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Créditos

Moderadoras de Traducción
Vale

Traducción

3lik@ Mer
aelinfirebreathing NaomiiMora
Candy27 Rimed
CarolSoler Rose_Poison1324
Gerald Taywong
Liliana Vale
Mais Wan_TT18
Mary Rhysand Yiany
YoshiB

Recopilación y Revisión
Mais

Diseño
Evani
Índice

Sinopsis Capítulo 22 Capítulo 46

Prólogo Capítulo 23 Capítulo 47

Capítulo 1 Capítulo 24 Capítulo 48

Capítulo 2 Capítulo 25 Capítulo 49

Capítulo 3 Capítulo 26 Capítulo 50

Capítulo 4 Capítulo 27 Capítulo 51

Capítulo 5 Capítulo 28 Capítulo 52

Capítulo 6 Capítulo 29 Capítulo 53

Capítulo 7 Capítulo 31 Capítulo 54

Capítulo 8 Capítulo 32 Capítulo 55

Capítulo 9 Capítulo 33 Capítulo 56

Capítulo 10 Capítulo 34 Capítulo 57

Capítulo 11 Capítulo 35 Capítulo 58

Capítulo 12 Capítulo 36 Epílogo

Capítulo 13 Capítulo 37 Agradecimientos de


la autora
Capítulo 14 Capítulo 38

Capítulo 15 Capítulo 39

Capítulo 16 Capítulo 40

Capítulo 17 Capítulo 41

Capítulo 18 Capítulo 42

Capítulo 19 Capítulo 43

Capítulo 20 Capítulo 44

Capítulo 21 Capítulo 45
Sinopsis

Es una mártir.

Un mito.

Un fantasma.

Una leyenda.

Es mi alma gemela y mi cautiva, mi conciencia y mi ira.


La amo demasiado como para dejarla morir; le temo demasiado
como para despertarla de su sueño.

Es mía.

Y ahora se ha ido.

Él es antinatural.

Eterno.

No ético.

Imparable.

Es el guardián de las mentiras y las almas perdidas. La


mía se deslizó a través de sus garras.

Soy su esposa, su reina, el amor de su muy larga vida.

Y pronto, seré su verdugo.

The Queen of All That Lives (The Fallen World #3)


ABUE HALL,

Eres la mujer que aspiré a ser. Ninguna dedicación puede


hacerte justicia. Gracias por ser un ser hermoso ser humano.
Ahora, me convierto en Muerte, el destructor de mundos.

—Robert Oppenheimer, citando al Bhagavad Gita


Prólogo

Traducido por Gerald

LA ENCONTRAMOS.

Finalmente.

Siempre había habido rumores que la reina inmortal del rey vivía.
Que dormía profundo en la tierra. Que el rey, enloquecido por la tristeza,
la puso ahí.

Me acerqué al sarcófago dorado, mis hombres se dispersaron


alrededor de él.

No eran rumores.

El templo subterráneo es tal como el plano dijo que sería, mismo


tamaño y misma ubicación. Solo que, mi información nunca me dijo que
luciría así. Soy un hombre fuerte e incluso la piel se me pone de gallina
por estar en este lugar. Por el oro, el mármol, el santuario acomodado en
el medio de la habitación rodeado por un foso de agua. Todo esto para
recubrir a una mujer presuntamente con vida. Y no cualquier mujer;
estábamos recuperando un ser que este rey y el resto del mundo había
adorado durante cien años.

—¿Estás grabando todo esto? —digo a uno de mis hombres, mi voz


haciendo eco. Son las primeras palabras que cualquiera de nosotros ha
dicho desde que entramos al lugar.

Él asiente, la cámara compacta que sostiene enfocada hacia el


féretro.

Styx mataría a cien hombres para estar aquí. En lugar de eso está
obligado a observar desde detrás de una pantalla.

Guardo mi arma en su funda y me estiro, mi mano pasando por


encima de la hiedra dorada que cobre el sarcófago. Encuentro el labio de
la tapa y mis dedos se curvan sobre el borde. Estoy casi asustado de lo
que encontraremos una vez que levante esto. Sé cómo luce Serenity
Lazuli —todo lo saben— pero la mujer mítica ha estado desaparecida
durante un siglo. Hasta donde sé, estamos a punto de quedar cara a cara
con sus restos momificados.

—A la cuenta de tres —digo.

—Una. —Si el rey nos encuentra, todos seremos hombres muertos.

—Dos. —Si lo que yace dentro de este ataúd es todo lo que


esperamos, finalmente la guerra podría terminar.

—Tres.

Mis labios se curvan hacia atrás cuando empujamos la tapa.


Debajo de ella…

—Santa mierda —exhalo.

Dentro yace una mujer, sus brazos cruzados sobre su pecho, sus
ojos cerrados. Asimilo su largo cabello dorado, la suave y pálida piel, la
profunda cicatriz que arruina un rostro que de otra forma sería hermoso.

Definitivamente no eran rumores y estos definitivamente no eran


los restos momificados de Serenity Lazuli. Mientras observamos, sus ojos
se mueven debajo de sus párpados cerrados.

La reina vive.
Capítulo 1

Traducido por Liliana

SERENITY

ASPIRO UN SOPLO de aire.

Exhalo.

Aspiro otro. Y otro.

El aire sabe bien. ¿Es eso posible? ¿Saborear el aire? Porque en


este momento juro que puedo. Tomo profundas y cada vez más profundas
bocanadas. La luz se filtra a través de mis párpados cerrados, haciendo
señas como un amante ansioso.

—¡Se está despertando!

—Puedo ver eso, idiota.

—Harvey, ¿estás capturando todo esto?

—Styx está recibiendo la transmisión en vivo mientras hablamos.

—¿Podrían callarse? La van a asustar.

Mis ojos se abren. Al principio, no veo nada. La luz es demasiado


brillante. Pero luego mis ojos se ajustan, lentamente. El color se desangra
y mi entorno comienza a tomar forma.

Miro hacia un techo de metal. Mis cejas se fruncen. Los techos del
rey son molduras doradas o madera expuesta. No metal abollado y
oxidado. Y nunca tan bajo.

Ahí es cuando noto el balanceo. Mi cuerpo tiembla de lado a lado.


Estoy dentro de un vehículo, me doy cuenta.

¿Qué diablos está pasando?


Apoyo las manos contra el borde de la cama donde estoy acostada,
mi pulso se acelera.

Nada de esto está bien. Las personas no se despiertan así.

¿Dónde estoy y por qué no puedo recordar cómo llegué aquí?

—No puedo creer que lo logramos.

Me sobresalto ante la voz. Tengo una audiencia, por supuesto que


sí. Situaciones como esta no solo suceden; las personas los orquestan.

Comienzo a sentarme.

—Vaya, vaya, mi reina —dice un hombre a mi derecha, colocando


una mano en mi pecho—, tranquila.

Miro la mano que toca mi pecho. Lo sigo de regreso a su dueño. Un


soldado de veintitantos años devuelve la mirada. Él no es el rey, y estos
no son los hombres del rey. Lo que solo puede significar...

Estoy jodidamente siendo secuestrada.

Otra vez.

—¿Quién eres? —pregunto, mi voz dura.

Voy a tener que lastimar a más personas, matar a más personas.


Esa es la única manera en que alguien va a aprender que soy una terrible
cautiva.

El hombre baja la cabeza.

—Jace Bridges, Su Majestad. El ex soldado de infantería en el


ejército del rey. Comandante regional actual de la unidad de operaciones
especiales, división europea, de los Primeros Hombres Libres.

Todo lo que entiendo de eso es que este hombre es peligroso. Es


útil saberlo.

Otros cinco hombres rodean mi cama. Todos soldados por su


apariencia, todos equipados con armamento, todos de pie entre mí y la
libertad. Me miran con demasiada intensidad, haciéndome perfectamente
consciente de que, a pesar de todo mi entrenamiento, sigo siendo una
mujer recostada en una cama en la parte de atrás de un vehículo,
rodeada por un grupo de hombres. Son demasiados y yo solo uno.
Fácilmente podría ser superada.
Mientras mi mirada recorre a los soldados, bajan la cabeza y
murmuran: “Su Majestad”. Y todos me muestran reverencia. Esta es la
primera vez. Estoy acostumbrada a ser odiada. No sé qué hacer con su
respeto.

