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2.

La adolescencia:
Aportaciones a la metapsicología y psicopatología 1
Asbed Aryan

Introducción

Es una idea bastante difundida que el análisis durante la adolescencia requiere


modificaciones de encuadre y un enfoque diferente, lo que muchas veces lleva a la idea de
que entonces ya .no es análisis, tantas concesiones hay que hacer. Así, se considera a los
adolescentes no estrictamente analizables, y en consecuencia surgen propuestas
alternativas, tales como psicoterapias con comprensión psicoanalítica, psicoterapias
incompletas hasta que sean adultos, etcétera.
Si bien Freud consideraba que los niños no eran analizables, porque, entre otras
cosas, no asocian libremente, hoy a nadie preocuparía tal cuestión, es más, si asociaran
solamente, pensaríamos en una inhibición del juego. El juego, como la transferencia, de
obstáculo pasó a ser instrumento, y actualmente incluimos juguetes desde el principio, sin
pensar que estamos haciendo concesiones.
En los adolescentes, el equivalente del juego es su manera de ser, vestir, saludar, discutir,
oponerse, controlar, racionalizar, sobornar, chantajear, boicotear, faltar a sesiones,
apasionarse por pequeñas y grandes cosas. Este modo de ser no debería considerarse un
cúmulo de resistencias que los hace inanalizables, sino el modo natural de expresarse en
esta etapa de vida.
Muy pocos adolescentes concurren al análisis con conciencia de enfermedad, y
dispuestos a analizarse. La actitud de esa minoría se debe a alguna feliz experiencia
terapéutica en la infancia, o a la influencia directa o indirecta de algún adulto significativo
que, auténticamente, valoriza el método analítico, y a quien el adolescente idealiza y quiere
parecerse.
Pero la gran mayoría lo hace de una manera reticente, desconfiada e impaciente, obligada
por las circunstancias, presionada por el medio ambiente inmediato y/o por intensos
sufrimientos como ansiedad, insatisfacción, depresión, culpa persecutoria y desesperanza
por fracasos de distinto orden. La desconfianza e impaciencia son absolutamente
1
Presentado en la reunión científica de APdeBA, el 25 de junio de 1985. Publicado en Psicoanalisis -vol.VII-
n° 3 – 1985.
explicables, son la expresión de su mundo interno, de su realidad psíquica, y comprenderla
en su dimensión teórico-clínica indica una modalidad de abordaje.
M. Klein dice: "la diferencia entre nuestros métodos de análisis [de niños] y el
análisis del adulto es puramente de técnica y no de principios (...) Por lo tanto, no
solamente nos ajustamos a las mismas normas del método analítico para adultos, sino que
llegamos también a los mismos resultados. La única diferencia reside en que adaptamos sus
procedimientos a la mente del niño". (Los subrayados son míos) (7a, pág. 34).
A mi modo de entender, esta afirmación es perfectamente extensible al análisis en la
adolescencia, razón por la cual pienso que, parafraseando a M. Klein, el estudio de la mente
del adolescente nos puede indicar el camino adecuado para la adaptación de los
procedimientos.
Cuando se piensa en el análisis de la adolescencia, las posiciones aparecen
claramente polarizadas porque, por un lado, existen distintos esquemas referenciales
teóricos; por otro lado, se manejan enfoques acerca de cómo comprender y qué hacer con la
transferencia, que no se adecúan a la edad en estudio y, finalmente, son diferentes las
expectativas que se tienen en relación con las metas a conseguir.
En este trabajo, el primero de una serie de dos, mi interés es delimitar los objetivos
fundamentales del análisis en la adolescencia, basados en una comprensión
metapsicológica.
En el segundo, sugerir algunos puntos de vista técnicos vinculados a este enfoque, y
presentaré un material clínico como ilustración.

Metapsicología y psicopatología

Hay una vasta literatura que se ha ocupado de la psicología y de la psicopatología de


