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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES

ESCUELA DE SOCIOLOGÍA

AMÉRICA LATINA I

RESUMEN ANALÍTICO: “DEBATES LATINOAMERICANOS. CAPÍTULO 4:


POPULISMOS, POLÍTICA Y DEMOCRACIA”

AUTORA:

Ligmar Altamar

Amneris Vanessa More

CARACAS JUNIO DE 2019


Resumen analítico

El antecedente del populismo latinoamericano en las ciencias sociales desde el siglo


XX es el caudillismo, Svampa (2016) lo plantea como una secuela de este, caracterizando
como una de sus semejanzas el liderazgo plebeyo y plebiscitario de los gobiernos
caudillistas, que su vez marcó una estructura en la política latinoamericana y su desarrollo
(configurando un habitus político) . Además, fueron estos regímenes caudillistas quienes
dejaron un debilitamiento constitucional y una desconfianza de la masa porque, aunque
incentivaron ciertos tipos de participación, estos eran una democracia restrictiva más que
participativa. Tempranamente, Svampa (2016) establece como la democracia
latinoamericana es asociada con la desconfianza, el control de la plebe y, en consecuencia,
la manipulación del voto popular por parte de las elites.

Svampa (2016) ofrece una definición clara de populismo, planteándolo como “un
régimen político que presenta a la vez elementos democráticos y autoritarios, y cuyo
objetivo es lograr la participación “organizada” de las masas, controladas desde el Estado”
(pag. 269) destacando como una de sus características su ambigüedad con la democracia y
su dualidad con la igualdad y la jerarquía. El populismo entiende la política como una
polarización donde hay un protagonista (pueblo victimado) y un antagonista (antipueblo
opresor), por lo tanto establece estructuras míticas de las cuales el populismo “no busca la
verdad sino en dar testimonio de UNA verdad” (pág. 271). Además, se plantea el afán del
populismo por reducir la brecha entre representantes y representados, por lo que según
Svampa (2016) desde la democracia este puede entenderse mejor pues este busca romper
con esa dominación establecida en sus antecedentes.

“Lejos de asociar al populismo con sus raíces sociales, la lectura que enfatiza su
asociación con el mito considera que la verdadera naturaleza del fenómeno populista sería
ideológica.” (Svampa, 2016, pág.270). Desde la vista de Pessin, el populismo y el
socialismo concuerdan en la problematización de la cuestión social; sin embargo, el
primero evoca la resolución de este problema desde el pueblo pese a que este no es una
categoría de lo social. De igual forma, caracteriza su raíz mítica como un principio
dinámico y permanente que establece una relación del mundo con el hombre. Otros autores,
como Vega Centeno, definen esa característica mítica-simbólica como la movilización de
las masas hacia las expectativas y voluntades de poder impredecibles puesto que el discurso
populista se sustenta en promesas que hagan seguir viviendo, creyendo y luchando (como el
caso de Haya de La Torre con los comienzos del APRA y el Partido Aprista Peruano)

“En suma, estas lecturas reducen el populismo a un mito, cuya unidad mínima es la
nostalgia por la comunidad orgánica, o bien un imaginario instalado entre la religión y la
política que, en ambos casos, conlleva una visión antiliberal y por ende antidemocrática de
la política.” (Svampa, 2016, pág.272).

Desde una dimensión histórico-estructural, pese a las pluralidades, Svampa (2016)


establece la existencia de un conceso en la interrelación del desarrollo del populismo con la
transformación de la economía, abriendo paso a regímenes nacionalistas, significando esto
la no importación y el incentivo de la producción interna, ubicada temporalmente en 1929,
donde se cuestionaba también la dominación oligárquica, siendo esto lo que dio paso a la
instauración de regímenes populistas a través del pacto social y políticas redistributivas.

