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Ovidio Díaz Espino

Ovidio Díaz Espino creció en Pedasí, Panamá. Se licenció en Ciencias Políticas, magna cum
laude, en la Universidad de California (UCLA), es doctor en leyes por la Universidad de Berkeley
y máster en Derecho Internacional por la Universidad de Cambridge. Ha trabajado como abogado
en varias firmas de Nueva York, entre ellas J. P. Morgan y Deutsche Bank. Ha sido asesor de -
varios países y del Banco Mundial. Reside entre Nueva York y Panamá.

Con el suspense de una novela policíaca, El país creado por Wall Street rememora el impulso
aventurero de los primeros años del siglo xx y la perniciosa combinación de la ambición financiera
y la arrogante interferencia intercontinental norteamericana que construyó el canal de Panamá.
Ovidio Díaz Espino pone de relieve la oscura alianza entre la Compañía Francesa del Canal de
Panamá, ya quebrada, y una camarilla secreta de financieros de Wall Street para modificar el
mapa y, de paso, amasar una gran fortuna.

Con la fuerza plena de la conspiración entre Wall Street y el gobierno de Theodore Roosevelt,
respaldado por su diplomacia de cañón, no había forma de detener la construcción del canal en
Panamá, pese a las objeciones planteadas por el Congreso de Estados Unidos y la prensa.
Cuando los colombianos cuestionaron el mezquino tratado que se les había propuesto para
abrir esa valiosa conexión entre los océanos Atlántico y Pacífico, los astutos especuladores
idearon otro golpe: una revolución y la secesión de Panamá de Colombia. Los inexpertos
panameños acogieron con beneplácito a los constructores del canal y se sentó el precedente , de
la política exterior de Estados Unidos en el siglo xx.

Con una combinación única de perspicacia financiera, conocimientos históricos y herencia nacional, Díaz Espino
desvela evidencias nunca antes disponibles, para poner de manifiesto el imperialismo norteamericano en
Centroamérica.
Con frecuencia, la verdad es exactamente lo contrario de lo que generalmente se cree.
JEAN DE LA BRUYÉRE (1645-1696)

El canal fue propiedad robada. Los socios del robo son un grupo de promotores del canal y
especuladores y cabilderos que obtuvieron su dinero como producto de la rebelión fomentada, protegida
y realizada [por el gobierno de Estados Unidos]. The New York Times, 29 de diciembre de 1903.

ÍNDICE
Prefacio y agradecimientos a la edición en español……… …… 13
Prefacio y agradecimientos .............................................................. 15
Protagonistas ................................................................................. 17
Cronología ....................................................................................... 21
Capítulo 1: Escándalo ...................................................................... 23
Capítulo 2: Wall Street se enfrenta al Congreso ............................... 31
Capítulo 3: La apuesta de Colombia ................................................. 61
Capítulo 4: Los conjurados panameños ............................................ 77
Capítulo 5: La conspiración de Roosevelt ........................................ 93
Capítulo 6: Reclutando a los patriotas .............................................. 111
Capítulo 7: Revolución parroquial ................................................... 127
Capítulo 8: Parto con sobornos ......................................................... 151
Capítulo 9: Traición ......................................................................... 165
Capítulo 10: La violación del istmo .................................................. 183
Capítulo 11: ¿Quién obtuvo el dinero? ............................................. 203
Epílogo: Capítulo deshonroso .......................................................... 231
Bibliografía ...................................................................................... 241
PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

La publicación de El país creado por Wall Street en español es un hecho que he esperado con júbilo
y temor, ya que desde su aparición en inglés en 2001 no ha cesado de crear polémica. Dado el
centenario de la independencia de Panamá de Colombia el 3 de noviembre de 2003, en algunas
ocasiones esta controversia se ha tornado un tanto violenta. Si me he equivocado en mis conclusio-
nes, por lo menos estoy satisfecho de que el libro haya despertado un debate sobre nuestra verdadera
historia patria.

Quiero agradecer a varias personas que han colaborado en la edición en español, entre ellas Antonia
Kerrigan, mi agente en Barcelona; mis editores Gabriel Iriarte y Verónica Londoño del Grupo Planeta
en Colombia; mi otra editora, mi esposa Laura María Guardia Jaén; el doctor Ricardo Arias Calderón,
Olmedo Beluche y Berta Thayer, con quienes tuve largas conversaciones en Panamá y quienes me dieron
datos interesantes; mi padre Ovidio Díaz Vázquez y el resto de mi familia, quienes me prepararon para
la polémica que el libro iba a causar en Panamá; y a todos los que hicieron posible esta publicación, cuyo
único objetivo siempre fue el evitar que los hechos históricos quedaran en el olvido.

PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS

De niño, criado en Panamá, me enseñaron una visión idealizada pero falsa de la historia de mi país. La
historia oficial consignada en los libros de texto describía a nuestros libertadores como héroes vencedores de
una guerra de independencia que, a fin de cuentas, nunca se libró. Esta idea falsa se hizo añicos durante una
fiesta de Navidad a la cual asistí en Nueva York.

Un tipo pequeño e impetuoso llamado Webster Stone se me acercó. Al escuchar mi acento me preguntó de
dónde era y a qué me dedicaba. En esa época yo trabajaba como abogado en J. P. Morgan. Alzó los brazos en
un gesto de asombro. « ¿Usted sabe que J. P. Morgan fue el tesorero de Panamá durante su primer decenio de
existencia? ¿Sabe que su país fue concebido en la habitación 1.162 del hotel Waldorf Astoria?»

Stone había escrito la escaleta para un guión de cine sobre la historia del canal de Panamá. En el curso de sus
averiguaciones topó con algunos interrogantes que no se habían contestado en cien años. Luego de unos
cuantos cafés me convenció de que yo tenía una oportunidad única, como abogado y funcionario de J. P.
Morgan, y además panameño, de averiguar la verdad sobre la historia no contada de mi país.

Durante el siguiente año y medio pasé largas horas en el salón de lectura de la biblioteca pública de
Nueva York, hurgando en los archivos de audiencias del Congreso, en periódicos de la época y en
documentos inéditos, y encontré disparidades flagrantes con la historia oficial que había aprendido de
niño. Lo que comenzó como una afición de fines de semana se convirtió en un trabajo de tiempo
completo. Hacia fines de 1998 tenía ya el esquema de una historia que se había ocultado durante casi
un siglo.

Cuando volvía Panamá para las Navidades le conté a mi familia lo que había hallado, convencido de que
compartirían mi entusiasmo; sin embargo, su reacción fue de duda, incluso de recelo. Me advirtieron que
sufrirían represalias de la élite del país, las familias acaudaladas que descendían directamente de las personas que
yo mencionaría en mi historia. Hasta mi padre manifestó su desacuerdo invocando razones patrióticas. Había
pasado su juventud luchando contra los norteamericanos para hacerlos entregar el canal de Panamá a los
panameños, y sólo faltaba un año para la transferencia. Me advirtió de que mi libro no sólo dejaría mala los
estadounidenses sino también a nuestros propios patriotas, y me rogó que suprimiera la verdad sobre la
corrupción y los nexos con Wall Street. Al fin y al cabo, adujo, todo país necesita héroes.

La recopilación de pruebas también resultó ser un reto enorme. Las copias de los cheques girados por J. P.
Morgan a los patriotas panameños, los testimonios originales tomados bajo juramento y muchos otros
documentos que probaban la existencia de una conspiración de Wall Street habían desaparecido
misteriosamente de las bibliotecas y las colecciones privadas. Además, durante años, personas interesadas en
ocultar la verdad sobre la corrupción habían estado comprando y retirando de circulación fotografías
comprometedoras y documentos reveladores.

No obstante, decidí publicar El país creado por Wall Street porque quería darle a Panamá su propia
historia. El libro no sólo informa en detalle sobre los inicios del imperialismo norteamericano en América
Latina, sino que también cuenta la historia sobre cómo una poderosa élite financiera ajena a todo control
puede dirigir y establecer el curso de la política exterior y militar de Estados Unidos. El cuadro que nos
muestra es inquietante; nos recuerda nuestra propia época.

Quisiera agradecer a las personas que han contribuido a hacer posible el libro. A Webster Stone, desde
luego, por sugerir la idea. A Silvana Paternostro, James Linville y mi agente Ana Ghosh, de Scovil,
Chichak & Galen, por su orientación creativa. John Oakes y Jill Ellyn Riley, director y editora de Four
Walls Eight Windows, me dieron valiosos consejos editoriales.

En Panamá, Jorge Ritter y el historiador Jorge Conte Porras compartieron conmigo información y
pistas. Sobre todo, quiero agradecer a mi padre, Ovidio Díaz Vázquez, quien me inspiró con su
nacionalismo; a mi madre, Marina Espino, y a mi hermano, Ovidio Alberto; y a mi esposa, Laura
María Guardia, quien me dio alientos para perseverar cuando sentía deseos de renunciar.
PROTAGONISTAS
POR ORDEN DE APARICIÓN

JOSEPH PULITZER
Prestigioso director del periódico World, que en sus artículos acusó a Theodore Roosevelt de haber
ayudado a una camarilla de Wall Street que fomentó la revolución panameña y amasó una fortuna
considerable especulando con el canal de Panamá. Roosevelt contraatacó entablando una demanda por
difamación, y Pulitzer lanzó una campaña de tres años para descubrir la verdad.

WILLIAM NELSON CROMWELL


Abogado mercenario, fue el fundador de Sullivan & Cromwell, uno de los principales bufetes de
abogados de Wall Street, y asesor de muchos de los capitalistas sin escrupulosos de comienzos del siglo
XX. En 1896 fue contratado por la compañía francesa del canal de Panamá para convencer al gobierno de
Estados Unidos de que comprara la concesión de la firma francesa para construir el canal.

Derrotó a los congresistas partidarios de la construcción de un canal por Nicaragua y fue el cerebro
intelectual de la independencia de Panamá. También fue el presunto artífice de una camarilla de Wall
Street que especuló con las acciones de la compañía francesa del canal.

THEODORE ROOSEVELT
El vigesimosexto presidente de Estados Unidos fue uno de los hombres más enérgicos e intelectuales que
han ocupado la Casa Blanca. Consideraba que un canal interoceánico controlado por los
norteamericanos convertiría a Estados Unidos en la nación más poderosa del mundo.

Pese a desconfiar de los grandes monopolistas, en Panamá se confabuló con algunos magnates de Wall
Street para obtener los derechos de construcción del canal. Dirigió personalmente los movimientos
militares que permitieron la independencia de Panamá.

J. P. MORGAN
Presidente del prestigioso banco J. P. Morgan & Co. de Estados Unidos. Como uno de los principales
miembros de la camarilla de Cromwell, presuntamente financió la compra de las acciones de la compañía
francesa del canal y prestó dinero para la independencia de Panamá.

PHILIPPE BUNAU-VARILLA
Misterioso personaje francés que durante dos decenios emprendió una campaña personal para construir
el canal de Panamá. Ayudó a convencer al Congreso de Estados Unidos de que aprobara la ruta por
Panamá en vez de la ruta por Nicaragua, tramó el plan para la independencia de Panamá y luego
traicionó a este país al apresurarse a firmar un tratado para la construcción del canal que resultaba
flagrantemente injusto para los panameños.

SENADOR JOHN TYLER MORGAN


Presidente de la comisión sobre canales interoceánicos, dedicó su vida a abogar por la construcción de
un canal por Nicaragua. Justo cuando su triunfo parecía seguro, su empeño de toda una vida fue
derrotado por el cabildeo a favor de Panamá.

Convencido de que se habían cometido grandes delitos, dirigió dos investigaciones del Congreso sobre
las actividades de la camarilla de Wall Street en Panamá.
SENADOR MARK «DOLLAR» HANNA
Presidente del Partido Republicano, entonces en el poder, era el hombre más poderoso de
Washington antes de que Theodore Roosevelt lo desbancara. Su participación en los debates en el Senado
en torno a la ruta del canal ístmico fue decisiva para Panamá. Mantuvo una estrecha relación con la
camarilla de Wall Street.

JOHN HAY
Fue el secretario de Estado durante los gobiernos de McKinley y Roosevelt y negoció el tratado del
canal de Panamá con Colombia. Cromwell influyó notoriamente sobre él cuando el Congreso
colombiano rechazó el tratado, conspiró para que Panamá se independizara de Colombia, y luego firmó
el oneroso y controvertido tratado Hay-Bunau-Varilla.

