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libertad
¿Qué es la libertad? Es la capacidad que tiene el ser humano de
poder obrar según su propia voluntad, a lo largo de su vida
Jaime Merino Médico, Profesor Y Mil Cosas Más 08.03.2015 | 01:06
¿Existe el azar? El azar supone que hay realidades inesperadas o tal vez
inexplicables por la lógica/razón ya que están fuera de ella por una muy baja
probabilidad de que ocurran. Pero puede suceder que con nuestros conocimientos
actuales no podemos preverlas en todos los casos, acertar de su presencia. Con
nuestra inteligencia/información actual somos capaces de saber si viene un meteorito
solo hasta que está cerca, o quizá una borrasca y con ello si lloverá. Pero no sabemos
si habrá un terremoto o un volcán va a erupcionar. Un médico ante ciertas
manifestaciones de un enfermo le predice un diagnóstico y ofrece un tratamiento que
estima le curará. Pero son predicciones lógicas. No certitudes, no se conoce al 100%.
Puede que no llueva o el enfermo no se cure. Y así el suceso es excepcional se llama
milagro o se explica por el azar. Pero que toque la lotería no es un milagro, aunque la
probabilidad sea baja. Para un zulu las imágenes nítidas de un móvil podrían ser
milagrosas. Porque su conocimiento de «nuestra realidad» es muy escaso.
¿Hasta dónde llega nuestra libertad? Si mis genes me condicionan, de lo que no hay
duda, lo importante sería saber hasta cuánto. Yo sé que un gen mío determinado
influye en un porcentaje para que yo sea hipertenso, y sólo lo seré si como sal. Pero
no sé si tengo genes que influyan en que yo coma sal. Si existieran yo estaría super
definido. Acabaré siendo hipertenso.... Y si esas ideas las llevamos a todas nuestras
acciones, concluiríamos que no somos libres. Estaríamos condicionados en un grado
para todo lo que somos y todo lo que hacemos en este universo. Si fuera así el
concepto libertad (que también nos hemos visto influidos a crear) debería tener un
gran límite. Tal vez deberíamos limitar su extensión a la capacidad de de actuar de
conformidad a los dictados de la razón o en conformidad con los valores universales
(como la verdad y el bien).
Límites de la libertad. Ser libre exige ser valiente. Suele ser más fácil hacer
ciegamente lo que te dicen (por duro que sea: duchas frías, flagelarse o castidad) que
ser tú mismo, que ser responsable. De ahí el éxito de las sectas. Siguiendo en el
mundo actual, nuestras actuaciones libres se limitan por el ego (tú vives con tu rol
social, y te creas deberes), y tienes prejuicios (siempre verás lo que previamente
crees: Si piensas que Alicante es sucia, siempre que vengas encontrarás motivos que
te refuercen) y el debería es una tiranía que nos imponemos: Vigila si el debes o no
debes determina gran parte de tu vida. Caes si piensas: ¿Cómo debo vestir? ¿Actuar?
Recuerda que nunca puedes ser, todo el tiempo, nada que no quieras ser. El progreso
a veces viene de rechazar los convencionalismos. Tú puedes decidir el tipo de
persona que quieres ser, o lo que los demás quieren que seas. Depende de ti. En
cualquier caso disfruta de tu libertad.
- UN CONTEXTO CULTURAL
- SOCIOLOGÍA DESPUÉS DE MARX Y NIETZSCHE
- CARACTERÍSTICAS DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA ACCIÓN
- TRES MOMENTOS EN UN MÉTODO: COMPRENDER, INTERPRETAR, EXPLICAR
- CUATRO CONSTANTES WEBERIANAS
- «LA ÉTICA PROTESTANTE Y EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO»: ELEMENTOS
PARA UNA - LECTURA
- RELIGIÓN Y ORGANIZACIÓN SOCIAL
- EL DESENCANTAMIENTO DEL MUNDO
- DOMINACIÓN Y ACCIÓN POLÍTICA
- DOMINIO, OBEDIENCIA Y LEGITIMIDAD
- LA BUROCRACIA
- ÉTICA Y POLÍTICA COMO FORMAS DE TRAGEDIA
- LA ÉTICA DE WEBER: RESPONSABILIDAD Y CONVICCIÓN
- A MANERA DE CONCLUSIÓN
UN CONTEXTO CULTURAL
Max WEBER nació el 21 de abril de 1864 y murió el 14 de junio de 1920. Tal vez estas
fechas digan poco a un lector del siglo 21, pero situándolas en su contexto histórico, se
verá que fue testimonio de la creación del Imperio (1871), de su hundimiento (1918) y
del nacimiento de la República de Weimar (1919) a la redacción de cuya constitución
contribuyó decisivamente. A lo largo de su vida conoció dos guerras nacionales (1866
y 1870), una guerra mundial (1914-1918) y tres revoluciones (las de 1905 y 1917 en
Rusia y 1918 en Alemania). Su disección de la sociedad burguesa es, pues, también
una consecuencia de su conocimiento vivo de la historia y de su experiencia inmediata
de la transformación del mundo cultural que había sido el de los grandes propietarios
latifundistas prusianos aburguesados [Junkers] y acabará siendo el de las tensiones
obreras y el ascenso de la socialdemocracia.
