I. Responsabilidad civil médica. Cirugía plástica. Obligaciones de medios o de resultado
La sala A de la Cámara Nacional Civil en fecha 7 de diciembre de 1994 ha dictado sentencia en un nuevo caso en el que se ventilaba la responsabilidad civil de un cirujano plástico [1]. La parte más interesante del fallo se refiere al encuadre que hace el tribunal de las obligaciones asumidas por el cirujano plástico; esto es, si se trata de obligaciones de medios o de resultado. Como se recordará, se trata de una cuestión que desde hace mucho tiempo ocupa a la doctrina nacional y extranjera. Por lo general, se sostiene que estos especialistas asumen obligaciones de resultado. En sostén de dicha tesis se dan distintos fundamentos. Así por ejemplo se dice que el cirujano plástico trabaja con un cuerpo sano y no enfermo. Por otra parte, de no prometer el cirujano plástico un resultado feliz al paciente, éste no se sometería al acto quirúrgico o tratamiento. Sin perjuicio de ser ése el criterio que podríamos llamar tradicional, desde hace unos años, algún sector de la doctrina y la jurisprudencia vienen sosteniendo que estos especialistas, al igual que cualquier otro profesional de la salud, asumen obligaciones de medios. Este cambio de opinión obedece a la nueva significación que se le ha otorgado al distingo mencionado. Recordamos que la clasificación, cuya paternidad se atribuye a Demogue, ha sido objeto de una importante evolución en los últimos años [2]. A la luz de las nuevas concepciones, a la clasificación que venimos apuntando se le otorga un significado que va mucho más allá de una simple regla de distribución de la carga probatoria de la culpa. En realidad, y luego de un análisis profundo de la cuestión, se puede llegar a la conclusión de que el criterio clasificatorio en estudio apunta a una diferencia sustancial que pasa por el factor de atribución aplicable. Así, en las obligaciones de medios el factor de atribución es subjetivo (culpa o dolo) mientras que en las obligaciones de resultado el factor de atribución es objetivo, generando su incumplimiento responsabilidad civil objetiva. A esta teoría hace alusión el juez de Cámara doctor Hugo Molteni en el Considerando N° 3 del fallo, en donde rechaza la tesis según la cual los cirujanos plásticos asumen obligaciones de resultado. Insistimos en que en las obligaciones de resultado estamos frente a un deber objetivo, dado que solamente interesa la conducta eficaz del deudor con abstracción de que haya obrado con o sin culpa. En este supuesto, la culpa queda fuera de cuestión y por ello el deudor, ante la no obtención del resultado final esperado, no puede liberarse probando la falta o ausencia de culpa. Será necesario -para liberarse de responsabilidad- la prueba de la causa ajena (caso fortuito o fuerza mayor). En razón de que la culpa queda descartada y de que la única eximente de responsabilidad pasa por la ruptura del nexo causal, es que estamos frente a un supuesto de responsabilidad objetiva. En las obligaciones de medios, por el contrario, el cumplimiento o incumplimiento de la obligación reposa en la diligencia o culpa del deudor. En estas obligaciones, la prestación que hace al objeto está compuesta por un doble juego de intereses. Un interés final aspirado que da sentido a la obligación pero que resulta aleatorio y otro interés inmediato que se satisface con el esfuerzo del solvens en tanto se traduzca en una actividad prudente y diligente dirigida a lograr el interés último. El interés primario o inmediato que consiste en la conducta diligente -abstracción hecha del logro del resultado final- basta para que se considere que el proyecto de la prestación se ha cumplido. De esta manera la conducta diligente del deudor es suficiente para que no se genere su responsabilidad. De ahí que en las obligaciones de medios, la responsabilidad surge en el caso en que el deudor no haya satisfecho ese fin inmediato y primario, esto es que haya obrado con culpa. La nueva tendencia a la que venimos haciendo alusión, y de la que se hace eco el fallo que analizamos, considera que