit., pág, 64. 37. E! discreto, XVII, en OC, pág. 123.
31. Empresa LX, cit., pág. 477. 38. Véase G. Poulet, Études sur !e temps humain, París, 1950, página
32. Dia y no~ht; de Madrid, BAE, XXXIII, pág. 382. XVIn, con referencia a un estupendo pasaie de Nicole: «Naus sommes comme
33. Obras, ed1c16n de Bibliófilos Andaluces Sevilla 1883 t
' ' , . '
r págs. 5 Y
6
.
des oiseaux qui sont en l'air, mais qui n'y peuvent demeurer sans mouvement,
ni presque en un même lieu, parce que leur appui n'est pas solide».
364 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 365
punto de vista en el que coinciden tanto Góngora como Que-
vedo. Hay en esto, una vez más, una concepción que resulta tradicional de Ia escolástica, parece venirse abajo, sacudido P?r
de Ia transposición, en el plano del pensamiento y de la doc- la dramática vivencia de la mutabilidad. Hasta el hom?re mis-
trina, de una experiencia concreta y real que el hombre del mo podría, arrastrado por Ia inestabilidad de sus cambi~s, ver-
Barroco vive. Muy críticamente, Barrionuevo la explicaba a su se despojado de su condición esenci~J, de su «substancia», en
público, cifiéndose a su circunstancia personal: «Las cosas de el sentido aristotélico-escolástico de esta palabra: tampoco el
Madrid andan todas a Dios te Ia depare buena. Lo que hoy hombre «ni jamás es su semejante».
determinan, mafiana lo derogan. No hay firmeza en nada; cada Cambian las mismas cosas que estimamos naturales', obser-
uno procura hacer su negocio y ninguno el común y bien de vaba Tirso de Molina; por ejemplo, los frutos de los arboI:s,
todos, con que todo se yerra», todo y todos -andan a trompico- merced al ingenioso trabajo del injerto del hortelano; cambia,
89
nes • En medio de los trasiegos y novedades que por doquier más aún que la naturaleza, el arte, y vemos que «en las cos.as
ofrecía el xvn, todos tenían una impresión similar. arti.6.ciales quedándose en pie lo principal que es la sustancia,
Aunque Ia identidad de un centro de imputación permanez- cada día ~aría el uso, el modo y lo accesori?» .42 • El Barro.co,
ca -base que, hasta la crisis de Ia lógica aristotélica en nues- respetando, desde luego el límite de una ultima co~c~pción
tro tiempo, no se verá eliminada-, lo cierto es que el Barroco sustancialista del mundo, hace entrar a éste en un torbellmo de
posee una conciencia muy agudizada de Ia multiplicidad y va- cambios, de 1o que podrían ser adecuada ilu~t.ración algunos
riabilidad de las manifestaciones del humano: cuadros de Rubens. Si, bajo el peso de la tradic1ón, el Barr?co
n~ pudo llegar a pensar una realidad que puramente consista
... que las obras en cambiar esto es, no en una sucesión de cambios, sino en el
en e1 hombre no son unas, puro fluir,' llegó, no obstante, a intuir poéticamente ese ser
aunque son del hombre todas 40. preheideggeriano del no ser otra cosa que puro pasar. Tensan-
do la intuición heraclitiana, Bocángel escribe estos versos 43 :
Sin embargo, llega a ser tan aguda y tan decisiva en Ia or-
ganización de Ia cosmovisión barroca esa idea de mudanza el agua siempre es eterna,
que llega a inspirar algún pasaje en el que el principio d~ pero nunca se repite.
identidad se tambalea y con él la noción misma de ser, ame-
nazando Ia inmutabilidad del orden ontológico que el pensa- La mudanza. es, pues, un grau tema barroco. Poetas Y.mo-
miento tradicional había dejado tan :firmemente asentada. «No ralistas lo ponen de relieve. Los políticos y los economistas
hay cosa -nos dice Suárez de Figueroa 41- que justamente echan mano de él para explicar los declives de los Estados.
merezca atributo de ser, si todo, como se ve, padece continua Lope tiene una canción exaltando la mudanza:
mudanza». EI orden metafísico del ser, base de Ia doctrina
la celeste armonía
en mudanza se funda.
39. Avisos, I, BAE, CCXXI, pág. 100. E! comentaria corresponde a! 2 de
enero de 1655.
40. Lope de Vega, E! rey don Pedro en Madrid.
41. Varias noticias ... , prólogo y fol. 17. 42. Cigarrales de Toledo, edición de Said Armesto, Madtid, 1916, pág. 127.
43. Obras, I, pág. 320.
366 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 367
Hasta lo que parece eterno se somete a Ia mutabilidad. Ya el mudanza de las cosas» 48 • El Iazo entre los graves momentos de
primer móvil se mueve y cambia 44 • En el cambio mismo se crisis que se sucedieron en la época y el tema de la mudanza
apoya la permanencia de las cosas: su mutabilidad es la razón resalta en esas palabras bien explícitamente.
de su subsistencia. En el romance 45 que escribe sobre un te- Lo cierto es que, en el hombre, esa condición de transito-
rremoto que presenciá, el mismo Bocángel acredita que riedad es patente y patética. En el discurrir de los accidentes
de la vida, se nos muestran, dirá Céspedes, «sus mudanzas
Y mientras todo se muda, incesables» 49 •
sólo la mudanza es firme.
Llevados de esta idea, los ~~~{;l:~es barrocos ponen en jue-
L~percio Leonardo de Argensola nos dejará dicha Ia misma doe·
go una palabra que expresa la noción de mudanza en su grado
trma en un verso de solemne entonación 46 : máximo -palabra que adquirirá particular relieve en el léxico
filosófico orteguíano (alguna vez he insinuado la influencia del
Así sustenta al mundo la mudanza. léxico barroco en Ortega)-. Nos referimos al término «peripe-
cia»: «se dice -así la define López Pinciano 50- de una mu-
A Argensola le ha arrancado esta refl.exión de tan univer- danza súbita de la cosa en contrario estado que antes era». Con
sal alcance la contemplación de cómo se suceden sin descanso buen sentido, el lenguaje ha unido esa palabra a los cambias
los penosos trabajos del labrador. También, tras la relevancia que le acontecen en su sucesiva marcha al caminante. Y así se
que el mudar ocupa en el esquema fundamental dei Barroco une con ella en el Barroco la imagen del homo viator que ve-
hay, como acabamos de ver en e1 caso dei poeta aragonés cita~ mos reflejada eri textos de Cervantes, Gracián, Salas Barbadillo,
do, una experiencia real, detrás de la que aparece aquélla su- de Comenius, Grimmelshausen, etc.151 • «Nuestra vida -dirá
blimada ~n un principio del mundo. Por su parte, en Cellorigo, también Suárez de Figueroa- es toda peregrinacióm>.
para venir a aceptar la vigencia de un principio semejante, ac- Movilidad, cambio, insconstancia: todas las cosas son móvi-
tuaba el recuerdo de la movilidad territorial esta es de los les y pasajeras; todo escapa y cambia; todo se mueve, sube o
físi~~s desplazam~entos que la crisis de la épo:a -con ~spectos haja, se traslada, se arremolina. No hay elemento dei que se
pos1t1vos y negativos- contribuyera a provocar: para él, causa pueda estar seguro de que un instante después no habrá cam-
de tanta destemplanza en las personas como la que se observa biado de lugar o no se habrá transformado. La inconstancia
en el día, es «la mudanza de mantenimientos y dei natural es un factor universal e insuperable, «como ni en los hombres
de la tierra» 47 • Y fijándose en un fenómeno social de su mo- ni en la naturaleza hay cosa constante», sostiene Pérez de
mento, cuando Pellicer observaba que, un afio después de ha-
berse levantado contra el francés invasor, los catalanes proce-
dían a la inversa, comentaba: «tal es la fuerza del hambre y la 48. Avisos, ed. del Semanario Erudito, XXXI, pág. 227.
49. Historias peregrinas y ejemplares, edición de Y. R. Fonquerne, Ma-
drid, 1970, pág. 307.
44. Lope, Obras en verso, ed. Aguilar, págs. 102 y sigs. 50. Philosophía antigua poética, edición de Alfredo Carballo Picazo, CSIC,
45. Op. cit., pág. 95. Madrid, 1953, t. II, pág. 26.
46. Soneto número 61 de la edición de Rimas de J. M. Blecua CC Madrid 51. Algunos de los nombres que aquí damos hay que afiadirlos a las refe·
pág. 121. ' • ' •
rendas que da de este tópico A. Vilanova en su excelente artículo «El pe-
47. Memorial cit., fol. 7. regrino andante en el Persiles de Cervantes», BRABLB, 1949, págs. 97 y sigs.
368 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 369
52
Montalbán • No hay más remedia que aceptarla, contar con firmes y comprobar que unos y otros comparten la misma con-
ella, tratar de poner en claro sus posibles aspectos favorables. dición, el dramatismo del cambio y de la inseguridad se acentúa.
Se puede lamentar «la natural condición de la inconstancia «Varían las cosas, fluctuando en perpetuo crecer y men-
humana», como hace Céspedes i;a, y aun se previene sobre su guar», nos dice un escritor político, Ramirez de Prado 58 , y él
más grave versatilidad en las que Tirso llama «mujeriles pro- mismo se encarga de advertimos spbre la inexorable proyec-
54
teos» , denunciando un fondo peyorativo en tal estimación· ción de ese principio en el campo de lo humano: «en el estado
o bien se canta a la inconstancia, desde un reconocimiento con~ humano ninguna cosa es firme». Textos parecidos de Fernán-
solador. Así se pregunta Lope, ante el mundo: dez Navarrete y otros políticos y escritores de materias econó-
micas, son conocidos; enseguida tendremos ocasión de recoger
en tus mudanzas, équién será constante? algún testimonio más.
El movimiento natural de las cosas tiene una fase de ascen-
Calderón dramatiza el tema, aceptando el peso de una rea- so y otra de declinación. El Barroco nos ofrece una insalvada
lidad que se. nos impone: «Ninguna vida hay segura un instan- antinomia en este punto. De un lado, su experiencia de la crisis
te .. ,. » 1i5'. A la tradicional admonición que los moralistas y que soporta: «en esta edad caduca» (dicho con palabras de Cal-
predicadores dirigían a sus oyentes sobre la amenazadora in- derón en Suefios hay que verdad son), quien la vive con plena
certidumbre . .
. del fin, se afiade,. o, mejor, se pone por delante, la
no menos mqu1etante. msegur1dad de las cosas en la experiencia
conciencia se inclina a un pesimismo acerca del estado del
mundo. «Porque cada día, como el mundo se va acercando al
cotidiana, precisamente porque ai hombre barroco, que en tan- fin, va todo de mal en peor», según confiesa Maria de Zayas 59 •
tos aspectos está adquiriendo tintes de mentalidad burguesa, Alguna vez se han citado muy significativos testimonios ingle-
le preocupa el tema de la seguridad 5-0, Se sabe que «tienen ses de este sentímiento: entre los poemas de l~Jlnk~Ç:tjnç:;
los casos de nuestra fragilidad humana tan inciertos sus fines aparecidos a comienzos del XVII, hay uno titulado «Anatomia
como mal segura la estabilidad de su firmeza», advierte Cés- del mundo donde se representa su fragilidad y decadencia»,
57
pedes • Mudanza y fragilidad se correspondeu. Objetos de además de pasajes de R. Burton -a cuya obra ya aludimos-,
mutabilidad, inconstancia y fragilidad, constituyen materia pre- de Goodman -0o, etc. De otra parte, ~qué duda cabe de que el
dilecta del escritor barroco: la nube, el agua que pasa -«jÜh Barroco, considerándose como el tiempo de los modernos, ven-
retrato, oh espejo de la vida!», cantará Villamediana-, la rosa tajoso sobre cualquier otro pasado, afirma su confianza en el
breve, el arco íris, los fuegos artificiales, etc. Precisamente por- presente y el porvenir, resolviendo a favor de éstos la famosa
que, al comparar con ellos a otros objetos que nos pareceu
58. Conse;o y conse;eros de prEncipes (1617). Cito por la reedición parcial
52. Sucesos y Prodígios de amor, pág. 339. de Madrid, 1958, pág. 6. El autor saca esta conclusión: por eso, las determina-
53. BAE, XVIII, pág. 216. ciones de los gobernantes «se han de mudar cada dia, cada hora y aun cada mo-
54. Op. cit., pág. 61. mento» (pág. 10).
55. El mayor monstruo dei mundo, en OC, Dramas edici6n de Valbuena 59. Enganos que causa el vicio, en Obras, edición de G. de Amezúa, Ma-
Briones, Aguilar, Madrid, pág. 323. ' drid, 1950, II, pág. 457. .
56. Cf. mi obra Estado moderno y mentalidad social: Siglas XV a XVII, 60. La curiosa obra de G. Goodman se titula The Fali of Adam from
Madrid, 1972, t. II, págs. 215 y sigs. Paradise proved by Natural Reason and the Grounds of Philosophy; se publicó
57. Ibid., pág. 266.
en 1616 y su éxito le hizo alcanzar una segunda edición en 1629.

24. - MAllAVALL
.370 ELEMENTOS })E UNA COSMOVISIÓN BARROCA . LA ESTRUCTURA MUNDANA DE .LA VIDA 371

«querelle des anciens et des modernes»? 61 • eC6mo hacer com- cial que se. presencian, ante las conmociones demo~ráficas. que
patibles ambas estimaciones? Por de pronto, el escritor barro- significan las pestes que se contemplan, ante· l~s mani~estac10nes
co se ocupa en contener el in~orable período declinante, en tornadizas de la vida que la novela, la poesia, la pmtura gus·
lograr por lo menos que se produzca éste en las mejores con- tan de poner de manifiesto ante sus ojos, el escritor barroco
diciones, en prolongar su final. S6lo hay una manera de ven- hace esta comprobaci6n: .la çap;:icidaQ..de Vlilriar y la subsiguien-
cerlo: alcanzar a convertir en otra nueva a aquella cosa cuyo te experiencia de variedad: «Es el tiempo tan mudable Y el
término se aproxima -ya dijimos algo de esto en capítulo hombre tan variable» 64 • Un escritor francés de la época, J. P.
anterior-. Caducidad y renovación son ambos elementos com- Camus ha llamado al hombre «un animal ondulante y diver-
plementarias de la temática del Barroco. «La renovación da so» 6 5 • 'El mito de Proteo, como figura de lo cambiante, multi-
perpetuidad a las cosas caducas por natúraleza», sostiene Saa- forme y vario, cobra en el Barroco -por ejemplo, en l!l
cri-
vedra Fajardo 62 • ticón- una gran fuerza. Lo mismo sucede con el mito de
Los escritores políticos que tiene bien patente ante su mi- Circe seme1· ante al anterior en su significación transformista,
rada escrutadora la declinante situaci6n de crisis por la que sobre' el cual muchos escriben en el XVII 66 ; entre elios, L ope,
67
pasa la monarquía espafíola, sacan de esa experiencia una lec- que dedica a1 tema -1624- uno de sus poemas mayores •
ción que acentúa la visión cambiante de las cosas, visión que Y hay en todo esto una profunda antinomia que nos hace
caracteriza tan fuertemente a la mentalidad barroca. Las repú- comprender el Barroco como primera fase, crítica, insuficiente,
blicas crecen y decrecen luego, como todos los cuerpos natu- confusa, en el proceso de formación .de la mentalidad moder-
rales, «por ser la variedad de las cosas humanas -afirma Ce- na. Mudanza sí pero por debajo de ella la mente barroca
cree en un mundo' ' regido por leyes generales, um'formes . 68 ,
llorigo- tan incierta y mudable que a las más altas repúblicas
suele allanar» 63 • Esto no lo dice un severo asceta, sino un mantenido por Dios en su orden perenne, al modo como el
escritor de economía, preocupado de las maneras de enrique- barroco Galileo busca la eternidad de las leyes naturales:
69
cer a un reino y a sus indivíduos. Y los escritores barrocos, «Quello che non puo essere eterno non puo esser natur a1 e» .
partiendo de constatación igual o similar, sacan también pretex- Se ha dicho que la Ciencia nueva de G. B. Vico pretende ex-
to, sirviéndose de ese planteamiento barroco sobre el necesario traer de la hístoria una legalidad equivalente a la legalidad
dinamismo transformador que ha de impulsar a la realidad, geométrica que gobierna el mundo físico en el .sistema carte-
para proponer las reformas políticas y económicas en el Go- siano, con esa simplicidad, uniformidad, generahdad, con que
bierno, con las cuales estiman que se podría renovar y dar se produce providencialmente el encadenamiento de las causas
eficacia al pesado e inoperante armatoste en que tal monarquía
se había convertido.
Ante las circunstancias críticas de carácter económico y so- 64. Agustín de Roías, El viaje entretenido, edición de J. P. Ressot, Ma-
drid, 1972, pág. 71.
65. Rousset, op. cit., pág. 47.
66. Ibid., págs. 11 y sigs.
61. Cf. mi obra Antiguos y modernos. La idea de progreso en el de- 67. Edición de Ch. V. Aubrun y M. Mufioz Cortés, París, 1962.
sarrollo inicial de una sociedad, Madrid, 1967. 68. Cf. mi libro Orígenes del empirismo en el pensamiento politico es-
62. Empresa LXVI, cít., pág. 504. panol del sigla XVII, ya citado.
63. Cellorigo, Memorial, fol. 2. 69. Opere, Edizione nazionale, vol. VII, pág. 669.
372 ELEMENTOS -DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 373

en los sistemas de los pensadores del xvrr -por ejemplo, en et variété», afirma Montaigne 72 • Tal es el relieve con que
un Malebranche-70 • aquélla se presenta en la mentalidad barroca. Frente a la obse-
En esa obsesión por las mudanzas tal vez haya que recono- sión por las ideas de unidad y perennidad del Medievo, la
cer una primera versión, tosca, en confuso barrunto, de la atención y estimación de la variedad se impusieron en el Rena-
concepción del mundo como una sucesión de fenómenos, cuyo cimiento. He sefialado la presencia., de este nuevo aspec;to en
orden sólo algunas mentes se aproximan a captar, pero al que La Celestina y me he referido, en otro plano, a la significación
los más permanecen ciegos. Más de un siglo después, cuando de la obra de E. de La Boétie 73 • «La varia naturaleza», como
la noticia acerca de la estructura conceptual de la ciencia, en la llama un personaje de Cubillo de Aragón (El seiior de Bue-
tanto que saber de un mundo fenoménico, se haya difundido, nas Noches), es el dato de que se ha de partir. El Barroco
en un escritor que en alguna medida la conoce, Jovellanos, ha- radicaliza e1 nuevo planteamiento y hace de la variedad tal vez
llamos esta curiosa equiparación de esas dos voces: «mudanza» el primero de los valores que el mundo encierra. No faltarán
y «fenómeno» (esta última, efectivamente, en el sentido de la manifestaciones de tipo ascético. Martínez de Cuéllar nos hace
ciencia natural): el hombre, ante la naturaleza, «en la fluida saber que «así es la vida, siempre variable, nunca una, y al fin
vicisitud de su estado sólo verá mudanzas o fenómenos» 71 • En nada» 74. Pero ahí queda la referencia a la variedad como ele-
cierto modo, la idea de mudanzas había sido equivalente a la mento suyo, elemento que en general se juzga como un valor
de fenómenos para una mente que no llegaba a captar el orden de fecundidad y de placer. ·
legal de éstos aunque aspirase a penetrarlo, y que tropezaba Lo más hermoso de la naturaleza física que nuestros ojos
con la confusión de los movimientos cambiantes en el mundo contemplan está en su variedad, nos dice Lope, exaltando «la
empírico. variedad con que se adorna e1 suelo» 73 • «Por el exceso en
Esto nos lleva a tratar de un último punto en este apar- variar es hermosa la naturaleza . . . Deleita en sumo grado la
tado: un mundo dinâmico y cambiante es, forzosamente, un observante variedad de las cosas», piensa taliibién Suárez· de
mundo vario. Figueroa 76 • Hasta en la literatura preperiodística de las Car-
tas, Almansa propaga el tópico: «la hermos~ra de la na~uraleza
jÔh, variedad común, mudanza cierta!, consiste en su variedad>> 77 • «Porque lo vario de por s1 -ase-
gura Bocángel- tiene mucho de bueno, esto vemos en la natu-
canta Juan de Arguijo en un soneto a la Fortuna, enlazando raleza, y más que esto, pues dicen que. es buena porque ~s
los dos aspectos: Ja,!i:JiJYfê(/ltid es una condición de la realidad, varia» 1s, de manera que sus palabras qu1eren darnos una op1-
en tanto que realidad cambiante de suyo. La variedad, en tal
caso, es una condición radical de la realidad: «11 n'est aucune 72. Essais, III, :xm, pág. 179 .. En otto lugar habla de «cette continuc1le
qualité si universelle en cette image des choses que la diversité variation des choses humaines» (I, XLIX, pág. 217).
73. El mundo social de La Celestina, 3.ª ed., Madrid, 1973.
74. Desengano del hombre en el tribunal de la Fortuna, edición de Astrana
Marín, Madrid, 1928, pág. 76.
70. Cf. L. Giuso, La filosofia de G. B. Vico e l'età barocca, Roma, 1943, 75. Obras en verso, pág. 51.
págs. 241, 271, passim. 76. Varias noticias ... , prólogo Y fol. 4.
71. Oraci6n sobre el estudio de las ciencias naturales, edición de Caso 77. Comienzo de la Carta XV (3 febrero 1624), pág. 249.
González, Madrid, 1970, pág. 236. 78. Op. cit., I, pág. 132.
374 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 375
nión de la que el autor da por supuesto que circula común gobiernos, de conformidad con la experiencia de pluralismo
y anónimamente. En materia tan barroca, no podemos dejar que caracteriza al sistema de Estado moderno y con la com-
de lado eI testimonio de! Guzmán de Alfarache. En sus pági- probada necesidad de que, para conocer a los hombres y a sus
nas se nos dice: «Con la variedad se adorna la naturaleza. Eso sociedades, como empezamos dicie~do en este capítulo, haya
hermosea los campos, estar aquí los montes, acullá los arroyos que penetrar en la ineludible diversidad de sus caracteres. He
y fuentes de las aguas» 79 • Comprobemos, finalmente, que el aquí cómo enlaza estas tres puntos Saavedra Fajardo: en pri-
tema pasa a la literatura que pretende más numeroso público, mer lugar, según su versión del pluralismo moral y caractero-
la de los Avisos periodísticos: «la variedad es hermosura de la lógico de los humanos, «no sin gran caudal, estudio y experien-
naturaleza y todos los sentidos Ia apetecen, y más el entendi- cia se puede hacer anatomía de Ia diversidad de ingenios y cos-
miento, inclinado a esta», así escribe Barrionuevo 80. tumbres de los súbditos, tan necesaria en quien manda»; en
Insistamos en el aspecto positivo de la cuestión que unas segundo lugar, toda operación de dirigir políticamente a los
líneas antes hemos sefialado. «Todo el universo -nos hace sa- grupos 'humanos se ha de fundar en el supuesto precedente de
ber, con mucho mayor alcance, Gracián- es una universal va" su diversidad: «se han de gobernar las naciones según sus
riedad, que al cabo viene a ser armonía»; y trascendiendo una naturalezas, costumbres y estilos»; finalmente, ello crea una
estricta valoración estética, afiade: «siempre fue hermosamente determinación que adapta los modos de gobierno a la varia
a~radable Ia variedad» 81 • Gracián puede formular un princi- condición de cada grupo y en cierta maneta lo interioriza en
pio general: «la uniformidad limita, Ia· variedad dilata» 82 • En él: «procure eI príncipe acomodar sus acciones al estilo del
estas palabras hay que sefialar la contraposición entre el espíritu país» 85 • Así pues, Ia conciencia de la variedad, como un. dato
barroco y el espíritu· ilustrado del xym, para el cual la unifor" positivo enriquecedor. de Ia. experiencia y condicionante de los
midad será precisamente el principio inspirador de toda su comportamientos humanos, informa la concepción barroca de
actitud. Para Gracián, en cambio, como para Pascal 88 es un la política y ·de la sociedad.
principio que limita y coarta. ' También el hombre, pues, está dentro del universal impe-
~n ~os escrito~es políticos se enc~entra el mismo tópico,. rio de la variedad. «Desde Ia infancia a la vejez es todo va-
en termmos seme1antes: Saavedra Fa1ardo nos hace observar riedad. No tiene en sí las mismas cosas, ni jamás es su seme-
que la naturaleza «en la variedad quisa mostrar su hermosura jante, antes siempre se renueva, recibiendo alteración tanto en
84
y su poder» • Ese supuesto general le lleva a insistir en la el cuerpo, en pelos, carne, huesos y sangre, cuanto en el alma,
variedad de pueblos, regímenes, costumbres, caracteres esta- mudando por instantes costumbres, usos, opiniones y apeti-
bleciendo incluso un lazo entre estas aspectos, que a~abará tos». Rozando de nuevo aquí los limites de la concepción me·
fundando el principio .de la particularidad multiforme de los tafísica tradicional del .ser .humano, .Suárez de Figueroa medita
sobre la diferencia de pueblos y razas en que se recrea la natu,-
79. Guzmán de Alfaracbe, en 'ap. cit., t. III, pág. 82. raleza y que hace filosofar a los más sabios, y a todo este incon·
80. BAE, CCXXI, pág. 131 (24 abril 1655). · tenible curso de mutaciones Ie busca explicación en las dife-
81. E! discreto, VI, en OC, 1Jágs. 94 y 95.
82. Agudeza :V arte de ingenio, en OC, pág. 240.
83. Pensées, cit., pág. 43. ·
84. Empresa LXXXI, pág. 580. 85. Empresa IV, pág. 186; Empresa LXXXI, pág. 584; y Empresa LIX,
pág. 468.
376 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 377

rentes maneras de combinarse los cuatro humores de que está hambre- conoce la sociedad espafiola del sigla XVII, Jerónimo
formado el cuerpo 86 • De ahí deriva la base científica de la de San José sefiala también el agrado que las gentes reciben
«variedad» humana, apoyada en la visión de una psicologia por la variedad en la invención y preciosidad de trajes y otras
diferencial, tan entusiastamente asimilada por las mentes barro- piezas del atuendo personal 99 •
cas: «No todo ingenio es aplicado a una ciencia o facultad y La difusión dei tema es tal que !lega a todas las esferas,
no hay ingenio que sea apto para todas las sciencias, sino que en una común estimación de sus resultados diferenciadores. Tir-
assí como las facultades y professiones tienen sus differencias so, ante una multitud de gentes, comenta su «ordenada con-
entre sí, ni más ni menos hay differencias en el ingenio de los fusión y apacible variedad» 91 • Que pueda hacerse, con un sen-
hombres, que unos son hábiles para una profesión y otros para tido favorable, tal tipo de comentaria, dice mucho sobre la
otra». Así recoge también Carballo la herencia de Huarte y nueva estimativa. En la misma línea, si Jerónimo de San José
encuentra explicación al hecho de la incontable diversidad hu- se refiere a las letras, nos dice que «la misma narración de
mana, la conciencia de la cual ha despertado, con el empuje cosas varias y nuevas entretiene y deleita la natq.raleza variable
del individualismo que avanza en el terreno de la vida econó- de los hombres» 92 •
mica y de la sociedad en general 87 • También, desde otro án- Pero el principio de la variedad, cuyo domínio, mucho más
. gula, Céspedes y Meneses toca el fondo psicológico de la amplio que el mundo de los hombres, se extiende a toda la
cuestión, tal como él la entiende, relacionándola con el pro- naturaleza, deriva de una ley que en ésta rige: a la unidad de
blema del papel de las pasiones: «no hay cosa que más alivie causa se corresponde una diversidad de efectos (con lo que el
el alma en sus pasiones que la diversión de las potencias; por- destronamiento del principio tradicional de que no puede habet
que con el variar de entretenimiento y comunicación se alienta en el efecto lo que no está en la causa, a lo cual se llegará en el
y <lesahoga» 88 : Estas palabras nos ponen en la pista de lo que pensamiento contemporáneo, no se habrá producido en el ·Ba-
el Barroco tiene de cultura en sociedad, empleando esta expre- rroco, pero sí se habrá anunciado de lejos). Jáuregui formula
sión con un sentido superficial; producto secundaria del carác- en su verso 93 aquella incipiente manera de ver:
ter urbano de aquél, que en otro capítulo ya estudiamos. José
de la Vega, que contempla el mundo vario y variable de la eco- ·assí con una causa el barro i cera
nomia, con esa redente invención tan tornadiza de las «accio- siguen discordes fines y contrarias;
nes», para ponderar la fuerza de la variedad acude a una de sus una se ablanda i otro se endurece,
si a un tiempo el Sol en ambos resplandece,
más vulgares y comunes manifestaciones: hay que «lisongear
el paladar con la variedad de sabores y diversidad de gus- Variedad supone variació~ y varía lo que se mueve. Hemos
tos» 89 • En la morbosa exageración del consumo que en su visto con esto el primer sector de conceptos que derivan~ en
estado patológico de crisis -entre la ostentación opulenta y el

86. Varias noticias ... , fot 1i. 90. Genio de la historia, reedición de Vitoria, 1957, pág. 331.
87. Cisne de Apolo, t. I, págs. 69-70. 91. Op. cit., pág. 92.
88. El espaíiol Gerardo, cit., pág. 214. 92. Genio de la historia, reedición citada, 1957, pág. 239.
89. Confusión de confusiones, 1688. Cito por la reimpresión en facsímil de 93. Orfeo, final del Canto I, edición de P. Cabanas, Madrid, 1948, pági-
Madrid, 1948, pág. 142. na 34.
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA
379
378 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA
que ves corre con el tiempo. Nada de lo que atiendes permane-
el sistema de la mentalidad barroca, del papel que en ésta se
ce» 97. El tema lo recogen unos versos de Bocángel 98:
le confiere a la idea de movimiento.
Pero hay una idea que va unida a la de movimiento, como El concertado impulso de los Orbes
la otra cara de la cuestión, y que, consiguientemente, tiene no es un relox de Sol y a1 Sol advierte
menos gran relieve en la cosmovisión barroca: la de tiempo. que también es mortal lo que más dura.
Si la invenci6n del reloj mecánico es anterior, el siglo XVII co-
noce interesantes novedades en el arte de la relojería, bajo el El tiempo es como e! lugar en que t.ocl() se en~ent~a, en
impulso de la obsesión por el tiempo y el afán de medirlo, que que todo se halla depositado. En él adqu1eren su forma Y pr:-
es un modo de empezar a someterlo ai domínio del hombre. seiiêia las cosas y en él desaparecen al pasar, no quedando mas
Con el reloj se hace el tiempo, dice Bances Candamo, «VÍ- que el tiempo porque éste es lo que todos, conforme ya hemos
viente y visible» 94 , con lo que se le arranca de la terrorífica visto vienen 'a estimar como lo único continuo, permanente:
región de lo ignorado y se le hace objeto de observación sen- el m~dar, el pasar, el cambiar y moverse.
sible, que es una maneta de empezar a conocerlo. Tú eres, tiempo, el que te quedas
Desde la esfera de las relaciones económicas -con la difu- y yo soy el que me voy,
si6n del préstamo a interés, las especulaciones sobre precios
de los mercaderes, la incipiente consideración de los movimien- apostrofa G6ngora. Nunca podremos olvidar, hablando de estos
tos coyunturales- hasta el campo de la ciencia o el del arte, temas el verso perfecto de Quevedo, en su famoso so~to
tf!Jemporalidad pasa a ser concebida como un elemento cons- -traducido en parte de du Bellay- a la grandeza torna za
.tltutivo de la realidad .... Si diji:triõS' que la realidad, más ·que
u:n de Roma:
estado, era ,un proceso, ello se debe a su última consistencia
·Todo lo fugitivo permanece y dura.
temporal. «Todo la edad lo descompone y muda», dice Jáure,
gui 95 , lo que quiete decir que el · tlempo ID!ce y rehace las De una realidad que sin descanso fluye y pasa, eso es lo que
cosas, las sac:;a de ser lo que eran, en la corriente de una uni- permanece, ~,§~ ,9.c:! ~.ll fltiide~. El hombre se define como una
versal mutabilidad, y las renueva haciéndolas otras. «Todo lo fluidez continua» una sucesi6n que no puede detenerse y que
acaba el tiempo y lo enajena»·, escribe Quevedo, en severo :n cada instante ~oporta el dramático cuid.ado de hacerse un
verso 96 • futuro que pasará a través de él para seguir en forma de pa-
Si la última realidad de cuanto existe es el pasar, y puesto sado. Ante Ia imagen del Sol en su c~rrera -una deJl~s más.~~~
que el pasar es tiempo, quiete decirse que el tiempo es el. ele- caces simbolizaciones barrocas del tiempo- canta auregui .
mento constitutivo último de toda realidad. «Nadá será maiia-
na lo que es hoy -leemos en Martínez de Cuéllar-. Todo lo Que es vida todo el tiempo que me llevas
y el que me ofreces 11.m mortal cuidado.

94. Theatro de los theatros de los pasados y presentes siglas, edición de


D. W. Moir, Londres, 1970, pág. 78. 97. Op. cit., pág. 123.
95. BAE, XLII, pág. 104. 98. Obras, t. l, pág. 60.
96. Volumen de Poesfa, cit., pág. 19. 99. Ed. çit., pág. 105.
.380 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 381
Si el hombre es UQa sucesión de estados, no es cada uno de de la obra humana y, por tanto, la condición de la vida dei
éstos lo que cuenta -cuya naturaleza se puede equiparar, como hombre que la ha creado, sin poderia librar de su propia fuga-
tantas veces se nos dice (luego nos volveremos a ocupar de cidad. Son un patente testimonio de la pugna entre la natura-
ello), a los suefios pasajeros-. Lo que importa es la estructura leza perenne, aunque cambiante, y del hombre perecedero y
de la. sucesión en cuanto tal, algo así como el soporte de los dotado de la capacidad de hacer cambiar las cosas, por ejemplo,
cambias que es la sucesión misma, el tiempo. de hacer de la piedra, palacio. La conocida reflexíóri de Símmel
J Los hombres de la cultura barroca muestran una obsesiva
preocupación por el tiempo. Cuenta en todas las manifestacio-
sobre el sentido social de las ruínas es perfectamente aplicable
ai Barroco 101 • Comprendemos que en él, Poussin y Claudio
nes de la vida, como hemos dicho; aparece en cualquier cosa de Lorena, Velázquez y Mazo, se hayan ensayado en captar su
de que se escrihe. Se subraya en todas las cosas su ingrediente significación humana. La difusíón del tema se comprueba con
de temporalidad. Shakespeare y Quevedo apenas dejan de pen- su utilización en tantos cuadros, en tantos relatos novelescos.
sar en el tema, o mejor, tqdq lo piehsa en relación con él. En Nos la confirma nuestro recuerdo de tantos poemas dedicados
alguna dependencia con ello se ha podido decir que es la época o que aluden a las ruínas de Troya, Cartago, Roma, Numancia,
de esplendor dei arte de la relojería 1ºº. Aunque, a nuestro Sagunto, Itálica: Arguijo, Quevedo, Rioja, Caro, Quirós, etc.,
entender, si puede afirmarse esta del sigla XVII, lo es ante todo hicieron versos sobre ellas. El tiempo, pues, es el puro proceso
en cuanto época moderna, heredera de la cultura urbana y bur- dinámico de las transformaciones. «Pasando el tiempo que los
guesa. de! Renacimiento, sin dejar por ello de ser cierto que en montes muda», según canta un verso de Lope, éCÓmo no han
ese punto coinciden los dos aspectos de la centuria: su condi- de moverse, en una continua mutación, cuantas cosas en él y
ción de móderrudad es un ·factor de la mentalidad barroca. . por él existen? «Nunca otro período como el del Barroco -es-
~<Mi vida va valando, el tiempo corre», canta con patético cribe Panofski- se mostrá más obseso por la profundidad y
sentir Lope. Y· más que poder medir galileanamente los perío- la inmensidad, el horror y la sublimidad del concepto de tiem-
dos pasados de esa fluencia, lo que interesa ai escritor barroco po» 1º2• Las imágenes saturnales con que en el XVII se le sim-
en cúanto tàl, es poner a la vista el esquema irreductible d~ boliza, responden a esa conciencia del paso ininterrumpido de
ese curso temporal: sufugacidai:l. La carrera dei tiempo es el una universal transformación, aniquiladora de las cosas, pero
sucederse de los cambias, la sustitución de cosas que dejan de también fuente de verdad y de fecundidad. Dicen unos versos
ser por otras que van a seguir después la· misma suerte. del canónigo Tárrega:
De ahí. la preocupación del Barroco por el tema de las ruí-
nas~ En ellas pretende encontrar el testimonio de un tiempo Que como el ti:empo lo cría,
res~ondiendo a Ia incipiente conciencia histórica que trata d~ todo el tiempo lo àeshace 1ºª.
abrirse paso. En tal sentido, cl escritor barroco cultiva la ar-
queología,
, ai modo de. un Rodrigo Caro. Pero. las. ruínas ' ade-
mas, son un material muy adecuado para estudiar la estructura
101. «Las ruinas», en Cultura femenina y otros ensayos, Madrid, 1934;
págs. 209 y sigs.
102. Ensayos de iconologia, Madrid, 1972.
100. Orozco Díaz, Lecci6n permanente de! Barroco espafiol, Maddd,. 1952, 103. Loa que precede a la comedia El esposo fingido, en Poetas dramáti-
pág. 54. Más adelante veremos otto aspecto de esté tema. cos valencianos, t. 1, edici6n de Ju!iá Martínez, Madrid, 1929, p~g. 229.
382 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA ~A ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 383
«Mudables son las condiciones del tiempo». Frases como tico, empenado en captar en su inestabilidad, en su transit.o-
ésta ~e Setanti o l~ referencia a «las mudanzas del tiempo», riedad, el instante: un arte de cuatro dimensiones, que a· su
en ~irso, o a la «v1olencia del tiempo», en R. Caro, ponen de manera introduce la de tiempo 106 • Todo lo anterior explica
man~esto el enlace barroco de ideas en torno a la vivencia que el Barroco haya sido una cultura historicista, la primera en
d~l tl:mpo y del ca.mbio, en las conciencias de la época. «La esa línea. Si el escritor barroco pudo pensar con Rodrigo Caro
divers1dad de los ttempos y de las circunstancias varían los q~e la historia era una defensa contra la «violencia del tiem-
efectos de las cosas iguales» 104 • Vemos surgir aquí otra idea po» 107 , pronto advirtió que este era una falsa apariencia, ya
que se halla estrechamente conectada con las que llevamos ex- que la historia estaba para patentizar y. obligar a tomarlo en
pue~tas, a la cual hay que referir las transformaciones que la consideración, como ineludible dato de la existencia.
realidad nos presenta: la. circunstancialidad. Si el modo de ser La preocupación por la hl§!9f!ª.;alcanza en ella una inten-
de las cosas se nos da en unas circunstancias, quiere decirse sidad nunca conocida antes. Se produce un proceso de histori-
que de éstas dependen los cambios en los modos de ser con que :ficación, de circunstancialización de muy diversas áreas del
nos encontramos en el paso del tiempo. Por eso dirá Gracián: saber, mantenidas hasta entonces bajo una rúbrica de saberes
«tanto se requiere en las cosas la circunstancia como la subs-
t . 105 s· G ., permanentes: los teólogos y filósofos reconocen un carácter
ancia» . l rac1an, como, por otra parte, todos los escri- histórico en el mismo derecho natural. La política, con mucha
tores de su tiempo, no renuncia al legado aristotélico-escolás- más razón desborda el área de una perenne filosofía moral
tico de la noción de sustancia, pone el acento de ser -que para conv:rtirse en un saber histórico. Este tiene una manifes-
para nosotros, los hombres, en la experiencia del mundo terre- tación anecdótica muy reveladora: Saavedra Fajardo, andando
nal nos ofrecen las cosas- sobre su dependencia de la circuns- por los caminos de Europa, en las circunstancias de la Guerra
tanci?; concepto est: último -es de interés destacarlo-- que de los Treinta Afias, nos re:fiere que compuso sus Empresas
Gra~tan emple~ en s1i:gular ( también aquí, léxico barroco y or- «escribiendo en las posadas de lo que había discurrido. entre
tegu1ano comc1den). Si la circunstancialidad es el modo de apa- mí por el camino» 108 •
recérsenos las cosas en el tiempo, el modo necesariamente tem- Esta condición de circunstancialidad que nos ofrece el
poral. de ser las cosas 'ante nosotros, quiere decirse que la tem- mundo lleva a la articulación de otra serie de ideas, no menos
poralidad afecta al ser de las cosas. En éstas, su modo de ser necesarias de considerar para el estudio de la mentalidad barro-
es su modo de aparecérsenos, lo que implica su temporalidad: ca: fortuna, ocasión, juego. Otras veces hemos hablado de
el mo~o varía con las diferentes situaciones que se producen estes conceptos, por lo menos del primero de ellos. Otros mu-
en el ttempo. Las cosas, los hombres, son en una circunstancia. chos han hablado también del tema. Nos reduciremos aquí a
Su presentación circunstancial afecta a su modo de ser· son
. . t1empo.
por cons1gu1ente, . ' ' destacar aquellos de sus aspectos que interesen para seguir el
bilo de nuestra exposición.
. Se. ha dich~ que !as obras del Barroco son composiciones Empecemos refuiéndonos a la fortuna. «La fortuna es va-
dmám1cas, mal;lifestacrones de un arte dei movimiento, cinemá-
106. Cf. Ph. Butler, Classicisme et Baroque dans l'oeuvre de Racine, Pa-
rís, 1959, pág. 21.
104. Setanti, BAE, LVII, págs, 525 y 526. 107. Obras, I, pág. 8.
105. El di~creto, XXII, en OC, pág. 135.
108. Empresas, cit., Prólogo al lector, pág. 166.
384 ELEMENTOS DE tJNA COSMOVISIÔN BARROCA LA ESTRUC'I'URA MUNDANA DE LA VIIlA

ria», tal es el sentido fundamental de la idea de la misma, en Se parte de un sentimiento, más que de puro azar, de tma
el aspecto que aquí nos interesa. En esas palabras de Francisco extrafia versátil e inalcanzable fuerza ante el curso del acon-
Santos 109 , hay un matiz de estimación positiva; otros harán un tecer, ~. cuando menos, en relación a cierta esfera del mis-
juicio desfavorable de la misma: Jerónimo de Cáncer habla de mo, el acontecer humano. «Impía providencia», la llamó, en
«la fortuna varia, negra y fea» 110 • Pero unos y otros enuncian uno de sus sonetos, Trillo y FigueroaJ. 15 • Pero en alguna ma-
el carácter que las gentes del Barroco destacan en el mito de nera se reconoce que cabe insertarse en el curso aparent~ ~~
procedencia clásica, llevados de la oscura conciencia de insegu- lo fortuito eficazmente, es decir, con un margen de pos1bili-
ridad que los domina: la. variabilidad. Céspedes despliega con dad de incllnar el resultado hacia lo que se pretende. Villame-
11~ • b'
mayor amplitud el mismo tópico: «la variable fortuna, enemiga diana habló alguna vez de «las leyes de f ortuna» , y st ien
de toda estabilidad y sosiego» 111 • Sobre los caracteres con que con esta expresión probablemente no quiso referirse más que
Maquiavelo renovó con tanto vigor el tema de la Fortuna, a la inexorabilidad de las disposiciones de la fortuna y no a la
transformando en parte la herencia antigua y medieval y adap- regularidad del curso establecido por las mismas, queda, no
tándola a las necesidades de la mente renacentista 112 , observa- obstante una última resonancia de un orden dado. Confusa-
mos que, muy diferentemente, en el XVII se ve, predominando mente ;dvierte Céspedes que «notable es que, siendo siempre
sobre cualquiera de los demás, aquel otro aspecto de sacudir las los ca~os contingentes de su naturaleza tan desiguales, se esla-
cosas más firmes, introduciendo por todas partes la inespera- bonan a veces de manera que más parecen efectos de causas
.
concertadas que acc1dentales . ordem> u1 . Barrunta un ma
y sm . 1-
da variación, e1 cambio azaroso, la contingencia. «Esta conti-
nua inquietadora del mundo», la llama Bocángel, en la segunda canzable orden legal. A ello parece también apelar Calder6n,
de sus Declamaciones castellanas, que lleva por título «Contra cuando en De un castigo tres venganzas hace decir a uno de
la Fortuna» 113 • Acentuando esa fuerza contraria a la razona- sus personajes:
ble sucesión de las cosas, Calderón (El mayor monstruo del Oh, qué de cosas, fortuna,
mundo) denunciará se eslabonan y se enlazan,
todas posibles ...
los contingentes delírios
del hado y de la fortuna. Aunque no salgamos de la esfera de la posibilidad, se descubre
un encadenamiento que permite insertar la acción humana en
La fortuna, en el siglo XVII, es una imagen retórica de la la sucesión de los hechos que la Fortuna dispone.
idea de mutabilidad del mundo: se la concibe como motor de Cuando se hubo empezado a advertir, desde muchos siglos
los cambias y causa del movimiento que agita la esfera de los atrás, que el mundo era un escenario de cambios, se echó mano
humanos 114 •

109. Op. cit., pág. 442.


110. BAE, XI.II, pág. 431. bir a la cumbre», escribe Crist6bal Lozano, Historias y leyendas, CC, Madrid,
111. Op. dt., pág. 144. t. I, pág. 211.
112. Cf. especialmente II Príncipe, cap. XXV. 115. BAE, XI.II, pág. 49. .
113. Obras, t. II, pág. 56. 116. Soneto 21 en Obras, edicíón de J. M. Rezas, Madr~d, 1969, pág. 97.
114. «ll:stas son las mudanzas de fortuna, caer unos de la a:ltJUra y otros su- 117. El soldado Pindaro, cit., pág. 293.

