“La Postmodernidad realiza una crítica desencantada a la Modernidad,…
generando un sujeto fragmentado”
El encantamiento se quebró. La humanidad ha despertado aterrada de sí misma. Simplemente
concluyó su sueño. Sobresaltada, desconocida, se encuentra de pie mirando al que fuera su lecho. Se durmió utópica, ensimismada, pero despertó en la perplejidad; porque el desencanto lo ha continuado esta sensación de perplejidad. Los paradigmas cayeron: se perdió el sentido del tiempo histórico y no se encuentra un espacio-identidad como lugar propicio para cada desarrollo cultural; los modelos sociales que todo lo prometían mudaron en ideologías. El progreso, que siempre aguardaría en el futuro, se apeó de su viaje. Hoy el ideal no es más que un gran relato, al modo de una buena historia o de una agradable narración. Y la identidad, lo particular, se perdió en la despersonalización del universo global, universo en el que ser diferente es la actitud uniforme, y el cambio, la mudanza, es lo continuo. El hombre postmoderno ha extraviado la fe moderna, al modo de aquél que en medio del desierto deambula sin rumbo. No se concibe perteneciente al tiempo o al espacio, no los habita, solo los transcurre. El hombre postmoderno no tiene misterio. Reposa a la sombra de los abundantes oasis que le ofrece la técnica.
El hombre moderno, que produjo la revolución científico-técnica y montó la ciencia sobre
una línea de producción, hoy no es más que el irreflexivo consumidor de productos rápidamente desechables, consumidor de caducidades. Su revolución cultural, revolución de la razón y del conocimiento, también se ha hecho altamente consumible. Si a la cadena de producción técnica le agregábamos el eslabón de lo descartable, en la cultura tenemos un eslabón más: el de lo reciclado. Una cultura reciclada, hecha de numerosos parches, un collage “de código abierto”, donde la necesidad personal establece al valor. El hombre postmoderno siente que la razón lo ha engañado; frente al ideal del pensamiento se alineó un ejército de opiniones de alta movilidad; a la objetividad y a la razón, altamente disciplinadas, las derrocó la permisividad del individualismo y del sentimiento. La sucesión, el devenir, el acontecer histórico, la continuidad, son cosa del pasado; el hombre postmoderno se instaló en el presente en el que se siente a salvo; fuera del tiempo histórico sólo el “punto de vista” le ofrece seguridad y confort.
Así el hombre vive la desfragmentación de su ser: histórico, social, cultural, su ser “yo”. Sin pertenencia a… y sin pertenecerse.