MANUEL AMADOR GUERRERO


Este médico de la Panamá Railroad Company, ya de cierta edad, viajó en septiembre de 1903 a Nueva
York con el objeto de solicitar el apoyo de Cromwell y Roosevelt para la independencia de Panamá.
Dirigió el movimiento revolucionario de noviembre de 1903, utilizando bastante dinero de Wall Street.
Fue el primer presidente de Panamá.

GENERAL ESTEBAN HUERTAS


Este militar colombiano tenía a su cargo las fuerzas colombianas en Panamá. Joven, de baja estatura y sin
el brazo izquierdo, que perdió por una herida de guerra, su decisión de apoyar la revolución panameña y
encarcelar a los generales colombianos leales permitió la independencia incruenta de Panamá. Recibió
una pequeña fortuna por colaborar en la revolución.
CRONOLOGÍA
 1501 Cristóbal Colón llega a Panamá.

 1513 Vasco Núñez de Bal boa descubre el océano P a cífico por


Panamá; comienza la búsqueda de una ruta de canal a través del istmo.

 1821 Panamá declara su independencia de España y se anexa a Colombia.

 1855 S e i naugu ra e l ferro car ri l de P an am á, par a fa cilitar el viaje


hasta California durante la fiebre del oro en Estados Unidos.

 1881 Ferdinand de Lesseps inicia la construcción del canal de Panamá.

 1889 La compañía del canal de De Lesseps se declara en quiebra.

 1 8 9 6 W i l l i a m N e l s o n C r o m w e l l e s n o m b r a d o r e p r e sentante
estadounidense de la compañía francesa del canal y comienza su cabildeo para con-
vencer al Congreso de comprar los derechos para construir el canal de Panamá.

 1901-septiembre Theodore Roosevelt toma posesión como presidente de


Estados Unidos tras el asesinato de William McKinley.

 1902-enero La Cámara de Representantes aprueba la ley para la construcción


de un canal por Nicaragua.

 1902-agosto El Senado de Estados Unidos revoca el voto de la Cámara y


adopta la ruta por Panamá.

 1903-agosto Colombia rechaza el tratado del canal de Panamá propuesto.

 1903-noviembre, 3 Llegan a Colón navíos de guerra de Estados Unidos y aseguran la


independencia de Panamá.

 1903-noviembre 18, El secretario de Estado John Hay y Philippe Bunau-Varilla se


apresuran a firmar el tratado del canal de Panamá.

 1 9 0 8 R o o s e v e l t e n t a b l a u n a d e m a n d a p o r d i f a m a ción contra
Joseph Pulitzer por publicar artículos en los que se le acusa de haber ayudado a una
camarilla de Wall Street.

 1914 Se inaugura el canal de Panamá.

 1919 Fallece Roosevelt.


 1922 El Congreso de Estados Unidos aprueba el pago de 25 millones de dólares a
Colombia como indemnización por la pérdida de Panamá. 1964 Estallan
disturbios en Panamá y la población exige la firma de un nuevo tratado.

 1 9 7 7 E l g e n e r a l O m a r T o r r i j o s H e r r e r a y e l p r e s i dente Jimmy
Carter firman el segundo tratado del canal de Panamá.

 1989 Fuerzas estadounidenses invaden Panamá para derrocar al general Manuel


Antonio Noriega.

 1999-diciembre, 31 Estados Unidos entrega el control sobre el canal de Panamá


después de 96 años.
CAPÍTULO 1
ESCANDALO

El 2 de octubre de 1908, a las 22.30 horas, Caleb van Hamm, director administrativo del periódico
World, de Joseph Pulitzer, recibió una llamada telefónica inesperada. Del otro lado de la línea una
voz nerviosa se identificó como Jonas Whitley, empleado de la agencia de prensa de William
Nelson Cromwell. Dijo que al día siguiente se iba a publicar una crónica difamatoria y
tergiversada sobre el canal de Panamá, que implicaba a Cromwell y al presidente Theodore
Roosevelt, y que quería dejar en claro algunos datos. Van Hamm tomó lápiz y papel.

Van Hamm sabía que cualquier historia sobre William Nelson Cromwell sería de gran interés
para los lectores. El personaje en cuestión era socio principal de Sullivan & Cromwell, un
destacado bufete de abogados de Wall Street entre cuyos clientes se contaban importantes
compañías de ferrocarril, los bancos más prestigiosos de la nación y los hombres más
poderosos del país, incluido J. P. Morgan. En Wall Street lo conocían familiarmente como «el
Zorro» por su pelo blanco ondulado y su agudo intelecto, y el World ya había publicado artículos
cuestionando su presunta participación en los turbios sucesos que llevaron a la creación de la
República de Panamá y la firma del tratado del canal con Estados Unidos. Sin embargo, la
historia que Whitley estaba a punto de contar ampliaría considerablemente la información.

La llamada telefónica de Whitley se debía a un error cometido el día anterior. Uno de los socios de
Cromwell, William J. Curtis, había ido a las oficinas del fiscal de distrito de Nueva York, William
Travers Jerome, para pedirle que emprendiera una acción contra unos panameños que supuestamente
estaban tratando de chantajear a Cromwell. Según Curtís, los panameños estaban exigiendo dinero por su
participación en la independencia de Panamá, cuyos móviles habían sido económicos, y por guardar
silencio acerca del papel que el propio Cromwell desempeñó en el asunto.

Jerome optó por no hacer nada al respecto, pero su oficina filtró la información al editor urbano del
World, quien le asignó la historia a uno de sus reporteros. El periodista no logró encontrar a los
supuestos chantajistas, pero sus pesquisas alertaron a la gente de Cromwell. Esa noche, a las 22.30, Jonas
Whithey telefoneó a Caleb Van Hamm.

Van Hamm no sabía nada sobre el asunto, pero le pidió a Whitley que le diera algunos minutos para
verificarlo. Llamó al editor y éste le dijo que como las pesquisas de la tarde habían sido infructuosas, el
artículo no se iba a publicar. Van Hamm tomó nuevamente el auricular y, simulando saber más de lo
que en realidad sabía, le dijo a Whitley:

—Mi querido Jonas, lamento mucho escuchar todo esto que me dice. Cuéntemelo todo.

Durante la siguiente hora, Whitley contó la historia y Van Hamm tomó gran cantidad de notas. Van
Hamm le pidió a Whitley que fuera a las oficinas del World en una hora, cuando supuestamente el
reportero ya tendría lista su crónica, y le prometió que podría «echarle un vistazo». Apenas colgó, llamó a
una mecanógrafa y le dictó la historia según se la había contado Whitley.

Cuando llegó Whitley, Van Hamm le dio una copia de la crónica que él mismo había escrito,
asegurándole que correspondía a la investigación hecha por el periodista a quien le habían
encomendado la historia. Whitley, angustiado, regresó a las oficinas de Sullivan & Cromwell y envió de
inmediato un cable a Cromwell a Panamá.

Esa noche, Cromwell asistía como delegado oficial del presidente Roosevelt a la ceremonia de posesión
del segundo presidente de Panamá, José Domingo de Obaldía. Estaba sentado al lado del anterior
presidente, Manuel Amador Guerrero, y de la esposa de De Obaldía, cuando recibió el alarmante cable de
Nueva York. El abogado abandonó la elegante ceremonia que se desarrollaba bajo las exuberantes
palmeras del Parque Catedral, en ciudad de Panamá, para responder el cable de inmediato y tratar de evitar
la divulgación del perjudicial informe.

Pero al día siguiente, 3 de octubre, la crónica apareció publicada en la primera página del World, con un
titular llamativo y una fotografía de Cromwell y el cuñado de Roosevelt, quien era uno de los presuntos
conspiradores. El artículo describía a Cromwell como un abogado virtuoso enfrentado a unos chantajistas
panameños, pero las acusaciones que se le hacían recibieron la misma cobertura de prensa que su propia
refutación de los hechos.

El World describió cómo una camarilla secreta de Wall Street, encabezada por Cromwell, había
conspirado para comprar las acciones de la extinta compañía francesa que había intentado, sin éxito,
construir el canal de Panamá; la camarilla convenció luego a Theodore Roosevelt de que comprara sus
concesiones por 40 millones de dólares, obteniendo con ello una ganancia enorme.

Cuando Colombia se negó a ratificar el tratado con Estados Unidos, la camarilla ideó y fomentó una
revolución en lo que entonces era la provincia de Panamá, con la ayuda de militares estadounidenses. De
la presunta conspiración formaban parte J. P. Morgan, Philippe Bunau-Varilla —que había sido el
principal ingeniero de la compañía francesa—, Charles P. Taft, hermano de William Taft, secretario de
Guerra y candidato presidencial por el Partido Republicano, y Douglas Robinson, cuñado de Roosevelt.
El World informó:

Los financieros invirtieron su dinero porque tenían conocimiento pleno de la intención del gobierno
de adquirir la propiedad francesa por el precio de 40.000.000 de dólares, y así, gracias a la supuesta
información conseguida a través de altas fuentes del gobierno, pudieron obtener grandes beneficios3
La primera edición no incluía el desmentido de Cromwell, pero las ediciones posteriores sí la publicaron.
Cromwell dijo que la historia era «una vil mentira que no contenía ni un ápice de verdad»' y aseguró
que «ni yo, ni nadie asociado conmigo jamás compró, vendió, tuvo que ver ni obtuvo un solo centavo o
provecho» especulando con el canal de Panamá.

Taft envió de inmediato un cable al World que negaba cualquier conexión suya con una supuesta
camarilla; Robinson no quiso hacer ningún comentario, pero más tarde también negó las acusaciones.

Pese a los desmentidos, el 6 de octubre el World publicó otra fogosa crónica. Esta vez aseguraba que
Cromwell era «prácticamente el secretario de Guerra en lo que se refería al canal de Panamá»5 y que
«incluso muchos consideraban que su bufete de abogados en el 41 de Wall Street era la verdadera
oficina ejecutiva del canal de Panamá».

En la Casa Blanca, el presidente Theodore Roosevelt se enteró de las acusaciones, pero no quiso hacer
ningún comentario al respecto. Aunque el World publicó otras cinco crónicas sobre la supuesta camarilla
de Panamá, el presidente hizo caso omiso de ellas. Consideró que se trataba de un inútil intento del
Partido Demócrata de desacreditar a los republicanos en la campaña presidencial.
Sin embargo, el día antes de las elecciones presidenciales, el 2 de noviembre de 1908, el principal
periódico de Indiana, el Indianápolis News (tradicionalmente de orientación republicana), retomó la
historia del World y publicó un editorial que decía en parte:

La campaña terminó y la gente tendrá que votar mañana sin tener ningún conocimiento oficial sobre la
negociación del canal de Panamá. Se ha dicho que Estados Unidos compró a ciudadanos
norteamericanos por 40.000.000 de dólares una propiedad que a los susodichos ciudadanos les costó
únicamente 12.000.000. El señor Taft era secretario de Guerra cuando se cerró la negociación. No
cabe duda de que el gobierno pagó 40.000.000 por la propiedad: pero ¿quién obtuvo el dinero?

La campaña difamatoria funcionó. Aunque Taft ganó en Indiana a su rival, el candidato republicano
William Jennings Bryan, por 10.731 votos, los demócratas perdieron la gobernación, un senador y sólo
sacaron tres de quince escaños en el Congreso.

Roosevelt, iracundo, culpó del fracaso a los artículos de la prensa y juró vengarse. Envió una nota a la
Associated Press en la que aseguraba que no existía ninguna camarilla panameña y que la «abominable
falsedad de que algún norteamericano hubiera sacado provecho de la venta del canal de Panamá es una
calumnia». Terminó con una rabiosa diatriba contra Delevan Smith, director del News, y contra Joseph
Pulitzer, director del World.

En ese momento, el viejo, ciego y disminuido Joseph Pulitzer ni siquiera se enteró de la polémica.
Había renunciado a la dirección activa de su tabloide para dedicarse al ocio y, como de costumbre, viajaba
a bordo de su lujoso yate, el Liberty, cerca de las costas de las Carolinas. Cuando se divulgó la historia sus
asistentes lo buscaron de in mediato y encontraron el Liberty temporalmente anclado en un puerto
cercano a Charleston. Don Seitz, uno de los editores del periódico, abordó el yate, junto con Delevan
Smith y copias de los artículos publicados.

Cuando Pulitzer le preguntó a Smith cómo se había enterado de la historia, éste contestó nervioso que
había basado su editorial en afirmaciones hechas en «un importante periódico neoyorquino». Smith
admitió haber cometido un error cuando publicó el artículo en cuestión tras haber leído únicamente la
edición matutina del 3 de octubre, que no incluía la réplica de Cromwell. Cuando Smith se marchó,
Pulitzer preguntó:
— ¿A qué periódico neoyorquino se refiere Smith?1
— Al World —contestó Don Seitz.
— Eso me imaginé, maldición. Si hay algún lío, ustedes con seguridad están metidos en él.

