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J O H N λ . c u ltu ra
Wi l s o n EGIPCIA
C O __________________BREVIARIOS
O P Fondo de Cultura Económ ica
*
La Cultura
Egipcia:
por
JO H N A . W IL SO N
86
LA CULTURA EGIPCIA
Primera edición en inglés, 1951
Primera edición en castellano, 1953
LA TIERRA NEGRA
I
86 LA CULTURA EGIPCIA
del extranjero. Hemos visto el efecto del florecim iento
de M esopotam ia al fin del período predinástico. La
“expresión cultural egipcia” inventada en las prim e
ras dinastías, ¿fué tam bién tomada o adaptada del ex
tranjero?
La respuesta a esta pregunta es en parte un argu
m ento por el silencio. Es difícil descubrir en dicha
expresión cultural algo que pueda atribuirse a algún
vecino extranjero, y es m uy posible atribuir todos los
nuevos desarrollos sólo a la actividad interior. H asta
ahora hemos m encionado sólo la arq u ite c tu ra, m onu
m ental en piedra, que sustituyó a la construcción con
ladrillo. Hemos advertido que M esopotam ia se había
visto obligada a construir con ladrillo, porque carecía de
piedra, m ientras que en Egipto abundan las piedras
de construcción en gran variedad. Puede añadirse tam
bién que los tipos arquitectónicos en piedra eran egip
cios por su espíritu. Las colum nas que im itan haces
de cañas, las losas de la techum bre que im itan tron
cos de palm eras, la cornisa en voluta y la m oldura en
torés, todo esto se rem onta a modelos nilóticos y no
tiene antecedentes conocidos en otras partes. Además,
la inclinación característica de las paredes de las tum
bas y de los templos tiene una analogía directa con
los acantilados que bordean el N ilo, de suerte que aque
llas estructuras eran m uy adecuadas artísticam ente para
aplicarlas contra los acantilados o sobre ellos. F in al
m ente, las paredes inclinadas encontraron su expresión
lógica en las caras exteriores de las pirám ides, cons
trucciones característicam ente egipcias y que no tienen
analogías apreciables en las de ningún sitio.
La escultura exenta debe m irarse con los mismos
ojos que la arquitectura, y el relieve estuvo sometido
a los mismos principios que gobernaron la estatuaria.
Antes de la C uarta D inastía, aún no se había descu
bierto la figura egipcia típica en escultura y en p in tu
ra. Las estatuas daban la im presión de un cilindro
compacto con la superficie bien redondeada. Las fi
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guras en relieve eran blandas al tacto, como de pan
de jengibre húm edo: plásticas, flexibles y delgadas.
D urante la Cuarta D inastía aparecieron formas nue
vas, y se constituyó un canon de arte ennoblecido, lle
no del sentim iento de perm anencia y duración. Uso
la palabra “canon” porque las formas nuevas tuvieron
una aceptación tan absoluta como si un decreto real
hubiera prescrito y proscrito las formas de la técnica
y de la expresión artísticas. En realidad, el proceso
fué probablem ente menos formal y consistió en la re
gia aceptación de determ inadas formas durante una
o dos generaciones, aceptación que obligaba tanto co
mo una ley. De cualquier modo, la estatuaria cilin
drica abrió el cam ino para la cúbica, con la im presión
de planos y ángulos lisos. Las estatuas había que
m irarlas plenam ente de frente o plenam ente de perfil.
Es m uy probable que no se colocasen nunca al exterior,
donde se las podía m irar desde ‘ todos los puntos de
vista, sino que estaban siempre diseñadas como partes
im portantes de alguna estructura, a la que pertenecían
en cuanto composición artística y en la cual solam ente
se veían en su lugar propio. Así, pues, una estatua po
día estar situada en un nicho, donde sólo se la podía
ver de frente, o arrim ada a una pared, donde única
m ente se la podía ver del mismo modo. De esta suer
te, el plano liso se hizo esencial, y comenzó a m ani
festarse la característica angularidad que distingue al
arte egipcio. No hay indicio de ninguna influencia
exterior; las formas que se lograron procedían del uso
de bloques de piedra de cualquier tamaño, tan abun
dantes en Egipto, y de colocar las estatuas según m an
daba la religión egipcia.