los cirujanos plásticos, ya sea que se trate de cirugía reparadora o estética, asumen obligaciones de medios. Ello sin dejar de reconocer ciertas particularidades sobre todo en cuanto a la carga de la prueba de la culpa y a la extensión del deber profesional de informar al paciente. Entre los fundamentos se dice que la ley nacional 17.132 que regula el ejercicio de la medicina a nivel nacional prohíbe en su artículo 20 anunciar o prometer la curación o la conservación de la salud. Analógicamente, tampoco puede prometer o asegurar el embellecimiento o mejoría física del paciente. Las leyes de orden provincial, por lo general, también imponen expresamente la misma prohibición. Por otro lado, casi todos los códigos de ética médica consagran alguna disposición en sentido semejante. Sin perjuicio de estas disposiciones legales, también en la cirugía plástica, en cualquiera de sus dos variantes -estética o reparadora-, al igual que en toda prestación médica, siempre está presente el alea que caracteriza a las obligaciones de medios. Cualquier intervención sobre el cuerpo humano presenta riesgos imprevisibles o inevitables. La más inocente operación siempre puede aparejar consecuencias inesperadas. Las reacciones del organismo si bien suelen responder a un patrón de conducta, siempre pueden presentar un imponderable que torna inseguro todo resultado. Y ni hablar del riesgo que implica toda anestesia siempre necesaria para cualquier tipo de cirugía estética. Estando presente dicha alea, no puede entonces exigirse al profesional que asegure un resultado. Es cierto que el paciente que se somete a una cirugía estética embellecedora lo hace en la seguridad de que va a quedar mejor su nariz, su cutis, su busto, etcétera, pero no es menos cierto que todo aquel que se somete a cualquiera de estas intervenciones sabe que asume algunos riesgos. Lo que sucede es que esos riesgos suelen ser estadísticamente poco frecuentes. Esto en todo caso hace al deber de información del profesional que en el caso del cirujano plástico resulta más extenso [3]. Por lo dicho, y conforme se desprende del fallo, los cirujanos plásticos asumen obligaciones de medios, por lo que en todo caso podrán probar su falta de culpa para eximirse de responsabilidad. De entender que el cirujano plástico asume una obligación de resultado, ello implicaría poner a cargo del profesional una responsabilidad de naturaleza objetiva. En tal caso el cirujano sólo se eximiría de responsabilidad con la prueba de la causa ajena. El médico siempre tendrá a su favor la posibilidad de acreditar su falta de culpa, eximente de responsabilidad, que sólo es atendible en los deberes de responder subjetivos -obligaciones de medios-. Ello así por cuanto la responsabilidad es subjetiva con fundamento en la culpa, más allá de que dicha culpa deba ser probada por el paciente o bien que sea el profesional quien deba demostrar su no culpa [4]. En muchas ocasiones, será el profesional quien deberá probar su falta de culpa con lo que de hecho se produce una verdadera inversión del onus probandi. Es que en los casos de cirugía plástica, la naturaleza de la intervención, sobre todo su simplicidad, y la falta general de grandes riesgos, pueden permitir presumir la culpa galénica ante la falta del logro del resultado último esperado -pero no comprometido-. Pero ello no nos lleva a tener por probada la culpa, requisito para la procedencia de la responsabilidad en el incumplimiento de las obligaciones de medio. En síntesis, en la cirugía plástica también se ponen en juego obligaciones de medios y no de resultado, sin perjuicio de la inversión de la carga de la prueba. Por ello, al no tratarse de obligaciones de resultado, al médico no le resulta imprescindible para eximirse de responsabilidad la prueba del casus. Este es precisamente el resultado al que se llega en el fallo que comentamos, pues se lee en el mismo que "...los groseros errores técnicos que destacan los exámenes periciales, tanto en la cirugía facial como de la nariz, sumado a la falacia en la aplicación de una técnica reparadora que