Nacido en la burguesía intelectual liberal (su padre era jurista y diputado) en el seno
de una complicada familia de intelectuales y empresarios y formado en la brutal “cárcel
de hierro” de la Universidad de su época –que le provocó sus conocidas depresiones y
una muerte prematura a los 56 años– WEBER es testimonio del análisis de la
concentración industrial [Konzern] y de las consecuencias ideológicas de la modernidad
económica que hereda tanto como transforma radicalmente el viejo panorama
ideológico protestante. Su análisis de la religión, de la política y de las formas de
legitimación son indisociables del cambio que experimenta Alemania, y casi Europa
occidental entera, entre 1864 y 1920.
«Junto con la máquina sin vida [la burocracia] está realizando la labor de
construir la moralidad de la esclavitud del futuro en la cual quizá un día han
de verse los hombres, como los “felagas” en el estado egipcio antiguo–
obligados a someterse, impotentes a la opresión, cuando una administración
puramente técnica y buena, es decir, racional, una administración y provisión
de funcionarios, llegue a ser para ellos el último y único valor, el valor que
debe decidir sobre el tipo de solución que ha de darse a sus asuntos».
WEBER fue un personaje complejo, por enciclopédico, e incluso por mal editado: la
manipulación póstuma que su mujer, Marianne, ejerció sobre su obra –destrucción de
manuscritos incluida– deja pequeña a la de la hermana de Nietzsche; se trata,
además, un personaje psicológicamente atribulado, con unas complicadas relaciones
familiares y acosado por la depresión, que le dejó “fuera de juego” en la Universidad
entre 1897 y 1918, aunque practicase –cuando la salud lo permitía– el famoso “ocio
eficaz” de los universitarios alemanes. La confidencia, que debemos a su esposa,
según la cual no logró consumar su matrimonio hasta los 44 años (se había casado con
29), nos muestra hasta que punto era un individuo emocionalmente complicado. Y no
debieran pasarse de largo sus obvios fracasos políticos, incluyendo el de la constitución
de la República de Weimar que inspiró –y lo que ello pudo ayudar al posterior auge del
nazismo. Pero su obra, tomada como “Corpus”, más que discutida y discutible en los
detalles empíricos, inicia una manera de hacer sociología y de comprender la acción
social que vale en tanto que clásica.
Max WEBER murió en 1920, Durkheim lo había hecho en 1917 y Simmel en 1918. Es
demasiado simple convertir a estos tres pensadores, y particularmente a WEBER, en
una especie de “anti-Marx” –o de reconstructores del pensamiento burgués– como ha
sido tópico en el contexto ibérico. Más bien debiera considerarse a WEBER como el
autor que ha comprendido hasta qué punto la “filosofía de la sospecha”, por usar una
etiqueta bastante anacrónica, tiene razón en lo que critica pero es, a la vez, impotente
por lo que propone. Según parece, WEBER habría confesado a Spengler, en febrero de
1920, que: «La honestidad de un intelectual puede medirse por su actitud frente a
Marx y Nietzsche (...) El mundo en que existimos intelectualmente nosotros mismos es
en gran parte un mundo formado por Marx y Nietzsche». Su proyecto no pretende,
pues, la reconstrucción, sino la revisión de lo dicho por los maestros de la sospecha.
