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Gato ama a Lola

Liset Lantigua

loQueleo
..._.
Para Ana Montero,
presidenta de la Asamblea
de Derechos de Ratones
y Gatos del Mundo.

Para Sofía Sprechmann,


responsable del nacimiento
de todas las mariposas.

A Paulina Palacios,
primera gata de la ciudad.

Para Pamela, primer contacto


de Triplecutis en este mundo,
con todo mi amor.

o
Índice

La casa ................................................ 11
Lola .................................................... 17
El viaje ................................................ 23
París ................................................... 29
Triplecutis ........................................... 35
Una cena inusual ................................... 45
Adela .................................................. 57
Ratón ................................................. 61
Abrazos ............................................... 73
El reglamento ....................................... 77
Los sueños ........................................... 85
Despertar ............................................ 95
Túnel ................................................ 113
Respuestas ......................................... 123
Las cartas .......................................... 131
,.,.
#

Encuentro .......................................... 141


Fin ................................................... 149

Bi ografía ...........................................161
Cuade rno de actiuidades .................... 163
La casa

Tiene una puerta como cualquier otra, solo 11


que es redonda. Adentro se encuentra todo lo
necesario para una vida segura: recipientes,
cubiertos, hojas de plantas (que bien podrían
ser medicinales), zapatos, algún portafolio
para papeles, cáscaras de naranja, un espejo
sordo y un espinazo de pescado que Gato usa
como peinilla. También hay un guante de lana
y una ducha que no sirve para nada1. Y un
reverbero. En la noche, la puerta no se abre
a menos que sea verano. En las mañanas se
abre un poquito para que entre la luz y salgan
las miradas de Gato, que siempre sueña con
verla pasar. Pero ella no pasa, y eso entristece
1 Deberla decir «que no servia para nada•, porque un tiempo después la vida de Ducha
cambió para siempre.
...
,

profundamente a Gato. A veces, sus amigos lo


oyen llorar y comentan:
-¡Ya está el pobre Gato llorando por ella!
-¡No ha vuelto a peinarse, es una calamidad!
-¡Y tan flaco!
-¡Y tan ojeroso!
Todos están preocupados. De nada sirve que
12 lo inviten a las afueras del túnel o a los caseríos
del río. Nada lo hace salir.
Hace algún tiempo, Gato recibió la noticia
de que ella se iría a un país con nieve. Entonces
no perdió tiempo: se puso la corbata de bolas
rojas, se peinó, se lavó las patas y se dirigió ha­
cia la banda de pueblo que tocaba en honor a su
partida. Le susurró al oído:
-La-la nieve es horrorosa. Me-mejor qué­
date. El mundo está-tá bien así co-como es.
Y ella lo besó por última vez y le dijo:
-No puedo creer que pienses que el mundo
está bien así, Gato.
Y enseguida se puso a saludar a la gente
que aplaudía, porque ella los representaría
en la Asamblea de Derechos de Ratones y Ga­
tos del Mundo, y nunca antes en la historia
del pueblo se había oído hablar de derechos
ni cosa que se pareciera. Gato hizo un último
intento:
-¿Y si vienes a vivir a mi ca-casa? ¡Te-tengo
de todo!
Y ella posó su dedo delicadamente sobre la 13
boca de Gato:
-Tranquilo, amor, antes de vivir contigo
tengo que lograr que el mundo sea un mejor lu­
gar. Recuerda que tu casa no es el planeta, es
solo tu casa.
Y Gato regresó desconsolado por los mismos
caminos que había recorrido con ella, mientras
el otoño revolvía las hojas de trébol y a las pes­
caderías llegaban cientos de sardinas que per­
fumaban el aire. Entró a su casa, cerró la puer­
ta y se acurrucó junto a una bota despegada
que siempre comentaba algo:
-Mala cosa, ¿no? ¡Ahora ellas se van así,
como si nada! ¿Y qué piensas hacer?
Y Gato no podía responderle porque había
empe zado a llorar. El cielo también lloró: esa no­
che cayó una lluvia con truenos y relámpagos.
A la mañana siguiente todo estuvo en cal­
ma. Ella se había ido. Ella era Lola, una gata
amarilla y negra. Había decidido hacer algo
bueno por todos. Gato solo quería que Lola
lo amara. <<¿Qué mejor podía hacerle al mun- 15
do?», pensaba.
Por eso lloró tanto, tanto que Bota se con­
tagió y enseguida se puso a chillar. El viejo
Reverbero también tosió un poquito y lloró de
pena por Gato. Fue la noche más triste de la
casa de Gato. La casa más alegre, la más bonita
del pueblo en días pasados, ahora un tacho de
basura común abandonado a la intemperie.
-
'
Lola

Había llegado al pueblo con una marcha a favor 17


del respeto a las siete vidas de los gatos. Era jo-
ven y guapa, demasiado quizá, para el frío que
hacía, porque estaban en invierno. Eso pensó
Gato: «¡Cómo puede llegar semejante belleza
en este invierno!». Hacía meses que Gato no
se bañaba, pero verla en el parque del pueblo
al frente de los manifestantes lo hizo correr a
casa, darse un baño de cabo a rabo, peinarse,
afinarse los bigotes con un poco de crema de
un pote viejo y salir más erguido que nunca por
la calle. Se acercó, pero no fue capaz de decirle
nada. Entonces ella tomó las riendas:
-Soy Lola, mucho gusto.
-Lola, Lola, ejem, Lo-Lola -intentaba
decir algo Gato, pero estaba demasiado ner-
...
vioso. Y tras unos minutos de batallar con su
timidez, por fin pudo-: Me alegra que hagan
esta marcha, yo ya he perdido seis vidas. La ...
la primera, al caer de un rascacielos cu-cuan­
do era muy chico; la segunda, una tarde en
que me lancé al mar cu-cuando ...
Ese día, Gato le contó su larga historia de
18 su pervivencia. Los nervios lo hacían tartamu­
dear. Lola se rio mucho. Le gustó Gato. Le gus­
tó su manera de hablar de sí mismo sin impor­
tarle que a ella le diera risa:
Que si había sido raptado por una señora
gorda para hacer un viaje en un trasatlántico
llamado Titanic. Que si se lanzó al agua y pudo
nadar hasta el muelle del puerto ...
Que si fue atacado por un alcalde que quería
declarar al pueblo «libre de gatos»...
Que si estuvo encerrado durante nueve no­
ches en una chimenea sin comer ni beber nada ...
Que si se enfermó gravemente de la barriga
por comerse el ratón de una computadora...
En fin, demasiadas historias para una no­
che de invierno.
Y Lola le contó cómo escapó de la guerra que
arrasó con la vida en la ciudad en la que había
nacido. Era una historia triste, pero Lola sabía
reír, cantar, oler las flores y contemplar las nu­
bes y las farolas. Entonces Gato entendió que
aquella no era una gata como las otras, que era
Lola, y eso significaba una historia, una vida
interesante, una alegría llena de peces, un sol 19
radiante sobre su casa de lata.
Invitó a Lola a tomar el té y fueron largos
meses de salir con ella, de cuidarla, de esperar
que pasara por su puerta con su andar como de
bailarina. Y luego verla convertida en maestra
de escuela, y en cantante del Bar Misu, y en el
amor de la vida suya, de él, de Gato, que hasta
ese día no había pasado de ser un sobrevivien­
te aburrido contando siempre lo mismo.
Entonces le entraron ganas de trabajar, de ha­
cer algo. Se colocó de camarero en el restaurante
Tu Trucha, y era un completo camarero con su
camisa blanca y su lazo negro bajo el mentón.
Pero fue en ese tiempo cuando vino Come­
ta, el cartero, con la noticia de que se haría la
Asamblea de Derechos de Ratones y Gatos del
Mundo y una nube de maripositas blancas lle­
nó las calles del pueblo. Entonces, Lola empacó
sus perfumes y sus lazos rojos y verdes, guardó
sus sandalias de taco alto y anunció que ella re­
presentaría al pueblo en la asamblea.
Aplausos y más aplausos.
20 Tristeza y más tristeza, porque Gato ha-
bía soñado construir un palacio para Lola en
algún lugar del pueblo, tener muchos hijos y
ser su novio para toda la vida. Y ahora Lola se
iría.
Gato dejó de trabajar. Le quedó la esperanza
de que volviera la bella Lola, cansada de cam­
biar el mundo, de que volviera por él. Mientras
tanto, había pasado la primavera. «Una prima­
vera llorona», pensaba Gato, que no podía dejar
de asociar la lluvia con su pena, y el verano re­
gresaba y con él la misma nube de maripositas
blancas que tiempo atrás había llegado justo
cuando Lola se iba.
En aquella ocasión, las mariposas desa­
parecieron con ella, en el largo camino que
daba a la salida, más allá de los túneles y los
caseríos. Las de ahora parecían decididas a
apoderarse del pueblo.
El viaje

«Si uno es un gato y vive solo, en un basure- 23


ro de lujo, pero solo, y si además ha perdido a
Lola, tiene todo el derecho del mundo de no
salir más. ¿Para qué?, ¡dime!», se repetía Gato
mientras contemplaba un triangulito de su
cara, con ojo y todo, en Espejo.
Bota se había dormido, además, hacía mu­
cho que no encontraba gracia en aquello de
oír llorar a Gato. Sin embargo, una cáscara
de naranja, ya seca pero viva, se puso a escu­
charlo, porque hasta ahora a Gato le habían
oído decir ridiculeces del tipo:

¡Soy un
desdichado!
- ...
,

ingrato!

Esa clase de lamentos de Gato ya no con­


movían a nadie ni dentro ni fuera de casa,
pero una conversación como la de ahora po-
24 dría prestarse para que Gato empezara a pen­
sar en la vida y en las cosas de otra manera.
Por eso, Cáscara se atrevió a hablarle:
-Deberías salir para que te broncees un
poco, estás dema,siado flaco.
-Tonterías -murmuró Gato sin fijarse en
su interlocutora.
-O para ver si se te ocurre un modo de
acercártele, no sé...
Y esto último sí hizo que a Gato se le para­
ra una oreja y que Bota abriera la boca en un
bostezo mal intencionado que pretendía hacer
callar a Cáscara, porque no le hacía ninguna
gracia que Gato se fuera.
-Podría ser, ¿sabes? Al fin y al cabo esta
casa no se mueve, no va a llevarme a ningu-
na parte. Podría ser -dijo, como si solo pen­
sara en voz alta, y se quedó meditando un
buen rato mientras Bota batallaba por pisar
a Cáscara para que no metiera más lío con
sus opiniones.
Luego retomó el diálogo con Espejo, pero esta
vez hablaba con más sabiduría que tristeza.
-¡Y qué te diré! -decía como si Espejo (que 25
era sordo) pudiera oírlo-. El pasado está ahí,
pero nosotros seguimos el viaje de la vida, aun-
que no nos movamos. ¿No ves?, yo he esperado
que Lola vuelva, sin pensar que Lola podría no
volver y que no por eso voy a permitirme per-
derla. Qué tontería la vida, ¿no? Han pasado
la primavera, el verano, el otoño, el invierno, y
ahora de nuevo es verano y no se me ha ocurri-
do salir a buscarla. ¡Lo he decidido: se acabó el
encierro, hoy mismo salgo en busca de ella!
Bota se echó a llorar. Un pistacho que estaba
debajo de Guante le aconsejó que se calmara,
que llorar solo le oxidaría más los clavos y que
ya estaba bastante acabada; pero fue inútil, se­
guía y seguía llorando.
Gato abrió la puerta de su casa2 y fue como
surgir en la superficie de un mar a las diez de la
mañana después de haber navegado por hon­
das oscuridades durante meses; y para sorpre­
sa suya, una nata de mariposas blancas se en­
contraba revoloteando entre él y el cielo. Gato
se sintió lo más feliz que podía en medio de su
26 debilidad. Las mariposas derramaron sobre su
cabeza un polen que resultó cálido, perfumado
y sedoso, y Gato supo que ya no era el mismo.
Se sintió liviano, transparente y lleno al mis­
mo tiempo. Y con la certeza de que se estaba
preparando para un largo viaje, escribió en un
pequeño papel una nota para sus amigos:

Me- +ui a vorve-r.


Los quie-roJ
Ga.+o

2 Parecida desde su encierro a la puerta de un submarino.


y la dejó caer hasta el fondo del tacho antes
de cerrar la puerta.
De todo lo vivido ese día, ahora Gato recuer­
da su cuerpo hacia arriba. Su cuerpo en ascen­
so hacia las nubes, sobre las nubes. Gato había
echado a volar.
París

Fue, lo que podría llamarse, un viaje sin tiem- 29


po. Gato no pudo precisar si transcurrieron
días o semanas; solo recuerda que el viento le
daba en la cara con una suavidad de caricia, y
que algunos pájaros cansados se le posaron en
la cabeza y que él no tuvo ni la menor intención
de atacarlos. Hubo noches con lluvia de leche
de la Vía Láctea y Gato aprovechó para sacar la
lengua y beber un poco: la leche le encantaba.
Una mañana de primavera, Gato sintió que
el viaje había acabado. Lo supo porque des­
cendió suavemente sobre el sombrero de una
estatua gorda, y desde allí contempló un par­
que manchado de sombras. Gato no tenía un
plan, pero no necesitaba ser un genio para sa­
ber que no había ido a parar a aquel parque
...

por casualidad, y que la nube de maripositas


era uno de esos acontecimientos a los que
Bota llamaba «prodigio». Un raro prodigio le
había ocurrido a él, que no había hecho en la
vida otra cosa que sobrevivir y amar a Lola y
llorar por Lola.
Por eso esta�a un poco extrañado, porque
30 no se sentía ni remotamente grandioso, más
bien estaba avergonzado de tanto encierro y de
tanta pereza. Llevaba meses sin hacer nada. Lo
cierto es que no sabía cuán importante había
sido el enamoramiento, ni que el amor era sufi­
ciente para que el más común de los gatos deja­
ra de ser el mismo.
Saltó del sombrero de la estatua a una mano
que sostenía semillas para pájaros, y de allí
hasta un pliegue de la amplia falda de piedra.
Por último, se puso de un salto en la punta
de la bota enorme que tenía levantada, y que
le servía para equilibrar el cuerpo en un ges­
to gracioso. Gato recordó a Bota, recordó lo
acabada que estaba porque era muy, pero muy
vieja, y enseguida se estiró y eligió un camino
que iba por entre chiquillos y personas mayo­
res que cargaban canastas o bolsas con flautas
de pan. Era una ciudad muy alta, pero pronto
Gato divisó una acera y su borde que daba a un
río ancho con barcos y gente. Era el Sena. Gato
estaba en París. No lo sabía, pero se sentía bien
andando sin preocupación como la lenta co- 31
rriente de agua.
A todos los gatos del mundo les gustan los
puentes. Gato no era un gato del otro mundo,
por eso, mientras caminaba por la orilla del
Sena y vio que la sombra que oscurecía el agua
en forma de arco era la de un puente, se alegró.
Mientras tanto, las personas se embarcaban en
los muelles y conversaban como si todos fue­
ran reverberos3 • Gato estuvo bajo el puente a la
hora precisa en que se necesita sombra. Esta­
ba cansado y el sol le recordaba lo agotador que
puede ser el mundo al mediodía. Pensó sentar­
se a descansar pero un ratón de esos que pare-
3 Reverbero, el amigo de Gato, hablaba francés.
cen salidos de los huecos que tienen las paredes
de las casas de los cuentos se le acercó sin gota
de recelo.
-Hey, amigo, te estaba esperando.
Gato tuvo intenciones de comérselo, pero
pudo ver sobre su oreja a una de las mariposi­
tas blancas de la nube que lo había guiado. Y
32 después de unos segundos de haber permane­
cido más mudo que la ducha de su casa, se atre­
vió a responderle con una pregunta:
-¿Y qué se supone que deba hacer contigo,
Ratón?
-Pues todo, Gato, todo. Por ahora vamos a
descender por la primera alcantarilla ,que apa­
rezca, porque no has venido a París a pasear
precisamente, no por el momento.
Gato se sorprendió de saber que estaba en
París, «ciudad de bulevajes y pejfumes», como
decía Reverbero con su orgullo oxidado, con
sus eres guturales: «Yo soy un jeverbejo de
Pajís», mientras sus amigos hacían muecas y
se burlaban. Aunque Ratón le resultaba sa-
bio ndo y poco amigable, Gato se dejó guiar
por él rumbo a los confines oscuros y húme­
dos de «Pajís», sin poder imaginar todo lo que
el viaje le estaba augurando.

