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El ayllu (estudios sociológicos) Prólogo de don Rafael Altamira.

Saavedra, Bautista, 1870-1939.


París, P. Ollendorff [pref. 1913]

http://hdl.handle.net/2027/nyp.33433022847317

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EL AYLLU
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EL AYLLU
Es propiedad de los editores.

Derechos reservados.
BAUTISTA ¿AAVEDRA
EX PROFESOR DE LA FACULTAD DE DERECHO
Y CIENCIAS SOCIALES DE LA PAZ (SOLIVIA)

EL AYLLU
(ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS)

PRÓLOGO DE DOK RAFAEL ALTAMIRA

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Sociedad de Ediciones Literarias y artísticas
LIBRERÍA PAUL OLLENDORFF
50, CHAUSSÉE D'ANTiN, 50

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R 1916 L
PROLOGO

El Sr. Saavedra ha tenido la bondad de pedirme un


prólogo para su libro El Ayllu. Acojo la petición con
vivo agradecimiento, porque mediante ella satisfago
varios anhelos sentimentales de mi espíritu : uno, el
que emana de ser el autor un hispano-americano, y
creo ocioso explicar lo que eso significa para mí ; otro,
el que deriva del asunto científico del libro, que es de
los que forman parte de mis aficiones más arraigadas,
á las que tan escaso culto puedo dedicar desde que
graves atenciones administrativas pesan sobre mis
hombros ; un tercero, en fin, se refiere al nuevo testi
monio que así me cabe dar de que, no obstante la
nueva orientación de mi vida, todo lo que se ref1ere á
la América me encuentra propicio siempre.
Hasta un cierto romanticismo (que ya á mi edad
apunta sin que nos demos cuenta muchas veces) hace
simpática y gratísima para mi esta labor. El Sr. Saa
vedra estudia cuestiones que son las que primeramente
PROLOGO

me preocuparon en mi carrera científ1ca, y las que


produjeron mi primer libro de este género, la Historia
de la Propiedad comunal y mientras escribo las pre
;

sentes líneas, así como mientras leí El Aylhi, revi


ven en mí aquellos años juveniles cuyo más delicioso
recuerdo es precisamente el de las ilusiones ideales
que los animaban, y el de los esfuerzos por la cultura
propia y por el conseguimiento de la santa ambición
de añadir algo útil á la obra útil de los maestros que
nos formaron.
Pero ya es demasiado hablar de mí mismo ; mayor
pecado ahora puesto que no será mucho el tiempo
que pueda dedicar á los otros. Hablemos del Sr. Saa-
vedra y de su libro.
D. Bautista Saavedra no es un advenedizo en esta
clase de estudios. Profesor de Derecho en la Universi
dad de La Paz durante algunos años ; investigador de
Historia americana en los archivos españoles, tiene,
como se ve, abolengo que le hace doblemente colega
mío ; y si después la política gran tirana le llevó
á sus dominios, fué para que se ocupase del Ministerio
ó Secretaría de Instrucción Pública, y luego, de fun
ciones diplomáticas que aun desempeña. En la com
pleja trama de la vida de un pueblo, el verdadero
patriota no puede decir nunca cómo y en qué esfera
servirá mejor al suyo ; y por eso, aunque si me dejase
llevar de añoranzas mías, podría desear que el Sr. Saa
PRÓLOGO

vedra volviese á la cátedra, por otro lado no he de


incurrir en el error vulgar de creer que deben, ni
aun pueden, rechazarse otras direcciones de la activi
dad á que empuja el destino (ó lo que sea : destino es
un tópico literario que la cultura clásica hace pesar
sobre nosotros) y que muchas veces nos dan la fór
mula adecuada de nuestro « hacer », que nosotros
mismos no sabíamos vislumbrar.
El Ayllu comienza con este párrafo de una gran
verdad : « Las costumbres é instituciones de los pue-**
blos indígenas del continente sud-americano no han
sido aún debidamente exhumadas, menos sometidas á
un estudio comparativo que las hiciera aptas para
contribuir á ciertas conclusiones sociológicas. » Gran
verdad, digo, y eso que el propósito data de los días
mismos de la conquista. Recuérdese que Paez de Cas
tro, aquel interesante cronista de Carlos V, tuvo ya
el pensamiento de escribir un Tratado sobre la confor
midad que él creía ver entre « las costumbres y reli
giones » de los « Indios Occidentales, con las antiguas
que los historiadores escriben de estas partes que nos
otros habitamos » ; pero el siglo XVI, que vió y adivi
nó muchas cosas, carecía, no obstante precursores de
tanto empuje como Abenjaldun, de todo el aparato
crítico é informativo (según hoy se dice) necesario
para labor tan compleja como la que Paez pretendía
realizar. Era necesario que transcurriesen cerca de
PROLOGO

cuatro siglos para que, ensanchada considerablemente


la espera del material de trabajo y cambiados y depu
rados los métodos, fuese posible acometer científica
mente la investigación comparativa. Aún así, respecto
de América es pronto. Falta mucho por averiguar en
punto á su pasado y en punto á las supervivencias de
su presente, para que no nos acometa á cada instante
el sagrado temor de que nuevos descubrimientos y
observaciones nos derroquen la construcción apresura
damente levantada. El empuje que recientemente han
adquirido los estudios y exploraciones arqueológicas
y etnográf1cas entre los americanistas de todos los
países, y en la juventud universitaria de no pocas
naciones de Hispano-América, alientan la esperanza
de que la hora de la cosecha no tardará mucho.
Mientras tanto, bueno es ir preparando el camino,
con toda cautela si, pero también con aquel ardimiento
que el amor á la verdad pone en las almas y abre
horizontes para ellas y para todos los que reciben su
influjo. El libro del Sr. Saavedra responde á esa nece
sidad, y su autor lo ha escrito usando aquella indis
pensable diligencia que guia hacia el espigueo de las
fuentes originales é inéditas, y aquella discreción que
se abstiene de convertir en sentencia firme el atisbo ó
la hipótesis.
Esa discreción es, en estas materias, más necesaria

que en ninguna otra. La mayoría de las cosas que se


PRÓLOGO x1

han dicho y sostenido hace pocos años en materia de


lo que ya se ha bautizado de « Prehistoria jurídica »,
están hoy, ó negadas ó en tela de juicio, y es imposi
ble edificar sobre ellas nada estable. Han padecido
estos estudios especialmente de exceso de sistema y
de geométrica uniformidad en la concepción de la
vida humana primitiva, y la curación de ese error no
ha de lograrse con nuevos sistemas, si no con la
observación concreta de los hechos y la paciencia de
esperar á que ellos hablen é impongan, al afán sim
plista de nuestro espíritu, la complejidad variadísima
de la realidad.
Cierto es que mucho de la historia se nos escapa hoy
y se nos escapará siempre, por falta de noticias, de
documentos ó monumentos, incluso en lo más exter
no de ella ; que en lo interno é inefable de la obra
humana, casi entera se evapora en alas del tiempo ;

pero contra esos vacíos inevitables no es aconsejable


el relleno de hipótesis, sino la franca confesión de
nuestra impotencia.
Así me parece admirable, en términos generales, el
punto de vista mesurado y crítico que el profesor
Meyer ha tomado, con respecto á las instituciones pri
mitivas, en el tomo I de su Historia de la antigüedad.
Yo mismo y perdóneseme que vuelva á citarme,

puesto que el Sr. Saavedra toca esta cuestión, si

hubiera de escribir nuevamente la Historia de la Pro


x11 PRÓLOGO

piedad comunal, corregiría no pocas cosas y, sobre


todo, la afirmación correspondiente á la generalidad
de aquella forma de disfrute en los tiempos primitivos
que en la época de publicación de mi obra era co
rriente asegurar y estaba patrocinada por ilustres
investigadores. Hoy, aunque no le faltan buenos
padrinos, la cuestión se halla realmente en una posi
ción ds duda y espera1.
Lo mismo juzgo que es preciso hacer con todas las
que comprende lo que Oliveira Marlins llamó el
« cuadro de las instituciones primitivas ». Semejante
posición no podrá desaparecer sino á costa de muchos
pacientes trabajos de análisis y de colección de hechos
concretos ; y por haber puesto en ello su intención y
sus energías, el Sr. Saavedra merece los plácemes de
todos los estudiosos.
Termino deseando muy sinceramente que el autor
transforme dentro de breves años este ensayo de
pocas páginas en una monografía voluminosa, para la
cual le sobran, á mi juicio, arrestos y condiciones
intelectuales.

Rafael Altam1ra.
Madrid, Mayo 1913.

1. De ella he tratado ampliamente en mi Bibliografía de la


Propiedad comunal, publicada por el Suplemento doctrinal
del Boletín Juridico-administrativo. Madrid, 1904.
EL AYLLU

Las costumbres é instituciones de los

pueblos indígenas del continente sudameri


cano no han sido aún debidamente exhuma
das, menos sometidas á un estudio compa
rativo que las hiciera aptas para contribuír á

ciertas conclusiones sociológicas.


Las investigaciones hechas no pasan de
descripciones narrativas, epidérmicas : traba

jos de imaginación más que construcciones


científicas. Y si se ha intentado ascender á

los orígenes de las vinculaciones de los


EL AYLLU

pueblos precolombinos con otras civilizacio


nes, con otras razas, á lo más que se ha ido
es á señalar analogías arqueológicas con las
ramas orientales del viejo continente. El
tema de vincular las civilizaciones preame-
ricanas con otras extracontinentales ha sido
fecunda en teorías aventuradas. Sin embargo,

no se podía desconocer ciertas innegables


semejanzas antropológicas, arquitectónicas,
esculturales y sociales.
La construcción de templos, el arte en la
fabricación de vasos y ánforas, la forma de

navegación, la iconografía, los usos de

enterramiento, etc., encierran una evidente


similitud con las artes, industria y costumbres
de egipcios y babilónicos. Las ruinas de Tia-
guanacu, son fuente valiosa para tales indi

caciones. Las recientes excavaciones han


proporcionado elementos esculturales muy
parecidos á las artes babilónicas y egipcias.
EL AYLLU

El arte arquitectónico de sus monumentos,


la labor plástica de los monolitos, como los
objetos de alfarería, llegaron á una cultura
superior, sobre todo el arte de fabricar ánfo
ras y vasos sagrados, de perfección mara
villosa. La iconogratía aymara y azteca, por
la horizontalidad de los ojos, la boca cua

drangula^ como ha hecho notar Sente-


nach 1, tienen íntimo parecido á la escul

tura sagrada india y babilónica. Y en este

orden de opiniones existe la de un sabio

cuyo renombre es de todos conocido. Ale


jandro Humboldt decía : « que entre los

pueblos del antiguo y nuevo continente


existen puntos de notable semejanza, lo
prueban el que hemos indicado del calan-
tica de las cabezas de Isis con el tocado
mejicano, las pirámides de gradas análogas

1. Ensayos sobre la América colombina, 1898.


EL AYLLU

á las del Fayum y Sakhah, el uso frecuente


de la pintura geroglífica, los cinco días com

plementarios que se añaden al año mejicano


y recuerdan las epagomenas del año menfí-
tico '. »
Los estudios filológicos á su vez han sido
puestos á contribución ; pero, desgraciada
mente, con gran deficiencia de elementos y
de espiritu crítico. No han faltado tentativas
lingüísticas para emparentar el quichua y el
aymara con el sánscrito. Parece que en este
terreno se ha querido seguir un ejemplo
harto fecundo de filología comparada. En
efecto, á este género de investigaciones se
debe el haberse encontrado las fuentes más
remotas de la vinculación de los pueblos
llamados indoeuropeos. Los sorprendentes
descubrimientos hechos por la filología

1 . Monumentos de los pueblos indígenas de México,


pág. 87.
EL AYLLU

demostraron la comunidad de procedencia


de lenguas, que se habían considerado hasta
entonces extrañas á todo parentesco, desli

gadas de todo lazo de unión. La frase de


Leibnitz : « nada presta tanta luz á la indaga

ción de los orígenes de la naciones como


el estudio de las lenguas », se puso á la
orden del día.
Max Müller sostuvo, que los pueblos que
hablaban idiomas procedentes de un tronco

común, eran también hermanos de sangre.


« ¿Quién se había atrevido á afirmar, escri

bía en 1865, que las naciones teutónicas,


célticas y eslavas eran, en realidad, de la

misma carne y de la misma sangre que los


griegos y romanos que las tildaban desdeño
samente de bárbaras ?' » Y como Max Müller

pensaban también Pictet, F. Müller, Schra

1 . La Mitología Comparada, VIII, pág. 242.


EL AYLLU

der, G. Humboldt y otros. Pero, poco des

pués, surgió la siguiente duda :


¿el paren
tesco de lengua implica necesariamente el de

sangre? M. Oppert denunciaba en 1879 e'


error de ver en la lengua un vínculo de raza.
« El lazo de lengua, dice, es una cosa y el
lazo de la sangre otra bien diferente. Los
grandes Estados europeos constituyen unida
des políticas á las que no corresponden ni la
unidad de lenguas ni la unidad de religión y
costumbres1. » Se alegó, además, que la
lengua no probaba sino la presencia de un
solo elemento en la composición etnográf1ca
de una nación, puesto que razas diferentes
podían hablar el mismo idioma'.
Planteada de esta manera la cuestion, lógi
camente se ha deducido que si la filología

1 . Zaborowski, Le Centre-Asie et les origines aryennes.

Revue scientifique, núm. 23, pág. 708.


2. Ibid.
EL AYLLU

va más lejos que todo documento literario

en lo de averiguar los origenes de los pueblos

no tiene mayor alcance restrospectivo que la

antropología. « El estudio de los cráneos, se


ha dicho, tiene el primer rango entre los ele
mentos que nos llevan al conocimiento de los
pueblos. La industria de estos, sus sepultu
ras, armas, bujerías, vestidos, nos enseñan su

edad, su pasado, su rango actual en las vías


de la civilización. La craneología sólo puede

fijar sus orígenes, los lazos de sangre que les


une, cualesquiera que sea el criterio que se

tenga en las relaciones de las lenguas como


índice de una penetración recíproca'. »
Verdad puede ser que la craneología
penetre más hondamente en el parentesco

consanguíneo de las razas. Mas, sus revelacio


nes serán siempre insuficientes, sus datos

1. Ibid., pág. 708.


EL AYLLU

simples, fríamente silenciosos, para hablarnos


del complejo tejido de los vaivenes huma

nos, para hacer revivir el alma de los


pueblos. La antropología nos conducirá á las
fuentes étnicas. La filología comparada, en

cambio, nos llevará á la raíz de las civiliza

ciones, es decir, al nacimiento y formación

del espiritu humano, pues, « la psicología


se hace con la filología ».

El concepto de raza es cada vez más vago


é inseguro. Sus deslindes antropológicos y
su acción social no han sido claramente
determinados. ¿Qué es la Historia sino la
elaboración lenta y secreta de unas razas fun
didas en otras, de elementos étnicos que se
amasaron, confundieron, para disgregarse en
nuevas ramas que vuelven á mezclarse des

pués? En ese flujo perpetuo de las vanidades


étnicas, la filología seguirá siendo el instru
mento más seguro para penetrar en las
oscuridades del pasado.
EL AYLLU

Pero si la filología no puede demostrarnos


el parentesco de sangre, demostrará la vin

culación histórica ó prehistórica, la comuni


dad geográfica, el estado psicológico, la co

rrelación de vida nacional, y últimamente, las

procedencias sociales. Si, por ejemplo, toma

mos los pueblos neolatinos, cuyas similitudes

lingüísticas nos conducen á su fuente


común : el latín, la hermandad que de ellas

se deduce, no es étnica, una vez que el


imperio romano, al tiempo de su disgre
gación, formábase de una federación de

pueblos, razas é idiomas. Todos estos


elementos convivían bajo el imperium
romano, enlazados por el sutil y admirable
sistema nervioso de las leyes, adheridas á
una organización política más jurídica que
material, movidos por un solo espíritu y por
un mismo lenguaje oficial. En ese poderoso

y lato organismo palpitaba una psiquis colee


EL AYLLU

tiva, que se ha llamado la psicología de los


pueblos, y que no fue otra que las modali
dades del genio romano extendidas á todos
los dominios del imperio de los Césares. A
donde nos remontará, de consiguiente,
aquella filiación lingüística, es á una fuente
común de interferencias históricas, en una
palabra, á encontrar los lazos de copartici
pación psíquica, política ó social en tiempos
pasados de los pueblos de hoy.
Mas, no sólo las similitudes de lenguaje
encierran en sí la virtud de llevarnos á las

procedencias humanas. Existe también iden


tidad en los usos, costumbres é instituciones
de los pueblos, de donde podría inducirse la

comunidad de sus orígenes. Pero, ¿acaso


las semejanzas sociales valen tanto que
aquellas? ¿Tendrán igual fuerza retrospectiva
é igual precisión, sobre todo, de revelarnos
la filiación serial de las ideas y usos de los
EL AYLLU

hombres? M. Taylor, en sus investigaciones


acerca de la historia primitiva, ha sostenido :

« que existen costumbres similares, no sólo


en razas emparantadas por la lengua sino
también en razas cuyas lenguas son entera
'
mente diferentes ». En cambio Max Müller

opinaba que tales investigaciones, para ser


provechosas, debían encerrarse en los límites
impuestos por la ciencia del lenguaje; que
no debían compararse más que las costum
bres de las naciones cuyas lenguas se sabe

que tienen el mismo origen. El estudio


comparativo, decía, de las costumbres arias
ó de las costumbres semíticas ó turanias,

daría resultados más satisfactorios que una


comparación de todas las costumbres del
'
género humano ».

Las similitudes sociales tienen mayor

Antropología, XIV, pág. 409.


1 .

2. Ob. cit., pág. 254.


EL AYLLU

extensión, son más generales, que las del


lenguaje. Empero, esta misma latitud ¿no
será un signo de su escasa conexión y falta

de substancia demostrativa del parentesco


de los pueblos? Entonces la cuestión se

reduce á esta distinción : si las semejanzas

son comunes á todos los grupos y á todos


los tiempos, no tienen ninguna importancia
para explicar los vínculos sociales. Si son,
por el contrario, propias de ciertos pueblos
y de ciertas ramas, serían preciosos elemen
tos de esclarecimiento de su parentesco.
Esta conclusión no envuelve sino un circulo
vicioso. Pueden las costumbres é institucio
nes no explicar nada por su difusión
humana; pero el someter la comparación de
ellas á una previa relación de habla común

tampoco explicaría nada, puesto que, pue


blos hermanos por la sangre y por institu
ciones, pueden hablar distintos idiomas, y
EL AYLLU 13

viceversa, un mismo idioma puede ser usado

por razas y naciones diferentes. Por otra


parte, si el lenguaje es un espejo de la cul
tura de una raza, el reflejo de su evolución
social y mental, el instrumento de sus pro

gresos, ¿ cómo se puede dejar de exigir que


sea el criterio de sus costumbres é institu

ciones ?
Entonces ¿cuál es la interpretación que
debe darse á la semejanza de los fenómenos
sociales ? ¿ La variedad de ritos, creencias,

religiones, instituciones, será el producto de


unas mismas necesidades, desenvolviéndose
en fases idénticas, recorriendo iguales ciclos
de exteriorización ? ¿ Se explica, cual sostie

nen los evolucionistas, por un paralelismo


de los grupos agricultores, ó bien, como
suponen los psicólogos, por la propagación
rítmica é imitativa de lo humano, algo así
como un eco salido de una cuenca primitiva
14 EL AYLLU

y que ha repercutido de colina en colina


y de valle en valle ?

Gabriel Tarde, en su original libro Les Lois


de Vlmitation, ha escrito un interesante capí

tulo sobre las similitudes sociales1. Allí, con


singular maestría, explana esta teoría : si

ciertas semejanzas en las formas y funciones


animales no son atribuíbles á la unidad de
sus orígenes ancestrales sino á la identidad

del medio físico, á la uniformidad de propa

gaciones ondulatorias de la materia, igual


mente, las analogías sociales, por ejemplo,
las similitudes de los neozelandeses con los

hinglanders de Boy Roy y de Mac-Ivoy, las

de los aztecas con la de los egipcios ó chi


nos, no son resultados de fuentes comunes
de procedencia. ¿« No es, pues, añade, más

verosímil ver en estas aproximaciones, de


II,

pág. siguientes.
y

1 .
1
4
EL AYLLU

una parte, la unidad fundamental de la natu


raleza humana, la identidad de sus necesida

des orgánicas de las que la satisfacción es el


fin de toda evolución social, y de otra parte,
la uniformidad de la naturaleza exterior ofre

ciendo á necesidades parecidas los mismos


recursos y casi los mismos espectáculos,
que debe provocar, inevitablemente, la exis

tencia de industrias, artes, percepciones,


mitos y teorías bastante semejantes? »

Que necesidades idénticas provoquen


semejantes ideas y parecidos medios ó pro
cesos de satisfacerlas puede ser verdad, en
cierta manera, pero ¿cómo se explicaría la

semejanza de costumbres que no responden


á inclinaciones fundamentales, y que se
refieren más bien á la forma y superficie de

los actos humanos? ¿Qué necesidad, por


ejemplo, impulsa imprescindiblemente á que

se sepulten los muertos en Egipto y en la


16 EL AYLLU

América meridional en parecidas condiciones


de momificación ? ¿ Hay acaso, en preservar

al cadaver de su corrupción y en rodearle,


al tiempo de su enterramiento, de objetos
de uso personal, algo de fundamentalmente
orgánico ó psíquico, sin cuya ejecución la
naturaleza física ó intelectual del hombre
quedaría dislocada é incumplida? De nin

guna manera. La mayor parte de las cos

tumbres, antes que explicarse por la exigen


cia de necesidades vitales, se explica por
el imperio y tiranía de algunas preocupacio
nes. Quizás más bien muchos de los hábitos

humanos son contrarios á las necesidades

naturales : tales eran, verbigracia, entre las

prácticas religiosas y morales, el ayuno, la

castidad, las mortificaciones corporales y


todas los prácticas ascéticas.

Tampoco podría mantenerse triunfalmente


la teoría de la uniformidad del medio
EL AYLLU

ambiente, la repetición ondulatoria de los


agentes físicos. Muchas similitudes sociales
han nacido en regiones diametralmente

opuestas. ¿Qué identidad de medio ambiente


hay entre el antiguo Latio y la hoya andina
del Titicaca, que han producido las seme
janzas de la gens y del ayllu? Tarde ha
abandonado, pues, ese punto de vista para
colocarse en un terreno netamente socioló
gico : en el de la imitación. « Antes, dice,
de negar la posibilidad de la difusión de las
ideas por una lenta y gradual imitación que
habría terminado por cubrir casi todo el

globo, es menester tener en cuenta, desde


luego, la inmensa duración de los tiempos
prehistóricos y pensar también que tenemos
pruebas de las relaciones habidas á grandes
distancias no solamente entre los pueblos
de la edad de bronce sino también entre los

pueblos de la edad de piedra pulida, y qui


18 EL AYLLU

zás de la piedra no pulimentada. » « En


resumen, concluye, todo lo que es social y
no vital ó físico, en los fenómenos sociales,
así como en sus similitudes como en sus

diferencias, tiene la imitación por causa '. »

Aunque la imitación no sea, en la simili


tud de los fenómenos sociales, la sola causa
eficiente, como sostiene el sociólogo francés,
el mérito de esa teoría está en que abre una

vía más de interpretación de esas extrañas

semejanzas que parecen denunciar una


misma procedencia. La etnología se arrogaba

para sí el fuero exclusivo de dar la clave del


parentesco de las razas. La craneología se
consideró, á su vez, como el mejor instru
mento de investigación, no obstante la

pobreza de sus datos. Empero, la sociología


comparada y la psicología arqueológica

1. Ob. cit., pág. 51 y 54.


EL AYLLU 19

pueden contribuir más de lo que se cree á


esclarecer ese problema, hondo como la
noche de los tiempos, de los orígenes huma
nos.
Aplicado este criterio á la cuestión harto

debatida, pero no por eso mejor planteada,


de la procedencia del hombre americano, los
resultados serían quizás más decisivos que
los que se han obtenido de estudios pura
mente f1lológicos.
EL AYLLU

II

La Sociología moderna se impuso una


tarea importante : se propuso averiguar cuál

era la unidad irreductible de la asociación,

« de la composición social ». Empleóse para


ello el procedimiento químico de análisis y

descomposición de los elementos componen


tes de las sociedades actuales ó pasadas.

