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Teorías latinoamericanas de la literatura

por Andrés López Velarde

"... la teoría literaria, tal como se manifiesta


en este momento, es plural: más que una teoría,
hay diferentes teorías."
Graciela Reyes

Dado por asumido el reclamo que hizo ya varios años atrás Roberto Fernández Retamar acerca de
la necesidad de una teoría de la literatura hispanoamericana (1) (reclamo que el consenso crítico ha
ampliado al ámbito latinoamericano), recogeremos en el apartado central de este trabajo el
planteamiento de Desiderio Navarro acerca de la necesidad, no de una, sino de una pluralidad de
teorías de la literatura para el ámbito latinoamericano. Para ello, previamente recogeremos en el
apartado inicial ciertas distinciones terminológicas propuestas por Walter Mignolo (en especial,
términos como "teoría literaria", "teoría de la literatura" y "semiosis"), con el fin de aprovechar los
aportes pertinentes más productivos de ambas voces críticas, al conjugarlas en un saludable debate
académico que aspira, en la medida de lo posible, al más arduo rigor discursivo. Finalmente, el
apartado último esbozará una línea de acción para la crítica no sólo literaria, sino cultural. Se
determinará la función que debería cumplir la crítica sobre la base, por supuesto, de las
consideraciones expuestas en los primeros apartados y del reconocimiento de una facultad universal
de teorizar y criticar sin restricción geopolítica alguna.

I. El deslinde teórico

Hay una distinción conceptual que bien ha hecho Walter Mignolo en enfatizar para esclarecer una
confusión común en el uso de términos como "teoría literaria" o "teoría de la literatura", tomados
muchas veces como sinónimos.

¿Qué entendemos comúnmente por "teorizar"? Sería toda práctica reflexiva que realizan artistas o
escritores, en el mismo nivel en el cual los miembros de una sociedad conciben sus propias
interacciones (Mignolo, 1989). Es la actividad que nos lleva comúnmente a hablar de la "teoría" o
"poética" de un escritor (Mignolo, 1986).

Sin embargo, si dotamos —en el coloquio cotidiano— de un nivel "teórico" a la práctica reflexiva
mencionada, habría que diferenciarla "del nivel en el cual teorizamos nuestras interacciones y
nuestra manera de concebirlo de acuerdo a ciertos principios disciplinarios" (Mignolo, 1989:49). En
otras palabras, distinguir el nivel de la reflexión del nivel de la observación. El primero, propio de una
comprensión hermenéutica que sirve de base para la interpretación; y el segundo, propio de una
comprensión teórica, más ligado "a la explanación de los principios generales de la literatura (no a su
definición) y a la explicación de textos particulares, pero no a la interpretación" (Mignolo, 1986:19).

De no diferenciar los dos niveles mencionados, sucede el uso ambiguo que se le da a los términos de
"teoría literaria" y "teoría de la literatura", así que distingámoslos, con Mignolo, ya mismo:

"Las "teorías literarias" (...) serían —según esta elaboración— aquellas en las que se manifiestan los
conceptos de literatura que guían la producción y la recepción (es decir, las opiniones sobre la
literatura vertidas en cartas, ensayos, entrevistas o en la obra misma por los propios escritores, los
críticos no académicos y las conversaciones sobre la experiencia literaria). En cambio, las "teorías de
la literatura" serían aquellas en las que se formulan respuestas hipotéticas a preguntas formuladas
reconociendo (es decir, de acuerdo o en desacuerdo) las normas de una actividad disciplinaria
(linguística, filosofía, literaturología (2)) o ideológica (marxismo, estructuralismo,
desconstruccionismo)" (Mignolo, 1989:49)

Nosotros, para el caso latinoamericano, estamos eligiendo quedarnos con la segunda opción.
Proponemos (en realidad, nos aunamos a una propuesta ya sustentada (3)) no una teoría de la
literatura, sino una pluralidad de teorías de la literatura (4).

