Sunteți pe pagina 1din 184

~.

·
BffiLIOTECA
CALOGERO M· SANTORO

Lautaro Núñez - Tom Dillehay

Movilidad giratoria, armonía


social y desarrollo e:n los .
A:ndes Meridio:nales:
Patrones de Tráfico e
i:nteracción económica.
ENSAYO

5~:. J-~· 1---e.. ~, o~ 1


c;-~.t--z ~
~ _....~ 6l~L· cr ·( __¿z__c::__, ; _ e~

-
Proyectó la edición: S.G.M.
Diseño de Portada: Juan Osario Pérez
Registro Propiedad
Intelectual Nº 94.428
I.S.B.N. 956 - 7012 -26 -1
Impreso en N orprint
Universidad Católica del Norte
Segunda edición
Antofagasta, abril de 1995
Impreso en Chile/Printed in Chile

6
/~ ~<YnrA
CALOGERO M· SANTORO

«Vamos hermano, vamos paisano


nos ha faltado nuestra sal.
Se nos agotó nuestro ají
aunque sea a Ocoña o a Majes
tú entrarás valientemente.
Tú caminarás vigorosamente ...
Vamos ya pues hermano, vamos
ya pues patsano
ya nos estás haciendo llamar
nuestra Madre Mafz
ya nuevamente nos hace llamar
nuestra Madre Maíz» (*)

(*) Canto de los caravaneros de Apurimac a los liamos machos punteros.


(Concha Contreras, 1975).

7
Prólogo a la Segunda Edición

D_urante el VII Congreso de Arqueología Chilena celebrado en Talca


por el año 1977 y luego en San Pedro de Atacama, los autores descargaron
sus datos e interpretacio"nes para ensayar sobre el movimiento giratorio
caravanero identificado en los Andes del Centro Sur (ex-área Meridional)
en términos de pasado y presente. Esta reedición mantiene el mismo título
de la obra publicada en 1979, ahora agotada aún para los propios autores.
En ese entonces, se editaron 500 ejemplares numerados, distribuidos
entre distintas instituciones y colegas del área, con el entusiasmo propio de
aquéllos que tocaban un modelo explicativo más versátil para la mejor
comprensión del proceso prehistórico de complementariedad ideológica y
productiva a partir de fuentes y expectativas exclusivamente andinas. A
pesar de que este escrito se crió olvidado, los autores observaron que
después de una década no sólo legitimizó su reducida edición, sino que de
paso se agotó otra de _lQO ejemplares distribuida desde la Universidad de
Kentucky.
Al intertanto, las estimulantes propuestas orient_a das a buscar un
mayor respaldo empírico para la materia ensayada, comenzó a dar resul-
tados aún más auspicio sos a través de distintas líneas datum. Por un lado,
el tema arte rupestre, rutas y movilidad caravánica se enriqueció con los
estudios publicados por Luis Briones, Hugo Yacobaccio, Jesús Gordillo,
José J3erenguer y otros. En las recientes jornadas del Instituto de Tilcara
( 1992), tres ponencias de los colegas Victoria Castro, Caro le Sinclaire y José
Berenguer apuntaron directamente a diversos corpus de evidencias de
tráfico caravanero, también pre-inkaiko, detectado a lo largo del río Loa.
Nuevos enfoques semejantes han sido discutidos por colegas
trasandinos, tales como Alejandro Haber, Miryam Tarragó y otros inves-
tigadores. En verdad, diversos análisis de movilidad de amplio espectro,
motivado por diversas categorías de interacción trasandina, han discutido
nuestro marco de proposiciones a través, por ejemplo, de la dinámica de los
centros ceremoniales del Noroeste argentino a cargo de Víctor Núñez
Rigueiro y Marta Tartussi; o del tráfico de alucinógenos evaluado por José
Pérez. Por otro lado, entre poblaciones formativas del Loa Medio con
atributos caravaneros, han surgido nuevos análisis de María Antonieta
Benavente y Carlos Thomas, revalorándose el rol dinámico de la población
Topater (Calama). El primer autor ha prolongado el tema específicamente
hacia situaciones aún menos exploradas, como es la estrecha correlación
observada entre circulación de bienes metálicos y movilidad caravánica,
identificando nuevas rutas junto al investigador Luis Briones por la tierras
bajas del desierto chileno.
Los autores están conscientes de que no es el caso enumerar testimo-
nios que den validez o no a una forma andina de encarar la interpretación
d~l registro arqueológico derivado de un modo vivensis caravanero, propio
del área centro-sur andino. En verdad, lo que interesa aquí, es volver a
difundir una estrategia de investigación aún imperfecta, para acercarse a
una lectura más dinámica de los vestigios arqueológicos como segmentos
dispersos, pero integrados a su vez por circuitos caravaneros responsables

9
del complejo proceso de circulación de bienes de status y domésticos entre
distintos y distantes territorios del área Centro Sur.
Más que proponer un modelo rígido de análisis asociado al protagonismo
de los autores, tal como suele ocurrir a menudo en los escenarios de extrema
competitividad académica, nos permitimos invitarlos a que juntos seamos
más suspicaces en torno a la recuperación de un estilo de investigación que
privilegia el conocimiento de patrones de interacción que han surgido de la
praxis prehistórica inter-regional a través de sus verdaderos protagonis-
tas: la sociedad agropastoralista caravanera.
El texto se ha conservado tal como fuera publicado en 1979. Se han
sumado sólo algunas notas para actualizar aquellas materias más perti-
nentes. Además, se ha incluido algunas láminas vinculadas con la materia
ensayada y un texto nuevo complementario, traducido gentilmente por el
colega José Berenguer: «Camelids, caravans, and complex societies in the
South Central Andes», publicado en Recent Studies in Precolumbian
Archaeology, Ed. N.J. Saunders y O. de Montmollin BAR International
Series, el que aparece como síntesis final en el penúltimo capítulo. Los
autores agradecen a sus respectivas Universidades por el patrocinio de esta
publicación, así como el acucioso trabajo de edición del Prof. Sergio Gaytán
M.

LOS AUTORES

San Pedro de Atacama, septiembre 1994


Valdivia, septiembre 1994 (Chile)

10
Al señor John Víctor Murra, principal de los Andes en la
susten.tación del archipiélago vertical, a través del cual la
complementariedad ecológica ejercida de diversas maneras por la
sociedad andina se transformó en consideración científica...

«Vinimos de Huachacaya:l cerquita


frontera:~ ¿ya entro a Chipaya?
Chipaya buena gente es:~ traimos
papa:~ arroz:~ azúcar:~ cambiamos por
maíz y orégano. Azúcar carnbio es
uno por dos con maíz... estamos
llevando mucho maíz ... tropa lleva
treinta llamitas con veinticinco ki-
los una a una en costales:~ no más ...
Bajamos como seis días:~ en tiempo:~
cuando bueno es ... » (*)

(*) Relato de dos traficantes caravaneros del altiplano procedentes de Huachacaya,


cerca de Chipaya (occidente del lago Poopo, Bolivia), a su paso por el tramo
quebradeño de Chiapa-Illalla, en los valles occidentales del actual territorio
chileno, separado por algo más de 200 kn1s. de senderos andinos: ¿las últin1as
n1anifestaciones del viejo ideal de con1plementariedad ecológica en los andes
centro-sur? ... (24 de agosto de 1979)

11
PREFACIO

Este ensayo es el resultado de un análisis sobre la arqueología del


Norte de Chile y áreas aledañ-a s que los autores sostuvieron en el Séptimo
Congreso de Arqueología Chilena, realizado en Talca (Chile), desde el29 de
octubre al 5 de noviembre de 1977. En esa oportunidad, el primer autor
expresó, entre otras cosas el actual déficit de información sobre el rol de las
comunidades agroganaderas de las tierras altas y su capacidad de trans-
porte, dentro del marco de desarrollo socio-cultural y, en particular, la
singularidad de estas formas de vida como también su aspecto dominante
en términos de adaptación humana en el área Centro-Sur de los A.Qdes. Por
otra parte, a lo largo de la vertiente occidental del Centro del Perú, Dillehay
advirtió la importancia de identificar diferencias entre sociedades relativa-
mente fijas o sociedades ur~ano-costeras-sedentarias y sociedades serra-
nas altiplánicas móviles colocadas en contextos ecológicos de altura y los
distintos patrones cambiantes de la organización socio-política y económi-
ca incluyendo la integración recíproca. A través de nuestras propias
experiencias con diferentes datos de diversas áreas de los Andes, llegamos
a coincidir que el registro arqueológico del Norte de Chile y las subáreas 1
limítrofes presentan un patrón de cambio y desarrollo distinto e indepen-
1

diente de lo que sucedió en las regiones urbanizadas del Perú. Por lo menos
en los valles del Norte de Chile hay ausencia de conflictos potenciales sin
fricciones socio-políticas- económicas. No existen, casos locales de socieda-
des expansivas o urbanizadas en gran escala, pero a su vez existió una
vasta movilidad, particularmente entre grupos que habitaban en las
tierras altas, (en ciertos lugares fijos de asentamiento) con los oasis y valles
del desierto incluyendo los hábitats costeros. Estos movimientos represen-
tan complejas operaciones, que no pueden simplificarse como meras tran-
sacciones y/o contactos «Comerciales» entre dos o más diferentes zonas
ecológicas, determinadas y dirigidas por una aldea, pueblo, ciudad o alguna
zona-núcleo. Fue más bien, un movimiento de diversos bienes que determi-
nó y dirigió la ubicación de múltiples asentarnientos que calificamos como
giratorio, queriendo decir con esto que el momen-to de armonía social y
cambio del desarrollo económico fue, esencialmente, regulado por la direc-
ción e intensidad del tráfico interregional. En consecuencia el tráfico se
percibe como un medio de acelerar el desarrollo, estabilizando e
incremen~ndo~~~jQf~xceaeri~ri~este sentido, la diversidad ~~CA d~ ~
ecolog1-cá .e .s tiinuló altos niveles de complementación ínter-regional, esta-
bleciendo diversos patrones de tráfico.
Salvo raras excepciones, la movilidad altiplánica de rebaños y recuas
de transporte, tanto en el pasado como en el presente,' y su modo de
funcionamiento socio-económico, han sido a menudo comprendidos
apriorísticamente. Su definición dentro de la etnografía andina es aún
escasamente conocida y estudiada. El funcionamiento del pastoreo y el
tráfico actual se reduce a algunas dimensiones básicas que combinan, a
través de la interacción del medio ambiente, tecnología, sedentarismo,
agricultura y pastoreo, para producir sus aparentes complejidades a la luz
de la infraestructura social y económica del moderno estadio de nación. Por

13
otra parte, existe escasa factografía etnográfica en los Andes y toda
extrapolación al pasado implica riesgos considerables, de allí que casi todos
los datos utilizados aquí son arqueológicos y, aunque son confiables, sólo
aportan hipótesis de largas trayectorias de análisis.
N os enfrentamos con diversos problemas que se desprenden de la
evidencia arqueológica del patrón nómado-pastoril andino. Existe una
considerable riqueza de datos con profundidad histórica, en varios estudios
arqueológicos que han relacionado los contactos entre tierras altas y bajas
y los desarrollos aldeanos del Norte de Chile y subáreas aledañas. Sin
embargo, en los Andes Centrales se enfatizó el conocimiento de un patrón
opuesto, donde encontramos una enorme cantidad de información sobre las
tendencias de desarrollo hacia la urbanización en diferentes valles costeros,
serranos, cuencas intermontanas y áreas selectas de la puna. Pero, hasta
hace muy poco, las conecciones altiplano-costa, fuera del ámbito de las
tendencias expansivas de culturas tales como Chavín y Huari, eran casi
desconocidas. Los diferentes grupos de datos para los Andes Centrales y
Centro-Sur sobre urbanismo, pastoreo nómade y ruralismo eran esencial-
mente desequilibradas y no pudieron ser comparados analíticamente sin
un común denominador que se perfile a través del universo de la informa-
ción.
Desgraciadamente, no se ha encontrado un método unificador satis-
factorio. De esta manera, nos enfrentamos a dos enfoques alternativos. Uno
de ellos es analizar separadamente cada área, presentando casos detalla-
dos sobre urbanismo hacia el norte y aldeanismo sincrónico con formacio-
nes agro-ganaderas dinámicas hacia el sur. Tal tarea requeriría un largo
proceso de análisis, como ·asimismo una enorme labor de transcripción.
Otra posibilidad es utilizada casi exclusivamente en nuestro estudio,
concentrando nuestras observaciones en las poblaciones agroganaderas de
los Andes del centro-sur omitiendo el urbanismo. Pero hemos utilizado
datos de la literatura descriptiva y teórica de los Andes Centrales, ya que
· existe una relación inmediata y directa en lo que respecta a nuestro
análisis. Para mejor o peor optamos por el último enfoque. De esta manera
la irtformación arqueológica sobre los esquemas de desarrollo agro-ganade-
ros y el tráfico interregional en los Andes del sur es presentado y analizado
en cierto detalle, mientras que para los Andes Centrales sólo se ha definido
un marco general de referencia en relación con los eventos meridionales. Es
aún probable que muchos trabajos relativos a esta tesis particular se han
omitido, simplemente, porque no nos hemos empeñado en cubrir toda la
literatura de los Andes Centrales y Centro-Sur.
Los datos reunidos nos han servido para modelar diversos patrones de
movilidad en tiempo y espacio, pero estas propuestas deben comprenderse
más bien como nuevas interrogantes. Hemos abusado de la flexibilidad
propia de los ensayos para expresarnos con cierta rapidez y extraversión,
por cuanto hemos comprendido que el tiempo de los arqueólogos transcurre
con mayor rapidez ... y es cada vez más difícil transcribir reflexiones con
pulcritud cuando se incrementa más el aprendizaje. Es este un doble riesgo
que asumimos a través de este instrumento útil para discutir futuras
posibilidades. (*)

14
Finalmente queremos agradecer a aquellas instituciones que han
contribuido a nuestros proyectos de investigación independientes. El pri-
mero de los autores agradece a la Universidad Católica del Norte, a los
colegas de Chile y países vecinos por la posibilidad de aprender e indagar
sobre estos problemas. El segundo, agradece a la Universidad de Texas-
Austin, N ational Science Foundation, al Banco Inter-Americano de Desa-
rrollo, Comisión Fulbright (Washington, Lima), a la Universidad de San
Marcos de Lima, Universidad de Kentucky, y la Universidad Austral de
Chile. A su vez dedicamos este ensayo al Dr. J ohn Murra, quien nos enseñó,
a través de sus trabajos, un modelo andino de análisis realmente impres-
cindible y estimulante.
El primer autor agradece el aporte de la Dirección. General de Inves-
tigación de su Universidad, realizado a través del Director, Prof. Dr.
Guillermo Chong. El segundo autor reconoce, por otra parte, el aporte del
Prof. Dr. David Watt, Vicepresidente de Investigación de la Universidad de
Kentucky.

LOS AUTORES

Antofagasta/Valdivia (CHILE), 15 de marzo de 1978.

(*) Al tiempo de imprimir este ensayo, se han llevado a cabo dos importantes
coloquios de Arqueología Andina, uno en Paracas (Perú) y otro en Antofagasta
(Chile), patrocinados por UNESCO e instituciones nacionales (1978).
En estas reuniones se han elaborado algunas rectificaciones a la división del
área andina. El concepto meridional utilizado en este texto equivale al área
andina Centro-Sur de acuerdo al nuevo consenso. Se limita entre el eje río
Majes (costa) al Titikaka, con un corte aproximado en Taltal (costa), tierras
altas del NW argentino (S. de Jujuy).

15
l. INTRODUCCION

El surgimiento y desarrollo de la sociedad andina, a través de diferen-


tes estrategias de obtención de recursos básicos, ha sido tradicionalmente
estudiado desde distintas posiciones socio-económicas y ecológicas. Una
aproximación se ha focalizado en torno a la emergencia de una
fundamentación marítima de recursos, originando una sociedad basada en
la labor «Corporativa-sedentaria», a lo largo de la costa nor-central y central
del Perú (Lanning 1967, Patterson 1971, M os eley 197 5). Presumiblemente,
la integración y la organización de las sociedades agro-urbanísticas tardías
de los Andes Centrales, altamente avanzadas y productivas, habrían
derivado de esta experiencia costeña de adaptación (Moseley 197 5). Otra
aproximación destaca notablemente el comienzo de la civilización andina
a través de una cultura de foresta tropical húmeda, caracterizada por
grupos de base sedentaria, desarrollados a través de prácticas horticultoras
(Tello 1930, 1939, 1960, Sauer 1952, Lathrap 1958, 1962, 1965, 1970,
1971a, 1971b, 1973, 197 4). Una tercera explicación destaca los tempranos
avances de las sociedades cazadoras-recolectoras a través del logro de
prácticas de agricultura incipiente y domesticación de camélidos en la alta
puna de los Andes centrales (MacNeish 1969; MacNeish et al. 1970), los
cuales habrían desempeñado un rol esencial en el desarrollo de la mayor
complejidad de la sociedad andina de las tierras altas. Sin duda que cada
una de estas estrategias ecológicas y sociales específicas de adaptación
contribuyeron al desarrollo centralizado de las sociedades urbanas tipo
expansivas, observadas como el punto terminal o culminante de las socie-
dades complejas de los Andes. Esencialmente, estos estudios nos han
demostrado que la estrategia económica de un área (por ejemplo, la costa,
selva o puna) en su contexto socio-cultural no puede, necesariamente,
generalizarse sobre el resto del área andina. En adición al problema de la
extensión de una estrategia económica a lo largo de inferencias cruzadas de
tiempo y espacio, se debe presuponer que la aprox1mación en caso de
generalizarse requiere una aplicación a similares problemas de análisis en
similares medios ecológicos.
Actualmente, sólo algunas aproximaciones se orientan a uno de los
problemas centrales de los estudios andinos; este es el análisis de estrate-
gias económicas mezcladas, en un arreglo espacial demográfico, ambos fijo
y móvil, y las regularidades regionalmente cruzadas en el comportamiento
socio-político irrespectivo de cualquier contexto ecológico específico. Esta
cuestión es por cierto, fundamental para los estudios económicos y sociales
y es por esta razón que recientemente hemos observado la introducción de
modelos de comportamiento económico y social andino, con planteamientos
más flexibles y menos definidos por una zona ecológica específica (v. gr.
Murra 1972, Núñez 1978). En algunos casos estos modelos han sido
transferidos dire-c tamente a través de varios límites ecológicos y socio-
culturales distintivos, mientras que en otros casos algunos estudiosos han
descubierto soluciones estratégicas mezcladas, esencialmente dirigidas
hacia una zona ecológica, pero dividiéndola «oblique» en diferentes zonas
aledañas de interacción (v.gr. Browman 1974, Dillehay 1976, n. d. a.)

17
r

Estas aproximaciones han ocurrido en un buen número de estudios


sobre antropología andina, incluyendo el modelo de trashumancia (Lynch
1971), verticalidad (Murra 1972) y tráfico caravanero (Browman 1970,
1973, 1974, 1975, 1976 y Núñez 1978). Examinados como un todo éstas y
otras contribuciones colocan las bases para acercar nuevas aproximacio-
nes, cada vez más flexibles, para la comprensión de las experiencias del
pasado andino en términos de una medición ecológicamente libre con una
adaptación socio-económica capaz de aplicar los puntos ventajosos de
varias estrategias de adquisición de recursos a la luz de cambios naturales
y sociales.
En este ensayo, revisamos las evidencias arqueológicas del desarrollo
dinámico de la organización y desarrollo de grupos ganaderos-caravaneros,
y su relación de mutuo apoyo con asentamientos independientes y satélites
semifijos a sedentarios, como un tipo de estrategia adaptativa mezclada en
un contexto de «ecología cruzada» en los Andes del centro-sur y sus
implicaciones en el manejo múltiple de espacios entre el altiplano y las
áreas aledañas. Se define, además, la naturaleza del tráfico multi-ambien-
tal y los movimientos iniciales que le precedieron en tiempo y espacio. Pero,
cuando buscamos la aplicación de nuestras propuestas (movilidad girato-
ria), estamos pensando en los eventos de los Andes Centro-Sur (sur de
Tiwanaku al río Copiapó y su equivalencia en los valles sub-andinos del
noroeste argentino), obviamente sin implicancias para los Andes Centra-
les. Por lo mismo, cuando hacemos referencia a los Andes Centrales en
términos de ambiente y patrones de movilidad son explicadas someramente
para 1) detectar la presencia del patrón giratorio dentro de las relaciones
de cambio y desarrollo en las culturas y sociedades complejas de ~os Andes
Certtrales y 2) mostrar las relaciones socio-económicas y sus diversos
marcos de referencias entre los Andes Centrales y Centro-Sur.

II. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE


SOCIEDADES URBANAS Y SOCIEDADES
GANADERAS-CARAVANERAS
Los antropólogos tienden generalmente a concebir las complejas
sociedades andinas, a través de un curso de evolución similar a lo ocurrido
en Mesopotamia y Mesoamérica. La emergencia de «sociedades civilizadas»
o complejas en dichas áreas se caracterizó por el movimiento de grupos
avanzados de cazadores-recolectores a través de estadios de domesticación
de plantas y animales en tránsito hacia la sedentarización y urbanismo.
Cada una de estas etapas progresivas estuvo marcada por cambios parale-
los en tecnología, status social, rol político y sistemás de valores e ideológi-
cos. El fenómeno de civilización o desarrollo de sociedades complejas y su
principal característica: urbanismo, usualmente se ha comprendido bajo
una base de fundamentación agrícola. A su vez, la agricultura y urbanismo
están siempre asociados a formas estatales o al menos con sociedades
integradas en un alto nivel de estratificación y centralización política (Ej.
Childe 1936, 1950, 1951, Braidwood 1967, Adams 1960, 1962, 1966, Smith
1972).

18
Las innovaciones tecnológicas y sociales conducentes al desarrollo de
la agricultura son consideradas por muchos arqueólogos como el hecho
presumiblemente más importante, porque una economía basada en domes-
ticación de cultígenos es la base formal para el desarrollo de alta densidad,
asentamientos sedentarios e incremento rápido de población. También
plasmó el estadio suficiente para profundas alternancias en la vida social,
centrándose sobre el acceso a recursos diversificados, paralelo al desarrollo
de estructuras sociales con formas estratificadas. El desarrollo de pueblos,
ciudades y estados, presumiblemente no podría haber ocurrido sin una base
agraria, y aún todo lo que nosotros consideramos actualmente bajo los
rubros de sociedades industriales surgió últimamente en respuesta a esta
misma transformación. El nucleamiento de asentamientos, densidades
mayores, y poblaciones jerarquizadas agro-urbanísticas se asocian con
otras realizaciones, como la intensificación de guerras, definición y defen-
sas de territorios y la prolongación de experiencias colectivas de distribu-
ción irregular de recursos entre grupos de status «altos» y «bajos».
La agricultura representa un sistema social único. Está siempre
asociada con una marcada división del trabajo muy elaborada y especiali-
zación social consistente, a través de toda la sociedad. Frecuentemente
ocurre que la especialización ocupacional y la diversificación de la produc-
ción regional en las sociedades agrarias están regidas por controles políti-
cos centralizados. Hay ciertamente muchas ventajas en la centralización e
integración política de las sociedades basadas en altos niveles de especia-
lización y diversificación. En determinadas instancias la falta de productos
en una región durante períodos de eventos climáticos drásticos (v. gr.
sequías, inundaciones, etc.), pudieron ser compensados por la redistribución
desde regiones no afectadas. Además los planteamientos inter e intra
regionales, aprovisionamiento, tráfico de intercambio, etc. pueden mane-
jarse eficientemente bajo fuerte centralización. Con respecto a lo anterior 1

también hay ventajas y desventajas políticas. El control de la producción y


redistribución de recursos puede mantener el control político por parte de
los grupos gobernantes. Pero a su vez este efecto puede también ser
potencialmente determinado por descontentos socio-políticos de parte de
algunos sectores de la sociedad. Centralización y urbanismo implican
tensiones que fisuran críticamente las relaciones de armonía social entre
señores y productores de excedentes.
La presunción de que la vida aldeana previa al urbanismo, de natura-
leza sedentaria o semi-sedentaria podría exclusivamente realizarse por
grupos fundamentados en una economía agraria, se ha desafiado en los
años recientes. En la actualidad se ha comprendido que hay casos mundia-
les, algunos de los cuales son controvertibles, de tempranas aldeas formativas
y aún algunas arcaicas, que pudieron desarrollarse en· ambientes donde la
abundancia de recursos en términos de caza, recolección y domesticación,
fueron explotados durante todo el año (v.gr. Drucker 1939, para el caso del
noroeste de Estados Unidos; Bindford 1968, para el caso europeo; Moseley
1975, en la costa de los Andes centrales y Núñez 1974, en los Andes del sur).
Aún así, también se ha advertido que estas mismas aldeas necesitan un
sistema agrícola avanzado con mayor producción de alimentos que las

19
conduzca hacia estadios complejos de desarrollo. Una vez que este movi-
miento agrario estaba en proceso, todas las viejas explotaciones o las
actividades restantes de subsistencia, llegaron a ser secundarias en el
equilibrio y dependencias de dietas.
En el caso de los Andes, el valor último de estos estudios no significa
que los recursos marítimos, por ejemplo, sean la base primaria de un medio
de vida sedentario, a modo de «Fundamentos de la civilización andina>>.
(Véase Moseley 1975). Esto es aún materia abierta a debate. Pero, por otra
parte, la adaptación de la sociedad en los altamente distintivos ambientes
andinos no siempre se adhiere al viejo axioma: control y domesticación
exclusivo de plantas-sedentarismo-urbanización y por fin la civilización .. .
Hay probablemente un número no detectado de adaptaciones e institucio-
nes sociales y culturales típicamente andinas, las que no se conforman
debidamente frente a las expectativas de los modelos antropológicos tradi-
cionales de «surgimiento de sociedades complejas». En la vía de ejemplo, un
tema. económico social andino, poco estudiado por los arqueólogos, ha sido
la crianza de camélidos en los territorios de puna y el uso consecuente de
las caravanas, dentro de lo que usualmente podemos denominar un «medio
de vida pastoral-nomádico». La dualidad rebaños-caravanas corresponde a
una adaptación excepcional. Se basa en una relación simbiótica entre
hombres y animales, dentro de patrones de movilidad trashumántica, con
capacidad para producir, trasladar e intercambiar productos a nivel ínter-
regional. Los movimientos·cíclicos desde áreas relativamente f"Ijas a áreas
que son necesarias para el mantenimiento de rebaños durante el manejo
anual de forraje, se complementan con el transporte y distribución de
múltiples productos interconectados entre diversos grupos humanos. Aun-
que hay pocos datos arqueológicos sobre relaciones entre ecología y econo-
mía pre-europea y el control social sobre los recursos ganaderos, tomaremos
como un hecho seguro que cualquier juego complejo de patrones de conduc-
ta representados por rebaños y caravanas pueden ser explicados como un
surgimiento de la necesidad del mecanismo de transporte de larga distan-
cia por sociedades urbanas en expansión, en los territorios más productivos
de los Andes Centrales. En otras palabras, es usualmente aceptado que las
relaciones entre las sociedades urbanas centralizadas y las comunidades
agro-ganaderas-caravaneras, es que la urbanización como variable inde-
pendiente es un factor determinante para el desarrollo del flujo de carava-
nas en los Andes Centrales.
Las aproximaciones hasta ahora han planteado que el modelo urbano
es totalmente acompasado y más conducente al completo entendimiento de
la sociedad y cultura andinas. Pero como se establecerá después, las teorías
urbanísticas pueden ser algo confusas y aún tendientes a distraer la
ubicación, interpretación y explicación de otros aspectos de la arqueología
de los Andes Centrales y Centro-Sur. Estas teorías han descuidado el
impacto del medio de vida «puneño» (*) sobre el «proceso» de desarrollo de
los hombres andinos en términos globales de sociedad y cultura. El modelo

(*) El término «puneño» lo aplicamos genéricamente para situar comunidades más


ganaderas que agrícolas, establecidas en paisajes altos.

20
«puneño>> de ganaderos-caravaneros adaptado a ambientes de altitud es,
particularmente, significativo al tanto que aún su pervive en determinados
enclaves andinos.
Si se piensa en términos geográficos, el modelo urbano estuvo prima-
riamente confinado a la costa norte, costa central, enclaves de la costa sur,
ciertos valles y cuencas intermontanas, de los Andes Centrales y el área
circum-Titikaka. Pero por otra parte el patrón ganadero-caravanero domi-
nó el ambiente de las tierras altas del centro norte del Perú, extendiéndose
hacia el S. de Bolivia, Norte de Chile y noroeste de Argentina. En suma, el
patrón de caravanas en sí mismo se conectó comúnmente entre la costa y
las regiones <•Originales>> altas de los Andes Centrales y Centro-Sur. Por
esto, creemos que no se ha reconocido adecuadamente que las áreas de los
Andes Centrales y Centro-Sur se caracterizaron por un desarrollo dicotómico
y aún contradictorio respectivamente de territorios fijos con sociedades
urbanas altamente avanzadas y productivas y de comunidades no urbanas
que se integraron en valles cálidos y puna con asentamientos aldeanos-
agrarios fijos y con sociedades móviles de ganaderos-caravaneros, los
cuales se apoyaban con prácticas especializadas de alticultura y ganadería
florecientes. Cada una de estas sociedades-tipos tuvieron igualmente
rasgos dinámicos característicos y propios, dentro del proceso de adapta-
ción en los Andes Centrales y Centro-Sur.
Varios aspectos descuidados de la arqueología de los ganaderos-
carayaneros y su carácter «Siempre» supeditado con el entroncamiento a los
procesos urbanísticos, forman parte de la tradición arqueológica de excavar
complejos pensando que la recuperación de materiales y los análisis
subsecuentes igualmente resolverán los conceptos elaborados en términos
de desarrollos «predeterminados». Sin embargo, no se está lejos de la
verdad si se acepta que los arqueólogos andinos sentían la necesidad de
probar a sus contrapartes de Mesopotamia y Mesoamérica, la idea de que
en los Andes Centrales también hubo riqueza y surgimiento de logros
materiales particulares. Por ahora da la impresión de que los Andes
Centrales se fijó como el polo sur de América nuclear. Ya que se probó hace
varios años que el paisaje andino estaba dotado con la suficiente arquitec-
tura para clasificarlo como un punto límite de la América monumental. N o
obstante, toda esta presunción con la «grandeza» ha distraído la atención
sobre los contenidos extremos de los desarroJlos reconocidos en las áreas
«marginales» a los medios de vida urbanos. Uhle (1919), Estrada (1958),
Evans y Meggers (1958), Lathrap (1958, 1970), Reichel-Dolmatoff (1961),
González (1939, 1956) y muchos otros, han realmente demostrado el valor
de las investigaciones en lugares «menos atractivos» de la arqueología
andina. Estudios realizados en las tierras medias y altas por Antonia
Benavente en el sitio Chiuchiu-200 (río Loa) y Lautaro Núñez en los sitios
Tulán 54 y 85 (S. E. Salar de Atacama), han comprobado la emergencia de
complejidad pastoralista, en antiguos asentamientos datados entre los
1200-900 años a.C.
Los estudios de Murra ( 1962) sirvieron de efecto multiplicador para
comprender el desarrollo andino con un criterio menos centralizador. En
efecto, al ensamblar la información etnohistórica con los estudios sobre

21
arqueología inca e inmediatamente previa, ha permitido la correlación de
documentos y grupos indígenas contemporáneos, no como un caso de uso
directo de analogía etnográfica en arqueología, sino más bien como un
mejoramiento de los valores sugestivos y de suspicacia para comprender
mejor las operaciones del hombre, cultura y sociedad andinas. Reciente-
mente, en una reunión de la Sociedad para Arqueólogos Americanos
(Dalias, 1975), Murra ensayó la importancia durante el estado incaico de
la crianza de llamas y el pastoralismo consecuente en la alta puna y
altiplano peruano-boliviano, Norte de Chile y noroeste argentino. También
sus aportes sobre verticalidad andina (Murra 1972) implican una movili-
dad particular que cuestiona indirectamente el carácter actual de la
arqueología de asentamientos fijos. El concepto de verticalidad o el control
máximo de una serie discontinua de zonas ecológicas o «archipiélagos>>, ha
sido extremadamente útil para comprender la movilidad entre sociedades
puneñas-altiplánicas (cuenca del Titikaka). De esta manera se puede
captar bien, por ejemplo, cónto la etnia Lupaqa puede ocupar un tamaño
extenso de territorio con un patrón económico-político necesariamente
centralizado pero, capaz de mantener segmentos o colonias distantes,
quienes ocupan directamente diversas zonas ecológicas. Sin duda que este
modelo se nutre del rol dinámico de las poblaciones agro-ganaderas de
punas y altiplano (vía agropecuaria de desarrollo), y por esto, varios
investigadores han tocado el modelo «puneño» en relación al tráfico y
desarrollo como la clave para enteneder el área Centro-Sur andina (ex-
Meridional).
·La percepción dinámica de la producción altiplánica ha logrado
sobrevivir en el funcionamiento actual de comunidades de pastores carac-
terizados por complejos sociales, religiosos y económicos muy particulares
(Mishkin 1976, Flores Ochoa 1968, 1970). En diversos territorios de los
Andes, grupos de agropastores aún reactivan el manejo trashumántico de
ganado y ocupan espacios bajo los conceptos de verticalidad, de acuerdo a
las propuestas de Murra ( 1972). Es probable que durante el sistema
colonial europeo haya subsistido también este manejo multiambiental en
algunos enclaves de los Andes del sur no afectados por la ocupación europea
(Hidalgo 1971). Por cierto que en el período de contacto y en los tiempos
tardíos propiamente pre europeos, gran parte de la movilidad de ]os Andes
Centrales y Centro-Sur (relación andes-costa), se ceñía a este rnodelo.
Hay antecedentes pioneros que han permitido la búsqueda de una
mayor profundidad temporal para tempranos patrones de movilidad. Ya
Schaedel ( 1959) advirtió con brillante intuición la importancia asignada a
las «rutas tradicionales de intercambio» de productos entre la costa del
Norte de Chile y los territorios de puna y altiplano inmediato (Bolivia-
Argentina). Tempranamente había planteado una particular movilidad de
larga distancia entre grupos costeros y los polos de altura, que ahora los
reconocemos a través del tráfico de caravanas (Núñez 1962, 1978), por
grupos agro-ganaderos tardíos. También el reconocimiento de desplaza-
mientos arcaicos-trashumánticos entre la sierra y la costa de Ancón
(Lanning 1967) y el flujo de hombres y animales entre tierras altas y bajas
planteadas por Lynch (1971), presuponen circuitos de movilidad en etapas

22
pre-agropecuarias que estimulan la definición de un tráfico creciente y cada
vez más eficiente en los Andes, desde estadios tempranos.
' Los aportes recientes más estimulantes se aprecian en Browman
(1970, 1973, 1974, 1975), Núñez (1965, 197 4, 1976) y otros, quienes
enfatizan la relación entre comunidades agro-ganaderas, tráfico de carava-
nas y desarrollo andino. Browman (1977 n.d.), ha propuesto recientemente
un modelo altiplánico en donde propone un rol de alternativa el modelo de
verticalidad de Murra. La diferencia entre estos dos modelos según Browman
( 1977) es que verticalidad se fundamenta en el descenso y enfatiza su
restablecimiento como una explicación para la estabilidad económica,
mientras que el modelo altiplánico parece que enfatiza la alianza y el
comercio en un mismo espacio incluyendo varios medios para adquirir y
entender las alianzas. Pareciera que en parte este último modelo se acerca
más al modo de vida sócio-económico de los pastores del viejo mundo.
Aunque el análisis de Browman no ha sido completado, el uso de estos
modelos basados en datos más etnográficos que arqueológicos, en cuyo caso
se usan los conceptos de alianza, no es aplicable con claridad a sociedades
anteriores al período etnohistórico. Sin embargo, el planteamiento de
Browman es importante porque aporta un gran reconocimiento hacia las
comunidades agro-ga:ft}.kderas (pastoralismo), y separa bien los aspectos
nomádicos del sistema de adaptación altiplánico de otros sistemas socio-
culturales andinos. Además, reconoce que después de la movilidad comer-
cial e_n el altiplano, se habría desarrollado el manejo vertical de recursos,
el cual representa un contexto andino más consistente.
Los estudios del primer autor ( 1978) sobre verticalidad, intercambio,
rutas y caravanas, tanto en etapas tempranas como tardías, han demostra-
do la interacción entre la costa, valles y tierras altas de la puna y altiplano,
en los Andes del sur. Aquí se aprecia con más detalles un examen de lo
concerniente a este tipo de estrategia dinámica de adaptación y desarrollo.
Estas indagaciones venían en marcha desde hace un tiempo, por lo mismo
es que varios arqueólogos chilenos han aceptado que el tránsito del
sedentarismo al modelo urbano no puede explicar todos los cambios socio-
económicos del particular desarrollo diferenciado de los Andes del sur.
Estudios realizados por el equipo de investigación del Proyecto Moquegua,
en el sur del Perú, ha documentado el funcionamiento de la comple-
mentariedad ecológica en las tierras altas y bajas.
En efecto, la movilidad trashumántica temprana y la propiamente
ganadera posterior, el modelo altiplánico y verticalidad, han permitido una
apreciación interpretativa diferenciada y particularizada de las evidencias
de tráfico andino y también han definido la variabilidad de las estructuras
y funciones de la movilidad social en los ambientes de puna-altiplano y sus
áreas periféricas, a través de diversos niveles de tiempo y espacio. Los
patrones de movilidad en cada uno de estos modelos refleja mejor la
estructuración de actividades periféricas del pasado y presente de grupos
de alteños en contextos ambientales específicos y sus respectivas situacio-
nes socio-culturales. Al aceptar cada uno de estos modelos con criterio pan-
andino-tierras altas, podría deformar las reflexiones sobre la estructura de
los remanentes arqueológicos. En efecto, se debe enfatizar que no hay

23
probablemente un modelo único, el cual puede a su vez ser aplicado
flexiblemente en diferentes tiempos y lugares del pasado. Lo que nosotros
vemos en cada uno de estos modelos son los diferentes intereses y percep-
ciones de cada investigador y sus experiencias con diferentes juegos en
calidad y cantidad de datos registrados. Ultimamente estos modelos han
servido para introducir conceptos muy útiles, los cuales pueden ahora
comenzar a incorporar observaciones de variabilidad del medio de vida
ganadero-caravanero en áreas no urbanizadas de las tierras altas de los
Andes. Lo que se necesita ahora es un «macro» modelo más flexible, capaz
de incorporar y acomodar las funciones complementarias de cada uno de los
modelos previos, y lo que es más importante: que pueda examinar las
interacciones complementarias de movilidad y sedentarisrno dentro del
territorio con asentamientos de subsistencia de puna y altiplano y su
sistema de movilidad a base del tráfico interno de caravanas con proyeccio-
nes externas hacia áreas periféricas.

111. DIMENSIONES INTEGRATIVAS GENERALES DE


LA ADAPTACION DE GRUPOS GANADEROS
CARAVANEROS
La crianza de ganado se refiere a un sistema económico productivo
basado sobre relaciones entre hombres y grandes concentraciones de
carnélidos. Es este un único sistema de relaciones entre hombres y animales
basado en el acompañamiento de ganado de un área a otra, dependiente del
comportamiento móvil y estacional del aprovechamiento de forraje. ·Esta
consideración debe entenderse como una relación flexible, en donde los
hombres pueden criar, explotar, o influir en la dispersión demográfica de
los animales o conducir sus movimientos más racionalmente (los altos
relieves andinos con crianza de ganado están generalmente confinados a un
particular tipo de ambiente).
Algunas de las consecuencias del medio de vida ganadero es que los
grupos humanos deben ser flexibles y móviles. N o deben invertir grande-
mente en bienes personales, ni en elaborar estructuras habitacionales
complejas o en desgastar energías en la· preparación de suelos.
Tanto las tierras particularmente segmentadas corno los valles bajos
son esencialmente poco importantes, mientras que la clave del acceso a los
recursos permanentes (principalmente agua y pastos) consiste en la distri-
bución espacial compartida racionalmente, en las tierras altas.
Aunque aquí pueden fijarse centros convergentes en ciertos enclaves,
el patrón de asentamiento más común es de carácter temporal o semi
permanente, de naturaleza dispersa, usados con fines habitacionales
secundarios y de depósitos. Esta movilidad es parte de la discusión de
emergencia de «pastoralismo nomádico» en los Andes. Al respecto Browman
( 1978: 188) señala que:

«Una característica del pastoralisnto de llantas y alpacas es su integra-


ción interna en donde generalntente, ntantienen la estructura de los

24
ecosistentas de caza y recolección, en los cuales se introducen ...
En la situación pastoral hay dos estrategias ntayores para subsistir. El
printero consiste en el increntento ntáximo del núntero de anintales
conto capital crítico... el segundo es la ntantención ntás secundaria de
técnicas de explotación tales conto la horticultura y el tráfico ... »

Esta vía de desarrollo no excluye la rnantención de técnicas de


explotación secundaria conducentes a conformar grupos más estabilizados,
con roles definidos en término de autoridades políticas permanentes,
siendo ésta la base socio-económica para el desarrollo de señores-pastores
principales, como los documentados en la prehistoria peruana (Salzman
1969, Murra 1968). Esta economía del pastoralismo nomádico se funda-
mentó necesariamente en el aprovechamiento múltiple de recursos. En
efecto, una mezcla flexible de cultivación, recolección pastoreo caza y
tráfico, se adaptó ambientalmente en las tierras altas de los Andes Centra-
les y Centro-Sur, bajo un «deseo» de moverse en cualquier dirección a lo
largo de este continuo, lo cual creó aparentemente una real estrategia de
subsistencia y desarrollo.
Dentro de la economía de puna y altiplano, las tierras arables son
trabajadas en términos de producir tuberosas resistentes a las heladas y
cultivos de granos (verTroll1931: 263-264; 1958: 12; Horkheimer 1973: 27;
Murra 1960, 1965: 188 y, Browman 1974: 188-190) .
. Los bienes adicionales necesarios regularmente se obtienen de grupos
de pastores distantes o de sociedades básicamente agrícolas. Los recursos
diversos son adquiridos mayormente por medio de trueque; para este efecto
los hombres que generalmente se encargan del desplazamiento en las rutas
de caravanas, son los responsables del tráfico.
Quizás si uno de los factores claves que distingue la adaptación andina
de los ganaderos-caravaneros es la complementación económica primaria-
mente entre las funciones ganaderas y caravaneras y secundariamente
entre ambas y la agricultura de altura de tuberosas y granos (por conve-
niencia, aplicaremos el concepto de «alticultura» para reconocer la especial
relación entre cultígenos de altura y su respectiva práctica agrícola asocia-
da). Esta complementación se estableció a través del tráfico de bienes desde
una zona ecológica a otra a lo largo de senderos que desde el punto de vista
ecológicos, económico y social unificaban distintas áreas segmentadas,
ubicadas no sólo en las tierras altas, sino también en la costa, oasis de
desiertos, valles intermedios, valles intermontanos y selvas (Flores Ochoa,
1968; Browman, 1974: 193-194).
Otro aspecto que define esta vía de desarrollo es aquel que enfatiza la
no consideración del pastoralismo nomádico bajo su forma clásica (del Viejo
Mundo) por cuanto no se trata del cuidado irrestricto de grandes masas
ganaderas en praderas abiertas. Uno de los rasgos distintivos entre lo
realmente andino y el pastoralismo así llamado «clásico»», es que los rebaños
de camélidos andinos pueden cuidarse por sí mismo, casi independiente de
la acción humana, permitiendo una serie de funciones laterales propiamen-
te caracterizadas en las tierras altas de los Andes. Es probable que el
proceso que lleva hacia el status ganadero es muy largo y complejo;

25
respondería al acceso local de viejos patrones de caza hacia el control de 1a
producción de alimentos. Así, no debe ser rechazada la idea de que los
cazadores andinos fueron posiblemente los primeros en adoptar sus hábitos
al c~mportamiento de los camélidos salvajes, logrando una temprana e
íntima interacción, tendiente a lograr estabilidad y semi-sedentarismo a
través de prácticas de caza especializada y temprana crianza en determi-
nados locis favorables de la puna y tierras altas en general.
Se puede apreciar que obviamente el pastoralismo incluye globalmente
las formas de vida agro-ganaderas-caravaneras, ambas designaciones
después de todo se preocupan del control de ganado y demandan relaciones
socio-económicas móviles con patrones de asentamientos trashumánticos .
Pero esto ciertamente no significa que el patrón andino se constituía sólo
por pastores y qtie solamente existía un control exc1usivo de ]a conducta
social y demográfica de los animales. En verdad, lo más probable es que
hayan existido diferentes modos de pastoralismo en donde el juego de sus
componentes fue diverso, con respuestas no necesariamente similares al
universo extra andino.
Es muy probable que la dirección del movimiento de las manadas, que
el hombre elegía, se basaba en el conocimiento tradicional de las rutas
migratorias de los animales. También es posible que el mayor influjo del
hombre sobre la conducta de la manada se fundamentaba en su capacidad
para controlar «cuando>> se desplazaban, aunque les era más imprevisible
saber hacia «dónde». De uno u otro modo, dentro de las estructuras de caza,
se crearon las condiciones aceleradas para alcanzar un control ganadero
muy temprano como un rasgo distintivo del desarrollo del patrón andino de
las tierras altas.
Como consecuencia de lo anterior, es importante destacar aquí que la
naturaleza jerárquica de la producción económica (ganado-caravanas-
alticultura y posiblemente caza), primero en la región puneña-altiplánica
y luego hacia arriba y abajo de las elevaciones andinas (costa-selva)
contactaron distintas combinaciones ecológicas que requerían a su vez de
diversas organizaciones socio-culturales, sujetas a asimilar o rebotar los
efectos integrativos del tráfico interregional. Los grupos humanos son
confrontados con poblaciones de camélidos con los cuales ellos interactúan
y conforman tipos de adaptaciones específicas de comunidades humanas-
camélidas, tales como la trama de caravanas, dentro del ecosistema andino.
Por todo lo anterior, lo realmente importante que debemos conocer de la
adaptación andina de altura es que este foco particular de desarrollo
permite hacernos preguntas acerca del origen y desarrollo de la interacción
hombres-camélidos, en contextos socio-culturales y ecológicos variables,
opuestos a las soluciones estructurales y funcionales concernientes a las
propuestas sobre pastoralismo en el Nuevo Mundo. Así, podremos referir-
nos a la continuidad y regularidad de los patrones de comportamiento desde
los primeros movimientos arcaicos tempranos hasta el manejo inka del
ganado y tráfico, como factor de movilidad y cambio.

26
IV. MOVILIDAD GIRATORIA: DEFINICION Y
MODALIDADES

Al iniciar los estudios en esta dirección, nos prestamos un principio de


ingeniería mecánica: «Movimiento giratorio», como base para definir y
probar el patrón de movilidad andina (transhumancia, verticalidad,
complementariedad ecológica, intercambio y movilidad semi-sedentaria).
Este particular principio se aplica como una analogía de definición y en
ningún caso explica que las operaciones culturales del sistema ganadero-
caravanero puedan ser exploradas a través de un medio mecanicista.
El principio giratorio implica movimientos (o «giros») en un trayecto
circular o espiral. Esto es una moción en el sentido de una rueda giratoria
(por ejemplo) montada sobre un anillo de manera que su eje está libre de
tocar en cualquier dirección. Según sea su disminución o aceleración,
siempre mantendrá su plano original de rotación.
Al transformar este principio en términos culturales podríamos decir
que una unidad social de ganaderos-caravaneros se mueve en un espiral
transhumántico rotando (un giro) entre dos o más puntos fijos o
asentamientos-ejes (v. gr. campamentos base o semi-sedentarios a al-
deas agrícolas sedentarias); es decir, entre tierras altas, entre tierras altas
a la costa y viceversa, entre tierras altas a la selva y viceversa con desvíos
a zo~as interiores 1narginales (ver lánúna 1), de modo que un giro contacta
por lo menos dos ejes opuestos. Aquí el factor clave es que la dirección y
distancia del movimiento desde estos ejes fijos depende de la compulsión o
restricción del mantenimiento de animales y de los productos trasladados
en caravanas a través del paisaje natural y social. La estabilidad está dada
en movimientos en el sentido espiral, por cuanto los movimientos giratorios
de los ganaderos-caravaneros se fijan en asentamientos ejes relativamente
iguales en tamaño y potencial socio-económico (según las condiciones
locales de cada eje en ambos extremos de sus puntos predeterminados o
terminales), los cuales están localizados arriba y abajo de la ordenación
vertical del paisaje andino. Para que el movimiento giratorio pueda man-
tener su medio rodante en equilibrio, éste debe ser balanceado por' los ejes
fijos o asentamientos relativamente homogéneos en términos de «captura
de tráfico)) . En otras palabras, los asentamientos semi-sedentarios a seden-
tarios dentro de las funciones del movimiento ganadero-caravanero: 1)
Definen su movimiento en un vasto territorio elongado. 2) Sirven como
sitios de abastecimiento o de paraderos que reciben productos de caravanas
y lo redistribuyen tanto a nivel local, regional o interregional, pasando los
bienes desde las caravanas hacia otras direcciones. 3) Abastecen a las
caravanas para que puedan proseguir su trayecto espiral.
Dadas estas condiciones, los asentamientos-ejes semi-sedentarios o
sedentarios son meramente polos de estabilidad, los cuales definen sus
puntos terminales y la dirección del movimiento giratorio de las caravanas.
Esto implica escasa o ausencia de altas jerarquías socio-políticas entre
estos asentamientos-ejes, pues de lo contrario el movimiento giratorio
queda des balanceado. Sin embargo, este puede diferir en tamaño y comple-·

27
ESQUEMA IDEAL DE MOVIMIENTO GIRATORIO

OCEANO PACÍFico

~ _ ..,__ ____
Lam. 1: Esquema ideal de Movimiento Giratorio

jidad de acuerdo a la capacidad de transporte de las caravanas y de las


diferentes densidades de población en cada eje.
El conjunto de ecosistemas diferenciados de los Andes del sur estimu-
laron múltiples circuitos de movimientos giratorios con fuerzas internas
que generaron otros movimientos a través de la extensión gradual de rutas
de caravanas que trasladaban bienes e ideologías. De esta manera cada
segmento que contacta dos o más comunidades es sólo una parte de un
conjunto de conexiones que integran comunidades de diversos desarrollos
culturales y étnicos con más o menos complejidad aldeana. Cada agrupa-
miento sea cual sea su desarrollo es un eje con su propio movimiento
productivo interno que entra en contacto con un sistema mayor hacia donde
vierte sus excedentes y se conecta con el universo total, absorviendo
técnicas, alimentos, religión, medicinas, etc., sin constituir en sí mismo
centros autárquicos de plena autosuficiencia. De esta manera diversas
etnias, con producciones y culturas diferentes contactaban sus excedentes
y valores a través de movimientos de interacción social, cultural, económica
y litúrgica. Esta movilidad rechazó el modelo de desarrollo urbano, por la
intensificación de relaciones interétnicas en armonía social, incluyendo la
consolidación del modelo aldeano no centralizado, a base del traslado
multiambiental de bienes a base de operaciones de intercambios y coloni-
zaciones directas, sin énfasis en comercio de mercados, propio de los
establecimientos urbanos. Este modelo crea un desarrollo armónico con
éxitos más eficiente que el urbanismo en términos de presión demográfica
y manejo extensivo de espacio, y acceso igualitario a los bienes en movi-
miento.

28
El modelo avanzado de interacción giratoria fue estimulado por
diversos ejes pre-tiwanaku de la cuenca del rritikaka, los cuales se conectan
y adquieren un notable desarrollo con Tiwanaku. Se expandió por el
altiplano Centro-Sur incluyendo valles y costa periférica del Norte de Chile
y noroeste argentino. Sin embargo, no accedió hacia las regiones bajas
orientales, donde las agrupaciones · locales no lograron interpretar el
proceso de búsqueda de armonía social y productiva como requisito para el
ingreso hacia la movilidad giratoria. En efecto, las poblaciones marginales
del oriente con apoyo cazador-recolector no se incorporaron al patrón
aldeano y se marginaron del alto nivel de interacción social, constituyendo
una faja meridional opuesta al movimiento giratorio.
Hemos propuesto que el patrón giratorio permite la interacción de ejes
de diversas complejidad residencial, dispersos en distintos enclaves
ecológicos que implican un alto nivel de participación social sobre las
aparentes limitaciones ecológicas y étnicas. La naturaleza económica de
estos movimientos parece diferir en términos de operaciones de transacción
de bienes y explotación de recursos diferenciados, durante el desarrollo de
comunidades complejas en los Andes Centro-Sur.
El esquema siguiente se ordena dentro de una secuencia temporal y
desarrolla los diversos patrones de movilidad giratoria en los Andes
Centro-Sur. Esta secuencia se inicia con los tempranos movimientos de
cazadores-recolectores, y después es seguido por seis órdenes sucesivos de
amplificación, oportunidad en que se explica cada patrón específico de
movilidad y su interacción entre las actividades de las tierras altas (puna-
altiplano) y la región costera. Los Andes Centrales y sus respectivos
patrones de tráfico no han sido considerados in toto, por cuanto no está
incluido en este ensayo la tipificación de las diversas formas de movilidad
en los Andes. Sin embargo, tal como lo hemos mencionado, los datos más
relevantes de los Andes Centrales en relación con las propuestas sobre
movilidad giratoria se han incluido en la discusión de cada uno de los
patrones particularizados en el capítulo VI.
El esquema es el siguiente:
A. Movilidad arcaica inicial o exploratoria (8000- 1800 a.C.)
B. Amplificación 1: 1novilidad transicional (1800 - 900 a.C.)
C. Amplificación II: movilidad productiva pre-Tiwanaku (900 - 400 a.C.)
D. Amplificación III: movilidad complementaria convergente Tiwanaku
(400- 1000 d.C.)
E. Amplificación IV: movilidad regional post-Tiwanaku ( 1000 - 1450 d.C.)
F. Amplificación V: movilidad controlada Inka
G. Amplificación VI: movilidad andina versus mercantilis~o
Para comprender este esquema se hace necesario identificar la diver-
sidad ecológica-productiva en los Andes Centro-Sur, que a continuación
consideraremos.

29
V. MARCO ECOLOGICO DIFERENCIADO COMO
PRERREQUISITO DE MOVILIDAD EN LOS ANDES

A. ASENTAMIENTOS, MOVILIDAD Y ECOLOGIA EN LOS


ANDES CENTRALES
Antes de atender con ciertos detalles la aplicación de nuestra propues-
ta, tendiente a definir arqueológicamente el desarrollo de las comunidades
agro-ganaderas-caravaneras en los Andes Centrales y Centro-Sur, debere-
mos considerar las implicancias ambientales en términos de pasado y
presente. Por cuanto, se advierte la importancia de comprender las diver-
sas clases de patrones de explotación aplicados por comunidades humanas
y la necesidad de movilidad que manifiestan diversas culturas andinas.
Los Andes Centrales y su continuación inmediata, están caracteriza-
dos por varias zonas fisiográficas bien definidas, fluctuantes entre los ricos
recursos del mar, desiertos estériles, hasta las altas regiones forrajeras y
la foresta tropical húmeda oriental. Desde el Norte del Perú se extiende
hasta Chile Central un extenso territorio árido-semiárido, entre el flanco
occidental de la cordillera andina y el Pacífico. El medio ecológico sobre la
plataforma continental y la zona del litoral aledaño, es capaz de proveer
recursos potenciales en una de las áreas con mejores posibilidades a nivel
mundial. La corriente de Humboldt provee durante todo el año de
abundante pesca y mariscos, incluyendo una múltiple variedad de peces,
aves, mamíferos de mar, y productos transportables como alimentos secos
y salados, guano, conchas, etc., útiles para el tráfico interregional andino.
Seguramente que las características más relevantes del desíerto
peruano, son las altas elevaciones andinas y los oasis que en forma de valles
se extienden desde las altitudes superiores hacia el Pacífico, dentro de un
paisaje árido circundante. En las zonas de eficiencia de desembocadura de
ríos, reducidos y tempranos poblamientos sedentarios fueron capaces de
llevar adelante una economía basada primariamente sobre la explotación
de productos marinos y secundariamente con la adaptación de cultígenos
(ver Bird 1963, Lanning 1963, 1967; Patterson 1966, 1971; Moseley 1972,
1975 y, Cohen 1976).
A lo largo de la costa N or-Central y central específica del Perú, las
colinas costeras soportaron un tipo especial de vegetación de lomas, como
una consecuencia de la presencia continua de humedad o neblinas rasantes.
Esta vegetación se presenta últimamente, sólo durante los meses del
invierno costero. Aquí el efecto de la garúa, las transfor1ua en áreas de
recursos forrajeros subtropicales, pero de escaso uso en términos de
activación agrícola. Lanning (1963) identificó un patrón de nomadismo
estacional (trashumancia entre las tierras altas y la costa central) durante
tiempos precerámicos medios a tardíos (Ca. 8.000-4.000 a.C.). Es probable
que durante la temporada de garúas, el forraje de las lomas costeras atraía
a manadas de guanacos serranos, ciervos y hon1bres. Si bien es cierto que
entre las lomas de Ancón y la costa hay recursos óptimos para fijar
poblaciones, es sugestivo aceptar que el trazado de las viejas rutas
guanaqueras hacia áreas de forrajes temporales, como el caso de las lomas

30
costeras, pudo estimular el traslado de cazadores desde alturas serranas a
la región costeña de mayor estabilidad productiva.
En los valles con zonas de desembocaduras de ríos se activó una
agricultura intensiva dependiente de irrigación, aunque también se posi-
bilitó la implantación de cultivos tempranos de escala reducida, generados
en las tierras húmedas de las bocas de los ríos, sin obras de canalización
convencional (ver Kosck 1949, 1965; Collier 1962; Lanning 1967; Rowe
1963; Moseley 1974). De esta manera en la región costera se combinaron
eficientemente una economía de base marítima con prácticas de agricultu-
ra avanzada. Esta combinación estimuló un alto desarrollo de sociedades
teocráticas centralizadas y tardíos estados seculares. Las sociedades de la
costa norte y central lograron un alto desarrollo con urbanismo definido, al
tanto que se habían fijado altamente a su ambiente. Esta mü~ma centrali-
zación en un medio de vida urbanizado, primeramente con una economía
agraria y secundariamente con el manejo de recursos marinos, también
forzó a estas sociedades costeñas al establecimiento del tráfico de larga
distancia para el logro y acceso a rubros exóticos o externos.
Las tierras altas de los Andes Centrales se componen de valles y
cuencas intermontanas separadas por planicies elevadas y altos pasadizos
montañosos. Los registros de lluvias de pendientes son cuantiosos, con
aumento gradual en la medida que se adentra hacia el este, al ambiente
selvático. Las tierras altas en general se han dividido en las sub-zonas
Norte, Centro y Sur, cada cual con sus ambientes y rasgos topográficos
diferenciados. Hacia el norte, la cuenca del río Marañón constituye el rasgo
más significativo. La altitud de este paisaje es menor, comparativamente,
dentro de las tierras altas circundantes, e incluye un ambiente tipo páramo,
el cual está flanqueado tanto hacia los lados este como el oeste de los Andes,
por una cubierta de foresta tropical a semi tropical. La precipitación es muy
alta en esta sub-zona, pero la explotación de las lluvias de pendientes en
términos agrarios es, sin embargo, de débil desarrollo, limitándose sensi-
blemente por lo escabroso de la topografía. Aquí, valles pequeños y aislados
proporcionan escasos recursos de suelos, con aterrazamientos combinados
con trabajos agrícolas en estrechos límites aluviales que apena·s pueden
sostener poblaciones de densidad creciente.
Las tierras altas centrales comprenden la cuenca del río Mantaro, la
región puneña y las sierras montañosas aledañas. La puna de Junín es el
cuadro topográfico dominante de esta sub-zona, con una precipitación más
lilnitada. Aunque esta área permite algunos cultivos en algunas parcelas
aisladas, su explotación es esencialmente ganadera.
El área sur de las tierras altas está primariamente constituida por las
cuencas de los ríos Paucartambo, Apurimac y Urubamba. Esta es una sub-
zona favorecida tanto con precipitaciones considerables cómo con abundan-
te cursos perennes. Esto permite practicar una agricultura de pendientes
y suplemento de irrigación con mayores posibilidades que en cualquier otro
lugar de las tierras altas, excepto posiblemente en algunos bolsones
aislados del centro y hacia el norte de las tierras altas con algo de crianza
de ganado.
El área periférica que ciertamente afianza estas consideraciones es la

31
foresta tropical de las pendientes del N. y E. de la vertiente andina, desde
elevaciones cerca de los 2.800 n1ts. descendientes a los 800 mts., cerca del
valle de Zaña en el norte peruano, todo 'el ambiente bajo de la cuenca del
Amazonas, · y los pisos del lado este. En este espacio la horticultura y
agricultura a base de la producción de semillas puede ser practicada, e
inversamente la posibilidad ganadera es excluyente. Sin embargo, el acceso
de caravanas pudo permitir ]a penetración del tráfico andino hacia e]
margen de la vertiente oriental de foresta tropical. A pesar de esta
posibilidad (v. gr. acceso a cocales) aún se requiere de nuevos y mejores
datos arqueológicos y etnográficos que verifiquen o rectifiquen el nivel de
adaptación y eficiencia del funcionamiento de los camélidos de carga en
estos espacios orientales.
Los cambios altitudinales entre estas áreas juegan un rol determinan-
te en el desarrollo climático de grandes espacios de los Andes Centrales. En
efecto, las regiones con elevaciones considerables poseen regímenes
climáticos que se zonifican verticalmente. Aunque todos los elementos
básicos de ambiente y clima (temperatura, humedad, presión y vientos) son
modificados por el incremento de altura, sin duda que el factor temperatura
es el de mayor sobrevaloración. En términos globales, las principales zonas
de los Andes Centrales se reconocen usualmente como tierras cálidas,
templadas y frías. .
Las tierras cálidas equivalen al territorio bajo, ubicad_o al occidente de
las elevaciones andinas (aproximadamente bajo los 1.000 mts.), con condi-
ciones desérticas-cálidas. La tierra templada se ubica normalmente sobre
los 900 a 1.800 mts., ·pero en algunas regiones se extiende aún hasta 2.400
mts. En las regiones más altas, hacia los 3.000 mts. se ingresa a la tierra
propiamente fría. Es esta la zona sujeta a congelaciones. Aquí crecen
cubiertas de pastos alpinos que se extienden aproximadamente desde los
3.500 a los 5.500 mts. en la línea de nieves.
Las diferencias extremas en altitud también . han jugado un rol
importante en la adaptación biológica sobre los territorios de altura. Los
estudios de Paul Baker (1969) sobre andinos que habitan elevaciones entre
2.800 y 5.500 mts. permitieron descubrir que allí había ocurrido una
adaptación genética bien definida. En esta área hay una alta proporción de
nacimientos y una alta frecuencia de muerte. La proporción de muerte es
inusualmente alta entre el sexo femenino. La población local representa
también un alto flujo sanguíneo a extremos que durante la exposición fría,
en el caso de los adultos, el consumo máximo de oxígeno es realmente alto .
Tanto los europeos como los habitantes de las tierras bajas debieron
tener dificultades adaptativas en las alturas mayores (Baker 1969; Monje
1968; Frisancho 1961). Los europeos presentan bajo porcentaje de naci-
mientos, alta proporción de partos deficientes, abortos, mortalidad infantil,
y baja capacidad de trabajo. Sin embargo, no se advierten desajustes
críticos de la adaptación de alteños en las tierras bajas.
Las consideraciones generales de los diferentes estímulos para la
movilidad en los ambientes configurados en uno u otro contexto costeño o
serrano de los Andes Centrales ha sido discutido previamente (Dillehay
1976, n. d.a.). En las tierras altas se regis~ran diversos grados y combina-

32
ciones variables de alturas acompañadas de períodos estacionales de
intenso congelamiento y estaciones lluviosas. Así, se regis~ra un hectareaje
cultivable reducido en la mayoría de las áreas, con mono-cultivos, que
restringen el rango de diversidad de la producción agraria y su dependencia
dentro del ciclo anual. En el área más inhóspita de la puna hay menos
oportunidades para producir alimentos en términos diversificados. En
consideración a estas condiciones era factible para los grupos de regiones
altas, iniciar el establecimiento y mantenimiento de relaciones económicas
seguras con áreas distantes, particularmente a lo largo de la región costera,
donde habían intensas actividades económicas durante todo el año.
La sociedad de la costa peruana, particularmente aquéllas del área
norte y centro, practicaban una agricultura ventajosa y altamente produc-
tiva, la cual no podía activarse aproximadamente sobre los 1.000 mts. a
nivel de valles. Sin duda que la combinación de estas prácticas a lo largo de
todo el año, con la continua explotación de recursos marinos, dieron las
bases para el desarrollo de sociedades urbanas fijas, con altos niveles de
centralización. En términos de diversidad y seguridad de ritmo de produc-
ción, la sociedad costera fue probablemente más estable en relación a las
situadas en las tierras altas. Sin embargo, los productos de tierras altas y
de la selva, que los pobladores de las tierras bajas necesitan, deben ser
logrados principalmente a través de las prácticas del tráfico de intercambio
con pobladores agro-ganaderos móviles que debieron descender hacia las
zona_s bajas por una razón u otra.

