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Reconocimiento, política e historia en el “Fragmento preliminar al estudio del derecho”

Santiago J. Polop*

La trama en torno al lenguaje es de una densidad en la que la literalidad es, la más de las veces, una
violación de estilo. Siempre existirá, no obstante, la tensión en torno a lo no-dicho en el texto, a lo
no-interpretado, a lo que excede al propio autor, a la libertad del traductor. Quentin Skinner (2009)
propone un modo de acercamiento para acceder a una instancia más propia del texto respecto a los
significados posibles. En tal sentido, estima que el análisis de los enunciados en contraste y debate
con el contexto lingüístico posibilita acceder a alguno de estos significados. En esta clave de lectura,
se sugiere aquí un abordaje a lo que Juan Bautista Alberdi escribe en 1837, y que aparece como una
de las expresiones más acabadas del tipo de lectura historicista de la filosofía del derecho en los
reductos que se abrían al promediar el siglo XIX. Obviamente, no es casualidad.

Alberdi escribe este texto con 27 años. Luego, lo negará, no en el sentido de no admitir su escritura,
sino de tener que prácticamente “abjurar” de él. ¿Tiene que hacerlo? Su lectura de la historia, dice
Feinmann1, lo llevará por el camino de la negación de su primer héroe, Rosas, hasta convertirlo en
Tirano. Ironías de la dialéctica de la historia, pero también la tragedia de un desencuentro.
Alberdi desarrolla una filosofía del derecho, mediada, heredada, como toda filosofía. En su caso, hay
una clara opción sustitutiva del paradigma liberal-contractualista por otro liberal-historicista. Así
como Moreno resaltaba la figura de Rousseau y del contractualismo moderno y Rivadavia el
legalismo normativista de mismo cuño, Alberdi expresa en su escritura la herencia del historicismo
alemán (Herder, Savigny, Hegel) vía francesa (Lerminier, Cousin). Lo trascendental de este pasaje,
del suyo, es que Alberdi reniega de las pretensiones iluministas de la generación de Mayo y de la
“revolución” legalista de la Constitución de 1826, por entender que estos pretenden imponer su
razón a la realidad, cuando su formación historicista le indica que debe leer “…el devenir racional
en lo real y obra [r] en consecuencia”2.
La legalidad de la historia no se dirime en las ideas, sino que se absorbe en el lenguaje que circula y
da sentido al devenir. En la tradición de Cicerón y Vico, entiende que la propia ley es un escoger y
recoger de la trama significante de la historia de un pueblo, no como iluminación abstracta3. La
crítica en relación a las lecturas que los procesos políticos locales hicieron de las herencias modernas
debe ser transitada con la intención de hallar las concepciones del mundo que subyacían bajo los
hechos y las ideas que los exceden, que los desbordan. La disputa por el sentido común en torno al
sujeto, el objeto, el orden y la organización tendría aquí también representantes de concepciones
del mundo claramente antagónicas, como los eran sus actos políticos.
Horacio González escribía recientemente en relación a la construcción del hábito que habita en el
lenguaje, que “todo pensar guarda un componente mítico oculto, y sobre, o contra, o detrás de ese