Uno de ellos sostiene una cámara, su lente enfocada en mí. Frunzo


el ceño, inquieta ante la vista. Si están aquí para liberarme, ¿por qué me
siento como un animal en exhibición?

Los Primeros Hombres Libres. Nunca he oído hablar de la


organización, pero le ruego a Dios que el rey lo haya hecho, de lo
contrario, iré sola.

El rey.

—¿Dónde está Montes? —exijo.

Los seis de ellos comparten una mirada.

—Está lejos, Su Majestad —dice Jace. La forma en que dice las


palabras, es como si estuvieran destinadas a tranquilizarme.

¿Dónde está? ¿Y por qué no puedo recordar?

—¿Está muerto? —pregunto. Y ahora realmente tengo que


controlar mi voz. La idea de que mi brutal marido deje de existir es...
insondable.

Otra mirada pasa entre ellos.

—No, Su Majestad.

Libero un aliento tembloroso.

Vivo.

Puedo trabajar con vivo.

—¿Por qué me raptaron? —Mis ojos pasan por encima de los


soldados de nuevo.

Me miran maravillosamente, como si tuviera las respuestas a todos


sus problemas.

Estoy en un carro lleno de hombres ansiosos. No está bien.

Jace se inclina hacia adelante, descansando sus antebrazos en sus


muslos.

—¿Cuánto se acuerda?
¿Recordar? Mi sangre se hiela. Si este es otro de los sueros de
memoria del rey...

Pero no puede ser. No lo recordaría, no me recordaría a mí misma,


no recordaría nada antes de este momento.

Y lo hago, ¿verdad?

Miro al soldado con cautela.

—¿Recordar qué?

Jace suspira y se frota el rostro.

—¿Alguien más quiere encargarse de esto?

—Mierda, no —dice uno de los otros soldados.

Mi corazón aún late como loco, pero ahora tiene más que ver con
la confusión que con la adrenalina.

—Su Majestad…

—Deja de llamarme así —interpongo. Odio el título, odio que el rey


me haya hecho lo que soy.

Jace inclina la cabeza.

—Señora Lazuli...

Naturalmente, elige un nombre que es aún peor.

—Serenity —le digo.

—Serenity —repite—. Mis hombres y yo teníamos la tarea de


encontrar a la reina perdida.

Arrugo la frente.

—La hemos estado buscando durante décadas.

Dejo de respirar.

¿Qué en nombre de Dios...?

Miro por encima de ellos solo para memorizar sus rostros.

Estos hombres han perdido la cabeza. Las personas no


desaparecen por décadas. Yo no desaparezco por décadas.

Me fui a la cama anoche, justo después... justo después...


—La encontramos enterrada bajo uno de los palacios del rey. Él la
mantuvo allí durante casi medio siglo, por lo que podemos decir.

¿Ahora hemos pasado de décadas a cincuenta años? Es como una


de esas historias que se hace más grande cada vez que se vuelve a contar.

—¿Qué quieren? —pregunto, sentándome un poco más erguida y


mirando las puertas traseras del vehículo.

—Jace, ella necesita pruebas —dice uno de los otros hombres.

Jace se aprieta la nuca.

—No tengo pruebas.

—Espera —dice otro soldado. Se mete la mano en el bolsillo trasero


de su uniforme y saca un pedazo de papel doblado. Lo arroja sobre mi
regazo.

Levanto una ceja mientras lo miro.

Nada de la situación va como debería. Mis secuestradores no me


piden cosas; me están suplicando que entienda lo que me están diciendo.
Para ser justos, lo que me dicen es una locura.

—¿Se supone que un pedazo de papel me convenza de que me he


ido por cincuenta años? —le digo.

—No se ha ido —corrige Jace—. Dormido. La encontramos en uno


de los legendarios Durmientes del rey.

Mi atención se acerca a Jace. El Durmiente. Casi me había olvidado


de la máquina. La última vez que entré en uno de ellos fue justo después
de que el rey y yo perdimos a nuestro hijo.

El recuerdo me tiene apretando los labios y apretando las sábanas


debajo de mis dedos. Al menos puedo descartar supresor de memoria.
Recuerdo ese momento con vívidos detalles, y cómo me gustaría olvidarlo.

—Abra el papel, Serenity —dice Jace.

Lo tomo, sobre todo porque tengo curiosidad. Eso, y todavía estoy


desarmada y rodeada por seis soldados que han mostrado un gran
interés en mí.

Abro el papel arrugado.

Mirándome fijamente... soy yo.


Es más que un boceto, de verdad. Mi rostro está delineado en negro
y sombreado en amarillo y azul marino. Los colores del rey. Miro
directamente al espectador, mi rostro resuelto.

Toco mi cicatriz cuando noto la que está en el papel. Comienza en


la esquina de mi ojo y se arrastra por mi mejilla, haciéndome lucir
peligrosa, incluso malvada. Debajo de mi imagen está la frase, Libertad o
Muerte.

No sé qué hacer con esto. Su prueba no me ha convencido de nada,


excepto que tal vez, algunos de mis súbditos no me odian tanto como
suponía.

—Ese cartel ha estado en circulación durante casi un siglo.

Doblo el papel.

—Y ahora es un siglo. Cuando lleguemos a cualquier destino que


tengan en mente, me dirán que me he ido por milenios.

—Jace, estás haciéndolo genial, hombre —dice uno de los otros


soldados. Es una burla, y solo me confunde más.

—Si quieres intentarlo, sé mi invitado —dice Jace.

Él vuelve su atención a mí. Se frota la mejilla, estudiando mi rostro.

—¿Cómo voy a hacer que me crea?

—No lo harás —le digo. No soy una gran fanática de confiar en


extraños, especialmente en los que me secuestran.

Y ahí está de nuevo. Estos hombres me tomaron. Tal vez si hubiera


sido la primera vez, o incluso la segunda, que me hubiera pasado esto,
estaría más interesada en escapar que en vengarme. Pero no lo es.
Cuando tenga la oportunidad, y tendré la oportunidad, voy a derribar a
estos hombres.

Mis ojos se mueven rápidamente hacia la pistola de Jace.

Su mirada sigue la mía hasta su arma. La cubre con su mano.

—Mi reina, entiendo que está confundida, pero si se vuelve violenta,


también tendremos que hacerlo. Y realmente no quiero eso.

Encuentro sus ojos, y la esquina de mi boca se riza lentamente.


Estoy hecha de violencia y dolor. Él también podría haberme dado la
bienvenida a casa.
El ambiente en el vehículo cambia sutilmente. Los hombres están
en guardia.

—¿Qué quieren? —digo.

Jace me mira directamente a los ojos, y me doy cuenta de que, al


igual que sus compañeros, me mira como si yo fuera la respuesta a sus
problemas.

—Queremos que usted termine la guerra.


Capítulo 2

Traducido por Taywong

SERENITY

LO ÚLTIMO QUE recordaba, la guerra había terminado.

No, había vuelto a estallar la guerra. El consejo del rey se había


vuelto contra él. Yo había estado trabajando con el rey para suprimir a
los insurgentes en Sudamérica.

—Te das cuenta de que he estado haciendo exactamente eso desde


que estalló la guerra.

Los soldados intercambian otra mirada.

—Maldita sea —digo—, dejen de actuar como si estuviera loca.

El vehículo se queda en silencio durante varios segundos, el único


sonido que se oye es el movimiento del desvencijado armazón de la cama
y las armas de los hombres.

—Nadie cree que estés loca —dice finalmente Jace.

Suena tan razonable. Eso en sí mismo es exasperante.

Se inclina hacia adelante.

—Mira lo que estás usando.