la adolescencia. No es mi propósito hacer una revisión bibliográfica exhaustiva, sino
referirme a los autores que han influido de un modo decisivo en mi forma de pensar la
adolescencia, y continúan estimulándome. Estoy seguro de que también estarán presentes
otros autores, pacientes, supervisores, supervisados y mi análisis personal.
Las investigaciones psicoanalíticas de la adolescencia se basan, sin excepción, en
las tres premisas fundamentales que introdujera Freud en la metamorfosis de la pubertad en
su Tres ensayos...: a) la subordinación de la pregenitalidad a la genitalidad; b) el
establecimiento de nuevos objetivos sexuales heterosexuales; y c) la consolidación de la
exogamia.
Así es como con el descubrimiento de la sexualidad infantil, la adolescencia pasó a
ser considerada como una etapa de transformación final, o como un puente obligado entre
la sexualidad polimorfa y perversa infantil, y la sexualidad adulta, centrada en la
genitalidad.
En las cuatro o cinco décadas posteriores, los estudios específicamente centrados en
la adolescencia los debemos a la escuela vienesa, algunos de cuyos integrantes emigraron a
Inglaterra, como Anna Freud y sus discípulos, y otros a Estados Unidos, como A. Aichorn,
S. Bernfeid, E. Erikson, H. Deutsch, E. Jacobson y P. Blos, entre muchos. Todos ellos se
basaron fundamentalmente en la teoría de la evolución libidinal y de la estructuración
psíquica según la segunda tópica. En Estados Unidos ejercieron, además, una importante
influencia los aportes de la psicología del yo de Hartmann, quien enfatizó, aún más, los
componentes económico-energéticos de la teoría freudiana.
Recién en 1957 Anna Freud, en La adolescencia, señaló:
[Hay] "... una llamativa semejanza entre las respuestas de los adolescentes y ... el
tratamiento de pacientes que atraviesan períodos de duelo o de infortunios amorosos ... el
dolor mental es el resultado de la difícil tarea de retirar la catexia y renunciar a una posición
que ya no ofrece posibilidades de retorno del amor. ... En consecuencia, ni el pasado ni lo
que ocurre en la transferencia llegan a ser suficientemente significativos como para
proporcionar material apto para las interpretaciones ... También el adolescente está
empeñado en una lucha emocional de extremada urgencia e inmediatez. Su libido está a
punto de desligarse de los padres para catectizar nuevos objetos; ...también es inevitable un
cierto retraimiento narcisista para llenar los períodos en que ningún objeto externo está
catectizado. Cualquiera que sea el desenlace del conflicto libidinal en un determinado
momento, estará siempre relacionado con el presente, y el monto de libido libre para
catectizar el pasado o el analista será escaso o nulo. Si esta hipótesis es correcta, puede
explicar algunas de las actitudes de los jóvenes en el curso del tratamiento: su renuencia a
cooperar y a comprometerse en la terapia o en la relación con el analista, sus intentos de
disminuir las sesiones semanales, la impuntualidad, las ausencias y las bruscas
interrupciones del tratamiento". (El subrayado es mío) (4, pág. 171-2).
Y finalmente Anna Freud concluye:
". . . existen otros casos en que el analista mismo se convierte en un nuevo objeto de amor
del adolescente. Esta situación intensificará sus deseos de ser 'tratado', pero aparte de
mejorar su asistencia y puntualidad, es probable que obligue al analista a enfrentar otra de
las dificultades específicas que presentan los adolescentes: la perentoriedad de sus
necesidades, su intolerancia a la frustración y la tendencia a utilizar todo tipo de relación
como un medio para la satisfacción de sus deseos, más que como fuente de comprensión y
esclarecimiento". (4, pág. 172-3).
He preferido extenderme en esta cita porque: por una parte, sintetiza de manera
ejemplar las dificultades clínico-técnicas que se nos presentan en el análisis de adolescentes
y, por otra, muestra cómo el enfoque económico de las pulsiones y la teoría de la
transferencia de esta autora, restringen nuestras posibilidades de comprensión y operación
transferencia!. Los conceptos de narcisismo y de duelo empleados en términos energéticos
y no de significados, al igual que el estudio del narcisismo visto como excluyente de la
relación objetal, resultan esquemáticos e insuficientes y, sin el concepto de objeto interno,
se subestima la auténtica capacidad de transferencia del adolescente.
Sin embargo, el modelo del duelo ha sido un hallazgo feliz, y sigue siendo uno de los más
fecundos para comprender la adolescencia psicoanalíticamente.
M. Klein, por otra parte, tan abocada al análisis de niños y a sucesivos
descubrimientos teóricos y técnicos, dedicó sólo un capítulo a la adolescencia, "La técnica
del análisis en la pubertad" en El psicoanálisis de niños, en donde nos enteramos de Ilse de
12 años, Willy de 14, Gert de 16 y Bill de 15. Lamentablemente, contamos sólo con estos
escasos aportes que, por otra parte, corresponden a la primera época de sus contribuciones.
Si bien M. Klein no se ocupó en reelaborar sus ideas acerca de la pubertad y la adolescencia
a la luz de sus posteriores formulaciones, más originales, sobre la estructuración psíquica,
sus trabajos sobre la génesis de los estados maniaco-depresivos (1935) y su relación con el
duelo (1940) y, finalmente, el complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas
(1945), nos indican un camino fecundo.
Entre nosotros, A. Aberastury y col. (1) emprendieron esta tarea señalando que en la
adolescencia se elaboran tres duelos fundamentales: 1) duelo por el cuerpo infantil; 2)
duelo por la identidad y el rol infantiles; y 3) duelo por los padres de la infancia.
Esta autora, pionera, adoptó para la adolescencia los aportes de M. Klein acerca del
duelo. Pero justamente por esta razón, a mi modo de ver, no vio la necesidad de ahondar
más en una metapsicología específicamente adolescente y, en cambio, desarrolló un
amplísimo campo clínico con la aplicación de las ideas kleinianas.
Ahora bien, pienso que el modelo del duelo, que yo también adopto, impone, en
primer término, una consideración especialísima de la reactivación narcisista y de sus
vicisitudes en la relación transferencial.
Después de su mención en Leonardo (1910) para explicar la homosexualidad, Freud
inauguró el estudio del narcisismo explícitamente en 1914, en Introducción al narcisismo,
partiendo de dos situaciones patológicas: las enfermedades orgánicas y la hipocondría; y de
una situación normal, habitual y cotidiana: la vida amorosa.
Estos aportes son esenciales para el estudio de la metapsicología adolescente.
Allí, Freud afirma que al principio de la vida, cuando el sujeto empieza a
relacionarse con el mundo, toma a su madre como primer objeto erótico, pero también la
toma como una prolongación de sí mismo. De aquí en más "tendrá dos objetos sexuales
originarios: él mismo y la mujer que lo crió", que marcarán dos modelos de relación:
narcisista el primero y analítica, el otro. Y agrega ". . . presuponemos entonces que en todo
ser humano el narcisismo eventualmente puede expresarse de manera dominante en su
selección de objeto". (El subrayado es mío) (5b, pág. 85).
Se señalan entonces dos caminos a seguir, que reeditan las satisfacciones infantiles,
que no serán excluyentes, sino rivales; imponiendo cada uno su tipo de satisfacción: la
narcisista o la objeta!, según cual predomine. Como veremos más adelante, esta situación es
esencial en el funcionamiento mental adolescente.
Para entender esta interacción, Freud aporta otra idea: las satisfacciones sexuales se
apoyarán sobre las narcisistas.
Su estudio de la vida sexual y amorosa se complementa con el concepto básico de
que las satisfacciones sexuales son finalmente regidas por el mandato edípico.
Es decir, para estudiar la estructuración definitiva del aparato mental (y de las
neurosis), resulta crucial profundizar en el estudio de la imbricación de la relación
narcisista de objeto, diádica, y la situación triangular planteada por el complejo de Edipo.
A modo de definición operacional, voy a considerar la relación narcisista como una
estructura mental que funciona en un vínculo diádico, con dos términos en espejo, donde la
persona, por identificación primaria, busca mantener una y otra vez la ilusión de poseer una
omnipotencia, omnisciencia, perfección y completud propias, que también atribuye a su
objeto, vivido como espejo confirmatorio. En esta relación, el individuo, en un eterno
presente, obtiene ilusoriamente la satisfacción plena de ser el único que colma totalmente
las expectativas de su objeto, en realidad un alter ego. Su esencia es sentirse único y
superior a todo en todos los campos de valoración: ser el más sensual, el más inteligente, el
más fuerte, el más hermoso, el más bueno. "Yo, el único y el mejor", es la convicción del
sistema narcisista. Un estado de auto-engrandecimiento y de autofascinación, el yo ideal.2
También es inherente a este sistema su fragilidad extrema:
un único elemento que cuestiona la perfección, invierte el signo positivo de esta dicha, para
abrir paso al odio, la agresividad y la desesperación.
Debido a esta estructura, el complejo de Edipo resulta el golpe más fuerte que el
narcisismo recibe: una vez que las relaciones se triangularizan y la estructura edípica se
implanta, se desmienten las fantasías omnipotentes de bisexualidad y de partenogénesis y
aparece la diferencia de los sexos, la escena primaria y el enigma inefable de la
procreación. Así, todos los componentes de la estructura narcisista, diádica, se ven
compelidos a resignificarse como componentes de la triádica, si bien nunca desaparecen.
De aquí en más, y para siempre, se oscila entre:
la ambición de perfección narcisista y la aceptación realista de la parcialidad y finitud que
toda satisfacción implica, tanto por la incompletud del self como por las limitaciones del
objeto, y la existencia de la temporalidad.