no se realizó [...] permiten cuando menos reconocer que existió culpa en el desempeño profesional del demandado, aunque la responsabilidad se juzgue bajo la más benevolente óptica que corresponde al incumplimiento de las obligaciones de medios, desde que las diligencias empleadas para la obtención del resultado, fueron tan desacertadas e irregulares, como lo fue el mismo resultado obtenido..." II. Legitimación activa de los concubinarios para reclamar indemnización del daño patrimonial en caso de muerte de uno de ellos. Concepto jurídico de daño La Cámara Nacional Civil en pleno, con fecha 4 de abril de 1995, en la causa "Fernández, María y otro c/El Puente S. A. T. y otro" fijó la siguiente doctrina judicial: "Se encuentran legitimados los concubinarios para reclamar la indemnización del daño patrimonial ocasionado por la muerte de uno de ellos como consecuencia de un hecho ilícito, en tanto no medie impedimento de ligamen". En el plenario, la mayoría en forma impersonal recordó que existen dos posturas doctrinarias respecto de la cuestión sometida a decisión. Una de ellas que otorga a la concubina legitimación sustancial para reclamar el pago de una suma que resarza el daño que le ocasionara la muerte de su compañero que subvenía a sus necesidades alimentarias. Otro sector de la doctrina, tan importante como el primero, le niega esa posibilidad al considerar que el resarcimiento sólo comprende situaciones en las que el daño producido lesiona un interés legítimo jurídicamente protegido. En favor de la tesis que concede legitimación, el tribunal dice que el hecho de que las leyes reconozcan en forma expresa determinados derechos subjetivos no implica que cualquier otra prerrogativa personal, para ser reconocida, deba estar taxativamente prevista por la ley, siendo suficiente para ello que su consagración surja de una interpretación razonable de la misma y que no se origine en una conducta ilegítima. El fundamento para reconocer una indemnización reside en la existencia cierta del perjuicio personal y en su nexo causal con el obrar ilícito imputado al demandado, sin que sea menester la lesión a un derecho subjetivo preexistente al ilícito. El tribunal afirma que la legitimación de la concubina no se funda en ese carácter sino que se origina en su condición simple de damnificada por el acto ilícito, el cual genera la obligación de indemnizar, obligación que no puede verse abolida por la circunstancia de que no se encuentra prohibida por la ley. De acuerdo al artículo 1079 del Código Civil todo damnificado indirecto tiene derecho a indemnización. La norma citada no propone distinciones, según la categoría del interés perjudicado, para la procedencia de la indemnización. En consecuencia, y según se lee en el fallo admitido que el daño se establece por la aflicción del interés, éste puede consistir en la frustrada satisfacción de necesidades que, regularmente y con certeza, se veían satisfechas por el muerto antes del hecho ilícito, sin depender estrictamente de que existan normas que contemplen y erijan en derecho subjetivo tal interés. Más adelante el tribunal sostiene que la indemnización deberá o no ser admitida según se acredite que la relación concubinaria tenía una solidez tal que permitiera suponer con un buen grado de certeza su proyección futura, con el correspondiente beneficio económico que ello habría reportado al reclamante. Es que aunque la mera relación de hecho, concubinato, no aprobada por la ley, por sí sola no genera derechos y obligaciones recíprocos ni engendra consecuencias jurídicas, salvo que la ley expresamente se las atribuya, y por lo tanto no es posible, equiparando la concubina a la viuda, considerarla amparada por la presunción legal del artículo 1084 del Código Civil, no es menos cierto que si demuestra debidamente que vivía del auxilio y los recursos del muerto ha de ser indemnizada en función de lo dispuesto por el artículo 1079 del Código Civil. Por nuestra parte recordamos que el plenario hace referencia al daño patrimonial pues el concubino carece de legitimación para reclamar