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VI La «mecanica»

de los fluidos

Se propaga ya -2a que velocidad? 2en que medios? 2a pesar de que resisten-
cias? ... - que se difundirian con arreglo a modalidades poco compatibles con los
marcos de 10 simb6lico que dicta la ley. Lo que no dejaria de ocasionar algunas tur-
bulencias, e incluso algunos torbellinos que convendria limitar de nuevo mediante
principios-muros s6lidos, so pena de que se extiendan hasta el infinito. Llegando in-
cluso a perturbar esa instancia tercera designada como 10 real. Transgresi6n y con-
fusi6n de fronteras, que seria importante restituir al buen orden ...

Asi, pues, es preciso volver a «la ciencia» para plantearle algunas preguntas"'.
Entre ell as la de su retraso, hist6rico, en cuanto a la elaboraci6n de una «teoria» de los
/luidos, y de cuanto de ello se desprende como aporia en la formalizaci6n, tambien,
matematica. Empresa desahuciada cuya responsabilidad sera eventualmente impu-
tada a 10 real l .
Ahora bien, si se examinan las propiedades de los fluidos, se comprueba que ese
«real» bien podria esconder, en buena medida, una realidad /isica que se resiste aun
a una simbolizaci6n adecuada y/o que significa la impotencia de la l6gica para recu-
perar en su escritura todos los caracteres de la naturaleza. De tal suerte que a me-

,', Seria necesario remitir a algunas obras sobre la mecanica de los s6lidos y de los fluidos.
1 Cfr. el significado de 10 «real» en los Escritos y Seminarios de Jacques Lacan, cit.

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nudo habra sido preciso reducir algunos de estos, no considerandoles/ la mas que en
referencia a un estatuto ideal, para que no detenga(n) el funcionamiento de la ma-
quinaria teo rica.

Ahora bien , ~que discriminacion se perpetua de este modo entre un lenguaje


siempre sometido a los postulados de la idealidad y una dimension empirica despo-
sefda de toda simbolizacion? ~ Y como ignorar que, respecto a esa cesura, a esa es-
quicia que asegura la pureza de 10 logico, ellenguaje no deja de ser necesariamente
meta-«algo»? No solo en su articulacion, pronunciacion, aqu! y ahora, por un suje-
to, sino porque ese «sujeto» repite ya, a causa de su estructura y sin saberlo, «jui-
cios» normativos sobre una naturaleza que se resiste a esa transcripcion.

~Ycomo impedir que el inconsciente mismo (del) «sujeto» no se vea prorroga-


do en cuanto tal, e incluso reducido en su interpretacion, por una sistematica que
re-marca una «desatencion», historica, hacia los fluidos? Dicho de otra manera:
~que estructuracion del/de lenguaje no alimenta una complicidad, que se remonta a
mucho tiempo atras, entre la racionalidad y una mecanica que se ocupa exclusiva-
mente de los s6lidos?

Sin duda, el hincapie se ha desplazado cada vez mas de la definicion de los ter-
minos al analisis de sus relaciones (la teoria de Frege2 es un ejemplo entre otros). Lo
que conduce incluso a admitir una semantica de los seres incompletos: los sfmbolos
funcionales.
Sin embargo, adem as de que la indeterminacion as! admitida en la proposicion
es sometida a una implicacion general de tipo formal -la variable no 10 es mas que
en los limites de la identidad de (las) forma(s) de la sintaxis-, se concede un papel
preponderante al simbolo de universalidad -al cuantificador universal-, cuyas mo-
dalidades de recurso a 10 geometrico sera preciso examinar.

As!, pues , el «todo» -de x, pero tambien del sistema- habra ya prescrito el
«no-toda» de cada opera cion relacional particular, y ese «to do» no 10 es mas que

2 Teoria a la cual convendria volver a preguntar: como pasa de cera a uno; cua! es la funcion de la

negacion, de la negacion de la contradiccion, de la doble reduccion, operada por el sucesor; de resul-


tas de 10 cual se decreta que el objeto no existe; de donde se ext rae el principio de equivalencia que
exige que 10 no identico a sf mismo sea definido como concepto contradictorio; por que se elude la
cuestion de la relacion de una clase cera con un conjunto vado; y, por supuesto, en virtud de que eco-
nomfa del significado se ve privilegiada la Einheit [unidad) ; es decir, que hace, otra vez, deudor al «su-
jeto» de una representacion puramente objetiva.
por una definición de la extensión que no puede dejar de proyectarse sobre un es-
pacio-plano «dado», cuyo entre, los entre(s), serán evaluados gracias a referencias
de tipo puntual.