La razón de nuestra elección estriba en las características mismas que Mignolo atribuye a tales
teorías. En primer lugar, la teoría de la literatura identifica una teoría por el dominio de estudio y no
en relación con una disciplina (5). Notemos que la identificación no es por el objeto de estudio,
puesto que éste, si adaptamos las consideraciones de Ricardo Kaliman a la caracterización de
Mignolo, "está todavía por ser construido" (Kaliman, 1993:308). Así, puesto que la identificación es
por el dominio de estudio, entenderíamos "teoría de la literatura" como "teoría de la sociedad" o
"teoría del lenguaje". Sin embargo, aun cuando Kaliman defiende la conveniencia epistemológica de
cierto concepto de construcción del objeto de estudio de la crítica literaria latinoamericana , él mismo
observa que si se acepta la naturaleza ya construida del objeto, será porque es posible considerar
también que

"el objeto es relativo al sujeto que lo construye. Y, en efecto, la institución de la crítica literaria no gira
realmente en torno a un inasible referente del que —como los místicos— dice todo lo que se pueda
decir, sino que más bien se parece a una formación althusseriana en la que diversos sujetos
mutuamente contradictorios entrecruzan sus respectivos conceptos del objeto, sobre la base de
ciertos límites consensuados." (Kaliman, 1993:309)

De ahí que pueda generarse una pluralidad de teorías de la literatura. Podríamos decir, entonces,
que cada sujeto tiene el derecho básico de construir su propio objeto y a partir de él generar su
propia teoría de la literatura, sobre la base, desde luego, de ciertos límites convencionales que le
impone(n) la(s) disciplina(s) que nutren su propuesta teórica.

En segundo lugar, nuestra elección se basa en el hecho de que las teorías de la literatura responden,
como ya se ha citado, no a una disciplina, sino a varias (7): pueden ser sociológicas, lingüísticas,
filosóficas, por supuesto literaturológicas, etc. Además, también pueden depender de distintas
configuraciones ideológicas: marxista, estructuralista, desconstruccionista, etc. Esta característica de
las teorías de la literatura nos parece fundamental para abordar el fenómeno literario en cualquier
caso y no sólo en el latinoamericano. De todos los frentes provienen los reclamos de estudios
interdisciplinarios para el asunto. Dejamos aquí, por ejemplo, la sugerente voz del crítico británico
Terry Eagleton al respecto:

"No siempre es así de fácil, ni necesario, decidir si la teoría ilumina el texto o si el texto desarrolla la
teoría. Esta vigilancia de la teoría literaria es en cualquier caso una ilusión, pues tal teoría nunca es
meramente "literaria" en primera instancia, nunca es inherentemente limitable al esquivo objeto
ontológico conocido como literatura. Sostener que la raison d'etre de la 'teoría literaria' no provien
necesariamente del texto literario no es caer en el teoricismo; es reconocer que los efectos prácticos
que pudiera tener se esparcirán por un campo mucho más amplio de práctica significativa."
(Eagleton, 1999 [1996]:106)

Ese campo más amplio de práctica relevante o significativa ha determinado —como ha señalado
Graciela Reyes— la característica más notable de la teoría literaria (de la teoría de la literatura) de
los últimos años: su expansión:

"... se han ido incorporando [al discurso de la teoría literaria] reflexiones y perspectivas teóricas de
orígenes e intenciones diferentes, como el psicoanálisis, el feminismo, la teoría del género (gender
criticism), la desconstrucción. La expansión se produce mediante intercambios en las dos
direcciones: por un lado, estudiosos procedentes de otras disciplinas reflexionan sobre la literatura;
por otro, críticos formados en los estudios literarios acuden a teorías procedentes de la filosofía o la
psicología u otra disciplina en boga." (Reyes, 1989:10)

Esta teoría de la literatura signada intrínsecamente por su "expansión" disciplinaria es la que ha


desembocado en el amplio campo conocido como estudios culturales. En este momento, los
"estudios literarios" se ven absorbidos por los llamados "estudios culturales" cuando pertinentemente
Kaliman observa que "un paso epistemológico decisivo en este sentido es la propuesta de fijar el
objeto de estudio alrededor del concepto de discurso latinoamericano, cuya relativa neutralidad
permite hacer caso omiso de los tópicos más controversiales adheridos al más específico de
literatura" (loc. cit., p. 310). Tópicos como los de decidir si tales o cuales géneros son o no literatura.

