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Este va dedicado a Carolina, que me enseñó que un Bot no era medio robot,

como yo creía, sino una “inteligencia artificial” (marcando las


comillas con los dedos). Matías.

Agradecimientos: Leroy Gutiérrez (por su tiempo y consejos); Ignacio Martínez (por que
contagió entusiasmo sin saber que este libro estaba en la parrilla); Lucía Lema, Carolina
Salto y Juma Fodde (por sus opiniones sobre el título); Maco (porque ya le va llegar el
momento de sumarse a esta colección); Valentina (que gracias a su mascota le dio el
nombre a esta editorial sin proponérselo).

Diseño: Esteban Montaño. / 2018, Ediciones Hamster. Montevideo, Uruguay. / Facebook: @edicioneshamster -
edicioneshamster@gmail.com
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Desde el espacio la Tierra se veía limpia y ordenada. El planeta ronroneaba de
tranquilidad y calma mientras José Simón Samuel De Espronceda y Blanes ce-
rraba su caja de herramientas extraorbitales. El trabajo estaba terminado y era
hora de volver a casa.
Por suerte para él, porque como no existen los trajes espaciales para niños,
ya se sentía incómodo dentro de aquel equipo de mangas y piernas largas. No
es cosa fácil realizar operaciones de ingeniería espacial con un traje hecho para
un adulto tres veces más grande. Llevarse comida a la boca y, lógicamente, ir al
baño, son acciones que se vuelven imposibles sin sacarse tamaño traje.
El satélite volvió a funcionar. Gracias por tu colaboración, José Si-
-
món- le dijo una voz de mujer, que venía desde el Centro de Control a través de
la radio. La mujer se llamaba Mara.
-Ahora tenemos Internet otra vez en todo el continente –agregó Mara.
-El problema en el satélite era que alguien había cortado los cables. No fue un
accidente -contestó el mini astronauta de traje grande.
-Qué
raro. Pero no creo que alguien se haya tomado el trabajo de volar
hasta ahí para cortar Internet. No te preocupes, ese no es un problema
para un niño. Terminó tu misión.
-Ahora quiero volver a casa para dedicarme a una tarea que me preocupa
desde hace días.
-¿Encontrar un cuarto nombre para vos, José Simón Samuel? –preguntó
Mara.
-Eso mismo. Estoy pensando en algunos muy buenos, como...
Interrumpió lo que iba a decir cuando descubrió una luz que atravesaba el
continente, como un fogonazo. Dejaba un rastro que desde el espacio se veía
como una carretera iluminada que terminaba en Montevideo. Después, la línea
de luz se iba apagando.
-Activar sistemas de modo imperativo para caída libre -dijo, y el equipo se
preparó al escuchar su comando de voz.
No precisaba de un vehículo para volver a entrar a la atmósfera. El carbura-
dor de protones pretéritos combinado con los sistemas anti rozamiento pro
imperativos le permitirían recorrer doce mil kilómetros en pocos minutos, sin
quemarse ni sentir vértigo. No había nada más fácil que manejar esa tecnolo-
gía y planear hasta tocar tierra.
Cuando ya estaba más cerca de su ciudad y todavía en pleno descenso, des-
cubrió que se había desatado un incendio en el medio del parque. Tendría que
ir hasta ahí para ver cómo podía ayudar.

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En el estadio, las multitudes deliraban. Sin embargo, solo podían ver a su
ídola, María Antonieta do Nascimento Anterior, cuando se acercaba al
borde del escenario. El escenario y los equipos eran del tamaño de gente
grande y ella, a pesar de que era la estrella de la música pop, era muy
chica para todo eso. No importaba, porque el ritmo de sus canciones se
contagiaba y el público no podía contener el baile. Nunca en la historia
se había visto a una niña tan talentosa en escena.
-¿María o Antonieta? -pensaba ella para sí misma, al mismo tiempo que
cantaba su tema más exitoso: La balada del youtuber.
Quería quedarse con un solo nombre y no sabía con cuál de los dos.
María Antonieta do Nascimento Anterior le sonaba muy mal y hasta le
parecía muy incómodo para presentarse. Su representante, que se lla-
maba León, no estaba de acuerdo.
- Eso de los nombres no lo puede decidir un niño -le repetía León.
Él la vigilaba desde atrás del escenario, pensando en el dinero que le iba
a dar con ese show, al igual que con todos los otros que le había orga-
nizado.
Al fondo, no muy lejos del estadio, una luz resplandeciente avanzaba
por la ciudad. Era la misma que había visto José Simón desde el espacio.
María Antonieta la vio desde el escenario y a pesar del volumen de su
música, escuchó que la luz era acompañada por el sonido de un instru-
mento de viento. Se trataba de la música de una flauta.
El rastro de luz se extinguió al igual que el sonido de la flauta, pero al
rato se divisaron las gigantescas llamas de un gran incendio. Se estaba
incendiando el parque, no muy lejos de allí.
-Jorge Javier tendría que estar cuidando el parque. Es su deber de
bombero -pensó María Antonieta, e interrumpió la canción.
Le pidió disculpas a la multitud de adultos y niños que habían ido a su
espectáculo y se bajó del escenario. Tenía que ver qué pasaba con ese
incendio que su amigo no apagaba.

