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Se deduce de su vida y de su obra que quienes lo trataron de cerca hallaron un
hombre excepcional, puesto que era un indio que hablaba claro y que, llegada la
ocasión frente a las autoridades se comportaba con orgullo; así venció trabas
que de otro modo habría sido insalvables. Mezclando iras e ironías allanó las
limitaciones de la sociedad colonial contra la raza explotada.
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Curioso de todos los conocimientos, jamás llegó a vertebrar su saber histórico,
en especial sobre asuntos occidentales, sus informaciones son muy incompletas.
Por estos vacíos yerra con frecuencia en el detalle, aunque casi nunca en las
apreciaciones generales. Limitado a una visión andina por su inicial cultura
aborigen, ni siquiera pudo aprender bien el castellano. Pero no se amedrentó
por estas deficiencias. Se percibe que le importaba el fondo y no la forma en las
páginas que tan penosamente escribía. Prefirió hacer perdurable el recuerdo de
lo indio sin penetrar en la minuciosidad de la historia hispánica del Perú. Tomó
partido en lo social, bregando por la justicia más que por la aplicación de las
leyes. Asimismo, más que católico puede considerársele un fanático eticista
cristiano y por encima de todo destaca como artista, con un arte libre y
comprometido a la vez, puesto que jamás abandonó su lucha “por los pobres”.
Guaman Poma fue tenaz para la brega social tuvo al principio algunos
seguidores, quijotescos como él. Luego quedaría sólo, sin que tal situación lo
arredrase. Esta pugnacidad rebelde ‐rara en un quechua de aquel tiempo de
catástrofe, de desestructuración‐ le ganó enemigos que acabaron arruinándolo;
y él, que había soñado en un gobierno mundial que su hijo podría conducir,
acabó mendigando, anciano ya. Para entonces ya ni su hijo lo acompañaba.
EL CRONISTA DIBUJANTE
A lo largo de su vida había escrito un enorme libro, la Nueva Corónica y Buen
Gobierno, con más de mil páginas y cientos de láminas; lo acabó poco antes de
fallecer en un rincón cordillerano cualquiera.
Como pequeño aristócrata arruinado, hizo de todo. Además de silencioso
cronista de su tiempo, Guaman Poma fue cacique, teniente de Corregidor,
intérprete, escribiente, pequeño rentista, dibujante, ayudante de visitador,
monaguillo, vagabundo, administrador de ayllu y extirpador de idolatrías. En
Lima, un tiempo anduvo de mendigo en los peores barrios, ya viejo. En medio
de estas actividades asomó como precoz sociólogo y como hombre movido por
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una curiosidad etnológica insólita en su tiempo. Consta que leyó algunas
crónicas y que cuando menos hojeó ciertas obras europeas y hacía cosas
increíbles para la época y el medio: pintaba desnudos, hablaba con los indios
ancianos hasta el amanecer en torno a los tiempos idos, citaba en quechua a
sabios griegos y judíos; también se adentró en el conocimiento de la brujería,
aprendía dialectos aborígenes, arremetía contra los corregidores, usaba un
vocabulario picante y atacaba encomenderos y funcionarios de toda laya. Ni a
los frailes perdonaba yerros o deslices. Denunciaba tropelías doquiera, dejando
a veces escrita constancia de los sucesos. Su obra resultó a sí, esencialmente, una
denuncia y una recopilación de las desgracias propias y de las de su pueblo,
que él sufrió de cerca, por vivir con los de abajo en variados momentos de su
vida trashumante.
Por eso creía que su manuscrito “a unos arrancará la lágrimas; a otros dará risa; a
otros hará prorrumpir en maldiciones; estos lo encomendarán a Dios; aquellos de
despecho querrán destrozarlo; unos pocos querrán tenerlo entre las manos”. Vanidad le
sobró, pero no se equivocaba, puesto que el tono de su libro es irritante y da
varios dibujos debieron parecer hasta heréticos. Además, si escribir era rarísimo
en un indio de aquel tiempo, mucho debió llamar la atención a sus
contemporáneos es que escribiese sobre los padecimientos del pueblo. Crecían
el asombro y la ira cuando ese indio ‐al cual muchos calificarían de insolente‐
anunciaba que, gracias a su obra, el Rey Felipe tendría que recibirlo algún día
en la Corte de España. Afirmaba que el Rey habría de nombrarlo como
consejero imperial, para salvar a los sus indios y seguramente así lo estimó.
Ese era su sueño, pero en realidad llevó siempre una existencia pobre y errática,
hasta la senectud, vida no tan versátil que bien pudo aprender una canción
pastoril el mismo día en que reclamaba airado por injusticias cometidas con
mitayos o esclavos. Carecía de influencia como para remediar lo que veía, más
no le importaba. Era un visionario. A pie o a caballo, ansioso de saberlo todo y
en afán de buen componedor gustó de acercarse a minas y obrajes, observando
escenas de miseria humana que luego dibujaba en cualquier vuelta del camino.
Conoció todos los ambientes y cierta vez hasta pernoctó con bandoleros en una
cueva. Incansable viajero (él mismo se dibujó viajando), mucho del códice debió
ser escrito a la luz de un candil, en chozas y establos, cuando no sobre montura
de una bestia, durante inevitables pascanas entre las cordilleras; y también en el
arrabal limeño donde pasó algunos meses de su vejez.
Tiempo éste que pasó dando término a su manuscrito y aguardando en vano
que el Virrey lo recibiese. Desengañado de la interminable espera, casi ciego,
cargando a cuestas miseria y ancianidad, dejó entonces la opulenta capital del
virreinato, rumbo a los Andes. Desde entonces poco se conoce de su peregrinaje
y nada de su final.
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Las más amargas meditaciones lo agobiaron, sin duda, en los días postreros de
su existencia. No era para menos; se preciaba de ser descendiente de preclaros
linajes andinos y se veía en la más cruel inopia. En esos trances finales de su
vida tendría que recordar los viejos sueños que acarició de joven; debió también
reparar en la inutilidad de su cruzada a favor de los indios pobres. Lo más que
de ellos logró fue lágrimas, como las que vio en los ojos campesinos el día en
que fue expulsado del pueblo de Chiara, tras arrebatársele sus últimas
propiedades. Esa vez fue acusado de “lázaro”, esto es, de vagabundo. Todo lo
había perdido en aras de vivir como se lo había propuesto; y “no había
remedio”, como acostumbraba decir y escribir; menos en aquel final de su vida,
“cansado muy pobre y que no tenía un grano de mays ni cosa alguna de aber andado
tantos años en el mundo”.
De su existencia atormentada se recoge la impresión que quiso cumplir un
destino, un apostolado. Como todo visionario, tenía obsesiones. Anheló una
utopía como remedio para los males del Perú; se empeñó así en la búsqueda de
un ideal irrealizable de equidad encuadrado en el gusto de los más selectos
espíritus de la época. Exigió justicia para los indios y vio una oposición de
remedio en la posibilidad de separarlos de los españoles, criollos, mestizos y
negros que actuaban casi siempre como enemigos. Pero no era un racista
absoluto. Aparte de que sus iras contra quienes destruían y degradaban a su
pueblo resultan explicables muchos de sus epítetos peores están dirigidos
contra los indios caciques, a quienes certeramente vio como cómplices del
cautiverio de la raza vencida.
Guaman Poma, había nacido de noble estirpe provinciana en plena conquista
española, murió octogenario, en la miseria, allá por el año 1615, en algún
villorio andino, abandonado aún por sus hijos y soñando en una reivindicación
de su persona y de su raza.
Artista cautivante y polígrafo precursor de varias ciencias, mitigó quizá sus
pesares el conservar hasta la muerte una invencible fe en su destino y la
vocación de auténtico creador que lo llevó a dibujar hasta en los postreros días
de tan azarosa existencia.
HOMBRE MODERNO
Por su desasosiego social, por sus inquietudes que parecen modernas, Guaman
Poma se diferencia radicalmente de los demás indios y mestizos cultos de aquel
tiempo. Difiere nuestro Guaman Poma del indio Titu Cusi Yupanqui, héroe
cuzqueño y narrador de la epopeya de su padre Manco Inca, pero que desde su
sitial aristocrático no dedicó ni una línea a sus vasallos, los oprimidos indígenas
coloniales. Distinto es también Guaman Poma de otro indio, Santa Cruz
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Pachacuti Yanqui Salcamaygua, notable cronista aborigen, absorbido por los
ritos y luchas de los antiguos reyes del Cuzco. Va también Guaman Poma
mucho más lejos que mestizos como Cristóbal de Molina ‐envuelto en la
descripción de los mitos del incario‐ y que Francisco de Ávila, abocado a las
leyendas de algunos parajes andinos. Guaman Poma también está muchos más
allá que el mestizo Blas Valera, dueño de tantos recuerdos pretéritos, pero sin
vibración social visible; y por último, la posición de Guaman Poma es muy
distinta a la del cultísimo cronista criollo Alonso Ramos Gavilán. De todos
difiere, en suma; salvo, curiosamente, del fraile limeño, criollo, Buenaventura
de Salinas y Córdoba, quién, además, es un tanto posterior.