Entrecierro mis ojos hacia él.

—Esto no es un truco. Mira tu atuendo.

Vacilante, lo hago.
Llevo un corpiño ajustado de seda de oro pálido. Una capa de
delicadas flores de encaje lo cubre. Tiro de la manta cubriendo mis
piernas hacia un lado. El material gotea por mi cuerpo, todo el camino
hasta mis pies. No lo había notado antes, pero ahora que Jace ha forzado
mis ojos para asimilar mi ropa, me doy cuenta de lo inusual que es mi
atuendo.

—¿Recuerdas cuándo te pusiste ese vestido? —pregunta.

Paso mis dedos sobre el material. La verdad es que no he visto este


vestido en mi vida.

—¿Lo sabes? —Jace presiona.

Levanto la mirada. Los seis me están mirando conteniendo el


aliento. Están esperando… algo.

—No. —Sin quererlo, he enrollado en un puño al blando material.

Jace se frota las manos.

—¿Qué es lo último que recuerdas?

Es una buena pregunta, una que no había pensado seriamente


desde que desperté aquí.

Mis ojos pierden el enfoque mientras vuelvo a mis recuerdos


finales. El rey y yo habíamos estado trabajando juntos para detener a sus
consejeros traidores.

Recuerdo que dijo que me amaba.

La revelación me golpea de nuevo. Nunca debió haber ocurrido,


pero en mi mundo, un mundo lleno de cuerpos sangrientos y rotos, el
amor había crecido en el más desolado de los lugares.

Me obligo a pasar de este recuerdo a otro. Despertando, las


sábanas manchadas de sangre. Me preocupaba que el rey hubiera visto
la evidencia de mi enfermedad. Me aseguré de que no lo hubiera hecho.

Lo busqué, pero no pude encontrarlo. Me enviaron a una


habitación del ala este y me dijeron que estaría allí. Pero no estaba.

Era una trampa.

Era una trampa.

Tengo frío por todas partes.


El rey me tenía acorralada. Salté tres pisos a los brazos de sus
guardias.

Y luego…

—Esto no es para siempre —dice el rey.

Lo último que veo es el rostro del rey, y lo último que oigo es su voz.
Se inclina sobre mí, y siento que una mano acaricia mi rostro.

—Solo estaremos separados por un corto tiempo. Una vez que


curemos tu enfermedad, serás mía de nuevo.

Me ahogo en un grito de ira. Me traicionó. Me drogó, me obligó a


soportar al Durmiente hasta que pudo curarme de mi cáncer.

Me había imaginado meses, años tal vez, pero ¿décadas?

Siento que mis fosas nasales se ensanchan mientras una lágrima


gotea por mi mejilla.

No solo décadas.

Un siglo, si lo que dicen estos hombres es cierto. Encerrada para


que no tuviera que perderme.

Siento como si alguien hubiera apilado piedras en mi pecho. Parece


que no puedo recuperar el aliento.

Los monstruos serán monstruos. No sé por qué pensé que el mío


era diferente. Tal vez porque soy una chica tonta.

Puedo sentirlo, mi ira, como una tormenta que se avecina en el


horizonte. Ahora mismo, mi conmoción y dolor es todo en lo que puedo
concentrarme. Pero mi furia está llegando, y cuando golpee, nadie va a
estar adecuadamente preparado para ello.

Mis ojos vuelven a los soldados. Todos llevan miradas de lástima.


Pueden guardar su compasión; no la quiero.

Ya no soy escéptica.

—¿Exactamente cuánto tiempo he estado dormida? —le pregunto


a Jace.

Sus ojos se ponen tristes cuando dice:

—Según nuestras mejores estimaciones, ciento cuatro años.


TENGO 124 AÑOS.

Me quedo mirando a Jace, con las fosas nasales ensanchándose


mientras respiro por la nariz.

Ciento veinticuatro años de edad.

Mi cerebro no procesará eso. No puede. Nadie vive tanto tiempo.

Los soldados están callados, y odio tener público. Estoy tan cerca
de desmoronarme; no quiero que estos extraños me vean cuando eso
suceda.

Doy vuelta las manos en mi regazo. Mi piel ha conservado la


suavidad de la juventud. Paso mis dedos por encima de mi carne.

Tiene más de un siglo. Me pregunto dónde están escondidos los


años. Deben haber dejado alguna marca. Todas las cosas dejan marcas.

Todas las cosas, excepto los inventos del rey. Esas cosas quitan
heridas, recuerdos… edad.

Pasó todo un siglo y no vi nada de eso. El rey me mantuvo en un


ataúd, no muerta, pero no viva.

Reconozco el momento en que la verdad se asienta sobre mis


hombros.

Pérdida tan grande que mi cuerpo no puede sostenerla, se está


expandiendo, expandiendo. Trata de arrastrarse por mi garganta.

¿Había pensado antes que era la chica más solitaria del mundo? Si
lo que estos hombres me están diciendo es cierto, y estoy empezando a
creer que lo es, no me queda nada.

Nada.

El mundo ha pasado de largo, y la gente y el tiempo al que


pertenezco ya se han ido. No he visto nada más allá de las paredes
metálicas de este auto, pero ¿reconocería el mundo exterior? ¿La gente?
Cien años antes de que me pusieran en el Durmiente, el mundo era un
lugar muy diferente al que yo vivía. Tengo todas las razones para creer
que la misma lógica se aplica al futuro, presente.

Froto mi frente agitadamente. Todo y todos los que he conocido se


han ido.

Todos excepto el hombre que amo, el hombre que me hizo esto.


Mis alrededores se nublan mientras mis ojos se aguan. Pero no
derramaré otra lágrima por esa abominación. No ahora, delante de estos
hombres, y no cuando estoy sola.

No merece nada más que mi ira.

¿Y qué ha estado haciendo todo este tiempo mientras yo me


pudría?

Ya sé la respuesta.

Ha estado matando, follando, gobernando.

La traición está dando paso a la ira. Todo lo que yo adoraba, el rey


me ha quitado, directa o indirectamente. Mi familia, mi tierra, mi libertad,
mi vida. Y le di todo. Mi cuerpo, mi corazón, mi alma.

Me los llevaré de vuelta. Espero que haya disfrutado de mi corazón


de piedra durante el siglo en que lo ha poseído. La próxima vez que lo
vea, se lo sacaré del pecho.

Dirijo mi mirada a Jace.

—¿Dijiste que querías que terminara tu guerra?

Debe ver el caos en mis ojos, porque duda. Luego, lentamente,


asiente.

No hay ningún lugar donde Montes pueda esconderse donde no


pueda encontrarlo. Y cuando lo encuentre…

—Yo la terminaré.

EL REY

ME SIENTO PESADAMENTE en el borde de mi cama y aflojo mi corbata.


El vuelo fue largo, el día aún más largo, pero no puedo irme a la cama.
Todavía no.

Me quito la chaqueta y enrollo mis mangas. Alguien llama a mi


puerta.

—Mañana —grito. El mundo va a tener tantos problemas entonces


como ahora.

Cuando los pasos se retiran, me muevo a la parte de atrás de la


habitación, justo a la estridente pintura de Cupido y Psique. Agarro el
borde del marco y lo tiro de la pared. Se balancea hacia atrás con
facilidad, y detrás de ella hay una puerta, cerrada a todos, excepto a mí.

Presiono mi pulgar en el escáner que está junto a ella.

La luz parpadea en verde y luego se abre la entrada sellada,


haciendo un silbido.

Entro en el estrecho pasillo que hay entre las habitaciones del


palacio, el aire frío que ya se está asentando en mis huesos. Encima de
mí, las luces de arriba se encienden.

Solía creer que los pasadizos secretos eran cosas de las novelas de
espías, pero durante el curso de mi largo reinado, estos rasgos ocultos
han salvado mi vida y mi tierra una o dos veces.

Mis zapatos hacen clic contra el piso de piedra, y deslizo mis manos
en mis bolsillos mientras paso cuarto tras cuarto a ambos lados del
pasillo. Espejos unidireccionales expertamente camuflados como
adornos me permiten vislumbrar a mis invitados.