La escultura exenta es inseparable de la escultura
en relieve, y ésta, a su vez, lo es de la pintura. El
cubismo esencial de la estatuaria egipcia produjo aque
llas figuras planas, cuadradas, estáticas y compactas
que cubren las paredes de las tumbas y de los templos
88 LA CULTURA EGIPCIA
egipcios. Los planos lisos de la estatuaria aparecen
aquí hábilm ente torsionados, con un ojo y los hombros
de frente y el resto del cuerpo de perfil. Esta figura
estaba m aravillosam ente adaptada a su objeto. Lo m is
mo que la estatua, estaba destinada a la eternidad. C ada
figura aspira a la vida eterna por su solidez e im pasibili
dad, evitando toda apariencia de flexibilidad, de acción
m om entánea y de emoción pasajera; y por su aspecto
m acizo e inm óvil, parece sublim em ente liberada de to
da localización particular en el espacio y en el tiempo.
Así como los mitos egipcios convertían las actividades
m om entáneas en intem porales y eternas, a las repre
sentaciones individuales las convertía el arte egipcio
en estereotipos o clichés, y por lo tanto en inm ortales.
No quiere decir esto que no existiera en el arte egip
cio la caracterización de los individuos, porque perm i
tía la individualización del retrato m ientras no violase la
im presión esencial de reposo eterno. Sin embargo,
al hablar de retrato, no debemos dar a esta palabra el
sentido moderno, que im plica lo fotográfico, temporal
y emotivo, sino que hemos de recordar que el egipcio
antiguo aspiraba a la representación que m ejor servía
a los fines de la vida eterna, y que por lo tanto asum ía
necesariam ente un aspecto estático e idealizado. Niños
que juegan, criados y personas de poco rango podían
ser representadas en actividad y anim ación, pero el se
ñor a quien servía el arte tenía que ser representado
en su intem poral e inm arcesible m ajestad. Para este
fin, el perfil cuadrado y en actitud de andar, con un
gran ojo sin pestañas, resultaba adm irablem ente ade
cuado.
Este arte se desarrolló con extraordinaria rapidez y
alcanzó gracia y artificio de línea y de sentim iento en
tiem po relativam ente breve. Pocas composiciones ar
tísticas expresan la m ajestad sublim e de m anera tan
perfecta como la figura sentada del faraón Khaf-Re,
de la C uarta D inastía, en el Aluseo del Cairo, o el re
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poso eterno y pesado como el Hem-Iunu de Hildcs-
heim . Con todo, advertiremos que había una fuerte
dosis de ensayo y experim entación en los cánones y
tipos consagrados de aquel arte. El Sheikh el Belcd
del Cairo y el Ankh-haf de Boston no son estereotipos
o clichés serviles. Se tiene la im presión de que aque
llos artistas no se sentían encadenados por los dictados
absolutos de aquel arte, sino que se deleitaban expre
sando un sentim iento subrepticio bajo las fórmulas
prescritas. El ensayo y la creación aún eran posibles
en un tiempo en que el arte era nuevo, antes de que
la mano inerte del pasado se convirtiera en una carga
excesivamente pesada.
