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El desarrollo evolutivo de toda persona, se inicia desde que él niño está en el vientre
materno y desde allí él bebe experimenta sensaciones sean positivas o negativas,
provenientes de la madre. Es importante resaltar que, a los tres meses de vida
embrionaria, los órganos de los sentidos ya están formados. Y durante los 6 meses
siguientes estos órganos se desarrollan y se especializan, según la calidad, intensidad y
naturaleza de su función y de los estímulos recibidos.
Este primer y gran vinculo que se desarrolla entre madre e hijo serán la base sobre la
cual se instauraran los demás vínculos relacionales que establecerá el niño como
persona, durante las etapas de su ciclo vital individual. Estos primeros soportes se
desarrollan bajo el seno del primer sistema o unidad social compleja que es la familia, la
cual representa un modelo de identificación en el desarrollo dimensional del ser:
corporal, emocional, social, comunicativa, cognoscitiva, estética y trascendental.
Las primeras etapas del desarrollo del niño, que se caracterizan por ser complejas y en
permanente cambio se acentúan en ellas la facultad del aprendizaje, adquisición de
normas, reglas, roles y habilidades sociales que proyectan al futuro adulto y se hacen
transcendentales a través de los diferentes expresiones y vínculos.
El vínculo afectivo entre padres e hijos se forjan inicialmente en la primera infancia el
cual influye para el resto de la vida, el cual se refleja en la capacidad para tener
relaciones sanas con vínculos sólidos a lo largo de su vida; por lo contrario si estas
experiencias de vínculo han sido negativas aflora en el niño incapacidad de hacer y
mantener relaciones interpersonales, mostrando baja autoestima, mal manejo en la
presión de grupos, reacciones de ansiedad y estrés, si las experiencias de vínculo han
sido negativas y graves, el ser humano es más propenso a desarrollar trastornos
psicopatológicos que afectaran de sobremanera su capacidad de trabajo y relaciones
afectivas con las personas que se encuentren a su alrededor.
Este vínculo entre padres e hijos se fomentan a través de las relaciones afectivas
interacciónales, se promueven a través de todas aquellas acciones cotidianas que
suceden en la vida del infante, relacionada con la formación de hábitos, fomento de
valores, roles entre otros, en este artículo trabajaremos un tema que puede resultar
complejo y es la hora de irse a la cama y de acuerdo con el manejo que se haga se
pueden lograr grandes avances con los niños.
Es importante establecer que es una de las reglas que se infunde desde el hogar y cada
hogar ejerce una rutina diferente; lo importante es que se cumpla el objetivo básico, de
satisfacer la necesidad de descanso y recuperación de energías del niño.
1. Fijar una hora para ir a la cama la cual debe ser la misma a diario, lo que
ayudará a regular el ritmo circadiano o reloj biológico.
2. Darle tiempo al niño para que asimile este proceso de adaptación y de reglas.
3. Es importante tener en cuenta la edad cronológica del niño, cada edad implica
mayor tiempo despierto.
4. Cada etapa guarda unos requerimientos de sueño que es importante cumplir; no
obstante, muchos padres no lo toman en cuenta.
Los recién nacidos entre 0 y 3 meses de edad requieren 14 a 17 horas de sueño al día.
Los bebés entre 4 y 11 meses de edad necesitan 12 a 15 horas de sueño cada día
Los niños pequeños entre 1 y 2 años de edad necesitan 11 a 14 horas de sueño al día.
Los niños de preescolar entre 3 y 5 años de edad requieren 10 a 13 horas de sueño al
día.
Los niños en edad escolar entre 6 y 13 años de edad requieren 9 a 11 horas de sueño
cada día.
Los adolescentes entre 14 y 17 años de edad necesitan 8 a 10 horas de sueño cada día.
Berry B., Sparrow J., (2009) La Disciplina: El Método Brazelton. Editorial: Norma.
Bogotá – Colombia