* Doctor en Ciencia Política. Docente en Filosofía del Derecho, Dpto. de Filosofía. Facultad de Ciencias Humanas,
Universidad Nacional de Río Cuarto.
1 José Pablo Feinmann; Filosofía y Nación. Estudios sobre el pensamiento argentino. Buenos Aires: Booket, 2012
2 Ibíd. p. 82
3 Alberdi, Juan Bautista; Fragmento preliminar al estudio del derecho. Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1998. Pp. 54
componente pensamos un tejido de relaciones”. Cuando ese tejido de relaciones es
deliberadamente descarnado, obliterado y que, al modo positivista, pretende ser expresado de
modo suficiente, González entiende que subyace una intentona en contra de las vías expresivas
sustantivas que hacen a la identidad diferencial de un colectivo. Es en la leyenda, en definitiva, en
donde habita la ley, la memoria dormida que se cristaliza en sus formas institucionales (la
Constitución, las leyes). Al respecto, “la palabra “ley” se emparienta con “recoger, cosechar” pero
con el tiempo fue asociada a “leer”. Vico retoma la gran ascendencia del concepto de leyenda,
donde están sumergidos los vocablos, ya vimos, y los retoma el joven Alberdi en su “Fragmento
preliminar al Estudio del Derecho”. La ley es cosecha, lectura y leyenda”4.
La de Alberdi es una diatriba clara a la insensiblidad de la razón iluminista y a la negación de lo
político que ella supone. Lo político estaba representado por el materialismo de Rosas, por su
empirismo, que no era sólo tal, sino que estaba mediado por una profunda articulación respecto a
su concepción de la nación y del modo –político, en la praxis social de la historia5- de organizarla
como sujeto político. Alberdi va a resaltar, en este texto, el carácter político del derecho y de la
necesidad6 de que así lo sea, porque en este carácter político del ser se devela su ser histórico, del
cual el derecho no puede ser sino un epifenómeno. Cualquier otro camino, en particular el del
contractualismo, es una representación falsa e insuficiente de lo que acontece entre el ser y el
devenir de la historia. Será, de hecho, una “antipolítica” la del contractualismo, por negar
justamente el devenir y pretender capturar un materialismo puro en la naturaleza humana7. Así no
puede aprenderse política, continúa el autor, porque esta es movimiento, se acompasa al ser de la
historia que está aconteciendo y que hay que saber interpretar, no performar desde el legalismo.
No por nada Alberdi hace una afirmación propia del “derecho vivo”8: “…saber leyes no es, pues,
saber derecho”9.
Esta daga al corazón del legalismo leguleyo de la formación jurídica no es conocida en el medio
académico. Es parte, todo el texto, de un olvido consciente para la formación de los juristas. Su texto
más conocido, las “Bases y puntos de partida para la organización política de la República
Argentina”, de las que se tomarán criterios para la Constitución Nacional de 1853, sería incluso
negado por el propio autor años después, por haber hecho aquello que en el texto de 1837
celebraba de Rosas: desestimar los criterios legalistas como razón suficiente de la formación de la
Nación.
Lo que se desarrolla en el “Fragmento…” es una filosofía del derecho. Y está desenvuelta en los
términos de la comprensión historicista de la historia, la del idealismo absoluto, renegando

4 González, Horacio; “Leyenda e historia”, Página 12, 21/09/2014


5 Tal vez habría que pensar en Rosas como un precursor inconsciente de la filosofía de la praxis de Marx, en tanto tenía
muy en clara que la lectura de la realidad estaba mediada por la teoría, y la teoría nada era sino una pura praxis.
6 “…todas las leyes deben ser imperfectas a su vez, y que es necesario cambiarlas”. Alberdi, Ibíd. p. 55; cursivas del

original
7 Ibíd. p. 37
8 Concepto tomado de E. Erlich, quien a inicios del siglo XX desarrolla una escuela de pensamiento que vincula la