Probablem ente hubo otros campos de la cultura en
que aquel período de ensayo y de vida nueva produjo
obras de verdadero valor. Volviendo a la arquitectura,
debe advertirse que las pirám ides y los templos pira
midales del período más antiguo estaban más sincera
y concienzudam ente construidos que los del R eino A n
tiguo posterior. En particular, la G ran Pirám ide, de
hacia los comienzos de la C uarta D inastía, es una enor
me masa de piedra acabada con la precisión más de
licada. H ay allí seis m illones y cuarto de toneladas
de piedra, con bloques que pesan por térm ino m edio
dos toneladas y m edia cada uno, y sin embargo están
tan perfectam ente ajustados que no quedan entre uno
y otro ni cinco m ilím etros, exactitud escrupulosa digna
del arte de un joyero. El margen de error en la cua
dratura de los lados del N orte y del Sur fué de 0.09
por ciento, y el de los lados del Este y del Oeste de
0.03 por ciento. Esta poderosa masa de piedra fué
levantada sobre un pavimento de roca labrada que, de
un ángulo a otro, sólo se desviaba del plano exacto
en el 0.004 por ciento. E l artífice más concienzudo
no pudiera haberlo hecho mejor. Estos fríos datos nos
revelan una devoción y fidelidad casi sobrehumanas al
trabajo m aterial. Es cierto que exactitud y escrupulosi-
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dad sem ejantes no fueron características de los cons
tructores egipcios de tiempos posteriores, que pecaban
con frecuencia de hacer obra apresurada, ostentosa pe
ro insegura. Las primeras dinastías constituyeron la
prueba de fortaleza del antiguo Egipto y fueron el
único período en que sus realizaciones m ateriales se
distinguieron por la honradez y el cuidado más exqui
sitos. Las varias pirám ides de las D inastías Tercera y
C uarta sobrepasan con m ucho a las pirám ides poste
riores en perfección técnica. Consideradas como es
fuerzos supremos del Estado, dem uestran que el Egipto
histórico prim itivo había sido capaz de una honradez
in telectual escrupulosa. Por breve tiempo, estuvo an i
mado de lo que llam am os “espíritu científico”, con
cienzudo y experim entador. Después de haber des
cubierto sus capacidades y las formas que le convenían,
el espíritu se lim itó a la repetición conservadora, su
jeta a cam bio sólo bajo formas ya conocidas y probadas.
Nosotros, que vivimos en una época que glorifica el
afán de alcanzar formas y condiciones cada vez m e
jores, podemos deplorar aquella relajación del espíritu.
Pero debemos com prender la m entalidad antigua, for
jadora de m itos, que buscaba la seguridad y la calm a
deteniendo, el tiem po, aferrándose a los orígenes esta
blecidos por la divinidad e ignorando el futuro, y que
no mostraba interés en penetrar lo desconocido, porque
pertenecía a los dioses más que a los hombres. V istas
en ese marco, concederemos gran valor a las primeras
realizaciones de Egipto y a su éxito en crear formas que
duraron muchos siglos. Después de todo, lo que de
seaba era la estabilidad, y creó una cultura que le re
sultó satisfactoria durante m il quinientos años.
Ahora bien, un argum ento no gana una causa, sobre
todo si se apoya en unos pocos datos escogidos. Hemos
dicho que el prim itivo Egipto histórico poseyó in teli
gencia, consciencia y audacia; esa afirm ación se basaba
únicam ente en algunas observaciones sobre la arquitec-
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tura y el arte. ¿H ay a la vista algunos otros datos de
las primeras dinastías que corroboren aquellas obser
vaciones? Creemos que los hay, aunque hemos de confe
sar que no son fáciles de establecer ni de fechar con cer
tidum bre. Esos datos se encuentran en un tratado cien
tífico, el Edwin Sm ith Surgical Papyrus (Papiro
Q uirúrgico de Edwin S m ith ), y en una obra filosófica,
la Teología M en fita. Sólo con que estas dos obras pue
dan fecharse decididam ente dentro de las cuatro prim e
ras dinastías, dem ostrarían que aquella cultura prim itiva
igualó — y aún quizá sobrepasó— a todas las del mundo
antiguo, hasta que advino la griega, en cuanto expresión
intelectual-espiritual. D esgraciadam ente, los dos textos
han llegado a nosotros en documentos escritos en tiem
pos posteriores, de suerte que lo primero que hay que
demostrar es que se derivan de originales m ucho más
antiguos.