Pero de quien más diverge Guaman Poma es del mestizo Garcilaso, el más
importante de los peruanos nuevos de su tiempo. La beligerancia del cronista
indio contra la injusticia colonial contrasta con la general tolerancia garcilacista
frente al sistema virreinal, por que, aún cuando cantor del Incario, al mestizo le
fue indiferente la suerte del pueblo indio. A diferencia de la obra del indio,
cuando Garcilaso se ocupa de la Colonia ‐cientos de páginas‐ lo hace para
extasiarte en la narración de las guerras civiles españolas del Perú.
El mundo de Garcilaso fue el de las clases dominantes del Perú transicional,
esferas sociales españolas: criollas, mestizas o indias, esto es de los caciques
ricos, de los mestizos encumbrados como él, de los ya actuantes criollos y,
naturalmente, de los españoles, de los de aquí y de los de allá. Por eso Garcilaso
acepta y elogia la mita, el tributo y la encomienda, pilares del orden hispánico
en los Andes, en América, como resulta fácilmente apreciable de la lectura del
capítulo vigésimo del libro tercero de la segunda parte de los Comentarios Reales,
llamada también Historia General del Perú. Y en lo tocante a la encomienda,
Garci1aso manifestó una actitud feudalizante, bregando por su perpetuidad,
colocándose en la posición más conservadora de todas cuantas existían.
Garcilaso, hijo de un triunfante conquistador, el cruel Capitán Garcilaso de la
Vega, Corregidor del Cuzco ‐nada menos‐ y hombre de los más ricos del
continente, no pudo librarse de esa herencia espiritual, aunque
económicamente casi nada le tocase; tampoco pudo librarse de la otra herencia
aristocrática, la de la madre palla, princesa inca, mujer ligada a las más altas
esferas sociales del mundo aborigen que se derruía.
En su postura clasista Garcilaso ‐siempre con su brillante prosa‐ llegó a criticar
las Leyes Nuevas de 1542, que habían sido dictadas precisamente para
favorecer a las mayorías aborígenes y censuró al Virrey Blasco Núñez Vela por
tratar de aplicarlas y a Bartolomé de las Casas por sustentarlas. El gran escritor
aristócrata mestizo ‐que vio con apasionada simpatía la rebelión de Gonzalo
Pizarro, que era la sublevación de los encomenderos del Perú‐ llegó al extremo,
cierta vez, de criticar hasta la libertad concedida por Nuñez Vela a trescientos
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esclavos indios peruanos, diciendo que fue medida dictada “contra la voluntad de
los mismos indios y sus dueños”.
Estas posiciones ideológicas ‐constantes en el capítulo segundo, libro cuarto y
vigésimo, libro tercero de la obra mencionada, ponen a Garcilaso en posición ‐
diametralmente opuesta a Guaman Poma, el indio que solitariamente bregaba
por cambios sociales integrales. Garcilaso estuvo con la mayoría de indios y
mestizos cultos de su tiempo, dentro de la cultura dominante impuesta por los
españoles. Guaman Poma no. En Garcilaso apenas existe un breve párrafo con
destellos de piedad por los indios pobres, cuando afirma del Perú que “con ser
la tierra tan rica de oro y plata y piedras preciosas, los naturales de ella son la gente más
pobre y mísera que hay en el universo”. En Guaman Poma su clamor por los
desdichados es una constante, un clamor sin tregua deviene su pugnacidad en
“favorecer a los pobres de Jesucristo” (folio 523).
Fácil resulta verificar el radicalismo de Guaman Poma, a pesar de su
complicada manera de expresar las cosas, de su pésimo castellano, de su
alambicamiento y hasta de su propio desorden mental, explicable éste último
por el desorden generalizado que vivía y sufría su pueblo. Tratar de sus
opiniones demandaría un libro especial; tomemos apenas una institución, tal
vez la más vital, la encomienda.
El indio cronista Guaman Poma ve en el encomendero un gran propietario de
tierras, rebaños, siervos, minas y otros bienes. Es este un hecho de suma
trascendencia: constituye una visión aborigen de la encomienda. Denuncia sin
tregua los abusos y crueldades que el encomendero ejecuta. Con toda evidencia,
para él un encomendero es un señor feudal. Y de los de horca y cuchillo.
Habla de los encomenderos como personas que poseen tierras dentro de
comarcas indias. Se refiere así a “los dichos encomenderos y vecinos y otras
personas que tienen estancias de ganados y sementeras, obrajes, trapiches,
estancias, ingenios, minas” (folio 553). Dos páginas después (folio 555) expresa
que los españoles han establecido para los indios plebeyos la obligación de
trabajar gratuitamente para esos nuevos dueños del país en sus “estancias y
huertas y en obrajes y en ingenios, estancias de sementeras o de ganados”. De
hecho, los encomenderos aparecen en su libro como grandes propietarios de
tierras de todo tipo oponiéndose así a tesis antiguas y contemporáneas. En otro
lado, apunta que “los encomenderos” hacen mucho daño a la gente
menesterosa.
En el folio 553 Guaman Poma incide en que estos señores españoles y criollos se
comportan casi como asaltantes de los bienes de curacas y plebeyos indios. A
causa de permanentes agresiones: pierden los indígenas “su casa y pueblo... sus
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sementeras y casa y hasta las gallinas y conejos”. De otra parte, denuncia que los
encomenderos no pagan jornales de ningún tipo a sus trabajadores. Que exigen
a los pueblos mujeres y siervos domésticos. Por último, hasta se hacen conducir
en andas, con música y escolta (folio 554). En el 555, acusa directamente la
usurpación de tierras ayllales: los encomenderos “se reservan bienes de la
comunidad”. En tales condiciones, no extraña que en una de sus láminas igual al
encomendero con una fiera, con el puma. No parece demás recordar que, en tal
dibujo, al lado del puma encomendero, luce un corregidor, que está
caricaturizado como serpiente y un cura doctrinero que es presentado a modo
de zorro. El cacique, en ese significativo cuadro, es un ratón: prueba todo ello
del buen juicio de nuestro indio; de la sensatez que a menudo lo caracterizó.
En efecto, ajeno a un racismo elemental, Guaman Poma recalca a lo largo de su
libro que los caciques son durísimos con los indios y que los explotan sin
misericordia. Repite, como otros informantes de aquel tiempo, que a menudo el
encomendero y el cacique se unían frente a los indios plebeyos. No es el único
en sostener que los españoles, para dominar mejor a los campesinos, se valían
de sus propios curacas, pero da buenos datos. Registra por otro lado que los
españoles “envían a pedir a los pueblos regalos a los caciques principales”. Los
caciques cumplían con enviar esos presentes a los encomenderos, pero era,
según la denuncia de Guaman Poma “a la costa de los pobres” (555). También,
por cierto, trae noticia sobre caciques que se resistieron a la presión de los
encomenderos; inclusive proporciona varios nombres de jefes aborígenes
perseguidos o muertos por los españoles. Una de sus láminas muestra un
curaca ahorcado por desacato (557); aspecto importante éste del mundo jurídico
virreinal, pues, en testimonio escrito y aun gráfico revela que el encomendero,
al modo de los viejos señores feudales, aplicaba justicia; y lo hacía hasta el
grado de caciques, con una lógica secuela de excesos y abusos. Otros son
enviados al cepo.
Los españoles aparecen robando a los indios “sus haciendas y casas solares y
sementeras estancias” (533). El trabajo gratuito “sin pagar y hacía trabajar (533)
es denunciado. Para conjurar tantos males Guaman Poma demanda al Rey que
las chacras y rebaños usurpados “se lo quite y aplique a la comunidad de los indios,
por que reciben grandes daños”. Demandaba pues una restitución de bienes a los
antiguos propietarios. Formula igualmente la petición de que “los vecinos
(españoles y criollos) y sus hijos y hermanos no puedan tener sementera ni ganado en
los indios... por los daños que resultan”. Sus ataques son directos y busca separar a
los españoles y criollos de los villorrios y pueblos indios.
En el folio 449, apunta unas líneas sobre el modo de vida de los encomenderos:
“juegan y tienen mucha fiesta y banquete y visten de seda y gastan muy largamente”.
A renglón seguido, nos da la fuente económica de esas diversiones: “no les
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cuesta su trabajo ni sudor, sino lo pide a los pobres indios... y no le duele como es trabajo
de indios”. El encomendero ‐así lo remarcará después‐ no se preocupa del alma
del indio; sólo se acuerda de él para hacerlo trabajar. En su opinión “el
encomendero haciendo mal y daño a los pobres” (498) pasaba la vida. Luego
amparándose en su experiencia de manda (folio 450) que los cargos sólo se
otorguen a “hombres pobres y caballeros”. Incluso tras criticar a los ricos llega a
firmar que “conviene que los pobres coman más que los ricos”. “Que todos coman”
escribe poco después en un alarde humanista, perdonando a los poderosos.
Tal como lo sostuvimos al empezar, Guaman Poma creía que las desgracias del
Perú podían conjurarse mediante una buena administración de justicia.
Reclamó el cumplimiento de la ley y la dación de nuevas disposiciones. Pedía
por ello al Rey que todos “chicos y grandes todos tengan mandamiento de sus
haciendas y chacras y acequias y corrales y huertas y estancias para que no se les
engañen” (556). Demanda también que mejoren “los escribanos de cabildo” y que
den fe “con testigos”.Quería en fin, nuestro indio, mejorar el estado del Reino y
habló con claridad.