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José Simón Samuel De Espronceda y Blanes activó los retroprepropulsores anti-
gravitatorios preposicionales y aterrizó en la puerta de su casa. Las botas, ardien-
tes debido al rozamiento extremo en la atmósfera, quemaron las baldosas. Una vez
de pie, activó el modo subjuntivo de alta velocidad, el traje se enfrió y le permitió
correr rápidamente hasta el parque.
Se chocó contra una enorme cantidad de adultos que se habían acercado a ver
las llamas, estupefactos, sin saber qué hacer. Los autos trancaban la calle y la
gente se apretaba para ver los fuegos, asustada porque no había un bombero a la
vista. Las llamas devoraban el pasto, los árboles, las hamacas y los toboganes se
convertían en carbón y la jaula de monos se derretía por el calor.
-¿Alguien vio a Jorge Javier Alfonso? -preguntó a la gente, desde el aire. Los adul-
tos estaban paralizados por el asombro y el miedo al fuego y no decían nada.
-¡Samuel! -le gritó María Antonieta, que recién llegaba. Ella lo llamaba con un
solo nombre, porque le parecía que tres eran más de los que necesitaba.
Se dieron un abrazo de alegría y ninguno de los adultos reparó en ellos, a pesar
de que la diva de la música pop y el único niño astronauta del mundo estaban junto
a ellos. Los colores del fuego eran más llamativos que los dos juntos.
-¿Porqué no vino Jorge Javier a apagar el incendio? -preguntó José Simón.
-No sé, debería estar acá. Tendríamos que buscar en la estación de bomberos
-propuso ella.
María Antonieta se trepó a la mochila del traje, dispuesta a pegar un hermoso
y elegante salto hasta la estación. El propulsor de pretérito pluscuamperfecto los
sacó del parque en un santiamén y los llevó a su destino con menos elegancia de la
que imaginaban.
Se fueron sin haber notado que alguien los había estado mirando: entre todos los
adultos que contemplaban el incendio había una figura que no prestaba atención al
fuego, sino que los espiaba.
Se trataba de una niña no muy alta y de ojos de color rubí que, cuando vio que
se dirigían a la estación de bomberos, salió corriendo en otra dirección, como si
tuviera que hacer algo con urgencia.

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El cuartel de bomberos estaba en silencio. Aterrizaron y encontraron la puerta
abierta. Los bomberos se habían ido a mirar el incendio del parque y no quedaba
nadie con intenciones de usar las mangueras y los camiones.
A José Simón Samuel el traje de astronauta ya le incomodaba bastante y María
Antonieta todavía cargaba con el micrófono, que como era del tamaño que usan los
adultos, le pesaba mucho. Escucharon risas al fondo y la voz de un niño que imitaba
el sonido de motores y chorros de agua.

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Era Jorge Javier, que jugaba con un carro de madera, varios muñecos y una casa
construida con ladrillos de Lego.
-¡Jorge! -exclamó José Simón.
-¡Javier! -dijo María Antonieta.
El niño los miró alegre y sorprendido. Creyó que venían a jugar con él y empujó el
carro hasta sus pies.
-Hay que apagar el incendio, ¡Yupi! -les dijo y volvió a mover los muñecos en todas
direcciones.
-Jorge, hay un incendio de verdad -le dijo José Simón.
-Javier, vamos al camión que el parque va a desaparecer si no hacés algo -le suplicó
ella.
Pero Jorge Javier solo se rió y los invitó a apagar el incendio de mentira de la casa
de Lego. Estaba totalmente inmerso en el juego.
-Tengo una idea -dijo María Antonieta.