¿Cuál ha debido ser esta unidad de donde

procedieron todas las combinaciones, todas


las modalidades sociales? Ha sido el indivi
duo, la familia, la gens, la horda, el clan ó
EL AYLLU

la tribu ? He aquí una de las interrogaciones

cuya respuesta está ligada á los problemas


más capitales de la Sociología. Hay muchos

que piensan que, « todos los seres huma


nos, desde los salvajes inferiores á los hom
bres más civilizados, viven en grupos de
familias, y que, estos grupos de la composi
ción social, son productos naturales de las
actividades fisiológicas y psicológicas ayuda

dos por Pero


1
la selección natural ». la

uniformidad de pareceres no es la misma

cuando se trata de establecer las relaciones


sexuales y cooperativas de esos primitivos

grupos. No faltan tampoco teorías que des


conocen el molde familiar, para sostener

luego, que las formas originarias de asocia


ción son las hordas prehistóricas, errantes y
degradadas, en las que no reina sino una
II,

1. F. E. Giddings, Principios de Sociología, pág.


202 208.
y

r
EL AYLLU

promiscuidad sexual sin freno y el relaja


miento más completo de toda cooperación
colectiva 1.

Probable es que la ciencia social no gane


gran cosa con estas disputas. La oscuridad
que reina en las relaciones primitivas de los
hombres, la insuficiencia de los materiales

recogidos, y, sobre todo, los intereses de


escuela, impiden ver demasiado claro en este
orden de fenómenos. Lo importante sería
determinar el grado de afinidad social, de
cohesión estructural, que han tenido en
cierto momento de su evolución los grupos
humanos. ¿Cuál ha sido el grado de tonici
dad plástica que han necesitado ó poseído
los nucleos sociales más simples, las células
germinativas de la asociación, para desen

volverse después en todas las demás formas

1 . Gumplowkz, Lucha de ra^as ; Engels, Origen de


la Familia.
EL AYLLU 2)

de la colectividad conocida? Esta indagación,

que es distinta de la que se propone encon


trar el fenómeno social ó sea la molécula
psico-fisiológica de la sociedad, tiene mayor
importancia para descifrar muchos problemas
de la sociología arqueológica.
La teoría de la gens es la que resuelve este
punto de modo satisfactorio. En ella se
encuentra ese temperamento de cohesión y

vitalidad aglutinante, que en sentido figurado


viene á constituir la célula humana. Esa aso
ciación familiar formada por parientes con
sanguíneos, todos los cuales son descen
dientes de un antepasado común, constituye
un nucleo de afecciones comunes también,
pues, como dice M. Ward, « el sentimiento
es la única fuerza psíquica y al mismo tiempo
'
la fuerza social fundamental ». Pero, el

I. Compendio de Sociología, VIH, pág. 216.


»4 EL AYLLU

concepto de la gens no es el mismo para


todos. Harto conocida es la anarquía de opi
niones que reina dentro de la literatura de
la familia primitiva. Unos confunden la gens

con el clan ; otros con la horda ó la tribu.


M. Durkheim, es de los que ha dicho : « el
clan romano, es la gens, y es bien entendido

que la gens era la base de la antigua consti


tución romana
1
». M. Gumplowicz fué

quien renovó últimamente la teoría de que


las tribus no se produjeron por la multipli
cación de familias, sino por « restos de hor

das y bandas humanas primitivas que desde


el principio se han considerado como
extrañas á todo parentesco de sangre* ».
Un distinguido sociólogo, Franklin Giddings,
pretende ver el germen de las sociedades
étnicas en las pequeñas hordas compuestas

1. De la División du Travail social, VI, pág. 160.


2. Luchada rafas, XXXII, pág. 215.
EL AYLLU 25

de pocas familias. « La más pequeña socie


dad, escribe, unida y organizada, compues
ta de grupos sociales menores (hordas)
que son por sí más amplios que la familia,
es la tribu '. » Y concordando con esta teo
ría M. Durkheim cree, en nuestros días,
« que el verdadero protoplasma social, el
germen de donde han debido salir todos los
'
tipos sociales, es la horda », bien que por
horda entienda, á diferencia de otros, « una

masa homogénea cuyas partes no se distin

guirían unas de otras ».


Dejando á un lado toda esta variedad de

interpretaciones de las primeras formas de


asociación, no tenemos sino que volver los
ojos hacia los tres tipos clásicos : la gens,

la fatria y el clan ó la tribu. Son tres esta


dos especiales, no de simple dilatación social
II,

1. Principios de Sociología, pág. 207.


2. Oh. cit., VI, pág. 149.
jó EL AYLLU

ó religiosa, sino de peculiar correlación de

elementos psíquicos y colectivos. En cada

uno de ellos desaparecen ó se aflojan, por lo


menos, los vínculos que hacían la caracte

rística modalidad de la fase anterior. El

parentesco consanguíneo, trama con que se

teje la gens, va borrándose poco á poco para


dar paso al parentesco puramente facticio.

Vienen después otros factores á imprimir su


sello á la agrupación, como el cultivo de la

tierra, y entonces aparece la cooperación y


la convivencia de pueblo, como lazos de
asociación. « La gens, no era una asociación
de familias, sino la familia misma, pudiendo

comprender indiferentemente una sola línea


ó producir numerosas ramas; pero consti
tuyendo siempre una familia 1. » Esa congre

1. F. de Coulanges, ob. cit., X, pág. 1.23. El


eminente sociólogo G. Tarde decía de la Ciudad Anti
gua : « Pero la verdad me obliga á confesar que hasta
aquí, al menos, esa confluencia de las dos grandes
EL AYLLU a7

gación de familias formando un grupo fué


« llamada en lengua griega fatria y en la lati

na curia' ». La tribu ó clan es una asociación

territorial, sobre todo, con cierta organiza


ción política. En el antiguo derecho romano,
la tribu, ateniéndonos á Momsen, « significó
originariamente el campo de comunidad' ».
Igualmente en lo tratados bretones, según
Sumner Maine, el sept irlandés no ha sido
sino la familia asociada y la tribu « una uni

dad cooperativa orgánica y autónoma ».


« Su constitución dependía de la tierra que

ocupaba'. »
escuelas (darwinista y espenceriana) no ha sido muy
fecunda en ideas duraderas, y no veo elevarse aun
entre las varias pequeñas torres de Babel jurídicas,
trabajosamente edificadas, ninguna torre de Eiffel que
humille con su sombra los trabajos anteriores de los
Sumner Maine y de los Fustel de Coulanges. » (Las
transformaciones del derecho, pág. 16).
1. F. de Coulanges, III, pág. 133.
II,

2. Derecho Público Romano, pág. 25.


Ob. cit., págs. 99
y

172.
3.
18 EL AYLLU

La gens, la familia consanguínea con un

antepasado común, es el núcleo típico ori


ginario de donde proceden las demás formas
de desdoblamiento humano. La célula social,

si puede emplearse este paradigma, es la

gens, no el individuo ó la horda. A las


investigaciones sociológicas que demostra
ron que la familia era el nudo de arranque del

tegido social, puede agregarse el descubri

miento del ayllu. El ayllu, no es sino la


gens primitiva de las poblaciones del centro
del continente sudamericano. »
EL AYLLU 29

III

El ayllu, tal cual debió existir originaria


mente, puede llegar á ser conocido mediante
una inducción rigurosa. Sus restos disper
sos, agrietados y musgosos, denuncian su

antigua estructura. Sin embargo, será necesa


rio rodearse de juiciosas precauciones, para

no caer en erróneas interpretaciones.

Estudiemos el ayllu en las ramas aymaras


ó dentro de la organización incásica, su

constitución es la misma1. Existen muchas

f
1. M. Clemente R. Markham, en su estudio : « Las
posiciones geográficas de las tribus que formaban el imperio

i
30 EL AYLLU

razones para creer que la civilización aymara,


á cuyo idioma pertenece aquel vocablo, fué
una de las más antiguas del continente sud.

Igualmente la naturaleza de las formas

de los Incas », dedica el Apéndice titulado : « Apén


dice sobre el nombre aymara », á probar que el nom
bre aymara que se da á la lengua y población de la
hoya del Titicaca, es apócrifa y debida solo á una
mala interpretación de lenguas de lugar que hicieron
los jesuítas de Juli. A Markham ha seguido en esta
opinión el doctor Pablo Ereneich.
Las razones en que se funda Markham son de índole
puramente histórica : se atiene al silencio que guar
daron los cronistas españoles respecto de una rama
y lengua importantes. Los verdaderos aymaras son
los habitantes de la provincia de este nombre que
poblaban la parte alta del valle del
río Abancay ó
Pachachaca. Sostiene después, como conclusión de sus
investigaciones, que los que hoy se llaman aymaras
pobladores del Collao, fueron, según el P. Alonso
Ramos, traídos como mitimaes por el inca Capack
Yupanqui, mitimaes, trasplantados en su mayor parte
de la genuina provincia de Aymaras. « Los descen
dientes, dice, de estos colonos aymaras, á la vez que
conservaban el nombre del ayllu ó tribu, que les era
originaria, gradual é insensiblemente adoptaron la
EL AYLLU 31

colectivas del imperio peruano proceden de


la civilización aymara. De manera que, estu

diando la constitución íntima y sus grados


evolutivos en las ramas aymaras podemos

lengua de las gentes del Collao, en cuyo ambiente


vivían, aunque conservaban muchas palabras de su
lengua madre. » Toda esta laboriosa construcción de
Markham, cae desgraciadamente por tierra con un
solo argumento, que él no ha querido ver ó ha ha
visto mal. Si los aymaras que vinieron á la hoya
del Titicaca de la provincia de Aymaras (que en los
mapas coloniales está entre las provincias de Arequipa,
Guamanga y Cuzco) hablaban originariamente que
chua, como dice D'Orbigny y el mismo Markham
¿ cómo se les ha podido dar el nombre de aymara á la
lengua que hablaban las gentes del Collao á las que
dominaron y de quienes tomaron el idioma como cree
el Presidente de la Sociedad Geográf1ca de Londres ?

Si los aymaras trasplantados al Collao no hablaron


originariamente idioma que hoy conocemos con
ese
tal nombre, mal ha podido á raíz de su trasplante lla
marse aymara al idioma quechua que hablaban, puesto
que el sabio inglés supone que fué especialmente des
pués de la conquista española cuando los colonos que
chuas de la provincia de Aymaras tomaron totalmente
el idioma del Collao, el aymara que decimos ahora.
No es posible creer por un momento que colonos
32 EL AYLLU

estar seguros de interpretar los movimientos

genuinamente originarios del ayllu. Por otra


parte, los datos que recojamos de las formas
convivenciales de la civilización incásica no

que traían un idioma dominador como el quechua en


época del mayor brillo del imperio incásico y de su
lengua nacional, hubiesen perdido la lengua materna,
sin dejar huella alguna de su presencia, pues, las
palabras que cree Markham que conservaron del
quechua son netamenteaymaras que pasaron más
bien al quechua y que son comunes á ambos idiomas
por su fraternal procedencia. ¿ Cómo, podría pregun
tarse, iguales colonos trasplantados á Charcas no per
dieron el lenguaje materno hasta hoy ? ¿ Y no tenemos
el caso típico de los callaguayas, que dentro de pro
vincias aymaras subsisten manteniendo su idioma
primitivo, el quechua ?
Es infantil, por otra parte, la explicación que se da
para disculpar á Garcilaso que se ref1ere al aymara,
según datos que le envió el P. Alcabaza de Juli :

« Jamás pudo ocurrírsele, dice, que los jesuítas


hubiesen dado este nombre á una lengua del Collao,
por cuanto que habla del nombre como que se aplica
á la lengua de la provincia llamada Aymara, es decir,
de la provincia que el mismo le describiera situándolo
al O. del Cuzco y no en el Collao. » Lo que á Garci-
EL AYLLU })

concurrirán sino á robustecer el concepto


inductivo que obtengamos de él.

laso no ha podido ocurrírsele es que los aymaras


hablasen el aymara de que se le daba cuenta. El mejor
que nadie sabía que todas esas provincias próximas al
Cuzco hablasen el quechua. Los jesuítas también lo
sabían cuando refiriéndose al quechua le llaman : « la
lengua general del Cuzco ». El aymara es una lengua
más rica en vocablos y en giros que el quechua y ha
debido estar cuando la conquista de Capack Yupanqui
en la relación del griego respecto del latín. La extensión
geográfica que alcanzan los nombres aymaras en el
continente es prueba contraria á lo que sostiene
Markham que los aymaras eran tribus del Collao. En
la misma provincia genuinamente aymara, según
nuestro autor, existen nombres como los de Pampa-
marca, vocablo indiscutiblemente aymara. Hay además
otros lugares que llevan el subfijo bamba, como Colea-
bamba, Hantabamba, Ocobamba. Esta desinencia no
es sino el pampa aymara y que ha venido modificán
dose en bamba.
Si Markham sostiene provincia de Ayma
que de la
ras se trasplantó colonos al Collao, ¿ no podría con
equivalencia de probabilidades sostenerse que aquella
denominación de aymaras fué llevada por colonos de
la hoya del Titicaca, de aquella civilización que exten
dióse enormente por el centro dsl continente ?
34 EL AYLLU

El ayllu, según la significación que le dan


los historiadores españoles del imperio incá
sico, importa una relación familiar ó de
grupo, por razón de parentesco consanguíneo.
Garcilaso de la Vega, describiendo la ciudad
del Cuzco, dice, entre otras cosas : « En
aquel espacio largo y ancho vivían los incas
de la sangre real, divididos por sus ayllus,
que es linaje, que aunque todos ellos eran
de una sangre y de un linaje, descendientes
del rey Manco Capac, con todo eso hacían
sus divisiones de descendencia de tal ó
cual rey, por todos los reyes que fueron,
diciendo : estos descienden del inca fulano,

aquellos del inca zutano, y así por todos los


demás1. » Así mismo en una carta de don

De los Comentarios Reales, I, pág. 233.


1.
Ayllo, dicen los cronistas españoles, dando una
vocalización castellana, y ésta es la que se usa hoy ;
pero los aborígenes dicen ayllu, que es la pronunciación
que se acomoda á la estructura gramatical del aymara.
EL AYLLU 35

Francisco de Toledo al Consejo de Indias,


fechada en el Cuzco á 18 de marzo de 1572,
con motivo de la remisión y averiguación
que hizo de cuatro paños incásicos, encontra
mos este párrafo : « dijeron ser de los nom

bres y ayllos siguientes : de descendencia é

ayllo de Manco Capac ; ayllo Sinchi Roca ;

ayllo Loque Yupanqui. » El sentido de esta

referencia es el mismo que se ve en Garci-


laso.
Cieza de León, que indudablemente es el
más concienzudo de los narradores españo
les, reseñando el reinado de Lloque Yupan
qui, ref1ere que rogó éste monarca á su sue

gro Zañu, que pasase á vivir al Cuzco, y


« haciéndolo así, se le dio y señaló para su
vivienda la parte más occidental de la ciu

dad, la cual por estar en laderas y collados,


se llamó Anancuzco, y en lo llano y más
bajo, quedóse el rey con su casa y vecindad;
36 EL AYLLU

y, como ya todos eran orejones, que es tanto


como decir nobles, y casi todos ellos hubie
sen sido en fundar la nueva ciudad, tuvié
ronse siempre por ilustres las gentes que
vivían en los dos lugares de la ciudad llama
dos Anancuzco y Orencuzco. I algunos
indios quisieron decir que el un inca había
de ser de uno de estos lugares, y el otro del
otro1 ».
La reseña de Cieza de León establece un
punto fundamental en la formación de las
noblezas incásicas, mediante la consagración

del linaje consanguíneo y hereditario, ya


cuando el imperio llega con su tercer inca á

un período de organización política y aristo


crática definida.
Cuando se nos pone de manifiesto, que

1. Segunda parte de la Crónica del Perú, publicada


por Marcos Jiménez de la Espada. Madrid, 1890, págs.
192 y 193.
EL AYLLU 37

el ayllu importa una relación de parentesco


aristocrático, patronímico, se nos da el sen
tido más clásico de la gens, esto es, de

aquella familia que, según de Coulanges,

« formaba un cuerpo cuya constitución era

completamente aristocrática
1
». Pero el

ayllu no ha permanecido cristalizado en su


primitiva estructura familiar sino que se ha
transformado sucesivamente en clan y comu
nidad de aldea. Tal movilidad evolutiva
podría dar lugar á esta interrogación :
¿el
ayllu, es originariamente una gens, cuyo des

doblamiento ha producido la tribu, la mo

narca y la nación? ¿Ó bien, ese grupo fami

liar consanguíneo surgió únicamente en época


en que la constitución social de los poblado
res de la hoya del Titicaca había llegado á

un grado medio ó superior de desenvolvi


miento ?

1. La Ciudad Antigua, X, págs. 112 y 123.


)8 EL AYLLU

Se ha dicho, y con cierta razón, « que los

más difíciles problemas de la asociación et-


nogénica, son aquellos que se ref1eren á las
primeras formas de la familia y á las relacio
nes de la familia con los origenes del clan y

de la tribu1 ». Esta misma dificultad ten


dríamos en la penetración de la constitución
primitiva del ayllu, si no poseyéramos ele
mentos de claro discernimiento recogidos
tanto por los cronistas españoles cuanto por
una investigación directa en las ramas aymara

y quechua ó peruana. La estructura primi


tiva del ayllu es la de una gens. Los ayllus
congregándose, mezclándose, formaron
comudidades territoriales y pueblos. Mas,
dentro de estas agrupaciones mayores sub
siste la familia, aunque no con sus rasgos y
fisonomía primeros. En un período poste

1. Giddins, ob. cit., III, pág. 324.


EL AYLLU 39

rior, en ese período en que las tribus terri


toriales esbozan la nacionalidad, cuando se
organiza el imperio peruano, resurge nueva
mente el ayllu casi en su forma antigua y
típica, sobre todo, en las familias aristocrá
ticas que se apoderan del gobierno de la
nación.
Los ayllus aristocráticos del Cuzco, en su

organización interna, tienen una exacta co


rrespondencia con la constitución patriarcal
del genos griego ó de la gens latina, en que
el parentesco de sangre ó nombres se tras

mite de generación en generación masculina,


por representación del pater familias '.

1. M. de Coulanges, al describirnos los caracteres


constitutivos de la gens, nos dice : « Cada familia
tiene sus leyes, no escritas sin duda, pero sí grabadas
por la creencia religiosa en el corazón de cada indivi
duo : tiene su justicia interior, por encima de la cual
no hay ninguna á quien pueda apelarse ; y poseyendo
dentro de si misma cuanto en rigor puede necesitar el
individuo para su vida material y moral, no le hace
40 EL AYLLU

« Todos los jefes, dice M. Markham, ó,


mejor dicho, los cabecillas de los ayllos ó
linajes, fueron llamados incas, y no fué sino
hasta un período posterior que el nombre

pasó á ser título especial de la familia real.


Aun después, los hombres principales de
esta cuna original de la raza imperial, retu
vieron el nombre de incas ; pero se preten
día que el título les fué conferido como favor

especial1. » El pasaje de M. Markham per


mite establecer esta inferencia : que el título

falta nada de fuera, y es, por consiguiente, un estado


organizado, una sociedad que se basta á sí misma. Mas
la familia de los antiguos tiempos no está reducida á
las proporciones de la familia moderna, porque mien
tras en las grandes sociedades la familia se desmembra
y se aminora, cuando no hay otra sociedad, se
extiende, se desarrolla y se ramifica sin dividirse, que
dando muchas ramas menores agrupadas alrededor de
la mayor, cerca del hogar único y del sepulcro común. »
Ciudad Antigua, X, págs. 127 y 128.
1. Tbe Journal 0/ tbe Royal Geograpbical Society, vol,
XL1, 1
97 1.
EL AYLLU 41

inca, que designaba realmente una función

patriarcal, de linaje en sus orígenes, se tomó

como dignidad imperial, con las mismas

leyes y familiares ritos. Igual cosa vemos

producirse en Roma (que en su historia


tiene muchos puntos de analogía con el

imperio peruano), donde la dignidad y las


funciones del imperator representaban, en

grande, dentro de aquella vigorosa centrali


zación estatal, la autoridad y prerrogativas

del pater familias quiritario.


Los caracteres propios del ayllu, en su

orígen, son, según las inducciones más

rigurosas, los de la familia consanguínea. En


el ayllu que nos describen los cronistas
peninsulares, encontramos a la vez que una

cohesión consanguínea, un régimen patriar


cal del anciano ó jefe, que es el tronco del
cual proceden ó por el cual se relacionan y
agrupan las familias. Esta unidad del grupo
4i EL AYLLU

consanguíneo ha debido ser anterior á las tra


diciones recogidas por los historiadores y á

la formación, de consiguiente, de las gran


des tribus guerreras.
Si comparamos estos fundamentos del
ayllu con los de la familia latina, hallamos
ser los mismos. Mommsen sostiene que :

« la familia comprendía todas las personas,


de uno y otro sexo, que descendían, por
línea de varón y por legítimo matrimonio, de
un ascendiente común ó que se reputaban
descender de él1 ». Pero, la familia de los

pueblos arios no solo fue núcleo de paren


tesco real sino también una asociación reli
giosa. M. de Coulanges lo ha demostrado
con gran erudición. « La unión de los mien-
bros de la familia antigua ha consistido en
algo más poderoso que el nacimiento, que

1. Derecho Público romano, I, pág. 12.


EL AYLLU 43

el sentimiento y que la fuerza física : es la

religión del hogar y de los antepasados, la


cual hace que forme la familia un cuerpo en
esta vida y en la otra1. »
En el ayllu, se descubre igualmente su

fundamento religioso. Mejor dicho, su cons


titución es hondamente religiosa. Podríamos
atenernos en este punto á la información del

presbítero Francisco de Avila, cura de

Guáneo, que escribiendo al arzobispo de


Lima, le decía : « En todos los dichos pue

blos (provincia de Huarochiri) había ídolos


mayores y menores, y no hay familia de

indios aunque no haya quedado de una gene


ración más que una persona que no tenga
su particular Dios penate en su casa, de

manera que si procedieron de Juan ocho ó

diez personas éstos tienen un ídolo que dejó

1. Ob. cit., pág. 44.


44 EL AYLLU

aquel de quien procedieron. I este ídolo


guarda el más principal de aquella familia. I
en quien está el derecho de sucesión en los

vienes y lo demás, de manera que el guar


dar este ídolo es como entre nosotros el
derecho de patronazgo que pasa con la
herencia y cuando jure sanguinis no hay
quien proceda y suceda suele el que lo tiene
encomendarlo al que le parece más propin
cuo por afinidad ó más amigo1. »
Pero donde se encuentra el signo inequí
voco de la fisonomía religiosa del ayllu, es
en el culto de los antepasados. Los poblado
res precolombinos, los aymarás, especial
mente, han dejado huellas muy acentuadas
de sus ritos consagrados al culto de sus
mayores. Los menhirs y cromleches, cuya

Archivo General de Indias. Audiencia de Lima.


