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Lecturas Necesarias

Para comprender los fundamentos y el proceso formativo de


las “Comunidades de Re-Iniciación Cristiana”

LECTURAS NECESARIAS
1. LUMEN GENTIUM
EL PUEBLO DE DIOS: 9-17;
CAPITULO II: EL PUEBLO DE DIOS. Nueva Alianza y nuevo Pueblo
El sacerdocio común
Ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos
Sentido de la fe y de los carismas en el Pueblo de Dios
Universalidad y catolicidad del único Pueblo de Dios
Los fieles católicos
Vínculos de la Iglesia con los cristianos no católicos
Los no cristianos
Carácter misionero de la Iglesia
LOS LAICOS: 30-38
CAPITULO IV: LOS LAICOS. Peculiaridad
Qué se entiende por laicos
Dignidad de los laicos. Unidad en la diversidad
El apostolado de los laicos
Consagración del mundo
El testimonio de su vida
En las estructuras humanas
Relaciones de los laicos con la jerarquía
Conclusión
LA SANTIDAD: 39-42
CAPITULO V: UNIVERSAL VOCACION A LA SANTIDAD EN LA IGLESIA. Llamamiento a la santidad
El Divino Maestro y modelo de toda perfección
La santidad en los diversos estados
Los consejos evangélicos
2. GAUDIUM ET SPES
LA COMUNIDAD HUMANA: 23-32
CAPITULO II: LA COMUNIDAD HUMANA. Propósito del Concilio
Índole comunitaria de la vocación humana según el plan de Dios
Interdependencia entre la persona humana y la sociedad
La promoción del bien común
El respeto a la persona humana
Respeto y amor a los adversarios
La igualdad esencial entre los hombres y la justicia social
Hay que superar la ética individualista
Responsabilidad y participación
El Verbo encarnado y la solidaridad humana
LA ACTIVIDAD HUMANA EN EL MUNDO: 33-39
CAPITULO III: LA ACTIVIDAD HUMANA EN EL MUNDO. Planteamiento del problema
Valor de la actividad humana

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Ordenación de la actividad humana
La justa autonomía de la realidad terrena
Deformación de la actividad humana por el pecado
Perfección de la actividad humana en el misterio pascual
Tierra nueva y cielo nuevo
MISIÓN DE LA IGLESIA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO: 40-45
CAPITULO IV: MISION DE LA IGLESIA EN EL MUNDO CONTEMPORANEO. Relación mutua entre la Iglesia y el mundo
Ayuda que la Iglesia procura prestar a cada hombre
Ayuda que la Iglesia procura dar a la sociedad humana
Ayuda que la Iglesia, a través de sus hijos, procura prestar al dinamismo humano
Ayuda que la Iglesia recibe del mundo moderno
Cristo, alfa y omega
3. AD GENTES
LA OBRA MISIONERA DE LA IGLESIA. INTRODUCCIÓN
ART. 1º: EL TESTIMONIO CRISTIANO
Testimonio y diálogo
Presencia de la caridad
ART. 2º: PREDICACION DEL EVANGELIO Y REUNION DEL PUEBLO DE DIOS
Evangelización y conversión
Catecumenado e iniciación cristiana
ART. 3º: FORMACION DE LA COMUNIDAD CRISTIANA
La Comunidad cristiana
Constitución del clero local
Formación de los catequistas
Promoción de la vida religiosa

4. CEC
LA INICIACIÓN CRISTIANA: 210-212
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPITULO PRIMERO: LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACION CRISTIANA
LA VIDA CRISTIANA
El catecumenado como formación para la vida cristiana.
La Eucaristía. «fuente y culminación de la vida cristiana»
La familia como primera escuela de vida cristiana,
La oración, elemento de especial relieve en la vida cristiana,
Los preceptos de la vida cristiana en el Sermón de la montaña,
La religiosidad popular enriquece la v ida cristiana,
La sagrada Escritura como alimento de la vida cristiana,
Los sacramentos como fundamento y auxilio de la vida cristiana,
La Santísima Trinidad como misterio central de la vida cristiana,
La vida cristiana y el camino de perfección,
Vida cristiana y participación en la muerte y resurrección de Cristo,
5. CIC – LIBRO II: DEL PUEBLO DE DIOS
PARTE I. DE LOS FIELES CRISTIANOS
TÍTULO I. De los deberes y derechos de todos los fieles
TÍTULO II. De las obligaciones y derechos de los fieles laicos

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6. PATRÍSTICA
ATENÁGORAS – LA VIDA DE LOS CRISTIANOS
DIDAJÉ
1. Instrucción moral
2. El bautismo
3. Ayuno y oración
4. Fórmulas para la cena eucarística.
5. Instrucción sobre los apóstoles y profetas
6. El día del Señor
7. Obispos y diáconos
8. Escatología
9 y 10. Un sacrificio puro
7. APARECIDA
CAPÍTULO 3. LA ALEGRÍA DE SER DISCÍPULOS MISIONEROS PARA ANUNCIAR EL EVANGELIO DE JESUCRISTO
3.1 LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA
3.2 LA BUENA NUEVA DE LA VIDA
3.3 LA BUENA NUEVA DE LA FAMILIA
3.4 LA BUENA NUEVA DE LA ACTIVIDAD HUMANA
3.4.1 El trabajo
3.4.2 La ciencia y la tecnología
3.5 LA BUENA NUEVA DEL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES Y ECOLOGÍA
3.6 EL CONTINENTE DE LA ESPERANZA Y DEL AMOR
CAPÍTULO 4. LA VOCACIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS A LA SANTIDAD
4.1 LLAMADOS AL SEGUIMIENTO DE JESUCRISTO
4.2 CONFIGURADOS CON EL MAESTRO
4.3 ENVIADOS A ANUNCIAR EL EVNGELIO DEL REINO DE VIDA
4.4 ANIMADOS POR EL ESPÍRITU SANTO
CAPÍTULO 5. LA COMUNIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS EN LA IGLESIA
5.1 LLAMADOS A VIVIR EN COMUNIÓN
5.2 LUGARES ECLESIALES PARA LA COMUNIÓN
5.2.1 La diócesis, lugar privilegiado de la comunión
5.2.2 La Parroquia, comunidad de comunidades
5.2.3 Comunidades Eclesiales de Base y Pequeñas comunidades
5.2.4 Las Conferencias Episcopales y la comunión entre las Iglesias
5.3 DISCÍPULOS MISIONEROS CON VOCACIONES ESPECÍFICAS
5.3.1 Los obispos, discípulos misioneros de Jesús Sumo Sacerdote
5.3.2 LOS PRESBÍTEROS, DISCÍPULOS MISIONEROS DE JESÚS BUEN PASTOR
5.3.2.1 Identidad y misión de los presbíteros
5.3.2.2 Los párrocos, animadores de una comunidad de discípulos misioneros
5.3.3 Los diáconos permanentes, discípulos misioneros de Jesús Servidor
5.3.4 Los fieles laicos y laicas, discípulos y misioneros de Jesús, Luz del mundo
5.3.5 Los consagrados y consagradas, discípulos misioneros de Jesús Testigo del Padre
5.4 LOS QUE HAN DEJADO LA IGLESIA PARA UNURSE A OTROS GRUPOS RELIGIOSOS
5.5 DIÁLOGO ECUMÉNICO E INTERRELIGIOSO
5.5.1 Diálogo ecuménico para que el mundo crea
5.5.2 Relación con el judaísmo y diálogo interreligioso
CAPÍTULO 6. EL ITINERARIO FORMATIVO DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
6.1 UNA ESPIRITUALIDAD TRINITARIA DEL ENCUENTRO CON JESUCRISTO

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6.1.1 El encuentro con Jesucristo
6.1.2 Lugares de encuentro con Jesucristo
6.1.3 La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo
6.1.4 María, discípula y misionera
6.1.5 Los apóstoles y los santos
6.2 EL PROCESO DE FORMACIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
6.2.1 Aspectos del proceso
6.2.2 CRITERIOS GENERALES
6.2.2.1 Una formación integral, kerygmática y permanente
6.2.2.2 Una formación atenta a dimensiones diversas
6.2.2.3 Una formación respetuosa de los procesos
6.2.2.4 Una formación que contempla el acompañamiento de los discípulos
6.2.2.5 Una formación en la espiritualidad de la acción misionera
6.3 INICIACIÓN A LA VIDA CRISTIANA Y CATEQUESIS PERMANENTE
6.3.1 Iniciación a la vida cristiana
6.3.2 Propuestas para la iniciación cristiana
6.3.3 Catequesis permanente
6.4 LUGARES DE FORMACIÓN PARA LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
6.4.1 La Familia, primera escuela de la fe
6.4.2 Las Parroquias
6.4.3 Pequeñas comunidades eclesiales
6.4.4 Los movimientos eclesiales y nuevas comunidades
6.4.5 Los Seminarios y Casas de formación religiosa
6.4.6 La Educación Católica
6.4.6.1 Los centros educativos católicos
6.4.6.2 Las universidades y centros superiores de educación católica

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1. Lumen Gentium
El Pueblo de Dios: 9-17;
CAPITULO II: EL PUEBLO DE DIOS. Nueva Alianza y nuevo Pueblo
9 En todo tiempo y en todo pueblo son adeptos a Dios los que le temen y practican la justicia
(cf. Hch 10, 35). Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y
aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente.
Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien instruyo
gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y
santificándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta
que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de
Dios hecho carne. "He aquí que llega el tiempo - dice el Señor - , y haré una nueva alianza con la casa
de Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré
Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán", afirma el
Señor (Jr 31, 31-34). Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre
(cf. 1Co 11, 25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en unidad
no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. Pues los que creen en
Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo (cf. 1P 1,
23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5 - 6), son hechos por fin "linaje
escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición ... que en un tiempo no era pueblo, y
ahora pueblo de Dios" (1P 2, 9 - 10)
Ese pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo, "que fue entregado por nuestros pecados y
resucitó para nuestra salvación" (Rm 4, 25), y habiendo conseguido un nombre que está sobre todo
nombre, reina ahora gloriosamente en los cielos. Tienen por condición la dignidad y libertad de los
hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo
mandato de amar, como el mismo Cristo nos amó (cf. Jn 13, 34). Tienen últimamente como fin la
dilatación del Reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por El
mismo al fin de los tiempos cuanto se manifieste Cristo, nuestra vida (cf. Col 3, 4) , y "la misma criatura
será libertad de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de los hijos de Dios"
(Rm 8, 21). Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres,
y muchas veces aparezca como una pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de
esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión
de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El como instrumento de la redención
universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13 - 16).
Así como el pueblo de Israel según la carne, el peregrino del desierto, es llamado alguna vez
Iglesia (cf. 2 Esd 13, 1; Nm 20, 4; Dt 23, 1 ss), así el nuevo Israel que va avanzando en este mundo
hacia la ciudad futura y permanente (cf. Hb 13, 14) se llama también Iglesia de Cristo (cf. Mt 16, 18),
porque El la adquirió con su sangre (cf. Hch 20, 28), la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios
aptos para una unión visible y social. La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como
autor de la salvación, y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por
Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera, para todos y cada uno. Rebosando

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todos los límites de tiempos y de lugares, entra en la historia humana con la obligación de extenderse
a todas las naciones. Caminando, pues, la Iglesia a través de peligros y de tribulaciones, de tal forma
se ve confortada por la fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometió, que en la debilidad de la
carne no pierde su fidelidad absoluta, sino que persevera siendo digna esposa de su Señor, y no deja
de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso
El sacerdocio común
10 Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hb 5, 1 - 5), a su nuevo pueblo "lo
hizo Reino de sacerdotes para Dios, su Padre" (cf. Ap 1, 6; 5, 9 - 10). Los bautizados son consagrados
como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para
que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien las
maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (cf. 1P 2, 4 - 10). Por ello, todos los
discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (cf. Hch 2, 42.47), han de ofrecerse
a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12, 1), han de dar testimonio de Cristo en
todo lugar, y a quien se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida
eterna (cf. 1P 3, 15)
El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordena el uno para
el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial
no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela
y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el
pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía,
en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad
operante
Ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos
11 La condición sagrada y orgánicamente constituida de la comunidad sacerdotal se actualiza
tanto por los sacramentos como por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo,
quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios,
tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia.
Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con
una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir
y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo. Participando del
sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí
mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman
parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino cada uno según su condición. Pero una vez
saciados con el cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del
pueblo de Dios aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo sacramento
Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen el perdón de la ofensa hecha a Dios
por la misericordia de Este, y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que, pecando,
ofendieron, la cual, con caridad, con ejemplos y con oraciones, les ayuda en su conversión. La Iglesia
entera encomienda al Señor, paciente y glorificado, a los que sufren, con la sagrada unción de los
enfermos y con la oración de los presbíteros, para que los alivie y los salva (cf. St 5, 14 - 16); más aún,
los exhorta a que uniéndose libremente a la pasión y a la muerte de Cristo (Rm 8, 17; Col 1, 24; 2Tm

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2, 11 - 12; 1P 4, 13), contribuyan al bien del Pueblo de Dios. Además, aquellos que entre los fieles se
distinguen por el orden sagrado, quedan destinados en el nombre de Cristo para apacentar la Iglesia
con la palabra y con la gracia de Dios. Por fin, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del
matrimonio, por el que manifiestan y participan del misterio de la unidad y del fecundo amor entre
Cristo y la Iglesia (Ef 5, 32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la
procreación y educación de los hijos, y, por tanto, tienen en su condición y estado de vida su propia
gracia en el Pueblo de Dios (cf. 1Co 7, 7). Pues de esta unión conyugal procede la familia, en que nacen
los nuevos ciudadanos de la sociedad humana, que por la gracia del Espíritu Santo quedan
constituidos por el bautismo en hijos de Dios para perpetuar el Pueblo de Dios en el correr de los
tiempos. En esta como Iglesia doméstica, los padres han de ser para con sus hijos los primeros
predicadores de la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia
de cada uno, y con especial cuidado la vocación sagrada
Los fieles todos, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan
poderosos medios, son llamados por Dios cada uno por su camino a la perfección de la santidad por
la que el mismo Padre es perfecto
Sentido de la fe y de los carismas en el Pueblo de Dios
12 El pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo
testimonio, sobre todo por la vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza, el
fruto de los labios que bendicen su nombre (cf. Hb 13, 15). La universalidad de los fieles que tiene la
unción del Santo (cf. 1Jn 2, 20 - 17) no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad
mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando "desde el Obispo hasta los
últimos fieles seglares" manifiestan el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres. Con
ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del
magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera
palabra de Dios (cf. 1Ts 2, 13), se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los
santos (cf. Judas 1, 3), penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en
la vida.
Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los
Sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que "distribuye sus dones a cada
uno según quiere" (1Co 12, 11), reparte entre los fieles de cualquier condición incluso gracias
especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para
la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras: "A cada uno se le
otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad" (1Co 12, 7). Estos carismas, tanto los
extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a
las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones
extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los
frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su aplicación
pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino
probarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1Ts 5, 19-21)

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Universalidad y catolicidad del único Pueblo de Dios
13 Todos los hombres son llamados a formar parte del Pueblo de Dios. Por lo cual este Pueblo,
siendo uno y único, ha de abarcar el mundo entero y todos los tiempos para cumplir los designios de
la voluntad de Dios, que creó en el principio una sola naturaleza humana y determinó congregar en
un conjunto a todos sus hijos, que estaban dispersos (cf. Jn 11, 52). Para ello envió Dios a su Hijo a
quien constituyó heredero universal (cf. He 1, 2), para que fuera Maestro, Rey y Sacerdote nuestro,
Cabeza del nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios. Para ello, por fin, envió al Espíritu de su
Hijo, Señor y Vivificador, que es para toda la Iglesia, y para todos y cada uno de los creyentes, principio
de asociación y de unidad en la doctrina de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la
oración (cf. Hch 2, 42)
Así, pues, de todas las gentes de la tierra se compone el Pueblo de Dios, porque de todas recibe
sus ciudadanos, que lo son de un reino, por cierto, no terreno, sino celestial. Pues todos los fieles
esparcidos por la faz de la tierra comunican en el Espíritu Santo con los demás, y así "el que habita en
Roma sabe que los indios son también sus miembros". Pero como el Reino de Cristo no es de este
mundo (cf. Jn 18, 36), la Iglesia, o Pueblo de Dios, introduciendo este Reino no arrebata a ningún
pueblo ningún bien temporal, sino al contrario, todas las facultades, riquezas y costumbres que
revelan la idiosincrasia de cada pueblo, en lo que tienen de bueno, las favorece y asume; pero al
recibirlas las purifica, las fortalece y las eleva. Pues sabe muy bien que debe asociarse a aquel Rey, a
quien fueron dadas en heredad todas las naciones (cf. Sal 2, 8) y a cuya ciudad llevan dones y obsequios
(cf. Sal 71, 10; Is 60, 4 - 7; Ap 21, 24)
Este carácter de universalidad, que distingue al Pueblo de Dios, es un don del mismo Señor por
el que la Iglesia católica tiende eficaz y constantemente a recapitular la Humanidad entera con todos
sus bienes, bajo Cristo como Cabeza en la unidad de su Espíritu. En virtud de esta catolicidad cada
una de las partes presenta sus dones a las otras partes y a toda la Iglesia, de suerte que el todo y cada
uno de sus elementos se aumentan con todos lo que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud
en la unidad. De donde resulta que el Pueblo de Dios no sólo congrega gentes de diversos pueblos,
sino que en sí mismo está integrado de diversos elementos, Porque hay diversidad entre sus
miembros, ya según los oficios, pues algunos desempeñan el ministerio sagrado en bien de sus
hermanos; ya según la condición y ordenación de vida, pues muchos en el estado religioso tendiendo
a la santidad por el camino más arduo estimulan con su ejemplo a los hermanos. Además, en la
comunión eclesiástica existen Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo
íntegro el primado de la Cátedra de Pedro, que preside todo el conjunto de la caridad, defiende las
legítimas variedades y al mismo tiempo procura que estas particularidades no sólo no perjudiquen a
la unidad, sino incluso cooperen en ella. De aquí dimanan finalmente entre las diversas partes de la
Iglesia los vínculos de íntima comunicación de riquezas espirituales, operarios apostólicos y ayudas
materiales. Los miembros del Pueblo de Dios están llamados a la comunicación de bienes, y a cada
una de las Iglesias pueden aplicarse estas palabras del Apóstol: "El don que cada uno haya recibido,
póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1P 4,
10)

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Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y
promueve la paz y a ella pertenecen de varios modos y se ordenan, tanto los fieles católicos como los
otros cristianos, e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios
Los fieles católicos
14 El sagrado Concilio pone ante todo su atención en los fieles católicos y enseña, fundado en
la Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación. Pues solamente
Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia,
y El, inculcando con palabras concretas la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc 16, 16; Jn 3, 5),
confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como
puerta obligada. Por lo cual no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida
por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella
A la sociedad de la Iglesia se incorporan plenamente los que, poseyendo el Espíritu de Cristo,
reciben íntegramente sus disposiciones y todos los medios de salvación depositados en ella, y se unen
por los vínculos de la profesión de la fe, de los sacramentos, del régimen eclesiástico y de la comunión,
a su organización visible con Cristo, que la dirige por medio del Sumo Pontífice y de los Obispos. Sin
embargo, no alcanza la salvación, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien no perseverando en la
caridad permanece en el seno de la Iglesia "en cuerpo", pero no "en corazón". No olviden, con todo,
los hijos de la Iglesia que su excelsa condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino a una
gracia especial de Cristo: y si no responden a ella con el pensamiento, las palabras y las obras, lejos de
salvarse, serán juzgados con mayor severidad
Los catecúmenos que, por la moción del Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser
incorporados a la Iglesia, se unen a ella por este mismo deseo; y la madre Iglesia los abraza ya amorosa
y solícitamente como a hijos
Vínculos de la Iglesia con los cristianos no católicos
15 La Iglesia se siente unida por varios vínculos con todos lo que se honran con el nombre de
cristianos, por estar bautizados, aunque no profesan íntegramente la fe, o no conservan la unidad de
comunión bajo el Sucesor de Pedro. Pues conservan la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida,
y manifiestan celo apostólico, creen con amor en Dios Padre todopoderoso, y en el hijo de Dios
Salvador, están marcados con el bautismo, con el que se unen a Cristo, e incluso reconocen y reciben
en sus propias Iglesias o comunidades eclesiales otros sacramentos. Muchos de ellos tienen
episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la Virgen Madre de Dios. Hay
que contar también la comunión de oraciones y de otros beneficios espirituales; más aún, cierta unión
en el Espíritu Santo, puesto que también obra en ellos su virtud santificante por medio de dones y de
gracias, y a algunos de ellos les dio la fortaleza del martirio. De esta forma el Espíritu promueve en
todos los discípulos de Cristo el deseo y la colaboración para que todos se unan en paz en un rebaño y
bajo un solo Pastor, como Cristo determinó. Para cuya consecución la madre Iglesia no cesa de orar,
de esperar y de trabajar, y exhorta a todos sus hijos a la santificación y renovación para que la señal
de Cristo resplandezca con mayores claridades sobre el rostro de la Iglesia

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Los no cristianos
16 Por fin, los que todavía no recibieron el Evangelio, están ordenados al Pueblo de Dios por
varias razones. En primer lugar, por cierto, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las
promesas y del que nació Cristo según la carne (cf. Rm 9, 5); pueblo, según la elección, amadísimo a
causa de los padres; porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables (cf. Rm 11, 28 - 29). Pero
el designio de salvación abarca también a aquellos que reconocen al Creador, entre los cuales están en
primer lugar los musulmanes, que confesando profesar la fe de Abraham adoran con nosotros a un
solo Dios, misericordiosos, que ha de juzgar a los hombres en el último día. Este mismo Dios tampoco
está lejos de otros que entre sombras e imágenes buscan al Dios desconocido, puesto que les da a todos
la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17, 25 - 28), y el Salvador quiere que todos los hombres
se salven (cf. 1Tm 2, 4). Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia,
y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de
su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. La
divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte
no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la
gracia divina, en conseguir una vida recta. La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que entre ellos
se da, como preparación evangélica, y dado por quien ilumina a todos los hombres, para que al fin
tenga la vida. pero con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el maligno, se hicieron
necios en sus razonamientos y trocaron la verdad de Dios por la mentira sirviendo a la criatura en
lugar del Criador (cf. Rm 1, 24 - 25), o viviendo y muriendo sin Dios en este mundo están expuestos
a una horrible desesperación. Por lo cual la Iglesia, recordando el mandato del Señor: "Predicad el
Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 16), fomenta encarecidamente las misiones para promover la
gloria de Dios y la salvación de todos
Carácter misionero de la Iglesia
17 Como el Padre envió al Hijo, así el Hijo envió a los Apóstoles (cf. Jn 20, 21), diciendo: "Id y
enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la
consumación del mundo" (Mt 28, 19 - 20). Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad
salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con la encomienda de llevarla hasta el fin de la tierra
(cf. Hch 1, 8). De aquí que haga suyas las palabras del Apóstol: "¡Ay de mí si no evangelizara!" (1Co 9,
16), por lo que se preocupa incansablemente de enviar evangelizadores hasta que queden plenamente
establecidas nuevas Iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora. Por eso se ve impulsada por el
Espíritu Santo a poner todos los medios para que se cumpla efectivamente el plan de Dios, que puso
a Cristo como principio de salvación para todo el mundo. predicando el Evangelio, mueve a los oyentes
a la fe y a la confesión de la fe, los dispone para el bautismo, los arranca de la servidumbre del error y
de la idolatría y los incorpora a Cristo, para que crezcan hasta la plenitud por la caridad hacia El. Con
su obra consigue que todo lo bueno que haya depositado en la mente y en el corazón de estos hombres,
en los ritos y en las culturas de estos pueblos, no solamente no desaparezca, sino que cobre vigor y se
eleve y se perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre. Sobre
todos los discípulos de Cristo pesa la obligación de propagar la fe según su propia condición de vida.
Pero aunque cualquiera puede bautizar a los creyentes, es, no obstante, propio del sacerdote el
consumar la edificación del Cuerpo de Cristo por el sacrificio eucarístico, realizando las palabras de

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10
Dios dichas por el profeta: "Desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes,
y en todo lugar se ofrece a mi nombre una oblación pura" (Ml 1, 11). Así, pues ora y trabaja a un tiempo
la Iglesia, para que la totalidad del mundo se incorpore al Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo
del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre
universal
Los Laicos: 30-38
CAPITULO IV: LOS LAICOS. Peculiaridad
30 El Santo Sínodo, una vez declaradas las funciones de la jerarquía, vuelve gozosamente su
espíritu hacia el estado de los fieles cristianos, llamados laicos. Cuanto se ha dicho del Pueblo de Dios
se dirige por igual a los laicos, religiosos y clérigos; sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, en
razón de su condición y misión, les corresponden ciertas particularidades cuyos fundamentos, por las
especiales circunstancias de nuestro tiempo, hay que considerar con mayor amplitud. Los sagrados
pastores conocen muy bien la importancia de la contribución de los laicos al bien de toda la Iglesia.
Pues los sagrados pastores saben que ellos no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí solos
toda la misión salvífica de la Iglesia cerca del mundo, sino que su excelsa función es apacentar de tal
modo a los fieles y de tal manera reconocer sus servicios y carismas, que todos, a su modo, cooperen
unánimemente a la obra común. Es necesario, por tanto, que todos "abrazados a la verdad, en todo
crezcamos en caridad, llegándonos a Aquél que es nuestra Cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo
trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada
miembro, crece y se perfecciona en la caridad" (Ef 4, 15 - 16).
Qué se entiende por laicos
31 Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los
miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la
Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo,
constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y
real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el
mundo
El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Los que recibieron el orden sagrado,
aunque algunas veces pueden tratar asuntos seculares, incluso ejerciendo una profesión secular, están
ordenados principal y directamente al sagrado ministerio, por razón de su vocación particular, en
tanto que los religiosos, por su estado, dan un preclaro y eximio testimonio de que el mundo no puede
ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas. A los laicos pertenece por
propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales.
Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y profesiones, así como en las
condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Allí
están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo
que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo
descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y
caridad. A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los
que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu
de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor

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Dignidad de los laicos. Unidad en la diversidad
32 La Iglesia santa, por voluntad divina, está ordenada y se rige con admirable variedad. "Pues
a la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y todos los miembros no tienen la
misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al
servicio de los otros miembros" (Rm 12, 4 - 5)
El pueblo elegido de Dios es uno: "Un Señor, una fe, un bautismo" (Ef 4, 5); común la dignidad
de los miembros por su regeneración en Cristo, gracia común de hijos, común vocación a la perfección,
una salvación, una esperanza y una indivisa caridad. Ante Cristo y ante la Iglesia no existe desigualdad
alguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o sexo, porque "no hay judío ni griego, no
hay siervo ni libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois "uno" en Cristo Jesús" (Ga 3, 28;
cf. Col 3, 11)
Aunque no todos en la Iglesia marchan por el mismo camino, sin embargo, todos están
llamados a la santidad y han alcanzado la misma fe por la justicia de Dios (cf. 2P 1, 1). Y si es cierto
que algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos para los demás como doctores,
dispensadores de los misterios y pastores, sin embargo, se da una verdadera igualdad entre todos en
lo referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de
Cristo. La diferencia que puso el Señor entre los sagrados ministros y el resto del Pueblo de Dios lleva
consigo la unión, puesto que los pastores y los demás fieles están vinculados entre sí por necesidad
recíproca; los pastores de la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor, pónganse al servicio los unos de
los otros, y al de los demás fieles, y estos últimos, a su vez asocien su trabajo con el de los pastores y
doctores. De este modo, en la diversidad, todos darán testimonio de la admirable unidad del Cuerpo
de Cristo; pues la misma diversidad de gracias, servicios y funciones congrega en la unidad a los hijos
de Dios, porque "todas estas cosas son obras del único e idéntico Espíritu" (1Co 12, 11)
Si, pues, los seglares, por designación divina, tienen a Jesucristo por hermano, que siendo
Señor de todas las cosas vino, sin embargo, a servir y no a ser servido (cf. Mt 20, 28), así también
tienen por hermanos a quienes, constituidos en el sagrado ministerio, enseñando, santificando y
gobernando con la autoridad de Cristo, apacientan la familia de Dios de tal modo que se cumpla por
todos el mandato nuevo de la caridad. A este respecto dice hermosamente San Agustín: "Si me aterra
el hecho de lo que soy para vosotros, eso mismo me consuela, porque estoy con vosotros. Para vosotros
soy el obispo, con vosotros soy el cristiano. Aquél es el nombre del cargo; éste de la gracia; aquél el del
peligro; éste, el de la salvación"
El apostolado de los laicos
33 Los laicos congregados en el Pueblo de Dios y constituidos en un solo Cuerpo de Cristo bajo
una sola Cabeza, cualesquiera que sean, están llamados, a fuer de miembros vivos, a procurar el
crecimiento de la Iglesia y su perenne santificación con todas sus fuerzas, recibidas por beneficio del
Creador y gracia del Redentor
El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, a cuyo
apostolado todos están llamados por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confirmación. Por
los sacramentos, especialmente por la Sagrada Eucaristía, se comunica y se nutre aquel amor hacia
Dios y hacia los hombres, que es el alma de todo apostolado. Los laicos, sin embargo, están llamados,

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particularmente, a hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no
puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos. Así, pues, todo laico, por los mismos dones que le
han sido conferidos, se convierte en testigo e instrumento vivo, a la vez, de la misión de la misma
Iglesia "en la medida del don de Cristo" (Ef 4, 7)
Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los fieles, los laicos pueden
también ser llamados de diversos modos a una cooperación más inmediata con el apostolado de la
jerarquía, como aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización,
trabajando mucho en el Señor (cf. Flp 4, 3; Rm 16, 3 ss.). Por los demás, son aptos para que la
jerarquía les confíe el ejercicio de determinados cargos eclesiásticos, ordenados a un fin espiritual
Así, pues, incumbe a todos los laicos colaborar en la hermosa empresa de que el divino designio
de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las tierras.
Abraseles, pues, camino por doquier para que, a la medida de sus fuerzas y de las necesidades de los
tiempos, participen también ellos, celosamente, en la misión salvadora de la Iglesia
Consagración del mundo
34 Cristo Jesús, Supremo y eterno sacerdote porque desea continuar su testimonio y su servicio
por medio de los laicos, vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a toda obra
buena y perfecta
Pero aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión también les hace partícipes de
su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para gloria de Dios y salvación de los
hombres. Por lo que los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen
una vocación admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan siempre los más abundantes
frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar,
el trabajo cotidiano, el descanso del alma y de cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias
de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en "hostias espirituales, aceptables a Dios por
Jesucristo" (1P 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor,
ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando
santamente, consagran a Dios el mundo mismo
El testimonio de su vida
35 Cristo, el gran Profeta, que por el testimonio de su vida y por la virtud de su palabra proclamó
el Reino del Padre, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a
través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su potestad, sino también por medio de los
laicos, a quienes por ello, constituye en testigos y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la
palabra (cf. Hch 2, 17 - 18; Ap 19, 10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana
familiar y social. Ellos se muestran como hijos de la promesa cuando fuertes en la fe y la esperanza
aprovechan el tiempo presente (cf. Ef 5, 16; Col 4, 5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rm
8, 25). Pero que no escondan esta esperanza en la interioridad del alma, sino manifiéstenla en diálogo
continuo y en el forcejeo "con los espíritus malignos" (Ef 6, 12), incluso a través de las estructuras de
la vida secular
Así como los sacramentos de la Nueva Ley, con los que se nutre la vida y el apostolado de los
fieles, prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva (cf. Ap 21, 1), así los laicos, se hacen valiosos

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pregoneros de la fe y de las cosas que esperamos (cf. Hb 11, 1), así asocian, sin desmayo, la profesión
de fe con la vida de fe. Esta evangelización, es decir, el mensaje de Cristo, pregonado con el testimonio
de la vida y de la palabra, adquiere una nota específica y una peculiar eficacia por el hecho de que se
realiza dentro de las comunes condiciones de la vida en el mundo
En este quehacer es de gran valor aquel estado de vida que está santificado por un especial
sacramento, es decir, la vida matrimonial y familiar. Aquí se encuentra un ejercicio y una hermosa
escuela para el apostolado de los laicos cuando la religión cristiana penetra toda institución de la vida
y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación para que ellos, entre sí, y
sus hijos, sean testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama muy alto tanto las
presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. Y así, con su
ejemplo y testimonio, arguye al mundo el pecado e ilumina a los que buscan la verdad
Por tanto, los laicos, también cuando se ocupan de las cosas temporales, pueden y deben
realizar una acción preciosa en orden a la evangelización del mundo. Porque si bien algunos de entre
ellos, al faltar los sagrados ministros o estar impedidos éstos en caso de persecución, les suplen en
determinados oficios sagrados en la medida de sus facultades, y aunque muchos de ellos consumen
todas sus energías en el trabajo apostólico, conviene, sin embargo, que todos cooperen a la dilatación
e incremento del Reino de Cristo en el mundo. Por ello, trabajen los laicos celosamente por conocer
más profundamente la verdad revelada e impetren insistentemente de Dios el don de la sabiduría
En las estructuras humanas
36 Cristo, hecho obediente hasta la muerte y, en razón de ello, exaltado por el Padre (cf. Flp 2,
8 - 9), entró en la gloria de su reino; a El están sometidas todas las cosas hasta que El se someta a sí
mismo y todo lo creado al Padre, para que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1Co 15, 27 - 28). Tal
potestad la comunicó a sus discípulos para que quedasen constituidos en una libertad regia, y con la
abnegación y la vida santa vencieran en sí mismos el reino del pecado (cf. Rm 6, 12), e incluso sirviendo
a Cristo también en los demás, condujeran en humildad y paciencia a sus hermanos hasta aquel Rey,
a quien servir es reinar. Porque el Señor desea dilatar su Reino también por mediación de los fieles
laicos; un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y
de paz, en el cual la misma criatura quedará libre de la servidumbre de la corrupción en la libertad de
la gloria de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 21). Grande, realmente, es la promesa, y grande el mandato
que se da a los discípulos. "Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de
Dios" (1Co 3, 23)
Deben, pues, los fieles conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y su
ordenación a la gloria de Dios y, además, deben ayudarse entre sí, también mediante las actividades
seculares, para lograr una vida más santa, de suerte que el mundo se impregne del espíritu de Cristo
y alcance más eficazmente su fin en la justicia, la caridad y la paz. Para que este deber pueda cumplirse
en el ámbito universal, corresponde a los laicos el puesto principal. Procuren, pues, seriamente que
por su competencia en los asuntos profanos y por su actividad, elevada desde dentro por la gracia de
Cristo, los bienes creados se desarrollen al servicio de todos y cada uno de los hombres y se distribuyan
mejor entre ellos, según el plan del Creador y la iluminación de su Verbo, mediante el trabajo humano,
la técnica y la cultura civil; y que a su manera conduzcan a los hombres al progreso universal en la