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q
f
'
-�•')
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../
Triplecutis

A medida que descendían por las arterias de la 35


ciudad, a Gato le parecía que lo que le habían
contado de París no correspondía a aquel lugar
repleto de ojos chillones y de espuma pestilen-
te, como si fuera la enorme caldera de todas las
inmundicias. Gato nunca había estado en una
alcantarilla, ni siquiera la pesadilla de la chi­
menea podía compararse con esto. Avanzaba
temeroso, en silencio, detrás de Ratón, que se
veía mucho más seguro, o al menos eso creía
Gato, que, para romper el silencio se atrevió a
hacer la típica pregunta de los viajes:
-¿Fa-falta mucho?
-No sé exactamente, pero te aclaro que
este viaje recién está comenzando -contes­
tó Ratón bastante menos cordial que antes de
'
bajar a la alcantarilla, y sin detenerse ni un
instante.
Gato pensó en el tono de Ratón, en su acti­
tud, y tragó en seco porque algo le decía que el
trayecto iba a ponerse cada vez más negro.
Y en verdad era negro, a ratos estrecho, en
partes ancho, pero igual oscuro; solo los ojos
36 de las criaturas que habitaban los rincones
de los túneles les permitían un poco de luz,
que, en lugar de servirles de guía, los asus­
taba. Era lo más tétrico que Gato había vis­
to, precisamente porque lo que veía era nada:
destellos, puntos de luz, oscuridad; y lo que
se escuchaba eran crujidos, chillidos, gemi­
dos y susurros que hacían de aquella alcan­
tarilla el paseo del horror bajo «la jomántica
Pajís» 4 • En esa escasa visión engordaban los
monstruos que Gato imaginaba con colmi­
llos gigantescos y cuerpos morados.
En un punto del camino, una baba que se des­
lizaba pesadamente por una pendiente venció

4 Como tombién le ofan decir a Reverbero.


las patas de Gato, y el pobre tuvo que sostenerse
con los dientes de la cola de Ratón, sobre todo
porque este iba adelante y no se hubiera ente­
rado sino un kilómetro más allá de que Gato se
había quedado pegado al piso como una mosca
al merengue. Ratón empleó toda su fuerza para
halar a Gato. No le pareció que este quisiera
comérselo, ni siquiera porque lo había agarra- 37
do peligrosamente con los dientes, más bien se
concentró en empujar hacia adelante, contando:
-Uno, dos, tres. Uno, dos, tres.
Entre él y Gato lograron dejar atrás el res­
baloso incidente y continuaron el camino os­
curo que calaba París, por partes en silencio
y en algunos tramos entre bostezos, porque
para Ratón aquel era un día eterno y no po­
día dejar de pensar en que tal vez era la hora
de dormir5 . Después de haber andado mucho,
el guía se detuvo como un policía de tránsi­
to, y Gato, que venía detrás, no pudo menos
que quedarse tieso.

� ét, como cu.tlquier rntón, dorrnfa de dfa.


-¿Qué-qué-qué pa-pasa? -preguntó más
tembloroso de lo común.
-Pasa que estamos entrando al Reino de
Triplecutis, y...
Al pobre también le temblaba la voz. Se­
gún sus cálculos, algo en el viaje estaba yen­
do mal, el Reino de Triplecutis era conocido
38 por casi todas las criaturas del mundo, y no
se sabía de alguien que hubiera salido vivo
de él.
-¿Qui-quién rayos es Triplecutis? -pre­
guntó Gato, entre asustado y molesto.
-Baja la voz, Gato, baja la voz que Triplecu­
tis tiene seis orejas, por si no lo sabes, y, si nos
escucha nos va a devorar con una de sus tres
bocazas -dijo Ratón, agitado y nervioso.
Un destello de luz al fondo de aquel pasadi­
zo avivó la tensión. Notaron un movimiento
que provenía de un largo bulto que a Gato le
recordó el telón del teatro la noche en que Lola
apareció ataviada entre plumas y perlas, can­
tando un bolero que decía:
Cuéntame un cuento, Gatito,
que hable de la libertad,
iré contigo a ese mundo
de sardinas sin igual.
Plan, plan, plan,
de sardinas sin igual...

Gato recordó el teatro porque, cuando termi- 39


nó la función, la cortina del escenario cayó, le
tapó la visión de su Lola y lo dejó muy solo al
otro lado, entre los aplausos y las ovaciones del
público. Y porque, al caer desde el alto techo,
aquel telón de terciopelo rojo se convirtió en un
rollo en el borde del entablado. Un rollo bastan-
te parecido a lo que ellos estaban contemplando
pese a la poca claridad de la alcantarilla.
Sin embargo, aquello no era una cortina ni
iba a dar lugar a una función parecida a la de
la noche del recuerdo de Gato, más bien era
una cosa que se alargaba, que se estiraba y so­
plaba un bw.u.u.u.w -f-e.,rrorí+ico, y enseguida
demostró que sabía hablar con una voz tan
,I

�Spt:ut.f-osa como la que hubiera podido espe­


rarse del Monstruo de las Alcantarillas.
A Gato se le pararon todos los pelos y Ratón
hacía mucho que había entrado en pánico, ante
lo cual Triplecutis no necesitó chillar ni mos­
trar su montón de garras. Haló una cadena que
colgaba de una de las tuberías del techo, y un
40 semáforo apoyado en una pared por la que ba­
jaba una baba verde encendió su luz amarilla.
No hizo falta demasiada claridad para ver
lo que había quedado en esa zona desolada,
desde hacía años, bajo el imperio del solitario
monstruo: basura y humedad. Triplecutis era
un monstruo del cual se sabía muy poco: que le
gustaba cocinar, que espantaba a todo ser vivo
que se atreviera a entrar en su reino, que era
capaz de quebrar las tuberías con sus chillidos,
que alguna vez tuvo una abuela y que era muy,
pero muy excéntrico. Como su nombre lo in­
dica, tenía tres cabezas. En una mostraba una
enorme sonrisa que lejos de contagiar alegría
espantaba, porque dejaba ver una lengua verde
que salía de vez en cuando con la rapidez de los
pajaritos que asoman cada media hora dicien-
do «cucú» en los relojes viejos. Los ojos de esa
cara eran tres, repartidos en una frente ancha
y rosada, y miraban en distintas direcciones,
estrábicos y amarillos. El ojo del medio de vez
en cuando se aceleraba y daba vueltas y vuel-
tas. Las orejas, a ambos lados de la cabeza, eran
grandes y se movían alternadamente como an- 41
tenas. La otra cara permanecía seria. La boca,
que le llenaba la frente, le servía para hablar y
tenía unos labios morados y gruesos. Los ojos
de esa cara eran dos y estaban en los cachetes.
Un poco más abajo, en el mentón, estaba ubi-
cada una oreja. Y la última cara de Triplecutis
podría catalogarse como la cara desentendi-
da. Tenía la boca a un costado y continuamen-
te masticaba algo. Era la boca que Triplecutis
usaba para comer. En esa cara no tenía ojos, y
las orejas, que eran tres, le rodeaban la boca.
Poco después, Gato y Ratón se percatarían de
que una de las orejas también le servía para
comer. rriplecutis no tenía ni una sola nariz.
Tampoco tenía mucho pelo; eso sí, en la cabeza
del medio se ponía un sombrero de paja, viejo
y amarillo. El cuerpo era una larga tripa que se
estiraba o se encogía, según las circunstancias.
Cuando Triplecutis estaba cansado, se estiraba
y quedaba tendido derecho. Cuando se enojaba,
se achicaba un poco, pero dejaba de verse tan
flaco, por eso, cuando Gato lo vio, recordó el te-
42 lón del teatro enrollado en el suelo al terminar
la función de Lola, porque era la hora en que
Triplecutis dormía la siesta y los dos intrusos
llegaron justo cuando acababa de despertar. En
, fin... eso y más era Triplecutis, un ser de otro
mundo en el mundo este, alejado de la civiliza­
ción y de la luz. Eso y más era, y Gato y Ratón
estaban allí para saberlo.

43

-
Una cena inusual

Como siempre sucede, al cabo de un rato de 45


haber contemplado a Triplecutis en todo su
esplendor, Ratón tomó la palabra por él y por
Gato para despedirse. Probar no estaba de más.
-Bueno, señor Triplecutis, ha sido un gus­
to conocerlo y ya nos vamos porque tenemos
que llegar a...
Saber adónde tenían que llegar era algo que
a Gato le interesaba mucho, pero Triplecutis no
dio tiempo.
-¿Adónde, mijito? -dijo con voz burlona y
repitió-: ¿Adónde tienen que llegar los jóve­
nes? ¿No les parece que ya habéis llegado de­
masiado lejos?
Y dicho esto se estiró cuan largo era de
modo que la entrada de su reino se cerró, pues
'
una de sus piernas rodeó el espacio por un lado
y la otra por el otro, y en el centro de esa cerca
tubular se vieron, más indefensos que nunca,
Gato y Ratón.
Gato recordó que Ducha, en una de aquellas
sesiones de llanto eterno por Lola, le había dicho
que procurara no convencerse de que Lola lo ol-
46 viciaría, y él había pasado toda una noche pen­
sando en el amor de Lola, en su alegría repleta
de cosas chiquitas y alegres como los peces y las
luciérnagas. Entonces ahora pensó que era mejor
demostrarle al monstruo que no sospechaba ni
remotamente· que él se los quería comer. Y sin
poder evitarlo, echó mano de una excusa que te­
nía bastante de verdad, aunque a nadie a esas al­
turas, o «bajuras» 6 , se le habría ocurrido creerle.
-Es que-que tenemos que ir a ca-comer, te­
ne-ne-nemos mucha hambre -dijo Gato y ·cayó
de golpe en el recuerdo de cuando Reverbero les
habló de París en medio de· una discusión muy
acalorada en la que Bota le había dicho que él
era un cacharro oxidado, y que seguro lo único
6 Pues estaban bnjo tierra.
que habí a conocido en su vida era una cocina de
tercera clase.
Entonces, Reverbero le aclaró que él había
sido «impojtado dijectamente de Pajís, y que
su inventoj se había hecho famoso jacias a él,
porque jesultó serj el jeverbejo más bjillante y
de mejoj llama de toda Fjancia, y que en él se
_inspijó una señoja suiza paja inventaj un plato 47
llamado fondu�, y que después toda Europa se
llenó de jeverbejos paja fondue».
El hambre y el miedo estaban volviendo
loco a Gato, de otro modo no podría explicar­
se el que, en un momento de pánico como ese,
recordara estas cosas.
-La-la verdad, se-señor Triplecutis, es que
nos han dicho que en París hay muy bu-buenos
restaurantes y queremos llegar a tiempo a-a
uno de ellos. Fí-fíjese -y para rematar, aña­
dió-: que-queremos comer fo-fo-fondue.
Triplecutis dejó de masticar por un instan­
te. El ojo del medio de su primera cara, el que
daba vueltas y vueltas, también se detuvo y se
enfocó en Gato. Esa misma cara dejó de reír-
se, y la cara del medio, que era la que siempre
estaba seria, se tornó un poco lila. Los ojos de
los costados también se dirigieron hacia Gato,
como si estuvieran haciendo uso de una pro­
gramación de alta robótica, y se dispusieran a
atacar. Gato deseó ser, por lo menos, el Gato
con Botas, y Ratón habría preferido haber na-
48 ciclo cangrejo o pingüino para que no existie­
ran probabilidades de encontrarse en un lugar
como aquel, nada más y nada menos que con
un monstruo espantoso y un gato triste.
Esos segundos eternos dieron paso a un ho­
rror aún mayor, pues Triplecutis movió sus la­
bios morados para decir, con absoluta seguridad:
-Yo también tengo hambre, ¿saben?
Y acto seguido haló de la cadena de su se­
máforo y la luz cambió a amarillo. Bajo ese res­
plandor, Triplecutis se veía medio azuloso y su
sombrero brillaba como si estuviera en llamas.
Ratón, que había esperado en silencio el
desenlace de aquella escena de terror, decidió
tomar la palabra, pero, en el instante en que
se creía capaz de abrir la boca para convencer
-

a Triplecutis de que no era buena idea comer­


se a los huéspedes, se escuchó el ruido seco de
una lata que caía des9-e lo alto, y ninguno pudo
evitar un chillido, ni siquiera el horrible Triple­
cutis, que se dirigió hacia el sitio del estruendo
a toda velocidad. Ratón y Gato permanecieron
con sus caras de espanto, el uno contra el otro,
con todos los pelos parados. Habrían podido 49
emprender la huida, pero, a decir verdad, no
tenían posibilidades de llegar muy lejos. Tri­
plecutis era más rápido que todo lo que ellos
habían visto moverse, y tenía un oído capaz de
detectar la caída de una pelusa.
Lo que se había caído era nada más y nada
menos que una tapa, o algo que Triplecutis lla­
maba reloj. Porque, para sorpresa de sus espec­
tadores, sonrió con su boca del medio y comen­
zó a tararear:

Comer, comer, hermoso,


comer.
Comer, comer, hermoso,
comer.
Gato y Ratón se miraron, más que asustados,
sorprendidos al escuchar de Triplecutis un califi­
cativo como hermoso. Y Ratón metió la cuchareta:
-Sí, es hermoso comer... -carraspeó te­
meroso pero dispuesto a :filosofar un poco acer­
ca del alimento del cuerpo y del espíritu.
Triplecutis borró la sonrisa de su enorme
50 boca, lo encaró furibundo y le dijo, masticando
cada sílaba:
-N o-di-go-que-se-a-her-mo-so-co-mer,
rata7• Digo: «Hermoso, comer», que significa
que voy a comer. ¡Me estoy llamando a comer!
Y como para buenos entendedores bastan
pocas explicaciones, Gato y Ratón entendieron
que Triplecutis hablaba consigo mismo, y que
se llamaba «Hermoso». Entonces Gato, que tar­
tamudeaba hasta al respirar, le dijo:
-Tra-tranquilo, señor Hermoso, tra-tra-tran­
quilo, ya entendimos, pe-perdón.
Y Ratón aprovechó la iniciativa de Gato para
proponer lo que sin duda fue la mejor idea:

·, Lo de «rata» sf le dio un poco de rabia a Ratón, pero no dijo ni pío.


-Nosotros podemos acompañarlo a comer
-al decir esto, Ratón puso todo el valor que le
quedaba, grandes gotas de sudor bajaron por
sus orejas y pensó que, si el monstruo decidía
comérselo, lo único que deseaba era que lo hi­
cier a de un solo bocado.
Triplecutis se movía afanoso en el fondo de
�u casa oscura. La luz del semáforo alumbraba 51
apenas unos dos metros a la redonda. Mientras
tanto, él seguía tarareando:
-Comer, comer, Hermoso, comer.
Unos instantes después se detuvo para
preguntarles qué les apetecía que no fuera
ese «fo-fo-fondeu» porque él no sabía preparar
eso.
-¿Qué os apetece? -preguntó con una voz
hmpostada q�e generab a mucha desconfianza.
. _
'Gato fing10 que meditaba por unos segundos
y dejó salir la respuesta típica:
-Cu-cu-cualquier co-cosa, señor Hermoso .
-Muy bien -comentó Triplecutis y apare-
ció con la pata de una silla y un trozo de alam­
bre-. ¡Servíos!
'
Dio media vuelta y siguió tarareando su
canción.
Ratón le dijo, irónicamente:
-Gracias, se me ha quitado el hambre.
Pero a Gato le dolía el estómago y ni el miedo
podía ya impedir que se llevara algo a la boca,
porque sentía que hasta las maripositas del ena-
52
1
moramiento estaban con hambre en el cielo de
su barriga. En menos de lo que Ratón imaginó,
Gato estuvo a un metro de Triplecutis, recla­
mando un plato diferente.
-Yo no como esto, señor Hermoso -y lo
curioso es que ni siquiera tartamudeó-. Yo
como otras cosas: leche, pescado -iba a decir
lo que sabemos: ratones, pero, por considera­
ción a su amigo, se contuvo.
Triplecutis parecía ignorarlo. En su trajinarJ
a oscuras apretó un botón que emitió un q/c
seco, y enseguida se oyó salir por una de las
tuberías un chorro de algo. Gato y Ratón te­
nían que adivinar lo que iba ocurriendo por
los sonidos. Enseguida el monstruo, con una
reverencia burlona, le extendió a Gato un re­
cipiente repleto de la sustancia espesa que ha­
bí a conseguido al apretar lo que sin duda era
el botón más absurdo del planeta.
-¡Pues aquí, tá, come! -dijo esto como
quien da una orden sin darla, casi con amabi­
lidad.
Gato enmudeció, no solo porque no espera- 53
ba de Triplecutis una actitud así, sino porque el
manjar que acababa de brindarle olía a ratón, a
leche y a pescado juntos, y tenía la temperatura
y la textura que le permitirían a un gato debili-
tado como él lamer hasta el fondo del recipien-
te. Y así lo hizo.
Ratón contemplaba atónito y hambriento la
escena, y en cuanto Triplecutis dejó de servirse
11
\ en una lavacara algo que olía asimismo a todas
l'as cosas ricas del mundo, cayó otra vez la lata
del techo. Gato volvió a asustarse, regresó del
éxtasis en que el placer de la comida lo había
dejado, y automáticamente desaparecieron los
olores sabrosos.
J,
Triplecutis se limpió con un trapo la boca y se
sentó frente a ellos en la penumbra del semáfo­
ro, a la espera de que, como buenos huéspedes,
dijeran algo del tipo:

54 Es usted un
espléndido anfitrión.

Sin sospechar que le esperaba una velada ver­


daderamente interesante.
Lo primero que ocurrió fue que Ratón se
puso a llorar, pues consideraba muy, pero muy
injusto que él y solo él se hubiera quedado sin
comer. Triplecutis lo miraba con sus mejores
caras de asombro y de confusión. Nunca ha­
bría pensado que ese mismo ratón que minu­
tos antes temblaba de miedo tuviera el valor de
hacerle a él, Monstruo de las Alcantarillas, al-
,.
gún reclamo. Gato hizo grandes esfuerzos por
entender a Ratón: escuchar su historia y pre­
senciar su histeria por hambre le producían el
mismo desconcierto que al monstruo. Fue una
larga velada pero por fin el semáforo se apagó
y con ello (mucha pena por Ratón, que tenía
hambre) los tres entendieron que había llegado
56 la hora de dormir y «hasta mañana».