Conocemos el Edw in Sm ith Surgical Papyrus en
un m anuscrito que probablem ente es del siglo χ ν ιι
a. c. Por el lenguaje, la gram ática y la sintaxis, es
fácil de argüir que hubo un docum ento original de
principios del R eino Antiguo. Lo cierto es que el texto
es mucho más antiguo que el m anuscrito conservado.
La tendencia de los documentos médicos a pretender
un origen legendario durante las cuatro primeras dinas
tías puede tener una base real en los comienzos de la
m edicina egipcia en aquel remoto período. De cual
quier modo, nada del texto básico de este papiro in
dica que se trate de un documento compuesto en fecha
tan tardía como el siglo x v n a. c., en que fué escrito
el manuscrito conservado; diversos caracteres del texto
suponen un origen mucho más antiguo, en tiempos
anteriores a aquellos en que el idiom a egipcio recibió
su forma clásica. Creemos que el texto básico es an-’
terior a la Q uinta D inastía y que quizá se remonta a
las dos primeras.
Los documentos médicos egipcios contienen un
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baturrillo de recetas caseras basadas en el conocimiento
de hierbas y de fórmulas m ágicas, en el curanderism o
en forma de conjuros, y en sagaces observaciones sobre
las funciones del cuerpo. En el Papiro Q uirúrgico
de E dw in Sm ith y el Papiro M édico de Ebers hay sen
dos tratados sobre las funciones del corazón, en los que
se explica cómo “habla” el corazón en varias partes del
cuerpo y cómo puede el m édico, en consecuencia, “m e
dir el corazón” en dichas partes. N ada tiene esto que
ver con el concepto de la circulación de la sangre, pues
to que no se adm ite allí que ésta recorra un circuito
hacia y desde el corazón y se creía que el corazón su
m inistraba otros flúidos, adem ás de la sangre. Sin em
bargo el conocim iento de la relación orgánica del co
razón con las partes del cuerpo y de la im portancia del
corazón como fuente de m ateria vivificante sobrepasa
a todo lo que los antiguos supieron de fisiología, hasta
llegar a la época griega. Por otra parte, cuando el m é
dico antiguo exam inaba al paciente “m idiendo el co
razón” probablem ente no contaba las pulsaciones — tan
tas por determ inada unidad de tiempo— como nos
otros, sino que sacaba una im presión del estado general
del paciente al observar que los latidos eran demasiado
rápidos o dem asiado lentos. Estas lim itaciones no de
ben im pedirnos considerar esos tratados sobre el cora
zón como valiosos documentos científicos anteriores a
los griegos.
E l Papiro Q uirúrgico de Edwin Sm ith trata prin
cipalm ente de las fracturas de huesos. El cirujano
describe las fracturas, dice si pueden ser tratadas con
éxito y form ula el tratam iento adecuado. E l texto está
lleno de glosas que explican las palabras técnicas y
raras que ya no estaban en uso. Es notable lo poco
que interviene la m agia en este tratado. Con una sola
excepción notoria, el cirujano se lim ita al tratam iento
m anual, al reposo, la dieta y los m edicam entos. Ade
más, en ciertos casos en que se confiesa incapaz de tra-
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tar eon éxito una fraetura grave, se dediea a observar
las fases sueesivas de la dolencia. Esto es m uy signifi
cativo: no atribuye los easos desesperados a la aeción
m aligna de alguna fuerza divina ni dem oníaea, ni re-
eurre a tretas mágieo-religiosas; con desapasionada cu
riosidad eientífiea, observa la sueesión de los síntomas
puram ente físie o s. En una époea de m entalidad mi-
tifieadora, esta aetitud realista era rara y m uy digna de
aprecio.