25. -· MARAVALL
386 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 387

de la idea de Fortuna para explicar aquellos que no paredan miento, Ia idea de fortuna va a cubrir más bien tod?, el campo
responder a un orden rácional en su sucesión. Hay muchos ma- de relaciones naturales que no son una pura conex1on de me-
tices en esa idea de Fortuna: para los antiguos es una decisión dio a :fin, sino que se presentan como relaciones de dependen-
de los dioses, ajena a los hombres: unhado; para el Medievo, cia de tipo mecánico, cuya razón de ser no s~ ~lcanza, no P?_e-
un acontecer que la Providencia hace salir del orden regulado, de descubrirse dentro de un orden de :fines divmo. Esa .vers1on
a fin de hacer más inescrutables y temibles los desígnios de barroca viene a ser la idea, simbolizada en una u otra unagen,
Dios; en escritores del siglo xv, parece significar la manera de una corriente de carobios que no se detiene, ínsita en la na-
de manifestarse e1 desorden constitutivo de un mundo en crisis turaleza, sí, pero cuya ley no esperamos captar porq~e parece
por su propio desarrollo; para el pleno Renacirnient9, se apela como no existir, ante cuyas manifestaciones fen?mémcas, apa-
a las fuerzas naturales que caen más allá de nuestra acción renciales, lo que cabe es practicar un c?mportam1ento «ad~cua­
voluntaria, de nuestro control; y en el XVII se puede advertir do» -el término es de J. A. de Lancina, al :final de la epoca
la conversión de esa última concepción --,.que podemos llamar que estudiamos-. . .
maquiavélica- en la idea de una marcha de las cos:sis de este Ese modo de presentársenos lo real, ci.rcunstancialmente Y
mundo, no encuadrable ciertamente en un esquema racional, de manera que no podemos enfrentarnos a él más qué ~-or
pero que el hombre avisado puede afrontar con una estrategia, acomodación, nos dice que las cosas se nos dan en una, ocaswn.
llegando a conseguir resultados favorables, estadísticamente La ocasión es el instrumento de la Fortuna, sostendra Queve-
comprobables. La contraposición de razón y fortuna es un do ;W~~j: la circunstancia entendida fortuitamente .. Es el m~do
tema de Calderón (se encuentra un ejemplo de planteamiento de cuanto aparece ante nosotros y no se ha reduc1do a un s1m-
de este tipo en la segunda parte de La hija del aire) 118 • En tal ple hecho físico; frente a lo cual, sin contar con las nori:nas
sentido ya que la razón se corresponde al orden regular y pre- universales de la razón, hemos de trazar nuestro comportam1en-
visible del mundo natural, la fortuna viene a ser lo contrario. to. La <<ocasióm> (hay conceptos semejantes: el «punto», ~1
Así lo considera también Caldetón en otros lugares: «tiempo», la «oportunidad», pero ninguno e~ más claro y ri-
guroso) constituye, por tanto, un aspecto baJo el que se nos
porque efectos no se ven hace patente el ser temporal y cambiante de las cosas. «Todas
adonde opuestas no estén
fortuna y naturaleza. las cosas tienen su tiempo», nos dice Juan de Zabaleta, Y ese
(Saber del mal y del bien) tiempo es la ocasión; por eso «las cosas que pierden el pu~to,
las más veces pierden el ser» 120 • «De prudentes y preverudos
Calderón se mueve aquí en el âmbito de un concepto tra- -dice Céspedes- es conocer e1 estado de los tiempos», ya que
dicional de naturaleza, aristotélico y :finalista. Pero bajo la «las difi.cultades y contingencias de los tiempos dan muchas
transformación que de este último se prepara desde el Renad veces leyes a la naturaleza» 121 • De nuevo encontramos la pala-

118. Ten tú razón, yo fortuna .;!f:t9; .La hora de todos 'Y la fortuna con seso, en Obras, edición de Asttana
y verás que no te envidio, Máifu Aguilar, Madrid, 1932, I: Prosa, págs. 269 ~ sigs.
en la jornada II de la citada comedia. La tesis de Calderón, dentro de su 12Ó. Errares celebrados, edición de Martín de Riquer, Barcelona, 1965, pá-
moral cristiana, de base providencialista, es, sin embargo, la inversa de Ia gina 85.
que este personaje enuncia. 121. Op. cit., págs. 337-338.
388 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 389
bra ley en el sentido que antes hemos visto. En el amplio re- con el mundo, con la sociedad. Son los triunfadores o los de-
pertorio paidético, respecto a la cultura barroca, que contiene rrotados de la Fortuna, sobre cuyos ejemplos tanto se escribió
El critic6n, el papel que se atribuye a la «ocasión» tiene un en el xvn, en biografías que cultiva un Mártir Rizo, en come-
valor central. Acomodarse a la ocasión es también el principio dias ejemplarizantes que componen Lope, A. Coello, Pérez de
básico para un escritor como N. Feret 122 • «Es muy grande pru- Montalván, en relatos moralizadores de C. Lozano, etc. Son
dencia y discreción acomodarse a los tiempos», dice, por su personajes del mundo antiguo, como Príamo, Dido, Séneca; de
parte, Céspedes 123 • «Atenerse a la ocasión», precepto barroco siglos más cercanos, como Alvaro de Luria, el duque de Viseo
por excelencia, quiere decir contar con el modo fugaz y sin es- o la teina Juana de Nápoles; o del mismo presente en que los
tructura racional aparente de presentarse ante nosotros la rea- considera el público barroco, como Rodrigo Calderón, el conde
lidad. Ese «contar con>> ello significa -sàcándolo de la sedi- de Essex, el cardenal Wolsey, el canciller Tomás Cromwell,
mentación de la experiencia de la vida- manejar un saber etc. 125 • Apasionan los ejemplos especialmente de quienes han
comportarse con adecuación al instante en que la cosa entra sabido dominar a la ocasión o han fracasado en ello. No signi-
en nuestra órbita y alcanzar el resultado que pretendemos. Saa- fica, pues, la idea de Fottuna que un inexorable fatum -fa-
vedra Fajardo formula con claridad la idea: si todas las cosas vorable o adverso- caiga sobre algunos; ni tampoco que un
tienen su subir y bajar, tienen sus cambios, «quien les conociese puro azar tenga que ser pasivamente soportado por el huma-
el tiempo, las vencerá fácilmente» 124 • Por eso se explica que, no. En ambos casos, no haría falta considerar tales supuestos,
para los tacitistas -manifestación más acusada del tipo de esos dar consejos, avisos, advertencias, estudiar conductas, etc., ni
técnicos del comportamiento que son los escritores barrocos-, cabría. atribuir mérito o demérito a la persona. Ante el reto de
el concepto de «ocasióm> tenga una relevancia decisiva: así la fortuna, ante la dificultad de la ocasión, ·ha de quedar siem-
en Gracián y Saavedra, que ya hemos citado, pero no menos en pre un margen de posible intervención personal. Y para preparar
tantos otros, desde Alonso de Barrientos a Juan Alfonso de a ésta, la cultura barroca monta sus medios.
Lancina. Esa dependencia ocasional en dársenos las cosas, da Con las cosas, con los hombres, los cuales aparecen en
lugar a que nuestra relación con ellas se produzca siempre en nuestra vida dotados de la indeterminable y apenas aprehensi-
una «coyuntura» y en ella tenga que ser resuelta. Es esta pala- ble realidad de la ocasión, la manera de operar no puede ser
bra también del más frecuente uso en el XVII. En Gracián o otra que el juego. La moral casuística, la política maquiavélica,
en Céspedes no sería difícil obtener medio centenar de ejem- la economía de las ganancias en el gran comercio, las incipien-
plos de su uso. tes especulaciones bursátiles, la técnica del trompe-l'ceil en el
Con lo que precede, comprendemos el gran desarrollo que artista, la guerra entre príncipes, etc. -todos ellos, productos
en la literatura barroca adquiere la consideración estimativa bien típicos de la cultura barroca-, son juego. Toda Europa
del caso de los que aciertan o yerran en su juego estratégico juega en el xvn y a veces el afán desmedido del juego provoca
verdaderas catástrofes, como en el caso de la especulación
122. Cf. P. Mesnard, «Baltasar Gracián devant la conscience française», sobre los tulipanes en Holanda que recotdaba Sombart, al es-
Revista de la Universidad de Madrid, VII, núm. 27, 1959; y Rousset, op. cit.,
pág. 614. 125. Es literatura que se lee con avidez y que los gacetilleros proporcionan
123. Op. cit., pág. 360. a su público: cf., como ejemplo, la Carta VI de Almansa con e! relato dei su-
124. Empresa LXXXVIII, pág. 614. plicio de don Rodrigo Calder6n (22 ocrubre 1621).
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 391
390 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA

tudiar, con fina penetración, la parte del juego en los primeros Cima de un objetivismo intelectualista, propio del socrati~~o
tiempos de formación del capitalismo mercantil 126 • En la Es- medieval nos encontramos con un mundo coloreado, condicio-
pafia del XVII se da un incremento morboso de toda clase de nado po; los intereses de cada uno 128 • Hay como una an~ino­
juegos de azar, pero en especial del juego de naipes. Muchas mia difícil de salvar entre la objetividad de lo real y la mirada
veces las cartas han servido de imagen para dar idea de un tipo que lo contempla. AI peregrino en el mundo que ~omenio nos
de comportamiento como el que aquí queremos definir, en tan- presenta en una de sus obras, le colocpn unas ant~parras que,
to que propio del hombre barroco, ante un mundo dotado de según nos dice, «tenían, como más tarde tuve ocas1~n de com-
las condiciones que llevamos expuestas. Todo es un dramático probar muchas veces, una curiosa propiedad: 1\proximaban los
juego y todos juegan apasionadamente en Espafia. Dado que objetos lejanos, alejaban los que estaban cerca, agranda?an lo
esa práctica dei juego se nos manifiesta como típicamente ba- que era pequeno, reducían lo que era grande, embellecian las
rroca, ello nos sirve de comprobación, cualquiera que sea la cosas feas, afeaban las hermosas, hacían negro lo que era blan-
insuficiencia estadística dei dato, sobre la difusión del Barroco co y blanco lo que era negro» 129 • Claro que, de todos modos,
en la sociedad espafiola del XVII. el tal peregrino cree que detrás de eso está la verdad Y da por
Pasemos a otra cuestión. Un,n:rundo mudable .y cam.biable supuesto que se puede llegar a juzgar conforme a ella. Hasta
es Uf.l ~uµÇ.o.fenoménico, un mundQ en el que las cosas son los más atentos a la apariencia no dejan de pensar en lo que
apari~nc)as; por lo menos, esto es lo que cuenta para quien se hay por dentro, como los personajes gracianescos reconoc~n.
encuentra con ellas y, contando con ellas, tiene que planear y Sería absurdo negar la vigorosa subsistencia de una concepc1ón
llevar a cabo su existencia. No quiete decirse que no haya otra sustancialista de las cosas, en una cultura basada firmemente
cosa detrás. Hay en esto una diferencia de matiz -aunque no en la tradición aristotélica. La restauración dei aristotelismo
por eso importe menos de comprender- entre dos mentes pró- se ha sefialado como un dato a tomar en consideración al ha-
ximas, diferentes y emparentadas: la del Renacimiento manie- blar del xvn 13º. El Lope del Arte nuevo no deja de haber leí-
rista y la dei Barroco impregnado de saber clásico. Desde el do a Robortello 181 • Pero lo que de nuevo llama la atención en
nivel de la primera, Francisco de Holanda sostendrá que «no el xvn es que, sin atender, en muchos casos? a ~rmoniz~r. am-
solamente el pintor valeroso ha de conocer y pintar cómo están bas concepciones, la sublimación de la expenencta de cr1s1s en
sus obras por la superficie externa que todos ven, más aún ha un mundo cambiante lleva a destacar que en nuestro trato con
de saber la razón de cómo en lo oculto y interior que no se las cosas, en nuestra ocupaci6n operativa con ellas, hemos de
muestra están perfectamente todas las cosas» 127 • Desde el ni:
vel de la segunda, interesará sobre todo lo que el ojo ve y se 128. El critic6n, III, pág. 172.
129. En el volumen ántol6gico publicado por. Ia UNESC<?, Jean A_mos Co·
reconocerá a éste su papel activo: el ojo tifie al mirar, todos menius, 1592-1670. Pages choisies, con introducc16n de J. Prnget, Paris, 1957,
ejercemos de «tintoreros» al observar las cosas, dirá Gracián, pág. 45. . l S . . z· Fl
130. Cf. E. Raimondi, Letteratura barocca: Stud1 su e:cento 1ta :ano, o-
todos, al contemplar el mundo, «le dan e1 color que les está
rencia, 1961. .
bien al negocio, a la hazafia, a la empresa y al suces0>>. Por en- 131. Lo cita expresamente, revelando un conocimiento d!l'~to. Cf. ver~os
142-144 y 350 (págs: 290 y 299 de la edici6n de Juana de José Prades, Madrid,
1971 -<:on un excelente estudio preliminar, de interés para nosotros-). La pre-
126. El burgués, Madrid, 1972. sencia del legado doctrinal aristotélico, renovada en Ilia literatura del xv.n lo se-
127. Diálogos de la pintura antigua, edici6n de E. Tormo, Madrid, pág. 43. fial6 E. Moreno Báez, Lecci6n y sentido de! Gt1zmán de Alfarache, Madrid, 1948.
392 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 393
contar con su carácter fenoménico, aparencial, tal como arras- Gracián y los barrocos se advierte incipientemente también:
tradas por una corriente movediza de la realidad, se pr~sentan Ia apariencia es el modo de mostrársenos las cosas en la expe-
l~~ cosas ante nosotros. Moreno Villa, con gran perspicacia, riencia, lo que de ellas akanzamos y conocemos, por tanto,
d110 que Velázquez pintaba apariencias 132 • Esta es lo que aspi- aquello con que hemos de contar y de lo que nos hemos de
ra a captar el hombre barroco, en su visión empírica y personal servir. Conocer es descifrar el juego de las apariencias, «sal-
del mundo. «Todo el mundo es trazas», dice un verso de Mira var las apariencias», conforme a la pretensión del moderno
de Ame~cua , frase que ofrece en el XVII un carácter tópico,
183
espíritu científico. Apariencia y maneta no son falsedad, sino
Y la repite, entr}! otros, Barrionuevo 134 •
algo que de algún modo pertenece a las cosas. Apariencia y
Alguna vez hemos sefialado Ia presencia y correlativamente manera son la cara de un mundo que para nosotros es, en
la profunda alteración del «mito de la caverna» de Platón en cualquier caso, un mundo fenoménico, respecto al cual nuestra
Gracián. Lo que de ello nos interesa está en Ia modi:fica~ión relación es conocerlo empíricamente y utilizado. Galileo y
que sufre el tema. En Platón, la salida de la caverna, donde Descartes estaban en ello, más por racionalistas y científicos
el hombre encerrado en ella no contempla más que sombras que por barrocos, claro está; pero los escritores barrocos vis-
apare~tes a las que tomaba por cosas en el mundo empírico, lumbraron confusamente ese oculto camino. Observemos que
~e~m1te al hombre acceder al mundo de la realidad plena y en el sigla XVIII un gran sabio ilustrado, Maupertuis, físico !
ultima, esto es, al mundo de las ideas. En Gracián, Ia salida moralista director de la Academia de Ciencias de Berlín, escn-
del hombre de la cueva de su absoluta soledad le hace irrumpir bió: «vi;imos en un mundo en el que nada de lo que percibi-
en un mundo de fenómenos que se presentan ante su expe- mos se parece a lo que percibimos» 137 • Esto parece una frase
riencia, de apariciones cuyo modo de desenvolverse ha de perfectamente barroca, y sin embargo expresa la gran paradoja
aprehender para hacerse Ia vida, en adecuación a esa realidad entre la ciencia y la experiencia de cuya constatación surge el
135
aparente • «Lo primero con que tropezamos -nos dirá en pensamiento científico moderno. En media de su crisis, el hom-
otro lugar el mismo Gracián- no son las esencias de Ias co- bre barroco se vio perdido ante las cosas y sólo acertó a
. 1 . . 1ao . Hay en 1a contraposición aparien-
s~s, sino ~s apar1enc1as» hablar de confusión y de desengano, según que se inclinara
cta-sustancta o manera-ser un aspecto metafísico y moral que más a una consideración lógica o a una desestimación ascética
es frecuente en Gracián y en todos los escritores barrocos, los de esa tremenda y, sin embargo, fácilmente superable antino-
cuales lo recogen de la tradición, expresado en la multisecular mia entre realidad y apariencia.
metáfora de la certeza y el meollo. Pero hay también en ella Será posible, según el escritor barroco y el fundador de .Ia
surgido con los primeros atisbos de mentalidad moderna, ~ moderna física, un último paso que nos librará la esenc1al
planteamiento que pudiéramos llamar epistemológico que, en verdad definitiva de Ias cosas; pero es un paso que nos saca
132. Velázquez, Madrid, 1920. dei mundo de la experiencia, aunque en uno y otro caso por
1~3. La casa de! tahur, verso 465. Cito por la edición de V. G. Williamsen distinta vía. En éste, nos hallamos sumergidos en un conjunto
Madrid, 1973. '
interdependient~ de apariencias y a él hemos de referimos y
134. Aviso~, I (27 septiembre 1656), BAE, CCXXI, pág. 321.
13~. Cf. ~l a:tículo «Un mito platónico en Gracián», recogido en mi vol.
Estud1os de h1stor1a del pensamiento espanol, serie III, Madrid, 1975.
136. El discreto, XXII, cn OC, pág. 135. 137. Cioodo por J. Ehrard, L'idée de nature en France à l'aube des lumieres,
Paris, 1970, pág. 103.
394 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN , BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 395
en él hemos de trazar la conducta de nuestra vida. «Las cosas La distinción entre apariencia y esencia, que es normal en el
comúnmente no pasan por lo que son, sino por lo que pare- pensamiento occidental, se acentúa en la mentalidad barroca
138
cem> • Por eso al escritor barroco moralista, político, etc., no y se constituye en la base para organizar esa «táctica de aco-
le importa, en un primer planteamiento, despojar a Ia reali- modación» que se refleja en la moral y en la política. Estas
dad del velo que la cubre, sino acomodarse, o acomodarnos últimas son imposibles de entender sin situarlas sobre el fon-
a esa realidad inmediata. Así lo plantea la pregunta de u~ do de Ia concepción aparencial del mundo tal como la veni-
personaje de. Gaspar de Aguilar, en La fuerza del interés, mos exponiendo. Si Velázquez pinta «fenómenos», aparien-
comedia de tema muy acorde con el estado mental de Ia cias, Botero y Gracián, Saavedra y Boccalini construyen una
época 189 : política para un mundo fenoménico.
El hombre del Barroco, pues, se ve instalado en un mun-
cNo ves que juzgan los hombres do que es, como dice Suárez de Figueroa, «todo perspecti-
lo que es por lo que parece?
va» 142 • La perspectiva, como manera de darse la realidad ante
los ojos dei artista, es la noción que informa toda la obra
Sólo en un segundo momento vendrá a manejar el tópico de los pintores del siglo xvr1. La perspectiva es la manera en
del «desengano» 140 ; pero no para hacer abandonar el mundo que se asoma al mundo y lo capta la pintura barroca. Y esto que
al desenganado, sino para ensefiarle mejor la manera de adap- decimos de la pintura es válido para todo tipo de visión: para
tarse a él. Después del desengano, escribía Martínez de Cuéllar e1 arte y para el pensamiento. Paravicino, al indicar el tema
el hombre, puesto ante las cosas, «míralas como han de ser' central de una de sus oraciones fúnebres, dirá: «todo el campo
no como son»; antes, en cambio, «mirábaslo el mundo enga-' de la elocuencia se escorzó a esta . ~ectiviv> 143 , texto en el
nado y así conocías las cosas como son, no como han de ser» 141. que la introducción del concepto de escorzo refuerza la función
El ser de Ias cosas -nos dicen las palabras anteriores, a pesar del de perspectiva. Lope nos habla de «los lejos que la perspec-
?~ su fuerte carga de ascetismo- es su apariencia primera, si tiva nos descubría» 144 •
bten queda su segundo y último ser -un deber ser o llegar a Desde otro ángulo, esto mismo es un aspecto del relativis-
ser- detrás de lo que a primera vista vemos. Esa apariencia mo o circunstancialismo de _la época, tan observable en Saave-
que es lo que tenemos ante nosotros es algo que pertenece dra y otros i 45 • «Según conCibe cada uno () segiin percibe -nos
a la cosa, tanto como la sustancia misma, por lo menos en re- dice Gracián-, así le da el color que quiere, conforme al afec-
lación a nosotros y a nuestro empírico. existir: algo en que
consiste nuestro trato empírico con las cosas, en nuestra vida
terrena! y cotidiana, Ias «cosas como son».
142. El pasagero, pág. 30.
143. Margarita. Oraci6n fúnebre en las honras de la Serenisima Infanta,
138·. El discreto, XIII, en OC, pág. 109. cit., Madrid, 1633, fol. 3.
139. Publicada en Poetas dramáticos valencianos, II, pág. 170. 144. Pastores de Belén. Obras en verso, Aguilar, Madrid, pág. 1.222. Los
14.0. Cf. L. Rosales, El sentimiento del desengano en la poesia barroca, «leios» son e! gran problema de Ia técnica barroca.
Madrid, 1966. Se encuentran muchos elementos sobre e! tema en Ia obra del 145. Baquero Goyanes ha prestado atención al estudío dei tema de! pers-
P. B. M. Villanueva, La ascética de los ;esuitas en los autos sacramentales de pectívismo en autores representativos de la mentalidad barroca. Cf. sus estudíos
Càlder6n, Deusto, 1973. . Perspectivismo :v sátira en «El critic6n» de Gracián, Zaragoza, 1958, y Visua-
141. Op. cit., pág. 108. lidad :v perspectivismo en las «Empresas» de Saavedra Fafardo, Murcia, 1970.
396 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 397
to y no al efecto. No son las cosas más de como se toman>> 146. muchedumbre de visos tan varios y diferentes, sin que uno
Es así, bajo una perspectiva, como se ven y se conocen las tenga dependencia de otro, éPOt qué no concederemos eso mis-
cosas del hombre y por el hombre. Comenio habla de que los mo a la esencia divina en su real y verdadera sustancia? 148 •
hombres iban provistos de un instrumento llamado perspicil- La diversidad de datos que Ia naturaleza presenta ante la ob-
lum, a modo de un anteojo para ver, que dirigia la vista servación y reflexión del hombre, la diversidad de comporta-
bacia atrás porque era como un anteojo combado con lo que mientos que el hombre puede proyectar y ejecutar en vista de
viendo las cosas hechas que quedaban a la es;alda, podia~ aquéllos, la diversidad de ideas que suscitan en la mente hu-
prever las que sucederían por delante, en el futuro; pero cada mana, y hasta la inexplicable, inaccesible diversida~ de efec-
perspicilo daba una imagen diferente, con lo que todo se veia tos que la providencia produce directamente en la vida subl~­
según la perspectiva de cada uno, lo que daba lugar a disputas nar, sólo pueden cobrar sentido cuando se contemplan orgaru-
y pendencias, no creyendo cada uno más que en lo que desde zadas en una perspectiva 149 •
su perspectiva podía observar 147 • El antiguo tópico que, bajo Esto nos revela la amenaza de un relativismo que empieza
la autoridad de una frase ciceroniana, tanto se repetia, cobra a cernirse sobre la conciencia barroca y que desde entonces irá
ahora más riguroso sentido y una importancia mucho mayor:
la multiplicidad de opiniones, que deriva de la de puntos de 148. Serm6n en la Festividad de la Purísíma Concepci6n, Zaragoza, 1630,
vista, resulta de la insoslayable diversidad en que se constituye fol. 11. _,,_
149. En su agudo estudio sobre la perspectiva, Panofsky hace unas 1w.ulla-
Ia perspectiva. Sólo, :finalmente, en eI marco de ésta, se nos ciones que encajan perfectamente con nuestra tesis: a) en cuanto que ponen
hace visible el mundo de las cosas y de los hombres. EI Ba- de relieve la problemática dei orden sustancial y objetivo dei mundo y la ver-
rroco se coloca ante un mundo en perspectiva. Los tratados de sión subjetiva transformadora y reconstructora de la realidad, segÚn la capaci-
dad que sele 'reconoce ai ser humano; b) en cuanto que también la aparición. de
pintura estudian técnicamente el problema y discuten sobre Ia este problema de la perspectiva ni es casual ni depende de m~ros 1.'lanteamien-
perspectiva lineal y la que llaman perspectiva aérea. Pero esa tos intelectuales. La perspectiva, ciertamente, «procura una distancia entre los
maneta de ver se proyecta sobre todo cuanto cae en el mundo hombres y las cosas ... pero suprime de nuevo esta distancia en ~to absorbe,
en cierto modo en el ojo dei hombre el mundo de las cosas existentes con
del hombre, aunque sea algo que se considere tan transcendente autonomía frent~ a él; por un lado, reduce los fenómenos. artísticos a regias ma-
aI mismo como las mismas intervenciones de Ia providencia di- temáticas sólidas y exactas, pero por otro las hace depend1entes del homb:C: de!
v~na. Don Aivaro de Mendoza, un franciscano obispo de Jaca, individuo en la medida en que las reglas se fundamentan en las cond1c10nes
psicofisiolÓgicas de la impresión visual y en la medida ~n que ~u _modo ~e ac-
dirá en un sermón: «Vemos que por arte perspectiva se echan tuar está determinado por la posición de un punto de vista sub1et1vo elegido a
unas Iíneas en una tabla, de maneta que si Ia miráis por una voluntad». «La perspectiva es un orden, pero un orden de apariencias visuales.
En último extremo, reprocharle el abandono dei verdadero ser ~e las cosas. en
parte, parece un jardín florido; si por otra, un mar intempes- favor de la apariencia visual de las mismas o reprocharle que se fi1 e .en 1;1na hbre
tuoso; por una parte, un rostro airado, y por otra un rostro y espiritual representación de la for~a en vez d~ hacerlo en la aparien~a de las
amoroso; por una parte un san Francisco, por otra una Mada- cosas vistas no es más que una cuestión de matiz». Pero este planteam1ento mo-
derno, que está ya en el Barroco y que se emparenta con el que se empezó a
lena. Pues si la industria humana alcanza a juntar en uno la descubrir en la crisis de! mundo antiguo, no es un puro fenómeno de moda ar-
tística o intelectual: «Por lo tanto, no es casual que durante e! curso de la
evolución artística, esta concepción perspectiva del espacio s.e haya ~mpuesto
146. El critic6n, cit., III, pág. 172. en dos ocasiones: una vez como signo de un final, al sucumb1r la antigua
cracia · otra como signo de un principio, a1 surgir la moderna antropocracia,..
t:o·
147. Este pasaje de El Laberínto dei mundo y Paraíso del cora.z6n me ha
sido sefialado Y traducido del checo por mi amigo y colega el profesor J. Volec. (E. P:mofs~, La perspectiva como forma simb6lica, Barceilona, 1973, págs. 51
y 55-56).
398 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 399

aumentand? su parte en la mente moderna. Comprendemos en sigue en e1 estaçl,Q <:Ic: Ja soci.oedad que lo ptoduc(Q Sin embargo,
consecuenc1a que Queve~o, como otros muchos, se esforzara en Rousset parece sugerir en esta una vinculaci6n de tipo nacio-
mantener la ~evera asce~is de una apelaci6n a la ráz6n, que juz- nal: relaciona esos aspectos con el carácter de uno u otro pue-
~e por de~ras de los 01os; «la longitud y la proximidad enga- blo. Nos dice que el espafiol Gracián y e1 italiano T. Acetto
nan a la vista», .la perspectiva nos confunde sobre las cosas. optan por la apariencia enganosa, que de una cara es ostenta-
Pero no ?1enos c1erto es que Quevedo admir6 superlativamen- ci6n y de otra disimulaci6n, mientras que el francés Feret pre-
te al artista de la perspectiva por excelencia, ese Velázquez fiere en último término atenerse a la verdad que hay detrás
que en sus ~adros no pane, según aquél observaba, más que o por dentro. Pero si pensamos en un Quevedo, esa compara-
«manchas
11
distantes»; y Quevedo anade «que son verdad en ci6n de Rousset se viene abajo (con Gracián mismo es impro-
é~». ;º· Es decir, la perspectiva es una verdad, en ciertas con- pia). En el Barroco, e1 tema del mundo por dentro no excluye
dicrones, o, lo que es lo mismo, en una situación real dada· los otros aspectos de interés por su fachada y se trivializa. Lo
esta es, en una circunstancia. Más aliá de ésta, esa verdad desa: podemos encontrar en piezas que no pretenden más que una
~arece, es una máscara. Pero mientras Ia perspectiva se man- pura diversión: en un entremés de Quifiones de Benavente un
tiene, como en Ia representaci6n escénica que con ella se mon- personaje pide a otro:
ta, la manera como se nos da lo real en esa circunstancia es
I~ que cuenta. Como nuestro juego se lleva a cabo en esta Y el mundo me enseiíes
vida, hemos de atenernos a ella. Cualesquiera que sean nues- todo por de dentro.
tras reservas para el ultramundo, hemos de acomodarnos al jue-
go ~on Ias apariencias que nos rodean: esto es, al modo de Recordemos, de otra parte, la presencia de la idea de las «fausse-
r:alida~ con que hemos de contar. K. Reger ha senalado «la tés déguisées», que La RochefÓucauld menciona en su Máxi-
'!is~anc1a entre. un perspectivismo funcional y la renuncia rela- ma 282, a las que por su simulada semejanza con la verdad
tivista a Ia. ~rudad de pensamiento», reduciendo a lo primero recomienda aceptar y estima prudente dejarse enganar por
el perspecti~1smo gracianesco y barroco, que más seria un mé- ellas 152 • Tocamos aquí el nivel más bajo en el juego práctico
todo o cammo de acceso a Ia realidad, conforme se nos apare- de la moralística barroca. Pascal parte de una experiencia seme-
ce, que no una concepci6n del mundo 1s1. jante que le hace pensar en el carácter encubierto de cuanto
Tal car~cter pragmático del Barroco, del que se segrega tiene ante sí: «la vie humaine n'est qu'une illusion perpé-
una pr~cept1va de Ia acomodación, da lugar a un modo de com- tuelle ... L'homme n'est dane que déguisement, que mensonge
p.ortam1en:o: entre agonista y lúdico, que cultiva Ia ostenta- et hypocrisie et en soi-même et à l'égard des autres» 153 • Para
c16n, la d1~1mulaci6n y otras formas a las cuales, desde un enfrentarse con un entorno de tal condición, no queda más que
punt~ de vista de moral tradicional, se caliíicarian de insince- el fuego táctico o la apuesta, que es otra forma de juego.
ras, mcluso de falsas. Esta depende de Ias condiciones sociales Hay que reconocer que el escritor barroco !lo deja .de insi.S-
del Barroco y de los :6,nes que su ipstrumentación cultural per- tir, a veces con insufrible y machacoha insistenda, sobre e1 ca-

152. Réflexions ou sentences et maximes morales, Chissiques Garnier, Pa-


150. «Silva a1 Pinc~», en ~ volumen citado de Poesía, pág. 556. ris, pág. 52.
151. Baltasar Graczan. Estilo :v doctrina, Zaragoza, 1960, pág. 67. 153. Pensées, cit., pág. 47.
400 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 401
rácter · aparencial, poi- tanto, pasajero, tornadizo, del mundo
. alora como ilusorio; Los ascéticos. -cuya litera-' nacimiento 159 • En Shakespeare y en Calder6n esta es obsesivo.
que se umiusv El tema de la contraposici6n y confusión de verdad y mentira,
tura abunda en el XVII y cuya influencia. en grandes escritores sombra y realidad, se repite en las obras de Calder6n y co~s­
de la época es incuestionable-154 , usando de la ficción de
tituye el eje de alguna de ellas, como de la que lleva el bien
hacer del Entendimiento un personaje que juzga el mundo,
significativo título de En esta vida todo es verdad y todo es
le harán condenarlo como una enganosa realidad que al de ve-
mentira: en ella su protagonista se pregunta: «~Cómo, a dud_ar
ras sabio le resulta falsedad radical. El hombre barroco, sin em-
vuelvo, sombra y realidad podrán avenirse?». Esa contradic-
bargo, que no siempre ni mucho menos es asceta, conoce la
ci6n recalca la inquieta inestabilidad de la época de la c~al
condición apariencial de la realidad y juega con ella 155. El
procede el estado de ánimo que traduce. Pero esta no quita
hombre .del Barroco puede pensar: «Duran y durarán hasta el
para que, con no poco empeno, trate de ensenar a las. gent,es
~ del mundo, indistintos y confusos, desconocidos y encu- a moverse y a sacar partido de un mundo tal. Los med10s tec-
biertos, buenos y malos, como representantes en la tragedia
nicos y los conocimientos científicos, a cuyo incremento ha con-
desta vida»; conforme dice Suárez de Figueroa, «mas acabada
, 1 , ' tribuído en gran parte el siglo XVII, los emplea, desde ~uego, el
qultanse as mascaras», pero de una sentencia de ese tipo, es
hombre barroco, mas no tanto para fortalecer la realidad i:a-
más general y eficaz que saque una última consecuencia de
tente, tratando de hacer ver que no haya otra, como conv1r-
acomodaci6n, más que no de rigurosa ascesis 156 • El tópico de
tiéndolos en recursos con que enfrentarse ai mundo, de maneta
la teatralidad del mundo se formula incluso de manera que
que se puedan producir efectos sobre éste con los que se logre
acentúa y resalta la básica contradicci6n de la realidad: «toda
acentuar su condici6n de ilusorio. Si el hombre de la cultura
esta vida y sus accion~s y accidentes -asegura Céspedes- re-
barroca cree estar advertido de «cómo se enganan los ojos»
presentan al vivo una farsa o comedia, en quien los personajes
(título de una comedia de J. B. de Villegas representada en
que ayer hicieron reyes hoy salieron esclavos, y en un pequeno
1622), si algunos, ascéticamente, se ocupan en desvelar esa ver-
espacio, los que vimos en mayores caídas y desgracias, los mi-
ramos luego dichosos y contentas» 1 5 7 • dad todos están dispuestos a servirse de recursos que refuercen
y h~gan caer en ese engano, bien para guiar a los. hombres
El hombre del Barroco se apoya en la experiencia y afirma
desde dentro de él, bien para hacer que su presencia, en un
la calidad ilusoria de la misma 158 • «La relation qui se tire de
caso dado amoneste en adelante sobre la constante amenaza
l'expérience est toujours défaillante et imparfaicte», sostiene
de aquél ~n el curso de la vida terrena. Pero las di~undidas
Montaigne, revelándonos lo alejado que queda ya de él el Re-
prácticas -muy especialmente en el arte- del «engano a los
ojos», no pretenden hacernos creer que es? que vemos pr.epa-
154. Cf. B. M. Villanueva, op. cit., passím.
rado por una hábil manipulaci6n del artista sea la realidad
155. Es interesante tomar en cuenta estos dos versos de Calder6n que no
he visto nunca citados: ' verdadera de las cosas, sino movemos a aceptar que el m_undo
que es en su concepto rey, que tomamos como real es no menos aparente. AI ensenar a
si piensa que es rey, un loco.
las gentes que hay que atenerse a un juego, regido por _el
(La gran Ce11obia)
156. Suárez de Figueroa, loc. cit. saber y la prudencia, en las relaciones con el mundo; al dec1r-
157. Historias peregrinas y eiemp/ares, cit., pág. 263.
158. Warnke, op. cit., pág. 67.
159. Essais, cit., III, xm, pág. 187.

26. - MARAVALL
402 ELEMENTOS DE UNA ,COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 403
.les que, de todos modos, ese mundo, por aparente que sea, Para efectos de tal naturaleza ofrecía posibilidades grandes
es el que tiene delante. y con el que hay que habérselas; y -y más con el desarrollo técnico en la época- el teatro. Y · el
al recordarles que, precisamente por su condici6n de ilusoria tópico del mundo como teatro, del hombre como actor, de la
apariencia, cuanto nos da hay que jugárselo todo en él, adver- vida como comedia, cuya procedencia clásico-medieval estudió
~mos que tanto el político como el moralista, el artista, etc., Curtius 161, se renueva profundamente en los escritores barro-
Juzgan que se hace más fácil obtener la aceptación o la sumi- cos, en Lope, en Villamediana -en Suárez de Figueroa y Cés-
sión a la Iglesia, a la monarquia, al orden social -con sus dis- pedes lo acabamos de ver-, alcanzandõ su plenitud, como es
tinciones de grupos reglamentadas-, al poder de los ricos y a bien sabido, en Calder6n. «El teatro del mundo» de que habla
aquellas otras discriminaciones en las cuales se apoya Ia esta- Lope (Con su pan se lo coma), si en él mismo, si en Que~edo
bilidad de! sistema.
sobre todo, y si hasta en el propio Calder6n, conserva un c1erto
Por eso importan tanto las técnicas de subrayar la condi- carácter de negación ascética, es una imagen que, a la vez,
ción aparente e ilusoria de! mundo empírico. Se comprende el posee un valor práctico, basándose en el cual se nos dice, por
gran desarrollo que las mismas adquieren y su decisivo papel una traslación de sentido fácilmente captable, cómo nos hemos
en todas las formas de comunicaci6n con un público. En el de adaptar en nuestro comportamiento a un mundo que tiene
a~te, los efectismos a que se acude para llegar a producir un condición similar a la representación escénica: condición de
c1erto grado de indeterminación acerca de donde acaba lo real una transitoria entidad, en fin de cuentas ilusoria, pero cierta,
Y empieza lo ilusorio, responden al planteamiento que acaba- patente, mientras dura, que es, precisamente, cuando hemos de
mos de hacer. Entre los efectos de ese tipo -para dar a en- organizar nuestra relación con ese mundo. Así se explica, por
tender a qué queremos referimos- habría que citar como un condicionamiento de tipo social, el hecho de que en el Ba-
ejemplos los de algunos cuadros fundamentales de Velázquez, rroco los confines entre actor y espectador, entre mundo coti-
tales como Las meninas o Cristo en casa de Marta y María. diano y mundo de la ilusión, como ha observado Tintelnot,
Observemos que no se trata ahora del ingenuo virtuosismo de lleguen a ser muy fluidos 162 •
copiar algo con tal realismo que podamos creer que es · cosa Pero; ese sentido barroco ,del tópico del mundo como teatio
real Y viva lo que sólo es imagen pintada. Ahora, el ensayo no <.nos incita .a que; lo aband.onemos como moradl:J; -por lo
velaz~uefio es mucho más complejo: se trata de multiplicar menos, no es esto lo propio y más general en su uso moder-
una imagen dentro de otras, tan funcionalmente articuladas, no-, sfilo. .que; nos< deja advertidos• acerca de cómo heàl.os'de
que se llegue a producir cierta incertidumbre sobre el momento entençlérnoslas con él.· ·para . alcanzar .·lo. que,. co-n un•. sentido de
en que en · ese juego de imágenes se pasa de lo representado a Ia pal~bra tan castellano antiguo como hoy francês, Gracián
lo real. De ahí lo que podríamos considerar como estructura llamaría «suceso». Claro que se puede llegar al extremo de pro-
teatral de esos cuadros, de conformidad con lo que el teatro
coetáneo pretende 160 •
de un teatro»; cf. su estudio Velázquez. C6mo compuso sus principales cuadros,
Sevilla, 1947, pág. 55.
161. Literatura europea y Edad Media latina, México, 1955, I, págs. 203
~60." Com~ntando eI. cu~dro velazquefío de Las hilanderas, D. Angulo y sigs. . ..
escr1be. «Cont1ene una historia crepuscular y plebeya en primet término y otra
162. «Annotazioni su l'importanza della fe&ta teatraJ.e ~r Ja v1ta art1st101 e
brillante Y aristocrática al fondo. Son algo así como Ia galeria y. el escenario dinastica nel Barocco», en Retorica e Barocco, cit., pág. 236.
404 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 405
pugnar una abstenci6n del mundo y de la vida -ya que la dis- Esa aplicación de la imagen de la representaci6n escénica
ciplina cristiana prohfüe, eso sí, el último paso del suicidio-. a la experiencia del mundo real refuerza, pues, la visi6n de éste
De esa manera se manifiesta en Quevedo, reiteradamente, la que atribuímos a la mentalidad barroca. Esto todavía se acen-
influencia neoestoica 163 • Pero son casos extremos, que uno se túa más --cualesquiera que sean, por otra parte, las posibilí-
siente inclinado a atribuir al descontento, al disgusto, al cha- dades ascéticas que vigoriza- si se aproximan ambos planos
grin, que el sentimiento de crisis engendra, a la melancolía o y se pone al descubierto la trama interna de la representación
«hipocondría», que se tienen como elegantes enfermedades del teatral. Tal es el sentido de uno de esàs ejercicios de virtuo-
tiempo. Pero ese. siglo del descontento lo es también de la sismo, propios del Barroco: hacer teatro sobre el teatro. Con
busca del «medro», del éxito, de la ostentación de la riqueza, todas las artes que poseen un carácter figurativo se hizo algo
con un afán de inserci6n en el mundo incontenible, de afuma- parecido: se pinta el pintar: Velázquez; se relata el relatar:
ci6n triunfante sobre el suelo movedizo de la sociedad. Cervantes, Céspedes y Meneses, etc.; se montan fuegos de ilu-
Algo bastante aproximado a lo que acabamos de decir es minación para hacer admirar, no a los objetos iluminados, sino
también la tesis de Rousset: el hombre del Barroco piensa que a los efectos mismos de la luz; se hace teatro en el que se re-
disfrazándose se llega a ser uno mismo; el personaje es la ver- presenta la representación de una comedia: ejemplo máximo
dadera persona; el disfraz es una verdad. En un mundo de es e1 de una obra dramática, nada menos que de Bernini, Co-
perspectivas enganosas, de ilusiones y apariencias, es necesa- media de los dos teatros (1637); y no olvidemos una pieza
rio un rodeo por la :licci6n para dar con la realidad 1~34 • como la de Lope Lo fingido verdadero, o, bajo su directa in-
Todo esto supone la concepci6n básica de que la experien- fluencia, la de J. Routrou sobre el mismo tema ma, del cual
cia de la ficci6n, desenvolviéndose en el campo de la praxis, es todavía Cáncer, Rosete y Meneses volvieron a tratar -tan con-
válida funcionalmente para acercamos a comprender la contex- gruente con la época resultaba tal asunto- en su comedia El
tura de un mundo aparente, fenoménico. La herencia, más he- mayor representante, San Ginés (incluso el tema pasó al relato
lénica que cristiana, de inquebrantable creencia en una sustan- novelesco, perdiendo su más propio sentido, en Crist6bal Lo-
cialidad última de las cosas, da por sentado que en el momento zano) H11. Si la realidad es teatral, si el espectador se halla su-
final en que la representaci6n se corte, lo que se revela no es mido en el gran teatro del mundo, lo que en las tablas se con-
tanto un mundo nuevo de ultratumba, como el ser esencial y templa es un teatro en segundo grado. Lo cual proporciona una
definitivo de las cosas y de los hombres, ese ser esencial que patente imagen de lo que es la trama de la escena que se vive,
la apariencia sensible mantenía oculto y que en el más allá que- pero además, al introducir esa complicaci6n de tres planos, se
da desvelado Hl5. acortan las distancias entre ellos, se las difumina y se considera
que, por ese medio, se prepara eficazmente al ánimo para acep-
163. H. Ettinghausen, Francisco de Quevedo and the neostoic movement,
Oxford, 1972. 166. A. Adam, Histoire de la littérature française au XVII 6 siecle, t. I, pá-
164. Op. cit., pá,.. 54. ginas 570 y sigs.
165. Se puede reso;ver sobre esa base en un sentido tradicional el con- 167. La mencionada comedia de Lope de Vega ha sido estudiada baio otros
flicto entre Ia imagen ae «la viJa es sueiío» --que a continuación considera- aspectos, que revelan e! .compleio interés de la obra, por H. Bermeio Hurtado,
remos- y la afirmación d~ Ia realidad moral dei hombre, problema estudiado en «La representación en Lo fingido verdadero de Lope de Vega», en el vol.
pos E. M. Wilson e:1 Bruce \\7 • Wardropper, ed., Criticai essays the theatre reunido por D. Cvitanovic, El sueíío y su represe11:aci6n en el Barroco, Bahía
e' Calder6n, Nueva York, 1965. Bianca, Cuadernos dcl Sur, 1969.
406 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 407
tar el carácter aparencial de la realidad. Para dar más fuerza tilidad de tantos retorcimientos y falsificaciones, en la conducta
al empl~o de resorte~ de esa clase, se llega a que los mismos de las gentes, advierte que quienes las hacen comportarse de
persona1es de esa reahdad, los cortesanos, los propios reyes, sal- tal manera «con el narc6tico de las cautelas, hacen dormir a
gan en escena representando como tales su papel: una ilusi6n todos un suefío que parece descanso» 170 • El «suefío de Ia
hecha real es el más eficaz testimonio dei carácter ilusorio de vida» es una elaboraci6n intelectual de esa experiencfa de tro-
la realidad: Por lo menos, así lo cree el artista, el político, el pezarse en los negocios de la convivencia social con indivíduos
propagandista barroco, que con tanto convencimiento manejan que arrastran su vivir como «hombres encantados», según <leda
sus técnicas de persuasi6n.
el citado Anónimo de 1621 171 • La «quimera», la «ensofia-
_ Análog~ significaci6n hay que atribuir a la imagen dei «sue- ci6n», es un elemento de la vidà espaií.ola dei que se alimen-
no de la vida», explotada por Lope, Calder6n, Shakespeare y tan los arbitristas 172 • . .
168
tantos otros • La correlaci6n shakespeariana dormir-morir- «Mira que nuestra vida es como un suefío», avisa Enríquez
sofíar sirve perfectamente Ia estrategia moral y social dei Ba- Gómez 173 • La influencia sobre multitudes que poseyera el ver-
rroco. «~Esto es dormir o morir?», se pregunta el personaje so llamativo y martilleante de Lope, grabaría en los ánimos
d~ .Calde~6n (Amar después de la muerte); el tercer término, de quienes lo escuchan
v1v1r, esta d~do como supuesto, en ese planteamiento que, por
de pronto, trene una presentaci6n escénica. . .. que nuestra vida
Creemo~ 9ue tambié;i. este tema dei suefío tiene su arranque es suefio y que •todo es suefio,
en!as cond1~1ones e~p1r1cas de Ia existencia real espafíola de
Ia epoca (serra demasiado complicado plantearse aquí c6mo el y la significación dei sueií.o como retrato de la vida y dei mundo
tema se da en otras partes; quizá en esto haya una acentuaci6n quedaría completada por él, al disparar sobre su público el con-
espaí?~la de 1~ c?esti6n, por los caracteres específicos con que sabido tópico:
la crrsis econom1ca, más larga, más honda y más decisiva en
sus consecuencias sociales, se presenta en Espafía). Nos lo hacen que los suefios, suefios son 174.
sospechar así esos economistas que cali:lican a los espafíoles de
gente que no parece sino querer marchar fuera del orden natu-
ral_( Cellorigo ~Anónimo a Felipe IV de 1621), o aquellos que 170. Discurso universal de las causas que ofenden esta monarquia 'Y
califican sus riquezas de tesoro de duende ( Caxa de Leruela remedios eficaces para todas, -edición de Campomanes, pág. 315.
171. La Junta de Reformaci6n, AHE, V, documento de 1621 (?), pág. 234.
Barrionuevo). Este último autor, en sus Avisos ai comentar ei Es uno de los pasajes que, como se advierte, procedeu de Cellorigo.
estado de insatisfacción de todos en los afias 'en que escribe, 172. J. Vilar, Literatura 'Y economía. La figura satírica del arbitrista en el
Sigla de Oro, Madrid, 1973, págs. 257 y sigs.
con:empla «andando la gente tan melancólica que parece han 173. BAE, XLII, pág. 362.
venrdo de otro mundo, sin poder levantar cabeza» m. y Alva- 174. La primera cita, en El castigo sin venganza; la segunda, en La Arca-
rez Ossorio -otro interesante economista-, criticando la inu- dia; cf. Obras en prosa y verso, Aguilar, Madrid, págs. 1.055 y 1.056. El mismo
verso se encuentra en una loa de Quifiones de .Benavente, 1;mblicada en sus
Entremeses, edición preparada por H. E. Bergman, Sàlamanca, 1968, pág. 31.
168. Otros aspectos dei tema, en los libros de Hocke y de Constandse, ya Cf. otros ejemp!os en E. M. Wilson y J. Sage, Poesías líricas cn las obras
citàdos.
169. Avisos, I (1 enero 1656), BAE, CCXXI, pág. 234.
dramáticas de Calder6n, Londres, 1964, págs. 135 y · sigs., donde se encuentran
otras referencias.
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 409
408 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA

Para un hombre como el de la cultura barroca, que -salvo muy Pero eso mismo es suefio. Algo tan patente como la vida
escasas excepciones, en cuanto tales todavia no generalizadas- real es vida sofiada. «Tocar», «palpar», «ver», esas palabras
no ha llegado a formarse una nueva concepción científico-física que expresan los canales de los sentidos para acceder al mundo
del universo, resulta que ese mundo de fenómenos, de hechos de lo real, son las expresiones de que Calder6n se vale para
empíricos, patente con tanta fuerza ante él, al que, en tanto dar cuenta de la experiencia del suefio. Por eso, para entender
que hombre moderno, no puede negar en su evidencia, no se en toda su profundidad el problema que en el Bar~oc.o entrafia
le alcanza cómo haya de ser interpretado si no es. en tanto que esa tesis, hay que darse cuenta -lo que no sé sl s1empre se
como suefio. De ahí la necesaria difusión de la imagen de «la ha hecho así- de toda la fuerza y plenitud que posee el sue-
vida es suefio» y su correlato: el mundo como teatro. En ella fio: es como otro plano de realidad. Por eso puede compararse
se alude «a una realidacl común participada de maneta seme- con el de ésta, por eso pueden aproximarse. En él, como dice
jante por los diferentes personajes: esa realidad es el conflicto Segismundo en el drama calderoniano de La vida es suefi.o, se
de la razón con la confusión de la vida» 175 • De la razón, afia- presentan las cosas
damos, entendida en el sentido de lo que Gilson ha llamado la tan clara y distintamente
«filosofia cristiana», con todo su sistema de categorias hereda- como ahora lo estoy viendo.
das de la tradición aristotélico-escolástica. El primer choque
entre una concepción del mundo basada en tales supuestos tras- Observemos que estos adjetivos, «claro» y «distinto», usa-
cendentes y una visión del mismo que parece no poder pasar de dos con frecuencia por Saavedra Fajardo, por otros escritores
las meras comprobaciones empíricas de los hechos, tenía que barrocos, son de neta significación cartesiana. Naturalmente, en
suscitar, en mentes que no disponían aún de los resultados de este segundo caso juegan en un conjunto muy diferente. Per?
la investigadón galileo-cartesiana, una interpretación del mun- no dejemos de recordar el papel del «suefio» en un trance dea-
do de la inmanencia como sueií.o. Sin duda, el tema de la vida sivo en la formación del pensami.ento científico de Descartes,
como «suefio» viene, en Calderón y en otros escritores barro- ni disminuyamos tampoco el valor de una evidencia equipara-
cos, de lejanas y múltiples fuentes 176 • Pero, aunque sea de ble a Ia. potencia sensible de lo real, que tienen aquellos dos
gran interés conocer éstas -entre otras razones, para apreciar términos en el pasaje de Calderón. El suefio pertenece, en de-
las diferencias-, no se resuelve en ellas el sentido de la utili- finitiva, como éste nos dice, al mundo de la experienda:
zación barroca de1 tópico. Lo que interesa en Calderón está en y la experiencia me enseíia
la fuerza que pcr1e en resaltar la potencia de Ia realidad que el que e1 hombre que vive sue.fia
sue.fio nos presenta: lo que es hasta despertar.

