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Cristo

Sacramento original


Materia: Sacramentos General

Maestro: Pbro. Lic. Felipe Guitrón Gómez.

Alumno: Fernando Antonio Dávalos Bautista.

Grado: 2do Teología.


Cristo, sacramento original
Introducción

Al entrar Cristo en el mundo, fue rápidamente percibido como la señal distintiva de


Dios-con-nosotros: Os anuncio una gran noticia, la gran alegría para todo el pueblo -
dijo el ángel a los pastores de Belén- Esto os servirá de señal... encontraréis un niño
envuelto en pañales y recostado en un pesebre (Lc 2, 10ss). En Jesús recién nacido la
salvación de Dios tomó figura humana y se manifestó visiblemente. Haciéndose eco
del acontecimiento de la encarnación, la liturgia de Navidad proclama que gracias al
misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con
nuevo resplandor para que, conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de
lo invisible (prefacio I de Navidad).

Desde la creación hasta Cristo, pasando por la historia y la liturgia de Israel, se fue
produciendo un proceso creciente de sacramentalización, de desvelamiento del
misterio de Dios, que en Cristo alcanzó su culminación total. La carta a los Hebreos
comienza diciendo que en múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios a
nuestros padres ... Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado en la persona del Hijo ...
destello esplendoroso de su gloria, e impronta de su ser (Heb 1, 1-3). Y San Pablo
llama a Cristo el secreto de Dios (Col 2, 2), imagen de Dios invisible (Col 1, 15), aquel
en cuya persona se hizo visible la bondad de Dios y su amor por los hombres (Tit 3,
4). Por eso, es el sacramento original y primordial, el ámbito donde se produce, como
en ningún otro lugar, cosa o persona, la experiencia del encuentro y la comunión de
vida entre Dios y el ser humano.

1.- El encuentro con el Cristo terrestre como sacramento del encuentro con Dios.
La segunda persona de la Santísima Trinidad es personalmente hombre; Y este
hombre es personalmente Dios. Cristo es Dios de una manera humana, y hombre de
una manera divina. En cuanto hombre vive su vida divina en y según la humanidad.

Esta humanidad de Jesús es querida concretamente por Dios como la realización de


sus promesas de salvación, es una realidad mesiánica. Esta intención redentora,

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mesiánica, de la Encarnación supone que el encuentro de Jesús con sus
contemporáneos era siempre por su parte proposición de gracias bajo una forma
humana. El amor del hombre Jesús es en efecto la encarnación Humana del amor
redentor de Dios, una aproximación del amor de Dios en forma visible.

Hay más todavía. Los actos salidos del hombre Jesús, habiendo sido realizados por
una persona divina, tiene una fuerza divina en orden a la salvación; pero como esta
fuerza es divina nos aparece bajo una forma terrestre, visible, los actos saludables de
Jesús son sacramentales.

Si pues el amor humano y todos los actos humanos de Jesús posen una fuerza divina
de salvación, la manifestación humana de esta fuerza de salvación implica
esencialmente un aspecto de visibilidad concreta de esta salvación: en otros
términos, la sacramentalidad. El hombre Jesús en cuanto manifestación terrestre
personal de la gracia de redención divina, es el sacramento por excelencia: el
sacramento original, porque este hombre, Hijo de Dios, es destinado por el Padre a
ser en su humanidad el acceso único a la realidad de la salvación. Para los
contemporáneos de Jesús el encuentro personal con él era una invitación al
encuentro personal con Dios vivificador, porque este hombre es personalmente el
Hijo de Dios.

El encuentro cercano con Jesús es pues el sacramento del encuentro con Dios o con
la vida religiosa en cuanto relación existencial teologal con Dios. La fuerza interior
salvadora de la voluntad salvífica y del amor humano de Jesús constituyen la fuerza
salvífica del mismo Dios en una forma humana, por ello los actos salvífico de Jesús
son el don divino de la gracia en una manifestación humana, visible, es decir, que
causan lo que significan. Se trata de sacramentos.