Uno de los easos del papiro ilum ina el espíritu
práetieo de aquel prim itivo eirujano.1 E l paeiente su
fre una fraetura eompuesta de eráneo, que produee la
parálisis parcial de un lado del euerpo. Un aspeeto
misterioso de la doleneia era que no había indicios ex
teriores de la grave fraetura; la piel no estaba lesionada
ni sangraba. Tam bién era misterioso que una fraetura
invisible del eréneo produjese la parálisis del euello, del
hombro, de la mano y del pie de un solo lado del cuer
po. El eirujano deelaró que no podía eurar la fraetura,
y lo únieo que reeomendó fueron reposo y observación
eonstante. Pero hizo esta euriosa advertencia: “T ú le
habrías distinguido de uno a quien ha golpeado algo
que ha entrado de fuera, (sino sim plem ente) eomo al
guien que no tiene suelto el extremo de la horqueta
del hombro, así como alguien a quien ha caído un
elavo en m edio de la mano, m ientras sangra por las
nariees y los oídos y sufre rigidez del euello” . Se niega
aquí que la m isteriosa y alarm ante doleneia sea resul
tado del golpe eausado por “algo que ha entrado de
fuera” . ¿Qué signifiea esto? Afortunadam ente, nos lo
diee una glosa explicativa: “En euanto a ‘algo que ha
entrado de fuera', signifiea el soplo de un dios exterior
o de la m uerte, y no la introm isión de algo que su
(propia) earne ha produeido” . En otros térm inos: el
cirujano no se dejó apartar de su aetitud eientífiea ob-
1 Caso 8, ibid., pp. 2 01-16. Nuestra traducción difiere de la
de Breasted en las decisivas palabras “Tú le habrías distinguido
de” . . .
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jetiva por el extraño aspecto del caso. Afirmó que los
fenómenos eran puram ente físicos, y no producto de
una fuerza divina o dem oníaca. La fractura invisible
y la parálisis eran consecuencias m ateriales de un golpe
físico, y no de un inexplicable y entrem etido “soplo
de un dios exterior o de la m uerte”. Advirtamos de
nuevo que esto constituía una aproximación notable
a la pura actitud científica en una época que rara vez
buscaba causas físicas o fisiológicas, sino que por lo
general se contentaba con buscar las explicaciones de
los fenómenos en la acción de fuerzas invisibles. La
m edicina egipcia no rebasó nunca la independiente y
sabia actitud m ental que hallam os en el Papiro Q ui
rúrgico de Edw in Sm ith. R ealm ente, ningún docu
m ento m édico de Egipto llegó después a la actitud
científica general de aquel tratado. Si aceptamos el
argum ento de que dicho tratado procede de las pri
meras dinastías, será una razón más para estim ar en
tan alto grado el espíritu y las realizaciones de aque
lla época.
E l texto llam ado “Teología M en fita” tam bién lle
gó a nosotros en una copia tardía, pero aquí estamos
más seguros de que el original corresponde a las pri
meras dinastías. No sólo son m uy prim itivos el len
guaje y la construcción textual, sino que el carácter
interno del texto lo sitúa en lo comienzos de la historia
egipcia. En gran parte, el escrito trata de la im portan
cia de M enfis, el dios m enfita Ptah y de las cere
m onias que se celebraban en aquella ciudad. Ahora
bien : M enfis era la nueva capital de Egipto al em
pezar las dinastías. Éste era, pues, el texto que daba
la justificación teológica de la ubicación de la capital
nacional. C laram ente se le puede atribuir una fecha
m uy antigua.