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El camión de bomberos de verdad era un poco grande para ellos. O mas bien de-
masiado. María Antonieta, que había tenido la idea de usarlo, se las arregló para
encenderlo y apretar el acelerador con un par de tacos de madera. Sentaron a Jorge
Javier en el asiento de acompañantes y José Simón fue en el techo, preparando la
manguera.
Aceleraron más de lo que permitía un camión como esos, gracias al acelerómetro
pluritemporal que te hacía saltar de la velocidad infinitiva a la futura perfecta en
cuestión de segundos. En el parque, la multitud, que seguía mirando el incendio
asombrada por las gigantescas llamas, abrió paso al camión.
Se metieron en el corazón del fuego y desaparecieron con tal velocidad que to-
dos pensaron que se habían calcinado para siempre. Pero fue tal su velocidad, que
cruzaron las llamas sin casi sentir el calor, mientras José Simón disparaba agua en
todas direcciones.
Recorrieron así el parque entero, regando la base de los fuegos y creando barro
con el agua hasta empantanar todo. En cuestión de minutos las llamas habían sido
sustituidas por humo espeso, carbón y un fuerte olor a madera quemada. Aunque el
incendio estaba liquidado, habían llegado tarde y no quedaban rastros de los árbo-
les, los juegos o los bancos.
-No quedan ni siquiera los fierros de las hamacas -se lamentó María Antonieta.
José Simón miraba disgustado el panorama, mientras Jorge Javier seguía jugando
a los bomberos dentro del camión.
-Vamos al hospital -propuso ella.
-¿A qué? No nos quemamos y no hay heridos -dijo José Simón, descorazonado.
-Vamos a hablar con Daniela D´Avila Deleón y Castilla. Capaz que sabe qué le pasa
a Jorge Javier. Por algo es doctora.

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Dejaron el camión en la plaza quemada, por si alguien lo precisaba. Como la po-
tencia del traje de astronauta había disminuido, tuvieron que caminar hasta el
hospital. El recorrido se les complicó bastante por el tamaño del traje y porque,
como ya se sabe, está hecho para el espacio. Los tacos de María Antonieta, po-
dían ser vistosos para sus shows pero no eran nada prácticos para caminar. Así
que nuestro héroe arrastraba los pies y nuestra heroína se tropezaba constan-
temente.
Al llegar al hospital descubrieron las salas tan vacías y tranquilas como la es-
tación de bomberos. Para su mayor decepción, encontraron a Daniela D´Avila
Deleón y Castilla jugando a que sus muñecas estaban enfermas. Usaba su este-
toscopio para auscultar a una Barbie y le tomaba la temperatura a otra. Mien-
tras, al fondo, un enfermo de verdad la miraba y se preguntaba porqué la niña
doctora no lo atendía a él.
-Daniela D´Avila: necesitamos que atiendas a Jorge Javier Alfonso para que se
recupere y vuelva a ser bombero de verdad -le imploró José Simón.
-Claro. Que se tome este jarabe y se le va a pasar todo -respondió la mini
doctora, pero lo que le dio fue una cuchara de plástico vacía. El jarabe era ima-
ginario.
-No queda nada para hacer -se lamentó José Simón mientras miraba cómo su
amigo jugaba con el enorme casco de bomberos.
-Esto es muy raro. Algo está pasando -le dijo María Antonieta, pensativa-.
Cuando estaba en el concierto, vi una luz que atravesaba la ciudad al ritmo de
una melodía rara, como de flauta.
-¡Yo también vi una luz desde el espacio!
-¿Qué hacías allá arriba? -preguntó María Antonieta.
-Mara, la del Centro de Control, me mandó para que arreglara el satélite que
controla Internet. Alguien estropeó los cables y no había Internet en todo el
continente. Ahora ya está arreglado.
-Con razón no podía subir fotos a mi Instagram -María Antonieta dominaba
el Instagram como nadie-. O sea que cortaron Internet a propósito...
-¿Te parece? ¿Porqué iban a hacer eso si nadie quiere quedarse desconecta-
do? –preguntó Jorge Javier.
-Porque a alguien le tiene que servir que todo el mundo esté desconectado
durante un rato, ¡dah! -respondió ella, y se tocó la sien con el dedo, como para
mostrarle que era evidente.