B. CUENCA DEL TITIKAKA, PUNA Y SU AMBITO DE


INTERACCION EN LA VERTIENTE OCCIDENTAL

Al bosquejar un perfil entre la costa y la cuenca del Titikaka se


comprueba una impresionante zonación vertical. Se trata de un
escalonamiento que asciende desde el piso costero del Pacífico, sube por los
valles inferiores a través de los planos inclinados, alcanzando niveles
superiores hasta sus nacimientos en la línea divisoria de aguas, que suele
coincidir con los Andes específicos. Al Este de la divisoria, el altiplano se
extiende adquiriendo diversas categorías ecológicas que han sido resumi-
das por Troll, 1958 (ver lándna 2). Al ingresar en la zona del lago Titikaka
la «Puna normal» establece márgenes de producción de sumo significado.
Tanto los valles mesotérmicos como los suelos de la <<Puna normal» son
apropiados para una alticultura del complejo Cordillerano, especialmente
de tuberosas y quinua, pero con mayor desarrollo ganadero, apoyado por el
ambiente seco y frío que favorece el crecimiento de pastos naturales
mantenidos por las lluvias intensas de verano. De este modo, el marco
geográfico de la cuenca del Titikaka es desde el aire un enorme lago rodeado
de mozaicos de tierras cultivadas con extensiones adecuadas para la
producción agropecuaria. La población pre-europea estableció tempranos
círculos de movilidad, manteniendo como cabeceras a múltiples
asentamientos ejes que se sucedieron en diversos hábitats lacustres. En
esta gran cuenca con drenaje de aguas dulces (aguas profundas con
temperaturas de llQ) se produce una suerte de «micro» ambiente muy

33
E 0 DESIERTO EXTREMO
o 0 VALLES SERRANOS

e 0 OASIS PIEMONTANOS DE AlACAMA

? ?
~
'1(

X
LEYENDA
~
. ·o
·r
')(
o
A. VALLES TRANSVERSALES :.. :::.<
o
NORTE (DESIERTO ) · J

B. PUNA SECA

c. PUNA NORMAL

o. FAJA DE PARAMO

E. BOSQUE TROPICAL
LLUVIOSO

~
Gi:i5' SALARES
C) LAGOS

( TROU, 1958, CON ADICIONES)

34
productivo en relación a su techo de altura aparentemente inhóspito. Los
estudios de Alan Kolata, Gray Graffam, Linda Manzanilla y otros, son
buenos ejemplos de nueva información disponible para la mejor compren-
sión del rol de las tierras altas en torno a Tiwanaku y sus redes de
interacción.
Ciertamente que en las llanuras que rodean al lago se desarrollan
intensamente los cultivos de secano, favorecidos por la humedad prove-
niente del lago que, en general, otorga un mejoramiento de las condiciones
de producción, (recolección, caza, agricultura y ganadería), en espacios
relativamente restringidos con estímulos directos a la estabilidad humana.
La densidad actual de población (entre 50 a 160 habitantes actuales por
kilómetro cuadrado), sugiere recursos adecuados para grandes concentra-
ciones de energía humana. Una vez controlada la producción agropecuaria,
diversos grupos se expandieron en un multidireccional desarrollo aldeano,
bajo un control dinámico de recursos utilizables en la vertiente oriental y
occidental del altiplano central, a través del manejo de excedentes de mayor
potencial en el contexto altiplánico. La masa ganadera (llamas, alpacas,
etc.) y la alimentación de tuberosas y carnes deshidratadas, conformó una
base de subsistencia típicamente altiplánica, centralizada en los óptimos
ambientes del Titikaka. El almacenamiento excedentario de alimentos
deshidratados y el cuidado especial de sus rebaños, no sólo protegía a las
comunidades de las temporadas de sequía, déficit de crianza, ciclos adver-
sos de heladas, etc., sino que también acumulaban excedentes que ayuda-
ron al proceso de expansión a través de colonización y tráfico caravanero
hacia las fajas de ambientes no altiplánicos de oriente y occidente. Cuando
esto ocurre, el altiplano logra un desarrollo dinámico, con ejes de mayor
prestigio establecidos en los contornos de la cuenca, donde se fijan los
primeros movimientos giratorios de interacción.
El desarrollo de este patrón económico no diversificado de impronta
netamente altiplánica, proviene de raíces pre Chiripa (Browman n.d.) y
guarda estrecha relación con el desarrollo temprano de una forma de
pastoralismo arcajco. Los recientes estudios propuestos por Mark
Aldenderfer para sitios cubiertos en las tierras altas, apuntan a esta proble-
ma ti ca, al tanto que Jorge Orellano ha iniciado un proyecto orientado a
formular una secuencia arcaico-formativo en las tierras altas del Sur de
Bolivia. Es muy poco cuanto se sabe de estas tempranas formaciones
sociales altiplánicas pre-formativas; a partir de Chiripa (Ponce, 1970), la
estabilización de pastores especializados es de tiempo completo. En verdad,
la expansión cuantitativa de la ganadería (llamas) y a su vez cualitativa
(alpacas) implicó el trabajo de captación de nuevos pastizales y bofedales,
con dominios de espacios cada vez más alejados de sus centros «Originales».
Esta expansión parece ser previa a la ocupación agrícola, especializada,
pero en última instancia ambas modalidades conforman el contexto de
cambios agropecuarios que justifican una verdadera explosión demográfica
posterior. Es cierto que los recursos naturales del altiplano no eran
diversificados por el escaso contraste ecológico de su ambiente. Esto
estimuló una temprana tendencia a especializar determinadas actividades
a través de la disposición de una red de ejes que hacían circular diferentes

35
bienes dentro de una unidad espacial homogénea, que exigía de una
conducción política.
Aceptamos que el modelo altiplánico de desarrollo no diversificado
implica el establecimiento de contactos multi-étnicos e ínter-ecológico,
fundamentados en una inteligente estrategia de armonía social. Esta
expansión altiplánica bien dirigida fue capaz de imponer una convivencia
con objetivos concretos: acceso a pisos ecológicos diferentes con produccio-
nes no altiplánicas.
De Jo anterior hay algo que debe tenerse en cuenta. Si hoy el 80% de
la población de Bolivia vive sobre los 3.000 mts. de altura, y si el 50,3%
todavía se mantiene de la producción agropecuaria, es porque la potencia-
lidad agro-ganadera fue suficiente para mantener densas poblaciones que
irreversiblemente debieron contactar con otros ambientes para equilibrar
su medio no diversificado.
Hemos afirmado que desde los pisos costeros, ascienden hacia la línea
divisoria de aguas diversos valles, que en la 1nedida que se afectan por la
zonación vertical, alcanzan su carácter serrano, en torno a las altiplanicies.
En estos val1es bajos la adaptación humana se dispone en hábitats vincu-
lados con la agricultura del complejo Tropical-semitropical (sin énfasis
ganadero) en ambientes más bien cálidos, con fuertes relaciones maríti-
mas. Pero, en los valles más altos o serranos el régimen se altera por el
aumento de la pluviosidad y consecuentemente se incrementa la ganadería
con mezcla de producciones cordil1eranas y semitropicales. De acuerdo a
Troll (1958), estos valles bajos y altos de producción n1ás diversificada,
logran contactar en el altiplano con la especial ecología de «puna seca» (Sur
del Perú). En el Perú, la relación valle-puna seca, ha sido estudiada por
Fonseca (1966: 31-32) de donde se deduce el contenido andino de la
movilidad giratoria:

«Al bajar de Chaupiwaranga el Caurino trae consigo carne, queso y


lana para cambiar por maíz. Brinda al hombre de la quebrada parte
de su fiambre (comida fría a base de pachamanca, queso cachipa,
tocosichuño), en cambio recibe de éste cauche, chicha, humita y
el caldo de la quebrada. Para ambos el intercambio de productos y de
comida preparada tiene una significación especial; se ofrecen los más
valiosos, los anhelos mutuos, lo que llaman el silu, no por bondad o
generosidad sino por obligación. Los caurinos conocen el sil u de los de
la quebrada y viceversa por lo que son diferentes en contenidos, pero
no como valor cultural local o regional. En esta forma la economía de
Cauri se complementa con la economía de los pueblos de
Chaupiwaranga. El hombre de esta quebrada además de tener
acceso a maíz y papas tiene derechos en la producción ganadera de los
Caurinos; es decir, aquí nuevamente ha surgido el ideal de aparear la
puna con la quebrada, lajalga con la kechwa ... ))

Para entender el trasfondo de esta armonía social, como remanente de


viejas tradiciones pre-europeas entre valles y tierras altas, tenemos que
establecer que Cauri es una com.unidad puneña situada a los 3. 700 mts., con

36
cultivación de altura en ciertas temporadas específicas. En las parcelas
altas hasta el límite de los pastos naturales las chacras son «precarias»
orientadas al complejo cordillerano (papas o manay, ocas, ollucos, mashwa,
quinua, habas y cebada). Este carácter «precario» está dado porque cada
cultivo va entrando a un circuito anual en turnos, bajo ceremonias especí-
ficas. Sin embargo, Fonseca (1966: 28) aisló bien la diferencia en relación
a las chacras de maíz, que las identifican «Chacras de sembrar de todo
tiempo». En la quebrada serrana el maíz se asocia a otros cultivos del
complejo Tropical-semitropical (calabazas, zapallos, legumbres, etc.), con
ganado de poca importancia. Este hecho es relevante por cunto los habitan-
tes de Cauri se reconocen miembros de un ambiente Jalga runa que
implica una funcionalidad específica: <<criaderos». Mientras que los habi-
tante.s del valle serrano de Chaupiwaranga se reconocen como Kechwa-
runa y Kebrada-runa, y la función surge de inmediato: Chacra runa.
Ambos objetivos son complementarios a través del intercambio. Pero en la
puna la ganadería adquiere el <<poder» económico vital, mientras que en la
quebrada alta el hombre adquiere un severo control de diversas porciones
de tierras situadas en diversas condiciones ecológicas. Se trata de asegurar
otro «poder», equilibrando la baja de producción por malas cosechas, con el
éxito en otras porciones debidamente sembradas (efectos climáticos adver-
sos). Fonseca ve un enfrentamiento hombre-paisaje que lo interpretamos
como un entendimiento ecológico y social:

«Sólo sabiendo continuar una serie de experiencias o elementos


culturales podrá igualar sus fuerzas con las de sus contendores y
alcanzará igualar la madurez de las plantas para el día de la cosecha,
de lo contrario perderá».

Ante este desafío, el hombre asegura este entendimiento controlando


pisos ecológicos aledaños que pueden considerarse como «islas» al servicio
de una «región» productiva. Para este deslinde de «islas» productivas,
existió un clarividente conocimiento del medio andino. Los quebradeños de
Chaupiwaranga clasifican maíces y papas en «duros» y «blandos» según
sean zonas con caracteres climáticos que implican alturas superiores e
inferiores, y por cierto que un maíz o una papa dura o blanda tiene a su vez
una función diferente. Fonseca (1966: 29), al plantear las diferencias
ecológicas quebradeñas en relación a cosechas buenas o malas por la acción
climática y el control de varias porciones de tierra para balancear los
resultados finales, escribió una observación que parece ser clave: «Si en la
altura pierde, en la quebrada escapa>>, y así viceversa; de modo que una
derrota contrae el éxito en otro sector sembrado que no sufrió desajuste
climático.
De estas indicaciones surge la premisa que las poblaciones de la faja
de valles altos del Sur del Perú y Norte de Chile en contacto con puna y/o
altiplano necesitaron recíprocamente de sus producciones diferenciadas.
Este cuadro irreversiblemente condujo a integraciones bajo sistemas polí-
ticos comunes, en «convivencia social» sin necesidad de mantener una
unidad étnica de interacción. Este sistema socio-dinámico implica relacio-

37
nes armónicas, basadas en el establecimiento de rutas de desplazamientos
in ter-ambientales.
Dos casos etnográficos: pastores de Paratía y de Cailloma, nos
ejemplifican las ·operaciones tradicionales implícitas en el movimiento
caravánico sobreviviente en la actualidad y ratifican el alto nivel de
armonía social antes mencionado. Es posible que estos modelos no se
presenten muy alterados, salvo en nuevas formas de transacciones, traslu-
ciendo valores pre-europeos altamente diagnósticos.
En efecto, los pastores de Paratía del Depto. de Puno (Flores Ochoa,
1977) ofrecen aspectos tradicionales del tráfico de caravanas, sobrevivien-
tes del viejo patrón pre-europeo. Una vez que se han preparado las cargas
el jefe de familia señala la fecha de partida. En las vísperas se desarrollan
ceremonias auspiciatorias (salud y mantención de animales) . Los núcleos
familiares que ven ausentarse a los varones se suplementan de servicios a
través de parientes y vecinos, por medio de alianzas que implican retribu-
ciones de bienes. Es importante señalar que los niños se incorporan a las
caravanas para recibir la preparación tradicional suficiente.
Durante un día cubren 20 kms. aproximadamente y las cargas en
términos de peso varían según las distancias. Aunque cada llama puede
cargar entre 50 a 60 kilos entre distancias cortas es el peso de 30 kilos para
largas expediciones ínter-regionales. Cada conductor controla 15 a 20
llamas, de manera que actualmente una recua de andinos «ricos» puede
alcanzar más o menos 70 llamas, bajo la colaboración de otros conductores .
Aún persisten grupos de traficantes estables que han logrado altos niveles
de cooperación y solidaridad tanto entre su familia como en los lugares de
recepción.
Durante cada viaje llevan sus equipos de dormir y comer, ocupando
lugares pre-establecidos para pernoctar (cuevas, corrales, etc.), por vías
tradicionales entre la puna y la costa. Los aspectos operativos de estos
movimientos se han descrito magistralmente por Flores Ochoa ( 1977: 146,
147, 148):

«Como ya se indicó, la mercadería principal para los intercambios es


la procedente de la textilería y de la ganadería, como carne seca
(ch'arki), sebo, cueros, pieles, fibra de llama y alpaca, también carne
fresca, porque se pueden sacrificar algunos animales de los que llevan
para trocarla por productos agrícolas. Pero no sólo intercambian sus
propios productos sino que también comercian otros bienes y se
desempeñan como intermediarios. Por ejemplo, pueden dirigirse pri-
mero a Pucará, en la misma provincia de Lampa, donde intercambian
o compran objetos de cerámica a los productores de esa zona. Cargadas
sus llamas con estos productos emprenden el camino a su meta final ,
que puede estar ubicada en el mismo Departamento de Puno o en los
vecinos. En otras oportunidades complementan sus cargas con costa-
les de chaqo o phasalla, variedades de arcillas comestibles, que
transportan a las poblaciones de agricultores de Cabanillas, Pusi,
Capachica en el Departamento de Puno, para cambiarlas por papas ,
cebada, qañiwa, olluko. Cuando se dirigen a los valles costeños es por

38
higos, manzanas, naranjas, duraznos e incluso tunas y uvas, que luego
transportan a las cabeceras de los valles para cambiarlos por maíz,
papas y otros tubérculos y gramíneas. Hasta hace menos de treinta
años llegaban a las yungas y valles bolivianos por naranjas, maíz y
coca.»
«Las rutas más frecuentadas son las que conducen a Arequipa y
Moquegua. Los intercambios interzonales abarcan los valles de Chivay,
Cailloma, la cuenca del río Qolqa hasta Camaná por Cabanaconde,
que es su principal fuente de abastecimiento de trigo y cebada;
también se dirigen a Yumina, Pocsi, Wanka, Qequeña, Lari, Maka,
Achoma, y decenas de villorios y pequeños valles diseminados en las
serranías de Arequipa. Cuando intercambian en el Departamento de
Moquegua los puntos de mayor atracción son las inmediaciones de
Omate, Puquina, Quinistacas, Quinistaquillas, Matalaque, La Capi-
lla, Torata, Coalaque, las inmediaciones del volcán Ubinas, incluso
llegan hasta la misma ciudad de Moquegua en busca de manzanas,
higos y uvas».
«Las medidas de cambio que usan para el trueque s9n variadas y
admirables de acuerdo a la estación. Por ejemplo, 40 kilos de maíz se
cambian por un costal de fibra de llama. Dos «Camanas)> de maíz,
(aproximadamente 35 kilos), por un costal más pequeño de fibra de
llama; un «salón» de palos de sauce (7 a 8 cargas de palos, la carga está
formada por 4 palos de 4 metros de longitud cada uno) se da por carne,
generalmente un brazuelo; una soga de cuatro brazas se vende en 40
soles o se cambia por media «camana» de maíz o de higos. Muchos de
los «lampeños>>, como llaman genéricamente a los pastores en los
valles de Moquegua, vienen sin mercaderías y consiguen lo que
necesitan ayudando en las cosechas, transportando en sus llamas las
cargas de maíz desde los campos de cultivo hasta las viviendas o
también tejiendo frazadas y ponchos a cambio de bienes o pago en
dinero con el que luego adquieren los productos del lugar. En Ubinas
indicaron que los «lampeños vienen a lo largo de todo el año, pero con
mayor intensidad en junio y julio cuando se recoge la cosecha de maíz
y cebada; también traen animales que carnean para la cosecha de
frutas en diciembre, enero, febrero y marzo. Un anciano residente en
Omate informó que hace cincuenta años los «lampeños» traían «muy
buenas ollas de barro, incluso ch'uño, sogas, ponchos y bayetas para
los trajes de invierno en que hace mucho frío». «También venían por las
fiestas del Corpus de Omate trayendo bailarines y músicos e iban de
casa en casa tocando y se hacían regalar frutas y maíz a cambio, con
lo que llenaban sus costales. Cuando trabajaban en la cosecha por 30
ca manas de higo que recogían se les daba diez. Hoy en día ( 1973) se les
paga de 20 a 30 soles con mesa puesta. Con la plata compran trigo,
frutas y granos (maíz)».
«Cuando cambian sus productos por los agrícolas como papas, maíz y
cebada regresaban directamente a sus hogares. Si han obtenido bienes
de intercambio como higos, naranjas, manzanas, uvas o duraznos los
utilizan para obtener los bienes de consumo como papas y otros

39
tubérculos en las comunidades agrícolas de la puna baja y sólo con
ellos regresan a sus hogares.»
«El comercio dentro del Departamento de Puno está dirigido a la parte
norte del lago Titicaca, especialmente a la península de Capachica , a
las orillas del lago Arapa y a los centros poblados de Coata, Huata,
Santiago de Pupuja, Pukara y lugares circunvecinos. Tan1bién llegan
a los valles cuzqueños, en especial al del Vilcanota y a la parte alta del
río Apurimac, en la Provincia de Paruro. El 14 de septiembre se hacen
presentes en la feria anual del Señor de Huanca, a 45 kilómetros de la
ciudad de Cuzco. Ahí cambian costales, ponchos, frazadas, fetos de
camélidos, fibra de alpaca, bayetas y sebo por maíz, papas , cebada y
trigo. En la provincia cuzqueña de Chumbivilcas obtienen caballos,
preferidos por su resistencia, hermosa presencia y porque otorgan
prestigio a sus dueños».
«Los viajes interzonales duran varios días . Las zonas «cercanas»
requieren como promedio ocho días, en cambio las lejanas con facilidad
exceden del mes de caminata o de 45 días en un viaje de ida y vuelta .
Entre viaje y viaje se dedican a las otras actividades del pastoreo, como
la dirección del apareamiento, la trasquila, el cambio de «ahijaderos»
o a cumplir con las diferentes ceremonias>>.
«Ciertas rutas de viaje así como los valles a los que conducen son más
usadas que otras por determinadas familias y comunidades. Esto
produce una ampliación de la frecuencia de contactos personales con
determinados agricultores, que incluso llegan a institucionalizarse
por medio de relaciones de compadrazgo, con todas las obligaciones y
deberes que surgen de este tipo de relaciones, entre las que pueden
citarse la concesión de ciertas facilidades como alojamiento, reserva de
los productos de primera calidad, preferencia para elegirlos primero,
posibilidad de obtenerlos en años de mala cosecha o cuando escasean.
El agricultor espera reciprocidad bajo las mismas circunstancias,
aunque no «suba» a la puna con la misma frecuencia que el pastor llega
a sus chacras. La máxima altura a la que llegan es la de las comuni-
dades de agricultores de la puna baja, hasta donde van por semillas de
papas. El intercambio es una relación entre amigos y conocidos, que va
más allá de las relaciones simplemente comerciales y adquiere las
características de obligaciones mutuas entre amigos que se conocen
desde niños. Las transacciones se rodean de un ambiente amical , que
hace muy agradable cada visita y donde queda abierta la expectativa
de la próxima. Sin embargo, no hay información de que se rea1icen
matrimonios entre parejas de pastores y agricultores, sobre todo que
algún pastor lleve una mujer del «bajío» a la puna porque << jqué v a a
acostumbrarse en estas alturas!»

Otra inferencia del tráfico en el altiplano sur lo da Casaverde (1977 ):

«Desde el punto de vista del pastor caillomino, tener un «conocido» en


los pueblos que debe visitar es de vital importancia y en gran medida
de estas relaciones depende el éxito del viaje. El pastor a su arribo debe

40
contar con una persona de confianza a cuya casa puede llegar en busca
de posada, un lugar para asegurar sus llamas y un candidato seguro
para hacer el trueque».
«Las relaciones de «conocidos» generalmente se remontan a varios
años atrás y muchas veces han sido transmitidas de una generación
a otra. Por consiguiente, es importante adquirir y mantener estas
relaciones. Por ejemplo, en Cabanaconde (valle de Colea) algunas
1nujeres esperan a los pastores a la entrada del pueblo ofreciéndoles
posada y un lugar donde guardar las llamas. Tal gesto tiene el objeto
de tener nuevos conocidos con quienes trocar sus productos. Algunas
veces estas invitaciones son aceptadas dando lugar a la posibilidad de
nuevas alianzas. Pero, en la mayoría de los casos el pastor elude las
ofertas y se dirige a la casa de su conocido, donde después del
acostumbrado obsequio introductorio (generalmente una pierna de
llama) y el intercambio de saludos, el dueño de la casa aparta para sí
todos los artículos que necesita trocar o que tiene pedidos desde el año
anterior. El remanente, si es que lo hay, es ofrecido en trueque a otros
conocidos del pastor o a los familiares o vecinos del anfitrión. Antes de
retornar, el pastor recolecta los productos intercambiados y general-
mente es obsequiado por sus conocidos con productos de la región más
o menos equivalentes al obsequio de presentación que hizo».
«Ü sea que estas relaciones deben ser reactivadas cada vez que se
_efectúe el trueque a través del intercambio de obsequios, saludos
estereotipados y otros actos tendientes a revalidar esta alianza».

Los pastores de Cailloma, en el altiplano sur del Perú (Casaverde,


1977) aún alcanzan la costa del Pacífico, en los valles de Sihuas y Camaná,
donde intercambian cultígenos tropicales como el maíz por charqui, y aún
se incorporan como jornaleros ocasionales. El sistema de trueque, se
orienta a las quebradas, aún de Cuzco y la costa, con una ideología muy
definida. Casaverde (1977: 175-176-177) señala aspectos que también
reflejan relaciones tradicionales de data pre-europea.

«El sistema de trueque funciona alrededor de productos como fibra de


alpaca, lana de ovino, carne fresca, carne seca (charki), ·animales
vivos, qochayuyo (de esta alga existen dos variedades, una recolectada
por los pastores en las lagunillas de las punas y la otra proveniente de
la costa pacífica), etc.; para trocar también se valen de otros productos
obtenidos con dinero a precios de mercado. Los «viajes» se realizan
siguiendo rutas tradicionales y arreando recuas de llamas cargueras,
hasta de 100 animales. Es decir, que los pastores cuentan con un
transporte propio utilizado eficientemente».
«Paso imprescindible para empezar un viaje es la realización del k'ichi
y el ch'allakuy. Estos son ritos tradicionales ofrecidos a sus deidades
y están destinados a solicitar «permiso para el viaje» y ser protegidos
durante el trayecto contra los «espíritus malignos)) y abigeos mientras
transitan por lugares desolados y caminos poco frecuentados. Piden
también tener éxito en las transacciones de intercambio. Estas cere-

41
monias generalmente las preside el jefe de familia y se efectúan con la
participación de todos los familiares y vecinos que están relacionados,
en una u otra, con el viaje a efectuarse».
«Los pastores de Cailloma afirman que sus padres, los padres de sus
padres y otros antecesores más remotos practicaron los viajes para
realizar el trueque como «la única forma conocida de conseguir los
productos de consumo». En la actualidad, el «viaje» es todavía la forma
más frecuente y preferida para conseguir los bienes mencionados» .
«El «viaje» también ha venido a formar parte de los mitos, cuentos y
leyendas de los pastores. Algunas de estas narraciones remontan la
realización del «viaje» a épocas pretéritas del Apu Ausangati y a los
albores de la «creación» de llamas y alpacas>>.
<~Los pastores para el mejor éxito de sus viajes han institucionalizado
una amplia red de «conocidos» (amigos, o compadres) en los pueblos
agricultores que visitan, para así facilitar y al mismo tiempo asegurar
el intercambio de sus productos. El trueque consiste esencialmente en
el intercambio de bienes producidos a nivel de unidades domésticas y
está sujeto a ciertas regulaciones específicas. Por ejemplo, no se trata
de una transacción pública abierta a cualquier persona, dado que se
efectúa en el ambiente familiar de la casa del conocido».

C. LOS PISOS ECOLOGICOS DE LA VERTIENTE


OCCIDENTAL DEL ALTIPLANO: MOVILIDAD
Y ASENTAMIENTOS

Un análisis longitudinal nos enseña que las poblaciones utilizaban


este espacio en relación a los centros agrícolas, agropecuarios y marítimos .
N o obstante, la mayor densidad se registró en las zonas con potencialidad
agro-marítima. En el piso costero la población fue sensiblemente escasa en
los sectores con recursos de aguas limitadas a escasas vertientes. Sólo en
las zonas de eficiencias de desembocaduras de ríos se logró ampliar la
implantación del modelo agromarítimo, por medio de la producción marí-
tima y agricultura de regadío. Un ejemplo típico lo constituye la zona de
desembocadura de Arica a diferencia de la impotencialidad agrícola de la
desembocadura del río Loa, cuyas características de estrechez encañonada
no da espacio para obras de agricultura extensiva. Desde el río Majes al sur,
los valles caen al Pacífico con zonas de alta potencialidad agrícola; no faltan
los oasis aislados que complementan la agricultura adjunta al Pacífico.
Pero este esquen1a de valles altamente productivos con agricultura de
regadío canalizado parece que se diluye al sur de la desembocadura del río
Camiña, al norte de Pisagua. Aquí los valles son escasos, débiles, exten-
diéndose una larga faja desértico-costera entre Pis agua y el Loa, sin ningún
sector de desembocadura. Desde el río Loa al su.r. la falta de recursos
hídricos es notorio, como que es la costa correspondiente al Desierto de
Atacama. La falta de ríos no significa que sea un despoblado. Por el
contrario, se observa una cinta de ríos quebradeños que drenan a la
«pampa» o depresión longitudinal intermedia que bajo el nombre genérico
de Pampa del Tamarugal, actúa como zona depresiva, que captura el

42
drenaje regional. Junto a estas quebradas: Aroma, Tarapacá, Mamiña,
Guatacondo, etc., surgen oasis como Pica, que mantuvieron aguas perma-
nentes no sujetas a las variaciones de sequías. Ciertamente que desde
Pisagua al norte la producción agrícola fue de mayor rendimiento en
comparación con la porción sur. Pero en conjunto, diversos asentamientos-
ejes se distribuían como axis de contraparte y por otro lado, algunos
espacios incultos se disponían al acceso de la presión altiplánica.
De lo expuesto anteriormente concluimos que la atracción económica
de la vertiente occidental está dada por la producción agrícola y costera
fundamentalmente, con adiciones aportadas por regiones con recursos
naturales distintivos sean los ganaderos del contacto altiplano marginal o
los freatófitos del Tamarugal. Una visión gráfica supra-regional nos hace
ver a las poblaciones pre-europeas abarcando grandes manchas de mayor
densidad en la zona altiplánica. Manchas que se adelgazan una vez que
desde la mesa alta del altiplano se deslizan al Pacífico y/o Pampa interme-
dias en toboganes de .valles y quebradas con recursos favorables. Estas
delgadas n1anchas se ensanchan o estrechan según sean las condiciones de
suelos y riego, para finalmente extenderse en la faja litoral como una
delgada cinta que aumenta de densidad en la medida que los ríos llegan
potentes al mar.
Queda claro que las poblaciones estables acondicionaron variaciones
productivas según sea la altitud en donde establecieron sus hábitats. En
efec~o, al observar el mapa ecológico de Troll ( 1958) se foca liza la «fricción»
de los V aBes Occidentales con el altiplano. Para clarificar este ascenso se
puede trazar un perfil más o menos a la latitud de lquique, aproximada-
mente al Norte del oasis de Pica. En efecto, se aprecia al interior inmediato
del piso costero la llamada Pampa del Tamarugal o prolongación del
Desierto de Atacama, pero con recursos forestales de significación económi-
ca, que junto con los bosques «galerías» del Loa medio (V.gr. Quillagua)
estaban abiertos a temporales explotaciones multiétnicas.
Esta depresión intermedia es cortada por valles y quebradas que
drenan al Pacífico o se diluyen en la depresión de Pampa del Tamarugal.
Estos mismos cursos ascienden desde el nivel de base de Pampa del
Tamarugal hasta cortar el plano inclinado superior en donde reciben apoyo
pluviométrico de la temporada de verano («invierno boliviano»), en un techo
del orden de los 4000 metros s.n.m. Desde los 2000 metros s.n.m. estos
valles van adquiriendo el carácter «Serrano>>, por los cambios climáticos y
bióticos derivados de la zonación vertical. Poseen recursos de agua muy
abundantes para la agricultura de regadío, y cultivos alternados tanto del
complejo cordillerano como del semitropical y leve aumento de ganadería.
El techo superior del plano inclinado actúa como línea divisoria de agua,
escurriendo la red hidrográfica a oriente y occidente. ·N o es exagerado
entonces plantear que los valles son verdaderas rutas que descienden desde
la mesa altiplánica al Pacífico. En el interior de Arica, el ascenso gradual
al altiplano cae a lo que Trollllama Puna Seca, que se prolonga hasta el lago
Poopó y aún hasta el noroeste argentino. El ascenso del plano inclinado
superior entre los valles de Arica al Loa, se adosa a un borde altiplánico, que
justamente al interior de lquique (lsluga-Cariquima) ofrece un sector muy.

43
productivo a base de rubros agropecuarios (papa-quinua) e intensa gana-
dería. Se trata de una faja estrecha que cubre la zona fronteriza y que se
limita por la expansión de los salares altiplánicos que rechazan cualquiera
posibilidad de concentración humana. Para Troll es ésta la zona de salares
que se enmarca como Puna Salada, entre la provincia de Tarapacá y
Bolivia, y que se extiende al sur hasta el río Copiapó. En este ámbito sureño
se destaca la Puna Atacameña que corresponde a un elevamiento marginal
al altiplano. En consecuencia, la cinta de oasis del borde occidental de la
Puna de Atacama se iJjaría como el centro habitacional de mayor significa-
ción una vez que la puna salada se diluye al occidente. Se puede generalizar
que la porción meridional de los Valles Occidentales (salvo las cabeceras de
Arica y el Sur del Perú), al descender al plano inclinado, caen en la vertiente
occidental de la Puna Salada, en donde las condiciones de adaptación son
extremadamente difíciles (V.gr. vigencia de salares). Sólo escasas excepcio-
nes como las cuencas productivas entre Isluga y Cariquima, dan lugar a
densas poblaciones en techos aJtiplánicos occidentales. Una vez sobrepasa-
da la Puna Salada se alcanza la faja de Puna Seca con un c~ntro agropecuario
en el lago Poopó, con niveles de producción superiores a la Salada. Final-
mente, se interna desde la cuenca del Titikaka la faja más importante que
Troll llama Puna normal, finiquitada más o menos a la latitud del río Loa;
pero, aunque muy interna a las punas anteriores. Es el área de mayor
prestigio en cuanto a densidad de población se refiere. Desde esta faja hacia
el este se emplaza la zona de páramo y la depresión selvática en cotas
sensiblemente bajas, cuyos efectos productivos diferenciados se relacionan
con el territorio del SE del altiplano y tierras bajas del noroeste argentino.
La diversidad ambiental de la vertiente occidental presenta un mayor
potencial agropecuario al Norte de Arica. Hacia el sur el altiplano se torna
menos productivo. Pero los valles mantienen en términos generales su
potencial agro-marítimo a base de una estabilidad agraria del complejo
tropical-semitropical. Desde los 2000 mts. a los 3.500 se puede mantener
cierto potencial ganadero, del mismo modo que se agregan algunos cultivos
del complejo cordillerano. En el altiplano occidental aumenta el cultivo
cordiller·a no, exclusivo en microclimas adecuados conjuntamente con
bolsones ganaderos; pero, predomina la vigencia espacial de la Salada con
escasas posibilidades agro-ganaderas. Más al este, se extiende la Puna
Seca con mayores posibilidades agropecuarias, para finalmente situar la
Puna normal con excelentes condiciones bióticas (altiplano-sur).
Estos contrastes ambientales determinaron diversas clases de explo-
taciones y asentamientos. En el piso costeño, sin recursos fluviales, los
asentamientos semiestables se sitúan en las estrechas terrazas litorales
con recursos de débiles vertientes, con énfasis especializado en la explota-
ción marítima. Existían limitaciones físicas para el aumento de población,
aunque alcanzaban producciones excedentarias sin necesidad de prácticas
agrícolas. Se trata de grupos de baja densidad, más bien marginales con
desarrollos culturales diferenciados de los sectores costeros fértiles. En
torno a estos asentamientos de vertientes las poblaciones agrarias internas.
ejercieron presión colonial y tratos de intercambios. Estos hábitats
interfluviales se fijaron en los locis de Pisagua, lquique a Caleta Huelén

44
(Boca del Loa) y entre Caleta Huelén a Taltal, es decir, más del 50% de la
costa desértica del norte de Chile. En el extremo del país, desde Pisagua al
sur del Perú, los valles conforman zonas de eficiencias de desembocaduras
con enormes posibilidades agro-marítimas. La agricultura de regadío junto
a la explotación marítima se transforman en una palanca dual del
excedentarismo, reuniendo poblaciones densas con complejas organizacio-
nes socio-políticas locales. En las zonas agro-marítimas los ejes del tráfico
contactaron con sociedades locales bien organizadas, pero en la costa de
vertientes y aún en sectores sin recursos de aguas, la colonización actuó en
sí misma, sin interferir en poblaciones pre-existentes por falta de recurso's
estables. En los hábitats de vertientes la producción del mar fue exclusiva
(pescados y mariscos secos, conchas, materias primas, fertilizantes, etc.).
En los valles bajos, el incremento de agricultura, como efectivamente
ocurrió en el sur del Perú y extremo norte de Chile, alcanzó niveles óptimos
a través de plantaciones de: zapallo, calabaza, maíz, porotos, camote,
algodón, ají y un especial cuidado de las arboledas de algarrobo, chañar,
pacay y lúcuma. Advertimos una escasa ganadería reservada más bien
para el transporte. Es decir, aquí se observa mayor presión demográfica y
una producción marítima y semi tropical floreciente. Pero al sur del valle de
Camarones la <<riqueza)) es exclusivamente marítima, y a pesar de sus
límites hídricos sirvió de polo de atracción, a raíz de la eficiencia y
exclusividad de los recursos naturales del Pacífico.
_En su1na, desde el río Majes al Camiña se detecta una región desértica
con valles y oasis de atracción agrícola, con regadíos incrementados por la
temporada de verano. En este tiempo el llamado «invierno boliviano»,
aumenta los caudales superficiales y subterráneos. La factibilidad de una
agricultura extensiva y rotativa con riego permanente estimuló un control
excedentario equilibrado con los recursos marítimos. De Pisagua al sur, los
hábitats costeros se orientaron a la explotación horizontal del mar con
mayor dependencia de ejes agrarios internos. Conjuntamente al sur del
valle de Camiña, el potencial agrario disminuye sensiblemente en relación
a los valles más septentrionales. Es precisamente en esta zona de agricul-
tura disminuida, pero de costas altamente productivas, en donde distingui-
rnos la mayor concentración de evidencias físicas de tráfico (geoglifos) con
asentamientos agrarios internos. Hacia ambas categorías costeras se
conectaron los grupos interiores a través de diversas modalidades.
Al interior de la costa, tanto en el sur del Perú, corno en el Norte de
Chile, existieron recursos forestales aptos para resinas, maderas, forraje
animal y alimentación humana, a base de vainas de algarrobos y tamarugos,
útiles tanto para poblaciones costeras como internas. La inestabilidad
ocupacional de esta área, no soportó ejes fijos, adecuándose más bien a una
explotación multí-étnica. Un rasgo peculiar de los algarrobales es que
maduran sus frutos en verano, desprendiéndose para forraje espontáneo y
recolección humana. Es en este misma época en que los pisos serranos y
altiplánicos reciben las peores condiciones climáticas derivadas del llama-
do «invierno boliviano)). De este balance se deduce que el desplazamiento de
grupos desde pisos altos hacia la región costera (economía marítima -
agrícola - tropical - forestal) fue factible y útil para la implantación de

45
movimientos por parte de gentes de pisos aledaños. La ubicación de una faja
de quebradas y oasis que drenan a las Pampas Intermedias, facilitó este
desplazamiento desde las tierras altas.
Desde las pampas al interior de la costa con una altura promedio del
orden de los 1000 mts., los valles que cruzan la cubierta desértica van
descendiendo hasta superar los 2000 mts. s.n.m., con una leve alza de las
lluvias de verano. Esta recarga hídrica permite el nacimiento de los ríos
occidentales y los que bajan al oriente, hacia las cuencas interandinas , y
otros que se extienden hasta perderse en las grandes depresiones-salares
del altiplano improductivo. En el ambiente altiplánico occidental los
pastizales naturales, bofedales, vegas, etc. dan lugar a ciertos locis de
masas ganaderas con importantes comunidades humanas que dependen
exclusivamente del complejo cordillerano: papa, quinua, ulluco, etc. esta-
blecidos en enclaves aislados entre la cubierta salada, con significativos
recursos asociados a un stock ganadero y por ende caravanero.
Este cordón de comunidades altas del borde más occidental del
Altiplano Meridional está limitado al Oeste por las cuencas interandinas
(V.gr. Huasco, Collacagua, etc.) que como depresiones cerradas conservan
en el borde oriental, acumulamientos de agua en verano. Los andinos aquí
reconocen que es imposible adaptar cultivos propiamente altiplánicos. En
el fondo, son salares con algo de ganadería, establecidos en el borde
occidental del altiplano. Entonces hay que examinar que este acorrala-
miento de estas comunidades altiplánicas occidentales es riguroso por el
este, en donde el relieve planiforme baja levemente formando depresiones
o cuencas cerradas que en la temporada de lluvias se rellenan activamente
a modo de lagos temporales. Aquí predomina la formación de salares·, con
la consecuente imposibilidad de cultivos locales, a pesar de que alguna
ganadería es posible mantener sin la alta densidad de las grandes cuencas
altiplánicas (Puna Seca y Normal). En suma, el piso altiplánico productivo
apegado a los altos valles meridionales es encerrado por el Este con amplios
salares, pero su fricción a las cabeceras fluviales lo acerca a los valles
serranos occidentales, hacia donde convergen los grupos altiplánicos para
complementar sus economías contactando con los pasadizos de interacción
hasta el Pacífico. Debe recordarse que más al sur del nacimiento del Loa,
el relieve planiforme se descompone en la llamada Puna de Atacama, en
donde existen otras condiciones ecológicas. Sin embargo, ambas zonas
tienen algo en común: economía agro-ganadera de altura.
En estas tierras altas, la línea divisoria de agua, también activa un
drenaje hacia el oriente a través de los ríos Piga, Caquena, Lauca, etc., que
concentran forraje ganadero, sin logros agrarios. En .conjunto, tanto el
altiplano occidental agregado a los valles occidentales como la puna de
Atacama ofrecen condiciones favorables para la estepa andina y la exten-
sión del tolar, vegas, bofedales y pajonales, dando lugar a una rica
ganadería de camélidos. Ciertamente que en estos pisos altos marginados
del altiplano central, Fuenzalida ( 1950) advierte la presencia muy signifi-
cativa de 58.221 llamas y alpacas, cifra muy deteriorada si aceptamos que
desde la administración inkaika estas comunidades no han recuperado
racionalmente sus recursos naturales.

46
La mayoría de estas tierras altas están limitadas por la barrera de
grandes salares (V.gr. Uyuni y Coipasa). Su escape excedentario inmediato
se condujo hacia la vertiente occidental, como una salida geográficamente
acorde a su posición de enclave en el borde más occidental del altiplano
total, estableciendo un alto nivel de interacción con los valles bajos.
Al este del altiplano fronterizo con los Valles Occidentales se desarro-
lló un amplio espacio de «Pampas saladas)), con los salares específicos, que
en el mismo nivel altiplánico captan las aguas de la vertiente oriental.
Algunas condiciones favorables se observan en los ríos que bajan al oriente,
y que se concentran en la hoya del Río Grande de Lípez (sector de Uyuni),
otros bajan al salar de Coipasa, incluyendo aquéllos que mejoran las
condiciones en torno al lago Poopó (V.gr. Oruro). Son áreas aptas para la
ocupación humana con limitaciones particulares, entre la Cordillera Occi-
dental y Central. Más al Este del sector estéril mencionado, y aún más al
Este de la Cordillera Oriental se establecen hábitats altiplánicos de
producciones significativas. Desde aquí, conjuntamente con los ejes conver-
gentes del Poopó se advierte una faja de tráfico hacia la vertiente occidental
de los Andes. Estas agrupaciones altiplánicas colocadas al interior de los
valles del Norte de Chile no guardan relación alguna con el foco de mayor
densidad y producción de la cuenca del Titikaka, en donde la riqueza del
lago, además de los an1bientes de puna fértiles, presionaron con mayor
eficiencia la esfera de interacción hacia los valles que bajan hacia el litoral
del Sur del Perú y extremo Norte de Chile.
Siguiendo el esquema de Troll (1958), queda implícito en la medida
que ingresamos al altiplano de Oeste al Este, el ensanchamiento de la Puna
Salada. Más al este, se pasa a la Puna Seca, que favorece mayormente la
ocupación humana; para finalmente, alcanzar la altiplanicie de la Puna
Normal, con una producción espectable, en donde debieron organizarse
sociedades altamente capaces para controlar diversos ambientes en el
perfil estudiado: es el universo de la mayor riqueza ganadera, con ejes de
movilidad que presionaron sobre todos los ámbitos periféricos.
Si tratamos de coordinar esta información ecológica con la ubicación
de los focos poblaciones del altiplano (ejes de movilidad), se desprende que
existió en las tierras altas una mayor densidad que presionó la movilidad
hacia los ambientes periféricos. .
El ambiente circumtitikaka participó de la faja de Puna Normal y Seca ·
con producción agropecuaria de inmejorable desarrollo, coaccionando la .'
disposición de ejes de movilidad hacia el Sur del Perú, Norte de Chile y
noroeste argentino. Los territorios Lupaqa y Pacaxe igualmente 1
usufructuaron de ambos ambientes, desplazando ejes hacia los valles
tarapaqueños. El espacio Caranga dependió de la ecolog~a de Puna Seca y
Salada, de donde se deduce que la producción agropecuaria fue disnlinuida
en relación a los anteriores y coaccionó hacia ciertos enclaves sur-occiden-
tales. El territorio Quillagua y Lípez son parte integral de la Puna Salada
con recursos naturales más desfavorables, no así el espacio Chicha, que
alcanza a la Puna Seca y en parte la Normal. Estos interactuaron hacia la
Puna Atacameña y sus oasis fértiles incluyendo el noroeste argentino. El
sistema Atacama aunque parece situarse en la Puna Salada, sus recursos

47
locales responden a una especia 1ecología de oasis y ríos que drenan e 1borde
del Salar de Atacama. En consecuencia, su producción es independiente de
la ecología propiamente altiplánicay representa la mayor población huma-
na en un ambiente marginal de Puna Salada; sus posibilidades de movili-
dad fueron efectivas, tanto hacia el Pacífico, como al rfo Loa-altiplano y
noroeste argentino.
Acéptese que desde la línea Arica-Titikaka hasta el Loa, la densidad
humana en el altiplano es extremadamente superior a la vertiente occiden-
tal, por sus recursos agropecuarios de las fajas de Puna Normal y Seca, con
mayores posibilidades de ejercer presión sobre espacios de ecologías com-
plementarias.
Por otra parte, los asentamientos tradicionales actuales del altiplano
son superiores en número a los ubicados en valles altos y bajos separada-
mente en la vertiente occidental. Si se suma a este poblamiento la cifra de
los valles serranos, que se encuentran casi unidos al altiplano, habría que
suponer que la presión demográfica actuó desde pisos altos a bajos, en todo
el ámbito de los valles occidentales y litoral del sur peruano y norte chileno.
Para aproximar una comparación demográfica del balance entre la
capacidad productiva del altiplano y los valles-oasis de la vertiente occiden-
tal, deberían conocerse mejor los datos de población registrados por los
primeros europeos. Murra (1970) nos da una idea del significado económico
que representan 100.000 individuos Lupaqas controlados en la cuenca del
Titikaka. Comparativamente la zona de Atacama, sólo en hon1bres de
situación militar, el cronista Fernández de Oviedo destacó en 1516 ~a suma
de 700 que sumarían una población total de 2800 habitantes en los oasis ,
nucleados a los ejes aldeanos. Esta cifra no entra en mucha contradicción
con el dato ofrecido por Lozano Machuca (1973), quien habla hacia 1581 de
hasta dos mil indios en el valle de Ata cama y 400 pescadores en la ensenada
de Atacama. Esta cifra de no más de 3.000 habitantes para los oasis de la
zona de San Pedro de Atacama, en el final del desarrollo pre-europeo ,
parece ser algo superior o similar para los oasis de la zona de Pica. Se
notaría un aumento más considerable en la medida que las comunidades
aumentan de producción hacia la zona entre Camiña y el Río Majes (Sur del
Perú). Con esta información se puede extrapolar que la presión demográ-
fica actuó entre el altiplano y valles altos a las zonas periféricas de la
vertiente occidental y noroeste de Argentina.
Finalmente, algo sobre el piso marítimo. Se ha supuesto que el
ambiente marítimo de la costa central del Perú es suficiente para estabili-
zar poblaciones en vías de desarrollo definitivamente sedentario (Moseley,
1975). Esta forma de percibir el desarrollo agro-marítimo dentro de un
modelo cerrado, sin relaciones interiores, o al margen de la sedentarización
agropecuaria, implica riesgos considerables. En efecto, a juzgar por ]as
culturas formativas tempranas (véase Lanning, 1967 y Lumbreras, 1969),
tanto la costa como los ambientes serranos estaban correlacionados por un
complejo sistema de bienes en movimiento. Por otra parte, grandes exten-
siones de costas siempre quedaban expuestas al manipuleo de grupos
interiores, al margen de los focos agro-marítimos adecuados en las zonas
más eficientes. La costa produce homogéneamente a lo largo de todo el

48
litoral. El mayor o menor potencial hidráulico puede definir el desarrollo
local con más o menos complejidad cultural, dejando espacios disponibles
para su explotación temporal por grupos foráneos, o por grupos especiali-
zados en su explotación excedentaria horizontal, a partir de cabeceras más
fijas. Mientras más se desarrolló el acceso de giros hacia la costa, las
poblaciones estabilizadas en el litoral desértico-meridional (Sur de Majes),
percibieron su incorporación a los focos culturales y demográficos de valles
y tierras altas, a través de la acu1nulación de excedentes alimenticios,
materias primas y bienes de status. Para esto, lograron un alto nivel de
especialización productiva, conservación de alimentos secos transportables,
incremento de la explotación mar adentro (balsas), estableciendo clara-
mente el prestigio de sus ejes periféricos, como clave de atracción orientado
a la introducción de las caravanas interiores.

D. ECOLOGIA DEL ALTIPLANO MERIDIONAL:


MOVILIDAD Y ASENTAMIENTOS

Gran parte de los valles del Norte de Chile y Noroeste de Argentina se


ubican bajo el Altiplano Meridional, es decir, desde la línea divisoria de
aguas, bajan los valles que ponen sus cabeceras en la faja que fricciona el
altiplano occidental-meridional y Puna Atacameña chileno-argentina.
Al sur del lago Titikaka los componentes ecológicos se modifican, con
tendencia a disminuir las posibilidades agropecuarias. Esto explica que la
actual población altiplánica no alcanza aquí los niveles altos de 50 a 100
habitantes por km. cuadrado (del área circum Titikaka). Al hacer un corte
inmediatamente al sur de la latitud de Arica, la población se agrega al río
Desaguadero con densidades bajas entre 3 a 10 habitantes por km. cuadra-
do. Otras densidades similares se ubican en los contornos del lago Poopó y
área de Oruro. Si aceptamos que estas agrupaciones son resultantes de las
condiciones ecológicas desfavorables, es que las propias cuencas (V.gr.
Poopó) se delimitan a lagunas de llanos con márgenes bajas, sin la notable
profundidad del Titikaka. Consecuentemente, la temperatura del agua
varía de acuerdo a las condiciones atmosféricas. La calidad hídrica más
salina no permite el ·incremento considerable de plantas forrajeras acuáti-
cas, con menos estímulos para la ganadería. Además, la frecuencia de
lluvias disminuye sensiblemente de norte a sur, trayendo consigo una baja
utilización de suelos cultivables. Los cambios se pueden visualizar mejor si
consideramos la cubierta de vegetación natural. Al sur de la latitud de 17º
las gramíneas de valor económico son cada vez más escasas, aumentando
la vegetación de tola. Los hombres pasan a emplazarse en sectores
restringidos, en micro ambientes favorables al desarrollo de asentamientos
en donde hay débiles recursos de regadío, ya que el aporte pluvial se hace
precario. Se dejan de lado las tierras bajas, para ocupar más bien las
pendientes de las colinas y conos de deyección, en donde las heladas de la
estación seca son menos rigurosas que en las llanuras bajas. Sin embargo,
en la llanura, gracias a la débil temporada lluviosa, crecen pastizales aptos
para la crianza de camélidos (Denis, 1948). Se establece que las poblaciones
al sur del Titikaka disminuyen considerablemente, concentrándose en el

49
borde oriental de la llanura de Sicasica, al norte del lago Poopó. En este
sector las quebradas de la cordillera han depositado sobre las arcillas
locales, múltiples conos de origen fluvial de tipo planiforme, que casi logran
tocarse, de manera que relievan una morfología algo más alta, adecuada
para los asentamientos humanos. En las cabeceras de estos conos se han
formado los arreglos de regadío, pero en las pendientes bajas la utilización
de los suelos se orienta hacia pastizales naturales. Son típicos en este
marco, las concentraciones humanas del área de Oruro, en donde se destaca
la comunidad de Huari, lugar en donde se festeja una Feria «lnternacionah>
que atrae a miles de andinos dentro de normas de intercambio de productos,
como una supervivencia del viejo ideal de concentrar bienes especializados
que se anteponen a la producción no diversificada del Altiplano Meridional.
Al sur del lago Poopó, la depresión central se prolonga por grandes
pampas saladas (V.gr. Pampa Salada, Pampa Helada, etc.), generalmente
impotenciales. Poseen un definido carácter de cuencas cerradas con fuertes
inundaciones en las temporadas lluviosas. Más al sur se alza la línea de
volcanes andinos occidentales y otros afloramientos andesíticos de la
Cordillera Oriental, saliendo a ambos lados del valle del río Lípez, que por
su ubicación se integra a la puna atacameña.
En el Altiplano Meridional, llama la atención la delimitación de un
sector occidental apegado a la línea divisoria de aguas que en parte penetra
al actual territorio chileno, y que en conjunto nucleó a una población agro-
ganadera notable. Se trata de una zona con pastos de temporada, incluyen-
do el crecimiento de gramíneas (variedad de quinua), que se asocian al
cultivo de tuberosas. El fuerte efecto del «invierno boliviano» (temporada de
verano) ha permitido que este altiplano Tarapaqueño, presente pr-oduc-
ciones agropecuarias con niveles óptimos. En esta zona hay ocupaciones de
naturaleza aymara que conformaron una «unidad productiva» entre la
línea divisoria de agua occidental y la barrera de los salares como límite
oriental. Este margen altiplánico occidental, de producción favorable, se
opone a otros ambientes altiplánicos meridionales como los sectores del
noroeste y norte del lago Poopó, con cubierta francamente desértica y
lluvias débiles. Junto a esto, debe sumarse la enorme extensión de los
salares (V.gr. Coi pasa y Uyuni), que actúan en la temporada lluviosa como
lagos temporales improductivos, y que ciertamente fuera de la explotación
de sal por parte de las comunidades Carangas, no han sido focos propiame n -
te agropecuarios . De este modo se desprende que el Altiplano Meridional a
pesar de tener una producción homogénea, sus ambientes son más var ia-
bles en términos de producción y sus relaciones con los valles periféricos se
hace más directa.
Un esquema productivo diferenciado a través del perfil costa-altiplano
meridional al sur de Arica,. nos proporciona el siguiente esquema. Se inicia
con la explotación agro marítima de los valles bajos. Sobre los 2 . 000 mts.
ascienden los mismos valles con caracteres más serranos y aumenta la
crianza de ganado y cultivos cordilleranos. Después de la línea divisoria de
agua (4.500 mts.) se alcanza la Cordillera Occidental a partir de la cual se
extiende el altiplano apto para la crianza de ganado. Cuando se toca e llago
Poopó aumenta la ganadería, luego al este de la cuenca se emplaza un

50
cordón de pobla1niento más denso con prácticas agropecuarias ventajosas.
El análisis transversal se completa con una visión horizontal al sur del
Titikaka. En efecto, las poblaciones se agrupan en suerte de «islas» de
densas poblaciones en las zonas de Cochabamba, Poopó-Oruro, y el cordón
del Desaguadero. Aquí debieron aglutinarse poblaciones que formaron
eventuales «islas territoriales» con producciones especializadas que impli-
caban movimientos de bienes más intensos a raíz de las fluctuaciones de
excedentes, déficit agrario y desarrollo ganadero. Es seguro que aquí la
agricultura era más limitada en relación a la cuenca del Titikaka; por
consiguiente las poblaciones fueron más dinámicas, apoyadas en un cre-
ciente tráfico ínter-regional a raíz del manejo excedentario de ganado y de
otros recursos transportables (metalurgia, textilería, etc.). Las operaciones
de feria (intercambio) en el enclave Huari, demuestra la eficiencia de la
movilidad giratoria en términos de contactar múltiples asentamientos en
un eje mayor, en donde cada caravana de los ejes en circuito trata de ofertar
aquello que les permite competir con productos de consumo civil, litúrgico
y medicinal proveniente de espacios heterogéneos.
Hasta no hace un tiempo la funcionalidad de las «aldeas)) altiplánicas
del occidente meridional demostraba y aún así ocurre, una franca inesta-
bilidad. Más que aldeas fijas, similares a las emplazadas en los valles
occidentales, se trata de establecimientos de permanencia irregular, como
asentamientos temporales, que por razones más religiosos que habitacionales
han debido nuclearse en estructuras «fijas)) utilizadas sólo en determinadas
festividades del ciclo anual. Esto parece ser una respuesta a las relaciones
de producción fundamentadas en el incremento de la crianza de ganado, y
constantes desplazamientos tras la búsqueda de pastizales y bofedales. Es
el pastoreo especializado que utiliza el tiempo libre en la elaboración de
bienes secundarios (V.gr. textilería excedentaria). Por lo que hemos obser-
vado, han logrado un control de tecnologías y hábitos ganaderos excepcio-
nales que puede interpretarse fielmente de acuerdo a la supervivencia pre-
europea de una economía agropecuaria intensa. Por otro lado, junto a la
dinánlica por pastoreo, deben sumarse los desplazamientos por utilización
de suelos adecuados que no siempre se ubican cerca de los núcleos
habitacionales. Aceptamos que estas comunidades desarrollaron en tiempo
pre-europeo un modelo rural disperso sobre la base del «poder» ganadero,
además de los alimentos excedentarios de tuberosas, Chenopodium, y
múltiples valores posibles y de uso (materias primas: lana, metales, etc.).
Esta dinámica interna establecida en el propio Altiplano Meridional inhibe
el desarrollo aldeano fijo, estimulando más bien un patrón de micro-
asentamientos dispersos, pero fuertemente unidos a complejos sistemas
socio-políticos-litúrgicos altiplánicos, a través de intensa movilidad girato-
ria.
El área de la cuenca del Titikaka se integra a la llamada «puna
normal» que sin duda permitió la mayor producción agropecuaria, con más
apoyo ganadero, que por consecuencia incrementó la producción agro-
ganadera, capaz de incrementar la densidad de población en vías de
expansión hacia el control de pisos más bajos occidentales, para lo cual
debieron abandonar la «puna normal», para dominar la «puna seca», bien

51
utilizada en términos ganaderos. Después tuvieron acceso a los valles
chileno-peruanos que bajan al Pacífico. Entre estos valles y la cuenca del
Titikaka la continuidad productiva no se altera por sectores impotenciales.
Hubo una concatenación ocupacional que facilitó plenamente el control de
pisos bajos desde la cuenca del Titikaka. Entre ambos extren1os no existen
grandes despoblados o pisos estériles que dificultan traslados de larga
distancia. Sin embargo, hacia los Valles Occidentales pertenecientes al
complejo Tropical-semitropical disminuye el énfasis ganadero, hasta prác-
ticamente desaparecer. Al final del descenso, los va11es productivos se
mezclan con la economía marítima, y es aquí donde observamos que las
condiciones crearon un balance altamente productivo entre el mar y la
tierra. Fueron zonas extremadamente atractivas y estimularon el desarro-
llo de ejes de convergencia. Hacia estos ejes se trazaron tempranamente
movimientos de caravanas provenientes de la cuenca del Titikaka.
Estos movimientos se establecieron entre el sur del Perú hasta un
límite meridional establecido en la región de Arica; esta delimitación
estaría dada porque hasta la zona de Arica se establece el paso gradual
entre la Puna Normal-Seca-Valles altos-bajos, hasta el contacto con el
Pacífico. Esta continuidad o tránsito gradual y productivo desde el Titikaka
al Pacífico habría estimulado desplazamientos sin alteraciones por áreas
estériles, con óptimos accesos para las caravanas de larga distancia,
diferente a la discontinuidad observada más al sur.
De contraparte, al sur de la latitud de Arica, los valles disponen sus
cabeceras en el altiplano limítrofe, en donde se desarrolla un espacio
productivo estrecho. Al continuar al este, Troll (1958) es categórico al situar
la <<puna salada», con cubiertas de salares, que la hacen impotente. La Puna
Salada viene a transformarse en barreras entre las comunidades altiplánicas
y fronterizas (Chile-Bolivia); los asentamientos de la Puna Seca y Normal
se sitúan alejadamente de los Valles Occidentales. Así, hay una clara
distancia física y social entre las comunidades altiplánicas fronterizas y las
correspondientes a la Puna Seca (V.gr. hábitats del Desaguadero y Poopó) .
La presencia de la faja intermedia de «Puna Salada», con grandes extensio-
nes de pampas estériles y salares, debieron ser cruzadas por caravanas más
especializadas en el tráfico de larga distancia con menor apoyo intermedio .
La temprana emergencia ganadera en el Altiplano Meridional creó el
estímulo básico para el manejo de caravanas con máxima eficiencia. El
ambiente en este sentido fue básico para estimular la movilidad incipiente
a través de largas distancias que incluyeron inicialmente el propio ambien -
te altiplánico.

E. PUNA DE ATACAMA: ASENTAMIENTOS, MOVILIDAD


Y ESFERA DE INTERACCION
La Puna de Atacama parece una altiplanicie muy irregular con 350
kms. de ancho, que se extiende en relieves de altura en el extre1no
meridional del altiplano propiamente tal. El ancho va disminuyendo de
norte a sur hasta alcanzar no más de 150 kms. Se ubica como enorme
plataforma entre los 3.500 a 4.000 mts. s.n.m. con alteraciones por cuencas

52
de fondos planos de rellenos aluvionales, generalmente con cubiertas de
sal, que se limitan a levantamientos cordilleranos alargados en la mitad
occidental de la Puna. Los «Collados» que franquean estas cordilleras y los
pasos a través de los volcanes al este de la Puna, permiten comunicaciones
entre oriente y occidente. Al este de la Puna se ubican los valles del noroeste
argentino, pudiéndose originar entre Jujuy y Tinogasta upa cinta de valles
y oasis con ambientes muy apreciados para la concentración agropecuaria.
Hacia el lado oeste, al frente del terraplén alto se desliza a manera de
escarpe recto, con hileras de volcanes. Bajos estos conos, y como en oposición
a la fertilidad de los valles del oriente, pueden distinguirse múltiples
cuencas cerradas que generan salares y pastos salados. Al final del plano
inclinado occidental que baja de la alta puna, cortada por desagües activos,
se desarrolló el Salar de Atacama. Justamente, entre el plano inclinado y
el Salar seüalado se sitúan micro ambientes de oasis bajos con producción
agropecuaria, enfatizando el desarrollo de ganadería trashumante y culti-
vos tropicales y cordilleranos compartidos entre asentamientos bajos
(2.000- 2.500) y altos (2.500- 3.000 n1ts.).
Puede apreciarse que cuando se desciende de la Puna hacia el este, se
ingresa a la vertiente argentina, en donde también se establecen oasis
puneüos como ejes de movilidad entre la alta puna y los oasis occidentales,
orientales y valles encabezados desde el pie de la puna oriental. La Poma,
Tebenquiche, etc. son casos representativos. El manejo de ganado y cultivos
en c9mpetencia, es el resultado del establecimiento de obras de regadío
canalizado en las tierras fértiles al pie de la puna. Pero a su vez existe un
notable énfasis ganadero en el propio ambiente puneüo, por el forraje
estacional de altura (lluvias de verano) hacia donde se moviliza el ganado.
En efecto, el ambiente puneüo apoya a la ganadería, implicando un régimen
de trashumancia entre los oasis propiamente agrícolas y los sectores
favorables para la crianza de ganado de camélidos. Pero más al noroeste,
en la llamada Puna de Jujuy, las lluvias aumentan entre diciembre y
marzo, con lo cual la posibilidad de intensificar los asentamientos típica-
mente puneüos son factibles.
De modo que en determinados enclaves de la Puna hay posibilidades
de establecer ejes menores (V.gr. Susques) por donde transitó el traslado
de caravanas entre ambas vertientes de la Puna. Así, la región puneña,
agregada al borde occidental, desde la longitud de Susques, y Antofagasta
de la Sierra, hasta la línea de volcanes que levanta el frente del terraplén,
pertenece a un ambiente estéril no apto para la ocupación humana estable.
Por el contrario, en la Puna de Jujuy, en dirección noreste, aumentan los
centros productivos, incluyendo el tráfico de sal.
Dentro de la particular ecología de los oasis y valles del pie de la Puna
de Atacama, más bien reconocidos como oasis del Desierto deAtacama, ha
sido posible observar varios factores que posibilitaron el establecimiento de
ejes de atracción desde muy temprano: agricultura tropical, semitropical,
cordillerana, ganadería, recolección de frutos de arboledas aptos para la
alimentación y forraje. Se incluye además la recolección de piedras semi-
preciosas, extracción de cobre, sal, etc. Efectivamente los asentamientos de
estos oasis, crearon un desarrollo agropecuario excedentario y proporciona- -

53
ron a las comunidades de la Puna-altiplano y valles orientales aledaños,
rubros alimenticios y de materias primas ausentes en los espacios limítro-
fes.
Tanto el paisaje del Altiplano-Sur, Alta Puna, como los oasis y valles
que se ubican al occidente y oriente, implican un mozaico de ambientes
contrastados en donde el rol de la ganadería, agricultura semi-tropical y
cordillerana fluctúan considerablemente por los contrastes de alturas, de
modo que diversos enclaves aislados debieron contactarse para comple-
mentar el territorio diversificado. En el espacio alto de la Puna los escasos
asentamientos no lograron una estabilidad aldeana, a raíz de la presión de
la movilidad creciente (economía pastoril). Los escasos focos de cultivación
son poco productivos (V.gr. Pozuelos). Las caravanas cruzan este ambiente,
integrando algunas explotaciones de sal que se trasladan hacia los
asentamientos estables o ejes atractivos establecidos en los oasis del . pie
oriental y occidental de la Puna. Hasta tiempos muy tardíos (Bowman,
1942), caravanas de llamas de puneños trasladaban bienes entre la región
Chicha del ~ltiplano sur, con oasis y valles periféricos a la puna, moviendo
recíprocamente productos procedentes de diversos enclaves distantes:
coca, rhaíz, quinua, animales en pie, cueros, lana, textiles, sombreros,
instrumentos musicales tradicionales, etc.
La Puna Atacameña, a diferencia de las Punas peruano-boliviana
no logra mantener pastos, rebaños y gentes todo el año, por las bajas
temperaturas del invierno. De modo que el manipuleo pastoril debió
conducirse desde los asentamientos bajos y estables hacia la alta Puna
dentro de sistemas trashumánticos cuyos terminales se encontraban en las
aldeas fijas de los oasis bajos, donde se complementaban con forraje local.
Este esquema de desarrollo móvil integró el espacio productivo de la Puna
desde los ejes estables fijados en los valles y oasis periféricos. Esta relación
adecuó un temprano manejo de caravanas especializadas en traslados
puna-oasis destinado a mover excedentes diferenciados entre la costa-
altiplano sur- puna- oasis .Y valles bajos periféricos, incluyendo las tierras
orientales (Selvas occidentales y formación chaqueña del noroeste argen-
tino).
En suma, en oposición al altiplano-sur, con una producción no
diversificada (sólo implementado de su extensión baja u oriental), la Puna
de Atacama y sus contornos bajos de quebradas y oasis fértiles, permitió
el establecimiento de un mozaico ecológico diversificado que articuló desde
la costa del Pacífico, oasis occidentales del pie de la Puna, alta Puna, valles
y oasis orientales, ambiente de selvas occidentales, un sistema de interacción
cultural a base del tráfico de caravanas, por implementación de recursos
heterogéneos y distantes. Los ejes de mayor flujo se establecieron entre los
oasis del pie occidental de la Puna (V.gr. San Pedro de Ata cama), Quebrada
de Humahuaca, oasis puneños (V.gr. Tebenquiche) y los valles desde el
Norte de San Juan al Sureste de Salta, Jujuy y la cuenca baja del río San
Francisco. En todo este espacio el movimiento giratorio estableció el
traslado de caravanas con aportes altiplánicos, de oasis (patrón Cultural
San Pedro de Atacama), y aportes de la foresta tropical del pasadizo
oriental, siendo la Alta Puna, el nudo por donde se desplazaron estos

54
traslados hasta constituir fisonomías culturales propias, diferente al desa-
rrollo altiplánico central y opuestos al desarrollo de los valles del sur
peruano y extremo norte chileno. Esto se explicaría, a raíz de que los
movimientos giratorios actuaron con dos niveles diferenciados, indepen-
dientes de los valles ya señalados:

a) Giros altiplano - oasis y valles al pie de Puna.

b) Giros transversales transpuneños.

