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LA BATALLA DE SALALA
Levantado el campamento de El Plumerillo durante el cruce del Ejército de los Andes
por la cordillera, una columna de patriotas partió con 60 hombres al mando del muy
joven Teniente Coronel argentino Juan Manuel Cabot, del 9 al 10 de enero de 1817.
A diferencia de la creencia que algunos publicistas han difundido sobre la presencia
exclusiva o mayoritaria de argentinos en el Ejército de los Andes, las fuerzas
patriotas se vieron reforzadas constantemente con elementos chilenos que, al paso,
engrosaban las filas de los que ya estaban presentes allí, en este caso con un grupo
de más de 80 milicianos que se unieron en la Provincia San Juan, muchos de ellos
chilenos exiliados. Otros locales se le sumarían ya en territorio de Chile.
La gran cantidad de voluntarios provenientes de la actual Región de Coquimbo, se
explica por la ferocidad que había tenido allí la arremetida de los españoles en la
Reconquista, tras la derrota de los patriotas en Rancagua. El comerciante francés
Julian Mellet testimonió algunos de estos abusos en La Serena, donde 33 extranjeros
(entre los que había incluso frailes americanos y españoles) y más de 600 personas
notables de la ciudad fueron trasladadas a Valparaíso y hechas prisioneras bajo
sospechas de colaborar con el adversario, algunas siendo relegadas al cautiverio en
el archipiélago de Juan Fernández. Los partidarios de la Independencia huyeron
hacia el interior, llegando muchos a territorio argentino para reclutarse en la causa
libertadora.
Las fuerzas de Cabot iban rumbo a la ciudad de La Serena, donde debían tomar los
puertos tras pasar por San Juan y luego Pismanta el 25, acampando por dos días
más. Era la razón por la que es conocida como Columna de Pismanta. Desde allí
partieron hacia el cruce del Valle de Los Patos, capturando pocos días después en la
cañada del mismo nombre una pequeña guardia realista, el 6 de febrero. Acamparon
por unos días más en Calingasta recibiendo en el trayecto al Capitán chileno Patricio
Zeballos y Egaña en la espera, agricultor y hombre de armas ovallino que figuraba
entre los fundadores de la heroica Legión Patriótica de voluntarios chilenos, con
quienes se incorporó a la columna, acompañado de José Joaquín Vicuña, natural de
La Serena que sería a futuro alcalde y diputado, además de fundador de la ciudad
que lleva su apellido en el Valle de Elqui.
El día 1o avanzaron hacia Sotaquí y el camino al Sur de La Serena, aprensando a los
informantes y agentes realistas. Los jefes hispanos de Coquimbo se enteraron de
arribo patriota por el comerciante español José Antonio Godomar, que había huido
de sus persecutores en Limarí. Así, los realistas partieron con 100 hombres en
dirección a Santiago ese mismo día, al mando del coronel Manuel Santa María y
Yáñez, concientes de que el territorio estaba siendo invadido y que su ciudadanía les
era hostil. Por desgracia para él, ya se había despachado un centenar de almas al
mando de Eugenio Hidalgo y de Zeballos para emboscarlos en el camino.
Las fuerzas del Ejército Unido Patriota se encontraron hacia el día 10 y 11 en el
pueblo de Barraza, en las márgenes del río Limarí, iniciándose de inmediato un
tiroteo con la guardia. Su caída fue importante, pues era por entonces uno de los
poblados más importantes de la región después de La Serena.
Patricio Zeballos, que era de Coquimbo y conocía la zona, decidió partir tras el
enemigo con sus compatriotas de la Legión Patriótica, a los que se sumaron varios
valientes habitantes de aquellas aldeas ovallinas. Puso marcha tras verificar que
Cabot, extrañamente, no tenía intenciones de salir a darles caza luego de acampar en
Monte Patria, a pesar de haberle ofrecido a sus legionarios para tal operación. Fue
sólo uno de varios comportamientos inexplicables que tuvo el jefe argentino.