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Muy lejos de ahí, la niña que antes había estado espiando a José Simón y María
Antonieta llegó a la Base de Operaciones Espaciales y Control Continental de
Internet. Sin embargo, lo que no se imaginaba era que ella también era espiada.
Alguien la venía siguiendo y la vigilaba desde una avioneta.
La niña entró caminando a paso firme y decidido, sin que nadie se interpusie-
ra en su camino. Todos los empleados de la Base la conocían y sabían para qué
estaba ahí. En la sala de reuniones la esperaban otras dos personas. Una era
Mara, la que operaba el Centro de Control de la Base. La segunda persona era
León, el representante artístico de María Antonieta. Se sentaron alrededor de
una enorme mesa, con los pies contracturados de tanta tensión.
-Hay algo que no está funcionando en nuestro plan –dijo Mara.
-No estoy de acuerdo Creo que está funcionando muy
–respondió León-.
bien. Ya no hay bombero y estoy seguro de que los otros niños profesiona-
les también dejaron sus trabajos gracias al efecto del invento de nuestra
amiga.
Al decir esto, León miró a la niña, que seguía sin decir una palabra.
-Todavía no me mostraron el famoso invento –dijo Mara, escéptica-. Ni si-
quiera me dijeron qué es.
- ¿Podrías mostrárselo, Fernanda Manuela? –le pidió León a la niña, cuyo
nombre ahora conocemos.
-Fernanda Manuela III –les aclaró irritada-. Siempre te lo recuerdo.
-Y siempre te digo que no conozco a las otras dos Fernandas Manuelas,
así que no me importa que seas la tercera. Mostrale tu invento a Mara,
haceme el favor.
Resoplando, la chica sacó de entre sus ropas una flauta dorada y luminosa
y la puso sobre la mesa.
-¿Una flauta? ¡Pero eso ya estaba inventado! –dijo Mara, casi ofendida.
Una flauta, pero con un dispositivo especial que inventó Fernanda Ma-
-
nuela.
-Tercera –volvió a aclarar la niña-. Y el invento es un secreto mío.
Te recuerdo que puede ser un secreto tuyo, pero lo estamos usando por
-
el acuerdo que tenemos –le dijo León.

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-¡No me importa el invento! –agregó Mara-. Lo que me preocupa es que
a José Simón Samuel no le pasó nada. Sigue siendo astronauta. Tampoco
le pasó nada a esa cantantucha, María Antonieta.
-Para que la flauta haga efecto hay que escucharla –les aclaró Fernanda
Manuela III.
-Si, es obvio –contestó Mara.
-Y es obvio que no lo pensaste cuando mandaste a ese chiquilín al espa-
cio, desde donde no iba a escuchar la música de la flauta.
-No le digas “chiquilín” que tiene tu misma edad. ¿Y no era suficiente
con la luz que emite? –se sorprendió Mara.
Claro que no
- –intervino León-. La luz que sale de la flauta es… es…
explicale vos, Fernanda.
-La luz de la flauta se produce por la agitación de positrones conjugados
en altísima densidad infinitiva, a partir de la melodía. Por eso se ve una
estela luminosa como la cola de un cometa a medida que recorro lugares
tocando la música.
¡Era eso lo que yo iba a decir!
- -dijo León-.No ves que es evidente,
¿Mara?
-No,no me parece evidente –respondió Mara muy seria-. Lo evidente
es que el bombero dejó su profesión y volvió a jugar, pero esos dos
chiquilines, el astronauta y la estrellita del pop, siguen igual. Y
creo que no son los únicos.
-Fernanda Manuela ya llevó su música a casi toda la ciudad y los
efectos se pueden ver entre los niños. Ahora va a terminar su parte
del trato que tiene conmigo y hará su trabajo, ¿verdad? –dijo León y
miró a la chica.
-Tercera. Fernanda Manuela III –dijo ella, apretando los dientes-. Lo
voy a cumplir, pero ustedes cumplan conmigo cuando esto termine. No
quiero seguir siendo inventora.
Se guardó la flauta dorada entre la ropa y salió del Centro de Control.
Iba tan ensimismada que no se dio cuenta que arriba y desde lejos, la
avioneta la seguía espiando.

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José Simón y María Antonieta recorrieron la ciudad, arrastrando el pesado
traje espacial y tropezándose con los tacos. ¿Por qué no se los quitaban?
Querían seguir siendo el astronauta y la cantante y no dos niños comunes
y corrientes.
Jorge Javier iba atrás de ellos, demorado porque a veces se acomodaba
su enorme casco y su campera anti incendios y a veces porque se distraía
con algún juguete que encontraba.
Visitaron a Ana Paula Pocilga Pudiente, que tenía su misma edad pero
era una famosísima veterinaria, conocida por curar todo tipo de animales.
Sin embargo, el encuentro con ella fue una decepción: estaba jugando a
que curaba a los cerdos y las gallinas de una granja de plástico.
Ana Paula ya no podía ayudarlos y solo les ofrecía jugar con ella. Del
mismo modo que Jorge Javier y Daniela D´Avila, habían dejado de hacer
tareas de verdad.
Un poco más tristes, siguieron su camino y visitaron a Fabián Felipe Ter-
cero, que era un prestigioso niño científico, conocido en universidades de
todo el mundo. Lo encontraron cocinando caramelos y jugo de limón con
un juego de química.
Luego fueron a la escuela en la que daba clases María Marta Maruja de
Maratón, una niña maestra cuyos alumnos aprendían todo, todo, lo que
les enseñaba. Pero ahora no le estaba dando clases a niños de verdad,
sino a tres muñecas de trapo a las que les explicaba cómo se hacía una
chocolatada. Tampoco iba a poder ayudarlos.
Lo mismo encontraron con los hermanos Santiago Ramón y Santiago
Cajal, que antes habían sido deportistas mundiales y ahora saltaban con
mucho esfuerzo en una rayuela mal dibujada. Otras dos hermanas, An-
drea Ortega y Andrea Gasset, que habían sido grandes bailarinas, solo
saltaban con el elástico en la vereda.
Con el resto de sus amigos había sucedido lo mismo y todos se habían
dedicado a jugar.
Mientras tanto, Fernanda Manuela III había vuelto a la ciudad y los se-
guía otra vez, pero más de cerca.