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libertad cristiana y humana. Así Cristo, a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más y más
con su luz salvadora a toda la sociedad humana
A más de lo dicho, los laicos procuren coordinar sus fuerzas para sanear las estructuras y los
ambientes del mundo, si en algún caso incitan al pecado, de modo que todo esto se conforme a las
normas de la justicia y favorezca, más bien que impida, la practica de las virtudes. Obrando así
impregnarán de sentido moral la cultura y el trabajo humano. De esta manera se prepara a la vez y
mejor el campo del mundo para la siembra de la divina palabra, y se abren de par en par a la Iglesia
las puertas por las que ha de entrar en el mundo el mensaje de la paz
En razón de la misma economía de la salvación, los fieles han de aprender diligentemente a
distinguir entre los derechos y obligaciones que les corresponden por su pertenencia a la Iglesia y
aquellos otros que les competen como miembros de la sociedad humana. Procuren acoplarlos
armónicamente entre sí, recordando que, en cualquier asunto temporal, deben guiarse por la
conciencia cristiana, ya que ninguna actividad humana, ni siquiera en el orden temporal, puede
sustraerse al imperio de Dios. En nuestro tiempo, concretamente, es de la mayor importancia que esa
distinción y esta armonía brille con suma claridad en el comportamiento de los fieles para que la
misión de la Iglesia pueda responder mejor a las circunstancias particulares del mundo de hoy.
Porque, así como debe reconocerse que la ciudad terrena, vinculada justamente a las preocupaciones
temporales, se rige por principios propios, con la misma razón hay que rechazar la infausta doctrina
que intenta edificar a la sociedad prescindiendo en absoluta de la religión y que ataca o destruye la
libertad religiosa de los ciudadanos
Relaciones de los laicos con la jerarquía
37 Los laicos, como todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia, de
los sagrados pastores, de entre los bienes espirituales de la Iglesia, ante todo, los auxilios de la Palabra
de Dios y de los sacramentos; y han de hacerles saber, con aquella libertad y confianza digna de Dios
y de los hermanos en Cristo, sus necesidades y sus deseos. En la medida de los conocimientos, de la
competencia y del prestigio que poseen, tienen el derecho y, en algún caso, la obligación de manifestar
su parecer sobre aquellas cosas que dicen relación al bien de la Iglesia. Hágase esto, si las
circunstancias lo requieren, mediante instituciones establecidas al efecto por la Iglesia, y siempre con
veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su oficio
sagrado, personifican a Cristo
Procuren los seglares, como los demás fieles, siguiendo el ejemplo de Cristo, que con su
obediencia hasta la muerte abrió a todos los hombres el gozoso camino de la libertad de los hijos de
Dios, aceptar con prontitud y cristiana obediencia todo lo que los sagrados pastores, como
representantes de Cristo, establecen en la Iglesia actuando de maestros y gobernantes. Y no dejen de
encomendar a Dios en sus oraciones a sus prelados, para que, ya que viven en continua vigilancia,
obligados a dar cuenta de nuestras almas, cumplan esto con gozo y no con angustia (cf. Hb 13, 17)
Los sagrados pastores, por su parte, reconozcan y promuevan la dignidad y la responsabilidad
de los laicos en la Iglesia. Hagan uso gustosamente de sus prudentes consejos, encárguenles, con
confianza, tareas en servicio de la Iglesia, y déjenles libertad y espacio para actuar, e incluso denles
ánimo para que ellos, espontáneamente, asuman tareas propias. Consideren atentamente en Cristo,

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con amor de padres, las iniciativas, las peticiones y los deseos propuestos por los laicos. Y reconozcan
cumplidamente los pastores la justa libertad que a todos compete dentro de la sociedad temporal
De este trato familiar entre los laicos y pastores son de esperar muchos bienes para la Iglesia,
porque así se robustece en los seglares el sentido de su propia responsabilidad, se fomenta el
entusiasmo y se asocian con mayor facilidad las fuerzas de los fieles a la obra de los pastores. Pues
estos últimos, ayudados por la experiencia de los laicos, pueden juzgar con mayor precisión y aptitud
lo mismo los asuntos espirituales que los temporales, de suerte que la Iglesia entera, fortalecida por
todos sus miembros, pueda cumplir con mayor eficacia su misión en favor de la vida del mundo
Conclusión
38 Cada seglar debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús, y
señal del Dios vivo. Todos en conjunto y cada cual en particular deben alimentar al mundo con frutos
espirituales (cf. Ga 5, 22) e infundirle aquel espíritu del que están animados aquellos pobres, mansos
y pacíficos, a quienes el Señor, en el Evangelio, proclamó bienaventurados (cf. Mt 5, 3 - 9). En una
palabra, "lo que es el alma en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo"
La Santidad: 39-42
CAPITULO V: UNIVERSAL VOCACION A LA SANTIDAD EN LA IGLESIA.
Llamamiento a la santidad
39 La Iglesia, cuyo misterio expone este sagrado Concilio, creemos que es indefectiblemente
santa, ya que Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y el Espíritu llamamos "el solo Santo", amó
a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef 5, 25 - 26), la
unió a sí mismo como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de
Dios. Por eso, todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados
a la santidad, según aquello del Apóstol : "Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación"
(1Ts 4, 3; Ef 1, 4). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta incesantemente y se debe manifestar en los
frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles; se expresa de múltiples modos en todos
aquellos que, con edificación de los demás, se acercan en su propio estado de vida a la cumbre de la
caridad; pero aparece de modo particular en la práctica de los que comúnmente llamamos consejos
evangélicos. Esta práctica de los consejos, que por impulso del Espíritu Santo algunos cristianos
abrazan, tanto en forma privada como en una condición o estado admitido por la Iglesia, da en el
mundo, y conviene que lo dé, un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad
El Divino Maestro y modelo de toda perfección
40 Nuestro Señor Jesucristo predicó la santidad de vida, de la que El es Maestro y Modelo, a
todos y cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen. "Sed, pues, vosotros perfectos
como vuestro Padre Celestial es perfecto" (Mt 5, 48). Envió a todos el Espíritu Santo, que los moviera
interiormente, para que amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con
todas las fuerzas (cf. Mc 12, 30), y para que se amen unos a otros como Cristo nos amó (cf. Jn 13, 34;
15, 12). Los seguidores de Cristo, llamados por Dios, no en virtud de sus propios méritos, sino por
designio y gracia de El, y justificados en Cristo Nuestro Señor, en la fe del bautismo han sido hechos
hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo santos; conviene, por consiguiente,
que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida, con la ayuda de Dios.

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Les amonesta el Apóstol a que vivan "como conviene a los santos" (Ef 5, 3, y que "como elegidos de
Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia,
paciencia" (Col 3, 12) y produzcan los frutos del Espíritu para santificación (cf. Ga 5, 22; Rm 6, 22).
Pero como todos tropezamos en muchas cosas (cf. St 3, 2), tenemos continua necesidad de la
misericordia de Dios y hemos de orar todos los días: "Perdónanos nuestras deudas" (Mt 6, 12)
Fluye de ahí la clara consecuencia que todos los fieles, de cualquier estado o condición, son
llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad
que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de vida más humano. Para alcanzar esa perfección,
los fieles, según las diversas medidas de los dones recibidos de Cristo, siguiendo sus huellas y
amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán esforzarse para
entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del Pueblo de Dios
producirá frutos abundantes, como brillantemente lo demuestra en la historia de la Iglesia la vida de
tantos santos
La santidad en los diversos estados
41 Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son
guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu
y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su
gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación
por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad.
Es menester, en primer lugar, que los pastores del rebaño de Cristo cumplan con su deber
ministerial, santamente y con entusiasmo, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y
Eterno sacerdote, pastor y obispo de nuestras almas; cumplido así su ministerio, será para ellos un
magnífico medio de santificación. Los escogidos a la plenitud del sacerdocio reciben como don, con la
gracia sacramental, el poder ejercitar el perfecto deber de su pastoral caridad con la oración, con el
sacrificio y la predicación, en todo género de preocupación y servicio episcopal, sin miedo de ofrecer
la vida por sus ovejas y haciéndose modelo de la grey (cf. 1P 5, 13). Así incluso con su ejemplo, han de
estimular a la Iglesia hacia una creciente santidad
Los presbíteros, a semejanza del orden de los Obispos, cuya corona espiritual forman
participando de la gracia del oficio de ellos por Cristo, eterno y único Mediador, crezcan en el amor de
Dios y del prójimo por el ejercicio cotidiano de su deber; conserven el vínculo de la comunión
sacerdotal; abunden en toda clase de bienes espirituales y den a todos un testimonio vivo de Dios,
emulando a aquellos sacerdotes que en el transcurso de los siglos nos dejaron muchas veces con un
servicio humilde y escondido, preclaro ejemplo de santidad, cuya alabanza se difunde por la Iglesia de
Dios. Ofrezcan, como es su deber, sus oraciones y sacrificios por su grey y por todo el Pueblo de Dios,
conscientes de lo que hacen e imitando lo que tratan. Así, en vez de encontrar un obstáculo en sus
preocupaciones apostólicas, peligros y contratiempos, sírvanse más bien de todo ello para elevarse a
más alta santidad, alimentando y fomentando su actividad con la frecuencia de la contemplación, para
consuelo de toda la Iglesia de Dios. Todos los presbíteros, y en particular los que por el título peculiar
de su ordenación se llaman sacerdotes diocesanos, recuerden cuánto contribuirá a su santificación el
fiel acuerdo y la generosa cooperación con su propio Obispo

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Son también participantes de la misión y de la gracia del supremo sacerdote, de una manera
particular, los ministros de orden inferior, en primer lugar los diáconos, los cuales, al dedicarse a los
misterios de Cristo y de la Iglesia, deben conservarse inmunes de todo vicio y agradar a Dios y ser
ejemplo de todo lo bueno ante los hombres (cf. 1Tm 3, 8 - 10; 12 - 13). Los clérigos, que llamados por
Dios y apartados para su servicio se preparan para los deberes de los ministros bajo la vigilancia de
los pastores, están obligados a ir adaptando su manera de pensar y sentir a tan preclara elección,
asiduos en la oración, fervorosos en el amor, preocupados siempre por la verdad, la justicia, la buena
fama, realizando todo para gloria y honor de Dios. A los cuales todavía se añaden aquellos seglares,
escogidos por Dios, que, entregados totalmente a las tareas apostólicas, son llamados por el Obispo y
trabajan en el campo del Señor con mucho fruto
Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden el uno
al otro en la gracia, con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y eduquen en la doctrina
cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole que el Señor les haya dado. De esta manera ofrecen al
mundo el ejemplo de una incansable y generoso amor, construyen la fraternidad de la caridad y se
presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y al
mismo tiempo participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo
por ella. Un ejemplo análogo lo dan los que, en estado de viudez o de celibato, pueden contribuir no
poco a la santidad y actividad de la Iglesia. Y por su lado, los que viven entregados al duro trabajo
conviene que en ese mismo trabajo humano busquen su perfección, ayuden a sus conciudadanos,
traten de mejorar la sociedad entera y la creación, pero traten también de imitar, en su laboriosa
caridad, a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo manual, y que continúa trabajando por la
salvación de todos en unión con el Padre; gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros en llevar
sus cargas, y sirviéndose incluso del trabajo cotidiano para subir a una mayor santidad, incluso
apostólica
Sepan también que están unidos de una manera especial con Cristo en sus dolores por la
salvación del mundo todos los que se ven oprimidos por la pobreza, la enfermedad, los achaques y
otros muchos sufrimientos o padecen persecución por la justicia: todos aquellos a quienes el Señor en
su Evangelio llamó Bienaventurados, y a quienes: "El Señor... de toda gracia, que nos llamó a su eterna
gloria en Cristo Jesús, después de un poco de sufrimiento, nos perfeccionará El mismo, nos
confirmará, nos solidificará" (1P 5, 10).
Por consiguiente, todos los fieles cristianos, en cualquier condición de vida, de oficio o de
circunstancias, y precisamente por medio de todo eso, se podrán santificar de día en día, con tal de
recibirlo todo con fe de la mano del Padre Celestial, con tal de cooperar con la voluntad divina,
manifestando a todos, incluso en el servicio temporal, la caridad con que Dios amó al mundo
Los consejos evangélicos
42 "Dios es caridad y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en El" (1Jn 4,
16). Y Dios difundió su caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rm
5, 5). Por consiguiente, el don principal y más necesario es la caridad con la que amamos a Dios sobre
todas las cosas y al prójimo por El. Pero a fin de que la caridad crezca en el alma como una buena
semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana la Palabra de Dios y cumplir con
las obras de su voluntad, con la ayuda de su gracia, participar frecuentemente en los sacramentos,

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sobre todo en la Eucaristía, y en otras funciones sagradas, y aplicarse de una manera constante a la
oración, a la abnegación de sí mismo, a un fraterno y solícito servicio de los demás y al ejercicio de
todas las virtudes. Porque la caridad, como vínculo de la perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3, 14),
gobierna todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que el amor hacia
Dios y hacia el prójimo sea la característica distintiva del verdadero discípulo de Cristo
Así como Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofreciendo su vida por nosotros, nadie
tiene un mayor amor que el que ofrece la vida por El y por sus hermanos (cf. 1Jn 3, 16; Jn 15, 13). Pues
bien, ya desde los primeros tiempos algunos cristianos se vieron llamados, y siempre se encontrarán
otros llamados a dar este máximo testimonio de amor delante de todos, principalmente delante de los
perseguidores. El martirio, por consiguiente, con el que el discípulo llega a hacerse semejante al
Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a El en el
derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como un supremo don y la prueba mayor
de la caridad. Y si ese don se da a pocos, conviene que todos vivan preparados para confesar a Cristo
delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca
faltan a la Iglesia
La santidad de la Iglesia se fomenta también de una manera especial en los múltiples consejos
que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos, entre los que descuella el
precioso don de la gracia divina que el Padre da a algunos (cf. Mt 19, 11; 1Co 7, 7) de entregarse más
fácilmente sólo a Dios en la virginidad o en el celibato, sin dividir con otro su corazón (cf. 1Co 7, 32 -
34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido considerada por la Iglesia en
grandísima estima, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de
espiritual fecundidad en el mundo
La Iglesia considera también la amonestación del Apóstol, quien, animando a los fieles a la
práctica de la caridad, les exhorta a que "sientan en sí lo que se debe sentir en Cristo Jesús", que "se
anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo... hecho obediente hasta la muerte" (Flp 2, 7 - 8), y
por nosotros " se hizo pobre, siendo rico" (2Co 8, 9). Y como este testimonio e imitación de la caridad
y humildad de Cristo, habrá siempre discípulos dispuestos a darlo, se alegra la Madre Iglesia de
encontrar en su seno a muchos, hombres y mujeres, que sigan más de cerca el anonadamiento del
Salvador y la ponen en más clara evidencia, aceptando la pobreza con la libertad de los hijos de Dios
y renunciando a su propia voluntad, pues ésos se someten al hombre por Dios en materia de
perfección, más allá de lo que están obligados por el precepto, para asemejarse más a Cristo obediente
Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar la santidad y la
perfección de su propio estado. Vigilen, pues, todos por ordenar rectamente sus sentimientos, no sea
que en el uso de las cosas de este mundo y en el apego a las riquezas, encuentren un obstáculo que les
aparte, contra el espíritu de pobreza evangélica, de la búsqueda de la perfecta caridad, según el aviso
del Apóstol: "Los que usan de este mundo, no se detengan en eso, porque los atractivos de este mundo
pasan" (cf. 1Co 7, 31)

Comunidades de Iniciación Cristiana. Un Itinerario de Amor en Comunidad.


19
2. Gaudium et Spes
La Comunidad Humana: 23-32
CAPITULO II: LA COMUNIDAD HUMANA. Propósito del Concilio
23 Entre los principales aspectos del mundo actual hay que señalar la multiplicación de las
relaciones mutuas entre los hombres. Contribuye sobremanera a este desarrollo el moderno progreso
técnico. Sin embargo, la perfección del coloquio fraterno no está en ese progreso, sino más
hondamente en la comunidad que entre las personas se establece, la cual exige el mutuo respeto de su
plena dignidad espiritual. La Revelación cristiana presta gran ayuda para fomentar esta comunión
interpersonal y al mismo tiempo nos lleva a una más profunda comprensión de las leyes que regulan
la vida social, y que el Creador grabó en la naturaleza espiritual y moral del hombre.
Como el Magisterio de la Iglesia en recientes documentos ha expuesto ampliamente la doctrina
cristiana sobre la sociedad humana, el Concilio se limita a recordar tan sólo algunas verdades
fundamentales y exponer sus fundamentos a la luz de la Revelación. A continuación subraya ciertas
consecuencias que de aquéllas fluyen, y que tienen extraordinaria importancia en nuestros días.
Índole comunitaria de la vocación humana según el plan de Dios
24 Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una
sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a imagen y
semejanza de Dios, quien hizo de uno todo el linaje humano y para poblar toda la haz de la tierra (Hch
17, 26), y todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo.
Por lo cual, el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor mandamiento. La Sagrada
Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede separarse del amor del prójimo: "... cualquier otro
precepto en esta sentencia se resume : Amarás al prójimo como a ti mismo... El amor es el
cumplimiento de la ley" (Rm 13, 9 - 10; cf. 1Jn 4, 20). Esta doctrina posee hoy extraordinaria
importancia a causa de dos hechos: la creciente interdependencia mutua de los hombres y la
unificación asimismo creciente del mundo.
Más aún, el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos
uno (Jn 17, 21 - 22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza
entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta
semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo,
no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás
Interdependencia entre la persona humana y la sociedad
25 La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el
crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados. porque el principio, el sujeto y
el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma
naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social. La vida social no es, pues, para el hombre
sobrecarga accidental. Por ello, a través del trato con los demás, de la reciprocidad de servicios, del
diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y le capacita
para responder a su vocación.

Comunidades de Iniciación Cristiana. Un Itinerario de Amor en Comunidad.


20
De los vínculos sociales que son necesarios para el cultivo del hombre, unos, como la familia y
la comunidad política, responden más inmediatamente a su naturaleza profunda; otros, proceden más
bien de su libre voluntad. En nuestra época, por varias causas, se multiplican sin cesar las conexiones
mutuas y las interdependencias; de aquí nacen diversas asociaciones e instituciones tanto de derecho
público como de derecho privado. Este fenómeno, que recibe el nombre de socialización, aunque
encierra algunos peligros, ofrece, sin embargo, muchas ventajas para consolidar y desarrollar las
cualidades de la persona humana y para garantizar sus derechos.
Mas si la persona humana, en lo tocante al cumplimiento de su vocación, incluida la religiosa,
recibe mucho de esta vida en sociedad, no se puede, sin embargo, negar que las circunstancias sociales
en que vive y en que está como inmersa desde su infancia, con frecuencia le apartan del bien y le
inducen al mal. Es cierto que las perturbaciones que tan frecuentemente agitan la realidad social
proceden en parte de las tensiones propias de las estructuras económicas, políticas y sociales. Pero
proceden, sobre todo, de la soberbia y del egoísmo humanos, que trastornan también el ambiente
social. Y cuando la realidad social se ve viciada por las consecuencias del pecado, el hombre, inclinado
ya al mal desde su nacimiento, encuentra nuevos estímulos para el pecado, los cuales sólo pueden
vencerse con denodado esfuerzo ayudado por la gracia
La promoción del bien común
26 La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva universalización hacen que el
bien común - esto es, el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones
y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección - se universalice
cada vez más, e implique por ello derechos y obligaciones que miran a todo el género humano. Todo
grupo social debe tener en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos;
más aún, debe tener muy en cuenta el bien común de toda la familia humana.
Crece al mismo tiempo la conciencia de la excelsa dignidad de la persona humana, de su
superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes universales e inviolables. Es, pues, necesario
que se facilite al hombre todo lo que éste necesita para vivir una vida verdaderamente humana, como
son el alimento, el vestido, la vivienda, el derecho a la libre elección de estado y a fundar una familia,
a la educación, al trabajo, a la buena fama, al respeto, a una adecuada información, a obrar de acuerdo
con la norma recta de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad también en
materia religiosa.
El orden social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien
de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario. El propio Señor
lo advirtió cuando dijo que el sábado había sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.
El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia,
vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano. Para
cumplir todos estos objetivos hay que proceder a una renovación de los espíritus y a profundas
reformas de la sociedad.
El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz
de la tierra, no es ajeno a esta evolución. Y, por su parte, el fermento evangélico ha despertado y
despierta en el corazón del hombre esta irrefrenable exigencia de la dignidad

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21
El respeto a la persona humana
27 Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el Concilio inculca el respeto
al hombre, de forma de cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo,
cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente, no sea que
imitemos a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre Lázaro.
En nuestra época principalmente urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con
eficacia cuando llegue el caso, ya se trate de ese anciano abandonado de todos, o de ese trabajador
extranjero despreciado injustamente, o de ese desterrado, o de ese hijo ilegítimo que debe aguantar
sin razón el pecado que él no cometió, o de ese hambriento que recrimina nuestra conciencia
recordando la palabra del Señor: Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a
mi me lo hicisteis. (Mt 25, 40).
No sólo esto. Cuanto atenta contra la vida - homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto,
eutanasia y el mismo suicidio deliberado - ; cuanto viola la integridad de la persona humana, como,
por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la
mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida,
las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de
jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero
instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas
estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana,
deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador
Respeto y amor a los adversarios
28 Quienes sientes u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso
religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea
nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos
el diálogo.
Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad
y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable. Pero
es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual
conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en
materia religiosa. Dios es el único juez y escrutador del corazón humano. Por ello, nos prohibe juzgar
la culpabilidad interna de los demás.
La doctrina de Cristo pide también que perdonemos las injurias. El precepto del amor se
extiende a todos los enemigos. Es el mandamiento de la Nueva Ley: Habéis oído que se dijo : Amarás
a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo : Amad a vuestros enemigos, haced el bien a
los que os odian y orad por lo que os persiguen y calumnian (Mt 5, 43 - 44)
La igualdad esencial entre los hombres y la justicia social
29 La igualdad fundamental entre todos los hombres exige un reconocimiento cada vez mayor.
Porque todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza

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22
y el mismo origen. Y porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico
destino.
Es evidente que no todos los hombres son iguales en lo que toca a la capacidad física y a las
cualidades intelectuales y morales. Sin embargo, toda forma de discriminación en los derechos
fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social,
lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino. En verdad, es
lamentable que los derechos fundamentales de la persona no estén todavía protegidos en la forma
debida por todas partes. Es lo que sucede cuando se niega a la mujer el derecho de escoger libremente
esposo y de abrazar el estado de vida que prefiera o se le impide tener acceso a una educación y a una
cultura iguales a las que se conceden al hombres.
Más aún, aunque existen desigualdades justas entre los hombres, sin embargo, la igual
dignidad de la persona exige que se llegue a una situación social más humana y más justa. Resulta
escandaloso el hecho de las excesivas desigualdades económicas y sociales que se dan entre los
miembros y los pueblos de una misma familia humana. Son contrarias a la justicia social, a la equidad,
a la dignidad de la persona humana y a la paz social e internacional.
Las instituciones humanas, privadas o públicas, esfuércense por ponerse al servicio de la
dignidad y del fin del hombre. Luchen con energía contra cualquier esclavitud social o política y
respeten, bajo cualquier régimen político, los derechos fundamentales del hombre. Más aún, estas
instituciones deben ir respondiendo cada vez más a las realidades espirituales, que son las más
profundas de todas, aunque es necesario todavía largo plazo de tiempo para llegar al final deseado
Hay que superar la ética individualista
30 La profunda y rápida transformación de la vida exige con suma urgencia que no haya nadie
que, por despreocupación frente a la realidad o por pura inercia, se conforme con una ética meramente
individualista. El deber de justicia y caridad se cumple cada vez más contribuyendo cada uno al bien
común según la propia capacidad y la necesidad ajena, promoviendo y ayudando a las instituciones,
así públicas como privadas, que sirven para mejorar las condiciones de vida del hombre. Hay quienes
profesan amplias y generosas opiniones, pero en realidad viven siempre como si nunca tuvieran
cuidado alguno de las necesidades sociales. No sólo esto; en varios países son muchos los que
menosprecian las leyes y las normas sociales. No pocos, con diversos subterfugios y fraudes, no tienen
reparo en soslayar los impuestos justos u otros deberes para con la sociedad. Algunos subestiman
ciertas normas de la vida social; por ejemplo, las referentes a la higiene o las normas de la circulación,
sin preocuparse de que su descuido pone en peligro la vida propia y la vida del prójimo.
La aceptación de las relaciones sociales y su observancia deben ser consideradas por todos
como uno de los principales deberes del hombre contemporáneo. Porque cuanto más se unifica el
mundo, tanto más los deberes del hombre rebasan los límites de los grupos particulares y se extiende
poco a poco al universo entero. Ello es imposible si los individuos y los grupos sociales no cultivan en
sí mismo y difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales, de forma que se conviertan
verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario
de la divina gracia

Comunidades de Iniciación Cristiana. Un Itinerario de Amor en Comunidad.


23
Responsabilidad y participación
31 Para que cada uno pueda cultivar con mayor cuidado el sentido de su responsabilidad tanto
respecto a sí mismo como de los varios grupos sociales de los que es miembro, hay que procurar con
suma diligencia una más amplia cultura espiritual, valiéndose para ello de los extraordinarios medios
de que el género humano dispone hoy día. Particularmente la educación de los jóvenes, sea el que sea
el origen social de éstos, debe orientarse de tal modo, que forme hombres y mujeres que no sólo sean
personas cultas, sino también de generoso corazón, de acuerdo con las exigencias perentorias de
nuestra época.
Pero no puede llegarse a este sentido de la responsabilidad si no se facilitan al hombre
condiciones de vida que le permitan tener conciencia de su propia dignidad y respondan a su vocación,
entregándose a Dios ya los demás. La libertad humana con frecuencia se debilita cuando el hombre
cae en extrema necesidad, de la misma manera que se envilece cuando el hombre, satisfecho por una
vida demasiado fácil, se encierra como en una dorada soledad. Por el contrario, la libertad se vigoriza
cuando el hombre acepta las inevitables obligaciones de la vida social, toma sobre sí las multiformes
exigencias de la convivencia humana y se obliga al servicio de la comunidad en que vive.
Es necesario por ello estimular en todos la voluntad de participar en los esfuerzos comunes.
Merece alabanza la conducta de aquellas naciones en las que la mayor parte de los ciudadanos
participa con verdadera libertad en la vida pública. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, la situación
real de cada país y el necesario vigor de la autoridad pública. Para que todos los ciudadanos se sientan
impulsados a participar en la vida de los diferentes grupos de integran el cuerpo social, es necesario
que encuentren en dichos grupos valores que los atraigan y los dispongan a ponerse al servicio de los
demás. Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes
sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar
El Verbo encarnado y la solidaridad humana
32 Dios creó al hombre no para vivir aisladamente, sino para formar sociedad. De la misma
manera, Dios "ha querido santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de
unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente".
Desde el comienzo de la historia de la salvación, Dios ha elegido a los hombres no solamente en cuanto
individuos, sino también a cuanto miembros de una determinada comunidad. A los que eligió Dios
manifestando su propósito, denominó pueblo suyo (Ex 3, 7 - 12), con el que además estableció un
pacto en el monte Sinaí.
Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en la obra de Jesucristo. El propio Verbo
encarnado quiso participar de la vida social humana. Asistió a las bodas de Caná, bajó a la casa de
Zaqueo, comió con publicanos y pecadores. Reveló el amor del Padre y la excelsa vocación del hombre
evocando las relaciones más comunes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de
la vida diaria corriente. Sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria, santificó los vínculos
humanos, sobre todo los de la familia, fuente de la vida social. Eligió la vida propia de un trabajador
de su tiempo y de su tierra.
En su predicación mandó claramente a los hijos de Dios que se trataran como hermanos. Pidió
en su oración que todos sus discípulos fuesen uno. Más todavía, se ofreció hasta la muerte por todos,

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24
como Redentor de todos. Nadie tiene mayor amor que este de dar uno la vida por sus amigos (Jn 15,
13). Y ordenó a los Apóstoles predicar a todas las gentes la nueva angélica, para que la humanidad se
hiciera familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor.
Primogénito entre muchos hermanos, constituye, con el don de su Espíritu, una nueva
comunidad fraterna entre todos los que con fe y caridad le reciben después de su muerte y
resurrección, esto es, en su Cuerpo, que es la Iglesia, en la que todos, miembros los unos de los otros,
deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones que se les hayan conferido.
Esta solidaridad debe aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue su consumación y en
que los hombres, salvador por la gracia, como familia amada de Dios y de Cristo hermano, darán a
Dios gloria perfecta
La actividad humana en el mundo: 33-39
CAPITULO III: LA ACTIVIDAD HUMANA EN EL MUNDO. Planteamiento del
problema
33 Siempre se ha esforzado el hombre con su trabajo y con su ingenio en perfeccionar su vida;
pero en nuestros días, gracias a la ciencia y la técnica, ha logrado dilatar y sigue dilatando el campo de
su dominio sobre casi toda la naturaleza, y, con ayuda sobre todo el aumento experimentado por los
diversos medios de intercambio entre las naciones, la familia humana se va sintiendo y haciendo una
única comunidad en el mundo. De lo que resulta que gran número de bienes que antes el hombre
esperaba alcanzar sobre todo de las fuerzas superiores, hoy los obtiene por sí mismo.
Ante este gigantesco esfuerzo que afecta ya a todo el género humano, surgen entre los hombres
muchas preguntas. ¿Qué sentido y valor tiene esa actividad? ¿Cuál es el uso que hay que hacer de todas
estas cosas? ¿A qué fin deben tender los esfuerzos de individuos y colectividades?. La Iglesia, custodio
del depósito de la palabra de Dios, del que manan los principios en el orden religioso y moral, sin que
siempre tenga a manos respuesta adecuada a cada cuestión, desea unir la luz de la Revelación al saber
humano para iluminar el camino recientemente emprendido por la humanidad
Valor de la actividad humana
34 Una cosa hay cierta para los creyentes: la actividad humana individual y colectiva o el
conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores
condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios. Creado el hombre a
imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la
tierra y cuanto en ella se contiene, y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero,
reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al
hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo.
Esta enseñanza vale igualmente para los quehaceres más ordinarios. Porque los hombres y
mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que
resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo
desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que
se cumplan los designios de Dios en la historia.