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CJ
Adela

Las cosas en la casa de Gato andaban como si 57


el invierno hubiera llegado en plena primave-
ra. Reverbero tosía más que nunca y Bota había
caído en un sopor de bostezos que la despega-
ron casi por completo. Hasta Ducha, tan indife-
rente, se había sumado al duelo por la ausencia
de Gato, y una madrugada la oyeron suspirar
con la tristeza de quien está a punto de romper
en sollozos. Se apresuraron a consolarla porque
sabían lo desastroso que podía ser que ella llo-
rara. Guante fue el primero en acudir:
-¡Cálmate, Adela8, cálmate!
-No puedo. No puedo calmarme -dijo,
y soltó un suspiro húmedo-. Ustedes lloran,

' Ducha habla dcddido hada mucho tiempo llamarse Adela.


l
J
gritan, se insultan, y yo no puedo hacer nada.
Llevo días tratando de contener esta lágrima
-dejó rodar una lágrima gorda que se metió
debajo de Cáscara de Naranja- porque sé que
después puede venir un verdadero diluvio y no
quiero causar daño.
Y como la voz se le quebró así, con ahogos y
58 mocos, Guante se le lanzó a la cara y fue capaz
de cubrirle todos los huequitos al tiempo que le
susurraba:
-¡No, Adela, no, querida, esto va a pasar, te
lo aseguro! ¡Gato va a volver y va a calentarnos
a todos!
Guante bajaba la voz y la respiración de
Adela recuperaba el ritmo. Por un momento
en la casa de Gato hubo melodía y hubo cariño,
porque a Ducha durante años nadie la había
tocado más que por accidente, y ahora Guante
le había hecho una caricia y le había hablado
tiernamente al oído, y ella empezaba a sentir­
se menos sola y más joven que nunca bajo la
mano de Guante.
p

Cáscara se despertó con cosquillas en el om­


bligo por la lágrima de Ducha, y como no sabía
que la cosa más bien era triste, soltó una carca­
jada sostenida que contagió a todo el mundo,
em pezando por la propia Adela y terminando
por Reverbero, que se reía como un viejo de
doscientos años. Entonces volvió la primavera
al tacho, y Cáscara, que también fue la prime- 59
ra en calmarse del ataque de risa, propuso una
ronda de cuentos de aparecidos.
Esa noche en casa de Gato no hubo más tris­
teza. Durmieron sin darse cuenta de que esta­
ban tristes. Adela y Guante se quedaron juntos
toda la noche. De vez en cuando él le tocaba la
cara, aunque estaba de seguro de que ella ya no
tenía ganas de llorar.
Ratón

Las cosas en el Reino de Triplecutis se compli- 61


caron a raíz de que Ratón denunciara, decidido
a morir en una de las bocas de Triplecutis, lo
injusto que era el mundo incluso en las alcan­
tarillas, porque solo él se había quedado sin co-
mer. De un momento a otro la escena pasó del
más auténtico pánico a un berrinche típico de
las mejores familias.
-Lo que sucede -explicó Ratón entre sollo­
zos- es que ustedes han comido lo que les ha
dado la gana y yo estoy muerto de hambre, y ya
me estoy cansando de esta vida, porque bien po­
dría andar por las farolas del boulevard o por las
queserías, y estoy aquí, cumpliendo con el deber
de guiarte, Gato. No es justo que me quede sin
comer viéndolos a ustedes servirse semejantes
manJares, y que simplemente haya pasado la
hora de la comida y vuelva a caer la tapa que tú
llamas reloj, Hermoso, para avisar que tienen
las barrigas llenas y que no importa que este
servidor pase las horas que le quedan de vida
sin alimento.
En este punto, la sorpresa de Triplecutis fue
62 tan grande que se tumbó sobre su costado y
permaneció con una de sus caras apoyada en
su mano huesuda, contemplando la escena de
un ratón que al hablar daba testimonio de su
valor y de su delgadez, pues con cada sorbo de
aire las costillas se le reubicaban como las te­
clas de un piano.
Gato se percató de este detalle de las costillas
de Ratón, y recordó a Lola en el Bar Misu la no­
che en que cantó un bolero, y él sintió una tris­
teza doble, una tristeza que le mordía los labios,
porque tuvo celos del pasado de Lola. Ella lloró
en una parte en la que el bolero decía que ya no
podía amar como antes porque había perdido el
corazón. Gato pensó con desconsuelo en cómo
Lola lo amaría a él, triste, vieja y sin esperan-
zas... Pero Lola no era ninguna de esas cosas ho­
rribles que decía el bolero. Lola era una belleza
recostada en el piano, reflejada en el brillo negro
de la madera mientras un pianista cubano se lu­
da al acompañarla. Terminó de cantar y en me­
dio de los aplausos lo buscó a él con la vista para
dedicarle una sonrisa que tenía más esperanza
que todos los boleros y tangos del mundo. 63
Una vez más, Gato abría un paréntesis para
pensar en Lola, aunque Ratón y su hambre sui­
cida parecían lo más urgente bajo la noche o el
dia parisinos en el territorio de Triplecutis. En­
seguida, el valiente Ratón añadió a su discurso
lo cansado que estaba de ser un «elegido». Gato
y Triplecutis se miraron como si, por primera
vez, compartieran el mismo desconcierto. Y
era verdad: ninguno de los dos sabía a qué se
refería Ratón con eso de que estaba cansado de
ser un «elegido». Y Gato decidió preguntarle:
-¿Podrías explicarnos a qué te refieres con
lo de <<elegido>>?
Ratón supo que se había metido en un pro­
blema. Se vio tan perturbado que hasta Triple-
cutis mantuvo el interés en escuchar la expli­
cación. De hecho, cuando Ratón quiso cambiar
de tema fingiendo que no pasaba nada, el pro­
pio monstruo le pidió una vez más que les ex�
plicara lo de «e-le-gi-do».
-¿Qué quieren que les cuente? -preguntó
él como si alguien pudiera no dar explicaciones
64 después de confesar que es un «elegido».
-No sé... -titubeó Triplecutis-. Lo que
dijo el otro -se refería a Gato.
-Lo de «elegido» -repitió Gato con
tranquilidad.
-Nada -comenzó a explicar Ratón como
quien se diera por vencido-. Lo que ocurre es
que yo sigo enamorado de Luna. Ella no era la
luna de arriba, quiero decir, el satélite. Luna era
una ratona de una colonia de ratones blancos. La
conocí en el balcón de la señora Julieta, que vive
al otro lado del río. Y lo que pasa es que P.ºr al­
guna razón que aún desconozco, la perdí, o más
bien, ella se fue...
-Historia conocida -murmuró Gato.
-Pero este viaje sé que me llevará a ella, o
al menos eso espero -concluyó Ratón.
A Gato lo asaltó la urgencia por saber qué te-
oían que ver su Lola y la Luna de Ratón en aque-
lla historia, y por qué ellos se habían juntado en
aquel trayecto.
-Entonces andas detrás de Luna, tu no-
via ... Y yo, ¿qué pinto en todo esto? -preguntó 65
� indignado.
-Mucho -respondió Ratón con su seguri-
l dad y su precisión-, y ahora no me pidas que
te lo explique, a menos que no te importe saber
) cómo llegué a ser un «elegido».
3 Pero en este punto fue Triplecutis quien saltó.
l -¡A ver, a ver, joven! Vamos por orden, que
l la rata, perdón, el ratón9, termine de contar su
l historia.
� Ante esto, Gato no tuvo más remedio que
acomodarse en un recodo de la casa del mons-
) truo para fingir que oía el relato de su amigo.

9
Lo dijo así, con minúscula.
-Pues Luna y su parentela -continuó Ra­
tón- tenían un no sé qué que no era de este
mundo. La primera vez que la visité me sor­
prendió que, antes de despedirnos, los vetera­
nos de la colonia: abuelos, bisabuelos, tatara­
buelos y tíos solterones, se fueron metiendo
uno tras otro en un baúl que tenía el aspecto de
un cofre pirata. De hecho, cuando Luna vio que 67
empezaba el desfile hacia el baúl apuró la des­
pedida. Me dio un beso en la nariz y me miró
con ojos de pena, porque yo había preparado un
discurso en el que le hablaba de sus pestañas y
de la geografía de su cuerpo. Después, con más
calma y confianza, ella misma me dijo que to-
dos vivían ahí, en el baúl. «Pero si son tantos...
¿cómo pueden caber?», le pregunté, y tuvieron
que transcurrir treinta noches con sus lunas
llenas y vacías para que la Luna mía me conta-
ra su historia antes de desaparecer, dejándome
sin entender nada, como al principio.
Triplecutis le hizo un gesto a Gato para que
se acercara a una de sus cabezas, así Ratón po­
dría dirigir la conversación hacia un solo pun-
to. En un segundo, Gato estuvo pegado al lar­
go cuello del monstruo como cualquier gato
que ronronea. Mucho tiempo después, Ratón,
que se ocupó de anotar los pormenores de esta
historia, se dio también a la tarea de guar­
dar memoria gráfica de los mejores instantes,
como ese, y por ahí quedó el dibujo de Gato y
68 Triplecutis escuchando la historia de Ratón.
Ratón se sintió más a gusto al ver a su públi­
co atento, dispuesto a escucharlo.
-Pues sobre ese mismo balcón en el que nos
habíamos conocido, Luna fue dándome pistas
del misterio que envolvía su vida hasta que, fi­
nalmente, convencida de que yo no iba a poder
entender lo que pretendía que entendiese, me
explicó con claridad lo que pasaba. O tal vez por­
que quedaba poco tiempo y ellos y yo... bueno...
En este punto, Triplecutis miró a Gato, y
este le devolvió el mismo «yo qué sé» que de­
jaba saber que no entendía nada. Triplecutis se
atrevió a murmurar:
-¿Será el hambre?
Y Gato:
-Pu-puede ser...
(Ahora su tartamudez se debía al asombro).
-El patriarca de los ratones blancos -si-
guió Ratón- había conquistado las bodegas
de un enorme galeón que sobrevivió a la em­
bestida de un barco de corsarios en el siglo
XIII, en aguas del Mediterráneo. El galeón
permaneció encallado en la playa desde en- 69
tonces, como hogar de la colonia de ratones,
hasta que se convirtió también en el refugio
de una pareja de estafadores que logró huir de
la cárcel. Después de haberse escondido aquí y
allá: bajo la nieve y bajo la leña de los patios,
llegaron a aquella playa y para su sorpresa los
esperaba el viejo galeón, con lo cual descar-
taron la atormentadora idea de tener que es­
conderse bajo la arena. Juntos intentaron en
el galeón toda clase de empresas: un hotel de
paso; un centro de investigaciones marinas;
un museo de animales prehistóricos del Círcu-
lo Polar Ártico; una tienda de disfraces espe­
cializada en oficios tramposos como trafican-
tes de piedras preciosas, piratas del Caribe y
1 1

falsos payasos, entre otros; y en todo fracasa­


ron menos en el bar que instalaron y al que le
pusieron por nombre Los Ratones Blancos. y
es que pronto la pareja de estafadores se dio
cuenta de que en las bodegas del barco vivían
muchos ratones seguros de sí y de buen carác­
ter, que limpiaban los desperdicios, se acosta-
70 ban al sol y andaban de un lugar a otro como
si en un barco como aquel no pudiera acabarse
la dicha. Pues la pareja de estafadores ensegui­
da tramó la forma de hacer fortuna con ellos
y, al ver que eran inteligentes, decidieron ar­
mar una empresa de producción de licores de
caña. Como es de suponer, la mano de obra era
la de ellos, la de los ratones blancos, que ins­
tantes antes de la llegada de los estafadores
eran si,mplemen�e .felices, y a partir de eso de­
bierQn-'ll.daptarse a su nueva vida de esclavos,
que, como es�de suponerse, no era vida. Como
ven -dijo Ratón-· , esta historia se extiende y
tengo hambre, mucha hambre -y enseguida
añadió con tono de verdadera súplica-: ¡ Por ,
favor, Hermoso, dame de comer!
Y Triplecutis, sin dejar su perplejidad ante el
relato de Ratón, caminó hasta el fondo oscuro,
accionó el botón de su máquina y por primera
vez hubo cena sin que el reloj inusual lo anun­
ciara con la caída de la tapa de una olla vieja.
La enredada conversación quedaría para
después, mientras tanto, a Gato le dio por
pensar que un «elegido» podía ser alguien que 71
se enamoraba, simplemente, y que no enten-
día por qué a Ratón le había dado por contar
esa historia de ratones blancos, pero, sobre
todo, no podía explicarse que los dos estu­
vieran compartiendo ese viaje hacia ninguna
parte, junto a un monstruo que empezaba a
parecerle tierno. �
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o
Abrazos

Después de todo, Triplecutis no tuvo que cerrar 73


más la puerta. Había motivos para que Gato y
Ratón quisieran estar allí. Durmieron una lar-
ga noche, muy larga. A la mañana, la luz del
semáforo era verde. Oyeron a Triplecutis llorar
y sin salir aún muy bien del sueño ambos acu­
dieron al costado apartado de donde venían los
quejidos, pero enseguida comprobaron que no
era llanto precisamente lo que los había des­
pertado, sino una melodía con la que el mons-
truo acompañaba su baño matutino. Estaba
encerrado en un estrecho cuarto y aprovecha-
ba para afinar su voz con una canción que no
podía haber sido inventada en este mundo,
porque mezclaba idiomas y ritmos y a ratos pa-
recía imitar sonidos de animales. Ratón y Gato
estuvieron a punto de golpear la puerta para
preguntarle a Triplecutis si estaba bien, pero la
constatación de que el monstruo acompañaba
su ducha con canciones les provocó unas carca­
jadas que terminaron de quitarles las últimas
migas de sueño. Al cabo de veinte minutos,
Triplecutis se calló y con eso terminó el baño.
74 Salió relajado como un rey y, sin necesidad de
coronas o de túnicas, se sentó junto al semáfo­
ro, frente a sus huéspedes, que lo miraban en
silencio.
Entonces, por primera vez, lo vieron sonreír.
Al principio se asustaron porque las caras se le
contorsionaron y por un momento pareció que
los ojos podían escapársele de las órbitas, como
si dentro de Triplecutis estuviera ocurriendo un
sismo de ocho coma siete grados en la escala de
Richter. Y es que Triplecutis sonreía con todas
sus bocas al mismo tiempo. Y era una sonrisa
múltiple y ancha que duraba mucho. Gato tuvo
un arranque de ternura que lo llevó hasta él con
los brazos abiertos y, sin que alguno hubiera
sospechado tal cosa unos días antes, le dio a Tri-
plecutis el abrazo más difícil que había dado en
toda su vida. Triplecutis lo envolvió en su cuer­
po de tripa suave, como prueba de que era algo
más que el monstruo pegajoso que había espan­
tado desde mucho tiempo atrás a los habitantes
de la alcantarilla. Ratón, a su modo, se sumó al
minuto de amor, se acercó tímidamente a una de
las manos de Triplecutis con un ronroneo in- 75
usua l en los de su especie, y Triplecutis le posó
la mano abierta sobre la cabeza, como hacen
los abuelos con sus nietos insoportables.
1,

Luego, Triplecutis comenzó a hablar de los


planes para el futuro. Unos planes llenos de co­
sas bonitas, en los que cabía la posibilidad de un
viaje en busca de la luz. Hablaba animosamente
acerca del tiempo en el que los tres se dedicarían
al ordenamiento de la dicha: a hacer cosas con
las manos como pintar, fabricar flores de papel
76 y limpiar la alcantarilla antes de salir al mundo
y convertir las aguas pestilentes del sumidero
en platos milagrosos, gracias a la magia que la
abuela de Triplecutis le había heredado, capaz
de hacer un manjar de cualquier hediondez. No
fue suficiente su discurso sobre lo que quedaba
por ver y vivir juntos, como una verdadera fa­
milia. También desenrolló un pliego de cartón
en el que había anotado las reglas de la vida en
común, un reglamento pensado para la felicidad
al que Gato y Ratón a lo sumo habrían podido
afiadir pequeñas correcciones, como hizo Ratón
al final, antes de que todos dijeran:
-Sí, estamos de acuerdo.
El reglamento

Artículo l. A partir de este momento, los 77


declaro mis amigos para toda la vida, lo cual
me obliga a cuidarlos y a cantar para ustedes
todas las mañanas, salga el sol o no salga.

Artículo 2. Todos los viernes iremos a pati­


nar al corredor de babas pestilentes para que,
cuando salgamos al mundo, no hagamos el ri­
dículo patinando como inexpertos en la nieve
que cae en verano del amarillo cielo10.