Naturalmente, el manuscrito al llegar a España debió ser enviado a uno de los
tantos anaqueles del Consejo de Indias y estuvo dando tumbos por Europa
hasta que lo halló, en Copenhague, Richard Pietschman, recién en este siglo; y
los encomenderos y sus descendientes continuaron usufructuando sin tasa ni
medida.
Parecidos conceptos podríamos extraer del infolio de Guaman Poma, alrededor
de las instituciones españolas y sobre personajes concretos. Y es esta
rotundidad, esta denuncia frontal lo que lo separa ‐cómo apuntáramos‐ de los
demás escritores peruanos de su tiempo.
Pero cuanto se ha dicho no desmerece a Titu Cusi Yupanqui, o a Pachacuti
Yamqui Salcamaygua, o a Blas Valera o a Garci1aso. Lo dicho sólo amerita a
Guaman Poma. Los demás actuaban y pensaban dentro de los moldes vigentes
en su época, herederos de sociedades despóticas, sujetos a una tutela
deshumanizada después. La carencia de preocupación por los problemas
sociales en tan preclaros personajes derivaba del desconocimiento de la realidad
porque para entonces numerosos pensadores ‐Las Casas entre ellos‐ habían
luchado por la causa de los indios pobres. La indiferencia ‐si tal puede llamarse‐
era solamente el resultado natural del nacimiento de la cultura colonial
dominante como confluencia de grupos superiores. Sería insólito en verdad que
Titu Cusi Yupanqui, que se sentía descendiente del Sol aún en su refugio de
Vilcabamba, se preocupase por los plebeyos quechuas al modo como solo
podían hacerlo los herederos del humanismo europeo largamente cultivado a lo
largo de milenios de civilización; Titu Cusi Yupanqui, rey, héroe y cronista, solo
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podía entender al mundo en la vía en que lo comprendieron su padre Manco
Inca y su abuelo Huaina Capac. Parecidas deducciones podrían efectuarse en
torno a los de más citados.
En otras palabras, el desdén por las clases inferiores indígenas en esa segunda
mitad del siglo XVI fue resultado de la conjunción de dos sociedades netamente
señoriales: la incásica y la hispánica, ambas de recia fibra aristocrática. Los de
abajo, los indios pobres, quedaron marginados, tanto frente a los encomenderos
como frente a los caciques y a los mestizos ricos. De ellos sólo Guaman Poma se
acordó.
Al respecto conviene acotar que hacia la época en que Guaman Poma escribía y
dibujaba, en poco se diferenciaban caciques y encomenderos respecto a la
conveniencia de mantener a los indios plebeyos en sujeción. Encomenderos y
caciques, desde arriba, irradiaron su acción y sus ideas lo más ampliamente que
les fue posible. Los grupos sociales medios fueron asimilados a tal pensar y
sentir contra los más pobres. Era la ideología de una etapa histórica nueva y
sólo un puñado de seres realmente superiores trató de resistir el régimen
impuesto por la conquista castellana. La inutilidad de su empeño no merma
ante lo magnánimo de la misión; diríamos más bien que la acrecienta.
La causa del olvido casi total de la existencia y de la explotación de los indios
pobres también habría que rastrearla en el demoledor impacto que causaron las
guerras de la conquista (1532 ‐1544). La agresión occidental no solo exterminó a
los ejércitos cuzqueños y de otras naciones aborígenes peruanas. Paralelamente
el conquistador español liquidó la mejor parte de las noblezas nativas, esto es
aniquiló a los guerreros que resistieron y paralelamente a los depositarios de las
culturas tradicionales. El exterminio fue particularmente violento en las capas
de la aristocracia cuzqueña. Con los guerreros cayeron casi todos los sabios
amautas y los quipucamayos. Escasos poetas haravicus quedaron vivos.
Las colectividades aborígenes, con frecuencia se vieron sin leales representantes
y la mayor parte de los sacerdotes indígenas de cien cultos, distintos acabaron
quemados. Con todo esto se mermaron gravemente las opciones de resistencia
espiritual de los peruanos transicionales de esos mediados del siglo XVI.
Mientras tanto el Cristianismo y todas las demás formas culturales europeas se
extendían en diversos grados con rapidez y violencia, entre todos los indios y
marcadamente en el seno de los nacidos después de la conquista castellana.
Todos ellos sufrieron la desintegración del viejo Perú Inca y el esplendente
ascenso de un nuevo poder, el virreyna1 neoperuano, rama del más poderoso
Imperio de su época.
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El propio Guaman Poma fue fruto de aquel caos: era cristiano hasta la médu1a,
sabía castellano y conocía algo de las leyes españolas. Pero lo que lo diferencia
es que trató de volcar los valores occidentales contra quienes oprimieron a su
pueblo; fue sin duda un precursor de lo que pasó en el Perú y el resto del
mundo de África, Asia y América durante los siglos XIX y XX. El que
reaccionase contra las vigorosas corrientes dominantes agiganta su figura, pero
tan desigual contienda, casi solitaria, nada podía en medio de aquel cataclismo
social. De allí emanaba su desesperación y se explica por ello el constante
estribillo “y no hay remedio” que enmarca su obra, en sus capítulos finales.
No había remedio, en verdad, desde un ángulo como el anhelado por Guaman
Poma, dado que tras la conquista castellana, se hizo el caos en las concepciones
de los vencidos; en él mismo. Esto pasó entre los indios que sufrieron la
agresión europea y lo propio habría de ocurrir con los mestizos, con la primera
generación de los nuevos peruanos, hombres que portaban ya sangre española.
Todos estos ‐con su indecisión cultural y social‐ agravaron el desorden
existente, mientras en los indios e indias caían desintegradas convicciones de
toda naturaleza. Se derrumbaban antiquísimos cultos, aflorando concepciones
que eran frutos de mezclas con las costumbres e ideas de los invasores.
Sobrevino así una turbulenta hibridación. El mundo inca ‐por brillante que
hubiese sido en su clásico esplendor‐ no pudo resistir la agresión de un pueblo
mucho más desarrollado. Nada podía el quipu contra la imprenta, como tan
poco la honda había podido vencer al arcabuz. Menos logró el sencillo
panteísmo andino frente a la intrincada organización y complejos dogmas de la
cristiandad. Técnicas más efectivas desintegraron también mucho de lo viejo,
desarticularon el mundo antiguo.
Aparecieron, entre tanto, nuevas formas de pensamiento peruano. Las propias
de aquellos a los cuales podríamos denominar “peruanos nuevos”. Aquel era el
modo de pensar, y sentir de los esclavos miles de criollos y luego la de los miles
de negros nacidos en el Perú (sobre todo en la costa, negros criollos por tanto);
modos de sentir y pensar que surgían al lado de los propios de los numerosos
mestizos, zambos y mulatos que estaban aculturados en diversos grados;
también surgió un modo propio de los indios aculturados, sobre todo en el seno
de la clase caciquil. En fin, toda la vieja concepción inca del mundo se venía
abajo.
A las sangrientas guerras de exterminio que libraron los conquistadores siguió
una era muy diferente, de compenetración y de cierto equilibrio, el cual fue,
además, abonado por rivalidades curacales; pugnas intestinas que los españoles
siempre supieron atizar. Con este trasfondo no extraña la relativa paz social
reinante después del Virrey Toledo, ni que ciertos peruanos nuevos, como el
mulato San Martín de Porres y la criolla Santa Rosa de Lima poco o nada se
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preocupasen por lo indio, no obstante la elevada jerarquía espiritua1 que ellos
ostentaron. Lejos se hallaban de las preocupaciones de un Guaman Poma, para
entonces ya bastante anciano. Mucho más lejos aún se encontraba Guaman
Poma de Amarilis, la poetisa criolla peruana que con inspirados versos cantó a
héroes griegos y conquistadores hispánicos, tal vez sin mirar a los misérrimos al
indios de su Huánuco querido; un Huánuco que ella sólo vio como enclave
ibérico entre comarcas quechuas y no al modo de nuestro indio cronista, para el
cual era asiento de los ilustres Guanoco‐Yarovilcas. Yen cuanto a los audaces
mestizos que trataron de subvertir la de sociedad de aquel tiempo, Guaman
Poma debió reparar en que poco les importaban los padecimientos de los de
abajo: actuaban como hijos de conquistadores, no de ñustas.
En fin, todos estos “peruanos nuevos” (criollos, mestizos, negros, mulatos, tri‐
ginios, y zambos) aún cuando dispares en origen y clase social pertenecían, con
variantes, a la sociedad dominante del Perú Virreinal. A su modo eran
occidentales. Con distintas jerarquías, todos ellos integraron el nuevo Perú
surgido en 1532, que era distinto y antagónico del viejo Perú, al cual Guaman
Poma se aferraba con desesperación porque el cronista indio notaba que la
nueva sociedad peruana iba atrayendo a los quechuas, a los aimaras, a los
puquinas, a los yungas, e iba incorporando cada vez más a los mestizos, que se
multiplicaban sin tregua. Esos mestizos, que paso a paso se iban plegando al
vencedor, envue1tos en la atroz incertidumbre de su doble origen. Lo más
grave es que esos mestizos, al igual que muchos indios, se iban sumando a las
esferas dominantes con desmedro y a veces con desprecio por la filiación
indígena. Se adherían al padre vencedor; dejaban de lado a la madre que
vencida, a menudo violada. A la patria india violada, en cambio, defendía
Guaman Poma con pasión valiéndose de recursos tanto nativos como
españoles.