Svampa (2016) establece cuatro perspectivas dentro de la dimensión histórico-


estructural. La primera es desde la visión de Gino Germani y Di Telia, basada en la
modernización y establece la destrucción del consenso tradicional, visible en el deterioro de
los lazos sociales, económicos y psicológicos tradicionales, y la búsqueda por parte de las
personas movilizadas de nuevas pautas comunitarias, capaces de brindar una sensación de
identidad personal y un medio para proteger sus intereses (Pág.275).

Esta movilización se gesta en américa latina de forma asincrónica por lo que


dificulta la integración entre los grupos migrantes, dando paso a la tensión entre sociedades
tradicionales y sociedades modernas. Así mismo, el origen del movimientos nacional
popular se debió a que el desarrollo económico no era acompañado por la democracia
política, “las masas rebasaban los canales de expresión y de participación que la estructura
social actual podía ofrecer” (pág. 275). Desde esta perspectiva Di Telia establece que el
populismo se conforma partiendo de una elite enfocada en una transformación política y la
decadencia del liberalismo como impulsor de cambio.
La segunda perspectiva recae en el planteamiento de F. Weffort, este vincula al
populismo con el pacto social, donde el Estado juega un rol de benefactor (Estado de
Compromiso) que incluye a las masas populares en el desarrollo urbano e industrial, dado
la imposibilidad de la burguesía latinoamericana de asegurar una hegemonía de clase y el
cumplimiento de los intereses para la dominación social.

“Para Weffort el populismo es algo más que un fenómeno de manipulación de las


masas (...)El populismo es sobre todo la exaltación de lo público-estatal; una
“democratización por vía autoritaria” (Weffort, 1978). La diferencia con la democracia
representativa occidental es que el Estado se presenta de manera directa frente a todos los
ciudadanos; todas las organizaciones se presentan como mediación entre el Estado y los
individuos, esto es, se convierten en anexos del Estado antes que en órganos autónomos.”
(Svampa, 2016, pág. 278).

La intervención del Estado es lo que caracteriza al populismo desde la visión de


Alain Touraine, siendo dicha intervención llevada a cabo como un actor político social a
quien la sociedad responde más que a la intervención de otros actores sociales; por lo que el
rol de Estado ya no se toma como mediador entre las clases sociales, sino como constructor
de las mismas. Por otro lado, la visión de Carlos Vivas coloca al Estado populista como el
encargado de garantizar las relaciones de poder y de reproducción, por lo cual se crearía así
la idea de un Estado separado, por encima del bloque de fuerzas en el poder. (Svampa,
2016, pág.279). Milciades Peña ve esta intervención estatal como bonapartismo, es decir,
gracias a los beneficios que puede aportar esta intervención apaciguara las masas incluso la
que no está a favor (pero tampoco lo suficientemente en contra).

La tercera (desarrollo) y cuarta perspectiva (dependencia) se relaciones pues


constituye el límite de la política desarrollista. “Para Cardoso y Faletto, el “populismo
desarrollista” es una ideología que se corresponde con la expansión de la Industrialización
Sustitutiva (ISI), caracterizada por el desarrollo de políticas tendientes a la consolidación
del mercado interno” (Svampa, 2016, pág.280). Pese a que se plantea entre los años 1950 y
1960 un desarrollo significativo para pensar en sectores dominantes desde una política
interna, característico del modelo populista-desarrollista, este se agota rápidamente cuando
el sistema cae en crisis y los países se ven obligados a la apertura del mercado. Para estos
autores, dicho proceso era el paso de regímenes democráticos representativos a regímenes
autoritarios-corporativos.

Dos Santos explica que la frustración social es debido a la incapacidad de resolver


las contradicciones de los límites del desarrollo autónomo por la dependencia (capitales
extranjeros-monopolios)

No solo la visión de diferentes autores es esbozada en este planteamiento, sino


también la vista del populismo desde las diferentes corrientes teóricas. Desde el
funcionalismo se le acuña una visión negativa por ser de izquierda asociada a la lucha de
clases y su herencia en el caudillismo. La autora Matiz establece dos connotaciones en el
populismo: una presencia negativa de la plebe (autoafirmación de su exclusión) y otra con
la negación de los orígenes obreros de la experiencia (como el caso del Peronismo en
Argentina). El cambio estructural que promete el populismo es insertar el mundo excluido.