Artículo 3. A partir de mañana comenzare­


mos la lectura de todos los periódicos que se
han publicado desde que se inventó la fábrica.
de los periódicos; seremos los tipos más in-
10 Triplecutis tenla sus confusiones acerca de la naturaleza exterior, como podrá notarse.
formados del mundo y afuera no dudarán en
nombrarnos reyes11 del planeta por eso.

Artículo 4. En las noches estudiaremos las


constelaciones, guiados por nuestro instinto as­
trológico12, que nos ayudará a imaginar cuántas
estrellas han asomado, qué cara tiene la Luna,
78 cuántos cometas andan por ahí, y si se puede,
ver algún nuevo asteroide en el firmamento.

Artículo 5. Todos los mediodías nos dare­


mos un baño en el recolector de aguas negras,
cubriremos nuestros rostros con azufre y nos
haremos mascarillas con cáscaras de plátano,
de patata y de huevos de animales prehistóri­
cos para conser var nuestra juventud y nuestra
hermosura.

11
Por alg una razón que nunca pudo explicarse, Triplccutis pensaba que los reyes
eran personas muy informados.
11 Triplecutis sabín estas cosas del firmrunento por su abuel11, que alguna vei descubrió
bajo la alcantarilla un ejemplar de la revista National Geographic del afio 1976, dedicado
a la astronomla.
Artículo 6. Beberemos agua pura de tube­
rías rotas para fortalecer nuestros huesos.

Artículo 7. Haremos ejercicios de rela jación


en las madrugadas y escribiremos canciones
que yo cantaré mientras ustedes dos duermen
tranquilamente.
79
Artículo 8. Jugaremos todos los domingos
al tres en raya para que ese día tedioso y gris
transcurra como una verdadera fiesta, con lo
mucho que disfrutaremos cada vez que yo gane.

Artículo 9. Ensayaremos nuestras mejores


risas para las circunstancias en las que la dicha
nos obligue a reírnos durante horas: risa para
evitar el hambre, risa para evitar el miedo, risa
para olvidar la mordida de un alacrán gigan­
te y risa para enamorar a una mariposa, entre
otras.

Y por último...
Artículo 10. Aprenderemos a jugar al fút�
bol en un entrenamiento que comenzará ahora
mismo, y para el que propongo que Gato sea el
delantero, quien os habla, el arquero, y Ratón,
el balón. El entrenamiento tendrá lugar todas
las tardes e 4h00 00 en el salón pegajoso.
[ - � :

Como pasa con estas cosas tan reglamen­


tadas y serias, tras unos minutos de silencio,
uno de los presentes tomó la palabra, como
es de suponerse, Ratón, y, después de elogiar
a Triplecutis por tan buenas ideas, sugirió al­
gunas cosillas por su propio bien, después de
todo no era Gato quien tendría que hacer de
balón, sino él:
-Te propongo, amigo Triple -se daba
el lujo de acortarle el nombre al largo mons­
truo-, que revisemos unas pocas cosas. Em­
pecemos: Art. l. Deberías cantar solo algunos
días, no todos; aun cuando no cantes, Gato y yo
entenderemos que sigues siendo nuestro ami­
go, ¿verdad, Gato?
Y Gato:
-Pu-pues, no sé, fíjate, me parece buena idea
que cante.. .
Gato lucía bastante desinteresado en el
tema, hablaba por hablar, por decir algo, sin so­
lidarizarse demasiado con Ratón, que a esas al­
turas no tenía posibilidades de paralizarlo con
su mirada furiosa porque para colmo la oscuri- 81
dad impedía ver a quien se encontrara a más de
un metro, y enseguida Triplecutis intervino.
-Negado, no se aprueba su pedido, Ratón.
Puede continuar.
Ahora el monstruo era un perfecto juez, con
sus tres caras serias y fruncidas, y su sombrero
en la cabeza del medio.
-Art. 2. Te propongo que patinemos en la
nieve que cae en invierno, porque la de verano
puede ser un poco caliente.
Gato dijo:
-Sí, sí, sí, tiene razón.
A Triplecutis le pareció muy buena idea.
-Aprobado, patinaremos en la nieve que
caiga en invierno. Puede continuar.
-Art. 3. Acerca de lo de ser reyes del mundo,
opino que tendremos que repartirnos la cosa por�
que nunca se ha visto que un mismo lugar tenga
tantos reyes.
Gato no supo qué decir y Triplecutis, tras
pensarlo un rato, ideó una solución que los dejó
sin palabras:
82 -Pues ya que tocas el tema, acabo de decidir
lo siguiente: Yo seré el rey de los mares y de las
tierras; Gato será el rey de la noche; y tú, Ratón,
serás el rey de la nieve que cae en verano. Fin.
No se hable más del asunto. Puedes continuar.
En este punto, la voz de Ratón se había
ahuecado, era diminuta y el aire, al atravesarla,
la hacía más débil. No objetó nada acerca de los
artículos 5, 6 y 7, pero en el 10 sí se detuvo tras
suavizar su voz y medir cada palabra, porque
lo que decía acerca del fútbol a él le resultaba
inaceptable.
-Amigo -le dijo-, cuenta conmigo en ese
juego como árbitro, como periodista, o como ju­
gador suplente si quieres, pero no como pelota.
Eso dolería mucho, tú sabes, y yo quiero llegar a
viej o a tu lado, y al lado de este. -Señaló a Gato.
y para el bueno de Triplecutis, aquello fue
suficiente, entendió lo que significaba que su
amigo jugara de balón y corrigió ese artículo in­
me diatamente: no lo puso de árbitro, ni de pe­
rio dista, ni de suplente, sino de público.
-Cuando yo tape los goles, tú aplaudirás y 83
gritarás mi nombre, y podrás llorar de la emo-
ción si deseas.
Ratón estuvo de acuerdo, y en ese mismo
instante partieron los tres hacia el salón pega-
joso para empezar a poner en práctica el regla.
mento, pues era la hora de entrenar. Allí, Ra.
tón tuvo la oportunidad de aplaudir el primero
y el único gol fallido de los 15 exitosos de esa
tarde, porque Gato resultó ser mejor delante•
ro de lo imaginado, tan bueno que Ratón no
tuvo que fingir la emoción que le produjo aquel
84 intento de gol cuando Triplecutis, a punto de
desfallecer, logró meter su cabeza número uno
para evitar que la bola perforara el arco.
Como el día había sido largo, los tres se acos­
taron a dormir sin que Gato o Ratón pudieran
percatarse siquiera de que todo lo planeado por
Triplecutis acerca de la vida que había empeza­
do ese mismo día, quedaría tan solo en papeles.
Los sueños

Gato no dejaba de pensar en esa pregunta que 85


Ratón no llegó a responder acerca del misterio
de Luna y de la coincidencia que los juntaba a
ellos en aquel lugar, enamorados y muertos de
hambre, y por si fuera poco, con Triplecutis. Sa-
bía que el viaje tenía que seguir, pero las dudas
y los misterios lo atormentaban cada vez más
y parecía que ningún momento era oportuno
para retomar el tema pendiente. Sin embargo,
las respuestas estaban más cerca de lo que él
creía. Después de jugar, los tres se quedaron
dormidos con la paz de quien se mete bajo una
colcha de plumas en una de esas camas de los
palacios. Lo que sucedió luego tiene que ver
con el sueño que revela asuntos y deshace mis­
terios, el sueño que pone en su sitio las cosas:
.
1

---
esa noche, Gato, Ratón y Triplecutis comenza­
ron a ver el viaje de otra manera.

Apenas transcurridos unos minutos de haberse


dor mido, Gato se vio en los brazos de Lola en la
baranda de aquel trasatlántico llamado Titanic,
en el que una señora gorda tenía planeado llevarlo
con ella como mascota. No fue un sueño agrada- 87
ble. A unas millas del puerto, el barco chocó con
un témpano de hielo y comenzó a hundirse, sin
embargo, sin que Gato tuviera tiempo de vivir el
pánico del naufragio, la nube de maripositas blan-
cas apareció en su sueño y los puso a él y a Lola
en tierra fi.rme, en una isla en la que una tribu de
iguanas empezaba a danzar en honor de las piñas
silvestres, que eran su principal alimento y esta-
ban en temporada.

***

Ratón, por su parte, se halló en un laberinto


dentro del baúl en el que vio meterse por última vez
a Luna, antes de que él pudiera decirle lo que pen-
saba de sus pestañas y de la geografía de su cuerpo.
¡Ni qué decir de lo horrible que parecía el trayecto
en aquellos pasadizos en los que apenas entraban
unos rayos de luz! En un momento, Ratón se detu­
vo, y a riesgo de parecer un cobarde, llamó a Luna
a voces procurando que su voz no dejara entrever
el pánico que lo acosaba. Pero por toda respuesta
88 el eco retumbó durante un buen rato en su corazón
con la fuerza de una manada de caballos.

***

Triplecutís, en cambio, alcanzaba lo que podría


llamarse «el mejor sueño de su vida». Estaba a
punto de abrir la puerta que daba a lo que, según
él, seria el mundo de afuera: un prado repleto de
hojas de colores bajo un cielo tornasol, pues siem­
pre le había parecido que ese encuentro suyo con el
exterior debía darse en primavera, más o menos a
las tres de la tarde, y así imaginaba él la estación
de las fl.ores. Encontraría cientos de rosas y mari­
posas entre los árboles de uvas, que según sus teo­
rías también poblarían la Tierra.
***

Gato, sin más ni más, como suele ocurrir en los


sue ños, pasó de la isla de las iguanas a su casa. Se
vio rodeado por sus viejos amigos: Bota, Rever­
bero, la ducha Adela, Guante y los otros, frente a
una torta de cumpleaños cuyas velitas estaban a
punto de ser apagadas por la bella Lola, más per- 89
fuma da que nunca, pues al parecer celebraban su
cumpleaños. Gato trataba de cantar el cumplea-
ños feliz en chino para impresionarla, pero estaba
tan nervioso que la voz le salía en rumano. A Lola
le daba risa.

***

Ratón seguía en aquel laberinto que de un mo­


mento a otro se aclaró con lo que parecía ser un
puñado de mariposas blancas, las mismas que los
habían llevado a Gato y a él a París y que ahora
revoloteaban en los sueños de ambos sin ningún
problema. De cualquier modo, la claridad en un la­
berinto se agradece sea de sol, de luna o de maripo-
l.

sas, y Ratón aprovechó para recorrer los pasad izos


que antes le parecieron idénticos y que ahora deja.
han ver azulejos de distintos colores en sus muros.
Todo estuvo bien hasta que ocurrió la desgracia de
1 '
que se abriera una puerta en el suelo de aquel labe.
rinto-baúl, y Ratón cayese hacia el abismo.

***

Triplecutis abría la puerta que daba a ese mun­


do de afuera y una lluvia intensa y de colores co­
menzaba a caer del espléndido cielo primaveral. El
agua sabia a fresa, a limón, a naranja, a menta y a
granadilla. Triplecutis bebía con una alegría que lo
hacía danzar en círculos en lo que parecía ser una
pradera desierta. Cesó el aguacero y empezaron a
caer copos de nieve. El monstruo sintió el descon­
cierto de lo inesperado. Según sus estudios, la pri­
mavera era una estación en la que ciertamente llo­
vía, los colores del mundo se chorreaban, las aves
salían de sus escondites, las mariposas nacían a
borbotones dentro de las campanas y las enreda­
deras cubrían los tejados ... pero no había nieve,
eso no era posible en una primavera de verdad. En­
tonces se sentó junto a un gran sauce a pensar con
tristeza que esa primavera podía ser mentira.

***

Del incidente del cumpleaños feliz en chino,


Gato pasó disparatadamente al parque y era oto- 91
fw. Debajo de los árboles, las hojas se amontona-
ban en un colchón muy cálido y crujiente. Gato se
vio acostado sobre las hojas mientras las frondas se
perdían entre las nubes, y en medio de esa contem­
plación la voz de Lola susurró su nombre: «Gato,
gatito». Y fue tan dulce, tan melodiosa la aparición
que Gato confundió el sueño con la visión del pa-
raíso y por un instante creyó estar muerto. Ense-
guida recordó que él había escapado de la muerte
por lo menos seis veces y volteó a mirar a la dueña
de aquella voz olorosa: lo contemplaban azulada-
mente unos ojos amados y conocidos. Ahí estaba
Lola, junto a él, con dos lazos verdes en las orejas
como si la belleza necesitara adornarse. Gato tomó
su mano, la besó varias veces y le hizo la pregunta
que había soñado hacerle desde la tarde de su par.
tida a la dichosa Asamblea de Derechos de Rato­
nes y Gatos del Mundo: «Lo-lola, querida, ¿vas a
ser mi novia para toda la vida?», y Lola le dijo que
sí sin titubear. Gato apretó los ojos porque ese «si»
merecía que él siguiera en ese sueño por lo men os
durante la sola vida que le quedaba.
92
***

La caída de Ratón, tras un largo recorrido por la


oscuridad de lo que parecía ser un pozo ciego, termi­
nó en la claridad de una playa, concretamente en un
barco varado en la arena. Ratón reconoció en aquel
escenario los dominios de los estafadores que le ha­
bían arrebatado la libertad a la colonia de ratones a
la que Luna pertenecía. Alcanzó a esconderse debajo
de una lámpara que se elevaba desde el piso como
un enorme hongo, antes de que el viejo expresidia­
rio irrumpiera con pasos que retumbaban en el palo
mayor y en las amarras del barco. Ratón contuvo la
respiración mientras el hombre convocaba a gritos
al ejército de ratones blancos, que se movían tristes
com o si el barco ahora fuera la cárcel, o un campa­
mento de guerra, o un hospital. En todo caso, Ratón
pudo ver que los blancos soldados inundaban la sala
bajo las voces del hombre, y en esa multitud alcanzó
a distinguir a Luna, cabizbaja y con los ojos llenos de
lágrimas. Entonces optó por integrarse a las filas del
ejército de ratones que enfrentaría a los estafadores,
en un combate con el que pondría fin a la historia de 93
abusos y sacrificios de la comunidad de Los Ratones
Blancos.

***

Triplecutis pensaba en la falsa primavera por


la que tanto había deseado salir de su alcantari­
lla y empezaba a experimentar una desilusión sin
nombre, seguro de que su reino mojado y oscuro
era más real que todo aquello; pero de un momen­
to a otro el cielo se tornó amarillo de verano, una
mariposa blanca se posó como un mantel enorme
sobre la hierba y lo invitó a ocupar un lugar entre
sus alas, algo a lo que un caballero como él no podfa
negarse porque para colmo la mariposa lo había
mirado con los ojos más bonitos del mundo, y en
esas condiciones a cualquiera le dan ganas de volar
hasta los confines de las galaxias, y más a él, que
nunca había volado ni siquiera en sueños. Por eso
esta vez se acomodó obediente y sobrevoló las fron­
das de los árboles y las cascadas de aquel lugar sin
importarle que fuera mentira.
94
***

Y al despertar en su reino oscuro y rumoro­


so no pudo evitar un suspiro desconsolado que
rebotó en las tuberías metálicas y sacó a sus
dos amigos del sueño.
Despertar