1.

1548-1699. Relación del P. Franscisco Ávila, cura de


Guaneo, sin fecha. Estante 71. Cajón 3. Leg. 9.
EL AYLLU 45

edif1cación es innegablemente religiosa, se


encuentran en comarcas aymaras. « En Silus-
tani y en otras regiones, asegura Sebastián
Lorente, se encuentran también antiquísimos
circulos solares, que suelen confundirse con
los cercos formados por cazadores y pasto
res para coger animales montaraces : se com

ponen de grandes piedras dispuestas en cir


culo ó en varios circulos concéntricos, y en
nada dif1eren de las construcciones del mis
mo género que se hallan en la India, Siria,
Dinamarca y Bretaña y se clasifican de monu
mentos ciclópicos ó megalíticos'. »
El culto de las sepultaciones llegó hasta el
empleo de procedimientos perfectos, cual lo
demuestran los chullpas, procedimiento pare
cido al de los enterramientos egipcios. En
una relación de costumbres de los indios

1 . Antigüedades Primitivas del Perú, Revista peruana,


vol. II, pág. 104.
}*
46 EL AYLLU

pacajes, provincia de aymaraes, encontra


mos respecto de los enterramientos la

siguiente descripción : « La manera que


tenían estos pacaxes para enterrarse, era
sacar las tripas á los difuntos y las echaban
en una olla y las enterraban debajo de tierra,

junto al cuerpo liado con unas sogas de

paja. 1 las sepulturas eran fuera del pueblo,

cuadradas y altas, á manera de bóveda, y


el suelo empedrado, y por arriba cubiertas
con unas lozas y por de fuera pintadas con

algunos colores. Y al difunto le enterraban


con los mejores vestidos y ofrecían mucha
comida y apia, y daban de comer á los
indios que se hallaban en el entierro, y hacían
al difunto gran llanto1. »
En general, las sepultaciones se hacían en

montículos de corte y formas regulares, más


v

1. Relaciones geográficas de Indias, tom. I, pág. 6o.


EL AYLLU 47

que irregulares, como sostiene Prescott. Su


arquitectura era simplísima, consistente,

ordinariamente, en una bóveda de adobes ó


piedras acumuladas unas sobre otras y recu
bierta de tierra. Allí dentro colocaban los
muertos en posturas simbólicas y rodeados
de tesoros, ofrendas, vajilla, ídolos, guacas.
En un curioso libro destinado á la investi

gación del orígen de los indios del nuevo


mundo, del P. Gregorio García, se encuen
tra un párrafo que podría servir á este pro

pósito. Dice : « En esto parecen los indios á

los judíos, que solían enterrarse en montes


y lugares altos : y los indios de los llanos
del Perú, por no tener montes, por que son

arenales, los hacían de la misma tierra y


arena... y al presente se ven ruinas de sus
soberbios edificios : demás de lo cual, por

toda la Sierra del Perú están los campos lle


nos de sepulcros, á modo de torrecillas, al
48 EL AYLLU

presente están llenos de calaveras y de cuer


pos de aquellos gentiles, que con el uni

forme, temperamento y sútiles aires, están


secos é incorporados : que los unos y los
otros he visto, y confirmaron esta verdad
todos los que han andado por aquellas rui
nas1.

Tales prácticas funerario-religiosas no fue


ron propias de uno ú otro pueblo. Son
comunes, como hace notar el historiador
americano, á tribus y pueblos de ambos
continentes \ Así mismo se descubren en

las momias caracteres antropológicos que


demuestran, fuera de los procedimientos
artificiales de deformación craneana, la exis

tencia de razas diferentes. Esta misma obser

1 . Origen de los Indios del Nuevo Mundo é Indias Occi


dentales, 1729, pág. 96.
2. G. H. Prescott, Historia de la Conquista del Perú,
III, pág. 104.
EL AYLLU 49

vación se ha hecho valer en el estudio de los


túmulos de Europa y norte de África, para

combatir la teoría del « pueblo de los dol-


mens », que atribuía á una sola rama étnica

la iniciativa de los monumentos megalíti-


cos.
En los grupos aymaras subsisten aun las
libaciones y ofrendas en la tumba de los
muertos. Pero estas prácticas ¿ son origina
rias de los primitivos pueblos que se han
perpetuado á través del tiempo y de las

variaciones sociales, ó han sido copiadas de


los conquistadores ? Es innegable que las
ofrendas mortuorias se encuentran en las

sepultaciones de los antiguos aymaras,


como lo denuncian los túmulos de los chull-
pas donde se encuentran vasos y ánforas y
platos que hacen suponer que depositaban
comidas y bebidas. Tales ofrecimientos fune-
narios, quizás se practicaban, no sólo en
5o EL AYLLU

fuerza de las ideas de supervivencia del espí

ritu, sino también por la creencia en los lar


gos viajes que debían emprender los muer

tos. M. de Coulanges nos da, en el capítulo


del « Culto de los muertos » de la « Ciudad

Antigua », una explicación de estos ritos


mortuorios. « Puesto que el muerto tenía
necesidad de comer y beber, se comprendió

que los vivos tenían que satisfacerla y se


hizo obligatorio el cuidado de llevar á los

muertos sus alimentos, para no abandonar


les al capricho de los sentimientos variables
del hombre. Así se estableció una religión
de la muerte, cuyos dogmas tal vez se borra

ron pronto, pero cuyos ritos duraron hasta


el triunfo del cristianismo1. »

Interpretación sería esta que tendría en el


caso actual el mérito, á más de señalar su

1. Ob. cit., I, pág. 20.


EL AYLLU 51

similitud con los rituales aymaras, de llevar


nos á una conclusión inevitable. La religión
de la tumba con todas sus solemnidades
litúrgicas no ha debido surgir sino dentro
de la constitución patronímica de la familia.
La arquitectura funeraria sólo ha podido pro
gresar con el arraigo á la tierra de las tribus
errantes y con el culto de los antepasados.
En las familias peruanas el culto de los ante
pasados revestía esos mismos caracteres.
« Los incas, nos dice, M. Markham 1, ado
raban también á sus antepasados. La paca-
rina ó antecesor del ayllu ó linaje, se idea

lizaba como alma ó esencia de sus descen


dientes. » Y en la nota que ha puesto para

explicar el significado átpacarina que deriva


del verbo : pacarina, amanecer, nos da,

precisamente, una raíz aymara : pacara. « El

1. Ob. cit., pág. 52.


5» EL AYLLU

emblema que se adoraba, agrega, era el ver


dadero cuerpo, llamado malqui, que se con
servaba con el mayor esmero en cuevas lla
madas machay, y en fiestas solemnes los
ayllus se reunían '. »

1. Ibid., 52.
EL AYLLU 53

IV

Se entrecruzan, pues, múltiples considera


ciones para dar lugar á suponer, que en los
primeros albores de las poblaciones aymaras
surgió el ayllu, linaje, ó sea la familia patro
nímica, antes de toda organización tribal y
nacional. Empero, la mayor parte de los
investigadores de las civilizaciones precolom
binas del continente sud, sostienen que la
única evolución social digna de tenerse
en cuenta, es la incásica. Suponen que las
demás razas y poblaciones no pasaron de la
54 EL AYLLU

organización tribal, en la cual se encuentran

casi todas las poblaciones aborígenes. Esta


afirmación implica la idea de que los grupos
sociales inferiores no han conocido otra
forma de convivencia, dentro de la cual no
se acepta la existencia de la familia extensa

y autónoma ; ó lo que en otros términos

importa la teoría que Gumplowicz ha soste


nido diciendo : « que los grupos singenéti-

cos ordinarios más inferiores en que se dis

tribuyen los pueblos salvajes ó sin civiliza


ción son las tribus1 ». Pero tal aserción es
insostenible respecto de las poblaciones de
nuestro continente, y los científ1cos é histo
riadores que tal cosa han afirmado, lo han
hecho sencillamente porque no han pasado
en sus investigaciones de la epidermis de la

sociología americana. Y mucho másdespro-


II,

1. Ob. cit., pág. 213.


EL AYLLU 5S

vista de fundamento sería tal creencia si se


trata de los aymaras, de cuya civilización
asombrosa tendríamos testimonios evidentes
en las ruinas de Tiaguanaco, en los restos
de su constitución social y en la riqueza de
su hermosa lengua.
En cuanto al ayllu, no es de suponer que
hubiese nacido exclusivamente en la rama

aymara, ni tampoco podría sostenerse que


hubiese aparecido en ella con anterioridad á
las demás del continente. Por poco que se
penetre en el conocimiento de las institucio
nes primitivas de estos pueblos indígenas,

se encontrará siempre la forma típica de la

gens. Así, por ejemplo, el callpulli azteca,


territorialmente considerado, es semejante al
ayllu incásico, cuando este tenía la estruc

tura del clan, como ha de verse más ade


lante. ¿La identidad de los primeros gérme
nes de la composición social se debe acaso
56 EL AYLLU

á la copia ó influjo de unos pueblos en


otros? ¿Será el resultado de la herencia de
troncos comunes, pero netamente america
nos, ó se remontará su procedencia á fuentes
más lejanas, á las ramas orientales del viejo
continente ?

El barón de Humboldt ha sostenido que,


« no hay tradición alguna que revele lazos

de unión entre las naciones de la América

meridional y las del norte del istmo de


Panamá ». Pero después agrega : « Mas poco

importa que las tradiciones no nos descubran


relación alguna directa entre los pueblos de
una y otra América, pues, su historia nos
da á conocer notables analogías en sus res

pectivas revoluciones políticas y religiosas


de que data la civilización de los Aztecas,

Musicas y Peruanos'. »

1. Monumentos de los Antiguos Pueblos de América, I,


pág. 9.
EL AYLLU 57

Las analogías son aun mayores en orden


á las lenguas indígenas. Gran número de
ellas denuncian un parentesco fraternal.
Humboldt mismo sostiene que « en el dédalo

de los idiomas americanos bien se ve que

pueden agruparse muchos en familias, mien


tras que otros queden enteramente aisla
dos ». Mas, cree él que, « la tendencia
uniforme de los idiomas anuncia, sino iden
tidad de origen, por lo menos extremada
analogía en las disposiciones intelectuales de
los pueblos americanos desde la Groenlandia
'
á las tierras magallánicas ». Por su parte,

M. D'Orbigny, uno de los más grandes


sabios que ha visitado largamente la Amé

rica, abona las observaciones del sabio


alemán, cuando descubriendo semejanzas
sorprendentes entre les habitantes del Ori

1 . Jbid. , pág. 1 1 .
58 EL AYLLU

ñoco y los guaraníes del Paraguay, decía :

« Encontramos, en todo el mismo estado so

cial, las mismas modif1caciones de costum


bres, de facultades morales é intelectuales ;

pero ¡cuál no fué nuestra sorpresa cuando


esta comparación nos demostró que palabras
evidentemente guaraníes, que no podían
haber sido comunicadas más que por el
contacto, se encuentran en el número de
palabras citadas por el sabio viajero en las

lenguas de las naciones Caribes, Omaguas,


Maipures, Tamanaques, Parenis y Chacías
del Orinoco y de Cumaná! Tal teoría da
lugar á concluir que los guaraníes se exten
dieron por todo el largo de la América meri
dional1. »
Humboldt, como D'Orbigny, aceptan, para
explicarse tan singulares semejanzas, dos

1. L'Homme Americain Ink., pág. xn.


EL AYLLU 59

extremos que no satisfacen á la crítica mo


derna. La identidad de disposiciones intelec

tuales, insinuada por el primero, no hace


sino aplazar la dificuldad. No ha podido
existir en América esa identidad dada la

variedad de razas y del medio físico. Tam

poco la analogía de disposiciones puede

engendrar raíces comunes de lenguaje. Su

proposición se halla en plena contradicción


con las leyes de la filología comparada que
demuestran la existencia de raíces irreconci
liables. De otro lado, las mismas necesidades
fisiológicas no producen los mismos sonidos.

¿ Cómo se explicaría entonces la pluralidad

de lenguas?
En cuanto á D'Orbigny, el error á que

nos conduciría sería el de suponer que los


guaraníes se extendieron por todo el Conti
nente, cuando por los historiadores colonia

les, como por un estudio más exacto que se


6o EL AYLLU

ha hecho de este idioma, se viene en cono

cimiento que las tribus guaraníes ocupaban


sólo determinadas zonas del Paraguay, Paraná
y Uruguay. Menos aun que aquellas hipóte
sis podría resolver el problema en cuestión
la teoría de los influjos recíprocos. Dada la

geografía del continente, sus formidables


barreras de montañas y repliegues inaccesi
bles, de bosques impenetrables, de llanos y

desiertos incomensurables, la imitación, el


contacto inmediato ó frecuente, han debido
ser, sino nulos, demasiado tenues para pro

ducir esos fenómenos sociales de sorpren


dente similitud.

Quizás no queda otra explicación razonable


de las analogías americanas, sobre todo de las

lingüísticas, que la de una fuente común, de


donde por fraccionamiento derivan los idio
mas conocidos hoy. Fuerza, desde luego, á
esta conclusión, la comunidad de raíces en
EL AYLLU 6 1

las principales lenguas indígenas como el


quechua, aymara, atacameña y guaraní.
Acaso podría oponerse á esta inducción la
ley de la renovación dialectal, con que Max
Müller contradijo lo expuesto porGrim, de
que « toda multiplicidad de dialectos proviene
de una unidad primitiva ». Müller considera

en su apoyo que « nada sorprendió tanto á


los misioneros jesuítas como el número
infinito de dialectos hablados por los indíge
nas de América. Lejos de ser prueba de una
civilización adelantada esa multiplicidad de

lenguas, revelaba más bien que las diversas


razas de América no se habían sometido
nunca durante cierto espacio de tiempo á

una poderosa concentración política, y que


jamás habían llegado á fundar grandes impe
rios nacionales1 ».
II,

1 . La Ciencia del Lenguaje, pág. 6o.


6i EL AYLLU

Las suposiciones del filólogo alemán están


en oposición con los datos más elementales

de la historia y prehistoria americanas, que


nos enseñan el paso, por el continente de
Colón, de civilizaciones é imperios podero
sos. La existencia de lenguas irreconciliables
en sus fuentes y en su estructura puede
encuadrarse bien con la teoría poligenista
que, en la pluralidad de ellas, ve la multipli
cidad de centros creadores de idiomas diver

sos; pero tal cuestión es distinta, y nada

tiene que ver con lenguas hermanas, ó que

puedan, en diversos grados de parentesco,

referirse á un centro común de procedencia.


En América, las similitudes sociales y filo
lógicas no tienen otra interpretación. Esta
comunidad no podría negarse desde luego,
entre las civilizaciones aymara y quechua, si
es que aquella no es sino un desdoblamiento

de esta última. Las estrechas relaciones que


EL AYLLU 63

se descubren entre ambas ramas inducen á

pensar que tuvieron remotamente una fuente


común. No sabemos por dónde el alemán
Pablo Ereneich haya deducido que ambas

lenguas son « fundamentalmente diversas »*.

Bastaría hacer una ligera comparación entre


las gramáticas de ambos idiomas para des
cubrir la identidad de raíces1. Prueba de esa

1 . Boletín del Ministerio


Colonización, n° 2 1 , pág.
de

713. La Etnografía de la América del Sud.


2. El doctor Max Uhle opina también que : « El
aimara y el quechua son en su origen de estirpe dife
rente, como prueba la diferencia de los fundamentos de
sus vocabularios, especialmente en la denominación de
las partes del cuerpo. Su gran semejanza presente ha
sido debida un acto de asimilación por parte de una
á

de las lenguas á la otra, como puede suceder entre len


guas vecinas. Ya vemos por la comparación de las dos
lenguas, que la asimilación no puede haber sido la del
aimara al quechua, sino la del quechua al otro. Este
resultado tan seguro está en completa armonía con
otros que se han de sacar de la extensión preincaica
de las dos lenguas, aunque la opinión común hasta el
día ha juzgado en favor de la mayor extensión original

/
i
64 EL AYLLU

comunidad sería la identidad substancial de


vocablos. Así por ejemplo, los numerales
tres (quimsa, kimsa), cinco (phiscay y

pheska), seis (soctay y sojgta)y diez (chunca


y tunca), son unos mismos con variaciones
fonéticas imperceptibles casi. Hay además
una larga serie de vocablos comunes á ambas

lenguas ; así son : auqa (tirano), ajllo (balbu

cear), allpi (mazamorra), anku (nervio), allqo


(perro), atipaña (vencer), aicha (carne), aillu
(linaje), amaya (difunto), apaña (llevar), apu
(capitán), koya reinncqorpachaña (hospedar),
chúachaña (clarificar), cuspa (bolsa), chhulla

(chosa), chujlchuj (calofrío), ch'awara (sega


dera), chajtaña (enriquecer), chirwaña (espri-

mir), ch'usaña (estar ausente), ch'isi (frío),


chaka (puente), chajruma (mezclar), chukuña

(de cuclillas), chalwa (pescado), cheqa (ver

del quechua indebidamente. » (Conferencia dada en La


Paz en sesión de americanistas. 19 10.)
EL AYLLU 65

dad), chiji (grama), chiwanko (mirlo), chiñi


(murciélago), ch'uru (caracol), chupu (di
vieso), hararanku (lagartija), hukumari (oso),
hucha (culpa), q'ucho (rincón), qarachi
(roña), khuchuña (cortar), qkespi (retazos
de vidrio), q'achu (yerba), kutiña (volver),
concho (turbio), kunturi (condor), kusi-kusi
(araña), qallaña (comenzar), qaquña (restre
gar), kenti (picaflor), qellqaña (escribir),
luq'ana (dedo), laika (brujo), larka (acequia),
laphu (hoja), llamp'u (polvo), llakisiña (afli-
jirse), llilli (sarpullido), llamkhafia (mano
sear), llust'aña (resbalar), llojlle (avenida),
Iajllaña (laborar madera), lliphiña (lucir),
llalliña (aventajar), llausa (babas), misq1isiña
(adular), mainimpi (con otro), muqhiña
(oler), malliña (probar), munaña (querer),
machaña (embriagarse), millu (alumbre),
massi (compañero), misi (gato), marquaña

(llevar en brazos), mama (madre), manu


4*
66 EL AYLLU

(deuda), minq'a (sustituto), mathi (calabaza),


mich'a (mezquino), moko (nudo), moroq'o

(redondo), nusphaña (pensar), nina (fuego),


ñuño (teta), orko (macho), oqe (ojos zarcos),
pirwa (granero), p'usullu (ampolla), pili
(pato), pilpinto (mariposa), perka (pared),
p'isaka (perdiz), phuyu (pluma), phiña

(bravo), pukara (fortaleza), puch'u (manan


tial), paqemá (prisionero), pacha (tiempo,

lugar), pallaña (recojer), pantana (errar),


pachiña (quebrar), pichana (barrer), pillu
(guirnalda), pinqillo (flauta), pisi (escaso^,
p'osoka (espuma), puchu (sobra), etc., etc.
Tal comunidad demostraría más bien que
el quechua, más moderno, tomó prestadas
del aymara, puesto que la diversificación ó

corrupción fonética no ha podido mantener


completa igualdad de voces originarias de
una otra fuente común. No podría atribuirse
esta hermandad lingüística, como piensan
EL AYLLU 67

algunos, entre ellos Markham, al influjo del


quechua y á la dominación incaica en los
restos aymaras.
La cronología incásica, como la azteca, no
remonta más allá del siglo XII. Pero tanto
los peruanos como los aztecas encontraron á

su paso monumentos antiquísimos que ates

tiguaban el florecimiento de civilizaciones

poderosas. Los incas quedaron sorprendidos


al contemplar los restos de Tiaguanaco.
Cieza de León narra la veneración reli

giosa con que miraban las gentes proceden


tes del Cuzco aquellas majestuosas ruinas,
que indudablemente, invitaban á meditar
sobre una antigüedad lejana. El arcaísmo tia-
guanaquense no debe atribuirse á la cultura
incásica. Por punto general, debería aceptarse
la observación de un distinguido peruanó-
logo, el señor Llorente, quien cree : « que
no es tan fácil distinguir las antigüedades
68 EL AYLLU

primitivas de las que pertenecen á la civili


zación de los incas, á quienes suele atribuirse
toda la cultura del antiguo Perú. Los hijos
del Sol, añade, en el interés de su domina
ción y de su culto, acostumbraron transfor
mar los anteriores monumentos, cubriéndo
los de nuevas construcciones ó, al menos, las
circundaron de edificios consagrados á la

adoración solar que dejan en débil luz las


creencias y trabajos más antiguos. Los gran
des monumentos, que nunca podrían impro

visarse, y que se hallan en lugares á donde


no llegó ó sólo ejerció una influencia efímera
la dominación de los incas, ciertamente que

no fueron levantados por su gobierno' ».


No cabe la menor duda. Hubo una civili
zación extensa, superior y antigua á la

incásica y de la que no quedan sino aquellos

Peruana, 1879, vol.