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-¿Qué hacemos ahora? -dijo María Antonieta, y puso un brazo so-
bre los hombros de Jorge Javier.
-No se me ocurre nada -respondió José Simón-. Y yo que quería
estar tranquilo para buscarme un cuarto nombre.
-¿No te parece que este problema es más importante? -le dijo
María Antonieta.
-¡Es importante! -aceptó- Pero también es importante ajustarse
el nombre de uno según lo que uno quiere.
-Si, bueno, en parte es verdad. Yo quería tener un solo nombre.
Me cansa presentarme en los conciertos como María Antonieta
do Nascimento Anterior.
-José Simón Samuel de Espronceda y Blanes, astronauta profe-
sional -dijo él con orgullo-. Me encanta decirlo así.
De repente, María Antonieta recibió una notificación de su Ins-
tagram. Lo revisó y descubrió que no era una foto ni una reacción
a sus publicaciones, sino un mensaje directo.
“La culpa es del Centro de Control Espacial. José Simón
tiene que hacerse un Instagram ya mismo.”

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José Simón se asustó y María Antonieta también. Llegó un nuevo
mensaje directo a su Instagram:
“No se asusten.”
-¿Qué está pasando? -dijo él.
“Están recibiendo mensajes por Instagram. ¡Dah!”
-Tendrías que hacerle caso a esto. Hacete una cuenta -le dijo
María Antonieta.
-No me voy a hacer ninguna cuenta. No me interesa publicar mi
vida ahí.
“Hacelo ya y empezá a publicar antes de que vuelva a so-
nar la música de la flauta.”
María Antonieta le dio su celular, casi a la fuerza.
-No me hagas perder la cabeza -le dijo-. Hacelo ahora.

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-Pero... ¿y si es una trampa? No sabemos quién te manda esos mensajes.
“Soy Félix María de Samaniego. Ha-ce-te-e-se-Ins-ta-gram.”
Félix era el youtuber más chico y popular de los de su edad. Nadie igualaba
los videos que hacía con su perro Espinaco.
-¡Félix! -se sorprendió José Simón, que era su mejor amigo.
-¡Félix María! -dijo María Antonieta- Pero sos youtuber ¿qué hacés en Ins-
tagram?
“Te escribo por Instagram porque es la red que vos usás. José Si-
món: creá la cuenta y empezá a publicar.”
-Bueno, ¿qué publico? -el temple de astronauta de José Simón había desapa-
recido y ahora temblaba de los nervios.
“Cualquier cosa. Fotos, historias. Contá esto que pasa ahora.”
José Simón agarró el celular.
Ingresó su mail.
Creó una contraseña y un nombre de usuario.
Puso su foto de perfil, que estaba fuera de foco porque le temblaba la mano.
Extendió el brazo y se dispuso a sacarse una selfie para su primera publica-
ción. En ese momento, se empezó a escuchar la música de una flauta.
Abrió la mano y dejó caer el aparato.
Tenía la mirada perdida. María Antonieta lo notó y se asustó. No muy lejos
de ellos, descubrió que la música era acompañada por un resplandor.
José Simón se arrodilló, recogió el teléfono y empezó a jugar con él como si
fuera una nave espacial. Hizo sonidos de disparos láser y reactores nucleares
y se olvidó de lo que pasaba. Había dejado de ser astronauta para volver a ser
un niño que jugaba a las batallas espaciales.