Habría sido mejor oírlo cantar con su voz mo- 95


nocorde parecida al llanto, antes que presen-
ciar su desconsuelo al despertar segundos an-
tes de haber aterrizado en lo que prometía ser
su lugar en el mundo: un paraje enorme cruza-
do por ríos y cascadas y repleto de mariposas
diminutas. Por eso tuvo muchas ganas de llo-
rar. Nunca antes había llorado. Comenzó con
una serie de suspiros en ráfaga que le destapa-
ron el canal de las lágrimas, atorado desde su
infancia con un barco de juguete que se había
tragado, y enseguida se vino afuera la avalan-
cha de fluidos que acompasaban el llanto del
monstruo. Desde ese instante, Ratón y Gato se
deshicieron en maromas y trucos para conso-
larlo. Ratón se puso a bailar tan ridículamente
que daba pena, y Gato intentó pararse sobre la
cabeza de Ratón en lo que pretendía ser un acto
de acrobacia que terminó en una breve trifu lca
porque Ratón no podía con tanto peso. Triple­
cutis lloraba con toda el alma y era tan gran­
de el caudal que bajaba por sus cinco ojos que
Gato, poco dado al agua, comenzó a inquietar-
96 se y buscó un lugar alto que le impidiera mojar­
se. Terminó encima del semáforo, innecesaria­
mente, porque la alcantarilla tenía suficientes
conductos por los que las lágrimas podían co­
rrer, tantos que Ratón apenas se mojó la cola,
pudo quedarse junto a su amigo en el piso, con­
templando su desolación y su calma, porque se
fue tranquilizando como sucede con los ciclo­
nes del Caribe, que terminan con un cielo claro
y limpio que parece decir: «Aquí no ha pasado
nada». Triplecutis había llorado todas sus lágri­
mas y estaba extenuado. Pasó la tormenta y la
alcantarilla quedó muy bien lavada por aque­
llas aguas, y también Triplecutis, que tras un
rato de silencio y quietud tuvo completamente
claros sus propósitos en esta vida:
-Quiero salir, quiero encontrar el jardín de
m is sueños, quiero conocer a Mariposa.
Gato y Ratón, convencidos de que las cosas
se complicaban aparatosamente, procuraron al
menos saber algo acerca de la mariposa.
-¿Quién?, ¿de qué mariposa hablas? -pre­
guntó Gato.
-Pues, de la mariposa blanca de todos mis 97
sueños. Es enorme y me ama.
«Me ama», no escucharon mal Gato y Ratón'
Triplecutis acababa de decir «me ama», estaba
convencido de que Mariposa lo amaba y ellos
no podían contradecirlo. Desconocían córno
Triplecutis haría para encontrarla, pero sabían
\'
que nada podría interferir en su voluntad...
Por su parte, Ratón acababa de hallar en el
sueño la punta del hilo que lo había guiado has­
ta allí en medio de incógnitas. Cuando Luna
desapareció mucho tiempo atrás, él renunció a
la posibilidad de hallarla, seguro de que habría
sido capaz de defenderla de un ave rapaz o de
un tigre, pero no de la magia que rodeaba su
vida. Ella había desaparecido misteriosamente,
y él sabía que algo parecido a la resignación ten­
dría que pasarle, y que para eso era necesario
que el tiempo barriera lo suyo, con su enorme
lengua, y le fuera quitando la pena. El tiempo
no hizo eso. Él siguió triste por Luna, y una no­
che recibió la visita de una comarca de maripo­
sas blancas, encargadas de contarle la misión
que le había delegado la reina de las mariposas:
guiar a Gato por los confines de París en lo que
se denominaba Plan para Salvar al Mundo y al
Amor. Las misiones no son de esas cosas que se
rechazan con la excusa de unas vacaciones, o
de unos exámenes de ingreso a una nueva es­
cuela, o por el cumpleaños de un amigo, sim­
plem ente se asumen y se llevan a buen término
porque para eso uno ha sido «elegido».
Por fin, Gato y Triplecutis entendieron la 99
inmensa responsabilidad de ser un «elegido» y
les pareció una carga pesada como el universo.
Ratón llevaba el mundo a cuestas. Apenas sa­
bía adónde tenía que llegar, y lo sabía por un
grupo de pistas que debía encontrar en el tra­
yecto y que le serían reveladas misteriosam en­
te, como si una voz le dictara sus signos: «Has
lle-qado a ... l1 anora de,be.rds ... ». No. Algo ha­
bían puesto las maripositas en Ratón junto con
100 la orden de que debía guiar a Gato, algo como
un puñado de información secreta que solo se
revelaría en el momento oportuno.
Un tiempo después, Ratón ató cabos y llegó a
la conclusión de que Triplecutis estaba en el plan
como ellos, y que a él se refería la pista denomi­
nada «Reino del Terror», ese era el Reino de Tri­
plecutis. De hecho, cuando retomaron juntos el
viaje y Ratón recordó que correspondía pasar por
el Reino del Terror, Triplecutis opinó que esa pis­
ta podían obviarla, que no se les haría más corto
el camino por atravesar ese reino, y anduvo ca­
bizbajo y triste por varias horas. Quizá acababa
de darse cuenta de que así le llamaban a su casa.
Emprender juntos el camino fue una de­
cisión que tomaron tras un extenso análisis.
Triplecutis buscaba a Mariposa, Ratón, a Luna
y Gato sabía, desde su mágica partida acompa­
ftado por las mariposas blancas, que su único
fin era hallar a Lola. El encuentro con Ratón
le había resultado extraño, pero, si una certe­
za mantenía en medio de aquella locura, era
que Lola estaría en algún lugar y que él agota-
ría todas sus fuerzas para dar con ella. Pero no 101
bastaba con que cada uno tuviera la claridad de
saber hacia dónde ir para que el plan surgiera
perfecto a la vista de todos. Tuvieron que dis-
cutir y valorar muchos detalles, porque de allí
podían salir juntos o tomar cada uno un cami-
no que los separara para siempre, no solo de
ellos, que ya eran grandes amigos, sino de Lola,
de Mariposa y de Luna, y así nada iba a tener
sentido. Tras revisar con Ratón todas las pis-
tas que quedaban por encontrar, llegaron a la
conclusión de que sus destinos se cruzaban por
una multitud de coincidencias.
Primero: Los tres iban tras un amor.
Segundo: Los tres estaban tocados por el
misterio de las mariposas blancas; inclusive la
enorme mariposa del sueño de Triplecutis, que
se había convertido en el objeto de su búsque­
da, confirmaba esta coincidencia.
Tercero: Las pistas que encontrarían a la sa­
lida del Reino del Terror requerían del esfuerzo
de los tres, juntos, pues cada uno por su cuen­
ta podría morir al tener que enfrentarse solo a
102 tan complejas pruebas.
La primera cosa complicada apareció a la sa­
lida del Reino del Terror. Debían dar mil ochen­
ta pasos con siete curvas, todas a la derecha
del camino, y detenerse al borde de una cloaca
enorme. El reto consistía en atravesarla, pero
desconocían la suerte de los residuos y trastos
que componían el fondo. El agua era densa y en
algunos lugares burbujeaba como si se tratara
del brebaje espeso de una bruja. Los sonidos
de ese fondo reventaban en la superficie con el
crujido que produce el calor en los cuerpos que
se fríen a fuego lento. El techo en la zona de la
cloaca destilaba jugos que se evaporaban y, al
condensarse, regresaban al caldo en un goteo
monorrítmico.
Triplecutis hacía muecas con todas sus caras
porque los olores no eran precisamente agrada­
bles. Ratón hacía mucho que había puesto su
cara de mueca permanente, cansado de oír los
comentarios de Triplecutis:

La verdad es que lo
más limpio de esta 103

Y esto último era lo único que sacaba a Gato


y a Ratón de su silencio:
-No, gracias, Triplecutis, estamos bien así
-decían a dúo y continuaban a paso lento.
No se veía, entre la superficie burbujeante y
el techo, alguna tubería o cable que les sirviera
para sostenerse, lo cual era, sin duda, la primera
alternativa ante la dificultad que significaba sa­
lir de allí a nado. Triplecutis tomó la palabra para
aclarar que él no sabía nadar, y se dispuso a em­
pezar un berrinche porque a esas alturas había
dejado de ser el monstruo intimidante, y Gato y
Ratón sabían que su furia terminaría en rabieta.

104 Rabieta = berrinche.


Berrinche de Triplecutis = pérdida de tiempo.

Entonces Gato decidió pasar a nado, en vis­


ta de que había sobrevivido a un posible nau­
fragio del Titanic.
¿Qué haría Gato solo al otro lado? Pues todo:
improvisar una barca para rescatar a Triplecutis
y a Ratón, que sí podía nadar, pero le parecía más
cómodo lo del barco, y luego, seguir buscando las
pistas que solo Ratón conocía, hasta llegar a Lola.
Gato necesitó que Triplecutis comenzara a
cantar para darle ánimos, porque, malhumo­
rado y hambriento como estaba el «cantante»,
cualquier melodía habría salido tan desafinada
como para que el público quisiera alejarse lo más
pronto posible del escenario. El mismo Gato ha­
bría preferido morir en el fondo de la cloaca an­
tes que escucharlo, pero tenía un propósito que
justificaba el martirio del viaje y en esos casos lo
único verdaderamente útil es seguir.
Ratón buscó con qué taparse los oídos pero
habría tenido que bucear en el fondo del cal-
do de la cloaca para encontrar algún objeto 105
que pudiese servirle como tapón; entonces no
le quedó más remedio que escuchar a su largo
amigo cantar a todo pulmón. Mientras tanto,
Ratón refunfuñ.aba solo:

¡Y eso que sobrevivió


en el océano, y que
nadó hasta el muelle

ste es tan miedoso


como todos los gatos;
ahí está, le tiene
miedo al agua.
Solo Gato sabía cuánto costaba avanzar
a nado en aquella espesura que no se parecía
en nada al agua del mar. Era un líquido oscu­
ro, pegajoso, caliente y hediondo. Sin embargo,
mantuvo el ritmo hasta la orilla, una estre­
cha desembocadura entre dos muros enormes
como témpanos de hielo. Gato encontró, al
106 salir, una estancia seca y despejada y, para su
bien, un enorme balde de madera y metal lo
esperaba repleto de agua limpia. No era como
para alegrarse siendo él un gato renuente a la
ducha, sin embargo pensó en lo que sería que
Lola lo viera embadurnado de aquella sustan­
cia chorreante y oscura, con lo flaco que estaba.
Entonces, sin pensarlo dos veces, se sumergió
en el balde con la ilusión que lo había llevado a
cruzar a nado el infierno líquido, y enseguida
se sintió casi tan liviano como cuando levantó
aquella tarde la tapa de su basurero y vio afue­
ra la nube de mariposas blancas que lo espera­
ba para emprender el viaje.
Enseguida, tuvo conciencia de que Ratón y
Triplecutis esperaban por él y se dispuso a bus-
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car cualquier cosa que sirviera para acercarlos
a la nueva orilla. Mientras tanto, Ratón y Tri­
plecutis discutían acaloradamente porque el
roedor trataba de hacerle ver a su amigo que el
mundo era menos bonito de lo que él imagina­
ba, y que estaba lleno de problemas y mezquin­
dades. Triplecutis, para empezar, no entendía
108 el pesimismo de Ratón, ni su manera de discu­
tir moviendo las manos a la altura del rostro,
ni la palabra mezquindad. Trataba de explicarle
que la alcantarilla era muy aburrida, pero este
se empeñaba en repetir que el mundo era peor
que cualquier alcantarilla. Hasta que Triplecu­
tis hizo uso del arma casi letal: se puso a can­
tar un pasillo en francés.
Gato no podía oírlo y eso le permitía man­
tenerse concentrado en la búsqueda de los ar­
tefactos que necesitaba para improvisar una
barca. Encontró una tubería plástica 'abando­
nada, lo más apropiado para hacer una balsa.
Cubrir los agujeros de ambos lados fue fácil:
un poco de estopa de un viejo colchón y unos
plásticos de propagandas políticas sirvieron
,.-

para impermeabilizar las entradas de agua del


tub o, y con más esfuerzo de lo imaginado logró
arrastrar su barca hasta la orilla de la cloaca.
Finalmente colocó el tubo sobre el agua, pro­
curando que uno de los extremos apuntara ha­
cia donde se encontraban sus dos amigos con
aire de náufragos, y un estirón de Triplecutis
bastó para que él y Ratón tuvieran asientos en 109
el buque que los llevaría hacia la felicidad. Se
acomodaron con mucho cuidado. El tubo-balsa
era estable y seguro, pero no le impedía a Tri­
plecutis mojarse un poco los pies. Ratón cabía
perfectamente en un pliegue de la barriga de
Triplecutis, que a esas alturas estaba bastante
desinflada. Más que navegar, debió deslizarse
lentamente el monstruo, y al llegar fue fácil
descender. En resumen, cruzar fue un martirio 1

solo para Gato, y además demoró mucho más


en conseguir la barca y en acondicionarla para
la travesía que en ver llegar a sus amigos.
Unos breves comentarios acerca de la difi­
cultad de la navegación y del alivio de encon­
trarse juntos y a salvo fue todo lo que aconteció
cuando dejaron la cloaca, con sueño y cansan­
cio suficientes como para aprovechar un recodo
seguro de la alcantarilla para dormir. Las pier­
nas de Triplecutis les sirvieron de almohada a
Gato y a Ratón.
No tuvo esa noche improvisada la comodi­
dad de las noches en el Reino del Terror, por
110 eso Triplecutis habló dormido, repitió más de
setenta veces:
-Hermoso, comer, comer, comer, Hermo­
so, comer.
Era evidente que tenía hambre, y lo que res­
taba del viaje no prometía ni un pobre manjar
que les diera fuerzas. Pero algo estaba muy cla­
ro para los tres: no tenía sentido cambiar un
banquete exquisito por la posibilidad de reen­
contrarse con sus amadas.
Al despertar caminaron por horas sin que a
Ratón se le ocurriera anunciar que estaban en
presencia de otra pista, y ya empezaban a des­
corazonarse cuando la voz de Gato rebotó en
el fondo de una gruta que los esperaba a unos
pocos metros.
De pronto, Triplecutis opinó que los «dere­
chos» eran cuestiones relacionadas con los pro­
blemas de los caminos, que con tantas curvas a
veces se metían donde no tenían que meterse:
en el río, en el mar, en las quebradas, y que él no
entendía muy bien, pero estaba seguro de que
Lola había decidido resolver ese asunto para
que de una vez los caminos fueran derechos y 111
así los gatos y los ratones pudieran correr sin
trampas por el mundo. Y la palabra mundo re-
gresó del fondo de la grieta varias veces: «Mu�-
do... wtdo... w1.do...». Y Ratón, que hubiera pre-
ferido discutir acaloradamente con Triplecutis
ese asunto de los derechos, más bien pidió si-
lencio y anunció que tenían delante otra pista.
Túnel

-Nunca es tan simple como parece -comen- 113


tó Gato como si hablara consigo mismo.
Y ante el silencio de los otros decidió argu­
mentar eso de que bajar era siempre más fácil
que subir13. Que él sabía, por experiencia, lo
que costaba contener el cuerpo en la bajada, so­
bre todo si no había de dónde agarrarse; que ya
estaba un poco mayor para arriesgarse a saltar
al vacío; y que no se sentía tan seguro de po­
der caer parado. Podría haberse enredado más
en sus explicaciones si Triplecutis no hubiera
puesto punto final a la preocupación, después
de contemplar la grieta con el ojo de la cabeza
del medio, que por cierto, le servía para mirar

" Gato no creía en el dicho de que •para abajo, todos los santos ayudan•.
hasta en lo más oscuro gracias a su luminiscen­
cia natural. De eso se enteraron en ese instan­
te Gato y Ratón, y se alegraron mucho porque
sabían que necesitarían de esa clase de habili­
dades en la travesía, a falta de linterna.
Triplecutis descendió por la estrecha grie­
ta con la ventaja que le daba su cuerpo blan-
114 do capaz de estirarse como un enorme chicle.
Ratón iba parado sobre una de las cabezas del
monstruo, y Gato sobre un hombro. Fue di­
fícil para todos. Una vez que el pie de Triple­
cutis hubo encontrado dónde apoyarse, ellos
sintieron que las horas de ayuno habían sido
una bendición. Gracias a eso pudieron meter­
se entre las rocas que parecían cerrarse contra
ellos. Lo demás fue un vacío que les devolvió
el aire.
-¡No respiren! -alcanzó a gritar Triplecu­
tis cuando sintió que su cuerpo se comprimía
entre las piedras, y que por ahí mismo sus ami­
gos tendrían que pasar.
La estrechez de la grieta consistía en un
cuello de botella que desembocaba en una gran
amplitud, en un verdadero salón de piedra. Ra-
tón y Gato lograron pasar a duras penas, afe-
rrados al cuello y a los escasos pelos de Triple-
cutis, y, cuando se vieron al otro lado, tuvieron
la certeza de que, sin haber sido devorados por
un tiranosaurio, sabían lo que era estar entre
sus dientes. Mientras tanto, Triplecutis seguía
bajando con la precisión de un equilibrista, y 115
tanto bajó que tocó el fondo. Gato y Ratón sal-
taron y ahí abajo se dieron a la tarea de averi-
guar qué seguía.
-Este no puede ser el fin del viaje -co­
mentó Gato.
-Eso mismo digo yo -opinó Triplecutis al
tiempo que trataba de enderezar su cuerpo con
unos movimientos circulares de cadera.
A Ratón le dio por repetir que no entendía.
-No entiendo nada-decía-, no entiendo.
Gato y Triplecutis vieron que su amigo y
guía estaba entrando en desesperación.
-Mira esto -intervino Triplecutis para
calmarlo-, este fondo de piedra y arena no
puede ser el fin.


Y Ratón, sin fuerzas y sin esperanzas , re­
corrió el contorno de piedra a paso muy lento
hasta dar con un pasadizo por el que solo po­
dían pasar él y Gato, siempre y cuando este an­
duviera «a gatas» y sin hablar mucho, porque
ya estaban todos cansados de sus comentarios
ridículos y de sus suspiros.
116

¡ Quién iba a decirme


que sería tan difícil

¿Quién soy yo
sin Lola?