2
Actualmente, desde distintos esquemas referenciales, se acepta denominar yo ideal a la estructura de
precaria integración de primitivas partes disociadas entre sí, que permite ilusoriamente negar la temprana
angustia de indefensión, impotencia y de dependencia extremas. Corresponde al narcisismo primario (ver más
adelante).
Esta escisión estructural de la personalidad condicionará que en cada situación de
pérdida se reactiven indefectiblemente los componentes narcisistas, que sólo menguarán
cuando, al cabo del trabajo de duelo, se logre la resignificación simbólica de la pérdida.
Freud subraya que la satisfacción narcisista nunca más se dará como al principio,
cuando el bebé consideraba todo como una prolongación de sí mismo. Entonces, caerá bajo
la represión y en su lugar se erigirá un ideal; "sobre este ideal recaerá ahora el amor a sí
mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo [ primario] aparece desplazado a
este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las
perfecciones valiosas. Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha
mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción narcisista de la infancia, y si no pudo
mantenerla por estorbárselo ÍES admoniciones que recibió en la época de su desarrollo [esto
es, el mandato edípico y la cultura], y por despertar su juicio propio, procura recobrarla en
la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto
del narcisismo perdido de su infancia, en la que él era su propio ideal". (5b, pág. 91 supra).
Es decir, que la ruptura del narcisismo primario3 inicial comenzará cuando los
condicionamientos y normas del mundo externo se hagan sentir. Para evitar una percepción
catastrófica de estas limitaciones, el yo ideal, narcisista y rudimentario, intenta negarlas
como tales, y en cambio, por identificación, las incorpora como propias. Así nace el ideal
del yo. Estos condicionamientos pasan a constituirse en los ideales o metas del sujeto, que
le permitirán revivir la satisfacción narcisista cada vez que se aproxime a ellos en su intento
de cumplirlos. Ya no podrá admirarse ni satisfacerse incondicionalmente (yo ideal), sino
que se hará admirar por este nuevo ideal (ideal del yo), que es una nueva manera de
admirarse, pero condicionada.
La autoestima resulta entonces el "heredero" del amor a sí mismo del narcisismo
primario infantil, ahora regido por el ideal del yo: "Una parte de la autoestima es primaria,
el residuo del narcisismo infantil; otra parte brota de la omnipotencia corroborada por la

3
Meltzer, D. entiende por narcisismo primario la cualidad de dependencia en un vínculo en que se necesita
del objeto para que satisfaga tanto las necesidades primarias como para que realice las funciones yoicas. Esto
implica una relación en do'ñde el cuerpo y la mente del sujeto se prolongan en el objeto más capacitado. Esta
relación difiere de la confusión self-objeto por identificación proyectiva, porque en este último caso la mente
y el cuerpo del sujeto dirigen el proceso, más allá de las limitaciones del yo infantil. (8c, págs. 33-34).
experiencia (el cumplimiento del ideal del yo) y una tercera, de la satisfacción de la libido
de objeto". (5b, pág. 97, supra).
Es decir, cada vez que se perturba la autoestima y resulta imposible sostenerla,
aparecerán paralelamente las perturbaciones en la vida amorosa y sexual; y a la inversa,
cada vez que aumenta el empuje sexual y por distintas razones resulta frustrado, será
sentido como un ataque a la autoestima. A su rebajamiento lo llamamos herida narcisista,
que en la búsqueda de su homeostasis ensayará distintas soluciones vicariantes a través de
las satisfacciones sexuales, distorsionándolas y perturbando las relaciones de objeto.
"Donde la satisfacción narcisista tropieza con impedimentos reales, el ideal sexual puede
ser usado como satisfacción sustitutiva. Entonces se ama, siguiendo el tipo de la elección
narcisista de objeto, lo que uno fue y ha perdido o lo que posee los méritos que uno no tiene
(se ama a lo que uno querría ser). ... Se ama a lo que posee el mérito que falta al yo para
alcanzar el ideal. Este remedio tiene particular importancia para el neurótico que, por sus
excesivas investiduras de objeto, se ha empobrecido en su yo y no está en condiciones de
cumplir con su ideal del yo. Busca entonces, desde su derroche de libido en los objetos, el
camino de regreso al narcisismo escogiendo, de acuerdo con el tipo narcisista, un ideal
sexual que posee los méritos inalcanzables para él. Es la curación por amor". (5b, pág. 97).