VI. SECUENCIA Y PATRONES DE MOVILIDAD


GIRATORIA
De acuerdo a las consideraciones precedentes, presentaremos ahora
los datos arqueológicos específicos de los Andes Centro-Sur, como también
algunos comentarios para los Andes centrales. Los datos están organizados
de acuerdo a la sucesión temporal de los patrones de movilidad giratoria.
Cada patrón está introducido a través de un breve esquema sobre las
diferentes clases de subsistencia y actividades de los asentamientos tanto
de grupos de alturas (V.gr. puna, altiplano) como de los ubicados en las
tierras bajas (V.gr. oasis de desiertos, valles y zona litoral).
Para las amplificaciones 1-IV, los Andes Centrales está tratado sepa-
rada~ente ya que se caracteriza generalmente por un acentuado patrón de
desarrollo urbano y por cierto necesita ser analizado más extensamente de
lo que aquí hemos realizado.

A. MOVILIDAD ARCAICA INICIAL O EXPLORATORIA:


(8.000 - 1.800 a.C.)

Se ha definido una explotación incipiente de zonas ecológicas locales


o enclaves más productivos, por grupos andinos y costeños, dentro de sus
respectivas regiones. Habría una exploración estacional con énfasis en
desplazamientos de larga distancia por grupos de Puna-Altiplano hacia los
ambientes costeros, cruzando transitoriamente espacios desérticos y valles
intermedios entre tierras altas y bajas.

Actividad Puna-Altiplano:

a) Grupos derivados de migraciones paleo-indio ocupan temporalmente


abrigos, cuevas y reducidos campamentos al aire libre en áreas
estratégicamente localizadas para el manejo de caza y recolección con
movimientos circulares de corta distancia en un espacio homogéneo.
b) El espacio andino durante el post-glacial tiende a restringir la cubier-
ta forrajera, estimulando el traslado de grupos exploratorios con
prácticas de caza y recolección especializada creciente (prácticas de
moliendas) hacia valles bajos junto al Pacífico.
e) Durante la estación húmeda de las tierras altas y el verano costero, los
grupos de altura realizan trayectos esporádicos hacia la región coste-

55
ra, tras las rutas de desplazamientos de fauna (V.gr. guanacos) a lo
largo de los valles. Los variados recursos costeros son colectados de
uno u otro modo por prácticas de intercambio con grupos locales o a
través de la explotación directa.
d) Los movimientos giratorios exploratorios de larga distancia entre las
tierras altas y la costa tienden a establecerse sin alcanzar niveles de
sedentarización estable (antes de los 5.000 años a.C.). Los puntos-ejes
se distribuyen entre diversos campamentos estacionales, algunos
transitorios y otros bases, de acuerdo al volumen de los recursos
disponibles.
e) Control efectivo de ganadería incipiente de llama, alticultura y caza
focalizada, desde los 4.000 a 2.000 años a.C., conformarían agrupacio-
nes más o menos iljas (aldeas primarias), pero de contenido giratorio
por el aprovechamiento de ejes sincrónicos establecidos en los nichos
óptimos del contraste de altura.

Actividad costera:

a) Enriquecimiento del litoral por el temprano acercamiento post-glacial


de la corriente de Humboldt y desarrollo de una extensa faja costera
con aportes de contraparte cuantiosos en oposición al posible déficit
gradual de forraje andino (Holoceno).
b) Explotación incipiente de recursos marinos, durante todo el año a lo
largo de las zonas de eficiencia de desembocadura de ríos y valles y de
. ' las bahías principales, manejo dual marítimo y de valles-oasis bajos,
' '
en términos de complementación de caza-recolección y explota_ción de
materias primas interiores (V.gr. recursos litológicos).
e) Escasos movimientos costeños hacia ambientes muy interiores, más
allá de la capacidad de transporte de abastecimientos marítimos
suplementarios.
d) Contactos con grupos de altura que acceden a la productividad del
Íitoral.
e) Tendencia tardía hacia el establecimiento de movimientos entre las
tierras altas y el litoral, dirigido hacia enclaves marítimos de mayor
prestigio (bocas de ríos), estimulando la convergencia de grupos hacia
una semisedentarización creciente, a base de explotación especializa-
da del litoral.
D Prácticas tardías de agricultura incipiente derivadas de la movilidad
interior.

Marco Referencial y Casos

La mayoría de las evidencias más tempranas de interacción entre


hombre y camélidos en los Andes Centrales se encuentra en las tierras altas
del Perú. En la cueva de Pichimachay (área de Ayacucho) han documentado
una indiscriminada cacería de grandes animales extintos, incluyendo
paleo-camélidos (McNeish, Nelken-Terner, y García Cook, 1970). Otros
lugares del altiplano como Uchcumachay, Panaulausa, Acomachay,

56
Telarmachay y Pachamacay (J. Wheeler- Pires Ferreira, E. Pires Ferreira,
y P . Kauliche 1976 y Lavallee et al. 1975), Cueva Panalagua (Matos M.
1970) en la puna de Junín del altiplano central, Lauricocha (Cardich 1964),
Guitarrero (Lynch y Kennedy 1970), y Quishqui Puncu (Lynch 1970) en el
Callejón de Huaylas del altiplano nortino, presentan evidencias variables
que cubren diferentes etapas temporales de los tempranos cazadores de
camélidos salvajes. La mayoría de estos lugares son refugios rocosos o
cuevas que fueron usados como campamentos bases y transitorios, adecua-
dos para la cacería local y a veces ciertas actividades de recolección de
plantas.
Es también interesante hacer notar que las pinturas rupestres que
representaban escenas de cazadores de guanacos, visibles en Lauricocha,
Jawamachay, Toquepala (Muelle 1970) y otros lugares en el sur del Perú,
se han datado desde tiempos tan remotos como los 6.000 a.C. demostrando
intensos movimientos de caza andina con una alta preocupación por la
fauna de camélidos salvajes. Durante las etapas arcaicas tempranas pre-
agropecuarias, se debió experimentar un acercamiento efectivo entre
hon1bres y camélidos. Los grupos inicialmente exploran los nichos útiles,
con un criterio multi-direccional, sin ejes fijos de movimientos. Estas
exploraciones son de larga distancia, traspasando diversos ambientes, sin
una continuidad regular. Desde las tierras altas hacia los eco-sistemas
inferiores de la vertiente oriental y occidental, se dispusieron diversos
campamentos estacionales y/o transitorios, destinados a explotar el área
como. un total de posibilidades dentro de las fluctuaciones del ciclo anual.
La selección de áreas más estables que otras (V.gr. Puna peruana), permitió
el establecimiento de ejes más fijos con mayor sedentarización o campa-
mentos -bases.
Los primeros movimientos giratorios se establecieron entre grupos
que ocuparon espacios con recursos naturales contrastados por cosechas
silvestres y temporadas de caza reguladas por la variabilidad estacional.
En las regiones donde la diversidad ecológica estimuló un mozaico de
espacios contrastados y alternos, paralelo a las fajas eco-climáticas de
alturas crecientes y además del rigor rle la estación fría, los grupos
generaron desplazamientos de caza de acuerdo al movimiento estacional de
la fauna. Se disponen diversos ejes que sustentan circuitos que implicaban
tempranos giros entre las tierras altas y otras orientadas al Pacífico.
Desplazamientos de esta naturaleza hacia los campamentos de las lomas
de Ancón (6.000 a 2.500 a.C.) demuestran que tanto en el centro de la costa
(Lanning 1963) como playaAchira en el sur del Perú datado a los 6.815 a.C.
(Ravines 1957) el espacio era compartido a través de circuitos entre la
sierra y el Pacífico (ver Lám. 3, caso 2: lomas de Ancón, algo desplazado al
Sur, caso 5: playa Achira).
Para la costa central del Perú, las mejores evidencias publicadas
vinculada con asentamientos tempranos vienen de los sitios costeros del
Arenal y Luz (Lanning 1963), y es probable que otros grupos tempranos
hayan empleado las canteras de Chivateros en un tiempo eventualmente
temprano (Patterson y Lanning 1967; Patterson 1966; Lanning 1963, 1965,
1967, cap. IV). Las similitudes entre ciertas industrias líticas, particular-

57
mente las puntas de proyectiles, de estos sitios y algunos complejos de las
tierras altas como Lauricocha 1, 11 y Guitarrero 1, 11, han estimulado
interpretaciones tendientes a explicar la fijación de los yacimientos cerca-
nos al Pacífico como campamentos estacionales, ocupando en verano los
territorios sobre ·la línea de nieves. Lanning (1963) y particularmente
Lynch (1971), han interpretado un patrón de desplazamiento humano
estacional basado en el movimiento verano-invierno de manadas de anima-
les de caza, entre la costa y el altiplano. Este tipo de patrón parece haberse
adaptado en donde existían recursos de explotación en las formaciones de
lomas de la costa, durante el invierno brumoso, cuando la estación seca del
altiplano, ofrecía poco -forraje para venados y guanacos. Este modelo
trashurnántico se apoyó en la producción del litoral (PlayaAchira, Carnana,
etc.) y en fauna terrestre, que se supone eficiente debido a que estos
animales habrían sido atraídos a las áreas de lomas, · seguidos por grupos
de cazadores andinos. Si tal patrón realmente existió, entonces el compor-
tamiento de estas manadas indicaría: (1) la importancia de la distribución
irregular de recursos en el arreglo demográfico de poblaciones cazadoras-
recolectoras; (2) el temprano establecimiento de zonas-ejes relativamente
fijas dentro de los cuales diferentes campamentos de temporadas se
situaban arriba y abajo del paisaje andino, determinados por los hábitos
faunísticos.
También, esta movilidad se ha definido en las tierras altas de Ayacucho,
en donde MacNeish (1969: 42) ha descubierto varios sitios contemporáneos
recogidos en la superficie del período Chihua (ca. 4.300 - 3.800 a.C),
localizados en distintos nichos ecológicos, reflejando posiblemente diferen -
tes prácticas económicas. Esta interacción multiecológica se ha interpreta-
do corno «el resultado de algún tipo de agricultura, recolección y ganadería
temporal» (MacN eish 1969:42). Es probable que esta dinámica interna
haya tocado ambientes distantes incluyendo el litoral del Sur del Perú y
lomas aledañas, dentro de circuitos temporales de mayor ex pansión. Esta
clase de asentamientos en Ayacucho sin duda que perfeccionaban el bue n
manejo de la ganadería incipiente y el comienzo de contactos girator ios
entre diversos énclaves productivos.
Otras conexiones más directas en las tierras altas y la costa los ha
reporteado Engel (1964) en la costa central (Chilca), en sitios datados a lo s
3.800 a 2.650 años a.C. con restos de cordelaje elaborado con lanas de
vicuña.
En el norte de Chile, los grupos de Tiliviche (7 .810 a 4.100 a.C .)
demuestran que varios ecosistemas se contactaban regularmente para
establecer un patrón de subsistencia dinámico basado en la ex plotación
múltiple de nichos productivos (Núñez-Moragas, 1978 in .lit.), especial-
mente entre el ámbito del Pacífico, pampas forestales y quebradas interme-
dias (V.gr. Tarapacá). Esta movilidad tiende a fijar ejes en áreas de
recolección, caza, recursos de materias primas líticas, y de fibras vegetales
de real atracción, creando campamentos temporales y/o estacionales con
elementos de molienda, que se reactivan con cierta regularidad entre el
litoral y las quebradas pre cordilleranas. Aunque no se conocen ejes en las
tierras altas, tanto su industria lítica como el maíz, la comprometen con el

58
área altiplano-oriente (ver Lam. 3). El marco ecológico diversificado situa-
do entre las tierras altas (altiplano-puna), Pacífico y el oriente tropical de
los Andes del Sur creó un triángulo de recursos potentes y distantes, que
exigen de largos viajes exploratorios y de un profundo conocimiento del ciclo
climático anual en relación a las mejores temporadas de caza y recolección.
La competencia de este triángulo generó movimiento elíp'ticos de grupos
que se adozan por valles y cuencas intermedias, utilizando verdaderos
callejones transversales de desplazamientos.
Estos grupos se habrían nucleado entre las tierras altas y orientales
desde el Holoceno Temprano, enfatizando desde esta época el control de los
espacios agro-marítimos (V.gr. Ancón y Tiliviche). Parece que ciertos
grupos arcaicos tempranos algo similares alcanzan los valles altos del
noroeste argentino (Caso 3: Huachichocana), trasladando desde énclaves
del bosque tropical lluvioso algunos viejos cultígenos y plumas, hacia los
6. 720 y 7.670 a.C. (Fernández Distel Com. per). Recientes análisis han
invalidado la propuesta de maíces correspondientes al período Arcaico
Temprano planteado por A. Fernández Distel a partir de los datos de
Huachichocana ( noroeste argentino). Sin embargo, hay ·constancia de
maíces arcaicos tardíos provenientes del oasis de Tiliviche y polen registra-
dos en quebrada de Tarapacá, en el norte de chile, según los estudios del
primer autor. Giros aún más distantes alcanzan los valles bajos del Norte
Chico de Chile en San Pedro Viejo de Pichasca (Caso 4), datado entre los
7.97Q a 2.750 a.C. (Ampuero-Rivera, 1971), también con cultígenos muy
tempranos (V.gr. Phaseolus) en contextos de caza o recolección, trasladados
desde inciertos énclaves bajos orientales.
Este flujo entre tierras altas y bajas circundantes estímulo ciertos
patrones trashumánticos o simplemente ciertos circuitos transitorios y
temporales destinados al equilibrio de subsistencia, aprovechamiento de
materias primas, traslado de cultígenos, etc., a manera de giros incipientes
de larga distancia.
Es probable que entre estos eventos anteriores a los 4.000 años a.C.,
los hombres ya habían logrado moverse junto a rudimentarios animales de
carga (V.gr. Ayacucho). Pero ya desde los 2 .500 a.C. hay cierto concenso que
los animales de carga están cumpliendo un rol significativo. Varios inves-
tigadores peruanos habían llamado la atención sobre la presencia de
obsidiana entre contextos precerámicos de la región costera del sur perua-
no, sin directas relaciones con recursos geológicos locales. N eira ( 1968)
reconoció artefactos de obsidiana en los yacimientos de Pampa Colorado y
Playa Chira, datados a los 6.815 años a.C. que conformaban movimientos
de interacción trashumántica de caza-recolección entre el alto relieve de
Arequipa, lomas y costa inmediata. Estudios posteriores de Burger y Asaro
(1978) han tratado de disminuir el rol del manejo frashumántico de
recursos de subsistencia, otorgándole mayor importancia al movimiento
tras los logros de materias primas y de productos no sujetos a variación
estacional (V.gr. obsidiana, sal etc.) Para apoyar esta tesis y desbaratar el
amplificado rol otorgado a los viejos modos de vida trashumántico (pre-
agropecuario), se ha afirmado correctamente que los ambiente de Puna y
lomas litoraleñas en un corte sección de los andes Centro-Sur, son suficien-

59
tes para sedentarizar grupos tempranamente. Sin embargo, esto no puede
significar que los cazadores-recolectores se fijaron estáticamente en estos
ambientes. Por el contrario, percibieron el perfil Puna-Costa como un solo
universo en donde cada ecosistema contrastado fluctuaba en estaciones o
en ciclos, con más o menos capacidad de sustentación de grupos. Las
propuestas de Burger y As aro ( 1978) son importantes porque a partir de las
necesidades de materias primas (ver el caso de Tiliviche), se organizan
movimientos de larga distancia. En efecto, en varios conchales de la costa
(V.gr. San Nicolás: 2.500 A.C.), en la proyección SW. del altiplano, se ha
determinado un foco de uso de obsidianas procedentes del interior de la
costa. Tanto en Casavilca, lea, Otuma (Engel, 1957), las mejores herra-
mientas líticas eran de obsidiana, y éstas no aparecen al norte, concentrán-
dose hacia al sur de Chilca. Los análisis realizados indican que la obsidiana
de San Nicolás proviene de las minas de Quispisisa, situada en un paisaje
alto del orden de los 4.600 mts., a 700 kms. directos de la costa. Entre varias
alternativas propuestas, resulta de enorme significado aquella que
responsabiliza a grupos de proto pastores (2. 500 a. e.) el tráfico de obsidiana
con caravanas de llamas capaces de recorrer jornadas de 15-20 kms . por día.
Viajes de algo más de un mes debieron concebirse no sólo a base del traslado
de materias primas líticas, sino que atrás de esta evidencia hay una
complejidad mayor, vinculada con los manejos incipientes de las caravanas
de «proto-agro-ganaderos» que al final del estadio arcaico, están articulan-
do diversos ecosistemas complementarios, incluyendo la costa. (ver caso 6 :
San Nicolás en lam. 3).
A diferencia con la Puna peruana-boliviana, el altiplano Sur y Puna d e
Atacama, presentan ambientes productivos fluctuantes, contrayendo y
expandiendo sus recursos de acuerdo a las variaciones de la pluviosidad
estaciohal, lo cual estimula aprovechamientos complementarios muy
tempranos al oriente y occidente de la elevación andina. Esto implicó una
temprana y constante movilidad meridional tras las áreas variables de
forraje que concentraban a la fauna herbívora de mayor peso. Este proceso
alcanzó su culminación entre los 3.000 a 2.000 a.C., a través del 1nanejo
estacional del perfil alta puna-quebradas y cuenca de Atacama. Estos
grupos trasladaban ob .s idianas, patrones tecnológicas líticos y
habitacionales, etc. en amplios movimientos elípticos que cubrían los
extremos de este perfil. La concentración de estructuras del patrón Tulán
(ver Caso 12, lam. 3), demuestra que esta movilidad existió hacia los 2 .320
a.C., con una subsistencia básica de caza y crianza experimental, en el caso
de Puripica.
Este patrón de domesticación y primeras crianzas de llamas contactaba
alosgruposChiuChiu(2.705-2.060A.C.)yPuripica(2.100a.C .),ampliándose
el movimiento arcaico hacia el litoral del Loa (ver Casos 10-11, en lam. 3).
Estos desplazamientos desde las tierras altas fijaron un patrón habitacional
altiplánico en la boca del Loa (ver Caso 9: Huelén 42, lam. 3), con ciertos
desperdicios de plumas de aves cordilleranas y obsidiana andina, datado a
los 2.830 a.C. (Núñez et al 1974). Por este mismo tiempo, los grupos
Chinchorro del litoral contactaban con quinua (?) y pieles de vicuña
trasladadas del altiplano a la costa (ver Caso 8: Chinchorro , lam. 3) .

60
Además, por esta misma época, otros grupos proto ganaderos se habían
instalado en Inca Cueva (Aguerre et al1975), en los territorios de la puna
argentina, a los 2.130 A.C., con hábitos cordilleranos (tejidos de lana,
cultivos de papas), pero a su vez hay evidencias de acceso al área
subtropical del oriente (V.gr. plumas de Guacamayos). Estos movimientos
constituyen el caso 7 (LanL 3) característico para las tierras altas y
orientales del noroeste argentino. Es probable que por este pasadizo de
interacción multi-ambiental ingresaron grupos proto ganaderos hacia
regiones de San Juan constituyendo la llamada Cultura deAnsilta (Gambier,
1977) con incipiente tráfico de caravanas de larga distancia (1760 a.C.).
Recie;ntes investigaciones de Menchy Reigadas en el noroeste argentino
han valorado, a través del análisis de fibras, procesos locales de domestica-
ción de camélidos. por otra parte Isabel Cartagena a partir de análisis óseos
ha definido la existencia de llamas caravaneras en la etapa arcaica tardía
del río Loa Medio. La incorporación de cultígenos y animales altiplánicos
(asociación llama/quínua) hacia los ámbitos del centro-sur de Chile, de-
muestra que previamente existió un desplazamiento del modelo apropecuario
altiplánico hacia el extremo sur como parte básica de estos movimientos de
larga distancia. Hay restos óseos, probablemente de llamas en estos
territorios sureños, ubicados tardíamente entre los 500 ó 1000 años d.C.
(Dillehay, M.S.).
Se presume que al final de este estadio arcaico la caravana de llamas
era un medio ideal para acelerar el desarrollo, articulando diversos espa-
cios de producciones diferenciados de los Andes del Sur. Paralelamente,
cuando ya se ha desarrollado esta movilidad interambientallos cultígenos
se perfeccionan para lograr cosechas mejores a las silvestres. El proceso de
traslado de plantas más eficientes se integró dentro de estos giros arcaicos
de largas distancias en caravanas rudimentarias, por lo mismo, es un hecho
que cerca de los 4.300 años a. C. las llamas habrían plasmado el desarrollo
agropecuario en las tierras altas circu1n-Titikaka y valles intermontanos
de los Andes Centrales.
En efecto, algunos de los datos más interesantes de este período viene
de la Cueva de Uchaumachay. Al documentar el proceso de domesticación
de camélidos en la Puna de Junín, J. Wheeler-Pires-Ferreira, E. Pires-
Ferreira, y P. Kaulicke (1976) sugieren que alrededor de los 5.500 a.C. los
habitantes puneños utilizaron principalmente a los camélidos con fines
dietéticos y entre los 2.500 a 1750 a.C. aparecieron los primeras formas de
camélidos domesticados. Se piensa que el proceso de domesticación giró
alrededor de una combinación original del conocimiento profundo de los
hábitos sociales y territoriales de los animales y en particular del control
humano sobre las actividades de crianza. La domesticación de acuerdo a
estos estudios es un proceso gradual, a largo plazo, que 'evolucionó en los
siguientes términos: «caza generalizada»- «Conocimiento incrementado del
comportamiento social y territorial de los camélidos»- «caza especializadas
de los camélidos» - ((incremento del control humano sobre los territorios de
los camélidos»- «control de los camélidos semi-domesticados»- «incremento
del control humano sobre la crianza en camélidos semi-domesticados>>,
«formación de rebaños de camélidos domésticos», y finalmente «el

61
1
/

CROQUIS DE MOVILIDAD ARCAICA INICIAL


O EXPLORATORIA (800- 1800 A.C.)
los números sel'lalan 12 casos de movilidad Multiecológica .
las lineas no precisan un eje seguro de desplazamiento y
sus trayectos son aproximados.

(A) Valles Transversales Norte (Desierto).


(8) Puna Seca.
(C) Puna Normal.
(O) Faja de páramo.
NI.
(E) Bosque Tropical lluvioso.
(F) Páramo subtroplcal.
(G) Puna Salada.
(H) Valles Transversales Sur (Matorral Etesiano semidesértlco) .
(1) Estepa montañosa
(J) Estepa desértica y arbustos xerófilos.
SERENA
(K) Oasis Puna de Atacama (Troll 1958 con adiciones).
([]) Salares
g lagos ® Q)

250 KMS .

62
aparecimiento de distintas razas de camélidos domesticados». (J. Wheeler
Pires-Ferriera, E. Pires-Ferreira, y P. Kaulicke 1076:489). Aparentemente
el proceso de domesticación está conectado al esfuerzo consciente de parte
de los andinos por domesticar animales para su uso a través de medios
biológicos (V.gr. controles de crianza), sin considerar el comportamiento
animal como pudo ser la disciplina y entrenamiento de animales individua-
les. Si no estamos equivocados el modelo referido implica que el conocimien-
to humano de la conducta social y territorial del animal es simplemente una
ventaja mayor para manipular las relaciones de reproducción en vías de
cambiar las características morfológicas de los animales en función de las
necesidades humanas. Quizás este enfoqll:e se ha logrado en parte por la
naturaleza de los datos arqueológicos disponibles, incluyendo los métodos
de acercamiento al análisis de domesticación de camélidos tendientes a dar
un principal énfasis a los procesos biológicos de la domestic~ción sin
destacar el rol del comportamiento social. Del modelo anterior, como
también de nuestras observaciones de la interacción hombres-camélidos en
el norte de Chile, nos planteamos la siguiente pregunta: ¿Es posible que el
proceso de domesticación podría ser más rápido y a corto plazo al efectuarse
la captura, entrenamiento y domesticación de las crías jóvenes para
acelerar el control cárneo y de animales de carga? Hay documentación
global como también experiencias comunes y diarias de animales salvajes
jóvenes que son domesticados para servir a las necesidades de transporte.
Aún ~omo la búsqueda del control hacia conductas «caseras>>. Si un pequeño
grupo de crías fue entrenado para vivir con el hombre y depender de él, ellos
pudieron haberse criado más fácilmente sin una combinación doméstica
rigurosa. En este sentido la conducta social de la domesticación o amansa-
miento habría precedido a la domesticación «genética» de los animales.
Finalmente, en cuanto a las tierras altas en general, la caza de grandes
animales andinos continuó siendo un aporte principal, junto con productos
agrícolas incipientes. Ambos factores tienden a afianzar los asentamientos
en énclaves más productivos y sujetos a canalizar los aportes orientales.
Kotosh, un lugar semi serrano del centro-norte, en las cercanías de Huanuco,
ha demostrado un conjunto de estructuras ceren1oniales y evidencia una
economía basada en caza y recolección avanzada (lzumi y Sono 1963). Este
yacimiento está situado aproximadamente a 1950 mts. s.n.m. en un
contexto ambiental que pueda ser descrito como un bosque enmarañado
tropical o subtropical. Está situado arriba del bosque tropical húmedo y
bajo los fríos de los altos nevados andinos en una formación tipo
Chaupiyunga (ubicado entre las tierras altas y cálidas), de carácter
transicional (Vázquez de Espinoza 1962, Rostourowski 1968, 1973, 1974).
Además del contexto de arquitectura religiosa y huesos de camélidos
(presumiblemente llamas), Kotosh presenta componentes tecnológicos
líticos de períodos anteriores vinculados con caza andina, lo cual junto a una
posible ganadería temprana y sus relaciones con culturas contemporáneas
de los bosques tropicales cercanos, permiten suponer un intenso movimien-
to interambiental de readecuación productiva, previo a la fijación de los
complejos urbanísticos tempranos.
Debido a que los datos para este período son tan escasos, es dificil ·

63
determinar si las prácticas de ganadería se realizaban realmente en las
tierras altas al norte del área del altiplano del Titikaka. Dado a que algo
de tráfico in ter-regional de larga distancia está documentado en Kotosh y
en la costa sur y central, es probable que las caravanas de camélidos ya
cumplían un rol en término de transporte de productos. En este sentido, la
ubicación de Kotosh en una zona transicional que tiene acceso tanto a
carnélidos salvajes corno a domesticados y al ámbito selvático, podría
indicar que el lugar era un eje convergente de asentamientos rudimenta-
rios que (1) conectaba las tierras altas con la selva cercana para intensificar
intercambios de productos, o (2) surgió en respuesta a la necesidad de
coordinar las actividades de la entrada de grupos de altitudes más bajas o
más altas. En cada caso, los camélidos domésticos y salvajes, incluyendo los
sub-productos pudieron usarse como rubros de intercambios, o como parte
básica del tráfico de caravanas incipiente.
Un punto final está relacionado con la discusión sobre cuando y dónde
se originaron los diversos cultígenos (Lumbreras 197 4: 36-4 7, Lanning
1967 Capítulo V, y Willey 1972: 104-107, Núñez 1974). Hay datos bien
documentados que revelan que plantas específicas fueron domesticadas
independientemente tanto en la selva (V.gr. manioca), en la Costa (V.gr.
algodón) y en las tierras altas (V.gr. papas). Pero el problema de los
comienzos geográficos de la agricultura de ítemes tales como maíz y la idea
misma de «domesticar» las plantas son aún problemáticas y necesitan ser
analizados más adelante a la luz de estudios ecológicos y sociales que
incluyan el desplazamiento de estímulos, entre diferentes regiones a través
de rutas tradicionales de movimientos de hombres y animales de carga,
portadores de las innovaciones agrarias. El tráfico temprano interregional
facilitó el desplazamiento de las primeras ideologías preformativas, en
donde las Culturas «iniciales» inmediatamente post arcaicas ocupaban
diversos espacios para-agrarios con apoyo de ganadería productiva. Kotosh
al manejar los aportes orientales cumplió un rol dinámico de suma inlpor-
tancia, amplificándose después con la movilidad tierras altas -costa, dada
por las gentes Chavín en etapas más tardías. Si bien es cierto que todo lo
llamado «inicial» incluye eventos con tráfico bien formalizado , discutiremos
aquí su situación, ya que su presencia en los Andes Centro-Sur no se ha
documentado hasta ahora en iguales términos que los Andes Nucleares .
Aunque hay razones para suponer que a través de la secuencia arcaica
hubo un manipuleo alternado y sincrónico de diversos ambientes entre las
tierras altas y el litoral, no sabemos con certeza como se gestó o perfeccionó
el movimiento de gentes productores de alimentos en tiempos iniciales en
los Andes Centrales. Frente a los asentamientos estables pre-Chavín de la
Costa, de raíz fija con sustentación marítima, la sociedad agro-ganadera de
las tierras altas inmediatamente post arcaica, respondió con desplaza-
mientos caravánicos tempranos, ampliando su esfera de interacción hacia
los focos desarrollados. Esta movilidad creó las condiciones para la distri-
bución Costa-Sierra de los ejes Chavín, estimulando los cambios formativos
de los Andes Centrales. Pero en los Andes Centro Sur fueron los traslados
caravánicos desde la cuenca del Titikaka los que se responsabilizaron de los
primeros cambios formativos repercutidos en las tierras bajas sobre pobla-

64
ciones de menor complejidad socio-cultural. No obstante, también carece-
mos de datos para relacionar cuál fue el contacto entre el patrón de
movilidad arcaica tardía y los movimientos «iniciales» de gentes productora
de alimentos. De uno u otro modo, el movimiento giratorio transcaravánico
entre las tierras altas y bajas en un nivel pre -Tiwanaku demuestran que
el cambio formativo se opera a raíz de la presencia de grupos de «alteños»
del Altiplano, cuyos elementos «proto ganaderos>> debieron nutrirse de la
experiencia de traslados multiambientales de naturaleza arcaica tardía.
Dicho de otro modo, el movimiento giratorio contenido en el tráfico de
grupos agro-ganaderos tempranos del Altiplano, habría tenido sus gérme-
nes en la movilidad arcaica tardía pre agropecuaria. El interregno entre
ambos estadios de desarrollo implica ganadería y agricultura incipiente y
consecuentemente caravanas rudimentarias, de todo lo cual es muy poco
cuanto sabemos. El acceso de estilística selectiva Pukara en las poblaciones
tempranas Alto Ramírez de Arica , asociado a gentes locales y de altura
(Control antropológico-físico) sugiere que más que una corriente migratoria,
el acceso es temporal de naturaleza giratoria no dominante. Sin embargo,
la diferencia radica en que mientras en la costa central el desarrollo local
agro-marítimo era centralizado y realn1ente acelerado o complejo, durante
el período inicial, en la costa meridional al sur de Arequipa, las comunida-
des de tradición exclusiva1nente marítimas se formalizaron sin centraliza-
ción bajo el impacto de los estímulos formativos de las tierras altas del
altiplano Central y Meridional.
bada esta explicación previa, en la próxima amplificación se enfatizarán
los casos de n1ovilidad transicional en los en el área Centro-Sur. En alguna
medida corresponde al llamado período inicial en los Andes Centrales, y
pese a la escasa información, señalamos las actividades costa-interior más
supuestas que comprobadas, a nivel de ambas áreas.

B. AMPLIFICACION I: MOVILIDAD TRANSICIONAL


(1.800 - 900 años a.C.)

Adaptación más eficiente en los ambientes de puna y altiplano a base


de comunidades de cazadores-recolectores y agro-ganaderos en expansión
creciente. Aumenta la eficiencia adaptativa a lo largo del litoral a través de
grupos más concentrados.
Formación inicial de comunidades agro-ganaderas en los enclaves
más productivos de las tierras altas y medias, con interacción durante
cualquiera temporada del año con los asentamientos costeros a través de un
tráfico de caravanas incipientes.
Incremento de los desplazamientos trashumánticos-ganaderos a lar-
gas distancias, acercando los espacios andinos-marítimos. Participación
experimental de poblaciones agro-ganaderas en la sobreexplotación de
recursos marítimos. La gran productividad del mar balancea los déficit o
desajustes ocurridos en las tierras altas. Definición del tráfico entre
poblaciones altas y costeñas. Orientación del tráfico hacia los enclaves
costeros con aglutinamientos poblacionales crecientes de alta complejidad
socio-cultural (Andes Centrales). Interferencia de poblaciones agro-gana-

65
deras incipientes en las zonas de eficiencia de desembocaduras de ríos de
los valles del Sur del Perú y Norte de Chile, donde se habían concentrado
poblaciones terminales de exclusiva tradición marítima. Penetración
caravánica hacia los valles bajos junto al Pacífico (Andes del sur) proceden-
tes de la cuenca del Titikaka, con un carácter exploratorio en vías de
agriculturizar los valles bajos con apoyo local marítimo.

Actividades Puna-Altiplano:

a) Incremento de la afirmación de necesidades o acceso hacia la produc-


ción del litoral.
b) Búsqueda de recursos marinos durante todo el año a lo largo de
segmentos de costas secundarias y contactos con focos demográficos
estabilizados en el litoral.
e) Tendencia a disponer pequeños asentamientos con un carácter tempo-
ral en la costa y valles bajos, durante la estación lluviosa de las tierras
altas o durante la temporada de invierno en las punas más meridio-
nales.
d) Incremento del tráfico con grupos costeros, disminuyendo el control de
costas ecológicamente secundarias por zonas más ricas de las desem-
bocaduras de ríos ocupadas por comunidades locales.
e) Comienzo de la especialización del tráfico sistemático de larga distan-
cia a base de ganado destinado a extensos recorridos ínter-regionales,
orientados al traslado de bienes de altura. Formación rudimentaria de
la caravana especializada en largas distancias.
f) Incremento de contactos entre comunidades de puna y altiplano,- a raíz
de la expansión inicial o transicional del tráfico hacia diversos encla-
ves marítimos, selva, punas meridionales, etc. a base de movimientos
similares, en diversas direcciones, a partir de las altiplanicies andinas
centrales.
g) Reconocimiento y explotación de los recursos establecidos en los valles
y áreas de las zonas estériles intermedias para establecer los pasadi-
zos de interacción con el litoral.
h) Manejo de agricultura «cordillerana>>, anterior a la expansión de los
cultivos tropicales en las tierras bajas.

Actividades costeras:

a) Establecimiento creciente de asentamientos permanentes a lo largo


de las zonas eficientes de desembocaduras. Fuert~ división del trabajo
y especialización de oficios costeños. Espacios costeros de interfluvio
disponibles para explotaciones transitorias por parte de alteños.
b) En los espacios con humedad y suelos aptos tiende a expandirse los
trabajos de agricultura incipiente (valles bajos) a base del mayor
traslado de semillas desde enclaves interiores, que incluían aportes de
la ceja de selva, puna-altiplano y valles altos, dentro del patrón de
tráfico incipiente de caravanas en los Andes Centro-Sur.
e) Los recursos del mar siguen siendo mayoritarios en términos de

66
calidad y cantidad, y apoyan los primeros acomodos de agricultura
semitropical en las tierras bajas.
d) Tráfico extensivo costa-interior dentro de un mayor espacio costero
sujeto a sostener más población advenediza por los incentivos de la
economía mixta inicial.

Marco de referencia y casos

Excluyendo el proceso nuclear de los Andes Centrales, ya se había


planteado que los grupos arcaicos meridionales se habían movilizado entre
las tierras altas y el litoral.
El arribo de obsidiana a Tiliviche y Boca del Loa (Ca H-42) y pieles de
vicuña entre grupos Chinchorro del litoral meridional demuestra los inicios
del tráfico interregional. Durante esta etapa transicional se detectan
traslados sorprendentes vía altiplano. Junto a los cuatro casos del Norte
chileno (ver Lam. 4) podrían considerarse dentro de estos tempranos
movimientos a los grupos derivados de Inca Cueva en las tierras altas del
noroeste de Argentina y aún los componentes Ansilta, más al Sur de los
territorios circum-puneños.
En los casos 2 y 3 (ver Lam. 4) se aprecia el ingreso de cultígenos
tropicales (V.gr. calabazas, zapallos, mandioca), asociados a semillas del
oriente como la mucuma elliptica, y plumas de aves tropicales. Estos
n1ovimientos repercutieron en grupos marítimos de Camarones-15 y Queani-
7, datados a los 1110 a 1640 a.C. (Rivera, 1976). Como la población local
mantenía altos excedentes marítünos, parecen preocupados por la recep-
ción de cobre como parte de tempranas transacciones. La presencia de
huesos de llama permite suponer el arribo de caravanas más organizadas
que en la etapa arcaica tardía anterior.
El caso 4 (ver Lam. 4) demuestra que el proceso del arribo de cultígenos
continuo incorporando tiestos cerámicos burdos del altiplano sur en la
quebrada de Tarapacá, a los 900 a.C. (True, 1973) Durante esta etapa la
conexión entre grupos agro-ganaderos-caravaneros del altiplano es eviden-
te y creciente, con los valles y costa meridional.
El caso 1 (Lant. 4) se refiere a un registro en proceso de evaluación, que
implicaría un contacto de pastores portadores de cerámica burda hacia los
1760 a.C., en una de las cuevas de la quebrada de Tulán (Núñez, 1976a) al
pie de la alta Puna de Atacama, en un ambiente utilizado como paso
transitorio de las prácticas móviles de pastoreo de camélidos. Recientes
investigaciones realizadas por el primer autor en quebrada Tulán (Sureste
del Salar de Atacama) indican que eventos pastoralistas con cerámica tan
tempranas como el datado referido no se han reiterado. Nuevas dataciones
en el mismo sitio (Tulán Cueva) y en las aldeas Tulán 54 y 85, afirman con
varios fechados que estos eventos ocurrieron entre los 1200 a 400 años a.C.
La presencia en este tiempo de cerámica intrusiva corrugada, típica en las
tierras bajas del cebil, un alucinógeno del Noreste argentino, implicaría
conexiones caravánicas seguras durante el período de Movilidad
Transicional.
En conjunto, estos casos ejemplifican el incremento de los movimien-

67
®

a
lL

CROQUIS DE MOVILIDAD INICIAL


~
o
O TRANSICIONAL (1.800 - 900 A.C.) z
~
1. TULAN (1 .200 a.C.) UJ

2. CAMARONES (1.110 a.C.)


g
3 . QUEANI (1 .640 a.C.)
4. TARAPACA (900- 400 a.C.)

(A) Valles Transversales Norte (Desierto).


(B) Puna Seca.
(C) Puna Normal.
(O) Faja de páramo.
(E) Bosque Tropical llwioso.
(F) Páramo subtropical.
(G) Puna Salada.
(H) Valles Transversales Sur (Matorral Etesiano semidesértlco) .
(1) Estepa montañosa
(J) Estepa desértica y arbustos xerófilos.
(K) Oasis Puna de Atacama (Troll 1958 con adiciones).
O Salares
~lagos

250 KMS.

68
tos de traslados de bienes y gentes entre el altiplano y los focos más
productivos de su esfera futura de interacción; acondicionando gradual-
mente el desarrollo inicial agrario en las tierras bajas, y el propiamente
agroganadero en los espacios forrajeros circumpuneños de Atacama, a
través de rutas bien establecidas que abren nuevas zonas potenciales de
complementación.

C.. AMPLIFICACION II: MOVILIDAD PRODUCTIVA


PRE-TIWANAKU (900 a.C. - 400 d. C.)

Durante esta etapa hay un aumento sostenido de población tanto en


las tierras altas como en la costa. Sin embargo, se aprecia mayor ocupación
numérica y espacial en el litoral y valles aledaños. Aumenta la participa-
ción in ter-regional del tráfico a través de movimientos giratorios de bienes
y gentes, con un carácter menos experimental. Se intensifica el tráfico de
caravanas de corta distancia cubriendo diversos segmentos entre comuni-
dades agroganaderas del altiplano y punas aledañas, conformando fre-
cuentes viajes que descienden a la costa en largos desplazamientos
elípticos más esporádicos. Establecimientos de asentamientos-ejes en
ambas regiones en términos de alianzas, con un alto nivel de coacción étnica
en el litoral y valles bajos. Tendencia a vínculos socio-políticos para
asegurar el movimiento de bienes, y a su vez, reducir conflictos potenciales
y desgastes de energías. El incremento de confiabilidad en los logros
agrícolas de las tierras bajas y la búsqueda exitosa de excedentes agrarios-
marítiinos, mantiene cada vez más activo el acercamiento de caravanas.
Se define un prestigio agro-ganadero en la cuenca del Titikaka con
posibilidades de expansión hacia el altiplano sur. Desarrollo de ejes
autosuficientes dispersos en las tierras altas con integración teocrática
rotante en los bordes del área circum-Titikaka. Crecimiento del potencial
ganadero excedentario. Desplazamiento de caravanas de larga distancia,
fuera del Titikaka, desde diversos ejes formativos.
Tendencia gradual a orientar los movimientos internos del altiplano
y puna hacia un eje centralizado: Tiwanaku, a través del desarrollo de
producciones especializadas de subsistencia, artesanales e intercambio de
bienes excedentarios en un ambiente ecológicamente homogéneo.
Emergencia gradual de un eje centralizado litúrgicamente dominante
en Tiwanaku, como consecuencia del proceso previo. Interacción altiplánica
a base de múltiples ejes orientados hacia operaciones de
<<Feria»,concentración temporal de caravanas n1ultidireccionales en tér-
minos de peregrinaje por atracción litúrgica, política, económica, etc.,
asociado a transacciones e intensa interacción social, en el ámbito de
Tiwanaku. Prestigio teocrático y económico de Tiwanaku como eje centra-
lizador del tráfico altiplánico. Temprana expansión Tiwanaku clásico con
una expresión múltiple de dominio: a) Expansión sobre el valle del Vilcanota,
conformando los potenciales ejes Wari-Tiwanaku, con un balance
agropecuario más suficiente a través de presión militar-urbanística, a base
de la centralización de bienes en movimiento, en operaciones de mercados
fijos. b) Expansión de ejes rurales en torno a la cuenca del Titikaka y en las
69
estribaciones del altiplano, a base del tráfico de intercambios, sin presión
militar ni urbanística. e) Expansión hacia la vertiente occidental del
Pacífico y oasis de punas meridionales con un patrón dual de operaciones
a base de intercambios-ferias móviles y control productivo directo en
ínsulas de explotación complementarias (verticalidad).
Actividades altiplano-puna

a) Los asentamientos-ejes del altiplano aumentan su tamaño y se trans-


forman definitivamente en bases de operaciones regulares del tráfico
de caravanas.
b) Tendencia al desarrollo creciente de asentamientos-ejes a lo largo de
las tierras altas, con niveles sociales y tecnológicos cada vez más
complejos (incremento potencial de excedentes y acopio de reserva útil
para las fluctuaciones productivas críticas). Este proceso se estabiliza
por el carácter terminal del movimiento giratorio de caravanas que
imprime un desarrollo cada vez más acelerado de las tierras altas.
Balance adecuado con asentamientos-ejes reducidos pero bien fijos a
lo largo de las tierras bajas, establecidos en diversas direcciones.
e) Para acomodar la mayor participación in ter-regional de asentamientos,
dentro del movimiento giratorio entre tierras altas y bajas, las rutas
de larga distancia se segmentan con el desarrollo de pequeños ejes
intermediarios en los territorios altiplánicos menos productivos, va-
lles y cuencas de alturas medias. Se definen nuevos asentanüentos-
ejes a lo largo de los trayectos (valles bajos). Se prepara la expansión
Tiwanaku a base de un mozaico de tráfico pre-establecido.
d) Tendencia a redisponer los asentamientos-ejes en los valles bf:Ijos y
oasis junto al Pacífico, en donde los trabajos agrarios habían modifi-
cado sustancialmente la productividad de la tierra. Paralelamente se
vigorizan los ejes del altiplano que han ocupado los espacios de mayor
productividad. De esta manera se consolidan los ejes de ambos
extremos hacia donde se moverán las caravanas de mayor eficiencia,
por el aumento en la especialización del transporte de larga distancia.
e) Los asentamientos intermedios de valles y oasis tienden a homogenei-
zar su patrón político, técnico y cultural de acuerdo a modelos de
tierras altas, y se ajustan a la percepción dinámica del desarrollo a
través de una activa asimilación de armonía y equilibrio dentro del
sistema de tráfico ínter-regional (clave del éxito Tiwanaku).
D Activación de traslados en nuevas rutas y mayor participación de
grupos que se integran al sistema permitiendo el desgaste de menor
energía y mayor apoyo logístico al movimiento de las caravanas.

Actividades costeras
a) El prestigio teocrático y económico en los enclaves de mayor desarro-
llo en la costa central, actúa como estímulo o polo de atracción, creando
las bases reales de complementación de recursos en términos de
reciprocidad incipiente.
b) Agriculturación creciente en los valles bajos junto al Pacífico en los
Andes del Centro-Sur. Competencia agro-marítima y deslizamiento

70
de ejes exclusivamente marítimos hacia espacios de mayor fertilidad
agraria en los valles bajos (inicio de la productividad agraria).
e) Proceso de interacción étnica y mestizaje costeño-altiplánico a través
del establecimiento del nuevo medio de vida aldeano agrario-tempra-
no en las tierras bajas.
d) Desarrollo de patrones co-residenciales a lo largo del litoral desértico
y fértil de los Andes del Centro Sur a través de la mezcla de explota-
ciones agrarias y marítimas aún mayoritarias.

Marco de referencia y casos: Los Andes Centrales

Los mejores datos actuales sobre las tierras altas de lop Andes
Centrales provienen de los estudios de Browman (1974-1975) en torno a los
patrones de comercio y «pastoreo nómade» de la región deJauja-Huancayo.
Este autor ha reconocido la acción recíproca tanto económica y ecológica,
entre los pastores móviles y los agricultores sedentarios:

En muchas áreas de los Andes peruanos, el patrón más antiguo de


desplazamiento nómade asociado con caza y recolección fue suplanta-
do cerca de los 1.500 a.C. por aldeas sedentarias y agrícolas (Lanning
1967, MacNeisch 1969, MacNeisch y otros 1970, Moseley 1972). Pero
en la cuenca de Jauja-Huancayo, por otros 2000 años, hasta los 500
d.C, los habitantes mantuvieron su énfasis en el pastoreo seminómade
de llamas y alpacas, mientras que los vecinos de las altiplanicies
colindantes se habían vuelto sedentarios, totalmente agrícolas e
incluso, como en el caso de los Wari, más allá del sur del Mantaro se
habían urbanizados (Browman 1975: 32-33).

En adición, el autor referido distingue al comercio de larga distancia


y a las caravanas de llamas como una real satisfacción de las necesidades
de grupos sedentarios en término de acceso a diversos recursos de diferen-
tes zonas ecológicas. Esto es una necesidad socio-política y económica que
implica una red de comercio combinado, una economía agrícola productiva
y avanzada y una redistribución del producto, como un medio de desarrollo
del sedentarismo, todo lo cual debería ser examinado para explicar el
desarrollo gradual de un sistema autoritario centralizado en un nivel
propiamente estatal.
En la región Jauja-Huancayo los distintos modos de vida, tanto el
sedentario como el pastoril se con1plementaban recíprocamente, por lo cual
los cultivadores ocupaban tierras agrícolas apropiadas mientras que los
pastores utilizaban pastizales a gran altura, no apropiadas para las
cosechas. Además, puesto que los pastores eran móviles, podían procurarse
y redistribuir los recursos desde áreas aisladas y ecológicamente margina-
les, las cuales no eran aptas para la agricultura intensiva.
El patrón de movilidad de los ganaderos-caravaneros registrados en
esta región reemplazó al patrón anterior o movimientos por temporadas
entre pequeñas aldeas y lugares de campamentos (Browman 197 4), los
cuales de acuerdo a nuestras propuestas podrían denominarse

71
asentamientos «ejes» a lo largo de las rutas de los ganaderos-caravaneros.
El tipo de ubicación del patrón de asentamientos dependía de la disponi-
bilidad temporal de agua y terreno arable apropiado para labores hortícolas
de la estación húmeda. Durante esta estación determinados grupos de
pastores se juntaron, reforzando su integridad social, dando oportunidad
para su expresión religiosa. Las caravanas de llamas pudieron planearse
y organizarse durante oportunas y trascendentales reuniones en centros
ceremoniales. Supuestamente, había menos actividad durante las estacio-
nes más secas del año; la movilidad entre grupos y sus propósitos eran
presumiblemente dependientes de la disponibilidad variable de las tierras
de pastoreo, como consecuencia de los contrastes climáticos.
La primera aparición de huesos de llama que se tiene conocimiento en
la costa ocurre en el Templo de las Llamas, (Guañape Medio), en el valle del
Viru, por la costa norte del Perú (Strong y Evans 1952). El lugar se ha
datado aproximadamente en 1250 a.C. y está caracterizado por una
pequeña estructura con entierros de llamas, que han sido interpretados
como ofrendas, asociado a plataformas elevadas.
Más al sur, evidencias de huesos de llama (quemados) se encontraron
en construcciones religiosas a través de dos sitios. Quive Viejo y Huancayo
Alto, en la variante media o chaupiyunga del valle Chillón (Dillehay 1976 ,
n.d.a.; n.d.b.). El contexto arqueológico de estos huesos se han fechado a los
950 a.C. para Huancayo Alto y 730 a.C. en Quive Viejo. Aunque alguna
cerámica estilo Chavín está asociada con estos huesos, la mayoría de la
alfarería muestra formas y decoraciones crudamente similares a las pro-
cedentes de la cultura Guañape Medio. Las relaciones ceramológicas entre
las culturas Guañape, Costa Central, y Costa Sur han sido ya reconocidas
por varios estudiosos (Ej. Lumbreras 197 4, Strong y Evans 1952).
En términos de futuras investigaciones, las tempranas conecciones
entre los huesos de llamas (que presumiblemente reflejan contactos con
caravanas de pastores) y los pequeños sitios ceremoniales mágico-religio-
sos, tanto en un contexto costero como de altiplanicie, debería tener un
interés muy particular. Aunque la asociación arqueológica observada aquí
puede ser el resultado de una inclinación de muestra, también podría
indicar que durante las primeras etapas de interacciones económicas
complementarias entre grupos sedentarios costeros y caravaneros estos
sitios ceremoniales en parte proveían un asentamiento inicial destinado a
establecer armonía política, ritual y social en término de resolver conflictos
y aumentar las posibilidades para el comercio de larga-distancia.
La cultura Chavín, representada principalmente por el centro ceremo-
nial de Chavíq de Huantar en la altiplanicie nor-central, se extendió a
través de la mitad norte de Perú y más tarde hacia el área de Paracas. Los
huesos de llama han sido encontrados tanto en sitios de los asentamientos
serranos y costeros, indicando un intenso comercio ínter-regional de larga
distancia y quizás una interacción muy importante a base del tráfico de
caravanas. Pero hasta ahora no se entiende bien qué tipo específico de .
relaciones socio-religiosaa y económicas pudieran haber ocurrido entre
Chavín y las sociedades móviles de ganaderos-caravaneros. El aspecto
ecológicamente restringido del tráfico de caravanas de la cultura Chavín

72
aparentemente se limitó a ciertas áreas costeras y sólo influyó ligeramente
en la altiplanicie del centro-sur de Perú, pero fue indirectamente captado
en la costa sur (área de Paracas), cuya cultura es un caso especial que
requiere atención separadamente (Lanning 1967. Willey 1972. Patterson
1971, Browman 1973. Lumbreras 1974).
Quizás, futuras investigaciones podrían demostrar que la acción
recíproca entre los patrones sedentarios y móviles fueron partes de una
situación de «tira y afloja», vacilante, posiblemente causada por un período
de ajuste de actividades económicas complementarias basadas en la inter-
dependencia entre los productores especializados, diversas zonas ecológicas,
y en. los intentos de centralización arbitraria de estas actividades bajo la
rúbrica de la ideología Chavín.
Una vez que el influjo hegemónico Chavín empezó a extinguirse en las
altiplanicies del norte y en la Costa Sur y Central, el contacto económico
ínter-regional fue mayor, algo igual ocurrió entre la selva y el Altiplano
Central a lo largo de la chaupiyunga centro-oriental. En el valle del
Chillón, hay evidencias que indican una mayor participación del altiplano
(de la Puna a Junín) no sólo en la economía sino también en asuntos locales
socio-políticos.
La culminación de esta red de tráfico de largo alcance y las operaciones
transcaravánicas parecen fijarse entre los 450-250 a.C., cuando la región
del altiplano central: Junín-Jauja-Huancayo, empezó a jugar un importan-
te p~pel mediador de las relaciones económicas. Hasta ese momento se han
establecido varias rutas tradicionales que conectan valles in ter montanos,
valles y punas, punas y el lago Titikaka y todas aquellas áreas periféricas
de costa y selva. La experiencia acumulativa y el conocimiento organizativo
obtenido de estas diferentes conecciones tanto por grupos estables como por
grupos de ganaderos-caravaneros establecieron aparentemente la madu-
rez necesaria para un desarrollo posterior a base de la emergencia de
sociedades como Wari, Tiwanaku e Inka.
En este período, verdaderos stock de huesos de llamas fueron encon-
trados en la costa norte (8. Pozorski 1976), lo más probable como indicadores
del empleo de recuas de carga y sólo secundariamente como parte de la dieta
local.
Las caravanas se evidencian incluso en la iconografía Moché (Lapinas
1969, Fig. 6; Benson 1972: 92; Lavallez 1971: 153; Sawyer 1968: 46;
Kaufman Doig 1971: 513). Es casi cierto que los Moches participaban de
una amplia red de tráfico que en su dirección sur alcanzaba hasta Bolivia
y tal vez el Norte de Chile (vía Paracas). Hay registros de lapizlázuli en
varias tumbas Moche, y estos rasgos semi preciosos al parecer provenientes
de Ayo paya (Bolivia) y aún desde Atacama, que de uno u otro modo se sitúan
fuera del ámbito Moche (Peterson, 1970). ·
N o es aún conocido si: 1) alguna sociedad costera tal como los Moche,
y la posterior Chimú, mantuvo su propio servicio de caravanas que se
extendía de la costa a las altiplanicies adyacentes y probable1nente de allí
se relacionaban con otros giros de múltiples direcciones; -2) eran gentes
altiplánicas que operaban las redes de caravanas orientadas a la socieda-
des costeras, o 3) este litoral era simplemente un área «pasiva» para las

73
caravanas de altiplano.. Dada la cantidad de huesos de llamas que a menudo
aparece en los asentamientos costeros (por ejemplo los asentamientos
Moche y Chimú) no sería sorprendente que la alternativa uno fuera la
correcta.
De ser así, surgen nuevas preguntas: ¿De dónde viene la llama
costera?, fueron mantenidas en la costa además del altiplano o los rebaños
de la costa eran reemplazados de vez en cuando por gen tes del al ti plano. Si
los grandes rebaños se mantuvieron en la costa, dónde eran mantenidos?,
¿en el fondo del valle donde se producían las cosechas agrícolas? Con
respecto a estas preguntas sólo futuras investigaciones resolverán el
asunto de controversia en relación a si los camélidos pudieron soportar un
ambiente desértico con un alto nivel de permanencia y efectividad. Los
camélidos parecen haber sido exclusivamente domesticados en las altipla-
nicies y sólo mucho más tarde fueron introducidos y alimentados en la costa
urbanizada con fines dietéticos y de movilidad, pero con baja frecuencia.
Por otra parte, hasta ahora hay poca o ninguna evidencia de corrales en o
cerca de los asentamientos de los valles costeros, que deberían haber
conservado grandes recuas a cargo de costeños. Es muy improbable que
estos rebaños de carga se desplegaron libremente a lo largo del valle,
consumiendo y dañando los campos agrícolas.
La documentación etno-histórica y la arqueología de las sociedades
pre-europeas en el Valle Chillón (Rostworowski de Diez Canseco 1968,
1973; Dillehay 1976, n.d.b.) pueden proveer algunas respuestas a estos
problemas. La documentación señala que uno de los grupos étnicos costeros,
los Huaravi, intercambiaban productos locales por papas y llamas del
altiplano, a base del arribo de caravanas. Se sabe también que durante el
tiempo de los Incas un sector pequeño y aislado del fondo del valle era
utilizado para guardar cerca de trescientas cabezas de llama. La arqueolo-
gía ha revelado que no hay corrales en el valle, pero hay numerosos sitios
con evidencias de huesos de llama. Dillehay(1976 Nd.a.b.) ha concluido que
por lo menos en los últimos siglos pre-europeos los grupos del altiplano
estaban incrementando los stocks de llamas para satisfacer los requeri-
mientos de valles, por cuanto las relaciones de intercambio eran beneficio-
sas para todos los grupos del perfil regional. Puesto que los hombres
altiplánicos fueron verdaderas unidades intermedias y móviles de las
operaciones de intercambio hacia lo alto y bajo del valle, era improbable que
grupos de la costa manejaran caravanas a larga distancia desde la costa al
altiplano. Aunque la llama era probablemente utilizada por los costeños
para transportar mercaderías localmente, durante el desarrollo urbanísti-
co no se advierte en los Andes Centrales una clara penetración de grupos
agro-marítimos hacia las tierras altas agropecuarias. Sin embargo, en la
costa del Centro-Sur, donde el urbanismo no articuló su particular desarro-
llo «rígido>), las comunidades agro-marítimas de Paracas y las muy tardías
del Valle de Chincha presentan estamentos de «Mercaderes» que trafican
bienes locales y foráneos (excedentes tropicales trasladados por navegación
de altamar) reunidos y movidos desde el litoral hacia los ámbitos de altura,
constituyendo casos atípicos de movimientos giratorios organizados desde
las tierras bajas (Rostworowski de Diez Canseco , 1970).

74
La mejor evidencia para fechar una forma específica de relaciones
socio-políticas y económicas que ocurrieron entre sociedades altiplánicas y
agricultoras debidamente adelantadas proviene de la costa central. Alrede-
dor de los 200 a.C. a 500 d.C. en el altiplano del Valle de Chillón, grupos de
la Puna de Junín se habían transformado en elementos dominantes en la
economía a lo largo del valle, viviendo en ca-residencias con grupos costeros
y compartiendo responsabilidades socio-políticas de intercambio de pro-
ductos in ter-regionales con los habitantes de por lo menos un asentamiento
de Huancayo Alto (Dillehay, 1977). Estos altiplánicos parece que se habían
movido regularmente entre la puna y sus polos del valle central. Esta
conecc.ión se ve como un giro lateral de corta distancia que debe haber
estado ligada a giros de larga distancia que se desplazaban a través de la
Puna de Junín. Los productos del altiplano, especialmente cobre, carne y
lana de llama como también el servicio laboral, fueron intercambiados por
bienes del valle central, especialmente frutas y coca, que eran transporta-
dos a zonas de mayores alturas. La movilidad de estos alteños, posibilitada
por su migración de temporada y traslados de caravana, produjeron un
profundo impacto en la dirección del desarrollo socio-político y económico
del valle. La penetración serrana en los asentamientos costeros claves se
estableció a lo largo de las rutas más importantes de la quebrada desde el
valle a la sierra interrumpiendo y succionando las fuerzas centralizadas de
la economía y política costera. El resultado final de este impacto altiplánico
en la sociedad costera fue obviamente la descentralización y segmentación
de la redistribución del producto y un golpe político sobre el grupo étnico
local a nivel del valle total. (Dillehay, n.d.a.).
En la región cercana de Jauja-Huancayo ocurrieron importantes
cambios económicos y demográficos, los que aparentemente tenían ramifi-
caciones con la situación del valle Chillón antes descrita. Browman ( 197 5)
sugiere que la presión de la población en la región, aproximadamente por
los 400-500 d. C., ocasionaron un cambio del pastoreo primario a la agricul-
tura primaria, forzando a algunos grupos de pastores a dejar su modo de
vida errante y dedicarse a prácticas más fijas de agricultura. Explica
además que los grupos de pastores no pudieron dividirse más sobre los
territorios nuevos o marginales de la región, debido a que alrededor de los
años 250 a 500 d.C ., todos los espacios apropiados estaban ocupados.
Aunque esto no niega la posibilidad que estos pastores presionados no
hubieran buscado otros medios de alternativa para continuar su patrón
básico de movilidad in ter-zonal y de intercambio de recursos. Los datos del
valle Chillón sugieren que bien podrían haber sido estos mismos grupos
altiplánicos los que comenzaron a penetrar en la zona chaupiyunga en las
laderas orientales de los Andes Centrales: 1) explotando nuevas oportuni-
dades económicas en esta área, 2) ofreciendo acceso permanente y más
regular a los productos altiplánicos, y 3) creando diferentes patrones de
cooperación complementaria tanto económica como socio-política entre las
caravanas de pastores y los agricultores con base en los valles costeros.
Aunque esquemáticos, los datos precedentes de la Amplificación 11, en
los Andes Centrales, pueden ser sintetizados en el modelo siguiente. La
definición de las regiones más competentes de urbanización y de ganarle-

75

ros-caravaneros muestran una distribución regular. En las áreas de puna
se sigue definidamente una vía de desarrollo ganadero-caravanero y en las
cuencas y valles costeros e intermontanos específicos se delinea la trayec-
toria de urbanización aunque algunas áreas marginales se confunden en
una mezcla de las dos vías. En todo caso, esto podría ser interpretado como
diferentes grados de dominio sobrepuestos de cualquier patrón, donde
tanto una sociedad sedentaria u otra pastoril pudieron haber sido inte-
rrumpidas o convertidas dependiendo de las circunstancias ecológicas
locales, necesidades económicas y relaciones socio-políticas.
Durante la última mitad de este período hubo una mejor definición y
desarrollo eficiente de diferentes regiones integradas a través de la vía
urbana, de la vía agroganadera, y aún de los grados variables de la
combinación de ambos, dependiendo estos diversos modelos de desarrollo
de los niveles pre-existentes de producción, y participación en redes
económicas locales, regionales e ínter-regionales. Como se plantea ante-
riormente, después de los 100 d.C. Tiwanaku surgió como resultado de la
convergencia de los segmentos de mayor altura de múltiples giros
agroganaderos de carácter multi..:direccional con tráfico de caravanas bien
consolidado.
Alrededor de la misma época la región de Ayacucho, que tenía algún
contacto con las áreas de la puna meridional y aparentemente con las áreas
costeras adyacentes, estableció la etapa adecuada para el surgimiento del
estado W ari. La eventual convergencia de los patrones urbanos de produc-
ción agrícola altamente centralizada y los patrones dinámicos de las
comunidades agroganaderas-caravaneras, en la emergencia de todo lo
llamado Wari-Tiwanaku, por los 400 a 600 años d. C., es probablemente una
apreciación correcta.
Para alcanzar este clímax sintético se requirió de un proceso previo
de crecimiento y desarrollo de transacciones de larga distancia y de
contactos económicos crecientes entre diferentes regiones. Cuando se
contrasta con la etapa que le precede, el estadio pre-Tiwanaku fue testigo
de la expansión de una buena cantidad de diversos productos que se
trasladaban desde largas distancias entre diferentes regiones costeras y
altiplánicas. Aunque esta circunstancia no era tan cuantiosa por el volu-
men de los materiales que se movían entre diferentes regiones distantes,
se puede suponer que alcanzaban proporciones más impresionantes en
términos de estatus productivos e ideológicos, configurando el estableci-
miento inicial de rutas tradicionales permanentes.
La productiva etapa Tiwanaku con traslados de larga distancia a
través de redes de caravanas, aparece jugando un papel importante en el
crecimiento y desarrollo de las culturas insulares y regionales durante los
primeros siglos de nuestra era. Por cierto, existió una tendencia periférica
al altiplano nuclear, consistente en nivelar distintas formas de organiza-
ción socio-política y económica para participar en la producción y prepara-
ción de bienes para intercambio y redistribución de aportes externos,
incluyendo la aceptación de la infiltración socio-altiplánicas.
N o hemos entrado a considerar las posibles distancias de los giros
interambientales en los Andes Centrales, por la falta de información

76
arqueológica y su consecuente extrapolación etnológica. Por lo mismo, es
difícil estimar si estamos frente a desplazamientos continuos (giros de
larga distancia) o si el tráfico de larga distancia significaba un extenso
transporte de rubros compuestos por diferentes tramos de caravanas
concatenadas que también contactarían polos opuestos interambientales.
N o obstante, ni el trazado de rutas, ni la modalidad de las operaciones
del tráfico eran similares en los Andes Centro-Sur y Centrales. Es necesario
aclarar el hecho de que el patrón urbano del norte probablemente utilizó las
caravanas de pastores como un mero medio de transporte de recursos,
mientras que por otro lado, el patrón sureño de caravanas utilizó los
asentamientos sedentarios como ejes o puntos fijos de estabilidad, para
asegurar el movimiento continuo de recursos complementarios.