Precisamente porque Marx y Nietzsche llevan a un callejón sin salida –porque son
geniales y ciegos a la vez– es necesario asumirlos como ellos mismos, en su mejor
momento, hubiesen querido: sin escolástica, pero sin perdonarles por estar vivos; sin
menosprecio pero sin sumisión.
WEBER fue un autor enciclopédico, capaz, por ejemplo, de escribir dos tesis sobre
derecho comercial en las ciudades italianas (1889) y sobre historia agraria de Roma,
considerada en su relación con el derecho público y privado (1891). De ahí su agudo
sentido de la historia, que lo enfrenta a la Escuela marginalista austríaca de Carl
Menger (1840-1921) a la que consideraba sólo capaz de enunciar reglas abstractas.
Pero fue también un empirista, capaz de realizar encuestas sobre el terreno, como la
que dedicó a la situación de los trabajadores agrícolas del este del Elba (1892) y la
estudió a los obreros industriales alemanes (1908). Sin embargo, WEBER no se limita
al empirismo lato. Considera, más bien, necesario elaborar conceptos teóricos que
permitan dar cuenta de las realidades sociales, desde un punto de vista dinámico.
Hablar de «actor socializado», sugiere que el individuo forma parte de una serie de
redes de relaciones sociales, fuera de las cuales no puede ser comprendido. El punto
de vista del «actor socializado», es decir, la comprensión que los propios actores
tienen de su propia función es sociológicamente fundamental. Esos actores,
organizados, son la base de toda acción social.
Así, a diferencia de Marx, en WEBER las clases son únicamente una de las formas de la
estratificación social, atendiendo a las condiciones de vida material, y no constituyen
un grupo consciente de su propia unidad más allá de ciertas condiciones de vida.
Los “grupos de estatus” se distinguen por su modo de consumo y por sus prácticas
sociales diferenciadas que dependen a la vez de elementos objetivos (nacimiento,
profesión, nivel educativo) y de otros puramente subjetivos (consideración,
reputación...). Estos “grupos de estatus” se distinguen unos de otros por estilos o
“modos de vida” (concepto que hay que comprender por oposición a “nivel de vida”).
Este análisis tridimensional pone de relieve que en las sociedades modernas hay
diversos criterios de jerarquización de los grupos sociales. Entre los diversos modos de
pertenencia a un grupo, el “grupo de estatus” posee una especial relevancia: es ahí
donde se adquieren y se comparten los valores, las normas de comportamiento y las
prácticas significativas que los especifican. Una teoría de la acción social debe dar
cuenta, en consecuencia, de la forma como unos individuos interaccionan con otros
para modificar sus comportamientos; lo que no necesariamente se produce de forma
racional...
De ahí que la sociología deba dar cuenta también de la «acción instituida» que es algo
más que la pura “elección racional” del supuesto individualismo metodológico. La
elección de los valores, que incumbe al individuo, se refiere implícitamente a su “grupo
de estatus”. Promocionar, o no, determinados valores depende de un grupo que
siempre es institucional.
«Comprender» la acción social significa optar por la “neutralidad axiológica”, tanto por
razones morales como por la propia especificidad de la teoría. No es necesario ponerse
en la piel de los actores sociales para comprenderles, o como dice en ECONOMÍA Y
SOCIEDAD: «No es necesario ser Cesar para comprender a Cesar». Ningún científico
social tiene derecho a aprovecharse de su situación para hacer ostentación de sus
sentimientos particulares. Y, por el mismo hecho de que en ciencias sociales es
imprescindible seleccionar cuidadosamente los materiales, la neutralidad axiológica es
imprescindible para el buen resultado del análisis. Sin neutralidad axiológica no hay
comprensión científica de la sociedad. Como él mismo definió en un artículo póstumo
(1927):
No hay pues, una infraestructura económica que determine la ideología, sino una
mutua implicación de religión y comportamiento económico. Sin la doble existencia de
condiciones materiales y de disposiciones morales y religiosas, el capitalismo no sería
posible. La «ética metódicamente racionalizada» por el calvinismo converge con el
ascetismo necesario para la expansión del capitalismo. Es la conjunción sincrónica de
ambos elementos lo que crea una economía racional moderna. Hay que enseñar
previamente a ahorrar para que, mediante la acumulación, pueda crecer el
capitalismo. En palabras del propio WEBER:
Ello explica que sociedades como las mediterráneas (católico romanas u ortodoxas),
las árabes o las asiáticas hayan tenido un aterrizaje tan azaroso en la modernidad. No
es por algún problema en los dogmas sino por la falta de un “ethos”. Se precisa una
gran dosis de racionalización y de «desencantamiento del mundo» para que el
capitalismo pueda llegar a desarrollarse.