La aplicación de estos conceptos a la metapsicología adolescente permite


comprender, en la relación transferencial, importantes aspectos de la vida juvenil como son:
la amistad "homosexual" y los intensos enamoramientos por "flechazo", los fanatismos,
tanto por intensa idealización como desidealización. Al respecto Freud concluye: ". . .en la
vida amorosa el no-ser-amado deprime la autoestima y. . . hallar un objeto de amor, poseer
al objeto amado, vuelven a elevarla. ... El yo se siente enriquecido por las satisfacciones de
objeto y por el cumplimiento del ideal". (5b, pág. 97).
Por otra parte, estos conceptos también permiten considerar a las neurosis como
distintas formas de perturbación de las relaciones de objeto sexuales en la vida amoroso-
erótica, por injerencia de la alterada homeostasis narcisista en diversos grados de intensidad
y amplitud. Cuanto más prevalente es esta alteración, mayor será la injerencia del "ideal"
como estructura dominante y autónoma (del superyó), en los problemas clínicos y
psicopatológicos. Entiendo que éste es el campo de las neurosis narcisistas, actualmente
consideradas no psicóticas, donde los problemas transferenciales giran alrededor de las
dificultades de discriminación del yo-no yo, y de las defensas disociación-e-idealización
rígidas, que intentan hacer frente al circuito de amor-odio (ambivalencia) puesto en marcha
en cada herida narcisista. Si esta prevalencia no se da, estaremos en el terreno de las
neurosis de transferencia, con los conflictos de triangularidad edípica, angustia de
castración y superyó.
Desde esta perspectiva, cuando abordamos la adolescencia y sus neurosis (descarto
las psicosis), incurrimos en casi una redundancia; es como si dijésemos "neurosis en un
período neurótico narcisista de la vida". Digo "casi" una redundancia para destacar el poco
margen entre normalidad y patología. Esto es tan así, que nuestra jerga profesional delata la
dificultad de precisar este poco margen, cuando decimos que tal o cual jovencito es fóbico
y se defiende gracias a que maneja bastante bien ciertos mecanismos obsesivos, y cuando
se suelta un poco se pone seductor, vital y simpático; eso sí, cuidado con que se sienta
criticado, porque se pone paranoide, se ofende y se cierra como un esquizoide, o
avergonzado, se inhibe o contraataca con algunos manejos psicopáticos bastante sádicos.
Este cambio de nivel expositivo refleja, sin embargo, nuestra perplejidad
contratransferencial ante este popurrí de indicadores clínicos, y creo que nos obliga a
considerar la adolescencia como un estado global de la personalidad que es dinámica y
permanentemente cambiante. Tal vez deberíamos adoptar la nomenclatura simple, aunque
amplia, de "el proceso adolescente", cuando hablamos de neuróticos, con distintos tipos y
grados de inhibiciones e inmadureces.
De todas maneras intentaré alguna precisión de las características de ese "poco
margen".
Pienso que la segunda vía más fecunda para su estudio es el abordaje de las
diferencias entre el duelo normal y el duelo patológico que Freud expuso en Duelo y
melancolía, aplicando a la clínica sus conceptos teóricos sobre el narcisismo, y
especialmente las reformulaciones y ampliaciones del tema que hizo M. Klein en 1940, en
El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos, aplicando sus conceptos de
relaciones de objetos internos buenos y malos, y el de la posición depresiva, previamente
elaborados en 1935.
En Duelo y melancolía Freud destaca como diferencia entre ambos, el hecho de que
en la melancolía "la pérdida es de naturaleza más ideal ... el objeto tal vez no está realmente
muerto, pero se perdió como objeto de amor; el sujeto sabe a quién perdió, pero no lo que
perdió en él. O sea que la pérdida del objeto es inconsciente" (5c, pág. 243). Y agrega que
por esa razón "la inhibición y falta de interés impresionan como inexplicables y
enigmáticas" (pág. 243). Como características del objeto perdido señala que es un objeto
elegido narcisista-mente, "o sea a imagen y semejanza del yo arcaico cuando el yo era su
propio ideal". El amor al objeto es ambivalente, "intenso pero lábil", es decir que funciona
según la lógica del todo o nada, razón por la cual ante el mínimo revés se siente que se
pierde todo y entonces " ... se instala como sustitución de dicha pérdida una identificación
narcisista con todas las características ambivalentes del modo oral sádico".
Freud destaca como indicador clínico en la melancolía: la pérdida de la autoestima,
originada por un enorme empobrecimiento yoico que lo diferencia del duelo, dice: "en el
duelo el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía eso le ocurre al yo mismo"
(pág. 243).
Cuánta similitud podemos encontrar en las quejas de los padres de adolescentes
cuando consultan: "no hay nada que lo conforme, pero nunca se le entiende por qué, ni él se
entiende. Pide algo, incluso empieza con bastante entusiasmo y a las pocas semanas cambia
de interés, pero nadie sabe por qué, y nosotros ya no sabemos qué ofrecerle ni qué
aconsejar". Es que la identidad infantil en crisis y el deseo genital incrementado hacen
vivenciar un vacío intenso, porque no se puede encontrar un objeto (una solución) ideal que
los satisfaga totalmente. Así la autoestima es vulnerada por la omnipotencia perdida, y se la
trata de reequilibrar vanamente a través de la búsqueda de la saciedad del hambre de
objetos externos. Desde los padres, esto es visto como inconstancia egoísta.
M. Klein ubica el duelo entre los fenómenos de la posición depresiva, considerando
que la pérdida de una persona amada reactiva esa posición infantil. A diferencia de Freud,
demuestra que la pérdida de un objeto bueno externo, paralelamente ocasiona el
sentimiento inconsciente de haber perdido el objeto bueno-y-amado interno; hay dolor y
pena por los dos pero, también, persecución de los objetos malos-y-odiados, por la culpa
proyectada ante el bueno. Así, se reactivan, en el duelo normal, las tempranas ansiedades
persecutorias y depresivas de la posición depresiva infantil. Sólo el amor mitigará el odio,
favoreciendo la reunificación de los aspectos idealizados y persecutorios de los objetos
internos a través de la disminución de las defensas maníacas, la aceptación de la culpa y la
responsabilidad por los daños ocasionados y del proceso de reparación.
Así, Freud introdujo la idea de que la pérdida en la melancolía es narcisista e
inconsciente, aunque pueda tener la apariencia de pérdida objetal, y el rebajamiento de la
autoestima es su indicador. M. Klein describió, más tarde, estos componentes melancólicos
en el duelo normal al plantear: "el sujeto en duelo atraviesa por un estado maníaco-
depresivo modificado y transitorio, y lo vence repitiendo, en diferentes circunstancias y con
diferentes manifestaciones, los procesos por los que atraviesa. el niño en su desarrollo
temprano" (6b, pág. 288). Pudo arribar a esta comprensión gracias a su concepto de objeto
interno en la realidad psíquica, con vida independiente del externo.
Podemos aplicar estas ideas al estudio del estado mental adolescente y considerarlo
como una neurosis narcisista (obviamente no como sinónimo de psicosis), cuyo
padecimiento central sería una melancolía incipiente, un estado global de la personalidad
que es dinámico y permanentemente cambiante, sin la estabilidad de las neurosis de los
adultos.
La diferencia entre la adolescencia como neurosis narcisista y la melancolía sería la
siguiente: el adolescente, por haber desarrollado su capacidad de simbolización durante la
elaboración adecuada de sus ansiedades depresivas, en los sucesivos pequeños y grandes
duelos de la infancia, padece sólo temporariamente regresiones narcisistas que lo llevan a
restablecer relaciones de objeto parciales. Es una reactivación narcisista. Una vez
reelaborados los (tres) duelos básicos, se reintegrará en relaciones de objeto totales y
logrará un nuevo salto cualitativo en su capacidad simbólica y, por ende, en su juicio de
realidad. Mientras que el melancólico (adolescente o adulto) fracasa, una y otra vez, en la
elaboración y resignificación de las pérdidas narcisistas, durante los múltiples duelos que la
realidad siempre impone. Es una patología estructurada del carácter.
Por esta diferencia es que en la clínica observamos que si bien el adolescente, por su
autoestima vulnerada, padece una reactivación de su ambivalencia hasta grados por
momentos alarmantes, su capacidad previamente adquirida de simbolizar pérdidas, aunque
no funcione a pleno, resulta suficiente para preservarlo de autorreproches y autocastigos
severos. Su hambre de objetos se mantiene. Su capacidad de amar no se pierde. No
devuelve sistemáticamente odio por amor y las relaciones con los buenos objetos internos y
externos no se deterioran definitivamente. Mientras que en el melancólico, por su reiterada
identificación narcisista con los objetos perdidos porque atacados, surgen como forma
habitual de respuesta, las actuaciones destructivas y autodestructivas, y el empobrecimiento
y deterioro de la personalidad se hacen cada vez más serios.
En otras palabras, ambos comparten en su realidad psíquica el predominio del
funcionamiento narcisista, pero la calidad y el estado de sus objetos internos y el trato
intercambiado con ellos, persiguen objetivos opuestos.
Si no resulta difícil detectar las diferencias entre el adolescente y el melancólico,
aunque comparten los elementos narcisistas, no es tan fácil diferenciar el proceso
adolescente de sus neurosis. Y aquí debo volver al "poco margen" (pág. 11).
Creo que la tercera vía fecunda es el estudio de las perturbaciones de la sexualidad
por el grado de injerencia del narcisismo.
En este campo, hasta donde yo sé, los dos autores que han hecho aportes específicos
a la metapsicología adolescente a partir de la clínica psicoanalítica, son Peter Blos y Donald
Meltzer, razón por la cual los citaré con cierta extensión.
P. Blos, apoyándose en las ideas freudianas, desarrolla las vicisitudes del complejo
de Edipo completo y la evolución del ideal del yo, y adapta el concepto de separación-
individuación de Mahler para explicar el desprendimiento adolescente. Dice en La
transición adolescente (2b):
"...la decadencia del complejo de Edipo al final de la fase fálica representa una suspensión
de una constelación conflictiva y no una disolución definitiva. (. . .) La disolución del
complejo de Edipo es completada —no meramente repetida— durante la adolescencia. ...
Cuando hablo del complejo de Edipo en general, me refiero tanto al componente positivo
como al negativo. (...) el niño de la prelatencia soporta la bisexualidad sin el catastrófico
desajuste que se produce en la pubertad. El complejo de Edipo positivo es el que cae bajo la