La parte del texto que nos interesa de un modo
especial es la que trata de la creación. No era desacos
tumbrado que un santuario im portante, como el de la
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nueva capital, redam ase una parte en el mito de la crea
ción. La m itificación es un proceso por el que se re
lacionan lo tem poral y localizado con lo cósmico y
eterno. Todos los santuarios im portantes de Egipto
parecen haber tenido su m ontículo de la creación, con
siderado como el lugar de la Creación, y diversos dioses
se mezclaban de varias maneras con el dios-creador, de
suerte que sus pretensiones a la prioridad podían tener
cierta apariencia de validez. Por consiguiente, no sería
sorprendente que Ptah, “el que abre”, se mostrase in
teresado en la creación generalm ente atribuida a A tum ,
el cósmico “Todo” .
Lo notable en la Teología M enfita es la exposición
del mecanismo y objeto de la creación. El m ito acos
tumbrado de la creación es de un carácter que proba
blem ente se remonta a simples y terrenales orígenes pre-
dinásticos. Dice que antes de la creación había un
vacío acuoso, acompañado de tinieblas, inform idad e
invisibilidad. Después, al bajar la crecida del N ilo y
dejar al descubierto pequeñas lomas de cieno, como
primera promesa de la vida anual de Egipto, bajó tam
bién el primevo vacío acuoso, y apareció la primera loma
prim ordial de tierra en m edio de la nada circundante.
En aquella colina aislada estaba el dios creador A tum ,
cuyo nombre significa que lo era Todo en sí mismo.
No había más seres que A tum . En dicha loma de cieno
creó todos los demás seres y fenómenos del univer-
I so. Las versiones difieren en cuanto al modo como lo
hizo. U na concepción más bien terrena de aquel pro
ceso dice que A tum era m asculino y que no existía un
ser femenino con quien pudiera unirse para procrear,
así que produjo su sim iente por autopolución; las dei
dades m asculina y fem enina resultantes tuvieron des
pués a su cargo la tarea de la generación y produjeron
todos los fenómenos posteriores. Otra versión expresa
una idea un tanto apartada de lo físico al observar que
Atum lo era Todo en sí mismo, y que dio nacim iento
a los otros dioses nombrando las partes de su cuerpo.
96 LA CULTURA EGIPCIA
La enunciación de un nombre que nunca ha sido pro
nunciado anteriorm ente fué en sí m isma un acto de
creación; dió forma e identidad a lo que antes era des
conocido. Con todo, esta m ism a versión es fundam en
talm ente física, puesto que A tum se desmembró real
m ente para form af otros seres independientes.
Volvam os ahora a la nueva T eología M en fita, que
debía conocer m uy bien el m ito consagrado de la
creación atóm ica y que tuvo que adaptar o incorporar
a la exaltación de Ptah y de M enfis a la prioridad.
Se encontraba ante estas cuestiones: ¿De dónde vino
el imçmo A tum ? ¿Por qué hubo creación? En otras
palabras, tenía que buscar un Prim er Principio. Afir
mó que Ptah, el dios de M enfis, era el corazón y la
lengua de los dioses. E l pensam iento egipcio concebía
las ideas abstractas, pero tendía a darles una localiza
ción concreta. “Corazón y lengua” era una m anera
gráfica de decir pensam iento y lenguaje. D etrás de la
creación había una inteligencia articulada. M edian te
el pensam iento del corazón y la expresión de la len
gua, habían tenido existencia el m ismo A tum y todos
los otros dioses. Esta idea de un principio racional de
trás de la creación constituye el mayor acercam iento
del egipcio a la doctrina del Logos: “En el principio
era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era
D ios” . E l corazón, que los egipcios consideraban la
sede del pensam iento, de la voluntad y del sentim ien
to, concibió la idea de un universo dividido en sus
diversos fenómenos, poblado por los distintos seres y
regulado por el orden divino. La lengua realizó aque
lla idea m ediante la enunciación y el m andato.