En este vértigo social Guaman Poma fue hombre dado a su pueblo indio, leal a
su linaje y entregado a la defensa de las clases inferiores. Sentíase con la
obligación de servir a los de abajo. Lo atormentaba la realidad social de
campesinos, mitayos y esclavos y llegó al extremo de hablar y escribir sobre la
necesidad de devolver sus tierras a los indios pobres, como vimos.
Tal preocupación social ‐como vimos‐ separa tajantemente a Guaman Poma de
otros indios y mestizos cultos de su tiempo. Es cierto que consagró su vida a la
historia del pasado, pero simultáneamente quiso cambiar el rumbo de la
historia que vivía. Buscaba sin tregua un remedio al sojuzgamiento de las
colectividades indígenas y negras y se sentía conturbado respecto al porvenir
de los mestizos, mulatos y zambos, por los cuales ‐no obstante‐ jamás sintió
simpatía.
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Toda esta emoción social quedó grabada para siempre en sus dibujos. Era capaz
de volcar sus obsesiones en el arte y estas obsesiones abarcaron casi todo. Por
eso su álbum ‐así lo calificamos‐ deviene imprescindible para la historia social y
económica de la Colonia.
Guaman Poma había nacido en un ayllu, más su visión histórica fue integral o
trató de serlo. No se alejó del país para siempre, como Garci1aso; ni permaneció
en lugares apartados como Titu Cusi, Santa Cruz Pahacuti y los mestizos Ávila
y Mo1ina. Conoció Lima y otras ciudades del floreciente virreinato, pero sin
dejarse cultivar por la influencia hispanizante que irradiaban, ni por la falsa
apariencia de orden y opulencia que podían infundar.
Defendía lo suyo. En tal medida es un precursor de mucho de lo que ahora
defiende lo mejor de la humanidad. Decía así por ejemplo en lo tocante a la
enseñanza “que en este reyno en los pueblos chicos o grandes aiga escuela... y sin falta
sepa leer y escribir los niños, niñas en todo el mundo y más en este reyno” (folio 682).
En aquella época oscurantista del Perú, abogó pues la enseñanza popular para
los seres humanos de todo el planeta; y cuidaba además por lo que después se
llamaría folklore: “no se entrometa ningún juez a inquietarle a los pobres sus trabajos
y fiestecillas y pobreza que hacen cantar y bailar entre ellos” (folio 3.17).
Más que nada lo abrumaba la posibilidad que la nación indígena se extinguiese;
lo exasperaba ese inexorable etnocidio provocado por la sociedad dominante,
secuela de la Conquista, un mal creciente porque las indias concebían cada vez
más mestizos y más zambos, cada día se relacionaban más con españoles, con
criollos y con negros. Disminuían en su tiempo el número de vientres
aborígenes con vástagos de padre indio. “Paren todas mestizos, zambaigos,
cholos, mala casta” maldecía Guaman Poma, a quien la conducta de numerosas
indias ‐explicable en tantos casos‐ bien pudo acentuar la misoginia que a ratos
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advertimos en su obra. La acusación de “putas indias” brota con frecuencia en
ese buen cristiano, componedor de entuertos y fracasado reparador de
“putirías”.
En fin, de todo su libro fluye el desgarramiento terrible sufrido por una
sociedad a horcajadas entre dos mundos y dos épocas, con las llagas y heridas
dejadas por la sujeción española. Tema es de largo tratar; algún día
emprenderemos la tarea de escribir sobre su manuscrito; por ahora veamos sus
grabados.
VALOR DOCUMENTAL DE LOS DIBUJOS
Guaman Poma impregnó la Crónica con su propia vida y por eso aún hoy
ofrece una caleidoscópica visión del mundo de la época: la vida y la muerte, la
guerra y el amor, la piedad y el odio. Como obra de denuncia, marcado énfasis
pone en la feroz dominación ejercida sobre los indios plebeyos por españoles,
criollos, caciques y a veces hasta por los mismos negros.
No se limitó a su época; retrocedió centurias dentro de un notable afán
pasadista, imaginando escenas incas y hasta troglodíticas. Para reconstruirlas
seguía las narraciones de ancianos y observaba restos materiales del más
diverso tipo; muchos de los cuales seguían siendo uso común entre los indios
coloniales.
Sus trescientas noventa y nueve láminas nos muestran vastísima gama de
escenas incásicas, desde festivales agrarios, plenos de laboriosa alegría ‐con los
gritos de haylli triunfal‐, hasta dolidos funerales de curacas casi dioses. En unos
dibujos los ejércitos imperiales incaicos avanzan imponentes y en otros se
contemplan los refinamientos de la corte del Cuzco. Reflejó en láminas
posteriores como acabó aquel mundo, bajo los cascos de la caballería hispánica
y el fuego de las grandes hogueras.
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fina en los caminos. Por eso, en su infolio se hallará chozas, palacios, fortalezas,
tambos, puentes, caminos, arrieros, tumbas de diversas regiones; animales y
plantas; minas y talleres. En fin, describe el mundo social y económico ‐de fines
del XVI, que era el mundo del Incario derrumbándose‐ ante la surgente
sociedad colonial peruana, dentro del Imperio Español: miseria contra riqueza.
Cierto historiador notable, Raúl Porras, dijo que Guaman Poma es monótono.
Nada más errado. Por el contrario, el cronista indio es enciclopédico en su
enfoque; le interesa todo. Por ello resultará del más caro interés histórico
catalogar cuantos objetos aparecen en sus casi cuatrocientas láminas. En torno a
herramientas, muebles, armas e instrumentos cualquier serie tendría
características loables por su riqueza iconográfica. Lo mismo en atuendos. Se ha
identificado más de cien prendas de cabeza, todas distintas, en uso de los
indios: entre cascos, diademas, vinchas, mascapaichas y gorros. Lo dicho sobre
atuendos puede extenderse a múltiples campos. Desde luego, también sería
factible sostener que la colección íntegra de Guaman Poma alcanza utilidad
para contribuir a la reconstrucción de la vida social de la propia España, merced
a la buena tasa de personajes peninsulares que muestran los grabados, con
heterogeneidad de información.
De otro lado, tampoco es cierto que los dibujos sean como los calificó el mismo
historiador de “insoportable repetición”. Por el contrario, la colección de
dibujos del indio cronista constituye una variada secuencia de escenas y
episodios. Hasta los rostros salvo uno que es constante en sus figuras, que es
“impersonal e inexpresivo” como dijo Federico Kauffmann, suelen cambiar de
fisonomía ofreciendo en pocos trazos diversos rasgos anímicos de gentes de
toda condición. Al respecto cabe subrayar que ‐como anota Ernesto Sarmiento‐
“las expresiones fisonómicas han sido obtenidas en toda su veracidad e intensidad con
gran economía de trazos; y no por ser un tanto infantiles son me nos realistas y
penetrantes. El gesto y el tipo étnico son por lo general inequívocos y bien definidos”.
Hemos dicho que, como observador perspicaz, Guaman Poma destaca en la
pintura de todos los ambientes, siendo más fecundo durante sus travesías. Por
tal tesón trashumante es precursor lejano de los cultos viajeros dibujantes del
siglo XIX, como Rugendas, Wiener, Squier y Angrand. Por la vastedad de su
obra, Guaman Poma no soportaría parangón sino con Martínez compañón ‐de a
fines de la Colonia‐ y con el mucho más tardío Pancho Fierro; pero nuestro
artista indio está sobre todos a causa de su honda vocación social y de la
privilegiada posición de haber sido pintor casi exclusivo de toda una época.
Además, como gozó de larga existencia pudo cubrir un lapso muchísimo más
amplio: tal vez vivió ochenta y ocho años y vio los restos del Incario,
sirviéndose además de numerosos objetos y prendas, de todo lo cual se valió
para reconstruir el pasado.
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Asimismo, Guaman Poma nos asombra por poseer intuitivamente nociones que
siglos después habrían de formalizarse. Sus caricaturas a veces se asemejaran a
gérmenes de futuras teorías sociales.
Ejemplos sobran. Verbigracia, cuando meditamos acerca de las modernas ideas
relativas a las causas de la Conquista, nos damos con la sorpresa de que uno de
los más irónicos grabados de Guaman Poma da la respuesta correcta, con la
frase que pronuncia un conquistador. “Este oro comemos”, afirma ese español
contemplando con avidez una fuente llena del precioso metal. “No se hacía nada
‐escribe el cronista‐, sino todo era pensar en oro y plata y riquezas de las indias del Piru
estaban como hombre desesperado tonto loco perdidos el juicio con la codicia”.
Difícil resultará hallar en las crónicas más cultas una mejor interpretación de los
móviles de la invasión hispánica y aún de la expansión europea sobre el
mundo; y a penas sería factible indicar que solamente Colón fue más crudo, al
escribir ciento catorce veces la palabra oro en su diario de navegación, dejando
a Dios relegado con apenas treinta invocaciones.