represión o es disuelto mediante la identificación y la influencia reguladora del superyó, al
final de la fase fálica. Será misión de la disolución edípica adolescente transmutar el
complejo de Edipo negativo (pág. 386). (...) Queda implícito que otra tarea evolutiva de
este período es la de llegar a un arreglo con el componente homosexual de la pubertad. (...)
La formación de la identidad se funda en el completamiento de este proceso. (...) Uno
podría relegar por entero la trasposición de la pulsión parcial en cuestión, a actitudes
emocionales neutralizadas (o sea, desexualizadas), a rasgos de carácter y a empeños
sublimatorios. La teoría psicoanalítica clásica explícita la disolución del complejo de Edipo
negativo guiada por esta lógica; ... sólo en parte he podido conservar el esquema propuesto
en mi labor analítica con adolescentes; me vi obligado a postular un paso intermedio en el
proceso. Aplicaremos aquí al proceso adolescente las ideas de Freud (1914) sobre el
narcisismo y el yo ideal. (...) El vínculo edípico negativo es una relación narcisista de
objeto ("amo lo que quiero ser"); en la adolescencia la libido investida en este vínculo se
desexualiza e inicia así la estructura del ideal del yo adulto. (...) La creencia infantil en la
factibilidad de la perfección es relevada, en la adolescencia tardía, por el impulso a
aproximársele (pág. 389). (...) el ideal del yo adulto es el heredero del complejo de Edipo
negativo, así como el superyó del positivo", (pág. 390) (Lo puesto en itálicas es mío).
"El paso intermedio" de todo este proceso, P. Blos lo denomina "segundo proceso
de individuación" (pág. 118), y lo centra en el concepto de regresión pulsional y yoica al
servicio del desarrollo. Esta regresión se refiere a las vicisitudes de las relaciones objetales
preedípicas reactivadas.
"En el paso dado en la infancia se consigue una relativa independencia de los
objetos exteriores, en tanto que en el segundo, la individuación adolescente procura la
independencia respecto de los objetos infantiles interiorizados. (...) Y este cambio interior
se produce a través de la regresión normativa de la adolescencia que es de naturaleza no
defensiva. (...) Por vía de esta regresión, el adolescente entra en contacto con dependencias,
angustias y necesidades infantiles pendientes (pág. 391) ... la etapa preedípica de relaciones
objétales rivaliza con la edípica en cuanto a sus respectivos aportes a la formación de la
personalidad adolescente. (...) Toda vez que prevalezca en la niñez o en la adolescencia una
psicopatología neurótica, podemos estar seguros de que remanentes traumáticos preedípicos
se han abierto camino hasta las formaciones edípicas (pág. 392).
Algunas de estas ideas me resultan sumamente atractivas y esclarecedoras en
relación a la especificidad del proceso adolescente. El "naufragio" o disolución del
complejo de Edipo en la fase fálica, ha suscitado múltiples interpretaciones no quedando
muy claro qué es lo que reaparece en la pubertad y la adolescencia. Centrar esta
problemática en la elaboración del complejo de Edipo negativo, y considerar al ideal del yo
adulto su "heredero", ya que este aspecto negativo del complejo es una relación narcisista
de objeto, me parece ciertamente una auténtica prosecución de las ideas de Freud y una
modificación de la teoría clásica, como P. Blos mismo lo declara. Además, da amplia
cuenta de la ambivalencia y de la transferencia negativa, que es el pan nuestro de cada día
en los análisis de los adolescentes, y abre un camino para el abordaje técnico del "amor"
homosexual como odio narcisista, que lo hace más entendible y menos rechazable por el
adolescente.
Sin embargo, los desarrollos del "paso intermedio" se restringen al área pulsional, y
los conceptos de ambivalencia, bi-sexualidad, regresión y fijación son vistos en términos de
la primera teoría de la libido. Al no tomar en cuenta la dinámica del duelo y su eje, el dolor
depresivo, las conceptualizaciones de Blos no se completan con este factor como parte del
motor de la realidad psíquica, y entonces, las vicisitudes de la autoestima y de las
idealizaciones, así como los cambios de los puntos de fijación en las relaciones objétales
tempranas, quedan explicadas prevalentemente en términos económicos y muy tibiamente,
en relación con los múltiples significados de las diversas identificaciones con los "objetos
infantiles interiorizados".
A mi modo de ver resultan más completos los aportes de D. Meitzer (3b) quien,
prosiguiendo las ideas de Freud (escena primaria) y de M. Klein (fantasías acerca del
interior del cuerpo de la madre), clasifica estados de la mente con actividades sexuales
según cómo sea la participación del self en esa escena fantaseada. Meltzer jerarquiza la
actitud ante el dolor depresivo, por la renuncia a la escena primaria, como eje organizador
de estos estados. Considera como base de la sexualidad (mental) adulta la identificación
introyectiva con ambas imagos parentales y su actividad llevada a cabo en la intimidad: el
trabajo sexual placentero y la (pro)creación. El fracaso de esta identificación y en su lugar
la identificación proyectiva del dolor mental, con sus múltiples razones y consecuencias, le
permiten describir los estados mentales de la sexualidad infantil polimorfa y perversa como
categorías metapsicológicas. Estas implican distintas manipulaciones mentales de los
objetos internos, reunidos en la "familia idealizada" (una extensión original y feliz del
concepto de escena primaria porque enfatiza además el carácter de escenificación de un
argumento "fantaseado").
La sexualidad infantil polimorfa busca canalizar la angustia, el odio y la excitación
surgidos de los celos y la competitividad edípica, por medio de la experimentación
masturbatoria, con múltiples permutaciones y combinaciones que las variadas zonas
erógenas pueden suministrar, y por medio de la promiscuidad sexual. Aquí, el objetivo
central es el juego y el logro de placer inmediato por medio de una experimentación
imitativa de la sexualidad adulta, disociando y negando sus fines creativos regidos por la
seriedad y la responsabilidad; así y todo, las intenciones se mantienen buenas, porque el
propósito final sigue siendo la identificación introyectiva de los buenos padres, que
posibilitará, una vez superados el odio y los celos edípicos, una nueva salida ; al deseo
insatisfecho en vez de buscar participar en la escena primaria o imitarla por identificación
proyectiva.
Pero cuando los primitivos procesos de disociación-e-idealización del self y de los
objetos se implantan laxamente, la nitidez de clivaje entre bueno y malo, así como entre
interno y externo, resulta débil y, por ende, los buenos propósitos se hacen fácilmente
confundibles. No se logra la confianza en los objetos buenos, y su integración se hace
sumamente vulnerable cada vez que acecha el dolor mental. La parte destructiva del self
fusionada, en extensión variable, con una parte mala de los objetos (outsider) toma el
mando de las intenciones y propósitos del sujeto, implementando una amplia gama de
modos de pervertirlos (sexualidad infantil perversa). Meltzer recalca que el eje central de
estos objetivos deja de ser la consecución del placer sexual, y pasa a ser la triunfante
abolición de las angustias psicóticas, especialmente de la depresiva. De esta manera se
pierde (y se destruye) todo contacto con los fines de la escena primaria; no sólo se la
rechaza y ya no se intenta ni siquiera imitarla, sino que se la ataca directamente con el
liderazgo de esta parte destructiva de la personalidad, y regida por la competencia
envidiosa, ahora se busca hacer lo contrario en todo, construir un mundo de no-vida donde
no existan las grandes angustias de los que están vivos, ni la temporalidad.
Meltzer adscribe esta actitud destructiva (como defensa ante el dolor mental) a la
parte con organización narcisista de la personalidad.
No entraré en más detalles de las ideas de este autor porque son demasiado
complejas para poder exponerlas en breve síntesis que, además, le harían perder su riqueza
y profundidad. Por otra parte, mis elaboraciones de la metapsicología adolescente se
inspiran ampliamente en las suyas.
En lo que sigue expondré un ordenamiento de la psicopatología adolescente desde
un punto de vista psicoanalítico, y tomaré las observaciones de la psicología evolutiva
como exteriorizaciones de su estado mental. Pienso que el esfuerzo dedicado en esta
dirección aporta un doble provecho a la clínica y a la técnica. Por una parte, permite
comprender el mundo interno del joven y operar sobre él con una técnica lo más adecuada
posible para no frustrar sus intentos terapéuticos y, por otra, preservar al analista de las
dificultades de deslindar la realidad psíquica de la externa, y por ende de las dificultades de
comprensión de las actuaciones tan características de esta edad.
La adolescencia es un estado de completa resignificación del mundo infantil porque
se le agregarán dos elementos más, que son fundamentales: la capacidad efectiva de realizar
la vida erótica y la capacidad de procrear, que finalmente se reflejarán ambas en un
sentimiento de identidad y autonomía, y la práctica de una vida social exogámica con
conciencia de la temporalidad.
Pero ante tamaña empresa de experiencia psíquica y real, lo característico del estado
consciente de la pubertad y la adolescencia media4, es la inestabilidad emocional por la
reaparición de la incertidumbre con respecto a las diferenciaciones interno-externo, adulto-
infantil, bueno-malo, y masculino-femenino, parecido al período preedípico. Este estado
confusional y de terrible caos de niveles, zonas e identificaciones, se desencadena cuando
se rompe la organización pseudo-adulta de la latencia, frente a los primeros cambios
corporales y el poder del empuje sexual que pronto se hace sentir.
Estos cambios corporales sacuden la tranquilidad narcisista de la latencia que se
sostiene por un rígido y excesivo spiitting del self y de los objetos, y por el placer que ese
cuerpo infantil en crecimiento lento y armonioso proporciona. El ideal infantil, confirmado
en su autoestima por imitación obsesiva de los objetos parentales y, muchas veces, por la
admiración de los padres reales y el mundo de los adultos en general, se ensalza en sus
ilusiones seudoadultas. Pero este estado seudomaduro de la latencia, inducido por la
identificación proyectiva y los mecanismos obsesivos, mantiene a los objetos tan separados,
desexualizados y disminuidos en su vitalidad creativa, que sirven muy poco para sostener el
sentimiento de identidad. El crecimiento físico rápido y disarmónico de la pubertad pone en