2.- Los actos de la vida de Jesús como manifestación del amor divino para con
los hombres y del amor humano para con Dios; religiosidad y don de gracia.
La finalidad completamente asignada por Dios a la encarnación del Hijo es la
divinización del hombre a modo de redención: la salvación del hombre, partiendo
del pecado, hasta llegar a la comunión personal de gracia y de amor con Dios. Esto

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implica por una parte que la plenitud de gracia que el hombre Jesús posee
esencialmente en virtud de su divinidad es objeto querido completamente por Dios
redentor como fuente de gracia para los demás hombres, quienes en su totalidad
deben recibir de Él. El amor humano de Cristo hacia los hombres después la
manifestación comunicadora del amor divino hacia los hombres: la misericordia
redentora del mismo Dios que llega hasta nosotros a través de un corazón humano.
En Cristo no sólo se nos ha revelado Dios y su amor hacia los hombres, sino que Dios
nos ha mostrado asimismo lo que es un hombre que se entrega enteramente a Él, el
Padre invisible. Dios nos ha revelado pues la forma concreta de la religión, la figura
de un hombre verdaderamente religioso. La relación vivida visible, personal de Jesús
con el Padre nos revela lo que significa la majestad y la misericordia del Padre. En la
religiosidad de Jesús y por medio de ella se ha revelado Dios.

En la última Cena, Cristo atribuyó a su muerte el sentido de la donación de sí mismo


hecha adiós en beneficio de muchos. En el fondo, se trata de una donación de sí
mismo al Padre por amor. La muerte, el sacrificio de la vida, es el modo propio de
realizarse el sacrificio de su vida al Padre en nuestro favor. Esta muerte santifica la
humanidad, la reconcilia, restaura la paz, redime, constituye la Iglesia, edifica por
consiguiente una comunidad.

3.- Jesucristo el sacramento originario


Cristo es sacramento, en primer lugar, por su ser, ya que en su persona desaparece la
frontera humana de Dios y la frontera divina del ser humano, pudiéndose realizar el
encuentro pleno y la relación armónica y gratificante entre el Creador y la creación
entera, que en el ser humano se halla resumida y personificada. Cristo es el
sacramento de tal encuentro.

En segundo lugar, Cristo es sacramento por su obrar pues, al ser probado en todo
igual que nosotros (Heb 4, 15) mostró que la humanidad, asumida en su persona,
puede ser inmune al pecado y, por tanto, capaz de una coherencia ética total. La
humanidad de Cristo es el sacramento que muestra cómo el ser humano puede ser
imagen y semejanza de la infinita bondad de Dios. Y también es el rotundo signo
sacramental del anonadamiento de Dios, cuya voluntad de convivir con los seres

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humanos le llevó al extremo de no dudar en presentarse a ellos como un hombre
cualquiera y a pasar por uno de tantos (Filip 2, 7s). Gracias a tal anonadamiento,
Jesús pudo decir: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre (Jn 14, 9). En la
manifestación de su conducta y su persona, Cristo es quien nos ha dado a conocer al
Dios invisible (Jn 1, 18).

Por último, Cristo es sacramento por sus actos privilegiados, es decir, por aquellos
actos en los cuales se expresa de forma especial su poder salvador: las curaciones,
los milagros, el perdón de los pecados, la total donación de su vida, culminada en el
proceso pascual de su muerte, resurrección y glorificación. Estas acciones, aún
siendo realizadas en forma humana, son por su naturaleza acciones exclusivas de
Dios; por ello, son los actos de Cristo que constituyen el germen de los sacramentos
de la Iglesia.


Vivir la liturgia implica saber percibir y valorar la presencia y la acción bienhechora de


Dios en palabras, gestos, elementos y acciones humanas tan sencillas y cotidianas
que están al alcance de cualquiera; pero que, al haber sido realizadas por Cristo en
determinados momentos con un sentido y una intención salvadora, y al ser
reproducidas -en su nombre y en su Espíritu- por la Iglesia cuando se reúne en la
celebración litúrgica, se convierten en el vehículo privilegiado de la asistencia
saludable y salvadora de Dios.

4.- Cristo, origen de los sacramentos


El Concilio de Trento (1545-1563) afirma en el cánon 1° del acápite “acerca de los
sacramentos en general” del Decreto sobre los sacramentos, lo siguiente:

“Si alguno dijere que los sacramentos de la nueva Ley no fueron instituidos todos
por Jesucristo nuestro Señor, o que son más o menos de siete, a saber, bautismo,
confirmación, Eucaristía, penitencia, extremaunción, orden y matrimonio, o también
que alguno de éstos no es verdadera propiamente sacramento: sea anatema” (DzH
n° 1601).

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El “centro” de esta afirmación dogmática de Trento consiste en profesar que el
origen de los sacramentos es la iniciativa divina y no la invención humana. Cristo es
el origen de los sacramentos. Todos los sacramentos están fundamentados y
enraizados en Él. Tal es el núcleo de la doctrina de la institución.