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25
Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de
Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos
de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable
designio. Cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual
y colectiva. De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del
mundo si los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el
hacerlo
Ordenación de la actividad humana
35 La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre. Pues
éste con su acción no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo.
Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Tal superación, rectamente
entendida, es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre vale más
por lo que es que por lo que tiene. Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia,
mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los
progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, el material para la
promoción humana, pero por sí solos no pueden llevarla a cabo.
Por tanto, esta es la norma de la actividad humana: que, de acuerdo con los designios y voluntad
divinos, sea conforme al auténtico bien del género humano y permita al hombre, como individuo y
como miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación.
La justa autonomía de la realidad terrena
36 Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha
vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la
sociedad o de la ciencia.
Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan
de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es
absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los
hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia
naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de
un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología
particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si
está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será
en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo
Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la
realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas,
da a todas ellas el ser. Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien
el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios
cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición
entre la ciencia y la fe.
Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios
y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte

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26
la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos
creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el
lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida
Deformación de la actividad humana por el pecado
37 La Sagrada Escritura, con la que está de acuerdo la experiencia de los siglos, enseña a la
familia humana que el progreso altamente beneficioso para el hombre también encierra, sin embargo,
gran tentación, pues los individuos y las colectividades, subvertida la jerarquía de los valores y
mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Lo que hace que el mundo
no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad, mientras el poder acrecido de la humanidad está
amenazando con destruir al propio género humano.
A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que,
iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta
pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos,
con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo.
Por esto la Iglesia de Cristo, confiando en la providencia del Creador, a la vez que reconoce que
el progreso puede servir a la verdadera felicidad humana, no puede dejar de hacer oír la voz del Apóstol
cuando dice: No queráis vivir conforme a este mundo (Rm 12, 2); es decir, conforme a aquel espíritu
de vanidad y de malicia que transforma en instrumento de pecado la actividad humana, ordenada al
servicio de Dios y de los hombres.
A la hora de saber cómo es posible superar tan deplorable miseria, la norma cristiana es que
hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas
las actividades humanas, las cuales, a causa de la soberbia y el egoísmo, corren diario peligro. El
hombre, redimido por Cristo y hecho, en el Espíritu Santo, nueva criatura, puede y debe amar las cosas
creadas por Dios. Pues de Dios las recibe y las mira y respeta como objetos salidos de las manos de
Dios. Dándole gracias por ellas al Bienhechor y usando y gozando de las criaturas en pobreza y con
libertad de espíritu, entra de veras en posesión del mundo como quien nada tiene y es dueño de todo:
Todo es vuestro; vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios (1Co 3, 22 - 23)
Perfección de la actividad humana en el misterio pascual
38 El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho El mismo carne y habitando
en la tierra, entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en
sí mismo. El es quien nos revela que Dios es amor (I 10 4, 8), a la vez que nos enseña que la ley
fundamental de la perfección humana, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen
en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse
por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles. Al mismo tiempo advierte que esta caridad
no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida
ordinaria. El, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar
la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia.
Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la
tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del
siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos

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27
propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra
a este fin. Mas los dones del Espíritu Santo son diversos: si a unos llama a dar testimonio manifiesto
con el anhelo de la morada celestial y a mantenerlo vivo en la familia humana, a otros los llama para
que se entreguen al servicio temporal de los hombres, y así preparen la materia del reino de los cielos.
Pero a todos les libera, para que, con la abnegación propia y el empleo de todas las energías terrenas
en pro de la vida, se proyecten hacia las realidades futuras, cuando la propia humanidad se convertirán
en oblación acepta a dios.
El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel
sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten
en el cuerpo y sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete
celestial
Tierra nueva y cielo nuevo
39 Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco
conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado,
pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la
justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el
corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue
sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y,
permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las
criaturas, que Dios creó pensando en el hombre.
Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No
obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de
perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna
manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente
progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede
contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios.
Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos
los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la
tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de
toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal:
"reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El Reino
está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su
perfección
Misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo: 40-45
CAPITULO IV: MISION DE LA IGLESIA EN EL MUNDO CONTEMPORANEO.
Relación mutua entre la Iglesia y el mundo
40 Todo lo que llevamos dicho sobre la dignidad de la persona, sobre la comunidad humana,
sobre el sentido profundo de la actividad del hombre, constituye el fundamento de la relación entre la
Iglesia y el mundo, y también la base para el mutuo diálogo. Por tanto, en este capítulo, presupuesto

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todo lo que ya ha dicho el Concilio sobre el misterio de la Iglesia, va a ser objeto de consideración la
misma Iglesia en cuanto que existe en este mundo y vive y actúa con él.
Nacida del amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el
Espíritu Santo, la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el mundo futuro
podrá alcanzar plenamente. Está presente ya aquí en la tierra, formada por hombres, es decir, por
miembros de la ciudad terrena que tienen la vocación de formar en la propia historia del género
humano la familia de los hijos de Dios, que ha de ir aumentando sin cesar hasta la venida del Señor.
Unida ciertamente por razones de los bienes eternos y enriquecida por ellos, esta familia ha sido
"constituida y organizada por Cristo como sociedad en este mundo" y está dotada de "los medios
adecuados propios de una unión visible y social". De esta forma, la Iglesia, "entidad social visible y
comunidad espiritual", avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del
mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en
Cristo y transformarse en familia de Dios.
Esta compenetración de la ciudad terrena y de la ciudad eterna sólo puede percibirse por la fe;
más aún, es un misterio permanente de la historia humana que se ve perturbado por el pecado hasta
la plena revelación de la claridad de los hijos de Dios. Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia
no sólo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en
cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona,
consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la humanidad de un sentido
y de una significación mucho más profundos. Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus
hijos y por medio de su entera comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano
al hombre a su historia.
La Iglesia católica de buen grado estima mucho todo lo que en este orden han hecho y hacen
las demás Iglesias cristianas o comunidades eclesiásticas con su obra de colaboración. Tienen
asimismo la firme persuasión de que el mundo, a través de las personas individuales y de toda la
sociedad humana, con sus cualidades y actividades, puede ayudarla mucho y de múltiples maneras en
la preparación del Evangelio. Expónense a continuación algunos principios generales para promover
acertadamente este mutuo intercambio y esta mutua ayuda en todo aquello que en cierta manera es
común a la Iglesia y al mundo.
Ayuda que la Iglesia procura prestar a cada hombre
41 El hombre contemporáneo camina hoy hacia el desarrollo pleno de su personalidad y hacia
el descubrimiento y afirmación crecientes de sus derechos. Como a la Iglesia se ha confiado la
manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, la Iglesia descubre con ello al
hombre el sentido de la propia existencia, es decir, la verdad más profunda acerca del ser humano.
Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas del
corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solos los alimentos terrenos. Sabe también
que el hombre, atraído sin cesar por el Espíritu de Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el
problema religioso, como los prueban no sólo la experiencia de los siglos pasados, sino también
múltiples testimonios de nuestra época. Siempre deseará el hombre saber, al menos confusamente, el
sentido de su vida, de su acción y de su muerte. La presencia misma de la Iglesia le recuerda al hombre
tales problemas; pero es sólo Dios, quien creó al hombre a su imagen y lo redimió del pecado, el que

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puede dar respuesta cabal a estas preguntas, y ello por medio de la Revelación en su Hijo, que se hizo
hombre. El que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad
de hombre.
Apoyada en esta fe, la Iglesia puede rescatar la dignidad humana del incesante cambio de
opiniones que, por ejemplo, deprimen excesivamente o exaltan sin moderación alguna el cuerpo
humano. No hay ley humana que pueda garantizar la dignidad personal y la libertad del hombre con
la seguridad que comunica el Evangelio de Cristo, confiado a la Iglesia. El Evangelio enuncia y
proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan, en última
instancia, del pecado; respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión; advierte sin
cesar que todo talento humano debe redundar en servicio de Dios y bien de la humanidad;
encomienda, finalmente, a todos a la caridad de todos. Esto corresponde a la ley fundamental de la
economía cristiana. Porque, aunque el mismo Dios es Salvador y Creador, e igualmente, también
Señor de la historia humana y de la historia de la salvación, sin embargo, en esta misma ordenación
divina, la justa autonomía de lo creado, y sobre todo del hombre, no se suprime, sino que más bien se
restituye a su propia dignidad y se ve en ella consolidada.
La Iglesia, pues, en virtud del Evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos del
hombre y reconoce y estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por
todas partes tales derechos. Debe, sin embargo, lograrse que este movimiento quede imbuido del
espíritu evangélico y garantizado frente a cualquier apariencia de falsa autonomía. Acecha, en efecto,
la tentación de juzgar que nuestros derechos personales solamente son salvados en su plenitud cuando
nos vemos libres de toda norma divina. Por ese camino, la dignidad humano no se salva; por el
contrario, perece
Ayuda que la Iglesia procura dar a la sociedad humana
42 La unión de la familia humana cobra sumo vigor y se completa con la unidad, fundada en
Cristo, de la familia constituida por los hijos de Dios.
La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El
fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan
funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana
según la ley divina. Más aún, donde sea necesario, según las circunstancias de tiempo y de lugar, la
misión de la Iglesia puede crear, mejor dicho, debe crear, obras al servicio de todos, particularmente
de los necesitados, como son, por ejemplo, las obras de misericordia u otras semejantes.
La Iglesia reconoce, además, cuanto de bueno se halla en el actual dinamismo social: sobre todo
la evolución hacia la unidad, el proceso de una sana socialización civil y económica. La promoción de
la unidad concuerda con la misión íntima de la Iglesia, ya que ella es "en Cristo como sacramento, o
sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano". Enseña
así al mundo que la genuina unión social exterior procede de la unión de los espíritus y de los
corazones, esto es, de la fe y de la caridad, que constituyen el fundamento indisoluble de su unidad en
el Espíritu Santo. Las energías que la Iglesia puede comunicar a la actual sociedad humana radican en
esa fe y en esa caridad aplicadas a la vida práctica. No radican en el mero dominio exterior ejercido
con medios puramente humanos.

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Como, por otra parte, en virtud de su misión y naturaleza, no está ligada a ninguna forma
particular de civilización humana ni a sistema alguno político, económico y social, la Iglesia, por esta
su universalidad, puede constituir un vínculo estrechísimo entre las diferentes naciones y
comunidades humanas, con tal que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su
verdadera libertad para cumplir tal misión. Por esto, la Iglesia advierte a sus hijos, y también a todos
los hombres, a que con este familiar espíritu de hijos de Dios superen todas las desavenencias entre
naciones y razas y den firmeza interna a las justas asociaciones humanas.
El Concilio aprecia con el mayor respeto cuanto de verdadero, de bueno y de justo se encuentra
en las variadísimas instituciones fundadas ya o que incesantemente se fundan en la humanidad.
Declara, además, que la Iglesia quiere ayudar y fomentar tales instituciones en lo que de ella dependa
y puede conciliarse con su misión propia. Nada desea tanto como desarrollarse libremente, en servicio
de todos, bajo cualquier régimen político que reconozca los derechos fundamentales de la persona y
de la familia y los imperativos del bien común.
Ayuda que la Iglesia, a través de sus hijos, procura prestar al dinamismo humano
43 El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna,
a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se
equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la
futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es
un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de
cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse
totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto
y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de
muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo
Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento
sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él. No se creen, por
consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y
la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con
el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación.
Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer
todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar,
profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a
la gloria de Dios.
Compete a los laicos propiamente, aunque no exclusivamente, las tareas y el dinamismo
seculares. Cuando actúan, individual o colectivamente, como ciudadanos del mundo, no solamente
deben cumplir las leyes propias de cada disciplina, sino que deben esforzarse por adquirir verdadera
competencia en todos los campos. Conscientes de las exigencias de la fe y vigorizados con sus energías,
acometan sin vacilar, cuando sea necesario, nuevas iniciativas y llévenlas a buen término. A la
conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena.
De los sacerdotes, los laicos pueden esperar orientación e impulso espiritual, . Pero no piensen que
sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta en todas

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las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplen más bien los laicos su propia
función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio.
Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos
casos a elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo
derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta
manera. En estos casos de soluciones divergentes aun al margen de la intención de ambas partes,
muchos tienen fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en
tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la
Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua
caridad y la solicitud primordial por el bien común.
Los laicos, que desempeñan parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están
obligados a cristianizar el mundo, sino que además su vocación se extiende a ser testigos de Cristo en
todo momento en medio de la sociedad humana.
Los Obispos, que han recibido la misión de gobernar a la Iglesia de Dios, prediquen, juntamente
con sus sacerdotes, el mensaje de Cristo, de tal manera que toda la actividad temporal de los fieles
quede como inundada por la luz del Evangelio. Recuerden todos los pastores, además, que son ellos
los que con su trato y su trabajo pastoral diario exponen al mundo el rostro de la Iglesia, que es el que
sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano. Con su vida y con sus
palabras, ayudados por los religiosos y por sus fieles, demuestren que la Iglesia, aun por su sola
presencia, portadora de todos sus dones, es fuente inagotable de las virtudes de que tan necesitado
anda el mundo de hoy. Capacítense con insistente afán para participar en el diálogo que hay que
entablar con el mundo y con los hombres de cualquier opinión. Tengan sobre todo muy en el corazón
las palabras del Concilio: "Como el mundo entero tiende cada día más a la unidad civil, económica y
social, conviene tanto más que los sacerdotes, uniendo sus esfuerzos y cuidados bajo la guía de los
Obispos y del Sumo Pontífice, eviten toda causa de dispersión, para que todo el género humano venga
a la unidad de la familia de Dios".
Aunque la Iglesia, por la virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como esposa fiel de su
Señor y nunca ha cesado de ser signo de salvación en el mundo, sabe, sin embargo, muy bien que no
siempre, a lo largo de su prolongada historia, fueron todos sus miembros, clérigos o laicos, fieles al
espíritu de Dios. Sabe también la Iglesia que aún hoy día es mucha la distancia que se da entre el
mensaje que ella anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes está confiado el
Evangelio. Dejando a un lado el juicio de la historia sobre estas deficiencias, debemos, sin embargo,
tener conciencia de ellas y combatirlas con máxima energía para que no dañen a la difusión del
Evangelio. De igual manera comprende la Iglesia cuánto le queda aún por madurar, por su experiencia
de siglos, en la relación que debe mantener con el mundo. Dirigida por el Espíritu Santo, la Iglesia,
como madre, no cesa de "exhortar a sus hijos a la purificación y a la renovación para que brille con
mayor claridad la señal de Cristo en el rostro de la Iglesia".
Ayuda que la Iglesia recibe del mundo moderno
44 Interesa al mundo reconocer a la Iglesia como realidad social y fermento de la historia. De
igual manera, la Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del
género humano.

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La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas,
permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y
aprovechan también a la Iglesia. Esta, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje
cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber
filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a las exigencias de los
sabios en cuanto era posible. Esta aceptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse
como ley de toda la evangelización. Porque así en todos los pueblos se hace posible expresar el mensaje
cristiano de modo apropiado a cada uno de ellos y al mismo tiempo se fomenta un vivo intercambio
entre la Iglesia y las diversas culturas. Para aumentar este trato sobre todo en tiempos como los
nuestros, en que las cosas cambian tan rápidamente y tanto varían los modos de pensar, la Iglesia
necesita de modo muy peculiar la ayuda de quienes por vivir en el mundo, sean o no sean creyentes,
conocen a fondo las diversas instituciones y disciplinas y comprenden con claridad la razón íntima de
todas ellas. Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos,
auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro
tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor
percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada.
La Iglesia, por disponer de una estructura social visible, señal de su unidad en Cristo, puede
enriquecerse, y de hecho se enriquece también, con la evolución de la vida social, no porque le falte en
la constitución que Cristo le dio elemento alguno, sino para conocer con mayor profundidad esta
misma constitución, para expresarla de forma más perfecta y para adaptarla con mayor acierto a
nuestros tiempos. La Iglesia reconoce agradecida que tanto en el conjunto de su comunidad como en
cada uno de sus hijos recibe ayuda variada de parte de los hombres de toda clase o condición. Porque
todo el que promueve la comunidad humana en el orden de la familia, de la cultura, de la vida
económico-social, de la vida política, así nacional como internacional, proporciona no pequeña ayuda,
según el plan divino, también a la comunidad eclesial, ya que ésta depende asimismo de las realidades
externas. Más aún, la Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de
provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios.
Cristo, alfa y omega
45 La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende
una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad. Todo el bien que el
Pueblo de Dios puede dar a la familia humana al tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del
hecho de que la Iglesia es "sacramento universal de salvación", que manifiesta y al mismo tiempo
realiza el misterio del amor de Dios al hombre.
El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvará a
todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia
hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del
corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones. EL es aquel a quien el Padre resucitó, exaltó y
colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muertos. Vivificados y reunidos en su Espíritu,
caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente
con su amoroso designio: Restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra (Ef 1, 10). He

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aquí que dice el Señor: Vengo presto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras.
Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin (Ap 22, 12 - 13)

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3. Ad Gentes
La obra misionera de la Iglesia. Introducción
10 La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los
hombres y pueblos, sabe que le queda por hacer todavía una obra misionera ingente. Pues los dos mil
millones de hombres, cuyo número aumenta sin cesar, que se reúnen en grandes y determinados
grupos con lazos estables de vida cultural, con las antiguas tradiciones religiosas, con los fuertes
vínculos de las relaciones sociales, todavía nada o muy poco oyeron del Evangelio; de ellos unos siguen
alguna de las grandes religiones, otras permanecen ajenos al conocimiento del mismo Dios, otros
niegan expresamente su existencia e incluso a veces lo persiguen. La Iglesia, para poder ofrecer a todos
el misterio de la salvación y la vida traída por Dios, debe insertarse en todos estos grupos con el mismo
afecto con que Cristo se unió por su encarnación a determinadas condiciones sociales y culturales de
los hombres con quienes convivió
ART. 1º: EL TESTIMONIO CRISTIANO
Testimonio y diálogo
11 Es necesario que la Iglesia esté presente en estos grupos humanos por medio de sus hijos,
que viven entre ellos o que a ellos son enviados. Porque todos los fieles cristianos, dondequiera que
vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el nombre
nuevo de que se revistieron por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido
fortalecidos con la confirmación, de tal forma que, todos los demás, al contemplar sus buenas obras,
glorifiquen al Padre y perciban, cabalmente, el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la
unión de los hombres.
Para que los mismos fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo, reúnanse con
aquellos hombres por el aprecio y la caridad, reconózcanse como miembros del grupo humano en que
viven, y tomen parte en la vida cultural y social por las diversas relaciones y negocios de la vida
humana; estén familiarizados con sus tradiciones nacionales y religiosas, descubran con gozo y
respeto las semillas de la Palabra que en ellas laten; pero atiendan, al propio tiempo, a la profunda
transformación que se realiza entre las gentes y trabajen para que los hombres de nuestro tiempo,
demasiado entregados a la ciencia y a la tecnología del mundo moderno, no se alejen de las cosas
divinas, más todavía, para que despierten a un deseo más vehemente de la verdad y de la caridad
revelada por Dios. Como el mismo Cristo escudriñó el corazón de los hombres y los ha conducido con
un coloquio verdaderamente humano a la luz divina, así sus discípulos, inundados profundamente
por el espíritu de Cristo, deben conocer a los hombres entre los que viven, y tratar con ellos, para
advertir en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios generoso ha distribuido a las gentes; y, al
mismo tiempo, esfuércense en examinar sus riquezas con la luz evangélica, liberarlas y reducirlas al
dominio de Dios Salvador
Presencia de la caridad
12 La presencia de los fieles cristianos en los grupos humanos ha de estar animada por la
caridad con que Dios nos amó, que quiere que también nosotros nos amemos unos a otros. En efecto,
la caridad cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, condición social o religión; no espera
lucro o agradecimiento alguno; pues como Dios nos amó con amor gratuito, así los fieles han de vivir

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preocupados por el hombre mismo, amándolo con el mismo sentimiento con que Dios lo buscó. Pues
como Cristo recorría las ciudades y las aldeas curando todos los males y enfermedades, en prueba de
la llegada del Reino de Dios, así la Iglesia se une, por medio de sus hijos, a los hombres de cualquier
condición, pero especialmente con los pobres y los afligidos, ya ellos se consagra gozosa. Participa en
sus gozos y en sus dolores, conoce los anhelos y los enigmas de la vida, y sufre con ellos en las angustias
de la muerte. A los que buscan la paz desea responderles en diálogo fraterno ofreciéndoles la paz y la
luz que brotan del Evangelio. Trabajen los cristianos y colaboren con los demás hombres en la recta
ordenación de los asuntos económicos y sociales. Entréguense con especial cuidado a la educación de
los niños y de los adolescentes por medio de las escuelas de todo género, que hay que considerar no
sólo como medio excelente para formar y atender a la juventud cristiana, sino como servicio de gran
valor a los hombres, sobre todo de las naciones en vías de desarrollo, para elevar la dignidad humana
y para preparar unas condiciones de vida más favorables. Tomen parte, además, los fieles cristianos
en los esfuerzos de aquellos pueblos que, luchando con el hambre, la ignorancia y las enfermedades,
se esfuerzan en conseguir mejores condiciones de vida y en afirmar la paz en el mundo. Gusten los
fieles de cooperar prudentemente a este respecto con los trabajos emprendidos por instituciones
privadas y públicas, por los gobiernos, por los organismos internacionales, por diversas comunidades
cristianas y por las religiones no cristianas.
La Iglesia, con todo, no pretende mezclarse de ninguna forma en el régimen de la comunidad
terrena. No reivindica para sí otra autoridad que la de servir, con el favor de Dios, a los hombres con
amor y fidelidad.
Los discípulos de Cristo, unidos íntimamente en su vida y en su trabajo con los hombres,
esperan poder ofrecerles el verdadero testimonio de Cristo, y trabajar por su salvación, incluso donde
no pueden anunciar a Cristo plenamente. Porque no buscan el progreso y la prosperidad meramente
material de los hombres, sino que promueven su dignidad y unión fraterna, enseñando las verdades
religiosas y morales, que Cristo esclareció con su luz, y con ello preparan gradualmente un acceso más
amplio hacia Dios. Con esto se ayuda a los hombres en la consecución de la salvación por el amor a
Dios y al prójimo y empieza a esclarecerse el misterio de Cristo, en quien apareció el hombre nuevo,
creado según Dios (Cf. Ef 4, 24), y en quien se revela el amor divino
ART. 2º: PREDICACION DEL EVANGELIO Y REUNION DEL PUEBLO DE DIOS
Evangelización y conversión
13 Dondequiera que Dios abre la puerta de la palabra para anunciar el misterio de Cristo a todos
los hombres, confiada y constantemente hay que anunciar al Dios vivo y a Jesucristo enviado por El
para salvar a todos, a fin de que los no cristianos abriéndoles el corazón el Espíritu Santo, creyendo se
conviertan libremente al Señor y se unan a El con sinceridad, quien por ser "camino, verdad y vida"
satisface todas sus exigencias espirituales, más aún, las colma hasta el infinito.
Esta conversión hay que considerarla ciertamente inicial, pero suficiente para que el hombre
perciba que, arrancado del pecado, entra en el misterio del amor de Dios, que lo llama a iniciar una
comunicación personal consigo mismo en Cristo. Puesto que, por la gracia de Dios, el nuevo
convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la
Muerte y de la Resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto según Cristo. Trayendo
consigo este tránsito un cambio progresivo de sentimientos y de costumbres, debe manifestarse con

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sus consecuencias sociales y desarrollarse poco a poco durante el catecumenado. Siendo el Señor, al
que se confía, blanco de contradicción, el nuevo convertido sentirá con frecuencia rupturas y
separaciones, pero también gozos que Dios concede sin medida.
La Iglesia prohíbe severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se atraiga por medios
indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica enérgicamente el derecho a que nadie sea apartado
de ella con vejaciones inicuas.
Investíguense los motivos de la conversión, y si es necesario purifíquense, según la antiquísima
costumbre de la Iglesia
Catecumenado e iniciación cristiana
14 Los que han recibido de Dios, por medio de la Iglesia, la fe en Cristo, sean admitidos con
ceremonias religiosas al catecumenado; que no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino
una formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se
unen con Cristo su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de la
salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse
en los tiempos sucesivos, introdúzcanse en la vida de fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de
Dios.
Libres luego de los Sacramentos de la iniciación cristiana del poder de las tinieblas, muertos,
sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de hijos de adopción y asisten con todo el
Pueblo de Dios al memorial de la muerte y de la resurrección del Señor.
Es de desear que la liturgia del tiempo cuaresmal y pascual se restaure de forma que prepare
las almas de los catecúmenos para la celebración del misterio pascual en cuyas solemnidades se
regeneran para Cristo por medio del bautismo.
Pero esta iniciación cristiana durante el catecumenado no deben procurarla solamente los
catequistas y sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles, y en modo especial los padrinos, de
suerte que sientan los catecúmenos, ya desde el principio, que pertenecen al Pueblo de Dios. Y como
la vida de la Iglesia es apostólica, los catecúmenos han de aprender también a cooperar activamente
en la evangelización y edificación de la Iglesia con el testimonio de la vida y la profesión de la fe.
Expóngase por fin, claramente, en el nuevo Código, el estado jurídico de los catecúmenos.
Porque ya están vinculados a la Iglesia, ya son de la casa de Cristo y, con frecuencia, ya viven una vida
de fe, de esperanza y de caridad
ART. 3º: FORMACION DE LA COMUNIDAD CRISTIANA
La Comunidad cristiana
15 El Espíritu Santo, que llama a todos los hombres a Cristo, por la siembra de la palabra y
proclamación del Evangelio, y suscita el homenaje de la fe en los corazones, cuando engendra para
una nueva vida en el seno de la fuente bautismal a los que creen en Cristo, los congrega en el único
Pueblo de Dios que es "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición".
Los misioneros, por consiguiente, cooperadores de Dios, susciten tales comunidades de fieles
que, viviendo conforme a la vocación a la que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les
ha confiado, sacerdotal, profética y real. De esta forma, la comunidad cristiana se hace signo de la

Comunidades de Iniciación Cristiana. Un Itinerario de Amor en Comunidad.


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presencia de Dios en el mundo; porque ella, por el sacrificio eucarístico, incesantemente pasa con
Cristo al Padre, nutrida cuidadosamente con la palabra de Dios da testimonio de Cristo y, por fin, anda
en la caridad y se inflama de espíritu apostólico.
La comunidad cristiana ha de establecerse, desde el principio de tal forma que, en lo posible,
sea capaz de satisfacer por sí misma sus propias necesidades.
Esta comunidad de fieles, dotada de las riquezas de la cultura de su nación, ha de arraigar
profundamente en el pueblo; florezcan las familias henchidas de espíritu evangélico y ayúdeseles con
escuelas convenientes; eríjanse asociaciones y grupos por los que el apostolado seglar llene toda la
sociedad de espíritu evangélico. Brille, por fin, la caridad entre los católicos de los diversos ritos.
Cultívese el espíritu ecuménico entre los neófitos para que aprecien debidamente que los
hermanos en la fe son discípulos de Cristo, regenerados por el bautismo, partícipes con ellos de los
innumerables bienes del Pueblo de Dios. En cuanto lo permitan las condiciones religiosas,
promuévase la acción ecuménica de forma que, excluido todo indiferentismo y confusionismo como
emulación insensata, los católicos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, según las
normas del Decreto sobre el Ecumenismo, en la común profesión de la fe en Dios y en Jesucristo
delante de las naciones - en cuanto sea posible - y en la cooperación en asuntos sociales y técnicos,
culturales y religiosos colaboren, por la causa de Cristo, su común Señor: ¡que su nombre los junte!
Esta colaboración hay que establecerla no sólo entre las personas privadas, sino también, a juicio del
ordinario del lugar, entre las Iglesias o comunidades eclesiales y sus obras.
Los fieles cristianos, congregados de entre todas las gentes en la Iglesia, "no son distintos de
los demás hombres ni por el régimen, ni por la lengua, ni por las instituciones políticas de la vida, por
tanto, vivan para Dios y para Cristo según las costumbres honestas de su pueblo; cultiven como buenos
ciudadanos verdadera y eficazmente el amor a la Patria, evitando enteramente el desprecio de las otras
razas y el nacionalismo exagerado, y promoviendo el amor universal de los hombres.
Para conseguir todo esto son de grandísimo valor y dignos de especial atención los laicos, es
decir, los fieles cristianos que, incorporados a Cristo por el bautismo, viven en medio del mundo. Es
muy propio de ellos, imbuidos del Espíritu Santo, el convertirse en constante fermento para animar y
ordenar los asuntos temporales según el Evangelio de Cristo.
Sin embargo, no basta que el pueblo cristiano esté presente y establecido en un pueblo, ni que
desarrolle el apostolado del ejemplo; se establece y está presente para anunciar con su palabra y con
su trabajo a Cristo a sus conciudadanos no cristianos y ayudarles a la recepción plena de Cristo.
Ahora bien, para la implantación de la Iglesia y el desarrollo de la comunidad cristiana son
necesarios varios ministerios que todos deben favorecer y cultivas diligentemente, con la vocación de
una suscitada de entre la misma congregación de los fieles, entre los que se cuentan las funciones de
los sacerdotes, de los diáconos y de los catequistas y la Acción Católica. Prestan, asimismo, un servicio
indispensable los religiosos y religiosas con su oración y trabajo diligente, para enraizar y asegurar en
las almas el Reino de Cristo y ensancharlo más y más
Constitución del clero local
16 La Iglesia da gracias, con mucha alegría, por la merced inestimable de la vocación sacerdotal
que Dios ha concedido a tantos jóvenes de entre los pueblos convertidos recientemente a Cristo. Pues

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la Iglesia profundiza sus más firmes raíces en cada grupo humano, cuando las varias comunidades de
fieles tienen de entre sus miembros los propios ministros de la salvación en el Orden de los Obispos,
de los presbíteros y diáconos, que sirven a sus hermanos, de suerte que las nuevas Iglesias consigan,
paso a paso con su clero la estructura diocesana.
Todo lo que ha establecido este Concilio sobre la vocación y formación sacerdotal, obsérvese
cuidadosamente en donde la Iglesia se establece por primera vez y en las nuevas Iglesias. Hay que
tener particularmente en cuenta lo que se dice sobre la necesidad de armonizar íntimamente la
formación espiritual con la doctrinal y la pastoral, sobre la vida que hay que llevar según el modelo
del Evangelio, sin consideración del provecho propio o familiar, sobre el cultivo del sentimiento íntimo
del misterio de la Iglesia. Con ello aprenderán maravillosamente a entregarse por entero al servicio
del Cuerpo de Cristo y a la obra del Evangelio, a unirse con su propio Obispo como fieles cooperadores
y a colaborar con sus hermanos.
Para lograr este fin general hay que ordenar toda la formación de los alumnos a la luz del
misterio de la salvación como se presenta en la Escritura. Descubran y vivan este misterio de Cristo y
de la Salvación humana presente a la Liturgia.
Armonícese, según las normas del Concilio, estas exigencias comunes de la formación
sacerdotal, incluso pastoral y práctica, con el deseo de acomodarse al modo peculiar de pensar y de
proceder del propio país. Abranse, pues, y avívense las mentes de los alumnos para que conozcan bien
y puedan juzgar la cultura de su pueblo; conozcan claramente en las disciplinas filosóficas y teológicas
las diferencias y semejanzas que hay entre las tradiciones, la religión patria y la religión cristiana.
Atienda también la formación sacerdotal a las necesidades pastorales de la región; aprendan los
alumnos la historia, el fin y el método, de la acción misional de la Iglesia, y las especiales condiciones
sociales, económicas y culturales de su pueblo. Edúquense en el espíritu del ecumenismo y prepárense
convenientemente para el diálogo fraterno con los no cristianos. Todo esto exige que los estudios para
el sacerdocio se hagan, en cuanto sea posible, en comunicación y convivencia con su propio pueblo.
Cuídense también la formación en la buena administración eclesiástica e incluso económica.
Elíjanse, además, sacerdotes idóneos que, después de alguna experiencia pastoral, realicen
estudios superiores en las universidades incluso extranjeras, sobre todo de Roma, y otros Institutos
científicos, para que las Iglesias jóvenes puedan contar con elementos del clero local dotados de
ciencia y de experiencia convenientes para desempeñar cargos eclesiásticos de mayor responsabilidad.
Restáurese el Orden del Diaconado como estado permanente de vida según la norma de la
Constitución "De Ecclesia", donde lo crean oportuno las Conferencias episcopales. Pues parece bien
que aquellos hombres que desempeñan un ministerio verdaderamente diaconal, o que predican la
palabra divina como catequistas, o que dirigen en nombre del párroco o del Obispo comunidades
cristianas distantes, o que practican la caridad en obras sociales y caritativas sean fortalecidos y unidos
más estrechamente al servicio del altar por la imposición de las manos, transmitida ya desde los
Apóstoles, para que cumplan más eficazmente su ministerio por la gracia sacramental del diaconado
Formación de los catequistas
17 Digna de alabanza es también esa legión tan benemérita de la obra de las misiones entre los
gentiles, es decir, los catequistas, hombres y mujeres, que llenos de espíritu apostólico, prestan con

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grandes sacrificios una ayuda singular y enteramente necesaria para la propagación de la fe y de la
Iglesia.
En nuestros días, el oficio de los catequistas tiene una importancia extraordinaria porque
resultan escasos los clérigos para evangelizar tantas multitudes y para ejercer el ministerio pastoral.
Su educación, por consiguiente debe efectuarse y acomodarse al progreso cultural de tal forma que
puedan desarrollar lo mejor posible su cometido agravado con nuevas y mayores obligaciones, como
cooperadores eficaces del orden sacerdotal.
Multiplíquense, pues, las escuelas diocesanas y regionales en que los futuros catequistas
estudien la doctrina católica, sobre todo en su aspecto bíblico y litúrgico, y el método catequético, con
la práctica pastoral, y se formen en la moral cristiana, procurando practicar sin cesar la piedad y la
santidad de vida. Hay que tener, además, reuniones o cursos en tiempos determinados, en los que los
catequistas se renueven en la ciencia y en las artes convenientes para su ministerio y se nutra y
robustezca su vida espiritual. Además, hay que procurar a quienes se entregan por entero a esta obra
una condición de vida decente y la seguridad social por medio de una justa remuneración.
Es de desear que se provea de un modo congruo a la formación y sustento de los catequistas
con subsidios especiales de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide. Si pareciere necesario y
oportuno, fúndese una Obra para los catequistas.
Además, las Iglesias reconocerán, agradecidas, la obra generosa de los catequistas auxiliares,
de cuya ayuda necesitarán. Ellos presiden la oración y enseñan en sus comunidades. Hay que atender
convenientemente a su formación doctrinal y espiritual. E incluso es de desear que, donde parezca
oportuno, se confiere a los catequistas debidamente formados misión canónica en la celebración
pública de la acción litúrgica, para que sirvan a la fe con más autoridad delante del pueblo
Promoción de la vida religiosa
18 Promuévase diligentemente la vida religiosa desde el momento de la implantación de la
Iglesia, que no solamente proporciona a la actividad misional ayudas preciosas y enteramente
necesarias, sino que por una más íntima consagración a Dios, hecha en la Iglesia, indica claramente
también la naturaleza íntima de la vocación cristiana.
Esfuércense los Institutos religiosos, que trabajan en la implantación de la Iglesia, en exponer
y comunicar, según el carácter y la idiosincrasia de cada pueblo, las riquezas místicas de que están
totalmente llenos, y que distinguen la tradición religiosa de la Iglesia. Consideren atentamente el
modo de aplicar a la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas, cuyas semillas
había Dios esparcido con frecuencia en las antiguas culturas antes de la proclamación del Evangelio.
En las iglesias jóvenes hay que cultivar diversas formas de vida religiosa que presenten los
diversos aspectos de la misión de Cristo y de la vida de la Iglesia, y se entreguen a variadas obras
pastorales y preparen convenientemente a sus miembros para cumplirlas. Con todo, procuren los
Obispos en la Conferencia que las Congregaciones, que tienen los mismos fines apostólicos, no se
multipliquen, con detrimento de la vida religiosa y del apostolado.
Son dignos de especial mención los varios esfuerzos realizados para arraigar la vida
contemplativa, por los que unos, reteniendo los elementos esenciales de la institución monástica, se
esfuerzan en implantar la riquísima tradición de su Orden, y otros, vuelven a las formas más sencillas

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del antiguo monacato. Procuren todos, sin embargo, buscar la adaptación oportuna a las condiciones
locales. Conviene establecer por todas partes en las iglesias nuevas la vida contemplativa porque
pertenece a la plenitud de la presencia de la Iglesia

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4. CEC
La Iniciación Cristiana: 210-212
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1210 Los sacramentos de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete, a saber,
Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y
Matrimonio. Los siete sacramentos corresponden a todas las etapas y todos los momentos
importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe
de los cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural y las etapas de la
vida espiritual (cf S. Tomás de A., s. th. 3, 65, 1).
1211 Siguiendo esta analogía se explicarán en primer lugar los tres sacramentos de la iniciación
cristiana (capítulo primero), luego los sacramentos de la curación (capítulo segundo), finalmente, los
sacramentos que están al servicio de la comunión y misión de los fieles (capítulo tercero). Ciertamente
este orden no es el único posible, pero permite ver que los sacramentos forman un organismo en el
cual cada sacramento particular tiene su lugar vital. En este organismo, la Eucaristía ocupa un lugar
único, en cuanto "sacramento de los sacramentos": "todos los otros sacramentos están ordenados a
éste como a su fin" (S. Tomás de A., s. th. 3, 65, 3).
CAPITULO PRIMERO: LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACION CRISTIANA
1212 Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la
Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana. "La participación en la naturaleza divina
que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el
crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen
con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de
la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con
más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI,
Const. apost. "Divinae consortium naturae"; cf OICA, praen. 1 - 2).
La vida cristiana
El catecumenado como formación para la vida cristiana.
1248 El catecumenado, o formación de los catecúmenos, tiene por finalidad permitir a estos
últimos, en respuesta a la iniciativa divina y en unión con una comunidad eclesial, llevar a madurez
su conversión y su fe. Se trata de una "formación y noviciado debidamente prolongado de la vida
cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar
adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la práctica de las costumbres
evangélicas y en los ritos sagrados que deben celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos en
la vida de fe, la liturgia y la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14; cf OICA 19 y 98).
La Eucaristía. «fuente y culminación de la vida cristiana»
1324 La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos,
como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía

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y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es
decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1391 Los frutos de la comunión. La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la
Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor
dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6, 56). La vida en Cristo
encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive,
y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 57):
"Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros
la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de Magdala:
"¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien
recibe a Cristo" (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a - b).
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de
manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado,
vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia
recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión
eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como
viático.
La familia como primera escuela de vida cristiana,
1657 Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de
familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, "en la recepción de los
sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la
renuncia y el amor que se traduce en obras" (LG 10). El hogar es así la primera escuela de vida cristiana
y "escuela del más rico humanismo" (GS 52, 1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el
amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la
oración y la ofrenda de su vida.
La oración, elemento de especial relieve en la vida cristiana,
2701 La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos,
atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el "Padre Nuestro".
Jesús no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios nos lo presentan
elevando la voz para expresar su oración personal, desde la bendición exultante del Padre (cf Mt 11,
25 - 26), hasta la agonía de Getsemaní (cf Mc 14, 36).
2745 Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma
renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre.
La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús.
El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. "Todo lo que pidáis al
Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros" (Jn 15, 16
- 17).
"Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos
encontrar realizable el principio de la oración continua" (Orígenes, or. 12).