indemnización por daño moral. Ello por imperio de la norma restrictiva del artículo 1078 del Código Civil. Sintetizado el contenido del fallo plenario creemos interesante hacer una mención expresa del voto del doctor Alberto J. Bueres, quien amplió los fundamentos en forma personal adhiriendo a su voto los doctores Highton de Nolasco y Alvarez. En particular, resultan de sumo interés las consideraciones respecto al concepto jurídico del daño. Para el doctor Bueres, la cuestión sometida a plenario exige previamente dilucidar algunas cuestiones entre las que se encuentra el significado de daño y el problema de la tipicidad o atipicidad del ilícito [5]. Es así que luego de repasar diversas teorías, Bueres considera que dos de ellas son las que más se acercan al significado jurídico del daño. "Una de ellas apunta al daño como lesión a un interés, en tanto que la otra define al susodicho daño por sus trascendidos, por sus repercusiones, resultados o secuelas, que la acción genera en el patrimonio o en el espíritu". A continuación sostiene que el daño en puridad y en una primera acepción, que es la más estricta, es la lesión a intereses jurídicos patrimoniales o extrapatrimoniales (espirituales). Dice Bueres: "Como quiera que sea, el verdadero concepto de daño en una acepción preferencial apunta al interés y no a las consecuencias. En nuestro Derecho vigente, por ejemplo, la novia sufre dolor a causa del homicidio de su prometido, como también lo experimenta un sujeto ante la muerte de su hermano, o los padres cuando el hijo pequeño queda físicamente incapacitado de por vida con motivo de un accidente. En todos estos casos hay alteraciones desfavorables del espíritu, pero no hay daño resarcible puesto que esas necesidades espirituales son indiferentes al Derecho, o con otras palabras, no existe un interés jurídico vulnerado (doct. art. 1078, párrafo segundo, Cód. Civ.). El nudo de la cuestión, el punto de partida, parece fincarse en el interés. Cuando el intérprete procede a seleccionar los daños resarcibles -la criba de intereses como expresa la doctrina italiana- (por ej., si la transmisión hereditaria de una enfermedad grave de padres a hijos -sífilis, sida, etc.- es daño o un mero menoscabo propio del existir o del coexistir, o si la concubina sufre un daño o meras perturbaciones o molestias si fallece el concubinario), está apuntando derechamente al interés del sujeto en cuestión, a sus posibilidades de satisfacer necesidades a través de bienes. No se tiene en cuenta, al menos de momento, el sufrimiento, el dolor, la aflicción, la pérdida de ganancias o menguas patrimoniales en general, etcétera, que constituirán aspectos dignos de ser considerados más tarde, cuando se decida que, en efecto, el interés afectado reclama la protección del ordenamiento". En consecuencia, el concepto de daño jurídico no pasa por la lesión a un bien, sino al interés que satisface ese bien respecto de una persona determinada. Con palabras de Bueres, "si a una persona se le sustrae una cantidad de dinero, no hay daño porque la cosa (el dinero) se extinga o salga de la circulación, sino porque desaparece del bolsillo del damnificado. El daño pasa a ser el interés, la relación que media entre el sujeto que experimenta una necesidad y el bien apto para satisfacerla". Siguiendo a Carnelutti, se puede afirmar que cuando alguien destruye la casa de otro el daño no está dado por la transformación del bien sino por la inidoneidad o menor idoneidad de ese bien para satisfacer las necesidades del dañado. Ahora bien, ese interés que hace al concepto del daño puede ser sustrato de un derecho subjetivo, se puede encarnar en un bien que merece la protección objetiva del Derecho sin conferir al titular derecho subjetivo alguno, y en fin, puede tratarse de un interés simple o de hecho, que aunque va referido a bienes que no acuerdan al agente derecho subjetivo alguno o a bienes que no poseen una protección legal explícita, reclaman la protección del Derecho en tanto y en cuanto dicho interés simple o de hecho sea lícito y serio. Más adelante dice Bueres: "Va