De esta suerte, el «lugar» habrá sido en cierto modo planificado y puntuado para
calcular cada «todo», pero también el «todo» del sistema. A no ser que se le deje ex-
tenderse hasta el infinito, lo que torna a priori imposible toda estimación de valor,
así como de las variables y de sus relaciones.
Ahora bien, ¿dónde habrá encontrado ese lugar -del discurso- su «mayor que
todo» para poder formalizarse así? ¿Sistematizarse? y ese mayor que «todo», ¿no va
a volver de su denegación -¿de su repudio [forclusionJ?- bajo modalidades todavía
tea-lógicas? Cuya relación con la «no-toda» está pendiente de articulación: Dios o el
goce femenino.

A la espera de esos divinos reencuentros, la amujer (no) habrá servido (más que)
de plano proyectivo para asegurar la totalidad del sistema -que le excede en su «ma-
yor que todo»-, de soporte geométrico para evaluar el «todo» de la extensión de
cada uno de sus «conceptos», incluidos los todavía indeterminados, de intervalos fi-
jos-paralizados entre sus definiciones en la «lengua», y de posibilidad de operacio-
nes relacionales particulares entre ellos.
Algo que es realizable en virtud de su carácter «fluido», que la ha despojado de
toda posibilidad de identidad consigo misma en una lógica semejante. De esta suer-
te, la amujer, ¿paradójicamente?, serviría de enlace copulativo en la proposición.
Pero esa cópula sería ya apropiada para un proyecto de formalización exhaustiva,
sometida de antemano a la constitución del discurso del «sujeto» en conjunto(s). Y
que haya posibilidad de varios sistemas que modulen el orden de las verdades (del
sujeto) no se opone al postulado de una equivalencia sintáctica entre esos diferentes
sistemas. Que todos habrán excluido de su modo de simbolización determinadas
propiedades de los fluidos reales.

Lo que no habrá sido interpretado de la economía de los fluidos -las resistencias


operadas sobre los sólidos, por ejemplo- será finalmente devuelto a Dios. La no
consideración de las propiedades de los fluidos reales -fricciones internas, presio-
nes, movimientos, etc., es decir, su dinámica específica- terminará devolviendo lo
real a Dios, no recogiendo en la matematización de los fluidos más que los caracte-
res idealizables de estos.
O incluso: consideraciones de matemáticas puras sólo habrán permitido el análi-
sis de los fluidos con arreglo a planos laminares, a movimientos solenoidales (de una
corriente que privilegia la relación con un eje), a puntos-fuentes, puntos-pozo, pun-

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tos-tarbellinos, que no tienen mas que una relaci6n aproximativa con la realidad.
Que dejan resto. Hasta el in/inito: el centro de esos «movimientos» que correspon-
de a cero supone una velocidad infinita, /isicamente inadmisible. Desde luego, esos
fluidos «te6ricos» habran hecho progresar la tecnicidad del analisis, tam bien del
matematico, perdiendo en ello alguna relaci6n con la realidad de los cuerpos.

(Que se deduce de esto para «fa ciencia» y la prdctica psicoanalitica?

Y si se objeta que la cuesti6n asf planteada se basa excesivamente en metaforas,


sera faci! responder que recusa mas bien el privilegio de la metafora (casi s6lida) so-
bre la metonimia (que es mucho mas solidaria de los fluidos). 0 bien -suspendiendo
la sanci6n que da par verdadera(s) esas «categorfas» y «oposiciones dicot6micas»
de naturaleza metalingiifstica- que: de todas maneras to do lenguaje es (tambien)
«metaf6rico»3 y, para justificarse, ignora el «sujeto» del inconsciente y se niega a in-
terrogarse sobre la sumisi6n, todavfa actual, de este a una simbolizaci6n que conce-
de la primacia a lo solido.