Todos esos años atrás, Serenity me enseñó una valiosa lección: la


confianza te hará ganar un cuchillo en la espalda y una tumba poco
profunda. Esta es mi póliza de seguro contra eso.

Esta noche, las habitaciones están vacías. He estado fuera por un


tiempo.

Demasiado tiempo.

Me arrastran por el pasillo como una polilla a una llama. Incluso


mientras duermo, Serenity me llama.

Las luces parpadean, una tras otra, a medida que desciendo


gradualmente hacia los niveles más bajos del palacio.

Es cuando llego a la entrada de su mausoleo que siento los


primeros signos de malestar. Una de las puertas cuelga ligeramente
abierta.

Me detengo, mis ojos estudiando la inconsistencia.

Esto ya ha ocurrido antes. Ha habido ocasiones en el pasado en las


que me he olvidado de cerrar bien la puerta. Una mala costumbre
derivada del hecho de que nadie más que yo accede a este lugar.

La abro, todos los sentidos en alerta.


Más de cien escalones de mármol se interponen entre mi esposa y
yo. Tomo cada uno de ellos con calma, dejando que la paz de este lugar
calme mis nervios.

Las luces aquí ya están encendidas, siempre lo están. No soporto


la idea de que Serenity esté aquí, sola en la oscuridad.

Al bajar las escaleras, el resto de la habitación se despliega ante


mí. Grotescamente grandes columnas de mármol sostienen el techo
cavernoso, un techo abovedado en su cúspide. Los azulejos de oro e
índigo están incrustados en las paredes de este lugar. Y finalmente, el
estanque de agua, la pasarela y el dorado de Serenity…

Se me escapa todo el aliento cuando veo su sarcófago.

La tapa está torcida.

No puedo moverme por un segundo; todo lo que puedo hacer es


mirar. He venido aquí mil veces, he puesto mis ojos en ese Durmiente mil
más. Nunca ha cambiado la imagen.

Empiezo a moverme de nuevo. Primero camino, luego corro.

Alcanzo su sarcófago, su sarcófago vacío, y mis peores temores se


confirman.

Serenity se ha ido.
Capítulo 3

Traducido por Taywong

SERENITY

—¿Y QUÉ PLANEAN hacer conmigo? —digo, evaluando a los seis


soldados de mi cama.

Por lo que puedo decir, estos hombres no me despertaron para


dejarme ir. La cámara es una prueba de ello, las armas también lo son.
Diablos, la forma en que se está desarrollando esta situación es prueba
de ello. Nadie me trata como si fuera una víctima. Me tratan como si fuera
una adquisición.

Les doy miradas duras. Estos hombres pueden ser mis salvadores,
pero también son mis captores, no importa lo agradables que hayan sido.

Jace se apoya en la pared metálica del vehículo.

—Ahora mismo —dice—. Estamos tratando de deshacernos del rey.

Me recuesto en el muro que separa la parte trasera del vehículo de


la parte delantera y me pongo cómoda y acogedora.

—¿Y una vez que se deshagan del rey? —pregunto.

—Te llevaremos a nuestro complejo.

Igual que la Resistencia cuando me capturaron. Sí. Todo esto me


resulta muy familiar.

—¿Y luego? —pregunto.

El auto retumba y tiembla en el silencio.


—Y entonces, una vez que estés lista, te entregaremos a Oeste,
donde perteneces.

—A donde pertenezco —reflexiono.

Me molesta oír a estos hombres hablar como si tuvieran mis


mejores intenciones en mente. No tienen ni idea de a dónde pertenezco.
Yo no tengo ni idea de a dónde pertenezco.

La única razón por la que estos hombres mencionan el Oeste es


porque han sido contratados por ellos o porque van a recibir dinero de
ellos cuando me entreguen.

No me molesto en preguntar si tengo algo que decir en estos planes.


Ya sé que no lo sé. Por supuesto que no tuvieron en cuenta la posibilidad
de que su reina dormida no estuviera de acuerdo con sus planes. Que
podría, de hecho, oponerme violentamente a ellos. Estoy segura de que
no consideraron que yo pudiera tener una opinión en absoluto.

Pero yo sí.

Desde que mi padre y yo llegamos a Ginebra hace tanto tiempo, he


pasado de un hombre a otro. El rey, la Resistencia, y ahora estos
hombres. ¿Qué tan cruel debo ser antes de que la gente empiece a verme
como un oponente formidable?

—Un problema con tus planes —digo.

Jace y sus hombres esperan a que yo hable.

—Cada vez que me he resbalado de las garras del rey, me ha


recuperado. —Me encuentro con los ojos de cada soldado—. Cada. Vez.

Tal vez sea mi imaginación, pero juro que los hombres se mueven
un poco incómodos en sus asientos.

—Con todo respeto, Serenity —dice Jace—, somos buenos en lo que


hacemos.

—No lo dudo. —El hecho de que fueron capaces de recuperarme


del Durmiente del Rey es prueba suficiente. Estoy segura de que Montes
me escondió en un lugar seguro—. Pero al rey que conocí nunca le gustó
que la gente le quitara sus juguetes. —Y yo soy su juguete. Siempre lo he
sido.

—Tal vez el Rey Lazuli no es el mismo hombre que conociste —dice


Jace.
De eso estoy segura. Un solo año puede cambiar a una persona.
Cien es suficiente para que un hombre evolucione y se convierta en lo
que quiera ser. Ni siquiera puedo entender el peso de todo ese tiempo.

—Tal vez —acuerdo.

No importa cuánto haya cambiado el rey; si no le importara


perderme, estos soldados no estarían huyendo de él. Ellos lo saben, yo lo
sé, y, desgraciadamente para ellos, el rey también lo sabe.

Cruzo mis manos sobre mi estómago y me acomodo. La temporada


de caza ha comenzado, y las únicas criaturas que seguramente morirán
son las seis que me rodean.

EL AUTO CAE en silencio después de eso. Tengo muchas preguntas, pero


quiero resolverlas antes de expresarlas.

Pasaron ciento cuatro años, y durante ese tiempo el mundo seguía


en guerra, el rey seguía gobernando, y mientras yo dormía, una parte del
pueblo me convirtió en una mascota, si la arrugada hoja de papel que yo
veía era algo por lo que debía pasar.

Incluso ahora, después de todas estas décadas —décadas que no


puedo envolver completamente en mi mente— la gente sabe de mí, lo que
significa que el rey probablemente ha hablado de mí.

No, más que hablar. Me ha mercantilizado, me ha convertido en


alguien más grande que la vida. Alguien a quien la gente pueda apoyar.

Esto es pura conjetura, pero sé lo suficiente sobre política y el rey


como para asumir que mi teoría es cierta.

Dios, cuando vea a ese hombre, voy a destriparlo, del ombligo a la


clavícula.

—¿Así que el mundo sigue en guerra? —pregunto.

—De vez en cuando durante el último siglo —dice uno de los otros
hombres—. De vez en cuando, Oeste y Este hacen tratados endebles, pero
por lo general se desintegran después de varios años. Un mal ataque de
peste se extendió por ambos hemisferios a finales de siglo, lo que también
condujo a un alto el fuego temporal.

La guerra, la peste, las organizaciones de vigilantes, estas son


cosas con las que estoy familiarizada. Quizás este mundo no es tan
diferente como supuse que sería. Esa posibilidad me parece inquietante.
No quiero encajar en este mundo si eso significa que todos los que viven
aquí están sufriendo.

Paso una mano por mi cabello. Puede que sea un poco más largo
de lo que recordaba, pero de ninguna manera es tan largo como debería
ser. Ni tampoco mis uñas, ahora que las miro.

Aprieto mi mano en un puño. He sido preparada, mi cuerpo me


cuida meticulosamente. Y ahora tengo que preguntarme: ¿se ha ido mi
cáncer? Después de todo este tiempo, ¿no ha encontrado el rey una cura?
¿O ha abandonado por completo la búsqueda? ¿Se han atrofiado mis
músculos?