legalidad a la interdicción dialéctica. Lógicamente, tiene una raigambre en la crítica marxista de la juridicidad burguesa.
De todos modos, el propio Alberdi ya afirmaba que “El derecho es una cosa viva, positiva, no una abstracción, un
pensamiento, una escritura”. Ibíd. Alberdi, p. 38. Recoger y cosechar. La lectura abstracta, indiferente, es un insulto al
derecho, a la historia, al pueblo.
9 Ibíd. p. 13
obviamente de su pretensión “absolutista” en el sentido dogmático. De lo que refiere este idealismo
es del carácter racional de la historia, de la necesariedad de su lectura como fundamento de
totalidad, holístico, pero no en tanto sobredeterminación de un esencialismo en el ser, sino externo
e interno a su vez. Dialéctico. Las influencias de Alberdi son marcadamente francesas. Hegel es,
incluso, una referencia marginal. Sin embargo, a través de la lectura de Lerminier, Alberdi está
leyendo a Savigny, quien toma y comparte con Hegel su profunda concepción de la historia. Como
fuere, la filosofía en Alberdi es profundamente epocal. Tiene que ver con su tiempo histórico, que
es el de la filosofía historicista e idealista alemana. Esta se nutre de la Fenomenología del Espíritu, y
ya la comprensión de la dialéctica en la historia se constituirá como hito fundante del acontecer
filosófico que la Europa colonial exporta al mundo. Feinmann es categórico al respecto: el
contractualismo le había permitido la individuación y la igualación formal. Era tiempo de la
universalización del proyecto burgués. Hegel pensó la forma más acabada de sistematizar el
proyecto de dominación bajo la estructura del Estado10. Alberdi da la forma local a este pensamiento
universal (europeo, claro).
La forma jurídica es, claramente, un recurso fundamental. Pero no fundamento. Es el elemento del
ser histórico lo que fundamenta la comunidad ética. Y es Rosas quien representa a la comunidad
ética. Aquí hay una cuestión que destacar. Si Hegel da forma acabada a la noción universal de la
burguesía, ¿qué papel juega el que Rosas pueda ser la Aufhebung de la masa criolla y el ala
“nacionalista” de la burguesía local? Rosas, en el devenir de la historia, es el intérprete necesario, el
sabio lector de la realidad ética de la nación. Sólo él es capaz de unificar lo que está disperso, porque
representa lo que emerge del espíritu del pueblo, y no es un ajeno entre pares. Rosas cumple en
igualar lo diferente sin que pierdan sus diferencias en el proceso. Aún siendo una figura tan polémica
–por otro lado, qué figura histórica no está disputada por la polémica- Rosas ubica en sí el punto
político-normativo de la síntesis histórica que necesita la nación argentina.
Alberdi está leyendo su tiempo, el de Rosas, señalando esas lecturas “de las que es culpable” al
hacerlo. Su “uso” de los conceptos son los del tiempo histórico moderno, historicista y universalista,
sistemática orgánica del romanticismo alemán. Por ello su idea de libertad, que por hegeliana se
aprehende desde el pensamiento que se identifica con la realidad, no puede ser sino una afirmación
de su carácter holístico, en tanto la única libertad es la de la razón, que debe ser desenvuelta en
todas sus formas: “Tener libertad política y no artística, filosófica, industrial, es tener libres los
brazos y la cabeza encadenada”11. El hegelianismo de su idea se materializa aún más en le escisión
que plantea entre la independencia material “que han conseguido nuestros padres” y la
necesariedad de conquistar una civilización propia a través del pensamiento, lo cual implicaba
alcanzar la mayoría de edad si se podía pensar en términos universales. Alberdi confía en la fuerza
del pensamiento para alcanzar la libertad plena, ahora que han conseguido la libertad ganada por
la espada. Son las etapas dialécticas, de lo abstracto a lo concreto. Los héroes, afirma, “saldrán del
seno de la filosofía”, pero el filósofo lector de la historia, en ésta clave de lectura, que “no sólo lee”.
Pero ojo. Alberdi no es otro Moreno. No cree que la organización, el orden de la libertad, pueda
alcanzarse con el establecimiento de un código normativo dado por los filósofos. La soberanía, la