Esta conveniente relativización del concepto "literatura" ha sido también señalada y aun superada por
Walter Mignolo (8). Por un lado, el estudioso argentino ha observado que el concepto de discurso no
sólo trae la ventajosa consecuencia de que se vuelva irrelevante decidir si, por ejemplo, el graffiti, o el
género testimonial, o cronístico, o folletinesco o cualquier otro son o no literatura, sino también "trae
la expansión de los criterios bajo los cuales fue establecido el canon de la literatura..." (Mignolo,
1992:11). Por otro lado, como ya se mencionó, ha superado la propuesta epistemológica recogida por
Kaliman, y ha propuesto, a su vez, el concepto de semiosis (9) como preferible al de discurso. Ello,
debido a que

" 'discurso' es un término que se queda corto para comprehender todas las prácticas semióticas
arriba mencionadas [se refiere a las producciones semióticas no sólo alfabéticas, sino también
orales, picto-ideográficas y textiles], puesto que es un concepto que ha pasado a designar [sólo]
producciones orales y escritas en escritura alfabética". (loc. cit., p.12)

Así, pues, consideramos que la fijación del objeto de estudio de las teorías latinoamericanas de la literatura
debe ir en torno no al concepto de discurso, sino al de semiosis, que da una mayor cuenta de todos los distintos
sistemas de signos que atraviesan, en especial, el mundo amerindio:

"Al extender el campo de reflexión a otras áreas, tales como la andina y la mesoamericana, es necesario dar
cuenta de una amplia gama de interacciones semióticas que sobrepasan el dominio de la letra y la literatura,
aun cuando por literatura entendamos en un sentido amplio todo lo alfabéticamente escrito. La noción de
'discurso' (...) no es quizás la mejor alternativa para dar cuenta de interacciones semióticas entre diferentes
sistemas de escritura." (loc. cit., p.12)

Finalmente, queremos hacer notar una observación más del teórico argentino respecto del concepto de
semiosis, y es que el surgimiento y aplicación de éste no hace sino revelar "la precariedad hermenéutica del
sujeto de conocimiento y/o comprensión" (loc. cit. p.13). El cuestionamiento va directamente al grado de
competencia del crítico intérprete enfrentado a un ámbito de interacciones semióticas que reclaman una
aproximación que no puede ser otra sino plural. ¿Qué condiciones, entonces, debe cumplir el intérprete para
ofrecer una honesta y fidedigna transmisión de conocimientos? ¿Cuál es la práctica hermenéutica ideal que
debe realizar el crítico embarcado en un proyecto de traducción cultural y de qué tipo de pluralidad estamos
hablando para la aproximación crítica? Las respuestas a estas preguntas aún las dejamos pendientes.

II. La propuesta teórica para América Latina

Una vez delimitados los conceptos de "teoría literaria" y "teoría de la literatura" y de optar por el segundo a
propósito del multisemiótico caso latinoamericano, pasamos a recoger la propuesta teórica que muy claramente
ha ofrecido Desiderio Navarro (1982) para esta parte del mundo. La nuestra no ha querido ser sino sólo una
suscripción que desea justificar su adhesión a tal iniciativa, pero con el mayor rigor terminológico posible. En
este sentido, cabría apuntar que dado que Navarro hace un uso indistinto de los dos términos en cuestión, toda
vez que use el de "teoría literaria", nosotros lo leeremos siempre como "teoría de la literatura"; ello con el fin de
que las perspectivas comunes de las distintas voces del debate académico queden adecuadamente registradas.