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2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es plegaria, pero en
uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que
animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a
pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en El.
Los preceptos de la vida cristiana en el Sermón de la montaña,
1966 La ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Obra
por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos
para comunicarnos la gracia de hacerlo:
"El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la
montaña, según lo leemos en el Evangelio de S. Mateo, encontrará en él sin duda alguna la carta
perfecta de la vida cristiana… Este Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar la vida
cristiana" (S. Agustín, serm. Dom. 1, 1).
La religiosidad popular enriquece la v ida cristiana,
1679 Además de la liturgia, la vida cristiana se nutre de formas variadas de piedad popular,
enraizadas en las distintas culturas. Esclareciéndolas a la luz de la fe, la Iglesia favorece aquellas
formas de religiosidad popular que expresan mejor un sentido evangélico y una sabiduría humana, y
que enriquecen la vida cristiana.
La sagrada Escritura como alimento de la vida cristiana,
141 "La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de
Cristo" (DV 21): aquellas y éste alimentan y rigen toda la vida cristiana. "Para mis pies antorcha es tu
palabra, luz para mi sendero" (Sal 119, 105; Is 50, 4).
Los sacramentos como fundamento y auxilio de la vida cristiana,
1210 Los sacramentos de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete, a saber,
Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y
Matrimonio. Los siete sacramentos corresponden a todas las etapas y todos los momentos
importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe
de los cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural y las etapas de la
vida espiritual (cf S. Tomás de A., s. th. 3, 65, 1).
1211 Siguiendo esta analogía se explicarán en primer lugar los tres sacramentos de la iniciación
cristiana (capítulo primero), luego los sacramentos de la curación (capítulo segundo), finalmente, los
sacramentos que están al servicio de la comunión y misión de los fieles (capítulo tercero). Ciertamente
este orden no es el único posible, pero permite ver que los sacramentos forman un organismo en el
cual cada sacramento particular tiene su lugar vital. En este organismo, la Eucaristía ocupa un lugar
único, en cuanto "sacramento de los sacramentos": "todos los otros sacramentos están ordenados a
éste como a su fin" (S. Tomás de A., s. th. 3, 65, 3).
1212 Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la
Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana. "La participación en la naturaleza divina
que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el

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crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen
con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de
la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con
más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI,
Const. apost. "Divinae consortium naturae"; cf OICA, praen. 1 - 2).
1213 El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el
espíritu ("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el
Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de
Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Cc. de Florencia: DS 1314;
CIC, Cn 204, 1; 849; CCEO 675, 1): "Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo"
("El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra", Cath. R. 2, 2, 5).
La Santísima Trinidad como misterio central de la vida cristiana,
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es
el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que
los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG
43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los
cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los
hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).
Vida cristiana y comunión con las tres divinas Personas,
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las
personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las
personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el
Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6, 44) y el Espíritu lo
mueve (cf. Rm 8, 14).
La vida cristiana y el camino de perfección,
1215 Este sacramento es llamado también "baño de regeneración y de renovación del Espíritu
Santo" (Tt 3, 5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie
puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3, 5).
Vida cristiana y participación en la muerte y resurrección de Cristo,
1002 Resucitados con Cristo Si es verdad que Cristo nos resucitará en "el último día", también
lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu
Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección
de Cristo:
"Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de
Dios, que le resucitó de entre los muertos… Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas
de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios" (Col 2, 12; Col 3, 1).

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5. CIC – LIBRO II: DEL PUEBLO DE DIOS
PARTE I. DE LOS FIELES CRISTIANOS
204 1 Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el
pueblo de Dios, y hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real
de Cristo, cada una según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios
encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo
§ 2 Esta Iglesia, constituida y ordenada como sociedad en este mundo, subsiste en la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él
205 Se encuentran en plena comunión con la Iglesia católica, en esta tierra, los bautizados que
se unen a Cristo dentro de la estructura visible de aquella, es decir, por los vínculos de la profesión de
fe, de los sacramentos y del régimen eclesiástico
206 1 De una manera especial se relacionan con la Iglesia los catecúmenos, es decir, aquellos
que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan explícitamente ser incorporados a ella, y que por este
mismo deseo, así como también por la vida de fe, esperanza y caridad que llevan, están unidos a la
Iglesia, que los acoge ya como suyos
§ 2 La Iglesia presta especial atención a los catecúmenos y, a la vez que los invita a llevar una
vida evangélica y los inicia en la celebración de los ritos sagrados, les concede algunas prerrogativas
propias de los cristianos
207 1 Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el
derecho se denominan también clérigos; los demás se llaman laicos
§ 2 En estos dos grupos hay fieles que, por la profesión de los consejos evangélicos mediante
votos u otros vínculos sagrados, reconocidos y sancionados por la Iglesia, se consagran a Dios según
la manera peculiar que les es propia y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia; su estado, aunque
no afecta a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, a la vida y santidad de la
misma
TÍTULO I. De los deberes y derechos de todos los fieles
208 Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto
a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la
edificación del Cuerpo de Cristo
209 1 Los fieles están obligados a observar siempre la comunión con la Iglesia, incluso en su
modo de obrar
§ 2 Cumplan con gran diligencia los deberes que tienen tanto respecto a la Iglesia universal
como en relación con la Iglesia particular a la que pertenecen, según las prescripciones del derecho
210 Todos los fieles deben esforzarse, según su propia condición, por llevar una vida santa, así
como por incrementar la Iglesia y promover su continua santificación

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211 Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de
salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero
212 1 Los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, están obligados a seguir, por
obediencia cristiana, todo aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo,
declaran como maestros de la fe o establecen como rectores de la Iglesia
§ 2 Los fieles tienen la facultad de manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades,
principalmente las espirituales, y sus deseos
§ 3 Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento,
competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece
al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las
costumbres, la reverencia hacia los Pastores, y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de
las personas
213 Los fieles tienen derecho a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes
espirituales de la Iglesia, principalmente la palabra de Dios y los Sacramentos
214 Los fieles tienen derecho a tributar culto a Dios según las normas del propio rito aprobado
por los legítimos Pastores de la Iglesia, y a practicar su propia forma de vida espiritual, siempre que
sea conforme con la doctrina de la Iglesia
215 Los fieles tienen la facultad de fundar y dirigir libremente asociaciones para fines de caridad
o piedad o para fomentar la vocación cristiana en el mundo; y también a reunirse para conseguir en
común esos mismos fines
216 Todos los fieles, puesto que participan en la misión de la Iglesia, tienen derecho a promover
y sostener la acción apostólica también con sus propias iniciativas, cada uno según su estado y
condición; pero ninguna iniciativa se atribuya el nombre de católica sin contar con el consentimiento
de la autoridad eclesiástica competente
217 Los fieles, puesto que están llamados por el bautismo a llevar una vida congruente con la
doctrina evangélica, tienen derecho a una educación cristiana por la que se les instruya
convenientemente en orden a conseguir la madurez de la persona humana y al mismo tiempo conocer
y vivir el misterio de la salvación
218 Quienes se dedican a las ciencias sagradas gozan de una justa libertad para investigar, así
como para manifestar prudentemente su opinión sobre todo aquello en lo que son peritos, guardando
la debida sumisión al magisterio de la Iglesia
219 En la elección del estado de vida, todos los fieles tienen derecho a ser inmunes de cualquier
coacción
220 A nadie le es lícito lesionar ilegítimamente la buena fama de que alguien goza ni violar el
derecho de cada persona a proteger su propia intimidad
221 1 Compete a los fieles reclamar legítimamente los derechos que tienen en la Iglesia, y
defenderlos en el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del derecho

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§ 2 Si son llamados a juicio por la autoridad competente, los fieles tienen también derecho a ser
juzgados según las normas jurídicas, que deben ser aplicadas con equidad
§ 3 Los fieles tienen derecho a no ser sancionados con penas canónicas, si no es conforme a la
norma legal
222 1 Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga
de lo necesario para el culto divino, las obras apostólicas y de caridad y el conveniente sustento de los
ministros
§ 2 Tienen también el deber de promover la justicia social, así como, recordando el precepto
del Señor, ayudar a los pobres con sus propios bienes
223 1 En el ejercicio de sus derechos, tanto individualmente como unidos en asociaciones, los
fieles han de tener en cuenta el bien común de la Iglesia, así como también los derechos ajenos y sus
deberes respecto a otros
§ 2 Compete a la autoridad eclesiástica regular, en atención al bien común, el ejercicio de los
derechos propios de los fieles
TÍTULO II. De las obligaciones y derechos de los fieles laicos
224 Los fieles laicos, además de las obligaciones y derechos que son comunes a todos los fieles
cristianos y de los que se establecen en otros cánones, tienen obligaciones y derechos que se enumeran
en los cánones de este título
225 1 Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como todos los demás
fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto
personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y
recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas
circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a
Jesucristo
§ 2 Tienen también el deber peculiar, cada uno según su propia condición, de impregnar y
perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente
en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares
226 1 Quienes, según su propia vocación, viven en el estado matrimonial tienen el peculiar
deber de trabajar en la edificación del pueblo de Dios a través del matrimonio y de la familia
§ 2 Por haber transmitido la vida a sus hijos, los padres tienen el gravísimo deber y el derecho
de educarles; por tanto, corresponde a los padres cristianos en primer lugar procurar la educación
cristiana de sus hijos según la doctrina enseñada por la Iglesia
227 Los fieles laicos tienen derecho a que se les reconozca en los asuntos terrenos aquella
libertad que compete a todos los ciudadanos; sin embargo, al usar de esa libertad, han de cuidar de
que sus acciones estén inspiradas por el espíritu evangélico, y han de prestar atención a la doctrina
propuesta por el magisterio de la Iglesia, evitando a la vez presentar como doctrina de la Iglesia su
propio criterio, en materias opinables

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228 1 Los laicos que sean considerados idóneos tienen capacidad de ser llamados por los
sagrados Pastores para aquellos oficios eclesiásticos y encargos que pueden cumplir según las
prescripciones del derecho
§ 2 Los laicos que se distinguen por su ciencia, prudencia e integridad tienen capacidad para
ayudar como peritos y consejeros a los pastores de la Iglesia, también formando parte de consejos,
conforme a la norma del derecho
229 1 Para que puedan vivir según la doctrina cristiana, proclamarla, defenderla cuando sea
necesario y ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos tienen el deber y el derecho
de adquirir conocimiento de esa doctrina, de acuerdo con la capacidad y condición de cada uno
§ 2 Tienen también el derecho a adquirir el conocimiento más profundo de las ciencias sagradas
que se imparte en las universidades o facultades eclesiásticas o en los institutos de ciencias religiosas,
asistiendo a sus clases y obteniendo grados académicos
§ 3 Ateniéndose a las prescripciones establecidas sobre la idoneidad necesaria, también tienen
capacidad de recibir de la legítima autoridad eclesiástica mandato de enseñar ciencias sagradas
230 1 Los varones laicos que tengan la edad y condiciones determinadas por decreto de la
Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito, mediante el
rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de esos ministerios no les da derecho a ser sustentados
o remunerados por la Iglesia
§ 2 Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en las ceremonias
litúrgicas; asimismo, todos los laicos pueden desempeñar las funciones de comentador, cantor y otras,
a tenor de la norma del derecho
§ 3 Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los lacios,
aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el
ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada
Comunión, según las prescripciones del derecho
231 1 Los laicos que de modo permanente o temporal se dedican a un servicio especial de la
Iglesia tienen el deber de adquirir la formación conveniente que se requiere para desempeñar bien su
función, y para ejercerla con conciencia, generosidad y diligencia
§ 2 Manteniéndose lo que prescribe el can. 230, §1, tienen derecho a una conveniente
retribución que responda a su condición, y con la cual puedan proveer decentemente a sus propias
necesidades y a las de su familia, de acuerdo también con las prescripciones del derecho civil; y tienen
también derecho a que se provea debidamente a su previsión y seguridad social y a la llamada
asistencia sanitaria

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49
6. Patrística
Atenágoras – La vida de los cristianos
Entre nosotros fácilmente podréis encontrar gentes sencillas, artesanos y viejezuelas, que si de
palabra no son capaces de mostrar con razones la utilidad de su religión, muestran con las obras que
han hecho una elección buena. Porque no se dedican a aprender discursos de memoria, sino que
manifiestan buenas acciones: no hieren al que los hiere, no llevan a los tribunales al que les despoja,
dan a todo el que pide y aman al prójimo como a sí mismos. Ahora bien, si no creyéramos que Dios
está por encima del género humano, ¿podríamos llevar una vida tan pura? No se puede decir; pero
estando persuadidos de que de toda esta vida presente hemos de dar cuenta al Dios que nos ha creado
a nosotros y que ha creado al mundo, escogemos la vida moderada, caritativa y despreciada, pues
creemos que no podemos aquí sufrir ningún mal tan grande, aun cuando nos quiten la vida,
comparable con la recompensa que recibiremos del gran Juez por una vida humilde, caritativa y
buena. Platón dijo ciertamente que Minos y Radamanto tenían que juzgar y castigar a los malos; pero
nosotros decimos que ni Minos ni Radamanto ni el padre de ellos escaparán al juicio de Dios. Además,
vemos que son tenidos por piadosos los que tienen como concepto de la vida aquello de "comamos y
bebamos, que mañana moriremos" (Cf. Is 22, 13; Sb 2, 6) y tienen la muerte por un sueño profundo;
en cambio nosotros tenemos la vida presente como de corta duración y de pequeña estima y nos
movemos por el solo deseo de llegar a conocer al Dios verdadero y al Verbo que está en él, cuál es la
comunión que hay entre el Padre y el Hijo, qué cosa sea el Espíritu, cuál sea la unidad de tan grandes
realidades y la distinción entre los así unidos, el Espíritu, el Hijo y el Padre; nosotros sabemos que la
vida que esperamos es superior a cuanto se puede expresar con palabras, si a ella llegamos puros de
toda iniquidad, y llevamos hasta tal extremo nuestro amor a los hombres, que no sólo amamos a
nuestros amigos, pues dice la Escritura: "Si amáis a los que os aman y prestáis a los que os prestan,
¿qué recompensa podéis esperar?"; pues bien, a nosotros que somos tales y vivimos tal género de vida
para evitar la condenación, ¿no se nos ha de tener por religiosos? 2
Notas
1. ATENÁGORAS, Súplica en favor de los cristianos, cap 8 - 10
2. Ibid. cap. 11 - 12
Didajé
DIDACHE - Didaché, Didajé o Didakhé - Enseñanza de los doce Apóstoles
1. Instrucción moral
Hay dos caminos, el de la vida y el de la muerte, y grande es la diferencia que hay entre estos
dos caminos. El camino de la vida es éste: "Amarás en primer lugar a Dios que te ha creado, y en
segundo lugar a tu prójimo como a ti mismo. Todo lo que no quieres que se haga contigo, no lo hagas
tú a otro." Tal es la enseñanza de este discurso: "Bendecid a los que os maldicen y rogad por vuestros
enemigos, y ayunad por los que os persiguen. Porque ¿qué gracia hay en que améis a los que os aman?
¿No hacen esto también los gentiles? Vosotros amad a los que os odian, y no tengáis enemigo."
Apártate de los deseos carnales. Si alguno te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele la
izquierda, y serás perfecto. Si alguien te fuerza a ir con él durante una milla, acompáñale dos. Si

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alguien te quita el manto, dale también la túnica. Si alguien te quita lo tuyo, no se lo reclames, pues
tampoco puedes. A todo el que te pida, dale y no le reclames nada, pues el Padre quiere que se dé a
todos de sus propios dones. Bienaventurado el que da conforme a este mandamiento, pues éste es
inocente. ¡Ay del que recibe! Si recibe porque tiene necesidad, será inocente; pero si recibe sin tener
necesidad, tendrá que dar cuenta de por qué recibió y para qué: puesto en prisión, se le examinará
sobre lo que hizo, y no saldrá hasta que no devuelva el último cuadrante
También está dicho acerca de esto: que tu limosna sude en tus manos hasta que sepas a quién
das. Segundo mandamiento de la doctrina: No matarás, no adulterarás, no corromperás a los
menores, no fornicarás, no robarás, no practicarás la magia o la hechicería, no matarás el hijo en el
seno materno, ni quitarás la vida al recién nacido. No codiciarás los bienes del prójimo, no perjurarás,
no darás falso testimonio. No calumniarás ni guardarás rencor.
No serás doble de mente o de lengua, pues la doblez es lazo de muerte. Tu palabra no será
mentirosa ni vana, sino que la cumplirás por la obra. No serás avaro, ni rapaz, ni hipócrita, ni malvado,
ni soberbio. No tramarás planes malvados contra tu prójimo. No odiarás a hombre alguno, sino que a
unos los convencerás, por otros rogarás, a otros los amarás más que a tu propia alma... Sé manso, pues
los mansos heredarán la tierra. Sé paciente, compasivo, sin malicia, tranquilo y bueno, temeroso en
todo momento de las palabras que has oído. No te exaltarás, ni entregarás tu alma a la temeridad. No
se junte tu alma con los soberbios, sino que andarás con los justos y humildes. Los sucesos que te
sobrevengan los aceptarás como bienes, sabiendo que no sucede nada sino por disposición de Dios.
Hijo mío, te acordarás de día y de noche del que te habla la palabra de Dios, y le honrarás como al
Señor. Porque donde se anuncia la majestad del Señor, allí está el Señor.
Buscarás cada día los rostros de los santos, para hallar descanso en sus palabras. No harás
cisma, sino que pondrás paz entre los que pelean. Juzgarás rectamente, y no harás distinción de
personas para reprender las faltas. No andarás con alma dudosa de si sucederá o no sucederá: No seas
de los que extienden la mano para recibir, pero la retiran para dar. Si adquieres algo por el trabajo de
tus manos, da de ello como rescate de tus pecados. No vaciles en dar, ni murmurarás mientras das,
pues has de saber quién es el buen recompensador de tu limosna. No rechazarás al necesitado, sino
que tendrás todas las cosas en común con tu hermano, sin decir que nada es tuyo propio; pues si os
son comunes los bienes inmortales, cuánto más los mortales. Tu mano no se levantará de tu hijo o de
tu hija, sino que les enseñarás desde su juventud el temor de Dios. No mandarás con aspereza a tu
esclavo o a tu esclava que esperan en el mismo Dios que tú, no sea que dejen de temer a Dios que está
sobre unos y otros... Vosotros, los esclavos, someteos a vuestros señores como a imagen de Dios con
reverencia y temor.
En la asamblea confesarás tus pecados, y no te acercarás a la oración con mala conciencia
Este es el camino de la vida (cap. 1 - 5)
2. El bautismo
En lo que se refiere al bautismo, tenéis que bautizar así: Habiendo dicho todas estas cosas,
bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu Santo, en agua viva. Si no tienes agua viva,
bautiza con otra agua. Si no puedes con agua fría, hazlo con caliente. Si no tienes ni una ni otra,
derrama agua sobre la cabeza tres veces, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

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Antes del Bautismo, ayunen el bautizante y el bautizando y algunos otros que puedan. Pero al
bautizando le ordenarás que ayune uno o dos lías antes (cap. 7)
3. Ayuno y oración
No ayunaréis juntamente con los hipócritas (es decir, los judíos), que ayunan el segundo y el
quinto día de la semana. Vosotros ayunaréis el día cuarto y el de la preparación. Tampoco hagáis
vuestra oración como los hipócritas, sino, como lo mandó el Señor en el Evangelio, así oraréis: Padre
nuestro... Oraréis así tres veces al día (cap. 8)
4. Fórmulas para la cena eucarística.
En lo que toca a la acción de gracias, la haréis de esta manera: Primero sobre el cáliz: Te damos
gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David tu siervo, la que nos diste a conocer a nosotros por
medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos
Luego sobre el trozo (de pan): Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento,
que nos diste a conocer por medio de Jesús tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Como este fragmento
estaba disperso sobre los montes, y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de
la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, por los siglos
Que nadie coma ni beba de vuestra comida de acción de gracias, sino los bautizados en el
nombre del Señor, pues sobre esto dijo el Señor: No deis lo santo a los perros. Después de saciaros,
daréis gracias así: Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre que hiciste morar en nuestros
corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por medio de
Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos
Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre, y diste a los hombres
alimento y bebida para su disfrute, para que te dieran gracias. Mas a nosotros nos hiciste el don de un
alimento y una bebida espiritual y de la vida eterna por medio de tu siervo. Ante todo te damos gracias
porque eres poderoso. A ti la gloria por los siglos
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu caridad, y
congrégala desde los cuatro vientos, santificada, en tu reino que le has preparado. Porque tuyo es el
poder y la gloria por los siglos
Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo, que se acerque.
El que no lo es, que se arrepienta. "Maran Atha" Amén
A los profetas, dejadles dar gracias cuanto quieran (cap. 9 y 10)
5. Instrucción sobre los apóstoles y profetas
Al que viniendo a vosotros os enseñare todo lo dicho, aceptadle. Pero si el mismo maestro,
extraviado, os enseña otra doctrina para vuestra disgregación, no le prestéis oído; si, en cambio, os
enseña para aumentar vuestra justicia y conocimiento del Señor, recibidle como al mismo Señor
Con los apóstoles y profetas, obrad de la siguiente manera, de acuerdo con la enseñanza
evangélica: todo apóstol que venga a vosotros, sea recibido como el Señor. No se detendrá sino un solo

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día, y, si fuere necesario, otro más. Si se queda tres días, es un falso profeta. Cuando el apóstol se vaya
no tome nada consigo si no es pan hasta su nuevo alojamiento. Si pide dinero, es un falso profeta
No pongáis a prueba ni a examen ningún profeta que habla en espíritu. Porque todo pecado
será perdonado, pero este pecado no será perdonado. Con todo, no todo el que habla en espíritu es
profeta, sino el que tiene el modo de vida del Señor. En efecto, por el modo de vida se distinguirá el
verdadero profeta del falso. Todo profeta que manda poner una mesa en espíritu, no come de ella: de
lo contrario, es un falso profeta. Todo profeta que predica la verdad, si no cumple lo que enseña es un
falso profeta. Todo profeta probado como verdadero, que trabaja en el misterio de la Iglesia en el
mundo, si no enseña a hacer lo que él hace, no lo juzgaréis, pues su juicio está en Dios. Así lo hicieron
también los antiguos profetas. Pero al que dice en espíritu: Dame dinero, o cualquier otra cosa, no le
prestéis oído. En cambio si dice que se dé a otros necesitados, nadie lo juzgue
A todo el que viniere en nombre del Señor, recibidle. Luego examinándole le conoceréis por su
derecha y por su izquierda, pues tenéis discernimiento. Al que pasa de camino le ayudaréis en cuanto
podáis: pero no se quedará con vosotros sino dos o tres días, si fuere necesario. Si quiere quedarse
entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje para su sustento. Si no tiene oficio, proveed según
prudencia, de modo que no viva entre vosotros cristiano alguno ocioso. Si no quiere aceptar esto, se
trata de un traficante de Cristo: tened cuidado con tales gentes
Todo auténtico profeta que quiera morar de asiento entre vosotros es digno de su sustento.
Igualmente, todo auténtico maestro merece también, como el trabajador, su sustento. Por tanto,
tomarás siempre las primicias de los frutos del lagar y de la era, de los bueyes y de las ovejas, y las
darás como primicias a los profetas, pues ellos son vuestros sumos sacerdotes. Si no tenéis profeta,
dadlo a los pobres. Si haces pan, toma las primicias y dalas conforme al mandato. Si abres una jarra
de vino o de aceite, toma las primicias y dalas a los profetas. De tu dinero, de tu vestido y de todas tus
posesiones, toma las primicias, según te pareciere, y dalas conforme al mandato (cap. 11 - 13)
6. El día del Señor
En el día del Señor reuníos y romped el pan y haced la eucaristía, después de haber confesado
vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro. Todo el que tenga disensión con su
compañero, no se junte con vosotros hasta que no se hayan reconciliado, para que no sea profanado
vuestro sacrificio. Este es el sacrificio del que dijo el Señor: "En todo lugar y tiempo se me ofrece un
sacrificio puro: porque yo soy el gran Rey, dice el Señor, y mi nombre es admirable entre las naciones"
(Ml 1, 11) (cap. 14)
7. Obispos y diáconos
Elegíos obispos y diáconos dignos del Señor. hombres mansos, no amantes del dinero, sinceros
y probados; porque también ellos os sirven a vosotros en el ministerio de los profetas y maestros. No
los despreciéis, ya que tienen entre vosotros el mismo honor que los profetas y maestros (cap. 15)
8. Escatología
Vigilad sobre vuestra vida. No se apaguen vuestras linternas, y no dejen de estar ceñidos
vuestros lomos, sino estad preparados, pues no sabéis la hora en que vendrá nuestro Señor. Reuníos
con frecuencia, buscando lo que conviene a vuestras almas, pues de nada os servirá todo el tiempo en

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que habéis creído. si no consumáis vuestra perfección en el último momento. En los últimos días se
multiplicarán los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se convertirán en lobos, y el amor se
convertirá en odio. En efecto, al crecer la iniquidad, los hombres se odiarán entre si, y se perseguirán
y se traicionarán: entonces aparecerá el extraviador del mundo, como hijo de Dios, y hará señales y
prodigios, y la tierra será entregada en sus manos, y cometerá iniquidades como no se han cometido
desde siglos. Entonces la creación de los hombres entrará en la conflagración de la prueba, y muchos
se escandalizarán y perecerán. Pero los que perseveren en su fe serán salvados por el mismo que había
sido maldecido. Entonces aparecerán las señales auténticas: en primer lugar el signo de la abertura
del cielo, luego el del sonido de trompeta, en tercer. lugar, la resurrección de los muertos, no de todos
los hombres, sino, como está dicho: "Vendrá el Señor y todos los santos con él" (Za 14, 5). Entonces el
mundo verá al Señor viniendo sobre las nubes del cielo (cap.16)
9 y 10. Un sacrificio puro
(Didaché o Enseñanza de los Doce Apóstoles, cap. IX y X)
En cuanto a la Eucaristía, dad gracias así. En primer lugar, sobre el cáliz: "Te damos gracias,
Padre nuestro, por la santa vid de David, tu siervo, que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo. A Ti
gloria por los siglos"
Luego, sobre el fragmento de pan: "Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el
conocimiento que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A Ti la gloria por los siglos"
"Así como este trozo estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también
reúne a tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por los
siglos por medio de Jesucristo"
Nadie coma ni beba de vuestra Eucaristía a no ser los bautizados en el nombre del Señor, pues
acerca de esto también dijo el Señor: No deis lo santo a los perros
Después de haberos saciado, dad gracias de esta manera: "Te damos gracias, Padre Santo, por
tu Nombre Santo que has hecho habitar en nuestros corazones, así como por el conocimiento, la fe y
la inmortalidad que nos has dado a conocer por Jesús tu siervo. A Ti la gloria por los siglos"
"Tú, Señor omnipotente, has creado el universo a causa de tu Nombre, has dado a los hombres
alimento y bebida para su disfrute, a fin de que te den gracias y, además, a nosotros nos has concedido
la gracia de un alimento y bebida espirituales y de vida eterna por medio de tu Siervo"
"Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso. A Ti la gloria por los siglos"
"Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal y perfeccionarla en tu amor y a Ella,
santificada, reúnela de los cuatro vientos en el reino tuyo, que le has preparado. Porque Tuyo es el
poder y la gloria por los siglos"
"¡Venga la gracia y pase este mundo! ¡Hosanna al Dios de David! ¡Si alguno es santo, venga!;
¡el que no lo sea, que se convierta! Maranatha. Amén"

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54
7. Aparecida
SEGUNDA PARTE
LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

CAPÍTULO 3. LA ALEGRÍA DE SER DISCÍPULOS MISIONEROS PARA ANUNCIAR EL EVANGELIO


DE JESUCRISTO
101. En este momento, con incertidumbres en el corazón, nos preguntamos con Tomás: “¿Cómo
vamos a saber el camino?” (Jn 14, 5). Jesús nos responde con una propuesta provocadora: “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Él es el verdadero camino hacia el Padre, quien tanto amó al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna (Cf. Jn 3, 16). Esta
es la vida eterna: “Que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado” (Jn 17, 3).
La fe en Jesús como el Hijo del Padre es la puerta de entrada a la Vida. Los discípulos de Jesús
confesamos nuestra fe con las palabras de Pedro: “Tus palabras dan Vida eterna” (Jn 6, 68); “Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).
102. Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra hecha carne (Cf. Jn 1, 14), verdadero Dios y verdadero
hombre, prueba del amor de Dios a los hombres. Su vida es una entrega radical de sí mismo a favor
de todas las personas, consumada definitivamente en su muerte y resurrección. Por ser el Cordero de
Dios, Él es el salvador. Su pasión, muerte y resurrección posibilita la superación del pecado y la vida
nueva para toda la humanidad. En Él, el Padre se hace presente, porque quien conoce al Hijo conoce
al Padre (Cf. Jn 14, 7).
103. Los discípulos de Jesús reconocemos que Él es el primer y más grande evangelizador
enviado por Dios (Cf. Lc 4, 44) y, al mismo tiempo, el Evangelio de Dios (Cf. Rm 1, 3). Creemos y
anunciamos “la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Mc 1, 1). Como hijos obedientes a la
voz del Padre, queremos escuchar a Jesús (Cf. Lc 9, 35) porque Él es el único Maestro (Cf. Mt 23, 8).
Como discípulos suyos, sabemos que sus palabras son Espíritu y Vida (Cf. Jn 6, 63. 68). Con la alegría
de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la
dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.
3.1 LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA
104. Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza.
Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le
agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para
amar; por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.
Lo bendecimos por el don de la fe que nos permite vivir en alianza con Él hasta compartir la vida
eterna. Lo bendecimos por hacernos hijas e hijos suyos en Cristo, por habernos redimido con el precio
de su sangre y por la relación permanente que establece con nosotros, que es fuente de nuestra
dignidad absoluta, innegociable e inviolable. Si el pecado ha deteriorado la imagen de Dios en el

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55
hombre y ha herido su condición, la buena nueva, que es Cristo, lo ha redimido y restablecido en la
gracia (Cf. Rm 5, 12-21).
105. Alabamos a Dios por los hombres y mujeres de América Latina y El Caribe que, movidos
por su fe, han trabajado incansablemente en defensa de la dignidad de la persona humana,
especialmente de los pobres y marginados. En su testimonio, llevado hasta la entrega total,
resplandece la dignidad del ser humano.
3.2 LA BUENA NUEVA DE LA VIDA
106. Alabamos a Dios por el don maravilloso de la vida y por quienes la honran y la dignifican
al ponerla al servicio de los demás; por el espíritu alegre de nuestros pueblos que aman la música, la
danza, la poesía, el arte, el deporte y cultivan una firme esperanza en medio de problemas y luchas.
Alabamos a Dios porque, siendo nosotros pecadores, nos mostró su amor reconciliándonos consigo
por la muerte de su Hijo en la cruz. Lo alabamos porque ahora continúa derramando su amor en
nosotros por el Espíritu Santo y alimentándonos con la Eucaristía, pan de vida (Cf. Jn 6, 35). La
Encíclica “Evangelio de la Vida”, de Juan Pablo II, ilumina el gran valor de la vida humana, la cual
debemos cuidar y por la cual continuamente alabamos a Dios.
107. Bendecimos al Padre por el don de su Hijo Jesucristo, “rostro humano de Dios y rostro
divino del hombre”44.
"En realidad, tan sólo en el misterio del Verbo encarnado se aclara verdaderamente el
misterio del hombre. Cristo, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación" 45.
108. Bendecimos al Padre porque todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun
entre dificultades e incertidumbres, puede llegar a descubrir, en la ley natural escrita en su corazón
(Cf. Rm 2, 14-15), el valor sagrado de la vida humana, desde su inicio hasta su término natural, y
afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el
reconocimiento de este derecho, se fundamenta “la convivencia humana y la misma comunidad
política”46.
109. Ante una vida sin sentido, Jesús nos revela la vida íntima de Dios en su misterio más
elevado, la comunión trinitaria. Es tal el amor de Dios, que hace del hombre, peregrino en este mundo,
su morada: “Vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14, 23). Ante la desesperanza de un mundo sin
Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y
la vida eterna en la que Dios será todo en todos (Cf. 1 Co 15, 28). Ante la idolatría de los bienes
terrenales, Jesús presenta la vida en Dios como valor supremo: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo,
si pierde su vida?” (Mc 8, 36)47.
110. Ante el subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la vida para ganarla, porque “quien
aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Es propio del discípulo de Cristo gastar su vida como
sal de la tierra y luz del mundo. Ante el individualismo, Jesús convoca a vivir y caminar juntos. La vida
cristiana sólo se profundiza y se desarrolla en la comunión fraterna. Jesús nos dice “uno es su maestro,
y todos ustedes son hermanos” (Mt 23, 8). Ante la despersonalización, Jesús ayuda a construir
identidades integradas.

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56
111. La propia vocación, la propia libertad y la propia originalidad son dones de Dios para la
plenitud y el servicio del mundo.
112. Ante la exclusión, Jesús defiende los derechos de los débiles y la vida digna de todo ser
humano. De su Maestro, el discípulo ha aprendido a luchar contra toda forma de desprecio de la vida
y de explotación de la persona humana48. Sólo el Señor es autor y dueño de la vida. El ser humano, su
imagen viviente, es siempre sagrado, desde su concepción hasta su muerte natural; en todas las
circunstancias y condiciones de su vida. Ante las estructuras de muerte, Jesús hace presente la vida
plena. “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10). Por
ello, sana a los enfermos, expulsa los demonios y compromete a los discípulos en la promoción de la
dignidad humana y de relaciones sociales fundadas en la justicia.
113. Ante la naturaleza amenazada, Jesús, que conocía el cuidado del Padre por las criaturas
que Él alimenta y embellece (Cf. Lc 12, 28), nos convoca a cuidar la tierra para que brinde abrigo y
sustento a todos los hombres (Cf. Gn 1, 29; 2, 15).
3.3 LA BUENA NUEVA DE LA FAMILIA
114. Proclamamos con alegría el valor de la familia en América Latina y El Caribe. Afirma el
Papa Benedicto XVI que la familia
"patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos
latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y
cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente… La familia es
insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos" 49.
115. Agradecemos a Cristo que nos revela que “Dios es amor y vive en sí mismo un misterio
personal de amor”50 y, optando por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de
‘Iglesia Doméstica’.
116. Bendecimos a Dios por haber creado al ser humano varón y mujer, aunque hoy se quiera
confundir esta verdad: “Creó Dios a los seres humanos a su imagen; a imagen de Dios los creó, varón
y mujer los creó” (Gn 1, 27). Pertenece a la naturaleza humana el que el varón y la mujer busquen el
uno en el otro su reciprocidad y complementariedad51.
117. El ser amados por Dios nos llena de alegría. El amor humano encuentra su plenitud cuando
participa del amor divino, del amor de Jesús que se entrega solidariamente por nosotros en su amor
pleno hasta el fin (Cf. Jn 13, 1; 15,9). El amor conyugal es la donación recíproca entre un varón y una
mujer, los esposos: es fiel y exclusivo hasta la muerte y fecundo, abierto a la vida y a la educación de
los hijos, asemejándose al amor fecundo de la Santísima Trinidad52. El amor conyugal es asumido en
el Sacramento del Matrimonio para significar la unión de Cristo con su Iglesia, por eso, en la gracia
de Jesucristo, encuentra su purificación, alimento y plenitud (Cf. Ef 5, 25-33).
118. En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a
la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro
de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la
conserva, la celebra, la transmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa
e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos.