Sin embargo, el viejo Pulitzer optó por responder a las acusaciones de Roosevelt en el World al día
siguiente:
“El escándalo de Panamá: Que el Congreso investigue”

En vista-de la deliberada tergiversación de los hechos en el indecoroso ataque personal del presidente
Roosevelt... el World pide al Congreso de Estados Unidos que emprenda de inmediato una investigación exhaustiva
e imparcial sobre el escándalo en torno al canal de Panamá.'

¿QUIÉN OBTUVO EL DINERO?


El periódico acusó a Cromwell de fomentar una revolución en Panamá y de sobornar a patriotas
panameños, militares colombianos y funcionarios norteamericanos para lograr sus objetivos. Dijo que
después de la revolución, él y J. P. Morgan controlaron personalmente el desembolso de dinero para
provecho de los especuladores norteamericanos. El artículo concluía:

¿A quién pagó Estados Unidos 40.000.000 de dólares por una propiedad en bancarrota cuyo control sin duda se
hubiera podido comprar en el mercado abierto por menos de 4.000.000?

¿Quién compró las obligaciones de la antigua Compañía del canal de Panamá a unos pocos centavos por
dólar?

Ya sea que todos los beneficios hayan sido para William Nelson Cromwell, o como fuere, el hecho
de que Theodore Roosevelt, como presidente de Estados Unidos, haga sobre un asunto tan importante,
una declaración pública repleta de flagrantes falsedades, con apestosas tergiversaciones, desafiando
palabra por palabra el testimonio de su asociado Cromwell y los archivos oficiales, exige que se le haga
toda la publicidad del caso mediante la autoridad y acción del congreso.

El editorial provocó un escándalo de grandes proporciones; numerosos periódicos apoyaron la petición


del World de que el Congreso abriera una investigación. El 15 de diciembre, el furibundo presidente
Roosevelt lanzó el ataque más virulento de sus ocho años de gobierno. Consideraba que el canal de
Panamá era su mayor logro, y no iba a permitir que el director de un tabloide arrojara dudas sobre el
asunto. En un mensaje especial al Congreso criticó duramente a Joseph Pulitzer y lo hizo personalmente
responsable por el escándalo.

Estas historias no requieren ninguna investigación... constituyen enteramente en los hechos y


parcialmente en la forma una calumnia contra el gobierno de Estados Unidos... El verdadero ofensor es
el señor Joseph Pulitzer, director y propietario del World... Por consiguiente, es un deber nacional
prioritario llevar ante la justicia a este difamador del pueblo norteamericano, a este hombre que
gratuita y siniestramente, y sin sombra de justicia, quiere manchar la reputación de distinguidos
ciudadanos particulares y acusar al gobierno de su propio país ante los ojos del mundo civilizado de una
fechoría del más vil y abyecto tipo, cuando no existe ni la más mínima justificación o descripción de las
acusaciones que ha preferido.

Pulitzer llegó a Nueva York con la mente hecha un torbellino. Permaneció a bordo del Liberty,
anclado en Chelsea Piers, listo para zarpar si Roosevelt enviaba a alguaciles norteamericanos a arrestarlo.

Le pidió a Caleb van Hamm que fuera al yate y le preguntó:


—¿Qué pruebas tiene de la participación de Douglas Robinson y Charles Taft en este asunto?
—Ninguna —respondió, nervioso, Van Hamm.
—¡Por Dios! ¿No tiene pruebas? ¿Y publica semejantes historias sin pruebas?

Van Hamm le explicó que toda la información provenía de Whitley, el agente de prensa del propio
Cromwell.

—Está bien. Pero recuerde: lo más probable es que Roosevelt arme un problema... Tratará de meterme a
mí en problemas. Si lo hace, lo combatiré hasta el final.

Mientras tanto, en la Casa Blanca, Roosevelt pidió a varios detectives que investigaran a su propio
vicepresidente, Douglas Fairbanks, porque sospechaba que era el responsable del artículo publicado en el
Indianápolis News.10 Indianápolis era la ciudad natal de Fairbanks, y allí el News gozaba de un
monopolio; el periódico tradicionalmente había apoyado a los republicanos, y además su director,
Delevan Smith, era primo de Fairbanks. Fairbanks tenía razones de sobra para lanzar una campaña
difamatoria contra Roosevelt, pues éste le había cerrado el camino como candidato a la presidencia y
había optado por apoyar a su secretario de Guerra, William Taft. Roosevelt decidió que si los
investigadores hallaban cualquier evidencia de que su vicepresidente había tenido algo que ver con el
artículo, no dudaría en demandarlo. Los agentes del servicio secreto interceptaron el teléfono del
vicepresidente y lo siguieron durante meses, pero no encontraron nada que lo comprometiera.

El 17 de febrero de 1909, el fiscal general Charles Bonaparte (sobrino bisnieto de Napoleón) acusó a
Pulitzer, Van Hamm y Smith, entre otros, de hacer afirmaciones calumniosas contra Roosevelt,
Morgan, Elihu Root, Cromwell, Taft y Robinson. La acusación se basaba en oscuras leyes anteriores a la
revolución norteamericana que amordazaban la prensa.

Pulitzer estaba a bordo del Liberty cuando se enteró de la noticia y pensó que sus días de ocio habían
llegado a su fin. Se convenció de que Roosevelt y Cromwell iban a recurrir a tribunales, jueces y jurados
para meterlo en la cárcel. Envió a sus agentes a distintos rincones del país con la misión de encontrar la
mejor prisión posible para pasar allí sus últimos años de vida. Zarpó a altamar, pero cada vez que su yate
atracaba en algún puerto para abastecerse, temía que lo estuviera esperando la policía para arrestarlo.
Finalmente, decidió irse a Lisboa.

Sin embargo, el anciano periodista llamó a sus editores y les anunció que pensaba enfrentarse al
belicoso Roosevelt.
—Roosevelt no puede amordazar al World —proclamó.

Si al presidente se le permitía ganar este caso, dijo, el derecho constitucional a una prensa libre se vería
peligrosamente menoscabado. Los periódicos del país lo apoyaron.

Pulitzer les encomendó a dos periodistas, el brillante Earl Harding y el inquisitivo Henry Hall, una
larga y difícil misión que los llevaría a París, Panamá, Bogotá y Washington en busca de la verdad para su
defensa.

Por fin, clamó la prensa, se sabría la verdadera historia sobre lo que sucedió en Panamá. Las mentiras y
los tapujos relacionados con este «capítulo deshonroso para la nación» quedarían expuestos, el
misterioso control de Cromwell sobre el istmo terminaría y la pregunta que obsesionaba al mundo
desde que se inició la construcción del canal finalmente tendría una respuesta: ¿qué pasó en Panamá
en 1903?
NOTAS
1. Las fuentes del escándalo generado por los artículos del World son: Don Carlos Seitz, Joseph
Pulitzer, His Life and Letters, Nueva York, AMS Press, 1970, pp. 352-385; Earl Harding, The
Untold Story of Panamá, Nueva York, Athene Press, 1959, pp. 48-51; y la concienzuda investigación
realizada en febrero de 1912 por la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes
de Estados Unidos sobre lo sucedido en Panamá en 1903, conocida como The Story of Panamá:
Hearing on the Rainey Resolution Before the Committee on Foreign Affairs of the House of
Representatives, Washington, DC, Government Printing Office, 1913 (en adelante denominada
The Story of Panamá).
2. Citado en Seitz, Joseph Pulitzer, His Life and Letters, p. 352.
3. New York World, 3 de octubre de 1908.
4. Ibid.
5. Ibid., 6 de octubre de 1908.
6. Indianápolis News, 2 de noviembre de 1908.
7. Citado en Seitz, Joseph Pulitzer, His Life and Letters, p. 356.
8. World, 8 de diciembre de 1908.
9. Citado en The Story of Panama, p. 259.
10.Peirce, the Roosevelt Panama Libel Case, Nueva York, Greenwich Book Publishers, 1959, p.
117.
CAPÍTULO2
WALL STREET SE ENFRENTA AL CONGRESO'

Cromwell planeaba todo lo que hacía con asombrosa precisión. Solía enviar cada carta por tres medios
distintos: correo regular, cable y mensajero especial. Nunca corría riesgos. «Los accidentes no
ocurren»,2 solía decirles secamente a sus abogados cada vez que aducían inundaciones o huelgas como
excusas para no ejecutar sus órdenes. « ¡Son los tontos que no piensan en las contingencias quienes
permiten que ocurran!»

De talla menuda, Cromwell era «extraordinariamente apuesto, con rasgos aquilinos y una melena de
pelo blanco ondulado que acentuaba su porte de autoridad y lo hacía conspicuo donde quiera que
estuviera» .3 «Con pantalones a rayas y chaqueta de frac —apuntó alguien—, parecía un inteligente
estudiante de teatro disfrazado de estadista de más edad.»4 Asumía el control, no conocía la
vergüenza y era sumamente persuasivo. «Ni siquiera un agente de seguros de vida lo supera —escribió
un periodista del World—. Habla rápidamente y cuando él quiere, y nunca va al grano.» Con su
«habilidad con las cifras y un intelecto como el destello de un rayo que se mueve con la agilidad de un
acróbata», planeaba todos sus movimientos de antemano.

Nacido en el seno de una modesta familia de Brooklyn, había salido de la pobreza al mejor estilo
norteamericano después de la muerte de su padre en la guerra civil. A finales del siglo, a los cuarenta
y seis años de edad, ya era toda una institución, «un autócrata prestigioso en su oficina, cuyos
subordinados le tenían un temor reverencial, pero contaban con cierto orgullo y afecto anécdotas sobre
sus excentricidades y su forma de ser». Disfrutaba de su autoridad, pero era «el tipo de hombre a
quien le gusta ser el poder detrás del trono, y no en éste: le encantaba que lo consideraran un hombre
misterioso». Entre sus clientes se contaban j. P. Morgan, a quien ayudó a crear la United States Steel
Corporation —la empresa más grande del mundo—, W. K. Vanderbilt (magnate dedicado a la
construcción de barcos) y Edward Harriman, a quien asesoró en el diseño de las complejas
finanzas y fusiones que permitieron fundar la primera compañía de ferrocarril transcontinental.

Estos titanes de las finanzas lo buscaban no sólo por sus conocimientos en materia jurídica, sino
atraídos por su pura y simple fuerza intelectual y su persistencia, que le permitían conseguir todo lo
que quería.

Sus servicios profesionales incluían más que una firma de abogados: tenía agentes de prensa,
contables y políticos que le ayudaban en el cabildeo a favor de sus intereses en Washington.
Cultivaba una amistad íntima, «susceptible de ser utilizada para provecho propio», con hombres
influyentes y poderosos pertenecientes a todo tipo de círculos, incluidos el político, el financiero y
el periodístico. Sus clientes acudían a él en busca de los beneficios que les reportarían esta
influencia y este poder. Fue la opción obvia de la compañía francesa del canal de Panamá cuando
necesitó un milagro.

El 26 de enero de 1896 Maurice Hutin, presidente de la Compagnie Nouvelle du Canal


Interoceanic, fue a las elegantes oficinas, con paredes chapadas en caoba, de Sullivan &
Cromwell, en el número 41 de Wall Street. Quería contratar los servicios de Cromwell para que
convenciera al gobierno de Estados Unidos de comprarle a la firma francesa en bancarrota los
derechos para construir el canal de Panamá. Cromwell recibió a su visitante con entusiasmo, pero
admitió que «lograr una consideración favorable para Panamá [era] una tarea imposible» Según le
explicó a su cliente, en vista de la quiebra de la compañía francesa la opinión pública
estadounidense estaba «convencida de que el plan para construir un canal en Panamá era
quimérico y su realización no era factible».

Durante cuatrocientos años, la apertura de un canal a través de las montañas y selvas de Panamá
para unir los océanos Pacífico y Atlántico había sido el sueño inconcluso de las naciones europeas.
En 1529 el emperador romano Carlos V ordenó que se explorara la posibilidad de abrir un canal en el
istmo de Panamá. Países tan dispares como Inglaterra, Alemania y Rusia plantearon otras
propuestas, pero no se intentó nada hasta 1879, cuando Ferdinand de Lesseps, el visionario promotor
francés que construyó el canal de Suez, hizo caso omiso a todos los presagios y centró su atención en el
sueño centenario de construir el canal de Panamá.

