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(“Comunicación de idiomas”)
Una expresión técnica en la teología de la Encarnación. Significa que las propiedades de la Palabra divina
pueden atribuirse al hombre Cristo, y que las propiedades del hombre Cristo pueden predicarse de la Palabra. El
lenguaje de las Escrituras y de los Padres demuestra que tal intercambio mutuo de predicados es legítimo; en
este artículo consideraremos brevemente su origen y las reglas que determinan su uso.
I. Origen
El origen de la communicatio idiomatum no ha de buscarse en la estrecha unión moral entre Cristo y Dios como
mantenían los nestorianos, ni en la plenitud de gracia y dones sobrenaturales, ni, tampoco, en el hecho de que la
Palabra posea la naturaleza humana de Cristo por derecho de creación. Dios Padre y el Espíritu Santo tienen el
mismo derecho e interés que el Hijo en todas las cosas creadas excepto en la naturaleza humana de Jesucristo.
Ésta la ha hecho suya propia el Hijo por asunción en una forma que no es la de ellos, esto es, mediante la
propiedad incomunicable de la unión personal. En Cristo hay una persona con dos naturalezas, la humana y la
divina. En el lenguaje ordinario todas las propiedades de un sujeto son predicadas de su persona; por
consiguiente las propiedades de las dos naturalezas de Cristo deben predicarse de su única persona, puesto que
tienen un solo sujeto de predicación. El que es la Palabra de Dios a causa de su generación eterna es también
sujeto de propiedades humanas; y El que es el hombre Cristo por haber asumido la naturaleza humana es sujeto
de atributos divinos. Cristo es Dios; Dios es hombre.
II. Uso
La communicatio idiomatum se basa en la unicidad de la persona que subsiste en las dos naturalezas de
Jesucristo. De ahí que pueda usarse en tanto en cuanto el sujeto y predicado de una frase se refiera la persona de
Jesucristo, o presente un sujeto común de predicación. Pues en este caso afirmamos simplemente que El que
subsiste en la naturaleza divina y posee ciertas propiedades divinas es el mismo que El que subsiste en la
naturaleza humana y posee ciertas propiedades humanas. Las siguientes consideraciones mostrarán la aplicación
de esté principio con más detalle:
(1) En general, los términos concretos se refieren a la persona: de ahí que las afirmaciones que intercambian las
propiedades divina y humana de Cristo sean, hablando en términos generales, correctas si tanto los sujetos como
los predicados son términos concretos. Podemos decir con seguridad, “Dios es hombre”, aunque debemos
observar ciertas cautelas:
Los nombres humanos concretos de Cristo describen su persona según su naturaleza humana. Presuponen la
Encarnación, y su aplicación a Cristo, con carácter previo a la realización de la unión hipostática implicaría la
opinión nestoriana de que la naturaleza humana de Cristo tiene su propia subsistencia. Por consiguiente,
expresiones tales como “el hombre se hizo Dios” deben evitarse.
Los términos concretos utilizados de manera reduplicativa enfatizan la naturaleza más que la persona. La
afirmación “Dios como Dios ha sufrido” significa que Dios ha sufrido según su naturaleza divina; innecesario
decirlo, tales afirmaciones son falsas.
Ciertas expresiones, aunque en sí mismas correctas, son inadmisibles por razones extrínsecas; la afirmación
“Uno de la Trinidad fue crucificado” fue mal aplicada en un sentido monofisita y fue por tanto prohibida por el
papa Hormisdas; los arrianos malinterpretaban las palabras “Cristo es una criatura”; tanto los arrianos como los
nestorianos usaban mal las expresiones “Cristo tuvo un principio” y “Cristo es menos que el Padre” o “menos
que Dios”; los docetistas abusaron de los términos “incorpóreo” e “impasible”
(2) Los términos abstractos generalmente se refieren a su respectiva naturaleza. Ahora bien en Cristo hay dos
naturalezas. De ahí que las afirmaciones que intercambien las propiedades divinas y humanas de Cristo sean,
hablando en términos generales, incorrectas si su sujeto y predicado, uno o ambos, son términos abstractos. No
podemos decir “la Divinidad es mortal”, o “la humanidad es increada”. Deben añadirse, sin embargo, las
siguientes cautelas:
Aparte de las relaciones personales en Dios no hay distinción real admisible en Él. De ahí que los nombres
abstractos y atributos de Dios, aunque formalmente se refieran a la naturaleza divina, impliquen también
realmente a las personas divinas. Hablando en términos absolutos, podemos reemplazar un nombre divino
concreto por su correspondiente abstracto y mantener aun así la communicatio idiomatum. Así podemos decir
“la Omnipotencia fue crucificada”, en el sentido de que El que es omnipotente (la Omnipotencia) es el mismo
que El que fue crucificado. Pero tales expresiones son susceptibles de ser mal entendidas y se debe tener gran
cuidado en su uso.