En su arriesgada decisión, Zeballos levantó el campamento y marchó al poniente
luego de enviar unos observadores y sin esperar que se les uniera el resto de la
división, pues consideraba urgente atacar a los realistas ese mismo día en que se
hallaban a la altura de los llanos de Salala, tres leguas al Sur del pueblo de Salala y
cerca de la Quebrada de Socos, unos 100 kilómetros al Sur de La Serena.
Los españoles y los voluntarios realistas sumados a la fuerza de dragones, se
encontraban en un descanso y desayunando al momento en que llegaron los
chilenos. Los habían observado ya en horas de la madrugada del día 11, según parece,
pero atacándolos desde muy corta distancia en la mañana. La rápida emboscada los
sorprendió totalmente distraídos y aunque intentaron hacer un esfuerzo enorme
para presentar defensa, el resultado final de la batalla quedó decidido con velocidad,
obligando a Santa María a rendirse al ver las cargas de fuego prácticamente encima
de sus hombres. 40 hombres se entregaron, y cerca de 20 ó 30 alcanzaron a huir
hacia los cerros de la costa, abandonando armas y cargas en el camino. Sólo un
muerto y dos heridos habría tenido el bando patriota, según Barros Arana, mientras
que los realistas sumaban cerca de 43 entre muertos y heridos.
Zeballos regresó victorioso hasta Barraza, cargado de los pertrechos y armas
arrebatadas al enemigo, además de los prisioneros, entre los que estaba el propio
Coronel Santa María y su hijo Francisco Javier. Dos piezas de artillería, 80 fusiles,
16 cajas de municiones, 6 espadas, dos barriles de pólvora, cuatro fardos de vestuario
y 30 cargas de equipaje conformaban el valioso botín descrito por Barros Arana, que
crecería al ocupar La Serena y adicionar más material. Vicuña Mackenna agrega que
las cargas de equipaje sumaban 150. Los dos cañones y los estandartes y banderas
capturados en Salala hoy están en el Museo Histórico Militar de Santiago. Sin
embargo, ciertas leyendas comentadas por el investigador y escritor ovallino
Lincoyán Rojas, hablaban de baúles y cofres que quedaron ocultos en la zona,
cargados de riquezas de la gente adinerada que venía con los soldados españoles,
provocando que algunos cazadores de tesoros salgan tras la huella del mítico entierro
sin haberlo hallado jamás.
Los realistas intentaron vengar la victoria patriota de Salala emprendiéndolas contra
la población del Limarí simpatizante de la causa, pero Cabot envió desde Sotaquí al
Sargento Mayor chileno Diego Guzmán con 25 hombres, haciéndole frente a los
restos del enemigo allí apostado. Todos fueron recibidos con júbilo y festejos en La
Serena, el día 15, aunque veremos que la conducta de Cabot resultó avergonzante en
los días que siguieron.
Zeballos partió después a hostilizar a los realistas en Huasco, ocupando Vallenar.
Fue designado Comandante de Armas por Decreto Supremo de O'Higgins, en
reconocimiento a sus méritos y desempeños.
EL OLVIDO DE UNA GESTA
Horas después del Combate de Salala, entonces, tiene lugar el decisivo
enfrentamiento en que las fuerzas patriotas de San Martín derrotan a los realistas en
Chacabuco. Ésta es, quizás, la razón por la que lo sucedido en Socos de la mano de
Zeballos y sus legionarios, se ha visto tan dramáticamente eclipsado, al preferirse
encausar el discurso heroico de la Independencia concentrándolo en la justa
chacabucana y los protagonismos de los generales José de San Martín y Bernardo
O'Higgins. Como se recordará, además, la arremetida de este último y su 2ª División
al final del combate, puso en conflicto al chileno con el general mendocino, pues San
Martín sintió que prácticamente le había arrebatado de las manos el derecho a los
laureles de gloria por el triunfo en Chacabuco, aunque este malestar no lo reflejó en
los partes que envía al Director Supremo argentino Juan Martín de Pueyrredón tras
el combate.