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119. Dios ama nuestras familias, a pesar de tantas heridas y divisiones. La presencia invocada
de Cristo a través de la oración en familia nos ayuda a superar los problemas, a sanar las heridas y
abre caminos de esperanza. Muchos vacíos de hogar pueden ser atenuados por servicios que presta la
comunidad eclesial, familia de familias.
3.4 LA BUENA NUEVA DE LA ACTIVIDAD HUMANA
3.4.1 El trabajo
120. Alabamos a Dios porque en la belleza de la creación, que es obra de sus manos, resplandece
el sentido del trabajo como participación de su tarea creadora y como servicio a los hermanos y
hermanas. Jesús, el carpintero (Cf. Mc 6, 3), dignificó el trabajo y al trabajador y recuerda que el
trabajo no es un mero apéndice de la vida, sino que “constituye una dimensión fundamental de la
existencia del hombre en la tierra”53, por la cual el hombre y la mujer se realizan a sí mismos como
seres humanos54. El trabajo garantiza la dignidad y la libertad del hombre, es probablemente “la clave
esencial de toda ‘la cuestión social’”55.
121. Damos gracias a Dios porque su palabra nos enseña que, a pesar de la fatiga que muchas
veces acompaña al trabajo, el cristiano sabe que éste, unido a la oración, sirve no sólo al progreso
terreno, sino también a la santificación personal y a la construcción del Reino de Dios 56. El desempleo,
la injusta remuneración del trabajo y el vivir sin querer trabajar son contrarios al designio de Dios. El
discípulo y el misionero, respondiendo a este designio, promueven la dignidad del trabajador y del
trabajo, el justo reconocimiento de sus derechos y de sus deberes, y desarrollan la cultura del trabajo
y denuncian toda injusticia. La salvaguardia del domingo, como día de descanso, de familia y culto al
Señor, garantiza el equilibrio entre trabajo y reposo. Corresponde a la comunidad crear estructuras
que ofrezcan un trabajo a las personas minusválidas según sus posibilidades57.
122. Alabamos a Dios por los talentos, el estudio y la decisión de hombres y mujeres para
promover iniciativas y proyectos generadores de trabajo y producción, que elevan la condición
humana y el bienestar de la sociedad. La actividad empresarial es buena y necesaria cuando respeta
la dignidad del trabajador, el cuidado del medio ambiente y se ordena al bien común. Se pervierte
cuando, buscando solo el lucro, atenta contra los derechos de los trabajadores y la justicia.
3.4.2 La ciencia y la tecnología
123. Alabamos a Dios por quienes cultivan las ciencias y la tecnología, ofreciendo una inmensa
cantidad de bienes y valores culturales que han contribuido, entre otras cosas, a prolongar la
expectativa de vida y su calidad. Sin embargo, la ciencia y la tecnología no tienen las respuestas a los
grandes interrogantes de la vida humana. La respuesta última a las cuestiones fundamentales del
hombre sólo puede venir de una razón y ética integrales iluminadas por la revelación de Dios. Cuando
la verdad, el bien y la belleza se separan; cuando la persona humana y sus exigencias fundamentales
no constituyen el criterio ético, la ciencia y la tecnología se vuelven contra el hombre que las ha creado.
124. Hoy día, las fronteras trazadas entre las ciencias se desvanecen. Con este modo de
comprender el diálogo, se sugiere la idea de que ningún conocimiento es completamente autónomo.
Esta situación le abre un terreno de oportunidades a la teología para interactuar con las ciencias
sociales.

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58
3.5 LA BUENA NUEVA DEL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES Y ECOLOGÍA
125. Con los pueblos originarios de América, alabamos al Señor que creó el universo como
espacio para la vida y la convivencia de todos sus hijos e hijas y nos los dejó como signo de su bondad
y de su belleza. También la creación es manifestación del amor providente de Dios; nos ha sido
entregada para que la cuidemos y la transformemos en fuente de vida digna para todos. Aunque hoy
se ha generalizado una mayor valoración de la naturaleza, percibimos claramente de cuántas maneras
el hombre amenaza y aun destruye su ‘hábitat’. “Nuestra hermana la madre tierra” 58 es nuestra casa
común y el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la creación. Desatender las
mutuas relaciones y el equilibrio que Dios mismo estableció entre las realidades creadas, es una ofensa
al Creador, un atentado contra la biodiversidad y, en definitiva, contra la vida. El discípulo misionero,
a quien Dios le encargó la creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando siempre el
orden que le dio el Creador.
126. La mejor forma de respetar la naturaleza es promover una ecología humana abierta a la
trascendencia que respetando la persona y la familia, los ambientes y las ciudades, sigue la indicación
paulina de recapitular todas las cosas en Cristo y de alabar con Él al Padre (Cf. 1 Co 3, 21-23). El Señor
ha entregado el mundo para todos, para los de las generaciones presentes y futuras. El destino
universal de los bienes exige la solidaridad con la generación presente y las futuras. Ya que los recursos
son cada vez más limitados, su uso debe estar regulado según un principio de justicia distributiva
respetando el desarrollo sostenible.
3.6 EL CONTINENTE DE LA ESPERANZA Y DEL AMOR
127. Agradecemos a Dios como discípulos y misioneros porque la mayoría de los
latinoamericanos y caribeños están bautizados. La providencia de Dios nos ha confiado el precioso
patrimonio de la pertenencia a la Iglesia por el don del bautismo que nos ha hecho miembros del
Cuerpo de Cristo, pueblo de Dios peregrino en tierras americanas, desde hace más de quinientos años.
Alienta nuestra esperanza la multitud de nuestros niños, los ideales de nuestros jóvenes y el heroísmo
de muchas de nuestras familias que, a pesar de las crecientes dificultades, siguen siendo fieles al amor.
Agradecemos a Dios la religiosidad de nuestros pueblos, que resplandece en la devoción al Cristo
sufriente y a su Madre bendita, en la veneración a los Santos con sus fiestas patronales, en el amor al
Papa y a los demás pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca
puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos 59.
128. Reconocemos el don de la vitalidad de la Iglesia que peregrina en América Latina y El
Caribe, su opción por los pobres, sus parroquias, sus comunidades, sus asociaciones, sus movimientos
eclesiales, nuevas comunidades y sus múltiples servicios sociales y educativos. Alabamos al Señor
porque ha hecho de este continente un espacio de comunión y comunicación de pueblos y culturas
indígenas. También agradecemos el protagonismo que van adquiriendo sectores que fueron
desplazados: mujeres, indígenas, afroamericanas, campesinos y habitantes de áreas marginales de las
grandes ciudades. Toda la vida de nuestros pueblos fundada en Cristo y redimida por Él, puede mirar
al futuro con esperanza y alegría acogiendo el llamado del Papa Benedicto XVI: “¡Sólo de la Eucaristía
brotará la civilización del amor que transformará Latinoamérica y El Caribe para que además de ser
el Continente de la esperanza, sea también el Continente del amor!” 60.

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59
CAPÍTULO 4. LA VOCACIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS A LA SANTIDAD
4.1 LLAMADOS AL SEGUIMIENTO DE JESUCRISTO
129. Dios Padre sale de sí, por así decirlo, para llamarnos a participar de su vida y de su gloria.
Mediante Israel, pueblo que hace suyo, Dios nos revela su proyecto de vida. Cada vez que Israel buscó
y necesitó a su Dios, sobre todo en las desgracias nacionales, tuvo una singular experiencia de
comunión con Él, quien lo hacía partícipe de su verdad, su vida y su santidad. Por ello, no demoró en
testimoniar que su Dios —a diferencia de los ídolos— es el “Dios vivo” (Dt 5, 26) que lo libera de los
opresores (Cf. Ex 3, 7-10), que perdona incansablemente (Cf. Ex 34, 6; Eclo 2, 11) y que restituye la
salvación perdida cuando el pueblo, envuelto “en las redes de la muerte” (Sal 116, 3), se dirige a Él
suplicante (Cf. Is 38, 16). De este Dios –que es su Padre– Jesús afirmará que “no es un Dios de
muertos, sino de vivos” (Mc 12, 27).
130. En estos últimos tiempos, nos ha hablado por medio de Jesús su Hijo (Hb 1, 1ss), con quien
llega la plenitud de los tiempos (Cf. Ga 4, 4). Dios, que es Santo y nos ama, nos llama por medio de
Jesús a ser santos (Cf. Ef 1, 4-5).
131. El llamamiento que hace Jesús, el Maestro, conlleva una gran novedad. En la antigüedad,
los maestros invitaban a sus discípulos a vincularse con algo trascendente, y los maestros de la Ley les
proponían la adhesión a la Ley de Moisés. Jesús invita a encontrarnos con Él y a que nos vinculemos
estrechamente a Él, porque es la fuente de la vida (Cf. Jn 15, 5-15) y sólo Él tiene palabras de vida
eterna (Cf. Jn 6, 68). En la convivencia cotidiana con Jesús y en la confrontación con los seguidores
de otros maestros, los discípulos pronto descubren dos cosas del todo originales en la relación con
Jesús. Por una parte, no fueron ellos los que escogieron a su maestro fue Cristo quien los eligió. De
otra parte, ellos no fueron convocados para algo (purificarse, aprender la Ley…), sino para Alguien,
elegidos para vincularse íntimamente a su Persona (Cf. Mc 1, 17; 2, 14). Jesús los eligió para “que
estuvieran con Él y enviarlos a predicar” (Mc 3, 14), para que lo siguieran con la finalidad de “ser de
Él” y formar parte “de los suyos” y participar de su misión. El discípulo experimenta que la vinculación
íntima con Jesús en el grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del Padre,
es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (Cf. Lc 6, 40b), correr su
misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas.
132. Con la parábola de la Vid y los Sarmientos (Cf. Jn 15, 1-8), Jesús revela el tipo de
vinculación que Él ofrece y que espera de los suyos. No quiere una vinculación como “siervos” (Cf. Jn
8, 33-36), porque “el siervo no conoce lo que hace su señor” (Jn 15, 15). El siervo no tiene entrada a la
casa de su amo, menos a su vida. Jesús quiere que su discípulo se vincule a Él como “amigo” y como
“hermano”. El “amigo” ingresa a su Vida, haciéndola propia. El amigo escucha a Jesús, conoce al Padre
y hace fluir su Vida (Jesucristo) en la propia existencia (Cf. Jn 15, 14), marcando la relación con todos
(Cf. Jn 15, 12). El “hermano” de Jesús (Cf. Jn 20, 17) participa de la vida del Resucitado, Hijo del Padre
celestial, por lo que Jesús y su discípulo comparten la misma vida que viene del Padre, aunque Jesús
por naturaleza (Cf. Jn 5, 26; 10, 30) y el discípulo por participación (Cf. Jn 10, 10). La consecuencia
inmediata de este tipo de vinculación es la condición de hermanos que adquieren los miembros de su
comunidad.
133. Jesús los hace familiares suyos, porque comparte la misma vida que viene del Padre y les
pide, como a discípulos, una unión íntima con Él, obediencia a la Palabra del Padre, para producir en

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abundancia frutos de amor. Así lo atestigua san Juan en el prólogo a su Evangelio: “A todos aquellos
que creen en su nombre, les dio capacidad para ser hijos de Dios”, y son hijos de Dios que “no nacen
por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios” (Jn 1, 12-13).
134. Como discípulos y misioneros, estamos llamados a intensificar nuestra respuesta de fe y a
anunciar que Cristo ha redimido todos los pecados y males de la humanidad,
"en el aspecto más paradójico de su misterio, la hora de la cruz. El grito de Jesús: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34) no delata la angustia de un desesperado, sino
la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos" 61.
135. La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (Cf. Lc 10, 29-
37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una
sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (Cf. Lc 5,
29-32), que acoge a los pequeños y a los niños (Cf. Mc 10, 13-16), que sana a los leprosos (Cf. Mc 1,
40-45), que perdona y libera a la mujer pecadora (Cf. Lc 7, 36-49; Jn 8, 1-11), que habla con la
Samaritana (Cf. Jn 4, 1-26).
4.2 CONFIGURADOS CON EL MAESTRO
136. La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar
una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda
su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (Cf. Jn 10, 3). Es un “sí” que compromete
radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (Cf. Jn 14, 6).
Es una respuesta de amor a quien lo amó primero “hasta el extremo” (Cf. Jn 13, 1). En este amor de
Jesús madura la respuesta del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57).
137. El Espíritu Santo, que el Padre nos regala, nos identifica con Jesús-Camino, abriéndonos
a su misterio de salvación para que seamos hijos suyos y hermanos unos de otros; nos identifica con
Jesús-Verdad, enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y propias ambiciones, y nos identifica
con Jesús-Vida, permitiéndonos abrazar su plan de amor y entregarnos para que otros “tengan vida
en Él”.
138. Para configurarse verdaderamente con el Maestro, es necesario asumir la centralidad del
Mandamiento del amor, que Él quiso llamar suyo y nuevo: “Ámense los unos a los otros, como yo los
he amado” (Jn 15, 12). Este amor, con la medida de Jesús, de total don de sí, además de ser el distintivo
de cada cristiano, no puede dejar de ser la característica de su Iglesia, comunidad discípula de Cristo,
cuyo testimonio de caridad fraterna será el primero y principal anuncio, “reconocerán todos que son
discípulos míos” (Jn 13, 35).
139. En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del
Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión
entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión
encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos
lo transmiten los Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos
hacer en las actuales circunstancias.

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61
140. Identificarse con Jesucristo es también compartir su destino: “Donde yo esté estará
también el que me sirve” (Jn 12, 26). El cristiano corre la misma suerte del Señor, incluso hasta la
cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me
siga” (Mc 8, 34). Nos alienta el testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros
pueblos que han llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida.
141. Imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo, es la
Virgen María. Desde su Concepción Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda que la belleza del
ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que la plenitud de nuestra libertad está
en la respuesta positiva que le damos.
142. En América Latina y El Caribe, innumerables cristianos buscan configurarse con el Señor
al encontrarlo en la escucha orante de la Palabra, recibir su perdón en el Sacramento de la
Reconciliación, y su vida en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos, en la entrega
solidaria a los hermanos más necesitados y en la vida de muchas comunidades que reconocen con
gozo al Señor en medio de ellos.
4.3 ENVIADOS A ANUNCIAR EL EVNGELIO DEL REINO DE VIDA
143. Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su muerte y
resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí
donde no habrá más “muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido” (Ap
21, 4). Durante su vida y con su muerte en cruz, Jesús permanece fiel a su Padre y a su voluntad (Cf.
Lc 22, 42). Durante su ministerio, los discípulos no fueron capaces de comprender que el sentido de
su vida sellaba el sentido de su muerte. Mucho menos podían comprender que, según el designio del
Padre, la muerte del Hijo era fuente de vida fecunda para todos (Cf. Jn 12, 23-24). El misterio pascual
de Jesús es el acto de obediencia y amor al Padre y de entrega por todos sus hermanos, mediante el
cual el Mesías dona plenamente aquella vida que ofrecía en caminos y aldeas de Palestina. Por su
sacrificio voluntario, el Cordero de Dios pone su vida ofrecida en las manos del Padre (Cf. Lc 23, 46),
quien lo hace salvación “para nosotros” (1 Co 1, 30). Por el misterio pascual, el Padre sella la nueva
alianza y genera un nuevo pueblo, que tiene por fundamento su amor gratuito de Padre que salva.
144. Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el
evangelio del Reino a todas las naciones (Cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es
misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo
y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos
de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea
opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la
vocación misma.
145. Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que
produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita
a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con
Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a
todos los confines del mundo (Cf. Hch 1, 8).
146. Benedicto XVI nos recuerda que:

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62
“El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar
la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una
misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo
que sólo Él nos salva (Cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay
esperanza, no hay amor, no hay futuro”62.
Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres,
la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.
147. Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y mujeres,
pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores…, invitándolos a todos a su seguimiento. Hoy
sigue invitando a encontrar en Él el amor del Padre. Por esto mismo, el discípulo misionero ha de ser
un hombre o una mujer que hace visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres
y pecadores.
148. Al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. Vivirla en la misión lo
lleva al corazón del mundo. Por eso, la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el
individualismo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas
económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la
realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual63.
4.4 ANIMADOS POR EL ESPÍRITU SANTO
149. Jesús, al comienzo de su vida pública, después de su bautismo, fue conducido por el
Espíritu Santo al desierto para prepararse a su misión (Cf. Mc 1, 12-13) y, con la oración y el ayuno,
discernió la voluntad del Padre y venció las tentaciones de seguir otros caminos. Ese mismo Espíritu
acompañó a Jesús durante toda su vida (Cf. Hch 10, 38). Una vez resucitado, comunicó su Espíritu
vivificador a los suyos (Cf. Hch 2, 33).
150. A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del
Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (Cf. 1 Co 12, 1-11) y variados
oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (Cf. 1 Co 12, 2829). Por estos dones del
Espíritu, la comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor hasta que Él de nuevo se manifieste
al final de los tiempos (Cf. 1 Co 1, 6-7). El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes
como Pedro (Cf. Hch 4, 13) y Pablo (Cf. Hch 13, 9), señala los lugares que deben ser evangelizados y
elige a quiénes deben hacerlo (Cf. Hch 13, 2).
151. La Iglesia, en cuanto marcada y sellada “con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3, 11), continúa la
obra del Mesías, abriendo para el creyente las puertas de la salvación (Cf. 1 Co 6, 11). Pablo lo afirma
de este modo: “Ustedes son una carta de Cristo redactada por ministerio nuestro y escrita no con tinta,
sino con el Espíritu de Dios vivo” (2 Co 3, 3). El mismo y único Espíritu guía y fortalece a la Iglesia en
el anuncio de la Palabra, en la celebración de la fe y en el servicio de la caridad, hasta que el Cuerpo
de Cristo alcance la estatura de su Cabeza (Cf. Ef 4, 15-16). De este modo, por la eficaz presencia de su
Espíritu, Dios asegura hasta la parusía su propuesta de vida para hombres y mujeres de todos los
tiempos y lugares, impulsando la transformación de la historia y sus dinamismos. Por tanto, el Señor
sigue derramando hoy su Vida por la labor de la Iglesia que, con “la fuerza del Espíritu Santo enviado
desde el cielo” (1 P 1, 12), continúa la misión que Jesucristo recibió de su Padre (Cf. Jn 20, 21).

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152. Jesús nos transmitió las palabras de su Padre y es el Espíritu quien recuerda a la Iglesia
las palabras de Cristo (Cf. Jn 14, 26). Ya, desde el principio, los discípulos habían sido formados por
Jesús en el Espíritu Santo (Cf. Hch 1, 2); es, en la Iglesia, el Maestro interior que conduce al
conocimiento de la verdad total, formando discípulos y misioneros. Esta es la razón por la cual los
seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu (Cf. Ga 5, 25), y hacer propia
la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar
a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (Cf. Lc 4, 18-19).
153. Esta realidad se hace presente en nuestra vida por obra del Espíritu Santo que, también, a
través de los sacramentos, nos ilumina y vivifica. En virtud del Bautismo y la Confirmación, somos
llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo y entramos a la comunión trinitaria en la Iglesia,
la cual tiene su cumbre en la Eucaristía, que es principio y proyecto de misión del cristiano. “Así, pues,
la Santísima Eucaristía lleva la iniciación cristiana a su plenitud y es como el centro y fin de toda la
vida sacramental”64.
CAPÍTULO 5. LA COMUNIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS EN LA IGLESIA
5.1 LLAMADOS A VIVIR EN COMUNIÓN
154. Jesús, al inicio de su ministerio, elige a los doce para vivir en comunión con Él (Cf. Mc 3,
14). Para favorecer la comunión y evaluar la misión, Jesús les pide: “Vengan ustedes solos a un lugar
deshabitado, para descansar un poco” (Mc 6, 31-32). En otras oportunidades, se encontrará con ellos
para explicarles el misterio del Reino (Cf. Mc 4, 11.33-34). De la misma manera se comporta con el
grupo de los setenta y dos discípulos (Cf. Lc 10, 17-20). Al parecer, el encuentro a solas indica que
Jesús quiere hablarles al corazón (Cf. Os 2, 14). Hoy, también el encuentro de los discípulos con Jesús
en la intimidad es indispensable para alimentar la vida comunitaria y la actividad misionera.
155. Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1 Jn 1, 3) y con
su Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2 Co 13, 13). El misterio de la
Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia: “Un pueblo reunido por la unidad
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, llamada en Cristo “como un sacramento, o signo e
instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” 65. La comunión
de los fieles y de las Iglesias Particulares en el Pueblo de Dios se sustenta en la comunión con la
Trinidad.
156. La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay
discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin
Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó
a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia
Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión” 66. Esto significa que
una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta,
en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores
de los Apóstoles y con el Papa.
157. Al recibir la fe y el bautismo, los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo que lleva
a confesar a Jesús como Hijo de Dios y a llamar a Dios “Abba”. Todos los bautizados y bautizadas de
América Latina y El Caribe, “a través del sacerdocio común del Pueblo de Dios” 67, estamos llamados

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64
a vivir y transmitir la comunión con la Trinidad, pues “la evangelización es un llamado a la
participación de la comunión trinitaria”68.
158. Al igual que las primeras comunidades de cristianos, hoy nos reunimos asiduamente para
“escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivir unidos y participar en la fracción del pan y en las
oraciones” (Hch 2, 42). La comunión de la Iglesia se nutre con el Pan de la Palabra de Dios y con el
Pan del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía, participación de todos en el mismo Pan de Vida y en el mismo
Cáliz de Salvación, nos hace miembros del mismo Cuerpo (Cf. 1 Co 10, 17). Ella es fuente y culmen de
la vida cristiana69, su expresión más perfecta y el alimento de la vida en comunión. En la Eucaristía,
se nutren las nuevas relaciones evangélicas que surgen de ser hijos e hijas del Padre y hermanos y
hermanas en Cristo. La Iglesia que la celebra es “casa y escuela de comunión” 70, donde los discípulos
comparten la misma fe, esperanza y amor al servicio de la misión evangelizadora.
159. La Iglesia, como “comunidad de amor”71, está llamada a reflejar la gloria del amor de Dios
que, es comunión, y así atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad
querida por Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados y recorren la
hermosa aventura de la fe. “Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea” (Jn
17, 21). La Iglesia crece no por proselitismo sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la
fuerza de su amor”72. La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán
reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (Cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34).
160. La Iglesia peregrina vive anticipadamente la belleza del amor, que se realizará al final de
los tiempos en la perfecta comunión con Dios y los hombres 73. Su riqueza consiste en vivir ya en este
tiempo la “comunión de los santos”, es decir, la comunión en los bienes divinos entre todos los
miembros de la Iglesia, en particular entre los que peregrinan y los que ya gozan de la gloria 74.
Constatamos que, en nuestra Iglesia, existen numerosos católicos que expresan su fe y su pertenencia
de forma esporádica, especialmente a través de la piedad a Jesucristo, la Virgen y su devoción a los
santos. Los invitamos a profundizar su fe y a participar más plenamente en la vida de la Iglesia,
recordándoles que “en virtud del bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de
Jesucristo”75.
161. La Iglesia es comunión en el amor. Esta es su esencia y el signo por la cual está llamada a
ser reconocida como seguidora de Cristo y servidora de la humanidad. El nuevo mandamiento es lo
que une a los discípulos entre sí, reconociéndose como hermanos y hermanas, obedientes al mismo
Maestro, miembros unidos a la misma Cabeza y, por ello, llamados a cuidarse los unos a los otros (1
Co 13; Col 3, 12-14).
162. La diversidad de carismas, ministerios y servicios, abre el horizonte para el ejercicio
cotidiano de la comunión, a través de la cual los dones del Espíritu son puestos a disposición de los
demás para que circule la caridad (Cf. 1 Co 12, 4-12). Cada bautizado, en efecto, es portador de dones
que debe desarrollar en unidad y complementariedad con los de los otros, a fin de formar el único
Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo. El reconocimiento práctico de la unidad orgánica
y la diversidad de funciones asegurará mayor vitalidad misionera y será signo e instrumento de
reconciliación y paz para nuestros pueblos. Cada comunidad está llamada a descubrir e integrar los
talentos escondidos y silenciosos que el Espíritu regala a los fieles.

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65
163. En el pueblo de Dios, “la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí… La
comunión es misionera y la misión es para la comunión” 76. En las iglesias particulares, todos los
miembros del pueblo de Dios, según sus vocaciones específicas, estamos convocados a la santidad en
la comunión y la misión.
5.2 LUGARES ECLESIALES PARA LA COMUNIÓN
5.2.1 La diócesis, lugar privilegiado de la comunión
164. La vida en comunidad es esencial a la vocación cristiana. El discipulado y la misión siempre
suponen la pertenencia a una comunidad. Dios no quiso salvarnos aisladamente, sino formando un
Pueblo77. Este es un aspecto que distingue la vivencia de la vocación cristiana de un simple
sentimiento religioso individual. Por eso, la experiencia de fe siempre se vive en una Iglesia Particular.
165. Reunida y alimentada por la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia católica existe y se manifiesta
en cada Iglesia particular, en comunión con el Obispo de Roma78. Esta es, como lo afirma el Concilio,
“una porción del pueblo de Dios confiada a un obispo para que la apaciente con su presbiterio” 79.
166. La Iglesia particular es totalmente Iglesia, pero no es toda la Iglesia. Es la realización
concreta del misterio de la Iglesia Universal, en un determinado lugar y tiempo. Para eso, ella debe
estar en comunión con las otras Iglesias particulares y bajo el pastoreo supremo del Papa, Obispo de
Roma, que preside todas las Iglesias.
167. La maduración en el seguimiento de Jesús y la pasión por anunciarlo requieren que la
Iglesia particular se renueve constantemente en su vida y ardor misionero. Sólo así puede ser, para
todos los bautizados, casa y escuela de comunión, de participación y solidaridad. En su realidad social
concreta, el discípulo hace la experiencia del encuentro con Jesucristo vivo, madura su vocación
cristiana, descubre la riqueza y la gracia de ser misionero y anuncia la Palabra con alegría.
168. La Diócesis, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una “comunidad
misionera”80. Cada Diócesis necesita robustecer su conciencia misionera, saliendo al encuentro de
quienes aún no creen en Cristo en el ámbito de su propio territorio y responder adecuadamente a los
grandes problemas de la sociedad en la cual está inserta. Pero también, con espíritu materno, está
llamada a salir en búsqueda de todos los bautizados que no participan en la vida de las comunidades
cristianas.
169. La Diócesis, presidida por el Obispo, es el primer ámbito de la comunión y la misión. Ella
debe impulsar y conducir una acción pastoral orgánica renovada y vigorosa, de manera que la variedad
de carismas, ministerios, servicios y organizaciones se orienten en un mismo proyecto misionero para
comunicar vida en el propio territorio. Este proyecto, que surge de un camino de variada participación,
hace posible la pastoral orgánica, capaz de dar respuesta a los nuevos desafíos. Porque un proyecto
sólo es eficiente si cada comunidad cristiana, cada parroquia, cada comunidad educativa, cada
comunidad de vida consagrada, cada asociación o movimiento y cada pequeña comunidad se insertan
activamente en la pastoral orgánica de cada diócesis. Cada uno está llamado a evangelizar de un modo
armónico e integrado en el proyecto pastoral de la Diócesis.
5.2.2 La Parroquia, comunidad de comunidades
170. Entre las comunidades eclesiales, en las que viven y se forman los discípulos misioneros
de Jesucristo, sobresalen las Parroquias. Ellas son células vivas de la Iglesia81 y el lugar privilegiado

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en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial 82.
Están llamadas a ser casas y escuelas de comunión. Uno de los anhelos más grandes que se ha
expresado en las Iglesias de América Latina y El Caribe, con motivo de la preparación de la V
Conferencia General, es el de una valiente acción renovadora de las Parroquias a fin de que sean de
verdad
“espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la
diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable,
integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus
habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades
circundantes”83.
171. Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de
los hombres y mujeres en cada ambiente. El Espíritu Santo, que actúa en Jesucristo, es también
enviado a todos en cuanto miembros de la comunidad, porque su acción no se limita al ámbito
individual, sino que abre siempre a las comunidades a la tarea misionera, así como ocurrió en
Pentecostés (Cf. Hch 2, 1-13).
172. La renovación de las parroquias, al inicio del tercer milenio, exige reformular sus
estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos, capaces de articularse logrando que sus
miembros se sientan y sean realmente discípulos y misioneros de Jesucristo en comunión. Desde la
parroquia, hay que anunciar lo que Jesucristo “hizo y enseñó” (Hch 1, 1) mientras estuvo con nosotros.
Su Persona y su obra son la buena noticia de salvación anunciada por los ministros y testigos de la
Palabra que el Espíritu suscita e inspira. La Palabra acogida es salvífica y reveladora del misterio de
Dios y de su voluntad. Toda parroquia está llamada a ser el espacio donde se recibe y acoge la Palabra,
se celebra y se expresa en la adoración del Cuerpo de Cristo, y, así, es la fuente dinámica del
discipulado misionero. Su propia renovación exige que se deje iluminar siempre de nuevo por la
Palabra viva y eficaz.
173. La V Conferencia General es una oportunidad para que todas nuestras parroquias se
vuelvan misioneras. Es limitado el número de católicos que llegan a nuestra celebración dominical; es
inmenso el número de los alejados, así como el de los que no conocen a Cristo. La renovación
misionera de las parroquias se impone tanto en la evangelización de las grandes ciudades como del
mundo rural de nuestro continente, que nos está exigiendo imaginación y creatividad para llegar a las
multitudes que anhelan el Evangelio de Jesucristo. Particularmente, en el mundo urbano, se plantea
la creación de nuevas estructuras pastorales, puesto que muchas de ellas nacieron en otras épocas
para responder a las necesidades del ámbito rural.
174. Los mejores esfuerzos de las parroquias, en este inicio del tercer milenio, deben estar en la
convocatoria y en la formación de laicos misioneros. Solamente a través de la multiplicación de ellos
podremos llegar a responder a las exigencias misioneras del momento actual. También es importante
recordar que el campo específico de la actividad evangelizadora laical es el complejo mundo del
trabajo, la cultura, las ciencias y las artes, la política, los medios de comunicación y la economía, así
como los ámbitos de la familia, la educación, la vida profesional, sobre todo en los contextos donde la
Iglesia se hace presente solamente por ellos84.

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175. Siguiendo el ejemplo de la primera comunidad cristiana (Cf. Hch 2, 46-47), la comunidad
parroquial se reúne para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía y perseverar en la catequesis, en
la vida sacramental y la práctica de la caridad85. En la celebración eucarística, ella renueva su vida en
Cristo. La Eucaristía, en la cual se fortalece la comunidad de los discípulos, es para la Parroquia una
escuela de vida cristiana. En ella, juntamente con la adoración eucarística y con la práctica del
sacramento de la reconciliación para acercarse dignamente a comulgar, se preparan sus miembros en
orden a dar frutos permanentes de caridad, reconciliación y justicia para la vida del mundo.
a) La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, hace que nuestras parroquias sean
siempre comunidades eucarísticas que viven sacramentalmente el encuentro con Cristo Salvador.
Ellas también celebran con alegría:
b) En el Bautismo: la incorporación de un nuevo miembro a Cristo y a su cuerpo que es la
Iglesia.
c) En la Confirmación: la perfección del carácter bautismal y el fortalecimiento de la
pertenencia eclesial y de la madurez apostólica.
d) En la Penitencia o Reconciliación: la conversión que todos necesitamos para combatir el
pecado, que nos hace incoherentes con los compromisos bautismales.
e) En la Unción de los Enfermos: el sentido evangélico de los miembros de la comunidad,
seriamente enfermos o en peligro de muerte.
f) En el sacramento del Orden: el don del ministerio apostólico que sigue ejerciéndose en la
Iglesia para el servicio pastoral de todos los fieles.
g) En el Matrimonio: el amor esponsal que como gracia de Dios germina y crece hasta la
madurez haciendo efectiva en la vida cotidiana la donación total que mutuamente se hicieron al
casarse.
176. La Eucaristía, signo de la unidad con todos, que prolonga y hace presente el misterio del
Hijo de Dios hecho hombre (Cf. Fil 2,6-8), nos plantea la exigencia de una evangelización integral. La
inmensa mayoría de los católicos de nuestro continente viven bajo el flagelo de la pobreza. Esta tiene
diversas expresiones: económica, física, espiritual, moral, etc. Si Jesús vino para que todos tengamos
vida en plenitud, la parroquia tiene la hermosa ocasión de responder a las grandes necesidades de
nuestros pueblos. Para ello, tiene que seguir el camino de Jesús y llegar a ser buena samaritana como
Él. Cada parroquia debe llegar a concretar en signos solidarios su compromiso social en los diversos
medios en que ella se mueve, con toda “la imaginación de la caridad” 86. No puede ser ajena a los
grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que, con mucha frecuencia, son pobrezas
escondidas. Toda auténtica misión unifica la preocupación por la dimensión trascendente del ser
humano y por todas sus necesidades concretas, para que todos alcancen la plenitud que Jesucristo
ofrece.
177. Benedicto XVI nos recuerda que “el amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez
más el Sacramento de la Reconciliación”87. Vivimos en una cultura marcada por un fuerte relativismo
y una pérdida del sentido del pecado que nos lleva a olvidar la necesidad del sacramento de la
Reconciliación para acercarnos dignamente a recibir la Eucaristía. Como pastores, estamos llamados

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a fomentar la confesión frecuente. Invitamos a nuestros presbíteros a dedicar tiempo suficiente para
ofrecer el sacramento de la reconciliación con celo pastoral y entrañas de misericordia, a preparar
dignamente los lugares de la celebración, de manera que sean expresión del significado de este
sacramento. Igualmente, pedimos a nuestros fieles valorar este regalo maravilloso de Dios y acercarse
a él para renovar la gracia bautismal y vivir, con mayor autenticidad, la llamada de Jesús a ser sus
discípulos y misioneros. Nosotros, obispos y presbíteros, ministros de la reconciliación, estamos
llamados a vivir, de manera particular, la intimidad con el Maestro. Somos conscientes de nuestra
debilidad y de la necesidad de ser purificados por la gracia del sacramento, que se nos ofrece para
identificarnos cada vez más con Cristo, Buen Pastor y misionero del Padre. A la vez, con plena
disponibilidad, tenemos la alegría de ser ministros de la reconciliación, también nosotros hemos de
acercarnos frecuentemente, en un camino penitencial, al Sacramento de la Reconciliación.
5.2.3 Comunidades Eclesiales de Base y Pequeñas comunidades
178. En la experiencia eclesial de algunas iglesias de América Latina y de El Caribe, las
Comunidades Eclesiales de Base han sido escuelas que han ayudado a formar cristianos
comprometidos con su fe, discípulos y misioneros del Señor, como testimonia la entrega generosa,
hasta derramar su sangre, de tantos miembros suyos. Ellas recogen la experiencia de las primeras
comunidades, como están descritas en los Hechos de los Apóstoles (Cf. Hch 2, 42-47). Medellín
reconoció en ellas una célula inicial de estructuración eclesial y foco de fe y evangelización 88. Puebla
constató que las pequeñas comunidades, sobre todo las comunidades eclesiales de base, permitieron
al pueblo acceder a un conocimiento mayor de la Palabra de Dios, al compromiso social en nombre
del Evangelio, al surgimiento de nuevos servicios laicales y a la educación de la fe de los adultos89, sin
embargo, también constató “que no han faltado miembros de comunidad o comunidades enteras que,
atraídas por instituciones puramente laicas o radicalizadas ideológicamente, fueron perdiendo el
sentido eclesial”90.
179. Las comunidades eclesiales de base, en el seguimiento misionero de Jesús, tienen la
Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad y la orientación de sus Pastores como guía que
asegura la comunión eclesial. Despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los más
sencillos y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres. Son fuente y
semilla de variados servicios y ministerios a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia.
Manteniéndose en comunión con su obispo e insertándose al proyecto de pastoral diocesana, las CEBs
se convierten en un signo de vitalidad en la Iglesia particular. Actuando así, juntamente con los grupos
parroquiales, asociaciones y movimientos eclesiales, pueden contribuir a revitalizar las parroquias
haciendo de las mismas una comunidad de comunidades. En su esfuerzo de corresponder a los
desafíos de los tiempos actuales, las comunidades eclesiales de base cuidarán de no alterar el tesoro
precioso de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia.
180. Como respuesta a las exigencias de la evangelización, junto con las comunidades eclesiales
de base, hay otras válidas formas de pequeñas comunidades, e incluso redes de comunidades, de
movimientos, grupos de vida, de oración y de reflexión de la Palabra de Dios. Todas las comunidades
y grupos eclesiales darán fruto en la medida en que la Eucaristía sea el centro de su vida y la Palabra
de Dios sea faro de su camino y su actuación en la única Iglesia de Cristo.