De est a suerte, si toda la economfa psfquica se organiza en funci6n del' falo (0


Falo), cabra preguntarse 10 que esa primada debe a una teleologfa de resorci6n de
10 fluido en una forma consistente. Donde los desfallecimientos del pene no su-
ponen una contradicci6n: este no serfa mas que el representante empfrico de un
modelo de funcionamiento ideal, hacia el ser 0 el tener del cual tenderfa to do de-
seo. Lo que no significa que el falo tenga un mero estatuto de «objeto» transcen-
dental, sino que domina, como clave de b6veda, un sistema de la economfa del de-
seo marcado de idealismo.
Y, desde luego, el «sujeto» no puede renunciar al mismo mediante un sen cillo
golpe de fuerza. Algunas ingenuidades sobre la conversi6n (~religiosa?) -tambien
dellenguaje- al materialismo son sus pruebas-sintomas.
De ahf a regular el psiquismo conforme a leyes que someten 10 sexual al poder
absoluto de la forma ...

Porque, ~acaso no sigue tratandose de eso? ~Y c6mo, mientras dure esa prerro-
gativa, habra articulaci6n posible de la diferencia sexual? De tal suerte que lo que

3 Pero, tambien en este caso, sen! preciso volver sobre el estatuto de 10 metaf6rico. Examinando

las leyes de equivalencia que alii operan. Y siguiendo 10 que deviene la «similitud» en esa operaci6n
particular de «analogia» (complejo de forma-materia) aplicable al dominio fisico, y requerida para el
analisis de las propiedades de los fluidos reales. Ni vaga ni rigurosa a la manera geometrica, comporta
una remodelaci6n del sentido, que dista mucho de haberse consumado.

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está en exceso respecto a la forma -esto es, el sexo femenino- se ve necesariamente re-
chazado debajo o encima del sistema en vigor.
¿«La mujer no existe»? Respecto a la discursividad. Quedan sus/los restos: Dios
y la mujer, «por ejemplo». De ahí esa instancia afectada de mutismo, pero elocuen-
te en su silencio: lo real.

Sin embargo, la mujer es algo que habla. Pero no «igual», no «lo mismo», no
«idéntica a sí», ni a un x cualquiera, etc. No «sujeto», a no ser que se vea transfor-
mada por el falocratismo. Es algo que habla «fluido», incluso en los reversos paralí-
ticos de esa economía. Síntomas de uno: ya no puede seguir fluyendo, ni tocándo-
se, ... Algo que es comprensible que ella impute al padre, y a su morfología.
Con todo, aún es preciso saber escuchar de una manera que se aleje de la debida(s)
forma(s) para entender lo que dice. Que es continuo, comprimible, dilatable, viscoso,
conductible, difundible, ... Que no termina, potente e impotente por esa resistencia
a lo numerable; que goza y padece por ser más sensible a las presiones; que cambia
-de volumen o de fuerza, por ejemplo- conforme al grado de calor; que está, en su
realidad física, determinado/a por fricciones entre dos infinitamente vecinos- diná-
mica de lo próximo y no de lo propio, movimientos que proceden del casi contacto
entre dos unidades poco definibles en cuanto tales (coeficiente de viscosidad que se
cuenta en paises, de Poiseuille, sic), y no energía de un sistema finito; que se deja
atravesar fácilmente por flujos en función de su conductibilidad para corrientes
procedentes de otros fluidos o que se manifiestan a través de las paredes de un sóli-
do; que se mezcla con cuerpos de estado semejante, se diluye a veces en ellos de ma-
nera casi homogénea, lo que hace problemática la distinción entre uno/ay otro/a; y
además se difunde de antemano «en sí misma», lo que desconcierta toda tentativa
de identificación estática ...

Así, pues, la mujer no puede entenderse. Y, si todo cuanto ella dice es de alguna
manera lenguaje, sin embargo ella no lo significa. Que de ello extraiga las condicio-
nes de posibilidad de su sentido es otro asunto.

Es preciso añadir que el sonido se propaga en ella con una velocidad asombrosa,
en proporción, por lo demás, a su carácter más o menos perfectamente in-sensato.
Lo que conduce a que el impacto del significado no se logre/no llegue nunca, o bien
que solo lo consiga/llegue bajo una forma invertida. ¿Che vuoi entonces?
Sin tener en cuenta la zona de silencio en el exterior del volumen definido por el
lugar desde el que se proyecta el discurso. Y sería preciso que el sentido se difunda
a una velocidad idéntica a la del sonido para que todas las formas de envoltura -es-
pacios de sordera ante uno u otro- se tornen caducas en la transmisión de los «men-
sajes». Pero las pequeñas variaciones de la celeridad del sonido corren entonces el
peligro de deformar y de engañar en todo momento al lenguaje. Y si se somete a
éste a leyes de similitud, cortándole en pedazos de los que se podrá apreciar, com-
parar, repetir, ... la igualdad o la diferencia, el sonido habrá perdido ya de antemano
algunas de sus propiedades.
El fluido -como ese otro, dentrolfuera del discurso filosófico- es, por naturale-
za, inestable. A no ser que se le someta al geometrismo, o (?) que se le idealice.