Por cierto, los apuntes de Guaman Poma suelen ser duros con los
conquistadores. No podía ocurrir de otra manera. El escribía y dibujaba como
indio colonial y más probable como indio a secas. Brindó así una “versión de los
vencidos”, en el estilo estudiado por Miguel León Portilla y de tal vertiente se
confirma que ninguna conquista es suave, ni benigna: De otro lado, Guaman
Poma suele ser también objetivo en su apreciación sobre los medios usados por
los conquistadores cuzqueños belicosos guerreros que habían creado un enorme
Imperio pocos decenios antes de la irrupción de los españoles. Las láminas de
Guaman Poma recogen las recias normas de la guerra incásica, mostrándonos a
sus capitanes sacando ojos, recogiendo cráneos como trofeos a llevando
verdugos antropófagos para castigar a príncipes enemigos, prácticas que,
además, habrían de sufrir muchos conquistadores españoles en las derrotas que
sufrieron frente a los cuzqueños. Prácticas duras que nos llegan también en Titu
Gusi Yupanqui, Murúa y Cieza, con un fondo resonante de tambores fabricados
con pieles humanas y que se golpeaban con las tibias de los jefes aborigenes
vencidos; usos que se cantaban con versos que fragmentariamente recogió
nuestro indio cronista.
Toda esa riqueza documental explica el que sus ilustraciones se encuentren hoy
doquiera. Casi podría afirmarse que no existe libro sobre el antiguo Perú que no
vaya documentando con láminas del cronista dibujante. No por casualidad tres
de los más importantes libros sobre Historia Inca, aparecidos en el extranjero,
llevan carátula tomada de las láminas de Guaman Poma: The Conquest of the
Incas de John Hemming; Les Mécanismes de la conquete colonial: Les conquistadores
de Ruggiero Romano y América Latina: época Colonial de R. Konetzke.
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Aún más, durante los últimos años, centenares de autores han utilizado a
Guaman Poma como fuente de información gráfica. El último caso relevante
seria el de Ann Kendall en su Everyday Life of the Incas (Londres, 1973), libro en
el cual figuran decenas de ilustraciones inspiradas en los grabados del cronista
indio. Digno de mención es también el caso de Loren McIntire en su soberbio
artículo Lost Empire of the Incas, aparecido en la revista National Geographic
(diciembre, 1973), pues el autor y sus asesores gráficos vieron en Guaman Poma
un modelo ideal para su texto. Hasta van Däniken lo ha tomado para sus
novelas de ciencia ficción. Todo se explica por la calidad y valor informativo de
los dibujos.
LAS INFLUENCIAS
Ahora bien ¿recibió Guaman Poma inspiración o modelo de los tiempos
prehispánicos? Nos parece que fundamentalmente recibió acicate. El fue uno de
los primeros indígenas en dedicarse al dibujo y, entre racismos reinantes, sin
duda lo alentó el saber que sus antepasados habían destacado en las artes
pictóricas, al igual que en otras. No pudo conocer las notables creaciones de los
Mochicas ‐maestros del dibujo de los ceramios policromos de la cantarería
Nazca, ni de otras viejas culturas que aun yacían sepultados bajo tierra, en
tumbas, pero seguramente contempló al paso los murales de muchos edificios
costeños pre‐incas, que aun lucían en aceptable estado. Pero lo fundamental en
el estímulo debió ser el ver los restos, quizá tenerlos entre sus manos,
despedazados, de las obras recientes de los Incas, la pintura incaica en madera,
de usos heráldicos y religiosos, las linduras en tela, pues hasta mapas hubo y
estilizaciones geométricas y naturalistas; la difícil pintura en roca, con sus
muestras gigantes en altas montañas que el tiempo y las aguas borrarían; debió
también asomarse frente a algunos tatuajes que curioso vería practicar en medio
de ceremonias brujeriles aún supérstites; pero sobre todo repararía en los
dibujos de la todavía viva cerámica incaica sobre aríbalos y porongos y más que
en nada en los temas que inspiraban los aún misteriosos queros, que tanta
perfección habrían de alcanzar exactamente por los años en que nuestro
cronista iniciaba su culto vagabundaje por los Andes del Perú.
Contra el brillante caudal de la cultura indígena chocó violentamente lo español
a partir de 1532. La violencia de esa colisión lesionó las estructuras incásicas y a
todas las naciones aborígenes que integraban el enorme Imperio de los Incas.
Una de las esferas más afectadas fue la de las Artes y entre ellas las pictóricas.
En combates, incendios y saqueos (que duraron veinticinco años) se produjo la
16
destrucción de casi todas estas creaciones nativas. Entre tanto, se asentaron las
vigorosas corrientes occidentales, influenciando un proceso cultural hasta
entonces originario, que había florecido sin contactos con nada ni con nadie.
Llegaron los ecos del Renacimiento y también el África.
El mundo aborigen, tras el impacto de la agresión hispánica, empezó a
evolucionar mezclándose con aportes europeos y aún africanos. Fue muy
enredado aquel siglo XVI peruano, transicional, con mucho de creativo y más
de destructivo. Surgieron nuevas formas de arte, en pintura como en todo lo
demás.
La rápida fusión ‐gradual y dispar‐ se explica por el hecho que las muestras de
las formas artísticas desconocidas para los nativos peruanos habían empezado a
llegar desde un primer momento a través de la vía religiosa. Ya en una fecha
tan temprana como abril de 1537 contamos con la evidencia de cuadros
cristianos en el Perú. El cronista cuzqueño Titu Cusi Yupanqui (pág. 98) relata
que su padre Manco Inca, al momento de replegarse hacia Vilcabamba para
proseguir la guerra contra España, advirtió a sus vasallos: “… os dirán que
adoréis lo que ellos adoran, que son unos paños pintados los cuales dicen que es
Viracocha y que le adoréis como guaca, el cual no es sino paño; no lo hagáis”. Según
Enrique Marco Dorta, el pintor español Juan Iñigo de Loyola aparece
documentado en el Cuzco desde 1545, por lo menos, además.
Sospechas sobre la nueva pintura surgente pueden darse al tiempo de Toparpa
o Túpac Huallpa, fugaz niño‐rey inca en 1533, bajo la égida de Francisco
Pizarro, ya que existe un cuadro que revela ciertos aires de semejanza con las
líneas de Guaman Poma; cuadro que bien pudo basarse en un boceto apuntado
en la Cajamarca de la Conquista, pero sobre el cual poquísimo se sabe, al igual
que sobre el de otro Rey nativo, Sairi Túpac, pintado según parece cuando sus
tratos con el Virrey Hurtado de Mendoza (Lima, 1558); tela ésta en la cual
Cúneo Vidal ‐biógrafo de los últimos Incas‐ cree notar factura indígena, con
técnicas y modalidades nuevas.
Evidentemente, la irrupción del arte pictórico occidental debió abrir brecha
entre los indios artistas del antiguo Perú. No era sólo cuestión de técnicas
nuevas y de nuevas inspiraciones. Debe también recordarse lo anchuroso de la
influencia a causa del factor cantidad, puesto que merced a las riquezas
acumuladas por las nuevas clases dominantes, los templos y las residencias,
marcadamente las de Cuzco y Lima, se adornaron profusamente con obras
traídas desde España, o que eran pintadas en el país siguiéndose moldes
europeos. Los viejos estilos nativos fueron desapareciendo, sumidos en lo
nuevo y los indios aprendieron pronto cuanto veían y según parece con acierto.
17
Bernabé Cobo escribía que “ejercitan con mucha destreza la pintura” y extiende sus
elogios hacia otras artes (T. II, pág. 15). Lo más notable fue que esos indios
aprendices pronto resultaron geniales y dieron un estilo propio y particular a lo
que Europa había venido.
Fue ese, en efecto, tiempo de violentos cruzamientos de toda naturaleza:
sangres, mitos, cultos, artes, leyes, técnicas, costumbres, creencias. Tratándose
de dibujo y de pintura, podría rastrearse las huellas formativas de Guaman
Poma en varias fuentes, similares a las que culminaron en varias obras
coetáneas y en los célebres paños pintados que el Virrey envió a Felipe II, por la
misma época en que nuestro cronista rrecorría el Perú tomando apuntes y
bocetos para su manuscrito; lienzos aquellos que ya debieron ser bastante
distintos a los elaborados en el tiempo incaico, puesto que ‐como la crónica
atestigua‐ “estaban escritos y pintados en los cuatro paños los bultos de los Incas con
las medallas de sus mujeres y ayllos y en las cenefas la historia de lo que sucedió en
tiempo de cada uno de los Incas”.
En aquel siglo XVI indo‐colonial hubo otras manifestaciones pictóricas, tanto o
más valiosas, que dichos paños. Es el caso de los mencionados queros
transicionales, reflejo de una época formativa peruana; queros cuyas figuras
ornamentales pintadas se asemejan a los perfiles de las ilustraciones de Guaman
Poma.
Por lo dicho, viendo panorámicamente el arte de ese tiempo, resulta
absolutamente valedero concluir ‐que todos aquellos artistas (Guaman Poma,
los desconocidos decoradores de queros, los anónimos pintores de cuadros),
mezclando a su gusto el legado nativo con el hispano, nutrieron en fuentes
culturales parecidas, intercambiando elementos a su gusto.
Con la obra pictórica de Guaman Poma también está vinculada una tela
anónima conocida como La Muerte de Ataohuallpa. A la vista, resalta la similitud
de varios de sus numerosos personajes con los grabados del cronista indio. Los
posibles nexos existentes entre ambas obras han sido analizados por
Mendizábal Losack y a lo que ha dicho Mendizábal cabe sumar un elemento
más para fijar la posible identidad de las vertientes culturales en las cuales
habrían bebido ambos artistas y es que en el cuadro anónimo figura una india
chachapoya como madre de Ataohuallpa, siendo el caso que la crónica de
Guaman Poma es la única en conceder tal filiación al célebre hijo de Huaina
Capac.