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-¿Qué te parece lo que hace mi invento? –dijo una voz familiar que se asomaba por
la esquina, desde el lugar del que provenían la música y el resplandor.
María Antonieta levantó la cabeza y descubrió una cara conocida. Una que
nunca habría esperado encontrar en esas circunstancias.
-¡Fernanda Manuela de Olivera y Ascensio! –exclamó-. ¿Vos sos la culpable de
esto?
En la escuela habían sido buenas amigas durante un tiempo, pero no se ha-
blaban porque Fernanda Manuela había contado por ahí que el Instagram de
María Antonieta era un bot controlado por León, su manager. Por supuesto, era
mentira.
-Tercera –le respondió con furia-. Fernanda Manuela III; a todo el mundo se le
olvida eso.

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Y volvió a tocar la flauta haciendo un esfuerzo supremo. Con las mejillas colo-
radas y los ojos desorbitados, parecía que dejaba hasta la última gota de oxígeno
de sus pulmones. La flauta emitía un resplandor que se dispersaba con el viento y
María Antonieta ató cabos: ese resplandor debió haber sido el que ella había visto
desde el estadio y el que José Simón había divisado desde el espacio.
Fernanda Manuela redobló su esfuerzo con la flauta y la música y el resplandor
se hicieron más fuertes. Parecía que iba a explotar. María Antonieta le tapó el
extremo de la flauta con la mano para ahogar el sonido.
-¿Podrías terminar de hacer esa música infernal? –le dijo.
Fernanda Manuela la miró extenuada y desconcertada.
-No entiendo –dijo y se sentó a recuperar el aliento.
-Yo tampoco –dijo María Antonieta-. Eras inventora. ¿Qué hacés tocando la
flauta?
-Lo que hace es seguir mis órdenes –interrumpió León. Estaba parado no
muy lejos de ahí, observando lo que pasaba.
-Nuestras órdenes –agregó Mara, que también espiaba con una mirada in-
tensa.
-¿Y ésta quién es? –le dijo María Antonieta a León- ¿Y ustedes qué tienen que
ver con Fernanda Manuela III?
-Sos muy chica para andar preguntando por cosas de adultos –le dijo
Mara-.
-Tengo un arreglo con ellos –interrumpió Fernanda Manuela y María Antonie-
ta abrió los ojos con incredulidad-. Yo siempre quise hacer música, pero mis in-
ventos eran demasiado buenos y como los usaban para el Centro de Internet y la
Base de Operaciones Espaciales, Mara no me permitía dejar de trabajar en eso.
-Vamos a resumir –dijo León-. Hiciste el peor invento de tu vida: una
flauta que no surte efecto con el cien por ciento de los niños.
-¡Qué torpeza la tuya! –dijo Mara con expresión de disgusto.
-I-nep-ta –corrigió León.
-Muy mal, Fernanda Manuela; sos la peor inventora de la historia
del
mundo –agregó Mara-. Ahora no solo no te vamos a dejar convertir-
te en música sino que te vamos a encerrar fuera de la atmósfera
terrestre con María Antonieta. Se van a quedar en el satélite de
Internet para siempre.
Los dos adultos parecían más altos que nunca mientras avanzaban hacia ellas,
con las manos abiertas como garras de aves de rapiña.

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En ese momento se escuchó un estruendo, el de un motor desvenci-
jado, el chirrido de ruedas que derrapaban en dirección a ellos. Era
la avioneta que había seguido a Fernanda Manuela todo el tiempo y
que ahora aterrizaba en plena calle. Con la cola medio torcida, pasó
veloz entre los dos adultos y las niñas, dejando un rastro de humo de
combustible. Se estrelló contra un auto, no muy lejos de ahí.
Mara y León quedaron paralizados ante la sorpresa. El avión había
estado a punto de chocarlos. Entre ellos y las dos niñas quedaba la
calle cubierta por el humo del motor.
Apenas unos segundos después del choque, desde la cabina del
avión salieron dos pequeñas figuras que se quitaron los lentes y las
máscaras.
-Félix María de Samaniego –dijo María Antonieta, estupefacta, al
ver al youtuber en el lugar menos esperado.
-¡Amelia Emilia Camila Cánula! –exclamó Fernanda Manuela, al
comprobar quién era la que pilotaba el avión
La pequeña pilota sonrió, destrabó el avión y lo condujo lentamente
en dirección a Mara y León, como para intimidarlos con la hélice.
Parado sobre las alas iba Félix, filmando con su celular un video en
el que explicaba la situación a sus suscriptores. Los dos adultos per-
manecieron en su lugar, a la espera de una oportunidad para asaltar
a los niños.
-Estos dos, como muchos adultos, no razonan bien –dijo Félix con
gesto triunfal-. Creyeron que si distraían a los adultos que piensan
bien, iban a poder completar su plan.
-¿Distraían a los adultos? –dijo María Antonieta.
-Los distrajeron con tu concierto, organizado por León, y con el
corte de Internet, arreglado por Mara –agregó Fernanda Manuela-.
Ella se hizo la inocente y mandó a José Simón al satélite a arreglar los
cables.
-Y mientras todo eso pasaba, vos ibas por ahí con tu flauta… -dedujo
María Antonieta y miró a Fernanda Manuela.

