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Depresiones nórdicas
El poeta Claudio Burguez (Santa Lucía, 1965) acaba de publicar su primer libro de
narrativa Las cosas que quiero no se quieren entre sí en una muy cuidada edición de
Pez en el hielo, que lleva un collage en la tapa a cargo de Juan Fielitz y fotos del
propio Burguez.
bebé. El sonido es para este hombre la constatación de que afuera, alrededor de su cama,
late la ciudad. De repente pasa un avión y el estruendo deja todo en silencio. Luego el
llanto vuelve. Hubo una sutil conexión en ese “triángulo con un vértice móvil”, casi una
El título de su primer libro de cuentos, Las cosas que quiero no se quieren entre
sí, sale de una canción de Exilio psíquico, la banda de Maximiliano Angelieri, y parece
Burguez fue cofundador de la disco Amarillo y antes había publicado en revistas del
under montevideano (en“La Oreja Cortada”, por ejemplo). Sin embargo, en su libro no
hay más que guiños, lejanos ecos de esos años, pues su foco se corre de manera
deliberada de la idea de“voz generacional” que, con mayor o menor acento, eligieron
“(…) Cuando te salís un poquito de las cosas que ves todos los días, o si las ves
corriéndote dos grados, pueden llegar a ser bastante monstruosas, o pueden llegar a
ser muy cómicas, por ejemplo, o muy irónicas, o muy trágicas. Me interesa mucho ese
entrevista con motivo del Mundial Poético de Montevideo (2017). El cuento que abre
Las cosas que quiero… trata precisamente de eso: una mujer en un apartamento, a la
madrugada, fumando y escribiendo. Todo está igual, pero algo se movió en la mirada
que ella tiene de lo circundante. Como miasmas de un sopor inexplicable, “Los mellizos
están bien” –así se llama el relato- ostenta una hábil construcción de atmósfera que, con
altibajos, se sostendrá a lo largo del libro, siendo el anzuelo que llevará al lector a
transitar las 126 páginas en no más dos sentadas. En muchas de estas historias el aire se
espesa cada vez más y amenaza con hacer saltar las tuercas de la narración o de la
psiquis de los personajes. Burguez, que en varias oportunidades elige la tensión del
tiempo presente para narrar, no deja asomar los hilos ominosos con los que teje el
mundo interior de sus criaturas. “Algo pasa en este edificio”, dice la narradora, y el
lector va a cifrar en esa indefinición sus propios miedos. “Los mellizos están bien”
poco a la usanza del maestro Carver, se podría decir que la fuerza de esta prosa se
puntos de vista (las muestras más acabadas de esto son “La maldad intrínseca de los
objetos inanimados” y “Avenida de los Cosmonautas”, esta última una narración con un
Aunque no se verbalice, en Las cosas que quiero no se quieren entre sí hay una
soledad que estrangula a los personajes. Desde Finlandia (2006), su ópera prima, el
escritor irrumpió en la escena literaria local con una dicción propia que, además de
del ser en los tiempos que corren. Una literatura en la que se respira esa sensación de
extranjería cuya mejor encarnación son los hoteles y aeropuertos (literales y figurados)
que pululan aquí y allá; “espacios del anonimato”, en palabras del antropólogo Marc
Augé.
En esta nueva publicación, Burguez ―para quien moverse de género es más un
deslizamiento que una contorsión‒ también pasea al lector por distintos enclaves:
Barcelona, Buenos Aires, Santa Lucía, Halstad (Minnesota), Montevideo. Y cabe pensar
que dichos espacios son, en realidad, uno solo: el de la tristeza, sentimiento al que
muchos de sus personajes se entregan como si se tratara de una droga. En una entrevista
para un sitio de Internet realizada por Guillermo Baltar, el autor expresaba a propósito
de su primer libro: “(…) siempre tuve la fantasía de que las depresiones nórdicas
(www.45rpm.com.uy). En Las cosas que quiero… hay una tristeza subterránea que es,
Al igual que el primer cuento, “Desert Eagle” es una pequeña pieza narrativa muy
bien escrita. Sin detenerse en detalles, cuenta la historia de una joven pareja de
youtubers que vive en un paraje perdido “en la mitad de los Estados Unidos”. El cuento
dibuja la tragedia de no poder conciliar la vida sin su exhibición pública. Al estilo de los
mejores capítulos de la serie Black Mirror, lo que empieza siendo un juego termina
adoptando un aire sombrío, pues el relato logra correr y descorrer ese filo siniestro que
“La noche del martes”, por su parte, esboza con tintes góticos una escena
protagonizada por un sujeto o una criatura que, en una noche helada de La Comercial,
acecha como una fiera hambrienta el hormigueo de la capital insomne. Junto a “Hotel
Centro Naval”, son las dos piezas en las que mejor resuena el siseo envenenado de
Centro Naval” al comienzo: “Hay mucha gente moviéndose rápido allá abajo, puedo
sentir el tembleque que provocan sus pies, hay una coreografía idiota de miles de
zapatos dando un paso exactamente al mismo tiempo. Puedo olfatear sus miedos” (40-
41).
su Peugeot 205 llevando las cenizas de su padre al cementerio del pueblo natal (lo
“Las cenizas del padre” (El silencio de los pájaros, 2013), de Horacio Cavallo, ya que
viaje –otro- por los silencios que urden los lazos afectivos y las ruinas del pasado. Pero
mientras que la narración de Cavallo se carga de saltos temporales, “Purga” pinta una
situación y deja el resto para que lo complete quien está del otro lado.
Como poeta, Burguez se define por sus vetas de humor (que se debaten entre lo
absurdo y una actitud lúdica frente al lenguaje), el cultivo de una forma que tiende al
epigrama y el alcance de una antena capaz de recibir las señales, sutilísimas, que emite
mostrando dimensiones nuevas de una búsqueda literaria sin prisas y sin relleno. Ahora,
Mathías Iguiniz
Las cosas que quiero no se quieren entre sí, Claudio Burguez, Pez en el hielo,
Montevideo, 2019, 126 págs.