Nadie encarnaba el espíritu del siglo xix mejor que De Lesseps. Utilizó la nueva potencia del vapor,
junto con su capacidad para recaudar fondos privados, con el fin de lograr lo que muchos consideraban
una hazaña imposible: la construcción del canal que unía el Mediterráneo con el océano Índico a través
del estrecho de Suez. Se consideraba a sí mismo un profeta de dimensiones bíblicas, e incluso llegó a
afirmar que lo que estaba haciendo era nada menos que deshacer el trabajo de Moisés: así como éste había
separado los océanos con un barrido de mano, él los iba a unir. Cuando se terminó la construcción del canal
de Suez, De Lesseps, que rondaba los setenta años y era el francés más famoso de la época, quiso afrontar
un reto aún más grande en Panamá.

Constituyó la Compagnie Universelle pour le Canal Interoceanic, cuyo objetivo era construir el canal
de Panamá, la grande entreprise. Era la empresa humana más ambiciosa jamás emprendida. El coste se
calculó en 240 millones de dólares, el doble de lo que costó el canal de Suez. La duración del trabajo se
estimó en doce años, también el doble de lo que se empleó en el de Suez.

Se anticipó que en 1889 la excavación ya habría terminado, pero en esa fecha sólo se había completado
una quinta parte. De Lesseps había cometido serios errores de ingeniería, como planear un canal al nivel
del mar y subestimar la diferencia entre los desiertos secos de Suez y la tierra húmeda y cenagosa de
Panamá. Por otra parte, la tuberculosis, la fiebre amarilla y la malaria habían matado o debilitado
seriamente a dos de cada tres obreros. En diciembre de 1889, incapaz de conseguir nuevos fondos para
continuar el trabajo, el héroe francés no tuvo otra opción que declarar la defunción de la grande
entreprise.

La quiebra de la Compagnie Universelle fue un fracaso de dimensiones inimaginables. Cientos de


miles de campesinos europeos que habían invertido los ahorros de todas sus vidas en la firma vieron
evaporarse su inversión. La opinión pública pedía iracunda que guillotinaran a los responsables. Varios de
los organizadores, incluidos la familia de De Lesseps y Gustave Eiffel, el constructor de la torre Eiffel y la
Estatua de la Libertad, fueron a la cárcel por fraude y uso ilícito de los fondos de los inversores. Muchos
banqueros implicados en el escándalo se suicidaron y bastantes políticos que también participaron,
incluido el futuro primer ministro George Clemenceau, o bien terminaron en la cárcel por aceptar
sobornos, o bien perdieron sus cargos.

En 1894 el liquidador francés sancionó a los grandes accionistas de la Compagnie Universelle forzándolos
a suscribir acciones de una nueva compañía, la Compagnie Nouvelle. Esta empresa adquirió los activos de
la antigua compañía y lanzó una campaña para conseguir capital suficiente para reiniciar la construcción
del canal, pero el empeño se quedó en el terreno de la fantasía. En Panamá, lo único que quedaba de la
compañía original eran unas cuantas dragas oxidadas, y la mayor parte de la excavación había
desaparecido debajo de desprendimientos de tierra tropicales. Incluso la palabra Panamá se convirtió en
sinónimo de fracaso y escándalo (la expresión popular francesa Quel Panamá! Significaba: ¡Qué lío!).

El único activo valioso era la concesión para construir el canal que había otorgado Colombia, país del
cual formaba parte la provincia de Panamá, pero incluso esta concesión expiraría en unos pocos años.

Ferdinand de Lesseps había muerto, y nadie más tenía la capacidad de insuflar el optimismo que requería
la nueva empresa. La única esperanza real que tenía Francia de recuperar parte de su inversión era
vender los derechos de construcción del canal a Estados Unidos.

Francia sabía que dicho país se había interesado en la ruta a través del istmo desde la década de 1840, con
el fin de facilitar la masiva migración fomentada por la fiebre del oro en California. Durante la guerra
librada entre España y Estados Unidos en Cuba, el legendario viaje del navío de guerra Oregón desde
la costa de San Francisco, circundando el Cabo de Hornos, les dejó en claro a los estadounidenses la
imperiosa necesidad de abrir un paso entre los océanos Atlántico y Pacífico para proteger su vasto
territorio.' Sin embargo, dada la quiebra de los franceses, la opinión pública de Estados Unidos se
inclinaba por el plan largamente ambicionado de construir un canal a través de Nicaragua, utilizando sus
dos lagos, el Managua y el Nicaragua.

Si los norteamericanos decidían construir un canal por Nicaragua, los franceses perderían su inversión
de 250 millones de dólares. Por consiguiente, resolvieron hacer todo lo- posible por cambiar la opinión
de los estadounidenses, y para ello buscaron la ayuda profesional de William Nelson Cromwell.

El abogado neoyorquino había sido director y asesor general de la Panamá Railroad Company desde
1893. Se trataba de un cargo decorativo, hasta que Maurice Hutin llegó a su oficina y solicitó sus oficios
como intermediario. A partir de entonces, el destino de la grande entreprise y el sueño de varios
siglos reposaron en los hombros del hombre que, según el World, con su «mente magistral, afilada en
la piedra de la astucia corporativa, concibió y realizó la expoliación del istmo»."

El 2 de diciembre de 1898 Cromwell viajó a Washington DC con la intención de convencer al presidente


McKinley y al Congreso de construir el canal de Panamá, pero se encontró con fuertes maniobras a
favor de la ruta por Nicaragua. Desde el fracaso de la ruta por Panamá, importantes políticos y
empresarios con mucha influencia en Washington habían logrado que el Congreso promulgara una ley
que estipulaba la constitución de la Maritime Canal Co., una empresa privada cuyo propósito era
construir el canal de Nicaragua. La prensa publicaba constantemente artículos y fotografías que
describían los planes. Tanto juntas de comercio como legislaturas estatales y convenciones de partidos
emitieron resoluciones en las que pedían al gobierno que aprobara la construcción del canal.

Los periódicos aseguraban que el canal de Nicaragua iba a ser el canal del pueblo norteamericano. El
New York Herald, de William Randolph Hearst, expresó la opinión popular cuando dijo:
“el proyecto del canal de Nicaragua es un asunto puramente nacional, concebido por estadounidenses, sostenido por
estadounidenses y, si se construye más adelante, operado por estadounidenses de acuerdo con ideas estadounidenses,
y para satisfacer las necesidades estadounidenses. En pocas palabras, se trata de una empresa nacional”.10

La persona que más se identificaba con las maniobras a favor del proyecto de Nicaragua era el senador
John Tyler Morgan, de Louisiana. Como presidente de la comisión senatorial sobre canales
interoceánicos, había presentado un proyecto de ley en el Congreso que asignaba fondos gubernamentales
para construir el canal de Nicaragua, y todo parecía indicar que sería aprobado.

Cromwell inició su campaña solicitando una audiencia oficial con el presidente McKinley." Éste no
se dejó convencer y, el 5 de diciembre, tres días después de la visita de Cromwell, envió un mensaje al
Congreso en el que reafirmaba su apoyo al proyecto de ley de Morgan y recomendaba asignar fondos
gubernamentales para la construcción del canal de Nicaragua. Cromwell decidió enfrentarse al
senador Morgan cara a cara.

Pocos se atrevían a manifestar su desacuerdo con el senador, corto de estatura, de pelo blanco y ojos de
murciélago, pues solía enfurecerse y atacar con virulencia a sus opositores, sobre todo en asuntos
relacionados con el canal de Nicaragua. Morgan, que había sido coronel del ejército confederado, creía
que el canal a través de Nicaragua le daría al sur la importancia que esta región había perdido como
resultado de la guerra civil.

Nicaragua estaría aproximadamente ochocientas millas más cerca de los puertos de Mobile y
Galveston, en el golfo, que de Nueva York y Boston. Calculaba que con la apertura del canal los mercados
mundiales se abrirían a productos sureños como madera, mineral de hierro, hierro y bienes
manufacturados, y que su popularidad personal en su región aumentaría notoriamente.

Morgan también creía que la ruta por Nicaragua era mejor: estaba más cerca de Estados Unidos, tenía el
paso más bajo de toda la cordillera centroamericana, contaba con cerca de cien millas de lagos y ríos
navegables, y el país era más estable que Colombia, que llevaba librando una devastadora guerra civil
desde hacía cincuenta años. Además, aunque la opinión pública no lo sabía, Morgan tenía intereses en la
Maritime Canal Co.

En síntesis, la construcción del canal de Nicaragua se había convertido en la pieza central de su carrera
política. Cromwell se propuso obstaculizar ese empeño de toda una vida.

En la oficina del senador, Cromwell pidió que le dieran la oportunidad de explicar las ventajas que
ofrecía Panamá en los debates que sobre ese tema iban a comenzar en el Senado, pero fue tal la ira de
Morgan que hizo salir al abogado de su oficina. Al día siguiente, el senador descargó su furia ante su
comisión con una violenta diatriba contra la «intriga panameña de Cromwell».

La afrenta de Morgan enfureció a Cromwell y el Zorro asumió el proyecto como un reto personal.

Había sido uno de los principales donantes del Partido Republicano durante la campaña presidencial de
1896, y muchos congresistas y senadores destacados le debían favores. Los visitó y los fustigó por
permitir que Morgan y los demócratas se inmortalizaran con un proyecto de ley tendente a la
construcción del canal, sobre todo durante un año electoral. A cada uno le entregó panfletos que sus
agentes de prensa, Roger Farnham -Jonas Whitley, habían elaborado, en donde se indicaba «la situación
real, la gravedad y la importancia del canal de Panamá». Cuando se dio cuenta de que sus argumentos
no bastaban, el abogado les prometió a los políticos contribuir generosamente a sus próximas campañas
electorales.

Luego Cromwell se dedicó a buscar el apoyo del hombre considerado como el más poderoso de
Washington, el senador Mark Hanna, director del Partido Republicano. A sus sesenta y cuatro años, el
corpulento e imponente senador de Ohio parecía un poco débil cuando caminaba con la ayuda de
un bastón, pero «sus ojos bien abiertos y sus orejas un tanto protuberantes le daban la apariencia de un
adolescente siempre atento». El Partido Republicano era conocido por su empatía abierta con los
grandes industriales, y Hanna era su portavoz en el Congreso. Debido al franco apoyo que prestaba a los
monopolios del ferrocarril y el petróleo, lo apodaban Mark «Dollar» Hanna.

Cromwell sabía que Hanna se había opuesto a la construcción de un canal en el istmo para proteger los
intereses de las compañías de ferrocarril que veían en dicho proyecto una competencia, pero
últimamente había manifestado su apoyo a un canal por Nicaragua como miembro de la comisión
presidida por el senador Morgan.

Cromwell le pidió a uno de sus clientes, J. E. Simmons, que era también banquero de Hanna, que le
consiguiera una cita con el senador. En la reunión, Cromwell ofreció ante todo una donación de 60.000
dólares al Partido Republicano, de parte de su cliente, la Compagnie Nouvelle.12 Esta donación
extravagantemente generosa superaba incluso los 50.000 dólares que la Rockefeller Standard Oil
Company le había entregado al partido ese año. El senador probablemente sabía que no era correcto
aceptar dinero de una compañía extranjera, pero Cromwell insistió y Mark «Dollar» Hanna no pudo
resistir la tentación.

Cuando el senador Morgan se enteró de las maquinaciones de Cromwell, denunció sus tácticas ante el
Senado y la prensa, y acusó al abogado de ser un títere de las compañías de ferrocarril que intentaban
retrasar la legislación al proponer una ruta alternativa. Pero Morgan no pudo derrotar al Zorro: a fines
de febrero, el congresista Hepburn, amigo de Cromwell, presentó un proyecto de ley sobre el canal en
la Cámara de Representantes, con el ánimo de quitarles el crédito a Morgan y a los demócratas.

Morgan contraatacó en el Senado, presentando el proyecto de ley bajo su propio nombre, y el


resultado fue un empate en el Congreso. Con el fin de superar el impasse, Cromwell sugirió que se
nombrara una comisión con el objetivo de investigar cuál era la ruta más apropiada a través del istmo. Para
consternación de la opinión pública y los partidarios del canal de Nicaragua, los republicanos adoptaron
la resolución de Cromwell y retuvieron el presupuesto de ese año hasta que se aprobó su proyecto de ley.

Para no paralizar al gobierno, Morgan y los demócratas no tuvieron otra opción que ceder, y el 3 de
marzo de 1899, el Congreso destinó un millón de dólares para formar de una comisión que debía estudiar
todas las posibilidades para la construcción de un canal, incluido el territorio panameño.