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-Y con la música que emitía, los niños dejaban sus profesiones para
volver a los juguetes -agregó Amelia Emilia-. Por eso Jorge Javier no
apagó el incendio del parque y Daniela D´Avila jugaba a los doctores
con muñecas en lugar de atenderlos a ustedes en el hospital. Y así
pasó lo mismo con todos los que la escucharon.
-¡Esa flauta estaba mal hecha! –intervino Mara, a los gritos,
desde el otro lado de la calle.
-Es verdad, es un invento desastroso –agregó León-. ¿Porqué
no tuvo efecto en ustedes?
-Porque… -María Antonieta ató cabos y razonó con lógica- Porque
tuvo efecto sobre todas las profesiones que ustedes conocen:
bombero, doctora, veterinaria, maestra. Pero no saben nada de las
que son solo nuestras. No entienden lo que es ser instagramer o
youtuber.
-El problema es que tu amiga inventó una flauta defectuosa –
dijo León, con gesto orgulloso-. Si no, también habría tenido
efecto desde el principio con el astronauta y con esta aviadora.
Fernanda Manuela III seguía toda la discusión sin emitir palabra,
pero había algo que se removía dentro de ella. Era un gran y mo-
lesto enojo.
-Bueno –le dijo Amelia con una sonrisa sarcástica-. Resulta que
lo defectuoso es tu cerebro. ¿No se les ocurrió pensar que si José
Simón estaba en el satélite y yo en el avión no íbamos a escuchar
la música?
León y Mara se miraron entre irritados y atónitos. Pero reac-
cionaron al unísono y no dejaron tiempo de reacción. Agarraron
de los brazos a Amelia y Félix y los bajaron del avión con un golpe.
Eran demasiado grandes y estaban muy enojados como para que
pudieran resistirse a su fuerza.
-Me da lo mismo si hubo cosas mal pensadas en el plan – dijo
Mara-. ¡Se van los cuatro al satélite!

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-¡Un momento! –exclamó Fernanda Manuela, con su flauta en alto-. Todavía
tengo una cuenta pendiente con mi ex amiga.
María Antonieta la miró sin entender a qué se refería. Los dos adultos se
detuvieron al escucharla.
-Yo quiero ser música. Sé que voy a ser mejor que ella –explicó la niña de la
flauta-. Pero en el satélite no se lo voy a poder demostrar, porque el vacío del
espacio no me va a permitir tocar como en la Tierra. Así que como compen-
sación a todo lo que hice por ustedes, aniñando a tantos niños, les pido que me
den una última chance.
Desconfiados, León y Mara le preguntaron de qué se trataba. La niña quería
desafiar a María Antonieta a un duelo musical. Y para demostrarle que lo
podía hacer mejor, la desafío a interpretar la música al revés, del final hacia el
comienzo.
-Pero tiene que ser en el estadio –exigió la flautista-. Quiero que haya público
y que todos se den cuenta de que soy mejor.
León y Mara lanzaron una risotada y apretaron los brazos de Félix y Amelia
hasta lastimarlos.
-Por supuesto que no –dijo Mara-. ¿Creés que somos bobos y no nos damos
cuenta de que en el estadio le pueden pedir ayuda a la gente del público?
Hagan el reto acá.
-Tienen un minuto para hacerlo –concedió León-. Después terminamos
con esto y las llevamos a la lanzadera.
-Es más que suficiente –dijo Fernanda Manuela.
Y sin esperar ni un segundo, empezó a tocar su flauta. Era la misma melodía
que había usado hasta ese momento, pero hacia atrás. María Antonieta demoró
un poco en reaccionar, compuso su cabeza y empezó a cantar La Balada del You-
tuber hacia atrás. Era difícil y se le complicaba mucho mantener una melodía y
al mismo tiempo decir las palabras al revés.
Amelia y Félix transpiraban al verla esforzarse para cantar a la inversa exacta
esa canción sobre un youtuber que perdía todos sus seguidores. Y fallaba, las
letras se entreveraban y cada pocos segundos tenía que volver a empezar.
Fernanda Manuela ejecutaba su tema con precisión y, a medida que tocaba,
hacía sonar su melodía con más fuerza. Como la música iba al revés, la flauta no