No sue.fio, pues toco y creo Se explica así e1 carácter conflictivo y contradictorio de la


177
lo que he siào y lo que soy. experiencia -tema de que empezamos hablando-- • Si, si-
177. Un personaje de Calderón (En esta vida todo es verdad Y todo es men·
175. Cf. A. L. Glveti, El significado de «La vida es sueifo», Madrid, 1971,
pág. 83. tira) se plantea la siguiente interrogaci6n:
csi he visto lo que he soíiado?
176. Estudiadas ya por A. Farinelli, La vita ê em sogno, Turín, 1916, y csi he soiiado lo que he visto?
continuado el estudio después por una amplia bibliografia.
LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 411
410 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA

guiendo las vfas de acceso a lo real, reconocidas como tales, desengano y a1 riesgo», conforme advierte Calderon, º?, sig~-
garantizadas por la experiencia, se llega a un mundo sofiado, ca quedarse en una abstención resignada, en una nega~on pas1-
la presi6n de la realidad sobre el hombre que pretende obser- va: la palabra «atento» -de tan neto sa~or grac1~n.esco­
varla le llevará a una semejante vivencia de incertidumbre: ése dice mucho más, reclama organizar una atenc1ón. estrateg1ca con
es el momento clave del drama de Segismundo (introducido vistas a desplegar la táctica del combate de la vida.
en el mundo en el momento álgido de la crisis que vive la con- Ésta que, entre críticos reducidos más bien a lo~ meros as-
ciencia barroca): pectos literarios, pasa por ser la época. del «desengano», e~ten­
dido como vital negación del mundo, sm embargo, p;opo~c~ona,
Porque si ha sido sofíado en número e intensidad pocas veces igualados, test1mon1os so-
fo que vi palpable y cierto, bre la agresividad humana que ya vimos. Parece claro que esa
lo que veo será incierto. radical actitud de acechante y pugnaz individuo que en todas
partes se refleja, procede del fundamenta~ egoísmo que se reco-
Tendríamos que rectifi.car, o por lo menos matizar, en co- noce ya en el xv;n como motor de las acc1ones humanas. He~os
nexión con lo que precede, la tan mencionada doctrina barroca de aceptar que la constante referencia al desengano no p;oduio,
del «desengano». Si la idea de que el mundo es teatro, suefio, pues, actitudes de renunciamiento, s.ino todo. lo contrario: u?a
ficción -respecto a una trascendente es~cia-,. el desengano a común disposición para buscar el b1e~ .prop10 a .c~sta de~ aJe-
que nos lleva a aprehender tal verdad no opera tampoco postu- no la cual pertenece sin duda, a bas1cas condiciones v1tales
lando una renuncia o exigiéndola de quien la reconoce. Si todos deÍ ser humano, pero' que ahora se alza a princi?io inspirador
sofiamos la realidad, quiere decirse que hemos de adecuar a esa formulado como tal por la doctrina de los moralistas barrocos.
condición de lo real nuestro modo de comportarnos. Si en Que- Esta nos hace ver que el desengano no significa apartamiento,
vedo, uno de los ,escritores que más reiteradamente y bajo más como venimos diciendo, sino adecuación a u11 mundo que es
variadas formas ex.plota el tema del desengano, leemas pasajes transitorio, aparente -y en tal sentido se puede decir qu~ está
como éste: «yo te ensefiaré el mundo como. es, que tú no hecho del tejido de las ilusiones-, pero no por eso deia de
alcanzas a ver sino lo que parece» 178, esto no quiere decir ser presionante sobre el sujeto, condicionante de su comp?rta-
que el mundo aparente se aniquile: queda ahí, sólo que el hom- miento, el cual ha de ajustarse, para lograr sus fines, a la mes-
bre, provisto de tal ensefianza, más ajustadamente, puede acon- table y proteica presencia de aquél. .
dicionar a él su conducta. QueV'edó hace este planteamiento Por el carácter clausurante del individuo sobre sí mismo
para proponer al lector que piense en el más aliá -aunque no que el egoísmo impone -y que muy especialmente se obsetvâ
siempre sea en él asÍ"'-. Gracián o Saavedra, sobre la misma en el XVII- y por la reducción que ello implica de las rela-
base, pretendeu inspirar modos de conducirse que lleven al ciones entre los indivíduos, yuxtapuestos en meros contactos
éxito -aunque inversamente no qejen de hallarse en ellos con- externos que no superan el aislamiento de cada uno, hemos
tradictorias estimaciones de moral tradicional-. «Vivir atento al sostenido que en el mundo barroco los indivíduos aparecen
como mónadas en el plano moral. La plena confirmación de
esta interpretación se encuentra, a nuestro modo de ver, en
178. El mttndo por de dentro, en OC, I: Prosa, págs. 197-198.
Gracián y Saavedra Fajardo, así como en la novela picares-
412 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA LA ESTRUCTURA MUNDANA DE LA VIDA 413
179
ca :Todos los grandes protagonistas de Shakespeare -como fiere tan frecuentemente en aquélla. En el suefio, las manifesta-
cre~ciones de una antropología barroca- son seres en consti- ciones de toda clase en que Ia vida se despliega son experien-
tut1v~ soledad, clausurados sobre sí mismos, sólo tácticamente cias incomunicables directamente, no crean un mundo social,
relac1?nados con los demás: «para cada uno de ellos su yo es colectivo. «En la óptica del suefio -observa a este respecto
una ciudadela o una prisión», se ha dicho 18º. Algo semejante J. P. Borel-, lo que yo hago no tiene sentido más que para
es. observable en las criaturas de nuestra literatura. Un perso- mí, no es conocido ni vivido más que por mí». En el estado
naJe de ~alderó~ define su doble condición de hermetismo y de vigília, según compara Borel, mis actos tienen necesaria-
autonomia, sublimando, en estos aspectos, Ia experiencia del mente una dimensión social: son para otros, vistos por otros,
hombre:
sufridos por otros 182 • Pero habría que afíadir que la mente
barroca parece negarse, en cierto modo, a ver esto último y
... rey de mí mismo, considera, en cambio, que, en la existencia terrena!, en la mis-
habito solo conmigo.
ma vida empírica, todo se pasa como un suefio, que no salimos
{Darlo todo y no dar nada) de éste en nuestra existencia con los demás, limitados por su
mismo hermetismo (la máxima versión de este posible juego
Por otra parte, nos explica el duro hecho de la casi total ausen- social entre aislados tal vez sea el ocasionalismo de Malebran-
cia de sentit~ientos personales tefiidos con cierto grado de ter- che, tan acusadamente barroco en muchos aspectos). Pero en-
nura en la vida real de nuestra sociedad barroca, triste aspecto tonces tenemos, en cierto modo, que concluir en que, consi-
q~e nos descubren tantos documentos del tiempo. Ese aisla- guientemente, no se trata de una coexistencia, sino de una
mtento da lugar a que las interrelaciones de unos indivíduos existencia junto a los otros, en la que, a quien corresponda
con otros, en la sociedad del XVII -tantas veces inhumana dirigiria, le es forzoso dominar el juego de las fuerzas, para
cruel-, sean reductibles al esquema de unas aproximaciones ~ poder dirigir, o por lo menos aprovechar, la resultante de los
de unos alejamientos tácticos, de un juego de movimientos; choques.
en definitiva, a una mecánica de distancias, según hemos soste- Soledad y yuxtaposición, insolidaridad egoísta y aproxima-
nido en otra ocasión 181 • Estamos ante un mundo social com- ción táctica: estos extremos nos dicen el drama de unas gentes
puesto de unidades individuales, cerradas, como mónadas inco- que vienen después de haberse vivido esperanzadamente, en
municables, cuyas interferencias pueden compararse a los sim- una fase anterior, las experiencias de un alborear de indivi-
ples choqu~s entre bolas de biliar, pero de unas bolas que al dualismo, y en las que las consecuencias de una crisis polifa-
chocar pud1eran deformarse o destruirse. cética han impuesto sobre ellos, con mayor presión, la acción
. Con esta condición de mónada cerrada que recubre al indi- configuradora de la cultura: una mayor presión de la autoridad
viduo de la cultura barroca, se relaciona ese carácter de suefío que domina a los indivíduos y dei medio ciudadano que los
que, como llevamos dicho, a la existencia individual se le con- constrifie. Individuo de intimidad desconocida o negada (la total
falta de intimidad en las creaciones !iterarias dei Barroco fue
179. Cf. mi artículo «Bases antropológicas del pensamiento de Gracián», cit.
180. Cf. P'. Quennell, ~hakespeare et son temps, Piarís, 1964, pág. 335.
181. Cf. m1 artículo citado en nota 179. 182. J. P. Borel, Quelques aspects du songe dans la littérature espagnole,
Neuchâtel, 1965, pág. 13.
414 ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BARROCA

agudamente sefialada por Tierno Galván) 183 ; individuo an6ni-


mo para los demás, cerrado y sin vínculos, cualquiera que sea
el peso de la tradid6n inerte que de és tos quede. Y, de otro
lado, multitud hacinada. Ese fen6meno de tensi6n entre el ais-
lamiento, más que soledad, del individuo y su instalaci6n mul-
titudinaria, ya lo hemos sefialado como propio de situaciones
masivas en la gran dudad, situaciones en las cuales cobra una
importancia relevante la cuesti6n de la direcci6n de las con-
ductas.
Esto nos hace ver cómo todo el esquema conceptual de la
cultura barroca que hemos tratado de exponer articuladamente CUARTA PARTE
en los dos últimos capítulos, deriva, en todos sus puntos, de
los aspectos sociales que antes estudiamos y, de rechazo, acen- LOS RECURSOS DE ACClóN PSICOLÓGICA
túa la presencia de éstos. SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA

183. ,E. 'l'ierno Galván, «Notas sobi;e el Barroco», en sus Escritos, Ma-
drid, 1971.
Capítulo 8

EXTREMOSIDAD, SUSPENSlôN, DIFICULTAD


(La técnica de lo inacabado)

Hemos procurado aclaramos los condicionamientos que se


desprenden de la situación social del siglo xvr, los aspectos so-
ciales que ellos imprimen a la cultura barroca, el esquema de
conceptos fundamentales en que se reflcja la estructura de la
misma, para acabar ahora tratando de precisar, en su presencia
y sentido, los elementos que de tales presupuestos derivan para
la obra barroca, los recursos con que ésta se construye y los
caracteres que le imprimen. De ordinario, es tan sólo esto lo
que se toma en consideración, y de ello se llegó a la conse-
cuencia de una pretendida definición del Barroco, fundada prin-
cipalmente en aspectos externos o instrumentales, de todo
punto insostenible y aun en contradicción con estos mismos
datas. Todavía hoy se encuentran con frecuencia exposiciones
del Barroco que se quedan en ese plano. Y si bien la conside-
ración de ciertos caracteres externos, de determinados datos
morfológicos, sin duda importantes, sigue siendo imprescindi-
ble, ni nos podemos quedar en esos datos, ni podemos dejar
de pretender explicamos la razón de ser de los mismos, para
entender qué representa el Barroco en la ctiltura europea y par-
ticularmente en la espafí.ola.
Adjetivos como irracional, irreal, fantástico, complicado, os-
curo, gesticulante, desmesurado, exuberante, frenético, transi-
tivo, cambiante, etc., frecuentemente se toman como expresión
27. - MARAVALL
418 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA EX'l'REMOSIDAD, SU$PENSIÓN, DIFICULTAI> 419
de los caracteres que cualquier manifestación de la cultura ba- como tal, cualquiera que sea su época, toda manifestaci6n de
rroca asume, frente a los de lógico, medido, real, claro, sereno, exuberancia, cuyas notas respondan a un cierto sentido, mu-
reposa.do, etc., que denotarian una postura clásica. Ya pusimos cho más preciso en el primero que en el segundo de los auto-
de relieve la profunda reladón de continuidad que histórica- res citados. Como es sabido, dado que todas las culturas han
mente se da entre la fase barroca de la historia moderna de tenido, bacia el :final del período en que se desenvuelven, una
~u~o~a Y la del clasidsmo que la precede. En ello no vamos a fase de especial floradón dec:orativa, con predomínio de facto-
ms1st1.r ..Pero, por otra parte, vemos que en la primera serie res aditivos, esas etapas declinantes se identificarian, en cada
de ad1et1vos. que acabamos de escribir se reúnen todos aquellos caso, como una fase barroca.
de que se s1rve Hocke para caracterizar el Manierismo desde Parece que si antes hemos dicho que el Barroco es la cul-
antes de qu.e, llegue a su mitad el siglo XVI. Hocke acum~la una tura de un período europeo en el que se busca la renovaci.ón
gran colecc1on de datos que así nos lo hacen ver ya, respecto del prestigio de la monarquia y la restauración de los poderes
a un ~omento en. el que, hasta hace poco, no se queria encon- económico-sociales de los antiguos y de los nuevos sefiores,
trar mas que plerutud del Renacimiento 1 • Ello nos da a enten- haya de concluirse que se tratará necesaria111ente de una época
der que cualesquiera elementos caracterizadores del Barroco que ofrezca productos de acentuada condición exuberante y
que tratemos de observar, puesto que singular y aisladamente ostentatoria. La ley de la ostentación por los signos externos
se pueden encontrar antes y después, hemos de considerarlos de abundancia parece darse en situaciones como- la que hemos
en el conjunt?, de una situación histórica a la que se ligan, y supuesto. Ahora no se trata de satisfacer el gusto cortesano de
sólo en conexion con la cual adquieren su sentido. Trataremos, los que se concentran en las alturas· de la Corte. Ahora las
pues, de mostrar en cada caso, ai :fijarnos en un elemento dei cosas no son tan sencillas, y después de la experiencia rena-
~arroco que propongamos como tal, cuál es el entramado situa- centista, de las dificultades que han tenido que afrontar algunas
c10nal a que responde. monarquias, de la multiplicación de medios y de la expansión
U~a d~term!11ación de carácter general acude hoy a la mente masiva en el interior de las sociedades, en çonsecuencia, de la
de qmen sin cuidar demasiado de ello emplea el adjetivo barro- complejidad de la nueva situación que a todos asombra y a
co. Procede ~u uso de este período en que, desde el siglo xvm muchos aturde, no basta con exhibir una riqueza externa orna-
ª. ~uest~os ?ias, la palabra barroco llevaba consigo una estima- mental, ni cabe, para lograr esos efectos de sorpresa y atrac-
c;o~ mas bien peyorativa. Según ello, la nota decisiva caracte- ción que toda cultura masiva pretende, reducirse a seguir las
r~st1~a d~ la obra barroca seria la de «exuberancia». y hay vías de la ostentación grandiosa. Hay que revestir a ésta de
d_ic~1onar10s a:tuales, compuestos con la colaboradón de espe- otras manetas, hay que utilizarla con otra técnica, hay, inclu-
cralistas a~t,orizados, en los que todavia podemos comprobar so, que afirmarla o negaria, adaptándose a lo que reclamen los
que la nocion de «barroco» se reduce a poco más que a la de nuevos casos.
«exube~ante». Barroco vendria a ser nada más que un adjeti- La idea de exuberancia en el Barroco ha llevado a algu-
vo equivalente ai que acabamos de escribir. Y de ahí la ten- nos que ingenuamente operan con estereotipos nacionales a
dencia, en algunos autores -Wõlfflin, d'Ors-, a considerar acentuar e1 origen -y preponderante carácter espafiol del Barro-
co. A nosotros se nos ocurre, por de pronto, pedir, acudiendo
1. El Manierismo en el arte europeo de 1520 a 1650, Madrid, 1961. a una más positiva e inmediata constatación, que se compare
420 ACCIÓN PSICOLÓGICA $OBR~ LA SOCIEDAD BAR.ROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICUL TAD 421

la Adoraci6n de los pastores de Velázquez, en el Museo dei mismo en que se difundiera por algunos franceses y .alguno_s
Prado, con el cuadro dei mismo título de Rubens en la Cate- italianos -mientras que otros, ai modo de Malvezz1, la s1-
dral de Amberes. Así se podrá caer fácilmente en la cuenta de guieron en grado superlativo--, m_ereció en _general la ~laban­
qué parte cae el gusto por la exuberante abundancia. za de los espanoles y muy en especial de escritores tan dispares
Pero hay una observación más general que nos lleva a plan- como Quevedo y Gracián, siendo practicado rigurosamente por
tearnos más en bloque la cuestión. También Focillon es de los Saavedra Fajardo 11 •
que quieren equiparar Barroco a régimen de exuberancia, Dejemos de lado, desp~és del ejemplo de d,es~udez que h~­
con una desmesura de líneas y volúmenes 2 • Pero, ées eso sólo, bían dado los muros escurialenses --con su tecruca de repet1-
nada más que eso y eso siempre? Cuando una exultante abun- ción monótona de lo sencillo-, toda la modesta arquitectura
dancia se presenta, éno hay nada esencial que anadir en tales de tantas pequenas y graciosas iglesias madrilenas y otras mu-
casos? éNo cabe discutir nada? éEs siempre muestra de la chas cuyo fácil diseno se repite en diversas ciudades espanolas.
misma mentalidad? El mismo Focillon observa el empleo de Ten~amos en cuenta lo que representa en la pintura las obras
curvas y del ornato, sobre la lógica constructiva, en el postrer de extremada sobriedad de un Sánchez Cotán o de un Zurbarán.
gótico; pero el gótico trata de desarrollar todo un sistema de- Recordemos, contra lo que una banal caracterización de lo es-
corativo, es rico en sus posibilidades y quiere ponerlas de ma- pafiol nos repite aún todos los días, tantos casos com~ el d~l
nifiesto, muy al contrario de lo que luego veremos que carac- Cristo de la clemencia, de Martínez Montanés, en Sev1lla, sm
teriza, en muchas ocasiones, al Barroco. contracciones, sin aditamentos expresivos, sin apenas más que
No es Ia exuberancia, en el arte barroco, lo que, como unas gotas de sangre en las heridas, escultura en Ja que .se
nota necesaria y común a todas las manifestaciones culturales prescinde incluso de una posibilidad dramatizadora tan enérgica
de la época, lo caracterice. No es lo propio necesariamente de como resultaba ser la herida de la lanza en el costado del
un Vignola, ni de un Giacomo della Porta, de un Q. Latour, cuerpo de Cristo, con lo que éste aparece sobriamente repre-
ni de un Perrault. Lafuente Ferrari, con singular acierto, ha sentado con mínimas sefiales de violencia, serenamente dete-
hablado de una «sobriedad concentrada», en los grandes maes- nido por la muerte. . , .
tros del XVII, los cuales cultivan con frecuencia una expresión Pero vengamos a ejemplos que nos 1nteresan mas directa-
contenida 8 • Los críticos italianos han considerado un «Barocco mente. Tal es el caso de ese modo de escribir por abreviatura
moderato», que en ese tiempo se formula por una serie de pre- que Gracián practica habitualmente: nos referimos a su maneta
ceptistas 4 • Un crítico actual, E. Raimondi, ha empleado la fór- de tomar un dicho conocido, una frase leida en alguna parte,
mula «neolaconismo barocco», una tendencia a la severa sobrie- una idea tan sólo a veces una metáfora (elementos de proce-
dad en la expresión, que, si fue criticada en aquel momento dencia bfulica o clásica, en el mayor número de ocasiones) Y
apretar sus términos hasta el punto de reducir la expresión al
2. Vie des formes, Paris, 1947.
3. Estudio preliminar a su traducci6n de! libro de Weisbach, El Barroco,
máximo grado de laconismo 6 • Saavedra opta a veces por modos
arte de la Contrarreform111, Madrid, 1948.
4. Cf. algunas referencias en H. Hatzfeld, Estudios sobre el Barroco, 5. «Polemica in torno alia prosa barroca», en Letteratura barroca, Flo·
págs. 46 y sigs. La referencia se centra en el poeta G. Chiabrera, respecto renda, 1961, págs. 184 y sigs. . . ..
a! cual -y a otros tardíos petrarquistas de! momento-- se ha acuiiado el 6. J. M. Blecua seiíal6 ya esto en su estud10 «El estilo de El Crztzc6n de
concepto que damos en el texto. Gracián», AFA, serie B, I, Zaragoza, 1945.
422 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULTAD 423

de expresarse que ·se aproximan a los de ·Ia brevedad de los una u otra cosa, por razón de extremosidad, por exageración.
teoremas matemáticos, haciendo uso con frecuencia de imácre- Extremado caballero, ha llamado Cervantes a don Quijote.
nes de este tipo . . Aforismos, avisos, máximas, fórmulas apre~a­ Como él, lo fueron los espafioles del XVII y muchos de los euro-
das, breves, rápidas, son un género literario bien al gusto de peos. Es un planteamiento extremado el de la humilde cosmo-
la época. Algún autor llamó a los suyos «centellas»: «centellas gonía reflejada en los cuadros de Sánchez Cotán ~ el de la abun-
de v~rios conceptos», como dice Setanti, quien comenta de su dante riqueza de las cosas ofrecida con incomparable exube-
prop1a obra que «esta manera de hablar lacónica es cierto que rancia en los de Rubens; es un modo extremado el de la casi
no es para todos ni para todas las ocasiones» 7 • Setanti como monocromía de Rembrandt o el del dulce y variado repertorio
tantísimos escritores de máximas, avisos, conceptos, et;., apli- cromático de Poussin. Lo que un artista barroco admiraba en
ca, pues, una severa concisión, a la que el propio Setanti da un escultor precedente, según sabemos por su propio testimo-
el nombre, como acabamos de ver, de un «hablar lacónico». nio, era una cualidad parecida observada por él en algunos as-
. , Habría que relacionar con lo dicho el tema de la «repeti- pectos de la obra elogiada: Jusepe Martínez destacaba como
c1on» qu; L. Mum.ford observa en las creaciones barrocas, pero notable en el escultor Ancheta que «puso fieras actitudes en
que, segun este m1smo autor, tanto en ~l caso de la uniformi- sus figuras» 8 •
dad de series de columnas en algunos edificios, como en el de Arte expresionista, extremado: E. W. Hesse habla de la
las series de indivíduos en las filas de los desfiles militares en las «estética barroca de exageración y sorpresa, inventada para
ciu?ades de la época, tienen un sentido muy ligado a ésta. Las asombrar al público» 9 • En definitiva, una cultura de la exage-
ser1es de ventanas en los lienzos de los muros del Escorial ración, en cuanto tal, violenta, no porque propugnara la vio-
-que M. Pelayo comparaba en su monotonía con los libros lencia y se dedicara a dar testimonio de ella -aunque también
de los moralistas coetáneos-, la columnata del Bernini en Ro- mucho hubiera de esto--, sino porque, de la presentación del
ma, la de Perrault en la fachada oriental del Louvre, parecen mundo que nos ofrece el artista barroco pretende que poda-
responder ª. los efec.tos de dinamismo y colosalidad que una mos sentimos admirados, conmovidos, por los casos de vio-
cultura m~s1va neces1ta y que, en todo caso, se relacionan más lenta tensión que se dan y que él recoge: paisajes entenebrecidos
con e1 caracter que nos va a ocupar a continuación. por violencia tormentosa; figuras humanas en <<Íieras actitu-
El autor barroco puede dejarse llevar de la exuberancia 0 des»; ruínas que nos dicen la incontenible destructora fuerza
puede atenerse a una severa sencillez. Lo mismo puede servir- dei tiempo sobre la sólida obra dei hombre; y, lo que más vi-
le a sus fines una cosa que otra. En general, el empleo de una bración confiere a una creación barroca, la captación de la vio-
u ot~a! para aparecer como barroco, ho requiere más que una lencia en el sufrimiento y en la ternura 10 • Todo esto, en parte,
cond1c10n: que en ambos casos se produzcan la abundancia 0 puede ser manierismo; sin duda, el movimiento barroco hereda
la simplicidad, extremadamente. La extremosidad, ése sí sería muchas cosas de los ensayos manieristas 11 ; pero ahora, sobre
un recurso de acción psicológica sobre las gentes, ligado estre-
chamente a los supuestos y fines del Barroco. 8. Diálogos practicables del nobilísimo arte de la pintura, cit., pági-
na 182.
Ni exuberante ni sencillo por sí, sino, en cualquier caso, 9. «Calde1·6n y Velázquez», Clavileiio, núm. 10, Madrid, 1951, pág. 9.
10. Sobre este último punto, cf. Ph. Bucler, op. cit., pág. 21.
7. BAE, XLV, pág. 523. 11. Muchos de los elementos formales, o, meior diríamos, apatentes se dan
424 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULTAD 425
la gesticulación, con ser tan importante, prima lo dramático gusto barroquizante. En plena etapa del Barroco nos encontra-
de la expresión, en la medida en que con ésta se vierten hacia mos también con algo parecido: la reiterada utilización de gé-
fuera casos de éxtremada tensión en la experiencia humana de neros literarios muy cultivados en la época y nacidos de una
las cosas y de los otros hombres. retórica aplicada sobre temas naturales, políticos, etc., que se
Esto explica el papel de las antítesis y otros recursos de transfi.eren a un objeto divino. Así sucede con obras de emble-
estructura semejante, en la retórica barroca, con sus mil jue- mas y otros tipos de literatura o simbólica o enigmática, res-
go~ de extremada contraposición (por ejemplo: hielo-fuego, pecto a los cuales tropezamos con casos extremos en servirse
br1llar-oscurecerse, etc.) 12 • No se puede dejar de tomar en de! esoterismo que tales géneros encierran.
cuenta lo que la retórica y el uso variadísimo de sus múltipJes Respondiendo ai criterio de estimación que venimos expo-
recursos significa en ese momento cultural. El paso al primer niendo -y, a nuestro parecer, el ejemplo resulta muy significa-
puesto, entre las artes de la expresión, de la retórica -aunque tivo-, Gracián, aI hacer el elogio del Escorial, lo que admira
estadísticamente el número de los que cultivan la poética sea en él es su condición de extremosidad 15 • En la primera de
mayor quizá- y la vuelta a Ia retórica aristotélica, son fenóme- las Cartas de jesuítas, de la serie publicada, se comenta dei
nos ligados aI desarrollo europeo del Barroco, estudiados por palacio nuevo del Retiro que «extrafia por su grandeza» 16 • La
Mopurgo-Tagliabue 13 •
«grandeza» del «milagroso» Aranjuez asombra a Almansa 17 •
Creo que hay una última justificación retórica de este tipo En otro orden resultaria tal vez demasiado fácil ir a recoger
en tantos ejercicios italianos de volver Petrarca «a lo divino»
.,
operac1on que en Espa.ffa se desarroIIará imitativamente con
' en el teatro casos de planteamiento extremos, capaces de sacu-
dir con singular violencia el ánimo de los espectadores: ejem-
Garcilaso. Cronológicamente, correspondeu más bien a Ia etapa plos, entre diferentes autores, pueden ser La estrella de Sevi-
14
manierista y, sin duda, adelantan, también en este caso, un lla, La serrana de la Vera, El castigo sin venganza, y hasta va-
ries cientes más. No menos se recogen situaciones así en la no-
en común Y han dado lugar a confusiones sobre Ia inclusión de unos u otros vela -dejando aparte las manifestaciones de «desviaci6n» de
nombres. Cf., además, Ias obras, ya citadas, de Hocke, A. Blunt y Ia de
A Hauser, El Manierismo, Madrid, 1965. la novela picaresca-, sobre todo en la novela cortesana de
12. Algunos ejemplos en Lope: Céspedes y Meneses. Muchos de estos casos extremos respon-
Etna de amor que de tu mismo bielo deu a verdaderos ejemplos, hagiográficos, heroicos. La materia
despides !Iamas ... heroica -que Ia novela y el teatro cultivan- son muy ade-
el fuego con que me hielas, cuados para dar situaciones de extremosidad. Lo heroico es
el bielo con que me abrasas. extremado, aunque la versión barroca dei héroe como discreto
(Las fortunas de Diana)
di:fiera tanto del héroe como caballero de etapas anteriores. Las
También Rousset recoge ejemplos variados de estas figuras retóricas en Ia Iite· «virtudes heroicas» de santa Teresa, según la calificación de
ratura francesa.
13. «Aristotelismo e Barocco», en el volumen misceláneo Retorica e Barocco
cit., Roma, 1955, págs. 119-197. '
logos, como el Decamer6n espiritual de Fano, 1594. En Espafia, Sebastián de
14. Cf. Wardropper, Historia de la poesia a lo divino en la Cristiandad Córdoba escribe sus Eglogas de Garcilaso a lo divino, 1575.
occidental. Cita entre otros Ias obras de Malipiero, Petrarca espiritual con 15. El critic6n, cit., I, pág. 361.
canciones de amor divino, 1536, con diez ediciones sucesivas; Sa!vatorino, 16. MHE, XIII, pág. 4 (3 enero 1634).
Tesoro de la Sagrada Escritura sobre rimas de Petrarca, 1590; hay casos aná- 17. Cart11 XII (15 agosto 1623), pág. 206.
426 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULTAD 427

fray Jer6nimo Gracián, hacen de ella un tipo de santa tan pro- que dio origen al nuevo uso de la palabra- su «grada y terri-
pia para impresionar el ánimo barroco 18 • Recordemos no me- bilidad» 22. y Carducho elogiará a los pii:tores que han usado
nos los «eroici furori» que exaltaron la figura de suyo «heroi- de «aquel jovial y terrible modo». El prop10 Carducho habla de
ca» al modo barroco, en el muy significativ9 Diálogo de Gior- «tan heroicas obras» que ha admirado en Roma y, en otro pa-
dano Bruno 19 • saje aludiendo esta vez a los poetas, nos dice su gusto por los
«qu~ más heroica y dulcemente han. cantado;> • Esta. com~a­
23
Los manieristas, te6ricamente y prácticamente -Vassari y
Miguel Ángel-, comprendieron esa capacidad de impresionar tibilidad de términos -dulce, heroico, terr1~le, gra~1os.o, JO-
que posee lo extremado, lo desmesurado; este es, lo que, por vial- nos hace comprender lo que había <letras del comc~~ente
romper sus proporciones, venía a golpear con fuerza sobre el empleo de los mismos: se hacía alusi6n a la despr?porc10n, a
ánimo. Esa condici6n la expresaron de manera muy adecuada la extremosidad que, fuera de toda ley, de toda raz~n ~l modo
en la palabra «terribilidad». De la «terribilità» de Miguel Án- cotidiano, era capaz de despertar el gusto, la adm1rac16n Y lo
gel habla el primero de los dos artistas que acabamos de ci- que el Barroco llam6 espanto y asombro, ante una o,bra huma-
tar 20 • Terrible no quiere decir algo que atemorice y que bajo na cuya falta de proporción, sin embargo, no podia llegar a
un sentimiento de terror anule la posibilidad de admirar an~lar las facultades de contemplación gustosa. .
aquello que como tal se contempla. Ciertamente que no s6lo Cuando Paolo Beni dice que «la poesía no debe se~ Il1 cl~ra
hoy, sino en algunos textos del XVI, la palabra aparece con este ni precisa, debe ser solamente magnífica», esa «magn~cenc~a»
sentido: así, cuando bailamos esa voz, «terribilidad», empleada el hombre barroco la reclama no s6lo en la ob~a poética, smo
en la arquitectura, en la política, en el arte bélico ~ , .etc. Mo-
4
en El Crotal6n, referida a la muerte 21 • Es éste un sentido des-
favorable: la condici6n de aquello que aterra y que en cierto purgo, comentando la frase anterior, la liga a la perdi?~ de la
modo ciega, como sucede con el espectáculo de la muerte, en medida por los barrocos, consecuencia de la desapar1c16n de
25
un momento en el que la apreciaci6n de ésta ha cambiado tod; norma mimética en la retórica del tiempo • Desde luego,
tanto, pese a los consabidos t6picos de la ascética cristiana. magnificencia-desmesura-terribilidad-extremosidad van eslabona-
Muy diferentemente en el Barroco, lo «terrible» se valora po- das, en fuerte conexión; aunque no haya que. ver _en ello ~na
sitivamente como aspecto de una obra, porque denota lo que consecuencia, pura y simple, de un juego .retórico, smo q~e este
de «extremadamente», o, dicho con un término espafiol que por se produce, con sus posibilidades de _acc1ó_n sobre el ,ámmo de
entonces pasa al léxico italiano, lo que de «grandiosamente» su destinatario, en relaci6n con h s1tu~c1?n de la. epoca que
nos atrae con irresistible fuerza en algo que vemos. Céspedes aquí exponemos. Es decir, se deja ya de 1m1tar, se p1erde la me-
destacaba en Miguel Ángel -cuya obra probablemente es la
22 Cf Geán Bermúdez Diccionario histórico de los más ilustres Pr?fesores
18. Diez lamentaciones sobre el miserable estado de los atbeístas de de la; Bell~s Artes en Espa~a (reprod. facsímíl, Madrid, 1965), V~t~~-1~~·
:lla
nuestro tiempo, cit., pág. 79. 23. Carducho, Diálogos de la Pint~ra edici6n de Cruzada V1 m1, a ri ,
19. Gl'beroici furori. Cito por la edici6n -precedida de valioso esrudio 1865, pág. 35, y págs. 73 y 34, respectivamente. . ,
preliminar- de P. H. Michel, con texto italiano y versi6n francesa, París, Una de las primeras obras en las que, ba10 los aspectos que cons1derda·
24 ·
1954. mos se expresa .l a ·sens1'b'l'd
l 1 a
d L--oca
U".iu ' l d Lo
es probablemente en la de Fernan
20. En su correspondiente Vida; cf. sobre el tema Weisbach, op. cit., pá- de Herrera, Relaci6n de la guerra de Cipre y s11ceso de la batalla nava e e-
gina 98. panto, Sevilla, 1572.
21. El Crotal6n, cit., pág. 157. 25. Op. cit., pág. 141.
428 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULTAD 429

elida, se gusta de lo terrible, se busca cultivar lo extremoso menciones del tema, cuando, por ejemplo, la bailamos en Du
para impresionar con mayor fuerza y más libremente a u~ Bellay, quien la menciona en e1 Soneto IV de los Regrets 80 •
público. Cuando. los preceptistas del período barroco repiten doctri-
Con lo dicho, se liga lo ya observado por Wolfflin: el Ba- nas del clasicismo renacentista, pero con un acento nuevo -lo
rroco no q~iere dar testimonio de una existencia satisfecha y que no siempre se ha sabido leer en ellos, perturbándose Ia de-
en ..cal~a~ sino de un estado de excitaci6n, de turbulencia2ª. bida percepción del fenómeno barroco- nos encontramos con
Wolffli~ interpr~ta ese movimiento interno como aspiraci6n a un pleno desarrollo de la teoría del furor, ligada a los diferen-
lo sublime, una 1dea muy pr6xima a Ia de magnificencia en la tes aspectos relacionados con el de Ia extremosidad. Carducbo
estima~ión del XVII. Y recuerda, a este respecto, Ia afir~aci6n le da un carácter de factor originado, espontáneo, frente a lo
de s.chiller: Ia_ belleza es el goce de una gente feliz, los que no aprendido, que mueve a1 artista, y aun diríamos que en general
se s1enten fehces buscan akanzar lo sublime. Esa sublimidad aI hombre que' bace algo: «prevalecía un natural furor sobre
es ~n~ .manifestación de sensíbilidad: pertenece al linaje de Ia los estudios» 31 • Lope, claro es, no podía faltar en aceptar Ia
temb1hdad, de la extremosidad; hacia ello empujaría, según la doctrina del furor como una grada que resulta reconocida,
fina observaci6n de Schiller, el sentimiento de infelicidad --que al margen de la contraposición natural-espontáneo y artificial-
no es forzosamente de miseria- suscitado por el estado crí- aprendido. Tiene, más bien, para él la condici6n de lo que aca-
tico e inestable de la época del Barroco. bamos de decir con la palabra «gi'acia». Lope atribuye a la
Respondiendo a los efoctos de ese juego de la sensibilidad poesía «un furor divino y raro» 32 • Pero toda una definición,
que acabamos de ver, la estimación de Ias gentes del Barroco con un valor que nos interesa mucho --aviniéndose perfecta-
encuentran en el autor capaz de dar terribilidad a sus obras mente con las razones que, desde nuestro punto de vista, ba-
una condición o facultad, cuya referencia se recoge de fuentes ilamos al movimiento barroco-, es la que dio López Pinciano:
clásicas, pero que viene ahora a cobrar más fuerza y a sufrir «el furor es una alienación en la cual el entendimiento se apar-
una alteración semántica: queremos mencionar con lo dicho la ta de la carrera ordinaria» 33 • Renunciemos a un fácil e insos-
palabra furor. L6pez Pinciano la refiere al Fedón plat6nico 2 1 tenible gesto de admiración ante el hecbo de que el autor se
Y Lope de Vega cita también el origen plat6nico de Ia idea 2 s. adelante en el uso de Ia palabra «alienación», central en el
La renovación de ésta le era ya conocida, en eI campo teórico pensamiento marxista; pero reconozcamos, eso sí, que tenemos
d~I Manierismo, a G. Vasari 29 • Una referencia más que nos re- ahí Ia clave de esa extremosidad de que venimos hablando: el
mite a lo que tal doctrina viene a ser en Ia segunda fase del creador barroco, en su intento de resolver una de esas situa-
italianismo del siglo xvr, esto es, cuando aparecen Ias primeras ciones que el XVII consideraba nunca vistas, se siente tirado de
sí, fuera de sí, alienado. En tal sentido la cultura barroca lleva
26. Op. cit., pág. 118.
27. Philosophía antigua poética, cit., t. I, pág. 222. 30. Les antiquitez de Rome et les regrets, edici6n e introducci6n de E. Droz,
28. La Dorotea, acto IV, escena II, págs. 327-328, nota 108. EI pasaje París, 1947, pág. 40.
depende probablemente dei de L6pez Pinciano que acabamos de citar. E. S. Mor- .31. EI pasaie, que corresponde a los Diálogos ya citados, lo reproduce, co·
by da otras referencias. mentando el tema, C. Justi, en su Velázquez :li su siglo, Madrid, 1953, pá-
29 · :AJgunos da tos sobre el tema relacionándolo con la superación de gina 232.
!a ?octrma aristotélioa de Ia «imitaci6n» en F. Fdora, Storia delta letteratura 32. La Arcadia, lib. V, BAE, XXXVUI, pág. 430.
ztalzana, 1947, t. II, pág. 261. 33. Op. cit., t. I, pág. 222.
430 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE: LA SOCIEDAD BARROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULTAD 431

a los hombres a ser otros de sí, a andar fuera de la carrera que el poeta, «con su imaginativa» -especie del furor-:, «vie-
ordinaria, y esta técnica de alienación -tampoco tenemos por ne a inflamarse el cuerpo, como con la ira, y con esta mflama-
qué renunciar a la palabra- proporciona la base para aplicar ción y ardiente furor, casi desasido del espí~itu y como, fuera
sobre sujetos tales una cultura de extrafíamiento, una cultura de sí, viene a traçar y componer tanta vanedad, no solo de
84
dirigida. La base para que el Barroco pueda ser una cultura di- versos y coplas, pero mil invenciones altas y subidas» • El
rigida se descubre en que fundamentalmente es una cultura de tema es tan común que podrían descubrirse otras varias a:fir-
alienación. maciones semejantes a esta que a continuación damos, hecha al
Otro preceptista barroco, Carballo, en una de las obras más paso por Juan de Zabaleta: los versos «los hacen los hombres
interesantes para nuestro estudio, Cisne de Apolo, después de estando fuera de sí» 35 • Recogiendo los últimos ecos del Barro-
varias referencias sueltas al tema, le dedica los capítulos X- co en éste como en tantos otros aspectos, Bances Candamo
XIV del último de sus diálogos. Carballo habla de «un divino es~ribe: «pronuncian, arrebatados del furor, algunas sentencias
furor y una alentada grada y natural inclinación». No son con- y cosas que exceden el humano estudio y que después de sose-
86
ceptos identifi.cables, pero sí próximos y relacionados. «Sin cier- gados aun ellos no entienden» • •
to soplo como de furor» no le es posible al poeta hacer nada. Teniendo en cuenta este estado del poeta -conv1ene no
Se trata de un «furor y arrebatamiento». Mas, ~cómo opera olvidemos que a los poetas corresponde una función social con-
esta fuerza sobre quien la soporta? «Sacándole este furor como figuradora e integradora equiparable a la_ del perio~st~ ~e nues-
de sí y transformándole en otro más noble, sutil y delicado tros días (nos referimos al comentarista o editor1al1sta)-,
pensamiento, elevándose y embelesándose en él, de tal suerte comprenderemos que esa situación del que hace versos para el
que puede decir que está fuera de sí y no sabe de sí». Volve- consumo social enajenante, de dirección masiva, se conviert.a
mos, pues, a tropezamos con ese estado enajenante, que va en una especie de estado de ánimo casi general, muy difundi-
desde el de arrebatamiento del místico, al de explotación del do en la .sociedad barroca, muy especialmente en la espafíola,
obrero en el régimen capitalista. En media quedaba el estado qu~ tanto exagerá 'estas caracteres; ese estad? de ánimo que
de esos espafíoles del XVII de los que los economistas nos han describía el economista Martin G. de Cellongo: «No parece
dicho que andaban fuera del orden natural, alocados, embele- sino que se han querido reducir estos reynos a una república
87
sados, en un estado de furor -diremos ahora- parejo al que de hombres encantados que viven fuera del orden natural» •
describen los poetas. Era el resultado de la acción ejercida por todos esos escrito-
Si tenemos en cuenta que esa alienación, ese sacar fuera de res, poetas y novelistas -la novela es una forma de poesia
sí, se producía, por de pronto, sobre miles de poetas cantores para la época- que se veían tirados bacia fuera de la «carrera
de todo el sistema social de valores de la monarquia barroca y ordinaria del entendimiento». Era, en fin de cuentas, un furor
de su alrededor, y que caía no menos sobre el público extra-
fíado de sí mismo por acción de los versos con que se golpeaba 34. Cisne de Apolo, reedici6n de A. Porqueras, Madrid, 1958, t. II; cl. en
especial págs. 193 y 216 (las otras referencias se encuentran en págs. 184,
su atención, muy especialmente en el teatro, comprende:remos 186 y 202).
que esa alienación barroca ejercía una función de apoderamfon- 35. Errores celebrados, edici6n de Martín de Riquer, Barcelona, 1954, pá-
to y dirección de las masas, conforme con los objetivos que a gina 56.
36. Theatro de los theatros, cit., pág. 94.
la cultura de la época le hemos atribuído. Y afíade Carballo 37. Memorial sobre la política · necesarJ'a ... , cit., fol. 25.
432 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULTAD 433

activo y pasivo, una entrega colectiva a toda forma de extre- «verdad», a todo aquel que, conociendo el fondo de verdad,
mosidad. Era la consecuencia de un estado en que se hallaba juega con la «manera» -lo cual se aplica superlativamente al
una sociedad, en la cual oíase a diario decir, hasta por su pro- Barroco--, sostiene que, al caer en la cuenta de esa contraposi-
pio rey -nos referimos a Felipe IV-, que todo pareda a ción o disimetría y advirtiendo los recursos que proporciona y
punto de saltar a pique. el poder cuyo empleo estudiado representa, se ve aquel que
Pero eso que hemos acabado de llamar furor pasivo y que conoce su manejo tentado de explotar -y esto es lo que acon-
busca efectos de extremosa eficacia en quien contempla una teció con quien barroquizaba- la propensión de los hombres
obra, es decir, en un público numéricamente muy considerable, a sentirse maravillados y sorprendidos 39 • Pues bien, a través
recibe un nombre de apariencia muy moderna en el XVII. Se de la extremosidad, según el concepto que de ella hemos dado,
trata de una palabra cuyo empleo alcanzó probablemente uno y de sus manifestaciones derivadas o conexas, se pretende lo-
de los más altos grados de frecuencia: suspensión. Con ello grar determinados efectos conducentes a maravillar: tal es la
se alude a efectos psicológicos que vienen a resultar muy pró- finalidad de este corte o suspensión que deja en alto momentá-
ximos a los de la técnica actual del «suspense». Hay quienes, neamente lo que la obra barroca parece pretender, para desen-
en el siglo XVII, hacen referencia a la eficacia con que, en uno cadenar luego una acción más eficaz; esto es, para atraer y
u otro sentido, la suspensión opera sobre el ánimo. Céspedes sujetar más ahincadamente a aquellos a quienes se dirige. El
y Meneses advierte que «siempre vemos que una gran resis- artista, el pedagogo, el político barrocos apelan a una técnica
tencia, un dolor atajado y suspendido violentamente sofoca los de suspensión que intensifica, en un segundo momento, los re-
sentidos y debilita y enflaquece las fuerzas» 38 • El esfuerzo por sultados de influencia y dirección que persiguen.
cortar de pronto un sentimiento provoca una reacción que alte- López Pinciano comentaba que «la cosa nueva deleyta y
ra el curso normal del desarrollo afectivo de la persona y, según la admirable más y más la prodigiosa y espantosa» 40 • Aquello
el autor, debilita su resistencia. Pero puede darse otro caso: que se presenta con esas cualidades que Pinciano gradualmente
que, utilizando técnicas semejantes, no llegue a tales efectos enuncia -bien sea un fenómeno natural, una acción humana,
negativos, sino que, manteniéndose en una medida adecuada, una obra de arte, la majestad de un tey, etc.-, cuando es
después de haber producido una debilitación provisional y tran- contemplado por el espectador, por el lector, por el súbdito
sitoria, al restablecerse el curso de la atención y del sentimien- que ha de obedecer, por cualquier destinatario que sea, le deja
to, sólo momentáneamente cortados, provoque la reacción de lleno de asombro. Ya hemos visto a E. W. Hesse recalcar
una afección más enérgica, como si se hubiera contribuído por el papel del asombro y la sorpresa. Si la teoria aristotélica
ese procedimiento a :6.jar y vigorizar las fuerzas del ánimo con sobre el papel del «asombro» se ha leído en el Renacimiento
que se seguía y se participaba en un acontecimiento, todo ello y se seguirá leyendo y recordando en el Barroco, en este segun-
en el terreno psicológico. do período se busca en el asombro -palabra a la que con fre-
Jankelevitch, re:6.riéndose al «manierista» y aplicando este cuencia se une la de «espanto»- la idea de algo diferente a
término, no a las gentes de una fase del XVI, sino a todo aquel
en quien prevalezca la «apariencia» y la «manera» sobre la
39. «Apparence et maniete», fragmento de su obra Le ie-ne-sais-quoi et le
presque-rien, en Homenaie a Gracián, Zaragoza, 1958, págs. 125 y sigs.
38. El soldado Píndaro, BAE, XVIII, pág. 293. 40. Op. cit., t. II, págs. 57-58.