No me siento débil; me siento fuerte y despiadada.

No conseguiré las respuestas, a pesar de todo. Estos hombres no


las tienen, y el hombre que las tiene... no quiero hablar con él.

Solo venganza.

ME ESTOY IMPACIENTANDO.

Estos hombres, mantenida en la cama del hospital como estoy, no


me ven como una amenaza. Peligrosa, sí, pero no una amenaza.

Eso es bueno para mí. Significa que cuando esté lista para actuar,
tendré unos segundos más para tomarlos desprevenidos.

Ahora solo tengo que esperar, y odio estar aquí tirada como una
inválida. Mis piernas se están poniendo nerviosas. No he caminado en
cien años. Necesito sentir el suelo bajo mis pies.

Sin embargo, esa no es mi mayor preocupación. Mi enojo me está


llamando. Me hace concentrarme en las armas de los soldados y en los
cuchillos que un par de ellos llevan. Será bastante fácil despojarlos de
sus armas. No me han encerrado, lo que probablemente fue su mayor
error. Una vez que haga mi movimiento, no les daré las mismas
concesiones que me han dado a mí.

Aprieto mis manos juntas y contengo mi ira. Hace tiempo que el


rey me enseñó algo importante sobre la estrategia: a menudo, no actuar
cuando se quiere es más eficaz que la alternativa. Esperaré a mi apertura,
y luego atacaré.

Todavía hay cosas que quiero saber, preguntas que no me atreveré


a hacer a estos hombres.
¿Cómo es el rey?

¿Tiene una nueva esposa?

¿Niños?

¿Todavía está hecho de pesadillas y sueños perdidos?

—¿Cómo, exactamente, quieren que termine esta guerra? —


pregunto.

Estos hombres no me dejarán ir. Eso es obvio.

—La gente te quiere. Todo lo que tienes que hacer es convencerlos


de que nos apoyen.

Estos hombres creen que pueden usarme por sus propios motivos
egoístas. Necesitan que me gane a la gente por ellos.

Mi ira anterior se calienta a fuego lento.

—Y se supone que debo estar de acuerdo con esto —digo.

Ni siquiera me están pidiendo permiso.

No se le pide permiso a un prisionero.

—Es lo que la gente quiere —dice Jace.

Dicho como un verdadero conquistador. La gente que quiere poder


se convence de las cosas más inverosímiles. No dudo que el mundo quiera
el fin de la guerra, pero sí dudo que vean a los Primeros Hombres Libres
como el regalo de Dios que Jace parece pensar que son.

—¿Y qué pasará cuando tú y Oeste se apoderen del mundo? —


pregunto.

—Tenemos la intención de trabajar juntos para reconstruirlo —


responde Jace.

Sorpresa, sorpresa, los Primeros Hombres Libres no quieren


abdicar a los viejos gobernantes casi tanto como quieren llegar a serlo.

—¿Y cómo piensas hacer eso? —pregunto. Trabajo para controlar


mi voz.

—Serenity, soy un soldado, no un político —dice Jace.

Y ahí está el problema.


—¿Así que quieres usarme para ayudar a los Primeros Hombres
Libres y a la NOU a lograr la dominación del mundo, a pesar de que tú y
yo no sabemos qué políticas impulsarán una vez que se hagan con el
poder?

—No abusarán de ella de la forma en que lo hacen...

—Todos abusan del poder —digo.

Lo siento de nuevo. Ese peso aplastante en mi pecho. La avaricia y


el poder, el poder y la avaricia, son los compañeros más constantes. Una
vez que pruebes una, debes tener la otra.

—Nunca lo haré. —Lo miro a los ojos mientras hablo. He sido usada
por todo el mundo… la NOU, el rey, la Resistencia. Y estoy tan cansada
de ello.

No seré la marioneta de nadie más.

He estado tan profundamente inmersa en la conversación que solo


ahora noto los sonidos apagados de las cuchillas y los motores de los
helicópteros.

—Sosténganse chicos, el rey nos ha encontrado —el conductor grita


desde el otro lado de la división, el vehículo acelera mientras habla.

—Lo harás —dice Jace—. Nuestros líderes se asegurarán de eso.

Entonces le sonrío. La gente sigue cometiendo el error de pensar


que soy alguien que pueden controlar.

Antes de que pueda responder, una serie de balas rocían contra el


costado del auto. El vehículo se desvía violentamente, coleteando en la
parte trasera.

Me arrojan de mi cama al regazo de varios soldados. A mi alrededor


oigo gruñidos y maldiciones de los otros hombres, ninguno tan fuerte
como el del conductor. Aunque la división metálica amortigua su voz,
todavía podemos escuchar sus palabras claramente.

—¡Están saliéndose de control! —grita.

Como si eso no fuera obvio.

Uso la distracción para robarle un arma al soldado en cuyo regazo


me he caído. No tiene tiempo para reaccionar como si yo no estuviera
tapizando y apuntara. Justo cuando el auto se corrige solo, le meto el
cañón en el pecho y disparo.
El sonido del disparo es ensordecedor.

Ahora los hombres se están peleando, algunos tratando de


detenerme, otros aún confundidos.

Levanto mi torso, giro y disparo a tres hombres más, todo mientras


las balas siguen rozando el exterior del vehículo.

En segundos la camioneta se llena de sangre. Rociando,


nebulizando, goteando por las extremidades, juntándose alrededor de
hombres moribundos.

—Qué diablos está pasando allá atrás —grita el conductor al mismo


tiempo Jace ruge:

—¡Serenity! —Puedo oír la furia en la voz de este último.

El auto se tambalea de nuevo, y salgo disparada fuera de los brazos


de los soldados ahora heridos. Mi cuerpo rueda bajo la cama.

Quedan dos hombres, más el conductor.

Un momento después, la cama móvil del hospital es lanzada a un


lado.

Subo mi arma. No me molesto en mirar el rostro de Jace. Envío un


disparo que se entierra en su estómago. Se tambalea hacia atrás, su
mano se dirige a la herida.

—Por orden del rey, detenga el auto y salga con las manos en alto.
—La voz intercomunicada llega desde fuera.

El rey me encontró, como supuse que haría. La adrenalina inunda


mi sistema. No disfruté matando a estos hombres, pero disfrutaré
matándolo a él.

En lugar de disminuir la velocidad, nuestro vehículo acelera.

Oigo un clic que me resulta familiar. El sonido de un arma siendo


cargada. Miro al último soldado de pie. Tiene un arma apuntándome.

—Jodidamente no te muevas. Juro que dispararé —dice. Su cuerpo


está temblando.

Libertad o muerte, el póster tenía mucha razón sobre mí. No dejaré


que estos hombres me tomen como rehén, aunque me cueste la vida.

Dios sabe que no esperaba vivir tanto tiempo.


El soldado no dispara. Me doy cuenta de que quiere mirar a sus
compañeros caídos, a los que están gimiendo y a los que se han quedado
quietos, pero es lo suficientemente listo como para saber que en el
momento en que me quite los ojos de encima, se unirá a sus filas.

—Te liberamos —dice.

—Cambiar una prisión por otra no es libertad —le digo.

Abre la boca, pero no le doy tiempo para responder. Le apunto con


mi arma y disparo.

La bala se lo lleva entre los ojos. Permanece erguido por un


momento más, luego sus piernas se doblan y su cuerpo aterriza con un
golpe.

Me tomo un momento para recuperar el aliento. La sangre se está


filtrando en mi vestido. Puedo sentir su calor contra mis muslos. Se me
pega a la espalda, manchando el material carmesí. El vehículo es un
desastre de hombres muertos.

Todavía puedo oír a dos aferrados a la vida, con la respiración


entrecortada. Cuando los veo, mi arma robada aparece y aprieto el gatillo
dos veces. No es solo una muerte piadosa. Los moribundos no tienen
nada que perder. A pesar de que soy una reina muerta desde hace mucho
tiempo, y a pesar de que me necesitaban viva, nada de eso importa mucho
cuando te estás desangrando.