Los sacramentos se originan en la Pascua y en la práxis del Jesús pre-pascual. Jesús


realiza una serie de acciones simbólicas que se dirigen a una persona concreta en
una situación determinada y que crean vida, relacionando a esa persona con la
llegada del Reino y concretando en ella su mensaje de la fraternidad. Por ejemplo,
perdonar los pecados, comer con los pecadores, curar enfermos. Estos gestos (o
“signos”) hay que ponerlos en relación con toda la presencia y actuación de Jesús ya
que simbolizan de alguna manera la totalidad de su vida. Aquí tenemos el hecho
celebrado y la expresión simbólica.

El significado pleno de estos gestos sólo se los reconoce en la muerte y resurrección


de Jesús. La muerte, que llevó a lo máximo su actitud de entrega en el rechazo, y la
resurrección, que fue la confirmación de Dios a la pretención de Jesús. Sólo después
de la Pascua tiene sentido hablar de institución de los sacramentos en el sentido
pleno de la palabra. Antes de la Pascua hay sólo un gérmen de institución.

Si los sacramentos tienen un origen permanente (o sea, siempre actuante) en Cristo,


entonces, ellos no dependen de la dignidad y santidad del ministro, ya que es el
mismo Cristo quien actúa en el sacramento. Por eso, el ministro “en pecado mortal”
confiere los sacramentos, con tal de que realice todo lo esencial de éste “con la
intención de hacer lo que hace la Iglesia” (DzH ns. 1.611 y 1.612).

Por otra parte, ya que los sacramentos radican en Cristo, la Iglesia no es señora,
sino servidora de los sacramentos. Esta verdad fué expresada por el Concilio de
Trento cuando declaró que la Iglesia no puede cambiar “la sustancia de los
sacramentos” (DzH n° 1.728). La “sustancia de los sacramentos” no es el gesto
simbólico (el rito, la “materia” y la “forma”), sino su significación, su sentido que es el
sentido de la vida de Jesús. Es lo que la Escolástica expresaba también con la
afirmación de que la institución de los sacramentos por Cristo es inmediata (no

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“mediata”). Significa la imposibilidad de la Iglesia de estructurarse o de modificarse
por sí misma, por las necesidades de los hombres que las constituyen. Ella tiene que
ser fiel al “camino” instituido por Cristo, cuya celebración son los sacramentos.

5.- La presencia de Cristo en los sacramentos.


En ellos está implicado Dios Uno y Trino, tal como se nos ha revelado con hechos y
palabras (gestis verbis'que: DV, 2) en la historia de la salvación, de la cual los
sacramentos son su vértice simbólico. Jesucristo es el actor principal de la economía
sacramental, en la medida en que ésta es ahora el modo cómo él, por medio del
Espíritu Santo, continúa en el mundo hasta su vuelta la obra de la redención Ccf. CCE.
1076). Los sacramentos actualizan y comunican la salvación porque en ellos actúa
eficazmente Jesucristo de modo que la presencia de Jesucristo en los sacramentos
está íntimamente ligada a su acción salvífica a través de ellos. «Cada sacramento... es
una presencia sacramental de Cristo, pero lo es sobre la base de su acto de
Redención eternamente actual» Se trata, por tanto, de una presencia dinámica, en la
acción simbólica sacramental. Sin esta presencia real de Jesucristo, los sacramentos
no actualizarían ni comunicarían la salvación que él nos alcanzó.

La presencia personal de Cristo en los sacramentos no es una presencia objetivada y


apresada en las cosas (el agua, el óleo, etc., presencia cosística), sino en la acción
sacramental que se realiza a través de cosas, gestos y palabras. Una acción simbólica
cuyo sujeto último y garante de la verdad salvífica simbolizada y comunicada es
Jesucristo. Si Él no estuviera presente, es decir, si Jesucristo no fuera el celebrante
verdadero, los sacramentos serían símbolos vacíos, pura caricatura de la esperanza
humana. Pero si los sacramentos expresan y comunican la salvación que Jesús nos
alcanzó con sus palabras y acciones, con toda su vida de la encarnación a la
ascensión, es porque Cristo sigue actuando en ellos como actuaba durante su vida
pública, puesto que «los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que
en adelante, por los ministros de la Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos» (CCE,
1115) .

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6.- Bibliografía

E. Schillebeegkx, O. P. CRISTO, SACRAMENTO DEL ENCUENTRO CON DIOS, Ed.


DINOR, España.

De Miguel González, José María, LA PRESENCIA DE CRISTO EN LOS SACRAMENTOS,


Ed. Universidad pontificia de Salamanca, España.

https://elsalvadormisionero.org/book/omp-popf-uem-jornada-mundial-2012-los-
sacramentos-en-la-enfermedad/iii-jesucristo-el-sacramento-originario/#respond

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