28. - ).IAI<AVALL
434 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE. LA SOCIEDAD BARROCA
EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICUL T AD 435

una introducción o acceso al saber; más bien, la de un efecto lista, advierte que hay que proceder, en la narración, contando
psicológico que provoca una retención de las fuerzas de la con- «para mayor gusto del que escucha, en la suspensión de lo
templación o de la admiración durante unos instantes, para de- que espera» 44 • Villamediana admira en el canto «la suspensión
jarlas actuar con más vigor al desatarlas después. Por eso va con que enajena», curioso enlace de este resorte con la técnica
referido al gusto por lo nuevo, lo inusitado, el prodígio, lo de la alienación. Y si la cuestión se plantea eminentemente en
maravilloso, aquello que espanta, en el sentido de que sorpren- relación con el teatro -arte barroco por excelencia-, con la
novela, la poesía o la música, no menos es de aplicación a
de en su grandeza o extrafieza.
Todo ello se consigue con recursos estudiados, manejando otros aspectos de la cultura. Por ejemplo, a la pintura o a las
acciones del político. De ello hablaremos enseguida.
resortes que hay en el interior del hombre y sobre los que se
Hay un escritor francés que formula con no menos clari-
actúa para Ilegar a esa situación transitoria de «suspense». Suá-
dad el consejo que acabamos de leer en Carballo. Se trata de
rez de Figueroa sabe que la «suspendida admiracióm> se desata
un pasaje de Scudéry, en su tragedia Andromire (1641), quien
luego en más fuertes efectos 41 • Es un preceptista que ya cono-
pide que en cada escena se presente «quelque chose de nou-
cemos, Carballo, quien aconseja al autor teatral, particularmen-
veau, qui tient toujours l'esprit suspendm> 45 • Tener en suspen-
te, que escriba «procurando tener siempre el ánimo de los
so el ánimo: ahí está el secreto. Carballo se adelantaba a decir-
oyentes suspenso, ya alegres, ya tristes, ya admirados, y con
nos que por esa vía se lograba impresionarlo más firmemente.
deseo de saber el fin de los sucesos, porque quanto esta sus-
Sin buscar la explicación sistemática ni atender a las conexio-
pensión y deseo fuere mayor, será más agradable después el
nes de fondo que aquí proponemos, alguno de los investiga-
fim> 42 . Un autor de comedias perteneciente al grupo valencia-
dores franceses sobre el tema ha vislumbrado una interpreta-
no, Carlos Boil, propone se utilicen aquellos temas en los que
ción parecida a la nuestra, aunque lejanamente. De la tragedia
el énphasis que se muestra francesa del xvn, que cada día interesa más en la desmesura
suspende, y la suspensión de sus sentimientos y en la exuberancia de sus medios, en su
de un cabello al vulgo cuelga 43, independencia y novedad frente a los preceptos de los antiguos,
sostiene Lebegue que su pretensión es causar sorpresa, y a ello
con lo que la suspensión -resorte de preferente aplicación se liga un quinto carácter que el citado historiador sefiala: la
masiva, para un vulgo numeroso y anónimo- detiene, en zo- busca de emociones extremadas. Los caracteres de extremosi-
zobrante inestabilidad, la atención, para reforzar la consecuen- dad y suspensión, que van correlativos, coinciden, pues, según
cia de efectos emocionales. vemos, con los aspectos que hoy se advierten también en el
Está aquí todo lo que el autor barroco espera de la técnica Barroco francés 46 •
de utilizar los resortes de que hablamos. Lope, puesto a nove-
44. Lope, «Las fortunas de Diana», en Novelas a Mareia Leonarda ed.
41. El pasagero, pág. 356. Rico, pág. 60. '
42. Op. cit., t. II, pág. 19. Innecesario aclarar que «agradable» no tiene 45. Recogido por Rousset (op. cit., pág. 269), quien, sin embargo, no plan-
la banal significación que hoy: quiere decir lo que gusta, aunque sea e! des- tea el tema que aquí tocamos. La cita se contiene en el prólogo de la obra.
consolador final de un drama triste. 46. Cf. M. Lebegue, «La tragédie», XVII• Siecle, núm. 20, 1953, consa-
43. Poetas dramáticos valencianos, t. I, Madrid, 1929, pág. 628, apéndi- grado a:l Barroco.
ce II: «A un licenciado que deseaba hacer comedias».
436 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULT AD 437

A tales caracteres hay que referir, no menos, determinados del comportamiento del príncipe, que desde sus páginas se di-
modos que se dan en la esfera de la política, con los que se funde, convirtiéndose en un principio básico del absolutismo
presenta la majestad de los reyes en las monarquías absolutas monárquico, tal como insistentemente se predica a los súbditos.
del XVII. Dejar en suspenso a los que están pendientes de Muchas veces se oyeron en escena palabras como estas de Cal-
ellos, a los que están presenciando y ocupándose de sus accio- derón, en La gran Cenobia:
nes de gobierno, es propio de los reyes que saben operar como
deben, incluso de todo gran personaje que rige inteligentemen- en secretos misteriosos,
te su conducta; en pocas palabras, de todo aquel que prete~da obedeced los efetos
«realces» de héroe en su manera de actuar. Tal es la doctrma sin examinar el cómo.
de Gracián, repetida en El héroe, El político, El oráculo ma-
nual, etc. Gracián es, tal vez, el máximo expositor de la doc- La misma concepción de la «majestad», rodeada de un reno-
trina de la suspensión, que en él adquiere un lugar central en vado sentido carismático -en cuyo plan entra la discusión
su psicología y en su moralística. Merecería la pena dedica.r un sobre si conviene que el rey se presente con frecuencia ante
estudio a este tema 47 • Otros escritores -ahora nos referimos su pueblo y se haga familiar entre sus súbditos, o a la inversa,
sólo a escritores políticos- hacen suyo el tema también. Al- si deba mantenerse alejado, envuelto en un halo de misterio,
guno de ellos, Ramírez de Prado, habla de la «suspensión» sin que nadie pueda penetrar en sus pensamientos-, todo ello
producida en las gentes como de un eficaz, imprescindible re- contiene un eco de la idea de suspensión. Tal viene a ser la
curso del gobernante 48 • Secreto, suspensión, imposición por via noción de los arcana imperii, de origen tacitista y desarrollada
extrarracional de la fuerza de la majestad, son elementos que por los escritores absolutistas: no se puede traducir por la ex-
se enlazan en e1 consejo que Gómez Tejada da a los gobernan- presión contemporánea de «secretos de Estado», la cual viene
tes: «El secreto del Príncipe le hace más semejante a Dias, y, a ser una versión ordinaria, propia de un gobierno burocrático,
por consiguiente, le granjea majestad y reverencia, suspende en un mundo cuyas relaciones han quedado sin contenido má-
los vasallos, turba los enemigos» 49 • «Hacer misteriosa la Ma- gico. Los arcana apelan, en cambio, a los efectos extraordina-
jestad» es consejo de J. A. de Lancina: «Quien quiere suspen- rios y a la acción sobrecogedora de la potestas, a través de
der al vulgo con sus operaciones las hace misteriosas; cuanto recursos mágicos, aunque, claro está, se trate de esa magia na-
más las ostenta, le viene mayor curiosidad y el hacer arcano tural -algo así como posesión de ciertos conocimientos psico-
causa veneración» 50 • Muy especialmente entre los tacitistas, la lógicos que se dan raramente-, cuyo cultivo entretenía a los
doctrina del secreto va unida a la de la suspensión, y una y otra mismos cartesianos en el XVII.
constituyen piezas clave en la doctrina, elaborada por ellos, Esa técnica de suspensión en el teatro y la novela, en la
política, etc., se aplica, con los consabidos objetivos sociales
47. Algunas páginas pueden verse en la obra de W. Krauss, Graciáns
de la época, al arte de la pintura. No se ha insistido bastante
Lebenslebre, cit., págs. 116-117. en la práctica de lo inacabado, tal como se da en Velázquez y
48. Conseio y conseiero de Príncipes, Madrid, 1958, pág. 25. otros. Es un procedimiento de suspensión, en el que se espera
49. El fil6sofo, Madrid, 1650, foi. 140. que el ojo contemplador acabe por poner lo que falta, y por
50. Comentarios políticos, selección citada, págs. 97 y 98; observemos, en
un caso más, e1 uso de la voz «suspender». ponerlo un poco a su maneta. Toda la pintura de manchas o
EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICUL TAD 439
438 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA
El otro ejemplo de técnica de lo inacabado a que aludimos
«borrones», de pinceladas distantes, etc., es, en cierta medida,
lo ofrece, entre tantos otros posibles, la pintura de Velázquez.
una «anamorfosis», que reclama sea recompuesta la imagen por
Hoy se ha hecho habitual sefialar en ella su carácter de pin-
la intervención del espectador. En todos esos casos, es de apli-
tura sin terminar, descuidada. Ortega le ha dado mucho relie-
cación lo que Baltrusaitis ha escrito: «El rayo óptico no es el
ve a este aspecto de la obra de Velázquez 52 • Limitándose a
conductor pasivo de una sensación producida por un objeto; lo
51 una explicación biográfica, se ha querido ver en esto como una
recrea, proyectando en la realidad sus formas alteradas» . Se
desgana del pintor, distraído de su tarea por otras preocupacio-
ha observado -y es bien elocuente- el paralelismo entre un
nes que las de su pintura. No entremos en esta cuestión perso-
ejemplo tomado de la pintura y otro de la literatura, ambos
nal. A nosotros nos interesan las razones históricas del hecho.
eminentísimos, en una misma época, aproximadamente, desde
Y planteándolo así nos encontramos con que el proceder de
los primeros afios del siglo XVII, en relación con el aspecto que
Velázquez no es único, sino que se inserta en una corriente
ahora observamos. Después de ya escrita la primera docena de
general de los pintores de su tiempo (con casos tan egregios
sus obras, entre las que cuentan sus más grandiosas tragedias,
como el de Rembrandt), los cuales practican con entusiasmo
las obras siguientes que Shakespeare produce parecen más des-
la pintura de «borrones» o «a lo valiente», de que tanto gusta-
cuidadas, como sin pulir, sin darles su última mano. Algunos
ba, muy representativamente, un Gracián. Lo más interesante,
críticos han pretendido ver en ello razones esotéricas, de ocul-
p~ra nosotro~: está en que a~í se vio :n la época, cuando el
to simbolismo. Otros han optado por suponer que el autor se
mismo Gracian hace el elogio de Velazquez en ese sentido
hallaba fatigado y ese cansando le habría llevado a convertirse
en un hombre abandonado en su quehacer. c:No parece más
c~ando Quevedo ve elogiosamente en su obra, no unos perfile~
n.i unos colores cuidadosa y plenamente puestos en el lienzo,
propio y congruente con las circunstancias del caso relacionar
sino unas «manchas» discontinuas e inacabadas. Quevedo pien-
ese hecho con la sensibilidad barroca y con su gusto por lo
sa que eso es mucho más «verdad» en el cuadro que una rela-
inacabado? Ante una comprobación semejante no hay por qué
mid~ terminación. ~i tenemos en cuenta que, unos afios antes,
reducir su estimación a un juicio valorativo de «imperfecto»;
escn~o~. tan entendido y gustador de la pintura como fray José
en ningún caso tiene por qué verse así necesariamente, aun-
de Siguenza echaba en cara a los pintores espafioles su ma-
que en ocasiones (pensamos ahora en el ejemplo de tantas
nera de dejar bien terminada la obra, frente a la libre desen-
obras de Lope) se puedan superponer ambos juicios. Creemas,
voltura del pintar a lo valiente que él admiraba en los artistas
pues -con apreciación más ajustada a las circunstancias de la
italianos 53 , comprenderemos que la técnica de lo inacabado
época-, que estamos ante la aplicación por Shakespeare de un
e~ Velázquez -dejando aparte la genialidad de su aplicación-
procedimiento cada vez más barroco. Simplemente, de un pro-
111 es excepcional ni original en él, ni dejaba de responder a
cedimiento a través del cual se pretende que lo inacabado lleve
a la suspensión, a la intervención activa del público y al con-
tagio y acción psicológica sobre éste, que le inclina hacia unos . 52. Ortega relaciona el arte de Velázquez con este descubrimiento: «la rea-
hdad ,se diferencia dei mito en que no está nunca acabada», «lntroducción
objetivos a los que se quiere dirigirle. a Velazquez», en OC, t. VIII, 1943, pág. 479.
5~. «Labrar_ mu_Y hermoso y acabado ... propio gusto de los espaiioles en
la Pmtura» (Historia de la Orden de San Jerónimo NBAE vol XII t II
51. Anamorphoses ou magie artificielle des effets mervei!leux, París, 1969, pág. 549). , , . ' . '
pái,;. 12.
440 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA
EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULT AD 441

todo un proceso histórico: representa un momento cumbre en instantes en suspenso, sintiéndose empujado a lanzarse después
a participar en ella, acaba encontrándose más fuertemente afec-
los procedimientos del Barroco.
Tal como la practica Saavedra Fajardo -otro entusiasta y tado por la obra, prendido por ella. Soporta así, con una inten-
buen catador de la pintura de borrones de su tiempo-, la lite- sidad mucho mayor que cuando se sigue otras vías, una influen-
ratura de «empresas», (qué es sino un modo de escribir in- cia incomparablemente más enérgica de la obra que se le pre-
completo e inacahado? Y la tan frecuente utilización de recur- senta. No se trata -ya antes hemos dedicado unas páginas
sos alusivos y elusivos en las páginas del propio Quevedo res- al tema- de llegar a conseguir una adhesión intelectual del
pondeu seguramente a lo mismo 54 • Se comprende que una público, sino de moverlo; por eso se busca ese resorte de sus-
dosis de desalifío entre, con rigurosa significación histórica, en pensión que lanza luego a un movimiento más firmemente sos-
la estética del Barroco, la cual, en los más extremados casos, tenido. Y ésa es la cuestión: mover.
La obra barroca parece sefialar hacia algo colocado más allá
toma aires de desgarro.
El descuido tiene su preceptiva. La función que aquí atri- de ella misma, como si ella misma no fuera más que una pre-
buímos a la que hemos llamado técnica de lo inacabado, den- paración. De ahí que ofrezca ese carácter provisional, como de
tro de la preceptiva del Barroco, se sublima en el valor que transitaria, que alguna vez se ha hecho observar 58 • Lo que se
se confiere a la práctica cstudiada del «descuido». «Galas viste traduce en un aspecto abocetado o como si el autor hubiera
el descuido», escribe Bocángel 55 , y Calderón hace suya la doc- interrumpido de pronto el trabajo, quizá para volver más tarde
trina: .« ... que hay, en el descuido, belleza» (La Sibila de Orien- a él. En ese supuesto momento de interrupción, en ese apa-
te). Aplicando una estimación como la que acabamos de ver rente intermedio, es cuando el espectador interviene, movién-
formulada hasta los más cotidianos aspectos de la vida, Cubillo dose eficazmente hacia lo que la obra le propone.
de Aragón pane en boca de uno de sus personajes: «El des- Tal es el sentido de esta técnica barroca: suspender, por
cuido has de alabar en la gala» (El seíior de Buenas Noches). tanto, siguiendo los más diversos medios, para provocar des-
Ese papel del descuido -que se extiende hasta la atribución pués que, tras ese momento de detención provisional y transi-
de un valor estético a lo feo-56 no se opone a la estimación taria, se mueva con más eficacia el ánimo, empujado por las
barroca de la cultura, sino que, por el contrario, aparece como fuerzas retenidas y concentradas, liberadas luego, pero siempre
un elemento de la misma. Pellicer de Tovar formula con todo después de dejarlas colocadas como ante un canal conductor
rigor el principio: «siendo tal vez el descuido indicio de mayor que las dirija. La técnica del «suspense» se relaciona con la uti-
lización de los recursos de lo movible y cambiante, de los equi-
acierto que el cuidado» 57 •
El receptor de la obra barroca que, sorprendido de encon- líbrios inestables, de lo inacabado, de lo extrafí.o y raro de lo
trarla inacabada o tan irregularmente construida, queda unos difícil, de lo nuevo y antes no visto, etc., etc. Como n~s dice
Céspedes y Meneses de uno de sus personajes: «Quedó un
tanto de la impensada novedad suspendido ... » 59 • De algunos
54. Cf. D. W. Bleznick, Quevedo, Nueva York, 1972. de estos puntos hablaremos luego, pero ahora vamos a ocupar-
55. Obras, t. I, pág. 27. El pasaie pertenece a la Fábula de Leandro
y Hera.
56. G. Díaz-Plaja, El espíritu del Barroco, Barcelona, 1940.
57. Prólogo a las Obras de A. Pantaleón de Ribera, en la edición póstuma 58. Rousset, op. cit., pág. 232.
59. E! espaíiol Gerardo, pág. 246.
de Madrid, 1631. Cito por la dición de Madrid, 1944, t. I, pág. 28.
442 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICUL TAD 443
nós de uno de los más decisivos: la utilización de lo oscuro do, etc.) y otra de forma externa o de palabra (Góngora, Ca-
y difícil. rrillo, Bocángel, Trillo). Tal diferenciación había sido aceptada
La extremosidad en que el garroco se coloca y la suspen- en términos generales -por Menéndez Pidal, entre otros-,
sión que procura manejar hábilmente como recurso, llevan a pero la autora no ve grandf's razones para mantener ese punto
servirse de la dificultad y de la oscuridad -de la segunda, en de vista. Desde luego, para nosotros, carece de significación
razón de la primera-. Si en los primeros tiempos de manieris- respecto al sentido que buscamos en el tema, y no cambia las
tas y cultistas, Luís Carrillo ha llegado ya a decir que «efectos razones para atenernos a esa indiferencia ante tipos diferentes
son del buen hablar dificultar algo las cosas», bien que haya de dificultad la posible consideración de que vayan destinados
que rechazar la oscuridad y servirse con mesura de una dificul- a públicos distintos en uno u otro caso, según propone F. Lá-
tad discreta 60 , algunos afios después López Pinciano no duda- zaro. Podría tener relevancia si descubriéramos que la segunda
rá en sostener: «En lo dificultoso está lo hermoso» 61 • Lope, va destinada a públicos más distinguidos, ricos y cultos, que
haciendo polemizar a sus personajes sobre el tema, le hará ex- Ia primera. Probablemente así es, pero esto está aún por inves-
presar a uno de ellos en La dama duende (acto I, escena IV) tigar. Creemas que en ambos casos esas dos maneras de oscu-
que la dicción poética ha de ser «escura aun a ingenios raros». ridad -aunque en su dualidad puedan observarse otros aspec-
Pellicer de Tovar nos dará el principio normativo de esta nue- tos- operan sobre el público de la misma forma: atrayéndo-
va estimativa: «Condición es de lo precioso estar escondido» 62 • le, sujetando su atención, haciéndole partícipe de la obra, ha-
Y Gracián cree ver un criterio general en ello: «Siempre fue ciéndole esforzarse en su desciframiento, provocando por esa
lo dificultoso estimado» 63 • La profesora A. Collard estudia en vía una fijación de la influencia de la obra en el lector 64 .
un capítulo de su obra el tema de oscuridad y dificultad en las Hay en el siglo xvn un reiterado elogio de la dificultad, y
letras del xvrr y sefiala que ya en un texto renacentista -la lo más interesante del caso es que se plantea pedagógicamente:
traducción de Castiglione por Boscán- se insinúa la parti- una buena y eficaz ensefianza se ha de servir de lo difícil y por
cipación del público lector que tales recursos suscitan, como tanto del camino de lo oscuro para alcanzar un resultado de
objetivo en el empleo de los mismos; la autora no se detiene en afincar más sólidamente un saber. Hay un pasaje de Carballo
este punto, que para nosotros es el aspecto esencial de la cues- de un máximo interés para entender esta cuestión y para apre-
tión y el que nos ha llevado a plantearnos la cuestión (prólogo ciar su alcance y de paso para advertir cómo ciertos valores,
a nuestro libro de 1944 ). A través de los muchos pasajes que tal el de la claridad en la exposición docente, no son de carác-
recoge -si bien entre ellos faltan algunos que nosotros damos ter absoluto, sino producto de una estimación histórica. Según
aquí y que consideramos más interesantes a nuestro objeto-.- Carballo, hay que admitir que «de ver las cosas muy claras
plantea A. Collard la cuestión de si cabe una diferencia decisiva se engendra cierto fastidio, con que se viene ·a perder la aten-
entre una oscuridad de fondo o contenido (Gracián, Queve-
64. Nueva poesia: Conceptismo, culteranismo en la crítica espafíola, Ma-
60. Libro de la erudici6n poética, edición de M. Cardenal Iracheta, Ma- drid, 1967, págs. 99 y sigs. El trabajo que se cita de Menéndez Pidal es
drid, 1946, págs. 93-94. «Üscuridad, dificultad entre culteranos y conceptistas», rer.ogido en Castilla,
61. Op. cit., t. I, pág. 154. la tradición, el idioma (Col. Austral, Madrid); e! de F. Lázaro, «Sobre la
62. Prólogo a las Obras de Pantaleón de Ribera, cit., pág. 24. dificultad conceptista», en Estttdios dedicados a Menéndez Pidal, t. VI, Ma-
63. El discreto, pág. 320. drid, 1956.
444 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA EXTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULTAD 445
c1on y assí se leerá un estudiante quatro hojas de un libro, dificultad se avienen bien con la mid-cult y se corresponden
que por ser claro y de cosas ordinarias no atiende a lo que lee. con el carácter masivo de ésta. Y ésta es, sin duda, una de esas
Mas si es difficultoso y extraordinario su estilo, esto propio lo razones que operan en el xvrr.
incita a que trabaje por entendello, que naturalmente somos in- Desde luego, en el Barroco hay una común inclinación a
clinados a entender y saber y un contrario con otro se esfuer- lo difícil y oscuro que llega a niveles socialmente bajos. Pero
ça, ansí con la difficultad crece el apetito de saber» 65 • No es en las mismas preceptivas del momento se defienden esas cali-
éste un testimonio único. Gracián, paralelamente, sostendrá, dades y se las desea ver cultivadas por el autor. Pertenece esa
décadas después: «A más dificultad más fruición del discurso actitud, pues, a la mentalidad que dirige y hace la cultura del
en topar con el significado, cuando está más oscuro» 66 • El mé- XVII barroco. Y esto es lo que hemos de tratar de explicar-
todo pedagógico de lo difícil tiene en Gracián -por algo es nos. Los textos de Gracián y de Carballo, tantos otros más, a
quizá el más eminente preceptista del Barroco-- su más firme nuestro parecer, no admiten otra interpretación: se considera
partidario: «La verdad, cuanto más dificultosa, es más agrada- como un procedimiento para fijar más la atención y hacer más
ble, y el conocimiento que cuesta es más estimado» 67 • profunda la huella que una obra, un espectáculo, etc., dejap en
Hay, sin duda, razones variadas que ponen en circulación el espíritu del que recibe su impresión. Una doctrina que capte
el gusto por lo que es costoso de entender. La tendencia a la y quede impresa, una obra de arte que introduzca en su mundo
deformación y complicación oscurecedoras vendría en el XVII, al público y le mueva, un poder político que espante y se im-
según Highet, de influencias griegas y latinas: así en el estilo ponga, todo ello y tantas otras manifestaciones más de la vida
de Góngora, de Marino, de Milton; Jáuregui tuvo que incli- social del XVII requieren oscuridad, la cual refuerza la suspen-
narse al gongorismo al traducir la Farsalia 68 • Pero, ~por qué sión y se traduce en dificultad.
se produce esa influencia, por qué se generaliza y alcanza un Hemos querido hacer ver en otras ocasiones que la litera-
papel central en el sistema de la cultura barroca? tura de emblemas y todos los demás géneros emparentados con
Puede haber y hay razones triviales -como las que hoy la misma y utilizados para objetivos religiosos, políticos edu-
dan lugar a la difusión de los crucigramas (lo que no quiere cativos o simplemente placenteros, responde a ese carác~er de
decir que sociológicamente sea un tema trivial)-, José de la la cultura barroca. Como declara el más ilustre escritor de «em-
Vega, queriendo damos cuenta de un estado cultural de medío- presas» en nuestra lengua, Saavedra Fajardo, la finalidad de
cre nível en su tiempo, escribió: «Es infalible admirar uno lo esa maneta de escribir, que necesariamente lleva un elevado
que no comprehende, o ya por no dar a entender que no lo ha nível de dificultad, se encuentra en que «el lector no pierda el
entendido o ya por ser generalmente la maravilla pasto de la gusto de entenderlas por sí mismas» 70 • Como enunciando un
ignorancia» 69 ; ciertamente que unas determinadas formas de precepto de rigurosa aplicación, Lope dirá: «Es enigma una
oscura alegoría que se entiende difícilmente» 71 • Carballo pe-
65. Op. cit., t. I, pág. 114.
66. Agudeza y arte de ingenio, Discurso XL.
67. Op. cit., Discurso VII, pág. 266. 70. Cf. nuestro estudio «La literatura de emblemas en e! contexto de la so-
68. La tradición clásica, cit., I, pág. 256. ciedad barroca», recogido en mi Teatro y literatura en la sociedad barroca
69. Confusión de confusiones, 1688 (reproducción facsímil, Madrid, 1958), Madrid, 1972. '
pág. 142. 71. Obras, cit., pág. 1.242.
446 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA E:XTREMOSIDAD, SUSPENSIÓN, DIFICULTAD 447
día «que sea muy dificultosa de entenderse» 72 • Y no sólo la tiva de la dificultad. Son aplicación de un saber calculado que,
literatura; el arte todo es un lenguaje esotérico y difícil que si tiene de magia natural -en tanto que manejo de resortes
se lee y se entiende por debajo de la aparente significación de naturales difícil de alcanzar-, es a la vez un saber rigurosa-
los símbolos que utiliza 73 • Ya dijimos, afios atrás, que las ce- mente geométrico. Vienen a constituir por ello una zona de
remonias y fiestas públicas, los arcos, carrozas y otras manifes- aproximación de Barroco y Racionalismo a que, en anterior
taciones públicas de carácter plástico, tenían el valor simbólico capítulo, nos referimos. El tema, bajo este aspecto, fue estu-
de verdaderos emblemas y jeroglíficos, utilizados para servirse diado por G. Rodis-Lewis 76 , de cuyas páginas sacamos la noti-
dei papel educativo y directivo de los ánimos que a la oscura cia de que fue un género cultivado por ingenieros, matemáti-
dificultad se le atribuía 74 • León Pinelo nos cuenta de catafal- cos, filósofos de la escuela cartesiana. Recientemente, el tema
cos funerarios o de arcos triunfales, decorados con jeroglíficos, de la anamorfosis ha sido estudiado por Baltrusaitis, en un
levantados en las calles 75 • libra de apasionante curiosidad, cuyas conclusiones coinciden y
Dentro dei arte hay que referirse a un tipo de obras que apoyan nuestros planteamientos 77 • Él ha sefialado, en Francia,
se difundieron mucho en el xvn, aunque su origen se haya que- los trabajos anamórficos de Salomon de Caus, de J.-F. Nice-
rido encontrar mucho más lejos, en las consideraciones de Pla- ron, del P. Maignan. El segundo de éstos publicá una obra bajo
tón sobre la perspectiva. Nos referimos a las llamadas anamor- el título Thaumaturgus opticus (París, 1646). Maignan fue una
fosis, en las cuales, por un juego de deformaciones, de distor- figura secundaria del cartesianismo, cuyo nombre nos interesa
siones practicadas sobre el objeto, se pretende conseguir que a porque, a través de este autor, entró principalmente en Espafia
primera vista éste desaparezca o, mejor dicho, se aproxime en aquella corriente intelectual 78 • A Sebastián de Caus se le ha
su apariencia o se asemeje a cosa muy distinta, para restable- atribuído, en medio de su barroquismo, el origen de la palabra
cerse en la forma sensible de su propia realidad, ante el ojo «ingeniero», aunque en otro lugar hemos citado algunos datas
del espectador, cuando éste lo contempla desde un determinado que demuestran que, por de pronto, en Espafia, la palabra era
punto de vista. Son juegos de perspectiva que siempre se usa- conocida de mucho antes 79 •
ron, pero que en el Renacimiento, al juntarse un mayor saber Los procedimientos de anamorfosis se aplican -según se
geométrico con una intensa curiosidad por los efectos mágicos, desprende dei amplio repertorio de ejemplos reunido por Bal-
empezaron a difundirse, para hacerse muy frecuentes en el Ba- trusaitis- a la representación de toda clase de temas: bíblicos,
rroco, siendo un ejercicio de virtuosismo en la ciencia geomé- hagiográficos, políticos, heroicos, o de fenómenos naturales, etc.
trica de la perspectiva, muy gustado en el XVII. Muy en primer lugar, a las materias sobre las cuales más se
Hemos de considerar, pues, las anamorfosis como una de
las manifestaciones más curiosas y complicadas de la precep-
76. «Machinerie et perspectives curieuses dans leur rapport avec !e cartésia-
nisme», Bulletin de la Société d'Études sur le XVIIª siecle, P.ar!s, 1956.
77. Cf. Anamorphoses ou magie artificielle des effets merveilleux, cit.
72. Op. cit., t. II, pág. 89.
78. Cf. P. Ramón Ceíial, «La vida, obras e influencia de Emmanuel
73. Cf. J. Gállego, Visión y símbolos en la pintura espaiíola dei Siglo de
Maignan», REP, núm. 46, 1952, y «La filosofía de Emmanuel Maignan», Revis-
Oro, Madrid, 1972. ta de Filosofía, XIII, núm. 48, 1954.
74. Cf. mi Teoría espafíola dei Estado en el siglo XVII, Madrid, 1944, 79. Antiguos y modernos: La idea de progreso en el desarrollo inicial de
pág. 54.
una sociedad, pág. 574; Estado moderno y mentalidad social, t. I, págs. 50
75. Anales de Madrid, ed. de Fernández Martín, Madrid, 1971. y 82.
448 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA

extiende el Barroco. De 1630 a 1650 parece que se sitúa el auge


de la anamorfosis, y París -según el investigador que acaba-
mos de citar- se convierte en el centro de estudio y de pro-
pagación de este género de combinaciones ópticas, cultivado
entre personajes próximos a la Corte 80 • Ello contribuye a de-
mostrar la conexión de París, contra lo que tantas veces se ha
dicho, con la cultura barroca. Con la anamorfosis, el gusto por Capítulo 9
lo difícil toma un giro extravagante y nuevo, todo muy de
acuerdo con la mentalidad de la época. NOVEDAD, INVENClóN, ARTIFICIO
Interés por conducir racionalmente los resortes con los que (Papel social dei teatro y de las fiestas)
canalizar y dirigir los movimientos de un público, utilización, a
este aspecto, de la eficacia que posee la técnica de la suspen~i~n,
tendencia a la extremosidad, empleo de la fuerza pedagogtca El gusto por lo difícil, que alcanza tal preferencia en la men-
que ofrece el «desafio» de lo difícil, son factores que entran en talidad barroca, da un papel destacado, en la estimación de
el juego de la cosmovisión barroca. Aunque antes hemos ha- cualquier obra que se juzgue, a las cualidades de novedad, rare-
blado de ésta, recordemos ahora unos versos de Calderón, en za, invención, extravagancia, ruptura de normas, etc. Todas
los que su principio se enuncia de manera tal que nos ayudan esas notas, tal como se presentan en los juicios de los hom-
a comprender lo que llevamos expuesto: bres del siglo xvn, llevan entre sí un nexo, de lo que pro-
cede el que todas ellas deriven dei anhelo de novedad, como
es todo el delo un presagio éste a su vez procede de la tendencia a buscar la dificultad.
y es todo e1 mundo un prodígio 81 • «Lo admirable que trae la novedad», es frase que leemas
en Céspedes y Meneses, como podríamos encontraria en cual-
Ante ello el arte o la política del Barroco son un descifra- quier otro autor de la centuria barroca 1 . Hay, así lo reconoce
miento, lo cu'al, evidentemente, supone un juego con la dificul- el escritor de la época, una inclinación natural, innata, que
tad y la oscuridad. De ahí el papel que en el Barroco haya de arrastra al hombre hacia lo nuevo. Dorotea, en la obra de este
atribuírsele, forzosamente, a la serie de elementos que entran título de Lope, nos dirá: « ... la diferencia causa novedad y
en ese juego, esto es, a otro grupo de factores que se organi- despierta el dese0>>; «propiedad de todo lo que es nuevo -dirá,
zan en torno al núcleo dei concepto de artificio. por su parte, Tirso-, pues nuestra mudable inclinación
tiene de ordinario en más lo advenedizo» 2 • La tendencia a
considerar como producto de la naturaleza aquello que se pre-
tende vigarizar, se observa claramente en este punto: «Es na-
80. Op. cit., págs. 58-60. ..
tural en todos el deseo de saber cosas nuevas, extrafias, admi-
81. La viàa es sueiío, versos !inales de la jornada príme~a. Bailtrusa•ltlS,
en su citado estudio, saca esta conclusión (pág. 32): en el s1glo XVII «nos
encontramos en una época en la que el arte y el prodígio se entremezclan Y se 1. El espaiíol Gerardo, cit., pág. 201.
asocian estrechamente,.. 2. Cigarrales de Toledo, cít., pág. 173, repetido en pág. 263.