Navarro inserta su propuesta en el marco de las diversas reacciones que, en el campo de la teoría de la
literatura, son posibles contra el eurocentrismo. Identifica tres: 1) un antagónico latinoamericanismo,
afrocentrismo o asiacentrismo, que corresponde respectivamente a las tres regiones del orbe marginadas; 2) la
"reivindicación" parcial de un lugar para la literatura nacional o regional propia en el "centro" (junto a la
europea); y 3) la negación empirista de la posibilidad de constituir una teoría literaria que no fuera de una
literatura nacional, zonal, o regional, es decir, la negación de la posibilidad de forjar una teoría de la literatura
"en general". (Navarro, 1982:13). De dichas reacciones señala que todas ellas serían inaceptables. Las dos
primeras porque no harían más que salvaguardar y perpetuar bajo otras formas el esquematismo
"etnocentrista", que es, en esencia, el núcleo enfermo del eurocentrismo. Y la última, porque estaría negando
esa unidad de las literaturas del mundo que el hallazgo de regularidades comunes (10) ha permitido establecer
" (ibíd.). Surge, entonces, una cuarta reacción posible contra el eurocentrismo, que consiste en "la exigencia de
que la teoría general de la literatura sea elaborada sobre la base del estudio comparativo de las distintas
literaturas de todo el mundo" (loc. cit. p.14).

Esta reacción, no obstante, ya había sido prevista por Roberto Fernández Retamar, quien, luego de hacer notar
las cercanías de ciertos caracteres y problemas propios de América Latina con los de los países de la periferia
europea, reconocía que "no puede darse coyuntura más apropiada para que se propugne un desarrollo de los
estudios de literatura comparada entre nuestras literaturas respectivas" (Fernández Retamar, 1975:65). El
hecho es que esta cuarta reacción ya se ha presentado —según Navarro— en tres variantes a las que él añade
una cuarta, que constituye finalmente su propuesta.

La primera variante está "interesada exclusivamente en establecer lo verdaderamente universal, sólo exige que
la teoría general se elabore sobre la base de la comparación de obras de las literaturas del mundo entero (sin
desaprovechar las generalizaciones nacionales, etc., ya existentes)." (Navarro, 1982:14). La segunda,
"interesada ante todo en conocer lo particular y específico regional, zonal y nacional, demanda que
primeramente se elaboren las teorías particulares, 'no-universalmente generales', esto es, regionales, etc., y
que sólo después, sobre la base exclusiva del estudio comparativo de esas teorías de las literaturas de todo el
mundo, se inicie la construcción de la teoría verdaderamente universal" (ibíd.). Por último, la tercera variante

"coincide con la primera en que no concede prioridad a la elaboración de las teorías regionales, etc., y se
orienta directamente hacia la teoría general de la literatura, pero se diferencia de ambas en que (...) no cree
necesario hacer tabla rasa de todas las tesis presuntamente universales ya existentes y quedarse en espera de
las que surgirán en el estudio comparativo de obras o teorías de las teorías de todo el mundo. (...) Ella no exige
que la teoría general sea construida exclusivamente por una vía inductiva [sino que] admite la contrastación de
construcciones hipotético-deductivas por la vía del estudio comparativo de material literario universal." (loc. cit.
p. 16)

Luego de reconocer que esta última variante ahorra un tiempo y esfuerzo valiosos que, en cierta medida, las
otras dos pierden; Navarro añade, por su parte, una cuarta variante. Su planteamiento —que no hace sino
recoger los aciertos de las variantes anteriores y establecer la complementariedad entre los mismos— se refiere
a