En el plano empírico sería fácil mostrar que algunos territorios católicos y muchos
territorios protestantes no cumplen con las condiciones factuales de la hipótesis
weberiana. Ya en su época se le criticó, además, la poca atención al componente judío
de la mentalidad capitalista. Después de la 2ª Guerra Mundial, Hugh Trevor-Roper
documentó que a finales del siglo XVI la autonomía política de las ciudades europeas
se veía limitada a la vez por el conservadurismo de los príncipes luteranos y por el
poder de los reyes de España y Francia. También Fernand Braudel (especialmente su
clásico: «Civilización material, economía y capitalismo») muestra, sin lugar a dudas
que fueron las ciudades italianas (católicas) las que vieron nacer las primeras
concentraciones de capital comercial y bancario. Es a los humanistas italianos a
quienes cabe dar el mérito de haber reflexionado por primera vez sobre el significado
del capitalismo. En definitiva, LA ÉTICA PROTESTANTE Y EL ESPÍRITU DEL
CAPITALISMO puede ser un libro fácilmente “falsable” desde el punto de vista
empírico. Pero lo que parece asumido es que el capitalismo nació contra la lógica del
mercado o, si se prefiere, poniendo la acumulación por delante del intercambio. Y esa
«mentalidad económica» deducida de lo que no era en principio económico o ventajoso
a nivel primario explica en gran parte su originalidad como sistema.
WEBER, según escribió su esposa Manrianne, confesaba «no tener oído musical para la
religión». Luterano por formación, es obvio que prefería el rigorismo calvinista, cuya
severidad e intransigencia traspasó a su conducta vital. Tal vez no estaría de más
recordar, sin ser demasiado freudianos, que el calvinismo era también la religión de su
madre. WEBER participó en diversos congresos de cristianismo social y se interesó por
la acción social de la iglesia que, tanto para liberales como para pietistas, constituía la
expresión más pura de la fe. Pero cuando aborda el estudio de las religiones, sea el
judaísmo o el calvinismo, se impone a sí mismo una radical “neutralidad axiológica” y
da muestras de una impresionante erudición histórica. Lo que le interesa es,
básicamente, poner de relieve la relación entre religión y modernización y lo que
denominó «desencantamiento del mundo», es decir, el proceso de racionalización en
su crítica de la fe.
Lo primero que conviene dejar claro es que, para WEBER, la religión no puede ser
rechazada como si se tratara de algo irracional. Incluso la magia de ayer, contra la que
hoy lucha la racionalización, fue racional en su momento; y lo mismo puede decirse del
monoteísmo frente al politeísmo y el animismo. Incluso los 10 mandamientos del
judaísmo establecieron un mecanismo legalista racionalizador. Si la racionalidad y la
irracionalidad existen conjuntamente en el seno de las religiones es porque el
comportamiento religioso es, también, un tipo de acción social. Es interesante observar
como en la Reforma, al tratar de eliminar los elementos mágicos de la creencia, no se
consiguió romper con lo irracional. Al contrario, con la racionalización creciente lo
irracional refuerza su intensidad.
WEBER distingue, en tanto que sociólogo, dos formas de religiosidad, con cuatro tipos
que, una vez más, no deben leerse como evolutivos, o ascendentes, sino que existen
simultáneamente:
· «ascetismo» (forma activa) que incide en el mundo y que puede darse como
ascetismo monástico (monje, sacerdote) o “en el mundo” como ascetismo secular
(calvinista emprendedor). De hecho, en el capitalismo, el ascetismo secular hunde sus
raíces al monástico sin que eso signifique que haya tomado su forma. El concepto
mismo de “industria” se origina en el ámbito monástico para pasar a significar algo
plenamente distinto en el ámbito económico.
· «misticismo» (forma pasiva) que no pretende adaptarse al mundo. También tiene
una forma “fuera del mundo” (la clausura) y otra más activa (puritanismo).