El área Centro-Sur

Hasta aquí hemos señalado los eventos centrales que arrojan ciertas
luces e~tre el tráfico de alteños con diversos focos de urbanismo. Ahora nos
concentraremos en el área circum-Titikaka, desde donde se han establecido
importantes conexiones con el resto del área Centro-Sur.
Para comprender todo lo llamado Wari y Tiwanaku y sus respectivas
modalidades de interacción y expansión, es necesario revisar atentamente
lo ocurrido con los movimientos en torno al Titikaka. Aunque no sabemos
cuál fue el rol agropecuario antes de todo lo llamado Chiripa (cerca de 16
asentamientos), parece correcto que antes de la emergencia de sociedades
complejas con bienes artesanales sofisticados y estereotipados, se haya
desarrollado en la cuenca del Titikaka una sociedad previa con serios
conocünientos de horticultura, ganadería y manejo rudimentario de cara-
vanas con etapas transicionales hacia los 2000 años a.C. o algo más
temprano. Por ahora, observamos que los primeros giros de interacción
como un medio de acelerar el desarrollo, se aprecian en el propio ámbito
de la cuenca, ampliándose localmente los movimientos entre ejes fijos
conocidos de múltiples asentamientos pertenecientes a gentes Pukara,
Chiripa, Qaluyo, etc. Durante este estadio los giros al Pacífico son escasos.
Sus movimientos circulares contactaban las comunidades de las riberas
opuestas del Titikaka, pero sin ejercer una presión de tráfico considerable.
Exploran ambientes distantes como el Pacífico y establecen ejes de movili-
dad fuera del ámbito altiplánico, sin intenciones de hegemonía macro-
regional. Lo que se disputa es el espacio del altiplano, a través de prestigio
teológico y disposición de centros convergentes de tráfico de intercambio, al
tanto que se planifican las primeras colonizaciones en enclaves distantes
(V.gr. presencia Pukará en los valles de Arica).
Durante la Fase 1 (Mujica m.s.) del desarrollo cultural altiplánico y
áreas aledañas de interacción, se definen dos entidades culturales con
desarrollos independientes: Marcavalle-Qaluyo (Norte) y Chiripa 1 (Sur)
fechados entre los 900 a 600. Durante este estadio los movimientos
giratorios no están bien desarrollados. Los ejes bipolares de cada giro están
en proceso de consolidación, a través de focos aldeanos dispersos y aislados
en procesos de autosuficiencia. Durante la fase 11 se intensifican los

77
movimientos giratorios entre algo más de 21 ejes pukara en el altiplano (oh.
cit.), extendiéndose hacia dos ambientes específicos: Costa Sur del Perú y
área Sur de Titikaka: Chiripa. Aquí se aprecia un contacto con un rnedio
ecológico similar motivado por tempranas producciones especializadas en
un ambiente globalmente no diversificado. Sin embargo, las caravanas
desplazadas al litoral-Sur experimentan los primeros traslados desde
ambientes marítimos, esta vez orientadas también al aprovechamiento de
productos de valles bajos semi-tropicales y propiamente marítimos.
Durante la fase 111 las gentes Pukará perfeccionan los movimientos
giratorios altiplánicos con transportes de larga distancia. Los ejes siguen
establecidos en la Cost;;.t Sur, pero esta vez se ubican nuevos ejes de rebote
entre Pukará, cuenca del Vilcanota y Kallamarca, cerca de Tiwanaku,
cubriéndose así un máximo espacio de control, como un requisito previo
para acelerar las contradicciones entre las dos bandas del lago, las cuales
fueronresueltasconelrolhegemónicoTiwanaku.Estamovilidadaltiplánica
creciente conduce a Tiwanaku, y no al revés.
Desplazamientos desde esta etapa parecen darse hacia el noroeste de
Argentina con componentes Chiripa, Wankarani, Tiwanaku 1 y 11, que
forman parte de las tradiciones andinas incorporadas y remodeladas por los
ingredientes orientales en el territorio de los valles templados del noroeste.
Las relaciones entre Chiripa y otras agrupaciones del Titikaka se ha
señalado para el noroeste de Argentina (Núñez Rigueiro, 1970).
Tempranamente en la región de Paracas se había establecido ejes de
interacción con el altiplano, que repercuten en los Andes del Sur. Una de
las regiones más conocidas después de los 250 a.C. fue Para.cas en la costa
sur del Perú. Browman (1975: 327) probablemente está en lo correcto al
discutir que Paracas se desarrolló como un «centro primario>> orientado a la
redistribución de productos para las altiplanicies del centro y Sur de Perú,
con probables esferas de influencias a lo largo de la costa norte y central
(Menzel 1961, Rowe 1963).
El desarrollo Paracas indica una alta producción artesanal textil de
sumo prestigio asociada a cerámica y otros rubros culturales compatibles
tecnológicamente con manufacturas especializadas procedentes de artesa-
nos urbanos. Sin embargo, fuera de la complejidad de los cementerios (las
aldeas son estructuradas con tecnología simple) no hay rasgos arquitectó-
nicos urbanos ni templarios. Desde hace un tiempo se ha planteado que
Paracas se correlaciona con los grandes centros ceremoniales del área
Circuntitikaka. La ausencia de urbanismo se explicaría por la naturaleza
móvil de la producción agro-marítima situada en diversos ejes del litoral.
La agricultura tropical de los valles aledaños, con cosechas orientadas al
traslado de alimentos a las tierras altas, por una parte, y la sobre explota-
ción horizontal del litoral, estimuló una movilidad particular en el área de
Paracas-N azca, responsable al parecer del complejo trazado de figuras
terrestres «exóticas» (monos, aves, etc.) Los cementerios «integraban» a los
asenta1nientos dispersos o en aldeas adaptadas a la explotación agro-
marítima. En tanto los templos del área circuntitikaka ejercían la atracción
litúrgica necesaria e inhibían la permanencia de castas sacerdotales y
templos en el litoral desértico, sensiblemente aislado de los centros

78
Formativos generados con mayor eficiE~ncia en los ambientes agropecuarios
interiores. Hacia estos litorales desérticos con menos recursos de agua, los
influjos Chavín y los procedentes de la cuenca del Titikaka, son básicas
para comprender los primeros brotes de poblaciones con ideología Formativa,
dando lugar al comienzo de todo lo llamado Paracas.
La correlación entre Paracas y el área Circuntitikaka se estableció a
través de circuitos de caravanas de larga distancia, especializadas en el
tráfico de excedentes «bajos». Las evidencias de cientos de llamas enterra-
das en el área de Paracas, algunas con cargas de sal (Engel 1966),
demuestra que las caravanas unían ejes entre ambos extremos marítimos
y circum-lacustres, moviendo alimentos agrarios, tropicales, alimentos
marinos y una voluminosa producción artesanal orientada a satisfacer las
exigencias de las tierras altas. Si se acepta que toda la textilería Paracas
se elaboró con cargamentos de lana trasladados desde las tierras altas,
estas cargas no bajaban solas, sino conjuntamente con otros bienes econó-
micos e ideológicos, a base de movimientos giratorios que sustentaron el
desarrollo «aislado» de Paracas, como parte del sistema agropecuario de la
Puna y cuenca Circunlacustre aledaña. En efecto, cuando las gentes de
Paracas establecen sus fases 5 a 8, se verifican contactos con el área de
Vilcanota y cuenca norte del Titikaka: Pukará 1 (Mujica m.s.). Los contactos
continuaron con mayor énfasis en el auge de Pukará 11, a través de
evidencias de las fases Paracas (4-10) y Nazca (1-2), alcanzando los últimos
cont&ctos en Pukará 111 con la llegada de ingredientes Nazca 3.
Dentro de estos movimientos se incorporaron patrones iconográficos
costeros relevantes de Paracas en el ámbito altiplánico (motivo de serpiente
bípeda dentada) y aún de formas cerámicas (cuerpos cucurbitáceos) que
rebotaron en la cuenca del Titikaka y se difundieron en los valles y el
Pacífico entre Arica y el Loa.
La posterior cultura Nazca en la costa sur completa nuestro marco
regional. En la última parte de la amplificación 11, el desarrollo socio-
cultural alcanzó la cúspide en el valle de Nazca, donde una cantidad de
sitios importantes tales como Cahuachi estaban marginados del principal
flujo de desarrollo tanto del modo de vida altamente urbano del norte como
de los patrones ganaderos-caravaneros del sur-este y sur. De particular
interés son los famosos diseños y líneas geométricas Nazca. Núñez (1976)
ha demostrado en el norte de Chile que los geoglifos o grandes marcas del
desierto están relacionadas con el tráfico de caravanas. Dado esto, podemos
postular que las líneas nazca habrían sido elaboradas para conseguir un
estímulo favorable para la sustentación teológica de una red de caravanas
multi-giratorias que contactaban el sur de Perú, Bolivia y quizás ciertas
áreas de Chile. La similitud de ciertas técnicas, motivos, en un ambiente
similar entre el Norte de Chile y Nazca puede indicar que áreas ecológicas
marginales, consideradas como desiertos absolutos podrían tener necesida-
des comunes para proveer un ímpetu extraideológico con el fin de asegurar
su papel como participantes en los movimientos giratorios de caravanas.
Es probable que las líneas pudieron haber sido utilizadas para pronos-
ticar o planear actividades agrícolas de temporada, en coordinación con el
advenimiento de múltiples caravanas. Debía existir una sincron~a entre los

79
logros de excedentes, arribo de grupos y ceremonias a las deidades del
tráfico andino de larga distancia. Con referencia a los diferentes tipos de
figuras, Willey ha notado que ellas probablemente no sirven como «visiones
astronómicas». La presencia de fauna exótica más bien habla a favor de
grupos que se desplazan por diversos ecosistemas que mantienen en los
geoglifos de Nazca su apoyo litúrgico protector y funcional a la vez, si
realmente contienen un conocimiento astronómico aplicado a los cambios
estacionales, regadíos, etc~
Podría agregarse además que la línea recta y la marca geoinétrica han
sido registradas en las quebradas áridas inter-valles entre los valles
Chillón y Rimac (Rosell, comunicación personal, 1975). Dada la activa
participación de grupos del altiplano y la puna en los flancos central-oeste
de los Andes y también en la Costa Central, podría ser que estas líneas
estuvieran asociadas con el tráfico de caravanas, desde estas tierras altas
que por razones políticas o ambientales podían solamente descender por las
quebradas laterales y no por los valles donde las poblaciones costeras
estaban asentadas. Por ejemplo, los ovejeros actuales que traen productos
de la altiplanicie a la costa desde y hacia zonas de mayor altura, siguen las
rutas tradicionales de las quebradas desérticas hacia Lima por los cursos
del Rimac y Chilca en el valle Junín. Una razón por la que estos grupos no
siguieron por el fondo del valle es que no habían lugares adecuados para
mantener rebaños y podían destruir las cosechas. Por lo que Dillehay ha
visto en el valle de Chillón, los altiplánicos acampan en las quebradas
laterales a unos cuantos cientos de metros o a pocos kilómetros del fondo del
valle, intercambiando bienes y realizando prácticas sociales. Futuras
investigaciones arqueológicas en el área podrían mostrar que algunos
grupos de pastores ocupaban las áreas de lomas . Temporalmente,
interactuaban cort la población local, mantenían sus residencias transito-
rias separadas y retornaban a sus pisos altos.
Antes del clímax clásico Tiwanaku, hay una alta preocupación por la
concentración de materias primas destinadas a satisfacer las necesidades
parafernálicas y de status a través de manufacturas litúrgicas formaliza-
das en la cuenca del Titikaka. Es probable que las fases Tiwanaku, previas
al clásico, ya habían ubicado los lugares ricos en minerales sujetos a
transformación metalúrgica, además de área_s con recursos de piedras
semipreciosas. Estos depósitos se ubicaban fuera del ámbito nuclear del
Titikaka (V. gr. oasis de Atacama), de modo que las rutas tempranas de
interacción fueron consolidadas antes del desarrollo clásico.
También en este tiempo temprano parecen registrarse contactos entre
el área de Cochabamba con el río San Francisco del noroeste de Argentina,
pero aún la información actual no especifica la real naturaleza de estos
movimientos.
Una situación distintiva de los Andes del Sur (Majes-Titikaka al Sur),
es la ausencia de urbanismo integrador de excedentes procedentes de
espacios rurales dependientes. La experiencia Tiwanaku refleja un centro
ceremonial dependiente de zonas internas donde el funcionamiento de las
caravanas era eficiente a raíz de la diversificación ambiental.
La movilidad meridional implantó el modelo aldeano fijo en valles y
80
disperso en las tierras altas, con relaciones armónicas cuyas «parteS>> en
movimientos crean el «todo» suficiente para compatibilizar la estabilidad
de los asentamientos en espacios de producción no continua. La aldea del
Centro-Sur percibida en relación a los movimientos giratorios actúa con
mayor funcionalidad que el urbanismo, y se soporta por diversos ejes
sedentarios distantes de complementación. Su función social crea la posi-
bilidad de armonizar los principios antagónicos de estabilidad y movilidad,
a través de la acción paralela de una sedentarización creciente e intensifi-
cación de los movimientos giratorios de traslado de bienes. Estos ejes
surgen así dentro de un nuevo concepto andino Centro-Sur diferente al rol
antagónico del urbanismo de los Andes Centrales, como una forma de
relacionarse con el paisaje a través de asentamientos que pueden proyectarse
y «moverse» de acuerdo a la diversidad andina.
Durante la emergencia de las tempranas comunidades Formativas de
la cuenca del Titikaka, gran parte de los valles periféricos al altiplano no
habían sido modifi-cados, de modo que se disponía de grandes extensiones
eficientes (V. gr. áreas de desembocaduras de ríos). Por estas razones, las
caravanas tempranas debían cruzar largas distancias entre el altiplano y
la costa y otros ámbitos atractivos de valles y oasis más meridionales. Para
transformar los rebaños de llamas en animales de carga se debió intensi-
ficar la especialización de la capacidad de transporte en términos superio-
res a la tracción humana. Paralelamente y a posteriori la expansión agraria
creciente estrechó los circuitos de movilidad. Con lo cual se deduce que
desd-e muy temprano se debió prodigar un especial cuidado al perfecciona-
miento del ganado de transporte, por medio del cual los alteños contactaban
con etnias de desarrollos diferentes. El tamaño de la caravana debió
fluctuar en rangos muy amplios, desde 600 llamas observadas en uno de los
oasis del Sur del Perú (Diez de San Miguel, 1967) a 40 animales destinados
en recua a Moquegua (Flores Ochoa, 1970). Si se acepta que una caravana
de bajo rendimiento a base de 50 llamas carga 1.500 kilos, el volumen útil
es de enorme significado en una geografía de difícil acceso.
El desplazamiento de hombres en los movimientos caravánicos no
repercutió en el manejo de rebaños en los territorios altos, por cuanto, la
familia nuclear (niños, ancianos y mujeres) pueden quedar a cargo del
ganado, aunque los rebaños superen 500 cabezas de camélidos.
Durante los meses de lluvias la preocupación principal se centraba en
torno a las actividades ganaderas, pero en la estación seca organizaban los
viajes interregionales, que hasta en la actualidad perduran por 3 a 6 meses
en las punas de los Andes Centrales, a base de la participación de hombres,
de modo que los niños, ancianos y mujeres continúan con el cuidado de los
rebaños (Custred, 1977).
Esta especialización permitió abatir los límites de adaptación tempo-
ral de las recuas en ambientes no altiplánicos meridionales (costa desértica),
en donde debieron alternar dos modalidades distintas:
a) Acceso a costas fértiles con mayores recursos de forrajes (V. gr. valles
de Arica) hacia donde alcanzaron las tempranas caravanas de las
cuencas del Titikaka.
b) Acceso a costas desérticas con débiles vertientes hacia donde alcanza-

81
ron caravanas de ejes altiplánicos más meridionales. (V. gr. Wankarani).
Sea como fuere hay experiencias que demuestran que las llamas de
carga pueden pernoctar algún tiempo en ambientes bajos.
Cuando las poblaciones del litoral Centro-Sur aún no se interferían
por las caravanas altiplánicas, se habían conformado conglomerados en las
tierras fértiles de las desembocaduras de ríos. Grupos de pescadores y
recolectores del mar, derivados del Complejo Chinchorro, incluso habían
logrado asentamientos semiestables hacia los 2800 a.C. (V. gr. Caleta
Huelén-42, boca del Loa). Sin duda que la economía marítima había creado
estímulos de sedentarización antes del arribo del modelo aldeano-agrario.
El arribo de las primeras caravanas pre Tiwanaku acentuó 1nás aún esta
estabilidad en las bocas fértiles de los valles entre el río Majes (Sur del Perú)
al río Camiña (Pisagua), otorgando nuevos niveles de estabilidad agraria,
a través de la fase Laucho, Faldas del Morro, Alto Ramírez y otros complejos
de túmulos, pero ert la costa desértica del Sur de Pisagua, se inicia un
proceso de dispersión de la concentración de grupos marítimos locales,
tanto en la boca del Loa, como en otros centros con áreas de vertientes
efectivas. Las caravanas en este espacio desértico no acceden hacia ciertos
ejes definidos. Por el contrario, tratan de ocupar temporalmente dispersos
hábitat productivos. Por esto, un sinnúmero de ejes de explotación maríti-
ma se difunden por esta costa, disolviendo el patrón concentrado, por ejes
aislados sin estructuramientos habitacionales complejos. Esto explica lo
que sucede después cuando las poblaciones de valles y oasis interiores
manipulan la costa al Sur de Pisagua. En efecto, bajan al litoral y explotan
directamente o contactan con grupos móviles que concentran sus exceden-
tes en diversos hábitat de baja densidad, cuyo desarrollo se complementa
esta vez con el arribo de caravanas (V. gr. cáñamo). La supervivencia de la
sociedad tardía llamada «Changos>> (nomadismo marítimo) y sus relaciones
con caravanas registradas con fuentes etnohistóricas explica la no
funcionalidad del modelo aldeano en el litoral desértico. El ideal de explotar
horizontalmente el mar tras la búsqueda de excedentes como contrapartida
a la llegada de las caravanas, justificó la falta de integración social costera
en el ámbito desértico. Pero cada caleta productiva por distante que sea, o
por su baja densidad poblacional, se incluía en los giros con las tierras altas .
De este modd, el efecto de las caravanas tempranas fue triple:
a) Interacción con grupos estables en los valles fértiles y costa inmediata
(ejes bien fijos), entre el extremo Sur del Perú hasta el río Loa.
b) Interacción con grupos dispersos en el litoral desértico al Sur del Loa
(ejes dispersos y móviles).
e) Explotación directa en espacios vacantes.

Estas modalidades tenían algo en común: el acceso del litoral como


clave de atracción en los circuitos de caravanas, y un mayor nivel de
especialización productiva costeña con excedentes de complementación
orientado hacia los requerimientos interiores.
A continuación se resumen algunos casos de interacción pre Tiwanaku
entre el altiplano y la vertiente occidental:
82
l. Altiplano-Costa Sur del Perú: La cerámica roja pulida de Islay y
San Benito del extremo Sur del Perú (200-600 d.C.) demostraría el
arribo de grupos del altiplano antes de la irradiación Tiwanaku
Expansivo.
2. Parakas-Pukara: Presencia de componentes cerámicos Parakas en
contextos Pukara (cuenca del Titikaka) durante las Fases 11-111
(Mujica, MS).
3. Alto Ramírez-Pukara: Incorporación de estilo Pukara puro en
textiles de la Fase Alto Ramírez (valle Azapa, Arica), recuperados en
contextos funerarios de túmulos, datado a los 490 años d.C. (Rivera,
1976).
4. Tarapacá-Paracas: Arribo del diseño Paracas-cavernas (sierpe bípeda
dentada) desde la cuenca del Titikaka, eventualmente de algún
estadio pre Tiwanaku clásico. Se incorpora a un contexto agrario
inicial en Tarapacá 40-A, datado a los 360 y 290 años d.C., con
evidencias de remanentes marítimos y altiplánicos, fijados en una
quebrada cercana al Pacífico (L. Núñez, m.s.).
5. Turi-Cuenca del Titikaka: Llegada de cerámica negra, ploma, roja
pulida, policroma Vaquerías, grabada, y tubos de phusañas y/o
fragmentos tubulares de pipas, similares a los registrados en la cuenca
del Titikaka (Ponce, 1970). Hay moldes de temprana metalurgia. No
_hay control radiocarbónico, pero se sugiere que corresponde al arribo
de un grupo agro-ganadero temprano, responsable de un campamento
con elementos de molienda, dedicado al control de las vegas de Turi,
en el ámbito ganadero del río Loa Superior (L. Núñez, m.s.).
6. Laucho-Cuenca del Titikaka: Presencia en la costa de Arica de
cerámica experimental que imita formas cucurbitáceas del patrón
Parakas y de otras formas similares del Titikaka. Incorporación de
quinua, camote, mandioca y paliares, trasladados por interacción
oriente-altiplano-costa. Arribo de técnicas para la elaboración meta-
lúrgica de oro y cobre, en un contexto globalmente fechado a los 530
a.C. (Rivera, 1976).
7. Cáñamo-Wankarani: Arribo de cerámica monocroma burda de su-
perficie alisada y semipulida en un campamento del litoral desértico
de Cáñamo (Sur de !quique), datado a los 860 a.C. Su relación
tipológica y cronológica se vincula con la etapa temprana de los grupos
Wankarani del altiplano-sur (L. Núñez-Moragas MS. in. Lit.).

8. Tarapacá-Wankarani: Se ha registrado un conjunto cerámico burdo


y monocromo en la quebrada de Tarapacá, con componentes que
recuerdan forn1as Sora-Sora y Wankarani, ocurrentes en el altiplano
Sur. De acuerdo a la fecha del orden de los 920 a.C. (True, 1973) es
permitido establecer un movimiento posible entre este oasis
tarapaqueño y el altiplano inmediato, aunque su finalidad migratoria
y/o giratoria aún es imprecisa.
9. Caleta Huelén-10 - Parakas-Cuenca del Titikaka: Ingreso de

83
tecnología metalúrgica de cobre y cerámica de formas cucurbitáceas
en la desembocadura del río Loa, procedentes desde el altiplano, a
través de contactos Parakas, datado a los 50 años a.C. (L. Núñez,
1971).
10. Caleta Huelén-20 - Cuenca del Titikaka: Presencia de lana,
quinua e instrumentos para alucinógenos en la boca del Loa, registra-
dos en túmulos funerarios, no datados (L. Núñez, 1971), pero compa-
rativamente sincrónicos a otros túmulos tempranos sometidos a
control radiocarbónico: conexiones con motivos Pukara.
11. Caserones-Altiplano: De acuerdo a una datación de la aldea Case-
rones, del orden de los 340 a.C. (True, 1973). Se sugiere el estableci-
miento de un temprano foco aldeano (Núñez, 1976a) en la quebrada
baja de Tarapacá; generado por el desplazamiento de un grupo
altiplánico, estableciendo un conglomerado expansivo como una «isla
cultural» en las tierras bajas. Los con1ponentes cerámicos de la
Temprana aldea de Caserones representan preferentemente pucos
negros, plomos y rojos pulidos (con alta tecnología) procedentes de los
oasis de Atacama, o de algún centro formativo del altiplano, respon-
sable de la distribución multi-ecológica de esta población (Wankarani
Intermedio?). De uno u otro modo, desde los 340 a.C. a los 400 d.C. la
aldea se especializa en cosechas de algarrobo y maíz, al tanto que
articula excedentes marítimos. Caserones no tiene réplicas hasta
ahora en las tierras bajas, presentándose como una «gran isla)> en
donde se redistribuyen los efectos Formativos del altiplano y Puna de
Atacama, con caravanas que la unían a su universo interior.
Caserones representa un desarrollo aldeano muy complejo, con vías de
marcada centralización de actividades (agricultura y control maríti-
mo). Se mantienen relaciones productivas en la Costa, cuenca forestal
y valle bajo (Tarapacá), integrando gentes con estabilidad eficiente, al
tanto que destinan grupos a otros enclaves aledaños. El poblamiento
inicial de Caserones hacia los 340 años a.C. demuestra que las
actividades tienden a centralizarse a base de un conglon1.erado
habitacional expansivo, pero esta intención se diluye posteriormente.
El intenso movimiento de caravanas en épocas más tardías descentra-
lizó este foco, ampliándose la esfera de interacción hacia múltiples ejes
de costa y valles bajos.
12. Guatacondo-altiplano: Acceso de un modelo aldeano temprano
altiplánico, datados a los 60 d. C. en la quebrada baja de Guatacondo,
cerca de Pampa del Tamarugal. Reúne a componentes agrarios y
culturales trasladados a este único foco aislado, donde se redistribuyen
movimientos de interacción con los recursos forestales y costeños
cercanos (Meigham, 1970).
Enseguida se enumeran algunos casos de interacción entre los oasis
de la Puna de Atacama - Costa - Altiplano - noroeste y noreste
argentino:
13. Oasis de Atacama-Wankarani: Hasta ahora la proliferación de la
cerámica de San Pedro N e gro pulido parece caracterizar un proceso

84
intracultural de los oasis de Atacama. Este componente se ha datado
hacia los 300 años d. C., y parece derivarse de los ejes Formativos del
altiplano sur en donde el rol de Wankarani Intermedio (Ponce, 1970)
podría ser significativo, o de ancestros locales más antiguos como los
pueblos protoformativos de quebrada Tulán (Tu 54 y 85).

14. Toconao-Bosques Occidentales: Llama la atención el arribo de


grupos posiblemente trasandinos hacia el oasis de Toconao, al pie
occidental de la Puna. Por los años 580 a.C. se dispuso aquí una
tradición de tiestos modelados a modo de grandes y anchos cilindros,
con diseños antropoformos agregados al pastillaje (Le Paige, 1972-3).
Recuerda formas San Francisco u otras comprometidas con los bos-
ques occidentales del noreste argentino. De hecho, fuera de este foco,
su distribución no es frecuente en el resto de los oasis, constituyendo
un «desarrollo insular» temprano. Su carácter de contacto giratorio y/
o colonial, como en los casos precedentes puede debatirse, pero estos
componentes cerámicos no representan el patrón común de estilos y
formas locales, advirtiéndose como «intrusiones» que podrían expli-
carse a la luz de un patrón de ocupación multiétnico restringido entre
ciertos oasis del Pie de la Puna, por causales de tráfico interregional
(acceso a producciones diversificadas).
15. Tafi-Túmulos 1 Sur Bolivia-Wankarani: La etapa temprana de la
aldea de Tafi (fase Mollar) presenta analogía con Turi y aún es incierto
si los contactos se dan con W ankarani, u otras comunidades Formativas
de la cuenca del Titikaka. Tal como se ha propuesto, lo cierto es que
resume contactos con el altiplano en términos generales (González,
1963). .
16. Tafi-Candelaria-San Pedro de Atacama: Heredia (MS.) ha detec-
tado contactos tempranos entre estas comunidades a través del
traslado multiecológico de cerámica Candelaria (cerámica roja graba-
da Molleyaco y formas orniantropomorfas), contactando ceja de selva,
puna y oasis de Atacama.
17. Bosques Occidentales-San Pedro de Atacama: Hay contactos de
cerámica ungiculada y digitada (González, 1963) en San Pedro de
Atacama y Loa Superior (Turi), con pasos por las Ouevas (Cigliano et
al1972) datados a los 255 años d.C. Además, hay un grupo de cerámica
corrugada (tipo imbricado) que debería comprometerse también con
grupos orientales a los valles del noroeste de Argentina. De acuerdo a
las fechas tempranas de El Toro (Raffino, 1973a) parecen difundirse
antes del clímax Tiwanaku, desde espacios «no andinos» (Foresta
tropical y/o Bosques Occidentales). Es muy difícil comprender bajo qué
mecanismo de tráfico se incorporan estos tiestos intrusivamente a las
cercanías de Humahuaca, El Toro, Salta, en la frontera Puneña
(Fernández MS.) y por cierto en los oasis de Atacama. Si aceptamos
que tempranamente hay movimientos de interacción entre los
asentamientos circumpuneños con los ejes orientales del río San
Francisco, se podría sugerir que estas tempranas poblaciones altas
85
orientaban sus caravanas hacia ambientes con producciones exóticas
orientales de desarrollo floreciente. Quizás, si los logros de alucinógenos,
(cebil) u otros vegetales asociados al uso de pipas tempranas, registra-
dos a ambos lados de la Puna, podrían justificar este temprano acceso
a un ecosistema tan diferenciado del resto de las tierras circundantes
a la Puna.
18. San Francisco-Oasis de Atacama: Las caravanas tempranas de
larga distancia interactuaron entre los oasis occidentales de la Puna
chilena, con territorios de las llamadas «Selvas Occidentales» del
noroeste de Argentina. La presencia de cerámica imbricada, digitada
y unguicular, además de los tiestos grabados de San Francisco (620
a.C.), en los oasis de Atacama (Dougherty, 1976) hablan a favor de
tempranos circuitos con ejes distantes, emplazados en ecologías diver-
sas. La presencia de tiestos grabados San Francisco en los oasis de
Atacama sugiere movimientos al oriente con traslados de «riqueza»
circumpuneña: piedras semipreciosas, obsidiana, sal, cobre,
subproductos de ganado y redistribución de excedentes marítimos
asociados a bienes de status (V. gr. Conchas del Pacífico).

19. Ciénaga-San Pedro de Atacama: Contacto Ciénaga en los oasis de


San Pedro de Atacama, a través de Laguna Blanca, hacia los 650 años
d.C. (Munizaga 1963).
20. Vaquerías-Oasis de Atacama: Llegada de grupos con cerámica
tricolor Vaquerías (Heredia et al197 4), procedente del valle de Lerma
(Salta), vía Las Cuevas (Cigliano et al 1972), a los oasis de Atacama,
entre los 255 años d. C. Vaquerías establece giros entre San Francisco,
Candelaria, Condorhuasi, Tebenquiche y oasis de Atacama,
contactando oasis de punas, valles serranos y culturas del este argen-
tino.
21. Condorhuasi-Oasis de San Pedro de Atacama: Traslado de
cerámica tricolor temprana datada hacia los 300 años d.C., desde los
asentamientos Condorhuasi del noroeste argentino, vía Laguna Blan-
ca, hacia los oasis de Atacama, como aporte intrusivo (González,
1963). Se sugiere una relación entre Condorhuasi polícromo con
rasgos Tiwanaku Clásico (V. gr. colmillos entrecruzados). Su desarro-
llo polícromo temprano parece demostrar el desarrollo de comunida-
des locales receptoras de un tráfico Formativo con la cuenca del
Titikaka.
22. Molle-Oasis de Atacama: Con tacto de cerámica Molle proceden te de
valles más meridionales a los oasis de Atacama, ocurrido por los 300
a 400 años d.C. (González, 1963), tal vez con el valle alto de Copiapó.
23. Alamito-Chiripa y/o Cuenca del Titikaka: Núñez Rigueiro (1970)
plantea relaciones con Chiripa en el momento inicial de Alamito. Esta
vinculación se compromete con la emergencia de los componentes
Condorhuasi en la Fase 1 de Alamito, como reflejos de contactos con la
cuenca del Titikaka. En la Fase 11 los giros se contactan con los valles
serranos aledaños hacia los 350 años d.C.

86
Vaquerías-Tucumán: Desplazam;iento de la cerámica tricolor tem-
prana Vaquerías entre los valles subandinos del NW argentino:
Lerma, Santa María, Calchaquíes, Tucumán, entre los 255 años d.C.
(J. Pérez, comunicación personal).
25. Oasis de Atacama-Altiplano Sur: El desarrollo de cerámica pulida
con grabaciones en los oasis de San Pedro de Atacama parece relacio-
narse con comunidades del altiplano sur. Se presupone una datación
temprana algo posterior o sincrónica a las derivaciones de W ankarani
(Ponce, 1970).
26. San Pedro Negro Pulido-Oasis y valles del noroeste de Argen-
tina: El flujo altiplánico con deformación tabular oblicua (Munizaga,
1969), habría impulsado el desarrollo de la cerámica negra pulida en
los oasis de Atacama. Esta a su vez habría alcanzado ambientes del
noroeste de Argentina evitando los asentamientos en la Puna (dupli-
cidad de recursos). Hay movimientos hacia Tebenquiche como nexo
entre los oasis de Puna y valles serranos (Krapovicka, 1968). Se suman
los contactos con Cerro El Dique al pie de la Puna (Fase El Toro). Se
integra el oasis de la Poma (valle de la Paya), Laguna Blanca, y otros
asentamientos que clarifican la existencia de giros tempranos entre
los oasis y la vertiente Sur-Este de la puna.
27. Oasis de Atacama-Calahoyo: La expansión de la cerámica negra
pulida hacia otros ámbitos fuera de los oasis occidentales de la Puna
ocurre entre las etapas Clásica y Expansiva de Tiwanaku. Un enclave
negro pulido se ha ubicado en Calahoyo, un sitio ubicado en la frontera
boliviana-argentina (Fernández, MS.), como demostración de giros
entre los oasis y el extremo Sur del altiplano alrededor de los 300 años
d.C.
28. Las Cuevas-Wankarani-Cuenca del Titikaka: Cigliano (et al,
1972) demuestra la presencia de cerámica negra-gris en las Cuevas
(pie de Puna), datada a los 535 años a.C., procedente del altiplano. Los
autores, sugieren desplazamientos desde Wankarani.
29. San Pedro Negro Pulido-Valles/Costa: Distribución de tiestos
negros pulidos en el río Loa (V. gr. Calama, Turi), boca del Loa (Núñez,
1971) y costa desértica Loa-Taltal. Posibles derivaciones se darían en
Pichalo (Bird, 1943) y Arica (Focacci et al, Comunicación Personal),
como reflejo de los asentamientos aldeanos tipo Caserones, que
redistribuyen en las tierras bajas los componentes tempranos negro
pulido, a través de movimientos orientados al control de valles y litoral
circundante.

De lo anterior llama la atención la intensa movilidad temprana en los


valles del noroeste de Argentina. Los primeros locis aldeanos de naturaleza
pre-Tiwanaku clásico: Tafi, Campo Colorado, Saujil, Condorhuasi, Al amito,
Ciénaga, y otros, se presentan como ejes aislados que inician la explotación
estable de estos ambientes marginales al altiplánico, dando lugar a desa-
rrollos culturales más o menos autónomos a partir de estímulos en parte

87
CROQUIS DE MOVILIDAD PRODUCTIVA
PRETIWANAKU CLASICO (900 a.C.- 300 d.C.)
los números señalan 29 casos de movilidad muftí-
ecológica . las lineas precisan los ejes de
desplazamientos, pero no los trayectos especlficos.

(A) Valles Transversales Norte (Desierto).


(8) Puna Seca.
(C) Puna Normal.
(D) Faja de páramo.
(E) Bosque Tropical lluvioso.
(F) Páramo subtropical.
(G) Puna Salada.
(H) Valles Transversales Sur (Matorral Etesiano semidesértico).
(1) Estepa montal'losa
(J) Estepa desértica y arbustos xerófilos.
(K) Oasis Puna de Atacarna (Troll1958 con adiciones).
G:) Salares
O lagos

250 KMS .

88
altiplánicos (V. gr. Tafi). Incluso esta impronta estaría presente en la forma
dual de la organización aldeana (Alamito). Los contactos interaldeanos
incluyeron el manejo de caravanas para mantener giros internos entre los
diversos asentamientos que aparecen como «islas» en un vasto territorio
aún en pleno proceso de inicio efectivo de ganadería y agricultura de
excedentes. La consolidación de estos ejes se fundamentó en un patrón
giratorio a base de circuitos de intercambios y colonizaciones diferentes al
patrón de archipiélagos. En efecto, cada crecimiento aldeano una vez tocado
su límite demográfico daba lugar a la búsqueda de nuevos espacios
productivos (N úñez Rigueiro, 197 4), autogenerando nuevas aldeas que se
integraban internamente con giros de relativa corta distancia, a través de
contactos de intercambio por tempranas especializaciones productivas. El
intercambio interno entre estos ejes aceleró la consolidación del temprano
desarrollo agropecuario pre-existente al auge de Aguada. Los contactos
giratorios permitieron el traspaso de técnicas alfareras, reemplazos de
estilos, difusión de patrones funerarios y arquitectónicos. Un mozaico de
asentamientos-ejes homogéneos ocuparon aldeas en enclaves distintos, con
culturas globalmente heterogéneas, pero comparten ciertos estilos, ideolo-
gías y producciones similares. Se autoabastecen hasta exceder a través del
tráfico de caravanas incipientes, plasmando antes de la llegada del flujo
Tiwanaku (vía oasis de Atacama?), una red de movilidad que dio cohesión
a estas «islas aldeanas». N o obstante, no establecieron un rol hegemónico
por la naturaleza de su estadio transicional, entre un auto consumo y los
primeros brotes de traslados de excedentes (intercambio en giros de
relativo corto espacio). El nuevo rol hegemónico lo otorga Aguada, tal vez
impulsado preferentemente por la ideología Tiwanaku, en torno a la
imposición del modelo de tráfico convergente o más centralizado.

D. AMPLIFICACION III: MOVILIDAD


COMPLEMENTARIA CONVERGENTE TIWANAKU
(400 d.C. - 1.000 d.C.)
Durante esta etapa se amplía la cooperación económica entre los focos
urbanos del Perú y las comunidades agro-ganaderas, a través del movi-
miento de caravanas desde las con1unidades de puna y altiplano. Estable-
cimiento de alianzas entre los patrones urbanísticos centralizados y la
sociedad móvil de las tierras altas. Ausencia de relaciones de subordinación
entre las sociedades urbanas y no urbanas basadas en un desarrollo
dinámico (caravanas). Los asentamientos urbanos de los andes nucleares
del Perú no fueron ejes específicos a lo largo de las rutas de caravanas, sino
que actuaron más bien como participantes marginales, en oposición a la
mayor participación registrada entre las tierras altas ·y bajas de los
territorios sureños.
Durante el máximo desarrollo del crecimiento urbano, particulariza-
do en Wari, los asentamientos-ejes y las caravanas se expanden en tamaño
y momentos de flujo y reflujo, en orden a acomodar la gran demanda
existente de parte de los mercados urbanos centralizados, estabilizándose
e incrementándose el movimiento de bienes de larga distancia.

89
Hacia los andes del Centro-Sur, la ausencia de ferias centralizadas y
el déficit de concentración urbanística, presupone una interacción entre
Tiwanaku y las áreas periféricas con particulares caracteres. Enfatiza sus
movimientos giratorios a través de territorios «no altiplánicos» por medio
de la implantación de operaciones de intercambio (transacciones menores
y ferias) en etnias de desarrollo complejo (V. gr. oasis de Atacama),
complementado de colonias que explotan directamente el espacio produc-
tivo a través de una modalidad similar al patrón vertical de explotación de
recursos. Las caravanas durante el estadio clásico controlan espacios o
enclaves distintos y distantes pero básicamente más agrarios semitropicales
y tropicales que marítimos. La expansión posterior enfatiza el sistema
colonial a base de producción directa. Este modelo a]ternativo permite el
establecimiento de un mozaico de asentamientos altiplánicos Tiwanacoides,
ocupantes de diversos enclaves de la vertiente occidental, algunos en plena
con vivencia con etnias locales.

Actividades altiplano-puna:

a) Prestigio teológico y econónlico del movimiento de caravanas de larga


distancia desde la cuenca del Titikaka hacia las áreas periféricas.
b) Movimientos de excedentes altiplánicos hacia las áreas aledañas,
complementados de nuevas tecnologías y prestigio iconográfico.
e) Apetencia de bienes estéticos, parafernálicos, materias primas y
bienes tropicales y marítimos por parte de las comunidades- de la
cuenca del Titikaka: auge de Tiwanaku a través de la centralización
de los giros interregionales.

Actividades costeras:

a) Formación de etnias costeñas Centro-Sur, a base de una economía


floreciente agro-marítima, basadas en la interacción de tradiciones
locales marítimas y agrarias provenientes desde las tierras altas y
borde oriental.
b) Convivencia de poblaciones altas y bajas unidas por los anhelos de
complementación. Acceso a espacios agrarios disponibles y exceden
tes locales marítimos.
e) Incremento de bienes locales en vías de traslados hacia las tierras
altas.
d) Ocupación de espacios incultos por poblaciones altiplánicas aisladas,
dependientes de cabeceras interiores.

Marco de referencias y casos.

D.l. Interacción Tiwanaku-Andes Centrales:

Aceptamos que nuestra preocupación mayor en este ensayo es in ten-

90
tar una aproximación al tipo de interacción que ocurrió entre Tiwanaku y
W ari, y lo que estos dos modelos representaban con respecto a la relación
urbana/nómade-pastoril. Para el análisis del surgimiento del foco de
desarrollo se debe recordar que Ti wanaku surgió de la convergencia
geográfica de múltiples giros de caravanas y que su asentamiento principal
representaba un nexo de vinculación económica e ideológica con diferentes
regiones agro-ganaderas participantes.
Tiwanaku sirvió a estas regiones y sus respectivos giros y no al revés.
Si aprobamos que en la región del lago Titikaka ya existían rutas de tráfico
interregional (caravanas) hacia y desde diferentes áreas a lo largo de la
costa y selva, ciertos valles y cuencas altiplánicas hacia el norte (V. gr.
región de Ayacucho), entonces los otros giros que convergían desde el sur
deBo livia, nor-oeste de Argentina y norte de Chile, habrían proporcionado
un mayor dinamismo económico, ofreciendo productos más diversos, mayor
volumen, y mecanismos de tráfico más regulares de larga distancia. Todo
lo cual habría sido planificado eficientemente por las autoridades Tiwanaku,
tanto hacia los territorios del norte y sur, incluyendo ambas vertientes.
W ari por otro lado surgió de las aldeas y pueblos agrícolas preexistentes
tales como Nawimpu, Pampa Ragay (Lumbreras 1974, 133-138), en la
región de Ayacucho. W ari se formó por la convergencia de varias áreas
desarrolladas con alta productividad agrícola, cada una de las cuales tenía
sus propias conexiones económicas externas y también probablemente
vinculaciones sociopolíticas y religiosas.
·Ahora si nos detenemos a considerar nuestra definición de los princi-
pios giratorios se apreciará que el movimiento de caravanas a lo largo de los
trayectos de las rutas dependían de asentamientos-ejes, de homogeneidad
relativa y de senderos segmentados. En consecuencia, el crecimiento de
Tiwanaku como un eje primario de todos los giros convergentes hubiera
puesto el sistema nómade pastoril fuera de operación, de no contar con un
asentamiento relativamente igual en status y que funcionara en forma
opuesta a Tiwanaku. Pensamos que tal establecimiento fue Wari, el cual
surgió no sólo por las condiciones locales y regionales sino también como
una a1nplia «esfera de interacción» entre el esfuerzo inicial del proceso de
urbanización y la creciente sincronización armónica del proceso giratorio
nómade-pastoril.
En cierta n1anera, entonces, la dicotomía andina convergía hacia la
definición de diferentes características de los dos procesos. Wari yTiwanaku
se oponían y se complen1entaban a su vez.
Wari centralizó su actividad política, económica y social en diferentes
regiones, en un ambiente primariamente secular y urbano mientras que
Tiwanaku fue meramente un canal con asentamiento fijo que transportaba
bienes y servicios que provenían de un giro u otro. Tiwanaku tenía un
ambiente religioso espectacular que estimuló la integración con plena
armonía social, a diferentes grupos no urbanos meridionales. Esto no
significa decir que esta dicotomía fue Pan Andina. · Fue solamente la
principal que operaba entre los Andes Centrales y Centro-Sur.
Un breve repaso de las localidades geográfica W ari y Tiwanaku, con
respecto a sus regiones de apoyo o regiones que ellos apoyaban respectiva-

91
mente, nos proporcionan informaciones posteriores a esta dicotomía.
Wari está situado a lo largo del borde sur-este de las regiones
urbanizadas (Lumbreras 1974; 71-162. 150), mientras que Tiwanaku se
emplazó en la esquina nor-este de las regiones giratorias convergentes.
A pesar de que las áreas intermedias en las localidades actuales entre
Abancay a Sicuani, abajo en el sur peruano, son arqueológicamente poco
conocidas; es probable que una mayor mezcla de ambos procesos haya
ocurrido en el área como extensiones digitadas recíprocas .
La yuxtaposición en los andes de estos dos procesos no significó que sus
componentes hayan dominado todo el desarrollo ínter-regional, regional y
local en sus respectivas áreas. Ahora se ha aceptado que la cultura W ari no
ejerció una influencia total en todas las regiones del Perú. Por ejen1plo,
Moseley (1975b) ha refutado la opinión de que la urbanización en la costa
norte fue introducida por Wari (Schaedel, 1955). También, una leve
influencia W ari se aprecia en el valle del Chillón medio y superior (Dillehay,
1976, Capítulo 111), pero tuvo un gran impacto en el valle Ancón-Chancay,
la región baja del valle Chillón y Pachacan1ac (Strong y/o Corbett, 1943).
Quizás este patrón diferencial en varias regiones podría ser explicado en
parte por la penetración Wari en diferentes áreas a través de conquistas
militares reconocidas por medio de registros de esqueletos humanos ,
iconográfico y fortalezas en colinas, etc. Aún no se sabe si este conflicto fue
entre diferentes grupos agro-ganaderos o si fue el resultado de grupos
excesivamente sedentarios que intentaron ejercer control a través de la
centralización de la dirección del movimiento del intercambio de productos .
En cuanto a aquellos territorios bajo la influencia W ari, quizás sean más
especulativas las causas del conflicto. ¿Fueron los asentamientos satélites
de Wari y las distantes regiones de apoyo conquistadas? (Lumbreras, 1960;
Menzel 1958 y 1964). Esto ocurrió durante los conflictos en torno a la
expansión cultivable y la consecuente expulsión de agricultores marginales
o semisedentarios, de las tierras abrigadas y útiles para la producción de
granos o simplemente fueron conflictos esporádicos entre los señores
«urbanizados» y la sociedad ganadera. Tampoco debe perderse de vista que
varias tensiones pudieron establecerse entre diferentes grupos urbanos con
tendencia a «sugerir» sus propias formas de cómo la economía y la política
debían ser organizadas y sobreimpuestas.
Las relaciones entre Tiwanaku y Wari difieren sensiblemente de los
eventos meridionales en términos de esfera de interacción. Los datos
recientes demuestran que Tiwanaku apareció antes que Wari y que los
señores Wari tenían un fuerte contacto económico y posiblemente socio-
religioso con la costa centro-sur y altiplano sur del Perú.- Después de recibir
diferentes influencias de Tiwanaku, la cultura Wari se originó de grupos
locales tales como Chonchopata, Chakipampa en la región de Ayacucho y
Pacheco en el valle alto de Nazca.
Tiwanaku alcanzó las comunidades Lima en la costa central ,
Cajamarca, Callejón de Huaylas en el altiplano del norte y posiblemente en
el valle de Moche en la costa norte. Aparentemente esta «influencia»
Tiwanaku se filtró a través de lugares portadores de la fase Wari 11 antes
de los 600-700 años d.C. El impacto de la influencia Wari en estas regiones

92
ha sido bien resumido por Lumbreras (1974):

«Los efectos de la conquista W ari 111 corresponden a una situación de


naturaleza despótica, en la que los conquistadores imponen su domi-
nio a la fuerza, lapidando, con la conquista cualquier sistema de vida
diferente al de ellos. El control fue fuertemente centralizado, pese a
ciertas naturales diferencias regionales en algunas manifestaciones
de la cultura. Al final de Wari 11, sin embargo, ciertos centros
regionales administrativos y ceremoniales lograron una suficiente
importancia para ejercer un poder significativo.
La expansión Wari y su dominación política tuvo un fuerte impacto en
la cultura Andina (al menos la parte que está al norte y oeste de Wari),
la cual está reflejada no sólo en la nueva ideología, especialmente en
el surgimiento de una religión proselitista, una organización política
centralizada y despótica y un afán de conquista basado en la domina-
ción por clases poderosas y ricas en la ciudad». (Lumbreras 197 4: 165).

Un área que alcanzó un tráfico intenso con Tiwanaku y Wari fue la


costa centro-sur, en donde interesantemente la dominación Wari cambió
drásticamente el patrón de asentamiento hacia estructuras urbanizadas,
excepto en Pacheco (ver Menzel 1968: 75).
Tal vez lo más destacable es que ninguna evidencia o influjo Wari
may~r se advierte en dirección hacia la región del lago Titikaka, particular-
mente hacia Tiwanaku como también en las regiones costeras del extremo
sur y el altiplano cercano, alcanzando su ausencia al altiplano N. de Bolivia
y Chile. N o podernos decir que la distancia geográfica fue tan particular-
mente grande, ya que la cultura Wari llegó tan al norte como es el caso del
valle Lambayeque en el norte del Perú. Sin embargo, fue inmensa la
distancia socio-económica, cultural y ecológica a través de la cual la cultura
W ari conformó un imperio urbano centralizado y despótico, con lo cual se
separó sobre una zona móvil y dispersa del universo ganadero-caravanero.
Las investigaciones realizadas en el acentamiento fortificado Cerro Baúl,
en el extremo sur del Perú con evidencia W ari, señalan que su dominio
coercitivo alcanzó levemente a poblaciones vallesteras locales, interdigitando
con densas ocupaciones Tiwanaku derivadas de las tierras altas limítrofes.
Sin un sistema sedentario, ni autoridades centralizadas los grupos
nómade-pastoriles (caravanas) no fueron rigurosamente dominados. Por
otro lado, la infraestructura urbana del imperio Wari debió necesitar de
caravanas «no-Wari» para recolectar y distribuir bienes de prestigio
interregional. Los datos de Browman (1975) indican que algunos grupos de
pastores que no llegaron a incorporarse a la vida sedentaria de agricultura
primaria, podrían haber buscado áreas que hubiesen proporcionado diver-
sos recursos «móviles>> y pudieron conectar con áreas marginales de regio-
nes agrícolas de mayor estabilidad.

D.2. Interacción Tiwanaku-Vertiente Occidental:


La sociedad costeña y de valles bajos de la vertiente occidental

93
(extremo sur peruano y norte chileno) ofrecían una tradición marítima
terminal con excedentes costeros, pero los valles no habían sido totalmente
modificados. El comienzo de los trabajos agrarios se activó con la llegada de
grupos pre Tiwanaku desde la cuenca del Titikaka. Al no existir en la costa
una sociedad con un status socio-político similar al logrado por las comuni-
dades Formativas pre-Tiwanaku del altiplano, el modelo de circulación por
intercambio especia.l izado y ferias no podía cumplir el mismo rol ejercido en
la cuenca del Titikaka.
La intensificación del tráfico de caravanas permitió la incorporación
de nuevos espacios marginales del altiplano en términos de complementación
de recursos, apoyando al clímax del proceso agropecuario en la cuenca del
Titikaka, a través de la emergencia de Tiwanaku.
La alta complejidad Tiwanaku se sustentó en la activación agropecuaria
de más de 60 asentamientos (Ponce, 1971) que funcionaban como ejes
dispersos en el altiplano formando un ámbito rural extenso con enclaves
poco diferenciados. La circulación de excedentes en este espacio se estable-
ce a través de un patrón altiplánico con intercambios en ferias móviles y en
el propio centro ceremonial, hacia donde se ha instaurado el eje mayor,
donde se alcanzaron territorialmente los ejes de diferentes zonas lejanas.
La movilidad se presenta más bien como ejes de una rueda, con caravanas
que unen segmentos de regular distancia. Sin embargo, la expansión
Tiwanaku hacia enclaves no-altiplánicos de los valles de la vertiente
occidental y aquellos dispuestos en la región circumpuneña, estimularon el
trayecto de largas rutas en parte ya abiertas, que requerían de la activación
de ejes intermedios. A diferencias de los largos trayectos directos pre-
Tiwanaku, durante la expansión Tiwanaku se han colocado nuevos ejes
intermedios, de modo que las distancias tienden a acortarse.
El proceso de circulación de bienes de las tierras altas logró establecer
su eje mayor en Tiwanaku (Clásico), como centro de convergencia de los
establecimientos-ejes a base de la especialización de aldeas y caseríos
rurales en determinados rubros alimenticios, artesanales y de materias
primas, que se canalizaban a través del tráfico de caravanas bajo la
hegemonía Tiwanaku y otros centros secundarios de redistribución. Tal
mozaico de relaciones abarcó inicialmente el propio ambiente altiplánico
con movimientos giratorios a base de un eje central y múltiples rurales, que
en un ambiente homogéneo se especializan en talleres textiles, metalúrgi-
cos, alfareros, preservación de alimentos, traslados de bienes orientales,
elaboración de objetos de culto, etc. Tal conjunto de productos variados
entraba en circulación recíproca a través de operaciones de intercambio y
ferias móviles que se reactivan periódicamente de acuerdo a las áreas
convergentes del trazado de rutas, controlado:::; por la autoridad teo-política
centralizada en Tiwanaku. Para sustentar un sistema giroscópico a base de
un eje mayor, se incrementó el manejo del prestigio teocrático vigoroso a
base de un inteligente sistema de comunicación ideológico, que imprimió un
alto nivel de armonía en las operaciones de interacción étnica. La imagen
litúrgica Tiwanaku Clásico es difundida con eficiencia desde los talleres
artesanales de Tiwanaku, a base de materias primas foráneas, en donde se
transformaban las imágenes litúrgicas en modelos manuales que propor-

94
cionaban status religioso y social, a raíz de la incorporación hacia una
cosmovisión Pan Andina. De allí la importancia de su distribución a través
de los movimientos dentro del altiplano y fuera de él.
Los alteños utilizaron diversas fibras de camélidos para elaborar
cuantiosas piezas tejidas, útiles para reactivar las operaciones de inter-
cambios a través de los movimientos caravánicos. Objetos tales como los
aqsu,jubonas, chukos, lliclla, qompi, ch'usi inkuñas, costales, sogas, etc., se
confeccionaron en gran parte de las punas centrales de los andes, y en el
altiplano central y meridional, proporcionando una particular demanda
por parte de las poblaciones periféricas costeñas de valles y oasis. Estas
manifestaciones artesanales de carácter Pan Andino, se registran en
asentamientos bajos cercanos del Pacífico como Pisagua, Pica, Tarapacá,
etc., donde la presencia Tiwanaku se establece a través precisamente de
textiles con iconografía y tecnología muy avanzada, cuyos modelos pudie-
ron trasladarse entre los bienes elaborados en las cabeceras de la cultura
Tiwanaku.
Cuando Tiwanaku envía y recibe caravanas propias y foráneas desde
fuera del ámbito altiplánico (vertiente occidental y valles circumpuneños),
dejan de operar exclusivamente los giros de intercambio y feria. Durante su
desarrollo Clásico abarca el área de W ari. Sin embargo, aquí no podía
aplicar la relación eje mayor-aldeas rurales dependientes. El modelo
urbano del área Wari surge posiblemente como un ideal de centralización
vigorosa en oposición al amplio patrón rural del altiplano. En efecto, la
economía Wari es básicamente agropecuaria con especial cuidado en el
desarrollo de obras de regadío utilizadas en trabajos agrarios del valle alto.
Tal nivel de economía concentrado implica el auge urbanístico en compe-
tencia territorial con etnias aglutinadas y aledañas de alto poder
agropecuario que acceden sus excedentes hacia mercados urbanizados y
estables. Para implantar este modelo, los primeros traslados Tiwanaku
ejercen en Wari presión política y militar con una consecuente urbanización
centralizada en los enclaves más productivos del valle del Vilcanota,
detern1inando una hegemonía W ari-Tiwanaku con la asimilación de gentes
locales de naturaleza no-altiplánica. Los ejes Wari-Tiwanaku son inicial-
mente directos (traslado de prestigio iconográfico), activando operaciones
de mercados centralizados, que después derivarán a desarrollo sociopolíticos
independientes. .
Durante el desarrollo inicial Tiwanaku Clásico_(300 d. C. aproximada-
mente) todo el poder político del área circum-Titikaka se había centralizado
en el ámbito ceremonial homónimo. Diversos asentamientos clásicos situa-
dos en el borde oriental y meridional del lago reunían residencias señoria-
les: Tiwanaku, Wankarani, Lucurmata, Ojje, Paqchiri, Pokotia (Ponce,
1972). Desde estos ejes se controlaba un buen número de asentamientos y
caseríos rurales, dentro y fuera del altipla~o.
Para comprender el rol de Tiwanaku es necesario estudiar mejor el
alto nivel de equilibrio logrado a través de su organización estatal centra-
lizada y sus conexiones armónicas con la sociedad ganadera rural que en sí
misma era portadora de la riqueza dispersa en diversas «áreas insulares»
del altiplano. Este equilibrio entre dos formas diferentes de percibir el

95
manejo del espacio, una suerte de urbanismo versus aldeanismo, permitió
la erección de Tiwanaku con un patrón particular que refleja un intento por
armonizar dos vías aparentemente antagónicas, justo en el límite entre los
andes nucleares y el Centro-Sur. Las conexiones del tráfico entre los andes
Centro-Sur, básicamente entre los asentamientos de las tierras altas y
valles del Norte de Chile y noroeste de Argentina, tenían como pasadizo de
interacción el espacio altiplánico donde las rutas habían anudado un área
de «encuentro» a través del movimiento giratorio. En este espacio de mayor
riqueza del altiplano coincidió con la necesidad de múltiples ejes-
asentamientos dispersos para contactar con otras etnias y producciones
diferenciadas. Tiwanaku, como un centro de arribos temporales
multidireccionales, redistribuía bienes precedentes desde diversos am-
bientes, todo lo cual exigía de una planificación racional.
De esta manera, el concepto de «expansión» en todo lo llamado
Tiwanaku, debería reestudiarse a la luz del efecto de un rol cordinador y
conector de movimientos giratorios procedentes de etnias suficientemente
desarrolladas (V. gr. Cultura de San Pedro de Atacama), que eran atraídas
por la riqueza de la cuenca del Titikaka y del ímpetu religioso del centro
ceremonial cuyo prestigio había rebasado su ámbito altiplánico. Frente a
estas sociedades complejas las operaciones de intercambios (ferias) fueron
relevantes, no sólo en términos ínter-señoriales o de jefaturas, sino que
fundamentalmente entre campesinos (proliferación de equipos de insufla-
ción de alucinógenos). Pero, era necesario además establecer «ejes-colonia-
les» en espacios poco desarrollados, o en territorios donde los arreglos de
alianzas permitían la convivencia de grupos altiplánicos con comunidades
locales adscritas al movimiento giratorio. De este modo, las relaciones de
ocupación vertical (ejes-colonias) se imponían dentro del ideal de afianzar
las conexiones de giros interregionales, incorporando más efectivamente a
los territorios aledaños al tráfico entre las comunidades ganaderas del
altiplano con las etnias periféricas.
Tiwanaku con su eje en la cuenca del Titikaka percibió el desarrollo de
la sociedad marginal al Sur de Arequipa hasta el río Loa de un modo
diverso, como de otro modo percibió el desarrollo de la sociedad de los oasis
de Atacama. En efecto, Tiwanaku Clásico se expandió también hacia los
valles del extremo Sur del Perú y Norte de Chile, proporcionando estilos
puros (Loreto Viejo), en determinados enclaves semi tropicales (valles junto
al Pacífico), a través de giros de larga distancia que unían la cabecera de la
cuenca del Titikaka con «islas» distantes. Se sabe con certeza que los
primeros rasgos Tiwanaku se contactan con asentamientos terminales en
la fase Alto Ramírez que ya antes habían interactuado con Pukara (Focacci ,
Comunicación Personal). Hacia los 300 años d. C. los componentes Ti wanaku
disponen sus ejes de interacción en el valle de Azapa, cerca de Arica sobre
estructuras sociales agro-marítimas, que a juzgar por las tempranas fechas
con actividades agrarias y ceramistas en Tarapacá (920 a.C.), Caserones
(340 a.C.), Cáñamo (860 a.C.), Laucho (530 a.C.) , Alto Ramírez (490 a .C.) ,
etc., ya llevaba algo más de 1200 años de experiencia en el man~jo
agromarítimo antes del contacto Tiwanaku (Núñez , 1976). Sin embargo ,
estos grupos no habían logrado una estructura social y política compleja.

96
Los espacios de valles no eran intensamente explotados (baja densidad
dispuesta en las cercanías de las desembocaduras de ríos y áreas de
humedad en torno a vertientes) y aún es posible que no manejaban técnicas
de regadíos adecuados (ocupación de áreas húmedas permanentes). Comu-
nidades tempranas de esta naturaleza dedicadas a trabajos incipientes de
agricultura se habían establecido en Arica (Alto Ramírez), Camarones
(Conanoxa-Túmulos), Tarapacá (área Caserones), Desembocadura del Loa
(túmulos), Salvador (afluente del Loa) y otros (Núñez, 1976). Al respecto ver
estudios de Iván Muñoz y Calogero Santoro sobre emergencia de compleji-
dad en etapas arcaicas tardías y formativo antiguo, datados en la costa y
valle bajo de Azapa, antes de los 1000 años a.C.
Para activar espacios vecinos con intención más agraria que marítima
(dispÓnían de excedentes bien manejados localmente), se establecen diver-
sos enclaves Tiwanaku que aportan cultivos más eficientes (V. gr. Tarapacá
40-B), con énfasis en la elaboración de harinas de maíz y algarrobo,
asociados con otros cultivos semi tropicales, que junto a la producción del
mar eran redistribuidos hacia las tierras altas. Otros giros clásicos (Loreto
Viejo) indican la diseminación del status teológico Tiwanaku, y nuevas
técnicas destinadas a dar mayor estabilidad productiva a los asentamientos
«insulares». Este manejo de recursos implicaba un énfasis productivo no-
altiplánico, de modo que las condiciones eran más favorables para la
explotación directa de los recursos locales. El modelo altiplánico de circu-
lación de bienes intercambiados o de transacción de feria vigente en la
cuenca del Titikaka, no tenía aplicación efectiva de acuerdo a la estructura
social pre-existente a Tiwanakuclásico en los valles bajos. DuranteTiwanaku
Expansivo se continúa con la disposición de nuevos ejes: valles de Arica,
Ancachi (oasis del Loa), Pisagua, etc., también a base de enclaves aislados
y sincrónicos con comunidades locales más marítimas que agrarias. Com-
ponentes Tiwanaku, resultantes de esta movilidad se concentraron en los
oasis de los valles del extremo Sur del Perú (V. gr. Loreto Viejo). En el valle
de Ilo, se conformaron densos cementerios de colonias intrusivas. En el
valle de Moquegua (Chenchén) y Tacna (Para) persisten estas evidencias,
las cuales en total, como los casos de los valles del extremo norte de Chile,
no demuestran planteamientos constructivos complejos. El modelo de
ocupación vertical no implicaba el uso de asentamientos extremadamente
preparados. Los constantes giros con las cabeceras altiplánicas acondicio-
naban más bien la mayor distribución de asentamientos livianos, en
diversos enclaves productivos no centralizados localmente. Pero esta vez
se aplica un patrón dual de control. Los estudios realizados en la región de
Moquehua, en el extremo sur del Perú (Proyecto Contisuyo) han demostra-
do una intensa colonización Tiwanaku en los Valles Occidentales (tramos
intermedios) con asentamientos permanentes y centr'üs ceremoniales,
ampliando considerablemente la escala del acceso a los recursos occidenta-
les.

a) Control directo de enclaves aislados (V. gr. Oasis de Ancachi: río Loa
inferior).
b) Convivencia de colonias altiplánicas Tiwanaku Expansivo con pobla-

97
ciones locales integradas en valles u oasis aislados (Fase San Miguel
y Pica).

En el primer caso predominan los rasgos Tiwanaku. Pero en el


segundo caso implica la llegada de gentes altiplánicas con deformación
tabular oblicua, textiles con iconografía Tiwanaku y una cerámica serrana
común en los valles altos de Arica (Charcollo), todo esto sectorizado en un
cementerio del Desarrollo Regional Pica (con componentes San Miguel). Si
aceptamos que tanto las fechas de este contexto «Tiwanaku-Serrano»
asociado al piqueño es sincrónico, se puede argumentar que ambos grupos
interactuaban con giros que canalizan los excedentes del oasis a base de
explotación directa, conjuntamente con el traslado de excedentes locales
explotados por la densa población local, los cuales recibían cargas altiplánicas
(V. gr. ganado en pie, coca, charqui, papas, guacamayos, huayruros, etc.).
En suma, tardíamente Tiwanaku alterna el patrón colonizador con inter-
cambios locales, hasta la disolución del eje mayor del Titikaka, hacia los
1000 años d.C. aproximadamente. De este modo, las poblaciones del
Desarrollo Regional, se especializaron en producir bienes atractivos para
las tierras altas, al tanto que perciben la producción y el status altiplánico
(liturgia y poder político) como partes de su propio universo (armonía
social), sustentado por los movimientos giratorios. Sin embargo, hacia el
final de la expansión Tiwanaku como eje mayor, la situación cambió
radicalmente en las tierras bajas del extremo Sur del Perú y Norte de Chile.
La mezcla de las tradiciones marítimas tardías (i1o agrarias) con compo-
nentes altiplánicos pre-Tiwanaku y Tiwanaku, conformaron la matriz de
una población local que fundamentó el Desarrollo Regional (1000-:-1450
d.C.). Esta población generada entre los valles bajos y el Pacífico implantó
un patrón económico agro-marítimo eficiente abarcando valles con sobre-
producción semitropical y los propiamente marítimos. El desarrollo regio-
nal de la Fase San Miguel (1000 años d.C.) se expande por las tierras bajas
cubriendo gran parte de los suelos fértiles entre el sur de Arequipa y el río
Loa, con variaciones locales derivados de la diversidad de giros altiplánicos
de ia etapa anterior. Sobre esta población inicial del Desarrollo Regional
actúan los últimos remanentes Tiwanaku expansivo.