4
Adopto la clasificación descriptiva de Blos (2a).
duda todo. El yo ideal, una vez más, es puesto en tela de juicio en su omnipotencia y
omnisciencia, porque no podrá anticipar qué cuerpo se tendrá finalmente. Resurge entonces
ante esta imagen cambiante, la variada y compleja conducta pregenital polimorfa y
perversa, que ya fue la modalidad más ejercitada en la infancia, para hacer frente a las
ansiedades y tensión narcisista de entonces.
La imagen corporal implica las representaciones referidas tanto a la forma y
armonía físicas como a su funcionalidad. El púber y el adolescente temprano tienen que
hacer frente al cuerpo que cambia, especialmente en dos aspectos: primero, la situación
inédita de la eyaculación en el varón y la menstruación en la mujer, que fueron
preanunciadas por la aparición del vello pubiano. El joven puede haber tenido previamente
información acerca de estos acontecimientos, pero esta previsión no resulta suficiente para
mitigar la perplejidad y los miedos que surgen, porque si bien, en el sentido descriptivo,
son excreciones corporales cuyos antecedentes de duelo en la historia infantil fue la pérdida
de las heces con las ansiedades acompañantes, ahora deberán ser resignificadas en su valor
genital. Esto implica un cambio radical en su significado, porque "genital" que viene de
génesis-origen-principio de, y no de conclusión y desecho, intensifica tanto las ansiedades
de cierre y fin de la ilusión de bisexualidad y partenogénesis (heces-niño), como las
ansiedades de apertura de la genitalidad, apareamiento y procreatividad. En este sentido son
situaciones inéditas. En consecuencia el púber debe iniciar el duelo por la pérdida del
cuerpo bueno-y-amado infantil, bisexual.
A esto se suma el empuje de los deseos genitales en forma de excitación, al
principio casi inespecífica, que tampoco se sabe cómo canalizar para obtener una nueva
forma de satisfacción y, a la vez, cumplir con la sociedad: tener una identidad sexual,
practicar la sexualidad y más adelante ser capaz de (pro)crear con responsabilidad. Vale
decir, se debe atravesar el duelo por la identidad y el rol infantiles que son, en su mayor
parte, egocéntricamente receptores y buscadores de placer momentáneo. Aquí gravita un
segundo aspecto del esquema corporal que sigue al anterior, también inédito, y que genera
tensión narcisista: es la situación del par penetración-defloración. Este componente de la
funcionalidad del esquema corporal implica una combinatoria de significados mucho más
compleja aún, porque remite directa e indefectiblemente a las ansiedades edípicas que, en la
historia infantil, tanto dolor narcisista produjeron. La ansiedad de castración que surge de
este complejo no se debe únicamente a la amenaza de castigo paterno si el joven insistiese
en seguir adelante con sus deseos incestuosos. Junto a ello, la mera presencia de la pareja
parental, sexual y armónica, redespierta en él la ansiedad de exclusión que es equivalente a
la de castración porque desmiente la ambición de exclusividad narcisista. Durante el
proceso adolescente se dará un polimorfismo sexual pregenital, intentando pasar por alto la
elaboración del dolor depresivo que implica la renuncia a la escena primaria. Se intentará
lograr maníacamente por identificación proyectiva (narcisista) con los objetos idealizados,
el placer sexual fantaseado de los adultos (y de los padres internos). Este estado mental
podría considerarse como el de la adolescencia normal que denominaré neurosis
adolescente.
Todos los autores coinciden en considerar la vida grupal adolescente y la masturbación
como las vías naturales de elaboración de estas fantasías maníacas. Pero especialmente la
masturbación resulta siempre un arma de doble filo. Si bien da una salida a la excitación
genital, a la vez ocasiona una ansiedad confusional importante por su inducción a
abandonar el self y apoderarse de la identidad de un objeto por intrusión. La ilusión-de-ser-
adulto, infantil y narcisista, mantenida por esta vía, impide al adolescente tomar clara
conciencia de su propio estado y falencias. Como el propósito es experimental, y por
experiencia los adolescentes descubren que el orgasmo masturbatorio es seguido de culpa y
persecución, la regulan según su tolerancia. Pero si las ansiedades confusionales y la
angustia de castración son muy intensas, existe el peligro de que la masturbación se vuelva
compulsiva.
En este sentido, la vida grupal juega un papel mucho más importante porque ofrece la
oportunidad de ensayar alternadamente los distintos personajes de las fantasías
masturbatorias, con una gradual disminución de las rígidas disociaciones, de la
omnipotencia y de los estados confusionales provocados por la masturbación. Si bien la
vida en grupo también puede implicar el peligro de quedar aprisionado en ella, la identidad
del grupo habitualmente da tiempo (moratoria psicosexual de Erikson) (3a) a la elaboración
de las ansiedades y del duelo personal.