El 9 de agosto los nueve miembros de la Comisión del Canal del Istmo y algunas de sus esposas viajaron
a París, en vez de a Centroamérica, como se había planeado originalmente. Cromwell los convenció de
ir a París porque sabía que allí el único tema de discusión sería Panamá, y no Nicaragua. Además, eso le
daría la oportunidad de impresionar a los delegados con las maravillas de la Ciudad de la Luz, que se
estaba preparando para la histórica Exposición Universal de 1900 y la inauguración de la imponente
Torre Eiffel.

Cromwell viajó rápidamente en un trasatlántico unos días antes que los delegados, para cerciorarse de
tener todo en orden.13 Cuando los norteamericanos llegaron a París encontraron al menudo y pulcro
abogado, aguardándolos en el hotel Continental, con copas del mejor champán. Durante las siguientes
tres semanas controló todas las actividades, deslumbrando a los delegados y sus esposas con las suntuosas
cenas y los placeres que ofrecía la maravillosa ciudad cosmopolita.
En las oficinas de la Compagnie Nouvelle, Cromwell organizó una impresionante presentación con
mapas y documentos muy bien dispuestos en elegantes carpetas de colores. Desempeñando el papel de
ingeniero, argumentó con vehemencia que la ruta de Panamá seguía siendo factible a pesar del fracaso de
De Lesseps. El abogado de «lengua de plata» hizo el mayor esfuerzo de persuasión de su cuando dijo
que la maquinaria oxidada y el derecho de construir el canal, que expiraba en menos de dos años, valían
40 millones de dólares. El monto era exorbitante, dado que Nicaragua había ofrecido la tierra
gratuitamente y ningún territorio en la historia del mundo 'había costado siquiera la mitad.

Sólo un asunto no marchó bien. El presidente de la comisión, el almirante Walker, le preguntó


oficialmente a Maurice Hutin, «¿A qué precio y por qué medios podría Estados Unidos ser el comprador
del canal de Panamá?»." Para consternación de Cromwell, Hutin contestó con rodeos y no dio una
respuesta concreta. Todavía soñaba con que los franceses construyeran el canal, y quería a Estados
Unidos únicamente en calidad de socio. La comisión, decepcionada, regresó a Estados Unidos a mediados
de septiembre, pero Cromwell se quedó en París para seguir promoviendo su proyecto de otra manera.

Durante las siguientes dos semanas Cromwell presionó al robusto y conservador Maurice Hutin para que
aceptara un plan más agresivo, que denominó la «americanización del canal de Panamá». Cromwell
argumentó que la ruta por Nicaragua tenía inmensas ventajas porque «hombres influyentes de Estados
Unidos tenían un interés personal directo en ella» a través de la Maritime Canal Co., cosa que no sucedía
con Panamá. Por consiguiente, propuso la creación de una compañía norteamericana propiedad de
importantes capitalistas estadounidenses (él incluido) para que compraran los activos de la Compagnie
Nouvelle y luego se los vendieran al gobierno de Estados Unidos.

El desconfiado Hutin se opuso al plan, porque creyó que se trataba de una estratagema para comprar a
un precio barato los activos de la Compagnie Nouvelle y revenderlos luego a precios mucho más altos en
provecho de los norteamericanos. Cromwell expuso sus argumentos a los principales accionistas de la
Compagnie Nouvelle, e insistió en que si no se seguía su plan, Estados Unidos nunca compraría la «pila
de chatarra» que los franceses tenían en Panamá. Los argumentos de Cromwell persuadieron a los
accionistas y, en octubre, éstos convencieron a Hutin de que aceptara la propuesta.

Cromwell regresó a Nueva York y de inmediato comenzó a persuadir a importantes capitalistas de que
participaran en su plan. La primera persona a la que visitó fue el enigmático J. P. Morgan. Este hombre
reservado pasaba sus días refugiado en la exquisita biblioteca de su mansión de la calle 34 con Madison
Avenue, en cuyo cielo raso se apreciaban frescos italianos y en cuyas paredes chapadas en caoba se
alineaban estantes con valiosas Biblias medievales y libros raros. El anciano financiero tenía una nariz
deforme que le causaba vergüenza y lo mantenía alejado de la gente. Tras haber amasado una fortuna y un
poder inimaginables, en sus últimos años de vida se aburrió del negocio de la banca y concentró su
atención en la religión y el arte de la antigüedad. Pasaba horas atendiendo los consejos de pastores
episcopales y buscaba pistas sobre su propia reencarnación en el misticismo egipcio.

Cuando Cromwell fue a verlo, es posible que Morgan se hubiera puesto a jugar en solitario en su
biblioteca, como solía hacer, mientras el visitante le exponía los detalles de su plan. Como el dinero ya no
constituía una motivación para Morgan, Cromwell le planteó la oportunidad de formar parte de un
proyecto que pasaría a la historia. El 27 de diciembre de 1899, Cromwell y Francis Lynde Stetson, el
abogado personal de Morgan, constituyeron la Panamá Canal Company of América en Nueva Jersey,
con 5.000 dólares de capital más una suscripción de acciones por otros 5 millones de dólares.16
Entre los accionistas se encontraban algunos de los hombres más influyentes de Estados Unidos: Morgan,
J. E. Simmons, Kuhn, Loeb & Co., Levi Morton, Charles Flint, Isaac Seligman y varios otros. Era un
negocio fabuloso para los inversores norteamericanos, quienes sólo pagaron 5.000 dólares para constituir
la compañía, pero podían ganar millones de dólares si el plan tenía éxito. (Cromwell conocía el
negocio muy bien; unos años antes había hecho un excelente negocio especulando con las acciones de la
United States Steel Company durante su etapa de formación, ganando dos millones de dólares.)

La prensa norteamericana cubrió el peculiar suceso. El 28 de diciembre de 1899, The New York Times
publicó el titular «Acciones de titularidad francesa compradas por financieros norteamericanos. J. P.
Morgan interesado en proyecto para americanizar la gran vía fluvial », en tanto que el World declaró que
«capitalistas se han hecho con el control de la compañía francesa... los norteamericanos construirán el
canal de Panamá». Sin embargo, en Francia, el liquidador de la Compagnie Nouvelle se enteró de las
maquinaciones del Zorro en Estados Unidos e hizo que un tribunal francés sentenciara que la firma no
podía vender sus activos a los norteamericanos sin el consentimiento de los accionistas. La junta directiva
se vio forzada a renunciar tres días después, y Hutin volvió a asumir el control.

Con el fallo del tribunal francés, según el cual la compañía no podía vender sus activos, el plan de
Cromwell parecía haberse ido a pique, pero sólo temporalmente. Varios meses después, en mayo de
1901, se difundió en París el rumor de que entre el 25 de mayo de 1900 y el 6 de junio de 1901, 16
capitalistas y políticos norteamericanos habían suscrito un <memorando de acuerdo» confidencial para
especular con las acciones de la compañía del canal de Panamá." Según las fuentes secretas, los
norteamericanos planeaban comprar discretamente en la bolsa de París las acciones de miles de
accionistas diseminados por todo el país. Calcularon que sólo necesitarían 5 millones de dólares, pero que
podrían revender la concesión al gobierno de Estados Unidos por hasta 40 millones de dólares.

Cuando Hutin se enteró del rumor envió al barón Eugene Oppenheim a Estados Unidos a investigar
el asunto. Oppenheim regresó con otra noticia: Cromwell había hecho una donación de 60.000
dólares a Hanna en nombre de la Compagnie Nouvelle que, sin embargo, la compañía no había
aprobado. El 1 de julio de 1901 Hutin envió una carta iracunda a Cromwell, en la que lo destituía como
asesor general y representante suyo en Estados Unidos.

El despido tuvo un coste inmediato para Hutin y la Compagnie Nouvelle: el 1 de noviembre, la


Comisión Walker emitió un informe preliminar unánime a favor de la ruta por Nicaragua. Sin Cromwell,
la causa de Panamá estaba en apuros. Diez días después, Philippe Bunau-Varilla llegó a Nueva York a
bordo del Champagne.

Durante tres decenios, Philippe Bunau-Varilla había dedicado su vida a la construcción del canal de
Panamá. Bunau-Varilla era un enigmático francés de cuarenta y tantos años, soldado de fortuna y
aventurero, y al referirse a él se solía usar la frase pompa y solemnidad. Regordete y de cuello tieso,
tenía un gran bigote encerado que terminaba en unas finas puntas. Tenía ojos serios, muy quietos, que le
daban «un aire fijo de feroz orgullo».

Roosevelt dijo que tenía ojos de duelista. «No habla con frases —afirmó de él Frank Pavey, un abogado
norteamericano—, sino más bien con proclamas.» Alice Roosevelt comentó que «no entraba simplemente
en una estancia, sino que hacía una gran entrada».19
Extremadamente refinado hasta el punto de parecer ridículo, trataba de pasar por aristócrata francés pese
a no tener un linaje distinguido (su padre, un hombre de medios modestos, se había esforzado por darle
un nombre que pareciera de la nobleza.) Pese a su apariencia un tanto cómica, Bunau-Varilla era un
hombre astuto, audaz, brillante y convincente, sobre todo en asuntos relacionados con el canal de
Panamá. Él solo era un buque de persona más indicada para convencer a la opinión pública
norteamericana a favor del canal de Panamá.
Nadie sabía cuál era su verdadero interés en Panamá. El origen de su fortuna era dudoso. Durante la
construcción del canal por la Compagnie Universelle, Ferdinand de Lesseps nombró a Bunau-Varilla,
recién graduado de la facultad de ingeniería de la famosa École des Ponis et Chaussees, jefe de
excavación, pese a que sólo tenía veintiséis años. Sin embargo, a los pocos meses contrajo la fiebre
amarilla y tuvo que regresar a Francia. Bunau-Varilla renunció a la Compagnie Universelle para dirigir
una empresa privada, financiada con dinero norteamericano del financiero Isaac Seligman. Se contrató
a esta firma para que excavara la parte más difícil del canal, el Corte Culebra. Se dijo que la compañía
sólo excavó una novena parte de lo prometido, pero cobró unos honorarios exorbitantes porque el
hermano de Philippe, Maurice Bunau-Varilla, era el contable encargado de efectuar los pagos.
Aunque el proyecto fracasó, el modesto ingeniero que estudió en el becado École amasó una fortuna.
Compró una mansión en la Avenue d'lena, cerca del Arco del Triunfo, que en esa época era el sector más
exclusivo de París, y llenó su casa con «sirvientes de sirvientes». Aunque Bunau-Varilla juró no haber
hecho nunca nada ilícito (hasta el punto de que casi se arroja por una ventana de un tercer piso como señal
de protesta por la acusación), cuando la Compagnie Universelle se declaró en quiebra los tribunales
franceses lo acusaron de fraude y lo sancionaron forzándolo a comprar acciones por un valor de 400.000
dólares en la Compagnie Nouvelle.
Pese a la quiebra, siguió trabajando tras bambalinas para iniciar una vez más la construcción del canal.
Preparó mapas, planes, presupuestos y, así como había hecho su mentor Ferdinand de Lesseps diez
años antes, lanzó una campaña personal en Europa para «predicar la verdad en las carreteras» como
un «soldado de la "idea del canal"». Dijo que lo hacía de manera independiente, como una cruzada de
fe para afianzar «la gloria de Francia». Sin embargo, con su hermano Maurice, Bunau-Varilla poseía
11.000 acciones de la Compagnie Nouvelle. Si Estados Unidos compraba las concesiones, se
convertiría en un hombre muy rico.

A comienzos de diciembre de 1900 Bunau-Varilla viajó de París a Nueva York. «El toque de clarín se
había escuchado» 2' escribió en sus memorias, cuando marchaba hacia Estados Unidos en una misión
«aparentemente imposible». «Se trataba nada más y nada menos que de cambiar la opinión ya formada
de ochenta millones de personas.» Aseguró que se apresuró a aceptar una «invitación circunstancial»
de un tal teniente Asher Baker, un amigo y diplomático influyente, para hablar en Cincinnati. Sin
embargo, su llegada se produjo diez días después de que la Comisión Walker presentara su informe
preliminar a favor de Nicaragua, exactamente el número de días que le tomaría viajar de París a Nueva
York después de haber recibido un cable de Cromwell.
Cuando Bunau-Varilla llegó a Estados Unidos, el teniente Baker organizó una cena en el Club de
Comercio de Cincinnati, a la cual asistieron los empresarios y hombres de negocios más destacados de
la ciudad. Cuando los anfitriones norteamericanos vieron al envarado francés con su bigote encerado,
seguramente se rieron. Sin embargo, Bunau-Varilla los sorprendió. Expuso las ventajas del canal de
Panamá con gran claridad y persuasión, utilizando los mapas y diagramas que había llevado consigo y
haciendo algunas anotaciones en la pizarra que había detrás de él.
Durante el siguiente mes Baker le organizó a Bunau-Varilla una ambiciosa gira por las principales
ciudades de Estados Unidos.22 El clímax de la gira fue la Cámara de Comercio de Nueva York. El
almuerzo en su opulenta sede de Wall Street reunió a los empresarios y hombres de negocios más
influyentes de Estados Unidos, entre ellos J. P. Morgan, John D. Rockefeller, Andrew Carnagie,
Levi P. Morton y J. E. Simmons.