D. 3. Interacción Tiwanaku-Oasis de Atacarna-Valles


del N.W. argentino:

Durante el auge Clásico de Tiwanaku, diversos oasis de Atacama


habían logrado asentamientos aldeanos estables a raíz del temprano
manejo de agricultura semi-tropical de regadío en los oasis bajos, al ti cultura
en los oasis altos, y excelente manejo de ganadería trashumante entre la
alta Puna y los oasis,.cabeceras. Durante la fase Quitor se popularizó la
cerámica San Pedro Negra pulida, entre los 200 a 300 años d .C. Este
desarrollo fue independiente de Tiwanaku, como culminación de un viejo
proceso regional de desarrollo gradual agropecuario. Este proceso
intrapuneño de data temprana (Fase Tilocálar) creó una estructura
socioeconómica compleja, diferente al nivel de desarrollo agrario alcanzado

98
por las poblaciones pre-Tiwanaku en la vertiente occidental (valles bajos).
El primer autor ha propuesto la fase más temprana con alta complejidad:
cerámica, metalurgia, crianza de llamas y horticultura de maíz, se denomi-
na Tilocálar y caracteriza a los primeros eventos agropastoralistas en áreas
de quebradas y borde del Salar de Atacama (1200 a.C. a 400 años a.C.).
Nuevas dataciones en Tulán Cueva han invalidado aquélla de 1760 a.C. por
otra sincrónica a la fase Tilocálar.
Paralelamente una densa población portadora de cerámica negra
pulida, de naturaleza pre-Tiwanaku, aunque logra una sincronía con la
etapa clásica, inició un proceso de regionalización cultural en los oasis,
definiendo la llamada Cultura de San Pedro. De uno u otro modo, en el
momento Clásico, llegan gentes con un tipo de deformación craneana
vinculada con Tiwanaku (J. Munizaga, Comunicación Personal), lo cual
sugiere un nivel de incorporación étnica en enclaves explotados directa-
mente con cierto nivel de dependencia con el altiplano central y meridional.
Múltiples aldeas pequeñas con Negra Pulida se dispusieron en los
diversos oasis de Atacama, creando un desarrollo agropecuario efectivo, no
centralizado, que acumula excedentes atractivos para los ejes de la cuenca
del Titikaka y otros del altiplano sur, y noroeste y noreste de Argentina:
maíz, algarrobo, chañar, cobre, piedras semipreciosas, maderas, sal, ali-
mentos secos, pieles, cucurbitas, phaseolus, ají, ob~idiana, etc. A diferencia
del altiplano, esta producción es diversificada, aportando bienes
semitropicales, cordilleranos y de Puna, incluyendo los traslados conecta-
dos de productos del mar, como consecuencia del tráfico de caravanas hacia
la costa desértica de Atacama.
Este tráfico interregional explica la presencia de escasa cerámica
Clásica entre una masa de cerámica Negra Pulida generalizada localmen-
te. La misma gente que se deforma el cráneo con gruesos turbantes (tabular
oblicua) ingresa a los oasis durante el desarrollo de la cerámica Negra
Pulida. Son grupos que convivieron con la población local, portando un
óptimo manejo agroganadero, dentro de un contexto de alteños adaptados
a alturas más bajas, con un rol similar a los llamados «enturbantados» esta
vez comprometidos con los valles bajos y el Pacífico Tarapaqueño. Su
carácter colonial es debatido pero sus rasgos Tiwanaku están inmersos en
un voluminoso contexto cultural local.
Cuando las poblaciones establecidas en aldeas aisladas al pie de la
puna, se desarrollaban activamente, complementarias del tráfico de cara-
vanas, surgen dos tendencias artesanales opuestas ·estilísticamente. En
efecto, se difundió una tradición cerámica monocroma asociada a textilería
policroma transportable. El movimiento de liturgia Tiwanaku se concentró
en el traslado de tejidos y tallados miniaturas en oposición al desarrollo
cerámico no transportable que tiende a no reflejar estilos proselitistas.
La clave para establecer estos ejes distantes se fundamenta en la
adecuada estrategia litúrgica de Tiwanaku Clásico tendiente a ar1nonizar
y conducir la superestructura de los asentamientos de economías comple-
mentarias, a pesar de las enormes distancias y del déficit de presión militar
en los Andes Centro-Sur.
En efecto, el modo más correcto de asimilar esta población de produc-

99
ción atractiva, consistió en la incorporación de las caravanas de retorno, de
voluminosas cargas de madera, piedras semipreciosas, etc. que se transfor-
maron en los talleres artesanales del centro Tiwanaku, en obras litúrgicas
refinadas que extendían la imagen iconográfica Clásica hacia estos encla-
ves meridionales. Sin duda que la percepción de Tiwanaku, desde los ejes
de Atacama, correspondía a un centro religioso-político de enorme poder
hegemónico, cuyas deidades, a raíz del tráfico de caravanas, lograron
incorporarse al patrimonio ideológico de los ejes marginales. Los giros
incluyen el retorno de alucinógenos, tabletas, tubos, recipientes, estuches
y pilones o morteritos para preparar su maceración, etc. Los alucinógenos
procedentes de las tierras bajas orientales fueron incorporados a los
movimientos giratorios del altiplano, complementado de equipos de insu-
flación (W as sen, 1972). Estos hábitos religiosos lograron adaptarse mejor
en los territorios altos, con bordes contactados con los ambientes orientales
de foresta tropical, en donde los valles y oasis circumpuneños participaban
más directamente. Esto explica su cuasi-ausencia en los valles de la
vertiente occidental del desierto peruano-chileno. Al respecto ver los
estudios sobre la importancia de los alucinógenos y tráfico regional durante
este período, realizados por Constantino Torres y Agustín Llagostera para
la subárea circumpuneña.
Tiwanaku redistribuye en los oasis de Atacama bienes de consumo y
tecnológicos asociados a ingentes cargas de elementos de status
parafernálicos y teológicos, otorgando un alto nivel de armonía social y
concientización iconográfica. En estas pequeñas artesanías de real virtuo-
sismo aparece la estilística religiosa en miniaturas, donde se evocan las
deidades más relevantes de la litoescultura altiplánica. Reproducciones de
la puerta del sol, alternan con «chachapuma» dispuestos de hachas y
cabezas trofeos y no faltan diminutos mangos de espátulas y tabletas que
repiten el «Sacrificador» y otros monolitos Tiwanaku. Por esta vía, se
concentró en los oasis de Atacama un stock de imágenes Tiwanaku, nunca
antes observado en los Andes del sur, a nivel de gran parte de la población
productora de excedentes locales.
En suma, las caravanas incluyen los «prototipos)) de artesanía religio-
sa asociada a la práctica de insuflación de alucinógenos que probablemente
aportan una ideología común entre Tiwanaku Clásico y las poblaciones
locales, estableciendo una armonía superestructura} adecuada para fijar
los ejes de compleinentación de recursos, sin aplicar tácticas coercitivas
militares o políticas per se. Los ejes de los oasis de Atacama funcionaron
como puntos «de rebote» que estimularon un efecto multiplicador del
patrimonio Tiwanaku en el territorio fértil del noroeste de Argentina, hacia
donde había convergido su principal esfera de interacción. El desarrollo
creciente de estos oasis era estimulado por las caravanas de larga distancia
desde el núcleo floreciente del Titikaka, fomentándose una rápida acumu-
lación de riqueza, desnivelando su desarrollo con las áreas limítrofes. Esta
situación habría provocado ciertas tensiones periféricas aún no bien cono-
cidas, creando un contingente local «para-militar» evidenciado a través de
la popularización de armas defensivas. (V. gr. rompe-cabezas). Efectiva-
mente, durante el clímax de la cultura de San Pedro (Negro Pulido) hay una

100
especial dedicación a la elaboración de rompe-cabezas. La técnica metalúr-
gica logró perfeccionarlos convenientemente. Por otra parte las ceremonias
con cabezas-trofeos señalarían fricciones con grupos de desarrollos des-
iguales. Esta situación no se advierte en los valles tarapaqueños, ni en el
extremo sur del Perú, por cuanto el altiplano funcionó como «muro de
protección>> de la penetración de grupos de desarrollos diferenciados. Los
oasis de Atacama, a través del noroeste de Argentina, están más expuestos
a las presiones de «Proto-lules», «Proto-uros» meridionales, etc., que sugie-
ren niveles regulares de conflictos, suficientes para alterar el movimiento
giratorio.
En esta etapa temprana de los oasis de la Puna, la movilidad se
establece en plena armonía social, hacia las áreas de desarrollos crecientes
distribuyéndose la cerámica negra pulida de San Pedro en una amplia
extensión por el tráfico de larga distancia. Los registros de esta naturaleza
en el extremo sur de Bolivia, Quebrada del Toro (al pie de la Puna), o en los
oasis de la Puna como Tebenquiche y aún en la costa del Loa a Tal tal, señala
que las caravanas habían alcanzado un alto nivel de conexión interregionales.
La disolución definitiva de los ejes Tiwanaku-oasis de Atacama
ilnplica varias situaciones relevantes en términos del desarrollo de los giros
in terregionales:

a) Se conservan giros con más énfasis hacia el altiplano-sur, de relativa


.corta distancia.
b) Se activan giros similares hacia los señoríos aledaños del noroeste de
Argentina.
e) Se diluye el patrón cultural de las aldeas pequeñas dispersas, por una
tendencia a centralizar el poder político en un señorío de mayor
prestigio (V. gr. Fase con San Pedro Rojo violá~eo) que culmina su
integración en los pukarás tardíos.
d) Los señoríos tardíos de Atacama enmarcan sus territorios de interacción
entre sí y con el noroeste de Argentina, estableciendo giros recíprocos
de menor alcance, sin una dependencia hacia la cuenca del Titikaka.
Ahora las relaciones de intercambio y colonización se establecen en la
región circumpuneña.
e) El desarrollo cultural y teológico se debilita por la falta de estímulos
generados desde los viejos focos Formativos del altiplano circum-
Titikaka. Esto se acentúa en una etapa de disputas territoriales
interseñoriales, limitando el desplazamiento de giros de larga distan-
cia.

Hay razones para pensar que Tiwanaku pudo ingresar directamente


al noroeste de Argentina, vía Tupiza (cerca de la frontera argentina),
disponiendo metalurgia de oro (V. gr. Keros de oro en Jujuy), culto felínico,
cráneos-trofeos, etc. Hasta ahora no se observan enclaves similares a los
oasis de Atacama. Esto permite suponer que desde estos oasis se encontró

101
y redistribuyó indirectamente los patrones estilísticos de mayor potencia-
lidad, por medio del tráfico oblicuo transpuneño. Los estudios más recientes
de cementerio con poblaciones Tiwanaku y locales entre los ayllos de San
Pedro de Atacama, a cargo de Agustín Llagostera, Constantino Torres,
María Antonieta Costa y Amy Oakland efectivamente han probado por los
800 a 900 d.C., un patrón de ocupación multiétnica en estos oasis.
Del mismo modo como Wari no accede a controlar el espacio de Puna,
en el sentido de que no centraliza estructuras socioeconómicas de alta
movilidad, la penetración Tiwanaku de larga distancia no controla los
espacios altiplánicos extremadamente marginales. Su interés está centra-
do en los valles y oasis periféricos. Definitivamente no ocupa la alta puna
de Atacama.
La falta de rasgos Tiwanakuy Aguada en la puna, estarían explicados
por la ausencia de incentivos de una agricultura tropical semitropical. Si se
agrega la falta de Alfarcito polícromo, podría completarse la idea de que las
colonias Tiwanaku y otras del período medio excluyen la región de la puna
por estar fuera del marco agrícola que desean consolidar, y acceden su
descenso a los valles cercanos al Pacífico, u a otros valles fértiles al pie de
la puna.
El estímulo de los giros entre la cuenca del Titikaka (Tiwanaku
Clásico) y los oasis de San Pedro y aún en otros enclaves del NW argentino
no definidos, permitió ·que las comunidades Aguadas lograran desarrollar
una ideología muy proselitista a base de iconografía andina (V. gr. felinos).
Esto estimuló una alta integración social y política sobre las comunidades
dispersas y aisladas pre-existentes. Con Aguada se establecen giros in ter-
. nos a base de colonizaciones en la subárea valliserrana, desde el sur del
valle Calchaquie hasta el límite más sureño de la subárea, alcanzando
espacios hasta la cercanía de San Juan. La clave del desarrollo creciente de
Aguada se basa en las relaciones giratorias amplias, entre múltiples ejes o
aldeas reducidas, pero unificadas por su cohesión litúrgica y política.
El tráfico Aguada contactó con el arribo de tecnología e ideología del
tráfico de larga distancia del área circum-Titikaka (Tiwanaku), permitien-
do un manipuleo de amplios espacios agrarios hacia territorios parcialmen-
te incultos. Se desplazaron hasta territorios muy meridionales del área de
San Juan, en donde parece que implantan nuevas tecnologías de regadío.
Al parecer, con Aguada ter:rt:lina el auge de la caravana de larga distancia.
Después se ven disminuidas sensiblemente las correlaciones con la cuenca
del Titikaka y altiplano sur. Los señoríos incipientes post-Aguada estre-
chan los espacios de movimientos de interacción, con giros internos de
menor eficiencia. Se advierte también un proceso de valoración y limitación
territorial en cada Señorío del Desarrollo Regional, con un consecuente
desmejoramiento de los logros culturales. El déficit de iconografía por la
disolución del proselitismo de Aguada, conllevó a coberturas cultura] es
más simplificadas, dándose más apertura a presiones socio-culturales
orientales, con rutas de interacción que esta vez armonizaban el arribo de
los patrones andino/puneños y orientales. Este acceso dual de dos tradicio-
nes productivas y culturales diferentes constituyen las bases de la n1ovili-
dad tardía del noroeste de Argentina. Aquí se combinaron estos diversos

102
ingredientes culturales, los que llegaron a diferenciar un sistema cultural
de otro, de acuerdo a la mayor o menor asimilación de ambos patrones de
interacción. Es esta la gran diferencia en términos de desarrollo, con los
valles del desierto peruano-chileno, hacia donde el patrón oriental era
«filtrado)) por las poblaciones de las tierras altas.
Enseguida se sintetiza los principales movimientos de interacción
entre Tiwanaku, Vertiente Occidental, Oasis de Atacama y Valles del
noroeste de Argentina (Ver lámina adjunta):

O. Tiwanaku-Wari: Extensión del patrón Clásico Tiwanaku hacia el


Valle de Vilcanota (Lumbreras, 1969).
l. Tiwanaku Clásico-Loreto Viejo: Ocupación clásica en un valle
tropical del extremo sur del Perú (Lumbreras, 1969).
2. Tiwanaku Clásico-Cultura de San Pedro de Atacama: Contex-
tos textiles, cerámicos, metalúrgicos, pirograbados, grabados y talla-
dos en madera con componentes Clásicos. Se integran durante la fase
San Pedro II (Negra Pulida), entre los 300 d.C. Continúan los ingre-
dientes Expansivos, a través de componentes cerámicos, textiles y
equipos de alucinógenos derivados (Le Paige, 1964; Núñez, 1976a).
3. Tiwanaku-Cabuza: Arribo de un grupo colonizador en Cabuza con
. componentes del estilo Clásico Loreto Viejo, datado a los 380 d.C.
(Rivera, 1976), en el valle de Azapa (Arica).
4. Tiwanaku-Ilo/Moquegua (Chenchén): Ocupación de grupos con
componentes Clásicos y Derivados en dos valles bajos del Sur del Perú
(Lumbreras, 1974). Incluye el arribo Expansivo en Para (Tacna),
definido por Uhle (1919) y evidencias aldeanas-templarías (Proyecto
Contisuyo).
5. Tiwanaku-Sobraya: Agrupación con indicadores cerámicos deriva-
dos del Desarrollo Clásico en el valle de Azapa (Dauelsberg, 1961).
6. Tiwanaku-Pisagua: Incorporación de textiles Tiwanaku Expansivo
y Clásicos en poblaciones marítimas del litoral de Pisagua (Uhle,
1919).
7. Tiwanaku-Tarapacá 40-B: Asentamiento con cerámica burda café
alisada y digitada (proliferación de agricultura avanzada), productos
altiplánicos trasladados y textil de derivación Clásica. Se determina
un tiempo inmediatamente posterior a los 360 d. C., durante el cual un
grupo altiplánico (Fase B ), habría reactivado las ocupaciones de
Caserones, en el valle bajo de Tarapacá. (L. Núñez, 1976a).
8. Tiwanaku-Pica: Incorporación de deformación craneana, cerámica
Charcollo y textiles Expansivos en un oasis piemontano al occidente
del altiplano, dentro de un contexto de Desarrollo Regional (Complejo
Pica). Este evento ocurrió hacia los 1.000 d. C. (L. Núñez, 1976a), como
parte del arribo de un grupo altiplánico que convive con una densa
población con componentes locales.

103
A

CROQUIS DE MOVILIDAD
COMPLEMENTARIA CONVERGENTE
TIWANAKU 400-1000 d.C.
o) TOPATER (CALAMA).
b) ANCACHI (LOA INTERIOR).
e) LORETO VIEJO (AZAPA).
d) CABUZA (AZAPA).
e) VALLE MOOUEGUA,CHENCHEN
BOCA MOQUE GUA ,TACNA, lO-
CUCO, CALIENTES (CAPLINA).
f) QUEBRADA DEL CEMENTERIO, o
YACANGO, CERRO MEJIA, CE-
u
u.
RRO BLANCO !REGION OE MQ
QUE GUA). u
~
g) LDRETO VIEJO (VAU.E DE ILO). a..
h) CHIRIBAYA ( VALLE 'DE ILO). o
i) SAN LORENZO (A ZAPA). z
~
j) TARAPA CA 40 . IU
u
k) CAÑAMO. o
l)
m)
PLAYA BLANCA .
ABTAO -TALTAL.
...,', e;¡:¡
n} CHIU-CHIU. 1
o} COYO ORIENTAL.
p) PICA 8.
q) PISAGUA.
:1
'
r) VALLE DE AZAPA. ~ G
1
s -t) OASISATACAMEÑOS (FASES / N
NEGRA PULIDA Y NEGRA CA- /
/
SI PULIDA).
INCLUYE CONTACTOS CON NW.
ARGENTINO.
o Kms 250

104
9. Tiwanaku-Ancachi: Instalación de un grupo con componentes
Expansivos en el oasis de Ancachi, situado en el curso inferior del río
Loa (Latcham, 1938) constituyendo una «isla» agraria cercana al
Pacífico.
10. Tiwanaku-Cáñamo: Arribo de un grupo con textil Tiwanaku y
equipo de alucinógenos en el litoral desértico de Cáñamo, al sur de
!quique, datado a los 760 d.C. (L. Núñez- C. Moragas, 1978, in. lit.).
11. Tiwanaku-Chiuchiu: Infiltración de un tiesto Tiwanaku Expansivo
(pico-vertedero]) en un contexto voluminoso del Desarrollo Regional
Tardío de Chiuchiu (Ryden, 1944). Parece similar a la situación del
caso piqueño.
12. Tiwanaku Expansivo-Cultura de San Pedro deAtacama: Ingre-
so de un paño textil inserto en la población local «San Pedro Negro Casi
Pulido>>, que constituye una fase posterior al Negro Pulido Clásico.
Demuestra las últimas conexiones del altiplano central con los oasis
de Atacama, cercano a los 1.000 d. C., en contacto con densas poblacio-
nes locales. Esta evidencia se complementa del arribo de tiestos
polícromos Tiwanaku, en contexto Expansivos (Le Paige, Comunica-
ción Personal).
13. Tiwanaku-San Pedro-Isla: Desplazamiento de cerámica tricolor
Isla, procedente desde la quebrada de Humahuaca, y su incorporación
-en contextos locales de los oasis de Atacama, durante el desarrollo de
los componentes Negro Pulido Clásico (Tarragó, m.s.). Durante esta
época existieron conexiones entre la quebrada de Humahuaca y los
oasis de Atacama.
14. Tiwanaku-Tupiza W.-Alfarcito: La expansión Tiwanaku más me-
ridional a través del altiplano alcanza la localidad deTupiza W., cerca
de la frontera argentina (Ponce, 1971). Se supone que desde aquí
pudieron traspasar caravanas con componentes directos hacia el
noroeste de Argentina.
La cerámica tricolor Alfar cito se establece a los pies de la Puna (Jujuy ),
con un patrón altiplánico que recuerda formas y estilos de cerámicas
derivadas de Tiwanaku dentro del territorio sur peruano (V. gr.
Churajón). La asociación entre Isla y Alfarcito (Pérez, 1973), ratifican
su relación sincrónica con Tiwanaku y admite la difusión de estilos
tricolores que sobreviven en los ambientes no altiplánicos hasta
etapas post-Ti wanaku. Su ingreso al NW argentino no ocurre vía oasis
de Atacama, comprometiéndose más bien con los valles meridionales
del altiplano sur.
15. Tiwanaku-San Pedro-Playa Blanca: Los ingredientes Tiwanaku
Clásico y San Pedro Negro Pulido Clásico se hibridizan con poblacio-
nes costeras del desierto de Atacama (Playa Blanca), en donde se
reflejan patrones funerarios con cerámica tubular y un posible textil
polícromo con motivo Tiwanaku. Se trataría de una vin·c ulación entre
los oasis de Atacama y el litoral desértico (V. Bustos, Comunicación
Personal), orientado al manipuleo de excedentes exclusivamente

105
marítimos.
16. Tiwanaku-San Pedro-Taltal: Desplazamiento de grupos de los
oasis de Atacama hacia el litoral desértico de Taltal, conformando
cementerios con componentes Negro Pulido Clásico, dominantes a
modo de ínsulas de explotación en un medio exclusivamente marítimo
(Capdeville, 1923).
17. Tiwanaku-San Pedro-Aguada: Del mismo modo como se estableció
un movimiento múltiple dé grupos con cerámica negra pulida clásica
hacia diversos enclaves del NW argentino, a su vez alcanzaron hasta
estos oasis las caravanas de grupos Aguada en donde asimilaron
rasgos Tiwanaku. Aguada asimiló de Tiwanaku la tecnología del
bronce, culto al cráneo-trofeo, felinos, sacrificadores, etc., sin duplicar
estilos cerámicos e iconográficos directamente, sino más bien modifi-
cándolos bajo su propio patrón cultural. Aguada no accede hacia las
tierras altas del noroeste, opuestamente se extiende hacia los valles
cada vez más meridionales con asiento más efectivo en el valle de
Hualfin, logrando ocupar oasis intermedios como Laguna Blanca,
para contactar con los ejes de los oasis de Atacama (González, 1963).

E. AMPLIFICACION IV: MOVILIDAD REGIONAL


POST-TIWANAKU (1.000 d.C.-1.450 d.C.)
Es imposible detallar los registros arqueológicos de este período ya que
hay una multiplicidad de sitios en casi todas las regiones costeras y altas,
pero en su mayoría proporcionan evidencias variables de rasgos
entrecruzados como consecuencia del Tráfico Interregional.
Es muy probable que una vez que se establecieron las organizaciones
sociales Wari-Tiwanaku, ocurrieron distintos tipos y niveles de patrones
del modo de vida ganadero-caravanero con diversos vínculos de
complementación con los centros urbanos. Suponemos que por ese entonces
había ocurrido un proceso de interdigitación de diferentes grupos de
pastores-caravaneros y urbanos en los Andes Centrales. También sospe-
chamos que estos dos sistemas se habían engranado funcional y
estructuralmente en una eficiente economía de operación compleja.
También es probable que en los Andes Centrales algunos grupos
costeros, situados entre los principales valles de la Costa Norte y C·e ntral,
actuaban recíprocamente con algunos serranos, enviando y manteniendo
caravanas regulares a larga distancia hacia las altas planicies. Este tráfico
se opondría al movimiento giratorio de los Andes Centro-Sur en el sentido
de que el principal control de los asentamientos urbanos y sus comunidades
satélites actuó como un eje centralizado que unía zonas alejadas de los focos
de comercio e intercambio, expandiendo el círculo de influencia económica
y potencialmente sociopolítica, desde los ejes urbanos fijos (polos de
atracción). En este caso las caravanas habrían sido organizadas y contro-
ladas por comunidades urbanas y habrían utilizado los asentamientos
centralizados como estaciones terminales.
En otras palabras, las caravanas relativas a lo urbano representarían

106
un movimiento más espontáneo operado por la naturaleza centralizada de
una economía de nivel urbano que regula el flujo de bienes externos de
acuerdo a sus necesidades internas.
Cuando ocurre la declinación del urbanismo W ari en los valles altos al
pie de la puna peruana, paralelamente en la vertiente occidental entre el
sur del Perú, norte de Chile y noroeste de Argentina, se define fuertemente
un Desarrollo Regional floreciente que tiende en conjunto a coartar la
dirección convergente de los movimientos hacia el eje mayor Tiwanaku. El
eje Tiwanaku se descentraliza por la desarticulación del tráfico de larga
distancia. La emergencia de múltiples Señoríos con alta autonomía dis-
puestos en los territorios periféricos antes mencionados permitió una red
de conexiones entre sí, con patrones de tráfico de menor distancia. Parale-
lamente, la descentralización del dominio Tiwanaku y su consecuente
reemplazo por diversos reinados independientes, permitió la conservación
de los ideales de complementación a través de contactos caravánicos. Los
reinos del altiplano central convienen sus movimientos hacia el área valle-
costa del sur del Perú y norte de Chile. Al tanto que los del Altiplano-Sur
interactuaron con los Señoríos de Atacama y valles del noroeste de Argen-
tina. A su vez entre los Señoríos circumpuneños de Atacama se enfatizó un
particular tráfico de relativa corta distancia. El modelo alternativo de
intercambios (ferias móviles) y colonización directa, continuó a través de
aldeas-ejes meridionales. Definitivamente, no hay un retorno hacia la
búsqueda de un eje mayor y único convergente. La intensificación del
tráfico tardío de caravanas permitió la proliferación de aldeas y ferias
rotantes, frustrando los intentos urbanísticos.


E.l. Reinos y asentamientos altiplánicos: su ámbito de
interacción en la Vertiente Occidental.
La disolución de la hegemonía política-litúrgica Tiwanaku, acondicio-
nó el desarrollo de los llamados «Reinos Lacustres» (Murra, 1968; Lumbre-
ras, 197 4), tendientes a descentralizar el movimiento giratorio, transfor-
mando a los ejes secundarios en centros agropecuarios, los cuales a su vez
organizaron sus propios ámbitos de interacción. Se ha aceptado que la
estructura de estos reinos, documentados en el siglo XVI, reflejan una vía
de desarrollo puesta en práctica a lo menos durante los dos últimos siglos
tardíos de la prehistoria andina, constituyendo verdaderos reinos post-
Tiwanaku (Lumbreras, 1974), con una matriz cultural, técnica, política y
lingüística homogéneas.
Desde la región de Sicuani (sur de Cuzco) hasta el río Loa y regiones
transpuneñas de Atacama, se dispusieron múltiples ejes de movilidad a
base de caravanas de regular y larga distancia que incorporaban múltiples
ejes complementarios que se habían consolidado a través de aldeas estables
en valles y asentamientos rurales dispersos en las tierras altas
agroganaderas. Diversas aldeas-cabeceras de reinos en el ámbito de la
Cuenca del Ti tikaka funcionaban como ejes estimulantes del movimiento
giratorio de excedentes de complementación; planificando el envío de
gentes y bienes hacia ambientes distantes, a través del patrón de ocupación

107

vertical (Murra, 1972) orientado preferentemente hacia la vertiente occi-
dental. Al tanto, afianzaban su hegemonía política sobre múltiples
asentamientos-ejes en el propio altiplano, con circulación de bienes especia-
lizados, procedentes de diversos espacios tanto altiplánicos como orienta-
les, por vía de operaciones temporales de intercambio (ferias).
El área más productiva del altiplano (Cuenca del Titikaka) consolidó
el desarrollo de los reinos Collas, Lupaqas, Canas, Can chis al sur del Cuzco;
Collaguas al occidente de Puno, Pacaxes al sur del Titikaka, Omasuyos al
NE del lago, Ubinas en las tierras altas de Arequipa, Collaguayas al oriente
del altiplano, Charcas al sur del ámbito Pacaxes. En el altiplano meridio-
nal, los Señoríos o reinos menores de Carangas, Quillagas, Lípez y Chichas,
también aymará hablantes, dispusieron ejes más ganaderos que
agropecuarios, sustentando fuentes excedentarias de riqueza, a pesar de
ocupar un espacio sensiblemente menos productivo.
Se ha sugerido que estos reinos ya estaban coactuando hacia los 1.000
años d. C., enviando bienes de subsistencia (V. gr. charqui, quinua, chuño),
de materias primas (V. gr. lanas), status (V. gr. plumas tropicales) de
prácticas ceremoniales-mágicas (V. gr. alucinógenos), estimulantes (V. gr.
coca), culturales (V. gr. cerámica y simbología litúrgica), etc., hacia la
vertiente occidental en donde se establecían los ejes aldeanos fijos en los
valles y oasis bajos. Desde aquí se distribuía a su vez el movimiento
giratorio hacia múltiples ejes secundarios en los diversos espacios aleda-
ños, incluyendo la costa. Esta infiltración socio-cultural parece responsabi-
lizarse de la emergencia de poblaciones con complejos culturales portado-
res de mezcla de componentes, a consecuencia del tráfico interregional y
rnultiétnico, que conforman los llamados Desarrollos Regionales en los
valles de la vertiente occidental, territorios fértiles transpuneños y NW
argentino.
Con este sistema de traspasos de excedentes de consumos, ideológicos ,
farrnacopeos, tecnológico, etc. se contactaban temporalmente a múltiples
ejes rurales en el altiplano, incorporándose al movimiento giratorio de
caravanas, sea cual fuera su tamaño demográfico. U na amplia e impresio-
nante distribución de asentamientos-ejes en el altiplano ocupó gran parte
del espacio útil de las tierras altas, con óptimos niveles de reserva energé-
tica, sólo comparable con el potencial marítimo. La sunia de estos ejes creó
un modelo de desarrollo creciente, favoreciendo la instauración de una red
de linajes «reales» en torno al Titikaka. Estas minorías señoriales a
diferencia de la experiencia Tiawanaku, no retornan al modelo
semicentralizado. Por el contrario, el patrón giratorio impuesto permitió el
desarrolló rural disperso. Mientras más ejes dispersos y en enclaves
distintos y distantes, mayor capacidad de desarrollo a nivel del macro
sistema, sin centralización obligada. La aplicación eficiente, en estos
reinos, del patrón dual de organización social (Murra, 1973), debe compren-
derse corno un factor de apoyo hacia el manejo de recursos distantes y de
amplia cobertura política y laboral, adecuada sobre territorios que exigen
una distribución racional de gentes, bajo autoridades múltiples .
Aunque hay un déficit de información sobre las evidencias arqueoló-
gicas que especifiquen la naturaleza de las interacciones entre estas etnias

108
y la vertiente occidental, las escasas indagaciones realizadas confirman el
carácter «colonial» de la expansión giratoria tardía de las tierras altas,
aunque se debe suponer que no es esto la única vía posible de conexiones
interregionales. En Tacna (Trimborn et al. 197 5) se han registrado eviden-
cias concretas de la presencia de «colonias aymarás» procedentes del
Altiplano, desde los 1.000 años d.C ., vinculados a controles de valles
tropicales. Por otra parte, en el sur del Perú también se ha avanzado en
casos de colonias altiplánicas orientadas a la explotación de mar. Los
estudios de Trimborn ( 1968) ubicaron en la localidad de Atiquipa, al norte
de Chalas, en la costa del extremo sur del Perú, un hábitat formado por
aterrazamientos utilizados para la agricultura de lomas. En sitios estraté-
gicamente altos, se ha encontrado un buen número de estructuras con
techos resueltos con la misma tecnología tipo Urus. Se trataría de un
asentamiento procedente del altiplano, que habría instalado una factoría
costera para preparar pescados secos y transportarlos junto a otros produc-
tos marítimos al interior. Trimborn cree que el sitio Atiquipa actuó como
una estación obligada entre la costa y las tierras altas dentro de un contexto
de «COnlercio vertical» y un «intercambio horizontal» especialmente con los
grupos Nazcas. Aunque estas estructuras podrían ser tumbas, habitacio-
nes o depósitos, no cabe la menor duda que corresponde a un patrón
netamente altiplánico, donde más que comercio hay que ver una explota-
ción directa del litoral.
-Aún no hay una clara correlación entre estas evidencias y los Reinos
y Señoríos altiplánicos definidos, queda fuera de duda que entre ejes
costeros y altiplánicos circulaban movinlientos giratorios de interacción
entre «archipiélagos» y «CabeceraS>>, antes del desarrollo Lupaqa, y aún algo
antes de la expansión inka.
Estos mismos modos de integrar nuevos espacios productivos directa-
mente, parecen repetirse con un mayor nivel de infiltración social en los
valles más altos del sur peruano. Se ha supuesto bien que el estilo tricolor
Allita Amaya (Tchopik, 1946) se focalizó en el ámbito Lupaqa, al tanto que
el estilo Kollau se identificó con el territorio Colla (Lumbreras, 1974). Se ha
sugerido que los componentes Allita Amaya habrían motivado el surgi-
miento de los estilos Churajón y Chiribaya, a través de asentamientos
coloniales en valles intern1edios y bajos de la vertiente occidental. Por otra
parte, Kollau habría ocupado enclaves en valles y oasis bajos entre el sur
del Perú y río Loa, por medio del estilo negro sobre rojo, que con algunas
variables, se le reconoce como Chilpe en el Norte de Chile.
También se acepta que las comunidades Mollo del Altiplano (Ponce,
1957), establecidas en la actual provincia de Muñecas, accedieron su
ingreso al área de Churajón en el valle de Arequipa, distribuyendo compo-
nentes regionalizados en el estilo Chiribaya. Grupos Chiribaya parecer ser
definitivamente colonias altiplánicas sincrónicas a comunidades estables
de valles del sur del Perú, y muy especialmente del espacio fértil entre
Moquegua y Arica, con un modo de ocupación en ínsulas muy similar al
patrón colonial Lupaqa.
Los asentamientos Churajón comprometidos con el sistema colonial
altiplánico se orientaron a los trabajos agrarios, al margen del urbanismo

109
coexistente en las regiones algo más septentrionales. Sus excedentes
agrarios suplementaron a la vía económica propiamente altiplánica. Sus
asentamientos-ejes se radicaron en aldeas-conglomerados y ocuparon
obras de andenerías reactivadas por agrupamientos al parecer multiétnicos
desde cabeceras distantes. Así, el tráfico giratorio se intensificó entre los
valles y costa de la región de Arequipa, con los Reinos limítrofes. Es
probablemente que este importante pasadizo de interacción con el altiplano
se dispuso después de una etapa crítica conflictiva, a raíz de la imposición
inicial del modelo colonial. Hay tradiciones que tienden a confirmar la
existencia de disputas territoriales en el ámbito Churajón, con vencedores
altiplánicos (Lumbreras, 197 4). La presencia de poblaciones locales prece-
dentes al arribo colonial habrían acondicionado mezclas étnicas y cultura-
les, explicándose así el carácter híbrido de los componentes Churajón-
Chiribaya, posteriores a la etapa conflictiva.

E.2. Señ.oríos y asentamientos de la Vertiente


Occidental y Circumpuneñ.os: Relaciones
de interacción.
Desde el río Majes (Sur del Perú) hasta el río Loa (Norte de Chile) se
establecieron durante el período de Desarrollo Regional (1.000- 1.450 d. C.)
diversos sistemas sociopolíticos en los ámbitos agro-marítimos de los valles
bajos e intermedios (V. gr. Churajón, Arica, Pica, etc.); reciben caravanas
desde ejes establecidos en los valles altos y altiplánicos. Es el tiempo de la
formación de Señoríos locales unidos por intereses semiconfederad<?s. Al
tanto, lo Señorío.s de los oasis apegados al pie de la Puna Atacameña
orientaban los movimientos hacia los ejes de la Puna y valles periféricos que
conforman las tierras fértiles del noroeste de Argentina, incluyendo el
Altiplano Meridional.
Durante estos Señoríos las caravanas aceleran el desarrollo aldeano
estable en valles e incrementan el potencial rural de las tierras altas por la
importante reciprocidad de producciones suplementarias. Estos movi-
mientos giratorios aceleraron el desarrollo creciente del macro sistema de
interacción, permitiendo la definición de culturas de bases aldeanas en sus
cabeceras o axis del movimiento giratorio. El prestigio de los Reinos del
Titikaka y el auge costeño de la cultura Arica, demuestran la eficiencia
productiva de ambos terminales.
Sin embargo, entre las comunidades de los oasis de la Puna de
Ata cama, Valles del noroeste argentino, y del Altiplano Meridional, las
caravanas se entrecruzan en traslados de más corta distancia. Los espacios
productivos se han disputado por una multiplicidad de Señoríos menores
que protegen sus territorios más enérgicamente desde cabeceras aldeanas
fortificadas (Pukarás).
En general, tanto entre los Señoríos del área Majes-Loa, como en los
ya señalados de las tierras altas marginadas al altiplano sur, la generación
de diversos Señoríos estableció el desarrollo de múltiples ejes unjdQ§ por un
tráfico de relativa ~.o.rJa _distancia, con menos dependencia de los viejos ejes
del área -cir;~~-~Titikaka. La diversificación y complementación de exce-

110
dentes entre los valles Majes-Loa y las tierras altas inmediatas aceleró el
desarrollo regional a un nivel floreciente. Pero, la menor diversificación de
los asentamientos aledaños a la Puna y altiplano sur, estableció un proceso
contradictorio. En efecto, ~rece la centralizació~-E~_l!.~~~~-~P~k.!!r~~)--~~~~--~
medida que las caravanas dejan de contactar con ejes distantes. La
dismintrción tardía del flujo económico y cultur~il, desde diversos ambie'n tes
distantes, generó un desarrollo «cerrado», con menor apertura al traslado
de bienes complementarios. Se frena el desarrollo ostensiblemente. Esta
pérdida de ejes distantes estimuló una tendencia a la centralización
________
___ .....de los Señoríos
SO"ciopolítica __. de las tierras altas, contrayendo ® ·-empóbre-
cimiento cultural notable. La Fase con tiestos rojo violáceos, sin «intrusiones»
culturales foráneas, señala que las poblaciones tardías que circundaban la
Puna Atacameña, habían perdido cierta capacidad de movilidad giratoria, r· ~
con menos énfasis en el manejo de caravanas, inmedJ.alameii.te antes del
contacto inka. Durante este período tardío los <<micro-sistemas>) sociopolíticos
periféricos o Señoríos «no aymarás», presentarían una correlación de
fuerzas productivas y políticas en competencia, con ciertas tendencias a
rupturar los adecuados niveles de armonía social interétnica y la conse-
cuente perturbación de los giros transregionales. Esta situación parece ser
pan-andina meridional y afectó tanto a los valles altos Tarapaqueños como
Circumpuneños.
Se sabe que en algunos sitios donde aparecen los componentes cerámicos
Allit~ Amaya y Kollau (altiplano), constituyen aldeas fortificadas. Estos
eventos se colocan cronológicamente a partir de los 1.300 años d.C.,
demostrando que los así llamados reinos altiplánicos post-Tiwanaku, se
resentían ante situaciones conflictivas que alteraron el carácter armónico
del tráfico multiétnico. Esta situación parece generalizarse en las fronteras
ecológicas que limitan los espacios altiplánicos con las áreas periféricas de
la vertiente occidental y tierras circumpuneñas.
Hay consenso en aceptar que en torno al altiplano se distribuyó un
patrón de arquitectura defensiva, constituyendo un estilo de poblamiento
tardío, cuyas causas hay que relacionarlas con la presión demográfica
ejercida desde las tierras altas. Hay grandes aldeas aglutinadas en colinas
de las tierras altas y puna en general, en el sur del Perú; demuestran una
concentración con un notable aumento de población tardía, superiores a
nuestros conglomerados meridionales.
En los valles altos entre Arica y Camarones se han registrado aldeas
defensivas o Pukarás en: Humallani (valle de Camarones), Hacienda
Camarones Sur, Tal tape, Copaquilla (Valle de Azapa), Zapahuira, Lupica,
Belén, Tangane (Tignamar), Saxamar, Purisa y Antara. Estos sitios de-
muestran que en la región de la sierra en donde los valles entran en contacto
con el altiplano hubo una ocupación defensiva que se fue consolidando a
partir de los 1.300 años d.C.
Los componentes arquitectónicos serranos con plantas rectangulares,
calles estrechas, plazoletas, graneros de maíz, andenes de cultivo y técnicas
de canalización, demuestran el carácter aldeano estable que logró desarro-
llarse entre el sur del Perú y el norte de Chile. En estos sitios se establecen
dos tradiciones cerámicas: la polícroma (serie Arica) resultante del Desa-

111
rrollo Regional Tardío (Dauelsberg, 1971) y la negro sobre rojo de tradición
altiplánica tardía. Tomando esta muestra, todo hace suponer que la sierra
de la región tarapaqueña recibió tardíamente oleadas altiplánicas, que
explicaría la situación defensiva de los pukarás, en relación a una expan-
sión que puso en juego el control de la sierra. Más al sur, siempre en los
valles altos, se sitúan pukarás o conglomerados defensivos entre los cuales
se destaca el de Mocha, en la quebrada de Tarapacá, con una ocupación
altiplánica negro sobre rojo. Se destacan también las aldeas defensivas de
la quebrada de Camarones, que presentan la misma situación cultural y
cronológica existente en la zona alta de Arica.
Sin duda que la concentración más conocida de pukarás se ubica en el
río Loa y l~s oasis de Atacama: Quitor, Zapar, Vilana, Turi, Lasana, Cupo
y Chiuchiu. Estos conglomerados suficientemente descritos se caracterizan
por haber recibido fuertes ocupaciones de cerámica San Pedro rojo pintado
y Dupont entre las principales de data tardía, hasta recibir influjos inkaicos
y aún coloniales tempranos. En total no más de quince conglomerados
fortificados se ubicarían en las provincias de Tarapacá y Antofagasta, entre
los 2.000 a 4.000 m.s.n.m., formando un verdadero cinturón en torno al
altiplano.
Este cordón continúa en el noroeste de Argentina, en donde los
conglomerados presentan la misma matriz arquitectónica con algunas
particularidades. Según Madrazo y Otonello ( 1966), existirían aproxima-
damente catorce conglomerados defensivos entre los que se destacan :
Rinconada, Tilcara y Sorcuyo en Jujuy; Pukará Morado, Pukará La Cueva,
Pukará de Humahuaca, Campo Morado y Yacoraita en la quebrada de
Humahuaca; en Catamarca: Loma Rica, Loma Jujuil, Cerro Mendocino,
Antofagasta de la Sierra y Cerro Pinido de las Mojarras. Su distribución
entre la puna y los valles serranos demuestran que están orientados a
situaciones conflictivas procedentes de tierras altas en amplia coincidencia
con la vertiente occidental antes señalada. Las ocupaciones tardías de estos
conglomerados presentan componentes de la tradición negro sobre rojo
procedente del altiplano que logró transformarse en el noroeste en varios
estilos locales. Sin embargo, advertimos que han quedado algunos motivos
similares a los del altiplano, como es el caso del Tilcara negro sobre rojo con
los típicos motivos de arcos pegados al borde anterior, en todo similar al tipo
Chilpe, ubicado en los conglomerados del extremo norte de Chile. Las
similares relaciones trasandinas para este cordón de conglomerados debe
merecer una interpretación común que intentaremos realizar y que se
establece dentro del contexto del desarrollo de los Señoríos, y sus marcos
territoriales que incluyen áreas distantes de control a través de ejes
giratorios de corto alcance.
En el Altiplano Meridional no se han registrado conglomerados
similares, porque el patrón rural disperso inhibió una notable concentra-
ción de población, hasta el punto que en los trabajos de Ryden ( 194 7), no
aparecen fortalezas tan notables como las descritas. Sin embargo, debe
establecerse que la población altiplánica pudo alterar las relaciones
sociopolíticas con las poblaciones de puna y valles limítrofes. Los recientes
estudios de Patrick Lecoq en el Altiplano Meridional han dado cuenta de

112
diversos asentamientos estables conectados regionalmente por un comple-
jo sistema de conexiones caravánicas en término de pasado y presente.
Estos antecedentes deben tenerse en mente cuando se plantea en el
período tardío la vigencia de una dinámica por colonización y tráfico de
intercambio. Creemos que la imposición del control de pisos ecológicos, y
movimientos interregionales corresponde a una imposición inicial y conflic-
tiva ejercida desde las cabeceras políticas del altiplano. Los conglomerados
defensivos habrían sido construidos por Señoríos locales para acondicionar
mejor la integración social en entidades ecológicas comunes, en la medida
que sus sistemas lograban diferenciar una zona de otra. La distribución
multiecológica de las colonias altiplánicas tardías hacia todos sus contor-
nos, pudo sumar el carácter defensivo a las aldeas marginales que actuaban
como cabeceras políticas en formación. Este cordón defensivo habría
quedado obsoleto en la medida que el patrón de colonización y el control
giratorio suprarregional se habría estabilizado a partir de las presiones del
altiplano, creándose lo que Murra llama «paz aymará», que es una condi-
ción previa para la consolidación de los Reinos altiplánicos.
Este aspecto es indispensable para asegurar la estabilidad de los
movimientos vinculados con las operaciones de intercambio, alternando
con islas de producción directa. Desde los pukarás, las minorías políticas
mantenían su hege1nonía sobre múltiples (<caseríos» dispersos y dependien-
tes del área de «Captura de sitios» donde reunían los excedentes locales.
Establecida la paz aymará, estos núcleos o ejes semic~ntralizados,
contactaban con caravanas interseñoríos, entre el noroeste de Argentina
y Altiplano Meridional. Desde los pukarás, se unirían los giros de interacción
con los ejes secundarios en el mismo ambiente alto, con otros principales en
la Puna y sus contrapartes trasandinas, incluyendo algunos contactos con
ejes de los valles bajos y costa (V. gr. cerámica «Concho de vino» en el Loa
inferior y litoral aledaño).
Esta movilidad interregional también se aprecia entre los ejes-pukarás
del noroeste de Argentina. En el caso de Tastil, hay un control de la
producción entre la puna y los valles, pues su ubicación como aldea
«convergente» al borde de la puna, le permite una situación de control sobre
múltiples microambientes. Cigliano. y su equipo, aceptan que Tastil se
presenta como un nudo «Comercial» con explotación de lana, sal, cuero y
metales, que distribuía hacia los valles. Esta movilidad que se centra
lateralmente en Tastil y otros conglomerados tardíos ¿es realmente una
forma de comercio?
Varios autores se han planteado el problema de interpretar las
situaciones dinámicas del período tardío. Dentro de un ámbito ecológico
específico, que según Raffino (1973) llama «sistema ecológico cultural», se
puede detectar cómo a partir de una cabecera se podría controlar diversos
microambientes productivos. Raffino en relación a la quebr.ada El Toro
(1973), plantea una hipótesis de «Simbiosis económica», en donde Tastil
actuaría como «centro de comercio», llegando a sobrepasar su capacidad de
instalación. Reconoce el desarrollo de las prácticas del trueque, como la
causa básica de un comercio ortodoxo, a través de objetos de uso y de
consumo traídos hacia el ámbito de Tastil. Siguiendo con este autor, Tastil

113
habría tenido un auge comercial y artesanal, ingresando a una crisis por
razones de insuficiencia agrícola. Palma ( 1972) cree que esta crisis fue
generada por causas externas o ecológicas o por factores migracionales que
acondicionaron una pérdida de su prestigio comercial. Sin embargo, es
posible sugerir una alternativa de interpretación en el sentido que esta
pérdida de prestigio, estaría vinculada con causas sociales o internas que
habrían colocado a la zona de Tastil fuera de los nuevos ejes establecidos por
los Señoríos que controlaron la región de los valles y la puna en los
momentos en que se iniciaba la expansión inkaika. Este cambio pudo
indicar una reordenación de las rutas hacia otras zonas más productivas de
valles.
Es probable que los diversos focos aldeanos defensivos podrían reflejar
distintos cambios de concentración de poder, que en el período tardío
debieron marchar aparejados a los cambios sociopolíticos del altiplano .
Pero lo básico sería que los conglomerados defensivos y aún las aldeas
dispersas de acuerdo a nuestra hipótesis central, no debieron formar
hegemonías exclusivamente a través del comercio (trueque). Pensamos que
pudieron asimilar el modelo altiplánico de organización de la sociedad, con
sistemas de colonias establecidas en diversos án1bitos multiecológicos,
estableciendo lo que llamamos un patrón de «intercambio-colonizador».
Esto es el establecimiento de un grupo o de varios que ejercían una
explotación directa, complementada con prácticas de trueque, volviendo a
sus cabeceras políticas principales e integrándose a sus aldeas, donde
participaban en términos de con1unidad étnica.
Se había planteado anteriormente que las caravanas más tempranas,
de larga distancia, estimularon un desarrollo cultural acelerado por el
rápido desplazamiento de ideologías nucleares, más tecnologías, nuevas
formas de subsistencia, etc. Cuando se desarrollan los Señoríos locales, en
el momento clímax de los Pukarás en las tierras altas, se advierte un
notable «empobrecimiento>> cultural, con escaso cuidado en la elaboración
de artesanías y un notable déficit de iconografía. Este proceso de simplifi-
cación cultural circumpuneño guardaría relación directa con el manejo de
caravanas de corta distancia, que contactan ejes en espacios menores,
alejados de los centros generadores de mayor complejidad cultural (área
circum-Ti tikaka).
Durante los Señoríos tardíos de la vertiente occidental y en ambientes
transpuneños, los ejes agro-ganaderos de los valles altos o serranos y los
propios del pie de la Puna, han acortado sus ejes de desplazamientos, por
la estrechez de los territorios disputados. Surge un énfasis en la protección
de espacios controlados por cada Señorío (Humahuaca, Oxas, Chichas,
Lípez, Atacamas, Tarapacás, etc.), de modo que las caravanas interactúan
entre espacios cada vez más restringidos. La armonía social existe, pero
entre territorios demarcados por etnias cada vez más diferenciadas.
Durante el Desarrollo Regional del noroeste de Argentina desde los
1.000 d.C. se fortalecen los Señoríos que conducen a las poblaciones hacia
conglomerados aldeanos complejos, con diferentes comportamientos cultu-
rales-regionales, sin la hegemonía previa de Aguada. Los Señoríos de Santa
María, Belén, Angualasto y Humahuaca, demuestran un crecimiento

114
demográfico a base de organizaciones sociopolíticas complejas. A partir de
esta instancia, disminuye el movimiento giratorio de intercambio y se
incrementa el patrón colonial (Murra, 1973), que aunque no excluye el
trueque, su eficiencia es más coherente en relación al fortalecimiento de las
cabeceras sociopolíticas en el ambiente diversificado del noroeste. argenti-
no.
Las disputas territoriales de los Señoríos generan tensiones sociales
en su etapa inicial (1.000- 1.200 años d. C.), los centros aldeanos expanden
_ sus conglomerados y establecen ejes periféricos de coacción colonial. Cada
Señorío intenta fortalecer además su fisonomía cultural a través de la
reiteración de estilos locales. En suma, las caravanas de cada Señorío
controlan sus giros internos, pero a su vez inician arreglos semiconfederados
(1 .200 - 1.480 d.C.) con Señoríos que acceden a establecer giros de
complementación en especial, cuando éstos cubren espacios diferenciados.
Estos giros se podrían verificar en el caso del Pukará de Loma Verde, en el
Departamento de Tafi, con componentes cerámicos Belén, establecido en
pleno territorio del señorío Santa María (Núñez Rigueiro, 1974). Por otra
parte, hay asociaciones Santa María con Belén y Famalabasto (Valle del
Cajón), lo cual demuestra que diversas etnias tardías intercambiaban
recíprocamente. Las tensiones de estas aldeas fortificadas parecen cumplir
aquí un doble propósito: a) por una parte cautelan sus territorios de los
Señoríos aledaños de desarrollo desiguales (presiones laterales); b) defensa
de la .penetración de grupos Guaraníes u otros de ambientes selváticos, que
invadían aldeas fijas desde sus territorios orientales. Este último punto,
señala la posibilidad de que algunos pukarás del noroeste de Argentina,
hayan resistido presiones de grupos marginales opuestos al ideal de vida
aldeano. El pueblo fortificado Asampay (González-Pérez, 1972) fue incen-
diado y algunos defensores fueron drásticamente decapitados. Las flechas
usadas en el conflicto eran de hueso, diferentes a los típicos del valle de
Hualfin, comprometidas más bien con el área de Santiago del Estero.
Otro caso de ocupación colonial se advierte en el pukará de Tastil. Se
trataría de un grupo establecido en Humahuaca, en donde habrían dejado
el tipo que Pérez (1973) llama Purmamarca exterior bruñido más típico y
frecuente en la cabecera de la quebrada de El Toro. Inversamente algunos
grupos de la quebrada de Humahuaca habrían ocupado la localidad de El
Cucho al S.W. de San Salvador de Jujuy en un ambiente subandino,
portando la cerámica Purmamarca inciso y línea fina. Aún se detectan otros
casos en el microambiente de Salinas Grandes (explotación de sal) con
colonias puneñas. Otra colonia puneña, tipo Doncella, con un contexto
tradicionalmente «Atacameño» habría ocupado, según Madrazo (1966), el
sitio El Durazno (cercadeTilcara) en una zona limítrofe entreJujuyySalta.
Integraría algunos elementos menores de Humahuaca· y encerraría un
corpus de rasgos de tierras altas, fuera de su ámbito original.
Por otra parte Palma ( 1972) hace referencia a una posible colonia
Tilcara en la puna, de acuerdo a evidencias cerámicas. Finalmente un
establecimiento con cerámica Belén se habría situado en la puna, en el
pukará de Alumbrera. Esta cerámica pareciera proceder del valle de
Gualfin, de la Fase 111 o más tardía.

115
A pesar de que la alta región puneña del noroeste de Argentina no
admite asentamientos estables por el déficit agrario, el pastoreo de camélidos
generó un aprovechamiento ganadero muy dinámico que estimuló un alto
nivel de interacción con las aldeas de valles aledaños. Ciertamente,
Krapo~ickas (1958-59), observó que en la puna hay cierta predilección por
usar materias primas ajenas al medio, asociadas a tiestos de notable
tradición negro sobre rojo. Esto se explicaría por el régimen de movilidad
impuesto por una ganadería trashumante que acondicionó un equipo
transportable, en donde las calabazas tuvieron mayor significado cuantita-
tivo que la cerámica. Estos grupos móviles especializados en la recua de
llamas (cencerros, ganchos de atalaje), al desplazarse con sus ganados, que
era la base de su economía, asimilaban variadas materias primas en los
diversos microambientes hacia donde convergían sus relaciones de
interacción (uso de cerámica Humahuaca, tabletas deAtacama, tiestos con
interior negro como la tradición Dupont del Loa, etc.).
A pesar de ser la Puna una zona con muchos recursos mineros, hay
escasos objetos de metalurgia. ¿En qué sectores de los Andes Centro Sur se
especializó la producción metalúrgica, que de hecho excluyó la región de la
puna? García Diez (1567) señala la presencia en el altiplano de madera y
metal cuyos centros no están en la región inmediatamente cercana al
Titikaka. Del mismo modo, creemos que en algún sector del Altiplano
Meridional debió focalizarse la producción minera extendiéndose hacia la
región valliserrana donde logró un notable desarrollo a partir de Aguada.
Los estudios del primer autor han propuesto la existencia de un intenso
tráfico de preformas y objetos formatizados de cobre (bienes de status),
entre el locus atacameño y las tierras altas del altiplano y noroeste
argentino.
Este proceso de formación de Señoríos locales implicó el incremento
del uso de nuevos espacios productivos, paralelo a la presión demográfica
creciente. Como consecuencia se aceleró el movimiento giratorio de carava-
nas entre Señoríos, entrecruzando colonias destinadas a la explotación de
enclaves multiecológicos. Este proceso determinó el desarrollo de un
mozaico de «culturas» diferentes que conviven sincrónicamente entre sí, sin
colocarse necesariamente dentro de una secuencia cronológica rígida.

Casos de interacción altiplano-vertiente occidental.

En la etapa final de la expansión Tiwanaku los Señoríos locales cada


vez requieren n1enos del manipuleo centralizado desde la cuenca del
Titikaka. En verdad, la misma hegemonía y la circulación de bienes
durante el desarrollo Ti wanaku había servido para contactar los eslabones
de tráfico entre los Señoríos periféricos incipientes, permitiendo una
gradual desconexión del eje central altiplánico, durante su declinación.
Durante el Desarrollo Regional (1.000 - 1.450 d.C.) se amplió la
expansión de las comunidades agro-marítimas San Miguel y asociado s
(Pica) entre los valles y oasis bajos de la vertiente occidental, logrando
excedentes agro-marítimos y semitropicales. Cada unidad productiva (V.
gr. un valle), centralizó su Señorío dirigente, al parecer con matriz lingüís-

116
ti ca gradualmente aymarizada. Diversas agrupaciones aldeanas dispersas
en los valles del extremo sur del Perú y Norte de Chile, sen uclearon en torno
a sus ejes-cabeceras establecidos en los enclaves más productivos, separa-
dos por cubiertas desérticas. Su desarrollo cultural y económico es autóno-
mo, pero dependen de los giros complementarios de las tierras altas
(charqui, lanas, coca, papa, quinua, metales, recursos medicinales, valores
de status, religiosos, musicales, etc.). Sus ámbitos de control se ejercen en
parte hasta los pisos serranos cerca del altiplano y el litoral respectivo.
Varios asentamientos sincrónicos actúan como ejes dispuestos en una
unidad productiva que depende de un eje mayor donde radica el señorío
principal. Sus excedentes son redistribuidos localmente y una parte impor-
tante: maíz, calabazas, algodón, pakay, lúcumas, zapallos, porotos, ají,
guano, alimentos secos del mar, conchas, sal, metalurgia en casos especí-
ficos, algarrobo, chañar, piedras semi preciosas, maderas, etc. eran destina-
dos a través del movimiento giratorio hacia los hábitats interiores.
Cuando las poblaciones aldeanas se concentran en espacios de mayor
productividad, en varios ecosistemas exclusivamente agrarios (mayor
sedentarización), como es el caso de las aldeas livianas de Arica, surge una
artesanía polícroma recargada de iconografía. Aquí el rol de la caravana es
importante pero no determinante por la tendencia al auto-abastecimiento
integrado.
En esta misma época los Señoríos Chuquibamba de los valles del
ámbito Arequipeño habían manejado la producción excedentaria de espa-
cios de alturas moderadas. Distribuyen su cerámica homónima negro sobre
rojo con motivos esquemáticos de llamas, desde la sierra hasta enclaves
bajos comprometidos con el litoral, demostrando un control multiecológico
basado en el buen manejo del movimiento caravanero.
Durante este período, el altiplano y la sierra cercana presentan etnias
aymaras, que abarcaron diversos espacios derivados de la disolución
Tiwanaku. ¿Cómo se establecen los giros entre estas dos comunidades
altiplánicas y la vertiente occidental?
Hemos planteado que las etnias altiplánicas tardías portaban un
patrón dual de interacción giratoria: colonización e intercambio según sea
el nivel productivo del área electa para la complementación de recursos.
Aunque tal simplificación puede ser complementada de nuevas operacio-
nes hasta ahora desconocidas, se sintetizan algunos casos arqueológicos de
movimientos que implican una u otra alternativa, durante el Desarrollo
Regional inmediatamente pre-inka de la vertiente occidental (Ver lámina
adjunta) :

l. Allita Amaya-Churajón/Chiribaya: Introducción del estilo colo-


nial Allita Ama ya del área Lupaqa hacia los valles arequipeños, dando
lugar a las variedades locales Churajón y Chiribaya (Lumbreras,
1974).
2. Kollau-Chilpe: Expansión de colonias con cerámica Kollau del área
Colla del altiplano, hacia los valles bajos y mayormente serranos del
sur del Perú y norte de Chile, a través del componente Chilpe (negro
sobre rojo), datados en Camarones a los 1.235 .d. C. (Niemeyer et al,

117
1972-3).
3. Mollo-Churajón/Chiribaya: Participación del estilo Mollo del alti-
plano (región de Muñecas) en las poblaciones portadoras de Churajón
y Chiribaya, en la Vertiente Occidental (Lumbreras, 197 4).
4. Maytas-San Miguel/Pica: Las ocupaciones de grupos Maytas, una
cerámica Tiwanacoide de la vertiente occidental, parecen asociarse a
poblaciones locales del Desarrollo Regional, apareciendo en ciertos
enclaves deAzapa (Arica) como un agrupamiento <<insular». Contactos
con poblaciones locales tardías se aprecian con la introducción Maytas
en la densa población del complejo Pica, datado a los 1.000 d.C. en
plena sincronía con la Fase San Miguel (Núñez, 1976a).
5. Huruquilla-Pica: Desplazamiento de cerámica Huruquilla del alti-
plano sur (área de Potosí), hacia el oasis piemontano de Pica, datado
a los 1.000 d. C. en un contexto de amplio desarrollo local del Complejo
Pica (L. Núñez, 1976a).
6. Taltape-Pica: Presencia en los valles y oasis bajos preferentemente
desde Camarones al Sur, de un tipo cerámico negro sobre blanco con
trazos anchos que parece vincularse con etnias altiplánicas del sur.
Llega al oasis de Pica intrusivamente también hacia los 1.000 d.C.
(Dauelsberg, 1960; Núñez, 1976a).
7. Kollau y/o Chilpe-Pica/Quillagua: Componentes altip]ánicos ne-
gro sobre rojo se han documentado en los oasis bajos de Pica y
Quillagua, como contactos regulares llevados a cabo entre los l. 000 a
1.240 d.C. (Téllez-Cervellino, MS.; Núñez, 1976a).
8. Maytas-Chiribaya-Arica: Distribución de los co1nponentes colonia-
les Maytas y Chiribaya en los valles bajos de Arica, desplazados desde
tierras serranas del sur del Perú (?).
Chiribaya posee una matriz Tiwanaku Expansivo y supervive hasta
etapas más tardías. Formarían parte en su momento más temprano,
de colonias serranas instaladas en los valles junto al Pacífico. Interactúa
con las poblaciones que se conducen hacia el Desarrollo Regional San
Miguel. Esta etapa se ha datado a los 730 d.C. (Rivera, 1976).
9. Pica-Bajo Molle: Descenso de colonias pertenecientes al complejo
agrario de Pica hacia enclaves del litoral desértico de interfluvio.
Múltiples contextos funerarios con rasgos Piqueños se han ubicado en
las localidades costeras de Bajo Molle, Los Verdes, Patilla, etc.,
dispuestos entre los 900 a 1.450 d.C. (L. Núñez, 1976a).
10. Chullpas-Nama: Arribo de un grupo altiplánico con estructuras
civiles y funerarias de tierras altas (V. gr. Chullpas), incluyendo
cerámica foránea, en el oasis de N ama, una quebrada lateral a
Camiña. (L. Núñez, MS). Este caso ejemplifica iguales poblamientos
más serranos con Chullpas en el interior de Arica: Zapahuira, Belén,
Pocon Chile y Charcollo (Dauelsberg, 1962).
11. Chilpe/Sabaipugro-Pocoma/Gentilar: Ocupación colonial
altiplánica negro sobre rojo en la aldea defensiva Sabaipugro, del

118
sector alto de la quebrada de Camarones (1.235 d.C). Convivencia con
grupos de aldeanos en Camarones-Sur, portadores de Pocoma-Gentilar,
datado a los 1.270 d.C. (Niemeyer et al. 1972-3).
12. Chullpas-Los Antiguos: Unico caso de cementerio con tumbas
preparadas con adobes estructurados, en el río Loa medio,
presumiblemente relacionado con algún tipo de poblamiento altiplánico,
poco frecuente o intrusivo en la hoya del Loa (Ryden, 1944).
13. Chullpas-Toconce: Instalación de grupos altiplánicos en Talicuna,
Paniri, Ayquina, Caspana y básicamente en Taconee, en el afluente
superior del río Loa. Disposición de torres funerarias simples (L.
N úñez et al. 197 4), y acceso correlacionado con eventos Hururuilla
(Castro et al, MS) fechados en Toconce hacia los 1.000-1.100, en
coincidencia con la datación lograda en el oasis de Pica (N úñez, 197 6a).
14. Yura-Calama: Infiltración del tipo Yura en los contextos tardíos del
Desarrollo Regional del área de Calama (Boman, 1908), procédente
del altiplano Sur (valle de Cagua?). Los componentes Yura y Huruquilla
son correlacionados y parecen expandirse simultáneamente al occi-
dente.