"la necesidad de que se elaboren las teorías de las distintas literaturas regionales, zonales e incluso nacionales.
Si tal elaboración de teorías particulares se basara no sólo en la construcción por inducción, sino también en la
contrastación de hipótesis deductivas, no sólo en la construcción de nuevas generalizaciones, sino también en
la revisión de "viejas" generalizaciones supuestamente válidas también o sólo para la literatura particular
examinada, ella se hallaría en una íntima y dialéctica relación de enriquecimiento y perfeccionamiento mutuos
con la elaboración paralela de la teoría comprobadamente universal. Ella está llamada a lograr que lo específico
y lo particular regional, zonal y nacional no queden sin su reflejo en el dominio de la teoría, o sea, a construir
algunas de las mediaciones necesarias para la investigación y la crítica de obras literarias concretas." (Navarro,
1982: 17,18)

En el planteamiento de Navarro, el término clave es "mediación". Lo auspicioso de su propuesta es la necesidad


de la elaboración de un sistema de mediaciones, que contraste el proceso deductivo con la experiencia práctica
concreta. Sistema que permita la elaboración de teorías zonales, regionales, nacionales, etc., tanto sobre la
base de nuevas generalizaciones producidas por la observación y análisis de la experiencia concreta; cuanto
también sobre la base de las generalizaciones supuestamente universales de la teoría general de la literatura
elaborada por Occidente.

Es así que, en seguida, Navarro pasa a hacer una oportuna revisión de la división de la ciencia literaria y la
definición de la teoría literaria ("la tradicional división según la cual la teoría literaria se ocupa de los problemas
universalmente generales, 'comunes a todas las literaturas', en contraste con la historia y la crítica literarias, que
se ocupan de 'los problemas de obras concretas de determinada literatura o grupo de literaturas'." [loc. cit.
p.18,19]): Navarro considera que "La oposición 'universal' / 'singular o particular' como factor divisorio y
definitorio, es echada abajo por la admisión de los problemas que no son universalmente generales (pero sí lo
son o regional, zonal o nacionalmente) en calidad de legítimos objetos de la actividad generalizadora de la
teoría literaria (12)". (loc. cit. p.19). Así, hay quienes, adoleciendo de una concepción incompetente de lo que es
una teoría científica, pretenden negar la posibilidad de elaborar una "teoría de la literatura hispanoamericana" y,
en general, de teorías de las distintas literaturas regionales, etc., pues consideran que

para que un sistema de hipótesis sea reconocido como un sistema de leyes, o sea, como una teoría, las
hipótesis de ese sistema deben ser universalmente generales, esto es, válidas para todos los casos particulares
y singulares de la clase dada de fenómenos en todo su alcance espacio-temporal. Tal concepción, que reduce
la teoría al común denominador de todos los textos literarios que han existido en la historia de la humanidad, se
basa en el desconocimiento de que el requisito lógico que en la ciencia se impone a las hipótesis para
considerarlas leyes no es la 'generalidad universal', sino (...) 'la generalidad en algún respecto y en alguna
medida', o (...) 'que por lo menos una de las variables que se presentan en la fórmula de la ley tenga prefijado el
operador 'para todo', o el operador 'para casi todo' o el operador 'para la mayoría de' (...) [Entonces], por una
parte se hallan las leyes más generales (válidas para todas las literaturas nacionales, zonas culturales,
períodos, corrientes, géneros mayores, géneros, etc.) y, por otra, las leyes específicas (válidas para una sola
literatura nacional, zona cultural, período, corriente, género mayor, género, etc., pero también con fórmulas que
encierran el operador 'para todo': 'para toda novela', 'para toda obra literaria realista', ['para todo haiku' ], etc.).
(loc. cit.)

Estas consideraciones que desde inicios de los ochenta enfatizaba Navarro han debido ser lo suficientemente
elocuentes como para dejar en claro las interdependencias entre la(s) teoría(s) y la historia literarias.
Entendiendo bien este trasfondo epistemológico es que, por ejemplo, puede aceptarse sin remordimientos la
identificación entre "comunidad nacional" y "comunidad literaria". Una lectura incompetente de dicha
identificación no iría más allá de entender que "un texto dado (...) tiene tales y cuales rasgos porque ha sido
producido en el seno de tal y cual nación". (Kaliman, 1993:312), lo que conduciría, en el peor de los casos, a un
castrante esencialismo que, en el caso latinoamericano, se erige aún en un "pintoresquismo turístico" que no
hace sino agudizar más, por un lado, la relación jerárquica de centro / periferia implicada también en la noción
de alteridad (13); y por otro, hacer de la construcción de las literaturas nacionales un proceso nocivo de
homogeneización desde las élites de gobierno para adscribir a los diferentes sectores contradictorios bajo el
canon que se imponga (14).