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5.2.4 Las Conferencias Episcopales y la comunión entre las Iglesias
181. Los obispos, además del servicio a la comunión que prestan en sus Iglesias particulares,
ejercen este oficio junto con las otras iglesias diocesanas. De este modo, realizan y manifiestan el
vínculo de comunión que las une entre sí. Esta experiencia de comunión episcopal, sobre todo después
del Concilio Vaticano II, debe entenderse como un encuentro con Cristo vivo, presente en los
hermanos que están reunidos en su nombre91. Para crecer en esa fraternidad y en la
corresponsabilidad pastoral, los obispos deben cultivar la espiritualidad de la comunión en orden a
acrecentar los vínculos de colegialidad que los unen a los demás obispos de su propia Conferencia,
pero también a todo el Colegio Episcopal y a la Iglesia de Roma, presidida por el sucesor de Pedro:
cum Petro et sub Petro92. En la Conferencia Episcopal, los obispos encuentran su espacio de
discernimiento solidario de los grandes problemas de la sociedad y de la Iglesia, y el estímulo para
brindar las orientaciones pastorales que animen a los miembros del Pueblo de Dios a asumir con
fidelidad y decisión su vocación de ser discípulos misioneros.
182. El Pueblo de Dios se construye como una comunión de Iglesias particulares y, a través de
ellas, como un intercambio entre las culturas. En este marco, los obispos y las Iglesias locales expresan
su solicitud por todas las Iglesias, especialmente por las más cercanas, reunidas en las provincias
eclesiásticas, las conferencias regionales, y otras formas de asociación interdiocesana en el interior de
cada Nación o entre países de una misma Región o Continente. Estas variadas formas de comunión
estimulan con vigor las “relaciones de hermandad entre las diócesis y las parroquias” 93 y fomentan
“una mayor cooperación entre las iglesias hermanas” 94.
183. El CELAM es un organismo eclesial de fraterna ayuda episcopal, cuya preocupación
fundamental es colaborar para la evangelización del Continente. A lo largo de sus 50 años, ha brindado
servicios muy importantes a las Conferencias Episcopales y a nuestras Iglesias Particulares, entre los
que destacamos las Conferencias Generales, los Encuentros Regionales, los Seminarios de estudio, en
sus diversos organismos e instituciones. El resultado de todo este esfuerzo es una sentida fraternidad
entre los Obispos del Continente y una reflexión teológica y un lenguaje pastoral común que favorece
la comunión y el intercambio entre las Iglesias.
5.3 DISCÍPULOS MISIONEROS CON VOCACIONES ESPECÍFICAS
184. La condición del discípulo brota de Jesucristo como de su fuente, por la fe y el bautismo,
y crece en la Iglesia, comunidad donde todos sus miembros adquieren igual dignidad y participan de
diversos ministerios y carismas. De este modo, se realiza en la Iglesia la forma propia y específica de
vivir la santidad bautismal al servicio del Reino de Dios.
185. En el fiel cumplimiento de su vocación bautismal, el discípulo ha de tener en cuenta los
desafíos que el mundo de hoy le presenta a la Iglesia de Jesús, entre otros: el éxodo de fieles a las
sectas y otros grupos religiosos; las corrientes culturales contrarias a Cristo y la Iglesia; el desaliento
de sacerdotes frente al vasto trabajo pastoral; la escasez de sacerdotes en muchos lugares; el cambio
de paradigmas culturales; el fenómeno de la globalización y la secularización; los graves problemas de
violencia, pobreza e injusticia; la creciente cultura de la muerte que afecta la vida en todas sus formas.
5.3.1 Los obispos, discípulos misioneros de Jesús Sumo Sacerdote
186. Los obispos, como sucesores de los apóstoles, junto con el Sumo Pontífice y bajo su
autoridad95, con fe y esperanza, hemos aceptado la vocación de servir al Pueblo de Dios, conforme al

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corazón de Cristo Buen Pastor. Junto con todos los fieles y en virtud del bautismo, somos, ante todo,
discípulos y miembros del Pueblo de Dios. Como todos los bautizados, y junto con ellos, queremos
seguir a Jesús, Maestro de vida y de verdad, en la comunión de la Iglesia. Como Pastores, servidores
del Evangelio, somos conscientes de ser llamados a vivir el amor a Jesucristo y a la Iglesia en la
intimidad de la oración, y de la donación de nosotros mismos a los hermanos y hermanas, a quienes
presidimos en la caridad. Es como dice san Agustín: con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo.
187. El Señor nos llama a promover por todos los medios la caridad y la santidad de los fieles.
Nos empeñamos para que el pueblo de Dios crezca en la gracia mediante los sacramentos presididos
por nosotros mismos y por los demás ministros ordenados. Estamos llamados a ser maestros de la fe
y, por tanto, a anunciar la Buena Nueva, que es fuente de esperanza para todos, a velar y promover
con solicitud y coraje la fe católica. En virtud de la íntima fraternidad, que proviene del sacramento
del Orden, tenemos el deber de cultivar de manera especial los vínculos que nos unen a nuestros
presbíteros y diáconos. Servimos a Cristo y a la Iglesia mediante el discernimiento de la voluntad del
Padre, para reflejar al Señor en su modo de pensar, de sentir, de hablar y de comportarse en medio de
los hombres. En síntesis, los obispos hemos de ser testigos cercanos y gozosos de Jesucristo, Buen
Pastor (Cf. Jn 10, 1-18).
188. Los Obispos, como pastores y guías espirituales de las comunidades a nosotros
encomendadas, estamos llamados a “hacer de la Iglesia una casa y escuela de comunión” 96. Como
animadores de la comunión, tenemos la misión de acoger, discernir y animar carismas, ministerios y
servicios en la Iglesia. Como padres y centro de unidad, nos esforzamos por presentar al mundo un
rostro de la Iglesia en la cual todos se sientan acogidos como en su propia casa. Para todo el Pueblo de
Dios, en especial para los presbíteros, buscamos ser padres, amigos y hermanos, siempre abiertos al
diálogo.
189. Para crecer en estas actitudes, los obispos hemos de procurar la unión constante con el
Señor, cultivar la espiritualidad de la comunión con todos los que creen en Cristo y promover los
vínculos de colegialidad que los unen al Colegio Episcopal, particularmente con su cabeza, el Obispo
de Roma. No podemos olvidar que el obispo es principio y constructor de la unidad de su Iglesia
particular y santificador de su pueblo, testigo de esperanza y padre de los fieles, especialmente de los
pobres, y que su principal tarea es ser maestros de la fe, anunciador de la Palabra de Dios y la
administración de los sacramentos, como servidores de la grey.
190. Todo el pueblo de Dios debe agradecer a los Obispos eméritos, que como pastores han
entregado su vida al servicio del Reino, siendo discípulos y misioneros. A ellos los acogemos con cariño
y aprovechamos su vasta experiencia apostólica, que todavía puede producir muchos frutos. Ellos
mantienen profundos vínculos con las diócesis que les fueron confiadas, a las que están unidos por su
caridad y su oración.
5.3.2 LOS PRESBÍTEROS, DISCÍPULOS MISIONEROS DE JESÚS BUEN PASTOR
5.3.2.1 Identidad y misión de los presbíteros
191. Valoramos y agradecemos con gozo que la inmensa mayoría de los presbíteros vivan su
ministerio con fidelidad y sean modelo para los demás, que saquen tiempo para su formación
permanente, que cultiven una vida espiritual que estimula a los demás presbíteros, centrada en la
escucha de la Palabra de Dios y en la celebración diaria de la Eucaristía: “¡Mi Misa es mi vida y mi vida

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es una Misa prolongada!”97. Agradecemos también a aquellos que han sido enviados a otras Iglesias
motivados por un auténtico sentido misionero.
192. Una mirada a nuestro momento actual nos muestra situaciones que afectan y desafían la
vida y el ministerio de nuestros presbíteros. Entre otras, la identidad teológica del ministerio
presbiteral, su inserción en la cultura actual y situaciones que inciden en su existencia.
193. El primer desafío dice relación con la identidad teológica del ministerio presbiteral. El
Concilio Vaticano II establece el sacerdocio ministerial al servicio del sacerdocio común de los fieles,
y cada uno, aunque de manera cualitativamente distinta, participa del único sacerdocio de Cristo98.
Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos ha redimido y nos ha participado su vida divina. En Él, somos
todos hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros. El sacerdote no puede caer en la tentación
de considerarse solamente un mero delegado o sólo un representante de la comunidad, sino un don
para ella por la unción del Espíritu y por su especial unión con Cristo cabeza. “Todo Sumo Sacerdote
es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir a favor de los hombres en todo aquello que
se refiere al servicio de Dios” (Hb 5,1).
194. El segundo desafío se refiere al ministerio del presbítero inserto en la cultura actual. El
presbítero está llamado a conocerla para sembrar en ella la semilla del Evangelio, es decir, para que el
mensaje de Jesús llegue a ser una interpelación válida, comprensible, esperanzadora y relevante para
la vida del hombre y de la mujer de hoy, especialmente para los jóvenes. Este desafío incluye la
necesidad de potenciar adecuadamente la formación inicial y permanente de los presbíteros, en sus
cuatro dimensiones humana, espiritual, intelectual y pastoral99.
195. El tercer desafío se refiere a los aspectos vitales y afectivos, al celibato y a una vida
espiritual intensa fundada en la caridad pastoral, que se nutre en la experiencia personal con Dios y
en la comunión con los hermanos; asimismo al cultivo de relaciones fraternas con el Obispo, con los
demás presbíteros de la diócesis y con laicos. Para que el ministerio del presbítero sea coherente y
testimonial, éste debe amar y realizar su tarea pastoral en comunión con el obispo y con los demás
presbíteros de la diócesis. El ministerio sacerdotal que brota del Orden Sagrado tiene una “radical
forma comunitaria” y sólo puede ser desarrollado como una “tarea colectiva” 100. El sacerdote debe ser
hombre de oración, maduro en su elección de vida por Dios, hacer uso de los medios de perseverancia,
como el Sacramento de la confesión, la devoción a la Santísima Virgen, la mortificación y la entrega
apasionada a su misión pastoral.
196. En particular, el presbítero es invitado a valorar, como un don de Dios, el celibato que le
posibilita una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo y lo hace signo de su caridad
pastoral en la entrega a Dios y a los hombres con corazón pleno e indiviso. “En efecto, esta opción del
sacerdote es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega de sí
mismo por el Reino de Dios”101. El celibato pide asumir con madurez la propia afectividad y
sexualidad, viviéndolas con serenidad y alegría en un camino comunitario 102.
197. Otros desafíos son de carácter estructural, como por ejemplo la existencia de parroquias
demasiado grandes, que dificultan el ejercicio de una pastoral adecuada: parroquias muy pobres, que
hacen que los pastores se dediquen a otras tareas para poder subsistir; parroquias situadas en sectores
de extrema violencia e inseguridad, y la falta y mala distribución de presbíteros en las Iglesias del
Continente.

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198. El presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia y la
compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes
necesidades. La caridad pastoral, fuente de la espiritualidad sacerdotal, anima y unifica su vida y
ministerio. Consciente de sus limitaciones, valora la pastoral orgánica y se inserta con gusto en su
presbiterio.
199. El Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan una profunda
experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu,
que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración; de presbíteros-misioneros;
movidos por la caridad pastoral: que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más
alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros,
diáconos, religiosos, religiosas y laicos; de presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las
necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y
promotores de la cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de misericordia, disponibles
para administrar el sacramento de la reconciliación.
200. Todo esto requiere que las diócesis y las Conferencias Episcopales desarrollen una
pastoral presbiteral que privilegie la espiritualidad específica y la formación permanente e integral de
los sacerdotes. La Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis enfatiza que:
“La formación permanente, precisamente porque es “permanente”, debe acompañar a los
sacerdotes siempre, esto es, en cualquier período y situación de su vida, así como en los diversos
cargos de responsabilidad eclesial que se les confíen; todo ello, teniendo en cuenta, naturalmente,
las posibilidades y características propias de la edad, condiciones de vida y tareas
encomendadas”103.
Teniendo en cuenta el número de presbíteros que abandonaron el ministerio, cada Iglesia
particular procure establecer con ellos relaciones de fraternidad y de mutua colaboración conforme a
las normas prescritas por la Iglesia.
5.3.2.2 Los párrocos, animadores de una comunidad de discípulos misioneros
201. La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes
que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de
Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero, al
mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados
y no se contenta con la simple administración.
202. Pero, sin duda, no basta la entrega generosa del sacerdote y de las comunidades de
religiosos. Se requiere que todos los laicos se sientan corresponsables en la formación de los discípulos
y en la misión. Esto supone que los párrocos sean promotores y animadores de la diversidad misionera
y que dediquen tiempo generosamente al sacramento de la reconciliación. Una parroquia renovada
multiplica las personas que prestan servicios y acrecienta los ministerios. Igualmente, en este campo,
se requiere imaginación para encontrar respuesta a los muchos y siempre cambiantes desafíos que
plantea la realidad, exigiendo nuevos servicios y ministerios. La integración de todos ellos en la unidad
de un único proyecto evangelizador es esencial para asegurar una comunión misionera.

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203. Una parroquia, comunidad de discípulos misioneros, requiere organismos que superen
cualquier clase de burocracia. Los Consejos Pastorales Parroquiales tendrán que estar formados por
discípulos misioneros constantemente preocupados por llegar a todos. El Consejo de Asuntos
Económicos, junto a toda la comunidad parroquial, trabajará para obtener los recursos necesarios, de
manera que la misión avance y se haga realidad en todos los ambientes. Estos y todos los organismos
han de estar animados por una espiritualidad de comunión misionera:
“Sin este camino espiritual de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se
convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y
crecimiento”104.
204. Dentro del territorio parroquial, la familia cristiana es la primera y más básica comunidad
eclesial. En ella se viven y se transmiten los valores fundamentales de la vida cristiana. Se le llama
“Iglesia Doméstica”105. Allí, los padres son los primeros transmisores de la fe a sus hijos,
enseñándoles, a través del ejemplo y la palabra, a ser verdaderos discípulos misioneros. Al mismo
tiempo, cuando esta experiencia de discipulado misionero es auténtica, “una familia se hace
evangelizadora de muchas otras familias y del ambiente en que ella vive” 106. Esto opera en la vida
diaria “dentro y a través de los hechos, las dificultades, los acontecimientos de la existencia de cada
día”107. El Espíritu, que todo lo hace nuevo, actúa aun dentro de situaciones irregulares en las que se
realiza un proceso de transmisión de la fe, pero hemos de reconocer que, en las actuales
circunstancias, a veces, este proceso se encuentra con bastantes dificultades. La Parroquia no se
propone llegar sólo a sujetos aislados, sino a la vida de todas las familias, para fortalecer su dimensión
misionera.
5.3.3 Los diáconos permanentes, discípulos misioneros de Jesús Servidor
205. Algunos discípulos y misioneros del Señor son llamados a servir a la Iglesia como diáconos
permanentes, fortalecidos, en su mayoría, por la doble sacramentalidad del matrimonio y del Orden.
Ellos son ordenados para el servicio de la Palabra, de la caridad y de la liturgia, especialmente para
los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio; también para acompañar la formación de nuevas
comunidades eclesiales, especialmente en las fronteras geográficas y culturales, donde
ordinariamente no llega la acción evangelizadora de la Iglesia.
206. Cada diácono permanente debe cultivar esmeradamente su inserción en el cuerpo
diaconal, en fiel comunión con su obispo y en estrecha unidad con los presbíteros y demás miembros
del pueblo de Dios. Cuando están al servicio de una parroquia, es necesario que los diáconos y
presbíteros busquen el diálogo y trabajen en comunión.
207. Ellos deben recibir una adecuada formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral con
programas adecuados, que tengan en cuenta —en el caso de los que están casados— a la esposa y su
familia. Su formación los habilitará a ejercer con fruto su ministerio en los campos de la
evangelización, de la vida de las comunidades, de la liturgia y de la acción social, especialmente con
los más necesitados, dando testimonio, así, de Cristo servidor al lado de los enfermos, de los que
sufren, de los migrantes y refugiados, de los excluidos y de las víctimas de la violencia y encarcelados.
208. La V Conferencia espera de los diáconos un testimonio evangélico y un impulso misionero
para que sean apóstoles en sus familias, en sus trabajos, en sus comunidades y en las nuevas fronteras

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de la misión. No hay que crear en los candidatos al diaconado permanente expectativas que superen
la naturaleza propia que corresponde al grado del diaconado.
5.3.4 Los fieles laicos y laicas, discípulos y misioneros de Jesús, Luz del mundo
209. Los fieles laicos son
“los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios
y participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición,
la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo” 108.
Son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la
Iglesia”109.
210. Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y
su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas
según los criterios del Evangelio.
“El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la
política, de realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las
artes, de la vida internacional, de los ‘mass media’, y otras realidades abiertas a la evangelización,
como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el
sufrimiento”110.
Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y
coherencia en su conducta.
211. Los laicos también están llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero
con el testimonio de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización, la vida
litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales bajo la guía de sus pastores. Ellos
estarán dispuestos a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y responsabilidades
en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano. A los catequistas,
delegados de la Palabra y animadores de comunidades, que cumplen una magnífica labor dentro de la
Iglesia111, les reconocemos y animamos a continuar el compromiso que adquirieron en el bautismo y
en la confirmación.
212. Para cumplir su misión con responsabilidad personal, los laicos necesitan una sólida
formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar testimonio de
Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social, económica, política y cultural.
213. Hoy, toda la Iglesia en América Latina y El Caribe quiere ponerse en estado de misión. La
evangelización del Continente, nos decía el papa Juan Pablo II, no puede realizarse hoy sin la
colaboración de los fieles laicos112. Ellos han de ser parte activa y creativa en la elaboración y ejecución
de proyectos pastorales a favor de la comunidad. Esto exige, de parte de los pastores, una mayor
apertura de mentalidad para que entiendan y acojan el “ser” y el “hacer” del laico en la Iglesia, quien,
por su bautismo y su confirmación, es discípulo y misionero de Jesucristo. En otras palabras, es
necesario que el laico sea tenido muy en cuenta con un espíritu de comunión y participación 113.
214. En este contexto, el fortalecimiento de variadas asociaciones laicales, movimientos
apostólicos eclesiales e itinerarios de formación cristiana, y comunidades eclesiales y nuevas

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comunidades, que deben ser apoyados por los pastores, son un signo esperanzador. Ellos ayudan a
que muchos bautizados y muchos grupos misioneros asuman con mayor responsabilidad su identidad
cristiana y colaboren más activamente en la misión evangelizadora. En las últimas décadas, varias
asociaciones y movimientos apostólicos laicales han desarrollado un fuerte protagonismo. Por ello, un
adecuado discernimiento, animación, coordinación y conducción pastoral, sobre todo de parte de los
sucesores de los Apóstoles, contribuirá a ordenar este don para la edificación de la única Iglesia114.
215. Reconocemos el valor y la eficacia de los Consejos parroquiales, Consejos diocesanos y
nacionales de fieles laicos, porque incentivan la comunión y la participación en la Iglesia y su presencia
activa en el mundo. La construcción de ciudadanía, en el sentido más amplio, y la construcción de
eclesialidad en los laicos, es uno solo y único movimiento.
5.3.5 Los consagrados y consagradas, discípulos misioneros de Jesús Testigo del
Padre
216. La vida consagrada es un don del Padre por medio del Espíritu a su Iglesia 115, y constituye
un elemento decisivo para su misión116. Se expresa en la vida monástica, contemplativa y activa, los
institutos seculares, a los que se añaden las sociedades de vida apostólica y otras nuevas formas. Es
un camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a Él con un corazón indiviso, y ponerse,
como Él, al servicio de Dios y de la humanidad, asumiendo la forma de vida que Cristo escogió para
venir a este mundo: una vida virginal, pobre y obediente117.
217. En comunión con los Pastores, los consagrados y consagradas son llamados a hacer de sus
lugares de presencia, de su vida fraterna en comunión y de sus obras, espacios de anuncio explícito
del Evangelio, principalmente a los más pobres, como lo han hecho en nuestro continente desde el
inicio de la evangelización. De este modo, colaboran, según sus carismas fundacionales, con la
gestación de una nueva generación de cristianos discípulos y misioneros, y de una sociedad donde se
respete la justicia y la dignidad de la persona humana.
218. Desde su ser, la vida consagrada está llamada a ser experta en comunión, tanto al interior
de la Iglesia como de la sociedad. Su vida y su misión deben estar insertas en la Iglesia particular y en
comunión con el Obispo. Para ello, es necesario crear cauces comunes e iniciativas de colaboración,
que lleven a un conocimiento y valoración mutuos y a un compartir la misión con todos los llamados
a seguir a Jesús.
219. En un continente, en el cual se manifiestan serias tendencias de secularización, también
en la vida consagrada, los religiosos están llamados a dar testimonio de la absoluta primacía de Dios
y de su Reino. La vida consagrada se convierte en testigo del Dios de la vida en una realidad que
relativiza su valor (obediencia), es testigo de libertad frente al mercado y a las riquezas que valoran a
las personas por el tener (pobreza), y es testigo de una entrega en el amor radical y libre a Dios y a la
humanidad frente a la erotización y banalización de las relaciones (castidad).
220. En la actualidad de América Latina y El Caribe, la vida consagrada está llamada a ser una
vida discipular, apasionada por Jesús-camino al Padre misericordioso, por lo mismo, de carácter
profundamente místico y comunitario. Está llamada a ser una vida misionera, apasionada por el
anuncio de Jesús-verdad del Padre, por lo mismo, radicalmente profética, capaz de mostrar a la luz
de Cristo las sombras del mundo actual y los senderos de vida nueva, para lo que se requiere un
profetismo que aspire hasta la entrega de la vida, en continuidad con la tradición de santidad y

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martirio de tantas y tantos consagrados a lo largo de la historia del Continente. Y al servicio del mundo,
apasionada por Jesús-vida del Padre, que se hace presente en los más pequeños y en los últimos a
quienes sirve desde el propio carisma y espiritualidad.
221. De manera especial, América Latina y El Caribe necesitan de la vida contemplativa, testigo
de que sólo Dios basta para llenar la vida de sentido y de gozo.
“En un mundo que va perdiendo el sentido de lo divino, ante la supervaloración de lo material,
ustedes queridas religiosas, comprometidas desde sus claustros en ser testigos de unos valores por
los que viven, sean testigos del Señor para el mundo de hoy, infundan con su oración un nuevo soplo
de vida en la Iglesia y en el hombre actual”118.
222. El Espíritu Santo sigue suscitando nuevas formas de vida consagrada en la Iglesia, las
cuales necesitan ser acogidas y acompañadas en su crecimiento y desarrollo en el interior de las
Iglesias locales. El Obispo ha de hacer un discernimiento serio y ponderado sobre su sentido,
necesidad y autenticidad. Los Pastores valoran como un inestimable don la virginidad consagrada, de
quienes se entregan a Cristo y a su Iglesia con generosidad y corazón indiviso, y se proponen velar por
su formación inicial y permanente.
223. Las Confederaciones de Institutos Seculares (CISAL) y de religiosas y religiosos (CLAR) y
las Conferencias Nacionales son estructuras de servicio y de animación que, en auténtica comunión
con los Pastores y bajo su orientación, en un diálogo fecundo y amistoso119, están llamadas a estimular
a sus miembros a realizar la misión como discípulos y misioneros al servicio del Reino de Dios120.
224. Los pueblos latinoamericanos y caribeños esperan mucho de la vida consagrada,
especialmente del testimonio y aporte de las religiosas contemplativas y de vida apostólica que, junto
a los demás hermanos religiosos, miembros de Institutos Seculares y Sociedades de Vida Apostólica,
muestran el rostro materno de la Iglesia. Su anhelo de escucha, acogida y servicio, y su testimonio de
los valores alternativos del Reino, muestran que una nueva sociedad latinoamericana y caribeña,
fundada en Cristo, es posible121.
5.4 LOS QUE HAN DEJADO LA IGLESIA PARA UNURSE A OTROS GRUPOS
RELIGIOSOS
225. Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces, la gente sincera que sale de nuestra
Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino, fundamentalmente, por lo que ellos
viven; no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino
pastorales; no por problemas teológicos, sino metodológicos de nuestra Iglesia. Esperan encontrar
respuestas a sus inquietudes. Buscan, no sin serios peligros, responder a algunas aspiraciones que
quizás no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia.
226. Hemos de reforzar en nuestra Iglesia cuatro ejes:
a) La experiencia religiosa. En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos nuestros fieles un
“encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio
kerigmático y el testimonio personal de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y a
un cambio de vida integral.

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b) La vivencia comunitaria. Nuestros fieles buscan comunidades cristianas, en donde sean
acogidos fraternalmente y se sientan valorados, visibles y eclesialmente incluidos. Es necesario que
nuestros fieles se sientan realmente miembros de una comunidad eclesial y corresponsables en su
desarrollo. Eso permitirá un mayor compromiso y entrega en y por la Iglesia.
c) La formación bíblico-doctrinal. Junto con una fuerte experiencia religiosa y una destacada
convivencia comunitaria, nuestros fieles necesitan profundizar el conocimiento de la Palabra de Dios
y los contenidos de la fe, ya que es la única manera de madurar su experiencia religiosa. En este
camino, acentuadamente vivencial y comunitario, la formación doctrinal no se experimenta como un
conocimiento teórico y frío, sino como una herramienta fundamental y necesaria en el crecimiento
espiritual, personal y comunitario.
d) El compromiso misionero de toda la comunidad. Ella sale al encuentro de los alejados, se
interesa por su situación, a fin de reencantarlos con la Iglesia e invitarlos a volver a ella.
5.5 DIÁLOGO ECUMÉNICO E INTERRELIGIOSO
5.5.1 Diálogo ecuménico para que el mundo crea
227. La comprensión y la práctica de la eclesiología de comunión nos conduce al diálogo
ecuménico. La relación con los hermanos y hermanas bautizados de otras iglesias y comunidades
eclesiales es un camino irrenunciable para el discípulo y misionero 122, pues la falta de unidad
representa un escándalo, un pecado y un atraso del cumplimiento del deseo de Cristo: “Que todos sean
uno, lo mismo que lo somos tú y yo, Padre y que también ellos vivan unidos a nosotros para que el
mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21).
228. El ecumenismo no se justifica por una exigencia simplemente sociológica sino evangélica,
trinitaria y bautismal: “Expresa la comunión real, aunque imperfecta” que ya existe entre “los que
fueron regenerados por el bautismo” y el testimonio concreto de fraternidad 123. El Magisterio insiste
en el carácter trinitario y bautismal del esfuerzo ecuménico, donde el diálogo emerge como actitud
espiritual y práctica, en un camino de conversión y reconciliación. Sólo así llegará “el día en que
podremos celebrar, junto con todos los que creen en Cristo, la divina Eucaristía” 124. Una vía fecunda
para avanzar hacia la comunión es recuperar en nuestras comunidades el sentido del compromiso del
Bautismo.
229. Hoy se hace necesario rehabilitar la auténtica apologética que hacían los padres de la
Iglesia como explicación de la fe. La apologética no tiene porqué ser negativa o meramente
defensiva per se. Implica, más bien, la capacidad de decir lo que está en nuestras mentes y corazones
de forma clara y convincente, como dice san Pablo “haciendo la verdad en la caridad” (Ef. 4, 15). Los
discípulos y misioneros de Cristo de hoy necesitan, más que nunca, una apologética renovada para
que todos puedan tener vida en Él.
230. A veces, olvidamos que la unidad es, ante todo, un don del Espíritu Santo, y oramos poco
por esta intención.
“Esta conversión del corazón y esta santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas
y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento
ecuménico y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual” 125.

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231. Hace más de cuarenta años, el Concilio Vaticano II reconoció la acción del Espíritu Santo
en el movimiento por la unidad de los cristianos. Desde entonces, hemos recogido muchos frutos. En
este campo, necesitamos más agentes de diálogo y mejor calificados. Es bueno hacer más conocidas
las declaraciones que la propia Iglesia Católica ha suscrito en el campo del ecumenismo desde el
Concilio. Los diálogos bilaterales y multilaterales han producido buenos frutos. También es oportuno
estudiar el Directorio ecuménico y sus indicaciones respecto a la catequesis, la liturgia, la formación
presbiteral y la pastoral126. La movilidad humana, característica del mundo de hoy, puede ser ocasión
propicia del diálogo ecuménico de la vida127.
232. En nuestro contexto, el surgimiento de nuevos grupos religiosos, más la tendencia a
confundir el ecumenismo con el diálogo interreligioso, han obstaculizado el logro de mayores frutos
en el diálogo ecuménico. Por lo mismo, alentamos a los ministros ordenados, a los laicos y a la vida
consagrada a participar de organismos ecuménicos con una cuidadosa preparación y un esmerado
seguimiento de los pastores, y realizar acciones conjuntas en los diversos campos de la vida eclesial,
pastoral y social. En efecto, el contacto ecuménico favorece la estima recíproca, convoca a la escucha
común de la palabra de Dios y llama a la conversión a los que se declaran discípulos y misioneros de
Jesucristo. Esperamos que la promoción de la unidad de los cristianos, asumida por las Conferencias
Episcopales, se consolide y fructifique bajo la luz del Espíritu Santo.
233. En esta nueva etapa evangelizadora, queremos que el diálogo y la cooperación ecuménica
se encaminen a suscitar nuevas formas de discipulado y misión en comunión. Cabe observar que,
donde se establece el diálogo, disminuye el proselitismo, crece el conocimiento recíproco, el respeto y
se abren posibilidades de testimonio común.
234. Como respuesta generosa a la oración del Señor “que todos sean uno” (Jn 17, 21), los Papas
nos han animado a avanzar pacientemente en el camino de la unidad. Juan Pablo II nos exhorta:
“En el valiente camino hacia la unidad, la claridad y prudencia de la fe nos llevan a evitar el
falso irenismo y el desinterés por las normas de la Iglesia. Inversamente, la misma claridad y la
misma prudencia nos recomiendan evitar la tibieza en la búsqueda de la unidad y más aún la
posición preconcebida o el derrotismo que tiende a ver todo como negativo” 128.
Benedicto XVI abrió su pontificado diciendo:
“No bastan las manifestaciones de buenos sentimientos. Hacen falta gestos concretos que
penetren en los espíritus y sacudan las conciencias, impulsando a cada uno a la conversión interior,
que es el fundamento de todo progreso en el camino del ecumenismo” 129.
5.5.2 Relación con el judaísmo y diálogo interreligioso
235. Reconocemos con gratitud los lazos que nos relacionan con el pueblo judío, con el cual nos
une la fe en el único Dios y su Palabra revelada en el Antiguo Testamento130. Son nuestros “hermanos
mayores” en la fe de Abraham, Isaac y Jacob. Nos duele la historia de desencuentros que han sufrido,
también en nuestros países. Son muchas las causas comunes que en la actualidad reclaman mayor
colaboración y aprecio mutuo.
236. Por el soplo del Espíritu Santo y otros medios de Dios conocidos, la gracia de Cristo puede
alcanzar a todos los que Él redimió, más allá de la comunidad eclesial, todavía de modos diferentes 131.