Casos de interacción: Oasis de Atacama-Altiplano Sur y Valles del


Noroeste de Argentina:

Después de los 980 años d. C., las comunidades de los oasis de Atacama
habían conformado varias fases poco conocidas. El desarrollo de lo llamado
«San Pedro negro casi pulido», parece derivarse del floreciente estadio
negro pulido anterior. En esta población contactan las últimas caravanas
con textiles Ti wanaku Expansivo. Nuevamente se ven los rasgos «epigonales»
del Titikaka coactuando en una densa población local, al igual que en el
Complejo Pica. Después, el auge del control más integrado de los Pukarás,
desarrolló la fase con San Pedro «Rojo violáceo» (1.180 d. C.), más cerca del
contacto Inka. Durante todo este rango de tiempo (800 - 1.450 d.C.), el
tráfico transpuneño con el altiplano-sur y los valles del noroeste de
Argentina permitieron nuevos traslados interregionales:
15. Tilcara-Yavi/San Pedro de Atacama: La presencia de tiestos
Tilcara y Yavi (Tarragó, MS) en los oasis de Atacama demuestra
conexiones tardías con la quebrada de Humahuaca. Al respecto ver el
importante aporte de Miriam Tarragó al tema de los contactos
trasandinos con el NOA (Tesis doctoral) y los estudios de esta
naturaleza de Agustín Llagostera.
16. Quitor-Tastil: La cerámica de la superficie del Pukará Tastil (en el
pie de la Puna) recuerda tipos monocromos rojos registrado~ en el
Pukará de Quitor, cerca de San Pedro de Atacama. Habría contactos
entre pukarás de los oasis de Atacama y noroeste de Argentina.
Contactos entre estos pukarás tardíos y el altiplano estarían represen-
tados por el componente Tilcara Negros/rojo, que se difunde en ciertos
pukarás tardíos del noroeste de Argentina, con derivaciones estilísticas

119
generadas del estilo tardío negro s/rojo del altiplano, el cual a su vez
está presente intrusivamente en los oasis de Atacama (Le Paige,
1964).
17. Huruquilla/Yura-San Pedro de Ata cama: Hay evidencias de cerá-
mica del típico patrón HuruquillaNura entre poblaciones tardías de
los oasis de Atacama (V. gr. Quitor-9), en respuesta a giros estableci-
dos con el altiplano-sur de Bolivia. Hacia los 1.050 d.C. se incorpora al
circuito un grupo con cerámica negra sobre blanco y keros-retratos
Tiwanacoides en mad~ra (L. Núñez, m.s.).
18. Lípez-Chichas-San Pedro de Atacama: Contactos entre la región
Lípez, Chichas y Tarija, demuestran conexiones entre estas etnias
tardías ganaderas del altiplano-sur, con los oasis de Ata cama. Compo-
nentes San Pedro negro pulido inciso recuerdan patrones formales
·similares a Lípez Inciso, y aún a tiestos de Tarija. N o hay dataciones
para esta cerámica, pero se presuponen tardíos. En el espacio que
ócupaba el Señorío Chicha han aparecido pucos de doble asa negro
sobre naranja (Fernández, MS), ocurrentes también en los oasis de
Atacama. Su carácter tardío podría afirmar su pertenencia a la
tradición Chichas, individualizados en el Siglo XVI, quienes compar-
tían sus movimientos giratorios con caravanas atacameñas. Al respec-
to ver diversos estudios de José Luis Martínez, de base etnohistórica
que corroboran los vínculos caravaneros entre las regiones de Lípez y
Chichas y con el río Loa y oasis piemontanos atacameños. Por otro lado
las investigaciones de Jorge Hidalgo han sido muy relevantes en
términos de explicar la movilidad atacameña durante el período
colonial.
19. San Pedro de Atacama-Loa-Costa: Contactos tardíos entre los
oasis de Atacama y las tierras bajas del Loa están presentes a través
de los componentes cerámicos tardíos trasladados en caravanas como
el caso «rojo pintado» ubicado en: Cal ama, Quillagua y costa desértica
de interfluvio. Esto incluye el traslado de tiestos grabados y pulidos del
complejo San Pedro a enclaves costeros con vertientes al sur del río
Loa.
20. Belén-Santa María: Infiltración de tiestos de la cultura Belén, del
área del Departamento de Tafi, en contextos tardíos de la Cultura
Santa María (Núñez Rigueiro, 1974).
21. Santa María-Belén-Famalabasto: Ingreso del estilo Santa María
como rasgo intrusivo en comunidades Belén y Famalabasto, a través
del Valle del Cajón (ob. cit.).
22. Tastil-Humahuaca: Traslado de tiestos Tastil entre comunidades de
la cultura Humahuaca (ob. cit.).
23. Humahuaca-Cucho: Penetración de rasgos Humahuacas en la re-
gión del Cucho del área de Jujuy (ob. cit.).
24. Complejo Puna-Salinas Grandes: Presencia de contextos del Com-
plejo Puna en el área de Salinas Grandes (Krapovicka, 1958).

120
25. Complejo Puna-El Durazno: Identificación del típico Complejo
Puna en la región del Durazno en Tilcara (K.rapovicka, 1968-9).
26. Tilcara-Puna: Disposición de grupos Tilcara en el ambiente puneño
(Núñez Rigueiro, 197 4).
27 . Belén-Alumbrera: Grupos de cultura Belén, procedentes del Valle
de Hualfin, concertados con gentes del Pukará de la Alumbrera
(Núñez Rigueiro, 1974).
28. Altiplano-Atiquipa (Sur Peruano): Para los efectos de completar
el croquis adjunto hemos agregado este movimiento altiplánico, aun-
que no sabemos con qué localidades ni en qué tiempo se realizó su
desplazamiento (Trimborn, 1968).
Un conjunto de evidencias tardías post-Tiwanaku demuestran fuera
de los contextos cerámicos, el desplazamiento de largos giros con las tierras
altas, registradas en el norte de Chile: .
a) Evidencias de coca en múltiples sitios tardíos de valles y costa.
b) Semillas de guayruros en adornos (V. gr. Pica).
e) Monos del Oriente (V. gr. costa de Pisagua y Arica).
d) Papas deshidratadas y quinua en múltiples sitios tardíos (V.gr. Arica,
Pica, Tarapacá).
e) Plumas de aves tropicales y carpetas de madera para conservarlas (V.
gr. Calama).
f) Tabletas y tubos post-Tiwanaku sin decoración altiplánica y el conse-
cuente uso de alucinógenos hasta ahora no recolectados localmente, al
parecer obtenidos del oriente (W assén, 1972).
g) Red de geoglifos en ambientes desérticos vinculados con el tráfico de
caravanas de larga distancia entre ejes altos, intermedios y costeros
(ideología del tráfico interregional).
h) Red de lugares de culto como componentes del tráfico tardío entre
costa y tierras altas a través de sitios sin ocupación estable, con
petroglifos diagnósticos, como es la presencia de balseros al interior de
la costa:
- Balseros en cotas bajas (V. gr. Camarones).
-Balseros en cotas intermedias (V. gr. Tarapacá, Tamentica).
- Balseros en cotas altas (camino a Río Grande y San Pedro de
Atacama).
i) Conchas del Pacífico en contextos tardíos de los oasis de Atacama y
no roes te de Argentina. Al respecto, ver artículo del primer autor sobre
la identificación de conchas de la vertiente oriental localizadas en los
oasis de San Pedro de Atacama durante el período formativo medio.
j) Trazados de rutas de caravanas asociadas a geoglifos tardíos.
k) Asentamientos aldeanos bajos con «trojas» o bodegas subterráneas del
patrón de tierras altas (V. gr. Quillagua). Bodegas de molienda de
algarrobo y maíz en las aldeas tardías (excedentes) en la quebrada de
Tarapacá.
l) Alta frecuencia de cencerros, ganchos y atalajes de cargas de llamas
en contextos tardíos de la costa (V. gr. Pisagua), valles y oasis medios

121
(Chiuchiu) y tierras altas (San Pedro de Atacama).
m) Textilería de sacos utilizados en las cargas de llamas (V. gr. Arica,
Pica).

A continuación se explican los alcances del caso Nº 11 (Chilpe-


Sabaipugro), por cuanto clarifican algo más las posibilidades interpretativas
del patrón vertical de ocupación, antes de la Expansión Inkaica.
Aunque todos los casos procedentes son diagnósticos, es posible
destacar con más detalles la ocupación vertical en el valle alto del Cama-
rones . En efecto, durante el Desarrollo Regional de las tierras bajas se
focalizó en los valles del extremo norte y sur del Perú una cultura
agromarítima floreciente (Arica) con tres fases reconocidas como San
Miguel-Pocoma-Gentilar. Sin embargo, estas poblaciones no lograron ejer-
cer controles productivos hegemónicos sobre territorios de alturas (valles
serranos) cercanos al altiplano. Desgraciadamente no sabemos qué ocupa-
ciones <<valliserranas» se radicaron en las tierras altas (valles altos
Tarapaqueños), ni tampoco cómo interactuaron con el Señorío bajo de
Arica. Este deficit de información no ayuda a comprender la posibilidad de
que comunidades con «Culturas» diferentes, convivan en sincronía, compar-
tiendo dos ecologías contrastadas de un mismo valle: el agromarítimo y el
serrano, respectivamente. Se acepta que uno de los componentes serranos
detectados es el tipo Chilpe (negro s/ rojo). Su presencia logra
interrelacionarse como rasgo intrusivo en los contextos del Desarrollo
Regional de las tierras bajas, y su espacio de origen parece comprometerse
con la famiHa Khonko- Kollao del altiplano, considerada como post-Tiwanaku
Decadente (Ryden, 194 7).
Inmediatamente antes de la Expansión Inka alguna etnia altiplánica
de prestigio ocupó, fuera de su ambiente original, las cabeceras o valles
serranos de la vertiente occidental, difundiendo el patrón estilístico negro
s/rojo.
Para clarificar cómo se operó esta imposición en relación a la población
local pre-existente, se analizará el área de la quebrada de Camarones
(Niemeyer et al. 1972-3). Al interpretar los datos regionales se aprecia que
las comunidades San Miguel-Pocoma-Gentilar, habían acentuado sus
ocupaciones en los valles bajos, pero su economía era de tal nivel marítimo
que envían grupos a desembocaduras de ríos con1o el Loa, en donde las
posibilidades agrarias son francamente mínimas. Es este equilibrio marí-
timo-agrario lo que acelera su desarrollo. Esta orientación permite que
muchos espacios serranos como «oasis-aislados» en las quebradas altas,
quedaron expuestos a colonizaciones bajo el patrón «archipiélago». Hacia
esos enclaves acceden las gentes portadoras de Chilpe. Por otra parte, las
comunidades bajas debieron articular algunos enclaves altos para proveer-
se de recursos más directamente (V. gr. lana), creándose de este modo una
faja de interacción con etnias altiplánicas. Es decir, el territorio valliserrano
estaba disponible para la colonización directa desde ambas vertientes. Aquí
debieron acentuarse ciertos arreglos territoriales, previos al desarrollo de
un tráfico interregional más armónico con las etnias altiplánicas tardías.
En la quebrada de Camarones, se dispusieron varias aldeas con un

122
patrón definido cuyo exponente más particular lo representa el conglome-
rado «Camarones-Sur.», colocado entre las cotas de 1.500 a 2.000 rnts. El
poblado comenzó a ser construido en la Fase San Miguel, pero son las gentes
con Pocorna y Gentilar quienes lo ocupan con más eficiencia, en la última
etapa tardía. Las actividades señalan trabajos de cultivos (depósitos de
reservas), concentración de ganado (corrales), obras de minería y talleres
líticos. Dentro de estas estructuras se lograron escasos fragmentos Chilpe.
En el mismo piso de esta quebrada se instalaron otros aldeanos con un
patrón diferenciado al interior. Esta vez predomina Chilpe y otras variacio-
nes de la fanlilia altiplánica N e gro sobre Rojo, con escasos contactos con la
Serie Arica. La presencia de fragmentos Inkas en algunos de estos pueblos
nos señalan que los eventos-clímax son realmente cercanos al fin del
período pre-europeo. El conglomerado más representativo de estas aldeas
lo representa Sabaipugro, distante a sólo 30 kms. de Camarones-Sur.
Las gentes de Sabaipugro trajeron el patrón habitacional elíptico-
circular del altiplano y se especializaron en labores de moliendas de harinas
transportables, abarcando un movimiento estable con su etnia altiplánica-
cabecera.
La gente del patrón Arica (Camarones-Sur) ocuparon plenamente su
aldea en la etapa tardía (Pocoma-Gentilar) hacia los 1.270 años d.C. Las
gentes del patrón altiplánico Sabaipugro, que habían asimilado los escasos
contactos tardíos e intrusivos Pocoma-Gentilar, vivieron hacia los 1.235
años d. C. Esta sincronía demuestra una situación de extraordinaria impor-
tancia: dos comunidades contemporáneas con diferentes patrones arqui-
tectónicos y culturales representan a dos etnias diferenciadas. El señorío
Arica (Fase Pocoma-Gentilar) compartía un espacio valliserrano con varias
colonias altiplánicas portadoras del estilo Negros/ Rojo, las cuales domina-
ron mayormente los pisos de 2.500-3.500 mts., por su eficiente adaptación
a territorios de altura. Por lo mismo, los grupos «Aricas» más eficientes en
valles bajos, no enfatizan el desarrollo en enclaves altos. Todo esto explica
por fin, la débil presencia de cerámica tardía N e gro sobre Rojo entre las
comunidades bajas, del Inismo modo que los tipos polícromos de la serie
Arica sólo escasamente proliferan en los valles serranos. La ocurrencia
recíproca de cerámica intrusiva entre ambos poblados señala que estas dos
parcialidades convivieron en armonía social. Hacia los 1.000 años d. C. (San
Miguel), cuando se inician las construcciones de los poblados «Aricas» en
esta quebrada alta de Camarones, se dispusieron los arreglos iniciales para
la co-participación en los enclaves más productivos. Una vez separados los
espacios se estableció una armonía local fundamentada por lazos políticos
y económicos entre los señoríos de Arica y las cabeceras altiplánicas
responsables del envío de colonias con el componente Negro.sobre Rojo. Sólo
así se explica que esta correlación aldeana haya logrado colocar estos
tiestos altiplánicos en comunidades bajas junto al Pacífico, sobrepasando
la «barrera>> alta de los poblados «Aricas>> en la Sierra. De ser así, ¿sería la
Sierra Tarapaqueña, como la equivalente al Sur Peruano, una región de
interacción multiétnica? Habría conexiones hacia arriba y abajo a través de
movimientos giratorios activados por el establecimiento de colonias «bajas»
y «altas» durante el llamado período tardío post-Tiwanaku.

123
Se ha planteado que los Reinos lacustres aymaras del área circum-
Titikaka (Murra, 1973) ejercían desplazamientos occidentales en términos
de verticalidad. En el altiplano la sociedad comprometida con este patrón
se organizó a base de un modelo dual que pudo haberse desenvuelto
inicialmente durante tiempos post-Tiwanaku. El modelo dual de organiza-
ción social parece ser muy compatible con el manipuleo andino de diversos
asentamientos reducidos y dispersos a partir de un universo espacial
ordenado a través de un doble juego de autoridades centrales.
La diversidad y diseminación de residencias en el medio altiplánico se
suplementó, opuestamente, del prestigio integrador de sus autoridades
centrales dispuestas en los ejes principales, unidos por los fuertes vínculos
del tráfico.
La sobrevivencia de este tipo de organización dualizada en los encla-
ves altiplánicos Tarapaqueños (Martínez, 1976) permite reconstruir el
modo de ocupar el espacio altiplánico y las formas en que se esÚ:tblece la
movilidad actual, por aymaras hablantes relictuales (P. Provoste, Comuni-
cación Personal). En efecto, el espacio del grupo étnico Isluga, se dispone en
un segmento altiplánico homogéneo, con trabajos mayores de ganadería y
agricultura reducida. La naturaleza agropecuaria no favorece el desarrollo
aldeano concentrado, por el contrario, estimula el patrón rural disperso.
Sin embargo, necesitan constituir un eje centralizado (evocando los ejes
teocráticos del pasado?), con pleno sincretismo, en torno a la iglesia
cristiana. El «pueblo» así reconocido, es un conjunto de casas que reflejan
en su ordenamiento el sistema dual, pero éstas se habitan sólo durante las
festividades indo-religiosas. La planta del «pueblo» tiene una forma de «U >>,
tal vez rememorando la estructura te1nplaria andina, y es ocupado en las
festividades por toda la población dispersa del sistema rural de base
endogámica. Este «centro ceremonial>> se le reconoce aún como «marca», el
cual es dividido en dos grandes mitades, la mitad superior con dos ayllos
(araj saya) y la mitad inferior con dos ayllos (manqha saya) . En ambas
mitades, la población se distribuye en múltiples «estancia>> normalmente
compuestas por 1 a 4 linajes. Las «estancias» dispersas pueden dedicarse
a la explotación ganadera, lo cual les otorga un carácter de asentamientos
más inestables, y cuando el trabajo es algo más agrario, la estabilidad es
inversamente algo mayor. A su vez cada mitad junto con sus respectivas
<<estancias>> cuenta con asentamientos aún menores: el «caserío», com-
puesto generalmente por una familia extensa. De esta manera, a partir de
una «marca» se estimula la integración socio-teológica en determinadas
festividades, al tanto que el resto del año la población se extiende en un
intenso proceso divergente a través de micro-asentanlientos, no fijos, que
pueden «moverse>> de acuerdo a las variaciones de los enclaves productivos.
El sistema dual «lsluga>> admite una aparente autonomía socio-política por
medio de sus autoridades andinas religiosas y civiles. Pero aún los Caci-
ques deben salir al NE de Isluga, hacia el altiplano aledaño (región de
Yunguyu) a recibir investiduras mágicas, que anteriormente pudieron ser
políticas, en las cabeceras de los Reinos lacustres (? ).
Esta forma de percibir el manejo del espacio altiplánico estimuló
patrones de doble y aún de múltiples residencias dispersas. Pero las

124
autoridades pre-europeas pudieron ocupar algún eje cívico-religioso más
estable («marca»), ahora «oculta» bajo los centros fijos artificiales de los
llamados «pueblos>> del altiplano. La relación Marca-Estancia-Caserío,
implica una alta movilidad, por cuanto junto al manejo trashumántico de
ganado hay variaciones productivas que permiten cambios residenciales y
especialización de rubros para equilibrar las operaciones de complemento
(tráfico). De esta manera, los habitantes de la cuenca de Parajaya, algo más
al norte de Isluga, que son básicamente ganaderos, trasladan sus exceden-
tes de lanas hacia los ejes agro-ganaderos de Isluga, en donde los
intercambian por papas. Por otra parte, hasta no hace un tiempo era
frecuente el acceso de estos grupos altiplánicos hacia los valles occidenta-
les, incluyendo la costa, en donde, intercambiaban y producían directamen-
te, en plena convivencia socio-política.
Si se admite que incluso en el interior altiplánico de Arica, el patrón
dual fue parte de su inventario social (Provoste, MS) tendríamos que
aceptar que la totalidad del altiplano nuclear y periférico se conducía bajo
esta modalidad. Si el «Sistema Isluga» refleja algo de lo ocurrido durante
los últimos siglos pre-europeos, se podría reconstruir tentativamente de
qué modo la explotación agroganadera accedió mejor hacia formas de
asentamiento no centrados, enfatizando la movilidad transcaravánica
para integrar producciones especializadas en un mismo ambiente, con sus
leves fluctuaciones o especializaciones de excedentes. La integración de
este particular patrón disperso no sólo se habría balanceado con el acceso
a la «marca» por festividades, sino que periódicamente se debieron estable-
cer «ferias móviles», en diversos espacios transitorios más productivos que
otros, hacia donde convergían las caravanas, ofertándose bienes por opera-
ciones de intercambio. Así las ferias transitorias cumplen un rol similar a
los centros de operaciones de los focos aldeanos estables y por supuesto a los
mercados de los centros urbanos. Hasta ahora persiste el mecanismo de
feria, como una suerte de «trashumancia comercial»... Paralelamente
sabemos que estos misn1os grupos altiplánicos colonizan bajo el patrón
vertical las tierras fértiles ocasionales (avenidas) en Pampa del Tamarugal
(900 m.s.n.m.) hasta en la actualidad. Más antes hacían lo mismo con el
litoral de Pisagua.
Si aceptamos que en los valles al occidente del altiplano, la población
era realmente sedentaria, por la estabilidad que otorga la agricultura con
regadío artificial, ¿cuál fue su sistema de organización social y cómo se
articuló con el patrón dual y la movilidad altiplánica pre-europea?
Supuestamente advertimos en los valles bajos el mismo patrón dual
(hay evidencias históricas tempranas de doble cacicazgo en el oasis de Pica),
presionado por la mayor densidad altiplánica. Pero esta vez sólo se habría
tomado aquellos elementos dinámicos del uso de espacio, realmente funcio-
nales en la particular ecología de valles y oasis. En verdad, parece que los
Señoríos encargados del manejo de cada valle estructuraban su asenta-
miento-eje (Marca) esta vez con residencias fijas (hay aldeas pre-inkas
tardías con densos basureros estables), pero mantendrían poblaciones en
enclaves agrarios más distantes en el mismo valle («Estancias») y aún
pudieron conservar lejanos «Caseríos>> en la costa, y en otros oasis

125
o
u
CROQUIS DE MOVILIDAD REGIONAL ü:
ü
POST TIWANAKU (1000 -1450 d.C.) <
a.
los números sef'lalan 28 casos de movilidad giratoria oz
muhiecológica. Las lineas precisan los ejes de <
w
u
desplazamientos, pero no los trayectos especlficos. o

(A) Valles Transversales Norte (Desierto).


(B) Puna Seca.
(C) Puna Normal.
(D) Faja de páramo.
(E) Bosque TropiCal lluvioso.
(F) Páramo subtroplcal.
(G) Puna Salada. IN1.
(H) Valles Transversales Sur (Matorral Etesiano semidesértico) .
(1) Estepa montal'losa
(J) Estepa desértica y arbustos xerófllos.
(K) Oasis Puna de Atacama (Troll 1958 con adiciones) .
O Salares
É3 Lagos

250 KMS.

126
distantes de acuerdo al ideal de verticalidad.
Si es cierto, el altiplano mantuvo su hegemonía política desde las
cabeceras o «Marcas>> mayores (concentración de mayor riqueza); enton-
ces, los Señoríos de valles «Convinieron» con los señores altiplánicos el
traslado de colonias; es decir, aceptaron la disposición de «caseríos» lejanos
de cada sistema altiplánico, esta vez establecidos en sus ambientes «codi-
ciados» por sus producciones no-altiplánicas. Pero también cada señorío
«bajo» articulaba su propio sistema de colonias en microambientes aleda-
ños. De uno u otro modo, el patrón dual y la proximidad altiplano-valle
generó una interacción étnica a través del desplazamiento de gentes, por
prácticas de intercambio y colonización directa, siendo el modelo de«feria»
(intercambios móviles) la vía más útil de interacción en los ambientes
homogéneos del altiplano.

F. AMPLIFICACION V: MOVILIDAD CONTROLADA


INKA

Tanto se ha escrito sobre las características urbanas del estado Inka,


y del rol de las caravanas en las operaciones económicas y militares, que
nuestros comentarios intencionalmente se limitarán a unas pocas reflexio-
nes sobre la culminación de las relaciones nómade-pastoril/urbano, que
hemos definido en una sección anterior (detalles de estos hechos pueden
verse en Rowe 1946; 1972; Morris 1968, 1970, 1972; Thompson 1966, 1969).
Tal vez, por primera vez en la historia andina, una sociedad sincronizó
en una movilidad funcionalmente simétrica el patrón ganadero-caravanero
de movilidad entre puntos fijos a lo largo de rutas ejes y el sistema político
urbano tendiente a estimular el desplazamiento de energía humana y
natural. Tal sincronización permitió una expansión eficiente y rápida a
través de los Andes, a raíz de la utilización y aplicación de la combinación
ventajosa de ambos sistemas de adaptación y desarrollo. En efecto, es bien
conocida la estrategia Inka de la movilización de ejércitos, servicios, y
recursos materiales, y a su vez la incorporación y control de territorios
étnicos recientemente subyugados a través de tambos estatales
interconectados, caminos, y asentamientos urbanos (Rowe 1946; Morris,
1967, 1972; Thompson 1969). Morris (1972: 393-401) ha aumentado los
datos de este sistema mediante la identificación de lo que denomina una
«Estrategia de Urbanismo Obligatorio» de parte del estado Inka:

«Hay circunstancias, sin embargo, en que pueden surgir grandes


asentamientos internamente diferenciados, como respuesta a estímu-
los distíntos a los del crecimiento in situ, estos casos son el resultado
de una planificación de un estado centralizado y movimientos
poblacionales dirigidos. Conocemos casos modemos como Camberra o
Brasilia, y Oppenheim (1957: 36) habla de urbanismos forzados en el
imperio asirio. En estos casos, la naturaleza y desarrollo de los
asentamientos, son comprensibles sólo en referencia a un gran siste-
ma y una dirección de base política proveniente desde territorios
distintos.
127
Cada vez se hace más evidente que las formas de asentamientos
·obligatorios, fueron un rasgo común e importantísimo en la organiza-
ción política y económica andina durante el período Inka (1972: 393)>>.

Morris señala con prudencia que este sistema tiene una base altiplánica.
Otras. alternativas, tales como el establecimiento de centros administrati-
vos estatales en sistemas preexistentes a lo largo de la costa previamente
urbanizada (Menzel, 1959: 140), fueron respuestas adecuadas a otros
modelos de desarrollo. Citando nuevamente a Morris se advierte que:

. «En el altiplano el Inka mostró una clara preferencia por conservar su


red carretera hasta las áreas altas de la puna, donde la población
estable estaba generalmente dispersa. En estas zonas más aisladas
donde no se había desarrollado una organización centralizada, tuvo
ésta qU.e imponerse, con movilización de recursos de apoyo. El resul-
tado fue los centros administrativos, aparentemente urbanos y
cuasiartificiales, que complementan el tampu a lo largo de la vía
·altiplánica>> (Morris 1972: 400)"".

Siguiendo las pautas proporcionadas por estos estudios tenemos una


visión de la sierra central, particularmente la puna fértil en donde regía un
patrón Inka de asentamientos que incluía sitios urbanos obligatorios ,
caminos, tampus, y aldeas adyacentes de apoyo; como una distribución
espacial y ecológicamente destinada no sólo para evitar áreas densamente
pobladas, las que podrían haber creado desórdenes políticos para el estado
(Morris, oh. cit.), sino también para situar áreas de óptimos recursos, y fácil
acceso a rebaños frescos y cuantiosos. Esto sólo puede entenderse desde el
punto de vista implantado por los Inkas: almacenaje de productos urbanos ,
servicio de trabajo humano y, manejo de las rutas de caravanas preexistentes.
La movilidad de bienes y servicios debió ser más rápida y eficiente para
mantener las activas funciones del estado. Habría proporcionado también
una amplia base geográfica en donde las regiones adyacentes, incluyendo
la costa, pudieron ser controladas (Dillehay 1977b). A lo largo de estas vías,
algunos asentamientos estables obligatorios fueron situados en áreas
agropecuarias donde los puntos terminales y/o cruciales de diferentes
caravanas se habían convenientemente conectados, otorgando acceso di -
recto a bienes y rebaños. Considerados como un grupo, estos sitios se
habrían formado como ejes urbanos en las tierras altas unidas a un
complejo sistema vial que «capturaba» múltiples ejes menores y dispers os ,
a lo largo de las rutas por medio de las cuales las operaciones estatales
podían fácilmente fluir desde diversos ámbitos ecoétnicos distantes , h a cia
los centros estatales convergentes de mayor status.
La movilidad Inka asimiló los giros preexistentes entre tierras altas
y bajas, centralizando las operaciones a través de diversos modos andinos
de dominio directo con presión cultural, tecnológica, social, religios a y
económica; o indirecto, por medio del manipuleo de las instituciones ,
Señoríos y modalidades regionales de traslados de bienes y uso de ex ceden-
te social. Son diversas respuestas según sea el nivel de complejidad

128
preexistente y su íntima relación con el nivel de productividad alcanzado.
Enfatiza aún más los ideales de complementación, persistiendo en la
conducción del tráfico de caravanas como el medio más eficaz para «movi-
lizar» su hegemonía imperial.
A lo largo de su expansión Centro-Sur descubre la eficiencia de la
movilidad giratoria entre los Señoríos de tierras altas y bajas, apróvechan-
do la estructura del tráfico precedente, para lo cual «administra» inicial-
mente las cabeceras o ejes altiplánicos de mayor prestigio. Ejerce así un
dominio «oblicuo» sobre los Señoríos periféricos al altiplano y los propia-
mente transpuneños. N o enfatiza aquí presión cultural por cuanto sus
guarniciones eran más productivas que militares, estableciendo aldeas-
ejes funcionalmente distintas a las locales, con población altiplánica y
funcionarios cuzqueños encargados del manejo burocr.ático y
sobreproductivo. Convivían con la población local dentro del rol pluriétnico
de las colonias preexistentes, esta vez redistribuyendo excedentes tradicio-
nales (V. gr. agrarios-marítimos) y nuevos (V. gr. metalurgia de status), al
tanto recopilaban excedentes económicos y sociales dentro del sistema de
traslados de larga distancia.
En donde las instituciones altiplánicas previas de movilidad no
ejercieron su acción de complementación de recursos (valles semiáridos al
sur de Copiapó y sus equivalentes del noroeste de Argentina), debieron
ejercer un control directo, con presión cultural y militar más sostenida,
destinadas a neutralizar la imagen política independiente de los Señoríos
más meridionales (región «Diaguita» ).

F. l. Movilidad Inka en la Vertiente Occidental.


La expansión Inka implicó la extensión de los circuitos de caravanas
bajo nuevos conceptos de centralización no conocidos en los andes del sur.
El modelo de penetración se fundamentó en la redistribución de la tierra y
explotación de recursos no desarrollados localmente. Tal percepción signi-
ficó una gran flexibilidad de la imposición del patrón cultural y tecnológico
Inka, en relación al desarrollo local precedente. En los valles de la Vertiente
Occidental del Altiplano controlan e incrementan los excedentes locales sin
imponer su modelo cultural-estilístico, pero intensifican la explotación de
metales preciosos (V. gr. minas de plata) mientras que en el nor~este de
Argentina también incrementan la tecnología del bronce, esta vez en
términos de mejoramiento de los medios de producción. En la región
Diaguita y centro de Chile intensificaron la explotación de metales precio-
sos, implantando sus patrones culturales de acuerdo al desarrollo socio-
económico local.
En efecto, la expansión Inka hacia los territorios meridionales incluyó
un inteligente manejo de las riquezas diversificadas en múltiples ambien-
tes distantes, algunos con explotaciones deficientes o no evaluadas correc-
tamente por las etnias locales. Cuando los Inkas controlaron el altiplano
central advirtieron la existencia de una red giroscópica de movilidad que
contactaba todos los ecosistemas limítrofes. La estrategia de control consis-
tió en «administrar» hacia un estado centralizado los bienes en movimiento,

129
proporcionando recursos e ideologías a las etnias sometidas de acuerdo a los
viejos acuerdos de reciprocidad, armonía social y participación social. La
presión política y religiosa ante los Señoríos rebeldes se podía suplementar
con rupturas de sus movimientos giratorios, dejándolos fuera del sistema
de co~plementación de recursos. Esta estrategia preparaba áreas destina-
das al caos político-económico como condición previa para imponer la nueva
administración imperial. Hemos observado que en las tres unidades
ecológicas básicas dé los andes Centro-Sur: valles-costa del sur del Perú y
norte de Chile, altiplano centro-sur y oasis y valles periféricos a la Puna de
Atacama, los Señoríos sureños y los prestigiosos reinos lacustres de la
cuenca del Titikaka, habían logrado una división territorial muy particular
que incluía un espacio «original» complementado de «islas» de producción
diferenciada. Cada etnia y/o Señorío era controlado con sus respectivos
accesos a territorios distantes, interfiriendo la movilidad de bienes esta vez
hacia el aparato centralizado Inkaiko, para lo cual consolidaban a las
autoridades locales como ejes de redistribución, pero ahora éstas carecían
de poder político. La movilidad interna de cada Señorío continuó, se abren
nuevos ejes hacia recursos deprimidos o no explotados, pero en esencia el
ideal de interacción social continuó no alterado, por la no modificación de
la complementación de recursos. Así, al tiempo de la expansión Inka, varias
etnias altiplánicas ocupaban ambientes en la vertiente occidental, como un
reflejo de la movilidad inmediatamente anterior. De acuerdo a Cúneo Vida]
( 1914) se establecieron en tiempos históricos tempranos grupos altiplánicos
en la vertiente occidental, por lo que se sugiere que tal «expansión» fue el
resultado de la vigencia de un sistema «coloniah> preeuropeo y aún pre-
Inka:

l. I.,upaqas (Chucuito) en Moquegua, Azapa, Camarones (valles


semitropicales bajos junto al Pacífico).
2. Lupaqas (Acora) en Tacna, Lluta y Codpa (valles semi tropicales bajos
cerca del Pacífico).
3. Lupaqas (Pomata) en Tarata, Putina y Sama (valles del extremo sur
del Perú, cerca del Pacífico).
4. Lupaqas (llave) en Llabaya, Ilo e islas del litoral (valles del extremo
sur del Perú).
5. Gr).lpos altiplánicos de Arignas se habían asentado en Arica (proce-
dentes de Chucuito).
6. Grupos Ilabaya del altiplano se radicaron en Ulibaya (Lluta) y en el
valle alto de Sibaya, al interior de la quebrada de Tarapacá.
7. Grupos de Zépitas del altiplano sur del Titikaka habrían valorizado el
valle de Quillagua, un oasis del río Loa, cercano al Pacífico.
8. Grupos de Collacaguas del altiplano meridional lograron asentarse en
el oasis de Pica, ubicado aisladamente en el desierto del borde oriental
de Pampa del Tamarugal.

130
Estos casos ejemplifican que los movimientos giratorios interactuaban
con la población local a base de intercambios y «archipiélagos» productivos
vinculados con sus cabeceras altiplánicas, contactando ecosistemas dife-
renciados entre el altiplano y oasis semitropicales, con un alto nivel de
complementación y armonía social. Está claro por lo menos que estos
grupos convivían con los Señoríos occidentales sin fricciones aparentes. La
«captura» y reactivación de estos mecanismos de traslado de gentes y bienes
fue la base logística de la nueva administración Inkaika, para lo·cual no se
requería una intimidación militar. Se trata más bien de la imposición de
ejes encargados de drenar hacia el aparato estatal los excedentes en
movimiento y su redistribución por los mismos canales de movilidad
preexistentes. Por estas razones la cerámica Inka ubicada en el norte de
Chile procede de las cabeceras altiplánicas, en donde los ejes Inkaikos
habían establecido los centros administrativos terminales a base de la
movilidad giratoria preexistentes. Una colonia altipánica con tiestos incas
(V. gr. ollas de pie), ya en contacto con cuentas de vidrio europeas, se
indentificó a través de su cementerio en el sector de la hostería actual en
San Pedro de Atacama (Museo S. P. de Atacama). Algunos indicadores
cerámicos como el estilo de pequeñas llamitas negro s/ rojo (Saxamar ), al
parecer comunes en la etnia Pacajes, sugieren que las cabeceras altiplánicas
habían elaborado una simbología local que se difundió en formas Inkas (V.
gr. escudillas con cabezas ornitomorfas), presentes tanto en el área Pacajes-
Desaguadero como en los valles bajos de la región de Arica, sierra de Arica,
oasis· y valles más sureños (Pica-Quillagua), etc. Es decir, en los mismos
enclaves hacia donde convergía el tráfico de complementación pre-Inka,
esta vez bajo control Inka desde los centros administrativos del altiplano.
Junto a estas formas locales se desplazaron los tiestos propiamente Inkaikos
realizados con modelos cuzqueños, demostrándose una plena interacción
socio-altiplánica a raíz de la continuación del sistema de movilidad de
gentes y bienes.
Hasta ahora todos los valles (Focacci, 1961), y aún la costa desértica
comprometida con la explotación de excedentes marítimos, guano y metales
(Checura, MS), demuestran contextos Inka-altiplánicos con su modalidad
regional (Saxamar), asociado al patrón cuzqueüo adaptado entre los artesa-
nos del altiplano central. Este conjunto cerámico ocupa los enclaves más
prestigiosos de las tierras bajas del Sur del Perú y Norte de Chile,
precisamente en donde se habían preestablecido los movimientos girato-
rios entre los Señoríos tardíos y los Reinos altiplánicos. Esto explica el
déficit de cerámica imperial trasladada directamente del Cuzco al Norte de
Chile. Aquí no ocurre una interacción demográfica y cultural, sino más bien
son sólo los enclaves administrativos los que manipulan cerámica Inka-
alti plánica. La población local persiste con sus tradiciones artesanales, por
cuanto la movilidad giratoria continúa sin alterar las formas culturales
tradicionales.
De acuerdo a las evidencias arqueológicas se puede intentar la recons-
trucción de un giro establecido entre un eje altiplánico (Pacajes?). Desde
aquí baja la cerámica Saxamar (Núñez, 1962), hacia los oasis al pie del
altiplano (Pica-7) y disponen un eje intermedio «bajo))' justo donde se

131
concentraba y difundía al altiplano la producción de oasis bajo la autoridad
local. Producen en el oasis y bajan a la costa, pero mantienen en Pica su
colonia-base, organizando un cementerio separado con productos y útiles
marítimos asimilados por los contactos con la población costeña preexisten-
te (V. gr. balsas de tres cuerpos). Para controlar la costa inmediata
descienden hacia las aguadas cercanas al litoral (Soronal) y establecen un
campamento de tráfico transitorio con un cementerio que representa su
mismo contexto Pica-Saxamar. Es decir, han utilizado la misma ruta
previa, marcada con geoglifos que baja al litoral desértico a usufructuar de
la explotación del mar. Posteriormente retornarían al altiplano, vía Pica,
en donde reactivan las cargas de retorno con bienes semitropicales y
marítimos.
Aunque esta interpretación fuera incorrecta, lo objetivo es que duran-
te un tiempo Inka (Saxamar), hay rasgos altiplánicos y marítimos en un
cementerio aislado de la población local (Pica), que de uno u otro modo
refleja un movimiento interregional significativo, teniendo al oasis de Pica,
como un centro intermedio de tráfico y de acceso hacia producciones no-
altiplánicas. Un poblado inkaiko recientemente excavado en Alto Ramírez ,
en el valle bajo de Azapa (Focacci et al., Comunicación personal) demuestra
cómo la administración inkaika-altiplánica se radica en una villa liviana,
pero bien estructurada y ampliamente expandida con el objeto de fijar un
eje centralizado que canaliza los bienes y servicios tributados en los valles
bajos junto al Pacífico. Produce localmente más bienes agro-marítimos,
redistribuye localmente y conduce la movilidad de excedentes hacia el
altiplano central. Este control debió contar con funcionarios inkas y
campesinos-artesanos altiplánicos que elaboraban localmente cerámica
Saxamar y tiestos cuzqueños de prestigio, al servicio de señores cultivados
bajo el patrón cuzqueño. Evidencias de estos traslados de gentes se aprecia
en el cementerio Inka de Camarones (Ericksen, 1963) en donde hay
registros antropológicos-físicos que segregan al grupo foráneo del resto de
la población local.
En suma, los Inkas establecen sus ejes terminales en el altiplano y
ejercen un dominio «oblicuo>> de las tierras bajas del extremo Sur del Perú
y Norte de Chile, activando la producción metalífera (V. gr. plata), paralelo
al tráfico de alimentos agro-marítimos y materias primas, derivado del
aporte obligatorio de los trabajadores locales. Con esto mantuvieron un
universo armónico entre el altiplano y la vertiente occidental, sobre la cual
pudo operar la reciprocidad y el buen manejo de energía local. Una
respuesta algo similar se ha establecido en ciertos sectores de la costa y
sierra Central del Perú (Dillehay, 1977b). Al respecto, ver estudio de
Agustín Llagostera sobre la expansión inka al Norte de Chile a través de la
vía altiplánica de interacción.
En los oasis de Atacama, la presencia inka es leve en términos de
artesanías. Otra vez se aprecia que no existe un énfasis en plantear una
coacción cultural. El flujo de bienes inmediatamente pre-Inkaiko se había
establecido entre el altiplano, noroeste de Argentina, y los oasis, siendo el
área de Turi y Quitor (pukarás), unas de las cabeceras más prestigiosas que
actuaban como ejes convergentes al pie de Puna. Desde aquí ascendía el

132
movimiento básico hacia el altiplano. Sin necesidad de modificar el sistema
cultural y de tráfico, los inkas construyen el llamado Tambo de Catarpe,
muy cerca del pukará de Quitar. Ambos complejos arquitectónicos conviven
en armonía. Los señores locales manejan la redistribución local de bienes
y participan de las transacciones con plena autonomía cultural y social.
Pero esta vez el poder político está bajo la conducción de colonias altiplánicas
que hacen su propia cerámica sincrónica a los rnodelos Inka-altiplánico en
el Tambo de Catarpe (Lynch, MS), mezclándose aquí las guarniciones
altiplánicas y funcionarios cuzqueños, como parte de una minoría capaci-
tada para reorganizar el traslado de excedentes locales y controlar espacios
y energías destinadas al Inkanato. Este esquema explica el déficit de
cerámica polícroma imperial en los oasis de Atacama. Es que no se requiere
imponer un status cultural. La clave consiste en controlar la articulación
de los movimientos giratorios preexistentes y consolidar un régimen de
armonía y participación social con plena convivencia y autonomía de los
señoríos locales. Desde estos oasis persistieron durante el dominio l:qkaiko
diversos movimientos giratorios hacia el noroeste de Argentina, lográndose
el traslado de bienes con traspasos de tiestos Inka-Paya ende y allende la
Puna, como producto de una notable regionalización del estilo Inka en los
centros administrativos del noroeste de Argentina, a raíz del déficit de
colonias altiplánicas precedentes en los enclaves más meridionales.
El tipo de penetración Inka en los ambientes transpuneños parece
compatibilizarse con una estrategia destinada a fijar ejes nuevos de
circulación controlada de bienes desde los llamados «Tambos», dispuestos
en los centros terminales de cada unidad productiva sometida al control
imperial. De esta manera, las caravanas retornan a los centros altiplánicos
mayores, en donde indirectamente consolidan el patrón urbanístico inkaiko
del eje mayor: Cuzco-Altiplano Central. -
Los valles establecidos desde Copiapó al sur, no participaron de giros
pre-Inkas de largo alcance con los espacios aledaños al altiplano, ni menos
con el altiplano propiamente tal. La sociedad así llamada «Diaguita>>,
establecida en valles homogéneos, interactuó en sí misma con giros de corto
alcance, no más lejos de la costa entre Taltal y Antofagasta y no más allá
del valle de Aconcagua. Ajenos al patrón colonizador por la falta de un
espacio altiplánico aledaño, ofreció una estructura social y política menos
compleja, con Señoríos en cada valle, unidos por lazos étnicos y culturales
muy homogéneos. Los Inkas fijan aquí sus ejes de movilidad de larga
distancia a través de colonias con funciones económicas y culturales. Se
fusionan con las poblaciones locales para ejercer un dominio extraterrito-
rial nunca antes conocido en el universo «Diaguita». Tal nivel de presión
política y cultural desencadena una forma artesanal mezclada, surgiendo
un verdadero estilo Inka-regional. Comunidades «DiaguiÚ:ts» conviven con
colonias Inkaikas directas, con sincronía de patrones culturales y funera-
rios diferenciados. La llegada no oblicua de los centros administrativos
ejerció una actividad cultural más eficiente, creándose efectivamente una
mezcla sui generis Inka-Diaguita. Este cruce cultural directo se fundamen-
tó en la necesidad de implantar ejes estables de traslados de gentes y bienes
al margen del funcionamiento de «islas étnicas» de apoyo, como había
133
ocurrido en los valles septentrionales al norte de Copiapó. La presencia
cuzqueña debió intensificarse por cuanto los centros administrativos
Inkaikos no contaban con la complementación económica del altiplano y sus
giros de movilidad (útiles para ejercer presión económica y política). La
región «Diaguita» no se desarrolló a base de complejos sistemas de
complementación de recursos por vías insulares. En este sentido el
autarquismo de la economía «Diaguita» y la falta de movilidad de larga
distancia creó giros internos en una área de producción más o menos
homogénea (valles-costa). Sin embargo, para los Inkas era indispensable el
control de esta población en términos de excedente social factible de
redistribuirse bajo el ideal de reactivar áreas de recursos naturales no
explotados y de la importante política de la expansión minera hacia las
tierras meridionales. En efecto, la explotación de metales preciosos en
Copiapó y Coquimbo son señales de que los ejes se disponían no sólo para
lograr excedentes locales de subsistencia, artesanales y aún de energía
humana disponibles, sino que la atracción de la explotación de la riqueza
minera actuó como estímulo para ampliar nuevos giros controlados de larga
distancia.

F .2. Movilidad Inka en los valles del Noroeste de Argen-


tina.
El modelo de «archipiélagos» (Murra, 1973) bien experimentado por
las poblaciones altiplánicas, se reactivó a raíz del control Inka administra-
tivo en las cabeceras de la cuenca del Titikaka. Ejercían presión sobre el
noroeste de Argentina (1480 d.C.), trasladando colonias destinadas a
administrar la redistribución de recursos, poniendo especial cuidado en la
conservación y desarrollo de los centros artesanales especializados, expan-
sión metalúrgica, excedentes ganaderos-agrarios, etc., que ya antes habían
logrado la clave del enriquecimiento señorial. Para este efecto conectan
largos circuitos de caravanas entre las cabeceras del altiplano central y los
Señoríos más prestigiosos de las tierras altas del noroeste de Argentina.
Estos movimientos de larga trayectoria implicaron el establecimiento de
ejes de movilidad a partir de las cabeceras previas (V. gr. Pukará de
Tilcara). Las caravanas trasladan nuevas tecnologías desde el área nuclear
Inka (V. gr. técnicas nuevas para la elaboración de herramientas de bronce,
nuevos modelos estilísticos, etc.) y llevan hacia los centros administrativos
del altiplano los excedentes locales a través de largas rutas que exigen de
ejes secundarios de apoyo logístico. Se disponen Tambos intermedios ,
controles militares y reestructuración de instalaciones como intrusiones
modulares dentro de complejos preexistentes (V. gr. Casa Morada de la
Paya). · Incluso lograron controlar sus ejes a través de la construcción de
verdaderas fortalezas (V. gr. Pukará de Andalgala, Catamarca), cuando la
tensión señorial y/u oriental logró crear cierto nivel de perturbación hacia
el acceso de recursos.
Sin embargo, este manejo a base de colonias de naturaleza inka-
altiplánico, pudo ser útil en los espacios en donde los Señoríos de los valles
del noroeste de Argentina habían consolidado ejes de movilidad

134
interregional. Hacia el sur de los valles calchaquíes, es probable que la
dominación haya sido directa, acompañada de grupos de etnias locales
dominadas (excedente social), destinados a activar la explotación minera,
más o menos como en el área Diaguita y centro sur chileno. De uno u otro
modo, los nuevos ejes Inkas, unen amplios espacios desde sus centros
administrativos hacia las cabeceras altiplánicas, estimulando la incorpora-
ción de etnias meridionales a base de un tráfico de larga distancia, capaz
de integrar diversos productos, procedentes de un ambiente heterogéneo y
mul ti étnico sólo posible bajo la imposición de un modelo imperialista que
supo asimilar el rol convergente del altiplano, como producto de una larga
experiencia en el manejo de giros de movilidad interregional.
Hemos establecido que el movimiento giratorio de interacción se
atribuye diversas modalidades de operación. Esto mismo se refleja en parte
dentro del mundo andino contemporáneo en donde se observa diversas
clases de transacciones en mercados diarios, semanales, rotativos, ferias
anuales con festividades, etc.
Dentro del patrón de tráfico que nos interesa, las operaciones de
comercio libre quedaron obsoletas, en función de la enorme eficiencia de los
principios de redistribución. Estos principios apoyaron el desarrollo
autosuficiente de las comunidades, a través de la complementación de
recursos. Hay muchos ejemplos que clarifican que hacia el siglo ~8 aún
supervivía la complementación por manejo vertical. Junto al caso Lupaqa
(Murra, 1964), se han definido áreas de uso <<extraterritorial» o de manipuleo
multiétnico para los rubros de sal y coca respectivamente (V. gr. Salinas de
Caxamalca, Cocales de Pichomachai, etc.). Durante el estado Inkaiko este
. 1

manejo perduró, pero esta vez los bienes circulan con un carácter bivalente:
«Del productor al centro político del sistema, los bienes circulan de regreso
a los productores. Existe en forma implícita en el sistema una sumisión
política de los productores que reconocen la autoridad del centro cediéndole
bienes>> (E. Mayer, 1974). Bajo esta premisa (que implica un alto nivel de
lealtad política) las regiones meridionales apegadas al altiplano mantuvie-
ron su autosuficiencia con los aportes complementarios, otorgando tiempo
de trabajo para los intereses Inkaikos, incluyendo la modalidad de trasla-
dos (Mitmak). Dentro de esta clase de economía controlada, las posibilida-
des comerciales independientes fueron nulas, pero no sabemos si antes de
los Inkas existieron focos de comercio libre, tal como se quiere advertir a
través del tráfico de Mullu por los «Mercaderes» de Chincha (Rostworoski,
1970); tampoco conocemos con certeza el carácter «administrativo» que
pudo tener esta movilidad. Lo cierto es que al final del desarrollo preeuropeo
se identifica una tendencia en términos de que las minorías políticas habían
1nonopolizado el tráfico de bienes de lujo, descartando la posibilidad de
fortalecer una clase de comerciantes independientes, tal como ocurrió en
regiones feudales de Europa. Los traficantes caravaneros pre Inka de los
Andes del sur, son partes de sistemas sociopolíticos conducidos por Seño-
ríos «regionales» que tratan de «hermanar» áreas colindantes de produccio-
nes diferenciadas, idea que fue expandida por la administración Inkaika.
Dentro de este esquema las prácticas de colonización y trueque no son
antagónicas y ambas superviven en las fuentes etnohistóricas tempranas.

135
El problema es que no podemos cuantificar con certeza cuándo estas formas
de transacciones eran más dominantes o superpuestas. Dicho de otro modo
la pregunta podría ser, ¿qué transacción era más beneficiosa para las
minorías señoriales, el trueque o la colonización? Si bien es cierto que la
colonización tiende a sustentar la hegemonía señorial, el trueque
descontrolado podría ser atentatorio del ideal hegemónico de las minorías.
N o obstante, el trueque «administrado» por los señores parece explicar el
alto nivel de interacción multiétnica en los Andes del Sur. Son los señores
o sus «jefaturas» quienes deciden los contenidos del tráfico y son ellos
quienes regulan las pautas o referencias del balance equitativo del
intercambio. Obviamente estas pautas eran relativas y dependía de los
logros agro-ganaderos (V. gr. charqui) y agrarios (V. gr. maíz), los que
fluctuaban anualmente, pero el beneficio era abierto a las masas producto-
ras de excedentes.

F.3. Etnias del Centro-Sur andino y movilidad durante


el período de contacto histórico.
Al observar el croquis de distribución étnica en los andes del Centro-
Sur (ver lámina) se aprecia la diversidad ecológica, étnica y los ámbitos de
interacción a través del tráfico interregional deducido de las tempranas
fuentes etnohistóricas y arqueológicas. Una síntesis somera nos permite
separar algunas unidades socioecológicas de interacción:
A. Reinos del área circumtitikaka: Los integran las etnias Colla,
Omasuyu, Lupaqa y Pacaxe, participando de los espacios más. pro-
ductivos de la cuenca agropecuaria (Puna normal). Se reconoce que en
torno a estos Reinos se ubicaron otros periféricos como los Cancha,
Cana y Collaguayas, todos hablantes aymarás. N o se sabe qué nivel de
interacción mantuvieron con la Vertiente Occidental, pero en los cas os
Collas, Lupaqa y Pacaxe, constituyeron una faja occidental al lago
Titikaka que se extendió ecológicamente hacia las prox imidades del
Pacífico, a través de la similitud de recursos entre la puna normal y
seca. Desde estos ambientes dispusieron sus movimientos giratorios
elípticos a través de colonias y prácticas de intercambio hacia los
valles-oasis-litoral del extremo sur del Perú y extremo norte de Chile.
Es probable que el sistema Colla haya controlado las tierras bajas y el
litoral entre el río Majes y Moquegua (V. gr. Atiquipa), compartiendo
espacios con colonias Lupaqas, estos últimos bien documentados en
los valles de Arica. Se piensa que el Sistema Pacáxe pudo controlar
territorios al sur de Arica. Este proceso «expansivo» ocurrió en plena
convivencia con los remanentes locales de la llamada Cultura Arica,
algo antes y durante el control Inka. De esta manera, los señores
locales «Aricas» y «Chuquibambas», por ejemplo, habrían convenido
estos desplazamientos con las autoridades aymarás de las cabeceras
interiores, prolongándose el flujo de gentes hasta el contacto histórico.
B. Señoríos del Altiplano Meridional: Se componen . de las etnias

136
Charca, Cochapampa, Y ampara, Caranga, Quillagua, Lipe y Chicha.
Son organizaciones ecológicamen te más ganaderas que agrarias. La
interacción interna entre la etnia Charca, de gran potencial
agropecuario (Puna normal) y los Señoríos ganaderos de Carangas y
Quillagua (Puna salada) estimuló una fuerte penetración aymara con
giros elípticos hacia los valles y litoral Tarapaqueño, entre el valle de
Camarones y el Loa, respectivamente.
C. Señoríos Altiplánicos-Puneños: En el extremo sur del altiplano se
focalizaron las etnias Chicha y Lipe, también hablantes aymaras, con
territorios adozados a la Puna de Atacama. El espacio Lipe cubría la
Puna Salada con énfasis ganadero, al tanto que los Chichas cubrían
parte de la puna normal de mayor potencial agropecuario, balancean-
do el déficit agrario de los Lipez. La dualidad Lipe-Chicha actuó como
una cuña de infiltración social a través de movimientos circulares de
tráfico con las cabeceras del Loa y los oasis de Atacama. Sólo las
comunidades Lípez ascendían a más de 4.000 aymaras dedicéldos a
labores agropecuarias y mineras (plata-cobre) y movían sus exceden-
tes en parte hacia la vertiente occidental (Lozano Machuca, 1973),
cautelando su territorio de expansiones ínter-señoriales y de presio-
nes violentas procedentes de las llanuras boscosas orientales (V. gr.
Chiriguanos), a través de un ejército-campesino compuesto por 1.500
hombres (Bibar, 1966 ). Las relaciones armónicas con los grupos
-atacameños es relevante.
D. Señoríos de los oasis de Atacama y valles del Noroeste argen-
tino: Los integran los Señoríos de Atacama, Apatama, Omaguaca,
Casavindo y Diaguita, con plena interacción interna por el tráfico de
complementación circular en oposición a las relaciones antagónicas
con las penetraciones de Chiriguanos, Matacos y Lules, establecidos
en los espacios no-agropecuarios del bosque tropical y xerófilo. Aunque
el croquis ecológico evidencia que estos Señoríos manejaban los
territorios de Puna Salada, es un hecho destacable que ocupaban oasis
y valles templados con excedentes no altiplánicos útiles para ampliar
sus intereses de complementación hacia ejes periféricos y altiplánicos.
Esto explica la enérgica penetración del tráfico aymara hacüi la actual
frontera boliviana-argentina, donde contactaban las etnias Lipe y
Chicha con los Señoríos de esta unidad de borde puneño (V. gr. Señorío
de Humahuaca).
Efectivamente, las comunidades Lipe y Chicha en su expansión
territorial no sólo estrecharon los hábitats Uros preexistentes, sino
que además habrían controlado parte importante de la Puna de Jujuy.
Desde estas tierras altas salían las caravanas de Llpez y Atacamas
hacia los nuevos mercados centralizados en Potosí, a raíz del modelo
europeo de explotación metálica, reivindicando el tráfico de
complementación precedente esta vez en la emergencia de los pueblos
españoles.
Al sur del espacio Lipe-Chicha, los Señoríos locales poseen sus propias
lenguas, lo cual no interfiere la intensa comunicación multiétnica,

137

o
u
~
u
<(
n..
CROQUIS DE INTERACCION ETNICA ENTRE GRUPOS
z
<(
A YMARAS Y SEÑORIOS PERIFERICOS (S. XVI)
lL
u
~ Limite de hablantes aymarás. o
<@. Dirección de la interacción Inca .
:_-:.:--:: Dirección del movimiento giratorio Aymará-periferia.

(A) Valles Transversales Norte (Desierto) .


(8) Puna Seca.
(C) Puna Normal.
(D) Faja de páramo.
(E) Bosque Tropical llwioso.
(F) Páramo subtroplcal.
(G) Puna Salada.
(H) Valles TransverSales Sur (Matorral Eteslano semidesértico) .
(1) Estepa montañosa
(J) Estepa desértica y arbustos xerófilos .
(K) Oasis Puna de Atacama (Troll 1958 con adiciones).
Q Salares
O Lagos

®
t== ··-=~=--= - -~
2SO KMS

138
surgiendo un rico proceso plurilingüístico a consecuencia de las
operaciones de transacciones y convivencia de colonias y caravanas.
Así se puede explicar cómo los Atacamas de habla cunza pudieron
traficar junto a Lipez de habla aymara. De otro modo, se desprende el
alto nivel de integración, participación y armonía social superiores a
los intereses etnocéntricos y la consecuente aymarización de la ver-
tiente occidental y ámbitos transpuneños a consecuencia de la alta
eficiencia de los patrones de movilidad durante los últimos siglos
preeuropeos.
Por otra parte, los Atacamas habían establecido giros con el señorío de
«~Ümaguaca» (Lozano Machuca, 1973), cuya producción agropecuaria
se suplementaba con sus traslados de excedentes de oro y plata hacia
los oasis de Atacama. Si aceptamos que el mismo Lozano Machuca
señala que los Atacamas ejercían control sobre la producción costera
(ensenada de Atacama), se hace necesario destacar que el patrón de
n1ovilidad de los Atacamas representaba un carácter multiambiental
relevante, enfrentando compromisos y alianzas con etnias de désarro-
llo similar (Lipe-Chicha-Omaguaca); pero a su vez podían sincronizar
prácticas de intercambio y colonización directa en el litoral del desier-
to de Atacama (Cobija), dentro de estructuras sociales y políticas
menos complejas (Changos).
Al observar el croquis étnico, se aprecia además que en los contornos
del límite de hablantes aymaras se sitúan varios Señoríos en la
vertiente occidental y espacios transpuneños. Estas agrupaciones
étnicas locales como los Chuquibamba, Tarapacá, Atacama, etc. debie-
ron articular tardíamente un macro sistema de interacción económica
y política con las etnias altiplánicas. Al parecer cada Señorío había
demarcado su territorio con fines de competir a través de excedentes
especializados con el arribo de caravanas altiplánicas, que intercambian
y disponían sus colonias de acuerdo al nivel fluctuante del manejo del
espacio local. Esta participación dentro de un macro sistema de
interacción implicó una vía integracionista con tendencia hacia la
confederación de Señoríos afines, unidos por ideales político-económi-
cos, más que a lazos étnicos. Evidencias de esta correlación de fuerzas
se advierte con los intentos de búsqueda de unidad político-militar a
través de una temprana estrategia antieuropea (Bibar, 1966). Si bien
esto pudo ser estimulado por el advenimiento de un nuevo sistema
destructor, hay razones suficientes para pensar que el tráfico
interregional había creado en parte condiciones favorables para una
confederación incipiente.

G.. AMPLIFICACION VI: MOVILIDAD ANDINA


VERSUS MERCANTILISMO (1.550 al presente).

En los Andes Centrales, los avances de conquista y el propio sistema


colonial, sumado al actual «modernismo» del medio de vida andino, permi-
tió que los remanentes del tráfico de caravanas haya sobrevivido bajo los
intereses de las autoridades centralizadas en el ámbito urbano. Esta

139
incorporación ha logrado acortar las rutas, con movimientos más esporádi-
cos, y han disminuido los servicios y productos transportables. A pesar de
esto aún superviven movimientos tradicionales entre la puna y regiones
inmediatamente circundantes.
Aunque ya no es posible observar descensos de recuas de llamas hacia
el litoral, sólo en ciertos enclaves meridionales se aprecia desplazamientos
verticales e intercambios entre el altiplano y las tierras bajas. Se incluye el
tráfico de rebaños de ovejas, utilizando viejas rutas de interacción.
Después del impacto europeo del siglo XVI, varias etnias de los andes
del sur persistieron con sus viejos moldes de interacción sociocultural y
multiétnicas del traslado de bienes dentro de la realidad objetiva de
complementación de recursos.
Aunque las fuentes del período de contacto son poco explícitas por
ahora, hay casos que antes se han referido de reducidos asentamientos
altiplánicos en Valles Occidentales. Sin embargo, se supone que algunos
Señoríos de val1es de alturas moderadas hayan conservado aún muy
tardíamente algunas colonias en oasis bajos. Tempranamente el Cacique
de Chiapa (sobre los 2.500 mts.), un valle alto tarapaqueño, reclama ante
la ad1ninistración española su derecho sobre las vertientes de Quiuña un
oasis bajo de microexplotación agraria y estación de tráfico hacia la costa
de Pisagua (Billinghurst, 1893). Más tardíamente, algunos alteños del
altiplano Tarapaqueño persisten o reactivan su patrón vertical ocupando
las tierras temporalmente útiles de Pa1npa del Tamarugal (lsluga). Junto
a esto, hasta ahora se llevan a cabo las ferias temporales entre los
remanentes aymaras del mismo altiplano, con supervivencia de prácticas
de trueque. Si aceptamos que el tráfico andino actual oculta aún una serie
de instituciones y prácticas de interacción multirregional, es posible sospe-
char que el carácter giratorio de las poblaciones altas pudo crear si tuacio-
nes de movilidad social esencialmente andinas, ajenas a modelos foráneos
de interpretación. Es el caso de los llamados médicos Kalla-Wayas , cuyo
patrón giratorio capacitado para distribuir recursos medicinales y objetos
mágico-religiosos, parece provenir de una alta especialización a]tiplánica
preeuropea. Esta funcionalidad Yatiri se había incorporado a los movi-
mientos giratorios (plurilingüismo), con un alto prestigio y aceptación
multiétnica, y a pesar de que sus lugares fijos de residencias se localizan
actualmente en los val1es de los contrafuertes andinos de ]a vertiente
oriental de Bolivia (base agraria: maíz), hay consenso de que su área
geográfica original parece ser altiplánica con raíces de seguro desarrollo
pre-europeo (Ponce, 1969).
La imposición de un nuevo modelo mercantilista: urbanisn1o y pueblos
con recursos mineros y mercados fijos, permitió una desarticulación gra-
dual de los movimientos giratorios. Los ejes tradicionales no siempre
coincidieron con los focos europeos. Por otra parte los nuevos conceptos
comerciales del Viejo Mundo sirvieron como estímulos decisivos para la
disolución de .las operaciones implícitas de armonía, reciprocidad, coopera-
ción y sincronización multiétnica.
Frente al caos demográfico y productivo post-conquista se antepuso
una centralización europea que desbarató e] espacio y ]a autoridad teopolítica

140
andina, capaz de manejar armónicamente el tráfico de gentes y bienes.
Donde los europeos no advirtieron riqueza mercantil, sobrevivió el ideal
andino del traslado interregional y esto aún existe en determinados
enclaves de los andes del sur, destinado a una extinción irreversible ...