29. - MARAVALL
450 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 451
rables, diversas, y también de inquirir sus causas» 3 . La cadena damente del siglo XVI al xvu. En el siglo del Renacimiento ha
de adjetivos que se eslabonan en ese texto es bien típicamente impulsado la vida social en múltiples aspectos, y si bien se en-
barroca. La crítica de toda clase de cosas emplea, desde el Ma- cuentra solamente en ciertas capas de la población urbana
nierismo, acentuándose tal uso en el Barroco, voces como «nue- -nunca en la rural, ni en muchos sectores de las ciudades-,
vo», «original», «caprichoso», «raro», «extravagante», con una llega a ser como el principio vital que anima a los grupos so-
acepción de elevada estimación positiva, en lo que hay que ver ciales ascendentes. Cuando el absolutismo monárquico del xvu
no una manifestación de un gusto espafiol, sino un fenómeno -explicábamos allí- cierra sus cuadros firmemente en defensa
común a extensos sectores del XVII europeo, como ya hizo de un orden social privilegiado, se le ve cómo teme caer haja
observar Wolfflin 4 • En una extensa investigación sobre el sen- los amenazadores cambios que el espíritu del XVI y su auge eco-
tido de la historia en el Renacimiento, principalmente espafiol, nómico y demográfico ha traído consigo. Ello suscita, en esa
hicimos un amplísimo estudio sobre el papel de ese interés por segunda fase que sefialamos, un grave recelo contra la nove-
la novedad. Perseguimos allí la formación de un tópico que el dad. Se la excluye de todas aquellas manifestaciones de la vida
siglo XVI recoge y potencia, como fórmula en la que condensa colectiva que puedan afectar al orden fundamental y se la re-
la expresión de una de sus más profundas tendencias: «Todo lo cluye en aquellas áreas que se juzgan inocuas o, por lo menos,
nuevo place» õ. A las numerosísimas referencias que dimos no graves para el orden político. Desde entonces es lo que prac-
sobre la presencia de este aforismo en textos de los siglos XVI tican -como hasta en nuestros días tenemos ocasión de ver-
y XVII, podemos afiadir todavía otra, tomada de una de las no- todos los regímenes de fuerza instalados en el gobierno de los
velas de María de Zayas y Sotomayor: «Como dice el vulgar, pueblos. Tal vez haya que ver en ello un reflejo del estado de
lo nuevo aplace» 6 , frase cuya trivialización en forma de refrán ansiedad por la amenazadora irrupción del cambio, en la vida
nos confirma un pasaje de Agustín de Rojas 7 • A través de la social organizada tradicionalmente, que el sentimiento de crisis
obra de la interesante novelista que acabamos de citar se en- despertaba entonces en todo el mundo. Una crisis económica,
cuentran otras alusiones al tema de la novedad que ponen de social, con repercusiones de toda índole, que el hombre del Ba-
relieve el papel del mismo 8 • Ese papel, según demostramos rroco vive, lleno de inquietud por las desfavorables novedades
en nuestro trabajo anteriormente recordado, ha variado profun- que el tiempo le pueda traer. Es un estado de ánimo particu-
larmente intenso en Espafia. Con ello se comprende surgiera,
3. Suárez de Figueroa, Varias noticias ... , fel. 20. en los que temieron verse perjudicados en su situación privi-
4. Rinascimento e Barocco, cit., pág. 25 n. legiada, una repugnancia a lo nuevo que les amenazaba por do-
5. Cf. mi obra Antiguos y modernos: La idea de progreso en el desarrollo
inicial de una sociedad, Parte Prirnera. quier. «Todas las cosas están en calma -previene Pellicer a sus
6. La más infame venganza, en Desenganos amorosos, reedición de G. de lectores (8 de marzo de 1644 )-- y el tiempo muy prefiado de
Amezúa, Madrid, 1950, t. II, pág. 20. novedades que dicen parirán pronto» 9 • Con su tono gaceti-
7. El viaie entretenido, edición de J. P. Ressot, pág. 105; aparece corno
título de una obra. llero, Barrionuevo traduce lo que acabamos de decir, con estas
8. Véansc algunos ejernplos: de un caballero enamorado de una dama, «el palabras: «Cada día se ven y oyen monstruosidades en Ma-
trato y ser repa nueva le había de apetecerla» (t. II, pág. 88); en otro
pasaje: «eso tienen las novedades, que aunque no sean rnuy sabrosas, todos
gustan de comedas» (t. II, pág. 102). Estes fragmentos pertenecen a diferentes
novelas de la segunda serie. 9. Avisos, ed. de! Semanarío Erudito, XXXIII, pág. 150.
NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 453
452 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA
mienda: «Bueno será, según esta, sigamos otra vereda que no
drid» 10 , y, cuando menos, sus cuadernos de noticias en todo ca~ezca de novedad, para que rinda aprovechamiento» 14 • Se la
seiialan abrumadora confusión, en cuanto en el momento se qmere mantener como un principio omnivalente: «Todo es no-
hace y se reforma; ya lo vimos páginas atrás. De expectativas
vedad en este mundo; sólo es viejo el haberlas» dice Fernán-
así, el hombre del XVII, y muy especialmente el espafiol, no es- dez de Ribera 15 , si bien, al universalizada de t~l maneta, ve-
pera nada bueno (nos referimos, claro está, a los integrados
mo~ claro que se le hace perder toda su virulencia. Sus decla-
en el sistema). Consecuentemente, para ellos, en la política, en rac1ones a favor de lo nuevo no serán menos ardorosas que
la religión, en la filosofía, en la moral, se trata de cerrar el las del XVI, pero en la medida en que sean permitidas se redu-
paso a toda novedad, precisamente porque, aun no queriéndola,
cirán a juegos poéticos, extravagancias literarias, recursos de
se presenta traída por el desorden de los tiempos. «Cada día la tramoya teatral que asombran y suspendeu al decaído ánimo
hay novedades en la política», se comenta en una carta de je- ciudadano del siglo XVII. A ello obliga la básica actitud con-
sui tas ( 2 de marzo de 16 38) 11 , y Barrionuevo advertirá a su servadora de la cultura barroca que ya tratamos de explicamos.
público: «Cada día se ven cosas nuevas en este lugar» (19 de
Nada de novedad, repitámoslo, en cuanto afecte al orden
agosto de 1654) 12 • Pues bien, eso es lo que el sector de los político-social; pero, en cambio, una utilización declarada a
integrados, que montan la «propaganda» al modo barroco, quie-
grandes voces de lo nuevo, en aspectos externos, secundarias
ren evitar o por lo menos neutralizar en sus consecuencias de
-y ~e~pe~to al orden del poder, intrascendentes-, que van a
revuelta. Mas, como el espíritu público difícilmente renuncia-
permltlr, mcluso, un curioso doble juego: bajo la apariencia
da a la atracción de lo nuevo, después de la experiencia rena- de una atrevida novedad que cubre por fuera el producto se.
hace ~asar u?a doctrina -no estada de más emplear aquf la
centista y de cuanto a su favor había estado escuchando duran-
te más de un siglo, ahora se le deja campo libre allí donde voz «ideologia»- cerradamente antiinnovadora conservadora
la amenaza del orden que traiga consigo no sea grave o resulte A trav~s de la novedad que atrae el gusto, p;sa un enérgic~
tan remota que no constituya ningún problema cortar a tiempo reconst1tuyente de los intereses tradicionales.
sus extremos. El arte, la literatura, la poesía, siguen exaltando
Por eso la novedad interesa tanto al escritor barroco. Es
la novedad y por el cauce de esas actividades se da salida al
una n;anera de hacer tragar, endulzadamente, deleitosamente
gusto por lo nuevo de ciertos grupos sociales -si bien bastará
-segun norma de la sempiterna preceptiva horaciana- todo
u.n sis:ema de reforzamiento de la tradición monárquic~-sefio­
que una «décima» o cualquier otra mínima estrofa contengan
la sospechosa alusión al proceder de algún ministro para que nal'. S1 la pedagogia y todas las artes de conducir el compor-
el autor se vea encarcelado sin proceso durante afias (tal es el
tam1ento humano en el Barroco procuran llegar a niveles extra-
caso de Adam de la Parra 13 ) - . rracionales del individuo y desde allí moverle e integrarle en
El Barroco proclama, cultiva, exalta la novedad; la reco-
los grupos mantenedores del sistema social vigente, un gran re-
10. BAE, XXII, pág. 187 (29 mayo 1658).
c~rso es el de llamar la atención con el suspense de la novedad
11. MHE, XIV, pág. 339. s1empre que no entrafie riesgo. Lo nuevo place, lo no visto
12. BAE, XXI, pág. 46 (19 agosto 1654).
13. Véanse los numerosos casos semejantes que hemos citado en el cap.
primero. Sobre Adam de la Parra, cf. e1 pr6logo de J. de Entrambasaguas a la 14. Suárez de Figueroa, El pasagero, pág. 361.
edici6n de la obra de aquél, Conspiración herético-cristianisima, 1'raducci6n de 15. E! mesón del mundo, cit., pág. 68.
A. Roda, Madrid, 1943.
454 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 455
antes atrae, la invención que se estrena embelesa; pero todo verdad, nos enc~ntramos ahora con que ese consejo de seguir
ello se permitirá en aparentes auda~ias que no afecten. ~l fon~o la verdad va cur10samente matizado. En efecto, la recomenda-
de las creencias sobre las que se as1enta la estructurac1on social da subordinación del escritor barroco a la exigencia de la cosa
de la monarquía absoluta; por el contrario, sirviéndose de esas nueva le hará aclarar a Cabrera de Córdoba: «La verdad ha de
novedades como vehículo, se introduce más fácilmente la pro- ser de lo notable, para ensefiar y delectar por la singularidad y
paganda persuasiva a favor de lo establecido. extrafieza» 20
y a sabemos que el Barroco se fió poco de los argumentos AI tema de la novedad, al recorte y desviación que sufre
estrictamente intelectuales, del pensamiento escolástico moldea- bajo las :endencias represivas del absolutismo monárquico, he~
do por la sociedad tradicional, erosionados por la crítica, .~esde mos dedicado ya muchas páginas, que no vamos a repetir
21
tres siglos antes, en múltiples esferas. Prefiere apelar, dijlmos aqui' . Hemas quen"do recoger a1guna mención nueva del tema
páginas atrás, a resortes extrarracionales que muevan a la vo- Y poner de relieve, sobre todo, su conexión con las técnicas de
luntad. Y un resorte de mucha fuerza es ese de la novedad do~inio y dirección de la voluntad, llevando a ésta a la acep-
-tanto más llamativa y extravagante, cuanto más superficial se tac1on de un estado de cosas cuya defensa se ha infiltrado
la ha dejado--. La novedad cautiva el gusto y la voluntad que bajo aspectos de sugestiva y atrayente extrafieza. Lo extrafio
le sigue. «La novedad solicitaba a los ojos y éstos a la volun- l? extraordinario, lo que se sale de lo normal, son manifesta~
tad» dice en una ocasión Céspedes y Meneses •
16
c10nes de la ~ovedad. También en Francia se ha dicho que,
Así pues, preceptistas y cultivadores de diferentes artes P.ara I~, mentalidad barroca, lo que más permite lograr la inten-
estarán de acuerdo en recomendar que se procure, del modo sificac1on de e!ectos de una tesis o de modos de apreciar o de
que sea, la novedad, porque sin conseguida no se lograr.á nada actuar determmados, es el empleo de lo extraordinario, de lo
(bien entendido que se trata de artes que de suyo son mofen- que se sale de lo común 22 •
sivas en el sentido que ya llevamos dicho ). Carballo pide al 20. De h'.storia, P~ra entenderia y escribirla, edíción con un estudio de
poet~ que se esfuerce en inventar las cosas «más raras y admi- S. Montero D1az, Madrid, 1948, pág. 42.
rables» 11. Cuando se elogia la obra de un autor, como hace . 21. Suscitaremo~ aquí, sín embargo, una cuestión que nos plantea una
mteresante sugerencia. de G. M. Foster: «En general, la atracción índiscutíble
Setanti con J. Merola, se la califica de «su invención más de lo nuevo Y de lo mnovador parece ir asociada con las entidades industriales
rara» 1 s, y el propio autor se ufana, muy impropiamente, de No podemos ase1'1:1r~r si los pueblos que mostraron mayor interés por la~
nov.e,dades ~e con:-1rt1eron en industriales de prímera categoría por esa misma
ello. Un teorizador de la historia, el P. Jerónimo de San José, afic10n, o s1 el s1ste~a industrial es el que produce tales valores. Me inclino
nos advertirá admirativamente de «la grada de la innovación a lo se~ndo, es dec1r, a que se desarrollan las aspiraciones con la oportunidad
que es la rareza» 19 • Hasta en aquellas artes, no de lo verosímil, de sat1sfacer!a.s. En todo caso, la relación entre una economía productíva
Y una. trad1c1ón de cambies es tan estrecha que no puede atríbuírse a mera
sino de lo verdadero, en las que -nos referimos sobre todo a c~suahdad» (Las culturas tradi.cionales y los cambias técnicos, México, 1964, pá-
la historia- se había exigido siempre de quien la cultivara la g:na ?? · C:_eemos que tamb1én en Espafia la conexión íría en la segunda
d1re~c1?n .s,enalada P?r . ~oster: el estancamíento industrial del XVII producirfa
la lim1tac1on_ o desv1ac10n, según los casos, del gusto por la novedad, aunque
16. Op. cit., pág. 193. n~nca llegaria a. sofocarla, y ambos fenómenos se hallan en depender1da dd
17. Qp. cit., t. I, pág. 74. . . triunfo de los mtereses conservadores en la monarquia de los siglos XVII
18. República original sacada del cuerpo humano, Barcelona, 1597, pnmeras Y XVIII.
páginas sin numerar. 22. Cf. R. Garapon, «Le théatre comique», X.VII• Siecle, núm. 20, 1953,
19. Genio de la historia, reedición de Vitoria, 1957, pág. 331. págs. 2.59 y sigs.
456 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 457
Ese camino hacia la captación de la voluntad, sirviéndose 28
tuoso que de culpable» • Por eso él confiesa que «determi-
de lo nuevo, es, pues, lo que da su fuerza a lo singular y a lo nando sacar a la luz pública algo de nuevo hize singular elec-
que queda fuera de norma. Se relaciona con la tendencia a ción de paradoxas». Ello es así porque, según el autor, para
la libertad de los preceptos que caracteriza a los autores y al procurar «buen despacho» a lo que se imprime, conviene «lla-
público, en la sociedad barroca, al tiempo que en ella se refuer- mar con lo extravagante la curiosidad de los lectores» 24 • Pero
za la absoluta potestad con que el príncipe puede imponer sus hay quienes no sólo reconocen el hecho de la difusión pública
mandatos en la vida colectiva. Toda la autoridad que se le del gusto por la extravagancia, sino que la admiten en el orden
quita a Aristóteles, se le da, multiplicada, al rey absoluto. Si de una preceptiva, aunque sea con ciertos requisitos. Efectiva-
Lope propone no acatar las leyes de la poética clásica -dejan- mente, uno de los defensores del teatro nuevo, esto es, pro-
do aparte la cuestión de que, sin decirlo, venga él a montar piamente del teatro barroco, González de Salas, admite lo ex-
otra preceptiva-, es para poder asegurar que cualquier cosa travagante en casos extraordinarios, como manifestación de
que el rey quieta es ley y que si todo el mundo puede hacer genio superior, «la novedad, la extravagancia y aun la temeri-
objeto de juicio personal y de repulsa la norma !iteraria, en dad que pueda permitirse el genio» 25 •
cambio nadie tiene capacidad para examinar críticamente el Ese estado de ánimo invade la vida toda. Y la pasión por
mandato real, ante el que no cabe sino la ciega obediencia. la extravagancia, en aquello que se le permite, se desarrolla
En la medida en que se recorta tan severamente el campo monstruosamente en pueblos que tienen cerrado el acceso a
de la novedad, de lo extraordinario, de lo extra.fio, alcanzado una crítica razonable de la vida social. Ortega, en su ensayo
por vía de examen y degusto personales, en la medida también sobre Velázquez, hizo acopio de alucinantes extravagancias que
en que en otras esferas quedan ambos sometidos a una potes- se dieron en el xvn espafiol y de las cuales quedan testimonios
tad indiscutida, las energías libres que la apetencia de lo nuevo de época que no tenemos más remedio que aceptar. Pero co-
lleva consigo se disparan con más fuerza en el acatado terreno mentando estas páginas de Ortega, como ya dijimos, Mandrou
que les queda. De ese doble juego de dura constricción y de puso en claro que, una vez más, no es ello un dato exclusiva-
permitida expansión, según se trate de unas u otros terrenos, mente espafiol. La extravagancia, el frenesí que lleva del cri-
dualidad que descubrimos en la base de la sociedad barroca, men inconcebible a la milagrería más disparatada, es común a
surge lo que de gesticulante y caprichoso tiene la cultura de la Europa entera del sigla XVII, cuyos primeros periódicos,
la misma. Se produce así el anormal y libre entusiasmo por la como el Mercure /rançais o, ciertamente, los Avisos espafioles,
extravagancia, manifestación última y morbosa en la insaciada insertan los más extravagantes e inverosímiles relatos de apa-
utilización de libertad, que, en algún sector de la existencia, a riciones, violencias, muertes, milagros, etc., respondiendo a
los hombres del XVII les ha quedado.
Incluso en muchos que, por razones de preferencia personal,
buscarían otros caminos, nos encontramos con su entrega a la 23. Paradoxas racionales. Aunque e! permiso de impresi6n de la obra
novedosa extravagancia, porque, aunque sea con cierto malhu- data de 1655, permaneci6, no obstante, inédita, y fue publicada con un cstudio
preliminar de E. Buceta, en Madrid, 1935; la cita en pág. 30. '
mor personal, el escritor del XVII, como sucede con López de 24. Op. cit., págs. 5 y 7. .
Vega, ha de reconocer que «siendo tan general la corrupción 25. Nueva idea de la tragedia antigua, Madrid, 1633, págs. 193 y sigs. Sobre
González de Salas es interesante consultar las páginas que le dedica A. Vi.
de nuestro siglo le queda a lo extravagante más visos de vir- lanova en Historia de las literaturas hispánicas, t. III, pág. 641.
458 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAÍJ BARROCA
NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO
459
26
una atm6sfera mental que es la misma en todas partes • Sobre inimaginable extravagancia 32, cuando aquélla ve cortados los
un fondo de continua construcci6n de conventos y templos, de cauces de un razonable desenvolvimiento sa
Claro que, a pesar de todos los mecanis~os de control ue
entronizaci6n de imágenes religiosas, procesiones, etc., los Ana-
les de Madrid de León Pinelo están llenos de relatos de mar- se emplean para contener en sus límites ese afán de efec~os
tírios, milagrerías, casos absurdos 27 • «En esta Monarquía han
nuevosd sorp~e?dentes, extranaturales, podemos observar que
sucedido casos prodigiosos», dice Almansa, y refiere algunas
verdaderas alucinaciones 128 • «Estos días se han visto milagros
:s esta o de ammo tan excepcional que se crea da lugar ai desa-
rollol ~esmesurado y a Ia alteración sustancial de un fenómeno
y prodígios raros», da cuenta Pellicer (7 de mayo de 1641) 29 • ~ue e impulso dominador de la naturaleza en e1 R . .
«Se ven portentos y casi milagros», comunica también Barrio- abía vigor~zado: la magia 34. Nos referimos ahora e~a~:~:~
nuevo (12 de septiembre de 1654), más prudente, con todo, que
el anterior al introducir ese adverbio «casi» 30 • La gente está
trans1o~mac1ó~ de la magia o hechicería en brujería y ai desco-
dispuesta en toda Europa, como lo está en Espafía, a esperar :~~:fío~s~:~ºsi;I~~;~ ~[u~:rí~ en t~da Europa, desde los últi-
efectos mágicos, hechos extranaturales que le traigan alguna es- brujería en Francia 36 e~ Itali: ~~ ~:r~melnto de pdrocdesos de
peranza o la confirmen en su pérdida de ella. Un jesuíta cuenta ' • ng aterra, es e cuya
que la gente se sintió arrastrada a esperar novedades mágicas por
la aparición de unos «arreboles» -debió tratarse de alguna au- 32. Au coeur religieux du XVI• ·e l p ,
33. Insistamos en que esto no es sz c e, aris, 1958.
rora boreal-, y ai contarlo al compafíero a quien escribe, en su irracionales en defensa ciega de d casua~: se trata de utilizar esas fuerzas
carta, incluye esta referencia: «No se les ha hecho nuevo a los 34 · Cf· los dos estudios de un or en existente
E G · · . ·
cimento, Bari, 1954. · ann, mclmdos en su Medioevo e Rinas-
matemáticos de casa, ni muestran que haya misterio particu- 35. Suárez de Figueroa reco e 1 d .
lar»; mas él, que no debía estar muy ducho en la ciencia natu- su tiempo: hay dos géneros d g ~ octrma que habitualmente circula en
a ser un reconocimíento de 1 f . ' e magia natural
. , y sup . ers tº1c1osa
· {lo que viene
ral, afíade, como impresi6n personal: «Puede ser sea más de 1 a e ect1va acc1on de amba )· L l
contemp a cosas celestiales Y terrestre . s . « a natura , que
lo que parece» 31 • La renovación de las formas mágicas del contrariedades, descubriendo las facult:d Y que considera sus conve?iencias Y
pensamiento, fomentadas por los instrumentos más caracterís-
ticos de la cultura barroca, es general en ese tiempo. Es algo
ela por e1 consiguiente las unas c
de cierta constelación»; esta ma iaon :s
I es en la naturaleza abscond1das, mez-
otras ~n proporción debida Y debajo
de los seres, cuyo conocimiento gh ' ~é es, combmando las ocultas propiedades
que L. Febvre había visto ya iniciarse, en creciente marea, a ditos milagros»· la otra es super t~ . anzaHdoá, «produce lo que parecen inau-
fines dei XVI, pero que en el XVII adquiere pujanza y difusión espíritus Y es, una manifiest ~d1c1losa; « cese por invocación de malignos
blicas bºien ordenadas» (Variasa no/° 1 o atna
. , prohibida
f ·
s1empre p~r 1as repú-
inusitadas, dando lugar a la transformación de la novedad en resortes mágicos provocá una pop 1 zc~~f.. ". ol. 54). La tendenc1a a utilizar
36 Cf 1 u ar 1 usi 6n de Ia segunda
, ". · a gunas referencias en Mandrou «Le B ·
pathet1que et révolution sociale» Annales 1960 H aroque européen: mentalité
26. Mandrou, «Le Baroque européen: mentalité pathétique et révolution de Baissac, Gauzons Gerhardt J F . .· ay una abundante bibliografia
sociale», en Annales, 1960, pág. 909. ~n la. abundante bibllografía de!, lib.ro ;nçCa1s, cuyo~ títulos. pueden verse
27. Antonio de León Pinelo, Anates de Madrid, desde el ano 447 al de tmuac1ón. e aro Baroia que citaremos a con-
1658, edición citada.
37 · Desde Burkhardt se puso de rei'
28. Carta XVI, pág. 300. nacimiento. Cassirer Ie concede ieve e1 papel de la magia en el Re-
29. Avisos, ed. de! Semanario Erudito, XXXII, pág. 53 (7 mayo 1641); más ciencia (Individuo y cosmos en l~n fi~~;~f~nt~ papel e;i _Ia formación de la
adelante relata un disparatado prodigio sobrenatural (XXXIII, pág. 16). . 1951.. CT. la obra, clásica en la materia za el 1:-enaczmze.nto; Buenos Aires,
30. BAE, XXI, pág. 59 (12 septiembre 1654). . experimental science, 4 vols., Nueva Yo~~ 1i1;;nd1ke, A hzstory .oi magic and
31. Cartas de iesuitas (16 noviembre 1637), MHE, XIV, pág. 209. han hecho aportaciones más redentes ai te~a. 9-1934). B. Nard1 Y E. Garin
460 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA
NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 461
perspectiva Trevor Roper ha hablado de una ep~demia de bru-
jería en Europa 38 • En Espafia 39 es cosa conocida sobre todo lo permitido, y tuvo que soportar, en consecuencia, su larga
prisión.
después de los estudios de Caro Baroja. En Espafi~, el auto de
fe de las brujas de Logrofio hizo época y levanto la protesta Hay un ejemplo mínimo, pero que, por su propia limita-
indignada y la dura crítica racional de Pedro ~e Valencia 40 • ción, nos da cuenta, elocuentemente, de los cambias de sensi-
León Pinelo nos cuenta, en 1632, un auto de tremta y dos pe- bilidad acontecidos en la sociedad del xvn -cambias impul-
nitenciados y siete relajados 41 • No son tan conocidos, en gene- sados y vigarizados por los dirigentes de la cultura barroca y
ral, fenómenos iguales y hasta numéricamente superiore~ en en los que se expresa la nueva dirección que emprende el
Francia; sin embargo, es posible citarlos, y no se debe olvidar, gusto por la «rara invención>>-. Queremos referirnos al ejemplo
al hablar de la Francia de los primeros siglas modernos, este de un caso de poco relieve, pero-de interesante y clara signifi-
. a1ucmantes
aspecto; de ello, F. Buisson ha d ad o re f erencias . 42
. cación. Nuestra literatura, desde fines del XVI, nos da múltiples
A pesar de los mecanismos de represión montados -co~­ pasajes de estimación del Bosco. En general, esta estímación es
denas de tribunales de la Inquisición, muertes en la aph- positiva y de alto nível; pero en el XVI se ve en su obra un con-
cación de tormento o ejecuciones civiles de orden real, junto de símbolos que permiten leer el mundo de la naturaleza
sin proceso, etc.-, no puda evitarse que la. pa.sión por lo (los cuales siguen vigentes en gran parte en la centuria siguien-
desconocido, por lo nuevo, por lo extraordinano, y, final- te; por ejemplo, la mención del heno, protagonista de un cua-
dro de aquél, en Suárez de Figueroa 43 ); pero en este segundo
mente, por su corrupción en lo extr~v.agante: ~evara a t~l~s
extremos, fuera ya de los límites permitidos.; límites qu~ misti- tiempo, lo que apasionan son sus extrafiezas. Si un neoclásico
cos y herejes, por un lado -recuérde~e a Mi~~l de Molmos-, francés, como Félibien, ve en el Bosco al autor de «figures
44
y, por otro, rebeldes contra la autoridad pohtica -tal el .caso boufonnes» , en cambio, en la época del Barroco se le ha
de los movimientos de revuelta y de amenazador separatismo visto de muy otra manera: José de Sigüenza le admira como
«extrafio hombre en la pintura» 45 , a Quevedo le interesan sus
en Andalucía, como ya sabemos- rompieron también. más. ~e
una vez. Ejemplar es el caso de Quevedo, que, no satisfacien- «extrafias posturas» 46 , Lope se exalta con él, teniéndolo por
dose con sus «rarezas», con sus novedades o libertades en el «pintor excelentísimo e inimitable» 47 , y Jusepe Martínez -que
plano !iteraria, acabá tratando de usar de, una libertad en la estima sería necesario escribir todo un libro sobre tan original
crítica del gobierno, la cual no correspondia ya a la esfera de pintor- relaciona sus ingeniosidades con las de los «suefios»
de Quevedo 48 •
38. «L'épidémie de sorcellerie en Europe au xvr et XVII siecles», en el
volumen del mismo autor, De la Réforme aux Lumieres, trad. francesa, Parfs, 43. El pasagero, cit., pág. 207: «Como heno son los dfas de los hombres».
1972, págs. 133-237. . 44. Entretiens sur la vie et sur les ouvrages des plus excellents peintres
39. Cf. J. Caro Baroja, Las bruias y su mundo, Madnd, 1961. Pnciens et modernes, t. II, pág. 322, edición de Trévoux, 1725.
40. «Discurso acerca de los cuentos de las brujas y cos~s tocantes a 45. Historia de la orden de San Jer6nimo, NBAE, XII, pág. 557.
magia», edición de Serrano Sanz, Revista de E~tremadura, 1900, pa~s. 289-303 Y 46 .. Obras. Prosa, t. I, págs. 120 y 169, que corresponden, respectivamente,
337-347; «Segundo discurso aceoca de los bruios y de sus malefic10s», RABM, a La vzda del Busc6n y a El alguacil endemoniado. En este último lugar considera
3. • época, II, 1906. que el Bosco no creía que hubiera demonios de veras, hasta tal punto cultivaba
la extrafieza por sí misma.
41. Anates de Madrid, cit., pág. 292. , , • ,
42. La pensée religieuse française de Chai-ron a Pascal, Par:s, 19J3, pa- 47. Epístola sobre la poesía, en Obras escogidas, t. II, Aiiuilar, Madrid,
1953, pág. 933.
glnas 351 y sigs.
48. Diálogos practicables ... , cit., pág. 185.
NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 463
462 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA
~· llt~~ado el caso, lo extravagante. No cabe duda de que la uti-
A veces, la novedad, que incurre en extravagancia, a fuerza hzacton d: tales resortes había de encontrarse en muy estrecha
de ser perseguida por el público dei XVII, se convierte en el congruencta con las condiciones de la sociedad barroca.
más banal capricho. A ello respondería la introducción de exó- Hemos dicho que el interés por la novedad se traducía en
ticas y efimeras modas en la vestimenta de hombres y mujeres, v.erdadero -aunque tengamos que afiadir, superficial- entu-
en su atuendo personal: barbas, cabellos largos, etc., en los stasm~ ~or la invención. El hombre del Barroco, que siempre
hombres, zapatos de incómoda altura en las mujeres y tantas preferira la naturaleza transformada por el arte a la naturaleza
novedades más en sus trajes, hasta llegar a ese caprichosísimo simple, estará conforme con las palabras que Martínez de Mata
gusto por los perritos falderos, introducido por entonces en 49la pane en remate de su Discurso VIII: «Nunca la naturaleza
intimidad de las mujeres, cosa que criticaba Francisco Santos • produce al?o er: beneficio del hombre que no necesite que el
Lo oscuro y lo difícil, lo nuevo y desconocido, lo raro y arte Y su mgeruo lo perfeccione»53 • Martínez de Mata es un
extravagante, lo exótico, todo ello entra como resorte eficaz econom~s~a ~ue ex~lta la manufactura y prevé una edad de
en la preceptiva barroca que se propone mover las voluntades, predom1mo industrial, como no lo supieron ver la casi totali-
dejándolas en suspenso, admirándolas, apasionándolas por lo dad .de los, escr~tores espafioles. Pero, dando a la expresión un
que antes no habían visto. En la doctrina de Gracián y a tra- s:nttdo mas serio o más banal, todos ellos, sin embargo, están
vés de ella, en la versión que nos da de la sociedad del xvn, dispuestos a preferir los productos dei arte o de la técnica esta
esos factores tienen su puesto y nos revelan su considerable es, la obra de la invención humana. La aparición de un ~uevo
grado de difusión 50 • Esa amplia expansión de los resortes que producto d~ arte humano apasiona a muchas gentes, y cuando
utiliza la cultura barroca, hasta llegar a extensas capas de po- n.o se cons1gue cosa mejor, ese apasionamiento se pane por
blación y alcanzar bajos niveles sociales, son una confirmación e1e~plo.' en la banal invención de una nueva forma estr6fica.
más de ese carácter ciudadano masivo -es normal la apela- L.eon P:nelo nos dice que en las fiestas públicas, junto a come-
ción al numeroso vulgo urbano- en los productos de aquélla. dias, mascaras, bailes, etc., se vieron otras «invenciones» 5 4 •
El testimonio es de Jerónimo de San José y está bien claro: Claro que la herencia dei Renacimiento no está muerta
«Es cosa bien considerable que la extrafieza o extravagancia aunque sí desviada y sometida a enérgico control, y de ahí vie~
dei estilo que antes era achaque de los raros y estudiosos, hoy ne que qu~?e un fondo de confusa inspiración mecanicista en
lo sea, no ya tanto de ellos, cuanto de la multitud casi popular la concepcton de la naturaleza -no incompatible con fuertes
y vulgo ignorante» 51 • No olvidemos que de todo el teatro supe:"ivencia de visión mágica-. De ese fondo procede el que
-género tan barroco- dirá Racine, sin excluir de ello sus 52 desp1erte general satisfacción, en los grupos activos de la cultu-
exquisitas tragedias, que se escribe para la «vile populace» • ra dei XVII, la aparición de cualquier invención mecánica en la
A tal nivel había llegado la pasión por lo oscuro, lo nuevo que se ve como un ~rasunto dei. mundo natural, recreado por
el hombre. En Franc1a y en Italia, la presencia de esta actitud
49. Dia y noche de Madrid, BAE, pág. 435.
50. Cf. sobre e! tema W. Krauss, loc. cit., y F. Yndurain, «Gracián, un
estHo», en Homenaie a Gracián, Zaragoza, 1958; cf. riambién mi obra Antiguos . 53. Discurso VIII, en Memoriales y discursos edici6n de G A
gma 285 (son las últimas palabras de esa obra). ' · nes, pá-
y modernos, cit., parte primera.
51. Genio de la historia, cit., pág. 300. 54. Anafes de Madrid, cit., págs. 290, 310 y 311.
52. Principes.de la tragédie, cít., pág. 37.
464 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 465

mental será mucho más fuerte, porque los controles adversos nombre de «ciencia»- lo expresa Calder6n en el mito de
al desarrollo racional del saber, sin dejar de existir, no lograrán Prometeo:
imponerse con superioridad indiscutida. En Espafia sucede lo
contrario, aunque no por eso la continuidad del espíritu que que quien da luz a las gentes
es quien da a las gentes ciencia
revelaba un Huarte de San Juan 55 se quiebra por completo,
como nos lo hace ver el testimonio de un Gallego de la Ser- que quien da las ciencias, da
na 56 y otros casos que preparan la recepción de la ciencia voz al barro y luz al alma.
moderna, entre nosotros, desde la segunda mitad del siglo (La estatua de Prometeo)
xvn 57 • Por lo menos se admira lo que se hace fuera. Ante una
innovación, cuya noticia le llega, introducida por los ingleses Representación de ese ingenio mecánico que el hombre del
en sus navíos, haciéndolos inexpugnables, comenta Barrionue- Barroco admira es el reloj, que afiade a tal condición la de su
vo: «Todo lo puede el ingenio humano» 58 • Pero mientras en simbología del tiempo inexorable, juntando así dos aspectos
Italia un Torricelli inventa e1 barómetro; en Francia, un Pascal decisivos de la cultura barroca. Calderón hace del reloj imagen
establece los princípios de la prensa hidráulica; en Inglaterra plena del mecanismo (De un castigo tres venganzas) y Bances
se abre la época del maquinismo, entre otros muchos ejemplos; Candamo lo admira por la misma razón 62 • Otros ejemplos de
en Espafia, el P. José de Zaragoza -que pudo haber sido tal estimación de inventos técnicos se ptoducen en relación a la
vez un valioso hombre de ciencia- tiene que reducirse a em- imprenta, a la aguja de marear, a la artillería, etc.63 • Y a hemos
plear su ingenio en construir unos cuantos juguetes mecánicos hecho observar antes, sin embargo, cómo la situación de la
que, colocados en lujosa caja, servirán de obsequio ofrecido sociedad espafiola, ai ser asfixiados en ella los intereses econó-
para su diversión, en ocasión de su cumpleafios, al rey nifio micos de nuevas dases, con sus nuevas actividades industria-
Carlos II 59 • les, trajo consigo una desviación de la capacidad innovadora,
La difusión de la palabra «ingeniero» -de la que nos he- y, con ella, una reducción dei gusto por los artificios a las ma-
mos ocupado en otra ocasión 66- continúa en las décadas del nifestaciones banales de una curiosidad caprichosa. No sé si la
Barroco. Bajo ese nuevo concepto se interpreta el mito de Vul- palabra «tracista», que se hace en la época equivalente a la de
cano, «ingeniero mayor de los dioses», según B. de Vitoria 61 • ingeniero, traduce ese escaso nível de desarrollo técnico.
El valor de la posesión del «artificio» -a lo que se da el De todos modos, en la mentalidad del espafiol de la época
barroca está la general condición de satisfacerse de todo arti-
55. Cf. M. Iriarte, S. 1., El doctor Huarte de San Juan y su «Examen ficio, de toda ingeniosa invención del arte humano que aparez-
de ingenios», Madrid, 1939.
56. Ibid., págs. 292 y sígs. ca como novedad. De quien fuera capaz de conseguida, se po-
57. Cf. López Píiiero, Introducci6n de la ciencia moderna en Espafia, Bar- dría decir lo que Céspedes y Meneses de su hábil personaje:
celona, 1969. «Su destreza y artificio los suspendía y asombraba», frase en la
58. Avisos, BAE, XXII, pág. 143 (1658).
"59. Fábrica y uso de varios instrumentos matemáticos, Madrid, 1675. Sobre
e! autor, cf. A. Cotarelo, El P. José de Zaragoza y la astronomía de su tiempo, 62. Op. cit., pág. 78.
Madrid, 1935. 63. Cf. mi obra Antiguos y modernos, cit., I, II, y IV, rv. A los datos
60. Antiguos y modernos, págs. 570 y sígs. reunidos allí sobre la ímprenta puede aiiadírse e! ínteresante elogio de Suárez
61. Theatro de los dioses de la gentilidad, Salamanca, 1620, I, III, xxíi. de Fígueroa en Varias noticias .. ., fois. 232 y sigs.

30. - lll!ARAVALL
466 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 467
que novedad y suspensión se nos aparecen una vez más entrela- de la reina se representa una comedia de la fábula de Perseo
zadas 64 • El mismo autor nos da un curioso ejemplo de cómo se en el Buen Retiro 67 • Barrionuevo nos dice (24 de noviembre
admira una construcción de este tipo: «Estaba, pues, este mara- de 1655) que el marqués de Liche tiene preparadas veintidós
villoso y secreto artificio dispuesto con ingenio tan raro, con comedias nuevas repartidas entre ocho compaiiías, para cele-
tanta sutileza, que ninguno, sin particular inteligencia de él, b~ar el parto que se espera de la Reina 68 • «Ya se están po-
alcanzara su modo; fue traza de un ingeniero alemán»65 • ru~ndo en orden las tramoyas para una comedia grande y fes-
Una de las razones del teatro como espectáculo en el xvn tejo que se ordena para el parto de la Reina», anuncia el mismo
es su carácter de artificio, en cuanto tal muy particularmente Barrionuevo en ocasión posterior a la que acabamos de recordar
adaptable a los objetivos del Barroco. Son prácticamente inago- (esto se hace saber al lector en 28 de noviembre de 1657), por
tables las series de referencias a actividades teatrales que pue- la llegada del Príncipe de Gales, de la duquesa de Mantua, o
den recogerse en las colecciones de noticias que circulan en la de la duquesa de la Chevreuse 69 • Los jesuítas hablan de come-
época. Tanto en las Cartas de jesuítas como en las hojas de los dias en Palacio, en el Buen Retiro, y de los teatros nuevos que
Avisos una y otra vez se encuentran menciones de comedias, se construyen. Se hacen o montan también en casas de sefiores
representadas para celebrar todo tipo de acontecimientos, por- como esa q.ue, según un jesuíta, ofreció el cardenal de Borja'
que el teatro ofrece múltiples posibilidades de sacar los efectos en su palac10, o la que, con ocasión de bodas de aristócratas
que de tales sucesos, según su variada naturaleza, se esperan. menciona León Pinelo; también en conventos y colegios, com;
Su papel en la sociedad del xvn no puede ser mayor. Es curioso las que organizan los jesuítas en las fiestas conmemorativas de
el dato que nos proporciona Almansa acerca de que, entre los la fundación de la Compaiiía, a las que asiste el Rey 70 • En los
innumerables bienes que poseía don Rodrigo Calderón en el días de Carnestolendas de todos los afios, hay mucha actividad
momento de su caída (títulos, cargos, honores, alhajas, dine- teatral, como en ese afio de 1632, en que León Pinelo nos re-
ro, etc.), se cite que «tenía un aposento perpetuo en las casas fiere que hubo tres comedias en Palacio repetidas cada día 11.
de comedias de Valladolid, otro en el corral de la Cruz de Ma- También .~s ocasión propicia la noche de San Juan, de la que,
drid» 66 • Se anuncian los estrenos, se envían unos a otros los con relac1on a 1640, el propio escritor nos dice haberse pre-
textos, se esperan siempre las grandes fiestas o fechas seiíala- parado, <<U_na comedia representada sobre el estanque grande,
das del afio y acontecimientos sonados -Carnaval, Carnesto- con maqumas, tramoyas, toldos y luces, todo fundado sobre
72
lendas, San Juan, el Corpus, visitas de grandes personajes a barcas» • Y se hacen en Madrid, en Barcelona, en Valencia en
Madrid-, o los días en que se celebran santos y cumpleafios Bilbao, en Sevilla 73 • Porque en definitiva no hay manera :nás
de personas reales o de gran relieve, para, como generalmente
67. Anales de Madrid, cit., págs. 241 y 351.
se dice, «montar» una comedia. Por el cumpleafios del rey 68. BAE, CC:XXI, pág. 222.
( 1622) se dan «dos grandes comedias de majestuosa ostenta- 69. Anales de Madrid, págs. 247, 300 y 312.
ción»; en espera ( 165 3) del restablecimiento rápido de la salud 70. MHE, XVI, págs. 19 y 21 (2 octubre 1640). La referencia de otros
jesuítas a la comedia y fiesta de! cardenal Borja, en MHE, XV, pág. 383.
71. Op. cit., pág. 290.
64. «El desdén del Alameda», en Historias peregrinas y eiemplares, cit., 72. Op, cit., pág. 318. E! viento, sin embargo, se eru::arg6 de desbaratarlo
pág. 115. todo.
65. «Pachecos y Palomeques», ibid., pág. 269. 73. R. Froldi, Il teatro valenziano e le origine della commedia barocca, Pisa,
66. Carta VI (22 octubre 1621), pág. 103. 1962.
468 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 469
visible y de cuya influencia puedan participar más de los prin- ción por el pueblo entero: Barrionuevo (23 de enero de 1655)
cípios sociales barrocos que de las representaciones teatrales. No da cuenta de que la comedia que se prepara en el teatro para
hay mejor manera de resaltar la grandeza, el brillo, el poder, el rey costará 50.000 ducados; dos afios después (23 de ene-
y éste ya es un resorte de eficaz acción psicológica sobre la mul- ro de 1657), escribe sobre otra comedia en La Zarzuela, de un
titud. Por eso, es de esencia a lo que se busca en el empleo coste de 16.000 ducados; en 26 de diciembre, dice que la co-
del teatro, y no responde a inclinaciones democráticas de los media grande del Retiro, preparada para la ocasión del parto
Austrias, el hecho de que se deje luego en días sucesivos entrar de la reina, que, en sus pliegos periodísticos, venía anuncian-
al pueblo en los sítios reales para asistir a las comedias. En do de meses atrás, costará, con sus complementos, 600.000 du-
cierto modo, para eso se hace. Cuando algún jesuita nos dice: cados. En el plan político que está detrás de la campana teatral,
«Tramoyas y comedias del Retiro se comunicaron libremente contaba que estas cosas se dijeran, sin duda; pero, en medío de
al pueblo por la generosidad de S. M.», viene a seiíalarnos el la sociedad barroca, había que contar también con que algunos,
gran objetivo de esta animada vida escénica 73 bis. Díaz Borques como el propio Barrionuevo, pusiera este comentario a tales
estudia la estructura del local del teatro -de los teatros fijos, cosas: «Todo esto viene muy a propósito para las desdichas y
al comenzar el xvrr- con su tan diferenciada distribución de calamidades presentes» 76 •
localidades y el precio de las mismas. Queda en claro en su es- Probablemente, hay que pensar que, más que a gustos o
tudio el carácter masivo del espectáculo, del cual escribe, con- frivolidades personales de los reyes y de los gobernantes, esta
siderando la baratura de las localidades para el bajo pueblo, a desmesurada actividad en" las representaciones escénicas -ob-
la vez que el alto precio de las destinadas al público distinguido: servemos que no se habla nunca de su valor literario, sino de
«lnteresaba, sin duda, mantener este precio para hacer el teatro su grandeza, costo, dificultad casi insuperable de montaje,
asequible a la gran mayoría, de acuerdo con su función de etc.- se desenvolvía para aturdir y atraer a la masa del pú-
espectáculo masivo destinado, más que a reflejar, a difundir blico, cuyo comportamiento comprobamos una vez más que
unos ideales que se pretenden como ideales colectivos» 74 • Ba- tiene ese aspecto masivo. Con motivo de unas dificultades po·
rrionuevo nos da una noticia curiosa: «cada día que se ha líticas graves de vencer, Barrionuevo, otra vez, nos dice: «Rase
hecho la comedia se han sacado de ella 1.000 ducados ... cinco compuesto una comedia grande de San Gaetano, de todos los
mil reales le han valido al rey todos los días que se ha hecho en mejores ingenios de la Corte, con grandes tramoyas y aparatos».
el Retiro la comedia, estando lleno el coliseo o panteón desde Dadas las circunstancias, y llena de suspicacias sobre lo que
las cinco de la maiíana» 75 • De esa manera se ayudaba en parte pueda en tal comedia decirse, la Inquisición la pide para revi-
al gasto, a veces disparatado, que suponía el montaje, gasto sada y la retiene, hasta que al final, por empefío de la reina,
cuyo volumen correspondía al domínio del principio de osten- se pone en escena, corregida. Pues bien, en esa ocasión co-
tación, propio de la sociedad barroca, que en cuanto se aproxi- menta el gacetillero: «El concurso del pueblo es un día de
maba a la majestad tenía que alcanzar cifras dignas de admira- juicio y fue tanta la gente que acudió a verla al Corra! de!
Príncipe que, al salir, se ahogó un hombre eptre los pies de los
73 bis. Cartas de ;esuitas ·(22 junio 1639), MHE, XV, pág. 270. Barrionuevo,
BAE, CCXXI, pág. 148 (16 junio 1655).
74. Op. cit., pág. 67. 76. BAE, CCXXII, pág. 165 {20 febrero 1658). Comentarios semejantes
75. BAE, CCXXII, pág. 199 {19 junio 1658). se repiten con frecuencia.
470 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 471

demás» 77 • Barríonuevo, ante el anuncio puesto de que una co- motivaciones) en el hecho que ya hemos insinuado de que el
media en el Retiro se abrirá al público para que todos la vean teatro permita con su montaje escénico acudir al empleo de
en los días siguientes, pronostica: «El bullicio de la gente que sorprendentes artificios. AI final de la experiencia teatral dei
acudirá, infinito» 78 • Barroco, Bancos Candamo admiraba, en el poema escénico o
Aubrun ha escrito sobre estos aspectos algo que hemos de comedia, su «fábrica», su «interior artificio», la «máquina inge-
tomar en cuenta. Según él, «cuando un madrileno traspasa el niosa de su contextura» 81 : el teatro satisfacía el gusto cotidiano
umbral de un corral [de comedias] , pierde su calificación en la y banal por la invención. En un breve y enjundioso estudio,
sociedad entanto que mercader, sirviente, hijo o hija de familia, Alewyn nos ha hecho observar cómo la representación escénica
aventurera, pícaro; se transforma en espectador, con el mismo del teatro barroco se apoya en la más amplia utilización de re-
título que sus vecinos, y comparte con ellos las mismas exigen- sortes sensibles: «Las artes de la mímica, del pintor, del músico,
cias, la misma mentalidad, la misma moralidad dei teatro» 79 • dei escenógrafo y dei maquinista, se unen aquí para asaltar a
Ello es cierto, pero hay que afiadir que tal proceder servía para la vez a todos los sentidos, de suerte que el público no pueda
que precisamente, a la salida, cada uno se sintiera más en su escapar». A lo que hay que afiadir que el desarrollo de los me-
propia escala, que tan de acuerdo se juzgaba con la naturaleza dios de alumbrado, ai hacer posible abandonar en las represen-
y podía funcionar con tanta seguridad. Lo que cabe preguntarse taciones públicas el día por la noche, permitió que la repre-
también es si con esa «promiscuidad estamental» se eleva al sentación teatral pudiera incorporar a su desenvolvimiento los
menestral o se achabacanaba a la realeza, según nos hacen efectos de la iluminación, multiplicando sus posibilidades 82 •
suponer algunos divertimientos groseros a los que ésta se de- Se da aquí uno de esos aparentes contrasentidos históricos
dicó 80 • del Barroco. En algún aspecto, también en esa que pretende
Una de las cosas que más influyen en ese desarrollo (incom- ser una de sus más modernas creaciones -y ya sabemos que el
parable con todo momento anterior, quizá desde la antigua hombre barroco presume de moderno-, es decir, en el teatro,
Grecia) del arte dramático, tal vez se encuentra (aparte de otras se da un aparente caso de medievalización. El teatro barroco,
como el de la Edad Media, vuelve a incorporar las partes altas
77. BAE, CCXXI, págs. 212 y 214.
del espacio escénico; se desenvuelve en un sentido vertical, tra-
78. BAE, CCXXI, pág. 148. tando de hacer suya aquella parte dei mundo que más se apro-
79. Cf. artículo citado en Dramaturgie et société, 1968, pág. 7. xima al cielo. Pero el hombre del xvn, aunque siga encontran-
80. Hay también algunas manifestaciones de adecuación dei teatro a los
aspectos más groseros de la sensibilidad barroca. A la reina, nos dice Pelli- do en ello motivos de exaltación de sentimientos sobre el ultra-
cer (XXXI, pág. 139 [14 febrero 1640]), !e gusta, de las comedias a las mundo, se sirve de tales recursos para demostrar un dominio
que asiste, oírlas silbar, sean buenas o malas, como !e divierten también las natural que le permita alcanzar tan asombrosos efectos. La difi-
rifias de muieres en la cazuela y que les echen ratones. Muchos afios des-
pués, Barrionuevo dirá también una noticia parecida: «Su Maiestad ha mandado cultad técnica del artificio es ajena para el hombre medieval;
no vayan mafiana a la Comedia sino solas mujeres sin guarda-infantes, porque mientras que su apreciación es decisiva para el barroco: quien
quepan más, y se dice la quiere ver con la reina en las celosías, y
que tienen algunas ratoneras con más de cien ratones cebados en ellas para prueba un dominio de ese tipo resulta persuasivo, atrayente,
soltarlos en lo mejor de la fiesta, así en cazuela como en patio, que si sucede
será mucho de ver y entretenimiento para sus Majestades»; por fin no se
llevó a efecto tan real y repugnante propósito (27 febrero 1656; BAE, I, 81. Op. cit., pág. 78.
pág. 250). 82. Alewyn, L'univers du Baroque, trad. francesa, Paris, 1964, pág. 71.
472 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 47.3
en lo que propone. Basándose en recursos técnicos, que un se montan, el objeto iluminado pasa a ser un pretexto o soporte
más hábil y mejor calculado empleo de las poleas hace posible, para los efectos fulgurantes y pasmosos de la iluminación misma.
el hombre del sigla XVII consigue que, ante el público, actores En esta última y en tantos otros resortes que actúan sobre
que representan a las personas divinas, a los santos, a los reyes los sentidos, se pone en acción lo que de juego cambiante y
y sus alegorías, a los seres superiores, pueblen el espacio supe- asombroso tiene el teatro y, en otra medida, la pintura, y tam-
rior 83 , lo cual viene a resultar ante el público una comproba- bién las demás artes figurativas, cuya relación con el teatro, en
ción sensible de su superioridad. el Barroco, ha sefialado Tintelnot 86 • La idea de un juego seme-
Para los resultados de sorpresa y de contagio, es decir, para jante va unida a los aspectos básicos de la cosmovisión barro-
el movimiento extrarracional que con tales efectos se persiguen, ca. En un mundo cambiante, vario, reformable, el gusto por
son ahora de gran importancia los juegos de luz, y sin disponer los cambias y por las metamorfosis se satisface en los juegos
de estos, los otros resortes no se hubieran podido manejar, por escénicos y el interés apasionado por los artificias en los re-
lo menos alcanzando la fuerza que se les reconoce. Es la luz cursos de la tramoya 87 • Hay un verdadero desarrollo de una
mísma, con sus cambias, la que actúa muchas veces. De una ingeniería escénica, cuya admiración ha quedado reflejada en
comedia de tramoya, representada ante los reyes, comenta Ba- muchos folletos dedicados a describir los pasmosos efectos de
rrionuevo: «El aparato es soberbio, hasta en las luces hay pri- ciertas representaciones que se hicieron famosas.
mor» 84 • Se ha dicho, con razón, que la luz es el media para la Desde las primeras décadas dei XVII, el público inglés busca
expresión de que prevalentemente se vale el artista de la época. en el teatro los montajes ingeniosos. El papel del metteur en
Probablemente es en ese terreno donde los logras del artificio scene cobra. gran importancia, como lo demuestra la conserva-
fueron mayores (correlativamente al desarrollo de la ciencia ción de infinidad de dibujos y proyectos de algunos de ellos,
óptica, por muy apartado del conocimiento de ésta que se halle y un gran artista como Ifiigo Jones hace dibujos para esceno-
el artista o el escenógrafo). Los efectismos que con la luz se grafías en la segunda época de Shakespeare. Hubo obras de
pueden alcanzar, ingeniosamente manejada, cuentan, con toda éste, como Cuento de invierno, en las que los efectos sorpren-
su base técnica, en el teatro, también en la pintura, y diríamos dentes del montaje tuvieron, desde sus primeras representacio-
que -metafóricamente al menos- en la poesía; afiadiríamos nes, una gran parte: en la que acabamos de citar, la protagonis-
todavía que, alegóricamente, también en la política, en torno ta, convertida en estatua, al aparecerse de repente ante los es-
a la imagen de la majestad. De Caravaggio elogiaba Jusepe pectadores, va volviendo a la vida, impresionando a aquéllos
Martínez que era un «gran naturalista» (es decir, que dominaba con el «trucaje» del director de escena 88 • Entre nosotros se ha
los efectos naturales), en cuyos cuadros «recibían las figuras una observado que Lope estaba contra el empleo de artificio~ en el
luz muy fiera y de grande rigor» 85 • Con una luz así, en tantos teatro 89 ; pero, a pesar de alguna ironía por parte suya, lo cierto
cuadros de la época, en muchas representaciones teatrales que
86. «Annotazioni sull'importanza della festa teatraile per la vita artística e
dinastica nel Barocco», en Retorica e Barocco, pág. 235.
83. Esta última observación es de AilewYn (pág. 76), que no la pane en re- 87. L. P. Thomas, «Les ieux de scene et l'architecture des idées dans le
lación con los cambias históricos, pero pone agudamente de manifiesto su théâtre allégorique de C~lderón», en Homenaie a Menéndez Pidal Madrid
interés. 1925, II, págs. 501 y sigs. ' '
84. BAE, XXI, pág. 247. 88. Quennell, Shakespeare et son temps, París, 1964, pág. 363.
85. Diálogos practicables ... , cit., pág. 12.3. 89. Cf. K. Vossler, Lope de Vega y su tiempo, cit., pág. 222. · Es posible
474 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 475