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Explicitar y promover esta salvación, ya operante en el mundo, es una de las tareas de la Iglesia con
respecto a las palabras del Señor: “Sean mis testigos hasta los extremos de la tierra” (Hch 1, 8).
237. El diálogo interreligioso, en especial con las religiones monoteístas, se fundamenta
justamente en la misión que Cristo nos confió, solicitando la sabia articulación entre el anuncio y el
diálogo como elementos constitutivos de la evangelización132. Con tal actitud, la Iglesia, “Sacramento
universal de salvación”133, refleja la luz de Cristo que “ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9). La presencia
de la Iglesia entre las religiones no cristianas está hecha de empeño, discernimiento y testimonio,
apoyados en la fe, esperanza y caridad teologales134.
238. Aún cuando el subjetivismo y la identidad poco definida de ciertas propuestas dificulten
los contactos, eso no nos permite abandonar el compromiso y la gracia del diálogo 135. En lugar de
desistir, hay que invertir en el conocimiento de las religiones, en el discernimiento teológico-pastoral
y en la formación de agentes competentes para el diálogo interreligioso, atendiendo a las diferentes
visiones religiosas presentes en las culturas de nuestro continente. El diálogo interreligioso no
significa que se deje de anunciar la Buena Nueva de Jesucristo a los pueblos no cristianos, con
mansedumbre y respeto por sus convicciones religiosas.
239. El diálogo interreligioso, además de su carácter teológico, tiene un especial significado en
la construcción de la nueva humanidad: abre caminos inéditos de testimonio cristiano, promueve la
libertad y dignidad de los pueblos, estimula la colaboración por el bien común, supera la violencia
motivada por actitudes religiosas fundamentalistas, educa a la paz y a la convivencia ciudadana: es un
campo de bienaventuranzas que son asumidas por la Doctrina Social de la Iglesia.
CAPÍTULO 6. EL ITINERARIO FORMATIVO DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
6.1 UNA ESPIRITUALIDAD TRINITARIA DEL ENCUENTRO CON JESUCRISTO
240. Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido
fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión
inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro. La
experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad.
241. Es Dios Padre quien nos atrae por medio de la entrega eucarística de su Hijo (Cf. Jn 6, 44),
don de amor con el que salió al encuentro de sus hijos, para que, renovados por la fuerza del Espíritu,
lo podamos llamar Padre:
“Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer,
nacido bajo el dominio de la ley, para liberarnos del dominio de la ley y hacer que recibiéramos la
condición de hijos adoptivos de Dios. Y porque ya somos sus hijos, Dios mandó el Espíritu de su Hijo
a nuestros corazones, y el Espíritu clama: ¡Abbá! ¡Padre!”(Ga 4, 4-5).
Se trata de una nueva creación, donde el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, renueva
la vida de las criaturas.
242.En la historia de amor trinitario, Jesús de Nazaret, hombre como nosotros y Dios con
nosotros, muerto y resucitado, nos es dado como Camino, Verdad y Vida. En el encuentro de fe con el
inaudito realismo de su Encarnación, hemos podido oír, ver con nuestros ojos, contemplar y palpar
con nuestras manos la Palabra de vida (Cf. 1 Jn 1, 1), experimentamos que

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“el propio Dios va tras la oveja perdida, la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús
habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca la dracma,
del padre que sale al encuentro de su hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras,
sino de la explicación de su propio ser y actuar”136.
Esta prueba definitiva de amor tiene el carácter de un anonadamiento radical (kénosis), porque
Cristo “se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8).
6.1.1 El encuentro con Jesucristo
243. El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la
historia y al que llamamos discípulo:
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro
con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva”137.
Esto es justamente lo que, con presentaciones diferentes, nos han conservado todos los
evangelios como el inicio del cristianismo: un encuentro de fe con la persona de Jesús (Cf. Jn 1, 35-
39).
244. La naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de
Jesucristo y seguirlo. Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que,
encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les
hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus
corazones. El evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto que produjo la persona de Jesús
en los dos primeros discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta:
“¿Qué buscan?” (Jn 1, 38). A esa pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: “Vengan y lo
verán” (Jn 1, 39). Esta narración permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano.
245. En el hoy de nuestro continente latinoamericano, se levanta la misma pregunta llena de
expectativa: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1, 38), ¿dónde te encontramos de manera adecuada para
“abrir un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad?” 138 ¿Cuáles son los lugares, las
personas, los dones que nos hablan de ti, nos ponen en comunión contigo y nos permiten ser
discípulos y misioneros tuyos?
6.1.2 Lugares de encuentro con Jesucristo
246. El encuentro con Cristo, gracias a la acción invisible del Espíritu Santo, se realiza en la fe
recibida y vivida en la Iglesia. Con las palabras del papa Benedicto XVI, repetimos con certeza:
“¡La Iglesia es nuestra casa! ¡Esta es nuestra casa! ¡En la Iglesia Católica tenemos todo lo que
es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo! ¡Quien acepta a Cristo: Camino, Verdad
y Vida, en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida!” 139.
247. Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia. La Sagrada Escritura,
“Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo” 140, es, con la Tradición, fuente de vida
para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo
y renunciar a anunciarlo. De aquí la invitación de Benedicto XVI:

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“Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia misionera de América Latina y El Caribe se dispone
a emprender, a partir de esta V Conferencia General en Aparecida, es condición indispensable el
conocimiento profundo y vivencial de la Palabra de Dios. Por esto, hay que educar al pueblo en la
lectura y la meditación de la Palabra: que ella se convierta en su alimento para que, por propia
experiencia, vea que las palabras de Jesús son espíritu y vida (Cf. Jn 6,63). De lo contrario, ¿cómo
van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar
nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios”141.
248. Se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para
el encuentro con Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y de renovada comunión y
solidaridad”142. Esta propuesta será mediación de encuentro con el Señor si se presenta la Palabra
revelada, contenida en la Escritura, como fuente de evangelización. Los discípulos de Jesús anhelan
nutrirse con el Pan de la Palabra: quieren acceder a la interpretación adecuada de los textos bíblicos,
a emplearlos como mediación de diálogo con Jesucristo, y a que sean alma de la propia evangelización
y del anuncio de Jesús a todos. Por esto, la importancia de una “pastoral bíblica”, entendida como
animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento de la Palabra, de
comunión con Jesús u oración con la Palabra, y de evangelización inculturada o de proclamación de
la Palabra. Esto exige, por parte de obispos, presbíteros, diáconos y ministros laicos de la Palabra, un
acercamiento a la Sagrada Escritura que no sea sólo intelectual e instrumental, sino con un corazón
“hambriento de oír la Palabra del Señor” (Am 8, 11).
249. Entre las muchas formas de acercarse a la Sagrada Escritura, hay una privilegiada a la que
todos estamos invitados: la Lectio divina o ejercicio de lectura orante de la Sagrada Escritura. Esta
lectura orante, bien practicada, conduce al encuentro con Jesús-Maestro, al conocimiento del misterio
de Jesús-Mesías, a la comunión con Jesús-Hijo de Dios, y al testimonio de Jesús-Señor del universo.
Con sus cuatro momentos (lectura, meditación, oración, contemplación), la lectura orante favorece el
encuentro personal con Jesucristo al modo de tantos personajes del evangelio: Nicodemo y su ansia
de vida eterna (Cf. Jn 3, 1-21), la Samaritana y su anhelo de culto verdadero (Cf. Jn 4, 1-42), el ciego
de nacimiento y su deseo de luz interior (Cf. Jn 9), Zaqueo y sus ganas de ser diferente (Cf. Lc 19, 1-
10)... Todos ellos, gracias a este encuentro, fueron iluminados y recreados porque se abrieron a la
experiencia de la misericordia del Padre que se ofrece por su Palabra de verdad y vida. No abrieron su
corazón a algo del Mesías, sino al mismo Mesías, camino de crecimiento en “la madurez conforme a
su plenitud” (Ef 4, 13), proceso de discipulado, de comunión con los hermanos y de compromiso con
la sociedad.
250. Encontramos a Jesucristo, de modo admirable, en la Sagrada Liturgia. Al vivirla,
celebrando el misterio pascual, los discípulos de Cristo penetran más en los misterios del Reino y
expresan de modo sacramental su vocación de discípulos y misioneros. La Constitución sobre la
Sagrada Liturgia del Vaticano II nos muestra el lugar y la función de la liturgia en el seguimiento de
Cristo, en la acción misionera de los cristianos, en la vida nueva en Cristo, y en la vida de nuestros
pueblos en Él143.
251. La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este
Sacramento, Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo.
Hay un estrecho vínculo entre las tres dimensiones de la vocación cristiana: creer, celebrar y vivir el

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misterio de Jesucristo, de tal modo que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma
eucarística. En cada Eucaristía, los cristianos celebran y asumen el misterio pascual, participando en
él. Por tanto, los fieles deben vivir su fe en la centralidad del misterio pascual de Cristo a través de la
Eucaristía, de modo que toda su vida sea cada vez más vida eucarística. La Eucaristía, fuente
inagotable de la vocación cristiana es, al mismo tiempo, fuente inextinguible del impulso misionero.
Allí, el Espíritu Santo fortalece la identidad del discípulo y despierta en él la decidida voluntad de
anunciar con audacia a los demás lo que ha escuchado y vivido.
252. Se entiende, así, la gran importancia del precepto dominical, del “vivir según el domingo”,
como una necesidad interior del creyente, de la familia cristiana, de la comunidad parroquial. Sin una
participación activa en la celebración eucarística dominical y en las fiestas de precepto, no habrá un
discípulo misionero maduro. Cada gran reforma en la Iglesia está vinculada al redescubrimiento de la
fe en la Eucaristía144. Es importante, por esto, promover la “pastoral del domingo” y darle “prioridad
en los programas pastorales”145, para un nuevo impulso en la evangelización del pueblo de Dios en el
Continente latinoamericano.
253. A las miles de comunidades con sus millones de miembros que no tienen la oportunidad
de participar de la Eucaristía dominical, queremos decirles, con profundo afecto pastoral, que también
ellas pueden y deben vivir “según el domingo”. Ellas pueden alimentar su ya admirable espíritu
misionero participando de la “celebración dominical de la Palabra”, que hace presente el Misterio
Pascual en el amor que congrega (Cf. 1 Jn 3, 14), en la Palabra acogida (Cf. Jn 5, 24-25) y en la oración
comunitaria (Cf. Mt 18, 20). Sin duda, los fieles deben anhelar la participación plena en la Eucaristía
dominical, por lo cual también los alentamos a orar por las vocaciones sacerdotales.
254. El sacramento de la reconciliación es el lugar donde el pecador experimenta de manera
singular el encuentro con Jesucristo, quien se compadece de nosotros y nos da el don de su perdón
misericordioso, nos hace sentir que el amor es más fuerte que el pecado cometido, nos libera de cuanto
nos impide permanecer en su amor, y nos devuelve la alegría y el entusiasmo de anunciarlo a los demás
con corazón abierto y generoso.
255. La oración personal y comunitaria es el lugar donde el discípulo, alimentado por la Palabra
y la Eucaristía, cultiva una relación de profunda amistad con Jesucristo y procura asumir la voluntad
del Padre. La oración diaria es un signo del primado de la gracia en el itinerario del discípulo
misionero. Por eso, “es necesario aprender a orar, volviendo siempre de nuevo a aprender este arte de
los labios del Maestro”146.
256. Jesús está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Allí Él
cumple su promesa: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
(Mt 18, 20). Está en todos los discípulos que procuran hacer suya la existencia de Jesús, y vivir su
propia vida escondida en la vida de Cristo (Cf. Col 3, 3). Ellos experimentan la fuerza de su
resurrección hasta identificarse profundamente con Él: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive
en mí” (Ga 2, 20). Está en los Pastores, que representan a Cristo mismo (Cf. Mt 10, 40; Lc 10, 16).
“Los Obispos han sucedido, por institución divina, a los Apóstoles como Pastores de la Iglesia,
de modo que quien los escucha, escucha a Cristo, y quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien
le envío” (Lumen Gentium, 20).

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Está en los que dan testimonio de lucha por la justicia, por la paz y por el bien común, algunas
veces llegando a entregar la propia vida, en todos los acontecimientos de la vida de nuestros pueblos,
que nos invitan a buscar un mundo más justo y más fraterno, en toda realidad humana, cuyos límites
a veces nos duelen y agobian.
257. También lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos (Cf. Mt
25, 37-40), que reclaman nuestro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el sufrimiento
y constante lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que sufren realmente nos
evangelizan! En el reconocimiento de esta presencia y cercanía, y en la defensa de los derechos de los
excluidos se juega la fidelidad de la Iglesia a Jesucristo147. El encuentro con Jesucristo en los pobres
es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo.De la contemplación de su rostro sufriente
en ellos148 y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos
revela, surge nuestra opción por ellos. La misma adhesión a Jesucristo es la que nos hace amigos de
los pobres y solidarios con su destino.
6.1.3 La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo
258. El Santo Padre destacó la “rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma
de los pueblos latinoamericanos”, y la presentó como “el precioso tesoro de la Iglesia católica en
América Latina”149. Invitó a promoverla y a protegerla. Esta manera de expresar la fe está presente de
diversas formas en todos los sectores sociales, en una multitud que merece nuestro respeto y cariño,
porque su piedad “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer” 150.
La “religión del pueblo latinoamericano es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular” 151,
profundamente inculturado, que contiene la dimensión más valiosa de la cultura latinoamericana.
259. Entre las expresiones de esta espiritualidad se cuentan: las fiestas patronales, las novenas,
los rosarios y vía crucis, las procesiones, las danzas y los cánticos del folclore religioso, el cariño a los
santos y a los ángeles, las promesas, las oraciones en familia. Destacamos las peregrinaciones, donde
se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso
en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace
peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el santuario ya es una
confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor.
La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios.
El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando
toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor
expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede.
Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual152.
260. Allí, el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no sólo de la
trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los
santuarios, muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen
muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar.
261. La piedad popular penetra delicadamente la existencia personal de cada fiel y, aunque
también se vive en una multitud, no es una “espiritualidad de masas”. En distintos momentos de la
lucha cotidiana, muchos recurren a algún pequeño signo del amor de Dios: un crucifijo, un rosario,
una vela que se enciende para acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado

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entre lágrimas, una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al Cielo,
en medio de una sencilla alegría.
262. Es verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar cada
vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo puede suceder si valoramos
positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado. La piedad popular es un “imprescindible punto
de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”153. Por eso, el discípulo
misionero tiene que ser “sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores
innegables”154. Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté
privada de riqueza evangélica. Simplemente, deseamos que todos los miembros del pueblo fiel,
reconociendo el testimonio de María y también de los santos, traten de imitarles cada día más. Así
procurarán un contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en los sacramentos,
llegarán a disfrutar de la celebración dominical de la Eucaristía, y vivirán mejor todavía el servicio del
amor solidario. Por este camino, se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de
justicia social que encierra la mística popular.
263. No podemos devaluar la espiritualidad popular, o considerarla un modo secundario de la
vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor
de Dios. En la piedad popular, se contiene y expresa un intenso sentido de la trascendencia, una
capacidad espontánea de apoyarse en Dios y una verdadera experiencia de amor teologal. Es también
una expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de
la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia. Por eso, la llamamos espiritualidad
popular. Es decir, una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor, integra
mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades más concretas de las personas. Es una
espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que, no por eso, es menos espiritual, sino que
lo es de otra manera.
264. La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la
Iglesia y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América
profunda. Es parte de una “originalidad histórica cultural” 155 de los pobres de este continente, y fruto
de “una síntesis entre las culturas y la fe cristiana” 156. En el ambiente de secularización que viven
nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal
de transmisión de la fe. El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones
de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto
evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera
de la Iglesia.
265. Nuestros pueblos se identifican particularmente con el Cristo sufriente, lo miran, lo besan
o tocan sus pies lastimados como diciendo: Este es el “que me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 20).
Muchos de ellos golpeados, ignorados, despojados, no bajan los brazos. Con su religiosidad
característica se aferran al inmenso amor que Dios les tiene y que les recuerda permanentemente su
propia dignidad. También encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María. En ella ven
reflejado el mensaje esencial del Evangelio. Nuestra Madre querida, desde el santuario de Guadalupe,
hace sentir a sus hijos más pequeños que ellos están en el cuenco de su manto. Ahora, desde Aparecida,
los invita a echar las redes en el mundo, para sacar del anonimato a los que están sumergidos en el

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olvido y acercarlos a la luz de la fe. Ella, reuniendo a los hijos, integra a nuestros pueblos en torno a
Jesucristo.
6.1.4 María, discípula y misionera
266. La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el
Hijo” nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (Cf. Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios
(Cf. Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (Cf. Lc 2,
19.51), es la discípula más perfecta del Señor 157. Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su
Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, llega a ser el primer miembro de la
comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual
de los discípulos. Del Evangelio, emerge su figura de mujer libre y fuerte, conscientemente orientada
al verdadero seguimiento de Cristo. Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como
madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda
constante del proyecto del Padre. Alcanzó, así, a estar al pie de la cruz en una comunión profunda,
para entrar plenamente en el misterio de la Alianza.
267. Con ella, providencialmente unida a la plenitud de los tiempos (Cf. Ga 4, 4), llega a
cumplimiento la esperanza de los pobres y el deseo de salvación. La Virgen de Nazaret tuvo una misión
única en la historia de salvación, concibiendo, educando y acompañado a su hijo hasta su sacrificio
definitivo. Desde la cruz, Jesucristo confió a sus discípulos, representados por Juan, el don de la
maternidad de María, que brota directamente de la hora pascual de Cristo: “Y desde aquel momento
el discípulo la recibió como suya” (Jn 19, 27). Perseverando junto a los apóstoles a la espera del
Espíritu (Cf. Hch 1, 13-14), cooperó con el nacimiento de la Iglesia misionera, imprimiéndole un sello
mariano que la identifica hondamente. Como madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre
todos, alienta a la reconciliación y el perdón, y ayuda a que los discípulos de Jesucristo se
experimenten como una familia, la familia de Dios. En María, nos encontramos con Cristo, con el
Padre y el Espíritu Santo, como asimismo con los hermanos.
268. Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien
confiere “alma” y ternura a la convivencia familiar 158. María, Madre de la Iglesia, además de modelo
y paradigma de humanidad, es artífice de comunión. Uno de los eventos fundamentales de la Iglesia
es cuando el “sí” brotó de María. Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como
experimentamos a menudo en los santuarios marianos. Por eso la Iglesia, como la Virgen María, es
madre. Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o
burocrática.
269. María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de
misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En
el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a
los dones del Espíritu. Desde entonces, son incontables las comunidades que han encontrado en ella
la inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo,
constatamos que se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando
profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su
gente. Las diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente

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testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la
confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana.
270. Hoy, cuando en nuestro continente latinoamericano y caribeño se quiere enfatizar el
discipulado y la misión, es ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen acabada y fidelísima del
seguimiento de Cristo. Ésta es la hora de la seguidora más radical de Cristo, de su magisterio discipular
y misionero, al que nos envía el Papa Benedicto XVI:
“María Santísima, la Virgen pura y sin mancha es para nosotros escuela de fe destinada a
guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra.
El Papa vino a Aparecida con viva alegría para decirles en primer lugar: permanezcan en la escuela
de María. Inspírense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que
ella, por mandato divino, les envía desde lo alto”159.
271. Ella, que “conservaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón” (Lc 2, 19; Cf. 2,
51), nos enseña el primado de la escucha de la Palabra en la vida del discípulo y misionero.
El Magnificat
“está enteramente tejido por los hilos de la Sagrada Escritura, los hilos tomados de la Palabra
de Dios. Así, se revela que en Ella la Palabra de Dios se encuentra de verdad en su casa, de donde
sale y entra con naturalidad. Ella habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se le
hace su palabra, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Además, así se revela que sus
pensamientos están en sintonía con los pensamientos de Dios, que su querer es un querer junto con
Dios. Estando íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, Ella puede llegar a ser madre de la
Palabra encarnada”160.
Esta familiaridad con el misterio de Jesús es facilitada por el rezo del Rosario, donde:
“El pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a
experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes
gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la madre del Redentor” 161.
272. Con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea, María
ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben
distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada
comunidad cristiana, “se sientan como en su casa”162. Crea comunión y educa a un estilo de vida
compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o
necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la
dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la
comunión”163 y en espacio espiritual que prepara para la misión.
6.1.5 Los apóstoles y los santos
273. También los apóstoles de Jesús y los santos han marcado la espiritualidad y el estilo de
vida de nuestras Iglesias. Sus vidas son lugares privilegiados de encuentro con Jesucristo. Su
testimonio se mantiene vigente y sus enseñanzas inspiran el ser y la acción de las comunidades
cristianas del Continente. Entre ellos, Pedro el apóstol, a quien Jesús confió la misión de confirmar la
fe de sus hermanos (Cf. Lc 22, 31-32), les ayuda a estrechar el vínculo de comunión con el Papa, su
sucesor, y a buscar en Jesús las palabras de vida eterna. Pablo, el evangelizador incansable, les ha

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87
indicado el camino de la audacia misionera y la voluntad de acercarse a cada realidad cultural con la
Buena Noticia de la salvación. Juan, el discípulo amado por el Señor, les ha revelado la fuerza
transformadora del mandamiento nuevo y la fecundidad de permanecer en su amor.
274. Nuestros pueblos nutren un cariño y especial devoción a José, esposo de María, hombre
justo, fiel y generoso que sabe perderse para hallarse en el misterio del Hijo. San José, el silencioso
maestro, fascina, atrae y enseña, no con palabras sino con el resplandeciente testimonio de sus
virtudes y de su firme sencillez.
275. Nuestras comunidades llevan el sello de los apóstoles y, además, reconocen el testimonio
cristiano de tantos hombres y mujeres que esparcieron en nuestra geografía las semillas del Evangelio,
viviendo valientemente su fe, incluso derramando su sangre como mártires. Su ejemplo de vida y
santidad constituye un regalo precioso para el camino creyente de los latinoamericanos y, a la vez, un
estímulo para imitar sus virtudes en las nuevas expresiones culturales de la historia. Con la pasión de
su amor a Jesucristo, han sido miembros activos y misioneros en su comunidad eclesial. Con valentía,
han perseverado en la promoción de los derechos de las personas, fueron agudos en el discernimiento
crítico de la realidad a la luz de la enseñanza social de la Iglesia y creíbles por el testimonio coherente
de sus vidas. Los cristianos de hoy recogemos su herencia y nos sentimos llamados a continuar con
renovado ardor apostólico y misionero el estilo evangélico de vida que nos han trasmitido.
6.2 EL PROCESO DE FORMACIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
276. La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América
Latina y El Caribe, requieren una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras
comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia.
Miramos a Jesús, el Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos. Cristo nos da el
método: “Vengan y vean” (Jn 1, 39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Con Él podemos
desarrollar las potencialidades que están en las personas y formar discípulos misioneros. Con
perseverante paciencia y sabiduría, Jesús invitó a todos a su seguimiento. A quienes aceptaron
seguirlo, los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y, después de su muerte y resurrección, los
envió a predicar la Buena Nueva en la fuerza de su Espíritu. Su estilo se vuelve emblemático para los
formadores y cobra especial relevancia cuando pensamos en la paciente tarea formativa que la Iglesia
debe emprender, en el nuevo contexto sociocultural de América Latina.
277. El itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica
de la persona y en la invitación personal de Jesucristo, que llama a los suyos por su nombre, y éstos lo
siguen porque conocen su voz. El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los
atraía a sí, llenos de asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de
realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, a quien
reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña.
6.2.1 Aspectos del proceso
278. En el proceso de formación de discípulos misioneros, destacamos cinco aspectos
fundamentales, que aparecen de diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran
íntimamente y se alimentan entre sí:

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a) El Encuentro con Jesucristo. Quienes serán sus discípulos ya lo buscan (Cf. Jn 1, 38), pero
es el Señor quien los llama: “Sígueme” (Mc 1, 14; Mt 9, 9). Se ha de descubrir el sentido más hondo de
la búsqueda, y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana. Este
encuentro debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la
acción misionera de la comunidad. El kerygma no sólo es una etapa, sino el hilo conductor de un
proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el kerygma, los demás aspectos de
este proceso están condenados a la esterilidad, sin corazones verdaderamente convertidos al Señor.
Sólo desde el kerygma se da la posibilidad de una iniciación cristiana verdadera. Por eso, la Iglesia ha
de tenerlo presente en todas sus acciones.
b) La Conversión: Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree
en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar
y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el
Bautismo y en el sacramento de la Reconciliación, se actualiza para nosotros la redención de Cristo.
c) El Discipulado: La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento
de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Para este
paso, es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que fortalecen
la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana
y en la misión en medio del mundo que los desafía.
d) La Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad: en las familias, las
parroquias, las comunidades de vida consagrada, las comunidades de base, otras pequeñas
comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo
participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la
vida fraterna solidaria. También es acompañado y estimulado por la comunidad y sus pastores para
madurar en la vida del Espíritu.
e) La Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de
compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y
resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra,
a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe entenderse
como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas maneras de acuerdo a la
propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona.
6.2.2 CRITERIOS GENERALES
6.2.2.1 Una formación integral, kerygmática y permanente
279. Misión principal de la formación es ayudar a los miembros de la Iglesia a encontrarse
siempre con Cristo, y, así reconocer, acoger, interiorizar y desarrollar la experiencia y los valores que
constituyen la propia identidad y misión cristiana en el mundo. Por eso, la formación obedece a un
proceso integral, es decir, que comprende variadas dimensiones, todas armonizadas entre sí en unidad
vital. En la base de estas dimensiones, está la fuerza del anuncio kerygmático. El poder del Espíritu y
de la Palabra contagia a las personas y las lleva a escuchar a Jesucristo, a creer en Él como su Salvador,
a reconocerlo como quien da pleno significado a su vida y a seguir sus pasos. El anuncio se fundamenta
en el hecho de la presencia de Cristo Resucitado hoy en la Iglesia, y es el factor imprescindible del
proceso de formación de discípulos y misioneros. Al mismo tiempo, la formación es permanente y

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89
dinámica, de acuerdo con el desarrollo de las personas y al servicio que están llamadas a prestar, en
medio de las exigencias de la historia.
6.2.2.2 Una formación atenta a dimensiones diversas
280. La formación abarca diversas dimensiones que deberán ser integradas armónicamente a
lo largo de todo el proceso formativo. Se trata de la dimensión humana comunitaria, espiritual,
intelectual y pastoral-misionera.
a) La Dimensión Humana y Comunitaria. Tiende a acompañar procesos de formación que
lleven a asumir la propia historia y a sanarla, en orden a volverse capaces de vivir como cristianos en
un mundo plural, con equilibrio, fortaleza, serenidad y libertad interior. Se trata de desarrollar
personalidades que maduren en el contacto con la realidad y abiertas al Misterio.
b) La Dimensión Espiritual. Es la dimensión formativa que funda el ser cristiano en la
experiencia de Dios, manifestado en Jesús, y que lo conduce por el Espíritu a través de los senderos
de una maduración profunda. Por medio de los diversos carismas, se arraiga la persona en el camino
de vida y de servicio propuesto por Cristo, con un estilo personal. Permite adherirse de corazón por la
fe, como la Virgen María, a los caminos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de su Maestro y
Señor.
c) La Dimensión Intelectual. El encuentro con Cristo, Palabra hecha Carne, potencia el
dinamismo de la razón que busca el significado de la realidad y se abre al Misterio. Se expresa en una
reflexión seria, puesta constantemente al día a través del estudio que abre la inteligencia, con la luz de
la fe, a la verdad. También capacita para el discernimiento, el juicio crítico y el diálogo sobre la realidad
y la cultura. Asegura de una manera especial el conocimiento bíblico teológico y de las ciencias
humanas para adquirir la necesaria competencia en vista de los servicios eclesiales que se requieran y
para la adecuada presencia en la vida secular.
d) La Dimensión Pastoral y Misionera. Un auténtico camino cristiano llena de alegría y
esperanza el corazón y mueve al creyente a anunciar a Cristo de manera constante en su vida y en su
ambiente. Proyecta hacia la misión de formar discípulos misioneros al servicio del mundo. Habilita
para proponer proyectos y estilos de vida cristiana atrayentes, con intervenciones orgánicas y de
colaboración fraterna con todos los miembros de la comunidad. Contribuye a integrar evangelización
y pedagogía, comunicando vida y ofreciendo itinerarios pastorales acordes con la madurez cristiana,
la edad y otras condiciones propias de las personas o de los grupos. Incentiva la responsabilidad de
los laicos en el mundo para construir el Reino de Dios. Despierta una inquietud constante por los
alejados y por los que ignoran al Señor en sus vidas.
6.2.2.3 Una formación respetuosa de los procesos
281. Llegar a la estatura de la vida nueva en Cristo, identificándose profundamente con Él 164 y
su misión, es un camino largo, que requiere itinerarios diversificados, respetuosos de los procesos
personales y de los ritmos comunitarios, continuos y graduales. En la diócesis, el eje central deberá
ser un proyecto orgánico de formación, aprobado por el Obispo y elaborado con los organismos
diocesanos competentes, teniendo en cuenta todas las fuerzas vivas de la Iglesia particular:
asociaciones, servicios y movimientos, comunidades religiosas, pequeñas comunidades, comisiones
de pastoral social, y diversos organismos eclesiales que ofrezcan la visión de conjunto y la

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convergencia de las diversas iniciativas. Se requieren, también, equipos de formación
convenientemente preparados que aseguren la eficacia del proceso mismo y que acompañen a las
personas con pedagogías dinámicas, activas y abiertas. La presencia y contribución de laicos y laicas
en los equipos de formación aporta una riqueza original, pues, desde sus experiencias y competencias,
ofrecen criterios, contenidos y testimonios valiosos para quienes se están formando.
6.2.2.4 Una formación que contempla el acompañamiento de los discípulos
282. Cada sector del Pueblo de Dios pide ser acompañado y formado, de acuerdo con la peculiar
vocación y ministerio al que ha sido llamado: el obispo que es el principio de la unidad en la diócesis
mediante el triple ministerio de enseñar, santificar y gobernar; los presbíteros, cooperando con el
ministerio del obispo, en el cuidado del pueblo de Dios que les es confiado; los diáconos permanentes
en el servicio vivificante, humilde y perseverante como ayuda valiosa para obispos y presbíteros; los
consagrados y consagradas en el seguimiento radical del Maestro; los laicos y laicas que cumplen su
responsabilidad evangelizadora, colaborando en la formación de comunidades cristianas y en la
construcción del Reino de Dios en el mundo. Se requiere, por tanto, capacitar a quienes puedan
acompañar espiritual y pastoralmente a otros.
283. Destacamos que la formación de los laicos y laicas debe contribuir, ante todo, a una
actuación como discípulos misioneros en el mundo, en la perspectiva del diálogo y de la
transformación de la sociedad. Es urgente una formación específica para que puedan tener una
incidencia significativa en los diferentes campos, sobre todo“en el mundo vasto de la política, de la
realidad social y de la economía, como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida
internacional, de los medios y de otras realidades abiertas a la evangelización” 165.
6.2.2.5 Una formación en la espiritualidad de la acción misionera
284. Es necesario formar a los discípulos en una espiritualidad de la acción misionera, que se
basa en la docilidad al impulso del Espíritu, a su potencia de vida que moviliza y transfigura todas las
dimensiones de la existencia. No es una experiencia que se limita a los espacios privados de la
devoción, sino que busca penetrarlo todo con su fuego y su vida. El discípulo y misionero, movido por
el impulso y el ardor que proviene del Espíritu, aprende a expresarlo en el trabajo, en el diálogo, en el
servicio, en la misión cotidiana.
285. Cuando el impulso del Espíritu impregna y motiva todas las áreas de la existencia,
entonces también penetra y configura la vocación específica de cada uno. Así, se forma y desarrolla la
espiritualidad propia de presbíteros, de religiosos y religiosas, de padres de familia, de empresarios,
de catequistas, etc. Cada una de las vocaciones tiene un modo concreto y distintivo de vivir la
espiritualidad, que da profundidad y entusiasmo al ejercicio concreto de sus tareas. Así, la vida en el
Espíritu no nos cierra en una intimidad cómoda, sino que nos convierte en personas generosas y
creativas, felices en el anuncio y el servicio misionero. Nos vuelve comprometidos con los reclamos de
la realidad y capaces de encontrarle un profundo significado a todo lo que nos toca hacer por la Iglesia
y por el mundo.