II,

1. Revista pág. 6.
EL AYLLU 69

soberbios vestigios de Tiaguanaco, cuyos


últimos descubrimientos afirman indiscuti
blemente su grandeza respecto de toda otra,

equiparándose únicamente á la azteca. Nada

tampoco se opone á que los aymaras fuesen

los representantes de ese grado de floreci


miento social. No obstante, M. Markham
niega desde el punto de vista megalítico la
creencia en la antigua civilización aymara
anterior á la incásica ; pero las inducciones
de este distinguido escritor son puramente
históricas y carecen de base científica. Se

atiene exclusivamente al relato de cronistas

españoles, los que no pueden darnos respuesta


á cuestiones de orden más profundo que la
simple narración de las tradiciones, y borro
sas, de pueblos desaparecidos. Esas investi

gaciones recién están por hacerse : mas con


otro género de criterio y con otros instru
mentos. La arqueología, la filología y la
7o EL AYLLU

sociología comparadas, sobre todo, han de


decidir estas cuestiones. Entre tanto, las
razones son puramente presuntivas.
Entre las muchas que de esta índole mili
tan en apoyo de la antigua civilización
aymara, hay una de orden geográfico.
La extensión á que llega la civilización
aymara, ha quedado atestiguada en los nom
bres de lugares, montes y rios'. En las

Entre las tribuas quechuas de Bolivia, antiguo


1. «
dominio de los aymaras, tenemos los siguientes luga
res de orígen aymara : Hachacota mar de lágrimas,
estancia de Tarapaya (Ayopaya) ; Achachihivata
abuelo muerto, en Capinota (Arque) ; Humuchhima
agua de pájaro, serranía al S. de Cochabamba ;

Amaya cadáver, estancia de Charopaya (Ayopaya) ;

Hanqokala piedra blanca, tres estancias de Capinota


(Arque) ; Anucarani con perro, propiedades de
Quillakollo (Tapacarí) ', Asirumarka comarca de
culebras, en San Joaquín de Hocta (Cercado) ; Haya-
paya lejos de dos, provincias de Cochabamba ;
Kalaqhawani funda de piedra, estancia de Caraza
(Arque) ; Kalakala pedregal, cercanías de Cocha-
bamba ; Kálachaka puente de piedra, estancia de
EL AYLLU 71

regiones septentrionales de la Argentina y

cerca de las márgenes del Urubamba, en las


costas de Trujillo y en las regiones de Quito
se encuentran lugares que llevan el subfijo
marca (pueblo ó comarca) y vocablos inne-

Paso (Tapacarí) ; Kalaqoto montón de piedras,


estancia de Tolata (Tarata) ; Kalallusta piedra res
baladiza, estancia del Paredón (Tarata); Kalasaya
piedra parada, estancia de Itapaya (Tapacarí) ; Kala-
winto apoyo de piedra, estancia de Tapacarí ;

Kaluuyu casa de piedra, en Tarata (Tapacarí y Cha


pare) ; Kantumarca límite de un pueblo, estancia
de Santa Ana de Calacala ; CL'arakollo cima pelada,
estancia de Charapaya (Ayopaya) ; CL'aramarka pak
estéril, estancia de Sipesipe (Tapacarí); Qpqapayani
con dos árboles, río afluente del Cotajes ; Kolpuu-
ma agua salitrosa, estancia de Quirquiavi (Arque) ;
Qoñaqoña blando blando, comarca de Santa Ana
de Calacala; CLotaqotani, con lagunas, estancia de
Morochata (Ayopaya) ; Qptalaq'a tierra de la laguna,
estancia de Arani (Euñata); Qptawana laguna seca,
estancia de Leque (Tapacarí) ; Kupi derecha, estan
cia de Pocona (Totora); Chakapaya dos puentes,
serranía de la parte O. de Sipesipe ; Chhalla arena,
cantón de Tapacarí ; Chhallachalla, arenales, estancias
72 EL AYLLU

gablemente aymaras. Tenemos, por ejemplo :

Caxamarca, en Trujillo ; Tayacaja (isla del


Urubamba), Huancapata y Toyabamba,
sobre el alto Marañon, Clacta -cuneas y An-
camarca, en Quito1.

de Totora y CapinotaChhapisirq'a
; cercado de espi
nas, estancias de Morochata, Colomi y Tinquipaya;
Charapaya dos piernas, cantón del nombre de un
río'; Chhilimarka pueblo en hondonada, estancia
de Ciquipaya (Tapacarí) ; Chhojñakollo colina verde,
estancia del Paso (Tapacarí) ; Chokemata criadero de
oro, cantón de Ayopaya ; Wankara tambor, estan
cia de Tacopaya (Arque) ; Laq'alaq'a tierra, tierra,
estancia de Tarata; Laikaqota laguna encantada,
estancia de Sacaca (Chapare); Llallawa animal
monstruoso, estancia de Totora ; Machaka nuevo
cantón de Ayopaya, once estancias de diferentes canto
nes de Cochabamba ; Misqui dulce provincia y anti
gua ciudad de Cochambamba ; Pallka bifurcado,
cantón de Ayopaya, río que baja de los nevados de
Turacaso y otras estancias Paynkollo ; dos colinas,
estancia de Sipesipe (Tapacarí) ; Pukara fortaleza,
estancias de Quiroga. » Revista Academia Aymara,
núm. 5, pág. 32 y 33.
1. Estos últimos citados por Markham.
EL AYLLU 73

Sobre este particular, un distinguido


escritor peruano, el doctor Ignacio La Fuente,
ha sostenido que « las relaciones íntimas
que los liga
(al
aymara quechua) indepen

y
dientemente de las afinidades de raza con

y
tinuidad geográfica, denotan con claridad
que dichas lenguas son hermanas, sirvién

y
dome de hermosa metáfora del doctor
la

Villar, puedo agregar, que su parecido es

como de los tallos brotados del mismo


el

tronco formados con idénticos elementos.


y

Este mismo sabio, en su notable obra Lin


güística nacional, hace notar que ini
la
/

cial rara en keshua, es frecuente en


el

el

aymara, sucediendo lo contrario con lar. El


número considerable de términos geográfi
cos de orígen aymara, prueba, evidente

mente, gran difusión que tuvo raza que


la

la

lo hablaba1. Chachapoyas viene de chacha,

El Dr. Max Uhle ha explanado mismo argu-


el

.
1

5
74 EL AYLLU

hombre ; Chancay de chanca, hilo ; Taya-

mento de extensión geográfica del aymara, diciendo


lo siguiente : «Se puede probar q' la lengua aima-
rá, hace unos mil á mil quinientos años atrás, fué
hablada desde el fin sur del lago Aullaga hasta el valle
del Rimae en el Perú, y fué oída aún hasta en el inte
rior de la Argentina y de Chile, porque los nombres
de los nevados Ancoquija en Tucumán y Ancocagua
en Chile, han sin duda alguna originado del aimará.
Toda la región desde Tupiza hasta Lima, es llena de
nombres geográficos de orígen aimará, que completan
las pruebas detalladas sobre el uso del aimará en pro
vincias, donde no ha quedado hasta el día otro
recuerdo. Un dialecto casi puro é inadulterado aima
rá, vive todavía en la lengua canqui de la provincia
peruana de Yauyos. La guerrera nación de los Chan
cas en la provincia de Ayacucho, eran aimarásy habla
ban todavía esta lengua en el tiempo de la conquista.
Los orígenes del Cuzco se pierden en un período de
dominación aimará, y las guerras de los Incas que
chuas contra los Chancas aimarás, se puede explicar
quizá como guerras de emancipación, como las de la
Roma de los reyes contra los Etruscos que la habían
fundado.
Todavía en el tiempo de la conquista el título
aimará « Mallcu » y « Mancu », de caciques de rango
superior fué oído y estaba en uso desde el lago
Aullaga hasta el valle de Lima. »
EL AYLLU 75

caya de taya, viento ; Lampa significa litera.


Cajamarca, Pampamarca, Kolkemarca y
todos los que llevan el afijo marca son tam
bién de orígen aymara1. »
Así mismo es muy sugestivo que las

grandes montañas de los Andes se designen


con nombres aymaras : el Illimani, Illampu

(Hanco Kuna), Karka-jake (el Guayna Po


tosí), Chachacomani, Mururata, Samaja.

Si
civilización incásica hubiese sido única,
la

la
aquellas gigantes montañas, soberbias moles
blancas, no llevarían nombres aymaras. Si
ella hubiese sido más intensa duradera
y

aymara habría ahogado con


la

que riqueza
la

de sus vocablos, con delicadeza de sus


la

giros de sus imágenes, sus nombres primi


y

tivos que han pasado hasta nosotros.

. Estudios Etnográficos de la Hoya del Titicaca. Bole


1

tín de la Sociedad Geográf1ca de Lima, tom. III, nos.


1o, 12.
y

11 1894.
76 EL AYLLU

La difusión geográfica de una lengua, no

demuestra sino que una civilización á cuyo

servicio se hallaba ella se extendió por luga


res donde estampó su huella imperecedera.

Si en el siglo XX encontramos en Inglaterra

una ciudad, río, región, que encierre en su


nombre un orígen latino, no habrá menos
que concluír que los romanos ó la civiliza
ción latina, llegó hasta allí. Igualmente, si en
el siglo L ó LX los exploradores y arqueó
logos de ese entonces encontrasen en el polo
sur, en el Cabo ó en Australia nombres de
filiación inglesa, la inducción no se haría
esperar. Tendrían que aceptar que antiguos
viajeros y audaces exploradores, que habla
ban su idioma, el inglés, uniendo la gloria
al interés, habrían excursionado hasta tales
confines dejando huellas de su permanencia
y dominación, fundando colonias y ciudades,
así como los tirios y fenicios hace tres mil
EL AYLLU 77

años fundaban las suyas. Y para no discu


rrir solo en el campo de la hipótesis, tene
mos que los nombres de orígen céltico exis
tentes en el noroeste de Europa, recuerdan
la permanencia de los celtas en tiempos pre
históricos en aquellas regiones. « Estable
ciéronse en Inglaterra, dice Emerson, y die
ron á mares y montañas nombres que son
poemas é imitan las verdaderas voces de la
naturaleza1. »

Muy á propósito de esta inducción pode


'
mos citar un pasaje de Max Müller : « En
los himnos vedas, dice, que son las más
antiguas composiciones literarias en sáns

crito, el horizonte geográfico de los poetas


se halla limitado casi siempre al noroeste de

la India. Hay muy pocos pasajes que con


tengan alusiones al mar ó á la costa, mien

1. Inglaterra, IV, pág. 43.


2. Ciencia del Lenguaje, V, pág. 201.
78 EL AYLLU

tras que las montañas nevadas, los ríos de


Pendjab y los paisajes del valle alto del Gan
ges, son objetos familiares para los antiguos
bardos. En una palabra : todo muestra que
la raza que hablaba el sánscrito entró en la
India por el Norte y se extendió después
gradualmente al sur y este. Ahora podemos
probar que en la época de Salomón, el sáns
crito se había extendido por el sur hasta la
desembocadura del Indo. » La aplicación de

estos razonamientos á la toponimia aymara


en gran parte del oeste del continente sud,

desde Quito hasta la Argentina, constituyen

argumentos incontestables de su primitiva

extensión. Las conquistas incásicas con su


idioma imperial, el quechua, no han podido
desarraigar esos nombres originarios ni bo
rrarlos. Su influjo, á lo más que ha ido es á

quechuizar las desinencias aymaras.


EL AYLLU 79

Todos los elementos que pueden recojerse


de las civilizaciones precolombinas, nos indu

cen á aceptar que el ayllu se remonta á una

época antiquísima, anterior al período mega-

lítico. Los monumentos dedicados á los chull-


pas, con sus diferentes formas arquitectóni
cas, copiándose los unos á los otros, son los
comprobantes más sólidos para fortalecer tal
creencia. Los túmulos, en su simplísima cons

trucción primitiva, revelan el culto del ante


pasado, la solidaridad familiar. Sin embargo,

algunos cronistas peninsulares han creído


8o EL AYLLU

que la antigua forma convivencial de los


aymaras era el salvajismo completo. Así,
Cieza de León, por ejemplo, nos dice, ha
blando de los primitivos pobladores del Co-
llao, « que los antiguos moradores vivían
hechos salvajes, sin tener casas ni otras
moradas que cuevas de las muchas que
vemos y riscos y peñascos de donde salían
á comer de lo que hallaban en los cam
pos
1
». Pero este modo de ver el orígen de
los pueblos de la hoya del Titicaca es pro
pio del criterio convencional, á partir de
Aristóteles, que se ha tenido de los grados
de desensolvimiento social : salvajismo, bar
barie y civilización.
Al lado de la organización del imperio
peruano, existía una porción de tribus salva

jes disgregadas, en plena degradación social,


que fueron sucesivamente incorporadas por

1. Crónica del Perú, IV, pág. 2.


EL AYLLU 81

las armas á la centralización política incásica.


Estas tribus bien pudieran ser miradas como
restos degenerados de otras organizaciones
nacionales anteriores al imperio cuzqueño. Y
en tal pendiente degenerativa encontraron los

descubridores á los aymaras en el siglo XVI,


que hoy se hallan próximos á su extinción.
Es posible que Cieza de León hubiera reco
gido una tradición fácil de explicar el orígen
de aquellas gentes, viendo por una especie
de espejismo mental, en los grupos degene

rados cercanos, las formas de vida de las tri


bus antiguas.
Igual ó parecida opinión daba el virrey
Francisco de Toledo en la Memoria dirigida
á la Corte de España en 1582. Entre otras
cosas, manifiesta lo que á la letra copiamos :

« El gobierno que los indios tenían antes

que yo personalmente los visitase, era el

mismo, ó muy poco menos político, que

J
8a EL AYLLU

tenían en tiempo de la tiranía de los incas,

y en este se iban conservando y los habían

dejado estar los gobernadores ; porque, no


embargante que se entendía que para el ser
vicio de Dios y de V. M. y de su bien y
cristiandad, era muy conveniente mudarles
el modo de vivir y todo lo demás que
hacían, les parecía á los mismos gobernado
res y los persuadía la gente, que no se sufría

ni convenía meter la mano en esto, porque


les sería muy grave á los naturales y que
sería escandalizarlos y alterarlos y cosa infi
nita menear materia tan pesada y dificultosa
como en efecto lo ha sido y contradicha
de todos. Estos indios, como está dicho,
hacían su vivienda en los montes y mayores

asperezas de la tierra, uyendo de hacerla en


lugares públicos y llanos ; allí vivía cada uno
con la libertad que quería en cuanto á la ley,

porque no se podían doctrinar, y en lo


EL AYLLU 83

demás, en vicios, borracheras, bailes y


taquis, muy en perjuicio de sus vidas y
salud. Morían como bestias y enterrábanse
en el campo como tales, gastaban el tiempo
en comer, beber y dormir, sin que volunta
riamente ninguno se ofreciese al trabajo,
aunque fuese la labor de sus mismas here
dades, sino lo que tasadamente habían
menester para su comida y jornal, para la

paga de sus tasas. Los curacas y caciques


principales los tenían tan sujetos, que nin

guna cosa les mandaban que no la tuviesen


por ley ; no poseían cosa propia más de lo

que los caciques querían, ni les valían ni les


osaban negar las haciendas, mujeres é hijas,
si se las pedían, ni se atrebían á pedirselas
si se las tomaban de miedo que no los
matasen' ».

1. Relaciones Geográficas de Indias, I, apcn. III, pág.


cu.
EL AYLLU

Estas y otras referencias á un estado de

pleno salvajismo, no prueban nada contra la


antiquísima organización familiar del ayllu.
Son testimonios simplemente de que anti
guas naciones habían caído en degradación

completa desde épocas anteriores al descu


brimiento de América. Verdad, que la dege
neración que atribuímos á los pueblos ayma
ras que en el altiplano andino y comarcas
adyacentes esbozaron una civilización digna

de consideración, no puede extenderse á

todas las tribus del continente. Ha habido,

y hoy mismo existen, hordas salvajes que no


pasaron de las formas más rudimentarias de
convivencia social y política. Ellas han vivido
y viven en pleno estado de salvajismo, sepa
radas unas de otras, hablando dialectos par

ticulares, que en el fondo revelan una pro

cedencia común. Probablemente, á esta clase

de tribus, que pueblan aún vastas regiones


EL AYLLU 85

del centro del continente sud, ha debido

referirse Müller. Empero es extraño que


ignorase que nos quedan huellas asom
brosas de la existencia de civilizaciones po
derosas.
El estudio de las relaciones sexuales de
los habitantes primitivos, constituye una
fuente de indagación riquísima respecto del
ayllu, linaje. Los cronistas españoles aluden
á una tradición vaga y lejana de un estado
de comunidad sexual. La poligamia que se
encuentra en los tiempos del imperio incá

sico, reservada tan sólo á los jefes é incas,

si es que este hecho se considera como un


rezago de comunidad sexual, sería de una
época anterior á la constitución del ayllu.

Cosa distinta pasó en la rama azteca, en la


cual se conservaron hasta un período poste

rior al callpulli, huellas evidentes del uso


colectivo de la mujer, poligamia que coincidía
86 EL AYLLU

con la comunidad de la tierra1. ¿ Pero lo poli


gamia aristocrática, será necesariamente,
como se ha supuesto, un aspecto de desdo
blamiento, ó, por lo menos, un rezago de la
comunidad sexual? ¿Será más bien un signo
del predominio excesivo del varón y de la

abyección de la mujer ? Así nos lo atesti


guan los pueblos orientales, en que florece

la poligamia dentro de un régimen despótico

patriarcal. En el pueblo israelita como en


China, un hombre tenía tantas mujeres cuan
tas podía mantener, y en muchos pueblos
semíticos la cuantía del ganado se relaciona
con el número de mujeres, colocándose á
estas en una categoría y dependencia casi

semejante á aquel.
Entre las tribus americanas, es la misma
la razón de la pluralidad de mujeres. As! en

1. Sentenach, Ensayo sobre la America colombina, III,


pág. 40.
EL AYLLU 87

la relación que hace el P. Armentiade de las

tribus del Madre de Dios, vemos la explica


ción de esa costumbre. Rectificando ciertas,
aseveraciones respecto de los indios araonas
dice : « Sólo los capitanes tienen cuatro

mujeres, y uno he visto que me aseguraron


que tenía seis : este era el capitan yuma.

Habiéndoles yo dicho que debían vivir con


una sola mujer me contestaron : y si esta
muere, quien me servirá? Es decir, que las
mujeres son una especie de lujo y comodi
dad, como lo son los criados y criadas entre
las familias acomodadas, en los países civili

zados. Aun más, son una especie de bestias


de carga, unas verdaderas esclavas. Los hom
bres son ociosos, haraganes, quieren ser ser

vidos por mujeres, porque consideran indig


no del hombre servir á otro... este oficio

es entre ellos propio de las mujeres 1. »

1. La Revista de la Pa?, 1892, pág. 355.


88 EL AYLLU

Lo que se ve aquí es más bien una rela

ción del poder económico y social de los


hombres. Ahora bien : esa posesión privile

giada de los hombres deriva de la acumula


ción de energías y prerrogativas que tuvo

siempre el sexo fuerte respecto del feme


nino. Y si la poligamia fuera la consecuencia
de la comunidad sexual y del predominio

social de la mujer, no se explica que ella


exista siempre dentro de un régimen despó
tico del hombre. El aymara hoy trata como
bestia á su mujer, con ausencia de las dul

zuras domésticas, cuando se embriaga la


maltrata y estropea como un gaje de su dere
cho marital. Las faenas, por pesadas que
sean, se reparten igualmente, sin distinción
de sexo, y, cuando emprenden viaje por los

ásperos y solitarios caminos de las serranías,


ella es quien va á pié tras de su marido,

caballero en el asno. Esa falta de benevolen


EL AYLLU 89

cia hacia el sexo débil, sentimiento que, por


otra parte, es esencialmente moderno, nacido
de una idealización del afecto sexual, ó sea
del amor, es contrario al predominio de la
mujer en épocas lejanas, predominio que se
ha hecho coincidir con la promiscuidad de

ella1. La agrupación de muchos sentimien


tos é ideas en derredor del apetito sexual,
sólo puede ser el resultado de la mayor
duración de la union de las parejas. A la

satisfacción puramente carnal de la union

pasajera, se sucede el afecto de benevolen

cia mutua, procedente de la mayor inten

sidad de la convivencia en un solo hogar.

1 . A propósito de los maltratos que le da el aymara


á su mujer, cabe rectificar una falsa apreciación res
pecto de los bolivianos. Sighele en su obra : El delito
de dos, dice : « Mantegazza habla en sus viajes de la
mujer de Bolivia,las cuales se quejaban de sus mari
dos cuando estos no les golpeaban » (Cap. V, pág.
141). Semejante afirmación en términos generales es
contraria á toda verdad.

.
90 EL AYLLU

« La duración de estas uniones, dice

Starcke, es decir, lo que hace que las llame


mos matrimonios y no uniones libres, no la

motivan las relaciones sexuales, sino razones


económicas, en cuanto el hombre elige una

mujer para tener una ayuda en los deberes


cotidianos de la vida1. »
A la necesidad de asistencia y cuidados
recíprocos, sucede el interés por la prole,
como sentimiento de reproducción, al prin
cipio, y de proyección moral de la personali
dad después. Es una observación muy
exacta la hecha por un sagaz investigador :

« en las primeras etapas del desarrollo


humano, el afecto sexual es muy inferior en
intensidad á los tiernos sentimientos con que
los padres halagan á sus hijos »', y á la

1. La familias en las diferentes sociedades, I, pág. 36.


2. R. Westermarck, Historia del matrimonio en la

especie humana, XVI, pág. 376.


EL ÁYLLU 91

mujer, agregaríamos nosotros. Se puede con


cluir en este punto, que la unión sexual

gana en intensidad de afectos y duración,


cuanto pierde en extensión y variabilidad.
Si la duración de las uniones sexuales es
cada vez más acentuada y tiende á espiritua

lizarse, es, pues, probable, que la prostitu


ción ó el uso indiferente y colectivo de la
mujer, el hetairismo, no hubiese existido
dentro de la constitución de la familia, del
ayllu, ni quizás antes, como un período

social marcado.
Empero, Garcilaso de la Vega, al hablar
de las uniones sexuales de los antiguos
peruanos, nos cuenta que : « Muchas nacio

nes se juntaban al coito, como bestias, sin


conocer mujer propia, sino como acertasen
á toparse, y otros se casaban como se les

antojaba, sin exceptuar hermanas, hijas, ni


madres. En otras guardaban las madres y no
9a EL AYLLU

más. En otras provincias era lícito y aún loa


ble ser las mozas cuan deshonestas y perdi
das quisiesen, y las más disolutas tenían
más cierto su casamiento, que el haberlo sido,
se tenía entre ellos por mayor calidad, á lo

menos las mozas de aquella suerte eran teni


das por hacendosas y de las honestas, decían,

que por flojas no las había querido nadie.


En otras provincias usaban lo contrario, que
las guardaban las hijas con gran recato, y
cuando concertaban de casarlas, las sacaban

en público, y en presencia de los parientes,

que se habían hallado al otorgo, con sus pro


pias manos las desfloraban, mostrando á

todos el testimonio de su buena guarda. En


otras provincias corrompían la virgen que se
había de casar los parientes más cercanos
del novio, y con esta condición concertaban
el casamiento, y así la recibía después el
EL AYLLU 93

marido. Pedro de Cieza, capítulo veinticua

tro, dice lo mismo1. »


De propósito hemos copiado el párrafo en
que el historiador incaico nos describe las
formas de matrimonio americano, para con
estas aparentes contradicciones comprobar
la estructura patronímica del ayllu. Esas

diversas maneras de considerar el valor de

la pureza é impureza de la mujer, pueden


conformarse ó no con las diversas teorías
vertidas sobre lo que se ha llamado « el
matrimonio primitivo ». Todas las combi
naciones posibles que se vean en el matri
monio humano, que, por otra parte, por
razón misma de esta inquieta variabilidad no
son susceptibles de ser clasificadas en cier

tas y determinadas formas, son naturales en


el hombre, que no reconoce límite ni época

para sus uniones. Westermarck ha dicho


1. Comentarios reales, t. I, x1v, pág. 16.

J
94 EL AYLLU

que « en el hombre se encuentran todas


las formas posibles de matrimonio1 ». La

poligamia es un fenómeno social de todas


las razas y de todas las civilizaciones, una

tendencia específica, destinada á fundar en


un solo tipo las variedades creadas por la
monogamia, como observa muy bien Remy
de Gourmont en su interesante libro Física
del Amor1. En casi todas las especies huma
nas, agrega después, existe una poligamia
substancial, disimulada bajo una apariencia
3
de monogamia ».
La familia patronímica y la evolución dura
dera del matrimonio, excluyen la mezcla de

sangre de los parientes ya consanguíneos .ya

facticios ó, acomodándonos al tecnicismo de


Mac Lenan, la familia y la gens son exogá-

micas. Puede objetarse contra el sistema

1. Oh. cit., pág. 449.


2. XVI, pág. 170.

3. Ibid., pág. 186.


EL AYLLU 95

patriarcal de las familias que formaron el


imperio peruano, que según los ritos de la
realeza incásica, debían los miembros de ella

casarse entre hermanos. Algunos autores


han visto en este género de uniones los reza

gos del uso colectivo de la mujer, ó, por lo


menos, la precedencia del « matrimonio
consanguíneo». Cuando Mommsen sostenía :

« que la gens era una república nacida de la


comunidad de origen real ó probable, hasta
facticia, mantenida en un haz compacto por

la comunidad de fiestas religiosas, de sepul


tura y de herencias, á la cual podían perte
necer todos los individuos libres, y, por tanto,
las mujeres también », se objetó que tales
relaciones implicarían una constitución endo-

gámica de la gens. La gens, se dijo, fué

exógama, como lo confirman varias descrip


ciones, entre ellas la de Tito Livio '. Pero,

1. F. Engels, ob. cit., v1, pág. 222.


96 EL AYLLU

el carácter exogámico ó endogámico de la


gens, por mucho que estas formas matrimo
niales fuesen marcadas y excluyentes, no

destruye ni ataca su constitución y compo


sición patronímica.
El ejemplo de los simbólicos hermanos
Mallcu-Capac y Mama Ocllo, no probaría la
supervivencia ni de la unión sexual pasajera,
ni la existencia de la familia consanguínea en

que « el vínculo de hermano y hermana, en

ese período, trae consigo el ejercicio del


'
comercio carnal recíproco ». Estas uniones

entre parientes, como se ha dicho, demues


tran más bien la tendencia á mantener la

pureza de sangre, esto es, la constitución


gentílica aristocrática de la familia. Por otra
parte, no es del todo evidente que entre los
peruanos existiese tal costumbre desde tiem

1. Engels, ob. cit., n, pág. 66.


EL AYLLU 97

pos desconocidos, como tradición recogida


del ayllu preincásico. Westermarck sostiene
á propósito : « Garcilaso de la Vega afirma
que, desde un principio, los incas del Perú
establecieron como ley absoluta que el here
dero del trono se casara con su hermana

mayor legítima, mientras que Acosta y


Ondegardo afirman que entre los peruanos
se consideraba ilegal todo matrimonio en el
primer grado, hasta que Tupac Inca Yupan-
qui, al terminar el siglo XV, se casó con su
hermana consanguínea y dictó un decreto

para que « los incas se pudieran casar con


sus hermanas consanguíneas, pero no con
'
otras ».