Varios son los casos similares que pueden acotarse respecto a orígenes comunes
en el arte de aquel momento de hondas mutaciones. En general, dentro de esta
época, la pintura que mira hacia atrás ‐hacia el pasado indígena‐ fijándolo con
18
todos los recursos y colores usados en Europa constituye un legado muy
importes, escribió M. M. Valle, quien llega a analizar ‐en otro cauce de sus
investigaciones‐ el nexo entre una tablilla que reproduce la aparición de la
Virgen durante el cerco del Cuzco por Manco Inca y la imagen que trazó
Guaman Poma con idéntica inspiración religiosa.
De modo que si bien existió huella ancestral en el arte aborigen peruano de
finales del siglo XVI, para entonces ya se había recibido el vigoroso impacto
occidental, marcadamente en el seno de los grupos superiores nativos, los
caciques. Por lo tanto, indio ya no significaba lo mismo que para las crónicas del
descubrimiento y la conquista del Imperio de los Incas. Lo indio colonial era
algo distinto a lo inca, o a lo huanca, cañari, Chachapoya o Chimú. Esto vale
para Guaman Poma como para todos los demás y se aprecia en los artistas
indígenas de aquella etapa Virreyna1 como adoptaron diversos elementos de
los invasores, tanto técnicos como estéticos empezando por la propia cruz las
letras o el león africano en las ornamentaciones para terminar con el uso de
pinceles y papel. Lo notable fue que a todo, con auténtico genio creador,
supieron dar versión propia y de tanto primor como la importada.
En este caso como en todos los demás se aprecia que era un mundo de intensos
cruces culturales: indios que se occidentalizaban en diversos grados; españoles
y criollos que un poco se aindiaban, en distintos aspectos, corriendo con los
negros un proceso doble de gran hispanización y escasa indigenización, que,
claro, no les impedía mantener mucho de lo propio. De las in f1uencias traídas
por los españoles son rastros curiosos las letras y números que usa Guaman
Poma como adornos en las vestiduras de algunos protagonistas de su álbum. El
capricho puede parecer de suma originalidad estética para nuestros ojos
contemporáneos, más no lo fue tanto para los nativos de aquel tiempo, dado
que esos signos fueron vistos como diminutos dibujos decorativos y la lengua
quechua colonial así lo registró. Importante fue asimismo la influencia directa
del arte religioso en Guaman Poma y otros artistas. Bien ha re cordado
Kauffmann que el propio cronista indio contó como repartía imágenes donde se
encomendasen los indios. Tal actividad, derivada de su posición de cristiano
con verso, debió también inducir a Guaman Poma a reconocer algún influjo de
dichas imágenes y quizá más influencia todavía de los cuadros europeos que
empezaban a afluir a las iglesias peruanas.
Por su lado, Ernesto Sarmiento opina que Guaman Poma “une en su estilo la
tradición del artista didáctico medieval europeo en su pasión por el detalle meticuloso y
la de los mejores dibujantes del antiguo Perú en el nerviosismo y movimiento de la
línea”. Aunque la comparación parezca tal vez un poco distante ‐prosigue
Sarmiento‐, existe una relación entre los dibujos de la Nueva Crónica y la labor,
frecuentemente anónima, de muchos artistas de la Baja Edad Media cuya
19
técnica se perpetuó tanto en España como en el norte de Europa hasta muy
entrado el Renacimiento. Guardando distancias y sin desear establecer
comparaciones, podría decirse que los diseños de la Nueva Crónica se inspiran
en el mismo principio que las numerosas series de la Danza de la Muerte, que
Holbein mismo grabó en pleno movimiento renacentista. En este sentido
Guaman Poma es el continuador tardío y el heredero espiritual y a su modo de
artistas europeos. Otro nexo común es su calidad de moralista que
constantemente conduce a Guaman Poma a representar al indígena como mejor
cristiano que el conquistador hispano.
Sumaremos a lo dicho por Ernesto Sarmiento que aún se está por dilucidar
algunas de las influencias directas sobre la formación artística de Guaman
Poma. Edmundo Guillén publicó hace pocos años en la revista Amaru un dibujo
hallado en Huamanga por el canónigo Prado Tello y que pertenecía a un
manuscrito de Chiara; estaba emborronado por la humedad de una choza
pueblerina, pero la similitud de esta lámina con otro grabado de Guaman Poma
resulta clara, aunque la mano fue distinta en cada caso. Es un rastro a seguirse,
entre otros.
Importante también sería aclarar los nexos entre las representaciones de
Guaman Poma y las que en acuarela insertó el cronista Murúa en su Historia
General del Perú, pues tienen bastante similitud. La necesidad de estudiar el
asunto aumenta a causa del parecido de algunos de los diseños y del hecho que
los dos autores se conocieron y trataron de cerca. Pruebas existen de una
interinf1uencia que va más allá de las ilustraciones y bien podría alcanzar
ciertas partes de sus respectivas crónicas.
Aún cuando Guaman Poma heredó un gran legado cultura1 nativo, sin duda
recibió también la influencia directa de artistas cuyos trabajos bien pudo ver en
distintas ciudades del Perú. En el país ya había hacia aquella época varios
pintores destacados como el mencionado Juan Iñigo de Loyo1a (1545), los Juan
de Illescas, padre e hijo, (mínimo 1575), como Mateo Pérez de Alesio (que tenía
taller en Lima desde 1583, por lo menos) y también Pedro Morón y otros más.
Santangel laboraba en el Cuzco por ese mismo tiempo y Bitti no tardaría en
llegar. Por estas razones no resulta desdeñable la posib1idad del estímulo y de
alguna influencia directa: que por cierto no fue grande.
Al respecto cabe recordar que Guaman Poma escribió su manuscrito en un
lapso muy dilatado y que cuando lo dio por acabado en 1587 aún carecía ‐según
nos parece‐ de los dibujos que después lo adornarían en la versión fina1de 1615,
que contó con muchísimas páginas más y numerosos cambios de texto, por
agregados. No sería extraño que Guaman Poma pensase en dibujar como medio
de compensar su grave deficiencia idiomática; pues seguramente a lo largo de
20
esos años, muchos debieron de burlarse al leer un texto que pretendía estar
escrito en castellano.
Y respecto a la parte decorativa de la crónica cabe por último, plantearse una
pregunta: ¿los dibujos iban a ser coloreados? La respuesta podría ser positiva
atendiendo al gran uso del color en aquel tiempo. Tal vez faltaron recursos
económicos para ese fin, pero en cualquier caso fue una suerte que así ocurriese,
que se quedaran solo en dibujo. Nos parece que habrían perdido gracia y
agilidad si se pintaban.
¿POR QUÉ DIBUJABA?
Varias respuestas dadas a esta pregunta desconocen lo esencial: que dibujaba
por vocación, guiado por innegable afición artística. Sin tal condición humana,
jamás habría podido completar con láminas cuanto faltaba al texto escrito.
Si Guaman Poma pudo aplicar lúcidamente el concepto de que “una imagen vale
por mil palabras” fue por su calidad de artista. No habría bastado que se lo
propusiera; tenía que hacerlo bien. Lo consiguió. Por aquel éxito habría de
consagrarse y quizá la obra sobrevivió hasta nuestros días merced a la simpatía
que sus dibujos pudieron despertar en gentes virreynalicias no muy afectas por
lo general a los documentos sobre indios.
En fin Guaman Poma uti1izó el dibujo con acierto. Gracias a su pluma de artista
el manuscrito alcanzó la dimensión universal que posee.
Pero no se quedó en la mera reproducci6n de escenas. Fue más lejos y una
innata vocación lo conduce a veces a extravagancias como la de modelar
curiosos diseños dibujando con los renglones de la escritura sobre varias de las
páginas de su manuscrito; y consigue agradables efectos triangulares, que, aún
cuando caprichosos, se dejan leer fácilmente y terminan con una rúbrica al
centro de la foja. Otras veces recurre a extraños simbolismos, tal vez
subconcientes, como el de usar figuras de dragones para ornar las letras con las
que escribe “conquistadores”, palabra de tan siniestro recuerdo en la tradición
aborigen. No menos citable sería un caso opuesto; el de la original belleza de las
letras del nombre Manco Capac, fundador del Cuzco. En otras ocasiones, con
un estilo moderno de la publicidad, agiganta las palabras que quiere remarcar.
A veces echa a volar la imaginación al extremo y nos provoca dar razón a
Gamaniel Churata, que en tal forma lo definió: “artista de pulsos surrealistas sin
vennos químicos”. Así sucede al contemplar el cuadro do de su concepción del
infierno desborda cuanto pudo haber oído y leído en la doctrina cristiana. La
entrada de aquel Averno son fauces de puma y entresalen monstruos y
demonios por orejas y hocico; allí se hacinan españoles, indios y negros
21
pecadores, que un diablo empuja usando una antorcha. Tal Su concepción de la
ciudad del infierno en aquel sincero cristiano nuevo, en ese pagano converso de
las aldeas de Lucanas, que esta vez pintó un poco al estilo del mural de Huaro y
de las celdas del padre Salamanca.