«En última instancia –dice WEBER– sólo se puede definir el Estado moderno,
sociológicamente, partiendo de su medio específico, propio de él así como de
toda federación política: me refiero a la violencia física. “Todo estado se basa
en la fuerza”, dijo Troski en Brest-Litovsk. Así es, en efecto. Si sólo existieran
estructuras políticas que no aplicasen la fuerza como medio, entonces habría
desaparecido el concepto de “Estado”, dando lugar a lo que solemos llamar
“anarquía” en el sentido estricto de la palabra. Por supuesto, la fuerza no es
el único medio del Estado ni su único recursos, no cabe duda, pero sí su medio
más específico. En nuestra época, precisamente, el Estado tiene una estrecha
relación con la violencia. Las diversas instituciones del pasado –empezando
por la familia–con consideraban la violencia como un medio absolutamente
normal. Hoy, en cambio, deberíamos formularlo así: el Estado es aquella
comunidad humana que ejerce (con éxito) el monopolio de la violencia física
legítima dentro de un determinado territorio».
Por lo demás, WEBER fue siempre un convencido elitista o, como se dice a veces, “un
crítico de la sociedad de masas”; por mucho que se esforzase en acercarse a la
socialdemocracia, lo que en realidad le interesaba es que ésta representaba
orgánicamente a la aristocracia obrera. Lo que valora en la democracia no es tanto la
expresión de la voluntad popular cuanto la astucia que usa para lograr un cierto nivel
de control sobre la actividad de las elites.
Los tres mecanismos que pone en marcha la autoridad política son: «dominio»,
«obediencia» y «legitimidad». Que la sumisión no se consiga por una explícita violencia
sino por “adhesión” de los individuos no puede explicarse sin acudir a mecanismos de
fascinación por el poder, como los que se mueven en el concepto de “servidumbre
voluntaria” de La Boétie. La ritualización del poder, la aceptación de su legitimidad
indiscutida, la persuasión, etc., son creencias sin las cuales ningún Estado puede
subsistir y que necesita divulgar.
La dominación es una construcción social y, por esto mismo, estudiar los mecanismos
de creación de la obediencia o, por mejor decir, de la docilidad resulta imprescindible
en cualquier teoría sobre el poder. La relación de fuerzas desiguales (recuérdese que
toda acción social es una relación social) tendría que hacer difícil el establecimiento de
un “orden” social; y sin embargo el orden social existe porque se han encontrado
mecanismos para hacerlo no sólo legítimo sino incluso deseable para los humanos. De
aquí que el análisis de las condiciones de producción de la creencia en la legitimidad
sea un elemento básico en el trabajo de WEBER. O mejor dicho, lo que llega a mostrar
es cómo la dominación se convierte en obediencia y la obediencia engendra
legitimidad.
Hay, según la clasificación que estableció WEBER y que hoy es clásica, tres “ideales
tipos” de legitimidad y dominación, cada una de las cuales engendra su propio nivel de
racionalidad:
· Dominación tradicional
· Dominación carismática
· Dominación racional (o legal-racional)
El tema del carisma en WEBER ha sido muy discutido, en la medida en que, a través
de su discípulo Carl SCHMITT, fue usado para justificar en 1933 las ascensión al poder
del Führer. En todo caso, el tipo de carisma que le interesaba no es el totalitario sino el
que aparece plebiscitado en un Estado de derecho y sobretodo el “capitán de
industria”, verdadero carismático de nuestro tiempo.
LA BUROCRACIA
Tal vez la obra weberiana que mejor ha resistido el paso del tiempo sea su conferencia
LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN (1919) donde plantea la contradicción existente entre
las diversas éticas posibles en el político. Junto con el cap. III de ECONOMIA Y
SOCIEDAD es el texto fundamental para comprender la difícil relación entre ética y
política. A diferencia de lo que a veces se ha planteado, WEBER no considera sólo la
política como poder desnudo; es y ha de ser un poder basado en valores, en
convicciones, en elementos de carisma y de racionalidad.
El título de la conferencia citada es, en alemán POLITIK ALS BERUF y, una vez más,
convendría recordar la ambigüedad del término “Beruf” (a la vez vocación y profesión).