Cuando las confusiones adentro-afuera, activo-pasivo y masculino-femenino empiezan a


superarse, la angustia de castración disminuye, y se está en condiciones de abordar la
situación de la penetración-defloración que, con el surgimiento del impulso hacia el
apareamiento, da mejor salida a los deseos genitales insatisfechos. Cuando esto comienza a
ocurrir significa que la vida en grupo ha cumplido su cometido. Al principio surge una
promiscuidad algo desenfrenada en busca de una resolución del complejo de Edipo. Debido
a esta finalidad, la promiscuidad y los cambios frecuentes de pareja sexual son actividades
relativamente libres de culpa y no alcanzan un pico inhibidor.
Mientras tanto, el predominio del amor sobre el odio y el fortalecimiento de la
autoestima durante los distintos logros van posibilitando la superación del dolor depresivo
por los múltiples ataques orales, anales y falicouretrales con rabia narcisista, infringidos a
la pareja parental interna a través de las fantasías masturbatorias, y muchas veces a la
externa, y van permitiendo las identificaciones introyectivas como forma de repararla. Pero
esto se logrará al final de la adolescencia (si bien puede no tener límites de edad).
Sin embargo, cuando el odio y los ataques a los objetos idealizados son muy
intensos porque los celos se hacen intolerables y la autoestima decae una y otra vez, se
intensifica la disociación, especialmente adentro-afuera como defensa ante el dolor
depresivo y las identificaciones proyectivas se hacen masivas. Se pierden la capacidad para
el amor y el hambre de objetos. Son adolescentes que en lugar de sentirse impulsados por la
ilusión de un objeto ideal, refuerzan los métodos de agresividad que el odio y la envidia de
la organización narcisista inspiran. Ya no se aspira a lograr el placer sexual aunque sea por
imitación de los objetos idealizados, sino sólo se busca la triunfante abolición de la angustia
y el dolor depresivo. La rivalidad edípica no sólo es rechazada como propuesta, sino que,
con una competencia envidiosa se la trata de destruir haciendo lo contrario en todo. Pronto
se pierde todo sentido de la temporalidad y la identidad se hace difusa o engañosa. Esto
podría ser una definición de adolescencia patológica que presenta diferentes grados y
fachadas, desde el oposicionismo y la denigración sistemática del mundo adulto y también
del infantil, hasta la destructividad psicopática y perversa en la delincuencia (perversidad
neurótica de Meltzer).
Adolescentes mucho más enfermos aún, pero no clínicamente psicóticos, son
aquéllos que presentan lo que Freud reconoció en la melancolía: una identificación
narcisista con todas las características ambivalentes del modo oral sádico, como sustitución
de la pérdida de un objeto ideal inconsciente. Presentan una realidad psíquica poblada de
objetos atacados, destruidos y perdidos, alternando con su negación maníaca absoluta. Los
cuadros clínicos varían desde depresiones graves, anorexia nerviosa, hasta adicciones.
Hacia el final de la adolescencia (entre 20 y 25 años), si se pudo paulatinamente
enfrentar el dolor depresivo con valentía, confianza en los buenos objetos, y contención del
medio ambiente, la autoestima se sostiene cada vez más gracias a la mayor integración y
fortalecimiento de las partes buenas del self. Comienza a aceptarse la posibilidad de ser
querido aun cuando no se es el único. De esta manera va instalándose en la mente del
adolescente la noción de una preferencia parcial y selectiva, donde cada integrante del
triángulo edípico adquiere una posición y una función determinada frente a los otros dos.
Disminuye el deseo de exclusividad porque se descubre que el amor de la madre hacia el
padre no está en contradicción con el amor que ella tiene hacia el sujeto. Ya ninguno de los
tres es todo en sí mismo, nadie es un yo ideal. (2).

Objetivos fundamentales del análisis en la adolescencia

Es habitual observar que la mayoría de los pedidos de análisis en la adolescencia