de suyo que dentro de un sistema amplio de atipicidad del daño, han de tener cabida inexorable los intereses llamados de hecho o simples (valgan las expresiones), pues mientras ellos sean lícitos y serios su reconocimiento a los efectos resarcitorios es una exigencia de la equidad y de la solidaridad social". A la luz de lo expuesto, respecto al concepto de daño jurídico indemnizable, se concluye que si una persona disfrutaba de facultades ajenas beneficiosas (por ej., una prestación alimentaria), no se advierte razón para que las pierda por la mera circunstancia de que no promedie un derecho subjetivo. Tal vez se dirá que esas facultades podrían cesar en cualquier momento, ante la falta de una prerrogativa jurídica para exigirlas en justicia, pero dicha posibilidad se disipa cuando está contradicha por una probabilidad opuesta, como es la que emerge de una relación estable y de la regularidad con la cual se prestaba el beneficio. III. Desindexación de deudas. Ley 24.283 A más de un año de entrada en vigencia de la ley 24.283, comienzan a aparecer los pronunciamientos más importantes por parte de los tribunales de segunda instancia e incluso de la propia Corte Suprema de Justicia de la Nación. A su análisis se dedican los párrafos que siguen. A) Aplicación a juicios laborales A poco tiempo de promulgada la ley 24.283 la Cámara Nacional del Trabajo en pleno dictó una resolución según la cual la ley en cuestión no es aplicable a las obligaciones de pagar sumas de dinero emergentes de las relaciones laborales. Esta resolución de la Cámara del Trabajo de la Capital Federal que lleva fecha 8 de marzo de 1994, fue objeto de críticas por parte de la doctrina, sin perjuicio de lo cual, los jueces laborales por lo general la siguieron al pie de la letra [6]. Ahora bien, esta doctrina judicial ha perdido toda vigencia a la luz de un pronunciamiento de la Corte Suprema de Justicia de la Nación de fecha 16 de mayo de 1995 dictado en la causa "Bolano, Miguel Angel c/Benito Roggio e Hijos y otro". En este fallo el más Alto Tribunal de la Nación ha dicho que la ley 24.283 es muy clara por lo que su interpretación debe apegarse al propio texto de la norma. Del propio texto legal se desprende que el régimen desindexatorio en ella consagrado será aplicable a todas las situaciones jurídicas no consolidadas, por lo que no queda limitada a supuestos en que deba compararse el valor de una cosa o bien. Recuerda la Corte Suprema que el propósito perseguido por el Poder Legislativo y los alcances que le otorgó a la ley son tan evidentes que su interpretación se torna obvia. "Sólo mediante la cita de los fundamentos de un proyecto no sancionado pudo la Cámara a quo sostener que la limitación de la norma está dada por el valor real y actual de un bien, pues la ley está destinada a impedir que la demanda termine en un resultado notablemente superior al verdadero valor de los bienes a sustituir y por ende, concluir en que no es aplicable a las obligaciones de pagar sumas de dinero emergentes de relaciones laborales". En síntesis, y a criterio de la Corte, la ley 24.283 es perfectamente aplicable a los créditos emergentes de relaciones laborales no constituyendo óbice para ello el principio protectorio del Derecho del Trabajo. En orden al tema analizado, resulta de interés un fallo de la Sala Segunda de la Cámara de Apelaciones del Trabajo de la ciudad de Rosario, en el cual el camarista Angel Félix Angelides, en disidencia sostuvo que el pago de salarios, indemnizaciones, etcétera, aunque emerjan de relaciones laborales, quedan alcanzados por las previsiones de la ley 24.283. En el caso concreto se trata de la indemnización tasada por accidente del trabajo, la cual, con acierto es calificada por el doctor Angelides como una "prestación". Conforme la ley 24.283 la liquidación no puede establecer un valor superior al real y actual de dicha prestación al momento del pago. Según el magistrado citado, el régimen de la ley 24.283 es aplicable a las sentencias aun firmes siempre que pendan de cumplimiento. Es que la norma se refiere a la "liquidación