VII. Sobre los modelos explicativos .


De todo lo anterior se deduce que aún no podemos explicitar detalles
descriptivos del desarrollo de los diversos estadios históricos de las comu-
nidades ganaderas-caravaneras en los Andes Centrales y Centro-Sur. Esto
se debe a que hemos trabajado bajo condiciones arqueológicas más bien
ideales. En ninguna de las áreas hemos logrado descubrir e interpretar con
certeza los nlicroambientes de adaptación en donde los grupos, en diversas
escalas de tiempo, transitaron desde estadios de caza-recolección hacia el
desarrollo inicial ganadero-caravanero. Pero aceptamos en términos globales
que diversos sitios altiplánicos pre-Tiwanaku, circunscritos a las cuencas
andinas centrales y meridionales, son partes estrechamente vinculadas
con este proceso. En los estadios tempranos de este proceso no se advierte
que el área centro-sur de los Andes se haya desarrollado más que el área
central. Sin embargo, se acepta que en los territorios puneños, los camélidos
parece que estaban controlados y dispuestos en hábitos caravaneros hacia
los 4.000-2.000 años a.C. (V. gr. Junín). Aunque el modelo de desarrollo
giratorio representa un cuerpo de evidencias aún a veces incompleto y
ambiguo con enigmas aún frustrantes, aquí hemos aventurado un esquema
de secuencia basado en datos regionales, los cuales han sido usados para
implicar diversas categorías de movilidad en relación a las tendencias
sedentarias y sus vinculaciones con los requisitos de armonía económica,
incluyendo las relaciones conmensurables entre hombres y camélidos,
previos al clímax cara van ero.
El aspecto central de nuestra propuesta es enfatizar las relaciones de
los segmentos móviles y sedentarios de las poblaciones andinas con un
carácter exploratorio. En efecto, esta estrategia de investigación podrá
enfatizar un mejor conocimiento y explicación sobre la falta de urbanismo
y la naturaleza del movimiento de bienes económicos en los Andes Centro-
Sur, y su contraste con los centros urbanizados del área central.
Quizás si una de las mejores ventajas de este esquema es que no se
apoya exclusivamente en alguna variable ecológica particular o en algún
específico nivel sociopolítico de desarrollo. Más bien advierte los cambios
culturales como producto de fuerzas situadas dentro de la matriz económica
y social donde éstas interactúan en una forma conmensurable con los
hábitos biológicos y de comportamiento de poblaciones de ganado en
contextos ecológicos variados.
En este sentido, aceptamos que los cambios incluidos en la formación
de diversas sociedades ganaderas-caravaneras resultaron de las modifica-
ciones y adiciones operadas sobre el patrón socioeconómico previo, cons-
truido durante la transición entre grupos paleoindio tardíos y la emergen-
cia del modo de vida arcaico en los Andes. En acuerdo con los postulados de
Browman ( 197 4: 188): «una característica distintiva del pastoralismo de

141
llamas y alpacas es su integración interna y el mantenimiento de la
estructura de los ecosistemas de cacería y recolección en los cuales se
introducen''· Pero nosotros podríamos insistir en los factores externos
(como lo hace Browman también), que en este caso se basan en la modifi-
cación del ambiente por fuerzas extraculturales, que pudieron estimular ]a
situación inicial de este proceso.
Estas proposiciones no se apoyan en el ro] de las innovaciones tecno-
lógicas como efecto básico de los cambios ocurridos durante las etapas
tempranas del proceso. En términos de materiales empleados se aprecia
pocas introducciones tecnológicas capaces de ejercer profundos influjos
sobre los cambios culturales regionales, al margen de la introducción o del
desarrollo de ciertas técnicas agrícolas o «herding>> las cuales respectiva-
mente aumentaron o mejoraron la producción de alimentación o bienes. Por
el contrario, los aspectos sociotecnológicos, de difícil medición, tales como
el nivel óptimo de organización del trabajo con respecto a la · crianza
especializada y a la eficiencia de las operaciones de redistribución de
productos a través de las redes de tráfico, pueden haber jugado un rol
predominante en los ajustes de diversos grupos humanos en diferentes
regiones.
Dentro del marco abierto de referencia de este ensayo se ha planteado
que la adaptación y desarrollo sociocultural de los Andes Centro-Sur, en
contextos ecológicos variados, ha sido tradicionalmente estudiada desde
diversos puntos de vista. La aproximación más usual se focaliza en la
evolución de logros cazadores-recolectores en tránsito hacia tempranas
instalaciones agrarias sedentarias, o con logros de complejidad urbana
basada en la economía marítima (nivel estatal), etc. El corolario de mayor
aceptación aproxima o tiende a delimitar diversas distribuciones geográfi-
cas de distintas poblaciones segmentadas con sus diversas vías de desarro-
llo, incluyendo sus diferentes accesos y control (usualmente centralizado)
de diversos recursos procurados y asignados dentro del marco de producto-
res y consumidores. N o obstante tales procesos perecen ser más complejos.
Recientemente diversos modelos económicos han dominado la arqueo-
logía andina, en parte porque la obtención, preparación, redistribución y
consumo de bienes materiales, son sujetos a mediciones objetivas , y en
parte por la falta de métodos para estudiar aspectos tangibles . menos
materiales de la sociedad humana, por ejemplo, sistemas ideológicos y cómo
ellos afectan la formación económica o social de los grupos.
Insistimos que el modelo de verticalidad propuesto por M urra, es sin
duda un tema dominante en el marco antropológico de los andes. E s
atrayente porque no es un modelo muy eco lógicamente específico, pero sí un
modelo relacionado al nivel específico de desarrollo sociopo1ítico y económi-
co del grupo. Esto es que el tipo de zona ecológica o la serie de zonas bajo
explotación por un grupo no es tan globalmente importante como las
necesidades económicas específicas y los tipos de organización
socioeconómico-político y la integración con que los grupos (población
«núcleo») manejan el envío y mantenimiento de colonias a través de la alta
variabilidad del medio ambiente andino. En este modelo, la zonación
ecológica sencillamente define el parámetro espacial y la operacionalidad

142
de la obtención de diversos tipos de recursos y el número de los diferentes
grupos étnicos participantes quienes interactúan con el «núcleo» y sus
colonias.
Otro modelo así llamado de tipo «altiplano» ha sido recientemente
enunciado por Browrnan (1977), en un sentido más económica y
eco lógicamente específico y menos definido a nivel sociopolítico de grupos.
Aunque estas ideas no han sido publicadas formalmente, Browrnan enfatiza
primariamente las diferentes clases de mecanismos sociales y económicos
proyectados por grupos en sus esfuerzos por reunir acceso a diversos bienes
económicos en un espacio altiplánico básicamente uniforme. Ap-r;~cia el
desarrollo intergrupos como una red de «alianzas», oficios especializados,
mercados periódicos (Ferias, de acuerdo a nuestras propuestas) y peregri-
nos, todo conectado y apoyado por una red de caravanas.
De acuerdo a Browrnan, los grupos del altiplano tuvieron dificultades
económicas y políticas para mantener colonias a cientos de kilómetros de
intervalos fuera de la amplia región propiamente altiplánica. Sugiere que
el modo «altiplano» tuvo otros arreglos tales como las «alianzas» en
términos de conexiones entre diferentes señores o comunidades de áreas
distantes. Aunque el altiplano produce desniveladamente un mismo rango
de posibilidades, los grupos tenían que extender sus alianzas a extremos
ecológicos circundantes. Esencialmente, Browman enfatiza el rol de la
sociedad altiplánica en sí misma, portadora de un rol centralizador del
peregrinaje ejemplarmente representado por la estructura sociopolítica y
la operatividad económica de Tiwanaku, sin explicar las variables y
complejidad de las regiones periféricas.
El modelo giratorio que hemos propuesto como instrumento de análi-
sis sujeto a sustanciales modificaciones, no puede asimilarse básicamente
a los enunciados de «verticalidad)) o al más reciente «altiplanO>>, pero puede
conciliarse.
En principio no se advierte contradicciones fundamentales. Después
de todo ha quedado esclarecido que hay evidencias concretas de la validez
de estos modelos, pero en estadios temporales específicos, en espacios
concretos y por grupos definidos, entre los cuales se integra en parte la
propia colonización Tiwanaku. Nuestra desviación básica del modelo de
verticalidad es que no vemos los segmentos móviles de una población
determinada controlada por los segmentos sedentarios (corno se representa
por la relación núcleo-colonia). Apreciarnos más bien y con mayor énfasis en
los Andes Centro-Sur, una situación de relación armónica en donde los
segmentos de las poblaciones sedentarias (ejes) fueron conectados al flujo
económico por grupos móviles inter-ejes. Los asentamientos-ejes dieron
estabilidad a la economía de los ganaderos-caravaneros para proveer
excedentes previsibles de producción, con efectos similares a la relación
colonias-núcleos, respectivamente.
Hemos establecido que hay tres modos básicos de producción económi-
ca intercalados en el rol de los ganaderos-caravaneros: crianza, tráfico de
intercambio, colonización y op~!ªG!Q:oes de ferias, manifest-ados a lo 1argo
d-e-las--rutas transcaravánicas (se incluye la relación crianza-agricultura).
La combinación de estos modos no sólo repercutió eficientemente en los

143
Andes Centro-Sur, sino que además articuló espacios distantes entre el
litoral y las selvas orientales. Este patrón basado en el tráfico de caravanas
encadenó un mozaico de zonas ecológicas de diferentes rangos de adapta-
ción, encerrando una verdadera unidad entre diversas formas de produc-
ción. Aún más, la movilidad inherente a la combinación ganadera-caravanera
permitió la mayor complejidad sociocultural conectada al medio de vida
agrario-sedentario, otorgando nuevas espectativas de desarro11o al margen
de los límites locales.
Algunas de las principales directrices de nuestros argumentos han
sido que la movilidad socioeconómica es el tema dominante de la adaptación
ganadera-caravanera. Sin embargo, estos grupos dependen obviamente de
los asentamientos agrarios en donde se proveen de dieta y recursos
adicionales, actuando como puntos de destinos de los ejes del movimiento
caravánico. Aunque los grupos caravaneros no enfatizan formalmente la
definición de sus territorios articulan su movi1idad con los segmentos
poblacionales sedentarios dispuestos como una red de asentamientos-ejes,
hacia los cuales establecen sus circuitos.
Dentro de la perspectiva de los «alteños», el stock de camélidos debe
radicar en donde se sitúan los espacios de forraje y agua. De esta manera
crean una movilidad interna de naturaleza trashumante, destinada a
optimizar la provisión de esta necesidad en las tierras altas. El manejo de
caravanas funciona en relación directa con el acceso a la ganadería de
llamas, de modo que el potencial del tráfico es proporcional al mayor o
menor desarrollo ganadero (ubicación de pasto, agua, etc.), redistribuyéndose
este potencial a base de intercambios en el mismo espacio altiplánico.
Es muy probable que las actividades de las comunidades ganaderas-
caravaneras estaban planteadas antes del desarrollo de las poblaciones
agrarias, de modo que ciertas aldeas agrarias pudieron levantarse bajo el
estímulo de las necesidades de mantener relaciones de complemento con el
arribo de grupos de alteños. Tardíamente, cuando la adaptación creciente
del patrón móvil de altura, la introducción de la agricultura pudo acelerarse
en diversos enclaves periféricos a las tierras altas, con el objeto de «Captu-
rar» circuitos de caravanas, tendientes a estabilizar la expansión del tráfico
de intercambio y colonización a niveles locales y/o regionales.
La localización de grandes concentraciones fijas de poblaciones y
aldeas en áreas transicionales (nichos de oasis y valles medios) soportan
este efecto de contención de tráfico interregional. De esta manera el déficit
de agricultura de los territorios de Puna, era opuestamente balanceado por
el desarrollo creciente de la economía marítima y agraria de los valles bajos,
hacia donde se extendía más eficientemente el movimiento giratorio,
compensándose así un adecuado perfil de interacción~
Los asentamientos agrarios sustancialmente considerados como
asentamientos-ejes, no sólo establecen su desarrollo en función de sus
necesidades locales, sino que definen su comportamiento en calidad de
mediadores geográficos del paso transcaravánico, enclaves de rutas, acu-
mulación de excedentes transportables y dadores de espacios para el
establecimiento de la conexión interregional a través de la eficiente m.an-
tención del grupo en movimiento. Esta combinación de intereses podría

144
explicar la convergencia de diversos bienes productivos y culturales prove-
nientes de diversas regiones sin alterar el patrón arquitectónico local (V. gr.
oasis de Atacama). Estos asentamientos-ejes actúan como puntos geográ-
ficos de sincronización de las alianzas económicas con numerosas carava-
nas de una trama interregional y no reflejan una centralización económica
per se. Si un asentamiento se mueve hacia una dirección jerárquica local
centralizada, al margen de las interconexiones de la macro-red de interacción,
puede in tralimitarse, marginarse, y quedar fuera de circuito. De ser así,
varias aldeas fortificadas (V. gr. Pukará de Tastil, en el noroeste de
Argentina) pudieron perder parte de su rol prestigioso durante el tráfico
interregional tardío, reflejando un corto tiempo de desarrollo amparado en
el status y poder que contiene el manejo de excedentes económicos e
ideológicos externos del movimiento giratorio. Una visión localista de cada
asentamiento fijo debe consecuentemente evaluarse a la luz de su partici-
pación mayor o menor en los diversos segmentos de las rutas dinámicas de
cornplementación.
La conjetura de que el patrón sociopolítico de la sociedad giratoria
requiere necesariamente de estructuras sociopolíticas geográficamente
separadas parece ser n1ás correcta. Para este efecto los segmentos móviles
funcionan a través del apoyo de por lo menos dos asentamientos ejes, cuyos
extremos limitan un conjunto de múltiples puntos de contactos. Dadas
estas condiciones, podríamos reparar que diversos asentamientos «acorn-
pañ~ntes>> constituyen un verdadero patrón de subsistencia giratorio
basado en asentamientos fijos y móviles a la vez. Esto explicaría el
encuentro de numerosos asentamientos que evidencian-rasgos «alteños» y
«costeños» y aún patrones co-residenciales, como resultado del ~p.ovirniento
giratorio establecido en rutas tradicional~s, otº~.:gando un alto nivel de
armonía y estabilidad a lo largo ·ae-diferentes seg~e~tos habitacionales,
con diversos patrones arquitect-ónico~. Esto, en la medida que el movimien-
to ejercido sea suficiente para estabilizar temporalmente al grupo en un
ámbito de productividad directa o de control sociopolítico. Algo así corno lo
observado por Dillehay (1976, 1977a) en Huancayo Alto, donde arribaron
«alteños» y se asentaron con Yungas sedentarios en orden a prevenir
<:fonflictos en torno al manejo de recursos locales, paralelo a acciones\ -1
tendientes a asegurar el acceso mutuo de productos dü~t~ntes desqe las
tierras altas.
También nos hemos referido en numerosas ocasiones a la homogenei-
dad cultural de las sociedades ganaderas-caravaneras. Esto no significa
necesariamente que todo lo traficado era materialmente no diferenciado, ya
que existía una notable especialización productiva tanto a nivel local corno
regional. Pero esta especialización no se orienta a satisfacer la entrega de
productos diversificados en el orden de reforzar diferentes accesos a la
jerarquización de grupos. Más bien por el contrario, la diversificación
productiva pudo primariamente actuar como estímulo para definir
geográficamente el tráfico a base de alianzas y oportunos acuerdos para el
movimiento de caravanas, sin énfasis en la concentración de poder político
en determinados segmentos del equilibrado movimiento interregional. De
este modo, la diversidad productiva tendió a la búsqueda de pactos entre

145
diferentes poblaciones vinculadas con el patrón caravanero, eliminando
conflictos territoriales y debilitando el desmesurado desarrollo de autori-
dades centralizadas.
Eh suma, a través de los Andes Centro-Sur y muy particularmente
entre las tierras altas del extremo Sur del Perú, Norte de Chile, Sur de
Bolivia y noroeste de Argentina, los datos reunidos sobre el medio de vida
ganadero-caravanero no incluyen la absorción de los logros agrarios, ni al
revés. Por el contrario, existieron diferentes niveles de combinaciones,
destacándose el temprano traslado de prácticas agrarias, de lo cual es muy
poco cuanto se sabe. Por lo menos en los valles bajos del Norte de Chile, hay
evidencias de difusión de cultivos potenciales para el desarrollo de
sedentarismo (V. gr. maíz), a través del patrón de movimientos giratorios,
a base de caravanas que interactuaban antes del clímax Tiwanaku. Esta
combinación formativa se explica por la necesidad implícita en la construc-
ción de redes de tráfico, las cuales no podrían haberse desarrollado eon altos
niveles de complejidad e integración interregional sin la disposición de
asentamientos-ejes, aunque estos asentatnientos agrarios no fueran de-
pendientes del movimiento caravanero.
La combinación de grupos ganaderos, caravaneros y agrarios una vez
plenamente desarrollados otorgaron una gran flexibilidad geográfica y
ecológica entre las comunidades de los Andes Centro-Sur. De esta manera,
los espacios productivos de las tierras altas se integraron a los focos de
valles, oasis y litoral, a través del movimiento caravánico inter-ejes,
contactando grupos de diferentes status étnico y productivo.
En los Andes Centrales, el trayecto del desarrollo hacia altos niveles
de armonía y cohesión política-económica fue intentado por relaciones
jerárquicas subordinadas a donünio y autoridades fuertemente centraliza-
das con base urbana. N o obstante en los Andes Centro-Sur el trayecto de
desarrollo de la sociedad no coincidió con el rol antes referido. Los datos
arqueológicos tienden a demostrar que los grupos desempeñaron un rol
más igualitario en las relaciones sociales y económicas, con una mayor
participación como comunidades miembros de un macro sistema de tráfico,
con menos restricciones económicas y bajo influjo político. Dentro del medio
de vida articulado por el patrón giratorio avanzado parece que ninguna
área fue más dominante que otra, ni tampoco hubo persistencia temporal
de las jerarquías sociopolíticas. En consecuencia los niveles adecuados de
arm<?nía y cohesión social en los Andes Centro-Sur se mantuvieron por la
sincronización del movimiento ganadero-caravanero entre las n1últiples
zonas conectadas. Los principios de armonía y cohesión del patrón caravanero
fueron debidamente concertados para optimizar la eficiencia del traslado
de bienes, proporcionando estabilidad a las organizaciones internas y
fundamentó la actividad dinámica de la sociedad, capacitada para mante-
ner en activo desarrollo los diversos asentamientos-ejes que permitían el
normal funcionamiento de los movimientos interecológicos fijados entre la
costa y las tierras altas, incluyendo diversas categorías de valles interme-
dios.
También nos hemos referido en el sentido de que el patrón giratorio se
compone de movimientos caravánicos entre asentamientos-ejes, cuyas

146
ideas matrices parecen salir de la experiencia previa de múltiples circuitos
transhumánticos arcaicos entre diversos paisajes contrastados de los
Andes del Sur (tráfico exploratorio o inicial). Ya en este estadio parecen
fijarse los puntos de mayor prestigio para el posterior desarrollo más
especializado del tráfico interecológico. De áreas globales de atracción de
viejos circuitos trashumánticos pre-agropecuarios se transita hacia la
localización de asentamientos-ejes incipientes, en la medida que ocurre la
expansión de los primeros focos de vida estabilizada. Sólo cuando se
definieron los asentamientos-ejes con un carácter más permanente, entre
diversas áreas de producciones diferenciadas, el patrón giratorio comenzó
a demostrar eficiencia gradual o progresiva.
Estos desplazamientos se han definido a través de diversas etapas,
constituyendo un medio eficiente para estimular inicialmente, a .larga
distancia, diversos modos de interacción y cambios económicos-culturales,
cuya máxima expresión alcanza el clímax Tiwanaku. Posteriormente el
proceso de en1ergencia de Inúltiples Reinos y Señoríos periféricos estrechó
el espacio de estos desplazamientos, dentro de un contexto de diversifica-
ción cultural y política.
El movimiento transcaravánico en los Andes Centro-Sur no sólo fue
un factor básico de desarrollo a nivel multirregional, sino que nos abre
nuevas perspectivas para comprender la complejidad cultural y productiva
que atrae la mayor preocupación de los actuales estudios, aunque éstos
tienden a indagaciones locales, opuestas paradojalmente al viejo ideal de
combinación de recursos distantes.

VIII. LLAMAS, CARAVANAS Y SOCIEDADES


COMPLEJAS EN LOS ANDES DEL CENTRO-SUR.

Se reitera que el presente ensayo tiende a explicitar, en verdad, un


modelo del desarrollo histórico del régimen trashumántico, el tráfico de
caravanas de llamas y el sedentarismo agroganadero para los Andes
Centro-Sur. El proceso de emergencia de sociedades complejas en el área no
siguió el mismo rumbo que las sociedades agrícolas altamente urbanizadas
de los Andes Centrales. En los Andes Centro-Sur la sociedad se caracterizó
por un modo de vida móvil de cazadores y recolectores que se transformó
gradualmente en un modo de vida de pastores, caravaneros y agricultores,
involucrados en la producción e intercambio de productos especializados.
Los contactos interzonales y el intercambio eran realizados mediante redes
regionales de caravanas, conectadas por asentamientos «ejes» mayores
localizados en la costa y en las zonas del «altiplano» y la «puna». Si bien el
área nunca fue completamente controlada por una sola cultura centraliza-
da, fue parcialmente unificada por la esfera comercial y/o colonial y de
influjo religioso deTiwanaku(400-1200 d.C.) y más tarde por el estado Inca.
En general, los grupos regionales estuvieron organizados en Señoríos de
pequeña a mediana escala, económicamente interdependientes y política-
mente autónomos. En este sentido deseamos discutir más sobre los proce-

147
sos y eventos que condujeron a la emergencia de este modo de vida,
discusión que he1nos observado aborda diferentes períodos de desarrollo
histórico.
Cuando se observa la civilización andina contemporánea en forma
panorámica, ésta simila una suerte de sinopsis de su propia complejidad.
Muchas de las principales corrientes culturales que, en el curso de 12
milenios o más, han fluido desde o hacia los Andes, se hallan representados
hoy en día en alguna parte. En la actualidad, como en el pasado, existe un
amplio rango de adaptaciones sociales y económicas, en diferentes áreas
culturales y ambientes. Este amplio ordenamiento -uno de los patrones de
mayor continuidad e importancia en dar forma al carácter básico de la
civilización andina- ha sido poco atendido aún en años recientes . Nos
referimos a un modo de vida Centro-Sur andino consistente en una sociedad
móvil giratoria de· pastores-caravaneros, centrada en circuitos de tráfico
·que se contraen y expanden, conectados por comunidades agrí'Colas de
apoyo en un contexto interecológico. El objetivo de este escrito ha sido
presentar un modelo general de la génesis histórica, desarrollo y compleji-
dad de este modo de vida y de su rol tanto en el cambio como en la
continuidad de las sociedades prehispánicas del área de estudio.
El registro arqueológico de los Andes Centro-Sur, un área conlprendi-
da por Bolivia, el Norte de Chile, sur peruano y el N oro este de Argentina,
presenta un patrón de desarrollo y cambio cultural muy distinto e indepen-
diente de lo que ocurrió en las regiones clásicas y urbanizadas de los Andes
Centrales. Los datos del sur muestran menor desarrollo urbano y agrícola,
~- , r'f 1 y menos cónfHctos grupales. Estos datos revelan también que, con la
excepción de la cultura Tiwanaku, no hay casos de sociedades altamente
\ centralizadas y expansivas. Un rasgo distintivo del sur fue una movilidad
de pastores-caravaneros propia a sus circunstancias históricas, ecológicas
y culturales de toda el área. Se trata de un movimiento que era algo más que
mera movilidad estacional por parte de un asentamiento central o «núcleo».
Fue, más bien, un movimiento giratorio, definido, principalmente, por una
relación conmensurable entre poblaciones humanas y poblaciones anima-
.")
les, en tipos específicos de comunidades hombre-animal cread as
culturalmente; redes de caravanas desplegadas entre asentamientos per-
manentes, dentro del diversificado ecosistema andino. En este sistema, la
dis_tribución de los beneficios del tráfico de caravanas, la integración
eco~Ó~ica y, presumiblemente, la armonía social no apuntaban simple-
mente a la redistribución, sino al desarrollo mismo; no era un caso de mera
transferencia de recursos de zona azona, sino, más bien, de movilización de
recursos productivos e ideologías a través de la localiz<;1ción planificada de
actividades económicas especializadas, normalmente centradas en
asentamientos permanentes en diferentes regiones.
Como en los Andes Centro-Sur existe escasa información arqueológica
acerca de las relaciones ecológicas y económicas prehispánicas entre grupos
sociales humanos y camélidos, hasta hace poco muchos estudiosos asumían
que cualquier complejidad cultural representada por grupos de pastores y
caravaneros se explicaba como un resultado secundario o periférico de la
expansión de sociedades urbanas del Perú. Lo que no ha sido adecuad amen-

148
te reconocido, sin embargo, es que los Andes Centro-Sur tiene una muy
diferente historia de desarrollo; que las dos áreas se caracterizaron por una
dicotomía de desarrollo de carácter complementaria. En el sur del Perú y
el norte de Bolivia y Chile, esta dicotomía fue mucho más acentuada, debido
a fuertes conexiones interregionales e influjos entre las culturas Wari y
Tiwanaku (ca. 500 a 1200 d. C.). Las culturas situadas al sur de Tiwanaku,
en Bolivia central y meridional, el centro-norte de Chile y el noroeste de/
Argentina, nunca experimentaron un genuino modo de vida urbano en!
tiempos prehispánicos; tampoco desarrollaron totalmente una extensa redl
\
de grandes asentamientos permanentes o un sistema expansivo de autori-'
dad centralizada, como los encontrados en el Perú.
En los Andes Centro-Sur, hay evidencia arqueológica suficiente como
para sugerir que, una vez que las poblaciones humanas se adaptaron al
área, durante los períodos Paleoindio tardío y Arcaico (ca. 8000-1800 a.C.),
los grupos serranos iniciaron desplazamientos de larga distancia, de caza
y recolección estacional, entre el altiplano y la costa. Con la domesticación
de los camélidos, estos largos trayectos se habrían acortados, al tiempo que
se practicaban circuitos anuales más frecuentes entre pequeños
asentamientos agrícolas del altiplano, las montañas y desiertos
transicionales y la costa durante el Período Formativo Antiguo (ca. 1800-
900 a.C.). Conjuntamente con la dispersión demográfica y económica, se
produjo un desarrollo regional de especialización de los recursos, de las
ruta_s de caravanas de corta distancia y de los asentamientos-ejes de apoyo
basados en la agricultura, en áreas fértiles del altiplano, el desierto y la
costa. Los asentamientos-ejes de contraparte, interconectados por rutas de
caravanas de las tierras altas y bajas, se convirtieron gradualmente en
circuitos de tráfico «líderes», bajo el control de Señoríos o jefaturas locales
incipientes. En algún momento entre 200 y 500 d.C., fuerzas económicas,
religiosas y sociales centrífugas, que emanaban de los principales
asentamientos-ejes a lo largo de los circuitos líderes y también desde áreas
urbanas del sur del Perú, comenzaron a converger en la cuenca del lago
Titicaca. En ese tiempo, el gran sitio de Tiwanaku estaba ya desarrollán-
dose como un poder político y religioso regional, apoyado por una economía
diversificada basada en la ganadería, el tráfico de caravanas, la pesca y,
especialmente, la agricultura intensiva de raíces y semillas. Dicha conver-
gencia contribuyó al crecimiento urbano y a la importancia de Tiwanaku,
sincronizando el tráfico económico, el poder político y la actividad religiosa
interregional en el área. Así, la emergencia de Tiwanaku es visualizada y
desarrollada in situ, ejerciendo poder político y económico sobre centros
regionales remotos, pero también con un asentamiento-eje primario,
cen trífugamen te centralizado por redes de tráfico regional o de hin terlands
distantes. Sostenemos que la amplia distribución de similitudes estilísticas
evidentes en bienes relacionados con Tiwanaku, tales como cerámicas,
textiles, tabletas para alucinógenos y parafernalia ritual, representan la
adhesión social y económica interregional a un credo religioso y comercial
y/o colonial asociado al sitio de Tiwanaku (sensu Browman 1978, 1981).
Después de la desaparición de la cultura Tiwanaku y de la desintegración
de este credo, las sociedades del área retornaron a una organización de nivel

149
de Señorío local, hasta el arribo de los Inkas, momento en el cual se ejerció
un influjo político selectivo.
En esta dirección, se ha intentado sintetizar la información existente
(no obstante los grandes vacíos en los datos regionales y los problemas
cronológicos que presentan los conjuntos de artefactos y sitios) y exponer en
forma integrada y razonada lo que puede haber sucedido en el área. En este
sentido, se trató de imaginar un modelo histórico y, simplemente, de una
interpretación de una estrategia de adaptación en los Andes Centro-Sur.
N o aspiramos a que este modelo cubra de manera equilibrada todos los
patrones ni que dé cuenta de otras formas de tráfico, asentamiento y
desarrollo social y económico independientes de (o interdependientes con)
el modelo de pastores-caravaneros.
Nuestra propuesta tiene limitaciones obvias. Se concentra, casi exclu-
sivamente, en aspectos económicos y demográficos del área de estudio,
proporcionando escasa información sobre la organización política o social.
Existen razones para esto. Se ha trabajado tan poco en áreas de actividad
intra e intersitios, patrones de asentamiento y de residencia, y bienes de
estatus de grupos de élite y no-élite, que sólo es posible especular acerca del
tipo y nivel de la organización social y política que existió en la región a lo
largo de los milenios. En referencia a esta organización, al menos para el
período Tiwanaku, concordamos en general con la interpretación de
Browman (1978, 1981) del desarrollo cultural en el área y con la visión de
Kolata (1983, 1987) sobre el surgimiento de la cultura Tiwanaku en la
región del lago Titicaca (véase discusión más adelante).
No obstante desde que publicamos este ensayo han surgido nuevas
evidencias arqueológicas y nuestras ideas continúan siendo, básicam-ente,
las mismas. Es el propósito de este capítulo proporcionar una sinopsis de
este modelo y, al mismo tiempo, modificar algunas nociones previas, a la luz
de los hallazgos recientes.
Aunque el modelo es discutido en términos de desarrollo durante
varios períodos se presta mayor atención a Tiwanaku, ya que representa la
culminación de siglos de desarrollo cultural en el extremo norte de los
Andes Centro-Sur, y porque -para propósitos comparativos- ejerció los
vínculos culturales más influyentes sobre las «culturas» de los Andes
Centro-Sur. Debe advertirse, sin embargo, que aún cuando Tiwanaku es la
«Cultura» arqueológica Inejor conocida, no es la más representativa del
área. El influjo de Tiwanaku se extendió solamente sobre regiones seleccio-
nadas y por espacio de unas pocas centurias. Otras culturas menos
conocidas que existieron antes, durante y después de Tiwanaku, fueron, a
su manera, igualmente importantes en su contribución al proceso de
desarrollo histórico de las sociedades y culturas centro-sur andinas. La
historia de estas «culturas» ha quedado, por lo general, sin definir, debido
a la escasa evidencia arqueológica disponible o porque han sido opacadas
por un excesivo interés por la cultura Tiwanaku.

A. Ecología y Recursos

Los Andes Centro-Sur se caracterizan por varias áreas fisiográficas,

150
que van desde una zona litoral, rica en recursos marinos y un árido desierto
con oasis (colectivamente referidos aquí con1o «tierras bajas»), pasando por
una estepa de altura (puna y altiplano, colectivamente referidas como
«tierras altas»), hasta una zona de bosques tropicales húmedos (Troll,
1958).
Desde el norte hasta el centro de Chile, la línea costera del Océano
Pacífico y la vertiente occidental de la Cordillera de los Andes encierran una
inmensa llanura desértica y semidesértica. Las aguas de la plataforma
continental y zona litoral, proporcionan una de las más ricas y variadas
áreas de recursos marinos en el mundo. Los rasgos quizás más caracterís-
ticos de los desiertos chilenos adyacentes, son las estribaciones andinas y
los valles fluviales tipo oasis que descienden de la cordillera al mar. En la
conjunción de los deltas fluviales con las zonas litorales del Perú y el norte
de Chile, pequeñas poblaciones precerámicas sedentarias practicaron una
economía basada, principalmente, en productos marinos y, secUndaria-
mente, en animales terrestres y cultígenos domesticados. En. los grandes
valles de los ríos costeros, las prácticas agrícolas eran dependientes de
redes de irrigación, aunque también era posible el cultivo en pequeña
escala sin canales.
Las tierras altas de los Andes, situadas al este del territorio que
acabamos de describir, consisten en varias zonas de puna árida localizadas
a diferentes elevaciones y caracterizadas por distintas configuraciones
topográficas, temperaturas estacionales, montos de precipitación y comu-
nidades florísticas y faunísticas. Entre los principales rasgos de la puna
alta y el altiplano (sobre ca. 4.000 m.s.n.m.), destacan períodos de intensas
heladas y lluvias estacionales, y escasas hectáreas cultivables. Una corta
estación de crecimiento, conjuntamente con la estrecha gama de productos
agrícolas que pueden ser cultivados en el altiplano, ofrecen pocas oportu-
nidades para producir un rango diverso de bienes alimenticios. Se exceptúa
la región del lago Titicaca, donde la agricultura de tubérculos puede ser
complementada con la pesca y el pastoreo de camélidos para producir una
economía diversificada y productiva. Se exceptúan también los oasis de la
puna, como San Pedro de Atacama, donde se puede cultivar una variedad
de productos de baja elevación. El acceso a los recursos de las tierras más
bajas fue logrado mediante el establecimiento y mantención de relaciones
de tráfico con gentes de las tierras de menor altitud de la puna, los valles
transicionales, valles tipo oasis y la costa específica.
Las laderas orientales de los Andes presentan un medio ambiente de
páramo o de una amplia llanura árida, flanqueado por una cubierta de
bosques semitropicales o tropicales. Las precipitaciones son más altas en
esta subzona, pero el aprovechamiento de las lluvias por los agricultores se
halla limitado por lo escabroso del terreno. Los pequeños y aislados valles
de esta zona ofrecen pocos recursos de suelos, y el cultivo en terrazas,
combinado con el cultivo a lo largo de pequeños arroyos aluviales, difícil-
mente bastan para sustentar grandes poblaciones. El bosque tropical
ofrece una amplia variedad de productos medicinales, alucinógenos y
maderas, los que no se encuentran en las tierras más altas y más secas
situadas a occidente.

151
B .. Interpretaciones Previas

Hasta ahora, no ha habido ningún intento consistente por formular un


amplio modelo histórico de desarrollo cultural para las sociedades Centro-
sur andinas. Sin embargo, algunos autores han sintetizado los datos que
hay para regiones particulares y períodos de tiempo específicos. Por
ejemplo, la emergencia de .culturas precerámicas en la costa del norte de
Chile (e.g., Núñez 1976) y las culturas cerámicas del noroeste argentino
(González 1985) están bastante bien definidas. La mayoría de los investi-
gadores, no obstante, ha concentrado sus estudios en la naturaleza de la
emergencia de Tiwanaku como un gran asentamiento. Desafortunadamen-
te, se han llevado a cabo pocas investigaciones sobre otras «culturas»
contemporáneas y aledañas. Nuevas síntesis de estas mismas regiones han
sido planteadas con sumo rigor, por ejemplo, a través de las investigaciones
de Iván Muñoz para la costa del extremo norte de Chile, Myriam Tarragó
para el noroeste argentino y José Berenguer más vinculado con el universo
Tiwanaku.
Los Andes Centro-Sur son más conocidos a través del Horizonte Medio
del Perú, momento en el cual se establecen fuertes relaciones culturales
entre las menos conocidas «culturas» del norte de Chile, Bolivia y noroeste
de Argentina y las más conocidas «culturas» Wari-Tiwanaku. Wari habría
dominado las sierras centrales y ciertas áreas costeras del Perú; Tiwanaku
habría influido principalmente a las <<culturas» de Bolivia, Norte de Chile,
noroeste de Argentina y Sur del Perú. Se estima que ambas «culturas»
interrumpieron el desarrollo de las <<culturas» regionales más tempranas ,
en sus respectivas áreas de influjo, provocando su desaparición e introdu-
ciendo una organización socioeconómica centralizada, así como diferentes
formas de asentamientos urbanos (Willey 1972: 159; Lumbreras 197 4 : 139-
145, 151-177).
En un principio, se pensaba que, durante el Horizonte Medio, la
«cultura» Tiwanaku se expandió primero hacia los Andes Centrales (Uhle
1920; Bennett 1934), introduciendo un estilo diferente de cerámica y una
nueva forma de asentamientos urbanos. Sin embargo, puesto que el
urbanismo no se había desarrollado todavía en las áreas altiplánicas de
Bolivia y sur del Perú, Tiwanaku no fue considerado como el origen de estos
nuevos desarrollos (Lumbreras 197 4: 151-152). Más tarde, se sostuvo que
el sitio serrano de Wari, más que el de Tiwanaku, fue el centro desde el cual
emanó la mayoría de los influjos del Horizonte Medio (Larco Hoyle, 1948;
Bennett, 1953). Basada en análisis cerámicos, esta posición sostenía que el
estilo Tiwanaku se difundió a W ari por medio de proselitismo religioso
(Menzel1958, 1964), siendo allí reinterpretado y entonces distribuido hacia
otras partes de los Andes, probablemente por vía armada (Lumbreras 1960 9

1964).
Aunque no se conocen bien las relaciones socioeconómicas y políticas
precisas entre las esferas geográficas y culturales de W ari y Tiwanaku, la
evidencia actual sugiere que, muy probablemente, ninguna de estas «cultu-
ras)) tuvo algún control duradero sobre la otra. Es generaln1ente aceptado,
no obstante, que en ciertas áreas hubo cierto traslape tempo-espacial y una

152
coexistencia entre Wari y Tiwanaku. Se ha asumido también que ambas
culturas siguieron el típico rumbo de desarrollo desde aldeas agrícolas
sedentarias a <<culturas» urbanas de nivel estatal. Incorporada dentro de
este marco de desarrollo de Tiwanaku, yace una relación con sociedades
altamente móviles de pastores-caravaneros sustentados en el altiplano
(Browman 1978). Al respecto, es válido considerar la visión de Browman
sobre el desarrollo cultural en el altiplano.
Browman ( 1991) ha definido el concepto de un «modo altiplánico» de
integración económica, basado en grandes redes de tráfico de caravanas
extendidas a través de diferentes zonas ecológicas. El ve las raíces de este
modo en un patrón básico de agricultura de tubérculos y semillas, suple- -· ·
mentado con pastoreo de camélidos, desarrollado hacia mediados del
segundo milenio a.C. Browman, al igual que nosotros, admite que la
relación evolutiva cultural entre sedentarismo ganadero y agrícola en los
Andes es, con toda probabilidad, muy diferente a la del Viejo Mundo. En
este último, se considera que la crianza de animales se desarrolló en áreas
ecológican1ente marginales, en las cuales la agricultura no era posible
(Browman 1981: 408). En los Andes Centro-Sur, en cambio, el pastoreo
parece haberse desarrollado primero, luego de lo cual «plant cultivation
developed in areas marginal to herding, where former herders turned to
growing plants or where herding was impracticable» (Browman 1981: 408).
Nosotros también pensamos que el pastoreo tuvo primacía sobre el cultivo
de plantas (Núñez y Dillehay 1979). Pero pensamos, además, que los dos
modos económicos se desarrollaron conjuntamente y que el desarrollo de la
agricultura intensiva fue estimulado en gran medida por la necesidad que
tenía la creciente movilidad caravanera de disponer de asentamientos
sedentarios de apoyo.
El modo altiplánico es social y ecológicamente específico; también es
específico a nivel de grupo. Esto es, Browman está principalmente intere-
sado en los diferentes tipos de mecanismos sociales y económicos ideados
por los grupos en su esfuerzo por lograr acceso a diversos bienes económicos,
en una zona ecológica esencialmente uniforme y geográficamente vasta: el
altiplano. El observa el desarrollo de redes de «alianzas» intergrupos, de
especialización artesanal, de mercados periódicos y de agentes -todos
conectados y apoyados por redes de tráfico de caravanas de llamas, las que
integran al altiplano con varias zonas ecológicas externas- como los meca-
nismos básicos que caracterizaban los aspectos más complejos de la adap-
tación social y económica a las tierras de mayor altitud.
Presumiblemente, el tráfico de caravanas de llamas fue controlado por
diversos centros regionales en el altiplano. Esto fue así hasta que, durante
los primeros cuatro siglos d. C., Tiwanaku emergió tomo el principal centro
de intercambio económico y de control político sobre regiones distantes. De
acuerdo a Browman, a través del intercambio comercial y el proselitismo
religioso, Tiwanaku se transformó paulatinamente en un estado altamente
centralizado y expansionista, que controlaba una considerable porción de
los Andes Centro-Sur y que ejercía un fuerte influjo en el sur del Perú.
El modelo de Browman es útil para explicar relaciones específicas
entre Tiwanaku y W ari, el intercambio entre diferentes áreas y el rol del

153
medio ambiente y la economía del altiplano en las operaciones urbanas de
Tiwanaku. Sin embargo, estimamos que es inexplicable en el área en su
totalidad, por varias razones. Exhibe un sesgo hacia la zona a1tip1ánica y
hacia una sociedad urbana estatal. Al tratar zonas que son periféricas a
áreas bajo influjo de Tiwanaku, la idea es que el concepto de un estado
urbano que lo abarca todo conduce a un entendimiento más completo de 1os
desarrollos que tienen lugar en gran parte del área. Aunque ciertas
tendencias expansionistas, tales como la religión y la parafernalia ritual,
podrían estar asociadas con Tiwanaku, no hay ni una evidencia concreta de
que se trató de un verdadero estado andino. Es decir, aparte de su
iconografía, la que aparece en diversas formas y en varias áreas de
hinterlands, no hay hasta ahora indicadores de un estado andino -tales
como capitales secundarias fehacientes o formas arquitectónicas
institucionalizadas del estado- en regiones que trasciendan el área del lago
Ti ti caca.
El modelo de «verticalidad .. de Murra ( 1972, 1985), el cual opera bajo
la asunción de que un asentamiento núcleo envía colonias a zonas distantes
para explotar recursos locales, ha sido -conjuntamente con la interpreta-
ción de Browman- usada comúnmente para explicar la organización social
y económica de las sociedades prehispánicas tardías del área de estudio .
Pese a que este modelo procura establecer un vínculo entre asentamientos
de los Andes Centrales y del área del lago Titicaca, donde surgieron
sociedades estatales y donde es posible identificar sitios nucleares en los
registros históricos y arqueológicos, estimamos que la verticalidad no fue
la principal estrategia organizacional en los Andes Centro-Sur. Uno de los
problemas de la verticalidad, es que ha sido invocada sin crítica para dar
cuenta de la presencia de rasgos foráneos en el registro arqueológico de las
sociedades del sur. Como se ha hecho notar en otra parte (Dillehay 1987),
cualquiera o una combinación de varias actividades, tales como verticali-
dad, redes de alianzas, tráfico de larga distancia y circuitos de caravanas,
podrían explicar esta presencia. Podríamos agregar que Browman ( 1981)
también tiene dudas acerca del patrón de verticalidad. El piensa que habría
sido política y económicamente dificultoso para los grupos altiplánicos
mantener colonias de tipo archipiélago a varios cientos de kilómetros de
distancia, fuera de la región altiplánica.
Varios investigadores (v.gr., Mujica 1985; Rivera 1975; Kolata 1985,
1987) han aplicado el modelo de Murra al registro arqueológico del área.
Una de las interpretaciones es la de Rivera, quien aplica el modelo al
desarrollo temprano de las culturas del Norte de Chile y sus relaciones con
grupos altiplánicos, 'e specialmente antes y durante Tiwanaku. Su interpre-
tación no es tanto un modelo específicamente ecológico como sí un modelo
específicamente social y político de la economía andina. Esto es, el tipo
particular de zona ecológica o de series de zonas bajo explotación por
cualquier grupo, no es tan importante como las necesidades económicas y
los tipos de organización e integración socioeconómica y política que el
grupo o la población «núcleo» (en este caso Tiwanaku), debe tener o
desarrollar para enviar y mantener colonias a través del paisaje altam ente
variable de los Andes. Rivera, cuya interpretación sufre de reduccionismo

154
<<vertical», parece involucrar a la zonación económica, meramente, a la que
define los parámetros espaciales y la operación de los diversos tipos de
recursos disponibles al núcleo y sus colonias, así como al número de
diferentes grupos étnicos que interactúan con ellos.
Por otra parte, revisando brevemente el trabajo de Kolata (1985,
1987), él interpreta a los Andes Centro-Sur casi exclusivamente desde el
punto de vista de la región del lago Titicaca y del estado Tiwanaku. Para
Kolata, Tiwanaku es el «centro>> de un estado expansivo que incorporó áreas
periféricas como el Sur del Perú, el Norte de Chile, las tierras altas de
Bolivia y el noroeste de Argentina. Tiwanaku se habría desarrollado,
básicamente, a partir de una economía agrícola productora de excedentes,
centrada alrededor del lago Titicaca. Kolata atribuye al tráfico de carava-
nas de larga distancia un rol principal en la economía de Tiwanaku, pero
sólo en lo que se refiere a los intereses de ese estado en zonas periféricas.
En su modelo, se da menos importancia a la interpretación de Browman
sobre el rol del intercambio de mercancías y de la ideología en integrar a los
Andes Centro-Sur. En cambio, él ve un fuerte control de las regiones
remotas por parte de Tiwanaku, ejercido mediante colonización de tierras
distantes a través del establecimiento de relaciones de clientelaje con los
s e ñor es locales y mediante el subsecuente contr ol de regiones ecológicas
lejanas . Aunque el modelo de Kolata explica mejor los eventos culturales
que ocurren en el sur de la región del lago Titicaca durante el período
Tiwanaku, se halla demasiado confinado en términos espaciales y es
ex cesivamente ahistórico como para dar cuenta de todo los Andes Centro-
S ur. En verdad, su modelo presta poca atención a la organización de las
culturas regionales preexistentes (del hinterland) y cómo ellas podrían
haber contribuido al surgimiento del estado.

C . Movilidad Giratoria: Pastoreo, Caravanas y Asentamientos

El pastoreo es un sistema económico de producción basado en una


r elación humana conmensurable con grandes grupos de camélidos. Se trata
de una interacción entre seres humanos y animales que es única, centrada
en un seguimiento trashumante de los movimientos cíclicos de los camélidos
desde una puna a otra, dependiendo de la estacionalidad y de la conducta
móvil de los animales. Se le considera también una relación flexible por la
cual los seres humanos pueden criar, explotar o influir en la dispersión
demográfica del rebaño. El pastoreo andino de altura se halla, por lo
general, confinado a un tipo particular de medio ambiente; aquél que
normalmente yace sobre los 3.600 m de elevación, en una puna relativa-
mente abierta, con suficientes pastos para la alimentación y crianza de los
animales. Visto a partir del registro etnográfico, dos de las consecuencias
de un modo de vida pastor andino se advierten en que los grupos humanos
deben ser flexibles y móviles, y que, generalmente, no necesitan invertir
mucho en bienes personales, en estructuras habitacionales permanentes o
muy elaboradas (tampoco en terrenos). Los tramos de senderos y límites
particulares son en general irrelevantes mientras exista garantía de acceso
a los recursos claves, particularmente agua y forraje. Si bien pueden haber ·

155
viviendas y terrenos agrícolas fijos en ciertas áreas ambientalmente
favorables, como los oasis y valles superiores de los ríos del desierto del
norte de Chile y algunas zonas del altiplano, el patrón de asentamiento
usual es el de estancias temporales o semipermanentes.
Aparte del pastoreo, existen otras importantes estrategias económi-
cas en los Andes Centro-Sur, tales como el intercambio, la horticultura y/
o la agricultura de riego de pequeña o gran escala. Dentro de la economía
de la puna alta, las pocas tierras arables eran destinadas a una agricultura
de granos y tubérculos resistentes a las heladas (véanse Troll 1958: 12;
Horkheimer 1960: 2; Murra 1960, 1965: 188; Browman 1974: 188, 1981,
1983). Además, el tráfico de caravanas permitía a los grupos extenderse
geográficamente, explotando diversas zonas ·ecológicas a través de la puna
y el altiplano, y -en las tierras bajas- a través de los desiertos de menor
altura, bosques tropicales y zonas costeras. En los valles fluviales bajos del
desierto, la agricultura de riego y el acceso a los productos marinos por
medio de colonias e interca1nbio con grupos basados en el litoral, fueron
también actividades económicas importantes. Fue la combinación de estas
diferentes estrategias de producción económica la que, eventualmente,
permitió a las sociedades Centro-Sur andinas desarrollar un sistema de
producción «agro-ganadero)) (Yamamoto 1985: 52-55; Salzman 1969; Murra
1968). Es decir, practicar una movilidad económica flexible, extenderse
espacialmente desde el altiplano a la zona litoral del Pacífico y, con el
tiempo, convertirse en Señoríos.
Con el objeto de definir el patrón económico y demográfico prehispánico
que consideramos es el más característico del área, nos referiremos a una
movilidad giratoria, centrada en rutas tijas de movilidad económica
entre zonas ecológicas y asentamientos-ejes. Es decir, las sociedades
pastoras-caravaneras se movían en rutas fijas (similares a un espiral) entre
dos o más asentamientos-ejes. Lo hacían a lo largo de los vectores puna-
puna, puna-costa o puna-selva. Un factor clave aquí es que la dirección y
movimiento de los grupos de caravanas dependía de las restricciones de las
poblaciones de animales y del intercambio de productos a través del tráfico
de caravanas en ejes situados a través del paisaje social y natural. La
continuidad y estabilidad del movimiento giratorio de los pastores-
caravaneros estaban dadas por asentamientos situados en ambos extremos
de su circuito. Para que este movimiento mantuviera el equilibrio, el
circuito debía estar balanceado por asentamientos-ejes fijos, relativamente
homogéneos, que ofrecían múltiples recursos y servicios procedentes de su
particular zona ecológica, como también por ferias donde los bienes eran
intercambiados. Así, los asentamientos agrícolas semisedentarios y seden-
tarios dentro del patrón pastor-caravanero de movilidad giratoria funcio-
naban:
1) corno sitios de trasvasije, que recibían los productos de las caravanas
y los redistribuían ya sea en un nivel local, regional o interregional,
traspasando bienes a otras caravanas que arribaban desde otras
direcciones; y
2) como estaciones de apoyo logístico para mantener las caravanas (y
156
rebaños de camélidos) de manera que pudieran proseguir a lo largo de
su ruta en espiral.

Dadas estas condiciones, los asentamientos semisedentarios y seden-


tarios eran meros polos de estabilidad que definían los puntos de término
y dirección de un giro caravanero. Hipotéticamente hablando, existía,.
probablemente pocajerarquía sociopolítica entre estos asentamientos-ejes,
si bien ellos pueden haber diferido en tamaño y complejidad de acuerdo al
número de cargas recibidas y al diferente equipamiento habitacional de
cada asentamiento. A medida que las diferentes zonas ecológicas se fueron
poblando a lo largo del tiempo, tanto las rutas de caravanas entre los
asentamientos más grandes como las agrupaciones de asentamientos en
importantes áreas de la puna y la costa habrían aumentado en extensión
y tam·a ño, respectivamente.
Uno de los aspectos cruciales del axioma de los asentamientos-ejes no
es, precisamente, lo que él dice sobre los giros de las caravanas, sino todo
lo que no dice acerca de aquello que trasciende a estos giros. En realidad,
la economía de los Andes Centro-Sur carecía de cualquier alternativa
efectiva a un movimiento interzonal de diferentes productos por caravanas;
generalmente hablando, era incapaz en términos ecológicos o culturales de
producir una alternativa (a excepción del tráfico marítimo en la costa).
Mediante el uso de rutas de caravanas fijas, las áreas remotas eran
incorporadas dentro de esferas económicas y sociales de interacción, que-
dando al alcance de las regiones costeras y serranas más densamente
pobladas. Estas últimas no vieron la emergencia de sociedades altamente
centralizadas ni de centros urbanos, pero sí la aparición de circuitos de
t r áfico que dirigían los asuntos económicos y sociales. En este sentido, las
caravanas condujeron a un creciente intercambio y producción de bienes
locales y al desarrollo de zonas periféricas. En algunas zonas, el incr~mento
en la producción de artesanías básicas o de alimentos, obedece, directamen-
te, a las exigencias para crear y, especialmente, mantener sustanciales
sistemas de redes de tráfico.
Cada circuito habría tenido sectores rr1óviles (v. gr., la caravana) e
ininóviles (v.gr., el asentamiento sedentario), pertenecientes a la misma
sociedad y complementarios entre sí, participando en actividades de pro-
ducción económica a través de todo el año. Estos circuitos específicos se
distinguían por su propio territorio y vectores de 1novimiento entre
asentamientos-ejes y zonas, red( es) de caravanas, asentamientos <<inmóvi-
les)) y especia11zación económica. El sector móvil de cada red se conectaba
con otros circuitos. Esto no implica que todos los sitios sedentarios del área
fueran asentamientos-ejes dependientes de circuitos de caravanas, ya que
es posible que algunos pueblos y aldeas participaran sólo marginalmente
en una red de tráfico de caravanas o estuvieran comprometidos en otros
tipos de organización económica. Sin embargo, la evidencia arqueológica
proveniente de una gran mayoría de los sitios estudiados a la fecha sugiere
el patrón discutido aquí.
Sin ir a los detalles, una visión de la organización geopolítica del área
a través del tiempo dista mucho de mostrar un conjunto ordenado de

157
territorios independientes, jerárquicamente organizado, fuertemente de-
marcado de otros y comprometido en relaciones interpolíticas a través de
fronteras bien trazadas. Inicialmente, el área fue probablemente ocupada
por macrobandas y microbandas que se fusionaban y fisionaban durante
diferentes tiempos del año en zonas de alta y baja productividad. Con
anterioridad al surgimiento de Tiwanaku, una vez establecida la agricul-
tura e incorporada dentro de los circuitos de las caravanas, se habrían
desarrollado Señoríos locales. Posteriormente, muchos Señoríos parecie-
ran haber estado sujetos al influjo de la sociedad Tiwanaku. Después de la
caída de esta cultura, aparecieron Señoríos similares a los de la época pre-
Tiwanaku. A excepción del período Tiwanaku, el área no revela el desarro-
llo de ningún cuerpo político centralizado. Lo que esta área sugiere, antes
y después del influjo de Tiwanaku, es la existencia de una red de circuitos
similares de cara~anas, asentamientos agrícolas y zonas desocupadas, e
intercambio y lazos políticos y económicos, encontrándose los asentamientos-
ejes de diverso tamaño y fortaleza en puntos geográficos estratégicos del
paisaje y entonces, esparciéndose lateralmente para tomar contacto con
zonas secundarias externas. Aunque las regiones externas eran probable-
mente tierras de márgenes y abiertas, entre algunas zonas las fronteras
probablemente no fueron líneas claramente definidas , sino zonas
transicionales de carácter comunal, de contacto mutuo, comunicación y
transporte, esto es, hasta el arribo de los Inkas.

D. Esquema de Desarrollo de la Movilidad Giratoria

Se reitera brevemente aquí la secuencia de desarrollo en términos de


cinco órdenes de «amplificación>> tempo-cultural. Estos siguen la práctica
paleoindia de caza exploratoria, recolección de mariscos y/o recolección de
plantas en zonas ecológicas localizadas ya sea en el altiplano, la puna, los
oasis del desierto o la línea costera del Pacífico. Aquí se ofrece tan sólo una
breve síntesis de cada etapa secuencial. Se hace referencia a sitios c]aves
o a los datos empíricos únicamente cuando es preciso dar un énfasis a
lugares y eventos específicos. Por razones de conveniencia, cada período se
discute en términos de actividad serrana y costera.

Amplificación 1: Movilidad exploratoria: Período Arcaico


(8.000-1.800 a.C.)
Actividad serrana
En términos del poblamiento arcaico del área, los grupos basados en
el altiplano y la puna ocupaban abrigos y campamentos temporales loca-
lizados en zonas estratégicas desde donde ejercían control sobre rutas
cortas en espiral, para actividades de caza y recolección. La principal fu en te
de sustento de los grupos serranos más antiguos fue la carne de camélidos,
con una menor dependencia de los alimentos vegetales y posiblemente de
pescados y mariscos de agua dulce. Durante la estación húmeda de la sierra
y la estación seca de la costa, estos grupos recorrían las rutas por donde se
desplazaban los guanacos . Descendían por los valles de los r íos hacia la

158
costa para obtener recursos marinos, sea por medio de intercambios con
grupos costeros que residían en bahías o caletas de alta productividad, sea
a través de la explotación directa de zonas desocupadas de productividad
baja o secundaria. Hacia los 5.000 a 4.000 a.C., los grupos serranos de las
diversas regiones de la puna habían comenzado a realizar, con regularidad,
trayectos estacionales de larga distancia hacia determinadas poblaciones
costeras o hacia sus propios campamentos-base temporales emplazados en
zonas secundarias de la costa. Fue durante este período en que se arraigó
un patrón de trashumancia de larga distancia entre dos o más zonas de
puna y de costa, y donde se habría producido el intercambio regular de
productos entre grupos aliados en cada zona. Entre 4.000 y 2.000 a.C., la
cría incipiente de animales y la producción de tubérculos condujo al
surgimiento de asentamientos semisedentarios y sedentarios en las tierras
altas. Con el adveninliento de la horticultura, se desarrollaron pequeñas
caravanas de camélidos tras circuitos de intercambios más permanentes
entre asentamientos-ejes aliados de las zonas serranas y costeras. Pobla-
ciones aliadas de estos asentamientos comenzaron a ocupar tierras margi-
nales de la puna, como también terrenos fértiles en el piso de los valles del
desierto, entre la puna y la costa.

Actividad costera
Hacia 8.000 a.C., los grupos costeros habían establecido una incipien-
te explotación de recursos marinos en las principales caletas y deltas, a
través de todo el año. La caza, recolección de plantas y la explotación de
canteras en el interior de los valles fluviales, eras tareas económicas
secundarias. Se estableció el intercambio de productos con los grupos de la
puna, quienes viajaban estacionalmente a la costa. El creciente intercam-
bio de los grupos costeros con los serranos y con otros grupos de la costa
localizados al norte o sur, fomentó una especialización económica en
productos locales marinos y terrestres, como también en sus derivados.
Aparecieron cultivos de semillas y raíces, muy posiblemente obtenidos
mediante intercambios con grupos serranos o posiblemente con grupos
1narítimos del norte del Perú. Se desarrolló ta1nbién una incipiente produc-
ción de plantas y del sedentarismo en los deltas de los ríos.

Amplificación 11: Movilidad transicional o inicial (1.800-900 a.C.)


Actividad serrana
Los cazadores y pastores de la sierra llegaron a ser más eficientes en
su explotación de las zonas de puna y en la obtención directa de recursos
marinos y terrestres en zonas de baja productividad de la costa. Las zonas
de alta productividad estaban todavía ocupadas por grupos costeros loca-
les. Pequeños grupos agroganaderos empezaron a ocupar en forma perma-
nente las zonas fértiles y más ricas en pastos de las tierras altas. Los grupos
serranos aumentaron el intercambio con los grupos costeros, particular-
mente de ciertos productos marinos encontrados en poca abundancia en las
zonas costeras secundarias. En la puna fértil aparecieron pequeños
asentamientos agrícolas de tiempo completo y los grupos serranos desarro-

159
liaron el tráfico de caravanas de larga distancia. Se produjo también un
creciente contacto e intercambio entre diferentes grupos altiplánicos. Es
posible que un patrón similar de intercambios y contactos ocurriera entre
grupos altiplánicos y aquéllos localizados en las laderas tropicales situadas
al este de los Andes (acceso a prácticas fumatorias y alucinógenas).
Grupos pequeños de serranos continuaron migrando hacia la costa
durante la estación húmeda de la sierra. Se produjo un incremento del
tráfico de caravanas y del intercambio de bienes entre, por una parte, los
grupos costeros que vivían en los deltas de los ríos agrícolamente más
productivos y en las grandes bahías de la costa, y, por otra parte, los grupos
serranos que arribaban al litoral.
Comenzó un tráfico de caravanas especializado entre la sierra y la
costa. Los grupos serranos intensificaron el reconocimiento y exploración
de los valles y oasis intermedios y marginales. Se establecieron rutas de
tráfico adicionales entre asentamientos del altiplano, la puna y la subpuna,
así como entre cada uno de estas zonas y la costa. Desarrollos económicos
similares empezaron a tener lugar entre las tierras altas y zonas orientales
más lejanas, en la selva, como igualmente con el norte, en los Andes
Centrales. El altiplano pasó a ser un nodo central donde se emplazaban
muchos de los asentamientos-ejes de altura o donde convergían muchas de
las rutas de tráfico de caravanas. Además de la caza, la recolección de
plantas y el pastoreo de camélidos, el cultivo de una serie de tubérculos y
granos en el altiplano llegó a ser un suplemento económico con anterioridad
a la distribución de cultivos tropicales.

Actividad costera
Los grupos costeros que ocupaban las comparativamente más produc-
tivas desembocaduras de los ríos y los oasis bajos, formaron aldeas-ejes
permanentes basadas en la especialización económica y el intercambio. El
tráfico de caravanas trajo una mayor cantidad y variedad de cultivos
serranos y tropicales. Durante la fase inicial de este período, la costa se
caracterizó por una economía tripartita, basada en recursos marinos,
productos agrícolas e intercambio. En los oasis del desierto, situados entre
la sierra y la costa, se desarrollaron asentamientos-ejes agrícolas, acortán-
dose la longitud de las rutas de caravanas que unían asentamientos
distantes.

Amplificación 111: Movilidad productiva pre-Tiwanaku (900 a .Co -


500 d.C.)

Este período se caracteriza por un notable incremento de la población


y por la proliferación de los asentamientos en la puna y a lo largo de la costa.
Hacia 900 a. C., algunas poblaciones regionales proporcionaban una varie-
dad de productos provenientes de diferentes zonas ecológicas de la puna, los
oasis del desierto y la costa, y participaban en la movilidad giratoria de las
caravanas dedicadas al intercambio especializado inicial.

160
Actividad serrana
Con la participación de más asentamientos en la puna y en otras
zonas, las rutas de caravanas crecieron en número y disminuyeron en
distancia, para ajustarse así al mayor transporte de carga que se había
producido a raíz del aumento de la población y de la incorporación de nuevos
hinterlands en los múltiples circuitos de caravanas. Se desarrollaron
también asentamientos-ejes a lo largo de puntos estratégicos de los circui-
tos de caravanas tendidos a través de las zonas serranas y costeras.
Durante la última parte de este período, los asentamientos mayores
del sur de Bolivia, norte de Chile y sur del Perú comenzaron a concentrar
su tráfico de caravanas hacia el lago Titikaka, debido a la localización
geográfica central y a la productiva economía agropecuaria de esta área.
Aumentaron también los contactos e interca1nbios con grupos del sur del
Perú,' del noroeste argentino y de la vertiente oriental de los Andes. Merced
a la expansión de las poblaciones humanas hacia áreas ecológicamente
marginales del desierto intermedio, las rutas de caravanas se acortaron, a
la vez que se estableció un mayor número de alianzas intersitios.
Actividad costera
Continuó la cohabitación entre grupos serranos y costeros en zonas de
alta productividad a lo largo de la costa.

Amplificación IV: Convergencia hacia Tiwanaku y tiempos poste-


riores (500-1.400 d.C.)
Entre 200 y 500 d.C., ya se hallaba establecido el carácter urbano del
asentamiento de Tiwanaku y la iinportancia económica y religiosa regional
de la cuenca del lago Titikaka (Ponce 1971, 1972; Browman 1981; Kolata
1985). La emergencia de Tiwanaku como un nodo conglomerado de redes de
caravanas regionales convergentes, contribuyó a la transformación de la
región sur del lago en el centro económico líder para los circuitos de
caravanas de larga distancia que servían varias regiones del Sur del Perú,
Norte de Chile, Bolivia y el Noroeste de Argentina.
Para describir, desde la perspectiva de los hinterlands occidentales y
meridionales, algunos de los principales eventos y circunstancias que
condujeron a esta convergencia en Tiwanaku, es preciso considerar breve-
mente las relaciones recíprocas entre crecimiento de. las caravanas, espe-
cialización económica y religión durante la fase inicial de este período.
Previo al surgimiento de Tiwanaku, la integración económica fue lograda,
muy probablemente, mediante el establecimiento de alianzas sociales y
económicas entre las principales regiones. Areas tales como Atacama y
Arica/Azapa, en el norte de Chile, se caracterizaban ·por numerosas y
diversas zonas ecológicas, densas poblaciones humanas y asentamientos-
ejes principales que servían circuitos de caravanas. Con precedencia a
Tiwanaku, muchos asentamientos en estas regiones se habían convertido
ya en centros de producción agrícola, de especialización artesanal y de
festividades religiosas. U na vez que Tiwanaku surgió como un asentamien-
to económico principal y empezó a atraer más tráfico de caravanas, comenzó

161
a implantar colonias en hinterlands deshabitados, así con1o a establecer
alianzas con poblaci.ones distantes, con el fin de coordinar e influir en los
asuntos económicos y religiosos regionales.
Con el crecimiento de Tiwanaku como un asentamiento-eje central,
recibiendo y distribuyendo bienes de los asentamientos-ejes de contraparte
de los hinterlands, se originó una creciente demanda para que más bienes
de prestigio relacionados a Tiwanaku, particularmente parafernalia ritual,
ingresaran al tráfico de caravanas. Browman (1981: 419) ha comentado
sobre la distribución de estos bienes en sitios regionales:

The presence of this assemblage (ritual goods) is the n1ost frequent


marr ofTiwanaku influence in the area, but the pattern of distribution
is far different from that of Tiwanaku religious artifacts· spread by
W ari conquest in Peru, where the base assemblage seems to ha be been
imperially decreed. Each separate centerin Bolivia, Chile, and Argen-
tina exhibits a unique assemblage ofTiwanaku material: each town
appears to have created an assemblage appropiate to local religious
practices by se]ecting components from itinerant Tiwanaku traders.
Who al so supplied other miscellaneous goods (véase Browman 1978).