son para jóvenes de entre 16 y 18 años, es decir, a partir de la adolescencia propiamente
dicha.
¿A qué se debe este incremento en la demanda, focalizada en estas edades? Si bien
los factores que inciden son múltiples y complejos, tales como influencias socioculturales o
la extracción socioeconómica del adolescente y su familia, un elemento de orden práctico a
tener en cuenta es que los padres consultan cuando han agotado todos los medios a su
alcance para ayudar a su hijo con la aparición de los cambios puberales que no pudieron
encauzarse, y esto ocurre habitualmente al promediar la adolescencia. Yo diría, cuando el
sentido común de los padres se da por vencido ante la movilización puberal que no se
puede resolver. Las consultas antes de esta edad corresponden a púberes muy perturbados,
a padres muy ansiosos, o a situaciones traumáticas familiares recientes.
A partir del fracaso familiar, los padres se sienten angustiados y culpables o
irritados, y el adolescente, desconfiado y reticente; mucho desea ser ayudado pero lo
disimula, y en cambio muestra oposiciones y descreimiento, o por lo menos impaciencia, lo
que aumenta las exigencias sobre el analista.
¿Cómo evolucionan habitualmente estos análisis? La experiencia de las últimas
décadas nos indica que los análisis en general duran aproximadamente entre seis y diez
años, a veces más también, y el análisis de adolescentes no es una excepción. Cuando
hablamos de análisis en la adolescencia sabemos implícitamente que nos estamos refiriendo
a procesos que comienzan en este momento evolutivo pero que se prolongan bastante más
allá. Hay un primer período propiamente adolescente y otro posterior, que se adentra en la
adultez temprana y que ya es un análisis clásico.
A este respecto Meltzer afirma: "todo aquél que ha comenzado un análisis con un
niño púber o adolescente sabe que deberá transcurrir un largo tiempo antes que el proceso
psicoterapéutico dé lugar al verdaderamente analítico. El analista se ve enfrentado con
todas las limitaciones del análisis de niños en cuanto a motivaciones y responsabilidad, sin
contar con las ventajas de la técnica de juegos con su forma ingenua de comunicación". (8a,
pág. 106).
Aludiendo al mismo problema, si bien desde otro esquema referencial, Peter Blos en
una de las cinco conferencias que pronunció en Buenos Aires en 1981, manifestó: "un
joven de 17 años comenzó su tratamiento hablando durante un año entero de bueyes
perdidos y yo me limité a intervenir con simples comentarios. Recién al año, cuando volvió
de sus vacaciones, me dijo: ‘Dr. Blos, ahora estoy preparado a analizarme’ y fue derecho a
acostarse en el diván y comenzó a asociar. Es necesario que respetemos esta modalidad".
Tomando en cuenta mis observaciones y las observaciones e ideas de estos autores,
considero esta etapa "preliminar", llamada muchas veces psicoterapéutica, como la primera
etapa del análisis propiamente dicho de todo adolescente, en donde si no se lleva a cabo un
trabajo específico, difícilmente se llegará a las así llamadas verdaderamente analíticas.
Quiero decir, esta primera etapa la pienso como fue conceptualizada la transferencia en su
segunda versión: instrumento y no obstáculo, si bien a veces es considerada obstáculo más
que instrumento. Esta primera etapa, que es la que transcurre en edad adolescente, debe ser
abordada con la misma preocupación, interés, pensamiento y actitud analítica que el resto
del proceso, porque la aplicación de enfoques inadecuados que no contemplen las
características y dificultades propias de la mente del adolescente, lleva habitualmente a la
interrupción, situación clínica infinitamente más frecuente que lo que se observa en los
análisis de adultos. En cambio, el logro de un vínculo confiable y estable con el analista que
permita proseguir el análisis, es una primera meta terapéutica que no debe ser descuidada ni
desjerarquizada en su importancia.
¿Por qué hay que cuidar que este primer período no fracase? Pienso que un fracaso
terapéutico en este momento aumenta la desconfianza y desesperanza del comienzo, e
incrementa el rechazo al análisis. Sé que lo mismo podría decirse del tratamiento de un
adulto, pero creo que en el adolescente reviste mayor gravedad, porque la figura del analista
recibe más rápidamente la fuerza y trascendencia de las imagos parenles. La
desidealización de los padres reales todavía no se ha llevado a cabo con el consiguiente
afianzamiento de la pareja parental interna, y por esa razón, hay una intensa transferencia
idealizada desde el vamos. Un fracaso con el analista es vivido como una segunda orfandad
y una traición del mundo adulto, depositario de las imagos parentales idealizadas.
Poniendo especial atención en esta primera etapa, el análisis se transforma en un
instrumento que contribuye al natural desarrollo mental y emocional del joven en
crecimiento. Esta debe ser una preocupación esencial para todo analista de adolescentes. Un
adulto quiere desembarazarse de sus síntomas o poner fin a sus insatisfacciones y fracasos
crónicos; un adolescente, si no está extremadamente perturbado, quiere y necesita crecer
mental y emocionalmente, y ser un adulto.
¿Qué se abordará preponderantemente en la etapa propiamente adolescente?
Si consideramos que la adultez, con su correspondiente sexualidad, reside, desde el
punto de vista psicoanalítico, en la subordinación de las estructuras narcisistas al mandato
edípico, y en la consiguiente identificación introyectiva de la pareja parental interna y de su
función (pro)creativa (8b, pág. 116 infra), la adolescencia es una edad mental donde
reaparece y predomina el funcionamiento narcisista, con sus amores y odios absolutos, que
temporariamente interfiere el hallazgo de opciones exogámicas, regidas por el deseo sexual,
la ética y la creatividad.
Mientras no se dediquen todo el tiempo y los esfuerzos necesarios a la elaboración,
en detalle y profundidad, de las «estructuras narcisistas (diferenciación yo-no yo, procesos
de idealización-desidealización bruscos, para los fines de control omnipotente), prestando
especial atención a su indicador relevante, la autoestima y sus vicisitudes, no resultarán
abordables las pulsiones sexuales propiamente dichas. Las dificultades en los análisis de los
adolescentes no se deben tanto a sus pulsiones sexuales sino al estallido descarnado del
funcionamiento narcisista con su actitud egocéntrica característica y su intolerancia al dolor
depresivo, que a algunos analistas los aleja de la atención clínica de esta edad, y a otros los
impulsa a la creación de métodos paraanalíticos.
Recapitulando: el objetivo fundamental de un proceso analítico en esta etapa es
acompañar al joven en su natural turbulencia narcisista para favorecer la gradual
integración de su self y el incremento de su capacidad de tolerar el dolor depresivo, y así
lograr una dependencia útil, con miras a que en una segunda etapa enfrente la lucha por la
resolución de su complejo de Edipo y logre la asunción de su deseo sexual, con las
limitaciones por una parte y las posibilidades creativas por otra, que ello implica.5
De esta manera, colaboraremos con su objetivo fundamental que es crecer
emocionalmente y asumirse sexualmente.

Bibliografía

1. ABERASTURY, A. y KNOBEL, M., La adolescencia normal. Buenos Aires, Paidós, 1971.


2. BLEICHMAR H., Narcisismo. Estudio sobre la enunciación y la gramática inconsciente,
Buenos Aires, Nueva Visión, 1981.
3. BLOS, P., Psicoanálisis de la adolescencia, Méjico, Joaquín Mortiz, 1971.
— La transición adolescente, Buenos Aires, Asappia-Amorrortu, 1981.
4. ERIKSON, E., "El problema de la identidad del yo", Rev. Uruguaya de Psicoanál., Tomo
V, NO 2-3, 1963.
— Infancia y sociedad, Buenos Aires, Hormé, 1966.
5. FREUD, A., Psicoanálisis del desarrollo del niño y del adolescente. Buenos Aires,
Paidós, 1976.
6. FREUD, S., Tres ensayos para una teoría sexual, Bs. Aires, A.E., Vol. XIV.
— Introducción del narcisismo. Buenos Aires, A.E., Vol. XIV.
— Duelo y melancolía, Buenos Aires, A.E., Vol. XIV.
7. KLEIN, M., El psicoanálisis de niños, Buenos Aires, Hormé, 1964.
—Contribuciones al psicoanálisis. Buenos Aires, Hormé, 1964.
8. MELTZER, D., El proceso psicoanalítico, Buenos Aires, Hormé, 1968.
— Los estados sexuales de la mente, Buenos Aires, Kargieman, 1974.
—Exploraciones del autismo, Buenos Aires, Paidós, 1979.

Otras obras consultadas


1. ABERASTURY, A., Teoría y técnica del psicoanálisis de niños, Buenos Aires, Paidós.
1962.

5
Lo expuesto, es, naturalmente una esquematización de las tareas preponderantes en una u otra etapa, pero de
ninguna manera debe entenderse como una cronología rígida y absoluta.
2. AULAGNIER, P., "La perversión como estructura", en La perversión. Buenos Aires,
Trieb, 1978.
3. BARANGER, W. y colab.. Aportaciones al concepto de objeto en psicoaná-, lisis. Buenos
Aires, Amorrortu, 1980.
4. BLEICHMAR, H., La depresión. Un estudio psicoanalítico. Buenos Aires, Nueva Visión,
1976.
5. FREUD, S., La transitoriedad, Buenos Aires, A.E., Vol. XIV.
—Psicología de las masas y análisis del yo, A.E., Vol. XVIII.
—El yo y el ello, Buenos Aires, A.E., Vol. XIX.
— El sepultamiento del complejo de Edipo, Buenos Aires, A.E., Vol. XIX.
— Inhibición, síntoma y angustia, Addenda C,, Buenos Aires, A.E., Vol. XX.
6. KOHUT, H. .Análisis del self, Buenos Aires, Amorrortu, 1977.
7. KOHUT, H. y WOLF, E., "Los trastornos del self y su tratamiento", Rev. Psicoanál.,
Buenos Aires, Vol. I, No 2, 1979.
8. KORMAN, V., Teonade la identificación y psicoanálisis. Buenos Aires, Nueva Visión,
1977.
9. LACAN, J. "El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos
revela en la experiencia psicoanalítica", en Lectura estructuralista de Freud, Siglo XXI,
1971.
10. LAUFER, M., Adolescents disturbance and Breakdown. Middiesex, Gran Bretaña,
Penguin Books Ltd., 1975.
11. PEARSON, G.H.J., La adolescencia y el conflicto de las generaciones. Buenos Aires,
Siglo Veinte, 1973.
12. PETOT, J.M., Melanie Klein. Primeros descubrimientos y primer sistema (1919-1932),
Buenos Aires, Paidós, 1982.

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