es que los artificias, invenciones, apariencias, o, según el nuevo barcos, caballos, fieras, etc., que se mueven en escena, todo lo
vocablo que por entonces empieza a usarse, las tramoyas, van cual pone en evidencia el complejo desenvolvimiento de la téc-
ganando cada vez más la escena y teniendo una importancia nica teatral. Blanco White refiere haber visto todavía una co-
mayor en las representaciones 90 • Hay noticia del gran apara~o media antigua de asunto religioso, en exaltación de la orden
ingenieril con que se representá la obra de Lope La selva stn franciscana, tan estrafalaria y llena de juegos disparatados de
amor y de la actuación del gran «maquinista» Cosme Loti en el tramoya que la Inquisición la prohibió ya en 1804. Era obra
91 de Luís Belmonte, El diablo predicador, y se había represen-
teatro instalado en e1 sitio real del Buen Retiro • Observemos
que las acotaciones con referencias a juegos de escena en los tado en Madrid, ante Felipe IV, en 1623 93 • A todo ello hay
manuscritos de las obras se multiplican y complican. Sobre ello, que afíadir los recursos que se emplean para la materialización
queda todavía un gran estudio a realizar que actualment: pa- de la alegoría y de las ideas -de lo que volveremos a ocupar-
rece se está llevando a cabo. Seguramente se nos pondra en- nos en el Apéndice que va ai final de esta obra 94- .
tonces ai descubierto la riqueza de invenciones escenográficas Pero lo que a nosotros nos interesa mostrar, y para ello vol-
en e1 teatro espafí.ol dei XVII 92 . Lo cierto es que desde La Nu- veremos a echar mano de las fuentes de que nos venimos sir-
mancia de Cervantes a tantas obras de Calderón -no citando viendo en este punto, es constatar la conciencia que se tenía
más que los extremos cronológicos que nos interesan-, .l~ tra- de ese papel dei artificio técnico en el teatro, de su importancia
moya alcanza una complicación grande, con casos de apar1c1ones y su extensión, lo que da lugar al fenómeno lingüístico de que
mecánicamente montadas, con extrafí.as iluminaciones, rocas que se emplean con mucha frecuencia juntas las voces comedia y
se abren, palacios que se contemplan en vastas p~rspectivas, tramoya, y hasta en algunos casos la segunda sirve para expre-
paisajes que se transforman, meteoros y graves acc1dentes na- sar la idea de la primera. En un pasaje de León Pinelo y en el
turales que se imitan con espanto dei espectador, aparte de párrafo que antes citamos de una carta de jesuitas, hemos leído
la referencia a tramoyas y comedias. Otra carta de un jesuíta,
que los elementos que maneia la escenografía por entonces no fuer~n muchos, ai dar noticia de una comedia en el Teatro Nuevo dei Retiro,
como sostiene J. Gállego (op. cit., pág. 137); pero no hay que !lledir esto s61o transmite a su corresponsal: «Dicen que son grandes las tra-
con los datos de una práctica real, sino tener en cuenta tambrén la pondera-
ci6n estimativa de la época. Es cierto que, despuó's de la muerte de Lope, de-
moyas que en ella hay». Son ambas referencias de los afíos 39
bieron aumentar mucho los medios escenográficos, y a partir de esas fechas y 40. Pellicer informa a su público también de comedias en el
los testimonios, no !iterados, sino meramente noticiosos, particulares o pú- Retiro, por las mismas fechas, comentando tan sólo de ellas
blicos, insisten a toda hora en la gran parte de la tramoya. . .
90. Cf. la obra de Hugo A. Rennert, The Spanish stage tn the tzme que son «con muchas tramoyas» 95 • Barrionuevo, en afíos pos-
of Lope de Vega, Nueva York, 1909, reeditada recientemente, sin fecha. teriores, inserta noticias de igual carácter: «una comedia de
91. Rennert, op. cit., págs. 241-242. . tramoyas» en el Retiro, de la que días después vuelve a dar
92. J. B. Trend («Escenografía madrilena en el srglo XVII> RBAM, III,
1926 págs. 269-281) da curiosas noticias sobre las representacrones de come- esta curiosa referencia: «Es toda de tramoya»; y todavía algo
dias 'que se organizaron en honor dei príncipe Carlos (luego Carlos I de , In- después afíade: «Dícese que el aparato de la comedia dei Retiro
glaterra) en su imprevista visita a Madrid. Observa, sobre otros datos que reune,
una curiosa correspondencia dei desarrollo de los locales teati:ales en el ~n­
dres de fin del XVI y comienzos dei xvn, con el de Madr~d de la . mrsma 93. Cartas de Espa1ia, Madrid, 1972, págs. 144 y sigs.
época. Y da un curioso dibujo escenográfico dei Sal6n de Comedias de Fehpe IV, 94. Cf. L. P. Thomas, op. cit., pág. 504.
que no puede resultar más aleccionador acerca dei que hemos llamado «perspcc;- 95. Avisos, ed. dei Semanario Erudito, XX:XI, pág. 142. También los jesuitas
las preparan «de maravillosas tramoyas» (ibid., XXX, pág. 219).
tivismo» de la época.
476 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 477
96
es grande y primoroso». «La industria todo lo puede» , co- vos. Tenemos noticia de una obra escrita por el P. Valentín de
menta, como si se tratara de alguna de esas invenciones indus- C~spedes, con el título -muy de triunfalismo propagandístico
triales que están apareciendo, sobre todo en Inglaterra, que van e integrador- Las glorias del mejor siglo. Lo que de algunas
a revolucionar el mundo y, con ello, la distribución de poder otras de ellas sabemos, se reduce a un comentario de este tipo:
en el mismo. Fijémonos en que, de comentario literario, no «Es cosa particular por la excelencia del tablado y muchedum-
hay ni palabra en todo esto, ni en cientos de ejemplos más. Los bre de las tramoyas» 100 • Los jesuítas utilizaron artificias me-
jesuítas y, más tarde, Barrionuevo siguen dando cuenta de obras cánicos para arrancar fuertes emociones, como ese de, en media
con aparato y tramoyas 97 • Nos informa éste de que en ello de un sermón, hacer descorrerse inesperadamente un telón, que,
se ocupa el marqués de Liche, muy entendido en la materia, al mostrar una dramática escena religiosa a lo vivo, hacía pro-
ayudado de un sujeto que se llama «Bacho el tramoyista» 98 • rrumpir en llantos y quejidos a los asistentes 101 • Y aun hubo
Recordemos aquel pasaje de Fontenelle en. que el filósofo ex- muchos más ejemplos, por todas partes: Pellicer daba noticia
plica a la marquesa, su interlocutora, acerca de por qué en de que el conde de Lemos había pagado una fiesta en la parro-
el teatro Faetón sube hacia las alturas dei escenario: si un quia de Santiago, con mucho aparato «de nubes y otras tra-
escolástico, le dice, tratara del caso, sostendría que porque per- moyas» 102
tenece a la esencia de raetón el fin de ocupar las regiones Junto a esto, el gusto por la magia de que antes hicimos
altas del espacio; pero un físico moderno, cartesiano, sabe que mención, el interés por magos y encantadores, se refleja en el
si Faetón asciende en la escena es porque, por detrás del telón teatro, como en la novela; es, en el fondo, un eco de la admi-
de fondo, unos contrapesos caen. Pues bien, el marqués de ración renacentista por la ingeniería y por el domínio fabril
Liche, no por ser profundo físico cartesiano, sino por ser in- del mundo. Sabemos -sobre ello ha escrito Cassirer, entre
geniero tramoyista del Barroco, conocía el secreto y sabía cómo otros, como llevamos dicho- que la magia es una primera
hacer ascender y descender nubes, caballos, santos, etc.: Barrio- fase de la ciencia moderna, dominadora de la naturaleza. El
nuevo dice que para preparar su trabajo «llamó el marqués de hombre del Barroco pretende contar con ese domínio y aplicar-
Liche a Diego Felipe de Quadros, asentista del plomo, y le lo, mediante las energías psicológicas puestas en juego, valién-
pidió 300 quintales para el contrapeso de la tramoya» 99 • He dose de la asombrada suspensión producida en el espectador,
aquí un caso más de «racionalización» de la mente barroca. llegando por esa vía a la obtención de un resultado de atracción
Gentes de su tiempo, los jesuítas tomaron también interés de persuasión, de propaganda. La capacidad fabril no se apli~
por este tipo de representaciones teatrales, en las que predo- cará tan sólo a construir un tipo de lanzadera en el telar me-
minaban los motivos de asombro por lo mecánico. Con motivo cánico, sino también a montar técnicamente, sirviéndose inclu-
de las :6.estas del Centenario, nos dan cuenta de que se pusieron s~ de medios físicos, efectos que conmuevan el ánimo y lo in-
en Madrid y en Guipúzcoa · algunas comedias y diálogos alusi- chnen en una u otra dirección.
Disponemos de algunos ejemplos en Francia muy interesan-
96. BAE, CCXXI, págs. 106, 121, 141.
97. MHE, XV, pág. 414; BAE, CCXXI, págs. 267, 153, etc.; BAE, 100. MHE, XV, págs. 471 y 487.
CCXXII, págs. 53, 119, 120, 131, 165, etc. , 101. Orozco Díaz, El teatro y la teatralidad del Barroco, Barcelona, 1969,
98. BAE, CCXXI, pág. 237. pag. 144.
99. BAE, CCXXI; pág. 242. 102. Avisos, ed. de! Semanario Erudito, XXXIII, pág. 112.
478 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 479

tes, que de paso sirven para confirmar el peso de la cultura propio rey 105 • Deleyto mencionó representaciones teatrales,
barroca en el país. En la representación de una comedia sobre primero en cámaras acondicionadas al efecto, en el Palacio real,
la vocación de san lgnacio, puesta en escena en un colegio je- luego en salas construidas ad hoc, donde precisamente llamaba
suíta francés, entre otros muchos elementos fantásticos que en la atención muy en especial el juego de máquinas y tramoyas,
ella se dieron -apariciones y transformaciones, ascensiones Y sobre 1630, en el Palacio dei Buen Retiro, en el que destaca-
caídas, estallidos y otros efectos provocados por toda clase de ron como tramoyistas el italiano Cosme Loti, el valenciano
artificias-, además, en el texto de la pieza figura al final esta Candi y otros 106 • Tintelnot recoge muchas noticias semejantes
acotación: «Le saint apparut au-dessus du toit voisin et des- de Versalles, de Viena, de la Corte polaca, etc. 107 • Su utilización
103
cendant par des machines, comme s'il descendait du ciel» • para apoteosis de los grande3, nos la hace ver -entre tantí-
Una maquinaria semejante, pieza perfecta de ingeniería, vemos simos más ejemplos (y muchos más podrían recogerse en la
que sirve para conseguir efectos apologéticos. Seguramente, Corte francesa)- un caso como el de que en la representación
para emplearse como contrapesos u en otros efectos mecánicos de El nuevo Olimpo de Bocángel, realizada para celebrar el
semejantes, iban destinados los quintales de plomo que bus- cumpleafíos de la reina, a la infanta se le atribuyera el papel
caba procurarse el aristócrata que en Madrid dirigía el teatro de la Mente de Júpiter que preside la fiesta, representada en
real. El primer periodista francés del XVII, T. Renaudot, quien, la escena, en la que todos los demás papeles estaban distribuí-
como sus contemporáneos, siente una gran pasión por el teatro, dos entre personas de la nobleza (la obra se publicó en 1649).
cuenta una representación de Orfeo, dada ante los reyes, en la Recordemos que Titso se ufanaba de que «los mayores poten-
cual se veía a la Victoria descender lentamente del cielo en tados de Castilla» gustaron de representar ellos mismos el
su carro y, mientras los espectadores se preguntaban asom- personaje principal de El vergonzoso en Palacio 108 • Todo esto
brados cómo podía ser que permaneciera tan largo tiempo sus- venía como a plasmar, en el plano de la realidad, la eficaz ad-
pendida en lo alto, aquélla cantaba unos versos en honor de miración que los recursos ópticos, verbales y mecánicos del
las armas del rey y de las virtudes de la reina •
104 teatro desplegaban ante la suspensa atención del espectador 109 •
Para acentuar todavia estos efectos ante un público de cor- Fontenelle se hubiera podido servir, con brillante paradoja,
tesanos y aun, en ocasiones, más amplio, las mismas personas
reales o de muy alto rango, participaban en el teatro, no ya 105. H. A. Rennert, The Spanish stage in the time of Lope de Vega, cit.,
págs. 232 y 233.
por el gusto de confundir ilusión y realidad, sino para atraer 106. El rey se divierte, 3.ª ed., Madrid, 1964, págs. 149-150.
hacia la grandeza humana todas las posibilidades de admira- 107. Die Barocke Freskmalerei in Deutschland, Munich, 1951.
108. Cigarrales, cit., pág. 118.
ción y captación con que podía jugar el arte. Esos divertimien- 109. fata línea de interpretación social de los mismos aspectos técnicos dei
tos escénicos de los grandes es cosa bien sabida. Rennert dio teatro, hay que relacionaria con la interpretación histórico-social dei mi~mo
ya algunos datos sobre ello, incluso sobre la participación del que algunos hemos ensayado, y que se va desarrollando en los jóvenes es·
critores con interesantes resultados. Hemos citado ya e! estudío de Díez Bor-
ques, ai frente de su edición de Et meior alcaide, el rey, en relación con Lope
de Vega. Recordemos e! estudio de M. Sauvage, Calder6n: Essai (París, 1973), en
donde se pone de manifiesto la dramática tensión y conformidad final entre Moral
103. Rousset, op. cit., pág. 19. y Orden, en e! plano dei deber social, dentro de una mentalidad propia
104. Cf. M. N. Grand-Mesnil, Mazarin et la Presse, Parls, 1967, pá- de la sociedad de estamentos, como lo es, en todas partes, la sociedad dei
siglo XVII. ·
gina 49.
480 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICTO 481
de ese ejemplo de la comedia sobre san Ignacio que hemos efectos de tramoya que se montan para piezas de Calderón 0
mencionado, en lugar del de la fábula de Faetón, para explicar de otros muchos responden en parte a una inspiración seme-
la diferencia de la mentalidad antigua y la moderna a la mar- jante, relacionada con el movimiento general de la sociedad,
quesa que con él conversaba. Efectivamente, el escenógrafo y aunque no sea capaz de afumar los nuevos fines de la misma.
el público de la obra sobre san Ignacio -como el del gran- Tampoco la actividad de los fabricantes cobra vuelo en Francia
dioso drama calderoniano de Segismundo-- saben que efectos ni en Italia, bajo el peso de la crisis de que ya hablamos en
del tipo de los que se les ofrecen en el escenario dependen de capítulos anteriores. Se explica que un país con pujante Ba-
operaciones mecánicas que se desarrollan por dentro; pero pien- rroco, en cuanto éste ha de desarrollarse bajo la presión de los
san también -(hay detrás de eso una primera intuición de po- intereses conservadores, llegue más tarde al despegue indus-
sibles leyes de una psicología masiva?- que sus hábiles y trial, pero se comprende también que el Barroco no fuera, de
sorprendentes resultados tendrán verdadera eficacia para mo- suyo, lo que asfixiara la voz de aquellos economistas que, como
ver el ánimo de las multitudes que admiren el espectáculo. Sancho de Moncada o Martínez de Mata, no se cansaban de
Se ha dicho, respecto a una época que aproximadamente es exigir lo que hoy llamamos «actividad industrial».
la que aquí consideramos, que el mercantilismo, incurriendo en Todos los mitos que tienen como contenido una exaltación
contradicción con su propio sistema, aceptaba las máquinas y de la capacidad creadora o transformadora del humano, los cua-
la introducción en general de invenciones técnicas, aunque esto les en el fondo se ligan a la preferencia por la novedad y por
se opusiera, en el terreno económico, a su política de creación la artiliciosidad, se desenvuelven ampliamente en el Barroco.
de posibilidades de· trabajo. Al hacerlo así, respondía al gusto Tal es el caso del mito de Prometeo, que tantas resonancias
por lo nuevo, propio de la mentalidad renacentista, que, en tiene en la obra gracianesca y que entre otras manifestaciones
parte -como los hombres del Barroco--, había asimilado aquél nos dará la comedia de Calderón La estatua de Prometeo m.
y en la cual se inspiraba esa actitud fabril. «Dicho en otros también hay que mencionar el mito de Circe, al que Lope de~
términos -aõade Heckscher-, el mercantilismo había optado dica uno de sus poemas mayores, y del cual se encuentran fre-
por los inventos técnicos, movido ya por su concepción general cuestes referencias en tantas otras obras, hasta llegar a produ-
de la sociedad» 110 • En Espaõa, en medio de la crisis del xvn, cirse alusiones de tipo humorístico 112 • La figura de Fausto,
esa opción por las máquinas no se aplicará a la explotación aparte de algunas aproximaciones parciales, surgirá en sendas
agraria, ni tampoco a la industria textil u otras, a pesar del cla-
mor de Sancho de Moncada, de Martínez de Mata, de Alvarez
Ossorio, de muchos más, por las fábricas. La misma palabra
«fábrica» alcanza en algunos casos, dentro del área lingüística 111. Reeditada recientemente con un estudio preliminar y notas por
Ch. V. Aubrun (París, 1965), constituye una de las más significativas obras
del castellano, su sentido moderno. Pero si sobre el suelo pe- del barroco calderoniano.
ninsular no se levantan modernas instalaciones manufactureras 112. E1 poema de Lope ha sido reeditado por Ch. V. Aubrun y
más que excepcionalmente, si «todo género de manufactura ne- M. Muiioz Cortés, acompafiado de sendos estudios (París, 1962). Aparte de
e~to, puede verse una mención del mito en El soldado Píndaro, de Céspedes,
cesaria al reino» falta en él, según Cellorigo, sin embargo, los c1t., pág. 308; en la novela de Zayas y Sotomayor La esclava de su amante
Obras, cit., t. II, pág. 35. La mención jocosa a que hacemos referencia s~
en~entra en el entremés de Quifiones de Benavente El suefío del perro,
110. La época mercantilista, México, 1943, pág. 574. ed1c1ón de H. E. Bergman, colección Anaya, Salamanca, 1968, pág. 102, etc.

31. -- '.1.-IAR.\L\LL
482 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEOAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 483
obras de Marlowe y de Calderón 113 •
El mito de Proteo, el cuyo curso, de alguna maneta, se pretende siempre cambiar.
mito de Adán, este último sobre todo, etc., despiertan también Las fiestas barrocas se hacen para ostentación y para levantar
especial interés en la época 114 • Si de alguno de estos mitos bi- admiración. Han de desplegarse en concentraciones urbanas y
cimos mención en capítulo anterior, por cuanto en ellos se ce- se preparan, como en alguna ocasión advierten las Noticias de
lebra el principio universal de la variación, destaquemos ahora Madrid, «para que lo viesen todos» (se refiere a lo que se hizo
la referencia que contienen a la capacidad transformadora dei en las que en septiembre de 1627 se organizan para celebrar
ser humano. la curación dei rey). Los motivos, como ya hemos dicho, pue-
Dentro del área de esta clase de problemas relacionados den variar mucho. Estas manifestaciones sociales de la fiesta
con la pasión transformadora del Barroco, habría que hacer una barroca se realzan entre sí y juntas a su vez deben dar la medi-
última referencia a las fiestas. Para comprender la importancia da de la potencia de aquel que la ha hecho posible.
del tema, empecemos por recordar que un Quevedo clama con- Se emplean medios abundantes y costosos, se realiza un
tra la fiesta y la diversión, predicando ai príncipe una moral amplio esfuerzo, se hacen largos preparativos, se monta un com-
profesional que Aranguren ha llamado «el absolutismo dei cui- plicado aparato, para buscar unos efectos, un placer o una
dado», esto es, la entrega de la totalidad de las horas del vivir sorpresa de breves instantes. EI espectador se pregunta asom-
a la preocupación y cuidado de bien gobernar 115 • Tal llegó a ser brado cuál no será el poder de quien todo eso hace para, apa-
la extensión del festejo en la sociedad barroca, especialmente rentemente, alcanzar tan poca cosa, para la brevedad de unos
en la espafiola, que amenazaba con el abandono de las más instantes de placer. De una de las fiestas imaginadas que Tirso
urgentes e imprescindibles obligaciones públicas. gusta de relatar, comenta: «La fiesta había sido curiosa y os-
Sobre el papel de las fiestas en el Renacimiento llamó ya tentativa», y lo visto en ella digno de «la copiosa hacienda»
la atención Burckhardt, y en sus mismas páginas podemos com- de quien la daba 116 • Debía ser éste el comentaria público
probar que la fiesta renacentista es una esplendorosa manifesta- que trataba de conseguir quien organizaba una de esas osten-
ción del placer de la vida, mientras que, si el elemento placer tosas manifestaciones. Hasta en las fiestas religiosas sucedía
se mantiene en el Barroco (el mucho trabajo reclama el des- así: Almansa no resalta nunca en ellas la devoción, pero ad-
canso de la fiesta placentera, comentan los conformistas jesuí- mira que «se han visto en ellas innumerables riquezas» 117 •
tas), siendo este tiempo del siglo xvn, en general, de tristeza Y las citadas Noticias de Madrid (1621-1627), con motivo
y de crisis, predominan otros aspectos en la fiesta barroca: su de una procesión organizada por los jesuítas en honor de sus
boato y su artificiosidad son prueba de la grandeza y poder nuevos santos, dan cuenta a sus lectores de que aquéllos
social del que la da, y, a la vez, de su poder sobre la naturaleza, iban «ricamente adornados con muchas joyas» 118 • León Pine-
lo refiere de procesiones o vía crucis, que la multitud que
113. De Marlowe, The tragical history of Dr. Faustus (1588), que abre acude «ha convertido en fiesta lo que es penitencia». Así cau-
las puertas a! Barroco inglés; de Calderón, EI mágico prodigioso.
114. E! mito adámico inspira 1!a figura de Andrenio en EI critic6n, de Gra-
cián; se encuentra, claro está, en EI paraíso perdido, de Milton; y Gro~io es- 116. Cigarrales, cit., pág. 156.
cribe una tragedia sobre e! tema: Adamus exul (1601). Otros datos, en m1 estu- 117. Carta XII (15 agosto 1623), cit., pág. 203.
dio sobre Gracián varias veces citado, págs. 421-422. 118. Noticias de Madrid (junio 1622), cit., pág. 27. Estas Noticias, con
115. Aranguren, «Lectura política de Quevedo», REP, núm. 49, Madrid, motivo de la presencia del Príncipe de Gales en Madrid, ofrecen un cuadro des-
1950. lumbrador y absurdo de la vida de los Grandes.
484 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 485

saban mayor admiración. De la procesión del Corpus, cuando mientos para poder llevar tantas adversidades» comenta con
'
sorna Barrionuevo Ul
. «Cada día se. ven en Madrid
'
mil diver-
la estanda en Madrid del Príncipe de Gales, dice que fue «la
mayor, más grave y ostentosa procesión que se ha visto en siones, ya en lo más levantado ya en lo inferior» critica
Madrid y en Castilla». De las fiestas con motivo de la elección e.1 mismo
. i22 E
. n 1as Cartas de jesuitas hay constantec; ' referen-
del Rey de Romanos (1637) refiere que fueron tan solemní- cias ~ ellas: en~rete.nimientos, comedias, certáme.nes, vejáme-
simas que «en su género ningunas las igualaron en la Corte»; nes, Juegos, lummarias, etc. «Hoy tienen mogiganga de todos
en ellas, se levantó una construcción que «causó admiración los sefiores y entre otros sale el Almirante vestido de mujer»
. una de aque'11as 123 . p eilicer, que es siempre
dice . cauto se'
que en un mes se pudiese juntar en Madrid tanta madera
como se puso en este grandioso edificio que no se componía atreve a llamar la atención sobre el hecho de que se organlcen
de otra cosa» 119 ; y ello en un país en que, entre otras razo- fiestas de gran aparato (son noticias del afio 1640) como si
nes, por falta de madera, la Marina se encontraba en una pos- la guerra .no e~t~viera a .Ias puertas, con tanta gente ~ gala; en
tración suicida. otra ocasión similar repite «que pareda que en ninguna parte
En las lujosas fiestas cortesanas, en ·las celebraciones urba- de Esp~?ª había inquietud ni movimiento de guerra» 124. Las
nas o eclesiásticas, eso de su riqueza y ostentación -revelado- Compamas de la nobleza que se forman en Madrid para acudir
ras del poder de una persona- es lo que se destaca. Por lo a la guerra en Catalufia, se entretienen en galas, banquetes y
que ésta tiene de ocasión en que se opera atractivamente sobre saraos por 1~ ~oche 125 • «Por acá no se trata sino de gustos y
una multitud, ha de ser cosa grande. Por eso, en Espafia y en ~laceres --dita severamente Barrionuevo-; en esto gastan su
toda Europa, tuvo tanto papel en las fiestas de la época la pro- tiempo! al paso que nuestros enemigos refinan la pólvora de
cesión, que unía a su carácter masivo -ya sefialado en capítulo su enojo para volarnos». Este comentário es de 1655 126. AI
anterior- el ser apropiada ocasión para despliegue de grande- afio siguiente repetirá: «lo que es fiestas siempre las hay des-
zas. Sean de acción de gradas, de rogativas, de desagravio, velándose en esto y no en ver cómo nos hemos de def~nder
nunca se resalta unción, devoción, sentimiento religioso inter- de tantos demonios de enemigos que no nos dejan vivir» 121.
no, sino su rico esplendor, aumentado por la costumbre de AI llegar al afio 1657, pinta un cuadro grave y nos hace ver
levantar costosos altares callejeros para asombrar a las gentes. su difusión: después de hablar de la angustiosa situación en
Hubo, cuenta en un caso León Pinelo, «siete altares muy sun- Sevilla, dice que sábado y domingo de Carnestolendas, los re-
tuosos y _ricos», «hubo catorce altares de mucha riqueza, curio-
sidad y adorno», «hubo muchos y ricos altares, adorno costoso 121: BAE, C~~II, pág. 51 (27 diciembre 1656). Más conformistas con
1 régllllen los iesmtas, leemas en una carta de ellos, aiios antes: «al-
e,
en las calles y gran concurso» 120 : la potestad divina y la potes- gun desenfado han de tener las ocupaciones grandes todo el aiío» (9 febrero
tad civil que amparaba y honraba a la primera en la tierra !63~), ~-HE, XIV, pág. 317. Sin embargo, hasta el prudente Pellicer siente
quedaban parejamente sublimadas. _ rnd1gnac10n por el loco despilfarro de fas fiestas.
122. BAE, CCXXI, pág. 157 (30 iunio 1655).
Con tales fines de suspensión y atracción se hace general 123. MHE, XIV, pág. 335 (16 febrero 1638).
y frecuente en el Barroco. «Bien son menester estos diverti- 124. Avz-;os, ed. _de! Semanario Erudito, XXXII, pág. 74 (11 junio 1640).
g~· ~~cer, Avisos, ed. de! Semanario Erudito, XXXII, págs. 242 y 248.
· , CCXXII, pág. 103 (13 enero 1655). «En los mayores aprietos
sólo se trata de festines» (ibid., pág. 153).
119. Anales de Madrid, cit., pág. 307.
120. Op. cit., págs. 346, 347, 353, passim 127. BAE, CCXXII, pág. 39 (27 diciembre 1656).
486 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 487
yes tuvieron tres o cuatro comidas, amenizadas con sainetes, 131
ras, et c. , con 1a orgamzac1
. 'ón de f este1os. que tratan de dis-
entremeses, bailes, música y graciosidades; el lunes hubo gran traer al pueblo de sus males y aturdido en admiración hacia
comedia y después de cenar más entretenimiento hasta el ama- los que pueden ordenar tanto esplendor o diversión tan gozo-
necer; el martes, siguieron otras diversiones, y hablando de fies- sa. La fiesta es un divertimiento que aturde a los que mandan
tas y fiestas, comenta que algunas las presenció el rey, acompa- Y a los que obedecen y que a éstos hace creer y a los otros
fiado de sefíores grandes y chicos, «siendo la gente tanta que les crea la ilusión de que aún queda riqueza y poder.
no cabían en las calles» 1128 • En 1658 insiste una y otra vez: . Por eso la fiesta, en la monarquía barroca espafíola, se con-
«grandes festejos», «todo es fiesta y regocijos», y, con encano v1erte en una celebración institucionalizada. La asistencia a la
ante la situación, comenta: «las fiestas se hacen grandes a costa fiesta y la recepción de un oportuno obsequio en ella se con-
de nuestras carnes» 129 • Sin embargo, él mismo sefí.ala más de vierte en parte del estipendio y gajes de ciertos empleados pú-
una vez, al paso, en diversas ocasiones, la afluencia del público. blicos. El Consejo Real, en tiempos de Felipe III y Felipe IV,
Para la monarquía, tal vez lo más importante era escudarse las Juntas de Reformación y otras especiales que se nombran
frente a las discusiones y hostilidades de dentro, que tantos los informes personales de expertos, las solicitudes de jurado~
críticos excitaban, contra los cuales se servfa aquélla de los re- Y otras autoridades locales claman contra las fiestas y colaciones
cursos de procurarse la adhesión ciega, aturdida, irresponsable, que en ellas se reparten. En 1619, la Junta de Reformación
de las masas. Uno de los mejores medias era mantenerla en propone al rey suprimir la costumbre introducida en los Con-
fiestas; por eso sabemos que también a fiestas del Retiro se sejos «de repartir entre sí colaciones en pascuas y fiestas de
dejaba entrar al pueblo. Si ricas fiestas caracterizaron ya la toros», Y la Sala de Alcaldes de Casa y Corte advierte a Feli-
época del Renacimiento, ahora, al paso que más costosas y sor- pe IV que los créditos de Justicia y Hacienda, «en los tribu-
prendentes, se despliegan ante una masa de espectadores mayor, nales y en juntas se los comen en confites, porque a cada juez
aunque siga siendo un grupo reducido los que tomen parte acti- le dan treinta mil maravedises y más cada fiesta de toros y otras
va en la misma; pero no era tal vez la diversión de éstos lo fiestas, y a los ministros y oficiales, otra gran cantidad, que viene
que contaba como último propósito, sino el asombro del pue- a ser una gran suma de dineros porque son muchos» 132. Esa
blo ante la «grandeza» de los ricos y poderosos. Digamos con institucionalización de la fiesta revela su entronque con eI sis-
Barrionuevo: «todo es fiestas y regocijos», mas el historiador tema social y con los medias de integración en que se apoyaba
que interpretara esto como una mera manifestación de frivoli- la monarquía barroca.
dad incurriría gravemente en ella. «Nunca hubo en Espafía fie- Las fiestas son un aspecto característico de la sociedad ba-
bre espectacular y bulliciosa tan intensa y prolongada -comen- rroca. Las cantan los poetas, Ias relatan otros escritores, en
taba Deleyto 130- , como lo fueron los cuarenta y cuatro afíos alabanza de su magnificencia y en exaltación del poder de los
del reinado del rey poeta». A las grandes fiestas de la Corte, sefíores y de la gloria de Ia monarquia. «Los poetas, tocado-
se afí.aden las verbenas, bailes, juegos de cafías, toros, másca- res, bailarines, cómicos y mogigangueros andan muy solícitos

128. BAE, CCXXII, pág. 124 (12 diciembre 1657). 131. Deleyto Piiíue!a, También se divierte el pueblo, 3 • d M dr'd
129. BAE, CCXXII, pág. 148 (9 enero 1658). 1966. · e ., a 1 ,
po. De1eyto Piiiue!a, Bl rey se divierte, cit., pág. 240. 132. La Junta de Reformación, AHE, págs. 31 y 210.
488 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 489
para ostentar los primores de sus profesiones», se cuenta en Las fiestas van ligadas, como manifestación característica, a
una de las Cartas de jesuitas 133 • Poetas y prosistas celebran, ge- la sociedad barroca, porque responden a las circunstancias de
neralmente en deplorables escritos, desde el punto de vista lite- la misma. Son, como todos los productos de la cultura barroca
rario, algunas de esas manifestaciones 134 • Los más importantes .
un mstrumento, un arma incluso, de carácter político. Lo advir-
'
escritores cultivan ese género. Sus ocasiones son casamientos, tieron reyes y ministros que gastaban en fiestas lo que no po-
nacimientos, victorias, paces, canonizaciones, incluso muertes dían. Lo formulá explícitamente el escritor político y econo-
de personas reales a las que se les rodea de ecos apoteósicos. mista Martínez de Mata, cuando recogía que «los estadistas
Argensola, Lope, Bocángel, Góngora, Calderón, etc., contribu- aconsejan al príncipe tenga medios en que se divierta al pueblo,
yeron a esta literatura ocasional, que se da también en otros porque la melancolía no dé lugar a levantar los ánimos a Ia
países. Es curioso que también Renaudot, en su Gazette, inser- novedad». Y Pascal, que dedicó varias páginas a consideracio-
te relatos de fiestas en honor de ilustres personalidades, sin nes sobre las posibilidades dei divertissement, comprendió en
duda porque correspondia , as1' a1 gusto de1 pu'bl'1co 135 . Refi rien-
.' qué medida podía ser empleado para hacerle al hombre desen-
dose a los personajes tan barrocos de las novelas de Céspedes, tenderse de sí tnistno y de su problemático alrededor. La Bru-
en las que éste tanto se complace en describir fiestas, sefiala yere sabía perfectamente que a los gobiernos -a aquellos que
Fonquerne el gusto por el lujo, la ostentación, la fiesta, que él define- les interesaba «laisser Ie peuple s'endormir dans
mueve a los individues de la clase noble y rica 136 ; pero obser- les fêtes, dans les spectacles, dans le luxe ... » 188 , de lo que, si
vemos que ello requiere siempre un entorno de público nume- no gozaba directamente, lo contemplaba adormecedoramente,
roso que la contemple o para quien se escriba su narración ad- aunque fuera en otros. Si, además, la fiesta, a la vez que ale-
mirativa. Por eso la fiesta, aunque se realice en un lugar cam- graba, podía Ilenar de admiración al espectador acerca de la
pestre, próximo o relacionado con la ciudad, conforme im~~i­ grandeza de quien la daba o a quien se dedicaba, podía ser un
nan Tirso o Céspedes, supone, en cualquier caso, la conex1on medio de actuar no sólo como distracción, sino como atrac-
con un medio urbano, respondiendo a los aspectos sociales del ción. De esto precisamente abusaron los gobernantes de la
Barroco que ya pusimos de relieve 137 • sociedad barroca espafiola, no sietnpre con los resultados que
apetecían.
133. Cartas de iesuitas (9 febrero 1638), MHE, XIV, pág. 320.
134. El mayor tesoro de Madrid se encuentra «el día de toros en los figo-
La fiesta, en el siglo XVII -por eso tocamos aquí el tema-,
nes», dice F. Santos, Día y noche de Madrid, cit., pág. 394; de esas fiestas, ha de contar con alguna invención, un mecanismo ingenioso,
«para escribirlas ha menester un molino de papel». J. Pellicer tuvo el ~al.
gusto de publicar un folleto titulado Anfiteatro de Felipe el Grande. Contzene
los elogios que han celebrado la suerte que hizo en el Toro, en la Fiesta ago· nfamos, rodeada de amenísimos bosques, fructíferas huertas y olorosos y bicn
nal de trece de octubre deste aiio de MDCXXXI, impreso en Madrid (ochenta trazados jardines, adonde con la apacible y licenciosa libertad de sus soledadcs
y siete epigramas de ·varios autores y ar final varios romances, espinela~, s~vai>, estuvimos tres o cuatro días con mil agradables regocijos y juegos inge-
estandas). Es difícil poner el nível de admiración a la realeza en más ba10 ntvel. niosos que, por alegrar a nuestro convaleciente hiio, hacían los criados, pas-
Pero ello respondía muy bien a la popularidad admirativa en el Barroco. tores y gafianes de la hacienda» ... «hubo Gerardo de quedarse en la ciudad· para
135. Grand-Mesnil, op. cit., págs. 47-48. acudir desde ella con algunas cosas convenientes y necesarias a las fiestas ·que
136. En su Introducción a la edición de las Novelas peregrinas y extraor· ordenabam>. Por. otra parte, Céspedes es de los propagandistas de la fiesta,
dinarias, págs. 42-44. de la diversión y entretenimiento que alivia las pasiones del alma (op. cit.,
137. Repárese en estos dos pasajes de Céspedes, en E! espaiiol Gerardo, pág. 214).
cit., págs. 142 y 181: «Una hermosa quinta que a una legua de la ciudad te· 138. Les caracteres, cit., pág. 184.
490 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA
NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 491
un artefacto inusitado, una construcción arquitectónica que,
con cartón y madera u otros medios similares, simule una pafian otras embarcaciones y, en este ridículo y triste cortejo, se
meten los reyes, grandes sefiores, cortesanos, y juegan a la
grandiosidad impresionante (cuanto más deleznables sean los guerra 140.
materiales, más de admirar serán los efectos que con ellos se
Pero, probablemente, una masa -por lo menos entre dos
logren). A ello respondió la construcción de est~nques 7 cana-
estallidos de dolor- admiraba incautamente el gusto del rey
les en los jardines del Buen Retiro, para orgamzar allí fi~stas
acuáticas a imitación de las de los romanos ( «naumaquias», por las cosas de la guerra, su gallardía en media de los tiros
que la retórica barroca llamaría «horrísonos», y la grandeza
como las de éstos, las llama Pellicer) 139 , lo que venía a sig-
de su poder, que podía transformar la naturaleza, fingiendo un
nificar que se estaba cerca de igualar o de superar su gr~n~eza
histórica. También estas fiestas se repitieron para que as1st1era mar a las puertas de la Corte. Todo un sistema de estímulos
de admiración y adhesión se hacían jugar en esa -para noso-
el pueblo. En un momento dado,, se llega al dispa:ate de cons-
tros, hoy, y también para algunas mentes lúcidas y libres en
truir una galera armada, un nav10 y otras pequenas ei:i~arca­
el xvrr- ridícula mascarada de la galera del Buen Retiro.
ciones. Los reyes se solazan en la galera, refiere -dmamos
que con un tinte de fuerte ironía- Barrionuevo: «Van delante Hay aún otras maneras de fiestas que cumplen perfecta-
mente con las condiciones requeridas -riqueza, ingenio, sor-
las góndolas y navío, parece una armada, y en la p~pa, ~enta­
presa, brevedad-, unos espectáculos de los que más se em-
dos en un tapete, el valido y su hijo a los reales pies. Fmgen
plean en las fiestas barrocas: los fuegos artificiales. Esos fuegos
escaramuzas, juega el artillería y mosquetes, dan tre~ ? cuatro
de artificio, por su misma artificialidad, por su dificultad, por el
vueltas llega la noche y todo se acaba». Esta not1cra es de
18 de Julio de 1657. En 13 de febrer.o del afio siguie~:e da
gasto en trabajo humano y en dinero que suponen -de los
cuales improductivamente se dispone por el rico y poderoso-,
como noticia que el rey ha ido al Retiro, «donde le hic1eron
en resumen, por ser tanto lo que en todos los aspectos costa-
salva real con la artillería de la galera y navío de los estan-
ban, para tan corto tiempo, eran muestra muy adecuada dei
ques». Pasan los meses y siguen los reyes solazándose, navegan-
esplendor de quien los ordenaba, al mismo tiempo que respon-
do en los estanques del Retiro, en la galera y navío -la gale-
dían al gusto que ya conocemos por la invención artificiosa
ra parece que se llama La Real de Espafía-. Barrionuevo no
-«invenciones de fuegos», dice Tárrega, relatando grandes fies-
puede menos de escribir unos párrafos llenos de amarga de~es­ 141
tas en Valencia - . Constituyeron una manifestación caracte-
peración: no hay dinero para armar barcos y dotarlos de art11le-
rística de la fiesta barroca 142 • Y era un espectáculo adecuado
ría y munición; no hay dinero para pagar a los soldados; la flota
para desplegarse ante el asombro popular, «con festiva inquie-
o los navíos sueltos que vienen de América o costean la Pe-
tud de la plebeya gente», dice Tirso 143 • Sabemos que la Corte
nínsula son apresados por los enemigos; Inglaterra declara te-
de Espafia era muy dada a estos fuegos de artificio, cuyo arte,
ner puesto un permanente cerco marítimo a Espafia, Y, en. el
Retiro, como medio de diversión para los reyes y su sequ1to,
se agrandan y alargan los estanques y canales, se construye una 140. Barrionuevo, Avisos, BAE, CCXXII, págs. 89, 92, 96, 161 y 190.
Corresponden de iulio de 1657 a iunio de 1658.
galera que «es cosa grande», lleva artillería y músicos, la acom- 141. En su comedia Las suertes trocadas y torneo venturoso, incluida en
Poetas dramáticos valencianos, t. I, pág. 383.
139. Avisos, ed. del Seman11rio Erudito, XXXI, pág. 36. 142. Deleyto, El rey se divierte, cit., págs. 163 y sigs.
143. Cigarrales de Toledo, cit., pág. 93.
492 ACCIÓN PSICOLÓGICA SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA NOVEDAD, INVENCIÓN, ARTIFICIO 493
asombroso en la época por su complicación técnica y no menos verdadero tópico. Fijémonos en cómo se presenta el tema en
en la costosísima transitoriedad de su ejecución, admiró en su tres novelistas representativos, cuyos relatos nos dicen lo que
día al duque de Saint Simon. Las Noticias de Madrid nos dan pedía y admiraba la opinión de la época. Pérez de Montalbán,
abundantes referencias: en las fiestas de los carmelitas en honor relatando una fiesta en el contexto de una de sus novelas, dice:
de santa Teresa, hubo «grandes invenciones de fuego» (junio «Llegó la noche, o, por mejor decir, no llegó, porque las da-
de 1622); cuando el Príncipe de Gales pasa una noche en Se- mas y luces eran tantas que podrían desmentirla» 150 • Tirso
govia, lo mismo, y así también, en Santander, cuando llega encomia, en el relato de una de las jornadas en el cigarra! tole-
allí, ya de regreso a su país, se montaron «invenciones de fue- dano, «la poca falta que había hecho en Toledo la luz del sol
gos»; cuando el rey visita Sevilla, «se ardía toda la ciuda~ con aquella noche tan apadrinada de luminarias» 151 • Céspedes exal-
grandes invenciones de fuegos» (marzo de 1624); el ConseJO de ta las maravillosas fiestas que se hicieron en unas bodas imagi-
Indias en las fiestas por la salud del rey, «gastó muchos duca- nadas en su mundo novelesco, «haciendo día la más oscura
dos e~ fuegos» (septiembre de 1627); en la colocación de la noche» 152 • Las Noticias de Madrid relatan un festejo de más-
primera piedra de la Almudena, no pudieron faltar, etc.144 • De caras que recorrió varias calles de la capital, organizado por
fi.estas con «ingenios de pólvora y cohetes» hablan las Cartas el Almirante, en el que las luminarias fueron tantas que la
de jesuitas 145 ; de fuegos y fiestas, con cohetes e invenciones de noche pareda día claro 153 ; más tarde, refiriéndose a una fies-
pólvora, da cuenta Pellicer 146 ; de fiestas con luminarias y fue- ta en el Retiro -fiesta real, esta vez, en el doble sentido de
gos artificiales, hace repetidamente mención Barrionuevo 147 y la palabra-, un jesuíta escribía a otro: «más pareda día claro
también se encuentran menciones en León Pinelo 148 • Recorde- que noche oscura» 154 • Esta capacidad transformadora sobre el
mos que si un escritor muy característico de la mentalidad orden del universo, por fugaz que fuese, ponía insuperable-
barroca y del mundo de la monarquia hispánica, a saber, Cam- mente de manifiesto la grandeza de aquel que tenía poder sobre
panella, exaltaba el poder del hombre, no lo hada al modo de los recursos naturales y humanos, hasta el punto de lograr
otro pensador renacentista, por el poder creador de sus manos efectos tales. Y en un mundo como el Barroco, regido por la
-también tienen manos, advierte Campanella, los símios y los prudencia, esos efectos eran bastantes para hacer reflexionar a
osos-, sino por su saber y su capacidad de dominar las artes la gente sobre la conveniencia de mantenerse adherido a una
del fuego: «l'arte del fuoco e unica dell'uomo» 149 • Con su personalidad tan poderosa.
iluminación, esas artes respondían al afán de desplazar el día
por la noche, vendendo la oscuridad de ésta por medio ~e un
puro artificio humano. Se. llega a formar sobre la matena un

144. Ed. cit., págs. 28, 78, 91, 166, 222, 245.
145. l\.ffiE, XIV, pág. 18.
146. Avisos, ed. del Semanario Erudito; XXXI, pág. 50; ibid., XXXIII,
págs. 194 y 215, passim. 150. Sucesos y prodígios de amor, novela II, pág. 73.
147. BAE, COOCII, págs. 124, 132, 160, 161, passim. 151. Cigarrales de Toledo, cit., pág. 77.
148. Anafes de Madrid, cit., págs. 173, 311, passim. 152. El espafíol Gerardo, pág. 266.
149. Citado por G. Gentile, Il pensiero de! Rinascimento, Florencia, 1940, 153. Ed. cit., pág. 55 (abril 1623).
pág. 63. 154. l\.ffiE, XV, pág. 144 (22 diciembre 1638).
APÉNDICE

OBJETIVOS SOCIOPOlfTICOS
DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES
Dados los objetivos de difusión y de acc1on eficaz que la
cultura barroca busca -sin que, al decir esto, nos comprometa-
mos a afirmar que los consiga-, se puede comprender el inte-
rés con que por ella se manejan los elementos visuales, el pre-
ponderante papel que a la función óptica se le reconoce en su
ámbito. Por otra parte, es propio de las sociedades en las que
se desarrolla una cultura masiva de carácter dirigido, apelar a
la eficacia de la imagen visual. El Barroco, por uno y otro lado,
tenía que ser, pues, como efectivamente fue, una cultura de la
imagen sensible. Al parafrasear un fragmento de la Poética de
Aristóteles, un autor tan intelectualizado como Racine, enun-
ciando las partes necesarias de la tragedia, junto a la «deco-
ration», incluirá «tout ce qui est pour les yeux» 1 •
Utilizando los medios plásticos, la cultura del siglo XVII
puede llevar a cabo, con la mayor adecuación, sus fines de pro-
paganda. Una vez más, referirse a éstos es esencial para enten-
der los aspectos que aquí consideramos del Seiscientos. Si el
arte de la época está animado por un espíritu de propaganda
y si se parte en él de que para lograr su objetivo la imagen es
un recurso eficaz, puede sostenerse, con Argan, que «no se
~tenta conceptualizar la imagen, sino dar el concepto hecho
imagem>; esto es, proporcionarle la fuerza, no ya demostrativa,
sino de solicitación práctica que es propia de la imagen 2 • En
realidad, no sólo para el arte, sino para todas las manifestacio-
nes de la cultura que se dirigen a un público con pretensiones
de captación, es válido lo anterior; por tanto, de la política, de
1. Príncipes de la tragédie, edición de E. Vinaver, Parf's; 1951, pági-
na 14.
2. La Europa de las capitales, pág. 23.