10 Cf Feinmann, 2012 Ibíd. P. 111-142


11 Alberdi, Ibíd. p. 23
plenitud de este concepto, sólo puede adquirirse con el pueblo y con la inteligencia del pueblo, en
tanto este pueda desarrollar esta inteligencia. Y el único modo de hacerlo es a través de la libertad.
Inteligencia y libertad son, de hecho, correlativas: “la libertad es la inteligencia misma”. En este
devenir de la libertad y la inteligencia, el pueblo se realiza, se reconoce como sujeto de la (su)
historia: “De modo que la forma de gobierno es una cosa normal, un resultado fatal de la respectiva
situación moral e intelectual de un pueblo; y nada tiene de arbitraria y discrecional: puesto que no
está en que un pueblo diga "quiero ser república", sino que es menester que sea capaz de serlo”12.
Un resultado fatal…una realización que se desarrolla por la propia historia de los pueblos, parte de
una “lógica admirable”.
Hay así una clara idea de movimiento y de reconocimiento en Alberdi. Hay en ello una idea del locus
de la historia y de la libertad, que es la libertad/liberación del pueblo. Es un acto del pensamiento,
pero es político porque es emancipatorio, y ello se juega en el terreno lo que acontece: “La
emancipación de la plebe es la emancipación del género humano, porque la plebe es la humanidad;
como ella, es la nación. Todo el porvenir es de la plebe”13. Hay que volver a decirlo, “como ella, es
la nación”. Evidentemente, estamos ante una lectura de la realidad nacional que no había tenido
estos antecedentes de conceptualización, salvo, justamente, en Rosas. Su punto de mayor
proximidad. Por ello dirá más adelante: “El Sr. Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota
que duerme sobre bayonetas…Descansa en el corazón del pueblo, que no es la clase pensadora ni
propietaria únicamente, sino también la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe”14. Rosas es
para Alberdi el espíritu absoluto, como Napoleón lo fue para Hegel. Es el gran hombre, el tirano si
se quiere, necesario para la historia.
Pero atendamos a que Rosas no duerme sobre bayonetas. Es decir, no retiene el poder por fuerza
de las armas. No es una dictadura simplona, de elites. Hay mucho más. Hay en Rosas un sustrato,
una fuerza ajena a la violencia de las armas, que es la de representar la nación, porque representa
a la plebe. Y ni tan siquiera eso, porque incluye, además, a la clase pensadora (la suya) y la
propietaria. Es decir, es la suma de las voluntades disgregadas en el universo burgués de la sociedad
civil, es la emergencia de la universalidad en su ser, necesario, para ser luego superado, como debía
serlo Napoleón.
¿Cómo podría Alberdi, en esta etapa de su pensamiento, imaginarse por fuera de este movimiento?
Como él mismo dirá, las revoluciones son materiales y morales, y la dialéctica de este proceso se
desenvuelve en el pueblo, no lejos de él. De allí la necesidad de ser él, de comprender que su
movimiento es el de la historia, que no puede ni debe ser contrariado. Hay que proceder en arreglo
a las respuestas del pueblo. ¿Cómo estar en contra de Rosas entonces? Ni que pensarlo (todavía), si
este sabía articular en sí mismo ese ser histórico-nacional. Él, Rosas, era en todo caso el camino
hacia la adquisición de la plenitud de las libertades materiales y formales. Pero no sobre ni sin él,
porque sería imaginarse en ese vanguardismo moreniano o rivadaviano que el pueblo había
despreciado (ni Moreno ni Rivadavia entendieron jamás que eran ellos los despreciados, no al
revés). Alberdi, como mucho después Gramsci, entendió que el camino de cualquier transformación

12 Ibíd. p 25
13 Ibíd. p 41
14 Ibíd. p 37-38
estaba en la disputa por la construcción a la par del sentido común del pueblo: “Respetemos su
inocente ignorancia –la del pueblo- y partamos con ella nuestra odiosa superioridad mental”15.
Alberdi debate contra el espíritu de Mayo y de Rivadavia. La política es quien debe comprender la
historia, su sistemática en el pueblo, para poder ser representativa. Por ello Alberdi retomaría ese
viejo adagio griego y latín “Nosce te ipsum”, porque el conocer el pueblo es conocer su movimiento
como organismo. De allí la referencia primero de la filosofía al hombre, y luego de la política al
pueblo. No es, claro está, un modo unidireccional, sino reflejo, especular, de reconocimiento mutuo,
porque la política es la comprensión de su época y la extensión de lo comprendido, como dice
Jouffroy, retomado por Alberdi. Esa razón que está y que es el pueblo es la que constituye la
voluntad del pueblo. No es la ley la que constituye esa voluntad, no puede serlo, no puede
anticiparse a él, porque éste no lo admite, la extraña inmediatamente (por eso el “Restaurador de
las leyes” tiene otra consideración, porque retoma las leyes éticas de la comunidad), la enajena de
su ser, porque no es su razón. La única razón de esa voluntad está en su devenir, que no puede ser
captado de modo a priori: “Los pueblos, como los hombres, no tienen alas, hacen sus jornadas a
pie…”16. El barro de la historia cubre los zapatos del pueblo. Sólo allí está su verdad, su hipótesis y
concreción de la existencia. No hay vuelo por encima del pueblo, este no lo permite, y si existe no
es el suyo, es de los que transitan al margen de la historia, o creen estarlo.