Bien considerado este punto de las rela


ciones incestuosas, la opinión de la mayoría
de los arqueólogos de la familia primitiva,

1. Oh. cit., pág. 310.


98 EL*AYLLU

se inclina á la conclusión de que las uniones

consanguíneas se hacen cada vez más prohibi


tivas, por razón de sus consecuencias degene
rativas. Morgan sostiene que las prohibicio
nes de matrimonio entre parientes cercanos,
ha nacido de la observación de los resulta
dos visibles de semejantes uniones. Otros
escritores suponen, por el contrario, que tal
conocimiento es imposible en razas nóma
das é infantiles. Haciéndose cargo de estas

y otras observaciones, Westermarck se

decide, y parece que con mucha justicia, por


la natural y secreta diferenciación de parien

tes que se opera en el seno de las familias.


Sus frases, de una convicción sobresaliente,
son estas : « Naturalmente, estoy de acuerdo

con M. Houth en lo de que no existe aver


sión innata al matrimonio con parientes cer
canos. Lo que yo sostengo es que existe
una aversión innata á un comercio sexual
EL AYLLU pp

entre personas que viven juntas desde los

primeros años, y que siendo generalmente


parientes estas personas, tal sentimiento se
manifiesta especialmente como horror al
comercio entre parientes cercanos1. »
Es profusa la historiografía de las diversas
y complejas formas en que puede conside
rarse la familia primitiva, y nada podría
sacarse en limpio en lo que respecta á la pro
miscuidad de la mujer, á la incestuosidad de
las uniones, á las reglas prohibitivas ó per

misivas de las uniones con miembros extra


ños á la gens ó á la constitución verdadera
mente patronímica de la asociación familiar.

1. Ob. cit., pág. 437.

679510
loo EL AYLLU

VI

Hasta aquí hemos podido entrever que el

ayllu aparece en las poblaciones antiguas


como punto de partida de agregaciones y
congregaciones posteriores.
El ayllu germina primero como núcleo
familiar, y toma después otras formas de

convivencia social más amplia, extensa y


económica. A la evolución de las formas
sociales del ayllu podría aplicarse lo que
Fustel de Coulanges observaba de la fami
lia oriental primitiva. « Al principio, dice,
EL AYLLU

vivía aislada la familia, sin reconocer el indi


viduo mas dioses que los domésticos (dii
gentiles). Sobre la familia se formó la fatria
con sus dioses (juno curiales); vino en

seguida la tribu y los dioses de la tribu

(teos filios), y se llegó al fin á la ciudad1. »


No podremos decir del ayllu que haya reco
rrido gradualmente y de la misma manera

aquellas fases de desarrollo y guiado del


mismo espíritu religioso. Lo único que es
posible afirmar es que el ayllu, llega á ser

en cierto momento un clan agrícola y coo

perativo y una comunidad de aldea ó

marca.
El ayllu, considerado como clan, repre
senta la evolución complementaria del ayllu

linaje. Y no sería posible tener un concepto

claro de la composición social y de su desen-

1. Ob. cit., III, pág. 150.

./-"

.
102 EL AYLLU

volvimiento de los pueblos del centro del

Continente sud sino estudiásemos detenida


mente la organización tribal que alcanzó el

ayllu. Por otra parte, por una especie de


correlación, el estudio del clan no permitirá
obtener nuevas inducciones respecto de la
teoría del ayllu, gens. Pero antes, vamos á

precisar los rasgos constitutivos del clan y


sus líneas de diferenciación con otras agru

paciones sociales.
Hemos adelantado ya la significación de

la gens, tanto en el concepto clásico como


en el moderno, considerando que ella es la
asociación familiar consanguínea ó facticia al
rededor de un hogar, cuyo representante es
el paterfamilias, investido de poderes y fun
ciones religiosas, jurídicas y aun políticas.
Hemos visto también que la congregación
de familias forma el clan ó la tribu. La
tribu en el concepto clásico era la « agrupa
EL AYLLU 103

'
ción de muchas fatrias ». El clan irlandés
tiene el mismo significado que la tribu.
« Perpetuándose la familia asociada, dice S.

Maine, de generación en generación en la

antigua sociedad irlandesa, formó, desde

luego, el sept; después el clan, haciéndose


tanto más artificial cuanto más se ampliaba
su circulo8. » No obstante, el concepto mo
derno de la tribu no ha sido uniforme.
Ordinariamente se ha entendido por esta
denominación, una colectividad más ó me
nos numerosa de individuos ó familias, sin

consideración á la estructura familiar, sujeta


á un régimen despótico de un jefe guerrero

1. Fustel de Coulanges, ob. cit., pág. 135.


2. Las Primitivas, pág. 182. « Clan, palabra de orí-
gen céltico, que significa una tribu ó colección de
familias que obedecen á un jefe, tiene un antepasado
común y llevan el mismo apellido. Webster's Com
plete Englisch Dictionary. » Esta definición no es exacta
porque se confunde con la gens.
104 EL AYLLU

y con una organización político-social dema


siado rudimentaria. Esta descripción se ha
dado por los viajeros y exploradores de las

poblaciones bárbaras y salvajes de África,

América y Oceanía. Gumplowicz ha soste

nido que las tribus no se producen por la


multiplicación de familias, y que aquellas
« son los restos de hordas y bandas huma
nas primitivas que desde el principio se han

considerado como extrañas por la sangre 1


».
Esta afirmación es hija primogénita del poli-

genismo sistemático del autor ; pero es evi


dente que el poligenismo no tenga mucho

que ver en la constitución íntima de la fami


lia y de la tribu.

Un distinguido sociólogo, M. Giddings,


al pretender establecer la base interpretativa
de las sociedades étnicas, parte de que en

1. Lucha de ra^as, XXXII, pág. 215.


EL AYLLU 105

el fondo más inferior de estas colectivida

des « están las pequeñas hordas compues


tas de pocas familias ». Expone, además,
cuatro modos de resolver posiblemente el
orígen de la tribu matronímica, que para el
profesor americano, es la forma más primi

tiva y antigua de las sociedades etnogénicas.


Por el primero, puede admitirse que los cla
nes son más antiguos que la tribu, y que
ésta se origina de los clanes por integración.

Por el segundo, una simple horda indefe-


renciada, ha crecido hasta alcanzar las dimen
siones de la tribu, diferenciándose luego en
clases. Por el tercero, cada horda vecina se
ha diferenciado en organizaciones de clanes,

y, finalmente, puede suponerse que cada


horda, en un grupo de hordas, llegó á ser

prácticamente un clan, que comprende una

mayoría de todos los miembros de aquel


clan, y con ellos algunos individuos de los
1o6 EL AYLLU

otros clanes, y que tales clanes, hordas


al fin, forman juntos una organización
tribal1.
Estas combinaciones de pura inducción
crítica, pueden ir hasta el infinito. Mas, de
ese conjunto de interpretaciones, surje un

concepto definido y típicamente deslindado


de lo que es la tribu. La tribu « es una
pequeña sociedad unida y organizada y
compuesta de grupos sociales menores, que
por sí son más amplios que la familia », y
cuyos vínculos de parentesco quedan total
mente borrados. La tribu es la forma más
compleja y más extensa de los grupos socia
les primitivos. « En todo, de loque nos ha

quedado de las instituciones de la tribu, dice


de Coulanges, se observa que se constituyó

en su orígen para ser una sociedad indepen

1. Giddings, ob. cit., pág. 207.


EL AYLLU 107

diente y como si no hubiese tenido ningún

poder social que le fuese superior1. »


Pero lo que distingue la tribu de las otras
agrupaciones humanas es su estrecha alianza
con la tierra. Su estructura ni es consanguí
nea ni esclusivamente religiosa, como sucede
en la gens, en la fatria ó en el sept. Estos
dos aspectos pierden su predominio para

dar lugar al vínculo de la cooperación agrí

cola. « Desde el momento, dice Sumner


Maine, en que una tribu se fija de un modo
permanente y definitivo en una extensión

dada de territorio, la tierra ó el suelo susti

tuye al parentesco como fundamento de la


organización social8. » La tribu, entendida
así, se distingue por un conjunto de coope
ración activa de sus miembros, más agrícola

que política, en razón de que estas funcio

1. Ob. cit., pág. 135.


2. Ob. cit., III, pág. 68.
1o8 EL AYLLU

nes están simplificadas en la autoridad del


jefe y consejo de ancianos. Sobre todo, la

concepción científica de la tribu se distingue


de la denominación vulgar, en que en aque

lla son las funciones agrícolas y de coopera


ción económica lo que constituye la interac
ción psico-social, prescindiéndose del agre
gado informe que á primera vista ofrece la
colectividad, que es lo que forma el con
cepto vulgar de la tribu.
Para explicar la evolución de la gens hasta
la nacionalidad no hace falta recurrir á ideas

revolucionarias (muy comunes en otros


tiempos á las teorías geológicas y sociales)
que explican por choques violentos y extra
ños las transformaciones de los grupos agrí
colas. Es la continua y lenta acción de las
mismas fuerzas internas, expansivas, en

combinación con los factores externos, espe


cialmente geográficos, la que determina la
EL AYLLU 1 09

evolución de los grupos humanos. No obs


tante, el concepto de la tribu no puede que
dar encerrado en un solo molde, ni en
cuanto á su estructura interna ni en cuanto
á las formas de su desenvolvimiento. Por
esto, si se trata de dar una idea más ó
menos redondeada de ese grado de colec

tividad social y política, es casi por método,


y porque es necesario tener ciertos puntos
de inteligencia común cuando se investigan

los fenómenos de la congregación social.


Las aclaraciones que preceden sirven,
pues, de premisas, hasta cierto punto, para
afirmar que si el ayllu despunta en la aurora
de las primitivas poblaciones del centro del
continente como asociación familiar, llega
después á tomar las proporciones y funcio
nes de clan y de tribu. Sin embargo, el

ayllu, como linaje ó familia subsiste inde


pendientemente pero con un visible desco
7
l1o EL AYLLU

loramiento. Starcke sostiene que « puede


decirse que está reconocida la organización

de la familia por la tribu, como lo que los


individuos por sí mismos prefieren, mien

tras que la organización civil y política está

reconocida por el individuo, como aquella


ante la cual debe someterse para la conser
'
vación de la vida social ». La observación
no puede ser más oportuna. En efecto, en
la organización tribal, es el agregado indivi
dual la fuente de todo el régimen social; y
por esto mismo, la familia, en este grado de
dilatación social, es un hecho de voluntad,
de constitución libre, lo que no sucede
cuando la gens es institución de hecho, soli
dariamente estructurada, y en la que los
individuos se ven adheridos por vínculos
más poderosos que su voluntad.

I . La Familia en las diferentes sociedades, I, pág. 3.


EL AYLLU

En verdad, cuando se opera la constitu


ción del imperio peruano, el ayllu, linaje,
vuelve á rebrotar en razón de que las bases

fundamentales de la organización política de


está nacionalidad son completamente aristo
cráticas. Por punto general, la inducción

fuerza á creer que desde cierto momento el


ayllu, tribu, se desenvuelve en sentido
inverso, es decir, que mientras se def1ne y
consolida éste la familia consanguínea va per
diendo su plasticidad constitutiva. No es
que se operen superposiciones de una y otra
forma de convivencia. Lo que hay es que en
la civilización aymara la voz ayllu sirve, y
es la única conocida, para designar tanto la

asociación familiar, gens, cuanto la asocia


ción territorial y agrícola, tribu. Cosa igual
pasó en las instituciones irlandesas con la

palabra fine. S. Maine nos dice : « La misma


palabra fine, familia, se aplica á todas las
EL AYLLU

subdivisiones de la familia irlandesa. Desig


na á la tribu en su sentido más amplio, en

cuanto pretende gozar cierta independencia


política, y á todos los cuerpos intermedios
hasta la familia tal cual la entendemos, y
aun á las fracciones de la familia1. »
El ayllu, gens, ha subsistido, indudable
mente, aunque marchito, dentro de la orga
nización tribal y nacional á que alcanzaron
los aymaras. La conquista española no
encontró sino el ayllu tribu. Así vemos en
una relación colonial de 1586 relativa á la

provincia del Collao, de población aymara,


las siguientes informaciones respecto del
ayllu, en su aspecto clánico. Dice ella. « Á
los quince capítulos. Gobernábanse con
forme á lo que el inca tenía puesto, que era,
por sus ayllos y parcialidades, nombrada de

1. Las Instituciones Primitivas, III, pág. 83.


EL AYLLU 113

cada ajilo un cacique, y eran tres ayllos,


llamados Collana, Pasana, Cayao; cada ayllo
de estos tenía trescientos indios y un princi

pal á quien obedecían, y estos tres princi


pales obedecían al cacique principal, que
era sobre todos. Tenía el cacique principal
mando y poder sobre todos los demás prin
cipales, los cuales le eran obedientísimos en
todo lo que mandaba, así en las cosas de

guerra como en las cosas de justicia y casti


gos de delitos. Era este cacique puesto por
el inca y subsedían sus hijos, y á falta de
ellos sus hermanos, aunque eran preferidos
en la herencia el hermano legítimo del caci

que á su hijo, aunque fuese legítimo1. »


Todavía subsiste el ayllu casi con el

mismo molde tribal que nos describen los


cronistas españoles, no obstante las altera
II,

1 . Relaciones Geográficas de Indias, tom. págs. 40


siguientes.
y
H4 EL AYLLU

ciones de carácter agrícola y tributivas intro


ducidas por los peninsulares en la composi
ción de los grupos indígenas. Valiéndonos
de los registros de tierras de aborígenes

podemos saber que el ayllu actual consta


de cierto número de familias, veinte á cua

renta, que dan un total de cien á trescientos


individuos , repartidos en determinadas
agrupaciones llamadas estancias. Ó expli
cando inversamente : el ayllu es el conjunto
de estancias, cuyo número varía de cuatro
á cinco y de diez á quince, enumerando
cada estancia un grupo de cinco, ocho,
diez, quince ó treinta familias. Este número,
con todo, no es fijo, y hay estancia, por
ejemplo, que consta de sólo dos familias.
La distinción que señalamos en familias
y estancias, es desde el punto de vista de
la legislación colonial. El concepto de familia

es enteramente moderno en estas definicio


EL AYLLU 115

nes legales. En cuanto á la estancia, vocablo


netamente castellano, no tiene otro signifi
cado que la comunidad de pastos. Siguiendo
la opinión de don Juan de Solórzano, la
conservación de pastos comunes consti
tuye la estancia, y así distingue la estancia

de ganado mayor y la de ganado menor 1.

Mas, en otra parte asegura el ilustre juris


consulto español, que las tierras de labranza
pertenecientes á una comunidad de indios
se llamaban chacaras en el Perú y estancias
en Nueva España'. Este vocablo, conside
rado por la Academia como de orígen ame
ricano, debe provenir de la distinción del
ganado estante y transhumante, derivación
que concuerda con el primer sentido que da
Solórzano á esa voz y de donde por exten
sión se aplicó, probablemente, á la comuni-

1. Política Indiana, II, pág. 104 y 105.


2. Ibid., IX, pág. 94.

S
Il6 EL AYLLU

dad de tierras en general. Pero sea cual


fuese la interpretación de tal denominación,

en el fondo, se trata de participación colec

tiva de ciertos benef1cios agrícolas1. En este


último sentido ha subsistido la palabra
en los « libros de revisita de tierras de orí-
gen ». Para ejemplo citaremos la clasificación
territorial de la provincia aymara de Caran
gas, hecha en 1850. Dice la revisita : « El
ayllu Guanaque, consta de las estancias :

El señor Rigoberto Paredes, en su apreciable


1.

monografía de la provincia de Inquisivi, ha llegado á


decir : « Con la denominación de comunidad ó estan
cia se conocía el conjunto de
indígenas rancherías
agrupadas en una región determinada. La reunión de
comunidades familiares formaban los ayllus y la de
estos la marca, que equivale á la palabra pueblo; á la
cabeza de cuyo gobierno se encontraba el mallcu ».
Provincia Inquisivi, XVI, pág. 197. Nuestra opinión
de

es que tal modo de juzgar la comunidad territorial no


es exacta ni completa. El autor ha tomado únicamente
el significado vulgar de la palabra estancia.
EL AYLLU 1 17

Guanaque, con veintidós familias; Pulani,


con tres; Kamacha, con seis, y Tuva con
dos. El total de individuos alcanzaba á

ciento setenta de los que setenta eran varo

nes y noventa y dos mujeres. El ayllu


Maransaya compónese de las estancias :

Aiqui, con diez familias ; Coquesa, con


trece ; Tanchani, con doce ; Vinto, con
once; Chiltagua, con nueve; Planchihuila-
pampa, con doce ; Tolacapani, con cuatro ;

Hanocco, con seis, con un total de trescien

tos cuarenta y seis miembros : ciento setenta


y siete varones y ciento setenta y nueva mu

jeres. El ayllu Aransaya, consta de las estan


cias : Chiltacco, con quince familias ; Mala-

mala, con cuatro; Chullapota, con trece;


Chillvilla, con trece ; Cullco, con nueve ;

Cuquesana, con cuatro ; Chiquini, con ocho,


y Pucara, con catorce ; total trescientos
setenta y cinco individuos ; ciento setenta y
ll 8 EL AYLLU

cuatro varones y ciento noventa y un muje


res
1
».

Transformado el ayllu familiar en organi


zación tribal agrícola, mantenía aún ciertas

huellas, aunque débiles, de su constitución


primitiva consanguínea. Así descúbrese
dentro del clan dos clases de miembros : el

originario y el agregado, como se les designa

en la legislación colonial. ¿Cuál es la proce

dencia de cada una de estos y de dónde


deriva la distinción de sus funciones y posi
ción dentro del ayllu, tribu ? Para dar exacta

explicación á estos dos puntos vamos á refe


rirnos á documentos coloniales. « Origina
rios, dice el subdelegado de Omasuyos,
marqués de la Plata ', son aquellos que

1 . Archivo del Tesoro Público. La Paz. Revisita de la


Provincia de Carangas, 1851.
2. Informe del subdelegado de Omasuyos, marqués
de la Plata, al Intendente de la Paz. Coscochaca 2 de
EL AYLLU 119

tuvieron su primer orígen en el ayllo, en

que á la actualidad se miran existentes y


se conciben solariegos, como que logran
dicho su orígen anticuado en aquellas
tierras, nominando ayllo lo que nosotros
repartimiento. Estos por lo mismo se supo
nen de superior calidad y aun se tienen
por mejores que los yanoconas, forasteros y
uros, de forma que entre ellos el originario
es más recomendable que los forasteros
para exercitar empleos públicos, gozar más
tierra en su ayllo, alcanza el mejor lugar,
contribuye el tributo de cuota superior,
cual es el de diez pesos y sufren las pensio
nes de la mitad de Potosí. Forasteros (agre

gados) son los que no teniendo en aquel


repartimiento su orígen ni confundiéndose
con la nobleza de dichos originarios apare-

mayo de 1792. Academia de la Historia. Madrid,


Colección Mata Linares, tomo .3.
uo EL AYLLU

cen como agregándose á las tierras de comu

nidad (de las que se les asignan las necesa


rias para su cómoda subsistencia) pagan
cinco pesos de tributo al año y sufren la

pensión de la enunciada mita, como ayu


dando á los originarios. »
Los originarios y forasteros, distinción
definidamente territorial, hace recordar al

antiguo nombre consanguíneo de la familia


y al miembro facticio, no ligado como aquel
por vínculos de sangre al antepasado común,
sino por un lazo de afectos ó de representa
ción sustitutiva de los descendientes legíti
mos. Tal distinción en un principio consan

guínea y familiar, cuando los grupos huma


nos llegan á constituir una organización más

amplia donde el vínculo de congregación no


es el parentesco sino el arraigo á la tierra y
su cultivo, entonces los miembros compo
nentes del grupo agrícola se distinguen por
EL AYLLU

una posición ó relación territorial respecto


de la comunidad. El forastero, miembro
extraño á la constitución territorial del clan,
es un signo de reviviscencia del miembro

ficticio de la antigua gens. Empero, no es


esto únicamente lo que podría llevarnos á la
reminiscencia del miembro ficticio y externo
de la gens aymara. Existe aún una costum
bre que no puede ser sino la huella del

ensanche externo de la familia, mediante la


adopción del extraño, muy semejante á lo
que pasaba en la legislación romana. El uta
guagua, hijo de la casa, es un hijo adop
tivo, pero más que desde el punto de vista
del régimen civil y familiar, desde el punto
de vista de la colaboración agrícola. Las
obligaciones y derechos que nacen de este
hecho, siendo recíprocos para ambas partes,
pueden romperse voluntariamente, sin ha
llarse trabados por las formalidades que la
EL AYLLU

ley romana establecía en estos casos. Esta

forma de adopción se busca por la pareja


sin descendencia, y no en fuerza de la idea
de proyección de la personalidad puramente
moral y subjetiva, sino en relación á la pro

piedad y sucesión de ella. Está tan íntima


mente ligado el aymara á la tierra, como en
todo grupo agricultor, que su personalidad
individual como familiar se condensa y refleja
en su sayona, parcela de cultivo. Sabemos

que en la antigua gens romana, esencial


mente religiosa, la adopción arrancó su exis
tencia del culto de los antepesados. En la
gens aymara, en el ayllu, es posible que la
aceptación del uta guagua tuviese tal orígen,
no lo afirmamos. Hoy, dentro del ayllu, clan,
y más propiamente, dentro de la familia,
sólo obedece á la sucesión territorial. Pero
ese interés psicológico de proyectar hacia el

porvenir la personalidad agrícola, la inmor


EL AYLLU 123

talidad de la tierra, ¿no será una transforma


ción de la adopción religiosa que existía en
la gens latina ?
U4 EL AYLLU

VII

La causa, ó mejor dicho, las causas, que


han influido principalmente para que el

ayllu, gens, se transforme en ayllu, clan,


son de orden agrícola. No conocemos, ni
por referencia de los cronistas españoles, los
principios conforme al cual se operan los

repartimientos de tierras cultivables de los


primitivos aymaras. Garcilaso, Ondegardo
y Acosta, son quienes han dado mayor luz
sobre el régimen agrícola peruano, y sólo
por las referencias de éstos podemos inducir
EL AYLLU 1 a?

lo que fuera el aymara, pues sabido es que


las conquistas salidas del Cuzco no ahoga

ron las costumbres peculiares de cada pro


vincia ó nación sometida al cetro incásico.