En la misma expresión del título va incorporada la idea de que los políticos viven
“para” la política a la vez que “de” la política. Eso distingue la política moderna de la
que se realizaba, por parte de rentistas o de profesionales liberales más o menos
ociosos. WEBER defiende que el político debe ser un profesional. En su aspecto de
“vocación” toda acción política necesita, e implica, un cierto “carisma”; en su aspecto
de “profesión”, en cambio, la política es cada vez una esfera más autónoma, más
responsablemente comprometida. Con la sola pasión sin responsabilidad, no se hace
política. El político, según una conocida expresión weberiana, debe «domar su alma».
La fuerza del político consiste en dejar que los hechos actúen sobre él, en el
recogimiento y la calma interior de su alma, procurando lo que denomina «la distancia
respecto de los objetos y los hombres», para extraer de ellos las necesarias
consecuencias prácticas. Así el buen político, por decirlo con una expresión de Laurent
Fleury ejercería su oficio como una “pasión desapasionada”. En LA POLÍTICA COMO
PROFESIÓN afirma que:
«Por lo demás el político debe luchar, cada día y cada hora, contra un
enemigo muy trivial y demasiado humano: la vanidad común y silvestre,
enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda distancia, en este caso
concreto de la distancia frente a así mismo».
Rige además en política una trágica «paradoja de las consecuencias: a veces los
resultados que se logran resultan perfectamente opuestos a las motivaciones o las
intenciones que movieron a la actuación del político. La repercusión incontrolable de
ciertos actos, la imposibilidad de prever las circunstancias, la contradicción entre fines
y medios, la distancia entre lo soñado y lo logrado, pesan como una losa sobre la
acción política. Eso no significa, ni mucho menos, que el político deba prescindir de una
“fe”, pero si que deba atemperarla a sus condiciones reales y efectivas de posibilidad.
Como dice en LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN:
De ahí que WEBER no crea tener recetas mágicas para actuar éticamente en política.
Es más, incluso sucede que: «la ética puede desempeñar un papel nefasto desde el
punto de vista moral [práctico]». En su sociología encontraremos, eso sí, una serie de
conceptos básicos para la acción política «carisma», «racionalización» y,
especialmente, «responsabilidad», pero no una teoría sobre la democracia. Tal vez eso
sea achacable a que la democracia no es otra cosa sino el espacio en que la tragedia
de la política no se disimula de ninguna manera y se juega en toda su radicalidad. La
democracia, finalmente, tiene como esencia la posibilidad de que todas las supuestas
“esencias” políticas reconozcan su contingencia.
WEBER opone, pues, dos lógicas políticas que son dos éticas:
A MANERA DE CONCLUSIÓN
Leer a WEBER, a menudo desconcierta por su misma erudición y por aquel estilo
innecesariamente laberíntico y pesado (que algunos toman por “profundo”) de profesor
alemán de hace cien años. Pero, como se ve, por ejemplo, en LA POLÍTICA COMO
PROFESIÓN, de vez en cuando WEBER es capaz de concentrar en unas pocas líneas de
gran precisión conceptual el núcleo mismo de lo que le preocupa; y a poca experiencia
literaria que tenga, su lector nota que en esas pocas líneas, se juega literalmente el
todo por el todo prescindiendo de cualquier ambigüedad.
WEBER no es una lectura para adolescentes; exige una cierta madurez y obliga a
prescindir de cualquier ingenuidad política... o moral. El supuesto de que la realidad es
compleja y de que todas las teorías que se usen para explicarla pueden resultar
ambivalentes no debiera olvidarse nunca a la hora de acercarse a su obra. En todo
caso conceptos como los que aquí se han expuesto, especialmente en el orden de la
metodología de las ciencias sociales y de la teoría política están en la base de la teoría
social de los últimos cien años. Caracterizar la religión como inserción de lo
extraordinario en la vida ordinaria, proponer esquemas multicausales, elaborar una
tipología de los “ethos” de la política, analizar el significado de la responsabilidad,
observar los límites del proceso de racionalización... son méritos innegables del
pensamiento weberiano y ponen las bases de la sociología contemporánea. Y desde el
punto de vista ético parece difícil hacer frente al desafío ecológico y a los cambios en
los patrones de valoración moral sin hacer un profundo análisis de lo que hoy significa
la «responsabilidad».