Gino Germani ve la clase obrera primeramente no ideologizada y debido a la falla


de los partidos para darle “expresión” los nuevos movimientos políticos populistas van a
utilizarlos por su disponibilidad ideológica. En este mismo sentido Agustín Cueva sitúa al
subproletariado urbano como masas manipuladas y explica que el auge populista no fue por
la crisis sino por el nuevo contexto social y político que atrajo el sistema capitalista. M
Murmis y Portanticro desarrolla la “constelación de fuerzas sociales” que ve como unidad a
la clase obrera (no como nuevos y viejos obreras que explica Germani) puesto que la
industrialización no vino con la legislación social por lo que desato la represión y
restricción pobrera que condujo a las organizaciones sindicales que será la base para el
populismo con la relación sindical-estado.

Desde otra corriente vista desde la historia rusa, el populismo se plantea como una
forma que buscaba difundir ideas sociales entre la clase campesina y que terminó dividida
entre un terrorismo revolucionario y la adopción de ideas marxistas. El segundo evocaba la
necesidad de que la clase campesina y su organización sería esencial para batallar contra la
desintegración que se daba en las ciudades. Postulados por Walicki, se trataba de una
idealización de la comuna rural y la negación al capitalismo (Svampa, 2016, pág.289).
“La propuesta de los populistas rusos sería entonces la de “una industrialización no
capitalista bajo los auspicios del Estado” (Vilas, 1994: 31), la cual podría realizarse a través
de dos vías, a saber, por un lado, la estatización de la gran propiedad y la producción a gran
escala y, por el otro, la ampliación y protección de la pequeña propiedad campesina y
artesanal” (Svampa, 2016, pág.296).

El populismo bajo una perspectiva romántica tiene que reivindicar la propiedad


comunal de la tierra y este proceso lo tiene que liderar los campesinos pues con los que
poseen los “valores más nobles” para realizar el proceso de las reformas sociales. Dentro de
esta perspectiva de la reivindicación de la vía autónoma del socialismo, Mariátegui explica
la valorización de la comunidad en la lucha revolucionaria ya que este sobrevivió a lo
colonial y a lo liberal. Otro autor, Polanco, explica que las lecturas culturalistas presenta el
problema de la idealización de la comunidad como algo superior.

Por otro lado, desde el debate nacional-popular (el cual no es un “momento” en la


historia sino que es un proceso de construcción de una voluntad colectiva contra
hegemónica) planteado por Gramsci suponía ir más allá de una trasformación económica,
las sociedad se tensa con la relación entre lo moderno y lo conservador, por lo que una
“reforma moral e intelectual” que agrupe una voluntad colectiva, la cual será una
alternativa entre la democracia y el socialismo, y representará el verdadero progreso de la
sociedad.

De igual forma, Laclau plantea el populismo como una articulación de las


interpelaciones populares-democráticas, mediante la separación del pueblo y los bloques de
poder, lo cual denomina como ruptura populista. “(...) Desde el nuevo paradigma teórico,
no habría identidades preconstituidas, tampoco un sujeto político privilegiado; todos los
actores tienen que luchar dentro de sus propias esferas en un espacio político plural, y van
construyendo su identidad colectiva, a través de la articulación de significados.” (Svampa,
2016, pág.300).

Pese a todas las visiones y debates que se han dado respecto al populismo, se puede
resumir que es una formula política que promete justicia social como una especie de
redención de los derechos, llevada a cabo por un líder con mediación personalista que
construya y evoque imaginarios, en sentido de símbolos e imágenes, entre la nación y el
pueblo. Destacando entre sus componente un carácter étnico-racial, la centralización del
poder y la ambigüedad entre igualdad y jerarquía.

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