La gran civilización á que llegó el imperio


del Sol, al igual del romano, se operó
mediante la asimilación lenta y silenciosa de
las instituciones de los vencidos, Á su vez,
las leyes é instituciones salidas del núcleo,

que podríamos llamar propiamente incásico,


sin que sea posible señalar cuáles son estas
en toda su originalidad, fueron á flotar super

ficialmente en un principio, como en todo


régimen establecido por la conquista, y á

impregnarse fuertemente, después, en las


costumbres y normas de la vida agrícola de
los pueblos sometidos al cetro cuzqueño. El

procedimiento colonizador de los mitimaes,


análogo al sistema latino, ha debido contri
buir á la unificación gubernativa del imperio,
u6 EL AYLLU

aunque esta unificación, en momentos de ser


sorprendida por los españoles, es más apa
rente que real. Tal colonización mediante el

trasplante de pobladores de una provincia en

otra ú otras, á mas de buscar la amalgama


ción de instituciones, llevaba también el
propósito de regularizar el sistema hacenda
do basado en el cultivo comunal de la tierra.

Cieza de León, en el capítulo XXIII de su


Crónica del Perú, nos da cuenta detallada
del espiritu que informaba el plan político

agrario de los mitimaes.


En cuanto á la constitución comunista del
ayllu, es decir, del clan, fundadamente se

puede suponer que no existía distinción


alguna entre las poblaciones aymaras y que
chuas. El ayllu ha debido ser originariamente
aymara, pasando después esta denominación
á la organización clánica de la civilización
incasica. Aylluy, en quechua, idioma del
EL AYLLU 1í7

imperio, deriva de Ayllo. Por tanto, habría


que aceptar que el ayllu incásico, en lo

poco que de él conocemos por los conquis


tadores peninsulares, representa el ayllu
aymara. Bien es verdad que si la civilización
incásica se desarrolló aparte y posterior
mente á la aymara, la estructura familiar y
tribal en aquella ha podido tomar caracteres
distintivos y peculiares. De esto lógicamente
se deduce que el ayllu incásico no es el

molde donde debiera estudiarse el ayllu


aymara. Esta observación no sólo encierra

un fondo de verdad, sino que es prudente


tenerla en cuenta. Pero si ambos desdobla
mientos sociales, si es que el incásico no
procede del aymara, derivan de una fuente

común, puesto que las líneas y rasgos más


fundamentales de su estructuración no son
distintos, la variedad estaría en ciertos ele
mentos adquiridos ó derivativos, pero más
1a8 EL AYLLU

formales que sustanciales. En el fondo de


esos organismos está firmemente arraigado
el núcleo humano, resistente á la acción del

tiempo. Y esto no solo puede decirse de las


instituciones americanas. En todos los fenó
menos de la vida social y psíquica de los

pueblos hay una fuerza conservatriz, seme


jante á la fuerza centrípeta de los cuerpos,

que mantiene casi invívitos los elementos

primeros y fundamentales contra las tenden


cias de la variedad y de los cambios á que
nos arrastran otros factores evolutivos. No
andamos, pues, descaminados al servirnos

de la delincación del ayllu tal cual lo encon

tramos en las poblaciones sometidas al

imperio cuzqueño, para remontarnos á la

organización del ayllu aymara, perdido para


nosotros en sus primeras fases evolutivas.
Ahora bien. ¿Cuál puede ser la organiza
ción del ayllu aymara ? Siguiendo dos pro
EL AYLLU 1í9

cedimientos es posible responder á esta

pregunta. En primer lugar, ateniéndonos á

los datos característicos del ayllu incásico,


tal como nos notician los cronistas españo
les. En segundo, estudiando los rasgos aun

predominantes de una organización neta


mente indigena en los restos que de esta
institución quedan en las poblaciones ayma
ras. Pero, hay un otro camino más eficaz y

sencillo. Niebuhr y Max Müller lo han em


pleado al investigar la antigüedad de las
civilizaciones indo-europeas. Es al lenguaje
á quien debemos pedir su auxilio, escudri

ñando el sentido de vocablos que teniendo


un orígen remoto explican los hábitos y
usos de los pueblos que los emplearon.
Hacen ver « que la raza de hombres capaz
de crear tales palabras, palabras que la

corriente de los siglos ha arrastrado á tantas

riberas, sin quitarles su significación, no


1 jo EL AYLLU

podía ser una raza de salvajes, de simples


1
cazadores nómadas ».
En el aymara encontramos palabras que
son una revelación del estado social primi
tivo de los pueblos que usaron este idioma.
Con ellas se demuestra que los aymaras
vivieron dentro de un regimen civilizado de
paz y cultura avanzada de la tierra. La

riqueza y variedad de los términos agrícolas


prueban que su constitución social era, por
encima de todo, agraria. Podríamos citar
como ejemplo estos vocablos :

Altana Cultivar plantas.


Aliriña Cultivador de plantas.
Alicayaña Ingertar.
Alipatayaña Hacer revivir un árbol ó planta.
Alintayaña Plantar hondo.
Alinquipaña Trasplantar.
Alirayaña Ordenación de plantas.
Aliyayaña Preparar la simiente.

1. Max Müller. La Mitología Comparada, I, pág. 43.


EL AYLLU '3'

Alliña Descuajar, roturar.


Allsuña Escabar, desplantar.
Alltaña Remover la tierra.
Alliraña Remover la tierra.
Allintaña Cimentar, plantar.
Sayaña Lote de cultivo.
Sarca Acequia.
Sataña Sembrar.
Llamayuña Cosechar.
Kolliña Barbechar.
Lijjuana Pico de labranza.
Carpaña Regar.
Kurpaña Destripaterrones.

Así mismo tenemos términos que indican


el uso de ganado y su pastoreo, verbigra
cia : Uigua, ganado; kaura, llama, ganado
lanar originario del altiplano ; aguatiña, pas
tear; aguatiri, pastor, etc.
Tal variedad en la expresión de las moda
lidades más psicológicas de la vida agrícola
no sólo atestigua un grado avanzado de

arraigo á la tierra y á su cultivo sino una


Ja EL AYLLU

procedencia lejana
1
de régimen geográf1co y
climas que no son de la meseta andina,

puesto que existen sin número de palabras


destinadas á significar operaciones de arbo-
ricultura, cuyo cultivo no fue conocido en el
altiplano americano. Esa vinculación estrecha
al suelo supone un régimen estable de vida

y de organización social, el amor de un pue


blo al pacifismo, la construcción de ciuda
des, como Tiaguanacu, cuyas ruinas sólo

pueden competir con las de México. Y si la

organización agraria fue avanzada en aque


llos pueblos, su estado civil y familiar no lo
era menos. Los delineamientos de las rela

ciones familiares son claros y perfectamente


definidos, sin que se encuentre ese estado

1 . Villamil y Rada hace ascender á más de cincuenta


palabras de asombrosa matriz, que expresan ideas
relativas al árbol, á la planta y á su cultivo. (La len
gua de Adán, pág. 16.)
EL AYLLU 133

de confusión ó indiferenciación propia de


los salvajes. Así tenemos en el idioma
aymara estas voces que revelan la estructura
familiar y las relaciones de sus miembros.
Achachila, antepasado, abuelo; guarmi, mu
jer, esposa ; allchi, nieto ; tollca, yerno ;

Uojcha, nuera; guagua, hijo; laica, madre


común, abuela; tata, padre; sullca, hijo
menor ; jila, hermano ; cullaca, hermana ;

uta, casa, etc.


Ateniéndonos ahora á las instituciones
incásicas y por las cuales se induce la orga
nización que debía tener el ayllu aymara, se
puede sostener que ella fué idéntica en sus

rasgos fundamentales. La división de la tie


rra laborable y su disfrute en común ha
debido ser régimen aymara, que trascendió
y pasó á ser de los pueblos incásicos. Ó en

otros términos : la civilización cuzqueña no

hacía sino recoger las instituciones que pue


134 EL AYLLU

blos que entraron á formar su composición


arrastraban desde lejos. Según el padre
Acosta, á quien ha seguido Garcilaso, la

tierra, deducidos los cultivos destinados á


la familia imperial y al culto, era del domi
nio y uso colectivo. « De esta tercera parte,
dice, ningún particular poseía cosa propia ni

jamás poseyeron los indios cosa propia, sino


era por merced especial del Inca y aquello
no se podía enagenar ni aun dividir entre
los herederos. Estas tierras de comunidad
se repartían cada año y á cada uno se le

señalaba el pedazo que había menester para


sustentar su persona y la de su mujer y sus

hijos, y así era unos años más, otros menos


según era la familia para lo cual habían sus
medidas determinadas1. »
Estas medidas, ateniéndonos á Garcilaso,

XV,
II,

1 . Historia Natural y Moral de las Indias, tom.


pág. 187.
EL AYLLU 135

tenían por base el tupu *


equivalente á una

fanega y media española de tierras '. Cada


individuo casado y sin hijo tenía derecho á

un tupu. Al advenimiento de cada hijo varón


recibía el padre un otro y para las hijas
medio. El hijo emancipado ó casado arras
traba tras sí su lote. No así la hija casada,

que debía ir á participar del cultivo del


marido. La nobleza y familia real recibían

tierras en proporción al número de sus


miembros, mujeres, criados y de las mejores
de la comarca en que vivían, sin considerar
la participación común que tenían en la
hacienda real y en la del Sol. El cultivo de

tierras se operaba por medio de un sistema


especial de cooperación comunista. Labrá

1. El vocablo tupu es netamente aymara, y signi


fica, genéricamente, medida, metrón. Empléase tam
bién para designar una legua española.
2. Cada fanega equivale á 64 áreas 596 miliáreas.

/"
136 EL AYLLU

banse, primeramente, por todos los brazos


hábiles de la colectividad, las tierras destina
das al mantenimiento del culto solar y de
sus ministros; luego las de las viudas y
huérfanos; las de los viejos, enfermos é

imposibilitados y las de soldados ocupados


en la guerra. Después de la labor de estos

repartimientos, cada familia ó individuo


atendía á los suyos, « ayudándose unos á

otros », por solidaridad recíproca de servi


cios. Últimamente eran cultivados los lotes
de la nobleza y del rey.

Ahora, si se compara esta organización

agraria con la que tenían los aztecas en el


callpulli, se encuentran semejanzas verdade

ramente sorprendentes, que dan lugar á

pensar en un paralelismo evidente de evolu


ción en las civilizaciones americanas. Vamos
á citar un documento que nos lleva á esa
demostración: Su título es : « el orden que
EL AYLLU 137

tenían los indios en el suceder en las tierras


y valdíos1 ». Dice así : « Es de saberse,
escribe, que habían tres maneras de tierras.
Una se llamaba yaoclali, que quiere decir
tierras de guerra ; otras se llaman clatoca-
clali, que quiere decir tierras de señorío, y

otras se llamaron callpulali, que quiere decir


tierras de particulares de pueblos ó barrio.
Las tierras de guerra que ordinariamente
estaban en los mojones ni eran de nadie ni
sucedía nadie en ellas, porque las ocupaba
el señor que mantenía la guerra. Cuanto á

las tierras del señorío, no hay dificultad,


porque el señor las daba y quitaba como le
parecía y dividía entre los hijos y padres.
Otras tierras que son las del tercer género,
que eran tierras llamadas callpulali, que
parecía tener alguna particularidad, y son las

1 . Biblioteca de la Academia de la Historia, Madrid,


Colección Muñoz, t. 42, fol. 35 á 37.
138 EL AYLLU

tierras de dentro de los pueblos y\ barrios.


Por la mayor parte sucedían los hijos y no
se las quitaban sino por delito, y esto no
porque ellos tuviesen propiedad en las tie
rras, porque como los señores eran tiranos
daban todas las tierras á vasallos y quitában
los á ellos á su voluntad, y así no eran pro
piamente señores ó dueños de las tierras

sino terrazqueros ó solariegos de los señores.


De manera que se podía decir que todas las
tierras, montes y campos, todo estaba á
voluntad de los señores y era suyo porque
lo tenían todo tiranizado y así vivían á viva

quien vence y lo que ganaban todos lo repar


tían los señores entre sí. »
EL AYLLU 139

VIII

¿ Á qué género de inducción puede arras


trarnos aquella identidad de instituciones
americanas? ¿Provendrá de un paralelismo

de los instintos humanos, unos mismos en


sociedades nacientes y poco complejas ? En
el orígen de las comunidades sociales, cua

lesquiera que sean ellas, los procesos de

formación de la propiedad agrícola se entre


cruzan con caracteres de una misma índole.
Por otra parte, si entre las poblaciones ame

ricanas es donde se nota con cierta acentua


1 40 EL AYLLU

ción la paridad de razas, costumbres é insti


tuciones, ¿por qué sólo el régimen agrícola
había de escaparse á esa ley de semejanza ?

Las formas más generalizadas por el

imperio incásico, en cuanto al repartimiento


parcelario, orden de cultivos, sistema tribu-
tivo, sin alterar el fondo originario de la

propiedad clánica, ha debido uniformar las

relaciones de la persona y la tierra, y aproxi

mar, por medio de la centralización, la pro

piedad comunal á los órganos del Estado


incásico. Bien puede inferirse, de todo eso,
que en las poblaciones aymaras, antes de la
dominación peruana, el sistema territorial
fué el mismo que en las poblaciones incaicas.
Cronistas como Cieza de León, sostienen
que las provincias aymaras del norte, como
el Collao, conocían un completo procedi
miento de cultivos y regadíos1. Según

1. Crónica del Perú, XVII, pág. 63.


EL AYLLU 141

D'Orbigny, la nación aymara había conocido

la vida agrícola y pastoril de una manera


muy desenvuelta, « de donde las ideas
sociales posteriores salieron germinadas, de

donde el primer gobierno monárquico y


i
religioso hubo nacido ».

Comprobada la paridad entre el régimen


azteca y el incaico habría una razón de más

para sostener la identidad de este último


con las instituciones agrícolas aymaras. Si
carecemos de observaciones y descripciones
directas de la estructura clánica de los pue
blos aymaras, encontraremos en las que nos
han dejado los cronistas peninsulares res

pecto de propiedad comunista incásica, base


suficiente para reconstituir aquella organiza

ción territorial.
Volvamos al régimen incásico. La orga-

L'Homine Amiricain, pág. 223.


143 EL AYLLU

nización agraria no sólo miraba á la distri


bución territorial de lotes cultivables, sino á

la vinculación interna de cierto género de


relaciones de convivencia y cooperación
comunista, al espiritu, podemos decir, de
las labores de la tierra y de su aprovecha

miento. Nada más interesante para revelar


esa admirable disposición de relaciones hon

damente psíquicas que á manera de sistema


nervioso coordinaba los movimientos colec
tivos del clan, que un pasaje del cronista
mestizo que nos va sirviendo de guía en este

punto. « La cosecha del Sol, dice, y la del


inca, se conservaba cada una por sí aparte,

aunque en unos mismos depósitos. La


semilla para sembrar la daba el dueño de
lastierras que era el sustento de los indios
que trabajaban, porque los mantenían de la
hacienda de cada uno de ellos cuando labra
ban y beneficiaban sus tierras : de manera
EL AYLLU 143

que los indios no ponían más del trabajo

personal. De la cosecha de sus tierras parti

culares no pagan los vasallos cosa alguna al


inca1. »
Además, completando ese sistema de coo
peración y aun beneficencia mutua, la explo
tación de los ganados y pastos, elemento
primordial á la vida sedentaria y agrícola de
los grupos humanos, siguió la suerte del
suelo cultivable. « Del ganado, nos dice el
P. Acosta, hizo el Inca la misma distribu
ción de las tierras, que fué contarlo y seña
lar pastos y términos del ganado de las Gua
cas del Inca y de cada pueblo. » « Los hatos

concejiles ó de comunidad son pocos y


así los llamaban Guaccballama'. » Estos
pastos y ganado en común dieron orígen á
la estancia, de cuya legislación tuvo gran

1. Comentarios Reales, Ub. V, pág. 136.


2. Oh. cit., pág. 188.
144 EL AYLLU

cuidado la Corona española, como puede


verse de la Política Indiana de don Juan
Solórzano. Cuando el cuidadoso jesuíta nos
dice que el ganado comunal se llama Guac-
challama, nos da precisamente un vocablo

aymara, cuyo signif1cado sería : ganado de


llamas de los pobres. He ahí un otro dato

que revela que la constitución comunal de


la tierra debió tener un orígen aymara ó que

dentro del ayllu, clan, la constitución agraria


fué la misma que en la incásica como que
en quechua, idioma oficial de este imperio,
la tribu territorial se denominó igualmente
ayllui.
De la contextura de la asociación agrícola
que hemos examinado, resultan dos aspec
tos principales, que constituyen los puntos
de equilibrio de la propiedad clánica incásica

ó aymara : la posesión individual ó familiar

del suelo por distribución de lotes, la coo


EL AYLLU 145

peración comunista de su cultivo y el dere


cho colectivo que tenían á los pastos, frutos
reproductivos ó de consumo en ciertos casos
de necesidad. Esta combinación del uso y

disfrute de la propiedad, es muy semejante


á la que existió en muchos pueblos ibéri
cos y corporaciones eslavas y germánicas
1

(gesammteigentbum) . El antiguo sistema


territorial irlandés, según los tratados bre

tones, estaba sujeto igualmente á un régi


men análogo. La tierra tributaria, cultivada
ó no, pertenecía á la tribu, ya se componga
de una familia asociada de parientes, ya

comprenda una aglomeración más conside


rable y más artificial. Pero en las grandes
tribus se asignaba con carácter permanente

numerosas fanegadas á las familias de prínci


pes ó á pequeños grupos tributivos, y la

1 . V. Joaquín Costa, Colectivismo Agrario en España.

9
146 EL AYLLU

tierra de estos tendía siempre á dividirse


entre sus miembros, reservándose ciertos
derechos de hermandad. Cualesquiera tribu
considerable reconocía un jefe, ya sea uno
de los numerosos legisladores de la tribu, á

quienas los anales irlandeses llaman reyes,


ya uno de esos jefes de familia á quienes los
jurisconsultos irlandeses han llamado capita
cognationum1.
Ese comunismo precolombino fué des

pués mantenido en la legislación española,


casi completamente. La Recopilación de

Indias en la ley XVIII, título XII del libro


IV, consagró que : « la venta, beneficio y
composición de tierras, se haga con tal
atención que á los indios se les dejen con
sobre todas las que les pertenecieron, así en

particular, como por comunidad, y las

1. Sumner Maine, Las Y. Primitivas, pág. 145.


EL AYLLU 147

aguas y riegos ; y las tierras en que hubie


ran hecho acequias ú otro cualquier benefi

cio, con que por industria personal suya se


hayan fertilizado, se reserven en primer
lugar, y por ningún caso no se les pueden
vender, ni enagenar. » Hay, pues, donde
quiera que se estudie la constitución de la
propiedad antigua, una constante acción y
reacción entre las formas de distribución y

aprovechamiento de la tierra y la familia.


Ese fraccionamiento de la propiedad territo
rial entre los miembros de las familias, que
nos revela el derecho bretón, viene contor
neando más y más los perfiles de la familia
moderna y de la propiedad individual. En
el sistema incásico la tierra, cuyo dominio

eminente, que podríamos decir, pertenece al


clan, que después fué sustituido por el
Imperio, no se divide por sucesión del jefe
ó representante de la familia. Ella pasa á
1 48 EL AYLLU

uno sólo de los miembros, mientras los


otros reciben su parcela por una otra distri
bución. De aquí es que la gran familia se
subdivide, pero la propiedad no. En el

ayllu aymara actual cada jefe de familia


tiene su lote, una sayaña, cuyo término nos
da el significado psico-social que la propie
dad aymara arrastra probablemente desde
sus orígenes. Sayaña quiere decir, estar de
pié, representar.
En sentido lato, esta idea es bastante com
pleja. Significa representar el hecho mismo
del cultivo y el goce de la parcela ; represen
tar la familia á la que se pertenece, y estar

dispuesto á cumplir con las obligaciones que


nacen de la propiedad al frente del ayllu en

general. La sayaña no es tampoco divisible


por sucesión del padre de familia, y sin
embargo de que la propiedad comunal, den
tro de la legislación boliviana, queda á la
EL AYLLU 149

par que la propiedad particular, hay una ten


dencia arraigada del aymara á no fraccionar

su lote, contentándose con gozarle proindi-


viso en la mayor parte de los casos de cosu-
cesión. Pero en este punto del estudio de la

propiedad comunal aymara incásica ó azteca


surje una cuestión. ¿Cómo se concibe el
que siendo la gens precolombina netamente
patronímica, por consiguiente, hereditaria

por primogenitura, el clan territorial fuese


comunista, donde el derecho al suelo no se

adquiere por sucesión sino por reparti


miento del soberano ó del Estado?
Es indudable que existe una antinomia
evidente entre el régimen de sucesión, y

más si es por primogenitura, y la comunidad


de la propiedad. La comunidad territorial es

en el clan y la sucesión patronímica en la


familia, es decir, que la constitución de la
gens es consanguínea y de vínculos persona
150 EL AYLLU

les, dentro de un núcleo reducido. Al con


trario, la tribu territorial es extensa y los
lazos de asociación son los del cultivo. ¿Pero
acaso puede formarse un concepto de hgens
aislándola completamente de la tierra? ¿De
qué vivía y cuál eran los medios de subsis
tencia de la familia asociada por los vínculos
de la sangre ? Indudablemente del cultivo
de la tierra. Ahora bien : si la gens ha
poseído una propiedad territorial, dentro
del clan, formado este por la congregación
de muchas gens, la propiedad ha debido
también tener un carácter familiar y particu
lar. Tal sería la dificultad insalvable para

aquellos que ven, como Fustel de Coulan-


ges, en el tránsito de la gens á la tribu una
especie de dilatación social y nada más.
Otra debiera ser la interpretación de tales
aparentes contradicciones. El ayllu ha

debido poseer, como grupo familiar, un


EL AYLLU 151

lote de cultivos ; pero él no pasaba por suce


sión al primogénito, sino que seguía perte
neciendo y alimentando al núcleo, cuales
quiera que fuese el cambio de sus miembros
componentes. La única cosa que, probable
mente, heredaba el representante de la fami
lia, era la autoridad. La propiedad no era

divisible. Su goce debió ser colectivo, puesto


que el ayllu, gens, formaba un sólo haz

compacto y resistente. A medida que la

gens perdía esta su tonicidad aglutinante la


propiedad perdía también su índole familiar
privada para pasar á ser comunal con el

nacimiento del clan. En el ayllu aymara


parece que los lazos de parentesco se susti
tuyen poco á poco con vínculos de solidari
dad agrícola. Una vez que la propiedad
familiar era indivisible, en cuya indivisibili
dad existía un principio de comunidad, la

asociación debía operarse en la labor con


152 EL AYLLU

junta de la gens para cultivar la tierra, para


el recíproco aprovechamiento de las sayañas.