Se preguntaba una y otra vez, tanto que el


propio Triplecutis, cansado de sus lamentos, le
dijo:
-Sin Lola, serías un gato en busca de Lola,
es decir, el mismo gato que eres ahora, triste y
aburrido, pero incapaz de sentir la vida. Deja
de quejarte.
Y al parecer todos estuvieron de acuerdo por­
que hicieron silencio y siguieron atentos a las se­
ñales del camino.
Y un pasadizo diminuto era ahora la prue- 117
ba que les esperaba. No les quedó más reme-
dio a Ratón y a Gato que ponerse a pensar en
el modo de resolver lo del pasadizo. Triplecu-
tis los veía organizar el viaje y, antes de que se
metiera uno detrás del otro por el agujero hori­
zontal, les dijo:
-Yo me quedo aquí.
Y Gato:
-¡Estás loco! ¿Cómo se te ocurre quedarte?
Tienes que seguirnos.
-Es que no quepo. Yo solo puedo estirarme
hacia abajo y hacia arriba; en posición horizon­
tal no puedo ir muy lejos.
Ratón recordó una historia en la que un pe­
queño príncipe decía: «Caminando hacia ade-
lante nunca se puede llegar muy lejos», y se
acercó a su largo amigo con la solución que te­
nía a la mano:
-Triplecutis, que este agujero sea estrecho
no significa que no pueda agrandarse, y para
eso estoy yo aquí, para cavar hasta que que­
pas y puedas pasar, amigo, porque allá afuera
118 alguien te espera y es una descortesía que un
caballero como tú decida quedarse en este sitio
espantoso.
A Triplecutis le gustó que Ratón lo llama­
ra «caballero». Le dio las gracias y lo abrazó
mientras Gato explicaba que no había tiempo
que perder, que él iba a ayudar a quitar la are­
na. A la voz de: «¡Ya!», Ratón comenzó a cavar
con sus patas delanteras lo que al principio
parecía no conducir a nada, porque, a medi­
da que arañaba la arena endurecida y la pie­
dra, les parecía que aquel trabajo podía tomar
años. Triplecutis esperaba atrás, apenado por
no poder ayudar, pues contemplaba los es­
fuerzos de sus amigos, el jadeo de sus pechos
al respirar en aquella estrechez mientras ca-
vahan. Entonces Ratón se paró, como asaltado
por una gran idea.
-¡Para, Gato! -ordenó-. Triplecutis, ¿no
se te ocurre una canción que nos ayude a cavar?
-Sí... -respondió Triplecutis un poco ex­
trañado pero con la alegría de que le pidieran
que cantara, cosa que solo había hecho alguna
vez su abuela. 119
Gato y Ratón se tomaron unos segundos
para descansar mientras el artista se prepara-
ba para salir al escenario.
Triplecutis anunció:
-Voy a comenzar.
Luego abrió sus tres bocas enormes y co­
menzaron a brotar las notas de una canción re­
cién nacida que decía más o menos esto:

Cavar, cavar, Hermoso, pasar.


Hermoso, llegar, Mariposa bella.
Cavar, cavar, Ratón, cavar más.
Uno, cinco y ya.
Ratón, cavar más.
Luuuna, Luuna, Luuna, espera allá.
Hermoso, Hermoso, Hermoso
querer pasar.
Cavar, cavar, Gato, cavar más.
Cuatro, nueve y ya.
Gato, cavar más.
Loola, Loola, Loola, espera allá.

120 Dos cosas quedaron claras para Gato y Ra-


tón mientras escuchaban a Triplecutis:
Una: Que tenía razón el buen monstruo con
llamarse «Hermoso», si hermoso significaba 'de
buen corazón' y 'monstruo especial', porque él
era todo eso.
Dos: Que Triplecutis o Hermoso, como qui­
siera llamarse, no sabía contar.
Motivados los cavadores con aquella melo-
día que retumbaba en las paredes del túnel, y
con miedo de que al cantante, que ya estaba
bastante eufórico, le hubiera dado por bailar y 121
entonces sí se fuera a pique el trabajo a causa
de un derrumbe, aumentaron el ritmo y la ve­
locidad y, antes de cinco horas (ya Triplecuti s
estaba empezando a ponerse afónico, por cier­
to), lograron terminar. El túnel tenía el mismo
cuello que la grieta, y tras atravesarlo aparecie­
ron en una estancia amplia en la que los espe­
raba lo inimaginable.
122
Respuestas

Una sala a más de cincuenta metros de la su- 123


perficie terrestre debería ser oscura, húmeda,
silenciosa, fría y, por consiguiente, tétrica. Sin
embargo, al otro lado encontraron un aposen-
to iluminado por los minerales de las paredes,
que proyectaban incontables rayos de luz sobre
el piso. Los rayos rebotaban en hilos de agua
que corrían formando remolinos. Las piedras
verdosas y blancas del suelo parecían dispues-
tas a multiplicar los destellos, entonces el te-
cho de la estancia, tan alto como para que Tri­
plecutis se estirara cuan largo era, proyectaba
un hermoso arcoíris de formas que se movían
al ritmo del agua. Las gotas que caían desde lo
alto también eran de colores y, bajo esa lluvia
lenta y espaciada, Gato y sus amigos recobra-
ron las fuerzas y la alegría, porque sabían que
la luz y la belleza en esas dimensiones única­
mente eran posibles a las puertas de algún mi­
lagro. Gato volvió a recordar la palabra prodi­
gio, que tanto le gustaba a Bota, sin saber que
esta vez el prodigio se encontraba muy cerca de
ellos, porque en el centro de la estancia yacía n
124 amontonados tres pliegos de papiro amarillen­
tos para que los allí presentes escribieran una
carta que llevara las palabras de amor y espe­
ranza que les faltaban a Lola, a Luna y a Ma­
riposa en la Asamblea de Derechos de Ratones
y Gatos del Mundo. Esto lo supo Ratón apenas
vio los pergaminos, y enseguida les dio las pau­
tas a Triplecutis y a Gato. Cada uno tenía que
escribir una carta.
Sucedía lo siguiente: la asamblea estaba di­
rigida por Mariposa, y Lola y Luna se encontra­
ban en ella sin ver el fin de una discusión en la
que los gatos pedían que se aumentaran a ca­
torce sus vidas; y los ratones abogaban porque
los felinos tuvieran una sola vida, como ellos,
y porque se inventara un sustituto en la dieta
de los gatos que los pusiera a ellos a salvo. Pro­
pusieron las bananas y los melones como ali­
mentos básicos de esa dieta, cosa que los gatos
rechazaron a maullidos porque las frutas nunca
les supieron a nada. En medio de sus explicacio­
nes hacían muecas y escupían. Se comportaban
con verdadera grosería. Lola y Luna se empeña-
ban en hacerlos pensar en otras cosas, como la 125
calidad de vida, la seguridad, los hijos, el cuida-
do del mundo en general, pero ellos no pasaban
del tema de la comida y la larga vida, como si
con eso bastara para que todos, gatos y ratones,
pudieran estar a salvo de las injusticias.
Mariposa había optado por una solución
que pareció la más acertada. Luna y Lola lu­
chaban solas contra la superficialidad de los
participantes que eran muchos y se habían
dividido en dos grandes grupos: ratones y ga­
tos. Cuando ya ellas se dieron por vencidas y
proclamaron el fin de la asamblea, Maripo­
sa les propuso que pensaran en alguien por
quien mantuvieran la fe en el amor y en el
bienestar del mundo. Entonces Lola recor-
dó que Gato alguna vez le había dicho lo que
pensaba del mundo: que era un lugar en el
que cada cierto tiempo volvía a brotar la es­
peranza. Y que lo sabía por su propia expe­
riencia, porque, cuando ya no deseaba mucho
más que pasar sus días tranquilo, sin hacer
nada, apareció ella y él tuvo la certeza de
126 que algo maravilloso estaba cambiando en el
aire. Esto fue suficiente para que Lola amara
a Gato y creyera en él, y fue capaz de decirle
a Mariposa que él era su elegido. Y Maripo­
sa mandó la nube de maripositas que llevó
a Gato a París, mientras Ratón hacía su via­
je guiado por las mismas mariposas que a su
modo supieron cómo hacer que Gato y Ratón
se unieran luego a Triplecutis.
Luna, por su parte, recordaba que, justamen­
te antes de que ella y Ratón se separaran «para
siempre», él le había dicho estas palabras: «Que­
rida, tu nombre no es una casualidad: te llamas
Luna porque yo nací a la luz de la luna. Cuando
abrí los ojos ella me estaba alumbrando, y des­
de entonces busqué su claridad para pensar. A
la luz de la luna he pensado en el mundo que
quiero: un mundo en el que las flores inunden
la tierra y la lluvia nos dé de beber a todos, un
mundo en el que seamos felices por el corto o
largo tiempo que nos toque quedarnos. Y apare­
ciste tú con ese nombre y no tuve más remedio
que quererte». Luna cerró los ojos y vio ríos de
aves llenar su imaginación. Se sintió más libre 127
que nunca en brazos de Ratón, justo antes de
desaparecer tras los suyos, que esa vez se ha-
bían unido en un ejército capaz de derrotar a
la pareja de estafadores que los había domina-
do por afias. Tras esa victoria definitiva, la vida
en el barco empezó a parecer lo que debió ser
siempre: una vida de paz y alegría, solo que a
Luna la afligía cada vez más la ausencia de Ra-
tón, porque tras el combate tuvieron que sellar
la salida a ese mundo en el que Ratón la había
conocido para evitar que expresidiarios u otros
humanos volvieran a ocupar el viejo galeón.
¿Y Triplecutis? ¿Qué podría hacer él en esa
historia? Muy sencillo, lo que él había soña­
do por mucho tiempo con la gran mariposa
ella lo soñó después, y tanta dicha le produjo
saber que en las alcantarillas vivía un ser que
no había visto la luz, pero que podría llegar a
amarla a ella en sueños, que el vientre se le fue
llenando de maripositas. Poco a poco las vio
nacer, entre las enredaderas lilas y blancas del
valle, bajo la lluvia de colores de la primavera,
128 y todas eran blancas y pequeñitas y llenaban el
aire con la magia de un amor que aún no to-
cab a la realidad del mundo. Entonces imaginó
el rnodo de acercar a Triplecutis a esa realidad
en la que ella debía esperarlo, y sintió que tenía
que mejorar el mundo para que ese ser de las
alcantarillas pudiera merecerlo; por eso buscó
a dos criaturas que quisieran con toda su alma
hacer algo bueno por la vida, y esas fueron Lola
y Luna. 129
Las cartas

Un enjambre de mariposas blancas se posó en 131


el techo de la estancia como a la espera de que
Gato, Ratón y Triplecutis escribieran sus cartas
en los pliegos de papiro. Ratón se tomó unos
segundos para meditar acerca de los detalles de
esa pista, que sin duda era la más importante
de todas. Con una seriedad inusitada les dijo a
sus amigos:
-Estamos cerca de Luna, de Lola y de la
Mariposa. Debemos escribir una carta para
ayudarlas a culminar la Asamblea de Derechos
de Ratones y Gatos del Mundo, y para eso cada
uno debe pensar en un tema: Tú, Gato, habla­
rás de la libertad. Yo debo hablar de la paz. Y
tú, Triplecutis, has sido elegido para hablar del
amor.
Más que ayudar a culminar la asamblea, las
cartas les permitirían saber que no estaban ni
solas ni equivocadas en sus propósitos. Que en
un lugar del mundo un monstruo, un ratón y
un gato las amaban, y que, si bien podían no
pensar como ellas, los tres estaban bastante le­
jos de razonar y sentir como el resto de ratones
132 y gatos del mundo, capaces de pedir lo imposi­
ble con tal de alargar sus vidas.
Los tres corrieron hacia el centro de la cue­
va y tomaron los rollos de papiro, debajo de los
cuales hallaron frascos de tinta y unas plumas
de escribano antiguo.
Cada uno buscó su lugar bajo las luces del
alto techo, se acomodó y comenzó a escribir la
carta que exigía la última pista revelada por
Ratón.
A Triplecutis se lo oyó llorar por segunda
a vez. Ponía todos sus sentimientos en ese
llanto sincero y acompasado que era más de
emoción que de tristeza, porque escribir del
amor es así.
Gato, en una pequeña elevación por la que el
agua no pasaba, escribía con afán, sin mirar a
sus amigos, absolutamente centrado en su mi­
sión y sin perder ni un segundo.
Ratón había elegido una esquina para apo­
yar la espalda en la pared de rocas. Escribía
lentamente porque sabía que no podía hablar
de la paz con apuro. 133
Las cartas estuvieron listas un rato después.
Triplecutis fue el primero en terminar. Esto
decía su carta:

Mariposa:
Lo hermoso de vivir es que nada nos cura como
el amor. Cualquier herida, la del miedo, la de la so­
ledad, la de la tristeza, nos la cura el amor. Si qui­
siéramos que el mundo fuera un mejor lugar, ha­
bría que empezar por proclamar la soberanía del
amor. Para eso propongo cinco cosas:
l. Que todos, ratones, gatos, mariposas y mons­
truos, tengan el derecho de enamorarse de quien
quieran.
2. Que el amor sea la fuerza que nos mueva a vi­
vir, a crear y a disfrutar del mundo, lejos de los lugares
oscuros y fríos como las alcantarillas o las cárceles.
3. Que podamos llenar con nuestro amor la au­
sencia de los seres queridos, los tiempos de seq uía,
la desolación que dejan los huracanes y los terre­
motos, y todos los autogoles.
134 4. Que todo aquel que haya perdido un amor
encuentre un lugar de paz para recuperarse, y que
en las farmacias se venda jarabe de amor, curitas
para heridas del corazón, pastillas para amar y
bálsamo contra el desamor.
5. Que nuestro mundo se llame desde ahora Re­
pública del Amor, y que en él podamos vivir todos:
los que tengamos más de una cabeza y los que ten­
gan una sola; los que posean más de dos brazos y
los que no posean ninguno; los que caminen con las
manos, los que caminen con los pies y los que no
caminen; los que sepan cantar y los que no hablen;
los que lleven lentes y los que tengan mejor visión
que un telescopio espacial. Todos, sin necesidad de
parecerse, porque el amor nos permite tener cuan­
tos rostros necesitemos.
La carta de Ratón sobre la paz le había de­
manda do tanta concentración que lo dejó exte­
nu ado. Al terminar, la leyó en voz alta, seguro
de que había puesto lo mejor de sí al escribirla:
'Y ll
La paz, Luna, no es el silencio de un barco en
un puerto desierto. Ni la tranquilidad del campo
abierto, sin fieras ni hombres. No hay paz sin la 135
vida de todos, sin ese ir y venir que nos obliga a re­
lacionarnos y a compartir en los mismos espacios.
Por eso propongo cinco cosas para que nuestra con-
� vivencia sea en verdad paci(7.ca:
l. Que se borre de los diccionarios la palabra �
guerra, y que nadie, ni siquiera los osos, use su
fuerza para conseguir un helado o un beso.
2. Que se abra un enorme agujero en el océano
, para guardar en él todas las armas, incluso las que

son para cazar pájaros, como las catas, y las tram-
pas para ratones; y que los fabricantes de bombas y �
pistolas se dediquen a inventar nuevas espumas de�
carnaval.
3. Que las personas compartan lo que tiene la ...
tierra: el oro, el petróleo, el hierro y otros minera-
les, y que ninguno intente arrebatar el espaci o de
otro para obtener fortuna.
4. Que aprendamos a perdonar nuestras equi­
vocaciones y las de los demás y que sellemos con un
abrazo cualquier disgusto, y también con una bu e­
na película o con un viaje al mar si es verano.
5. Que nuestro mundo se llame desde ahora
136 República de la Paz, y que en él podamos vivir to­
dos: los amarillos, los grises y los verdes pino; los
que sean flaquitos y los que tengan barrigas como
globos aerostáticos; los que sueñen con ser prínci­
pes y los que no tengan sueños; los dueños de mi­
nas, cofres de piratas, edifi.cios enormes y los que
solo posean una carretilla para frutas y salgan a
1 1
la calle cada día con sus melones y sus uvas. Todos,
1
sin necesidad de ser iguales, porque la paz no tiene
sentido si dejamos de ser quienes somos.

Gato, que tenía más prisa que ninguno por


continuar el trayecto, dobló su carta y la puso
junto con las de sus amigos, bajo las mariposas
que ya se disponían a volar hacia el exterior. Sin
embargo, por la lectura que hizo Lola después
en voz alta supimos que decía esto:
ll
Lola:
Si uno es libre tiene muy poca necesidad de
pensar en la libertad. Yo siempre he sido un gato
� libre; sin embargo, hubo un tiempo en el que me
sentí encerrado en mi propia casa y más triste que 137
un prisionero a cadena perpetua: cuando te fuiste.
� Nadie, querida, nadie cerraba mi puerta; solo mi
corazón, como un enorme candado, me obligaba a 'I

ese encierro, rodeado de seres que se empeñaban


en ayudarme a sobrevivir. Pero en medio de mi
tristeza tuve mucha claridad cuando entendí que
, te amaba por esa libertad que te hacia distinta,
cercana a las aves. Entonces me dije: «A ver, Gato,
¿habrías preferido amar a alguien que no fuera li- ...
bre?». Y yo mismo me dije que no; tú eras lo que yo·"":
quería y al quererte también me fui volviendo más
libre. Por eso pienso que no puede haber ni paz ni ...
amor sin libertad, y para que este mundo sea un
lugar más libre, propongo cinco cosas:
_:-�--­
��

-- --- - -
r
11

1
l. Que todos podamos crecer sin que nos obli-
guen a comer lo que no nos guste, como leche en

polvo o ratones de computadoras. l
2. Que podamos elegir el lugar en el que quera-
mos vivir, y que nadie nos eche de los barcos, ni de
1:
las azoteas, ni de los balcones, ni de los parques del
mundo. :

3. Que nadie nos prohíba llevar el pelo verde, 139


rosado o lila, ni ponernos aretes en las orejas o en ,:

1\
:i..
el hocico, o en el pupo para los más extravagantes.
1
4. Que podamos caminar por las calles y bajo
los puentes a cualquier hora sin miedo a que al- .,: 11
guíen nos lastime o nos obligue a descender por-<
una alcantarilla. 1
11
;.. 5. Que nuestro mundo se llame desde ahora
"'
República de la Libertad, y que en él podamos vi-
vir todos: los que posean colmillos y los que hayan
perdido todos los dientes; los alegres y los tristes a
� tiempo completo; los que hablen todos los idiomas 1: 1

y los que solo hablen uno; los que conozcan los me- 'I
� jores lugares del mundo y los que nunca hayan sa- I!
11
lido de sus casas; los que pref?eren el rock y los que
11
disfruten con un vals de bodas. Todos, sin necesi-
'
!

dad de parecernos, porque la libertad nos permite
tener cuantas voces queramos.