La mujer nunca habla igual. Lo que emite es fluido, fluctuante. Engañoso. Y no


se la escucha, salvo para perder el sentido (de lo) propio. De ahí las resistencias a
esa voz que desborda al «sujeto». A la que éste coagulará, congelará en sus catego-
rías hasta paralizarla en su flujo.
«y esa es la razón, Señores, de que sus hijas estén mudas». Por más que cotorre-
en, que proliferen pitiáticamente en palabras que no significan más que su afasia, o
el reverso mimético de vuestro deseo. E interpretarlas allí donde no exhiben más
que su mutismo equivale a someterlas a un lenguaje que las exilia aún más lejos de
lo que tal vez ellas os habrían dicho u os estaban sugiriendo de antemano. Bastaría
con que vuestras orejas no estuvieran tan informadas, tan rellenas de sentido, y no
se cerraran a aquello que de alguna manera no responde a lo que se ha oído ante-
riormente.
Nada es fuera del volumen ya circunscrito por el significado articulado en el dis-
curso (del padre): La a-mujer. Zona de silencio.

¿ y el objeto «a»? ¿Cómo definirlo también en relación con las propiedades de


los fluidos? Puesto que ese «objeto» remite casi siempre a un estado que corres-
ponde a estos últimos. Leche, flujo luminoso, ondas acústicas, ... por no hablar de
los gases respirados, emitidos, de diferentes aromas, de la orina, la saliva, la sangre e
incluso el plasma, etc.
Pero no son esos los «a» enumerados en la teoría. Dirán los bien informados. Res-
puesta: ¿tendrán las heces -con diferentes disfraces- el privilegio de servir de para-
digma para el objeto «a»? ¿Habría que concebir entonces esa función de modelo
-más o menos oculta a la vista- del objeto del deseo como el resultado del tránsito,
logrado, del estado fluido al estado sólido? ¿ El objeto mismo del deseo, y para los psi-
coanalistas, sería la transformación de lo fluido en sólido? Lo que marca -y ello bien
vale una repetición- el triunfo de la racionalidad. La mecánica de los sólidos mantiene
con ésta antiguas relaciones, a las que los fluidos no han dejado de plantear objeciones.

Siguiendo la misma veta de cuestiones, cabría preguntar(se): ¿por qué el esperma


nunca es puesto en función de «a»? ¿No es acaso la sumisión de éste a los imperativos

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exclusivos de la reproducción un síntoma de la asignación histórica de una preeminen-
cia al (producto) sólido? Y si, en la dinámica del deseo, interviene el problema de la
castración -fantasma/realidad de una amputación, de una «disgregación» de ese sólido
que representa el pene-, queda en suspenso la introducción del /luido-esperma como
algo que obstaculizaría la generalización de una economía exclusiva de los sólidos.

Sin embargo, los términos que describen el goce evocan el retorno de algo repri-
mido que desconcierta la estructura de la cadena significante. Pero el goce -black-
out del sentido- sería cedido a la mujer. O a la amujer.
La amujer, sí, puesto que el desconocimiento de una economía específica de los
fluidos -de sus resistencias a los sólidos, de su dinámica «propia»- es perpetuada
por la ciencia psicoanalítica. Y que de allí puede resurgir la causa de la amujer, posi-
cionamiento histórico en el que se proyecta la venida a menos de toda especulación.
Queda por ver hasta dónde llegara la comprimibilidad de ese residuo.

Lo cierto es que un buen número de sus propiedades le han sido arrebatadas por el
deseo, o la libido, esta vez asignados prioritariamente a lo masculino. Estos se deter-
minan como /lujos .
Pero el hecho de haber recuperado en lo mismo el instrumento sólido y algunos
caracteres de los fluidos -no dejando a lo otro más que el resto aún olvidado de sus
movimientos reales, los principios aún no explicados de una energía más sutil-
plantea problemas económicos decisivos. A falta de las relaciones de intercambio
dinamógenas o de resistencias recíprocas entre uno y otro, se imponen elecciones
imposibles: o uno u otro. O el deseo o el sexo. Lo que, gracias a la fijación del nom-
bre del padre, dará un sexo «desmenuzable» y un deseo «bien formado».
Ese compromiso hace que todo uno sea semisólido. La consistencia perfecta del
sexo no le incumbe, pero, aunando de nuevo a éste con el sentido instituido por el
lenguaje, recobra una casi solidez del deseo. Esa operación podría designarse como
tránsito a una mecánica de los casi sólidos.