Después de la gira, Bunau-Varilla decidió conquistar Washington. Le escribió al senador Hanna, pero
pasaron varias semanas sin que recibiera respuesta. Decidió conseguir una cita deambulando por el
vestíbulo del hotel Waldorf Astoria, en donde se alojaban Hanna y otros políticos. Su plan era entablar
conversación con un amigo de Cincinnati convenientemente ubicado y arreglárselas para ser presentado a
su presa. En sus memorias, Bunau-Varilla relata el encuentro:

Hacia la medianoche, cuando me disponía a salir para respirar un poco de aire fresco antes de
acostarme, me topé con un grupo de personas en traje de noche que entraban en el Waldorf
Astoria. Me sorprendí muchísimo cuando vi que el grupo estaba encabezado por el coronel Herrick,
con una señora del brazo, detrás de los cuales venía un caballero robusto de baja estatura que cojeaba
ligeramente. Su rostro característico, reproducido con tanta frecuencia en la prensa, me resultaba
familiar. Se trataba del famoso senador Hanna.23

El coronel Herrick, uno de sus amigos de Cincinnati, simuló sorpresa:


—Acérquese —dijo—, permítame presentarle al senador Hanna. Está aquí con nosotros y quiere
conocerlo.
—Ah —dijo el senador— M. Bunau-Varilla, ¡me complace mucho conocerlo! Fue precisamente mi
deseo de conversar largamente con usted lo que me instó a posponer la respuesta a su carta. El hecho
es que los negocios y los hombres me acosan a tal punto que me resulta casi imposible saber con
veinticuatro horas de antelación dónde voy a estar y qué voy a hacer.

Tengo su carta en mi bolsillo, esperaba concertar una cita con usted cuando regresara mañana. Pero no
sea ceremonioso, visíteme cuando quiera. Si estoy libre, podremos hablar; si no lo estoy, usted me
servirá de excusa para deshacerme de algún latoso.

Ésa no fue la única buena fortuna de esa noche. Según Bunau -Varilla, siguió
caminando de arriba abajo en el vestíbulo del hotel, cuando «casualmente» vio a otro
amigo de Cincinnati que estaba con L. Dawes, el contralor de la moneda. Una vez más simuló
sorpresa y, después de una efusiva presentación, Dawes le dijo a Bunau-Varilla que fuera a
verlo a Washington y le prometió presentarle al presidente McKinley. En sus memorias,
Bunau-Varilla insistió en que éste y muchos otros encuentros similares fueron pura
coincidencia, porque las manos de la «divinidad protectora» lo estaban guiando: «Cada vez
que necesitaba a una persona ésta aparecía, o si necesitaba un suceso, éste ocurría» .14 Sin
embargo, sus amigos de Cincinnati recibían una buena remuneración por cada presentación.

Una vez concertadas las reuniones, Bunau-Varilla viajó a Washington el 3 de abril. Durante este
viaje predestinado, aseguró haber obtenido él solo el apoyo del senador Hanna. Le dijo al
senador: «Ahora ustedes, los líderes de la nación, tienen la palabra. ¿Será para decir una Verdad
impopular o un Error popular? A ustedes les corresponde escoger».25

Según Bunau-Varilla, el viejo senador contestó:

Señor Bunau-Varilla, usted me ha convencido. Soy un viejo minero. Si me ofrecen dos minas, prefiero la
que sé que es buena pero dicen que es mala, en vez de la que sé que es mala pero dicen que es buena.
Como senador de Estados Unidos debo, para servir a la nación, adherirme a esos mismos principios.

El 7 de abril el señor Dawes lo llevó a ver al presidente McKinley tal como había prometido. Bunau-
Varilla «no le echó una larga perorata, pues sabía que adoptaría la opinión del senador Hanna», como
sucedía con la mayor parte de los asuntos en Washington por esos días. Simplemente le entregó al
presidente el texto de su conferencia y resumió los puntos fundamentales en unas pocas palabras. Para
cumplir con su programa en Washington, sólo le faltaba reunirse con el senador John Tyler Morgan. Esta
reunión no fue tan satisfactoria.

Por fin, una noche a las ocho, llamé a la puerta del veterano de la campaña a favor de Nicaragua. Mi
visita le causó un profundo impacto. A pesar de su aparente cortesía, me di cuenta de que temblaba de
pasión.

Apenas había comenzado las explicaciones cuando me interrumpió abruptamente para alabar a
Nicaragua.

Al cabo de media hora de esfuerzos inútiles por decir algo, finalmente pude intervenir:
—Pero los volcanes de Nicaragua...
—No piense que los volcanes van a impresionar al Senado contestó—. El argumento de los volcanes
está muerto; con él no obtendrá ni un solo voto.
—Muy bien, señor senador —le respondí poniéndome en pie—, veremos.

Los ojos del envejecido Morgan brillaban de antagonismo.


—Ahora —dijo: entre nosotros, usted no invertiría un solo dólar de su propio dinero en este absurdo
proyecto, en este asqueroso proyecto de Panamá.

Si en algún momento de mi vida estuve a punto de darle una bofetada a un senador norteamericano, fue
en ese instante. Mi mano se levantó instintivamente cuando quise controlar este loco impulso.

Entre mi persona y el anciano surgió una imagen que me indicó las consecuencias de la trampa a la
que me estaba conduciendo el insulto intencionado. Bajé la mano a medio alzar y extendiéndosela
solemnemente al senador, dije:

Usted me acaba de infligir, señor, un insulto gratuito y cruel. Pero estoy bajo su techo y me es imposible
demostrarle mi resentimiento sin violar, como usted lo ha hecho, las leyes de la hospitalidad. Le di la
espalda y salí.26

Al día siguiente los periódicos de Washington publicaron artículos sobre un violento ataque perpetrado
por un «aventurero extranjero, pagado por Panamá, contra el austero y venerable defensor de la Idea
Nacional de Nicaragua»27.

Después de su viaje a Washington, Bunau-Varilla regresó a Nueva York con el fin de publicar un panfleto
en el que se comparaban la ruta por Panamá y la ruta por Nicaragua. Era la primera vez que alguien
contrastaba las rutas desde un ángulo puramente técnico, y el folleto tuvo una acogida favorable. Cuando
regresó a París el 11 de abril de 1901, Bunau-Varilla había logrado su cometido, concienciar a la opinión
pública estadounidense sobre el canal de Panamá.

De inmediato surgieron numerosas preguntas en torno a su campaña:


¿Quién lo había invitado realmente a Estados Unidos?
¿Quién pagó sus cuentas de hotel?
¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones?
¿Estaba actuando de manera independiente para acrecentar la «gloria de Francia», o era un agente de la
camarilla secreta de Cromwell?
¿Por qué no se reunió con Cromwell?

Pero la supuesta independencia sólo duró unos cuantos meses, hasta que la Comisión del Canal del
Istmo presentó su informe definitivo a favor de Nicaragua.

Pese a la intensa campaña emprendida por Cromwell y Bunau-Varilla, el 30 de noviembre de 1901 la


Comisión Walker se pronunció definitivamente a favor de Nicaragua. 28 De los nueve miembros de la
comisión, sólo el prestigioso ingeniero George Morison votó por Panamá. Uno de los principales
problemas que planteaba la ruta por Panamá era la desorbitante suma de 110 millones de dólares que
exigía Maurice Hutin por los activos de la compañía francesa, casi tres veces lo que había propuesto
Cromwell.

Con el informe técnico que indicaba la superioridad de la ruta por Nicaragua, todos los obstáculos en
contra de esta opción se descartaron rápidamente. Morgan anunció que no iba a incluir su nombre en el
proyecto de ley, pues decidió que si alguien había de inmortalizarse, serían Hepburn y los republicanos
en el poder. El 18 de noviembre el secretario de Estado John Hay firmó un tratado con lord Julian
Pauncefote, de Inglaterra, en el que se estipulaba la neutralidad.

Estados Unidos y Nicaragua suscribieron un tratado formal para la construcción del canal de Nicaragua.

El congresista Hepburn programó el proyecto de ley sobre Nicaragua para ser considerado tan pronto el
Congreso volviera a las sesiones después del receso de Navidad. Todo estaba listo para la adopción de la
ruta por Nicaragua. Las campanas fúnebres por Panamá habían comenzado a teñir.

Con Cromwell dejado de lado, la salvación de la empresa francesa dependía ahora por completo de
Bunau-Varilla. Éste publicó una fuerte crítica sobre las acciones en poder de Maurice Hutin y la junta,
que causó un escándalo en París. Una reunión de accionistas se volvió tan violenta que la policía tuvo
que intervenir. Hutin fue obligado a renunciar, y Maurice Bo, presidente del banco Crédit Lyonnais,
amigo de Bunau-Varilla y de Cromwell, lo reemplazó, pese a que técnicamente no podía hacerlo por haber
sido uno de los accionistas «sancionados». Sin embargo, esta restricción se pasó convenientemente por
alto.

Dos días después, el 4 de enero, la nueva junta directiva de la Compagnie Nouvelle envió un cable con
una nueva oferta de venta a Estados Unidos, por los 40 millones de dólares que Cromwell había propuesto
originalmente. Bunau-Varilla zarpó con destino a Estados Unidos, con el fin de llegar a tiempo para los
debates en el Congreso. 29

Tan pronto comenzó la sesión del 7 de enero de 1902, la Cámara adoptó el proyecto de ley de Hepburn
por votación casi unánime. El 14 de enero el senador Morgan presentó el proyecto de ley al Senado en
medio de un gran entusiasmo. Sin embargo, en una declaración sorprendente, Hanna anunció que el
presidente Roosevelt, que había tomado posesión apenas unos meses antes debido al asesinato de
McKinley, había convocado a la Comisión Walker. Según explicó, el Senado tenía que esperar hasta que
el presidente aprobara el informe. Cuando Morgan expresó sus dudas acerca de las afirmaciones de Hanna,
éste contestó sarcásticamente: «¡Si no me cree, vaya y pregúntele al presidente!».30

El dominio de Roosevelt sobre la política estadounidense había comenzado. A sus cuarenta y dos años,
Theodore Roosevelt se había convertido en el presidente más joven de Estados Unidos. Asumió el
cargo apresuradamente como primer mandatario de la nación cuando McKinley fue asesinado por un
anarquista en Buffalo, la tarde del 6 de septiembre de 1901. Cuentan que cuando se enteró de la noticia, el
senador Hanna comentó: « ¡Qué les parece! Ese maldito vaquero es presidente de Estados Unidos» .31

A Roosevelt le gustaba ser el centro de atención y, como dijo un observador, «se empeñaba en ser la
novia en cada matrimonio y el cadáver en cada funeral»." Nacido en 1858 en Nueva York en el de una
distinguida familia, estudió en la Universidad de Harvard y luego se matriculó en la facultad de
derecho de la Universidad de Columbia, pero la abandonó al año siguiente para presentar su candidatura
a la legislatura estatal, que ganó a los veintitrés años de edad. Su energía y su incansable lucha contra la
maquinaria política le merecieron el apodo de «Legislador Ciclón ».

El día de San Valentías de 1884 fallecieron su esposa y su madre. Abatido, se marchó al territorio de
Dakota durante dos años para dedicarse a la ganadería, y allí fue alguacil adjunto del condado de
Billings. Más tarde, en 1897, el presidente McKinley lo nombró subsecretario de la Marina.

Durante la guerra de Cuba entre España y Estados Unidos renunció a su cargo para asumir el mando del
Primer Regimiento de Caballería de Voluntarios, popularmente conocido como los Rough Riders (los
rudos jinetes). Por artículos de prensa, los Rough Riders asombraron a la nación con una valiente carga
de caballería en los cerros de San Juan.

Gracias a su nueva popularidad obtuvo el puesto de gobernador del estado de Nueva York en 1898. Sin
embargo, pronto se metió en problemas con los jefes del Partido Republicano que lo habían nominado,
porque se empeñó en cobrarles impuestos a las corporaciones ricas y poderosas. Para deshacerse de él lo
instaron a lanzar su candidatura a la vicepresidencia de Estados Unidos.