judicial resultante", la que obviamente implica la existencia de un pronunciamiento judicial firme [7]. B) Necesidad de dar en pago la suma que el deudor estime correcta como requisito de admisibilidad para plantear el mecanismo desindexatorio de la ley 24.283 El tema analizado en este punto puede parecer polémico, pero sin duda la solución propuesta es la que más se compadece con criterios de justicia. Por nuestra parte hemos estudiado el tema desde la doctrina [8]. En concreto, se trata de que el deudor dé en pago la suma que estime correcta para poder plantear la desindexación prevista en la ley 24.283. Claro que dicho requisito de admisibilidad debe jugar tan sólo en los casos en que exista sentencia firme y se esté en la etapa de liquidación. En este sentido el doctor Hernán Carrillo, como juez de Distrito Civil y Comercial de la ciudad de Rosario ha resuelto que "para que la pretensión desindexatoria fundada en la normativa de la ley 24.283 pueda ser acogida, se requiere el cumplimiento coetáneo de una suerte de requisito de admisibilidad, que consiste en que la susodicha pretensión vaya acompañada de la consignación a la orden del tribunal interviniente, del importe que el ejecutado deudor considere que representa el valor real y actual del bien litigioso comprometido en la causa respectiva. La pretensión desindexatoria atendible viene a implicar en verdad una suerte de allanamiento, allanamiento a abonar lo que en justicia se entiende adeudar. Se someterá la diferencia al resultado probatorio y al criterio judicial, pero se debe partir de un piso reconocido como adeudado, y que debe ser consignado en pago al incoar la pretensión desindexatoria" [9]. El mismo criterio ha sido sostenido por la sala E de la Cámara Nacional de Comercio en fallo del 30 de noviembre de 1994. Sostuvo el tribunal de comercio que si se ha dictado sentencia de condena que se encuentra firme y también se halla consentida por el deudor una liquidación de deuda, el deudor no puede sustraerse al cumplimiento de la condena sin el depósito en pago previo de lo que considera es el valor actual y real de lo debido. A criterio de la Cámara, el demandado debe dar en pago la suma que estima pertinente a efectos de suspender la ejecución hasta tanto se resuelva el incidente promovido con motivo de la aplicación de la ley 24.283. El solicitar la suspensión de la ejecución hasta tanto se resuelva la cuestión desindexatoria, sin dar en pago aquella suma estimada por el deudor como correcta, implica un planteo meramente dilatorio que no merece acogida [10]. Por su parte el doctor Juan C. Venini, en un interesante voto como miembro de la Cámara Civil y Comercial de Junín, en sentencia de fecha 1° de diciembre de 1994, también se mostró partidario de la tesis que venimos comentando. Sostuvo el doctor Venini que para evitar las sumas de recursos a que la aplicación de la ley 24.283 va a dar lugar, resulta conveniente que quien invoca la ley deposite, cuando dinamiza la pretensión, el pago de lo que entiende deber. "Esto, además de condecirse con la literalidad del texto que alude al valor real y actual al momento del pago, evita que, luego de un trámite farragoso a través de recursos extraordinarios, se hagan nuevos planteos, aduciéndose que los valores se han modificado". Considera Venini -con todo acierto- que para evitar las chicanas eventuales y a su vez demostrar la seriedad con que se efectúan los planteos, debe depositarse lo que se entiende deber y someter a discusión la diferencia con relación a la postura de la actora, que puede retirar la suma bajo reserva [11]. IV. Intereses. Tasa aplicable A esta altura es por todos conocida la evolución de la jurisprudencia de la Corte Nacional en materia de tasa de interés aplicable a partir de la entrada en vigencia de la Ley de Convertibilidad. En este sentido deben recordarse los pronunciamientos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación correspondientes a las causas "Y. P. F. c/Provincia de Corrientes", "López, Antonio c/Explotación Pesquera" y "Banco Sudameris c/Belcam S. A.", este