Hay menos peligro en el uso de aquellos términos abstractos que expresan atributos apropiados a la Segunda
Persona de la Trinidad. Podemos decir “la Sabiduría Eterna se hizo hombre”. No hay communicatio idiomatum
entre las dos naturalezas de Cristo, o entre la Palabra y la naturaleza humana como tal o sus partes. El error
fundamental de los ubicuitarios consiste en predicar de la naturaleza humana o de la humanidad las propiedades
de la naturaleza divina. No podemos decir “la Palabra es la humanidad”, y aún menos que “la Palabra es el
alma” o “el cuerpo de Cristo”.
(3) En afirmaciones que intercambien las propiedades divina y humana de Cristo, se debe tener cuidado de no
negar o destruir una de las naturalezas de Cristo o sus propiedades. Se tiene tendencia a hacerlo:
En frases negativas: aunque sea verdad que Cristo no murió según su naturaleza divina, no podemos
decir: “Cristo no murió”, sin deteriorar su naturaleza humana;
en frases exclusivas: si decimos “Cristo es sólo Dios” o “Cristo es sólo hombre”, destruimos su
naturaleza divina o humana;
en la utilización de términos ambiguos: los arrianos, los nestorianos, y los adopcionistas usaban mal el
término “siervo”, infiriendo de la expresión “Cristo es el siervo de Dios” conclusiones que concordaban
con sus respectivas herejías.
(Para el uso de la communicatio idiomatum en un sentido más amplio, esto es, en cuanto se aplica al Cuerpo de
Cristo y a las Especies Sacramentales, ver EUCARISTÍA. Ver también ENCARNACIÓN; JESUCRISTO.)
A. J. MAAS
Transcrito por Sean Hyland
Traducido por Francisco Vázquez
COMMUNICATIO IDIOMATUM
VocTEO (http://www.mercaba.org/VocTEO/C/communicatio_idiomatum.htm)
En el Nuevo Testamento no se encuentra esta expresión, pero su contenido está presente de varias
maneras: se dice de Jesús que nació en el tiempo, que sufrió y murió, pero también que es el Logos/Hijo
eterno de Dios, que es inmortal, que es la vida eterna (cf. Jn 1,1-14. Rom 9,5; Flp 2,6-11, etc.).
En la época patrística el problema se agudizó debido a los diversos errores relativos a la dimensión
divina y a la dimensión humana de Jesús. Ya en las cartas del mártir Ignacio de Antioquía (ss. 1-11) se
capta la viva preocupación por atribuir al mismo Jesucristo situaciones de existencia y acciones propias
del ser divino y pasiones propias del ser humano. Desde los ss. II y III los Padres empezaron a dar
indicaciones teológicas para una recta comprensión y un uso adecuado del " intercambio» de las
propiedades humanas y divinas en Cristo (en Oriente se distinguieron especialmente Apolinar de
Laodicea, Gregorio de Nisa y Cirilo de Alejandría: en Occidente, Agustín , León Magno). En la primera
parte del s. y la controversia que surgió en torno a la propuesta de Nestorio, patriarca de Constantinopla,
de negar validez a la atribución del título Theotókos (madre de Dios) a María, madre de Jesús, dio
origen a un estudio teórico más profundo de este tema.
Nestorio afirmaba que las propiedades divinas del Logos/Hijo no pueden atribuirse al hombre Jesús ni
las humanas al Logos/Hijo; por eso no puede decirse que el Verbo nació, fue engendrado, murió, ni que
Jesús es inmortal.