En el comunismo clánico subsistía aún esta


reminiscencia de la primitiva cooperación
agrícola nacida del parentesco real ó ficticio.
Garcilaso nos dice : « Que los vecinos de
cada colación, ya sabían por el padrón que
estaba hecho, á cuáles tierras habían de
acudir, que eran las de sus parientes ó veci
nos más cercanos. » Sumner Maine ha
notado la misma transformación en los vín

culos de la familia irlandesa. « Durante


mucho tiempo, escribe, se ha pretendido

que la organización social llamada tribu, ha

sido por de pronto la de las comunidades


nómadas, y que al tomar posesión fija del
suelo, las sociedades humanas experimenta
ron sensibles modificaciones. De esta ma

nera, la atención se ha desviado de una

observación cuya exactitud atestiguan, á mi


EL AYLLU 153

parecer, las pruebas más serias, y es la de

que, desde el momento en que una tribu se

f1ja de un modo permanente y definitivo en


una extensión dada de territorio, la tierra ó
el suelo sustituye al parentesco como funda

mento de la organización social. Tal susti


tución es sumamente lenta ; bajo ciertos

respectos, ni siquiera está completada toda


vía; pero su curso ha sido continuado á
'
través de las edades . »

Diluida la gens dentro de la tribu, la

representación patriarcal, la autoridad fami

liar y religiosa de otros tiempos, pasa al jefe


de la tribu, al mallcu (mayor), de los ayllus

fundidos en un circulo más extenso de aso


ciación. Y si la organización tribal ha llegado

á la nacionalidad, especialmente mediante la


dominación de unas tribus respecto de otras,

1. Las Y. Primitivas, III, pág. 68.


9'
i54 EL AYLLU

la potestad de repartir la tierra de labranza

y la adjudicación de lotes de cultivo se con


centra en manos del rey ó emperador. Tal
pasa entre los incas y los aztecas, como se

ha visto. En la estancia (partes agrícolas de

que se compone el ayllu) moderna, como


la familia monógama ha llegado á su aspecto

más individual desapareciendo completa


mente « la familia asociada », la relación

consanguínea, dentro de la colectividad agrí

cola, está reducida á una cooperación perso


nal muy débil. Pero si la cooperación dentro

del ayllu ha debido existir en todo su rigor


en tiempos anteriores, en que el cultivo de

la propiedad se arraigaba con hondos carac

teres en los albores del clan, hoy en la estan


cia la mutualidad del trabajo se halla casi
extinguida ó limitada sólo á las pocas perso

nas que componen estrictamente una fami


lia. Este aflojamiento de los vínculos agra
EL AYLLU 155

rios se debe, pues, al fraccionamiento de la


familia hasta llegar á la posesión de la pro

piedad individual. Y á tal transformación del


colectivismo aymara é incásico, han contri
buído tanto la legislación colonial como la
de la república. La cooperación no existe

siquiera entre todos los miembros del ayllu,


sino en los de la estancia, tratándose de

ciertos aprovechamientos comunes como


recomposición de acequias, avivamiento de
mojones, defensa y aprovechamiento de

pastos.
l56 EL AYLLU

IX

El régimen español, si introdujo alguna


innovación en la constitución de la propie
dad comunista del ayllu territorial, no fue
de aquellos que borrasen totalmente sus ras

gos característicos. Todas las tierras del con


tinente, conquistadas y por conquistarse, se

consideraron res nullius y de patrimonio


del soberano español, sobre cuya base de

f1cción jurídica se constituyó la propiedad


colonial. La ley primera, título XII, del Libro
IV de la Recopilación de Indias, debía cons
EL AYLLU 157

tar de caballerías y peonías otorgadas « á

todos los que fueren á poblar tierras nue


vas, haciendo distinción entre escuderos y
peones, y los que fueren de menor grado y
merecimiento, y los aumenten y mejoren
atenta la calidad de sus servicios, para que

cuiden de la labranza y crianza. »


Las encomiendas que, según el espiritu
religioso de la conquista, consistía en entre
gar al dominio señorial de los conquistado

res de cierta calidad, un número de indios,

con el f1n de que sean instruidos y reduci


dos á la fe cristiana, llegó á ser el principio
de la servidumbre personal y de las trans
formaciones de la propiedad. Según las

interpretaciones del jurisconsulto Solórzano,


las encomiendas tuvieron por orígen en que
los españoles se hallasen necesitados del

servicio de los indios «. así para sus casas

como para la busca y saca de oro y plata,


158 EL AYLLU

labor de los campos, guarda de los ganados

y otros ministerios. » Los primeros gober


nadores hicieron estos repartimientos á los
conquistadores « y les encargaban, dice el
mismo autor, su instrucción y enseñanza en
la religión y buenas costumbres, encomen
dándoles mucho sus personas y buen trata
miento, comenzaron estas reparticiones á
llamarse encomiendas y las recibían los
indios en esta forma, encomenderos ó comen
datarios, del verbo latino comendo, que
unas veces significa recibir alguna cosa en

guarda ó depósito y otras recibirla en amparo


'
y protección ».

Empero, no todos los naturales quedaron


sometidos á tal sistema de distribución feu
dal. La « composición de tierras », nombre
con el que se designaba el repartimiento de
II,

1. Política indiana, pág. 223.


1,
EL AYLLU 159

campos de cultivo, recordaba á las leyes


agrarias de Roma, pero llevaba por fin prin
cipal el implantamiento de tributos. El repar
timiento de tierras fue iniciado en el Perú,
por el virrey Francisco de Toledo, en 1581.
Los naturales adquirieron bajo esa forma
legal el dominio comunal de sus tierras, res
petando así la legislación de Indias los deli
neamientos fundamentales del antiguo colec
tivismo peruano1. Á las ordenanzas del

virrey Toledo había precedido una informa


ción que la Corte mandó levantar sobre el
mejor sistema que convendría implantar en
la colonia. Entre esa información figura la
de Polo de Ondegardo, corregidor del Cuzco

y el más letrado de los conquistadores que


vinieron entonces á América, que abogaba
por que se mantuviese el régimen rentístico

1. Joaquín Costa, Colectivismo agrario, pág. 65.


1 6o EL AYLLU

del colectivismo incásico, que aún se man


tenía íntegramente en aquel tiempo (1561)1.

Estas y otras consideraciones fueron tenidas


en cuenta por la Corte, que en cédula de 28

de diciembre de 1568, instruía á aquel


virrey « que la forma de la tasa que parece
más conveniente es que aquella se haga por

junto todo el repartimiento, conviene á

saber, que habiendo respeto al número de


los indios y á la calidad y disposición de las
tierras y á los artificios, oficios, tratos y
negociación de ella regulando todo esto no
por lo que los indios trabajan, que son ocio
sos y holgazanes, sino por lo que pueden y
deben trabajar, se haga una justa estimación
de lo que en dineros, frutos y especies pue

da haber y se puede sacar y sobre aquello


se haga arbitrio de la parte que ha de que-

1. Ob. cit., pág. 71.


EL AYLLU 161

dar á ellos y de lo que nos y los encomen


'
deros habernos de haber ».

El gran virrey, cuyas dotes sobresalientes


de hombre de Estado le asignan el primer

puesto entre los gobernadores de la Colo


nia, se atuvo más á la revelación de los
hechos habituales de los naturales que á las
instrucciones que se le impartieran ó á doc

trinas en voga sobre regímenes rentísticos.


Sus ordenanzas fueron dictadas con un crite
rio práctico, para lo que recorrió personal
mente la mayor parte de los dominios de
su gobierno. Con mucha verdad decía el

virrey marqués de Montesclaros hablando de


él : « que en las cosas en que don Francisco

de Toledo no hubiere declarado motivos,


fiemos de su prudencia que fueron fundadas

1. Archivo de Indias. Carta á S. M. del Marqués de


Montesclaros. 2 de marzo de 1614. Est. 70, Caj. 1,

Leg. 35.
1 62 EL AYLLU

'
en razón y justicia ». Visitando las provin

cias, según el mismo Montesclaros, « hizo


una estimación de las subsistencias que
tenían en cada partido y conforme á ella
tasó lo que los naturales que la habitaban
habían de pagar ' ». Impuso por tributos á

cada natural « una cantidad de ocho pesos,

y ordenó que esto se pagase, cinco en plata,

dos en carneros de la tierra (llamas ó alpa


cas) y lo restante en telas ó ropas fabricadas
3
de su mano ».
El sistema tributario de don Francisco de
Toledo mantenía, hasta cierto punto, el

régimen incásico, obligando á pagar el

impuesto con trabajos personales. Aun se

creyó por algunos, en ese entonces, que el

1. Carta á S. M. del virrey del Perú marqués de


Montesclaros, 1614. Est. 70, Caj. 1. Leg. 36.
2. Ibid.
3. Carta citada.
EL AYLLU 163

virrey, como dice el licenciado Alcón, había


inferido agravio á los naturales al exigirles
contribuciones pecuniarias « quitándoles las
comodidades de pagar en las cosas que
cogían y tenían en sus tierras
1
».
Sabemos, en efecto, que en el régimen
incásico, como en las antiguas instituciones
agrarias de Roma, no existía la tributación

per capita sino de simple cooperación perso


nal, mediante el cultivo de tierras destinadas
al sostenimiento del culto, de la reyecía y
del pueblo. « Los ingas señores que fueron

de estos reinos, dice el mismo licenciado


Alcón, en carta que escribe á S. M. en 15

de marzo de 1575, según ref1eren los natu


rales de ellos, ningún tributo llevaban á sus
subditos de sus haciendas y grangerías sino

Archivo General de Indias. Carta del licendiado


1.

Alcón á S. M. 25 febrero de 1583. Est. 70, Caj. 4,


Leg. 22.

i
104 EL AYLLU

servicio personal en que todos servían con


forme á sus estados. Unos en mandar y
gobernar y tener cargos y oficios de su casa
y haciendas y en juzgar y mandar á los

inferiores y en las guerras, y la gente común


y baja en trabajar en las sementeras y otras
obras del inga y guardarle su ganado y
hacerle ropa rica y comun y algunos en
labrar minas de oro y plata De estos

servicios personales que estaban repartidos


entre todos los indios y ninguno servía más

que en una cosa sacaban todo lo que enten


dían en ello comida y vestido para ellos y
sus mujeres é hijos y honra los tienen los
que sirven á los príncipes '. »
El P. Acosta, igualmente, nos ref1ere el
régimen comunista de los naturales del Perú

1. Archivo General de Indias. Carta del licenciado


Alcón á S. M. 15 de marzo de 1575. 1 572/1 575. Est.
70, Caj. 41, Leg. 19.
EL AYLLU 165

en estos términos : « Para entender, escribe,

el orden de tributos que los indios daban á

sus señores, es de saber, que asentando el

Inca los pueblos que conquistaba, dividía


todas sus tierras en tres partes. » Y después
de decirnos, como se ha visto anteriormente,

que esta división tenía por objeto la reli

gión, el sostenimiento de la casa real y la


subsistencia de la comunidad, escribe : « La
segunda parte de las tierras y heredades era
para el inca. De esta se sustentaba él, su
servicio parientes los señores, las guar
y
y

niciones soldados, así era mayor parte


la
y
y

de los tributos, como lo muestran los depó


sitos casas de pósito que son más largas
ó

anchas que las de los pósitos de las gua


y

cas1.
»

Las descripciones de Acosta como las de

1. Ob.cit., VI, págv186.


1 66 EL AYLLU

todos los cronistas é historiadores del impe


rio incásico respecto de la forma de contri
buir que tenían los peruanos, no expresa,
en realidad, un sistema rentístico tal cual
fué usado en la organización de un Estado,
desde tiempos remotos. Es más bien un sis
tema de cooperación comunista. La con
quista española impuso después tasas ó con
tribuciones directas. En el choque de las dos
civilizaciones no siempre desaparece total
mente la vencida. Las razas que habían
esbozado la civilización precolombina, eran

de esas sin gran tonicidad para resistir y


reaccionar al choque de una invasión. Las
instituciones peruanas se extinguieron sua
vemente, sin sobresaltos y convulsiones
propias de una vida nacional próxima á
extinguirse ni nada como una descomposi
ción interna.
EL AYLLU 167

La cooperación agrícola, ya lo dijimos,


ha debido desaparecer en el ayllu por la
relajación de los lazos consanguíneos y por

la amplificación social y territorial del clan.

La legislación española, sobre todo, ha sido


el factor principal de su antiquísima desna
turalización. Hoy ella se limita á ciertas
labores que interesan á la comunidad, tales
como la apertura de acequias y avivamiento
de linderos. Por lo demás, es simplemente

el gobierno político de los mayores, mallcus,


1 68 EL AYLLU

(que en la forma han venido á tomar otras


denominaciones españolas) unido á la pose

sión individual del suelo, lo que mantiene


en un haz de unidad el ayllu. Pero es de
suponer, á juzgar por ciertos rasgos aun
existentes, que en época de su mayor toni
cidad colectiva, cuando por su menor ampli
tud y extensión, demótica y territorial con
servaba frescura y cohesión, hubiese desen
vuelto en su seno funciones de mayor soli
daridad social, en las mismas condiciones
existentes en los clanes célticos y en las
comunidades orientales.
La defensa colectiva, compacta, contra
agresiones extrañas, subsiste aún en el ayllu
como función conservatriz que nos recuerda
esa irritabilidad f1siológica, instintiva, de los

primitivos grupos para mantener por medio


de la guerra excursiva ó puramente defen
siva la integridad tribal. Y, no obstante los
EL AYLLU 169

influjos desvirtuadores de la dominación


española, han llegado ciertos clanes aymaras
á flotar casi, por decirlo así, en el naufragio
de las instituciones indigenas. Merced á su

actitud tan cerrada como refractaria á las


corrientes nuevas, algunos ayllus hay, que
han sobrevivido casi en sus formas primiti
vas. Se conoce, por ejemplo, un clan llamado
Collana, cuya constitución interna y contor-
neamiento externo son muy particulares.
Allí no se aceptan extraños, sobre todo
blancos, sino por vía de hospitalidad pasa
jera. La justicia se administra por sus propias
autoridades y por un consejo de los mayo
res. La cooperación agrícola es más viva y
solidaria. Los delitos de robo, especialmente
el de ganado, se castigan severamente, y las

reincidencias, con la pena de muerte. El ase

sinato y las heridas se consideran como deli


tos casi por debajo del robo. Esta valoriza
170 EL AYLLU

ción social de los actos que atacan la pro


piedad animada é inanimada, es muy carac

terística de los grupos agricultores en que el

producto de la tierra ó lo que está arraigado


á ella, como el ganado, se considera como
de naturaleza sagrada. En el ayllu moderno,
los delitos de sangre dan lugar todavía sola
mente á la composición, y es verdaderamente
interesante el presenciar una transacción de
este género. Se señala el precio por la parte

lesionada ; vienen en seguida los escatimos,

y últimamente el precio de la compensación,

quedando desde este momento restablecidas


las relaciones familiares ó individuales, rotas

ó interrumpidas por una lesión ó muerte.


El aymara siente recóndito horror á la

intervención de la justicia moderna para

arreglar sus querellas criminales y civiles. No


ha podido comprender jamás las ventajas
del sistema de los castigos expiatorios, cuya
EL AYLLU 171

eficacia es, en efecto, de dudosa aceptación,

quizás por que el no atiende al fin principal


de la reparación, que para el hombre proto-
histórico debió ser la única finalidad protec
tora de los actos de justicia colectiva. Para
la familia agrícola el delito contra uno de sus
miembros se traduce en la pérdida de un

cooperador del cultivo, de un bracero de la


faena más fundamental á la vida del grupo.
Esta es la conciencia colectiva de la sociedad

agrícola respecto de un delito de sangre. Por


tanto, de ese fondo de utilitarismo vital de
cohesión física y psíquica, se desprende el
concepto del delito y de la manera de penar
lo. La pena no puede tener sino un carácter
compensativo de la pérdida de la disminu
ción de utilidad, de elementos de existencia
y prosperidad de la familia y del grupo. El
concepto del delito, como infracción de leyes
preexistentes de orden moral y la pena
17a EL AYLLU

como expiación de esa especie de pecado

social, es una concepción mística y relativa

mente moderna.
El sistema de la composición pecuniaria ha
debido ser aún mucho más caracterizado en
el clan aymara primitivo, no desvirtuado ni

por la acción del tiempo ni por el influjo de


otras ideas. Su singularidad ha debido con
sistir en que la composición no tenía lugar en
dinero, como en el weregeld germánico ó
eric irlandés del Senchus Mor, por la sencilla
razón del conocimiento del signo numerario,
sino en ganado, como aun hoy se efectúa
cuando el que se ve obligado á la indemniza
ción no cuenta con moneda corriente. Por
otra parte, la composición ha debido ser un

arreglo puramente privado y particular,


interviniendo la autoridad clánica sólo en
casos de verdadero y profundo desacuerdo.
De todos modos, las huellas que encontra
EL AYLLU 173

mos en el ayllu contemporáneo, permiten


concluír que la plasticidad del ayllu, clan
precolombino, era del todo semejante á los

grupos sociales que la arqueología jurídica


de nuestros días ha encontrado en el fondo
de las grandes ramificaciones étnicas que
han venido á formar las nacionalidades
modernas. Finalmente, la concepción del
ayllu se nos hará más clara y comprensiva si

damos vuelta á una de sus fases estructura


les. Las reglas y ritos que presidían el matri
monio incásico y aymara, pueden llevarnos
á dos conclusiones. La una, que la forma
endogámica de las uniones matrimoniales es
parecida á la de las tribus protohistóricas ó
históricas de elementos sociales homogé
neos. La otra, que : el ayllu, clan, es una

transubstanciación del ayllu, gens.


Puede ser que la tendencia de los grupos

humanos á conservarse aislados mediante las


174 EL AYLLU

uniones exclusivamente internas, sea mirada


como un período interino de crecimiento
social. Puede también sostenerse su gene

ralidad como proceso ineludible de la desen


voltura colectiva. Los arqueólogos de la
familia primitiva, como los etnógrafos obser
vadores de las costumbres salvajes, aceptan,
ó rechazan, según la orientación científ1ca que

sigan, la endogamia ó la exogamia, como eta


pas estables, duraderas y excluyentes, ó bien
como regímenes que combinan sucesiva ó
alternadamente. Lo que podría sustentarse
con cierta generalidad, es que la af1nidad con

sanguínea de la gens, esa especie de egoísmo


de sangre que impide la difusión de los com

ponentes de la gran familia hacia el exterior,


impera ferreamente mientras ella permanece
en los límites domésticos y religiosos que la

deslindan de otros grupos semejantes ó

mayores. Así no era permitido contraer ma


EL AYLLU 175

trimonio á un miembro de familia con mujer


que perteneciera á otra, y de esto hemos
encontrado comprobación significativa en las
uniones aristocráticas del Cuzco.
Esta prohibición del estado matrimonial
parece que era régimen común á todos los
miembros del clan. Garcilaso nos dice :

« En los casamientos de la gente común


eran obligados los consejos de cada pueblo á

labrar las casas de sus novios, y el ajuar lo

proveía la parentela. No les era lícito casarse


los de una provincia en otra, sino todos en
sus pueblos y dentro de su parentela (como
las tribus de Israel) por no confundir los
linajes y naciones mezclándose unos con
otros ; reservaban las hermanas, y todos los
de un pueblo se tenían por parientes (á
semejanza de las abejas de una colmena), y
aun los de una nación y de una lengua. Tam

poco les era lícito irse á vivir de una provin-

J S
176 EL AYLLU

cia á otra, ni de un pueblo á otro, ni de un


barrio á otro, porque no podían confundir
las decurias, que estaban hechas de los veci
nos de cada pueblo y barrio, y porque tam
bién las casas las hacían los consejos, y no
las habían de hacer más de una vez, y había
de ser en el barrio ó colación de sus parien

tes1. »

Al frente de los hechos descritos, no falta,

sin embargo, quien sostenga que los clanes


aymaras fueron exógamos. El distinguido
arqueólogo Adolfo Bandelier, prolijo investi
gador de las borrosas antigüedades aymaras,
'
ha creído conveniente sostener la forma
matronímica de los ayllus, y la consiguiente
exportación de la mujer. Para llegar á esta

conclusión, se atiene á documentos de orí-


gen español que obran en su poder. Es, por

1. Garcilaso, Comentarios Reales , pág. 128.


2. Sinopsis Estadística y Geográfica, 1903.
EL AYLLU 177

otra parte, interesante, aunque vagamente


confuso en lo tocante á la concepción del

ayllu, el pasaje á que nos referimos. Expré


sase de esta manera : « La organización de
los antiguos aymaras se conoce imperfecta
mente ; sin embargo, hay algunas indicaciones

positivas. Lo que ahora se llama comunidad

(que no es otra cosa que la tribu en otras


secciones de la América) existía, y los docu
mentos españoles de la primera visita así
como de subsecuentes acontecimientos de
naturaleza análoga, establecen por encima de
toda duda, que el clan, bajo el nombre de
ayllu, formaba la unidad social de los indí

genas. La tribu ó comunidad no es sino una


asociación tácita de ayllus, una cáscara den
tro de la cual los ayllus (imperfectamente
designados como linajes) se regían autóno
mos. En el ayllu, la descendencia era en
línea materna, es decir, que los hijos seguían
178 EL AYLLU

el clan de la madre; el casamiento era por

consiguiente exógamo ; nadie podía casarse


en el ayllu de su procedencia materna. Todo
esto resulta de documentos antiguos espa
ñoles en mi poder. En donde el ayllu, clan,

gens, etc., rige las condiciones sociales, es


imposible la dinastía, porque el padre queda
separado socialmente de sus hijos y la madre
no tiene poder político, así que la herencia

queda limitada al beneficio en los intereses

comunes sin derecho ni á la propiedad abso


luta ni oficios ni títulos. » Las conclusiones
del arqueólogo Bandelier adolecen de graves

errores. Primeramente, cree que el ayllu, con


siderado como clan, es la unidad social de los
aymaras, cosa contraria á todas las induccio
nes y á los mismos documentos coloniales,

en los que dice fundarse. Como hase visto, es

el ayllu, gens, la unidad protoplásmica de los

aymaras. En cuanto á la opinión de laexoga


EL AYLLU 179

midad del clan, ella confirma lo que veni


mos diciendo, pero no por las razones á que

se atiene Bandelier. Si el ayllu, clan, ha sido


una transubstanciación del ayllu, gens,
patronímico y religioso, no ha podido ser la
filiación materna la que modelaba su cons
titución .

En tesis general, el éxodo del varón, que


busca en otro clan mujer, no importa siem

pre el arraigamiento de este en el clan de la

mujer, ni tampoco supone que se establezca


la filiación maternal, respecto de los hijos de
estas uniones. Pues si los ayllus tienen una
constitución patronímica, el nuevo encuentro
irá á formar parte de este régimen social y
así recíprocamente. La exogamia no debió

ser, con todo, el régimen absoluto, infran


queable. Si el varón sigue la comunidad de
la mujer, también aquella seguirá la del
marido. En un informe (1657) del doctor
18o EL AYLLU

Diego León, protector de naturales, se leen


estas líneas : « Los indios forasteros también
se casan con indias de diferentes municipios

y han de seguir los fueros de las mujeres; y


la india, cuando es forastera y se casa en el

pueblo donde el indio existe y es natural y


originario1. »
Dentro del gobierno patriarcal que tienen
los ayllus, clanes, como todas las tribus pas
toriles ó guerreras, sedentarias ó movedizas
no podían los hombres seguir la condición
de la mujer ni mucho menos aun, los hijos

seguir la filiación materna, porque no sería


el régimen del predominio del varón sino el

de la mujer el que se siguiese del sistema

exogámico que se pretende ver en la agrega


ción de los ayllus. Fuerza, por otra parte, á
creer que los hijos, sobre todo los varones,

1. Acad. de Historia de Madrid. Colee. Mata Linares,


tom. 9.
EL AYLLU 181

debían quedar dentro del ayllu y seguir por


tanto la filiación paterna, el que los clanes
aymaras fueran definitivamente agrícolas. En
semejante estructura, es el brazo varonil lo
que constituye el valor y la riqueza del grupo,
fuera de que la constitución patronímica de
la familia, como la sucesión por mayorazgo

de la tierra cultivable, no podía sino condu

cir á la prohibición del éxodo de los hijos


varones. Esta estimación del hombre respecto
de la mujer no podía sino traducirse en la

costumbre de que era la mujer quien siguiese


la condición del marido, entrando al ayllu

de este.