En un principio Roosevelt se mostró renuente a dejar de ser gobernador a cambio del aburrido cargo de
vicepresidente, pero finalmente aceptó cuando su amigo Henry Cabot Lodge lo convenció de que le
podría servir de trampolín para acceder a la presidencia. En la convención republicana de 1900 fue elegido
unánimemente para presentar su nombre como pareja de McKinley, y el binomio triunfó en las elecciones
generales. Roosevelt asumió la presidencia tras el asesinato de McKinley.

Roosevelt y su extensa familia cambiaron el estilo de la presidencia, tanto desde el punto de vista formal
como del doméstico. Su segunda esposa, Edith, remodeló la casa presidencial y la convirtió en lo que el
presidente describió como «una vivienda sencilla y digna para el líder de una república», y para
consternación de muchos en Washington, convirtió la antigua Mansión Ejecutiva en la informal Casa
Blanca. El presidente sacaba tiempo para jugar con sus hijos o leerles cuentos. Todas las noches se
excusaba durante algunos minutos para «ver a los niños», aunque en realidad lo hacía para librar con ellos
una intensa batalla de almohadas.

Defensor de la «vida enérgica», amaba el aire libre y era un vigoroso atleta. Entre sus deportes favoritos
estaban la caza mayor, el boxeo, la equitación, el tenis, el senderismo y, en invierno, la natación en las
heladas aguas del río Potomac. También era un lector voraz que podía terminar dos libros en un día, y
al parecer tenía una memoria fotográfica. También publicó más de una docena de libros .33

Roosevelt hablaba con fuerza y gesticulaba sin parar, golpeando el aire con el puño para subrayar un punto
y agitando la cabeza prácticamente con cada palabra. A algunos oyentes los cautivaba con los relatos sobre
sus aventuras en el Oeste, pero otros lo consideraban una persona introvertida e incapaz de sostener una
verdadera conversación, pues tendía a pontificar. En Washington decían que la única manera de asegurarse
de que estaba escuchando era ir a verlo a las 12.40, la hora exacta en que lo solían afeitar. Era impetuoso por
naturaleza y perseguía sus metas con una intensidad inquebrantable. José Vicente Concha, el
embajador de Colombia, advirtió a su gobierno que tuviera cuidado con «el carácter vehemente del
presidente»,34 así como con «la persistencia y determinación con que persigue las cosas con las que se
compromete».

En el espectro político, criticaba la corrupción y combatió monopolios como la Standard Oil


Company de Rockefeller y J. P. Morgan & Co. Sin embargo, en Panamá se alió sin reparos con la gran
industria para promover una meta aún más ambiciosa: convertir a Estados Unidos en la nación más
poderosa del mundo.

Buscó poner fin al aislamiento norteamericano que persistió durante todo el siglo XIX. Respaldó
públicamente la anexión de Cuba, Puerto Rico, Hawai y Filipinas. A Henry Cabot Lodge le dijo:
«Cómo me gustaría que nuestros republicanos anexionaran Hawai abiertamente y construyeran un canal
oceánico con el dinero del Tío Sam». Mientras otros veían las ventajas comerciales que se obtendrían con
la construcción de un canal por el istmo, Roosevelt percibía el canal como un medio para que Estados
Unidos dominara el hemisferio oc-cidental. Le causó un gran impacto el popular libro Influence of
Sea Power on World History, cuyo autor, el capitán Alfred Theyer Mahan de la Academia de West
Point, argumentaba que el poder marítimo y la conquista del mundo iban de la mano.35 Roosevelt
concluyó que con un canal por el istmo que permitiera un acceso fácil al Pacífico, Estados Unidos podría
convertirse en la nación más poderosa del planeta. Estaba dispuesto a utilizar su cargo para hacer realidad
su visión de su país, como pocos otros presidentes antes que él. Joseph Pulitzer se quejaba de que Roosevelt
tenía «unos poderes que ningún rey o emperador habían tenido jamás».36 (Años después, con ocasión de
su cumpleaños, el káiser Guillermo II le envió una nota que decía: «Usted y yo, no hay otros».)" En
Panamá, Roosevelt encontró el escenario donde podía promover su visión y su poderío.

En principio, la llegada de Roosevelt al poder pareció un golpe para la trama a favor de Panamá.
Cuando ocupó el cargo de vicepresidente, ni Cromwell ni Bunau-Varilla se tomaron siquiera el trabajo de
hablar con él. Además, era de dominio público que su mandato significaba el final de la era de
supremacía de Hanna, quien apoyaba en secreto el proyecto de Panamá. Por otra parte, como señaló Bu-
nau-Varilla, «el nuevo presidente era la expresión más vívida del sentimiento popular y estaba en
contacto directo con éste. Este sentimiento siempre se había volcado obstinadamente hacia la idea de
Nicaragua». Todo parecía indicar que, una vez presentado el informe de la Comisión Walker,
Roosevelt apoyaría la construcción del canal de Nicaragua, así como ya lo habían hecho McKinley, el
Senado y la Cámara.

Pero Teddy Roosevelt los sorprendió a todos. A diferencia de McKinley, no iba a permitir que una
comisión, el Congreso o ninguna otra persona decidiera dónde iba a construir su «zanja». En la semana
del 14 de enero el presidente hizo acudir uno por uno a su oficina a todos los miembros de la Comisión
Walker, y les pidió que reconsideraran su decisión a la luz de la nueva oferta que había hecho la
Compagnie Nouvelle. Uno de los miembros, el profesor Haupt, no quiso dar su brazo a torcer. El
almirante Walker lo llevó al corredor contiguo a las oficinas de la comisión y le dijo que el presidente
Roosevelt exigía un informe unánime porque temía que se utilizara cualquier discusión para derrotar toda
la legislación sobre el canal. Presionada por Roosevelt, el 18 de enero la Comisión del Canal del Istmo
anuló su anterior voto.38 En vista de la nueva oferta hecha por la Compagnie Nouvelle el 4 de enero,
recomendó que se adoptara el proyecto del canal de Panamá.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué Roosevelt se decidió por Panamá. Fue la primera decisión
importante de su gobierno, y con ella corría el riesgo de que se demorara la aprobación de cualquier
proyecto de ley sobre el canal, propiciando años de disputas en el Congreso. Quizás George Morrison,
un destacado ingeniero y miembro de la Comisión Walker, lo persuadió de que la ruta por Panamá era
mejor, con argumentos puramente técnicos. También se dice que Hanna ejercía cierta influencia
sobre el presidente.

Roosevelt hizo que su amigo, el senador Bill Spooner, presentara un proyecto de ley en el que se proponía
la construcción del canal de Panamá. Envió el proyecto de ley al Senado, donde se anticipaba un intenso
debate.

La prensa estaba estupefacta e instó al Senado a que no tuviera en cuenta la recomendación de la


Comisión Walker. El New York Herald publicó un editorial en el que decía que la recomendación «no
podía contrarrestar el peso del sentimiento nacional a favor de Nicaragua». En el Senado, el senador
John Tyler Morgan prometió arremeter lanza en ristre contra los defensores de Panamá.

Con el fin de prepararse para los debates en el Congreso, Hanna y J. E. Simmons le dijeron a Bunau Varilla
que le pidiera a la junta directiva de la Compagnie Nouvelle que volviera a nombrar a Cromwell como su
asesor general y representante en Estados Unidos. El ahogado había estado conferenciando en secreto con
Hanna, instándolo a demorar la legislación, y estaba detrás del proyecto de Ley del 27 de enero,
presentado por el senador Scott de Virginia Occidental, tendente a destinar 15.000 dólares para investigar
la posibilidad de una tercera ruta por el istmo a través del Darién, la parte más ancha de Panamá en el
cuello del continente suramericano.

El plan propuesto era absurdo, pues exigía la construcción de un túnel subterráneo de cinco millas a través
del cual pasarían los barcos. Cromwell estaba tratando de distraer al gobierno de Estados Unidos con el
exclusivo fin de demorar la legislación.

Bunau-Varilla escribió a París para pedir que restituyeran a Cromwell, y pocos días después éste volvió a
asumir su cargo." (En la carta de nombramiento, el presidente de la compañía, Bo, le advertía de que no
hiciera «donaciones» o «promesas» sin el consentimiento previo de la firma.) El 25 de enero
Cromwell y Bunau-Varilla supuestamente se reunieron por primera vez en la casa del senador Spooner
para preparar el informe minoritario de Hanna.

Pese al informe de la Comisión Walker, Morgan hizo que la Comisión sobre Canales Interoceánicos,
que él presidía, recomendara la opción del canal de Nicaragua. Panamá sería la ruta alternativa, y sus
ventajas sólo se explicaban en un informe secundario. Como sabía que este tipo de informes por lo
general estaban repletos de aburridos datos de ingeniería que nadie leería, Bunau-Varilla diseñó un
sencillo folleto con gráficos de barras y círculos en los que se comparaban las dos rutas desde el punto de
vista técnico, que propugnaba claramente la superioridad técnica de Panamá.

Mientras tanto, Cromwell envió a su socio William Curtis a Francia, para que obtuviera el
consentimiento de los accionistas de la Compagnie Nouvelle para efectuar la venta al gobierno de
Estados Unidos. Curtis no sólo solicitó firmas. A Nueva York comenzaron a llegar informes de prensa
que decían que se había visto a abogados norteamericanos haciendo campaña entre miles de campesinos
dispersos por toda Francia, ofreciendo comprarles sus acciones en la compañía. El World publicó un
artículo en el que se aseguraba que Cromwell y Bunau-Varilla eran agentes de la «gigantesca camarilla de
Wall Street [de J. P. Morgan] cuyo fin era obtener el control de la concesión francesa y venderla a
Estados Unidos»40.

Las finanzas de Bunau-Varilla también suscitaron dudas. Durante meses había mantenido una habitación en
el lujoso hotel Waldorf Astoria de Nueva York y en el hotel New Willard de Washington; con
frecuencia gastaba grandes sumas en atenciones a sus amigos, incluidas la esposa de Douglas Robinson, la
hermana de Theodore Roosevelt y la esposa de H. W. Taft, el secretario de Guerra. Si no estaba en la
nómina de nadie, según aseguraba, sino que actuaba con independencia, ¿de dónde provenía el
dinero y qué motivos tenía?

Pero los documentos y los discursos que Cromwell y Bunau-Varilla habían preparado en favor de la
opción de Panamá no hubieran podido surtir nunca el efecto que tuvo un hecho extraordinario. El 6 de
mayo, el Mount Pelée de Martinica explotó y enterró a la ciudad-isla de Saint-Pierre, dejando tan sólo
un superviviente. El desastre estremeció al mundo entero. Todas las naciones, incluidos Estados Unidos,
enviaron ayuda de emergencia. Bunau-Varilla aprovechó de inmediato el desastre. Desde 1892 se había
estado refiriendo al peligro que planteaban los volcanes de Nicaragua, y este supuesto riesgo había sido
un tema recurrente en sus discursos en 1901. A todos los senadores les envió un folleto muy bien diseñado:

Observen el escudo de armas de la República de Nicaragua; observen los sellos postales nicaragüenses. A las
naciones jóvenes les gusta colocar en sus escudos aquello que mejor simboliza su dominio moral o caracteriza su
tierra. ¿Qué han escogido los nicaragüenses para caracterizar a su país en su escudo, en sus sellos postales? ¡Volcanes!41

Unas semanas después, la «divinidad protectora» intervino una vez más con otro suceso oportuno. El
14 de mayo un cable procedente de Nueva Orleans anunciaba que el Momotombo había entrado en
una violenta erupción en las orillas del lago Managua, y que había destruido los muelles del terminal
del ferrocarril en el Pacífico.

A instancias del senador Morgan, Luis Correa, el ministro nicaragüense en Washington, le envió un cable
al presidente de su país pidiendo que le confirmaran la noticia sobre la erupción volcánica. El presidente
José Santos Zelaya le envió un cable de respuesta que decía «NOTICIA PUBLICADA SOBRE
ERUPCIONES RECIENTES DE VOLCANES EN NICARAGUA COMPLETAMENTE
FALSA» .42

Correa le mandó un cable, al senador Morgan en el que le aseguraba que «en Nicaragua no ha habido
erupciones volcánicas desde 1835, y en esa fecha el enseguida arrojó humo y cenizas pero no lava». Se
trataba de una flagrante mentira, pero era una información oficial. Morgan la utilizó para iniciar su
discurso ante el Senado, el 4 de junio de 1902.43

El senador leyó el cable de Luis Correa y un informe del ministro de Estados Unidos en Nicaragua, en el
que reiteraba que no había habido ninguna erupción. Morgan acusó entonces a los partidarios del
proyecto de Panamá de haber inventado la erupción volcánica, y dijo que en Nicaragua no había ningún
volcán activo. Criticó la inestabilidad política en Colombia y Panamá, y se refirió a su «pueblo mestizo
y turbulento».
Debido a la guerra civil en Colombia, sólo sería cuestión de tiempo —según anunció proféticamente—
que Estados Unidos tuviera que tomar a Panamá por la fuerza. «Envenenaría las mentes de la gente contra
nosotros en todas las repúblicas hispanoamericanas del hemisferio occidental, y pondría a todos en contra
nuestra.» El senador siguió alabando las virtudes de Nicaragua, «donde todos aguardan ansiosamente la
llegada de Estados Unidos para ayudarles, con esperanzas anhelantes y una cálida bienvenida a su fértil,
saludable y hermosa tierra».