En síntesis, Guaman Poma lució como un artista singularmente dotado; lo cual
no extraña puesto que provenía de colectividades aborígenes iletradas que
hallaron en las Artes Plásticas un maravilloso modo de comunicación y de
creación de belleza a lo largo de milenios. Por tanto, nada de extraño tiene que
ese ancestro ‐que era en buena cuenta recuerdo de lo visto en juventud‐
reviviera en la etapa virreynal. En verdad, lo raro no es que dibujase; más bien
resulta raro que Guaman Poma y unos pocos indios más escribieran. Durante
siglos los indios habían pintado, esculpido, tallado, labrado, forjado y bordado.
Jamás habían escrito; y Guaman Poma no hizo otra cosa que mantener una vieja
tradición aborigen, creando belleza y dibujando tal como los indios siempre
habían hecho desde tiempo inmemorial.
Otra prueba del ingenio creativo de Guaman Poma radica que hace hablar a sus
personajes. Los protagonistas ‐cosa de remarcarse‐ hablan en quechua y
castellano. Así ocurre en la serie dedicada a la Conquista y a la Colonia y para
ello, en los diálogos, usa una técnica parecida a la de las historietas de los
modernos “comics”.
Cuando los personajes rezan o piensan, de sus bocas sale algo como nubes, no
muy diferentemente de lo que se ve hoy en las historietas de nuestro tiempo.
Es por toda esta gracia de sus dibujos que nuestro protagonista queda a la
vanguardia de su tiempo. Lejos de su nivel se hallan otros cronistas del XVI o
principios del XVII que también apelaron al recurso de ilustrar sus obras cómo
de Cristóbal de Mena; Pedro Cieza de León, Girolamo Benzoni, Santa Clara,
Alonso Ramos Gavilán, el ya citado Murúa, Luis de Teruel y el tardío Antonio
de Herrera. A todos ellos los aventaja Guaman Poma en lo tocante al número de
láminas; y también en la riqueza informativa que sus trazos proporcionan y en
lo tocante a la originalidad creativa.
En esta etapa transicional que comentamos hubo también dibujos que
acompañaron diversos documentos menores. Garcilaso (hist. Gral., Lib. VI, Cap.
17) cuenta como Francisco de Mendoza, hijo del Virrey, tras un dilatado viaje
por los andes llevó a Lima ‐entre otras cosas‐ “escrito y pintado el cerro de Potosí,
de las minas de plata, y otros cerros y volcanes, valles y honduras”; y que el Virrey
don Antonio lo despachó a España con sus pinturas y relaciones allá por mayo
de 1552.
22
DIBUJOS PARA EL REY Y EL PUEBLO
Casi cuarenta años después de empezar la obra manuscrita, Guaman Poma ‐ya
anciano de mucha edad 1615‐ dirigió una carta a Felipe III remitiéndole su
infolio, misiva en la cual expresó que era un libro “escrito y dibujado de mi mano y
engenio para la variedad de ellas y de las pinturas y la enbinción y dibujo a que Vuestra
Magestad es enclinado haga fazil aquel peso y molestia de una letura falta de enbinción
y de aquel ornamento y polio ystilo que en los grandes ingeniosos se hallan”.
De aquí se deduce que Guaman Poma se sentía mejor dibujante que escritor.
Lamentaba el que las historias recogidas y sus muchas propuestas sociales
pudieran ser desdeñadas o se perdiesen a causa de una pésima sintaxis. Habla,
pues, aplicado al libro su otra vocación, la de dibujante, para que el Rey pudiera
recoger sin fastidio las ideas expuestas; actitud con la cual el cronista revela su
fina cortesanía y agudeza.
Ahora bien, los dibujos fueron sólo fruto del empeño de amenizar el informe al
Rey o el autor quiso también, tal vez sin darse cuenta, reforzar afirmaciones,
complementar cuanto sostenía. Esto último es lo más probable y si bien faltan
láminas para muchos con conceptos importantes, también varias veces los
grabados hablan más que el texto. En todo caso Guaman Poma no erraba en
confiar en que el monarca bien podría ser atraído por las ilustraciones. Por ese
medio proyectó llamar su atención sobre las desgracias de los indios del Perú.
No era mala idea.
Pero como los extremos se tocan, los dibujos podrían también servir a la base
oprimida de la sociedad; a la enorme mayoría de indios iletrados. Estos se
vieron retratados en su obra, cosa que debió asombrarlos: Ellos mismos se
pudieron entender muchas cosas que el manuscrito no podría decirles y
debieron sentirse amparados por aquel errabundo que tenía orgullo de ser
indio y era capaz de dominar varias de las habilidades de las clases dominantes
hispánicas. Era un indio que sabía escribir, pero a diferencia de casi todos los
demás indios letrados éste era hombre empeñado en ayudarlos, dispuesto a
rescatar a su pueblo. Veamos algo de esto.
Si las causas de un libro siempre son variadas, lo son mucho más en etapas de
caos, pues se cruzan móviles.
Seguramente Guaman Poma desde joven volcó su inquietud estética dibujando
en diversos azares de la vida. Ya maduro supo imponerse la disciplinada tarea
de ilustrar un libro, lo cual no debió ser liviano trabajo para un alma inquieta y
desordenada como la suya. Ahora bien ¿aquel esfuerzo a quién estaba
destinado? ¿Sólo al Rey? No parece. Del códice fluye una preocupación:
obsesiva por los indios, tal como lo hemos verificado varias veces. Ahora bien,
23
¿no estarían los dibujos destinados también a esos iletrados cuya cruel
explotación que lo exasperaba?
La respuesta concreta a esta duda quizá la dio Julián Santisteban Ochoa hace un
buen tiempo. Contemplando con cuidado la carátula del manuscrito halló creo
dos líneas en letra pequeña; estas decían que el libro presentaba 597 fojas para
quienes “tiene ojo” y que las demás ‐todas las otras o sea los dibujos‐ eran “oxas
para ciegos”. Aparentemente tal aclaración nada aclaraba y aún más, parecía
contradictoria ¿cómo un ciego podía ver dibujos? Pero Santisteban ‐que conocía
bien el quechua‐ acotó que en el lenguaje popular de esta lengua ciego se
denomina al analfabeto. En cambio “ñahuiyoj”, el que tiene ojo, es quien sabe
leer.
John Murra ha negado esta explicación, recientemente, señalando que la
carátula alude, con letra borrosa a fojas y a pliegos y no a ojos. Cuestión de ver
más detalladamente. En todo caso, con o sin esa frase de carátula, es un hecho
que Guaman Poma dibujó tanto para el Rey como para quienes se hallaban
incapacitados de acceder al texto mismo de su obra; actitud concorde con su
constante inquietud por los desvalidos.
OTRAS OPINIONES
Desde que el códice de Guaman Poma fue hallado en la Bib1ioteca Real de
Copenhague, varios autores de han opinado sobre la serie de grabados.
Útil resulta transcribir lo que pensaba el descubridor del manuscrito. Con cierta
exageración dijo Pietschmann en 1908: “Las ilustraciones son para nosotros del más
elevado interés y forman uno de los principales elementos de la obra. En muchos sitios,
el texto no sirve sino para dar marco a largas series de imágenes y hasta aparece pobre
en comparación de los grabados. En parte resulta inútil y no tiene otro objeto que llenar
una página entre dos dibujos. Estas ilustraciones son, sin excepción, croquis no
coloreados que trazó una mano firme y segura: cada uno cubre una página entera y está
cuidadosamente ejecutado con pluma y tinta. Tales dibujos muestran un talento que no
es mediocre. No deben seguramente ser considerados como expresiones de arte indígena.
Un buen número de ellos tienen modelos europeos y de acuerdo al tema y a su ejecución,
podrían caer bien dentro de una obra española de historia sagrada. De otro lado, solo el
tema es extranjero, no el estilo. El dibujante ‐Guaman Poma‐ conocía poco en anatomía
y en proporciones, pero fue excelente para la composición y en el arte de agrupar, así
como para la expresión de las fisonomías y el movimiento. No se espanta ante
atrocidades, se deja llevar a un furioso sarcasmo hiriente y también hacía numerosas
caricaturas; pero encuentra por igual la expresión de lo amable y de lo ingenuo”.
El debate ha sido largo. Para Lastres, los dibujos de Guaman Poma constituyen
algo así como “la continuación de la labor artística de la cerámica antigua”.
24
Mendizábal Losack, quien lo llama “último quellqamayod” anota con acierto que
en los dibujos de Guaman Poma “no se advierte nunca una vaci1ación, nunca líneas
superpuestas, nunca tanteos en el trazo ni correcciones. Ni si quiera un ensayo previo
puede encontrarse en el trazo de sus líneas”. Cree que su tarea fue la de continuar la
obra de los quellqacamayocs del Incario y que el “extraordinario artista”
prolongó la obra de los pintores incaicos; tesis que rechaza Kauffmann y acepta
especialmente. Por su lado, Bustios Gálvez repite la antigua afirmación en el
sentido que esos dibujos “constituyen la parte substantiva y primordial” del
manuscrito para agregar que su técnica, su interpretación psicológica y
sarcástica son netamente indias.
Means, tras severas críticas, reconoce que los dibujos poseen “vitalidad,
penetración y mucha agudeza” y llega a afirmar que el códice es cuadro viviente
de viejos tiempos peruanos. Vargas Ugarte no va tan lejos y apenas señala que
los grabados “acrecientan sin duda el mérito de la Obra”, lo cual poco significa
porque su juicio en torno al manuscrito no es muy positivo.