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lanzaba el resplandor de antes. Faltaban treinta segundos para terminar el
desafío y ella seguía impecablemente, pero María Antonieta no lograba can-
tar más que dos o tres frases a la inversa y se trancaba.
Veinte segundos y la flauta sonaba más alto todavía.
Cuando quedaban diez segundos, María Antonieta se dio por vencida. Ya
no entendía qué sentido tenía el desafío. La flautista continuaba radiante.
Restaban cinco segundos de música.
Cuatro.
Tres.
Dos.
Uno y llegó el acorde final.
Fernanda Manuela había ganado: Mara y León se habían sentado. Habían
soltado a Félix y Amelia y estaban en el suelo, jugando con piedritas de la
calle. No hablaban sino que balbuceaban como bebés. León bostezó, se
arrolló de costado y se durmió.
-¡¿Quiénes son los ineptos ahora?! –exclamó Fernanda Manuela, triunfal,
sin esperar que Mara y León pudieran responderle.
-¿Fue una trampa? –le preguntó María Antonieta.
-Ellos no sabían que si se toca la misma melodía a la inversa, la flauta
también funciona al revés e hipnotiza a los adultos para que vuelvan a
comportarse como bebés.
-Que hayas arreglado las cosas con estos dos no quita el resto de los
desastres que provocaste –le dijo Félix.
Y tenía razón. Todos estuvieron de acuerdo. Fernanda Manuela III recon-
oció que se había creído las promesas de León y Mara pero que, cuando
empezaron a insultarla, se cansó de ellos y se dio cuenta de los daños que
había provocado. Como León y Mara no habían podido inventar sus pro-
pios dispositivos, recurrieron a ella para cumplir su plan y terminar con
los niños que, según ellos, les robaban profesiones a los adultos.
-No robamos nada –dijo María Antonieta-. Los mayores te dicen que
podés ser lo que quieras. Así que elegimos y nos convertimos en lo que
quisimos.
-¿Qué vas a hacer para arreglar las cosas? –le dijo Félix, que quería ex-
plicar todo en un nuevo video para los suscriptores de su canal.
-Voy a seguir tocando mi música para atrás. Y voy a adoptar a esos dos –
dijo Fernanda Manuela y señaló a los dos adultos. Mara todavía jugaba con
piedritas y León dormía profundamente mientras se chupaba el pulgar.

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14
Quien se había recuperado mientras se desarrollaba el desafío musical era José
Simón Samuel. Estaba un poco atontado, pero ya no sentía el efecto de la hipnosis
y volvía a ser un pequeño astronauta metido en un traje enorme.
Cuando le contaron todo lo que había pasado, se lamentó por haberse perdido la
resolución de la historia.
Amelia puso su avión a disposición de todos y se llevó a Fernanda Manuela III,
para que pudiera hacer sonar su música invertida por todos esos lugares en los que
antes había encantado a los niños. Volaron muy bajo, entre edificios y rozando las
azoteas de las casas. La música llegaba a los oídos de los niños que habían olvidado
sus profesiones. De pronto, la melodía les tocaba los tímpanos y volvían a ser niños
bomberos, doctores, maestros y más cosas. El mundo volvía a estar en orden.
La tonada de la flauta, claro está, no podía ser dirigida solamente a los niños que
habían sido afectados. Así que llegó también a los oídos de muchos adultos, algunos
de los cuales volvieron a ser bebés apenas la escucharon. Esto despertó una ola de
niños que adoptaban a sus padres y los criaban hasta que volvían a ser adultos a
tiempo completo. Pero esa ya es otra historia de profundo impacto social y serias
consecuencias políticas, que merecería un libro aparte.

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-José Simón Samuel de Espronceda y Blanes –le dijo María Antonieta a su ami-
go, mientras miraba la avioneta recorriendo el horizonte de la ciudad-. ¿Todavía
querés tener un cuarto nombre? ¿No serían muchos?
-Nunca son demasiados. Podría tener más –le dijo el astronauta- ¿Vos no te acos-
tumbrás a ser María Antonieta do Nascimento Anterior?
-Te regalo el María. Ahora podés ser José María etcétera etcétera.
José María Simón Samuel, pensó él. Sonaba muy bien.
-Pero si me das tu nombre, vas a ser solamente Antonieta -razonó.
-No –le dijo ella, entusiasmada-. Voy a usar las iniciales de mi nombre, incluyendo
la M de María.
Él lo pensó un segundo.
-¿M.A.D.N.A? No entiendo.
-M.A.Do.Na –aclaró ella.
-Entonces, no son solo las iniciales. ¿No hay una cantante pop que se llama así?
-Claro que sí –dijo ella con sorna-. Aunque el nombre de ella se escribe con doble
ene. Además, ya está muy vieja. Y seguro que yo canto mucho mejor.

FIN
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