Es (el corazón) el que hace que se produzcan todos
los (conceptos) perfectos, y la lengua es la que enuncia
lo que el corazón piensa. Así fueron formados todos los
dioses. .. En verdad, todo el orden divino empezó a
existir mediante lo que el corazón pensó y lo que la
lengua m andó.. . (Así se hizo la justicia para) el que hace
lo que es deseado, (y el castigo para) el que hace lo
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que no es deseado. Así se dió la vida al que tiene paz,
y la muerte al que tiene culpa. Así se hicieron todos
los trabajos y todos los oficios, la acción de los brazos,
el movimiento de las piernas, y la actividad de todos
los miembros del cue*rpo, en conformidad con el man
dato que pensó el corazón y que enunció la lengua, y
que señaló el valor de cada cosa. (Y así) llega a suce
der lo que se dice de Ptah: “El que hizo todas las cosas
y dió existencia a los dioses” . . . Y Ptah quedó satisfe
cho, después de haber hecho todas las cosas, así como
el orden divino.1
9 — 450
* 1 — 9 *
2 — 18
* 4 — 36 *
* 8 — 72 *
* 16 — 144 *
* 32 — 288 *
64 — 576
LA GRAN HUMILLACIÓN
FRONTERAS LEJANAS
Comienzos de la Dinastía. 18
(hacia 1550-1375 a. c.)
CONFLICTO INEVITABLE ·
Los leones salen de sus guaridas; En ella corretean todas las bes
tias de la noche.
Todas las cosas que serpean, Los leoncillos braman a la presa.
punzan.
¡C uán muchas son tus obras! ¡C uán muchas son tus obras,
Están ocultas a la vista del hom oh, Jehová!
bre.
¡O h, dios único, como el cual
no hay otro!,
T ú has hecho la tierra a la me Hiciste todas ellas con sabiduría;
dida de tu deseo. La tierra está llena de tus be
neficios.
LA CAÑA ROTA
para que seas llamado (a una alta posición)” . Esto revela clara
mente respeto a la modestia en una época más antigua, pero el
pasaje parece estar aislado, y se halla en contradicción con el alto
valor que concede a la elocuencia la Instrucción de Ptah-hotep,
probablemente contemporánea de aquél. El pasa;e de la Instruc
ción de Ptah-hotep, que lleva el número 166, está muy estragado
y no ha podido ser traducido satisfactoriamente. Aunque la ver
sión del Imperio quizá alaba el silencio, si se traduce por “Guarda
tu boca delante de tus subordinados, para que haya respeto al
hombre silencioso”, esto se compagina mal con el consejo anterior,
que previene ser franco con los buenos. La versión más antigua
quizá apercibe contra la codicia secreta por los bienes de uno: “No
des satisfacción a tu boca delante de tus subordinados, porque es
mucho lo que puede lograr el miedo al silencio” . La palabra “mie
do” significa aquí “aversión a” más bien que “respeto por” .
1 Erman, The Literature of the Ancient Egyptians, pp. 55 ss.
El mismo documento aconseja hablar clara y confiadamente, y
después guardar un silencio tenaz (ibid., p. 59, n. 15 ), o sólo si
lencio sí no se tiene el arte de hablar bien (ibid., p. 61, n. 2 4).
2 Ibid., p. 120. Al atacar al mayordomo mayor, el campe
sino lo apremia a no contestar al peticionario “con el saludo de
un hombre silencioso” , (ibid., p. 12 9 ).
428 la c u l t u r a e g ip c ia
LIBROS
Cronología .......................................................................... 9
Advertencia sobre las traducciones ...................... 12
Introducción ........................................................................ 13
483
Este libro se terminó de imprimir
el día 10 de Diciembre de 1953, en
los Talleres de EDIMEX, S. de R. L.,
Mateo Alemán, 50, México, D. F. De
él se tiraron 10,000 ejem plares, y
en su composición se utilizaron tipos
Electra 9 :10 , 8:9 y 7:8 puntos. Se en
cuadernó en Encuadernación “El Pro
greso”, Obrero Mundial, 727, Méxi
co, D. F. La edición estuvo al cuidado
de SinduUo de la Fuente.
John Albert Wilson
LA C U L T U R A EGIPCIA