A Mariposa, a Lola y a Luna les quedaba


claro que para ellos era muy importante el
respeto a las diferencias, cosa que les hizo
140 mirar sus deseos de mejoramiento mundial
con más optimismo.

1:
Encuentro

Las mariposas llevaron los rollos de papiro con 141


la misma tracción que les sirvió para trasladar
a Gato y a Ratón hasta París. Juntas ejercían
sobre cualquier cuerpo una fuerza superior a la
de la gravedad. Nada podía impedir que lo ro-
seado por el polen fuera atraído por el enjambre
en un desafío a esta fuerza. Después, las mari-
posas desaparecieron ante los ojos de Gato, Ra-
tón y del buen monstruo que había empezado
a dormirse tendido sobre las rocas. Llevaban
más de 35 horas sin comer. En otras circuns­
tancias hubieran montado un berrinche lleno
de gritos, insultos y mocos, pero el largo cami-
no los había ayudado a crecer; seguían siendo
ellos pero eran más pacientes y algo superior al
hambre los mantenía con fuerzas: el amor.
Gato y Ratón se durmieron junto a Triplecu­
tis. Durmieron profundamente, como se duer­
me cuando no se ha dormido por años y cuando
no hay ruidos que estorben. Con la partida de
las mariposas, el aire de la estancia de piedra
se hizo un poco turbio, a eso se debía el sueño
de ellos, al polen que los insectos dejaron caer
142 antes de partir con los pergaminos.
Lo demás no podría haber ocurrido sin el re­
curso de la magia. Los tres se encontraron de
un momento a otro en el mismo lugar: un pra­
do de hierba fina bajo la luz del sol. Sabían que
aquello era un sueño, sin embargo aprovecha­
ron para respirar un poco de aire puro mientras
caminaban rumbo a un enorme palacio en cu­
yos jardines crecían robles de más de cien años.
Subieron la escalinata del acceso principal y se
encontraron ante un umbral custodiado por
guardas que los ignoraron. Ingresaron a un sa­
lón cuyo público, escandaloso y desorganizado,
ignoró también la presencia de ellos cuando
caminaron hasta la mesa principal presidida
por Mariposa, con el apoyo de Luna y de Lola.
Les sorprendió que ellas tampoco regresaran a
mirarlos, que siguieran explicando sus puntos
de vista acerca de los derechos como si nada,
mientras ellos se deshacían en emociones y
suspiros en todos los idiomas del mundo. Lola,
por su parte, hacía uso de la palabra para tratar
de calmar a los participantes que comenzaron a
opinar, todos al mismo tiempo, acerca de la pro- 1 43
puesta de sabotear los laboratorios para que los
humanos dejaran de utilizar ratones en sus ex­
perimentos. Unos dijeron que sí, otros que no,
otros que bueno y no faltó quien gritara «¡ole!»
sin más ni más. Lola pidió silencio con firmeza
y sometió a votación ese punto pero cada uno
levantaba la mano a favor y en contra, sin serie-
dad alguna, y ella concluyó diciendo que tam-
poco iban a ninguna parte con eso y que cedía
la palabra a la presidenta de la mesa para que
continuara la asamblea.
Mariposa anunció que daba paso a la inter­
vención de los gatos, y uno de ellos, de pelo pa­
rado y negro, dijo que estaba de acuerdo con que
los gatos se llevaran bien con los ratones, pero no
con los perros. Enseguida se armó un revuelo en
el que algunos reían, otros maullaban, otros gri­
taban y todos se movían de un lado a otro. Tam­
poco faltaron los que decidieron hacer allí mismo
sus necesidades vitales, fuera de los areneros. El
gato negro volvió a hablar por el micrófono:
-Propongo que inventemos una bomba nu-
144 clear a base de ají picante. Luego convocamos a
los perros por el noticiero con la excusa de que
habrá una lluvia de huesos, y ¡zas!, hacemos es­
tallar la bomba sobre ellos. La podríamos lan­
zar desde una chimenea.
Lola impidió que se sometiera a votación
la propuesta con el argumento de que estaban
allí para defender el derecho a la vida, no para
dar paso a una idea tan violenta. El auditorio
siguió envuelto en el escándalo de los partici­
pantes. Ellas hicieron comentarios en voz muy
baja antes de llegar a una solución:
-Esto se termina -anunció Mariposa-.
No hemos llegado a ningún acuerdo después de
tantos meses de trabajo, y vemos que no será
posible mejorar el mundo por el momento.
Gato, Triplecutis y Ratón se miraron extra­
ñados, sin poder entender lo que sucedía.
-¡Para esto nos pidieron las cartas! -co­
mentó Ratón.
El murmullo de los participantes se fue di­
luyendo en un ir y venir acelerado: todos que-
rían salir al mismo tiempo. Algunos les pedían
autógrafos que ellas se negaban a firmar con 145
verdadero fastidio.
En pocos minutos, el salón quedó completa­
mente vacío, con un silencio que liberó el am­
biente de la pesadez de los gritos y las quejas.
Ratón, Triplecutis y Gato esperaban que ahora
sí las damas se dignaran a mirarlos, después
de haber contenido la emoción de tenerlas tan
cerca sin hablarles y sin tocarlas, como unos
desconocidos, pero ellas mantuvieron la acti­
tud alejada e indiferente, tan indiferente que
daba la impresión de que sus presencias eran
fantasmales, que cualquier intento por ser re­
conocidos resultaría inútil.
El sue:ño los había transportado a un esta­
do espectral, solo podían ser vistos entre ellos,
nadie más los veía, sin embargo, sus cuerp os
no estaban en la cueva. Consternados y hasta
un poco molestos porque estaban siendo igno­
rados, se quedaron a escuchar la conversación
de las tres damas, que se disponían a exponer
sus conclusiones acerca de aquel proyecto que
las había alejado de la casa y del amor, y que ce-
146 rraba sus puertas como un gran circo de locos.
Mariposa tenía una sabiduría que la hacía
mayor, aparte de que físicamente era también
la más grande: sus alas habrían cubierto la
gran mesa en torno a la cual estaban reunidos
todos, fantasmas y seres reales. Gracias a esa
sabiduría, un día decidió cambiar su vida de so­
ledad en el mundo paradisíaco en el que había
nacido, producto de la locura de un botánico.
Su desproporción en un medio pensado para
seres de menor tamaño la obligó a llenar sus
días con las visiones de los sueños que la no­
che le regalaba. Así conoció a Triplecutis, quizá
porque era tan único como ella en el mundo,
quizá porque en sueños es posible ver el cora­
zón de los desconocidos y ella pudo saber que
Tri plecutis era genuinamente bueno. Después
de soñar con él toda una noche, amaneció con
el cuerpo hinchado y una dicha que no se pa-
recía a ningún otro sentimiento conocido. Casi
al anochecer, su cuerpo fue liberando cientos
de huevos diminutos, tan diminutos, que pare-
cían las perlas de un collar. Mariposa puso los
huevos bajo las hojas de morera que llenaban el 147
prado y se dio a la tarea de cuidarlos hasta que
los vio convertidos en larvas, luego en orugas,
más tarde en crisálidas y finalmente en cientos
y cientos de maripositas blancas, dueñas de la
magia que cambiaría su vida. Tras el fracaso de
la asamblea, ella fue la primera en hablar.
Fin

-Queridas: Si las busqué en la inmensidad de 149


este mundo, fue porque necesitaba de damas,
hembras o féminas, como se diga, que tuvie-
ran un corazón de las dimensiones de los su-
yos. Después de sobrevolar una y otra vez el
mundo las vi desde lo lejos y supe que no me
había equivocado: solo ustedes podían condu-
cir conmigo el sueño de construir un mundo
mejor. Cuando pensé en mejorar la vida de to-
dos, no pensé solo en gatos y en ratones; pensé
en todos los seres vivos, incluso en el loco bo-
tánico que me hizo así y que ahora vive en un
manicomio. Pensé en cambiar el mundo, pero
desconocía el mundo. El lugar en el que viví
durante años era un prado maravilloso: enor-
me, florecido, limpio; en invierno los copos de
nieve tenían colores. Lo único blanco en él era
yo y, si una falla pudiera encontrársele a tanta
belleza, era que no había una sola flor lo sufi­
cientemente grande como para que yo me po­
sara como cualquier mariposa. Y en medio del
aburrimiento de volar entre las colinas y pla­
near sobre la hierba fina del prado todos los
150 días, ocurrió lo del sueño en el que descubrí a
un ser extraño y adorable como todo lo que no
se parece a nadie ni a nada. Un tiempo después
ocurrió el nacimiento de mis primeras hijas,
todas blancas y, como habían nacido tocadas
por la magia del sueño, me ayudaron a averi­
guar dónde vivía ese ser diferente que me es­
taba amando. Mis mariposas salieron a buscar
por el mundo y lo encontraron en un lugar que
no era digno de su alma, un lugar oscuro y te­
rrible llamado alcantarilla. Pensé que lo prime­
ro que debía hacer era acercarlo a la luz, que es,
en definitiva, lo primero que se debe hacer por
un amor. Entonces me dio por pensar que este
mundo no era lo suficientemente bueno como
para traer a él a un ser así, ni lo suficientemen-
te seguro; por eso las busqué a ustedes con la
ayuda de mis mariposas. Perdónenme si todo
este esfuerzo de la asamblea les ha parecido in­
fructífero.
Lola y Luna escuchaban con mucha aten­
ción, con los ojos abiertos, sorprendidas y ma­
ravilladas ante el relato de Mariposa. Ninguna
le había pedido explicaciones porque se sabían 151
predestinadas a esa clase de obras. Hacer algo
por todos era lo que mejor sabían hacer, y la
oportunidad de la asamblea fue tomada por
ambas como una gran ocasión para ser útiles.
Mariposa bebió un sorbo de agua en una fuen-
te que ocupaba el centro de la mesa y continuó:
-Lo que quiero decirles es que esto puede
ser un fracaso si pensamos en que no hemos lo­
grado hacer del mundo un mejor lugar, pero de­
beríamos ver que por primera vez un gran grupo
de gatos y ratones se puso a pensar en el respeto,
aun sin entender muy bien su sentido. Pensaron
en la vida, en la alegría, en la libertad ... a través
de pedidos locos, sí, pero al fin y al cabo antes
no se les habría ocurrido reunirse para opinar
i'i

acerca de algo. Si no llegaron a conclusiones ni a


grandes ideas, es porque quizá todavía el mun­
do no esté preparado para cuidar cada mecanis­
mo, a cada integrante de esta enorme compar­
sa en la que no todo es alegría. Eso es lo que yo
pienso. Por otra parte, hice que escogieran entre
sus seres amados a ese, el elegido de ustedes, el
152 que pudiera hacerlas pensar que no estaban, o
no estábamos, solas en este sueño de construir
una vida mejor; y las cartas de Gato, de Ratón
y de Triplecutis, han sido para eso. A través de
I'
ellas, ustedes y yo hemos recuperado la espe­
ranza. No estamos solas. No siempre la mayo­
ría tiene la razón, a veces los equivocados son
más y por eso no escuchan a los que saben ha­
cia dónde ir. Por ejemplo, mi botánico: es posible
que yo no sea un error tan caótico en esta na­
turaleza de seres idénticos, sin embargo, todos
los jueces se unieron para declararlo loco. Lo que
quiero decirles es que, cuando vi que los asam­
bleístas gritaban, chillaban, irrespetaban el es­
pacio para las ideas y las soluciones, y que uste­
des seguían enfrascadas en hacerlos reflexionar,
pensé que sería muy, pero muy injusto, que se
desilusionaran por esto, que perdieran el opti­
mis mo y la fe en este sueño. Por eso decidí pe­
dirles a sus elegidos que escribieran estas cartas
-dijo, acariciando con la punta de un ala los ro­
llos de papiro-, para que viéramos que amamos
a las personas indicadas. Que en eso no estamos
equivocadas, y sobre todo, para que recordemos 153
que no estamos solas.
Mariposa quiso decirles que las quería, pero
rompió a llorar. Triplecutis tuvo ganas, por pri­
mera vez, de salir de aquel sueño que de mo­
mento se le había convertido en pesadilla. No
soportaba ver a Mariposa llorar sin tener él la
posibilidad de consolarla como el pañuelo más
largo y más suave del planeta tierra y sus al­
cantarillas.
Lola y Luna calmaron a Mariposa con pala­
bras de cariño y de gratitud. Las cartas habían
provocado un verdadero reencuentro con la
ilusión, y ellas sabían que nada, ningún fraca­
so ni adversidad, iba a cambiar su modo de en­
tender el amor.
Las tres dejaron la enorme sala. En el jar­
dín, a la sombra de un árbol se tendieron a con­
templar el movimiento de las nubes entre las
frondas. Mariposa daba breves vuelos. Se posó
sobre la hierba cuando sus amigas ya dormían
después de tres noches enteras de trabajo en la
última sesión de la asamblea.
154 Gato, Ratón y Triplecutis, sigilosos como
tres fantasmas enamorados, se acostaron jun­
to a ellas para seguir durmiendo dentro del
sueño. Y tras varias horas así, bajo un aire de
verano, limpio y fértil por el polen y por los in­
sectos, despertaron todos, ellas y ellos. La rea­
lidad los esperaba y con ella la dicha de cientos
de mariposas blancas que se disponían a llevar
a cada pareja a su sitio.
Triplecutis y Mariposa se quedaron allí.
Pronto ella vio su vientre crecer otra vez y
las mariposas que salieron del largo embara­
zo, durante el cual Triplecutis cantaba, bai­
laba y recitaba poemas en honor de los naci­
mientos, tenían todos los colores que la gruta
había inyectado en el alma del Monstruo de
las Alcantarillas. Por primera vez, Mariposa
vio salir de su cuerpo colores, otros colores, y
con ellos llenó su vida y la de Triplecutis en la
gran campiña de las mariposas, en un lugar
del m undo.
Luna y Ratón regresaron a aquella playa.
Los esperaban cientos de hermanos y amigos,
y la calidez del agua limpia y la arena de aquel 155
lugar en el que ser un náufrago era sin dudas
una suerte14 • Se quedaron allí y de vez en cuan-
do se reencontraban con Mariposa, Triplecutis,
Gato y Lola en un sueño lleno de mariposas. Lo
extraño en sus vidas fueron sus hijos. No se re­
gistran en los anales de la ciencia otros casos
de ratones que hayan nacido con el cuerpo lle-
no de colores: el mismo efecto tornasol de los
minerales de la gruta se había introducido en
el organismo de Ratón.
Lola y Gato volvieron al basurero. Juntos
atravesaron la Vía Láctea, la constelación del

" Ellos eran náufrogos porque habían navegado por los aguas de un gran amor y no
habían logrado escapar de cUas, lo cual era lo mismo que seguir arn:lndosc hast.a
el fin de los d!as.
Zapato y la cola del viejo cometa Juxiz. Llega­
ron al pueblo cuando el sol apenas comenza­
ba a salir. Era la primavera. Todos dormían en
casa de Gato, todos menos Cáscara de Naranja
que, con su buen olfato, había reconocido que
algo extraño estaba cambiando en el aire. A la
pescadería habían llegado cientos de sardinas.
156 Gato y Lola sintieron el agrado de los olores
queridos, y apenas pisaron la tierra se perdie­
ron en un abrazo inmenso. El sol salió para
verlos. Finalmente en casa, todos abrieron los
ojos y, con mucho esfuerzo, la puerta, porque
Cáscara había apostado con Reverbero que
Gato y Lola estaban y a en el pueblo, y Rever­
bero decía que, de ser cierto, él se atrevería a
confesar cómo fue a parar a ese lugar, algo que
a todos les interesaba debido a sus aires miste­
riosos y refinados. Por su parte, Ducha se había
dedicado a esperar y cada vez hablaba menos.
Guante seguía junto a ella.
Lola y Gato asomaron sus cabezas y todos
en casa saltaron, gritaron, lloraron y se abra­
zaron. Pasaron ese día conversando acerca de
la aventura vivida. En la noche, Reverbero tuvo
que contar su historia, era mentira lo del fon­
deu, nunca tuvo que ver con ese invento de la
cocina suiza, salió averiado de la fábrica direc­
to a la basura. Lo demás fue rodar y rodar, es­
capar de las chatarras y caer allí, en ese basure­
ro, al que por fin pudo llamar hogar.
-La vida a veces es majavillosa -decía. 1 57
Los días que siguieron para Gato y Lola fue-
ron de planes y sueños. Poco a poco el basurero
fue pareciéndose al palacio que Gato soñó cons-
truir para ella, y no hubo en el mundo un me-
jor palacio. Y en él crecieron sus hijos15 , más de
diez, retozando sobre las hojas secas de trébol
de los jardines. Bota y Reverbero supervisaban
los juegos para que nada los lastimara. Una vez
al año, emprendían un viaje en el que atrave-
saban la Vía Láctea, la constelación del Zapato
y el cometa Juxiz, bajo una nube de mariposas
blancas y tornasoladas, hijas de Mariposa y
Triplecutis. Se reunían tras la larga travesía en

" Todos nacieron con ojos tornasolados.


los jardines del Valle de las Mariposas, donde
la pareja había fundado su hogar entre grandes
enredaderas que el botánico loco había logrado
hacer brotar tras incontables intentos para que
su mejor creación tuviera dónde posarse. Allí
pasaban la primavera, junto a Luna, a Ratón y
a sus ochenta hijos de colores.
158 Una tarde de invierno, Gato y Lola subieron
hasta la cumbre de un cerro. Lola quería afinar
la voz porque había vuelto a cantar en el Bar
Misu. Mientras ensayaba, Gato se dio a la tarea
de tallar una piedra enorme con una inscrip­
ción que decía:

TE AMO, LOLA.
Firma: GATO

Ahora es posible que los pilotos lean esa de­


claración de amor, y se comenta que algunos
cosmonautas con buenos telescopios han po­
dido ver desde el espacio la piedra en la cum­
bre de la montaña y que, al comunicarse con la
Central de la Nasa, han transmitido:
-Aquí, aquí, desde la órbita del satélite ISS 1
acabamos de ver la roca con la inscripción en el
cerro, GATOAMAA LOLA... todo está bien en
la Tierra. Reportamos.