Reconocimiento: lo político y el derecho


El hecho del derecho es de tal modo que no admite su anticipaciónpor leyes que “promuevan” los
rasgos éticos de una nación. El búho de Minerva levanta vuelo al atardecer, y en su pico también
lleva anudada la Constitución. La historia, el devenir de la historia, encuentra en Rosas su figura
clave para la Nación Argentina. Alberdi comprendía que Rosas intuía “…las verdades del espíritu
americano, nuestras leyes, nuestra filosofía…Tiene un poder gigante, porque es altamente
representativo, y representa al pueblo y éste lo aprueba” (Alberdi)
Rosas, pace Laclau17, articula en sí un universo disperso de demandas, porque esas demandas
estaban allí, siendo, pero recurrentemente desavenidas. Y eran, particularmente, las demandas de
la población históricamente ocluidas por las vanguardias intelectuales y por las oligarquías
propietarias. Rosas no deja el elemento “burgués” de lado, eso es claro, pero comprende que la
soberbia intelectual del iluminismo tiene un déficit profundo para intentar captar algo así como el
ser nacional y darle unidad. Alberdi observa en el “Restaurador de las leyes” esta tarea. Restaura lo
que estaba perimido, obliterado; no como modo conservador, sino como representante real de la
historia que es la que determina las leyes, que no son precisamente las que están codificadas a
priori. Y el pueblo, sabedor de sus penurias, reconoce ese poder y esa capacidad en Rosas. Alberdi
observa hegelianamente este hecho: “Ya el pueblo no quiere lisonjas, ya no se deja engañar: ha
dejado de ser sonso. El conoce bien a sus verdaderos servidores y los respeta en silencio”18. Los
pueblos reconocen al poder que a ellos ha reconocido, y en ese acto dialéctico de reconocimiento
emerge un sujeto político, y con ello una nueva etapa de la historia.