La maquinaria psíquica quedaría intacta. Ronrronearía regularmente. Por su-


puesto, subsisten algunos problemas de entropía, algunas angustias respecto a los
recursos energéticos. Pero hay que confiar en la ciencia. Y en la técnica. Tanto más
cuando ofrecen posibilidades de catexis que desvían la «libido» de cuestiones más mo-
lestas. Aunque sólo fuera el fastidio que para el «sujeto» supone tener que repetir
una y otra vez la misma historia.

Lo que recibirá el nombre, en parte, de pulsión de muerte. Pero si se interroga


-también y ¿por qué no?- a ese descubrimiento tan extrañamente asombroso del

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psicoanálisis, se llegará de nuevo a la comprobación de un doble movimiento de
adaptación de determinados caracteres de los fluidos a la racionalidad y de descuido
del obstáculo que constituye su dinámica propia.
¿No se lo creen? Porque tienen la necesidad-deseo de creer en «objetos» sólida-
mente determinados de antemano. O bien, de nuevo, en usted(es) mismo(s), acep-
tando el silencioso trabajo de la muerte como condición para seguir siendo indefec-
tiblemente «sujeto».

Ahora bien, ¿qué «quiere decir» ese principio de constancia al que tanto apego
tienen? ¿La evitación de los aflujos-excitaciones excesivas? ¿Procedentes del otro?
¿La búsqueda a toda costa de la homeostasia? ¿De la autorregulación? ¿La reduc-
ción, por lo tanto, en la máquina de los efectos de movimientos de/hacia su afuera?
Lo que implica transformaciones reversibles en circuito cerrado, haciendo abstrac-
ción de la variable tiempo, salvo en la modalidad de la repetición de un estado de
equilibrio.
Sin embargo, «fuera» la máquina habrá extraído, de alguna manera, energía (el
origen de su fuerza motriz permanece, parcialmente, sin explicar, eludido). Y, de al-
guna manera, el modelo de su funcionamiento. De esta suerte, algunas propiedades
de lo «vital» habrán sido mortificadas en la «constancia» requerida para darle for-
ma. Pero esa operación no puede ni debe representarse -estaría marcada con un
cero de signo o de significante, en el inconsciente mismo- so pena de subvertir toda
la economía discursiva. Ésta sólo será salvada afirmando que lo vivo mismo tiende a
destruirse, y que es preciso protegerle de esa autoagresión vinculando su energía en
mecanismos casi sólidos.

Habida cuenta de que las propiedades de los fluidos han sido legadas histórica-
mente a lo femenino, ¿ cómo se articula el dualismo pulsional con la dzferencia de se-
xos? ¿Cómo se ha podido siquiera «imaginar» que esa economía tuviera el mismo
valor explicativo para los dos sexos? Salvo recurriendo a la necesidad del enmara-
ñamiento «de los dos» en «lo mismo».

Ya este respecto habrá que (re)tornar sobre el modo de especula(riza)ción que sub-
tiende la estructura del sujeto. Sobre «la asunción regocijante de su imagen especu-
lar por el ser todavía sumergido en la impotencia motriz y la dependencia de la
crianza que es el hombrecito en ese estadio infans», sobre esa «matriz simbólica en
la que el yo UeJ se precipita en una forma primordial», «forma [que] por lo demás
habría que designar más bien como yo-ideal», «forma [que] sitúa la instancia del yo
mismo [mOl], antes de su determinación social, en una línea de ficción, que siempre
resultará irreductible para el individuo aislado», «porque la forma total del cuerpo,

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:nediante la cual el sujeto anticipa en su espejismo la maduracion de potencia, no
:e \-iene dada sino como Gestalt, es decir, en una exterioridad en la que cierta-
:nente esa forma es mas constituyente que constituida, pero en la que sobre todo
es ra Ie aparece en una talla contrastante que la petrifica y bajo una simetrfa que la
uwiene, en oposicion a la turbulencia de los movimientos que el experimenta y que
la animan. De esta suerte, esa Gestalt cuya imposicion debe ser considerada como
unida a la especie, aunque su estilo motor sea aun irreconocible, -simboliza me-
diante esos dos aspectos de su aparicion la permanencia mental del yo {je}, al mismo
riempo que prefigura su destino alienante-»4.