Puede decirse en general que la orientación nestoriana tendía a negar la « communicatio idiomatum »,
mientras que la corriente teológica contraria, la monofisita, tendía a enseñar la identidad y confusión de
las propiedades. Los concilios de Éfeso (431), de Calcedonia (451), de Constantinopla II (553) y III
(681), aunque no teorizan la doctrina de la «communicatio», la enseñan claramente en su lenguaje,
subrayando en particular que el Logos-Hijo comparte las experiencias humanas gracias a la unión de la
naturaleza divina con la humana, «según la hipóstasis » persona. San Juan Damasceno, el último
eslabón de la cadena de los grandes Padres griegos, ve el fundamento de la «communicatio idiomatum»
en la «perijóresis», es decir, en la inmanencia y en la íntima comunión de las dos naturalezas en Cristo
Verbo encarnado (cf. De fide orth., 3, 3s: PG 94, 993-1000).
Tanto la primera Escolástica como la del siglo de oro reflexionaron sobre este tema cristológico. La
primera fundamentó el intercambio en la doctrina del "assumptus homo» (con algunos acentos
nestorianos) y en la de la subsistencia de la naturaleza humana en la persona divina (con algunos
acentos nestorianos). La segunda, especialmente con santo Tomás, elaboró claramente las reglas que
han de regular el intercambio, basándolas en la doctrina de la unión hipostática.
También la Reforma se interesó por el problema. Lutero le dio un significado real, mientras que
Zuinglio le dio sólo un significado verbal; Calvino le dio uno real, pero sin basarlo en la unión
hipostática, sino en el oficio de mediador de Cristo.
La teología católica neoescolástica, que concedió la mayor importancia a la doctrina de la unión
hipostática y a sus consecuencias en Cristo, recordó siempre en sus manuales las reglas que deben ser
normativas para la « communicatio idiomatum» brindándonos abundantes ejemplos de las mismas.
Puesto que la persona divina del Verbo/Hijo es el sujeto que en definitiva «lleva» tanto la naturaleza
divina como la humana, unidas íntimamente en él, pero sin mezclarse ni confundirse, al Logos/Hijo le
pertenecen (ontológicamente) y por tanto pueden y deben atribuírsele (lógicamente) tanto las
propiedades de la naturaleza humana como las de la naturaleza divina; por tanto, puede darse un
intercambio entre las dos esferas de existencia de Cristo gracias a la identidad del sujeto de ambas.
Por eso, la teología ha elaborado algunas reglas que pueden expresarse substancialmente en los puntos
siguientes:
1) las propiedades pueden predicarse de un solo y mismo sujeto; 2) el sujeto es la raíz y el soporte de la
comunión de las propiedades, no las naturalezas; por eso los atributos no se pueden intercambiar entre
las naturalezas: 3) el intercambio es correcto cuando se establece entre lo concreto y lo concreto, y no
entre lo abstracto y lo abstracto, o lo abstracto y lo concreto; 4) las afirmaciones relativas al "devenir»
de la unión hipostática no pueden referirse al hombre Jesucristo, sino que se refieren al sujeto divino, el
Logos/Hijo (encontramos el primer ejemplo en Jn 1,14).
De todo lo dicho se desprende la importancia de este tema cristológico, de apariencia más bien formal y
abstracta. Supone y mantiene una recta comprensión del misterio de Jesucristo que, como enseña el
concilio de Éfeso, es insondable para la mente humana.
Pero influye también en la comprensión de la función salvífica de Cristo, del misterio mismo de Dios,
de María (lo demuestra el caso de Nestorio) y de la Iglesia.
Por lo que se refiere al misterio de Dios en particular, hoy se escribe y se oye hablar mucho de la
"muerte de Dios", de la "pasión de Dios", del "abandono del Hijo de Dios" por parte del Padre, etc. Se
trata de expresiones que ya no suscitan el escándalo o los interrogantes que surgieron en los cristianos
de los primeros siglos. Pero sólo una comprensión de las mismas a la luz de las indicaciones que hemos
ofrecido sobre la "communicatio idiomatum" puede hacer teológicamente aceptable su uso.
G. Iammarrone
Bibl.: A. Auer, Dios uno y trino, Herder, Barcelona 1989 394-403; i, Smulders, La gran controversia
cristológica, en MS, 111, 477-495.
Communicatio idiomatum es una expresión latina que significa comunicación de las propiedades. El término
ha sido usado en la teología cristiana como expresión técnica en el ámbito del estudio de la Encarnación.