La victoria de Chacabuco parecía ser decisiva para la Independencia de Chile hasta
que sobrevino el desastroso episodio de Cancha Rayada, esta vez por un error
garrafal de San Martín, ocasión en la que la sagacidad de su compatriota Juan
Gregorio de Las Heras prácticamente salvó a las fuerzas independentistas de ser
destruidas bajo el ataque español, permitiendo que la cruzada patriota volviese a
tener una oportunidad definitiva en Maipú, ese mismo año de 1818.
La epopeya, como se observa, no está descontextualizada con relación al episodio
ocurrido en la mañana de 11 de febrero de 1817, con la destrucción de las fuerzas
realistas de La Serena por el Capitán Zeballos, además de otras acciones militares
como la del Capitán Francisco Zelada en Copiapó, quien al partir desde La Rioja con
12 soldados de línea y cerca de 200 voluntarios dirigidos por el comandante
miliciano Nicolás Dávila (prácticamente todos ellos chilenos y muy mal
apertrechados, guiados por su compatriota Mateo Larraona) logra apoderarse del
Valle de Copiapó también casi en esos mismos momentos del triunfo de Chacabuco.
Si bien no fue decisiva para lo sucedido al día siguiente, Salala forma parte de la
misma obra y es un punto anotado en la misma y exacta causa patriota de aquellas
jornadas.
¿Cuál es, entonces, la razón por la que quedó prácticamente en el olvido la Batalla de
Salala, siendo que fue parte del mismo esfuerzo de liberación y más allá de la
eclipsante grandeza de Chacabuco?
Hay algún par de teorías que se han ofrecido para explicar la ignominia de los
historiadores tradicionales con lo ocurrido en Socos. Una de ellas es el centralismo a
veces enfermizo de la atención cronística de nuestro país, incluso para recordar
hechos de corte bélico. Sin embargo, una de las más controversiales supone que la
batalla tuvo también mucho de masacre, no perdonando ni a heridos ni a civiles, por
lo que habían sido más bien una mácula sangrienta en la lista de acciones militares
del Ejército Unido de Chile que los primeros historiadores de la República buscaron
guardar en detalles, mencionándola sólo a la pasada.
Parecida a la explicación anterior es la que supone que Salala se vio salpicada por los
excesos y las escandalosas irregularidades cometidas poco después por el Teniente
Coronel Cabot al llegar a La Serena, y que le valieron ser denunciado por
apropiaciones de bienes de la ciudad y por robos a la población, al remitir objetos
arrebatados a la ciudadanía como propios enviándolos a San Juan. En su desparpajo,
Cabot llegó a enviar el bastón de jefatura de Santa María como obsequio personal
para el gobernador de San Juan, don Ignacio La Rosa. Las protestas de la comunidad
provocaron que O'Higgins debiese solicitar al Gobernador de Cuyo, el 7 de abril, la
devolución "de gruesos cargamentos de varias especies que con escándalo y
deslustre de las armas argentinas ha saqueado de la provincia de Coquimbo el
comandante Juan Manuel Cabot".
Estas tropelías, finalmente, costaron el mando Cabot, siendo enviado de regreso a
Mendoza por San Martín al ceder a los reclamos y las presiones que ya venían
cuestionando el actuar del codicioso Cabot desde hacía tiempo, partiendo por su
negativa a apoyar la acción de los chilenos voluntarios en Salala, a pesar de que
biógrafos e historiadores argentinos hoy suelen concederle dadivosamente la victoria
de esa batalla en desmedro de Zeballos, su verdadero protagonista. Además,
polémicos ascensos que había otorgado por su cuenta a sus oficiales amigos en
Sotaquí, no fueron reconocidos por Chile ni por Buenos Aires. Desconcertado y algo
errático, tras participar en Maipú al año siguiente, Cabot comenzó a reducir su
compromiso militar hasta abandonar por completo el Ejército de las Provincias
Unidas, por cédula de retiro del 3 de mayo de 1819, tras lo cual se dedicó al comercio
en Santiago de Chile donde murió casi dos décadas después.