Todo un homenaje se imp one a ese reconocimiento por parte de un maestro del
beneficio y de la «alienacion» especulares. Pero una admiracion demasiado plana
corre el serio riesgo de suspender la eficacia de ese paso adelante 0 de ese no va mas
[pas de plus).
AS1 pues, es conveniente interrogarse sobre el estatuto de la «exterioridad» de
esa forma «constituyente (mas que constituida)>> para el sujeto, sobre aquello en 10
que ella sirve de pantalla para otro afuera (un cuerpo otro respecto a esa «forma to-
tal»), sobre la muerte que acarrea pero en una «talla» que autoriza el error, sobre
la «simetrfa» que consagra (como constituyente) y que hara que el «espejismo de la
maduracion de su potencia» para un sujeto sea siempre tributario de una «inver-
sion», sobre la motricidad que ella paraliza, sobre el proceso de proyeccion que ins-
tala -2«ficcion, que siempre resultara irreductible para el individuo aislado»?-, y
sobre los fantasmas de los que es deudora. Sobre ese mundo (de) automata(s), que
todav1a invoca el nombre de Dios -y por cierto la gracia- para sostener su puesta en
marcha, y la existencia de 10 vivo para imitarlo con mayor perfeccion de cuanto es
posible hacerlo al natural.
Porque la naturaleza no carece des de luego de energ1a, pero no es capaz sin em-
bargo de poseer «en S1 misma», de encerrar la fuerza motriz en una/su forma total.
De est a suerte, 10 fluido siempre esta en exceso 0 en falta respecto a la unidad. Se
sustrae al «TU eres eso»5. Esto es, a toda identificacion irrevocable.

Y, en 10 que toea al organismo, ('que oeurre si el espejo no permite ver nada? De


sexo, por ejemplo. Es el caso de la nina. Y decir que en los efectos constituyentes de
la imagen en el espejo «poco importa su sexo [del congenere]»6, aS1 como que «la
imagen especular parece ser el umbral del mundo visible», 2no es acaso recalcar que

4 J. Lacan, «Le stade du miroir», Ecrits, cit., pp. 94-95. La cursiva es original.
5 Ibid., p. 100.
6 Ibid., p. 95.
el sexo femenino se vera excluido del mismo? Y que sera un cuerpo sexuado var6n,
o asexuado, el que determinara los rasgos de esa Gestalt) matriz irreductible para/de
la introducci6n del sujeto en el orden social. ~De ahf su funcionamiento conforme a
leyes tan ajenas a 10 femenino? 2De ahf esa «alienaci6n paranoica que data del viraje
del yo [jeJ especular a un yo [jeJ social»7, pero cuya aparici6n repentina e ineluctable
estaba ya inscrita en el «estadio del espejo». De tal suerte que 10 semejante se prefi-
gura como el otro de 10 mismo) cuyo espejismo perseguira para siempre al sujeto con
el pleito perpetuo entre un yo [mozl propio y una instancia formadara inapropiable,
aunque suya. De tal suerte que en 10 sucesivo se torna indecidible la discriminacion
entre quien seria verdaderamente uno y quien el otro, quien duplicaria a quien, en el
1itigio interminable respecto a 1a identidad consigo mismo.

Pero esas disensiones -intrasubjetivas y sociales- habrian dejado ya tras de S1, en


un tiempo anterior, las represiones histericas. Y sus efectos-significantes paralfticos.
~Se desprenderia de ello que la cuesti6n de la asunci6n, regocijante 0 no, de su ima-
gen especular par un cuerpo sexuado femenino seria vana? Toda vez que el deseo se
hubiera ya coagulado, la neutralizaci6n re-marcada por el «estadio del espejo» seria
una confirmaci6n de una glaciaci6n «mas arcaica»8.

Y si, por suerte, tuviera usted la impresi6n de no haberlo en ten dido todo aun, tal
vez entonces permaneceria con sus ofdos entreabiertos para 10 que se toca tan de
cerca que confunde su discreci6n.

7 Ibid) p 98.
8 Ibid

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