N o es claro aún el grado en el cual la religión influida por Tiwanaku


y el intercambio sirvieron como un mecanismo integrativo en los Andes
Centro-Sur. Antes de Tiwanaku, muchos artículos rituales, tales como
tabletas para alucinógenos, piedras preciosas, esculturas y efigies de
cerámica, eran ya mercancías de intercambio favoritas. Hacia 400-500 d .C.,
aparece un estilo básico de arte en Ti.wanaku, con motivos de amplia
diversidad, que se plasma sobre éstos y otros bienes locales en sitios
seleccionados a través de toda el área. La presencia selectiva de un estilo
de arte único y la conspicua ausencia de arquitectura y planeamiento de
pueblos Tiwanaku, sugiere que su influjo no fue establecido por medio de
una fuerza religiosa y centralizada dirigida por el estado. Es más probable
que este influjo se difundiera por medio de un orden religioso previo. Este
orden, compartido por los asentamientos y previamente alimentado a
través del intercambio de bienes rituales, aparentemente encontró en
Tiwanaku a un centro religioso y comercial mediante el cual podía ser
difundido a nivel Centro-Sur. Por medio de su esfera de actividad e influjo,
Tiwanaku proporcionó acceso a nuevos y diversos productos terminados,
principalmente en la forma de ideología ritual y de una más amplia
variedad de parafernalia ritual. Alrededor de 600 d.C., las caravanas
regionales fueron atraídas y amalgamadas para formar un cirrópodo
teocrático en Tiwanaku que, eventualmente, puso a la religión en un centro
focal y consolidó el intercambio religioso y comercial, dando sustento así a
las regiones externas. A juzgar por los diversos estilos iconográficos de
Tiwanaku, encontrados enobjetos provenientes de sitios de toda el área, el
credo oficial de esta orden religiosa puede haber sido fenoteísta; esto es,
diferentes deidades guiaban la religión. Una tendencia fenoteí sta podría
haberse desarrollado cuando una deidad asumía una posición dominante
por un tiempo determinado o en una región específica.

162
Se sabe poco acerca del tipo y nivel de organización política en la región
durante este período. Se sabe todavía menos de las fricciones entre
diferentes poblaciones. En San Pedro de Atacama, la presencia de armas y
de una especial dedicación a la producción de mazas, sugieren un estado
preparatorio de actividades paramilitares. Esta evidencia podría indicar
tensiones entre territorios intermedios o marginales de desarrollo des-
igual. Por otra parte, la ausencia de fortalezas o muros defensivos en los
asentamientos-ejes, sugiere que hubo poco o ningún conflicto de carácter
intensivo y de amplia distribución.
Para entender mejor el influjo socioeconómico de Tiwanaku en el área,
revisaremos brevemente su actividad en las regiones occidental y meridio-
nal.

Las punas chilena y boliviana y la costa del Pacífico


Aproximadamente entre 500 y 1.200 d.C., el influjo de Tiwanaku
condujo a una creciente cooperación económica y alianza política entre las
áreas urbanas del Sur del Perú y las sociedades agroganaderas de la región
del lago Titicaca, y, en parte, del resto de las sierras de Bolivia y Noroeste
de Argentina. Los asentamientos urbanos agrícolas del Perú, con grandes
poblaciones y extensas redes de intercambio, atrajeron el intercambio de
las regiones meridionales, proporcionándoles productos y servicios comple-
mentarios y diversos.
-Los mecanismos del influjo de Tiwanaku en estos territorios no son
bien conocidos. Tiwanaku puede haber ejercido influjo sobre asentamientos-
ejes preexistentes para extender las rutas de caravanas hacia asentamientos
situados en tierras aisladas o marginales o enviar colonias para establecer
nuevos asentamientos en esas tierras. Por ejemplo, existe evidencia para
sugerir que una colonia altiplánica de Tiwanaku se estableció en el
preexistente sitio Alto Ramírez (y otros sitios) en el curso inferior del valle
de Azapa, norte de Chile, para explotar directamente recursos en la costa
y en las zonas desérticas del interior (v.gr., Rivera 1975; Mujica 1985). Con
todo, no hay ninguna evidencia arqueológica directa que indique que esta
colonia relacionada con Tiwanaku controlaba políticamente el valle de
Azapa. Más bien, es posible que colonias tales como Azapa y otras,
cohabitaran y establecieran relaciones económicas con las poblaciones
locales. A este respecto, los modelos de alianza de Browman y el patrón de
clientelaje de Kolata son probablemente aplicables. Al respecto, ver un
debate con explicaciones distintas y sugestivas escritas por Gray Graffan.
Sean cuales sean los mecanismos del influjo de Tiwanaku, el patrón de
convergencia interregional de redes de caravanas que se habría formado
con anterioridad a la aparición de esta cultura, evidentemente recibió su
ímpetu decisivo del incremento del tráfico ocurrido entre áreas urbanas del
Perú y caravanas de los Andes Centro-Sur. Diversos asentamientos,
localizados en el borde de la puna sur y desierto costero peruanos y las
punas del norte de Chile y Bolivia, se convirtieron e,n asientos convergentes
del poder local, cada uno de los cuales controlaba asentamientos-ejes
externos más pequeños, interconectados por circuitos de caravanas de corta
distancia, todos coordinados e influidos por Tiwa:J!aku.

163
Tiwanaku - oasis de Atacama - valles del noroeste argentino
La evidencia arqueológica sugiere que con anterioridad a su conver-
gencia con la región del lago Ti ti caca, San Pedro de Atacama operó como un
asentamiento-eje intermediario que participaba en una red de intercambio
de recursos complementarios entre las punas altas de Chile, Bolivia y
noroeste de Argentina y las zonas más bajas de desierto transicional y línea
costera. En tiempos pre-Tiwanaku, San Pedro de Atacama había logrado
un alto nivel de convergencia interregional del tráfico de caravanas y había
cumplido funciones socioeconómicas en un nivel regional que eran simila-
res a aquellas cumplidas por Tiwanaku en la región del lago Titicaca.
En algún momento entre 400 y 600 d.C., Tiwanaku empezó a atraer
a las caravanas vinculadas con San Pedro. Como un centro co!lvergente,
Tiwanaku tenía los medios organizacionales y el acceso a diversas materias
primas, procedentes de diferentes zonas ecológicas, como para proporcio-
nar un amplio rango de productos terminados a centros regionales como el
de San Pedro. Merced a su creciente rol como asentamiento-eje central,
productor especializado y proveedor de parafernalia ideo-religiosa, Tiwanaku
fue gradualmente favorecido por los principales circuitos de caravanas de
las regiones de Atacama y sus alrededores que convergían en él.
Como consecuencia de los crecientes contactos e intercambios con
Tiwanaku, San Pedro pasó a involucrarse en la producción e intercambio
de bienes artesanales complejos (v.gr., productos de madera y cobre, vasos
de oro, tabletas para alucinógenos y piedras semipreciosas). En San Pedro
se ha encontrado un gran número de tabletas y cucharas de madera que
exhibe el estilo de Tiwanaku. Estos hallazgos sugieren que ]a región 9peró
como un punto de producción y redistribución de bienes rituales y de otra
clase hacia asentamientos externos y, especial m en te como un multiplicador
del patrünonio de Tiwanaku en territorios fértiles como el noroeste argen-
tino. Se ignora aún, sin embargo, si Tiwanaku estableció colonias en San
Pedro o fue parte de una interdigitación de tradición y convivencia
multiétnica, incluyendo ambas estrategias que parece ser lo más posible.

Desaparición dellnflujo de Tiwanaku


Cerca de 1.000 a 1.200 d. C., comienza un período regional floreciente
en los Andes Centro-Sur, que se caracteriza por contactos cada vez menores
con Tiwanaku. Aquellos sitios, que previamente habían operado como
importantes centros regionales dentro de la esfera de influjo de Tiwanaku,
ahora pasaron a ser asentamientos-ejes regionales independientes. No es
que las rutas caravaneras y las relaciones socioeconómicas entre los
asentamientos-ejes de tierras intermedias y marginales cambiaran, sino
que la afiliación religioso-económica cesó de operar. Además, las comunida-
des de la región del lago Ti ti caca concentraron su tráfico de caravanas sobre
bases más regionales, aun cuando continuaron sus intercambios con las
zonas desérticas y costeras del Sur del Perú y Norte de Chile.
N o ofrecemos ninguna nueva explicación para el surgimiento y des-
aparición de Tiwanaku. El asentamiento se desarrolló parcialmente como
un resultado de fuerzas económicas convergentes de carácter local y

164
extralocal y la explicación de la «divergencia>> reside probablemente en
entender tanto la desaparición de Wari como los eventos que tuvieron lugar
en regiones escasamente comprendidas de Bolivia (Kolata 1985, 1987), sur
del Perú y la vertiente oriental tanto de los Andes Centrales como de los
Andes Centro-Sur.
Casi en las postrimerías de este período y hasta la ocupación Inka,
culminaron en el área Señoríos autónomos, de índole local y regional. Se
formaron rutas más cortas y condensadas y algunos conflictos armados
entre jefes locales son evidentes a través de la presencia de pukaras o
fortalezas. Estos últimos, debido, quizás, a la competencia económica por
el acceso a las principales rutas de caravanas y asentamientos agrícolas
claves·.
Amplificación V: La ocupación Inka (ca. 1450 - 1525 d.C.)
Al igual que Tiwanaku, el patrón incaico de urbanismo y movilidad de
pastores-caravaneros se aprovechó de los asentamientos agrícolas y redes
de caravanas preexistentes para dominar regiones claves de los Andes
Centro-Sur, sin ejercer una fuerte presión coercitiva sobre las poblaciones
locales. Aunque hay poca evidencia de un fuerte ·control Inka en el área,
estos establecieron control directo sobre las poblaciones que ocupaban los
valles situados al sur de la puna de Atacama (e.g., Norte Chico y Chile
Central), donde no existió una fuerte dependencia de (y conexión con) la red
de pa_stores-caravaneros. Al arribo de los españoles, un mosaico de peque-
ños y grandes grupos étnicos, en su mayoría organizados en sociedades del
nivel de Señorío, estaba bajo un control diferencial de los Inkas.

IX. DISCUSION Y CONCLUSIONES


Crucial para nuestra reconstrucción del desarrollo cultural de la
prehistoria de los Andes Centro-Sur es la relación histórica y demográfica
entre los sectores móviles y sedentarios de las poblaciones humanas. En los
Andes Centrales, el rumbo organizacional hacia un desarrollo sociopolítico
y económicamente más complejo se debió, en general, a relaciones jerárqui-
cas de dominación-subordinación bien demarcadas y a una red de autori-
dad más centralizada, como también a una economía agrícola mucho más
sólida. Por el contrario, el rumbo de desarrollo de los Andes Centro-Sur
muestra relaciones económicas y sociales menos centralizadas. La única, si
bien notable excepción fue la cultura Ti wanaku, que ejerció un extenso
influjo comercial y religioso en gran parte del área.
Ciertamente, otras sociedades deben haber intentado expandir su
influjo, por ejemplo, vía conquista militar o haciendo uso de su capacidad
económica, hacia territorios vecinos y así colocar los cimientos para la
organización política y económica típica de los estados centro-andinos. La
evidencia actual, sin embargo, muestra que el área nunca fue completa-
mente unificada en términos políticos, ni siquiera en tiempos de Tiwanaku.
Aparte de la escasez de tierras agrícolas, un factor clave, quizás, que

165
impidió el surgimiento de sistemas estatales centralizados en los Andes
Centro-Sur y estimuló la cohesión social y económica interregional, fue la
movilidad inherente a un modo de vida de pastores-caravaneros y las
relaciones geográficas y culturales relativamente descentralizadas de los
asentamientos agrícolas, tanto entre ellos como con los sectores móviles de
la población regional. Puesto que los asentamientos agrícolas de los Andes
Centro-Sur son relativamente pequeños y geográficamente más dispersos
en comparación con aquellos de los Andes Centrales, cualquier intento de
centralización habría incurrido, se entiende, en ciertos problemas logísticos
obvios. La integración (no la centralización) se logró en los Andes Centro-
Sur mediante la participación en giros múltiples y complementarios de
pastores-caravaneros. Fue el acceso del grupo a (y la participación en) un
sistema de intercambio y el flujo colonial armoniosos y cohesivo, que
distribuía bienes y servicios de diferentes zonas ecológicas a través del
paisaje andino, lo que vinculaba el tráfico de caravanas y le permitía
funcionar. Hasta ahora, se ha encontrado muy poca o ninguna evidencia de
fricciones bélicas en el registro arqueológico, si bien se mencionan conflictos
en la documentación etnohistórica.
Podríamos esperar que este patrón se exprese arqueológicamente por
dos o más asentamientos-ejes, que incluyan partes de un patrón de
asentamiento-subsistencia. Esperaríamos también que se exprese en nu-
merosos asentamientos que incluyan rasgos materiale~~ mezclados proce-
dentes de las tierras altas y bajas, indicativos de corresidencia y de puntos
de intercambio de bienes interregionales. Tales sitios han sido encontrados
a través del área. Es también posible que existan otros indicadores, pero
éstos no han sido todavía detectados en el registro arqueológico.
Evaluando brevemente nuestro modelo, éste es algo inconsistente con
los modelos exclusivos de verticalidad, modo altiplánico, conquista, coloni -
zación y clientelaje, pero puede ser parcialmente compatibilizado con ellos.
Hemos puntualizado que la verticalidad estuvo probablemente en opera-
ción en los Andes Centro-Sur, pero sólo en tiempos y lugares particulares,
y por sociedades específicas, tales como las colonias Tiwanaku en la costa
y oasis del Sur del Perú y del Norte de Chile. Nuestra diferencia básica con
el modelo de verticalidad es, sin embargo, que no vemos los segmentos
móviles de una población dada como habiendo sido «enviada a» o controlada
por segmentos sedentarios de un «núcleo~> de esa misma población. En los
Andes Centro-Sur vemos, más bien, la situación inversa: es decir, los
asentamientos sedentarios (o ejes) de la población eran mantenidos (y a
menudo creados) y controlados por los sectores móviles. Estos asentamientos
daban estabilidad a la economía, proporcionando fuentes extras y predecibles
de productos, de la misma manera en que, en la verticalidad, los colonos
proveían a los núcleos.
Por otra parte, comparando los modelos de Browman y Kolata con el
nuestro, advertimos que cada uno de nosotros visualiza a los Andes Centro-
Sur a partir de diferentes cuerpos de datos y variables. Browman y Kolata
lo hacen desde la perspectiva del área sur del lago Ti ti caca, específicamente
desde la perspectiva del sitio de Tiwanaku, donde los datos son más
abundantes. Ambos poseen menos control de los datos de las áreas más

166
remotas (outer-hinterlands) que hay al sur. Particularmente, Browman
interpreta el área primariamente sobre la base de un modelo religioso-
comercial, concentrándose en el tráfico de caravanas y el pastoreo, mien-
tras que Kolata se concentra en la agricultura, el intercambio y la adhesión
política y económica. Nuestro modelo, por otra parte, descansa, principal-
mente, en patrones demográficos y de asentamientos concernientes a las
relaciones entre los circuitos de tráfico de caravanas y los asentamientos
agrícolas. Una diferencia importante es que nuestro modelo es histórico y
visualiza los desarrollos desde una base geográfica y cultural más amplia,
en tanto que el de Browman y, especialmente, el de Kolata, se orientan
menos a lo histórico y son más específicos al altiplano.
Con todo, no pretendemos abordar todos los aspectos de los patrones
demográficos. Por ejemplo, no hemos considerado con profundidad los
posibles resultados de la densidad de los asentamientos en algunos de los
territorios en cuestión en ciertos períodos. Más bien, nos hemos interesado,
principalmente, en un fenómeno que sí existió: la expansión geográfica y el
desarrollo de caravanas y de asentamientos-ejes a través de las diversas
zonas ecológicas. Aún así y como es obvio, debe considerarse la posibilidad
de retrocesos temporales, cuando el número de caravanas y las distancias
cubiertas por éstas disminuían por una u otra razón. Visualizamos también
el desarrollo de la agricultura y de las aldeas como un estímulo para el
mejoramiento de las actividades de subsistencia y, en realidad, del inter-
cambio, proporcionando puntos de carga y descarga proveyendo productos
alimenticios como artículos de intercambio. Con todo, no sería correcto
considerar que el desarrollo agrícola interno es el único estímulo para la
expansión de las caravanas, pues es muy posible que los contactos de
intercan1bio con culturas regionales del Perú y otras áreas fueran también
importantes. N o obstante, cualquiera sea su importancia en las secuencias
de desarrollo más tardías, especialmente después del surgimiento de
asentamientos-ejes como el de San Pedro de Ata cama, difícilmente habrían
sido relevantes en la etapa inicial de la secuencia formativa de los pastores-
caravaneros. Esto es, cuando el momento para el crecimiento era el
producto de la lucha de los grupos por la autosuficiencia, explotando
diversas y distantes zonas ecológicas.
Concluyendo, no visualizamos el proceso que operó en los Andes
Centro-Sur durante estos casi 10 milenios en términos de modelos agríco-
las-urbanos. Lo visualizamos, más bien, en términos de una larga, estable
y medible relación con los camélidos y un modo de vida combinado, de
carácter móvil-sedentario.
Creernos que los cambios implicados en la formación de una sociedad
pastora-caravanera se debieron, esencialmente, a modificaciones y adicio-
nes a patrones socioeconórnicos previos de forrajeros avanzados, desarro-
llados durante los · períodos Arcaicos. Ciertamente, concordamos con
Browman (1973; 1974: 188) en que un <<distinctive trait of llama alpaca
pastoralism is that it is integrated into and generally maintains the
structure of the hunting and gathering ecosystems into which it is
introduced>>. Pero nosotros insistiríamos también en los factores externos
(como lo hace Browman) -en nuestro caso, la modificación del medio

167
ambiente por fuerzas extraculturales-, factores que pueden haber permiti-
do que surgiera esta situación inicial. N o estarnos en condiciones de sugerir
qué cambios ambientales importantes hayan desencadenado el proceso de
desarrollo de una sociedad pastora -caravanera; en la actualidad no hay
evidencia alguna que apoye tal sugerencia. En todo caso, puesto que
estarnos argumentando que el ordenamiento demográfico de carnélidos,
caravanas y poblaciones agrícolas es un aspecto importante de la adapta-
ción humana y del desarrollo socioeconómico, los cambios ambientales que
pudieran haber afectado, por ejemplo, la distribución y disponibilidad de
agua y forraje, deben ser dejados abiertos a consideración en el futuro .
Recientes investigaciones del primer autor y Martín Grosjean han propues-
to para la Puna de Atacama, fluctuaciones climáticas (stress de aridez) que
se vinculan estrechamente con cambios adaptativos y productivos.

EPILOGO
Debemos reiterar que el modelo presentado corresponde rigurosa-
mente a un esfuerzo tentativo tendiente a explicar las diversas categorías
de movilidad en los Andes Centro -Sur, enfatizando la movilidad giratoria
entre las comunidades productoras de alimentos. Sin embargo, estas
proposiciones son meramente esquemáticas y requieren de modificaciones
y ajustes. Además, no hemos logrado detallar situaciones de religión,
tecnología y presión de poblaciones, que podrían representar indicadores
dependientes del proceso de tráfico. Por otra parte, no hemos discutido las
relaciones entre los cambios de la organización social y estructura política
y sus transformaciones críticas, las cuales debieron acompañarse de diver-
sas categorías de complejidad de las redes de movimiento ganadero-
caravanero. Sin duda que el aspecto ideológico y aún varios datos sobre
cultura material (p. ej., líticos y cerámicos) no han sido bien considerados
por las razones propias de este ensayo. Algunos cambios estilísticos dentro
de estos materiales, como también en términos de arquitectura y textiles
por ejemplo, fueron eslabonados a raíz de la fuerte propagación interregional
que hemos esbozado hasta aquí. No sabemos qué modificaciones fueron
realmente primarias o secundarias y aún periféricas, dentro del contexto de
falta de información.
Así, los arqueólogos pueden tocar estos aspectos de utilidad en
términos de interpretaciones destinadas a ayudar la comprensión de
fenómenos anómalos que perturban expectativas aparentemente correc-
tas. Solamente hemos dado ciertas referencias a la reversión desde asen -
tamientos-ejes mayores a menores en determinadas regiones y en ciertos
niveles temporales, lo cual puede ser reflejado en asentamientos-tipos,
patrones y rutas caravánicas registradas arqueológicamente a lo largo de
asentamientos supuestamente integrados a determinadas rutas. La estre-
cha cortexión entre productos especializados y la expansión del tráfico en
nuevas áreas, o la expansión de caravaneros hacia tierras útiles para
fortalecer su medio de vida dinámico, son indicadores de un grueso de
preguntas asimilables a nuevas investigaciones .

168
Desde un punto de vista cultural no se podría exagerar ]a importancia
de la movilidad ganadera-caravanera, en términos de que el total del
universo de continuidad y cambio cultural se deriva del tráfico andino. El
tráfico sólo es a su vez un segmento de los diversos sistemas culturales y
económicos andinos y una forma de evitar una deformación de nuestras
propuestas, es precisamente la certeza de que el total de las actividades
andinas son resultantes de la combinación de diversos procesos, no necesa-
rianlente vinculados exclusivamente con el modelo que nos preocupa. Sin
en1bargo, estamos preparados para argumentar que, por supuesto, mien-
tras la agricultura, sedentarismo y pastoralismo-caravanero se han refor-
zado Inutuainente, lo último es una variable más independiente que el
sedentarismo, y puede ocurrir en ausencia de asentamientos-ejes, esto es
corno un desarrollo a niveles locales.
Las conexiones socioculturales entre aldeas fijas agrarias y las rutas
de carácter interregional adquieren una revaloración en este ensayo, y por
aquí hay un enorme campo poco investigado en términos de definir mayor
o menor complejidad cultural entre las tierras altas y las áreas periféricas
de ecologías diferenciadas.
También desearíamos ampliar en el futuro, la hipótesis que admite el
desarrollo del modo de vida agrario aldeano, en torno a las tierras altas de
los Andes Centro-Sur. como un efecto inicial del traslado caravánico de
gentes, tecnología y cultígenos desde ambientes distantes. Parece que
después de la estabilización aldeana, estos focos responden favorablemente
al mantenimiento de los movimientos giratorios, proporcionando los valo-
res que la caravana aspira a controlar.
Tampoco hemos atendido las relaciones entre el tráfico de caravanas
y el desarrollo consecuente de ciertas formas de especialización económica,
que puede ejemplificarse a través del incremento de recuas, mayor control
de grandes espacios, y diversidad de recursos. De esta manera el éxito de
la agricultura es equivalente al mejor manejo de la red de tráfico
interregional. Diversas culturas y desarrollos regionales de los Andes del
Centro-Sur contactaron su potencial productivo, cultural y étnico a través
de los patrones de convivencia de colonias, transacciones en ferias fijas de
aldeas y móviles de las tierras altas. Pero deberemos definir mejor el rol del
tráfico interregional como parte de la acción Formativa del traslado de
grupos ganaderos-caravaneros iniciales, cuando la sociedad aún no se
estratificaba intensamente. El temprano desarrollo que crea el tráfico con
las tierras altas ayudan a rupturar los modelos aldeanos autárquicos,
estimulando el paso hacia la economía de excedentes, como una forma
andina capaz de incorporar gentes a un paisaje variado pero comprendido
como un todo social y productivo. Visto así el problema, el tráfico debe
aceptarse como un elemento dinámico que apoya la emergencia de Seño-
ríos, entre otros elementos también decisivos, con culturas regionales que
difieren entre sí. En verdad, el tráfico en los Andes del Centro-Sur, no actúa
como un «Catalizador cultural» ni menos de homogeneidad a las áreas
in terca ladas en la red de interacción. Deberemos además conocer mejor
cuáles son las conveniencias reales del desarrollo ganadero-caravanero y el
tráfico en los Andes Centro-Sur, puesto que hay varios «eslabones» no

169
l

identificados o imperfectamente reconocidos en tiempo, espacio, y patrón


de tráfico.
Tomando en cuenta el «total» de nuestras evidencias, el modelo
propuesto tiende a explicar de manera imperfecta, una forma andina de
interacción, diferente a las conclusiones comunes derivadas de los métodos
clásicos de la arqueología andina, en términos de migración, estímulos
difusivos, presiones culturales externas, contactos e influjos ambiguos.
Dentro de este contexto de relaciones e interacciones socioculturales, el
conocimiento de las variables de los remanentes arqueológicos del tráfico,
surge como un medio de trascendental importancia para lograr una
reconstrucción y explicación no estática de ]a sociedad andina central y
Centro-Sur, a través del afinanliento gradual de la combinación de secuen-
cias y patrones de tráfico.
Para ayudar a tales propósitos deberemos de incrementar la investi-
gación en dos líneas sustanciales. La primera guarda relación con la
posibilidad cierta de detectar diversas clases de conexiones socioeconómicas
entre caravanas y asentamientos-ejes. En este ensayo hemos tocado algu-
nas evidencias experimentalmente como las huellas de las rutas ,
asentamientos con rasgos comunes de diferente frecuencia en tiempo
similar, incorporación de rasgos ecológicamente foráneos, etc. Aunque más
de algunas de estas evidencias pueden considerarse superfluas y posible-
mente ilusorias en relación a la importancia que le asignamos a ]a
movilidad andina, es un hecho que ]as futuras indagaciones en productos
de camélidos y derivados, mineralogía de arcillas, textilería, harinas, etc.
y aún dataciones en las mismas rutas, nos podrán acercar hacia una
particular metodología para definir la presencia y potencialidad del tráfico
andino. En este sentido somos optimistas y vemos que la relación caravana-
asentamiento-eje, en diversos espacios y tiempo, será bien documentada y
múltiples aportes vendrán precisamente de las actuales investigaciones en
curso, desde los Andes Centro-Sur.
Una segunda línea de investigación es reexaminar las colecciones
arqueológicas de los Andes Centrales y Centro-Sur, con énfasis en las
subáreas periféricas, con el objeto de situar estadios de desarrollo y áreas
más afectadas por la acción de diversas clases de tráfico, hacia donde se
puedan colocar proyectos con excavaciones orientadas a esclarecer hipóte-
sis específicas. Por ejemplo, entre ]os Andes Centrales y Centro-Sur, existe
una zona intermedia o transicional en donde se diluye la centralización
urbana y se difunde más la movilidad caravánica. Si bien es poco cuanto
sabemos de estos espacios críticos en los Andes, tampoco estamos seguros
del rol social y productivo de cada región particular y las modificaciones
consecuentes de nuestro modelo en diferentes subáreas ecológicas y cultu-
rales. En este sentido los trabajos futuros deberían clarificar mejor si
nuestras proposiciones son viables y encierran una regulación cultural
relativamente independiente de rasgos particulares en tiempo, espacio, y
contexto cultural. De este modo, si estas propuestas proceden de la identi-
ficación de un proceso socio-cultural-económico que se genera a través de
diversas amplificaciones, hasta configurar diversos patrones de t r áfico ,
estos estadios eslabonados deberían situarse a través de excavaciones

170
orientadas en trayectoria de investigación, tendiente a registrar el total
posible de variaciones del rango de movilidad andina.
El desarrollo agroganadero de los Andes del Centro-Sur y su esfera de
interacción tanto hacia el Pacífico como hacia las selvas orientales, implica
una forma particular de progreso social, diferente a los Andes Centrales de
plenitud urbanística y de mayor complejidad político-cultural. Este ensayo
ha demostrado sólo a través del tráfico un aspecto concreto de esta
particularidad dentro de un universo mayor de distinciones que debe ser
evaluado a la luz de nuevas indagaciones.

171
La caravana forrajeando junto a las sendas en !llalla.

El llamo macho carguero en el altiplano tarapaqueño


(lsluga, 1984).

172
BIBLIOGRAFIA

ADAMS, R. McC. «Early Civilizations, subsistence, and


1960 environment». En City lnvincible, a
Simposium or Urbanization and Cultural
development in the Ancient Near East. C. H.
Kraeling y· R.M. Adams, eds., pp. 269-295.
Chicago. (U.S.A.)
1962 «Agricul ture and Urban life in early
southwestern lran». Science. 136
(3511), pp. 109-122. (U.S.A.)
. 1966 «The Evolution of Urban Society: Early
Mesopotamia and Pre-Hispanic Mexico».
Aldine Publishing Co. Chicago. (U.S.A.)

AMPUERO, G. - RIVERA, M. «Secuencia arqueológica del alero rocoso de


1971 San Pedro Viejo-Pichasca». Bol. Museo Ar-
queológico de La Serena. Nº 14, pp. 14-45.
La Serena (Chile).

BAKER, P. «Human adaptation to high altitude».


1969 Science. Vol. 163 (3872), pp. 1149-1156.
(U.S.A.)

BIBAR, G. de «Crónica y relación ... » Fondo Histórico J. T.


1966 (1558) Medina. Santiago (Chile).

BILLINGHURST, G. «La irrigación en Tarapacá». Copia Ineca-


1893 nografiada Biblioteca CORFOde !quique
(Chile).

BINFORD, L. «Post- Pleistocene Adaptations». En New


1968 perspectives in archaeology. S. R. Binford
y L. R. Binford, eds., pp. 313-344. Aldine
Publishing Co., Chicago. (U.S.A.)

BIRD,J. <<Pre-cei~amic
art from Huaca Prieta, Chicama
1963 Valley». Ñawpa Pacha LA. S. vol. 1, pp. 29-34,
Berkeley. (U.S.A.)
1943 <<Excava tion in northern Chile».
Anthropological Papers of the A.M.N.H.
New York (U.S.A.)
1946 «The cultural Sequence of the N orth Chilean
Coast». Handbook of South A~nerican
lndians. Vol. 2, Washington (U.S.A.)

BOMAN,E. «Antiquités de la region andine de la


1908 Republique Argentine et du désert
d'Atacama». Vol. 2, Par~a (Francia)

173
BOWMAN, l. <<Desert trails of Atacama)). Special publica-
1942 tions Nº 5, A.G.S., New York (U.S.A.)

BRAIDWOOD, R.J. «Prehistoric Men». 7ma ed. Glenview lll.


1967 Scott, Foresman and Co. (U.S.A.)

BROWMAN, D.L. «Early Peruvian Peasants: the culture history


1970 of a central Highland Valley>>. Doctoral
dissertation. Harvard Univ. (U.S.A.)
1973 «Pastoral models . among the Huanca of Peru
prior to the Spanish Conquest». Relaciones
Antrop. 1, pp. 40-44.
1974a «Pastoral Nomadism in the Andes>>. Current
anthrop. vol. 15, pp. 188-196 (U.S.A.)
1974b «Trade pattern in the central Highland ofPeru
in the First Millennium B.C.» World Arch.
vol. 6
1975 «Trade Patterns in the Central Highlands of
Peru in the First Millenium B.C.» World
Archaeology, vol. 6, vol. 3, pp. 322-329. (lng.)

1976 «Demografic correlations ofthe W ari Conquest


of Junin». American Antiquity, vol., 41, Nº
1, pp. 465-477. (U.S.A.)
1977 «Tiwanaku expansion andAltiplano Economic
Patterns». Ponencia presentada en el Vll
Congreso de Arqueología de Chile. Talca.
(Chile)
n.d. The «Altiplano» Model ofEconomic lntegration
and Pre-Historic Tiwanaku». Ponencia leida
en el 76th Reunión de la American
Anthropological Association. Houston.
(U.S.A.)

BURGER, R.L. - ASARO, F. «Übsidian distribution and provenience in the


1978 central highlands and coast ofPeru during the
preceramic period». Contributions of the
U.C.A.R.F. Nº 36, pp. 61-83. (U.S.A.)

CAPDEVILLE, A. «Un cementerio Chincha-Atacameño en Punta


1923 Grande, Taltal». Bol. Acad. Nac. de la His-
toria, vol. 18, pp. 1-16 (~hile).

CASAVERDE, J.R. «El trueque en la economía pastoril». En Pas-


1977 tores de Puna. J. Flores O.(compilador) Ins-
tituto de Estudios Peruanos, pp. 171-192. Lima,
Perú.

CASTRO, V. - BERENGER, J.R., «Tpconce: perspectiva y limitaciones de una ex-


ALDUNATE, G. - GOMEZ, C. - periencia antropológica». Congr. Nac. Arq.
GODOY, S. (MS) Resumen de ponencias, ':falca (Chile). 1977.

174
1

CARDICH,A. «Lauricocha, fundamentos para una prehisto-


1964 ria de los Andes Centrales». C.A.E.P. Stud.
Prae-hist. 111, Buenos Aires (Argentina).

CIGLIANO, E.M. - RAFFINO, R.A. «Nuevos aportes para el conocin1iento de las


CALANDRA, H.A. entidades alfareras n1ás ten1pranas del N oro-
1972 este Argentino». R.SAA.T. - VI (N.S.) pp.
225-236, Buenos Aires (Argentina).

CHILDE,G. ~·Man makes himself>~. Watts and Co. Lon-


1936 dres (Inglaterra).
1950 ~·The Urban Revolution». Town Planning
Review, vol. 21, pp. 3-17 (Inglaterra).
1951 <•Social evolution». W atts and Co. Londres
(Inglaterra)
CUSTRED,G. «Las punas de los Andes Centrales». En Pasto-
1977 res de Puna. J. Flores O. (compilador). Insti-
tuto de Estudios Peruanos, pp. 55-86. Lima,
Perú.

DAUELSBERG, P. «La cerámica de Arica y su situación cronoló-


1961 gica». E.A.T. de Arica (Chile).
1960 «Algunos problemas sobrelacerámicadeA.rica>>.
Museo Regional Arica. Bol. Nº 5 (Chile).
1972 «Arqueología del Departamento de Arica».
Apartado Ene. de Arica. pp. 161-178 (Chile).

DENIS, P. «Países andinos>>. En Geo. Univ. T. XXI, Bar-


1948 celona (España).

DIEZ DE SAN MIGUEL, G. ~·Visitahecha a la provincia de Chucuito» ...


1964 (1567) Doc. Reg. para la Et. y etnohist. andinas
NQ l. C. de la C. Lima (Perú).

DILLEHAY, T. «Competition andcooperation in a pre-hispanic


1976 multinethnic system in the central andes». Ph.
D. Thesis, University ofTexas-Austin (U.S.A.)
1977a «Un estudio de aln1.acenanüento, redistribución
y dualismo socio-político prehispánico en la
Chaupiyunga del Valle del Chillón». Cuader-
nos, vol. 24-25, pp. 25-38, Lima (Perú).
1977b «Tawantinsuyu integrations of the Chillón
Valley, Perú: A case of inca geo-political
n1astery». Journal of Field Archaeology,
vol. 4, Nº 4, pp. 398-405, Boston (U.S.A.)
n.d. «lnter-ethnic strateging and autonomy: A
break-acuny population in the centralized
ranke of Andean Society>>. MS.
n.d.b. «Llama lama: Prehispanic e\:!onomic link
between the coast and sierra>>. MS.

175
DOUGHERTY, B. «Análisis de la variación medio an1biental en la
1976 subregión arqueológica de San Francisco (re-
gión de las selvas occidentales-subárea, el No-
roeste Argentino). Rev. Etnia. (Argentina).

DRUCKER,P. «Rank, Wealth, andKinshipin Northwestcoast


1939 society». Atnerican Anthropologist, vol. 41,
pp. 55-65 (U.S.A.)

ENGEL, F. «Sites et établissen1ents sans céramique de la


1957 cote peruvienne».Jour. de la Soc. desAmer.
(N.S.) T. XLVI, pp. 67-155, París (Francia).

1964 «El precerámico sin algodón en la costa del Pe-


rú». Actas y memorias. 35th International
Congress of Americanistes, vol. 3, pp. 141-152
(México).
1966 <<Paracas, cien siglos de cultura perua-
na>). Libr. Edit. J.M.B. Lin1a (Perú).

ERIKSEN, M.F. «Restos óseos encontrados en el cen1enterio de


1963 la Hacienda Camarones» en Niemeyer 1963.

ESTRADA, E. «Las Culturas Pre-Clásicas, Formativas, o Ar-


1958 caicas del Ecuador». Publicación del Museo
Víctor Emilio Estrada. Nº 5, Guayaquil
(Ecuador).

EVANS, C., Jr. y B. J. MEGGERS «Valdivia-An Early Forn1ative Culture on the


1958 Coast ofEcuador». Archaeology, vol. 11, pp.
175-82. New York (U.S.A.)

FERNANDEZ, J. «Contribución a la arqueologia de Calahoyo,


MS (in. lit.) Sur Chichas, Bolivia». VII Congr.Arq. Chile-
naRes.deCon1unicaciones, Talca(Chile), 1977.

FLORES OCHOA, J.A. «Los pastores de Paratia: una introducción en


1968 su estudio». Inst. Ind. Inter. Antrop. Soc. Nº
10. México.
1970 «Notas sobre rebaños en la visita de Gutiérrez
Flores». Hist. y Cult. M.H.N. pp. 67-70, Lima
(Perú).
1977 «Pastoreo, tejido e intercambio>>. En Pastores
de Puna. Instituto de Estudios Peruanos.
J. Flores O. (compilador), pp. 131-154, Lima
(Perú).

FOCACCI, G. «Descripción de un cementerio inca en el valle


1961 de Azapa>>. Ene .. Arq. Inter. Arica (Chile).

FONSECA,C. <<La comunidad de Cauri y la quebrada de


1966 Chaupiwaranga». Cuad. de Inv. Univ. Nac.

176
1

HIDALGO, J. «Las culturas protohistóricas del Norte de Chi-


1971 le)) Tésis de Grado Depto. de Hist. y Geo.
Univ. de Chile (Chile).

HORKHEIMER, H. (<Alimentación y obtención de alimentos


1973- 1960 en el Perú pre-hispánico~). Universidad N a-
cional de San Marcos. Lima, (Perú).

IZUMI, S. - TOSHIHIKO, S. ((Andes 2: Excavations at Kotosh, Peru. Ko-


1963 dok. Pub. Co. Tokyo (Japón).

KAUFFMANN DOIG, F. ((Arqueología Peruana)). Editorial Inca.


1971 (Perú).

KOSOK, P. «The role ofirrigation in ancient Peru)). Proc.


1940 of the VIII Anleric. Scient. Congress, vol. 2
pp. 169-178 (U.S.A.)
1965 ((Life, land and water in Ancient Peru)).
New York (U.S.A.)

KRAPOVICKAS, P. «Sub área de la Puna Argentina)). XXXVII Con-


1968 gres. Inter. Amer. vol. 11, pp. 235-271, Buenos
Aires. (Argentina).
1958-9 <<Arqueología de la Puna Argentina>>. Anales
de Arq. y Etn. Univ. Nac. Cuyo, T. XIV-XV,
Mendoza (Argentina).

LANNING, E.P. «A pre-agricultural occupation on the central


1963 coast of Peru)). Anler. Antiq. Nº 28, pp. 360-
371 (U.S.A.)
1967 <<Perú before the incas)). Englewood Cliffs,
N .J. Prentice-Hall (U.S.A.)

LAVALLEE, D., M. JULIEN, F. «Mission Archaeologique Francaise á Junin,


ROBATEL y A. ROBLIN Rapport Annueh, Inst. Francais d'Etudes
. 1975 Andines, Lima. (Perú)

LATHRAP, D. <~The cultural sequen ce at Yarinacocha, Eastern


1958 Peru>>. American Antiquity. 23, pp. 379-388
(U.S.A.)
1962 <<Yarinacocha: Stratigraphic excavations in the
Peruvian Montaña». Ph. D. dissertation.
Harvard University (U.S.A.)
1965 «Ürigins of Andean civilization: N ew evidence».
Review of lzumi and Sono. Andes 2:
Excavations at Kotosh, Peru. 1960. Tokyo
(1963). En Science 148, pp. 796-8 (U.S.A.)

LATHRAP,D. <<The Upper Anlazon)). Thames and Hudson.


1970 London. (Inglaterra).

178
1

1971a «The tropical forest and the cultural context of


Chavin». En Dumbarton Oaks Conference
on Chavin. E. Benson. ed. pp. 73-100.
Dumbarton Oaks Research Library and
Collection. (Washington D.C.)
1971b «Complex iconographic features shared by
olmec and Chavin and sorne speculation on
their possible significan ce. Ponencia presen-
tada en el Primer Simposio de Correla-
ciones Antropológicas, Andino- Meso-
americano, 25-31 julio, Salinas (Ecuador).
1973 «The Antiquity and importance oflong-distance
trade relationships in the moist tropics ofpre-
Columbian South America». World
Archaeology, 5, pp. 170-186 (Inglaterra).
1974 «The moist tropics, the arid lands, and the
appearance ofgreat artstyles in the newworld».
En Art and Environment in Native
Alnerica. I.R. Taylor y M.E. King. eds., Texas
Technological University Press. (U.S.A.)

LATCHAM,R. <<Arqueología de la región atacan1eña>•.


1938 Prensas de la Univ. de Chile, Santiago (Chile).

LE PAIGE, G. «Los cementerios de la época agroalfarera en


1964 San Pedro de Atacama». Anales U. del Norte
Nº 3, pp. 53-91, Antofagasta (Chile).
1972-3 (/fres cementerios indígenas en San Pedro de
Atacama y Toconao». VI Congr. Arq. Ch. Bd.
Preh. Depto. Antro p. U. Chile, num. esp. pp.
163-187, Santiago. (Chile)

LOZANO MACHUCA, J. «Una carta del Factor de Potosí». Bol. Nº 2-3,


1973 (1581) CEDOC, U. Norte, Antofagasta (Chile).

LUMBRERAS, L.G. «Espacio y cultura en los Andes». Rev. Museo


1960a Nac. vol. XXI, pp. 177-200, Lima (Perú).
1960b ((La cultura de Wari, Ayacucho». Etnol. y Arq.
Univ. Mayo. S. Marcos, vol. 1, pp. 130-226,
Lima (Perú).
1969 <<De los pueblos, las culturas y las artes del
antiguo Perú)). Monc.- Campad. Editores,
Lima (Perú).
1974 (<Los reinos post-ti wanaku en el área
altiplánica». I.N.C. Rev. Mus. Nac. T. XL, pp.
55-86, Lima (Perú).

LYNCH, T. (<Preceramic transhumanic in the callejon de


1971 Huaylas, Perú>,. Alner. Antiq., vol. 36, pp.
139-148 (U.S.A.)

179
1

MS (in. lit.) «El tambo de Catarpe». MS. en est. Atac.


M.A.S.P.A. Universidad del Norte (Chile)

LYNCH, T ... KENNEDY, K.A.R. «Early human cultural and skeletal remains
1970 from Guitarrero cave, Northern Peru».
Science. vol. 169, pp. 1307-1310. (U.S.A.)

MAC NEISH, R.S. «Firs annual report of the Ayacucho Archaeo-


1969 logy-botanical Proyect». Phil.Acad.Andover
Mass. R.S.P. Found for Arch. Part. 11 (U.S.A.)

MAC NEISH, R.S.- NELKEN-TERNER, «SecondAnnual Report ofthe Ayacucho


A. - COOK, A.G. Archaeological-Botanical Proyect. R.S.P. Fo-
1970 und for arch. Andover (U.S.A.)

MAC NEISH, R.S.- PATTERSON, T.C. ~<The central Peruvian Prehistoric


BROWMAN, D.L. Interaction Sphere>~. Phil Acad. Andover
1975 (U .S.A.)

MADRAZO, G.B. «Investigaciones arqueológicas en el Durazno,


1966 Depto. de Tilcara, Pcia. de Jujuy». Etnia Nº 3,
Olavarría (Argentina).

MADRAZO, G.B.- OTONELLO de «Tipos de instalación prehispánica en la región


G., R.M. delaPunaysuborde».Monog.Nº l,M.E.M.D.
1966 Arce Olavarría (Argentina).

MARTINEZ, G. «El sistema de los Uywüis en Isluga». Hoine-


1976 naje Dr. G. Le Paige, Univ. Norte, pp .. 255-
327, Antofagasta. (Chile).

MATOS M., R. «El período formativo en el valle de Mantaro:.


1970 Rev. Cien. Soc .. Univ. Nac. Cen. Huancayo
(Perú).

MAYER, ·E . «El trueque y los mercados en el impelio incaico»


1974 en <<Los cain pesinos y elinercado» de Mayer
E. - Mintz S. - Skiner G.W. Depto. Cien. Soc.
Pont. U. Católica del Perú, pp. 13-50, Lima
(Perú).

MEIGHAN, C. «Excavations at Guatacondo, Chile, 1969. A


1970 preliminary report on the Field Activities of
N .S.F. Univ. ofCalif., Los Angeles (Iniineogr.)
(U.S.A.)

MENZEL, D. «Problemas en el Estudio del Horizonte Medio


1958 de la Arqueología Peruana». Revista del
Museo Regional de lea, vol. 9 (lO), pp. 24-57.
(Perú).

1964 «Style and fine in the Middle Horizon». Nawpa


Pacha, Nº 4, pp. 77- 144. lnstitute of Andean
Studies. Berkeley. (U.S.A.)

180
1968 «N ew data on the Huari E m pire in Middle
Horizon 2A». Nawpa Pacha 6, pp. 47-114.
Berkeley (U.S.A.)

MISHKIN, B. «The contem porany Quechua». En Handbook


1946 of South Alnerican lndians, vol. 2. The
Andean Civilizations. J.H. Steward, ed. Bureau
of American Ethnology Bulletin 143, pp. 411-
470 (U.S.A.)

MONJE M., C. «Man, climate, and changes of Altitude. In


1968 Man inAdaptación: the biosocial background».
Yehudi Cohen, ed., pp. 176-185. Aldine
Publishing Co., Chicago. (U .S.A.)

MORRIS, C. «Storage in Tawantinsuyu, Ph. D. disserta-


1967 tion, University of Chicago. (U.S.A.)
1972 «State settlements in Tawantinsuyu: Ae
strategy of compulsory urbanism». Con-
temporary Archaeology: A guide to theory
and contributions. Mar k P. Leone, e d., pp. 393-
401. Southern lllinois University Press. (U.S.A.)

MOSELEY,M. «Subsistence and demography: An example of


1972 interaction from prehistoric Peru».
Southwestern Journal of Anthropology.
vol. 28, pp. 25-49 (U.S.A.)
1974 «Ürganizational pre-adaptation to irrigation:
the evolution of early water-management
systems in coastal Peru». lrrigations i:m.pact
on society T.E. Downing y M. Gibson, eds.
Anthropological Papers of the University of
Arizona. Nº 25. Tucson (U.S.A.)

1975 a ((The Marithne Foundations of Andean


civilization>>. Cummings Publishing Co.
Menlo Par k, California (U .S.A.)
1975b «Chan Chan: Andean alternative of the pre-
industrial city>>. Science 187, pp. 219-225
(U.S.A.)

MUELLE, J. «Las Pinturas de Toquepala», en 100 de Ar-


1970 queologíaenelPerú.R. Ravines, ed. Institute
de Estudios Peruanos, pp. 151-154. Lima
(Perú).

MUJICA,E. «Nuevas hipótesis sobre el desarrollo tempra


MS. (in. lit) no del altiplano del Titicaca y de sus
áreas de interacción>>. 111 Congreso Hombre
y Cultura. Andina (in.lit.), Lima (Perú). 1977.

181

MUNIZAGA, C. «Tipos cerámicos del sitio Cayo en la región de
1963 San Pedro de Atacama». Congr. Inter. de
Arq. S.P. de Atac. Anales U. Norte Nº 2,
Antofagasta (Chile).

MUÑOZ, l. «Nuevos antecedentes para la fase Alto Ramí-


1977 rez, Arica». VII Congr. Arq. Ch. Resúme-
nes, Talca (Chile)

MURRA,J. «Rite andcropin the lncastate». en Culture in


1960 History. S. Diamond, ed., pp. 393-407. New
York (U.S.A.)
1962 «An Archaeological 'Restudy' of an Andean
Ethnological Account>>. American Antiquity
28, pp. 1-4 (U.S.A.)
1964 «Una apreciación etnológica de la visita. En
visita hecha a la Provincia de Chucuito
por Garci Diez de San Miguel en el Año
1957", pp. 421-444. Ediciones de la Casa de
Cultura del Perú. Lima (Perú).

«Herds and herders in the Inca State». En


1965 Man, Culture and Animals, American
Association for the Advacement ofScience, pp.
185-216. Washington, D.C. (U.S.A.)
1970 «Current research and prospects in Andean
Ethnohistory». Latin American Research
Review, vol. V, i. pp. 3-36 (U.S.A.)
1972 ((El 'Control Vertical' de un máximo de Pisos
Ecológicos en la Econon1ía de las Sociedades
Andinas». En visita de la Provincia de León
de Huanuco (1567), lñigo Ortiz de Zúñiga, 11,
pp. 429-476, Universidad Hermilio Valdizan,
Huanuco (Perú).

NIEMEYER, H. «Excavación de un cementelio incaico en la


1963 Hacienda de Camarones (Prov. de Tarapacá)»,
Rev. Univ. afio XLVIII, Santiago (Chile).

NIEMEYER, H.- SCHIAPPACASE, V. «Padrones de poblan1iento en la quebrada


SOLIMANO, l. de Camarones». VI Congr. Arq. Ch. Bol. de
1972-3 Preh. Depto. Antrp. U. de Chile, Nº especial,
Santiago (Chile)

NIEMEYER, H.- SCHIAPPACASE, V. «Investigaciones arqueológicas en las te-


1963 !Tazas de Canonoxa, valle de Can1arones (Prov.
de Tarapacá)», Rev. Univ. vol. 48, pp. 101-166.
Santiago (Chile).

NUÑEZ, L. «Contactos culturales prehispánicos entre la


1962 costa y la subcordillera andina)). Bol. U. de
Chile, Nº 31, pp. 42-4 7 Santiago (Chile).

182
1965 «Desarrollo cultural prehispánico del Norte de
Chile». Rev. Est. Arq. Nº 1, U. de Chile
Antofagasta (Chile).

1968 «Subárea Loa-costa chilena desde Copiapó a


Pisagua». XXXVII Congr. lnter. de Álner.
vol. 11, pp. 145-182, Buenos Aires (Argentina).
1970 «Algunos problemas del estudio del complejo
arqueológico Faldas del Morro del Norte de
Chile». Abband. berich. des Staa. Mus.
volker. Dresdem Band 31, pp. 79-109, Berlín
D.D.R.
1971 «Secuencia y cambio en los asentamientos hu-
manos de la desembocadura del río Loa, en el
Norte de Chile». Bol. Univ. de Ch. Nº 112, pp.
3-25, Stgo. (Chile).
MS. Libretas de campo.
1974 «Agricultura prehistórica en los Andes
meridionales)). Coedición U. Norte-Orbe, Stgo.
(Chile).
1976 «Geoglifos y tráfico de caravanas en el desierto
chileno». Vol. Hom. Dr. G. Le Paige, Univ.
del Norte, pp. 148-202, Antofagasta (Chile).
1976a (in.Lit.) «Registro regional de fechas radiocarbónicas
del Norte de Chile». Est. Atac. Nº 4, Mus. Arq.
S.P. Atac. Univ. del Norte, pp. 74-123.

NUÑEZ, L. - ZLATAR, V. «Caleta Huelén - 42: una aldea temprana en el


NUÑEZ, P. Norte de Chile». Rev. Hombre y Cult. T- 2 Nº
1974 5. C.E.A. Univ. de Panamá, pp. 67-103 (Pana-
má).

NUÑEZ, L. - MORAGAS, C. «Asentamientos arcaicos en Tiliviche». Bol.


1978 (in. lit.) Museo Serena (Chile).

NUÑEZ, L. MORAGAS, C. «Secuencia y cambio en cáñamo: una ocupación


1978 (in. ht.) con cerán1ica temprana en la costa desértica
del Norte de Chile». Est. Atac. Univ. Norte
Antofagasta (Chile).

NUÑEZ RIGUEIRO, V. «The alamito culture ofNorth-western Al:·gen


1970 tina».Amer.Antiq.Nº35, pp.133-140(U.S.A.)
1974 ((Conceptos instrumentales y n1arco teórico en
relación al análisis del desarrollo cultural del
Noroeste argentino». Rev. lnst.Antrop. Nº V,
Univ. Nac. de Córdoba, pp. 169,190 (Argenti-
na).

OPPENHEIM, A.L. «A bird-eye view of Mesopotamian economic


1957 history» en Trade and market in the early

183

en1pires. K. Polanyi, C.M. Arensberg, y H.W.
Pearson, eds. Glencoe, Free Press. (U.S.A.)

PALMA,N.H. «Transfiguraciones antropológicas de la Puna


1972 Argentina». Rev. Mus. La Plata (N.S.) VII Nº
48, pp. 239-296. La Plata (Argentina).

PATTERSON, T.C. «Early cultural remains on the Central Coast


1966 of Peru». Ñawpa Pacha, 4, pp. 145-153.
Institute of Andean Studies . Berkeley,
California (U.S.A.)
1971 «The Emergence ofFood Production in Central
Peru». PrehistoricAgriculture. S. Struever,
ed., pp. 181-207. Garden City, New York
(U.S.A.)

PEREZ, J.- HEREDIA, O. ~<Una nueva entidad cerán1ica del Noroeste


1972 argentino>>. La Prensa, 27 agosto, Buenos
Aires (Argentina).

PEREZ, J. «Arqueología de las culturas agroalfareras de


1973 la quebrada de Humahuaca (Prov. de Jujuy,
Rep. Argentina) Arner. lnd. Nº 33, pp. 667-
679. México.

PETERSEN, G. «Minetiayn1etalurgia en el antiguoPerú.Arq.


1970 Nº 12, Lima (Perú).

PONCE, C. «Las culturas de Wankarani y Chiri.pa·y su


1970 relación con Tiwanaku>>. Acad. Nac. de Cien-
cias de Bol. Pub. Nº 25, La Paz (Bolivia).
1971 «Tiwanaku: espacio, tiempo y cultura>> .
Ensa. La Paz (Bolivia).

1957 ~~Arqueología Boliviana (Editor) Biblio.


Paceña. «La cerámica Mollo», pp. 35-117. La
Paz (Bolivia).
1972 «Tiwanaku: espacio, tiempo y cultura» Arner.
lnd. Nº 32, pp. 717-772 (México).
1969 «Tunupa y Ekeko». Acad. Nac. de Ciencias
de Bolivia. Pub. Nº 19. La Paz (Bolivia).

POZORSKI, S.G. «Prehistoric subsistence pattern and site


economy in the Moche Valley, Peru>>. Ph.D.
dissertation. University of Texas, Austin
(U.S.A.)

RAFFINO, R.- CIGLIANO, E.D.M. «La alumbrera»- Antofagasta de la Sierra.


1973 Un modelo de ecología cultural prehispánica».
Rel. Soc. Arg. de Antrop. (N.S .) Nº , pp. 241 -
258, Buenos Aires (Argentina).

184
1 1

1973a <<Agricultura hidráulica y simbiosis económica


demográfica en la quebrada del Toro, Salta,
Argentina». Rev. Mus. La Plata Antrop. T.
VII, pp. 3-17 (Argentina).

RAVINES, R. «El abrigo de Caru y sus relaciones culturales


1957 con otros sitios tempranos del sur del PerÚ>>.
Ñau. Pacha Nº 5, Berk. Cal. (U.S.A.)

REICHEL - DOLMATOFF, G. «Colombia», en Ancient Peoples andPlaces


1965 series. Nº 44, G. Daniel, ed. FrederickPraeges.
New York. (U.S.A.)

RIVERA, M. «Nuevos aportes sobre el desarrollo cultural


1976 altiplánico en los valles bajos del extremo norte
de Chile, durante el período intermedio tem-
prano>>. Vol. Hom. G. Le Paige, Univ. del
Norte, pp. 71-82, Antofagasta (Chile).

ROSELL, L. Comunicación personal, febrero.


1977

ROSTWOROWSKY DE DIEZ CANSECO, M. «Etnohistoría de un valle costeño


1967 durante el Tawantinsuyu». Revista del Mu-
seo Nacional, vol. XXXV, pp. 7-61. Lima
(Perú).
1973 «Las etnías del valle del Chillón». Revista del
Museo Nacional, vol. XXXVII, pp. 250-314,
Lima (Perú).
1974 «Plantaciones prehispánicas de coca en la ver-
tiente del Pacífico». Revista del Museo Na-
cional XXXIX, pp. 193-224, Lima (Perú).
1970 «Mercaderes del Valle de Chincha en la época
prehispánica». Rev. Española de Antropo-
logía Americana V. Madrid (España).

ROWE,J.H. «Inca Culture at the time of the Spanish Con-


1946 quest». Handbook of South American
lndians. Bureau of American Ethnology
Bulletin, 143, pp. 183-330 (parte II de vol. ll)
Washington D.C. (U.S.A.)

1963 «Urban settlen1ents in Ancient Peru». Nawpa


Pacha, vol. 1, Nº 1, pp. 1-27. Institute of
Andean Studios. Berkeley (U.S.A.)

RYDEN, S. <<Archaeological Research in the Htghland


1947 of Bolivia». Goteborg (Suecia)
1944 <<Contribution to the archaeology of the
rio Loa. region>>. Goteborg (Suecia)

185

SALZMAN, P.C. «Multiple resource nomadism in Iranian Ba-
1969 luchistan». Ponencia presentada en la re-
unión de la Anterican Anthropological
Association. (1969) (U.S.A.)

SAUER, C.O. «Agricultural origens and dipersion>>.


1952 American Geographical Society, New York.
(U.S.A.)

SCHAEDEL, R. «Arqueología Chilena. Contribución al estudio


1957 de la región comprendida entre Arica y La
Serena». Cen. Est. Antrop. Univ. de Chlle,
Stgo. (Chile)

SMITH, P.E.L. «The consequences of Food Production».


1972 Assison-Wesley. Module 31, pp. 1-38
(Phillipines).

STRONG, W.D. - CORBETT, J.M. «A ceramic sequence at Pachacamac». Ar-


1943 chaeological Studies in Peru, 1941-42,
W .D. Strong, G.R. Willey, y J .M. Corbett, eds.
Columbia University Studies in Archaeology
and Ethnology, vol. I, Nº 2, Columbia University
Press, New York (U.S.A.)

STRONG, W.D.- EVANS, C. «Cultural Stratigraphy in the Virú Valley,


1952 Northern Peru: the formative and florescent
epochs». Columbia Studies in Archaeology
and Ethnology, 4, New York (U.S.A.) .

TARRAGO,M. <<Manuscrito sobre cerámica Isla registrada


MS en las colecciones de San Pedro de Atacama>>.
Por publicarse en Est. Atac. Mus. San Pedro
Univ. del Norte, Antofagasta (Chile).

TELLEZ, F.- CERVELLINO, M. «Investigaciones arqueológicas en la aldea Qui-


MS llagua-1». Tesis de Grado, Depto. Arq. Univ.
del Norte, Antofagasta (Chile).

TELLO, J. «Andean Civilization: Sorne problen1s ofPeru-


1930 vian Archaeology>>. en Proccedings ofthe 23
th lnternational Congress of Ame-
ricanists. 1928. Science Press, pp. 259-260.
New York (U.S.A.)
1939 «Sobre el descubrimiento de la Cultura Chavin
del Perú». en Actas de la Primera Sesión del
XXVII Congreso Internacional de Ameri-
canistas. Instituto Nacional de Antropología
e Historia, pp. 231-252 (México).
1960 «Chavin, Cultura Matriz de la Civilización
Andina, Primera Parte». Publicación
Antropológica del Archivo «Julio C. Tello»,

186
1

vol. 2. Universidad Nacional de San Marcos.


Lima (Perú).

THOMPSON, P.E. «lncaic installations at Huanuco and Pumpu».


1969 En el proceso de Urbanización en Alnéri-
ca desde sus orígenes hasta nuestros días>>.
J. Hardoy y R.P. Schaedel, eds. Actas y Memo-
rias del37 Congreso Internacional deAmerica-
nistas. Buenos Aires (Argentina).

TRIMBORN, H. «Die chulpas ven atiquipa». Verh. desXXXVIll


1968 lnter. Ame. Congr. Bana I, pp. 393-405. Stut.
Munch. (RFA).

TRIMBORN, H. - KLEEMANN, O. «Investigaciones arqueológicas en los valles de


N ARR, K. J. - WURSTER, W. Caplina y Sama (De p. Tacna, Perú). Std. lnst.
1975 Anth. vol. 25. Est. Navarra. Ed. Verbo Divino
(España).

TCHOPIK, H. «The aymara>>. Hand. South Am. lnd. vol. 2,


1946 pp. 501-573 Wash. (U.S.A.)

TROLL, C. «Die geographische Grundlager der Andinen


1931 kulteren und des inka reiches». lbero-
Amerikanisches Archiv. T. 5. (Alemania).

1958 «Las culturas superiores andino y el medio


geográfico». Revista del Instituto de Geo-
grafía 5, pp. 3-55, Lima (Perú).

TRUE, D.L. - NUÑEZ, L. «Archaeological investigations inNorthern Chi-


NUÑEZ, P. le: Project Tarapacá. Preceramic Recourse».
Ame. Antiq. Nº 35, pp. 170-184 (U.S.A.)

TRUE, D.L. <(Archaeological research along the lower rea-


1973 ches of the quebrada Tarapacá». 38th Ann.
Mee t. Soc. for A.A. San Feo. (U .S.A.)

TRUE, D.L. - NUÑEZ, L. «Un piso habitacional temprano en el Norte de


1974 Chile». Norte Grande Nº 1, pp. 155-166, Stgo.
(Chile).

WASSEN,H. «A medicine-1nan's implements and plants in a


1972 Tiahuanacoid tomb in highland Bolivia». Etnol.
Stud. Nº 32, Got. Eth. Mus. pp. 8-109 (Suecia).

WHEELER PIRES, J.- FERREIRA, E. «Preceramic animal utilization in the


PIRES FERREIRA, E.- KAULICHE, P. Central Peruvian Andes». Se. Nº 194, pp.
1976 483-490 (U.S.A.)

WILLEY,G. «An Introduction toAmericanArchaeology. vo.


1972 II. South Ame rica». Prentice-Hall, lnc. N ew
Jersey (U.S.A.)

187

UHLE,M. «Fundamentos étnicos de la región de Arica y


1919 Tacna)). Bol. Soc. Ec. Est. Hist. Am.er. Nº 4,
vol. 11, Quito (Ecuador).

VASQUEZ de ESPINOZA, A. <<Compendio y descripción de las indias occi


1948 (1628-29) dentales». Smith. Mise. Coll. vol. 108. Smit.
lnst., W as. (U.S.A.)

188
1

Prólogo a la Segunda Edición .......................................................... 9


Prefacio de la Primera Edición ...................................................... 13

l. INTRODUCCION ................................................................ 17
11. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE
SOCIEDADES URBANAS Y SOCIEDADES
GANADERAS-CARAVANERAS ...................................... 18
-111. DIMENSIONES INTEGRATIVAS GENERALES
DE LA ADAPTACION DE GRUPOS
GANADEROS CARAVANEROS ...................................... 24
IV. MOVILIDAD GIRATORIA: DEFINICION Y
MODALIDADES ..................................... ·..............·.. ............ 27
V. MARCO ECOLOGICO DIFERENCIADO
COMO PRERREQUISITO DE MOVILIDAD
EN LOS ANDES ................................................................. 30
A. Asentamientos, Movilidad y Ecología en los Andes
Centrales ...........................·..... ~ ........................................................ 30
B. Cuenca del Titikaka, Puna y su ámbito de interacción
en la Vertiente Occidental ... .................................... ...................... 33
C. Los pisos ecológicos de la Vertiente Occidental del
Altiplano: Movilidad y asentanlientos ............................ ~ ............. 42
D. Ecología del Altiplano Meridional: Movilidad y
asentamientos ................................................................................. 49
E. Puna de Atacama: Asentamientos, movilidad y esfera
d.e interacción ................................................................................. 52

VI. SECUENCIA Y PATRONES DE MOVILIDAD


GIRATORIA ...................................................-..................... 55
A. Movilidad Arcaica inicial o exploratoria:
(8.000- 1.800 a.C.) .......................................................................... 55
B. Amplificacion 1: Movilidad transicional:
(1.800- 900 años a.C.) ...........................................·............... ........... 65
C. Amplificación 11: Movilidad productiva pre-Tiwanaku
(900 a.C.- 400 d.C.) ........................................................................ 69
D. Amplificación 111: Movilidad complementaria
convergente en Tiwanaku (400 d.C.- 1.000 d.C.) ..................... : ... 89
D.l. Interacción Tiwanaku-Andes Centrales ...................... 90

189

D.2. Interacción Tiwanaku-Vertiente Occidental ............... 93
D.3. Interacción Tiwanaku-Oasis de Atacama-
Valles del N. W. argentino ............................................ 98
E. Amplificación IV: Movilidad Regional post-
Tiwanaku (1.000 d.C. - 1.450 d.C.) ..................................... 106
E.1. Reinos y asentamientos altiplánicos:
Su ámbito de interacción en la Vertiente
Occidental ..................................................................... 107
E.2. Señoríos y asentamientos de la Vertiente
Occidental y Circumpuneños: Relaciones de
interacción ................................................................... 110
F. Amplificación V: Movilidad controlada Inka ..................... 127
F.1. Movilidad Inka en. la Vertiente Occidenta1 ................ 129
F.2. Movilidad Inka en los valles del Noroeste
de Argentina ................................................................. 134
F.3. Etnias del Centro-Sur andino y movilidad
durante el período de contacto histórico ..................... 136
G. Amplificación VI: Movilidad andina versus
Mercantilismo (1.550 al presente) .................................... 139
VII. SOBRE LOS MODELOS EXPLICATIVOS .................. 141
VIII. LLAMAS, CARAVANAS Y SOCIEDADES
COMPLEJAS EN LOS ANDES DEL
CENTRO-SUR ................................................................... 147
A. Ecología y Recursos ........................... ~ ............................ 150
B. Interpretaciones Previas ............................................... 152
C. Movilidad Giratoria: Pastoreo, Caravanas y
Asentamientos ................................................................ 155
D. Esquema de Desarrollo de la Movilidad
Giratoria ......................................................................... 158
IX. DISCUSION Y CONCLUSIONES ................... .. ............. 165
EPILOGO ..................................................................................... 168
BIBLIOGRAFIA ......................................................................... 173

190

S-ar putea să vă placă și