Significa que las propiedades del Verbo pueden ser atribuidas al hombre Jesucristo. El lenguaje de la Escritura y
de los Padres de la Iglesia muestra que tal intercambio recíproco de predicados es legítimo. Sin embargo, este
principio no es absoluto y en teología se discute aún las posibles «reglas» y aplicaciones.
Uno de los padres de la Iglesia que más profundizó en esta teoría fue Juan Damasceno que afirma:
El Logos se apropia lo humano y comunicó a la carne lo que le era propio, a modo de una dádiva mutua en
virtud de la inhabitación recíproca de las partes y gracias a la unión según la hipóstasis y por él era uno y mismo
que obraba tanto lo divino como lo humano en cada una de las dos formas en unión con la otra
De fide orthodoxa III 31
En este sentido, la communicatio idiomatum es no solo una regla lógica para posibles afirmaciones sobre
Jesucristo, sino también una fuente de comprensión dentro de la teología cristiana de la realidad misma de él.
Ya san Basilio (año 363-4) había tratado de las propiedades que distinguen lo que es común (la divinidad) de lo
que es propio de cada Persona divina, aunque sin aplicar esta base especulativa a la cristología (cf. Refutación
de la apología del impío Eunomio II 28) y luego Gregorio de Nisa también en sus escritos contra Eunomio lo
usa para decir que:
En virtud de la unión y la conjunción, ambas cosas se hacen comunes a los dos: al Señor los cardenales del
siervo que él asumió en sí mismo, y al siervo la glorificación mediante la gloria del Señor
Adv. Eunom. I 52
Las controversias cristológicas del tiempo llevaron la aplicación de esta idea a los extremos, sea la separación
total en el nestorianismo o la unión de mezcla en el monofisismo.
Tomás de Aquino afrontó el tema desde el aspecto lógico ofreciendo unas reglas de aplicación de este
principio.3 Estas mismas reglas fueron perfeccionadas por Denis Pétau y que llama cautiones.
[editar] Notas
[editar] Bibliografía
ENRIQUE MOLINÉ, Los Padres de la Iglesia. Una guía introductoria, Ediciones Palabra, Madrid 19953,
ISBN 84-8239-018-X
JOHANN AUER, Jesucristo, hijo de Dios e hijo de María, Editorial Herder, Barcelona 1989, ISBN 84-
254-1644-2
La Biblia dice que hay un sólo Dios en toda la existencia y en todo momento: Isaías 43:10; 44:6, 8; 45:5, etc.
¿Pero cuál es exactamente la naturaleza de Dios? ¿Es Él o no una Trinidad? La respuesta a esta pregunta ha sido
debatida por cientos de años, especialmente desde que los cultos no Cristianos empezaron a surgir (Los Testigos
de Jehová, los Mormones, los Cristadelfianos, etc.). En vista de sus ataques, no sólo contra la Trinidad, la
Iglesia Cristiana ha expuesto lo que la Biblia dice acerca de Dios y la persona de Jesús.
Ha continuación hay una presentación de tres doctrinas Cristianas importantes que en total, responden a casi
cada una de las objeciones que se han levantado de parte de aquellos que están en contra de la ortodoxia: falsos
maestros que con frecuencia se levantan en estos últimos días. Cuando menciono “a casi cada una de las
objeciones” lo que quiero realmente decir con eso, es que la mayoría de éstas caen en unas pocas categorías, las
cuales están respondidas con las mismas enseñanzas básicas Cristianas.
Desafortunadamente y debido a que muchos de estos falsos cultos han estado enseñando que la Trinidad es
falsa, no aceptarán respuestas estándares a sus objeciones. En vez de esto, muchos de ellos continúan haciendo
las mismas preguntas, con frecuencia ignorando las respuestas, y permaneciendo voluntariamente ignorantes de
las doctrinas Cristianas que afectan la discusión de la Trinidad y de la persona de Jesús. Por lo tanto, este
artículo intenta enumerar tres enseñazas bíblicas importantes y aplicarlas a las diferentes objeciones levantadas
por los críticos. De esta forma, tanto los Cristianos como los cultistas podrían estar mejor informados de las
posiciones bíblicas sostenidas por la Iglesia Cristiana desde sus mismos inicios.