último de fecha 17 de mayo de 1994 y en el cual la Corte se remite a los fundamentos brindados por la minoría en la precitada causa "López". La Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Santa Fe, en la causa "Plucci, Pablo c/Provincia de Santa Fe" adhirió a la tesis de la Corte Nacional fijada en la causa "Y. P. F. c/Provincia de Corrientes" estableciendo la aplicación con carácter general de la tasa pasiva promedio conforme al artículo 10 del decreto 941/91. Ahora bien, con motivo del cambio jurisprudencial de la Corte Nacional a partir de la causa "Banco Sudameris c/Belcam S. A.", la Corte de la Provincia de Santa Fe ha adecuado su criterio a los nuevos aires jurisprudenciales. Es así que en la causa "Gómez, Sixto c/Ortiz, Daniel s/Daños y perjuicios" de fecha 8 de junio de 1995 la Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Santa Fe ha dicho que la cuestión referida a la tasa de interés aplicable es materia propia de los tribunales inferiores, no generando ello cuestión constitucional. Al decir de la Corte de Santa Fe "resulta que la existencia de caso constitucional podrá configurarse no por la índole de la materia 'tasa de interés' que se pretenda traer a esta Corte sino si se dan los requisitos de admisibilidad y procedencia del recurso de inconstitucionalidad local. Y, desde esa óptica habrá de juzgarse, en cada caso, si la sentencia impugnada satisface el derecho mínimo a la jurisdicción y ostenta motivación suficiente. La descalificación constitucional sobrevendrá, en definitiva, ante una respuesta jurídica que no exhiba un criterio de razonabilidad frente a la ponderación de la realidad económica y sólo se soporte en una arbitraria discrecionalidad judicial". [1] Cám. Nac. Civ., sala A, fallo del 7-12-94, en autos "Méndez, A. c/C. E. s/Daños y perjuicios". [2] Ver de BUERES, Alberto J., Responsabilidad contractual objetiva, en J. A. 1989-II-964. [3] Debe tenerse presente que en los casos de cirugía plástica, por lo general la intervención del especialista nunca es urgente, al punto de que quien no se somete a este tipo de cirugía no arriesga su vida ni pone en juego su salud. [4] Sobre el tema remitimos a VAZQUEZ FERREYRA, Roberto A., Prueba de la culpa médica, 2 ' ed., Hammurabi, Buenos Aires. [5] El pensamiento de Alberto J. Bueres sobre estos temas puede verse desarrollado in extenso en sus trabajos El daño injusto y la licitud e ilicitud de la conducta, en Derecho de Daños, libro homenaje a Jorge Mosset Iturraspe, La Rocca, Buenos Aires, 1989, ps. 141 y ss.; El daño moral y su conexión con las lesiones a la estética, a la psique, a la vida de relación y a la persona en general, en Revista de Derecho Privado y Comunitario, N° 1, Daños a la persona, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1992, ps. 237 y ss. [6] Ver de VAZQUEZ FERREYRA, Roberto A., Desindexación de deudas. Análisis de la ley 24.283, Ad-Hoc, Buenos Aires, 1994, ps. 93 y ss. [7] El fallo es del 9-6-95. Los otros dos camaristas consideraron que la ley 24.283 no puede ir contra lo decidido en una sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada. Corresponde decir que la jurisprudencia y la doctrina en forma mayoritaria han entendido que la ley 24.283 es aplicable aun en los supuestos en que exista sentencia firme. Sobre esto último remitimos a VAZQUEZ FERREYRA, Desindexación de deudas... cit., ps. 59 y ss. Comparten esta opinión entre otros Jorge Mosset Iturraspe, Jorge W. Peyrano, Guillermo Sagüés, Omar Alejandro Vergara, Manuel y Alejandro Aráux Castex, Mario Cadenas Madariaga, etc. [8] Ver de VAZQUEZ FERREYRA, Roberto A., La expresión al momento del pago en la ley 24.283 de desindexación de deudas, en L. L. 1994-C- 940. [9] Juzg. de Dist. Civ. y Com. N° 3 de Rosario. Fallo del 28-3-95 en autos "Annunziata, Luis c/García, Pedro s/Apremio", Zeus, diario del 5-6-95. [10] Cám. Nac. Com., sala E, 30-11-94, "Alfa Cía. de Seguros c/Empresa San Vicente S. A.", L. L. diario del 7-7-95, p. 14. [11] Cam. Civ. y Com. de Junín, 1-12-94, "Repetti, Oscar c/Karamanian, María del Carmen", J. A. semanario del 14-6-95.