El vehículo sigue inclinado de lado a lado, y puedo oír los gritos del
conductor, pero no puedo decir si sus palabras son para mí o para los
hombres que nos atacan.

Me apoyo contra la pared. Hasta que el conductor muera o decida


detener el auto, no tengo mucho que hacer excepto pensar en mis oscuros
pensamientos.

Extiendo la mano y cambio mi arma por otra, limpiando el metal


ensangrentado de mis faldas, y asimilando de nuevo lo que me rodea
mientras lo hago. Esperaba que el futuro fuera limpio y brillante como
un centavo nuevo. Pero no veo nada limpio y brillante. El interior de este
vehículo está oxidado y manchado. Los uniformes de los hombres están
descoloridos. Y los propios soldados tenían una mirada nerviosa y
desesperada a su alrededor.

No creo que me guste mucho este futuro.


De repente, el auto se detiene. Oigo cómo se abre la puerta del lado
del conductor, seguido por el sonido de pisadas que se alejan cada vez
más del vehículo. Más ráfagas de disparos afuera.

Es hora de que me mueva.

Empujo mi cuerpo del suelo, la sangre se filtra entre los dedos de


mis pies. Por primera vez en más de un siglo, me valgo por mí misma. El
vestido que uso se me cae de los hombros, y mis faldas empapadas se
pegan a mis piernas.

Soy una cosa hecha de encaje y sangre. Envuelta en seda y


goteando con las oscuras acciones de los hombres. Supongo que
finalmente estoy vestida como corresponde.

La adrenalina que sentí antes resurge por mis venas, y agarro mi


arma con más fuerza.

Me gustaría decir que puedo sentir todos esos años que perdí, que
dejaron alguna huella en mi cuerpo o en mi mente. Pero no puedo. Aparte
de que mis recuerdos se sienten un poco confusos, no hay ninguna
indicación de que haya estado dormida durante décadas en lugar de
horas.

Eso hace que todo esto sea peor. Porque parece que hace solo unas
horas el rey me dijo que me amaba. En el momento en que el amor se
convirtió en un inconveniente para él, ese cabrón me dejó morir. Mi
respiración se acelera cada vez más.

Mi monstruo, mi marido, mi captor. Pronto será mi víctima.

Siempre consideré a Montes como la cosa de mis pesadillas. Ahora


seré la suya.

Sí, pienso mientras me acerco a las puertas traseras del vehículo,


disfrutaré matándolo.
Capítulo 4

Traducido por Yiany

SERENITY

—¡SALGA CON LAS manos en alto!

Incluso las órdenes del futuro siguen siendo las mismas. ¿No ha
cambiado nada en absoluto?

Presionando mi espalda contra una de las puertas del vehículo, uso


mi mano para abrir la otra. En lugar de los disparos que espero, una
docena de soldados diferentes gritan órdenes para salir del auto. Esas
órdenes mueren cuando ven los cuerpos.

Finalmente, temerosamente, uno grita:

—¿Serenity?

Cierro los ojos.

—Estoy aquí —digo.

—¿Hay alguien contigo?

—Nadie vivo.

Hay una pausa mientras los hombres del rey procesan eso.
Independientemente de lo que se les dijo acerca de mí, supongo que no
los ha preparado para lo que realmente soy.

—Puede salir, Su Majestad. No dispararemos.

Abro los ojos y me alejo de la pared hacia la puerta abierta. La luz


del sol toca mi piel por primera vez en mucho tiempo. Me sumerjo en ella.
El día está lleno de novedades.
Bajo del coche y entro en el camino de tierra.

Un silencio cae sobre mi audiencia cuando me ven. Luego,


lentamente, uno por uno, se arrodillan.

Me detengo y los asimilo. Me había preparado para su horror,


vestida de sangre como estoy, no su veneración.

Hay docenas de soldados dando vueltas alrededor del auto del que
salí. Detrás de sus filas, varios vehículos blindados están estacionados,
las luces parpadean. Por encima de nosotros, un helicóptero circula.

Todo es lo mismo. La maquinaria puede verse ligeramente


diferente, pero no parece haber avanzado en todo este tiempo. La
prosperidad engendra progreso, y esto, esto no es progreso.

Temo por el mundo en el que he despertado.

Más allá de los carros, las desiguales colinas se extienden hasta


donde alcanza la vista. Puedo sentir la soledad de este lugar. El silbido
del viento parece exacerbarla.

No he dejado caer mi arma, pero a los soldados no parece


importarles. Tan pronto como se levantan, veo sus expresiones.

Soy un fantasma. Un mito. Esa es la única explicación para el ardor


asustado en sus ojos.

Todo el tiempo, riachuelos de sangre serpentean por mis


pantorrillas. Tienen razón en estar asustados de mí.

Recorro sus filas, buscando a Montes. Mis ojos pasan por docenas
de hombres y algunas mujeres. Los miro una vez, dos veces. No me di
cuenta que tenía una esperanza enfermiza hasta que sentí que se
desvanecía.

El rey no está entre estos soldados.

Incluso en medio de mi sed de sangre, me duele el corazón. La


última vez que fui capturada, él estaba allí para recuperarme.

Cien años para transformarse en lo que quisiera ser. Cien años


para enamorarse. Cien años para olvidarse de la niña rota y mortal que
forzó al matrimonio.

El rey que gobierna a estas personas no es el mismo rey que conocí.


Toda mi ira y mi dolor se desperdician en un hombre que, con toda
probabilidad, ya no se preocupa por mí. El mundo sigue en guerra,
después de todo. Si realmente puedo terminarla, el rey debería haberme
sacado del Durmiente hace mucho tiempo.

Reflexivamente, mi mano aprieta mi arma.

Detrás de mí hay un camino abierto, delante de mí hay venganza.


Mi corazón retorcido se está rompiendo, pero estoy tentada a dejar mi
corazón roto, vengarme del pasado y alejarme de todo.

Doy un paso atrás. Los soldados se tensan.

—Su Majestad —dice uno de ellos—, somos la guardia real del rey.
Puedes confiar en nosotros.

Normalmente, cuando la gente te dice que puedes confiar en ellos,


significa exactamente lo contrario.

Miro a mí alrededor; los soldados me rodean por completo. Si


corriera, ¿qué tan lejos llegaría antes que me atraparan? ¿Cuántos
hombres más tendría que matar? No quiero derramar más sangre. E
incluso si lo hiciera, no podría eliminarlos a todos antes que la guardia
del rey me inmovilizara. Perdería cualquier poder precioso que tuviera
que manejar.

Todavía no estoy libre.

—Necesito tu palabra —le digo al hombre que habló.

Él hace una pausa.

—Cualquier cosa, Su Majestad.

—No dejes que el rey me vuelva a poner en el Durmiente. —Mi voz


se rompe mientras hablo—. Mátame primero.

—Le prometo cualquier cosa menos eso.

—Entonces no puedo ir contigo —digo.

—Su Majestad —dice, casi rogándome—, lo que me pide es traición.


El rey...

Presiono el cañón de la pistola contra mi sien. Los soldados se


tensan una vez más.

—Necesito tu palabra —le digo—. Necesito la palabra de todos, o


apretaré el gatillo —digo.
Escucho murmullos de todos a mí alrededor. Tardo un minuto en
distinguir qué están diciendo, pero eventualmente lo hago.

—Libertad o muerte.

Incluso aquí, en el calor del mediodía, mi piel pica.

¿Qué me has hecho, Montes?

Cuando mi mirada se extiende sobre todos ellos, comienzo a verlos


asentir. Luego, uno por uno, doblan una rodilla y ponen sus puños sobre
sus corazones.

—Tiene mi palabra —dice el primer soldado.

—Y la mía —dice alguien detrás de mí.

—Y la mía.

—Y la mía.

Este espacio solitario se llena con el sonido de docenas de


juramentos.