Es posible que el matrimonio puramente


interno haya existido sólo dentro del núcleo
extrictamente germinativo de la gens. La ley
de irradiación social, como la ley física de la
ondulación del movimiento, ha llevado las

relaciones familiares fuera de sí á buscar el


18j EL AYLLU

contacto de otros cuerpos colectivos igual

mente cerrados. La incorporación del mien-


bro facticio y el matrimonio exogámico,
llegaron á ser primeras manifestaciones de

esos movimientos centrífugos. Cuando la

gens se agranda, el matrimonio entre miem


bros de familias distintas es un paso inevita
ble. Dentro de la tribu, después que la gens
ha perdido su energía celular, se busca la

mezcla de familias sin repugnancia, y quizás


no se tiene escrúpulo alguno en buscar

mujer en otra tribu. Pero este es un proceso


lento. Subsiste siempre una fuerza de con
centración protectora que resurge cautelosa.
Puede ser que en el fondo eso obedezca á la

ley biológica de que la variedad de uniones


tiende á desviar el tipo uniforme de la raza

y del grupo ó, como decía el mismo Garci-


laso : « para no confundir los linajes ».
En las poblaciones incásicas y aymaras
EL AYLLU 183

hay un desdoblamiento parecido. La consan


guinidad, cuando el ayllu llega á convertirse
en clan, es solo convencional y de puro
consentimiento. Se cree en el parentesco de
todos los miembros del ayllu, quizás más

que por la tradición de una raíz común de


procedencia, por el hecho de vecindad, por
el hábito constante de verse unos y otros

reunidos, de sentir la vibración de la seme


janza, ó por que « los hombres se asemejan
á sus contemporáneos todavía más que á sus

progenitores », como dijo Tarde si mal no


recordamos. No es ya el techo mezquino de
la choza, pero sí un techo más amplio y
más psíquico lo que congrega al grupo ; la

protección recíproca y el sometimiento á una

área de tierras. Es sobre todo en el ayllu


sobreviviente, donde podemos descubrir las
huellas de la exogamia del clan aymara anti
guo. No obstante el delineamiento territorial

/""

.-
1 84 EL AYLLU

y cooperativo del ayllu existente, se ve que


dentro de la estancia, que es el grupo, como
tenemos dicho, que tiende á suplantar al
clan, se considera como costumbre poco leal
á la integridad nucleal el que un hombre
busque mujer en otra estancia. Esto depen
de de que los miembros de una estancia se
consideran como extraños respecto de los
individuos de otros ayllus. La formación de
una nueva pareja dentro del grupo, deter
mina un género especial de cooperación fami
liar. Los parientes y amigos de los contrayen
tes ofrecen en calidad de presentes ciertas
cantidades de dinero ó cabezas de ganado,

según la posibilidad económica del con


trayente. El monto de presentes está desti
nado á proporcionar un pequeño capital con
el que ha de iniciarse la existencia y prospe
ridad agrícola de la pareja. Además, tales
ofrecimientos revisten casi el carácter de
EL AYLLU 185

depósitos temporales. Se consideran dados


como préstamos hechos al matrimonio, que
contrae, por la simple aceptación, el deber

de retribuir en equivalentes similares en caso

análogo tratándose de las mismas personas


ó familias de quienes recibió las dádivas.
Por encima de estos lazos de solidaridad

social, está la tendencia tradicional, heredada


probablemente de la constitución peculiar de

la gens, á no abrir demasiado las murallas


convivenciales al extraño. Así, en el campo
de la moralidad de las acciones al igual de
lo que se ha observado en las tribus bárba
ras, para el aymara, el acto dañoso cometido
en la persona ó bienes del extraño, no es

reprochable en la medida que lo es cuando

se trata de un miembro del mismo ayllu, si


es que no se le reputa laudable. Además, se

pueden citar otros signos demostrativos de

ese espiritu de concentración clánica. Entre


l 86 EL AYLLU

estos signos existen algunos de naturaleza

puramente psicológica, expresados con todo


el colorido de un lenguaje pintoresco. Cuando
un aymara quiere dar á entender que se
refiere á los de su clan, ó, mejor dicho,
cuando con una sola expresión quiere nom
brar simbólicamente al grupo al que perte
nece dice : mancahjanaca. Su traducción
sería : los de adentro. Pero este vocablo
tiene una energía y valor tan subjetivo, que
no sería posible vertirlo al español. Pálida
mente podría traducirse por esta frase : los
que somos ó componemos el núcleo. Inversa
mente, cuando se quiere dar el distintivo del
individuo extraño, la manera como se le

designa es, agregando inmediatamente al

nombre propio de la persona el del ayllu ó


estancia á que pertenece. La asociación del
nombre personal al del grupo, hace pensar
en una lejana separación y distinción de los
EL AYLLU 187

ayllus, y que estos, en su organización

agrícola, absorbieron al miembro arraigán


dole al cultivo de la tierra colectiva.
El ayllu, clan, debió en cierto momento

de su evolución abrir las puertas de su com

posición á elementos extraños. Esta alimen


tación defuera ha debido caracterizarse en
las primeras etapas de exteriorización,
tomando mujeres en otros grupos y clanes.
En este período de transformación del ayllu,
clan, es cuando el varón va al ayllu de la
mujer.
Hemos hablado ya del forastero, del
extraño al ayllu, que sin ser originario de él
viene á agregársele para contribuir á las labo
res colectivas de la tierra común. La entrada
del forastero en el seno del ayllu se opera

cuando este tiene una composición neta

mente clánica, es decir, agrícola. Esa distin

ción de originario y de agregado ha sido


1 88 EL AYLLU

mantenida por la legislación española por


razones rentísticas. Los primeros dueños
tradicionales de la tierra colonizada en cierta
manera por el régimen peninsular, contri
buían con la tasa más elevada. Los foraste
ros ó agregados, que no tenían sino el usu
fructo, pero no el dominio, pagaban la tasa
inferior.
Réstanos aún examinar otra fase del ayllu.
La evolución que en el seno de él se operó
lenta y silenciosamente dio por resultante
una nueva forma de convivencia, que podría

compararse á la comunidad de aldea del


Oriente. Dentro del ayllu, agrícola, surgió
la marca, que no es sino el clan fijado en

forma de pueblo1. La base de la marca fue

el cultivo de las tierras de comunidad y

1. Entre las kabilas, dice Burkheim {De la División


«
du Travail social), la unidad política es el clan f1jado
en forma de aldea. » (pág. 153).
EL AYLLU 189

aprovechamiento de pastos y aguadas. « La


división tercera que hicieron de las tierras,
dice Polo de Ondegardo, fue para la comu

nidad, y estas tierras dividían en cada año y


dividen hoy en todo el reino1. » Empu
jado por estos intereses colectivos, el clan
agrícola, difuso y desparramado, se con
grega y concentra poco á poco formando
así la marca. Los conquistadores nos dicen,
como consta de una información acerca del
gobierno y costumbres de los naturales,
mandada levantar por el virrey Enríquez en

1382', « en cada provincia había pueblos

poblados muchos é puestos sus moxones y

señalados sus términos á cadauno y cada

pueblo tenía á cargo sus términos para dere

1 . Colección de Documentos inéditos.


2. Arch. de Indias. Simancas secular. Probanza del
gobierno y costumbres de los ingas. Estante 70, Caj. 1,

Leg. y.
11*
190 EL AYLLU

zar los caminos y la manera del gobierno


era por caciques que tenían sus pueblos é

jurisdicciones señalados. »
En la Historia del Derecho de Sumner
Maine encontramos descrita la comunidad
de aldea teutónica, que puede tomarse como

exacta interpretación de la marca aymara.


Refiriéndose á lo que escribe Maurer sobre
la constitución jurídica de la marka ó muni

cipio (iowuship), y el derecho señorial dice :

« El municipio (explico aquí la cosa tal


cual la concibo) formaba un grupo de fami

lias teutónicas, organizado y autónomo, que


ejercía un derecho de propiedad proindiviso,
sobre una porción de tierra deslindada, su

marka, aplicando al cultivo de su propio


dominio un sistema comunista, y subsis
tiendo del producto del trabajo. » En otra
aparte agrega : « Las antiguas comunidades

agrícolas de los teutones, tales como exis


EL AYLLU 191

tían en la Alemania, parece que se organiza


ron de la manera siguiente : Se componía de

cierto número de familias que ocupaban, á


titulo de propiedad, un distrito dividido en

tres partes : la marka del ayuntamiento ó


aldea, la marka común ó tierras baldías y
de pasto, y por último, la marka arable ó
tierra cultivada. La comunidad habitaba la

aldea, ocupaba la marka común á título de


propiedad mixta y cultivaba la tierra arable
compuesta de lotes apropiados á las necesi

dades de las familias1. »


Tal interpretación de la formación de la

marca es uniforme entre los sociólogos.


« La masa de la población dice á su vez

M. Emile Durkheim, hablando del clan,


no se divide ya por relaciones de consangui
nidad, reales ó f1cticias, sino, según la divi

1. Historia del Derecho, I. págs. 13 y 68.


iqi EL AYLLU

sión del territorio, el clan no tiene otra con


ciencia de sí que como de un grupo de indi
viduos que ocupan una misma porción de
territorio. Aparece entonces la aldea propia
mente dicha'. »

En las poblaciones aymaras é incásicas


pasan las cosas de un modo análogo. La
fijación de un grupo de familias más ó
menos extenso, en determinado territorio,
repartido por lotes y cultivable en cierto
grado de cooperación comunista, con un
disfrute colectivo de pastos y ganado, ori

gina la formación de un grupo de chozas


donde vive la autoridad colectiva, el mallcu,
el cacique y consejo de ancianos. Este grupo

de casas constituye la comunidad de aldea,

la marca, vocablo netamente aymara, que


designa el pueblo y la comarca. De manera

que este vocablo comprendería en su sentido

1. De la División du Travail social, VI, pág. 126.


EL AYLLU 193

genuino la primera y segunda acepciones de


la marka teutónica.

Al estudiar las comunidades aymaras,


creímos que éramos los primeros en descu
brir la identidad de la palabra marca, para
designar en aymara, como en el antiguo teu
tón, la posesión colectiva de la tierra bajo
ciertas reglas de convivencia que son muy

semejantes entre las poblaciones germanas,


irlandesas, eslavas, españolas y aymaras.
Pero nuestra sorpresa fue grande cuando
vimos que con mucha anterioridad se había

notado el uso de esa misma palabra entre


grupos clánicos tan distintos. Engels, en su
obra : Origen de la Familia, nos dice lo

siguiente : « La comunidad familiar, con


cultivo del suelo en comun, menciónase ya
en las Indias por Nerco en tiempo de Ale

jandro Magno, y aun subsiste en el Pands-


chab y en todo el noroeste del país. El
194 EL AYLLU

mismo Kovalevsky ha podido encontrarla en


el Cáucaso. En Argelia existe aún en las

kabilas. Ha debido de hallarse hasta en Amé

rica, donde se cree descubrirla en los calpu-


llis descritos por Zurita en Nuevo México.

Por el contrario, Cunow (Ausland, 1890), ha


demostrado de una manera bastante clara la

existencia de esta especie de régimen de

federación local en el Perú, en la época de


la conquista, en el que, ¡
cosa extraña ! la

federación local se llamaba marca, con

reparto periódico de las tierras cultivadas, y,


por consiguiente, cultivo individual »1.
Es sorprendente la identidad del vocablo
marca para designar las comunidades de
aldeas teutónicas y aymaras. Desde el punto
de vista f1lológico no es cosa rara la paridad

de términos que no tienen equivalencia ;

pero si existe en ellos una correspondencia


II,

1. Ob. cit., pág. 105.


El. AYLLU 195

de forma y sentido no se puede desconocer

su parentesco. ¿Cómo ha podido esa pala


bra servir en aymara, civilización que á pri
mera vista parece dislocada de todo lazo de

las razas indoeuropeas, para nombrar un

mismo hecho social, una misma interpreta


ción psicológica surgidos en pueblos tan dis
tintos y distantes? Muchas teorías se han

explanado y podrían aun sustentarse para

explicar esta y otras analogías no solo lin

güísticas sino también sociales. No ha sido

propósito de esta obra entrar en estudios de


filología comparada, ni los elementos lin
güísticos de que disponemos permiten tal

empresa. Lo único que podríamos sostener


es que el uso de ese vocablo entre los ayma

ras no puede atribuirse á una importación de


los conquistadores. Los españoles le encon
traron en los idiomas indigenas. Cieza de

León nos cuenta, por ejemplo, hablando del


196 EL AYLLU

V emperador del Cuzco, que : « así lo pusie

ron por obra y salieron de un pueblo que


está en aquella comarca á quien llaman
marca y así llegaron, etc. » 1. Sabemos tam
bién que los primeros descubridores del
Cuzco encontraron el pueblo ó lugarejo lla
mado Marcapata (pueblo alto), lo que fué
después provincia de Quirpicanchi, no lejos
de la capital incásica. Por otra parte, marca
es un subfijo de las denominaciones de lugar

ó pueblo cuando se quiere determinar la


toponimia de él. Pueblo nuevo ó Macha-
marca; comarca de piedra : Cala-marca ;

lugar llano : Pampa-marca; lugar donde


hay plata : Colque-marca.
No conocemos el trabajo de Cunow ni la
demostración que hubiera dado del régimen
agrícola federal de los incas ; pero Engels
como Cunow, padecen error al creer que

1. Ob. cit., XXXVI, pág. 135.


EL AYLLU 197

marca es el término empleado únicamente

para significar la federación de tierras y su


cultivo. La aplicación más exacta que tiene
tanto en el sentido usado por los cronistas
españoles, cuanto en el que subsiste en el
idioma aymara, es la de lugar, comarca,
comunidad de habitación, ó lo que en frase
técnica podríamos decir : « comunidad de
aldea ». Posible es que hubiese expresado
también la comunidad de tierras y cultivos,
y podemos inclinarnos á creer que así fue si

tenemos en cuenta que la comunidad agrí


cola ha debido engendrar la comunidad de

aldea ó de comarca. Marca, en este sentido,


ha debido venir, de marca, comunidad de
cultivos y disfrute colectivo de la tierra.
Esta inducción sería paralela á la transfor
mación de la denominación del ayllu. Hemos
visto cómo el arraigo y disfrute colectivo de
la tierra por un grupo de población se llama
198 EL AYLLU

ayllu, esto es, que el clan territorial, el


nombre de ayllu, expresión trasladada de la
constitución gentílica y patronímica del

ayllu, gens.
El nacimiento de la marca aymara se

deriva, probablemente, del desdoblamiento

que se operó en la gens, y á la fisonomía


agrícola que tomó el grupo por razón de su
arraigamiento á la tierra. Es entonces cuando
se agrupan las habitaciones, que sin pertene
cer á unos mismos miembros de familia,
constituyen un hogar en grande, animado
por la vinculación de la ayuda y cooperación
agrícola y de la defensa colectiva. La tierra es
idealmente indivisible, pero para el cultivo y
disfrute existe la división parcelaria. Y este

proceso evolutivo ha sido el mismo en el


mundo occidental que en el oriental. Sum-
ner Maine no excusa entrar en investigaciones

comparativas acerca de este punto. « La


EL AYLLU 199

comunidad, dice, es una comunidad de

parientes ; pero, aunque verosímilmente sea


muy real la filiación común, la tradición de
un orígen común se ha debilitado lo bas
tante para permitir que la ficción represente
un papel considerable en esta institución
que, en un momento dado, se abre á los

extraños de afuera. Al propio tiempo, la

tierra tiende á convertirse en verdadero fun

damento de este grupo; se admite como

elemento esencial de su vida, y permanece


el dominio en común, mientras se reconoce

la propiedad privada sobre los muebles y el

ganado. En la verdadera comunidad de


aldea ya no se encuentra la habitación y la

mesa común, que están en uso á la vez en


la familia asociada y en la comunidad domés
tica ; la misma aldea es una aglomeración de

casas encerradas, es verdad, en un espacio

reducido; pero cada habitación es distinta


EL AYLLU

de las demás, y la entrada en ella es cuidado

samente prohibida á los vecinos1. »


Poco á poco esa cohesión primera del

grupo y su aislamiento respecto de otros se


relaja visiblemente. La cooperación agrícola
tiende, en virtud de la división de trabajo
social, á individualizarse, y esta individua
lización se deriva del fraccionamiento ó dis

tribución familiar y aun personal de los lotes


de cultivo. Así el licenciado Ondegardo nos
dice : « Bien es que se entienda que aunque
muchas parcialidades vayan á hacer una
cosa de comunidad, nunca las empiezan sin
ver y medir lo que cabe á cada uno ; y entre
os mismos de cada parcialidad hacen también

su división que llaman suyos, y no ayuda el

uno al otro aunque acabe primero, por nin


guna cosa, y fué buen medio, entrellos, por-
ue son tan descuidados, que cada uno se

1. Ob. cit., III, pág. 75.


EL AYLLU 201

diera la menor prisa para dexar el trabajo al

compañero'. »
Esta relajación comunista, que en verdad
es aplicable á las últimas etapas de transfor

mación del clan aymara, tiene todos los


caracteres de una ley sociológica : la función

de la división del trabajo. Ella se realiza en la

estructura de las sociedades de un modo ine


vitable. La complejidad de ellas es la fuerza
interna que las impulsa. M. Durkheim, refi
riéndose á la acción diferenciadora de la divi

sión del trabajo en el clan, acción por la cual


de cerrado que era en un principio se con

vierte en inmigratorio, dice : « Bajo esta


forma, el clan ha perdido algunos de sus
caracteres esenciales : no solamente todo
recuerdo de un común orígen ha desapare

cido, sino que se ha despojado casi comple

1. Citado por J. Costa, Colectivismo agrario en

España, pág. 69.


201 EL AYLLU

tamente de toda importancia política. La uni


dad política, es la centena. « La población,
dice Waitz, habita en las aldeas, pero se

reparte, ella y su dominio, según las centenas


que, para todos los negocios de la guerra y
de la paz, forman la unidad que sirve de
fundamento á todas las relaciones'. »
Esta desviación de la estructura interna de

la comunidad de aldea, cuya característica

cooperativa tiende á ser sustituida por fraccio


namientos seriales de centenas, fenómeno
que se presenta en la gens latina', encuén

Dela Division du Travail social, VI, pág. 160.


1.

2. Mommsen dice: << No obstante que la curia se nos


ofrece como un grupo personal, bien puede decirse
que, á lo menos en un principio, hubo de existir en
ella también vínculo local, supuesto que las nomina
ciones de los romanos, en cuanto de ellas conocemos,
son locales ; y puede conjeturarse que era así, porque el
poseedor más antiguo de los bienes privados territoria
les parece haber sido la familia, y la unión personal de
cierto número de familias, era por necesidad, á la vez,
EL AYLLU 10)

trase también en la marca aymara. En un


documento colonial leemos la siguiente rela
ción : « El inca tenía poblada y ennoblecida
la ciudad del Cuzco, donde residía y tenía
fortaleza y presidio en su guarda, y lo demás
eran rancherías ó pueblos pequeños que se

gobernaban por caciques, que era el título


que daba á los que proveía por gobernado
res ; y estos tenían, unos á diez mil indios,
que llamaban chunga guaranga, otros á

cinco mil, á quien decían pisca guaranga, y

una unión territorial. Después de la individualización


de la propiedad del suelo, esta base desapareció, y las
particulares curias comprendieron, si, todavía á todos
los Emilios ó á todos los Cornelios; pero ya no tuvo
relación con la tierra ». « Según el esquema, cada curia
establece diez decurias ó una centuria para el ser
vicio militar. » Derecho Público Romano, I, pág. 24
y 26.
« La comitia curatia, dice Durkheim, donde la gens
jugaba un papel social fueron reemplazadas ó por la
comitis centuratia, ó por la comitia tributa. » De la Divi
sion du Travail social, VI, pág. 160.
ao4 EL AYLLU

otros á mil á quien llamaban guaranga,


y otros á menos, hasta llegar al número

de pachaca, que es lo mismo que un


ciento1. »

Á este testimonio que nos refiere que los

pueblos pequeños, las marcas, para darles


su nombre propio, se organizaban siguién
dose un principio de unidades de centenas
(tunca guaranca, diez mil ; pisca guaranca,
cinco mil), podemos agregar lo que trae la
« Probanza del gobierno y costumbre de
los indios, mandada levantar por el virrey
Enríquez en 1582. « Cacique de guaranga

(en aymara guaranca) quiere decir cabeza


de mil indios y el inga los proveía como le

parescia para que tuviese cuenta y cargo


destos mil indios para acudir con ellos á
donde él le mandaba. » « Cacique de
pachaca (pataca) es lo mismo que tiene dicho

i. Relaciones geográficas, t. I, ap. III, CXL.


EL AYLLU 205

de guaranga, salvo que pachaca se entiende


ser cacique de cien indios1. »
En la transformación del clan aymara
como en los de su género, se presenta un
fenómeno de concentración primero y otro
de difusión después. Vemos que la comuni
dad de aldea, la marca, se forma por una

especie de condensación social y territorial.


Aflójanse los vínculos de afinidad, mediante
la ley de división de trabajo, y viene cierta
tendencia de difusión social y la individuali
zación del cultivo. La característica del pri
mer flujo, es la tierra y su cultivo colectivo.
La de la segunda fase de transformación, la
unidad, como dice Waitz, es la centuria,

« que sirve de fundamento á todas las rela


ciones » especialmente á las de orden polí
tico. La administración interna como la

1. Arch. G. de Indias. Cartas y expedientes de vir


reyes de Lima, 1577, Est. 70, Caj. 1, Leg. 30.
EL AYLLU

defensa externa reposa sobre esa base de la

centuria, que no es, por otra parte, más


que un desvío del comunismo hacia la indi
vidualización atemperada, que no llega
todavía al atómico individualismo de hoy.
Ese desdoblamiento hacia el individua
lismo político que se observa en la marca
aymara, y en el colectivismo incaico, fue
reforzado por la legislación española. Aquel
grupo llamado estancia por los españoles,
no es sino la marca, que ha venido sobrevi
viendo dentro del clan, especialmente en los
ayllus extensos. En los ayllus reducidos la
estancia se confunde con ellos.
No parece sino que la difusión tribal que

alcanzaron los ayllus llegó á tal punto que el

virrey Toledo, en vista de que vivían « dibi-


didos é apartados y tuviesen tierras é aguas,

pastos y las demas necesarias para su conser


vación », como declara en la provisión que
EL AYLLU 207

dictó en Guamanga el 11 de diciembre de

1572 ', se decidió á reducirlos. Esta reduc


ción ó concentración « á pueblos donde
vivían juntos y congregados » tuvo por fin
principal la cristianización y pago de tributo
de los naturales.

No es nuestro propósito establecer genera

lizaciones sobre el ayllu. Semejantes genera


lizaciones llevan en sí el peligro de falsear la
fiel y despreocupada apreciación de los
hechos. Sometiéndolos á criterios preconce
bidos, lo que se construye es más obra sub
jetiva que objetiva. Más valor tendría, en

este caso, la exposición de un sistema per

sonal, puramente teórico, que ese maridaje


inarmónico entre la observación incompleta
y lo puramente subjetivo.

1.Arch. G. de Indias. Provisión dada por don Fran


cisco de Toledo sobre reducción de naturales. 1572.
Est. 70, Caj. 1, Leg. 28.
208 EL AYLLU

Nuestra tarea ha sido más de exposición


que de sistematización. No pensamos sino
iniciar el primer jalón en semejante estudio,
que esconde riquísimos como profundos
filones de metal precioso, cuya explotación
fortalecerá de manera sorprendente la Socio

logía y la Etnografía americanas.

Impreso por E. Aub1n. L1gugé


(Vienne).

.^
s

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