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Fragmentos Heliotrópicos

«Una revuelta no es una guerra,


si acaso un gesto para tiempos de paz:
como una huelga general»
Lawrence de Arabia,
Los siete pilares de la sabiduría

I
La política es un asunto de percepción. Y la percepción siempre está demasiado lejos de ser pura
recepción de los sentidos. La imaginación, la ilusión y el engaño, juegan un rol fundamental en la
“captación” del mundo. Esto no puede interpretarse como mera opacidad. La operación es distinta. Se
constituye un espacio, se deja inundar por densidad superficial, por intensidad geométrica; o
abandonando definitivamente la abstracción: por una intensidad geográfica. Una intensidad de tal tipo
tiene la máxima simpatía y es capaz de la mayor cantidad de asociaciones: se trate de un sentido o de
una emoción, de una práctica determinada o de toda una tradición, se trate de la naturaleza, de sus
tormentas, mares, o cielos, se trate de la historia, de sus guerras, ciudades, o máquinas.

II
La vida entera queda expresada en una metáfora vegetal. O al menos, la vida del espíritu según la
tradición occidental. ¿Pero qué ocurre cuando algo no se ve pero está ahí? ¿o cuando sí se ve pero
realmente no está allí? ¿cómo saber si se trata de un fantasma? Una metáfora vegetal, quizás, pero
quizás mucho más: toda una mecánica de la jornada, una cartografía del viaje, una astronomía
fenomenológica: organizadas por lo que fácilmente podríamos llamar religión solar. Dominio del día,
dominio de la inteligencia, de la claridad y la distinción. ¿O dominio del cielo sobre la tierra? ¿o
simplemente apertura, espejo, herida, duelo, entre la tierra y lo celeste? Porque cuando el sol despunta,
el girasol ya lo está esperando. Heliotropismo, el nombre que designa a la vez al girasol y su
movimiento. Heliotropismo, lo que para alguien como Hegel podría comprender la historia del espíritu.
Pero el reino de la metáfora, se sabe, es el reino de la metafísica. Leer en metáforas no boicotea, pero
cesura el movimiento del pensamiento entre el juego de lo literal y lo figurado, entre el significante y el
significado, entre lo sensible y lo inteligible, entre los girasoles y la historia. Todo guiado, en última
instancia, por ese antropologismo incansable. Jenófanes, levántate y camina!. Porque ese sol siempre
está sexuado, y casi siempre es masculino. La metáfora, máquina conceptual, opera por captura de la
percepción, reproduciendo así el dualismo fundamental que, como dirá Heidegger: confiere al
pensamiento occidental sus rasgos esenciales. ¿Y qué hacer cuando un filósofo materialista, de pronto,
en medio de una tesis materialista, en medio de un argumento materialista, introduce el sol, y el cielo, y
el girasol, y sus corolas, y todo su heliotropismo? Así ocurre con Benjamin. Todo va bien. Ha hablado
de la lucha de clases. Elige invertir, no a Hegel, sino que con Hegel al dios solar del cristianismo:
«Afanaos primeramente por la comida y la vestimenta, y el Reino de Dios os llegará de suyo». Pero de
pronto, un par de lineas más allá: «Tal como las flores vuelven su corola hacia el sol, así, en virtud de
un heliotropismo de secreta especie, tiende a volverse lo sido hacia el sol que empieza a despuntar en
el cielo de la historia». Y como si no fuera suficiente, como si ya no estuviéramos entendiendo lo
suficientemente poco: «De ésta, la más inaparente de todas las transformaciones, tiene que estar
enterado el materialista histórico». La más inaparente, la más imperceptible: la más discreta.