3.?. ~ :,1ARAVALL
498 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES
APÉNDICE 499
la moral, de la religión, etc., se puede repetir lo dicho sobre el de la pura esencia intelectual v se esfuerza en revestirla de
arte. En otro lugar hemos tratado de expliclir, desde un punto aquellos elementos sensibles qu~ la graben indeleblemente en la
de vista coincidente con el que aquí acabamos de exponer, el imaginación. Tal planteamiento se basa en reconocer la vía que
papel de los «emblemas», con su mezcla de doctrina y plas- sefialan los siguientes versos de Calder6n:
ticidad eri la literatura didáctica barroca ª. Producto, como los
tan difundidos «emblemas», de la colaboración de las ar~es Y pues lo caduco no
plásticas a efectos de significación social, se levantan en las c1~­ puede comprehender lo eterno
dades barrocas arcos triunfales, túmulos, altares, fuentes artl- y es necesario que para
ficiales, para festejar o conmemorar un acontecim~ento,. para venir en conocimiento
poner de relieve su importanci~. Junto a la. ~agnificencia de suyo, haya un medio visible
esos monumentos de una arqmtectura prov1s10nal -no por (Suenos hay que verdad son)
eso menos alabada de sabia-, sobre sus superficies, se d~b~­
jan jeroglíficos y otros géneros de pinturas de naturalez~ s1m1- Sobre este supuesto, para Calder6n, como para todos los
lar. y hasta en los sermones llega a ponerse en uso s~rv1rse de artistas barrocos -y, con ellos, también para políticos, moralis-
jeroglíficos impresos o estampados, de pinturas a desc1frar, que tas, etc.-, toda la cuestión está en cómo conseguir pasar de un
refuerzan la llamada que al espectador o al público que escu:~a plano a otro, de qué medios servirse para que, dicho con otros
se le dirige abriendo cauce en su atención para la penetrac1on versos de la misma obra que acabamos de citar, un contenido
de una do~trina o del sentimiento de admiración, de suspen- doctrinal dado
sión, de estupor, etc., que facilitarán la captación de ese
del concepto imaginado
público 4 • • ••
Es la vía calderomana para hacer vlSlbles, con toda la fuer- pase a práctico concepto.
za de lo patente que la visión alcanza, los principias y precep-
tos de las doctrinas, o por lo menos de aquellas que, con un El valor de eficacia de los recursos visuales es incontestado
carácter práctico, apelan a la conducta de los hombres ! .pre- en la época. Venía de un fendo medieval la disputa sobre la
tenden dirigiria. Ese contenido doctrinal, en cuanto part1c1pan- superioridad del ojo o del oído para la comunicación del saber
te de la «verdad», en un sentido aristotélico de esta palabra, a otros. Mientras que en el mundo medieval se opt6 por la
posee condición de permanente. Pero a diferencia del ~ombre segunda vía, el hombre moderno está de parte de la primera,
de la Edad Media, el hombre del Barroco, como ya exphcan:?s es decir, de la vía del ojo 5 • En el Renacimiento, esto que aca-
antes, no tiene suficiente confianza en la fuerza de atracc10n bamos de sostener se confirma plenamente, y en alguna ocasi6n
hemos hecho referencia a la defensa que del ojo hace un Gali-
leo, entre otros. Tal disputa se reprodujo, y aun se intensificá,
3. Cf. mi estudio «La literatura de emblemas en el c.onnexto de la socied.ad durante el Barroco. Se extendi6 mucho entre los escritores
barroca», publicado en mi Teatro y literatura en la soczedad barroca, Madrid,
1972. . 1 h f, b
4. Le6n P.inelo, Anales de Madrid, págs: 172,, 181; en as ,onras une. res
de una persona real, nos dice, hubo «orac16n fun~bre Y sermon con tremta 5. Cf. mi trabajo «La concepci6n de! saber en una sociedad tradicional»,
inserto en mi Estudios de historia del pensamiento espafíol, serie I: Edad
y seis jeroglíficos estampados» (págs. 181, 210, pass1m). Media, 2. • ed., Madrid, 1973.
1
500 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES APÉNDICE 501 ·.I·'·.·

franceses del momento 6 y, respecto a los espafioles, afiadamos, mo, como ya vimos que el Barroco pretende, nada comparable
a los testimonios que en otros lugares hemos dado, el de Suá- en eficacia a entrarle por los ojos.
rez de Figueroa, que hace una declaración perfectamente ajus- Por eso los hombres del Barroco saben que la visión di- ·
tada a nuestro punto de vista, reforzándolo considerablemente: recta de las cosas importa sobremanera. De ella depende que
ambos, según él, ojos y oídos, son puertas de acceso válidas se enciendan movimientos de afección, de adhesión, de entre-
para el conocimiento de las cosas, pero «en suma, son los ojos, ga. La presencia directa o, cuando menos, la de representaciones
entre los sentidos que sirven al alma, por donde entran y salen simbólicas, lo más fielmente unidas a la repetición de lo repre-
muchos afectos» 7 • Observemos que en esta preferencia por el sentado, tiene una fuerza incomparable. Tener constancia de
sentido de la vista juega mucho el papel que desempefian en las cosas «de vista, que no de oídas», es, por tanto, lo que se
la constitución de la experiencia y, por ende, el tema se liga pretende. Tal es la razón de que un personaje muy típicamente
a la transformación del concepto de experiencia que se da con barroco, el conde-duque de Olivares, recurra, para lograr efec-
la modernidad -de lo que hablamos en capítulo anterior. El tos de captación de las gentes, a medios visuales, directos,
Barroco estima que incluso los ojos pueden engafiarnos. Y a cuando esto es posible, y, cuando no, a efectos de fiel represen-
bicimos antes alguna referencia a este problema del «engano tación plástica en otro caso. Sabemos por los jesuítas, en una
a los ojos». El tema, en el XVII, llegó a penetrar en la corrien- de sus cartas, que Olivares procuraba cuidar la difusión públi-
te cotidiana de comentados. Pellicer aconseja «creer sólo lo ca de su imagen de gobernante piadoso, capaz de atraerse por
que viéremos con los ojos, y aun a ellos no todas veces se les su religiosidad los beneficias del cielo, tal como quería apare-
debe la creencia entera» 8 • Este se escribe, pues, en uno de cer ante el pequeno mundo de la Corte y ante la opinión ge-
esos Avisos periodísticos del momento. Y una advertencia tal, neral; buscaba, pues, lograr una imagen visual de sí mismo en
a un hombre que, en definitiva, pertenece ya a la modernidad, los otros, formada por testimonios que partieran de aquellos
le lleva a no poner tanto como una confianza total, sin límites, que, bajo tal forma, le hubieran contemplado ocu1armente:
en el testimonio de la vista -límite éste · que recomienda «Todas las mafianas, de cinco a seis, está en la tribuna de Nues-
Pellicer-, pero también a que, puestos a creer en algo, y en tra Sefiora de Atocha con suma devoción, y, con efecto, es tan
la medida relativa en que se puede aceptar que tenemos un grande como lo manifiestan sus piadosas y altas voces y sollo-
acceso a la realidad, esto no pueda reconocerse más que en el zos, oyendo misas, que los que le oyen, que son muchos, salen
camino de los ojos. edificadísimos»; así nos lo refiere un jesuíta en carta de 6 de
Pero a este aspecto de la experiencia física, el Barroco afia- agosto de 1639 9 • Cuando Olivares, por otro lado, quiere ser
de lo que podemos llamar aspecto de la experiencia psicológi- contemplado como general victorioso, dado que no es fácil ha-
rn: los ojos son los más directos y eficaces medios de que po- cer acudir a las gentes a que presencien escenas militares direc-
demos valemos en materia de afectos. Ellos van ligados, e in- tamente en Fuenterrabía, se hace representar con toda la fuerza
versamente, al sentimiento~ Para poner en movimiento el áni- impresionante, visualmente convincente, que deriva de la pin-
tura, según la manera peculiar que los grandes artistas barro-
cos están cultivando, en este caso, nada menos que Velázquez.
6. Maneirou, Introduction à la France moderne, Paris, 1961.
7. Varias noticias importantes a la humana comunicaci6n, foi. 244.
8. Avisos, ed. dei! Semanario Erudito, XXXI, pág. 278. 9. C.trtas de jesuítas, MHE, XV, pág. 313.
APÉNDICE 503
502 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES
estos recursos la Iglesia s· . .
Claro que, aõadamos también, ello no obstada para que los plean políticos v cuanto; P1:1eºtenqdue, en la sociedad civil, Ia em-
. "d , en atraer una roasa .
escritores barrocos, en especial los que se dedicaban al teatro, c10nes I eologicas, lo cual implica tal b' .ª s~s posi- -
no quisieran renunciar a las posibilidades que el oído ofrecia supone una transformación en 1 ctm 10. cuantitat1vo que
también, comprendiendo la ayuda que la voz y la música podían .Pero, de otro lado, y sobre to~:a~~a eza mlS!~a _dei método.
aportar para conseguir mover los sentimientos. Se explica así ensefiar, sino antes bien d 1 ' 1 se trata umcamente de
. , e a canzar o que el · b
el auge que tomada la incorporación del factor musical, sobre emos visto que 11 , . escrttor arroco
h ama un «practlco concepto»
todo en obras que por su fuerte carácter alegórico quizá recla- concepto que encarne en acci, S b", ' _esto es, un
masen fortalecer en torno a ellas la acción de elementos extra- mos a la Iglesia y artistas u:n. o~ tam ien escrttores próxi-
10 acerca dei modo como enql trabdiaJ_ª? para ella, reflexionando
rracionales sobre la atención del público • , as con c10nes d 1 , d
Volviendo a nuestro punto de arranque, sin duda, la utili- d esenvolverse su obra con m, . fi . e a epoca, pue a
zación de las artes plásticas, a efectos de ensefianza, era de vértice dei 1600 . axima e caem, los que, sobre el
' com1enzan a replantea 1 .,
muy lejano origen, venía de muy atrás: los tímpanos, los capi- forma que indicamos 1a p d .r . a cuest10n en la
teles, las vidrieras de las iglesias medievales, con sus conjuntos diatamente a generaliz~rseer~n s~od esc~br1m1ento pasará inme-
iconográficos, respondían a ello. Muchos siglos antes, en los tura. y uno de los m, . os os terrenos de la cul-
aximos representantes d I d ,
restos escultóricos antiguos de las civilizaciones del 11
Próximo barroca, Comenio ' concebt"r,a esta
, como resu1t d e d a pe agog1a ,
Oriente, se encuentran elementos de esta naturaleza • Todavía de representación
. plástica.· tal es eI senti'do adeo sue un b metodo
o b"
en el xv1, la pintura, la escultura, con una fuerte carga de sim- sensual zum pictus c1657 ) 14 C II o ra r zs
bolismo, se consideran como lenguaje apto para los que no destina la ensefianza quedan. on, : a, aquellos a quienes se
saben leer 12 • Por eso, el arte de los retablos, que había alcan- conocimientos sino captad ' n~ um~a~ente previstos de unos
zado su primer esplendor en el siglo xv, se continúa cultivando ción que de e'llos s os e impu sa os eficazmente a Ia ac-
e espera.
en el XVI y conoce un nuevo incremento en el xvn, si bien En el Barroco se desarrolla la tendenci .
cabría observar que en esta fase, en lugar de los elementos nas, cuya contemplación pued d a ~ ~ue c1ertas esce-
o políticos -o amb 1 e espertar sent1m1entos religiosos
anecdóticos, figurativamente representados para ser «leídos», os a a vez ya q t . r d
predominan los aspectos de grandiosidad -el dinamismo de atrayendo bacia el sujeto Í ue an imp ica os están-,
las líneas, los reflejos de oro, el dramatismo _,de los gestos, más pública contemplació~~ep~rs J::ovo~a, seNdesa~rollen, para
etc.-. Nos preguntamos cuál es la razón histórica de este por el desfile anónimo com d'"" ca es. o solo el gusto
L F b
. ~ vre, smo el interés por su fuerza plástica c nfi a r~s e
. ' o i11mos antes con pai b d
último cambio.
Ahora tenemos, de un lado, que no solamente se sirve de traves de las emociones que d . o gurativa, a
para que se propague tanto en ~~p1e:,ta, es una Ide las razones
ana, Y pase a extranjero, la
10. Cf. A. M. Pollin, «Cithara Jesu: la apoteosis de la música en e!
Divino Orfeo de Calderón», en Homenaie a Casalduero, Madrid, 1972; su eru·
dita e interesante tesis creemas apoya nuestra interpretación general. 13. Weisbach hizo observar ya e•a r l ., . "
Zuccaro, presidente de la A d . d. Se acwn, rem1t1endose al ejemplo de
11. Hemos hecho mención de ello y seiíalado su noticia entre los precep· ,. caemia e anL d R
trata o teonco sobre la pint ucas, e orna, Y autor de un
tistas de la literatura emblemática, en nuestro trabaio citado en la nota 3.
12. Francisco de Holanda recuerda el valor de la pintura para la re!igión,
rroca. Cf. su obra El Barroco u;~;e ~~
d
14. Hay una d' . • ' .
tl Cque es patente la
a ontrarreforma pág.
inspiración ba-
58
en ese sentido, y su utilización por la lglesia. (Diálogos de la pintura antigua, ree 1c10n en Leipzig, 1910. ' ·
edición de E. Tormo, Madrid, s. f., págs. 31 y .sigs.)
;t
504 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES 1
APÉNDICE
505
procesión. Pero, además, a veces, estas manifestaciones viar!as
tura»; mas si quiere emplear colores y otros medias ha de ser
se aprovechan para instalar -al paso por los conventos, o b1en 1 conformándose con el ambiente de fuera, como si se ~irara por _
en otros lugares- cuadros plásticos que, en el caso, mucho
una ventana, de manera tal «que se contrahaga y se finja natu-
más frecuente de los acontecimientos o fiestas con caracter re-
realmente todo lo que de fuera dei edificio por las tales aberturas
ligioso, son altares ricamente adornados ~ los que se Íll;corpo~a
o .ventanas se pueda ver» rn. He aqui, justamente, un plantea-
toda una representación de alcance doctrmal -de sen:ido mas
miento que cambió décadas después. Comprobamos entonces
o menos explícito u oculto, como en las figuras de la literatura
que, si entr~ los escritor~s barrocos, como Paravicino y tantos
de emblemas- y en los que, no menos, se hacen colaborar a
?tros, se estiro~ ~ue l~ pmtura es la primera de las artes y se
las artes plásticas, a la pintura y escultura, desde luego, pero
Juzga que prestigia socialmente a los entendidos en ella 1 1 tam-
también a la arquitectura, la cual, en esos casos, toma mayor
bién en la opinión común dei xvn, la pintura se alza ha;ta un
importancia. Con motivo de una fiesta tan eclesiástica como
palaciega, un jesuíta refiere (15 de marzo de 1638} que de los
~apel .de modelo para todas las demás artes -incluyendo las
literarias-, ai que todas tratan de aproximarse. Se nos pone
monumentos instalados en varios lugares de Madrid -en este
así. de manifiesto ai observar el uso que alcanza el neologismo
caso, por frailes y monjas- «la arquitectura de todos fu.~ bue-
«pmtoresco», palabra que por entonces se introduce en las
na si bien el nuestro se les aventajó», destacando tambien un
lenguas románicas. Esa palabra, que expresa el mero hecho de
co:Uentario muy entusiasta del que prepararon desde el con-
vento de las Descalzas Reales 15 , de cuya significación en el
qu~ algo pertenece a la pintura, se convierte en un atributo de
calidad, tanto para la misma pintura como para cualquier otra
Barroco madrileno ya hicimos páginas atrás un comentaria. An- f , · is L ·
~rma artlst1ca . a voz «pmtoresco» sirve para calificar elo-
tes, en el capítulo anterior, vimos elogiados estas altare~ por
giosa.mente aquell_? que merece ser tratado por la pintura o que
su riqueza y ostentación. Pero, a través de las representac10nes
plásticas de t~do tipo, como estas de ~ue habla?1os, se trata de
efecttvam~nte esta tratado ai modo de la misma, por otras artes
º.por la literatura: conlleva la referencia a una mayor anima-
conseguir la ·infiltración de un contemdo doctrmal.
ción .Y. ,más libre juego de luces y sombras, con muy idónea
Sin embarcro es significativo el predomínio que, en el con- cond1c1on para dar la versión del movimiento 10.
0 '
junto de las artes, adquiere el pintar'. Incluso, e1 ~scritor
. pol'1-
No es casual que la atención a la pintura y a la obra de los
tico, para dar cuenta de su obra, se s1rve de termmos. de com-
pintores de su tiempo ocupe tanto espacio en las páginas de
los escrito~es, desde Galileo hasta Huyghens. Recordemos, entre
paración con el trabajo del pintor. A las leyes de la pmtura se
subordinan, o por lo menos así lo pretenden, las o.tras formas
nuestros literatos barrocos, al P. Sigüenza, Góngora, Paravici-
de expresión. Tiene interés comparar con esto la diferente po-
sición que se ofrece en la época del Renacimiento, para enten-
der mejor la novedad que luego se presenta. En efecto, los pre- 16._, Francisco . de Villalpando, Tercero y quarto libro de Arauitectura de
Sebast1an . de ~erlzo Bolonés, Toledo, 1552, recogido por Sánche; Cantón, en
ceptistas del XVI sostienen que la pintura debe som~terse ~ la Fuentes l1terar1as para la historia de! arte, t. I, pág. 143.
obra del arquitecto, y por eso muchas veces se pracuca aq~ella 17. C~. M. Herrero García, Contribución de la literatura a la historia del
arte, Madrid, 1943, pág. 199.
con sólo blanco y negro, «por no dafiar la orden del Arch1tec- 18. ~on este nuevo matiz se encuentra la expresión. «muy a lo pintoresco,.
en Francisco Pacheco, Art: de la pintura, su antigüedad y grandezas, edición
de Sánchez Cantón, Madnd, 1956, t. II, pág. 8.
15. Cartas de iesuitas, MHE, XV, pág. 196.
19. Wõlfflin, Rinascimento e Barocco, págs. 37 y 38.
MPLEO .))E MEDIOS VISUALES
APÉNDICE 507
506 OBJETIVOS DEL E
- L
de Vega Quevedo, Gracián, Cal- tola de un personaje flamenco que encomia la obra de Saave-
no, L6pez de Ubed~, ope S h~ dicho que los poemas dra en estos términos: «Cedant picturae aliae, hic nobis Apelles
der6n, Saavedra. Fa1ar10, etc. ~ 1 siglo barroco constituyen est, qui ingenio et lineas et colores omnes vincit». A cuyas
de algunos escritores rancese,s . e de cuadros de Poussin 20. palabras el autor de la obra responde elogiando a su vez la
rsi6n poeuca . . pluma del amigo, pintor de su ingenio 25 • Salas Barbadillo, ju-
al mo do d e una ve problemas proced1m1entos,
.' respecto a temas, ' E W gando barrocamente con la metáfora, nos dirá que pinta o escri-
La conexion - , C ld , ha sido observada por . .
etc.- entre Velazquez y a eron be sus figuras, en sus novelas, con «las líneas de este pincel y
.Hesse •
121
f i 'n «a lo pintoresco» de la los renglones de esta pluma» 26 • Los textos semejantes, en el
En realidad, esa :ranfs ormacdoe expresión procede de las XVII, son numerosísimos.
' d las demas ormas . d c:De d6nde viene ese interés por la pintura y el reconoci-
poesia y .e . . o Entre nosotros, está anuncia a,
consecuencias del Ma~1e~s~ 1 An o-el y coincidiendo con su miento de su predomínio? ~Por qué el moralista, el político,
madurando la influencia e ~e "' n pasa)· e de Francisco el pedagogo, el poeta, etc., quieren aproximarse al modo de
· t renacentista en u
general p1anteam1en ? d bren tantos elementos pre- operar del pintor? Creemos que hay que referir este fenómeno,
de Holanda, ~n qu1en se aes~~ eficacia que la poesía, en la una vez más, a las condiciones de la sociedad que ya llevamos
barrocos: la pmtura es. de m y ar mayores efectos y tener expuestas: una sociedad que, en vista de su situación, se en-
medida en que es prop10 suyo «~au:nsí para conmover al espí- cuentra con que sus dases dominantes necesitan atraer una
mucha mayor fuerza Y, vehemen~~a, omo a tristeza y lágrimas, roasa de opinión, y atraerla por los cauces extrarracionales con
ri tu y al alma a alegria. y r::.i~gocl)O, c que se actúa sobre una masa; en tales condiciones, se sirve de
con más eficaz elocuencia» . 1 bailará su pleno sen- la pintura y le confiere un lugar preeminente, por la eficacia
1 , oca del Barroco en a que . con que se piensa que mueve los resortes del ánimo, impresio-
E s en a ep . d"f . , el to'pico «Ut p1ctura poe-.
. , máxima 1 us1on nándolo directamente a través de la visión. Un escritor lo dijo
tido y tamb ien su mu'ltº1ples pasajes conocl-
h u pregonero en admirablemente, desde el umbral mismo de la época: «Il n'y a
sis» 23. L ope se ace s l opular y no menos, claro
dias de a cance P , . rien qui plus délecte et qui fasse plus suavement glisser une
dos de sus come 1 24 La aplicación de tal tópico, am-
está, en sus poemas cu tos . . , escrita tiene una curiosa chose dans l'âme que la peinture, ni qui plus profondément
plia~o en .g,eneral ab tod~eef~::~~n origi~al de la Idea de ~n la grave en la mémoire, ni qui plus effi.cacement pousse la vo-
manifestac10n en ca ez~ . d S dra FaJ· ardo· se publica lonté pour lui donner branle et l'émouvoir avec énergie» 27 •
· l' · chrzsttano e aave ' ' Fernández de Ribera nos habla de un monsefior que «tenía
príncipe po ztzco y d ' las ediciones siguientes, la ep1s-
allí, y se reproduce espues en pintadas muchas persuasiones vivas, que suelen penetrar más
pintadas que oídas» 28 • No cabe duda de que tenía que ser este
et poetes français a !'époque baroque»,
20 A. M. Boase, «Poetes anglais 25. Edición de González Palencia, Aguilar, Madrid, pág. 163.
RSH.° núms. 55-56, 1949, pág. ~81. Velázquez», Clavileno, núm. 10, 1951,
21. Cf. su artículo «Ca!deron Y 26. Se encuentra este pasaje en su novela E! curioso y sabia Alejandro,
fiscal de vidas aienas, edición de Correa-Calder6n, en Costumbristas antiguos
pág. 9. ' .. espanoles, t. I, pág. 145.
22. Qp. cit., pag. 175. . . . The humanist theory of pamtmg», en
Cf R Lee «Ut pictura poes1s. . 27. Louis Richeome, Tableaux sacrés des figures mystiques ... de l'EucarÍS·
23 . . . ' XXII 1940 págs 197 y s1gs. V XIII tie, Parfs, 1601.
The Art Bulletin, t. . ' 'La he~mosura de Angélica, C~ntos Y '
28. El mes6n de! mundo, pág. 78.
24. Un perfecto e1e~plo, Men d 'd p'gs 513 556-557, pass1m.
en Obras cscogidas' Aguilar' a ri ' a . '
508 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES APÉNDICE 509
personaje un buen representante de la mentalidad barroca. sólo
. corpulenc1as,
· smo· v1·das y espíritus» 32 La ref . 1
Cultivar este aspecto de su arte es la primera exigencia «tmagen viva» como b. · · erenc1a a a
que los preceptistas postulan ante el pintor -y, como vere- cual el retrato pasa a ~e~e;~e~~~n~:ª:a:f al~a~~ar un arte del
mos luego, lo que exigen también a quienes le imitan en se hace común 83. No podí f 1 . es ~c1 n, es cosa que
a atar e1 test1moruo de Lope:
su labor-. Y, así, dirá Carducho que la pintura «ha de ense-
fiar, mover, hablar y deleitar siempre y con todos géneros de ver.ás un grande pintor,
gente», hasta el punto de que, si ha de respetar los datas acnsolando. el ingenio,
sustanciales de la realidad, puede introducir alteraciones en hacer una imagen viva.
los modos y circunstancias para acentuar esa capacidad de (El perro del hortelano)
mover 29 • En la capacidad de obrar sobre un amplio público
de esa maneta está la razón del papel que los pensadores Si se daba una profunda antinomia en el R . .
entr~ su severa preceptiva de imitación 'de 1 enalcimiento,
barrocos le reconocen a la pintura: ahí está lo más caracte- estética de la bellez a natura eza y su
rístico de ella, su «eficacia y fuerza», como escribe Jáure- bello 34 t d , a, puesto que lo natural puede no ser
, o avia es mayor la q d b .
gui 30 • Los numerosos tópicos y anécdotas tan repetidas, rela-
tivamente a esa eficacia de la acción psicológica y moral de la
ent;~ su pretensión de captar lou;eal e~~~o r~me~spen el Barroco
estet1ca se reconoce a las re resen . . eso que en su
pintura -capaz, en consecuencia, de influir decisivamente so- una concepdón abstracta de~ . tac10~es ide~les apoyadas en
bre el comportamiento humano-- se recogen en una curiosa . as Jerarqmas sociales A pesar d
su natura1ismo aparente y violento 10 1B . e
obra que, en el límite final de la época que consideramos, no se d ' que e arroco nos ofrece
fue publicada por Félix de Ludo Espinosa, bajo el título El retrat!u;a;t~~;~ ~~~o~~ ~nsimple realismo. Hasta los mismos
pincel 31 • res típicos se refl . a gama de elementos generalizado-
' ' e1an caracteres de gr p .
afe~t~~ a lo~ seres' no por su individual~a~ ~~:l s~in~ons1dera
Los escritores barrocos declaran insistentemente que la fuer-
za de la pintura está en su posibilidad de captar la vida. Ello
pos1c10n social, doctrinalmente definida S , ll
por su
nos hace comprender cómo la realidad que al Barroco le preo-
d~stinguidos, otros vulgares, unos her~os:;un e o, unas son
h_1en proporcionados, otros contrahechos no 'e:tros feo~, otros
cupa penetrar y dominar no se encuentra en la región plató-

;:~~I~~~;:~~~~~: ~:ri;~~~f :~~er~r~uía f~ :~:l~~~~:t


nica de las esencias, sino en la dramática y cambiante esfera
de la vida. Su capacidad, pues, de captación de lo vivo es lo 2e!e en
que hay que admirar en la pintura y para lo que hay que ser- mantenerse dentro de . , o e cosa natural. Pero, ai
virse de és ta. La pintura, dirá también J áuregui, «no pretende tamental el Barr u~a concepc10n general de naturaleza es-
1' . oco, mas que a dar de ésta una versión
29. Diálogos de la pintura, reedición de Cruzada Villamil, Madrid, 1865,
ceptua' atiende a servirse de toda una serie de e1ementas dcon-
eco-
págs. 141 y 255.
30. En los apéndices a la obra de Carducho citada en la nota anterior, 32. Op. cit., pág. 430.
~~w. . 33. Luque Fajardo, entre tantos nos d" . E
presentar la imagen viva» F · l d ' _
.
ice. « s oficio de retratos re-
31. Madrid, 1681. Recoge algunos fragmentos Sánchez Cantón, en sus - d ' te esengano contra l · 'd d
Fuentes literarias para la historia dei arte, Madrid, 1941, t. III; entre otros, un edic16n e M. de Riquer, Madrid 1955 I a oc1os1 a Y los vicios,
pasaie en que refiere la impresión que santa Teresa conresaba habe~le produ- 34. Panofski ha seiialado est; 1 ' t .. I, pág. 173.
buto alia storia dell'estetica t d . PI~team1ento ~ntinómico en Idea: Contri-
cido en cierta ocasión contemplar un cuadro. ' ra · tta 1ana, Florencia, 1952.
510 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES
APÉNDICE
511
rativos en cuyo papel está hacer patente ante los ojos la gran- una preceptiva de inspiración aristotélica diga, no ya como do-
deza del personaje que aparece rodeado de ellos y, a la vez, a cur:1~nto de bell~za, ni. tampoco de lo contrario, según valores
presentar como un hecho incuestionable, positivo, su posesión estet1cos establec1dos, smo como testimonio de psicoloofa obje-
de las cualidades que le pertenecen, dada su condición social. to de observación para conocimiento de lo humano ~r;fundo
Esto, que se ha comprobado en el mismo Bernini, es común a Y multiforme. La amplia gama del retrato responde a'esta trans-
artistas, políticos, literatos del Barroco 35 • No se trata, pues, de for~ación: antes sólo era de figuras principales y heroicas (Cal-
puro realismo. Por todas partes aparecen restos de idealismo, ~eron todavía. ~ementa con ironía que unas mujeres vulgares
de neoplatonismo -tan fáciles de constatar en un Lope, por tienen pretens1on de ser retratadás ), ahora, el repertorio de per-
ejemplo-, que el Renacimiento había acentuado en sus rasgos so?as es amplísimo, un abigarrado y movido mundo de altos y
y ahora, en el Barroco, se juntarán con la herencia mental de b.ªJ.~s que pul~lan ante el espectador, cambiando incluso su po-
la concepción estamental de la sociedad -respondiendo al fuerte s1c10n respec~1va, colocando tal vez de protagonista, en primera
carácter conservador del platonismo-, vigorizándola, permi- fila, a los ba1os, como en Las hilanderas, o invirtiendo sus pa-
tiéndole llegar basta el neoclasicismo del sigla XVIII, hasta vís- peles, como en Los borrachos.
peras de la crisis social de la Revolución Francesa. Pero al operar de tal manera con la materia humana redu-
Pero, junto a cuanto llevamos dicho, el artista y el escri- cida a objeto del cuadro y sometida a sus técnicas de cap~ación
tor barrocos saben que el mundo no se rige por los esquemas no se trata de un realismo directo, ingenuo, de copia, sino d~
mentales de una razón entendida al modo escolástico, ni tam- una apertura a la realidad, con una técnica de acceso sabia-
poco participan del «esprit de géometrie» -más cercano al me~te ~anej~da, por vía indirecta o de segundo grado. Se
anterior de lo que quizá parezca-, aunque pueda servirse oca- habia dicho s1empre, en elogio de una pintura, que reproducía
sionalmente de las posibilidades del cálculo, como hacen el mer- exactamente lo limitado (de ahí las anécdotas sobre confusio-
cader, el militar, y también el artista y el político. Si el mundo nes entre cuadro y objeto real). Ahora, no. Se hace resaltar
y la sociedad pueden seguir teniendo un último orden racio- que una pintura es pintura, esto es, un medio sabiamente em-
nal, cuya ley puede expresarse en términos de una concepción pleado de accesión al mundo que ostensiblemente se emplea y
finalista de la naturaleza, al modo aristotélico-escolástico, o, en se coloca entre el ojo y la representación. Contando con esa
términos matemáticos, conforme a las conocidas palabras de distancia entre uno y otra, se da el salto a lo real, que es siem-
Galileo, sin embargo, para operar entre los hombres es necesa- pre una versión, un estudio, una manipulación.
rio acceder a su realidad singular concreta, llena de dramatis- Es así como la pintura, para las gentes del Barroco es un
mo, cargada de pasiones, movida, según ya dijimos, por resor- medio especialmente apto para dar cuenta de las expe;iencias
tes psicológicos que hay que conocer, pues, para dominarlos y de lo real humano, de lo vivo 36 • Pese a todo el simbolismo
conducirlos.
El retrato, entonces, será considerado, m~s allá de lo que
36. Sobre el papel de Rembrandt, con sus autorretratos particularmente, y
35. <El poder de hacer pasar al individuo del nível de la naturaleza al nivel
:'f
de elázquez, con sus retratos de humanidad deformada y desfalleciente he
escnt? algunas páginas en mi obra V elázquez y el espíritu de la modernÍdad
sublime de la alegoría depende de la decoraci6n. Ésta posee una fuerza
mágica que nos escapa, porque no creemos en ella» (Alewyn, L'univers du
M~drrd, 1960. ?xpongo allí mi tesis acerca de la pintura de Velázquez com;
«Pmtura en prrmera persona», testimonio de experiencias personales sobre las
Baroque, trad. francesa, Paris; 1964, pág. 53). cosas y los hombres.
512 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES APÉNDICE 513

estético que se conserva en el pensamiento de la época, a tra- subido, de pintar a golpes de pincel .grosero, casi como borro-
vés de toda la multisecular carga de herencia helénica sobre nes al descuido» 38 • Nos preguntamos por las razones que sus-
los pintores y sus críticos, que se da en el sigla XVII 37 , se abre tentan la general estimación en el sigla xvn hacia esta manera
paso, no obstante, un tratamiento de temas nuevos y una nue- tizianesca de pintar 39 : se juzga que sólo ella da la auténtica
va manera de afrontados que ni pretende embellecedos ni se versión de lo vivo. Es una pintura de lo inacabado variable
conforma con imitados. Se busca estudiados y dados a conocer movedizo, inestable, adecuada para captar al hombre 'y la vida'.
como testimonio de lo real. Por eso se entrega a una apasiona- Tal adaptación se explica en tanto que el humano posee, no un
da y repetida pesqui~q de los aspectos de lo real que singular- ser hecho, sino un ser haciéndose, un fieri, no un factum 4 º;
mente se dan en loJeo, lo contrahecho, lo deforme. Sin duda, la por consiguiente, en correspondencia con aquélla, un ser ina-
preparación para interesarse por este lado oscuro de las cos~s cabado y en continuo cambio.
les vino seguramente a los hombres del Barroco de su propia Esto, pues, procede dei interés dei Barroco por conseguir
posición violentada, sujeta a deformante presión, en el seno de una vía más idónea de penetración en lo real, para asegurarse
la sociedad de la época. Desde ese nível se pudo adquirir con- su captación directiva. Estas intentos tienen frecuentemente en
ciencia de lo contorsionado y retorcido, las mentes de la época el Barroco, una base técnica; a nível de ensayo implican ~na
se ejercitaron en sus posibilidades de captado. Se aprendió que mecanización. Vemos en el caso anterior que por un procedi-
lo real era más complejo de lo que la herencia intelectual reci- miento físico -y fácilmente difundible- como es el de apli-
bida les quería hacer creer. Y fue posible de esa manera adver- car unos pinceles de cierta maneta -esta es, de una maneta
tir que, contemplando las cosas en escorzo, bajo el violentado «gruesa» y descuidada-, se descubre que precisamente la pin-
punto de vista de lo irregular, extravagante o anormal, se lle- tura aumenta la capacidad de aprehensión de lo vivo 41. En el
gaba a conseguir una visión enriquecedora de la realidad, a la terreno de la pintura, ensayos repetidos con el mismo objetivo
cual, como ya dijimos en anterior capítulo, la mente , barroca que aca~amo~ de sefialar se practican por unos y otros pinto-
aceptó estimada como variada y cambiante. res. El mteres por las que es propio llamar «experimentacio-
Sería interesante considerar, desde el ángulo visual de lo nes», con espejos, con juegos de perspectiva, con la luz y el
que acabamos de exponer, una de las más específicas caracte- color, etc., respondeu a lo mismo. Las mismas deformaciones
rísticas de la pintura barroca: su proceder, que ya sefialamos que esas estudiadas combinaciones pueden provocar en la vi-
páginas atrás bajo otro aspecto, de las «manchas distantes», de sión de las cosas, vienen a constituir un método -o camino-
los «borrones» o «pinceladas gruesas», empleando la diversa
terminología de la época, proceder cuya invención en ese tiempo
38. , Genio de la historia, edición de fray Higinio de Santa Teresa, Vitoria,
se atribuye a Tiziano. Son muchos los textos en que se dice así. 1957, pag. 312.
Escojamos éste de Jerónimo de San José porque nos da ya una 39. Est? se !lama! por los escritores barrocos, pintar «a lo valiente» 0
interpretación del caso: «Cansado Ticiano del ordinario modo «~o-~ valentia», expres10nes que se encuentran en historiadores como el padre
S11:1:1enza o fray J. _de San José; en preceptistas como Pacheco o Carducho; en
de pintar a lo dulce y sutil, inventó aquel otro, tan extrafio y críticos como Rodrigo Caro, Quevedo, Gracián, etc.
~O. Cf. mi estudio «Las bases antropológicas del pensamiento de Gracián»
ya citado. '
37. Cf. J. Gállego, Visi6n 'Y símbolos en la pintura espaíiola del Sigla 41. Cf .. mi, estudio. «La pintura como captación de Ia reaJidad», en e!
de Oro, Madrid, 1972. volumen miscelaneo Varia velazqueíia ' Madrid , 1960 , t . I , pa'gs . 48 y s1gs.
·

33. - MARAVALL
514 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES
APÉNDICE
515
para aproximarse a lo real. Cuenta Vasari, en sus Vite 42 , que
el Parmigianino cogió un espejo de barbero para retratarse a sí El esculpir o pintar
ficción ha de ser forzosa.
mismo, contemplándose refl.ejado en él y advirtiendo las extra-
fías deformaciones que la redondez del espejo hacía sufrir a las. Ciertamente su p p l :fi . l
cosas; éste era su afán: «Gli venne voglia di contrafare per suo puede entender;e com~ ~na«es . ng1r o natural», pero ello no
capriccio ogni cosa», y esta pretensión -de raíz fabril, que sería imposible referido cop1d yorque aparte de que copiar
ya sefíalamos páginas atrás en el Barroco-, aspirando a recrear vención del artista tieneª un m~ e o nat.ural, siempre la inter-
lo real, le hace alcanzar un nuevo verismo: el de la verdad de un caracter act1vo int d l
mento nuevo, haciendo del modelo ' ro uce un e e-
una realidad cuya más propia condición es la de cambiar -por sonal observación se ofrece N otrod de lo que ante su per-
ejemplo, el hecho de que un objeto aumente o disminuya con- . o se pue e captar el objeto,
forme se acerque o se aleje del espejo. De esta manera, esfor-
zándose «per investigare le sotigliezze dell'arte», el pintor con- si el pincel no lo reforma.
seguía averiguar nuevos aspectos de lo real, de los cuales podría Es necesario que el pintor .,
dar testimonio en el cuadro, plasmando en él su personal ex- objeto para darle entrada e~ ~f :~~d0op~r~c1on, tra~sfor~e el
periencia. para ese objeto, que e arte. Es Inevttable,
Si el cultivo de la pintura despierta hasta tal punto el inte-
rés de los hombres del Barroco, no es por la capacidad imita-
todo lo corrija y mude.
tiva del natural que con el empleo de los. pinceles se pueda ad-
\' quirir, sino por la facultad de reformar y rehacer lo dado por
Por eso, como tantas veces se r . l .
la naturaleza, que con el manejo de aquéllos el artista alcanza. pintura se define como una . , epit~ ~n e s1glo barroco, la
Esta teoría, que pone en claro una vez más el fondo de inspira- mológico de la p 1 b
ción fabril en la obra del Barroco, fue enunciada por uno de
nuestros poetas y preceptistas del xvn más representativos: el
:1 func10n poet1ca, en el sentido eti-
que, a cuantos e~ r:~;Isto e\ creadora. Esta condición es la
que ante todo ponen d e~~n ~n sobre .ª~~élla, les atrae, la
ya citado Jáuregui 43 • Hay que partir de que nunca lo que tópi- mundo d . e re ieve. su pos1b1hdad de crear un
camente se llama imitar en arte, se contrae a un mero repro- mundo dee sseerres que v1vlen la vida del arte, correlativamente al
es natura es La p f ·
ducir: funda en el hecho de . 11 re erencia por la pintura se
Mal puede el arte formar ción. Con muchos m que en ~ a se ve más resaltada esa fun-
el ser mismo de la cosa. tectura a enos me os que la escultura y la arqui-
' y qule no puede contar con la tercera dimensión del
mundo natura es decir d . .
Siempre hemos de contar con esta limitación constitutiva: el . '
1umen, l a pintura ' no pue e serv1rse físicamente del vo
si b d -
arte no puede ir más allá de un modo de :ficción: alcanza la gran f~erz~ ~:a~~~~' d ~~ues~a mejor hasta dónde
42. Le vite de' piu eccellenti pittori, scultori ed architetti, reedición de Mi-
lán, 1908.
~si~~:; ~~Jorº~~~ ~~::sn~~specto l:~~:~~a~~:, h::~~~~: ;~
ea
43. Diálogo entre la naturaleza y las dos artes, pintura y escultura, BAE, sentido de la prefer n . guna. Esta est1mac1on nos revela el
XLII, págs. 116-117. lidad barroca tuvier~:1~o;u:Í :rst~ vp~~t' ,l~s hombrles de ~enta-
onco, en a medida en
516 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES
APÊNDICE
517
que es éste un operar humano capaz de rehacer _sus ~odelos d_os de cons_ervadurismo social, actuando adecuadamente en unas
naturales. Pocos testimonios pueden tener tanto mteres como circunstancias de carácter moderno. En relación con esto quere-
e1 que expuso a este respecto Galileo, ~certando a formul~r la mos ahora hacer observar que el pintor barroco y su público
estimación que subyace en la preferencia barroca por la pmtu-
llegan a un replanteamiento muy significativo de la discusión
ra: «alia scultura el chiaro e lo scuro lo dá per se la natura,
so?re la preferencia P?r el color o por el dibujo 4 6. Con pleno
ed alla pittura la dá l'arte; adunque anche per questa ragione
a:1erto, A. Hauser atnbuye un sentido político directo e inme-
si rende pfü ammirabile un'eccellente pittura di una eccellente
d1a:o a este tema, sólo que se equivoca por completo al tratar
scultura»· la razón de este reconocimiento de excelencia se en-
de mterpretarlo, debido a que Hauser prácticamente se olvida
cuentra e~ este principio: «Quanto pfü i mezzi co' quali si imi-
en su libro de estudiar el Barroco. Aunque parezca separados,
ta son lontani dalle cose da imitarsi, tanto pfü l'imitazione e
lo ~onfunde constantemente con el neoclasicismo cortesano pos-
meravigliosa» 44 •
t:r10r. No parece haberse colocado ante la gran obra de los
Así pues, la pintura rehace y reforma a la naturale~a, pero, pmtores del XVII, a los que presta escasa atención. En conse-
a su vez, ella misma se hace objeto de un proceso seme1ante: la cuencia, se equi~oca al hablar del sentido de aquella disputa
pintura es un instrumento de reforma de lo natu_r~lt_nente dado, Y muestra, adernas, que carece de la información imprescindible
porque ella misma se rectifica y reforma. La po~ibihdad de ~~­ sobre la misma. Efectivamente, Hauser da por supuesto que
verse en ese doble plano de corrección, multiplicando la accion en el momento de plenitud del Barroco, que él confunde con
sabia y calculada del hombre, acaba de dar su último título de la et~pa. coib:rtista de Luis XIV, se opta por la superioridad
superioridad a aquélla. Ahora va a ser un político y escritor ?e
d~I d1bu10, m1entr~s. ~ue «la decisión en favor del colorido sig-
política -tantos de los cuales, en el xvn, se _ocuparon de pm-
1:1~caba to~ar poslClon contra el espíritu del absolutismo de Ia
tura- quien nos diga, revelándonos un motivo de su estima- ng1da autoridad y de la reglamentación racional de Ia vida» n.
ción por ella, que un gran p~ntor «con cuatro pincel~das y un Hauser recuerda como representantes de esta nueva actitud a
par de sombras repara una pintura errada». Esto escnbe Anto-
Watteau Y Chardin, pero se olvida de destacar suficientemente
nio Pérez 45 • 1? que mucho antes habían hecho ya Rubens, Velázquez, Pous-
Vamos a referimos a una última cuestión que hace afios s1.n, e:c. Nosotros no pretendemos hacer historia del arte, sino
hubo de ocupamos cuando tratamos de poner en claro aspec- historia ~e Ia mentalidad de Ia época barroca; por tanto, lo
tos «modernos» en la mentalidad barroca, lo que no contra- que nos mteresa es, más que ver lo que los pintores hicieron
dice, sino que matiza, como ya hemos expuesto en capítulo an- -cosa que, ?,ºr lo demás, está bien patente-, averiguar cómo
terior, el reconocimiento del fundamental carácter conservador se dese~volv10 en verdad la polémica sobre el dibujo y el calor
en eI _s1glo ~VII. De ello escribimos ya algunas páginas, con
de sus objetivos que aquélla presenta. Se pretende, a nuestro
modo de ver -repitámoslo de nuevo-, alcanzar unos resulta- dat~~ mcuest1onables, al hacer un estudio de Velázquez en co-
n:x1~n con la mentalidad de su tiempo. Pero ahora queremos
44. Galileo, carta a Ludovico Cigoli (26 junio 1612), Opere, Edizioi:e nazio- anad1r alguna referencia más, en Ia Iínea de lo que en aquella
nale, t. XI, pág. 340 (citada y reproducida en apéndice por Panofsk1, en su
estudio Galileo as a critic of the arts, La Haya, 1954. . .. ,
45. Aforismos de las segundas cartas, núm. 405. Cito por la edic1on de
46. Cf: mi. Velázquez y el espíritu de la modernidad, Madrid 1960
Las obras y relaciones de Antonio Pérez, Ginebra, 1620, pág. 1.062. 47. Historia social de la literatura y el arte, t. II, pág. 638'. ·