Terminó apelando a su Viejo Sur: «Espero ver las aguas del golfo de México y del mar Caribe tan
activas de comercio como la bahía de San Francisco».

Al día siguiente, el fatigado senador Hanna «caminó cojeando por los corredores del Senado» y
decidió dirigirse a sus colegas, pese a que no estaba preparado. La mayoría de la gente no sabía que estaba
a favor del proyecto de Panamá. No había muchos asistentes en la tribuna, pero cuando se supo que Hanna
apoyaba el proyecto de ley Spooner, periodistas y diplomáticos se apresuraron a ir al Capitolio. En la
tribuna se infringieron las reglas de procedimiento a medida que llegaban cientos de personas.

Hanna pronunció el mejor discurso de su distinguida carrera .44.

Ésta era la última oportunidad del senador para dominar la política estadounidense. Su influencia estaba
ahora opacada por el ascenso del presidente más poderoso en la historia de Estados Unidos, pero pese a
que declinaba su poder, tenía la oportunidad de demostrar que aún podía controlar el Congreso, incluso
a la luz de una causa impopular, casi perdedora.

A diferencia del senador Morgan, Hanna habló con un tono de voz suave, carente de emoción, y
enumeró las virtudes de Panamá de manera práctica y profesional, tomando ocasionalmente materiales
que le daba un asistente y utilizando los grandes gráficos visuales que le habían proporcionado Bunau
Varilla y Cromwell. El enviado ruso murmuró, « mais il est formidable».45

Comenzó con una exposición sobre los peligros volcánicos de Nicaragua. Bunau-Varilla le había
suministrado un gran mapa de volcanes de Centroamérica, en el que aparecían los volcanes activos
marcados con rojo y los extintos con negro. Nicaragua tenía ocho volcanes activos y Panamá ninguno. El
volcán Pelee, en Martinica, les dijo Hanna a los asistentes, una vez estuvo marcado con negro. Luego
presentó los resultados de una encuesta que Cromwell había hecho entre capitanes de barco y que había
favorecido la opción de Panamá, y defendió la visión de De Lesseps. En ésas estaba cuando perdió
repentinamente el equilibrio y su rostro empalideció y comenzó a sudar. Un espectador exclamó: « ¡por
favor, háganlo sentarse!»." El senador suspendió su ponencia y la reanudó al día siguiente.

Muchos creyeron que Hanna fingió la fatiga para darle a Bunau Varilla tiempo suficiente para terminar
de imprimir su folleto sobre Nicaragua y Panamá. A la mañana siguiente comenzó a hablar al tiempo
que su secretario repartía el folleto a todos los presentes Resumió su contenido de manera casi mecánica.
Uno: el canal de Panamá sería más corto; dos: tendría menos curvas; tres: el tiempo de tránsito sería
menos de la mitad que el de Nicaragua; cuatro: tendría menos esclusas, etc. Cuando el senador Mitchell, de
Oregón, que era partidario del proyecto de Nicaragua, intentó interrumpirlo para preguntar por las
fuentes de su informe, Hanna contestó: «No quiero que me interrumpan porque estoy muy cansado» .47
Hanna no quería admitir que Cromwell y Bunau-Varilla le habían suministrado todos los datos, los gráficos
y los mapas que utilizó en sus ponencias. Los dos hombres estaban juntos en la tribuna y de cuando en
cuando le daban consejos al senador mediante los mensajeros del Senado. La oposición comenzó a
alterarse y en un momento dado el senador Morgan acusó abiertamente a Cromwell de haber escrito el
informe minoritario de Hanna; nadie impugnó la acusación. En otra ocasión dijo: «Advierto a ese
distinguido ciudadano en donde quiera que esté que se cuide del señor Cromwell».48 En otro discurso se
refirió a Cromwell y lo miró con gesto dramático: «Supongo que está en la galería escuchándome,
como de costumbre». Durante uno de los discursos del senador Mitchell, Morgan fijó su vista impertérrita
en Bunau-Varilla.

El francés recuerda:
Esperaba ver la indignación que me producía el discurso mediante un encogimiento de hombros o una
sonrisa desdeñosa. Leí en sus ojos que deseaba esto intensamente. Quería aprovechar el más mínimo
pretexto posible para provocar un escándalo monumental v denunciar al insolente extranjero que
manifestaba su desprecio por la dignidad senatorial. Al ver que su ira aumentaba, preferí no correr
riesgos Abandoné la Cámara.49

Una de las acusaciones más serias en contra de las maniobras a favor de Panamá fue que la alarmante noticia
sobre el volcán en Nicaragua había sido inventada, y la embajada nicaragüense insistió en que jamás
había hecho erupción. El Washington Star publicó una caricatura en la que aparecía el senador Hanna
dibujando volcanes en un mapa de Centroamérica «con un aire de aguda satisfacción ».50 A su lado
aparecía un hombre vestido como estudiante de arte, el traje pintoresco emblemático de un estereotipo
francés, simbolizando a Bunau-Varilla. Para refutar las acusaciones, Bunau-Varilla buscó en

Washington un documento oficial del gobierno de Nicaragua en el que se reconociera la abundancia de volcanes
activos. De repente, cayó en la cuenta de que todo el tiempo había tenido a mano la prueba que necesitaba. «Salí
de inmediato a explorar todos los negocios de filatelia en Washington. Tuve la suerte de encontrar noventa sellos
postales, es decir, uno para cada senador, que mostraban un hermoso volcán en una magnífica erupción.»`

El sello mostraba un volcán que arrojaba una nube de humo; casualmente se trataba del Momotombo. En primer
plano aparecía justamente el muelle que según los informes publicados un mes antes había sido destruido por el
movimiento telúrico. Pegó sus preciosos sellos en hojas de papel. En la parte superior de cada hoja decía «Sellos
postales de la República de Nicaragua, un testigo oficial de la actividad volcánica de Nicaragua».

Los sellos llegaron a los escritorios de los senadores el 16 de junio, apenas tres días antes de la votación. Surtieron
el efecto deseado: el senador Gallinger le preguntó al Senado si era razonable emprender semejante trabajo tan
colosal en un país cuyos sellos tenían como emblema un volcán en erupción. Muchos senadores que aún no se
habían decidido optaron por el proyecto de Panamá.

En los últimos días el debate se caldeó considerablemente. Los senadores Platt y Quay trabajaron sin descanso para
persuadir a Roosevelt de retirar el apoyo al proyecto de ley Spooner. Los visitantes aburrieron al presidente hasta
tal punto que durante su siguiente visita, Roosevelt hizo que el coronel Montgomery, amigo suyo y funcionario
del gobierno, permaneciera de pie detrás de él y se mostrara interesado. Sentado ante su escritorio, el presidente
no paró de escribir y ni siquiera fingió escuchar mientras los dos senadores lanzaban su perorata en favor de
Nicaragua. Frustrados por la falta de interés del presidente, se marcharon. Tan pronto salieron del recinto el
presidente dijo: «Montgomery, ¿a veces no le alarma el espectáculo de la imbecilidad humana?».
El 19 de junio fue el último día de debate. La tribuna estaba atiborrada; la prensa aguardaba la decisión más
importante que tomaría el Congreso en años. Todos sabían que la pelea era muy reñida y Morgan aseguraba que
tenía los votos necesarios para ganar. La decisión se anunció por la tarde: la votación había sido de 42 contra 34 a
favor de Panamá.

El proyecto de ley Spooner favorecía a Panamá, pero sólo con la condición de que se pudiera negociar
un tratado satisfactorio con Colombia. De lo contrario, el presidente tendría que construir el canal por
Nicaragua. Durante los debates en el Congreso, Colombia va había hecho declaraciones preocupantes
sobre la posibilidad de dar su consentimiento. El senador Hanna le aconsejó al presidente Roosevelt que
confiara plenamente en Cromwell, durante las delicadas negociaciones. Le dijo:
— Hay que tener mucho cuidado, Theodore; éste es un asunto muy delicado. Es mejor que se
deje guiar por Cromwell; él conoce muy bien el tema y también a esa gente de allá."
Roosevelt contestó:
—El problema de Cromwell es que sobreestima su relación con el cosmos.
— ¿Cosmos? —Repuso el veterano senador—. No lo conozco. No conozco a ninguno de esos
suramericanos, pero Cromwell sí los conoce a todos. Mantenga muy cerca a Cromwell.

NOTAS

1. El material sobre las actividades de Cromwell proviene del extenso informe que él mismo presentó a un
tribunal de arbitrio solicitando que le pagaran sus honorarios legales, y que se reprodujo en The Story of Panamá
como anexo A. La principal fuente de información sobre Bunau-Varilla son sus propias memorias publicadas, en el
especial Panamá: The Creation, Destruction and Resurrection, Nueva York, Robert M. Mc Bride, 1920. Aunque los dos
tratan de exagerar su propia importancia, citan hechos relevantes que no han sido rebatidos. En lo que respecta
al debate en el Congreso, las fuentes son los voluminosos archivos del Congreso, publicados en The Story of Panamá,
así como el excelente libro de David McCullough, The Path Between the Seas, Nueva York, Simon & Schuster, 1977.
2. Citado en Arthur H. Dean, William Nelson Cromwell, 1854-1948, Nueva York, Ad Press, 1957, p. 117.
3. Ésta y otras descripciones de Cromwell se encuentran en David Armine Howarth, Panama: Four
Hundred Years ofDreams and Cruelty, Nueva York, McGraw Hill, 1966, pp. 218-219.
4. McCullough, The Path Between the Seas, p. 271.
5. World, 4 octubre de 1908.
6. Citado en The Story of Panama, p.' 165.
7. Para información sobre los antecedentes de Ferdinand de Lesseps, la compañía francesa del canal de
Panamá y la quiebra de ésta, véase The Path Between the Seas.
8. Para información sobre el viaje del Oregon, véase The Path Between the Seas, p. 254.
9. Citado en The Story of Panama, p. 94.
10. New York Herald, 30 de enero, 1902.
11. Para información sobre el primer viaje de Cromwell a Washington, véase The Story of Panama, pp. 178-180.
12. . Ibid., pp. 26,112.
13. McCullough, The Path Between the Seas, pp. 275-276.
14. Citado en The Story of Panama, p. 107.
15. Las fuentes de la información sobre el plan de americanización son el informe de Cromwell reproducido
en The Story of Panama, pp. 183-184, y Harding, The Untold Story, p. 10.
16. The Story of Panama, p. 108; Harding, The Untold Story, pp. 11-12.
17. Harding, The Untold Story, pp. 11-12.
18. The Story of Panama, anexo K, p. 636; Harding, The Untold Story, pp. 11-12.
19. McCullough, The Path Between the Seas, pp. 276-279.
20. Citado en McCullough, The Path Between the Seas, p. 277, y en BunauVarilla, Panama: The Creation, p. 175.
21. Bunau-Varilla, Panama: The Creation, pp. 174-180.
22. La gira de Bunau-Varilla por Estados Unidos está documentada en ¡bid., pp. 174-180.
23. Ibid., p. 184.
24. Ibid, p. 177.
25. Ibid., pp. 186-187.
26. Ibid., p. 187.
27. Citado en ¡bid., p. 188.
28. McCullough, The Path Between the Seas, p. 266.
29. Bunau-Varilla, Panama: The Creation, p. 209.
30. Citado en ¡bid., p. 213.
31. Citado en Mark Sullivan, Our Times, vol. 11, Nueva York, Scribner's Sons, 1928, p. 380.
32. Nicholas Roosevelt, Theodore Roosevelt: The Man as I Knew Him, Nueva York, Dodd, Mead & Co., 1967, p. 71.
Para información biográfica sobre Roosevelt, véase W. DeGregorio, The Complete Book of U.S. Presidents, 4.° edición,
Nueva York, Barricada Books

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