Lentamente, bajo mi arma. No me conocen, pero ahora me


muestran lealtad.

Deslizo mi arma en el corpiño de mi vestido y me acerco a los


guardias del rey, dejando huellas sangrientas a mi paso.

Hora de conocer al hombre de mis pesadillas.

EL FUTURO NO es lugar para la civilización.

Miro por la ventana del helicóptero que giraba sobre mi cabeza hace
solo unas horas. Incluso a esta distancia de la superficie de la tierra
puedo ver la destrucción.

¿Cómo es un siglo y medio de guerra? Luce como pueblos


fantasmas, óxido y restos.

Aquí y allá veo evidencia de pequeños pueblos donde la gente debe


vivir. Nada acerca de estos asentamientos sigue ningún tipo de
planificación de ciudad. No hay líneas rectas, y no tienen ninguna de la
simetría que recuerdo de la época anterior a la guerra. El rey parece haber
dejado más que solo a mí para pudrirse.
En el transcurso del vuelo, me doy cuenta que los asentamientos
cambian. Se hacen más grandes, más agradables, y parecen tener algo
de simetría de la que carecían los otros. Quizás no todos estén sufriendo
en este nuevo mundo.

Una vez que comenzamos a descender, tengo una idea de hacia


dónde nos dirigimos. Una franja de océano azul profundo se extiende
debajo de mí, dividida por islas de vez en cuando.

El rey reconstruyó su palacio mediterráneo.

Un temor antinatural se instala en mis huesos. Se siente como si


nada hubiera cambiado. Solo lo sé.

Tan pronto como aterrizamos, me pongo de pie, y los guardias del


rey entran en formación.

Escamas de sangre seca caen de mí. Reprimo una mueca. Soy un


desastre.

La parte trasera del helicóptero se abre, y sigo a los soldados fuera,


el piso de metal es frío contra mis pies descalzos. Mi cabello se levanta a
mí alrededor cuando salgo del avión.

No hay camarógrafos que me esperen, ni civiles ansiosos. En su


lugar, un automóvil blindado se detiene al lado de la pista y, aparte de
los pocos soldados que se encuentran frente a él, estamos solos.

Todavía no hay rey.

Y ahora mi mente vuelve a la primera vez que el rey me recuperó,


cuando pensé que había ordenado que mataran a mi padre. Incluso
sabiendo que era la última persona que quería ver, había venido por mí.

Tal vez por eso no se presentó hoy.

Porque si hay una persona que no quiero ver, es Montes.

TENÍA RAZÓN.

El mundo del rey es tan inquietantemente familiar.

El palacio es tan abominablemente hermoso como lo han sido


siempre sus palacios. Tan grande, tan magnífico, tan opresivo. Lo miro
mientras el auto blindado en el que viajo se detiene. Exóticas enredaderas
con flores crecen a los lados de sus paredes. Más allá de las paredes, el
océano se extiende una y otra vez.
Al igual que antes, nadie nos espera.

Me deslizo fuera del vehículo antes que alguien pueda intentar


ayudarme. Mi séquito de guardias en un abanico a mí alrededor.

No puedo apartar la vista de esos altos muros.

—¿El rey está dentro? —pregunto.

—Lo está —dice uno de los hombres—. Nos ha ordenado que la


llevemos a su habitación, donde se vas a bañar y vestir.

Siento que mi labio superior se riza. Por supuesto, querría que


lavara todos mis pecados como si nunca hubieran ocurrido.

Sigo a los soldados por los escalones de mármol. Antes que pueda
cruzar el umbral, uno de los hombres que custodia la puerta se aclara la
garganta.

—Su Majestad, su arma.

El frío metal descansa entre mis pechos.

—¿Qué pasa con ella? —pregunto.

—No puede llevarla adentro.

—¿Quién lo dice? —pregunto.

—Es la política del rey.

A regañadientes, alcanzo mi corpiño y entrego el arma. Robé esa;


siempre puedo robar otra.

Al entrar en los palacios del rey, siempre se sentía como entrar en


el sueño de otra persona. Pero ahora, más que nunca, se siente
surrealista al pasar las columnas colosales que se alinean en la gran
entrada. Estoy en un momento y un lugar al que no pertenezco. Hay una
profunda injusticia en la situación, y no puedo hacer nada al respecto.

Así que me conformo con obtener placer perverso arrastrando mis


faldas ensangrentadas y mis pies sucios por los prístinos pisos del rey.

Mientras nos abrimos paso por los pasillos de este lugar, mantengo
mis músculos tensos. Los guardias pueden haber prometido mantenerme
a salvo del Durmiente, pero su lealtad en última instancia pertenece al
rey.
Nuestros pasos resuenan a través de los solitarios y abandonados
pasillos. Cuando estaba recién casada con el rey, sus corredores estaban
llenos de políticos y ayudantes, sirvientes y guardias. Ahora están
extrañamente vacíos, las obras de arte alineadas recubiertas con telas
sueltas.

¿Mi terrible rey se ha vuelto excéntrico en su vejez?

Los pocos guardias apostados a los que paso se quedan estoicos.


Si se sorprenden por mi presencia, no muestran ninguna señal de ello.

Finalmente, mi séquito se detiene frente a un conjunto de puertas


dobles.

—Su habitación, Su Majestad —dice uno de los soldados—.


Póngase cómoda. Estaremos justo afuera.

Asiento con la cabeza y entro en la habitación.

Todavía podría ser una emisaria y esta es mi suite por todas las
similitudes que veo.

Mis ojos se mueven sobre un espejo grande y dorado, una cama


con dosel y una mesa y sillas elaboradamente talladas para combinar.

Paso una mano por encima de un mueble intrincadamente tallado.


Esto es demasiado similar al tiempo en que me fui. Es desestabilizador.
Confuso.

Al otro lado de la habitación, dos puertas francesas conducen a un


balcón. Ya se han abierto, y una brisa marina se precipita sobre mí. Estoy
segura que si caminara por ahí ahora mismo, vería el océano en todo su
esplendor.

En su lugar, camino de un lado a otro.

Estoy de regreso a donde empecé, aquí donde las tragedias del


mundo nunca me pueden tocar. Todo sobre este lugar se burla de mi
existencia.

Él debería haberme dejado morir.

Presiono mis palmas a mis ojos. No quiero nada de esto.

Y luego está lo que quiero. Respuestas, venganza, arrepentimiento.

Tengo la sensación que no voy a tener ninguna de ellas.


Capítulo 5

Traducido por Liliana

EL REY

ELLA ESTÁ AQUÍ, en el palacio. Despierta.

Incluso si no escuchara a los autos detenerse o recibir


actualizaciones de mis soldados, lo sabría.

Cada pulgada de mi piel está zumbando de una manera que no ha


hecho durante décadas. No desde que esos hermosos ojos suyos se
cerraron hace cien años. Estoy mortificado de admitir que desde hace
tiempo he olvidado su color exacto.

No puedo escapar de su rostro. Está en todas partes: impreso en


posters, montado en carteles, etiquetado a lo largo de las paredes; pero
puedo escapar de todos esos detalles sobre la Serenity que solían
acosarme. He evitado las imágenes de ella que alguna vez dispersé tan
liberalmente.

Hasta ahora, mis sentimientos por ella pasaron de una herida


nueva, a una vieja, a un dolor sordo, a un buen recuerdo. Un recuerdo
perfecto.

Todo eso termina hoy.

Por los informes que llegan, mis hombres dicen que la encontraron
cubierta de sangre. Que el vehículo del que fue sacada estaba lleno de
hombres muertos.

Me llevo el puño a la boca.

Mi esposa está despierta.


Despierta y en pie de guerra.

Y yo soy su objetivo.

SERENITY

UNA VEZ QUE estoy en la ducha, empiezo a evaluarme.

Aparte de unas pocas pecas ausentes, mi piel se ve igual. Y por el


breve vistazo que puedo ver en el espejo, aún conservo la cicatriz en mi
rostro, así como las delgadas y blancas que se entrecruzan en mis
nudillos.