15 Ibíd. p 42
16 Ibíd. p 39
17 Laclau, Ernesto. La Razón Populista. Buenos Aires, FCE: 2013
18 Ibíd. Alberdi, p. 34
No es menor, ni debería ser tomado por tal, el hecho del reconocimiento rosista. Alberdi así lo
vislumbró, porque con en ese sujeto político que emerge, emergen a la par su habilitación al
ejercicio de derechos políticos. Hay una construcción “localista”, autóctona y original del caudillo,
del sujeto político y del derecho. Que tiene en su particular retorno a lo nacional, a “lo propio”, la
clave de su papel en la historia. El retorno a “lo restaurado” tiene que ver con el lenguaje, como
sugeríamos desde el inicio. Y tampoco es menor. Si el lenguaje es “la casa del ser”, la lengua
argentina, para emanciparse, debía retomar la formación conceptual del pueblo, porque en él
estaba la verdad relativa a la nación. Rosas expresaba un rechazo a los conceptos extranjeros que
es destacado por Alberdi, en tanto allí se disponía ya un modo colonial de comprender el mundo.
De tal modo, la ruptura con lo colonial no es sólo la emancipación política, “El pueblo es legislador
no sólo de lo justo, sino también de lo bello, de lo verdadero, de lo conveniente”19. La formación de
conceptos, el trabajo de traducción, quién/qué dice lo que hay que decir, no puede sino remitir al
pueblo, a la búsqueda de los sentidos que transitan en los ámbitos no colonizados. Otra
reminiscencia (nuestra, claro), del gramsci en Alberdi, o al revés.
El soberano, de tal modo, no puede hablar otro idioma que no sea el del pueblo. ¿Y cómo iba a ser
soberano Moreno hablando a las elites intelectuales, o Rivadavia y la organización jurídica que
antepone la palabra de la ley –extranjera- a la propia? “El pueblo fija la lengua como fija la ley […]
ser soberano, es no recibir su lengua sino de sí propio, como en política es no recibir leyes sino de
sí propio”20.
Observemos que la legislación de lo justo, lo verdadero, la determinación de la ley…todo transcurre
en el ámbito del pueblo, de su vida, de su devenir. Hay que ir hacia él, en el nivel de la conciencia
filosófica de Hegel, dejando que la realidad hable. La comprensión del derecho, como tal, es
claramente una afirmación historicista remitida a la legalidad interna del pueblo. El derecho como
movimiento, porque es historia. Hay aquí una crítica velada al jusnaturalismo y al formalismo
kantiano, y una opción por la concreción del derecho como una dialéctica histórica-política-
filosófica.
Vuelto a decir: el soberano es el pueblo. Pero la comprensión de ese pueblo difiere radicalmente
del soberano de Rousseau, porque éste se hace tal sólo en la medida en que es realizado por otro,
por el Estado, por Rosas en nuestro caso. Pero es aquél como comunidad ética quien determina el
devenir. Y en tanto devenir, en tanto movimiento continuo (porque asumiremos la posición de que
no hay ninguna clausura en Hegel, en el Espíritu Absoluto), la afirmación de lo legislado sólo puede
tenerse por válido en esa dialéctica referencial a la comunidad ética. Las ideas, dice Alberdi en este
sentido, nunca son sobradamente generales, es decir, nunca son “absolutamente” generales, “…de
ahí la necesidad de una movilidad indefinida en la legislación”21. Palabras para cualquier tiempo…
La legislación, para Alberdi, es una cuestión filosófica, en absoluto estrictamente jurídica. Es una
opción falsa y reduccionista la determinación a priori de la codificación. El derecho es un asunto
filosófico porque la unidad filosófica procura la unidad moral, artística, industrial, que hacen a la
unidad social, base para escribir nuestra legislación22.

19 Ibíd. p 46
20 Ídem
21 Ibíd. p 55
22 Cf. Ibíd. p 56
Lo que está afirmando Alberdi, para el espanto de las escuelas de derecho de aquella y de nuestra
época, es que el derecho no puede ser visto como una técnica legislativa, ni una formalización
abstracta, sino como un trabajo filosófico de traducción, dialéctico y recursivo. La reconstrucción
interna y externa del derecho es un elemento a desentrañar porque es parte de una estructura y
comprensión holística del ser, que es el pueblo, y no puede ser hecho sino como parte de una
apertura a su palabra, al caminar a su paso y a su lado. El código no es nada más que vacío sin la
ética comunitaria, por lo que Alberdi –con Savigny- entiende que la inteligencia de los principios del
derecho (así como la conciencia filosófica de Hegel) pasa por la percepción de sus consecuencias. El
camino que inicia la intelección de los principios es político, no jurídico (en su comprensión
reduccionista). Es la política [como ciencia histórica] la iniciadora de los códigos, no los abogados23.
La ley, el derecho, tiene su razón de ser en tanto es efecto de la eticidad concreta, que se halla en
la historia. Alberdi comprende en su texto que sólo una figura política de Estado puede ofrecer
representar el lazo ético y permanente ante la contingencia peligrosa de la sociedad civil librada a
su propia suerte. Es la misma figuración que Hegel desarrolla en su Filosofía del Derecho, y que
Alberdi opone al iluminismo contractualista por las mismas razones que el filósofo de Jena: porque
el contrato no puede ser trasladado irreflexivamente a todos los ámbitos de la vida en comunidad;
porque la realidad sólo está en el todo, no en la suma de las partes, por lo que la comunidad debe
retornar a sí misma para realizarse; porque la política no puede estar supeditada a la economía y,
particularmente, que el Estado (como sujeto político) no puede tener –por su lugar en la historia y
en su realización- un status meramente jurídico.

23 Cf. Ibíd. p 58

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