Raúl Porras fue mucho más allá. En su culta diatriba contra Guaman Poma
afirma que “el indio carece de imaginación y su defecto principal es como en el texto la
insoportable repetición y monotonía de las mismas formas”; y sostuvo que otra
deficiencia de la crónica era la subordinación del texto histórico a las
ilustraciones.
Posnansky ‐quien reeditó en Bolivia la obra de Guaman Poma‐ sostuvo que las
ilustraciones constituyen “la más valiosa objetivación histórica que poseemos”. El
argentino Aparicio, en sagaz apreciación, indica que las láminas referentes al
período colonial avanzan más en mensaje que el texto al cual se refieren; no así
en las correspondientes al período incásico. Últimamente, Guillermo Ludeña ha
intentado una clasificación de los grabados del indio cronista.
Cedamos ahora sitio al historiador de arte, Ernesto Sarmiento analista de la
obra pictórica de Guaman Poma.
PRECURSOR DE LA ESCUELA CUZQUEÑA
“Sin entrar en un estudio político‐social en el que es tan rica esta Crónica ‐dice
Sarmiento‐ su apreciación desde el punto de vista estético es de gran valor
tratándose de un documento ilustrado sin paralelo en su tiempo.
Si bien en lo que se refiere al Perú antiguo Guaman Poma tuvo la fortuna ‐como
narra‐ de llegar a conocer y consultar ancianos que pudieron informarle sobre
los usos y costumbres de los últimos días del caído Imperio, su criterio y
sentido de observación en lo que le fue contemporáneo, es por otra parte
incomparable.
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Entre muchos otros pormenores, sus diseños nos revelan en todo detalle el trajo
de los dos Perú, el hispano y el indígena, en pleno momento de fusión. Así por
ejemplo, el ropaje español como lo vio el cronista, está representado con toda
minuciosidad y concuerda hasta en lo más ínfimo con los que se observan en la
pintura de la época, no sólo peruana sino española, en su exactitud y precisión.
Esta precisión se encuentra así mismo en el detalle del traje indígena
contemporáneo, mostrando la indumentaria que debió llevarse a fines del
Incario.
Esta minuciosidad es tanto más interesante, cuando que revela una distinción
social e incluso administrativa en forma y uso. Algunos de los trajes ‐los
intermedios entre el español (que el indio necesitaba permiso para vestir) y el
vestuario indígena neto‐ son de carácter bizarro y curioso efecto.
Los interiores de casa están igualmente bien observados y tratados, tal como el
bufete de un escribano, dormitorios, etc., en los que los muebles están
diseñados en forma muy detallada. Su carencia de perspectiva exacta solo
contribuye a la gracia ingenua de su representación, al igual que la perspectiva
urbana, más intuida que estudiada. Las ciudades aparecen en planos
superpuestos en una curiosa mezcla de trazo urbano y vista a vuelo de pájaro.
Para cada una de ellas Guaman Poma trata de crear ‐con escuetos medios‐ una
personalidad y ambientación propias, alterando ligeramente el paisaje y la
construcción.
Su pieza maestra en este género es el mapa del Imperio Incaico, de un
primitivismo genial. Sin embargo, pese a este primitivismo su trazo no está
muy en retraso con la producción cartográfica europea de unas cuantas décadas
anteriores, y es particularmente notable la creación de un hombre de horizonte
tan reducido. En este mapa nuestro artista, por lo demás, sigue la tradición
medieval europea en la orientación, ubicación de blasones y profusa decoración
de fauna marina más o menos fantástica.
Para Guaman Poma, muchos de sus elementos: agua, nubes, fuego, son
abstracciones previas. Su tentativa de darles algún valor real es limitada, y su
finalidad, esencialmente decorativa, es la de enmarcar la escena principal.
Lo que más le interesa evidentemente es el ser humano, vestido o desnudo, en
todas las poses y acciones imaginables. Guaman Poma se ocupa
cuidadosamente de sus personajes y los muestra con tal veracidad que rayaría
en falta de respecto hacia el personaje que exalta, sino fuera por su sinceridad –
así, una Coya demente se retuerce en espasmos, otra se lava el cabello, etc. Esta
veracidad llega a límites verdaderamente pintorescos cuando figura alguna
debilidad humana, como en el caso de la Coya muy aficionada a la chicha.
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Sus desnudos, escasos por lo general, son dibujados con gran economía de
trazo, y se emparentan por su simplismo a los de la pintura románica. No hay
mayor esfuerzo por lograr una definición muscular marcada o una proporción
entre las partes del cuerpo. Pese a ello, observa con detenimiento determinadas
características, como el paso de los años o la representación de seres
contrahechos. En la figura vestida, en cambio, el artista, además de la precisión
en el detalle del traje, ya aludida, demuestra su agudeza de observación en lo
correcto del plegado de paños y en el contorno de la figura humana que
recubren.
El agrupamiento de personajes es igualmente simplista: un solo plano frontal en
el que se juntan más personas de lo que parece pudieran caber en espacios
reducidos, detalle que también tiene en común con el artista medieval
(encuentro de Pizarro y Atahua1pa; autor retrato con ancianos). Esto no
obstante, Guaman Poma llega a lograr efectos dinámicos de gran movimiento
en algunas escenas, como en la toma del Inca y en la batalla de Chuquinga.
Es más acertado en los episodios que cuentan con pocos personajes, que son la
mayoría, en los que puede concentrar con mayor eficacia su facultad de
represtación de caracteres y modos de sentir.
La técnica de Guaman Poma es estrictamente linea1. No puede o no quiere
entrar en honduras estilísticas que estaban fuera de su alcance. Si no pudo, hizo
muy bien en reconocer sus limitaciones, y si no quiso ganó con la mayor
concentración en el uso de un solo elemento.
Pero en el uso de la línea es absolutamente certera. No se observan en su obra
vacilaciones de ningún género, ni correcciones ni agregados que hubiesen
hecho sus diseños más abigarrados. Su dibujo es meticuloso y preciso sin caer
en lo preciosista y lamido.
Guaman Poma no emplea la sombra ni en el paisaje ni en la figura humana,
limitándose a crear un efecto similar a ella con rayas adicionales o algo de
puntilleado, que cumplen satisfactoriamente su función en este caso.
Por su empleo de la flora y fauna locales así como por sus vistas sin perspectiva
y de escasa profundidad, Guaman Poma es un verdadero precursor de la
escuela pictórica cuzqueña que florecerá y dará sus resultados más brillantes
precisamente en el siglo en que termina su obra”.
LA CELEBRIDAD POSTUMA
En un rapto de pesimismo, Guaman Poma vaticinó por que muchos habrían de
querer arrojar al fuego su Nueva va Crónica y pocos tenerla entre las manos.
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Rodeado de enemigos, tal como vivió, desgarrado en una sociedad a horcajadas
entre dos épocas y dos mundos diferentes. No imaginaba que con el tiempo se
reconocería el enorme valor de su infolio.
Tanto es el actual reconocimiento a la crónica la que ‐contra lo que el suponía‐
todos reproducen sus dibujos y son muchos los que citan sus pensamientos. Por
extraña ironía del destino, él ‐que escribía para servir a un pueblo iletrado y que
dibujaba para explicar en conceptos al indio analfabeto‐ resulta citado por
eruditos del mundo entero. Ningún cronista ha merecido tantos estudios,
glosas, comentarios y libros en el presente siglo. John Murra acaba de publicar
la obra íntegra y Frankyn Pease prosigue en similar empeño, sumándose ambos
a las ediciones de Paul Rivet y Arturo Posmansky.
La causa de tan ascendente fama radica en la entraña misma del hoy famoso
códice. Tiempo hace que ‐sin quererlo‐ Raúl Porras acertó cuando, con mordaz
acento crítico dijo que a Guaman Poma “Las torres demasiado cercadas de los
campanarios de Lucanas le impidieron ver la grandeza del Perú Virreyna1”.
Quizá en parte fue así, pero precisamente de aquella perspectiva ‐las
desdeñadas torres de Lucanas‐ emanó su garra creadora. Sencillamente porque
el Perú de entonces no era, sólo la fastuosa Corte de Lima ni la sociedad criolla
emergente. El Perú también estaba integrado por miles y miles de esas Lucanas;
infinidad de aldeas dispersas, dueñas ‐pese a su miseria‐ de un pasado
invalorable que se extinguía ante la indiferencia de la sociedad hispánica y
criolla. Fue el rastro de ese moribundo Incario lo que nuestro cronista alcanzó a
recoger e interpretar en su peculiar estilo de indio colonial. Al hacerlo, nos legó
materiales insustituib1es para el estudio y aún para la misma formación de la
nueva patria peruana, puesto que fue uno de los primeros en interrogarse sobre
el destino del país, su país, que tan convulsivamente aparecía ante los ojos del
cronista dibujante.
Guaman Poma dio la única versión del pueblo indígena en el inicio del apogeo
virreinal. Sin perder la perspectiva íntegra de los acontecimientos, fue el vocero
singular de las mayorías oprimidas del interior del país. Por ello brilla como
precursor, bastante prematuro, de lo que, luego de muchísimo tiempo, se daría
en llamar Perú profundo y Justicia Social.
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