La lectura más conveniente de la identificación entre "comunidad nacional" y "comunidad literaria" la ha


señalado también Kaliman: "podría llegar a establecerse que la nacionalidad es una variable necesaria de
ciertos aspectos de ciertas formas de literatura. Creo que podemos tener la seguridad de que nunca llegará a
mostrarse que es necesaria para todos los aspectos de todas las formas literarias, ni mucho menos que es
suficiente para ninguno (15)". (loc. cit. p.313)

Finalmente, para cerrar este apartado, anotaremos, asimismo, que Antonio Cornejo Polar propuso en su diseño
preliminar para una agenda problemática de la crítica latinoamericana una perspectiva de clase que recogería
las mismas dilucidaciones epistemológicas enfatizadas por Navarro para generalizar las hipótesis que aspiran a
ser leyes universales: "la conciencia ideológica (...) tiene la posibilidad objetiva de ser también (16) conciencia
científica: supera y convierte en tradición legítima los valores y el saber logrados históricamente por otras clases
y se ofrece como la opción más concreta y definida de auténtica universalidad. La perspectiva de clase tiene,
pues, para la crítica, significado de condición de ciencia." (Cornejo Polar, 1982:33,34). Una vez más, la
oposición 'universal' / 'singular o particular' como factor divisorio y definitorio es echada abajo.

III. La función de la crítica

Luego de habernos preocupado en distinguir los niveles de la reflexión y la observación que corresponden
respectivamente —y en términos de Mignolo— a un "sujeto hermenéutico" (que vive en y transmite una
herencia cultural)" (Mignolo, 1991:106) y a un "sujeto epistemológico" de comprensión teórica" (que vive en y
transmite una herencia cognoscitiva-disciplinaria o científica)" (ibíd.); queremos concluir esta presentación
caracterizando la que podría (o debería) ser la función de la crítica. Crítica que, hacemos notar, la entendemos
como una que conjuga los dos niveles mencionados, el hermenéutico y el teórico; puesto que las distinciones
hechas no han sido sino parte de una abstracción didáctica que aclare la confusión en el uso común y, a veces,
hasta abusivo de términos como "teoría literaria" o "teoría de la literatura"; mientras que en la práctica crítica
concreta los niveles de comprensión naturalmente interactúan (o, en todo caso, sugerimos que deberían
hacerlo), a veces conflictivamente.

Recogemos, así, para empezar, la función tradicional que Terry Eagleton reclama reivindicar para la crítica
contemporánea:

"La función del crítico contemporáneo es oponerse a ese dominio volviendo a conectar lo simbólico con lo
político, comprometiéndose a través del discurso y de la práctica con el proceso mediante el cual las
necesidades, intereses y deseos reprimidos puedan asumir las formas culturales que podrían unificarlos en una
fuerza política colectiva (...). La del crítico contemporáneo es, pues, una función tradicional" (Eagleton, 1999
[1996]:139)

La revaloración de un tradicionalismo en la crítica es la misma revaloración que ha reclamado Osmar Gonzáles


