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Cuando hablamos de la cultura entendida como un conjunto de costumbres, formas

o modos de vida que identifican a un pueblo; un modo de comportamiento según los


valores y modelos normativos de las personas que existe independientemente de toda
práctica social y de una telaraña de significados como “estructuras de significación
socialmente establecidas” (Geertz, 1992, 26), también debemos comprender cómo es que
esta sale a relucir y se convierte en algo concreto y tangible para los que la practican.

Para explicar mejor esta premisa, podemos decir sencillamente que no hay cultura
si no hay obra. Como bien dice la gerente cultural María Elena Ramos “la cultura hace
tangibles, audibles y visibles para muchos las ideas inicialmente más íntimas e
intangibles”(). Es por ello que no existe una orquesta que no pueda interpretar o tocar
música –pues esa es su función- así como no existiría el propósito de un compositor si no se
realizase alguna obra compuesta en acto.

Para que esto pueda suceder, es decir, para que la cultura consiga un espacio en el
cual pueda ser expresada, aceptada y recibida, debemos apoyarnos en dos de sus grandes
pilares: la política y la gestión.

Según García Canclini Néstor, en Políticas Culturales en América Latina, la política


cultura se define como “un conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las
instituciones privadas y las asociaciones comunitarias a fin de orientar el desarrollo
simbólico, satisfacer las necesidades culturales dentro de cada nación y obtener consenso
para un tipo de orden o de satisfacción social.” En otras palabras, se define como un
conglomerado de acciones y prácticas sociales de entes u organismos públicos y privados,
en conjunto con agentes sociales y culturales.

Por otra parte, la gestión cultural es aquella que busca concentrar y favorecer todo
tipo de prácticas culturales dentro de la vida cotidiana del ciudadano de forma individual.
En términos más modernos, la gestión se vincula de manera directa con la planificación, la
estrategia, la optimización y el empleo de herramientas que faciliten la finalidad concreta
previamente establecida.

La unión de dichas prácticas son las que nos permiten emitir y definir –con ayuda de
la comunicación y el lenguaje- los valores, principios e ideales de una cultura, ya sea a
nivel micro (enfocado en un solo aspecto cultural: música, teatro, patrimonio, turismo,
etc…) o a un nivel macro (en el caso de las marca país que no representa solo a un sector
cultural sino a una cultura en general).

Una vez entendido estos conceptos, nos basaremos en la Agenda 2030 de los
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para ejemplificar, en el caso de Venezuela, la
política y gestión cultural que ha sido aplicada por el Estado de esta nación.

En un principio, la Agenda 2030 es el “plan global para la erradicación de la


pobreza, la lucha contra el cambio climático y la reducción de las desigualdades” (). En él,
se aprobaron 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y 169 metas asociados a estos que
comprenden las dimensiones sociales, económicas y ambientales de cada nación
circunscrita.

Entre los 17 objetivos planteados, nos enfocaremos en los siguientes:

Poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo; poner fin al hambre, lograr
la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible;
garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades; garantizar una
educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje
permanente para todos; garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el
saneamiento para todos; garantizar el acceso a una energía asequible, fiable, sostenible y
moderna para todos; promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible,
el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos; construir infraestructuras
resilientes, promover la industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la innovación;
lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y
sostenibles; garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles; promover
sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia
para todos y construir a todos los niveles instituciones eficaces e inclusivas que rindan
cuentas.
De igual modo, la gestión cultural se ha situado con fuerza en la agenda de los gobiernos
como una política dotada de estrategias y actuaciones eficaces que refuercen la identidad, la
visión y el desarrollo de un país, fortalezcan los programas culturales, impulsen los
procesos creativos y potencien tanto la diversidad como la riqueza cultural.

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