III
Benjamin invoca a Hegel. Le da una tarea concreta: invertir el cristianismo, quebrar los vestigios de la
religión solar que ha dominado el globo durante algunos milenios. «Afanaos primeramente por la
comida y la vestimenta, y el Reino de Dios os llegará de suyo», ya se ve, se trata nada menos que de la
lucha de clases. ¿Y qué es la lucha de clases? Benjamin, amable, responde: «es una lucha por las cosas
rudas y materiales, sin las cuales no hay las finas y espirituales». Comida y vestimenta, sin eso, no hay
las cosas finas, sutiles, espirituales. Sin los medios de producción sociales, sin asegurar las urgencias
más urgentes, no puede haber “espiritualidad”. Se trata menos de una primacía que de una condición de
existencia. Pero esta primacía condiciona una estrategia porque se trata también del objeto de la lucha.
Se lucha, en la lucha de clases, por las cosas rudas y materiales. ¿Por qué las contrapone Benjamin a las
sutiles y espirituales? ¿por qué opone lo necesario a lo suntuoso? ¿Desea el filósofo materialista el lujo
de lo espiritual, la opulencia, lo sutil? Un adorno que no es más que adorno, está demás. Ocurre que las
cosas sutiles y espirituales están presentes en la lucha de clases, pero de un modo distinto a como están
las rudas y materiales. Éstas últimas, como objetos de la lucha, no escapan a la calidad de patrimonio y
botín. Pero las cosas sutiles ejercen una eficacia propiamente bélica, no son precisamente patrimonio y
botín, sino que elemento de la lucha, no son objeto, sino que sujeto: «están vivas en esta lucha como
confianza, valentía, humor, astucia, aplomo [constancia, firmeza, perseverancia], y ejercen su eficacia,
remontándose a lo remoto del tiempo [sobre lo lejano de los tiempos/a la distancia del tiempo]. Una y
otra vez pondrán en cuestión cada victoria que logren los dominadores». La lucha de clases es una
lucha por las cosas rudas y materiales, sin las cuales no existen las sutiles y espirituales. Pero son éstas
últimas las que permitirán tomar el control sobre las primeras.

IV
Las cosas finas y espirituales no tienen existencia sin una base material productiva, podrían
corresponder a lo que en la tesis VII Benjamin llama patrimonio cultural, del cual afirma que «no sólo
debe su existencia a los grandes genios que lo han creado, sino también al vasallaje anónimo de sus
contemporáneos»: «no existe un documento de la cultura que no lo sea a la vez de la barbarie», sin
embargo en la tesis IV se aclara que las cosas finas y espirituales están presentes en la lucha de clases
de otra forma que como la mera representación de un botín, y esta es justamente la situación del
patrimonio cultural según muestra, no solo la tesis VII, sino también la tesis VI. No tomar distancia
frente a tal botín, es equivalente a dejarse avasallar por el conformismo, es decir, prestarse como
herramienta de la clase dominante y participar en el cortejo triunfal de los dominadores. Por lo demás,
en la tesis VIII Benjamin hace alusión a «la tradición de los oprimidos», que suponemos, no podría ser
lo mismo que el patrimonio cultural, ¿o sí? Creemos que hay posibilidades de que se trate de lo mismo.
De ahí la advertencia a prestarse como herramienta de la clase de dominación, el llamado a luchar
contra el conformismo; se trata, se ve, de una situación no resuelta. La tradición es en todo tiempo
patrimonio de los vencedores, pero está en todo momento, a la vez, en posición de ser disputada. De ahí
que su presencia en la lucha de clases, y no en la mera acumulación, sea la de un “ánimo de combate”
«confianza, valentía, humor, astucia, aplomo [constancia, firmeza, perseverancia]». Cuando la tradición
es disputada, el valor del pasado deja de ser el de un patrimonio o botín, el botín es saboteado y el
derecho es desconfigurado, porque si la tradición es una forma en que el pasado es conservado, en los
momentos álgidos de la lucha éste es completamente reinterpretado. Se trata de «apoderarse de un
recuerdo tal como relampaguea en el instante del peligro», instante en el que se concreta la espera, ya
que si «el pasado lleva consigo un secreto índice, por el cual es remitido a la redención», la
recuperación del pasado para la tradición de los oprimidos logra encender en el pretérito la chispa de la
esperanza, deja de ser una forma de patrimonio y se hace presente en la lucha de clases como animus
de combate. Este “animus”, dirá la tesis IV, ejerce su eficacia remontándose a lo remoto, es decir,
tomando conciencia de que «ni los muertos estarán a salvo cuando el enemigo venza». Es la
predisposición a la guerra, en el instante del peligro, lo que hace posible la redención.

V
Pareciera que en Benjamin el presente está siempre atravesado por el pasado, pero no al modo de una
hendidura simple, porque no hay hendidura que sea simple. En una de sus obras-fragmentos afirma:
«los hechos se convierten en algo que acaba de salirnos al paso, establecerlos es asunto del recuerdo».
¿Qué tipo de misticismo es este? Marchant diría que se trata de uno que pone en crisis el subjetivismo
propio de la modernidad Europea. La percepción normal de la realidad es insatisfactoria porque no
alcanza la verdadera realidad, pero esta realidad puede ser alcanzada en «las alturas silenciosas del
recuerdo». ¿Es acaso la realidad mística que indica Marchant, la misma que se apodera del recuerdo tal
como brilla en el instante del peligro? ¿Es una forma de justicia que atraviesa los tiempos, para caer de
pronto, como espada purificadora? En tal caso, puede que sea verdad: «entonces hemos sido esperados
en la tierra».