hace muy poco: la emergencia del "intelectual de moral pública" y no del "intelectual de moral privada" .
Tradicionalismo que recupere en una vigilada medida el espíritu inicial participativo con que apareció la esfera
pública burguesa en la Inglaterra del siglo XVIII: una en que la reflexión crítica pierde su carácter privado, pues
estaba destinada a un público, ya despierto y pensante frente al Estado absolutista; una esfera pública que sea
fermento de opinión heterogénea, es decir, formada por voces múltiples no necesariamente pertenecientes a la
clase dirigente aristocrática ni mucho menos a los "centros" de pensamiento metropolitanos; una esfera pública
que no caiga en un amateurismo crítico o una crítica de masas —como ocurrió en ciertas revistas de inicios del
XVIII que, si bien fueron componentes esenciales de la emergente esfera pública burguesa, adolecieron, según
cuenta Eagleton, de una crítica literaria aun impresionista—; en fin, una esfera pública que opte por un
saludable equilibrio entre una humanística general amateur y una especialización crítica profesional que añada
el rigor necesario al análisis, descripción y explicación (si no valoración) del fenómeno literario o cultural.

En tal propósito, no es sino el aparato metodológico y categorial de una teoría literaria (en el sentido común que
Eagleton usa el término) no necesariamente literaria, sino interdisciplinaria (como a lo prevé el concepto de
"teoría de la literatura" que hemos elegido para el caso latinoamericano) el que va a enriquecer el "mensaje
lateral sobre la forma y el destino de toda una cultura" (loc. cit. p. 122), que es el momento, según Eagleton, en
que la voz de la crítica ha adquirido atención generalizada.

Por otro lado, la legitimación del discurso crítico no sólo latinoamericano, sino universal (aunque es
comprensible que la urgencia del reclamo sea especialmente para esta región) no debe estar en el enunciado ni
en el "título nobiliario" del enunciador, sino en el mismo acto de enunciación: "Las identidades discursivas no
están preconcedidas, sino que se construyen en el acto mismo de participación en una conversación culta" (loc.
cit. p.18). Se trata de participar con una enunciación que por sí misma se justifique y sustente, que siga a un
paradigma de razón que legitime su elocuencia y lucidez, que se respete a sí misma y propugne una relación de
uno a uno en el campo mundial de la geopolítica del conocimiento.

Éste es un reclamo que Mignolo, a su vez, ha hecho ya varias veces. En lo que respecta, por ejemplo, a la
actividad teórica, se ha referido a la necesidad de despejar "la creencia de que por el hecho histórico de que la
teoría se practicó principalmente en el primer mundo y fue ejercitada fundamentalmente por hombres, la teoría
es masculina y pertenece a Occidente (18)." (loc. cit. p.73). El crítico argentino sostiene, por el contrario, que "la
capacidad de teorizar es esencial al ser humano, por ser humano, y no específica de determinado sexo o
regiones geográfico-históricas." (ibíd.). Es así que, ya en el ámbito polémico de los estudios culturales, Mignolo
advierte del peligro que conlleva especificar como latinoamericanos a este tipo de estudios realizados desde
aquí.

El riesgo está en que puedan transformarse en un "token" cultural (Mignolo, 2002:5), una "marca" o "seña"
cultural que delata un localismo perjudicial y, por ello, una automarginación al tratar precisamente de lo
"marginal". De esta manera, Mignolo esboza unos escenarios posibles para la creación de programas o
departamentos de estudios culturales en América Latina en los que dichos estudios no sólo "no tienen por qué
definirse necesariamente como 'latinoamericanos' " (loc. cit. p.7), sino que tampoco "tienen por qué ser de
'estudios latinoamericanos'. Recordemos que los estudios 'latinoamericanos' son la consecuencia de los
estudios de áreas y en éstos América Latina y otros lugares del Tercer Mundo fueron el objeto de estudio,
mientras que las disciplinas que lo estudiaban estaban institucionalmente localizadas en el Primer Mundo"
(ibíd.). El reclamo está hecho: América Latina no tiene por qué estudiar únicamente a América Latina para tener
una voz "auténtica" en el ámbito geopolítico del conocimiento; ahí reside precisamente la persistencia de la
colonialidad del poder. La consigna se configura sola: "pensar el mundo a través de América Latina, al igual que
lo hacen los pensadores europeos o estadounidenses [la cursiva es nuestra]" (loc. cit., p.5).

