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UN TESTIMONIO PERSONAL Hechos 20:13-27

El grupo de Pablo embarcó en Asón, y él dispuso encontrarse con ellos allí, prefiriendo hacer el viaje por tierra, que
era sólo de unos pocos kilómetros. Quizá quería tener un tiempo de quieta meditación por el camino, o para poder
gozar de alguna oportunidad adicional de predicar el Evangelio. Un verdadero cristiano puede gozar de la presencia
de Dios en el camino lo mismo que en cualquier otro lugar. Se dice de un cierto hombre de Dios que solía andar por
el camino con el sombrero quitado, tan consciente estaba de la presencia del Señor. Pablo mantuvo fielmente su
cita, como debiera hacerlo toda persona honorable (v. 14). Los hay que siempre se las arreglan para llegar tarde. Si
no pueden ser notables de una manera, lo serán de la otra. El que es fiel en lo más pequeño será honrado en lo más.
Para ganar tiempo, dejó Éfeso de lado y se detuvo en Mileto, desde donde Pablo mandó llamar a los ancianos de
Éfeso, para poder darles su último mensaje de despedida. Sus palabras a ellos tomaron la forma de un testimonio
personal. No era egotismo lo que le movió al apóstol a darles esta perfecta imagen de su propio carácter espiritual
como siervo de Cristo. Nos sentimos profundamente agradecidos a él por ello, por cuanto nos da una verdadera
imagen de cómo debiera ser todo verdadero siervo del Señor Jesucristo.
Observémoslo cuidadosamente.
I. Era humilde. «Sirviendo al Señor con toda humildad» (v. 19). No hay lugar para el orgullo ni para la egoísta jactancia
allí donde rige el Espíritu de Aquel que era «manso y humilde de corazón». El Señor nunca puede ser servido de
ninguna otra forma que «con toda humildad». El quebrantamiento de espíritu es una condición esencial incluso para
la comunión con Él, y no puede haber ningún verdadero servicio para Él fuera de comunión con el Espíritu Santo. Su
humildad se ve también en su disposición a trabajar con sus manos para sustentarse a sí mismo y a los que estaban
con él (v. 34). Él no se avergonzaba de llamarse a sí mismo «el más pequeño de los apóstoles», ni de declarar que
«por la gracia de Dios soy lo que soy».
II. Era compasivo. Él sirvió al Señor «con muchas lágrimas, y pruebas» (v. 19). No cesó «de amonestar con lágrimas
a cada uno» (v. 31). El ministerio de Pablo no era una actividad fría, formal, calculada. Sus palabras estaban
humedecidas con el rocío del corazón del amor y de la ternura divinos. Muchos predicadores emplean las palabras:
«Os lo digo»; ¡pero cuán pocos pueden añadir, «llorando»! (Fil. 3:18). Igual podríamos lanzarle piedras a la gente que
palabras de sabiduría sin corazón. La verdad tiene que ser dicha con amor. El hombre que no pueda llorar por los
enemigos de la Cruz de Cristo no alcanza a dar plena prueba de su ministerio. Podemos llorar por nuestros propios
dolores y pérdidas, y si los intereses de Jesucristo nos fueran igual de reales, también lloraríamos por los de Él. Siervo
de Dios, ¿es recto tu corazón?
III. Él era fiel. «No me retraje de anunciaros nada que fuese útil», etc. (vv. 20-21). Enseñaba de casa en casa, tanto
a judíos como a griegos, predicando el arrepentimiento para con Dios, y fe para con nuestro Señor Jesucristo, y no
rehuía declarar todo el consejo de Dios (v. 27). Pablo no tenía teorías humanas que defender, sino que tenía una
revelación de Dios que declarar. Es muy de lamentar que una de las más destacables doctrinas de este gran apóstol,
el arrepentimiento para con Dios, haya casi desaparecido del sermón moderno. La búsqueda de la popularidad y la
alabanza de parte de los hombres, en lugar de declarar todo el consejo de Dios, es traición contra Cristo, y un tropiezo
para las almas de los hombres. Solamente los fieles recibirán recompensa (Lc. 19:17).
IV. Era sumiso. «Encadenado en el espíritu, voy a Jerusalén… pero de ninguna cosa hago caso» (vv. 22-24). Aunque
Pablo tenía el testimonio del Espíritu Santo «por todas las ciudades… diciéndome que me esperan cadenas y
tribulaciones», su corazón no se escandalizaba ante esta penosa providencia. No se ofendía por nada que fuera tocado
por el dedo de Dios. Creía que todas las cosas cooperan para bien para los que aman a Dios (Ro. 8:28). Las «cadenas
y tribulaciones» no son en sí mismas una evidencia de que hayamos errado, y que por ello las necesitemos como
castigo; a menudo son condiciones necesarias para la disciplina del alma, para una más profunda y progresiva
experiencia en las cosas de Dios. Los sufrimientos de nuestro Señor no fueron correctivos en ninguno de los sentidos,
pero sirvieron, en una manera, como fondo para la manifestación de su glorioso carácter.
V. Era devoto. «Ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera… para dar solemne testimonio
del evangelio de la gracia de Dios» (v. 24). Proclamar el Evangelio de la gracia de Dios era para Pablo algo más valioso
que su propia vida. Hacer la voluntad de su Redentor y Señor era su comida y bebida. Él podía decir: «Para mí, vivir
es Cristo». El Evangelio nunca es predicado como debiera serlo, a no ser que lo sea por aquellos más deseosos de
glorificar a Dios que a sí mismos. El que busca «grandes cosas para sí» está moralmente incapacitado para el servicio
de Cristo. Si alguno quiere venir en pos de MI, niéguese a sí mismo.
VI. Era valeroso. «No he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios» (v. 27). Ningún «temor al hombre» podía
silenciar la lengua de este fiel testigo. Le había sido revelado un Evangelio completo, y estaba decidido, a toda costa,
de que ninguno de sus rayos de luz se viera ocultado en su resplandor a través de él. El perfecto amor del que estaba
lleno el corazón de Pablo echaba fuera todo temor. Amaba al Señor Jesucristo y las almas de los hombres con
demasiada intensidad para retener nada que fuera provechoso (v. 20). Es una caridad mezquina y falsa la que rehúye
declarar todo el consejo de Dios.

1. SIRVIENDO AL SEÑOR Hechos 20:19


1. A QUIÉN SERVÍA ÉL: «Al Señor». 1. Como su Salvador. 2. Como su Amo. 3. Como su Dios.
2. CÓMO SERVÍA:
1. Con humildad (Mt. 20:28). 2. Con lágrimas (2 Co. 2:4). 3. Con tentaciones (1 P. 1:6; 2 Co. 11:24-27).

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