VI
Los girasoles también esperan, cada mañana, al sol que despunta en el horizonte. Como ya
prescribíamos, es necesario no leer por metáforas cuando Benjamin habla del Sol. ¿Se trata en tal caso
del sol sensible? Derrida dirá que incluso «la cosa más natural, la más universal, la más real, la más
clara, el referente, más exterior en apariencia, el sol, no escapa completamente, desde el momento en
que interviene (y lo hace siempre) en el proceso de intercambio axiológico y semántico, a la ley general
del valor metafórico». Pero el sol que despunta en el cielo de la historia no tiene porque ser distinto al
sol sensible, ¿acaso la historia no es ella misma la materia de la sensibilidad? Solo por esta vía es
posible evitar la lectura metafórica y sortear a la vez la ingenuidad positivista. ¿Jugará algún rol la
invocación a Hegel, si se pretendía enfrentarlo a la religión solar? «A menudo se ha descrito el estado
de espíritu del hombre que al alba ve venir la luz y salir el sol en su majestad. Una imagen tal provoca
el sobrecogimiento, la admiración, el olvido infinito de sí mismo en la claridad naciente». Hay toda una
metafísica de la historia que puede seguirse desde aquí, todo un curso del sol y del espíritu, de Oriente
a Occidente. Pero podemos hacer una lectura más generosa, y pensar en ese shock matutino. Porque
puede, que frente al despliegue histórico-mundial del capitalismo, Benjamin plantee una estrategia de
shock, un contragolpe político-estratégico que implique la paralización de la temporalidad dominante:
esa es la irrupción revolucionaria en la escena política, contrapuesta a toda gradualidad propia de la
política reformista. Pero no podría tratarse de ningún inmediatismo o espontaneísmo. El corte, la
interrupción, debe ser programado con cuidado. Tiene más bien el carácter de un nuevo día o
exactamente: del primer día. Lo dice Benjamin en la tesis XV: «La conciencia de hacer saltar el
continuum de la historia le es peculiar a las clases revolucionarias en el instante de su acción. La Gran
Revolución introdujo un nuevo calendario. El día en que empieza un calendario, oficia como un
abreviador del tiempo histórico. Y en el fondo es el mismo día que una y otra vez vuelve bajo la especie
de días festivos, que son días de conmemoración. Los calendarios, pues, no miden el tiempo como
relojes. Son monumentos de una conciencia de la historia de la que en Europa, desde hace cien años, no
parece haber ya ni el rastro más silencioso». El instante del peligro, abre la redención histórica. El
despunte del sol, no es sino el primer día de un nuevo calendario.

VII
Lawrence de Arabia indica que los elementos de la guerra son tres. El elemento algebraico: espacio,
tiempo, colinas, clima, caminos y vías férreas, incluso los humanos vistos como masa abstracta, así
como las extensiones del cuerpo: armas, herramientas y máquinas. El elemento biológico, la masa
humana humanizada en torno al eje de la vida y la muerte, del dolor y el desgaste bionómico. El tercer
elemento es es el psicológico, corresponde a las condiciones espirituales, al coraje, a la necesidad de
que las mentes estén ordenadas para la batalla. Este último elemento es el contenido material-
estratégico que compone el movimiento helitrópico que Benjamin enuncia en la tesis IV. Lawrence
hablará de la importancia del arma metafísica en la guerra. El viejo Platón ya había levantado alertas
sobre las armonías de ciertas zonas de la Hélade que ponían en peligro el estado anímico adecuado para
el bienestar político. Se escuchan tambores de guerra. La percepción y el sentimiento se trenzan. El
arma metafísica se hace carne en las bandas sonoras, en el periodismo militante, y en todas las formas
de comunicación revolucionarias.

VIII
Bensaïd recuerda que «durante mucho tiempo, se dice, los antiguos consideraron que la guerra,
inabordable por el pensamiento, correspondía al rito y el mito. Nuestra época ha incluido las guerras y
las revoluciones en el horizonte de lo conocible. Ha ligado rebelión y pensamiento». Pero esta ligazón
no ha terminado de ligarse, después de todo, en las tradiciones occidentales, algo se rompió algún día
en la relación entre el poder y el pensamiento, y quizás esa fractura es la que permitió el nacimiento de
las ciencias y la filosofía. Una escritura fragmentada, como la de Benjamin, podría ser la verdadera
cara del Saber occidental cuando comienza el retorno del pensamiento hacia la tierra, cuando
empezamos a entender que la verdad debe ser ganada, precisamente, en el instante del peligro.

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