Finalmente, sin dejar de contestar a las preguntas formuladas al finalizar el primer apartado de este trabajo,
diremos que el crítico que desee realizar una fidedigna transmisión de conocimientos o que pretenda
responsabilizarse de un acto de enunciación que no pervierta el sentido del fenómeno que observa para no ser
impostor y falaz deberá en principio preferir una explicación y descripción muy rigurosa del fenómeno, para lo
cual —si queremos tomar el reclamo de Cornejo Polar— deberá determinar muy bien cuáles son los
componentes históricos que lo constituyen y evitar así trabajos monográficos que "se proyectan sobre la
sociedad, mas no sobre la literatura" (loc. cit., p. 36) y que más incurren en un sociologismo vulgar. El riesgo
está en que tales reflexiones críticas, "más especulativas que teóricas, (...) intentan ligar sociedad y literatura
latinoamericanas como si ambos términos fueran unitarios y homogéneos (...). La tergiversación propia de estos
planteamientos suele no ser del todo inocente. [De ahí que] el recurso a la historia garantiza un mejor y más
sutil nivel de análisis." (ibíd.). Este sociologismo vulgar, producto de una sobreinterpretación que fue denunciada
ya hace más de tres décadas por Susan Sontag y llamada por Cesare Segre "crítica creativa" o "ficción crítica",
no hace sino poner en evidencia que si bien la interpretación es un derecho inalienable de todo individuo, no
toda interpretación es igualmente válida.

Más todavía —y en especial para el heterogéneo y multisemiótico ámbito latinoamericano—, Mignolo vuelve
riguroso el acto de enunciación del crítico al proponer para él una hermenéutica pluritópica que —a diferencia
de una monotípica, que no hace sino presuponer la construcción de nuestra propia tradición hegemónica donde
se sitúa el sujeto de la comprensión— presupone, más bien, no sólo el vaciado y la movilidad del centro de la
representación, sino también la movilidad del centro del acto de representar. En sus mismas palabras, Mignolo
señala que

"las interrelaciones de la semiosis colonial como una red de procesos que se desea comprender y el locus de
enunciación como una red de lugares desde donde se realiza la comprensión necesitan de una hermenéutica
diatópica o pluritópica que revele, al mismo tiempo, las tensiones entre —por un lado— la configuración
académica y disciplinaria y —por otro— la posición social, étnica y sexual del sujeto de la comprensión."
(Mignolo, 1992:23)

En otras palabras, el crítico no sólo debería ampliar su ámbito de comprensión para abordar producciones
semióticas —sean éstas orales, picto-ideográficas, textiles o alfabéticas—, sino también debería considerar los
condicionamientos propios del lugar desde el que enuncia: su etnia, su sexo, su clase social y la disciplina en la
que se inscribe, a fin de determinar hasta qué punto su práctica hermenéutica es válida.

Sin duda, la importancia de esta hermenéutica pluritópica es que sustenta bien a toda voz crítica que se base
en ella, precisamente porque evidencia las tensiones existentes entre el paradigma hermenéutico y el teórico: la
inscripción del sujeto "en un contexto social en el cual su etnia, su sexo o su clase social entra en conflicto con
las normas y convenciones [epistemológicas] del juego disciplinario" (20) (loc. cit. p. 20).

Han quedado varios aspectos en el tintero que contribuirían a completar ad infinitum este apartado final. Nos
referimos, por ejemplo, a los conflictos multiculturales que han surgido por la globalización y que entran
directamente a la revisión de la identidad de las naciones. Temática esta última que también se ha retomado
desde los estudios literarios coloniales en una relectura de textos considerados como "ancilares" y que ahora se
han vuelto "centrales": las crónicas, relaciones, cartas, etc. Relectura que trae muchos aspectos
complementarios al amplio tema que nos ha ocupado: por ejemplo, si nos preguntamos por el (los) aparato(s)
epistemológico(s) que se ha(n) utilizado para realizar tal relectura, que merecerían un trabajo de investigación y
confrontación aparte.

© Andrés López Velarde*, 2004

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