l ,
518 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES APÉNDICE 519

otra ocasión dijimos. Allí citamos el testimonio explícito del mayor significación en nuestra cultura barroca, Saavedra Fajar-
Greco, negando que Miguel Ángel supiera pintar porque igno- .do, quien plantee el tema de la disputa sobre el color y el dibu-
raba el color. Observemos ahora algunos datos más. Ya en el jo, resolviéndola a favor dei primero, como, por otra parte, es
siglo XVI, en una obra de la literatura celestinesca, que en normal en la Espafia dei XVII. Saavedra Fajardo, un autor que
cuanto tal viene a ser muy representativa del cambio mental utiliza elementos plásticos en su obra, un escritor barroco que
que se prepara, descubrimos una rotunda opción a favor dei gusta de la pintura e introduce en sus escritos diversas estima-
color, en disputa con la línea 48 • En los comienzos de la nueva dones sobre la misma, esto es, un buen representante de la cul-
época, si se habla de los instrumentos dei pintor, será normal tura dei xvu, de los que se consideran prestigiados por enten-
no mencionar más que pinceles y colores 49 • Es sintomático que der de pintura, emitirá esta interesante opinión: el color «es
nuestra gran poesía barroca se abra con un Góngora, de quien quien da su último ser a las cosas y quien más descubre los
su mayor conocedor, D. Alonso, ha escrito: «Si se hiciera un movimientos dei ánimo» 53 • Tenía que ser un político quien
recuento de los adjetivos de color que en su poesía ocurren, pusiera de manifiesto este último y definitivo aspecto de la
asombraría ver que no hay estrofa, y apenas verso, en que no cuestión.
se dé una sugestión colorista» 50 . También ahora será Jáure- Culmina aquí esa lírica ingeniería de lo humano, con la
gui, quien, haciéndose cargo de la común preferencia por el que, a pesar de la insuperable contradicción en sus propios tér-
color, intentará dar una explicación, refiriéndose a la sensibi- minos que entrafia, se esperanzan los hombres dei Barroco pre-
lidad que a su alrededor encuentra, a los valores que el artista tendiendo cultivarla. Lo que en esa época preocupa respecto a
y el escritor barrocos quieren recoger en sus obras: según J áu- saber penetrar en los ánimos y en las voluntades, y, en conse-
regui, la razón de la primada del color y de la superioridad cuencia, respecto a saber mover y dirigir a las gentes multitudi-
que su empleo confiere a la pintura, no radica en que aumente narias y anónimas, se encuentra expresado en las opiniones
su capacidad de copiar lo natural, externo, sino que le permite sobre la pintura. Parece que a políticos, moralistas, pedago-
trasladar «mil pasiones interiores» 51 • Color y movimiento del gos, etc., esto es, a cuantos se hacen cuestión de comporta-
alma van juntos; por eso dirá Bocángel -en cuya obra la aten- mientos humanos con la práctica finalidad de gobernarlos, les
ción a la pintura es también tan relevante- que es logro de haría posible conseguir sus objetivos. En el manejo de los re-
gran retratista «el alma colorir con los afectos» 52 . cursos de aquélla está la clave para adecuarse a los internos
Y afiadamos todavía un nombre más: para nosotros tiene resortes que mueven a los indivíduos, cuya masiva integra-
r especial relevancia que sea un escritor político, tal vez el de dón en el sistema social se persigue. La dirección que se quiete
imprimir a los grupos sobre los que se opera, apunta sin duda
48. «Hace mucho más el color que la raya para que una imagen humana bacia la restauración y conservación de valores que vienen de
parezca más clara» (Tragicomedia de Lisandro y Roselia, llamada Elicia y por la tradición sefiorial, pero no en balde la experiencia individua-
otro nombre cuarta obra y Tercera Celestina [1542], edición de Madrid, lista y moderna dei siglo XVI ha pasado por las sociedades
1872, prólogo, pág. X).
49. Un interesante ejemplo, en e! prólogo a La gran Semiramis de Cris- europeas. Habrá que servirse de instrumentos de mayor efica-
tóbal de Virués, en Poetas dramáticos valencianos, t. I, pág. 25. da, capaces de influir sobre indivíduos que se reconocen libres
50. Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, 1955, pág. 78.
51. Op. cit., pág. 117.
52. Obras, t. I, pág. 188. 53. República !iteraria, en OC, edición de González Palencia, pág. 1.144.
520 OBJETIVOS DEL EMPLEO DE MEDIOS VISUALES

y a los que un complejo régimen de control social, organizado


bajo el vértice de la monarquía absoluta, se esfuerza por man-
tener activamente integrados en una sociedad conservadora de
los privilegias tradicionales.
Así es como la sociedad del siglo XVII, mordiéndose la cola,
nos revela la razón de su propia crisis: un proceso de moderni-
INDICE ONOMASTICO
zación, contradictoriamente montado para preservar las estruc-
turas heredadas. Se explica, bajo este planteamiento, esa rela- Abril, P. S., 121 Asensio, J., 108 n.
ción, a modo de ley histórica, en virtud de la cual, cuando una Accetto, T., 141, 399 Astrana Marín, L., 89 n., 309 n.,
sociedad, en el sigla XVII, se nos muestra más ajustada a una Adam, A., 309 n., 405 n. 360 n., 373 n., 387 n.
cultura barroca, cuando reputemos en ella tanto más rico su Aguilar, G. de, 394 Auhigné, Tb. A. d', 38
Alamos de Barrientos, 107 n., 147, Auhrun, Ch. V., 139 y n., 253,
Barroco, precisamente contemplaremos tanto más cerrado el 202, 213 n., 217 n.
futuro de esa sociedad. 371 n., 481 n.
Ailemán, M., 90, 110 n., 246 n., Auerbach, B., 36 n.
324, 328, 331 Avellaneda, F. de, 240
A1fonso de Palencia, 244 Azorín, 326 n.
Almansa y Mendoza, A., 85, 89 n.,
101, 105, 107, 159 y n., 213, Bacon, F., 259
215, 249, 261 y n., 316, 373, 389 Baissac, 459 n.
n., 458, 466, 483 Bakihtin, M., 313
A:lewyn, 471 y n., 472 n., 510 n. Balaguer, E., 186
Afonso, D., 108 n., 296 n., 518 Balbín, R. de, 328 n.
Alonso Cortés, N., 315 n. Baltrusaitis, J., 25 y n., 438, 447,
.klvarez Ossorio, 50, 120, 123 y n., 448 n.
146, 177 y n., 328 y n., 406, 480 Balzac, H. de, 187 n.
Ancheta, -}. de, 423 Bances Candamo, F. A. de, 211,
Anes, G., 56 n., 117 n., 123 n., 239 359, 378, 431, 465, 471
n., 463 n. Baquero Goyanes, M., 395 n.
Angulo Ifüguez, D., 229 n., 402 n. Barber, 264, 266 n., 273 n.
Aranguren, J. L. L., 108 n., 482 Barnadas, J. M., 103 n., 318 y n.
y n. Barrientos, A. de, 38'8
Arco, R. del, 75 n. Barrionuevo, J. de, 44, 65, 71 n.,
Argan, G. C., 158, 165, 251, 497 78, 79 n., 88, 94 n., 95, 98, 99,
Argensola, B. L. de, 242, 251, 356 100, 103, 104 y n., 105, 108, 109
n., 488 y n., 110 n., 111, 112, 114 y n.,
Argensola, L. L. de, 366 119, 125 y n., 156, 159, 168, 256
Arguijo, J. de, 196, 320, 372, 381 y n., 257, 260, 310 y n., 311, 312,
Aristóteles, 32, 135, 155, 225, 279, 315, 331, 334, 341, 364, 374,
456, 497 472, 475, 476, 485, 490, 491 n.,
Aron, R., 17 492
Asensio, E., 106 Bataillon, M., 106
522 LA CULTURA DEL BARROCO ÍNDICE ONOMÁSTICO 523
Bautista, fray Nico1ás, 105 y n. Browne, T., 354, 355 n. Carbailo Picazo, A., 367 n. 248, 253, 254, 261, 308, 320 y n.,
Belmonte, L., 475 Brunelleschi, F. di Ser, 37 Cardena:l Iracheta, M., 442 n. 350, 358, 361, 367, 368, 376,
Bellay, ]. du, 155, 379, 429 Bruni, L., 343 Carderera, V., 140 n., 291 n., 358 n. 384, 385, 387, 388, 400, 403,
Beni, P., 427 Bruno, G., 425 Carducho, V., 170, 427 y n., 429, 405, 425, 426, 432, 441, 449,
Bénidhou, 75 Bruzzi, A., 36 n. 508 y n., 513 n. 453, 465, 481, 488 y n., 489 n.,
Benítez Claros, 97 n., 328 n., 358 n. Buceta, E., 260 n., 457 n. Carlos I de Inglaterra, 474 n. 493
Bergman, H. E., 407 n., 481 n. Buisson, F., 44, 460 Carlos II, 24, 68, 85 n., 464 Cicerón, M. T., 155
Berkeley, G., 38 Burc1"hardt, J., 29, 357, 459 n., 482 Carlos V, 59, 175, 337 n. Cigoli, L., 516 n.
Bermejo Hurtado, H., 405 n. Burton, R., 309, 369 Carlyle, Th., 312 Cilveti, A. L., 408 n.
Bernini, G. L., 46, 168, 198, 250, Butler, Ph., 36, 47, 90 n., 250 n., Caro, Rodrigo, 362, 363 y n., 380, Clemente VIII, 262-263
337, 360 y n., 362, 405, 422, 293 y n., 303 n., 383 n., 423 n. 381, 382, 383, 513 n. Coello, A., 115, 389
510 Caro Baroja, J., 44, 459 n., 460 y n. Cohen, G., 35
Billard, 303 Carr, E. H., 17 Co1bert, J.-B., 24, 50, 302 n.
Cabanas, P., 377
Blanco White, J. M., 475 Carrera Puja!, J., 94 n. Collard, A., 204, 205 n., 442
Ca:brera, Alonso de, 99
Blecua, J. M., 366 n., 421 n. Carrillo, L., 442, 443 Colmenares, D. de, 183
Cabrera de Córdoba, L., 253 n.,
Bleda, J., 110 n., 335 Carvaja:l, M. de, 240 n. Comenius, J. A., 33, 154, 315, 316,
455
Bleznick, D. W., 440 n. Caso González, 372 n. 320, 367, 391, 396, 503
Calderón de 1a Barca, P., 38, 77,
Blunt, A., 302, 424 n. Cassirer, E., 459 n., 477 Consta11dse, 260 n., 406 n.
113, 115, 136 n., 137, 140, 144
Boase, A. M., 336 n., 506 n. y n., 149, 185, 198, 205, 220 n.,
Castelain, M., 259 n. Córdoba, Sebastíán de, 425 11.
Bocángel, G. de, 97, 170, 328, 358, Casteli, E., 144 n. Cornaro, F., 85 11.
260, 271, 286 n., 319, 322, 325,
359, 362, 365, 366, 373, 379, 344 n., 348, 353, 355 n., 368, Cast1glione, B., 77 y n., 442 Corneille, P., 36, 37, 39, 75, 250
384, 440, 443, 479, 488, 518 369, 384, 385, 386, 400 n., 401, Castillo de Bobadiila, 72 n., 124 Corral, G. dei, 243, 269
Boccalini, T., 395 403, 406, 408, 409 y n., 411, Castillo Solórzano, A. dei, 246, Correa Calderón, 331 n.
Bodini, V., 162, 316 412, 437, 440, 448, 465, 474, 279, 332 Cortés de Talosa, J., 341
Boil, C., 221 n., 434 481, 482 y n., 488, 499, 506, Castro, A. de, 100 Costa, J., 142
Boileau, N., 36, 298 511 Castro, Américo, 13, 14, 15, 42 Cotarelo, A., 464 11.
Bomli, P. W., 111 n. Calderón, R., 294, 389 'Y n., 466 Castro, Guillén de, 211, 330, 331 Cotarelo, E., 182-183, 240 11.
Bonfantini, 36 Campanella, T., 492 Caus, Safomon de, 447 Croce, B., 194 n.
BoniUa, A., 126 n. Campomanes, conde de, 120 n., 146 Caus, Sebastián de, 447 Croce y Caramella, 141 n.
Boose, A. M., 35 n., 177 n., 287, 328 n., 407 n. Cauzons, 459 n. Cromwell, Th., 389
Borel, J. P., 413 y n. Camus, J. P., 371 Caxa de Leruela, M., 83, 84, 117 Cruzada Villami.J, 427 n., 508 n.
Boret, P., 154 n. Cáncer, Jerónimo de, 120, 384, 405 n., 190 n., 406 Cubillo de Aragón, A., 89 n., 300
Borinski, K., 139 Candi, 479 Ceán Bermúdez, J. A., 427 n. n., 310 n., 373, 440
Borja, cardenal de, 467 y n. Cano, Alonso, 148, 168, 189 Cellorigo, véase González de Ce- Curtius, E. R., 313
Borromini, F., 37, 168, 175 Cánovas dei Castillo, A., 120 llorigo, M. Cvitanovic, D., 405 n.
Boscán, J., 442 Cafiete, marquesa de, 328, 329 Cefial, R., 447 n.
Bosco, 309, 461 y n. Cafiizares, 84 n. Cerdán de Tallada, T., 126 Ghampaig11e, Ph. de, 300
Botero, G., 24, 46, 495 Carande, R., 83 n., 238 n. Cervantes, M. de, 126, 210 y n., Chantelou, 360
Bramante, 175 Caravaggio, M., 472 367 y n., 405, 423, 474 Chardin, J.-B. S., 517
Braudel, F., 97, 113, 153 n., 224, Carballo, 138, 150, 156, 196, 278 Céspedes, V. de, 477 Gharron, P., 343
237, 247, 255, 262 n., 376, 430, 434, 435, 443, 445, Céspedes y Meneses, G., 101, 102 Ghastel, A., 36 y n., 148 y n.
Bretón de los Herreros, M., 239 454 n., 144 n., 217, 226, 246, 247, Gha:ves, C. de, 124, 275
524 LA CULTURA DEL BARROCO ÍNDICE ONOMÁSTICO 525
Ghevreuse, duquesa de la, 467 Erasmo, 138, 343 Formiohi, G., 259 n. Gil Novales, A., 67 n.
Ohiabrera, G., 420 n. Espinel, V., 245 n. Forster, R., 70 n., 98 Gil Polo, G., 348 n.
Chiari, A., 143 n. Essex, conde de, 389 Poster, G. M., 66 n., 231 n., 455 n.
Ettinghausen, H., 314 n., 404 n. Gili Gaya, S., 245 n., 246 n., 331 n.
Ghlup, 316 Foscarini, 85 n.
Gilson, É., 136 n., 143 n., 408
Ghueca, ·F., 201 Eugenio de Narbona, 250, 270 Français, J., 459 n. Giorgione, 189
Francastel, G., 189 n. Giotto, 175
Dagobert Frey, 36 Fabro Bremundan, F., 216 Francastel, P., 40 y n., 229, 250 Ginso, L., 372 n.
Decouflé, A., 80 n. Fano, 425 n. y n.
Godoy, F. de, 261
Dejob, 46, 161 n. Farinelli, A., 408 n. Francisco I, 175 Goetz, W., 87 n.
Deleyto Piííuela, 486, 487 n., 491Febvre, L., 69, 133 y n., 145, 152, Francisco de Holanda, 390, 502 n., Gómez Moreno, M. E., 25 n.,
nota 203, 204, 281, 307, 458, 503 506 229 n.
Demócrito, 319 Félibien, A., 461 Francisco de León, fray, 94, 111 n. Gómez Pereira, 343
Descartes, R., 38, 78, 135, 143, Felipe II, 59, 68, 98, 231, 243, 288 Francisco de Portugal, 171 Gómez Tejada, 436
147, 149, 168, 344, 348, 393 nota Francisco Xavier, san, 300
Gondomar, conde de, 111 n.
Desmarets, J., 36 FeEpe III, 24, 94 n., 96, 113, 178, Freud, S., 200, 223
Deza, Lope de, 80, 83 y n., 111 Froldi, R., 467 n. Góngora, L. de, 28, 37, 38, 196,
y n., 207, 233 n., 241, 249, 269, 203 y n., 204, 244, 259, 316,
n., 121, 232, 238, 240 y n., 244 270, 271, 275, 287, 487 Furió Ceriol, F., 149, 150
Díaz-Plaja, G., 440 n. 319, 347, 358 y n., 364, 379,
Felipe IV, 24, 60, 65, 79 n., 82 y 443, 444, 488, 505, 518
Díaz Rengifo, 44, 172 n., 83 y 11., 93 n., 96, 98, 99,
Dickens, Ch., 187 n. Gales, príncipe de, 106, 333, 466, González Dávila, 252 y n.
102, 104, 113, 117, 125, 159, 483 n., 484, 492 González de Cellorigo, M., 50 n.,
Dido, 389 178 y n., 199, 207, 208, 214, 216,
Díez Borques, 212 n., 468, 479 n. Gw!Heo, 78, 143 y n., 356, 359, 60, 64, 83 y n., 93, 148, 149,
233 n., 234, 249 11., 260, 270, 177, 178 y n., 203, 248, 271,
Domínguez Ortiz, A., 70, 75, 81, 371, 393, 505, 510, 516 y n.
275, 282, 295, 297, 406, 432, Galindo, P., 261 278, 282, 327 n., 366, 370 y n.,
85 y n., 87 y n., 88, 118 n., 163 474 11., 475, 487
n., 236, 238 n., 239, 248 n., 251 Gallardo, <E. J., 124 n. 406, 407 n., 431, 480
Feret, N., 143, 388 Gállego, ]., 48, 446 n., 474 n., González de Amezúa, 332 n., 369
n., 263, 286 n. Fernández de Mata, J., 259
Donne, J., 39, 369 512 n. n., 450 n.
Fernández de Navarrete, J., véase González de Salas, 457 y n.
Donoso Cortés, J., 348 Gallego de Ja Serna, 147, 464
Navarrete Garapon, R., 455 n.
Droz, E., 429 n. González Pa1encia, 80 n., 92 11.,
Fernández de Ribera, R., 170 n.,. Garda, C., 301 n.
Duron, J., 37 n. 101 n., 112 n., 251 n., 255 n.,
314, 317, 453, 507 García de Enterría, M. C., 214 n. 272 n., 309 n., 358 n., 507 n.,
Durand, Y., 74 n., 280 n.
Fernández Martí11, 334 n., 446 11. Garda de Ovalle, P., 253 519 n.
Edelman, M., 301 n. Fernández Montesinos, J., véase· García de 1a Sierra, F., 168 Goodman, G., 369 y 11.
Ehrard, J., 393 n. Montesinos Gardlaso, 424 Gothein, 27 n.
Ehrenberg, I., 288 Fernández Navarrete, P., 83, 251 Garín, E., 459 n. Gouhier, H., 38 11.
Elliot, J. H., 70, 79 n., 110 n. n., 269, 369 Garrigou-Lagrange, R., 43 n. Grace, L., 243 n.
Enrique IV, 303 Ferrer de Valdecebro, 124 Gaspar-Martín, 168 Graciá11, B., 38, 76, 77 y n., 90,
Enríquez, fray Francisco, 269 Ferreres, R., 348 n. Gayangos, P. de, 44 n., 104, 272 n. 135 11., 137, 139 y n., 140, 142
Enríquez de Guzmán, A., 110 Fessard, G., 142, 143, 348 Gentile, G., 492 n. ·y n., 147 11., 155, 156 11., 171,
Enríquez Gómez, A., 243, 284, Flora, F., 428 n. Gerhart, 35 y n., 41 n., 459 n. 206, 221, 269 n., 272, 290, 312,
316, 320, 344, 347, 407 Focillon, H., 420 Gerónimo de fa Concepción, fray, 315, 316, 320, 323, 325, 326,
Entrambasaguas, J. de, 269 n., Fonquerne, Y. R., 320, 367, 488' 333 328, 331, 341, 345, 347 y 11.,
452 n. Fontenelle, B. de, 476 Giesz, L., 183 n., 186, 188, 197 349, 356 y n., 360, 363, 367,
526 LA CULTURA DEL BARROCO ÍNDICE ONOMÁSTICO 527
374, 382, 388, 390, 392, 393, Higinio de Santa Teresa, fray, 513 Kagan, R. L., 85 n. Liíián y Verdugo, 140, 248 n., 330,
395, 399, 403, 410, 411, 421, nota Kandinsky, V., 187 331
425, 436, 439, 442, 444, 445, Hill, Ch., 281 n. Klein, R., 219, 220 y n. Locke, J., 286
462, 482 n., 506, 513 n. H1ppeau, 140 n., 169, 309 n., 340 Koenigsberger, H. G., 263 n. López Bravo, 270
Gracián, J., 106 y n., 349, 426 nota Krauss, W., 134 n., 341, 347 n., López de Madera, 79 n., 199, 301
Gracián Serrano, 248 n. Hobbes, Th., 150, 213, 326, 360 436 n., 462 n. n.
Grand·Mesnil, M. N., 214 n., 478 Hocke, G. R., 315 n., 406 n., 418, López de úbeda, F., 317, 506
n., 488 n. 424 n. López de Vega, A., 162, 242, 244,
Hoyo, A. del, 137 n. Labatut, J., 74 n., 280 n.
Granjel, 44 La Barrera, 346 n. 259, 319, 456
Grant, H., 313 n. Huarte de San Juan, J., 138, 150, López de Villalobos, 309 n.
156, 343, 345, 376, 464 La Boétie, É. de, 373
Greco, 39, 149, 518 López Díaz, M., 288 n.
Hurstfield, J., 70 n. La Bruyere, J. de, 136, 199, 204
Green, O. H., 356 n. López Pinciano, 167, 170, 205, 367,
Hurtado de Alcocer, 199 n., 288, 489
Greenberg, C., 179, 180 n. 428 y n., 429, 433, 442
Hurtado de Mendoza, D., 260 n. Lafuente Ferrari, E., 32 n., 420
Greene, J. P., 70 n., 98 López Piíiero, 24 n., 148 n., 464 n.
Huyghe, R., 27 n., 126 n., 250 y n. Laín Entralgo, Pedro, 66, 347 n.
Gí:immels<hausen, H. J. Ch. von, Lorena, Cl. de, 381
Huyghens, Gh., 505 La Mothe Le Vayer, 309
155, 332 Loti, C., 474, 479
Lancaster, H. C., 36
Grocio, 482 n. Lousse, E., 283 n.
Gryphius, A., 38 Lancina, J. A. de, 65, 71 n., 107
lgnacio, san, 41, 43, 142, 143 n., n., 140, 202, 213 y n., 217 n., Lowenthal, L., 160, 209
Guerre, P., 158 n., 161 n. 300, 478, 480 338, 387, 388, 436 Lozano, C., 89 n., 259. 385 n., 389,
Gurlitt, 29 Iriarte, M., 148 n., 464 n. 405
Gutiérrez de los Ríos, 119 La Rochefoucauld, F., 141, 154,
Isabel de Borbón, 297 308, 399 Lublinskaia, 62
Isidro, san, 227, 300 Laslett, 90 n., 281 n. Lucano, 41
Hafter, M. Z., 147 n., 319 n. Latour, Q., 420 Ludo Espinosa, F. de, 508
Hardy, T., 36, 250 Tankelevitch, 36 n., 432 Lázaro, f., 443 n. Luís XIII, 214, 303
Hatzfeld, H., 32, 36 n., 41, 43 y Jáuregui, J. de, 208, 378, 379, 444, Lazarsfeld, P. F., 182, 266 Luís XIV, 87, 299 n., 303, 360 y
n., 420 n. 508, 514, 518 n., 517
Lebegue, R., 36 y n., 435 y n.,
Hauser, A., 35, 87, 160, 167 n., Jerónimo de San José, 290, 377, Le Bon, 222 Luís IX, san, 303
189 n., 210, 287, 300, 342, 424 454, 462, 512, 513 n. Luís Beltrán, san, 300
Le Brun, Ch., 37
n., 517 Jones, I., 473 Luís de Granada, fray, 171 n.
Le Flem, 37 n., 229 n., 242 n.
Hauser, H., 97 y n. Jonson, Ben, 77 Luís de León, fray, 37
Legaz, L., 28 n.
Haydn, F. L., 145 José de Sigüenza, fray, 439, 461, Luna, Áfoaro de, 389
505, 513 n. Leibniz, G. W., 38
Hazard, P., 150 Luque Fajardo, 276, 314, 326, 509
Heckscher, 340, 480 José Prades, Juana de, 166 n., 391 Lemos, conde de, 477
nota
Heers, J., 233 n., 239 n. nota León Pinelo, Antonio de, 333, 446,
Heger, K., 341, 398 Jovellanos, G. M. de, 372 458 y n., 460, 463, 467, 475,
Heráclito, 319 Jover, J. M., 214 483, 484, 492, 498 n. Macdonald, D., 181 y n., 185 n.,
Herrera, F. de, 204, 347, 427 n. Juan de la Cruz, san, 41, 43 y n. Lerma, duque de, 99 191 n., 193, 194 n., 196, 197 n.,
Herrero García, M., 173 n., 221 n., Juan José de Austria, 215 Leu•Lloréns, 302 n. 205, 285 n.
505 n. Juana de Nápoles, 389 Lévi-Strauss, Cl., 18 Maohín, capitán, 110
Hesse, E. W., 66 n., 344 n., 423, Juliá Martínez, E., 211 n., 321 n., Ley, Gh. D., 310 n. Maignan, P., 447
433, 506 381 n. Liche, marqués de, 467, 476 Mâle, E., 36, 46, 336, 337 y n.,
Highet, 307, 444 Justi, C., 429 n. Lindsay, R. O., 103 Malebranche, N., 155, 372, 413
528 LA CULTURA DEL BARROCO ÍNDICE ONOMÁSTICO 529
Malherbe, F. de, 36, 37, 170 n., Martínez Montafiés, J., 421 Morby, E. S., 220 n., 428 n. Páez de Valenzuela 104
Mártir Rlzo, J. P., 209, 389 Moreno Báez, E., 391 n. Palacios, L. E., 14Í n.
303
Mathieu, P., 210 Moreno Villa, ]., 392 Palomino, A., 171
Ma1inas, 248
Malipiero, G. F., 424 n. Maupertuis, P. L. Moreu de, 393 Moreto, A., 260 Panofsky, E., 143 n., 381, 397 n.,
Malón de Ghaide, P., 184 Maura, duque de, 215 Monley, G. L., 243 n. 509 n., 516 n.
Mazarino, 214, 303 Mornet, D., 35
Ma:lvezzi, 141, 421 Pant~e?n de Ribera, A., 440 n.
Mandrou, 127 n., 457, 458 n., 459 Mazo, J. B. del, 381 Moro, T., 270 Parav1cmo, fray Hortensio F d
Mead, G. H., 132 n. Motin, 359 107 Y n., 296 n., 297 n · 39;'
n., 500 n.
Mannheim, K., 145 y n. Médicis, María de, 187 Mousnier, R., 28, 70, 74 n. 77 505-506 ., '
Meio, Francisco M. de, 214 263, 280 n. ' ' Pardailhé-Ga:la:brun, 229 n.
Mansart, F., 37
Mantua, duquesa de, 466 Mendoza, A~varo de, 396 Mumford, L., 30 y n., 254, 422 Parker, A. A., 43 n., 115 n.
Maquiave1o, 147, 356, 384 Menéndez Pelayo, M., 42, 422 Mufioz Cortés, M., 371 n., 481 n. Parra, A. de Ia, 452 y n.
Maravall, J. A., 14, 25 n., 27 n., Menéndez Pidail, R., 210 y n., 443 Mur, L. de, 122 Pascal, B., 36, 38, 213 y n., 281,
28 n., 61 n., 64 n., 65 n., 66 n., y nota Murcia de la Lfana 111 n. 317 n., 320, 346 357 374 399
Mercado, T., 83 n., 246 Murillo, B. E., 1s9' 489 ' ' ' '
67 n., 70 n., 72 n., 75 n., 79 n.,
84 n., 92 n., 98 n., 102 n., 103 Méré, 140 y n., 340 Patocka, 316
n., 115 n., 117 n., 121 n., 122 n., Merola, }., 454 Naja, M. de Ia, 168 n. Paz, R., 176 n.
123 n., 140 n., 147 n., 152 n., Merton, R. K., 182, 266 Nardi, B., 459 n. Paz Y Me'lia, 124 n.
166 n., 178 n., 188 n., 217 n., Mesnard, P., 388 n. Navarrete, J. Fernández de, 37, 291 Pedro de Valencia , 116 , 117 n.,
225 n., 250 n., 251 n., 267 n., Michel, P. H., 426 n. Navarrete y Ribera, 247 n. 121, 178 y n., 460
269 n., 286 n., 296 n., 301 n., Miguel Angel, 187, 426, 506, 518 Neu, ]., 103 Pellegrini, M., 135 n.
312 n., 325 n., 326 n., 336 n., Milton, }., 444, 482 n. Niceron, J.-F., 447 Pellicer, J., 94, 203 n., 204, 255
338 n., 345 n., 347 n., 349 n., Mira de Amescua, A., 113, 114, 392 Nieremberg, P., 315, 318, 328 257, 260, 311, 366 451 453'
353 n., 354 n., 356 n., 386 n., Miró, }., 187
Moir, D. W., 211 n., 378 n.
Note, A., 356 n.
Novoa, M. de, 98
410 n., 475, 477, 48 y 5 d. 48 8
370 n., 371 n., 392 n., 412 n., 490, 492, 500 '
n., 445 n., 446 n., 450 n., 462 n., Moliere, 36, 77, 197, 329 Núiíez de Castro, 252, 253 n. Pellicer de Tovar, 94, 99, 100, 109
465 n., 482 n., 498 n., 499 n., Molinos, M. de, 460 }_'. n., 111, 114, 124, 440, 442
513 n., 517 n. Moncada, Sancho de, 50, 65, 66 Olivares, conde-duque de, 89 n., 90 , P:nalosa, Benito de, 238, 249
Marcos Villanueva, B., 136 n. n., 93, 111 n., 117, 148, 177 y n., 101 Y n., 124, 159 175 197 Perez, Antonio, 516
Margarita de Austria, 107 190, 235, 238, 251, 272 y n., 501 ' ' ' Pérez Ga1dós, B., 187
Mariana, P., 264 480, 481 Olivares, D. de, 117 Pérez de Herrera, C., 79, 80 163
Marian~, reina, 298 n. Mondragón, J. de, 313 Oropesa, fray Afonso de 335 n 279, 280, 283 363 ' '
Marino, G., 38, 201 y n., 444 Montaigne, M. E. de, 36, 169, 259, Orozco Díaz, 380 n., 477 ~. · Pérez de MontaJbán, J., 134 n., 170
Marlowe, Ch., 482 y n. 322, 329, 340, 343,357, 373, 400 Ors, Eugeni d', 28, 296, 418 n., 220 n., 226, 367-368 389
Martín, G., 168 y n. Montblanch, F., 264 n. Ortega y Gasset, ]., 127 n., 186, 493 ' '
Martínez, Jusepe, 140, 291, 358, Montemayor, J. de, 184 322, 367, 439 y n., 457 Pérez del Barrio, 78, 83
423, 461, 472 Montero Díaz, S., 455 n. Ortega, A. A., 43 n. Perrault, Cl., 420, 422
Martínez de Cuéllar, 373, 378, 394 Montesinos, J. iFernández, 310 n. Ossowski, 25 n.
Petit Caro, C., 314 n.
Martínez de Mata, F., 50, 56 y n., Montesquieu, 80, 243, 281, 283 Osuna, .duque de, 263
Petrarca, 424
57, 111 n., 117 y n., 122, 123 n., Mopurgo-Tag1iabue, 76, 135 n., 153 Petty, W., 146
177 n., 190, 239 n., 463, 480, n., 171 n., 204, 299, 308, 318, Pacheco, F., 138-139, 170, 189, 505 Piaget, J., 316 n., 391 n.
481, 489 424, 427 n., 513 n. Picatoste, F., 144 n.

34. - MARAVALL
530 LA CULTURA DEL BARROCO ÍNDICE ONOMÁSTICO 531
Pinder, 41 n. Raimondi, E., 36 n.-37 n., 391 n., Rosa1es, L., 103, 203, 294 n., 358, Sansone, G. E., 341 n.
Piovene, G., 302 420 394 n. Sansovino, 175
Platón, 270, 392, 446 Ramírez de Prado, 369, 436 Rosete y Meneses, 405 Santos, Francisco, 83, 102, 111 n.,
Platl'Jhoff, 87 Raymond, M., 30, 201, 302, 360 n. Rostow, W. W., 50, 78, 81, 133 157, 245-246, 277, 296 n., 316,
Plauto, 326 Réan, L., 35 Rousset, 36 y n., 37, 210, 249 n., 318, 329, 362, 384, 462, 488 n.
Pollin, A. M., 502 n. Reglà, J., 114, 115 y n. 291, 314, 332, 337 n., 359 y n., Sauvage, M., 479 n.
Popper, K., 296 n. Régnier, M., 168, 291, 309 360 n., 362 n., 371 n., 399, 404, Scott, W., 187 n., 194 n.
Porchnew, 70, 71 n., 263, 264 Rembrandt, 35, 148, 149, 187 n., 424 n., 435, 441 n., 478 n. Soudéry, M. de, 435
Porqueras, A., 431 n. 354, 423, 439, 511 n. Rozas, J. M., 385 n. Schevill, R., 126 n., 139 n.
Porrefio, 184 Renaudot, T., 214, 478, 488 Rubens, P. P., 37, 187 y n., 189, Schiller, F., 428
Porta, G. della, 420 Rennert, Hugo A., 317 n., 474 n., 300, 361 n., 365, 420, 423, 517 SLhmidt, A. M., 35
Poulet, G., 363 n. 478, 479 n. Ruiz de Alarcón, J., 110 n.-111 n., Schnapper, B., 74 n., 231 n.
Poussin, N., 148, 198, 381, 423, Ressot, J. P., 124 n., 170 n., 205 120 n., 213, 220 n., 246 Séguier, canciller, 68 n.
506, 517 n., 371 n., 450 n. Ruiz Martin, 68, 86, 101, 111 n. Selke, A., 106
Prado, A. del, 240 n. Reyes Católicos, 59, 119 Sénault, P., 149, 169
Praz, M., 35 Ribera, J. de, 39, 149, 354
Saavedra Fajardo, D. de, 37, 79, Séneca, 41, 155, 310, 339 n., 389
Préc1in, 90 n. Ribera, A. P. de, 328
105 n., 107 n., 112 n., 121 y n., Serrallonga, bandolero, 115
Preti, G., 201 n. Ricard, R., 136 n.
122, 140, 147 n., 149, 151, 155, Serrano Sanz, 460 n.
Príamo, 389 Rico, F., 190 n., 344 n.
156 y n., 183, 200, 202, 212, Setanti, 382 y n., 422, 454
Prudencio, 41 Richardot, H., 74 n., 231 n. Settala, 141
Puente, fray Juan de la, 301 n. Richelieu, cardenal de, 90, 97 y n., 213, 251 n., 269 n., 273, 288,
290, 309, 310, 312, 315, 328, Seznec, 301 n.
Puig y Cadafalch, J., 25 n. 161, 175, 197, 214, 309
331, 358, 359, 361, 362, 370, Shakespeare, W., 34, 77, 210, 301
Richeome, L., 507 n.
374, 375, 383, 388, 395, 409, n., 325, 380, 401, 406, 412, 438,
Rigaud, J., 300
Quennell, P., 412 n., 473 n. 410, 411, 421, 440, 445, 506, 473
Rigl, 32
Quevedo, F. de, 28, 34, 38, 89 519 Shils, E., 198, 218, 219 n.
Rioja, F., 158, 346, 381
n., 100, 108 n., 110 n., 121, Sabuco, M., 60 Sicroff, 110, 335 n.
Riquelme, 317 n.
195, 309, 312 y n., 314, 317, Sage, J., 407 n. Simmel, 164, 354, 381
Riquer, M. de, 276 n., 356 n., 387
318, 319, 325, 328, 337, 347 Sagües Subijana, M., 229 n. Simone, F., 36 n.
n., 431 n., 509 n.
y n., 360, 364, 378, 379, 380, Rivadeneyra, P., 37, 98 Said Armesto, V., 239 n., 365 n. Simpson, J. G., 31, 32 n., 36, 38 n.,
381, 387, 398, 399, 403, 404, Saint Simon, duque de, 492 298, 299 n.
Robles, J., 111 n.
410, 421, 439, 442-443, 460, 461, Salas Barbadillo, A. J. de, 44, 134, Sitwell, S., 40
Robortello, 32, 391 Skira, 251 n.
482, 506, 513 n. Roda, A., 452 n. 210, 246, 253, 284, 337, 367,
Quifiones, J., 335 n. 507 Sdle, P. A., 111 n., 333 n.
Rodis-Lewis, G., 447
Quifiones de Benavente, L., 260 n., Salazar, fray Juan de, 173, 221, Solís, A. de, 151
Rodr~guez Marín, 359 n.
399, 407 n., 481 n. 288 n., 301 n. Sombart, W., 288, 303, 389
Rojas, A. de, 115, 124, 170 n., 205, Salomon, N., 75, 210, 232 n.
Quirós, 381 Sotomayor, 450, 481 n.
247, 371 n., 450 Sa lvatorino, 424 n.
1
Spinoza, B., 35, 38, 146, 149
Rojas, F. de, 217 Sánchez, J., 161 n. Spitzer, L., 36 n.
Racine, J., 34, 36, 47 y n., 77, Romano, R., 302 n. Sánchez-Alibornoz, Gl., 9, 19 Sponde, J. de, 39, 336
135 y n., 169, 250, 325, 462, Romera Navarro, 137 n., 272 n., Sánchez Cantón, 29 n., 139 n., 189 Steiggink, P. O., 106 n., 349 n.
497 290 n., 312 n., 326 n., 360 n. n., 253 n., 505 n., 508 n. Strada, 141
Rafael, 37 Routrou, J., 405 Sánchez Cotán, fray J., 421, 423 Suárez, F., 46, 166, 172
532 LA CULTURA DEL BARROCO ÍNDICE ONOMÁSTICO 533
Suárez de Figueroa, C., 83 n., 95, Trevor-Ropper, 68 n., 145 n., 460 Vilar, J., 407 n. Weber, M., 135 y n., 190 y n.
101, 138, 140, 150, 156 n., 168, Trillo y Figueroa, 145, 385, 443 Vifar, P., 49, 113 n., 114 Weisbach, 27 n., 32 y n., 41, 332
173, 188 n., 206, 239, 252, 270, Turia, R. del, 211, 321 y n. Villalar, 98
n., 420 n., 426 n., 503 n.
272, 274 n., 277, 279, 284 n., VH1a1pando, F. de, 505 n. Wellek, R., 33 n., 34
286, 314, 316, 318, 321, 322, Ulloa, M. de, 122 Villamediana, conde de, 37, 90, Williansen, V. G., 392 n.
324 n., 325, 339 n., 340 n., 359, Usoz, 106 196, 294, 347, 368 385 403
~5 ' , ' Wilson, E. M., 154, 404 n., 407 n.
361, 362, 363 n., 364, 367, 373, Wêilffüin, H., 30, 32, 167 n., 168,
375, 395, 400 y n., 403, 434, Valbuena Briones, 368 n. V!llanueva, B. M., 394 11., 400 n. 293, 357, 359, 418, 428 450
450 n., 453, 459 n., 461, 465, Va1buena Prat, A., 90 n., 245 n., V1llari, R., 105, 114 y n., 256 505 n. ' '
500 300 n. Villarreal, Hernando de 326 Wolsey, cardenal, 389
Taille, J. de la, 153, 167, 169 Valdés Leal, J., 37, 149 Villegas, J. B. de, 401 '
Tansillo, L., 170 n. Van Dyck, A., 300 V!naver, E., 135 n., 169, 497 n.
Varela Hervías, E., 215 y n., 216 V1fias Mey, C., 83 n., 94 n., 176 Xarque, F., 297, 298
Tapié, V. L., 31, 37 n,, 40 y n.,
90 n., 96 n., 97, 123, 141, 144 n., 234 11., 245, 257 11 . Ximénez de Embrún, 297
Vasari, G., 426, 428, 514
y n., 162, 201, 224 y n., 226, Vázquez, Hernando, 99 Virués, C. de, 518 n.
227, 228 y n., 229 y n., 250 n., Vede1, 36 n. Viseo, duque de, 389 Yáfiez de Alcalá, J., 247 y n., 284,
299 n., 300, 360 n. Vitoria, B. de, 37, 326 n., 464 329
Vega, J. de la, 323 n., 376, 444
Tárrega, canónigo, 381, 491 Vives, L., 156, 326 n., 343 Yndurain, F., 462 n.
Vega, Lope de, 32, 75, 77, 87 n.,
Tasso, T., 24, 143, 301 n. 90, 91, 111 n., 113, 121, 166, Vo1pe, 44
,i
Tenenti, 336 n. 170 172, 185, 187 n., 189, 197, Vossler, K., 90 11., 91, 244 11 .. 25 9, Zabaleta, J. de, 356 y 11., 387 '
' 277, 473 n. · 431
Teresa, santa, 43, 46, 136 n., 300, 201, 202, 205, 210 y n., 211,
425, 508 n .. 213, 215, 220 n., 221, 244, 253, Vranich, S. B., 320 n. Zaragoza, J. de, véase José de Za-
Tesauro, 135 n. 260, 268, 286, 291, 292, 296 y n., ragoza
Thomas, L. P., 473 n., 475 n. 301 y n., 310, 319, 323, 338, Zayas, M. de., 111 n., 119 y n.,
Wardropper, B. W., 220 n., 404 n. 205, 226, 245, 248, 332, 369,
Thondike, 459 n. 347 y n., 348, 364 n., 365, 366 424 n. ·
Thuau, 296 n. 450, 481 n.
n., 368, 371, 373, 380, 381, 389, Warnke, F. J., 35, 38, 39 n., 355,
Tierno Galván, E., 414 y n. Zola, É., 187
391, 395, 403, 405 y n., 406, 400 n.
Tintelnot, 403, 473, 479 Zuccaro, 503 11.
407, 424 n., 428, 429, 434, 435 Watkin, 40
Tintoretto, 46 Zuccolo, 141
n., 438, 445, 449, 456, 461, 473, Watteau, J.-A., 517
Tirso de Molina, 44, 45 n., 107, 474 y n., 479 n., 481 y n., 488, Zurbarán, F. de, 39, 90, 300, 421
239, 246, 253, 260, 314 y n., 506, 509, 510
365, 368, 377, 382, 449, 479, Velázquez, D., 37, 38, 39, 46, 127
483, 488, 491, 493 n., 190, 291, 354, 361, 381, 392
Tiziano, 189, 512 y n., 395, 398, 402, 405, 420,
Tomás de Aquino, santo, 43 n. 437, 439 y n., 457, 501, 506,
Tomás de Villanueva, santo, 300 511 n., 517
Tonnies, 51 n. Vélez de Guevara, L., 113, 115
Torno, E., 390 n., 502 n. Veronés, 46
Torricelli, E., 464 Viau, Th. de, 36, 259
Tortel, J., 69 n., 133 n., 158 n., Vico, G. B., 371
204 n. V~gnola, G. B. da, 420
Trend, J. B., 474 n. Vifanova, A., 367 n., 457 n.
ÍNDICE

Abreviaturas 7
Prólogo 11

Introducción: LA CULTURA DEL BARROCO COMO UN


CONCEPTO DE ÉPOCA 21

Primera parte: LA CONFLICTIVIDAD DE LA SOCIEDAD


BARROCA . 53

1. La conciencia coetánea de crisis y las tensiones so-


ciales del siglo xvn 55

Segunda parte: CARACTERES SOCIALES DE LA CULTURA


DEL BARROCO . 129

2. Una cultura dirigida 131


3. Una cultura masiva 174
4. Una cu1tura urbana 224
5. Una cultura conservadora 266

Tercera parte: ELEMENTOS DE UNA COSMOVISIÓN BA-


RROCA . 305

6. La imagen del mundo y del hombre 307


7. Conceptos fundamentales de la estructura munda-
na de la vida . 352
z .
~ P?.7Ll6~
1
María Rosa Lida de Malkiel
jf v V ' ' LA CULTURA DEL BARROCO LA TRADIClóN CLÃSICA
LATINO AMERICANI
EN ESPANA
~~V··-~ 1"'~.ce: Los RECURSOS DE ACCIÓN PSICOLÓGICA
SOBRE LA SOCIEDAD BARROCA 415 Si la tradición clásica se ha juzgado con exce-
siva frecuencia repertorio mostrenco de tópi-
cos y cárcel para la libertad dei escritor, Ma-
8. Extremosidad, suspensión, dificultad (La técnica ría Rosa Lida de Malkiel la contempla desde
de lo inacabado) 417 una perspectiva más válida y sugestiva: como
piedra de toque de la originalidad individual,
9. Novedad, invención, artificio (Papel social del tea- desafío a las dotes personales de creación,
tro y de las fies tas) 449 constante estímulo ai hallazgo creador. Así,
con semejante planteo, a la luz dei legado
grecolatino puede poner de relieve la fecunda
Apêndice: OBJETIVOS SOCIOPOLÍTICOS DEL EMPLEO trayectoria de motivos temáticos y formales
DE MEDIOS VISUALES 495 de la Antigüedad en la poesía dei Sigla de
Oro, de Garcilaso a Lope de Vega; dar ple-
nitud de significado ai célebre arranque de
índice onomástico . 521 las Copias de Jorge Manrique; descubrir el
ignorado hilo narrativo de las Soledades gon-
gorinas, o iluminar importantes vetas ocultas
de la literatura espaíiola.
Maior, 4

Antonio Rodríguez-Moíiino
LA TRANSMISlóN
DE LA POESíA ESPANOLA
EN LOS SIGLOS DE ORO
i,Cómo vive la poesía espaíiola en los Siglas de
Oro? EI libra de Antonio Rodrfguez-Mofüno da
una respuesta de rigor y autoridad excepcio-
nales. Con él, contemplamos un espectáculo
cuya riqueza e interés pocos habían adverti-
do. Unas veces, nos enfrentamos con prota-
gonistas singulares y descubrimos, así, cómo
Lope de Vega vuelve refrán la poesía culta
(en EI laurel de Apolo) o cómo Medrano prue-
ba sus armas en un género de lírica totalmen-
te distinto ai que le hará famoso después de
abandonar la Compaíiía de Jesús. Otras veces,
nos las habemos con protagonistas colecti-
vos: vemos alterarse un refinado poema de
Góngora, según pasa de mano en mano, o pe-
netramos en los talleres en que se fragua la
«literatura de consumo» más popular; asisti·
mos ai hallazgo de romances perdidos, !lega-
dos de la tradición medieval o de la germanía
moderna; nos asomamos ai sorprendente p ·
norama de la poesía en la América virreina
etcétera. La obra de Rodríguez-Mofüno es 1
prescindible para quien desee hacerse ca
de la peculiaridad de la poesía espaõolá c
hecho !iteraria y aun como fenómeno so·
durante los Siglas de Oro. ·
Maior, 5

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