Otra idea es comentada por Lincoyán Rojas, quien considera que todo el desdén se
debe al interés por resaltar las figuras de San Martín y O'Higgins por sobre cualquier
otra en el proceso de la Independencia de Chile, observación a la que agregaríamos
el visible interés de algunos historiadores por hacer aparecer las últimas batallas
como un logro exclusivo de la intervención argentina sobre las victorias militares. La
escasa mención de Zeballos y de los legionarios voluntarios parece apoyar esta teoría.
La Batalla de Salala, en tal caso, venía a ser una amenaza a la estabilidad de este
discurso, al revelar el contexto nacional que tuvo Chacabuco con batallas paralelas
que permitieron liberar no sólo Santiago del yugo hispánico. Levantar la figura de
Patricio Zeballos y Egaña a su correspondiente lugar, entonces, complica el duopolio
de heroísmo que se ha procurado en el relato para los liderazgos de la lucha
independentista. De ahí que este obelisco junto a la carretera sea su único
monumento importante a la vista.
El historiador Julio Alemparte Robles fue más allá con esta última teoría, en su libro
"Carrera y Freire: fundadores de la República". Allí, interpretando estudios de su
colega Luis de Amesti, propone la polémica idea de que la Batalla de Chacabuco pudo
haber sido casi una puesta en escena que ya tenía previamente decidido el triunfo de
los patriotas, dadas las afinidades ideológicas entre San Martín y el jefe español
Rafael Maroto, contrarias al absolutismo de Fernando VII. El general argentino era
en esencia un político, como lo demostró después al "negociar" secretamente la
liberación del Perú asegurándose reconocimientos por encima de Lord Thomas
Cochrane, que prácticamente hizo todo lo relativo a movimientos militares y
desoyendo a su pasivo superior.
Los documentos estudiados por De Amesti sugerían que hubo un acuerdo previo
entre San Martín y Maroto para asegurarse pocos daños en Chacabuco y librar una
batalla de la que existen grandes vacíos y mala documentación. Una cita que
Francisco Frías hiciera en su "Historia de Chile. La República" del general Francisco
Díaz, parece arrojar las mismas incertidumbres y sospechas: "la documentación
sobre Chacabuco adolece de defectos capitales y hace pensar que alrededor de la
batalla hay compromisos y componendas que han obligado a algunos de sus
actores a ocultar la verdad".
Si acaso esto es como lo señala esta audaz interpretación de Chacabuco, es decir, un
evento "convenido" para acuñar a fuego el episodio de una batalla que asegurara la
Independencia, entonces esto acabaría ocultando en la memoria histórica una
batalla de menor envergadura y no concebida para exaltar los heroísmos, como fue
Salala.
La referencia de "este mismo sitio" es un poco engañosa, sin embargo. Se refiere sólo
en forma general al lugar, porque la batalla no se desplegó exactamente aquí, sino
que debió tener lugar en alguna zona de los llanos junto al sector de la quebrada. El
monolito no está en el punto preciso en que ocurrió aquello, dicho de otro modo.
Otra placa fue colocada por la Municipalidad de Ovalle para los visitantes, pero
también induciendo a errores pues se refiere al año de su última restauración y no al
de la inauguración, como podría creerse. Además, esta placa comparte
"generosamente" los méritos de Zeballos con sus superiores de la Logia Lautaro,
haciendo vista gorda a las tropelías de Cabot contra los bienes ciudadanos y a su
resistencia a haber apoyado esta acción bélica en particular:
"SAN MARTÍN, O'HIGGINS, CABOT Y CEBALLOS, CHILENOS Y ARGENTINOS HERMANOS
PARA SIEMPRE POR LA PAZ Y LA LIBERTAD.
OVALLE, FEBRERO 2000".