La Trinidad
La Trinidad es la enseñanza que habla de la existencia de un solo Dios el cual existe en tres personas
simultáneas y eternas: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Por “persona” se quiere decir las características de
conciencia propia, del expresarse, del tener una voluntad, de las emociones de cada persona en particular, etc.
Por lo tanto, en la Trinidad existen tres personas. El Padre no es la misma persona que el Hijo; el Hijo tampoco
es la misma persona que el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo no es la misma persona que el Padre y el Hijo.
Tampoco son tres dioses ni tres seres separados. Ellos son tres personas distintas; sin embargo, los tres forman
al único y verdadero Dios. Están en perfecta y absoluta armonía consistente de una sustancia. Ellos juntamente,
son eternos, igual y poderosos. Si alguno de ellos fuera quitado, no existiría Dios.
La Unión Hipostática
La Unión Hipostática es la enseñanza de que la Palabra de Dios se convirtió en carne y a Él lo llamamos Jesús.
Por lo tanto, Jesús es Dios en carne humana. Él no es mitad Dios y mitad hombre. Él es completamente divino y
totalmente humano; esto es, Jesús tiene dos naturalezas distintas: la divina y la humana. La Escritura dice: “En
el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios…14y la Palabra se convirtió en
carne, y habitó entre nosotros…” (Jn 1:1, 14). Esto significa que la palabra divina convertida en carne en la sola
persona de Jesús habita tanto lo divino como lo humano. La naturaleza divina no ha cambiado ni tampoco fue
alterada en esta unión; más bien, la naturaleza santa y divina de la Palabra se mantuvo como es.
Aún más, Jesús no es simplemente un hombre que “tuvo a Dios dentro de Él”, ni tampoco es un hombre que
“manifestó el principio de Dios.” Él es la segunda persona de la Trinidad: “…el cual [el Hijo] siendo el
resplandor de su gloria [la de Dios] y la imagen misma de su sustancia [la de Dios], y quien sustenta todas las
cosas con la palabra de su poder…” (He 1:3). Las dos naturalezas de Jesús no están “juntamente mezcladas”, ni
tampoco están combinadas en una nueva naturaleza Dios-hombre. Estas dos naturalezas, aunque separadas,
actúan en unidad en la sola persona de Jesús. Esto es lo que se conoce como la Unión Hipostática.
En la encarnación Jesús también fue hecho algo menor que los ángeles (He 2:9) y bajo la Ley. (Gá 4:4). Esto
significa que Jesús participó de las limitaciones de ser realmente un hombre (Fil 2:5-8) y como hombre exhibió
las restricciones propias de Su humanidad tales como el crecer en estatura, el comer, el crecer en sabiduría, etc.,
lo cual se esperaría que hiciera un ser humano.
El Communicatio Idiomatum
El Communicatio Idiomatum (del Latín para “comunicación de propiedades”) enseña que los atributos tanto de
las naturalezas divina y humana están confirmados en la sola persona de Jesús. Esto significa que la persona de
Jesús podría legalmente clamar para Sí Mismo los atributos tanto divinos como humanos de su naturaleza. Por
lo tanto, Él podría decir que tuvo la misma gloria que el Padre antes de que el mundo fuera hecho (Jn 17:5); que
descendió del cielo (Jn 3:13) y clamar Su omnipresencia (Mt 28:20); aún así, Jesús, el hombre, empezó Su
existencia en la tierra cuando fue concebido en el vientre de María.
Es de vital importancia mirar la expiación. El sacrificio de Jesús en naturaleza fue divino así como también
humano. Aún cuando Jesús murió, sabemos que Dios no puede morir. Así que si la naturaleza divina no murió,
¿cómo se puede decir que el sacrificio de Jesús fue divino en naturaleza? La respuesta es que tanto los atributos
de Su divinidad como los de Su humanidad, fueron atribuidos a la persona de Jesús. Por lo tanto, ya que la
persona de Jesús murió, Su muerte fue de valor infinito ya que las propiedades de la divinidad fueron atribuidas
a la persona en Su muerte.
Objeciones Respondidas
A continuación hay un esquema de objeciones básicas levantadas por los críticos acerca de la Trinidad y la
deidad de Cristo. Note que hay muchas preguntas respondidas de la misma forma. Las respuestas con frecuencia
se referirán a las tres doctrinas enumeradas anteriormente.