160
Liset Lantigua
Autora

Nació en Los Arabos, Matanzas, Cuba, en 161


1976. Poeta y narradora cubano-ecuatoriana.
Ha recibido importantes reconocimientos na­
cionales e internacionales por su obra, como
el Premio Nacional Darío Guevara Mayor-
ga en las categorías de Novela y Poesía. Fue
incluida en la Lista de Honor IBBY 2009. Es
Máster en Edición por la Universidad Autóno-
ma de Barcelona.
En Santillana Ecuador ha publicado:
• En un lugar llamado Corazón (2009)
• Ahora que somos invisibles (2010)
• Gato ama a Lola (2011)
• Mi casa no es un naufragio (2012)
• Me llamo Trece (Premio Nacional Darío
Guevara Mayorga 2013)
• Princesa Cochi (2016)
LOQ.Ueleo
.....
[ pa ra empezar

1 ¿Qué características supones que posee


cada personaje? Escribelus.

mon.struo

mariposa
164 ►

gato

ratón.

Comprender tos contenlelos lmpllcltos ele un tewto mediante lCI reollzaclón de ln,erenclCIS fun­
Clamentolos y proyoctluo-uolorotluos o pC1rtlr del contenido de un tewto.
2 comenta cuál es el mayor sacrificio que ha­
rías por un. ser querido.

Sacrificar sign.ifica 'hacer


sagrado algo, hon.rarlo'.

165

3 ¿Qué har(as para que n.uestro mun.do sea


mejor? Escribe un.a propuesta creatiua.

------

lnferlr y slntetlzar el contenldo esenclal do un teMto al dlforenclar el tema de las ldeas


principales.
[ Mientras leo

1 Las person.as ten.emes derechos humanos·


sin embargo, Lola uiaja para Luchar a fauor
de la uida y los derechos de los an.imales.
Responde: ¿Con.sideras que los otros seres
que habitan. el planeta merecen. gozar ct.e
derechos? ¿Por qué?

-

166

1
..---••••"""'"•-• •••e•.------

\
.
• •• •• • •• • • • • • •• • • • •• • • • • • •• • • • •• • • ••• • • • • ••• • •• •• • • •• • • • • •• • • •• • •• •• • •• ••• •
¿Sab(as que el clen.t(fico britán.ico Richard Dawkin.s
.
promueve un. plan. a fauor de Los derechos de
los an.imales, en. particular de los chimpan.cés,
con. los que el ser human.o comparte el 98,4%
de características gen.éticas? Si deseas más
in.formación., con.sulta en. ln.tern.et acerca del

. . . . . .. . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..
Proyecto Gran. Simio .

Participar 01\ discusiones sobre textos literarios con el aporte de Información, experiencias y
opiniones, de•arrolLQl\dO progrosluamente la lectura critica,
2 subraya las palabras relacion.adas con. el
estado an.ímico de Gato.

ilusión
angustia
anhelo nostalgia
dolor
consuelo
amargura
<¾fJEW�
amor
respeto

recelo 167
satístaccíón
celo
�¡zgurided
tristeza
pasión
mizleneolíe
compasión
te,m,p� índíterencía
tristeza
obsesión

3 Resuelve el acertijo.

¿Qué le quedó
a Gato sin. Lela?
La respuesta es un.a sola
y, si solo eso comes,
te mueres.
·(opt>N)

Leer con fluidez y entonación en diversos contextos (famlllares, oscolares y sociales) y con
diferentes propósltos (oxpor,er, informar, narrar, compartlr, otc,)
]
( Mientras leo

¿Sab[as que ... ?


La Vla Láctea es el n.ombre de la
galaxia a la que perten.ece n.uestro
Sistema Solar. Está formada por
cuatrocien.tos mil millon.es de
estrellas y su n.ombre prouien.e
de la mitolog(a griega, que la
imagin.aba como
un. «camin.o de leche».
168

4 Con. las letras que compon.en. el n.ombre


de Triplecutis, escribe otras palabras. Por
ejemplo: riel, cutis, sí.


►------�--






'1 Autorregular la comprensión de textos mediante el uso de estratoglas cognltlvas de com•

1:
pronslón: parafrasear, releer, formular preguntas, leer selectivamente, consultar ruantes
adicionales.
5 Triplecutis desea clasificar los desperdicios
en. cuatro basureros diferen.tes, etiquetados
así: «orgán.icos», «plásticos», «papeles», «me­
tales». Escribe n.ombres de desechos que co­
rrespon.dan. en. cada depósito.




169

►-----


�... -·-�·--





► ------------

Autorregular la comprenslón do textos modlai'\te el uso de estratoglas cognltlvas de com­
prenslón: parafrasear, releer, formular preguntas, leer selectivamente, COi'\Sultar fuentes
adlcloi'\ales.
[ Mientras leo

6 Ayuda a Gato a en.con.trar a Lela.

170

L_:J

Rocroar textos llterarlos leidos o escuchados modlanto ol uso do diversos medios y recursos
(Incluidas las TIC).
¿Sab(as que ...?
El fondue, men.cion.ado por
Reuerbero, es un.a comlda.
t(pica de Sulza. que con.siste
en. alimen.tos sumergidos en.
l(quidos callen.tes, como queso
derretido o chocolate. Fondue
sign.ifica 'derretido' en. fran.cés.

171
7 Triplecutis escribió diez artículos en su re­
glamento de amistad. Al igual que él, escribe
tres artículos que quisieras compartir con tus
amigos y amigas.

Reglamento de amistad

Reinventar los textos literarios y relacionarlos con el contexto cultural propio y do otros
entornos.
[ Mientras leo J
8 Ratón. tien.e la respon.sabilidad del Plan
para Saluar al Mun.do y al Amor. ¿Qué plan
te gustaría lleuar a cabo? Llena el recuadro.

NOMBRE DE MI PLAN:

172
M1s16N:

... . ______ ·------

TRES PERSONAS CON LAS QUE TRABAJARIA:


Rclr\uOntClr los textos literarios y relaclor\arlos COI\ el COr\texto cultural propio y de otros
entornos.
g Ratón. rnen.cion.ó la frase del famoso
Prin.cipito, person.aje de La obra hornón.i­
rna del fran.cés An.toin.e de Sain.t-Exupéry.
Explica cómo la in.terpretas tú.

nun.ca se puede llegar muy


lejos» (pp. 117-118).
173

►---------------------·

10 Escribe un.a carta emotiua a alguien. a quien.


quieras, corno las que redactaron. Ratón.,
Gato y Triplecutis.
Establecer las relaciones explícitas entre los contenidos de dos o más textos, comparar y
contrastar fuentes.
[ Míentras leo \
11 Recorta las piezas de la págin.a 185 y arma el
rompecabezas
. · · · · · · · · · · · ·•···· ···· · · · ···· ··· ... ········ · ··········· · •·•·

174

RocroClr textos llterarlos leidos o escucnados mediante el uso de diversos medios y recursos
(Incluidas [(IS TIC).
12 Ubica las palabras en los casilleros y resuel­
ve este juego.

respon.sabilidad misión. ayuda


elegido plan. saluar
libertad ratón. amor

R
175
E
s
p
o
N
s
A
B

L
1
D
A
D

Registrar la \r\formaclón consultada con el uso do osciuemas de dluerso tipo.


¡ 'Después de mi lectura \
1 Si tuuieses la oportun.idad de que las blan­
cas mariposas te transportaran. a don.de
quisieras, ¿qué sitio elegirlas? ¿Por qué?
r..�·'"''"""'"'""''''''''''' "'"""""""'
l'
t ,¡,

176

2 Los abecegramas son. frases cuyas pala­


bras se disponen. en. orden. alfabético de
esta man.era:
..........•.••...............••••...........••••••...........•.•••••.....•
A mlgos Dulces Gratitudes i
B uenos E nfáticos H acla
Com pañeros Felicitaciones I gnacio
......•••..........•.....•...........•••••.•............•••••.............
Escribe un. abecegrama acerca de lo que le
ocurre a Gato.
---- F
ª--­ G
e H ________
D __________
E J
Incorporar los recursos Clcl lenguaje fl'iJurado on 5us ejerclclos do croaclón llterarla.
3 Une los personajes con. su frase.

«Querida, tu nombre no es
uno. casualidad: te llamas
Luna porque yo no.el a la
Luz de la luna» (p. 126).

«Lo h.ermoso de uiuir es


que n.ada n.os cura como
177
el amor. cualquier h.erida,
La del miedo, la de la
soledad, la de la tristeza,
n.os la cura el amor»
(p. 133).

«Que se borre de Los


diccionarios la palabra
guerra, y que n.adie, n.l
siquiera los osos, usen.
su fuerza para con.seguir
un. h.elado o un. beso»
(p.135).

«Que n.adie n.os proh.[ba


lleuar el pelo uerde, rosado
o lila, n.i ponernos aretes
en. las orejas o en. el h.ocico,
o en el pupo para los más
extrauagan.tes» (p. 139).

Autorregular la comprensión do to�tos medlantc el uso de estrategias cognitivas de com­


prenslón: l)arafrasear, roloer, formular proguntas, leer CQlectluamento, consultar fuel\tes
adlCIOl\ales.
\
/ oespués de mí lectura

4 Escribe un. texto acerca de la obra Gato ama


a Lola. No puedes usar palabras de seis 0
más letras. Observa el ejemplo:

« Pasa un añ.o y otro ►


más, más de cien, casi
1 mll. En un pa(s seco, al
lado del r[o Nilo, hay
unos que son de allL Hay
rey, hay un dios y otro
178 y otro más. El agua del
r[o les es muy útil. Cada
añ.o sube y el rlco lodo es
apto para la uida, de ah[
se saca lo que se come.
El rey de esos era como
un dios. Al irse para el
otro lado, al rey se lo
pone en una tela de fino
lino, con goma, aloe,
cera, sal, etc.».
Texto de Manuel Lois

5 Conversa con. tus compañe­


ros y compañeras acerca de
los sen.timien.tos que expe­
rimen.taba Gato hacia Lola:
¿Eran. normales? ¿Él esta­
ba en.amorado, ilusionado
u obsesion.ado? Soliciten a
su profesor o profesora que
modere esta discusión..
Pattlclpar on dlscuslones sobre textos llterarlos con el aporto de lnformaclón, e,cporienclas y
opiniones, desarrollando progresluamento la lectura crltlca.
6 Completa el siguiente cuadro con los ele­
mentos de esta nouela.

Elementos

personajes inicio

11
179

narradores nudo

1
1

escenarios desenlace

1
R.cglstrar la Información consultada con el uso de esquemas de dluorso tipo.
[i:>espués de mí lectura \

7 lnuestiga sobre Par(s y diseña un afiche con.


las características más importantes de esta
ciudad. Indica las fuentes que consultaste.
· ············ ······ ····· ······························································· ··· ···

180

Fuente:

· ····•····· · ········•·····•······ · · · · ···· ···· · · · · ······· ···· ······················· ····· · · · · · ·· ·


Acceder a blbllotecas y recursos dl¡¡ltalos en la web, Identificando las fuontes consultadas.
a Averigua un suceso importante que tuuo
lugar en París, describelo aquí y explica si
tiene alguna relación con. los temas trata­
dos en esta nouela.

181

9 Completa la ilustración.
,•·· ·········•··········· ·············· · · · · · · ··········· · · · · · · · ··················· ···· · · · ······ ·

.. . . . . . . . . . . . ..... ...
' ' ''' ' ' ' . . . . . . . . . . ' ' '' ' ' ... . . . . � ... ......... ..... . .. .... ..
' ' ' ' ' ...........'
Establecer las relaclonas oxpllcltas entre los col'ltenldos de dos o más textos, comparar y
contrastar fuentes.
/ 'Después de mí lectura]
10 Escribe un pensamiento para estos
personajes.

182

Incorporar los recursos del lenguaje figurado en sus eJorclclos de creación llterarlc,,
Ficha de lectura }
Mí nombre: __
Año: --
Título de la o bra:

Autora:

Ilustrador:

i Número de páginas:
Editorial:
: Año de publicación:

Sobre los personajes


1 Indica las uirtudes y las debilidades de Gato.

VIRTUDES DEBILIDADES

- ---·•· --�
Ficha de lectura \

sobre los escenarios y la historia


2 Identifica cuatro diferencias entre las dos
imágenes.

¿Cómo te sentiste al leer este libro?

Me en.cantó. Me gustó.
o
Lo disfruté poco.
Recortables para la actiuidad de la págin.a 174.

-------- ,
'
-
o


185
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..... l. ......
Princesa Cochi
Liset Lantigua

"
Princesa Cochi
"""•••-.. l'•bloPl,w:11y

En el Reino de Blanconomás no están permiti­


dos los colores y la higiene es la norma supre­
ma. ¿Cómo podrá su soberano, el rey Clorox,
prepararse para el nacimiento de su primogé­
nito sin descuidar su lucha contra los ácaros,
los piojos, las polillas y los terroríficos mocos?
Una divertida historia que hará cuestionarse
sobre su cotidianidad a niños y adultos.
En un lugar llamado Corazón
Liset Lantigua

En un lugar

. . .-,. ,., ,. .fil_


llamado Corazón
Lb:rt LantignA

l<><¡ueleg

Con sus disparates y enredos, este es un libro


de amor. Sus personajes son dueños de la ma­
gia más antigua de la Tierra: la amistad. Todos
están felices de ser quienes son porque, aunque
el mundo esté lleno de periodiqueros, mucha­
chas, dragones y sapos, solo los de este libro
pueden entrar en un lugar llamado Corazón.
Mi casa no es un naufragio
Liset Lantigua

Esta historia comienza con un dibujo mancha­


do y las lágrimas de Eva, una ballena de Groen­
landia. Ella y su mejor amigo emprenderán una
aventura que les permitirá descubrir el signifi­
cado de tener una casa en el Ártico o en cual­
quier lugar del mundo.
Ahora que somos invisibles
Líset Lantigua

Ahora que somos


lnuisibles

l�eteo

A cierta edad la realidad transcurre como una


película en la que no somos héroes ni villanos,
sino simplemente invisibles. Además, sufrimos
de amor, y el amor no está en las nubes ni las
estrellas, sino muy cerca, en nuestra misma
aula. Este libro de poemas toca los temas de los
adolescentes.
Me llamo Trece
Liset Lantigua

A veces la supervivencia se llena de hallazgos


que revelan nuestro lugar en el mundo. Anto­
nio debe buscarse a sí mismo en una redac­
ción de pocas páginas, y termina encontrando
a sus seres queridos. Una novela para reconci­
liarnos con la alegría y la tristeza en todas sus
dimensiones.
Aquí acaba este libro
escrito, ilustrado, diseflado, editado, impreso
por personas que aman los libros.
Aquí acaba este libro que tú has leído,
el libro que ya eres.

LOQUeleo
._,,..
N=N

�11t=;OJ
Gato ama a Lola �
�-
!!!!!!!!!!!!!!!
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Liset Lantigua
Ilustro.clones ele Guido Chaves O>
<i:
..J
LU
> La Asamblea de Derechos de Ratones y
o
z Gatos del Mundo hace que Lola parta. El
.....
pobre Gato se queda en su basurero, triste
>
<i:

y aburrido. Entonces decide emprender


� una emocionante travesía en la que Gato

<i: y Ratón, acompafiados de Triplecutis,
z
descenderán hasta las profundidades de
• París.

«La personiflcaclón con gran


esmero y elegancia aparece en
la obra Gato ama a Lola, que
también es una narratiua muy
hermosa»
LUZ MARÍA LLANGARI LEMA,
UNIVERSIDAD TÉCNICA PARTICULAR DE LOJA

www.loqueleo.com

LOQ.Ueleo - . SANTILLANA

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