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91
6.3 INICIACIÓN A LA VIDA CRISTIANA Y CATEQUESIS PERMANENTE
6.3.1 Iniciación a la vida cristiana
286. Son muchos los creyentes que no participan en la Eucaristía dominical, ni reciben con
regularidad los sacramentos, ni se insertan activamente en la comunidad eclesial. Sin olvidar la
importancia de la familia en la iniciación cristiana, este fenómeno nos interpela profundamente a
imaginar y organizar nuevas formas de acercamiento a ellos para ayudarles a valorar el sentido de la
vida sacramental, de la participación comunitaria y del compromiso ciudadano. Tenemos un alto
porcentaje de católicos sin conciencia de su misión de ser sal y fermento en el mundo, con una
identidad cristiana débil y vulnerable.
287. Esto constituye un gran desafío que cuestiona a fondo la manera como estamos educando
en la fe y como estamos alimentando la vivencia cristiana; un desafío que debemos afrontar con
decisión, con valentía y creatividad, ya que, en muchas partes, la iniciación cristiana ha sido pobre o
fragmentada. O educamos en la fe, poniendo realmente en contacto con Jesucristo e invitando a su
seguimiento, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora. Se impone la tarea irrenunciable de
ofrecer una modalidad operativa de iniciación cristiana que, además de marcar el qué, dé también
elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza. Así, asumiremos el desafío de una nueva
evangelización, a la que hemos sido reiteradamente convocados.
288. La iniciación cristiana, que incluye el kerygma, es la manera práctica de poner en contacto
con Jesucristo e iniciar en el discipulado. Nos da, también, la oportunidad de fortalecer la unidad de
los tres sacramentos de la iniciación y profundizar en su rico sentido. La iniciación cristiana,
propiamente hablando, se refiere a la primera iniciación en los misterios de la fe, sea en la forma de
catecumenado bautismal para los no bautizados, sea en la forma de catecumenado postbautismal para
los bautizados no suficientemente catequizados. Este catecumenado está íntimamente unido a los
sacramentos de la iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía, celebrados solemnemente en la
Vigilia Pascual. Habría que distinguirla, por tanto, de otros procesos catequéticos y formativos que
pueden tener la iniciación cristiana como base.
6.3.2 Propuestas para la iniciación cristiana
289. Sentimos la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades un proceso de iniciación en
la vida cristiana que comience por el kerygma, guiado por la Palabra de Dios, que conduzca a un
encuentro personal, cada vez mayor, con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre166,
experimentado como plenitud de la humanidad, y que lleve a la conversión, al seguimiento en una
comunidad eclesial y a una maduración de fe en la práctica de los sacramentos, el servicio y la misión.
290. Recordamos que el itinerario formativo del cristiano, en la tradición más antigua de la
Iglesia, “tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y
persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos” 167. Se trata de una experiencia que introduce
en una profunda y feliz celebración de los sacramentos, con toda la riqueza de sus signos. De este
modo, la vida se va transformando progresivamente por los santos misterios que se celebran,
capacitando al creyente para transformar el mundo. Esto es lo que se llama “catequesis mistagógica”.
291. Ser discípulo es un don destinado a crecer. La iniciación cristiana da la posibilidad de un
aprendizaje gradual en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesucristo. Así, forja la identidad
cristiana con las convicciones fundamentales y acompaña la búsqueda del sentido de la vida. Es

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92
necesario asumir la dinámica catequética de la iniciación cristiana. Una comunidad que asume la
iniciación cristiana renueva su vida comunitaria y despierta su carácter misionero. Esto requiere
nuevas actitudes pastorales de parte de obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y
agentes de pastoral.
292. Como rasgos del discípulo, al que apunta la iniciación cristiana destacamos: que tenga
como centro la persona de Jesucristo, nuestro Salvador y plenitud de nuestra humanidad, fuente de
toda madurez humana y cristiana; que tenga espíritu de oración, sea amante de la Palabra, practique
la confesión frecuente y participe de la Eucaristía; que se inserte cordialmente en la comunidad
eclesial y social, sea solidario en el amor y fervoroso misionero.
293. La parroquia ha de ser el lugar donde se asegure la iniciación cristiana y tendrá como
tareas irrenunciables: iniciar en la vida cristiana a los adultos bautizados y no suficientemente
evangelizados; educar en la fe a los niños bautizados en un proceso que los lleve a completar su
iniciación cristiana; iniciar a los no bautizados que, habiendo escuchado el kerygma, quieren abrazar
la fe. En esta tarea, el estudio y la asimilación del Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos es una
referencia necesaria y un apoyo seguro.
294. Asumir esta iniciación cristiana exige no sólo una renovación de modalidad catequística
de la parroquia. Proponemos que el proceso catequístico formativo adoptado por la Iglesia para la
iniciación cristiana sea asumido en todo el Continente como la manera ordinaria e indispensable de
introducir en la vida cristiana, y como la catequesis básica y fundamental. Después, vendrá la
catequesis permanente que continúa el proceso de maduración en la fe, en la que se debe incorporar
un discernimiento vocacional y la iluminación para proyectos personales de vida.
6.3.3 Catequesis permanente
295. En cuanto a la situación actual de la catequesis, es evidente que ha habido un gran
progreso. Ha crecido el tiempo que se le dedica a la preparación para los sacramentos. Se ha tomado
mayor conciencia de su necesidad, tanto en las familias como entre los pastores. Se comprende que es
imprescindible en toda formación cristiana. Se han constituido ordinariamente comisiones
diocesanas y parroquiales de catequesis. Es admirable el gran número de personas que se sienten
llamadas a hacerse catequistas, con gran entrega. A ellas esta Asamblea les manifiesta un sincero
reconocimiento.
296. Sin embargo, a pesar de la buena voluntad, la formación teológica y pedagógica de los
catequistas no suele ser la deseable. Los materiales y subsidios son con frecuencia muy variados y no
se integran en una pastoral de conjunto; y no siempre son portadores de métodos pedagógicos
actualizados. Los servicios catequísticos de las parroquias carecen con frecuencia de una colaboración
cercana de las familias. Los párrocos y demás responsables no asumen con mayor empeño la función
que les corresponde como primeros catequistas.
297. Los desafíos que plantea la situación de la sociedad en América Latina y El Caribe
requieren una identidad católica más personal y fundamentada. El fortalecimiento de esta identidad
pasa por una catequesis adecuada que promueva una adhesión personal y comunitaria a Cristo, sobre
todo en los más débiles en la fe168. Es una tarea que incumbe a toda la comunidad de discípulos pero,
de manera especial, a quienes, como obispos, hemos sido llamados a servir a la Iglesia, pastoreándola,

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conduciéndola al encuentro con Jesús y enseñándole a vivir todo lo que nos ha mandado (Cf. Mt 28,
19- 20).
298. La catequesis no debe ser sólo ocasional, reducida a los momentos previos a los
sacramentos o a la iniciación cristiana, sino más bien “un itinerario catequético permanente” 169. Por
esto, compete a cada Iglesia particular, con la ayuda de las Conferencias Episcopales, establecer un
proceso catequético orgánico y progresivo que se extienda por todo el arco de la vida, desde la infancia
hasta la ancianidad, teniendo en cuenta que el Directorio General de Catequesis considera la
catequesis de adultos como la forma fundamental de la educación en la fe. Para que, en verdad, el
pueblo conozca a fondo a Cristo y lo siga fielmente, debe ser conducido especialmente en la lectura y
meditación de la Palabra de Dios, que es el primer fundamento de una catequesis permanente 170.
299. La catequesis no puede limitarse a una formación meramente doctrinal sino que ha de ser
una verdadera escuela de formación integral. Por tanto, se ha de cultivar la amistad con Cristo en la
oración, el aprecio por la celebración litúrgica, la vivencia comunitaria, el compromiso apostólico
mediante un permanente servicio a los demás. Para ello, resultarían útiles algunos subsidios
catequéticos elaborados a partir del Catecismo de la Iglesia Católica y del Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia, estableciendo cursos y escuelas de formación permanente para catequistas.
300. Debe darse una catequesis apropiada que acompañe la fe ya presente en la religiosidad
popular. Una manera concreta puede ser el ofrecer un proceso de iniciación cristiana en visitas a las
familias, donde no sólo se les comunique los contenidos de la fe, sino que se las conduzca a la práctica
de la oración familiar, a la lectura orante de la Palabra de Dios y al desarrollo de las virtudes
evangélicas, que las consoliden cada vez más como iglesias domésticas. Para este crecimiento en la fe,
también es conveniente aprovechar pedagógicamente el potencial educativo que encierra la piedad
popular mariana. Se trata de un camino educativo que, cultivando el amor personal a la Virgen,
verdadera “educadora de la fe”171, que nos lleva a asemejarnos cada vez más a Jesucristo, provoque la
apropiación progresiva de sus actitudes.
6.4 LUGARES DE FORMACIÓN PARA LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
301. A continuación, consideraremos brevemente algunos espacios de formación de discípulos
misioneros.
6.4.1 La Familia, primera escuela de la fe
302. La familia, “patrimonio de la humanidad”, constituye uno de los tesoros más valiosos de
los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es espacio y escuela de comunión, fuente de valores
humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Para
que la familia sea “escuela de la fe” y pueda ayudar a los padres a ser los primeros catequistas de sus
hijos, la pastoral familiar debe ofrecer espacios formativos, materiales catequéticos, momentos
celebrativos, que le permitan cumplir su misión educativa. La familia está llamada a introducir a los
hijos en el camino de la iniciación cristiana. La familia, pequeña Iglesia, debe ser, junto con la
Parroquia, el primer lugar para la iniciación cristiana de los niños 172. Ella ofrece a los hijos un sentido
cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración de su proyecto de vida, como discípulos
misioneros.

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303. Es, además, un deber de los padres, especialmente a través de su ejemplo de vida, la
educación de los hijos para el amor como don de sí mismos y la ayuda que ellos le presten para
descubrir su vocación de servicio, sea en la vida laical como en la consagrada. De este modo, la
formación de los hijos como discípulos de Jesucristo, se opera en las experiencias de la vida diaria en
la familia misma. Los hijos tienen el derecho de poder contar con el padre y la madre para que cuiden
de ellos y los acompañen hacia la plenitud de vida. La “catequesis familiar”, implementada de diversas
maneras, se ha revelado como una ayuda exitosa a la unidad de las familias, ofreciendo además, una
posibilidad eficiente de formar a los padres de familia, los jóvenes y los niños, para que sean testigos
firmes de la fe en sus respectivas comunidades.
6.4.2 Las Parroquias
304. La dimensión comunitaria es intrínseca al misterio y a la realidad de la Iglesia que debe
reflejar la Santísima Trinidad. A lo largo de los siglos, de diversas maneras, se ha vivido esta dimensión
esencial. La Iglesia es comunión. Las Parroquias son células vivas de la Iglesia 173 y lugares
privilegiados en los que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y de su
Iglesia174. Encierran una inagotable riqueza comunitaria porque en ellas se encuentra una inmensa
variedad de situaciones, de edades, de tareas. Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta
a tantos niños y jóvenes, las Parroquias brindan un espacio comunitario para formarse en la fe y crecer
comunitariamente.
305. Por tanto, debe cultivarse la formación comunitaria, especialmente en la parroquia. Con
diversas celebraciones e iniciativas, principalmente con la Eucaristía dominical, que es “momento
privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado” 175, los fieles deben
experimentar la parroquia como una familia en la fe y la caridad, en la que mutuamente se acompañen
y ayuden en el seguimiento de Cristo.
306. Si queremos que las Parroquias sean centros de irradiación misionera en sus propios
territorios, deben ser también lugares de formación permanente. Esto requiere que se organicen en
ellas variadas instancias formativas que aseguren el acompañamiento y la maduración de todos los
agentes pastorales y de los laicos insertos en el mundo. Las Parroquias vecinas también pueden aunar
esfuerzos en este sentido, sin desaprovechar las ofertas formativas de la Diócesis y de la Conferencia
Episcopal.
6.4.3 Pequeñas comunidades eclesiales
307. Se constata que, en los últimos años, ha ido creciendo la espiritualidad de comunión y que,
con diversas metodologías, se han hecho no pocos esfuerzos por llevar a los laicos a integrarse en
pequeñas comunidades eclesiales, que van mostrando abundantes frutos. Para la Nueva
Evangelización y para llegar a que los bautizados vivan como auténticos discípulos y misioneros de
Cristo, tenemos un medio privilegiado en las pequeñas comunidades eclesiales.
308. Ellas son un ámbito propicio para escuchar la Palabra de Dios, para vivir la fraternidad,
para animar en la oración, para profundizar procesos de formación en la fe y para fortalecer el exigente
compromiso de ser apóstoles en la sociedad de hoy. Ellas son lugares de experiencia cristiana y
evangelización que, en medio de la situación cultural que nos afecta, secularizada y hostil a la Iglesia,
se hacen todavía mucho más necesarias.

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309. Si se quieren pequeñas comunidades vivas y dinámicas, es necesario suscitar en ellas una
espiritualidad sólida, basada en la Palabra de Dios, que las mantenga en plena comunión de vida e
ideales con la Iglesia local y, en particular, con la comunidad parroquial. Así la parroquia, por otra
parte, como desde hace años nos lo hemos propuesto en América Latina, llegará a ser “comunidad de
comunidades”176.
310. Señalamos que es preciso reanimar los procesos de formación de pequeñas comunidades
en el Continente, pues en ellas tenemos una fuente segura de vocaciones al sacerdocio, a la vida
religiosa, y a la vida laical con especial dedicación al apostolado. A través de las pequeñas
comunidades, también se podría llegar a los alejados, a los indiferentes y a los que alimentan
descontento o resentimientos frente a la Iglesia.
6.4.4 Los movimientos eclesiales y nuevas comunidades
311. Los nuevos movimientos y comunidades son un don del Espíritu Santo para la Iglesia. En
ellos, los fieles encuentran la posibilidad de formarse cristianamente, crecer y comprometerse
apostólicamente hasta ser verdaderos discípulos misioneros. Así ejercitan el derecho natural y
bautismal de libre asociación, como lo señaló el Concilio Vaticano II 177 y lo confirma el Código de
Derecho Canónico. Convendría animar a algunos movimientos y asociaciones, que muestran hoy
cierto cansancio o debilidad, e invitarlos a renovar su carisma original, que no deja de enriquecer la
diversidad con que el Espíritu se manifiesta y actúa en el pueblo cristiano.
312. Los movimientos y nuevas comunidades constituyen un valioso aporte en la realización de
la Iglesia Particular. Por su misma naturaleza, expresan la dimensión carismática de la Iglesia:
“En la Iglesia no hay contraste o contraposición entre la dimensión institucional y la
dimensión carismática, de la cual los movimientos son una expresión significativa, porque ambos
son igualmente esenciales para la constitución divina del Pueblo de Dios” 178.
En la vida y la acción evangelizadora de la Iglesia, constatamos que, en el mundo moderno,
debemos responder a nuevas situaciones y necesidades de la vida cristiana. En este contexto, también
los movimientos y nuevas comunidades son una oportunidad para que muchas personas alejadas
puedan tener una experiencia de encuentro vital con Jesucristo y, así, recuperen su identidad
bautismal y su activa participación en la vida de la Iglesia 179. En ellos, “podemos ver la multiforme
presencia y acción santificadora del Espíritu”180.
313. Para aprovechar mejor los carismas y servicios de los movimientos eclesiales en el campo
de la formación de los laicos, deseamos respetar sus carismas y su originalidad, procurando que se
integren más plenamente a la estructura originaria que se da en la diócesis. A la vez, es necesario que
la comunidad diocesana acoja la riqueza espiritual y apostólica de los movimientos. Es verdad que los
movimientos deben mantener su especificidad, pero dentro de una profunda unidad con la Iglesia
particular, no sólo de fe sino de acción. Mientras más se multiplique la riqueza de los carismas, más
están llamados los obispos a ejercer el discernimiento pastoral para favorecer la necesaria integración
de los movimientos en la vida diocesana, apreciando la riqueza de su experiencia comunitaria,
formativa y misionera. Conviene prestar especial acogida y valorización a aquellos movimientos
eclesiales que han pasado ya por el reconocimiento y discernimiento de la Santa Sede, considerados
como dones y bienes para la Iglesia universal.

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6.4.5 Los Seminarios y Casas de formación religiosa
314. En lo que se refiere a la formación de los discípulos y misioneros de Cristo, ocupa un puesto
particular la pastoral vocacional, que acompaña cuidadosamente a todos los que el Señor llama a
servirle a la Iglesia en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el estado laical. La pastoral vocacional,
que es responsabilidad de todo el pueblo de Dios, comienza en la familia y continúa en la comunidad
cristiana, debe dirigirse a los niños y especialmente a los jóvenes para ayudarlos a descubrir el sentido
de la vida y el proyecto que Dios tenga para cada uno, acompañándolos en su proceso de
discernimiento. Plenamente integrada en el ámbito de la pastoral ordinaria, la pastoral vocacional es
fruto de una sólida pastoral de conjunto, en las familias, en la parroquia, en las escuelas católicas y en
las demás instituciones eclesiales. Es necesario intensificar de diversas maneras la oración por las
vocaciones, con la cual también se contribuye a crear una mayor sensibilidad y receptividad ante el
llamado del Señor; así como promover y coordinar diversas iniciativas vocacionales181. Las vocaciones
son don de Dios, por lo tanto, en cada diócesis, no deben faltar especiales oraciones al “Dueño de la
mies”.
315. Ante la escasez, en muchas parte de América Latina y El Caribe, de personas que respondan
a la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada es urgente dar un cuidado especial a la promoción
vocacional, cultivando los ambientes en los que nacen las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada, con la certeza de que Jesús sigue llamando discípulos y misioneros para estar con Él y
para enviarlos a predicar el Reino de Dios. Esta V Conferencia hace un llamado urgente a todos los
cristianos, y especialmente a los jóvenes, para que estén abiertos a una posible llamada de Dios al
sacerdocio o a la vida consagrada; les recuerda que el Señor les dará la gracia necesaria para responder
con decisión y generosidad, a pesar de los problemas generados por una cultura secularizada, centrada
en el consumismo y el placer. A las familias, las invitamos a reconocer la bendición de un hijo llamado
por Dios a esta consagración y a apoyar su decisión y su camino de respuesta vocacional. A los
sacerdotes, les alentamos a dar testimonio de vida feliz, alegría, entusiasmo y santidad en el servicio
del Señor.
316. Un espacio privilegiado, escuela y casa para la formación de discípulos y misioneros, lo
constituyen sin duda los seminarios y las casas de formación. El tiempo de la primera formación es
una etapa donde los futuros presbíteros comparten la vida a ejemplo de la comunidad apostólica en
torno a Cristo Resucitado: oran juntos, celebran una misma liturgia que culmina en la Eucaristía, a
partir de la Palabra de Dios reciben las enseñanzas que van iluminando su mente y moldeando su
corazón para el ejercicio de la caridad fraterna y de la justicia, prestan servicios pastorales
periódicamente a diversas comunidades, preparándose así para vivir una sólida espiritualidad de
comunión con Cristo Pastor y docilidad a la acción del Espíritu, convirtiéndose en signo personal y
atractivo de Cristo en el mundo, según el camino de santidad propio del ministerio sacerdotal182.
317. Reconocemos el esfuerzo de los formadores de los Seminarios. Su testimonio y preparación
son decisivos para el acompañamiento de los seminaristas hacia una madurez afectiva que los haga
aptos para abrazar el celibato sacerdotal y capaces de vivir en comunión con sus hermanos en la
vocación sacerdotal; en este sentido, los cursos de formadores que se han implementado son un medio
eficaz de ayuda a su misión183.

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318. La realidad actual nos exige mayor atención a los proyectos formativos de los Seminarios,
pues los jóvenes son víctimas de la influencia negativa de la cultura postmoderna, especialmente de
los medios de comunicación social, trayendo consigo la fragmentación de la personalidad, la
incapacidad de asumir compromisos definitivos, la ausencia de madurez humana, el debilitamiento
de la identidad espiritual, entre otros, que dificultan el proceso de formación de auténticos discípulos
y misioneros. Por eso, es necesario, antes del ingreso al Seminario, que los formadores y responsables
hagan una esmerada selección que tenga en cuenta el equilibro psicológico de una sana personalidad,
una motivación genuina de amor a Cristo, a la Iglesia, a la vez que capacidad intelectual adecuada a
las exigencias del ministerio en el tiempo actual184.
319. Es necesario un proyecto formativo del Seminario que ofrezca a los seminaristas un
verdadero proceso integral: humano, espiritual, intelectual y pastoral, centrado en Jesucristo Buen
Pastor. Es fundamental que, durante los años de formación, los seminaristas sean auténticos
discípulos, llegando a realizar un verdadero encuentro personal con Jesucristo en la oración con la
Palabra, para que establezcan con Él relaciones de amistad y amor, asegurando un auténtico proceso
de iniciación espiritual, especialmente, en el Período Propedéutico. La espiritualidad que se promueva
deberá responder a la identidad de la propia vocación, sea diocesana o religiosa 185.
320. Se procurará, a lo largo de la formación, desarrollar un amor tierno y filial a María, de
manera que cada formando llegue a tener con ella una espontánea familiaridad, y la “acoja en su casa”
como el discípulo amado. Ella brindará a los sacerdotes fortaleza y esperanza en los momentos
difíciles y los alentará a ser incesantemente discípulos misioneros para el Pueblo de Dios.
321. Se deberá prestar especial atención al proceso de formación humana hacia la madurez, de
tal manera que la vocación al sacerdocio ministerial de los candidatos llegue a ser en cada uno un
proyecto de vida estable y definitivo, en medio de una cultura que exalta lo desechable y lo provisorio.
Dígase lo mismo de la educación hacia la madurez de la afectividad y la sexualidad. Ésta debe llevar a
comprender mejor el significado evangélico del celibato consagrado como valor que configura a
Jesucristo, por tanto, como un estado de amor, fruto del don precioso de la gracia divina, según el
ejemplo de la donación nupcial del Hijo de Dios; a acogerlo como tal con firme decisión, con
magnanimidad y de todo corazón; y a vivirlo con serenidad y fiel perseverancia, con la debida ascesis
en un camino personal y comunitario, como entrega a Dios y a los demás con corazón pleno e
indiviso186.
322. En todo el proceso formativo, el ambiente del Seminario y la pedagogía formativa deberán
cuidar un clima de sana libertad y de responsabilidad personal, evitando crear ambientes artificiales
o itinerarios impuestos. La opción del candidato por la vida y ministerio sacerdotal debe madurar y
apoyarse en motivaciones verdaderas y auténticas, libres y personales. A ello se orienta la disciplina
en las casas de formación. Las experiencias pastorales, discernidas y acompañadas en el proceso
formativo, son sumamente importantes para corroborar la autenticidad de las motivaciones en el
candidato y ayudarle a asumir el ministerio como un verdadero y generoso servicio, en el cual el ser y
el actuar, persona consagrada y ministerio, son realidades inseparables.
323. Al mismo tiempo, el Seminario deberá ofrecer una formación intelectual seria y profunda,
en el campo de la filosofía, de las ciencias humanas y, especialmente, de la teología y la misionología,
a fin de que el futuro sacerdote aprenda a anunciar la fe en toda su integridad, fiel al Magisterio de la

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Iglesia, con atención crítica atento al contexto cultural de nuestro tiempo y a las grandes corrientes de
pensamiento y de conducta que deberá evangelizar. Asimismo, se deberá reforzar el estudio de la
Palabra de Dios en el currículum académico en los diversos campos formativos, procurando que la
Palabra divina no se reduzca sólo a nociones, sino que sea en verdad espíritu y vida que ilumine y
alimente toda la existencia. Por tanto, será necesario contar en cada seminario con el número
suficiente de profesores bien preparados187.
324. Es indispensable confirmar que los candidatos sean capaces de asumir las exigencias de la
vida comunitaria, la cual implica diálogo, capacidad de servicio, humildad, valoración de los carismas
ajenos, disposición a dejarse interpelar por los demás, obediencia al obispo y apertura para crecer en
comunión misionera con los presbíteros, diáconos, religiosos y laicos, sirviendo a la unidad en la
diversidad. La Iglesia necesita sacerdotes y consagrados que nunca pierdan la conciencia de ser
discípulos en comunión.
325. Los jóvenes provenientes de familias pobres o de grupos indígenas requieren una
formación inculturada, es decir, deben recibir la adecuada formación teológica y espiritual para su
futuro ministerio, sin que ello les haga perder sus raíces y, de esta forma, puedan ser evangelizadores
cercanos a sus pueblos y culturas188.
326. Es oportuno señalar la complementariedad entre la formación iniciada en el Seminario y
el proceso formativo, que abarca las diversas etapas de vida del presbítero. Hay que despertar la
conciencia de que la formación sólo termina con la muerte. La formación permanente
“es un deber ante todo para los sacerdotes jóvenes, y ha de tener aquella frecuencia y
programación de encuentros que, a la vez que prolongan la seriedad y solidez de la formación
recibida en el seminario, lleven progresivamente a los jóvenes presbíteros a comprender y vivir la
singular riqueza del “don” de Dios —el sacerdocio— y a desarrollar sus potencialidades y aptitudes
ministeriales, también mediante una inserción cada vez más convencida y responsable en el
presbiterio, y, por tanto, en la comunión y corresponsabilidad con todos los hermanos”189.
Al respecto, se requieren proyectos diocesanos bien articulados y constantemente evaluados.
327. Las casas y centros de formación de la Vida religiosa son también espacios privilegiados
de discipulado y formación de los misioneros y misioneras, según el carisma propio de cada instituto
religioso.
6.4.6 La Educación Católica
328. América Latina y El Caribe viven una particular y delicada emergencia educativa. En
efecto, las nuevas reformas educacionales de nuestro continente, impulsadas para adaptarse a las
nuevas exigencias que se van creando con el cambio global, aparecen centradas prevalentemente en
la adquisición de conocimientos y habilidades, y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya
que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el
mercado. Por otra parte, con frecuencia propician la inclusión de factores contrarios a la vida, a la
familia y a una sana sexualidad. De esta forma, no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su
espíritu religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y acercarse a la felicidad,
ni les ayudan a llevar una vida sobria y adquirir aquellas actitudes, virtudes y costumbres que harán

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estable el hogar que funden, y que los convertirán en constructores solidarios de la paz y del futuro de
la sociedad190.
329. Ante esta situación, fortaleciendo la estrecha colaboración con los padres de familia y
pensando en una educación de calidad a la que tienen derecho, sin distinción, todos los alumnos y
alumnas de nuestros pueblos, es necesario insistir en el auténtico fin de toda escuela. Ella está llamada
a transformarse, ante todo, en lugar privilegiado de formación y promoción integral, mediante la
asimilación sistemática y crítica de la cultura, cosa que logra mediante un encuentro vivo y vital con
el patrimonio cultural. Esto supone que tal encuentro se realice en la escuela en forma de elaboración,
es decir, confrontando e insertando los valores perennes en el contexto actual. En realidad, la cultura,
para ser educativa, debe insertarse en los problemas del tiempo en el que se desarrolla la vida del
joven. De esta manera, las distintas disciplinas han de presentar no sólo un saber por adquirir, sino
también valores por asimilar y verdades por descubrir.
330. Constituye una responsabilidad estricta de la escuela, en cuanto institución educativa,
poner de relieve la dimensión ética y religiosa de la cultura, precisamente con el fin de activar el
dinamismo espiritual del sujeto y ayudarle a alcanzar la libertad ética que presupone y perfecciona a
la psicológica. Pero, no se da libertad ética sino en la confrontación con los valores absolutos de los
cuales depende el sentido y el valor de la vida del hombre. Aun en el ámbito de la educación, se
manifiesta la tendencia a asumir la actualidad como parámetro de los valores, corriendo así el peligro
de responder a aspiraciones transitorias y superficiales, y de perder de vista las exigencias más
profundas del mundo contemporáneo (EC 30). La educación humaniza y personaliza al ser humano
cuando logra que éste desarrolle plenamente su pensamiento y su libertad, haciéndolo fructificar en
hábitos de comprensión y en iniciativas de comunión con la totalidad del orden real. De esta manera,
el ser humano humaniza su mundo, produce cultura, transforma la sociedad y construye la historia191.
6.4.6.1 Los centros educativos católicos
331. La misión primaria de la Iglesia es anunciar el Evangelio de manera tal que garantice la
relación entre fe y vida tanto en la persona individual como en el contexto socio-cultural en que las
personas viven, actúan y se relacionan entre sí. Así, procura
“transformar mediante la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los
modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y el designio de
salvación”192.
332. Cuando hablamos de una educación cristiana, por tanto, entendemos que el maestro educa
hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida
nueva. Hay muchos aspectos en los que se educa y de los que consta el proyecto educativo. Hay muchos
valores, pero estos valores nunca están solos, siempre forman una constelación ordenada explícita o
implícitamente. Si la ordenación tiene como fundamento y término a Cristo, entonces esta educación
está recapitulando todo en Cristo y es una verdadera educación cristiana; si no, puede hablar de Cristo,
pero corre el riesgo de no ser cristiana 193.
333. Se produce, de este modo, una compenetración entre los dos aspectos. Lo cual significa
que no se concibe que se pueda anunciar el Evangelio sin que éste ilumine, infunda aliento y

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esperanza, e inspire soluciones adecuadas a los problemas de la existencia; ni tampoco que pueda
pensarse en una promoción verdadera y plena del ser humano sin abrirlo a Dios y anunciarle a
Jesucristo194.
334. La Iglesia está llamada a promover en sus escuelas una educación centrada en la persona
humana que es capaz de vivir en la comunidad, aportando lo suyo para su bien. Ante el hecho de que
muchos se encuentran excluidos, la Iglesia deberá impulsar una educación de calidad para todos,
formal y no-formal, especialmente para los más pobres. Educación que ofrezca a los niños, a los
jóvenes y a los adultos el encuentro con los valores culturales del propio país, descubriendo o
integrando en ellos la dimensión religiosa y trascendente. Para ello, necesitamos una pastoral de la
educación dinámica y que acompañe los procesos educativos, que sea voz que legitime y salvaguarde
la libertad de educación ante el Estado y el derecho a una educación de calidad de los más desposeídos.
335. De este modo, estamos en condiciones de afirmar que en el proyecto educativo de la
escuela católica, Cristo, el Hombre perfecto, es el fundamento, en quien todos los valores humanos
encuentran su plena realización, y de ahí su unidad. Él revela y promueve el sentido nuevo de la
existencia y la transforma, capacitando al hombre y a la mujer para vivir de manera divina; es decir,
para pensar, querer y actuar según el Evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma de su
vida. Precisamente por la referencia explícita, y compartida por todos los miembros de la comunidad
escolar, a la visión cristiana —aunque sea en grado diverso, y respetando la libertad de conciencia y
religiosa de los no cristianos presentes en ella— la educación es “católica”, ya que los principios
evangélicos se convierten para ella en normas educativas, motivaciones interiores y, al mismo tiempo,
en metas finales. Éste es el carácter específicamente católico de la educación. Jesucristo, pues, eleva
y ennoblece a la persona humana, da valor a su existencia y constituye el perfecto ejemplo de vida. Es
la mejor noticia, propuesta a los jóvenes por los centros de formación católica 195.
336. Por lo tanto, la meta que la escuela católica se propone, respecto de los niños y jóvenes, es
la de conducir al encuentro con Jesucristo vivo, Hijo del Padre, hermano y amigo, Maestro y Pastor
misericordioso, esperanza, camino, verdad y vida, y, así, a la vivencia de la alianza con Dios y con los
hombres. Lo hace, colaborando en la construcción de la personalidad de los alumnos, teniendo a
Cristo como referencia en el plano de la mentalidad y de la vida. Tal referencia, al hacerse
progresivamente explícita e interiorizada, le ayudará a ver la historia como Cristo la ve, a juzgar la
vida como Él lo hace, a elegir y amar como Él, a cultivar la esperanza como Él nos enseña, y a vivir en
Él la comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Por la fecundidad misteriosa de esta referencia, la
persona se construye en unidad existencial, o sea, asume sus responsabilidades y busca el significado
último de su vida. Situada en la Iglesia, comunidad de creyentes, logra con libertad vivir intensamente
la fe, anunciarla y celebrarla con alegría en la realidad de cada día. Como consecuencia, maduran y
resultan connaturales las actitudes humanas que llevan a abrirse sinceramente a la verdad, a respetar
y amar a las personas, a expresar su propia libertad en la donación de sí y en el servicio a los demás
para la transformación de la sociedad.
337. La Escuela católica está llamada a una profunda renovación. Debemos rescatar la
identidad católica de nuestros centros educativos por medio de un impulso misionero valiente y audaz,
de modo que llegue a ser una opción profética plasmada en una pastoral de la educación participativa.
Dichos proyectos deben promover la formación integral de la persona teniendo su fundamento en

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Cristo, con identidad eclesial y cultural, y con excelencia académica. Además, han de generar
solidaridad y caridad con los más pobres. El acompañamiento de los procesos educativos, la
participación en ellos de los padres de familia, y la formación de docentes, son tareas prioritarias de
la pastoral educativa.
338. Se propone que la educación en la fe en las instituciones católicas sea integral y transversal
en todo el currículum, teniendo en cuenta el proceso de formación para encontrar a Cristo y para vivir
como discípulos y misioneros suyos, e insertando en ella verdaderos procesos de iniciación cristiana.
Asimismo, se recomienda que la comunidad educativa, (directivos, maestros, personal administrativo,
alumnos, padres de familia, etc.) en cuanto auténtica comunidad eclesial y centro de evangelización,
asuma su rol de formadora de discípulos y misioneros en todos sus estamentos. Que, desde allí, en
comunión con la comunidad cristiana, que es su matriz, promueva un servicio pastoral en el sector en
que se inserta, especialmente de los jóvenes, la familia, la catequesis y promoción humana de los más
pobres. Estos objetivos son esenciales en los procesos de admisión de alumnos, sus familias y la
contratación de los docentes.
339. Un principio irrenunciable para la Iglesia es la libertad de enseñanza. El amplio ejercicio
del derecho a la educación, reclama a su vez, como condición para su auténtica realización, la plena
libertad de que debe gozar toda persona para elegir la educación de sus hijos que consideren más
conforme a los valores que ellos más estiman y que consideran indispensables. Por el hecho de
haberles dado la vida, los padres asumieron la responsabilidad de ofrecer a sus hijos condiciones
favorables para su crecimiento y la grave obligación de educarlos. La sociedad ha de reconocerlos
como los primeros y principales educadores. El deber de la educación familiar, como primera escuela
de virtudes sociales, es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Este
principio es irrenunciable196.
340. Este intransferible derecho, que implica una obligación y que expresa la libertad de la
familia en el ámbito de la educación, por su significado y alcance, ha de ser decididamente garantizado
por el Estado. Por esta razón, el poder público, al que compete la protección y la defensa de las
libertades de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe distribuir las ayudas públicas
—que provienen de los impuestos de todos los ciudadanos— de tal manera que la totalidad de los
padres, al margen de su condición social, pueda escoger, según su conciencia, en medio de una
pluralidad de proyectos educativos, las escuelas adecuadas para sus hijos. Ese es el valor fundamental
y la naturaleza jurídica que fundamenta la subvención escolar. Por lo tanto, a ningún sector
educacional, ni siquiera al propio Estado, se le puede otorgar la facultad de concederse el privilegio y
la exclusividad de la educación de los más pobres, sin menoscabar con ello importantes derechos. De
este modo, se promueven derechos naturales de la persona humana, la convivencia pacífica de los
ciudadanos y el progreso de todos.
6.4.6.2 Las universidades y centros superiores de educación católica
341. Según su propia naturaleza, la Universidad Católica presta una importante ayuda a la
Iglesia en su misión evangelizadora. Se trata de un vital testimonio de orden institucional de Cristo y
su mensaje, tan necesario e importante para las culturas impregnadas por el secularismo. Las
actividades fundamentales de una universidad católica deberán vincularse y armonizarse con la
misión evangelizadora de la Iglesia. Se llevan a cabo a través de una investigación realizada a la luz del

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mensaje cristiano, que ponga los nuevos descubrimientos humanos al servicio de las personas y de la
sociedad. Así, ofrece una formación dada en un contexto de fe, que prepare personas capaces de un
juicio racional y crítico, conscientes de la dignidad trascendental de la persona humana. Esto implica
una formación profesional que comprenda los valores éticos y la dimensión de servicio a las personas
y a la sociedad; el diálogo con la cultura, que favorezca una mejor comprensión y transmisión de la fe;
la investigación teológica que ayude a la fe a expresarse en lenguaje significativo para estos tiempos.
La Iglesia, porque es cada vez más consciente de su misión salvífica en este mundo, quiere sentir estos
centros cercanos a sí misma, y desea tenerlos presentes y operantes en la difusión del mensaje
auténtico de Cristo197.
342. Las universidades católicas, por consiguiente, habrán de desarrollar con fidelidad su
especificidad cristiana, ya que poseen responsabilidades evangélicas que instituciones de otro tipo no
están obligadas a realizar. Entre ellas se encuentra, sobre todo, el diálogo fe y razón, fe y cultura, y la
formación de profesores, alumnos y personal administrativo a través de la Doctrina Social y Moral de
la Iglesia, para que sean capaces de compromiso solidario con la dignidad humana y solidario con la
comunidad, y de mostrar proféticamente la novedad que representa el cristianismo en la vida de las
sociedades latinoamericanas y caribeñas. Para ello, es indispensable que se cuide el perfil humano,
académico y cristiano de quienes son los principales responsables de la investigación y docencia.
343. Es necesaria una pastoral universitaria que acompañe la vida y el caminar de todos los
miembros de la comunidad universitaria, promoviendo un encuentro personal y comprometido con
Jesucristo, y múltiples iniciativas solidarias y misioneras. También debe procurarse una presencia
cercana y dialogante con miembros de otras universidades públicas y centros de estudio.
344. En las últimas décadas, en América Latina y El Caribe, observamos el surgimiento de
diversos Institutos de Teología y Pastoral orientados a la formación y actualización de agentes de
pastoral. En este camino, se ha logrado crear espacios de diálogo, discusión y búsqueda de respuestas
adecuadas a los enormes desafíos que enfrenta la evangelización en el Continente. Asimismo, se han
podido formar innumerables líderes al servicio de las Iglesias particulares.
345. Invitamos a valorar la rica reflexión postconciliar de la Iglesia presente en América Latina
y El Caribe, así como la reflexión filosófica, teológica y pastoral de nuestras Iglesias y de sus centros
de formación e investigación, a fin de fortalecer nuestra propia identidad, desarrollar la creatividad
pastoral y potenciar lo nuestro. Es necesario fomentar el estudio y la investigación teológica y pastoral
de cara a los desafíos de la nueva realidad social, plural, diferenciada y globalizada, buscando nuevas
respuestas que den sustento a la fe y vivencia del discipulado de los agentes de pastoral. Sugerimos
también una mayor utilización de los servicios que ofrecen los institutos de formación teológica
pastoral existentes, promoviendo el diálogo entre los mismos y destinar más recursos y esfuerzos
conjuntos en la formación de laicos y laicas.
346. Esta V Conferencia agradece el invaluable servicio que las diversas instituciones de
educación católica prestan en la promoción humana y de evangelización de las nuevas generaciones,
como su aporte a la cultura de nuestros pueblos, y alienta a las diócesis, congregaciones religiosas y
organizaciones de laicos católicos que mantienen escuelas, universidades, institutos de educación
superior y de capacitación no formal, a proseguir incansablemente en su abnegada e insustituible
misión apostólica.

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