Puede ser que esté abatida, pero físicamente, me siento muy bien.
Si todavía estoy plagada de cáncer, mi salud cambiará lo suficientemente
pronto. Por ahora, cuento mis bendiciones. Tengo muy pocas de ellas.

Solo una vez que salgo de la ducha me encuentro con la decepción.

Frunzo el ceño ante el solitario vestido y los tacones que están


dentro del armario. Es la cosa más alejada de equipo de combate que
pueda imaginar. La ropa interior de encaje que los acompaña es un poco
mejor.

Me toma casi cinco minutos vestirme, debido en gran parte a la


cantidad de agujeros y correas que tiene el vestido color carmesí
profundo. Ignoro los tacones por completo.

Un golpe en mi espalda me tiene dando vuelta. Mis ojos se fijan en


el espejo dorado que ocupa una buena parte de una de las paredes. La
superficie tiembla muy ligeramente.

Me acerco al espejo y presiono mi palma contra su superficie. Los


temblores se apagan, y eventualmente desaparecen por completo.

Este lugar misterioso.

Alguien golpea la puerta.

—Su Majestad —dicen—, el rey la verá ahora.

MÁS ENORMES RECINTOS, más pasillos vacíos. Todo es prístino, pero


no hay signos de vida.
Por primera vez desde que desperté, siento las agitaciones de la
inquietud. Me he enojado con el hombre que me puso en el Durmiente,
no con el que se negó a dejarme salir.

No conozco a este hombre.

Los guardias que me rodean no llevan armas. Tenía tanta confianza


en que podría robarles una, pero no hay ninguna que robar.

Me llevan a una habitación que supongo que se usa para


extravagantes fiestas, a juzgar por el tamaño de las puertas dobles.

Nos detenemos frente a ella, y uno de mis guardias llama.

Nadie abre la puerta y nadie responde.

Echo una mirada de reojo a los soldados. No parecen sorprendidos


por esto.

¿Qué me espera del otro lado?

Se detienen por unos segundos más, luego alcanzan las puertas.

Tan pronto como se abren, mi respiración se detiene.

Si alguna vez se celebraron fiestas en esta sala, ya no más. Un


mapa del mundo cubre la pared del fondo. Las mismas odiosas cuerdas
y oscuros rostros se fijan a ella. Pero las dos paredes adyacentes, están
llenas de piso a techo con fotografías e informes.

La conquista se ha convertido en la obsesión de Montes, aunque


obsesión no es una palabra lo suficientemente fuerte para esto.

Un siglo para transformar a un hombre en lo que quiera


convertirse...

Justo en el medio de la habitación, mirando su enorme mapa, con


las manos juntas detrás de él, es el único hombre que odio más que
ningún otro.

Mi torturador Mi amante.

El rey.

Tha-thump.

Tha-thump.

Tha-thump.
Mi pulso late en mis oídos mientras mis ojos aterrizan en su
espalda.

No hay palabra para lo que siento. Es demasiado grande, el dolor


demasiado agudo. Me quema la garganta y me pincha los ojos.

En mi mente, sostuve a este hombre ayer, lo sentí moverse dentro


de mí ayer, lo escuché susurrar que me amaba ayer.

Pero mi ayer fue hace 104 años.

—Su Majestad, la reina.

El cuerpo del rey está tan quieto como siempre; no da señales de


haber oído siquiera al guardia.

El momento se extiende.

Finalmente…

—Déjanos.

La misma suave y escocesa voz hace eco a través de la habitación


y suena más grandiosa de lo que alguna vez la he escuchado.

Ahora, ahora siento el peso de todos los años perdidos. Puede


parecer que me fui a dormir ayer, pero mis oídos saben que no han
escuchado esa voz en una eternidad.

Montes no se da vuelta mientras los guardias se retiran. La puerta


se cierra con un ruido sordo detrás de ellos, y luego somos solo yo y el
rey eterno.

No me muevo. Casi ni siquiera respiro.

Me estoy desmoronando.

Del odio al amor, al odio una vez más. Mi endurecido corazón no


fue hecho para soportar emociones tan vastas y cambiantes. Esto me está
haciendo pedazos.

¿Por qué hizo esto?

¿Por qué?

¿POR QUÉ?

—Bastardo —susurro.

El cuerpo entero del rey se estremece ante el sonido de mi voz.


—¿Incluso vas a enfrentarte a mí? —Maldito cobarde.

Escucho el rasguño de su talón, y luego se da vuelta.

Pensé que estaría lista para enfrentarlo, pensé que esta furia llena
de dolor que se agitaba dentro de mí borraría cualquier otro sentimiento
que la visión de él traería.

Dios, estaba equivocada.

Nuestras miradas se enfocan, y todo está ahí: el amor, el odio, el


dolor y la felicidad que tenemos el uno por el otro. Todo el tiempo puede
pasar, sin embargo, todo entre nosotros es tan crudo e intenso como
siempre lo ha sido.

Mi monstruo. Mi esposo. Está completamente igual. Todavía tiene


la misma piel de olivo, el mismo cabello oscuro, los mismos labios
seductores y los ojos oscuros y moribundos. Y a juzgar por la forma en
que me mira, ese amor obsesivo que una vez tuvo, podría no haberse ido
por completo.

Da un paso adelante y casi cae sobre una rodilla, sus piernas son
tan inestables. Al principio creo que algo le pasa. Me toma un momento
darme cuenta de que es mi visión.

—Serenity —dice, enderezándose.

Tha-thump.

Tha-thump.

Mi pecho sube y baja cada vez más rápido.

Él da otro paso hacia mí. Y luego otro. No quita su mirada de mí.


Ni por un segundo. Su rostro es impasible, todo menos sus ojos. Esos
ojos profundos que han presenciado tantas de sus terribles obras, me
devoran. Se mueven sobre mi ropa, y luego mi rostro.

Allí permanecen, tocando cada uno de mis rasgos. Pero es mi


cicatriz en la que finalmente descansan.

Juré que no derramaría otra lágrima por este hombre y sin


embargo, siento que una se escapa de todos modos.

Maldito sea mi corazón. Incluso después de todo, lo amo y eso me


está destrozando.

—Viniste aquí para matarme. —Hay tal resignación en su voz.


—Tú, hijo de puta —le digo—. Me dejaste para que me pudriera. —
Todo mi cuerpo tiembla. ¿Alguna vez pensé que yo era la más fría de los
dos? No he recibido ninguna reacción de él, y aquí estoy desgarrándome
en su entorno.

El rey parpadea varias veces, sus ojos un poco brillantes.

—Tu odio, yo... lo había olvidado.

Todavía viene hacia mí, y puedo decir que quiere tocarme. Empiezo
a moverme, una de mis piernas se cruza detrás de la otra mientras rodeo
al rey.

—Yo era tu esposa —le acuso.

—Todavía eres mi esposa. —Esa voz suya, tan segura, tan


dominante.

—No, Montes, perdiste ese derecho hace mucho tiempo.

De repente, ya no está caminando casualmente. Camina hacia


adelante.

—Siempre serás mía, y no volverás…

Tan pronto como está a mi alcance, levanto mi brazo hacia atrás y


golpeo mi puño en su rostro.

Se tambalea, su mano se extiende hasta su pómulo.

Avanzo y luego lo golpeo de nuevo. Y otra vez. El dolor irradia de


mis nudillos, y lo disfruto.

Montes cae, y lo sigo hasta el suelo. Mis puños tienen una mente
propia. Aterrizan donde pueden, y el carnoso golpe de piel contra piel
hace eco en toda la habitación. Mis lágrimas caen junto con ellos. No me
di cuenta de que podía sentirme así, enojada y desolada, todo al mismo
tiempo. Y con cada golpe, espero que venga esa oleada de alivio. Estoy
cumpliendo mi venganza.

Pero esto no se siente como una venganza. El rey sigue recibiendo


los golpes, y no levanta una mano contra ellos, ni siquiera para
protegerse.

—Lucha, bastardo —gruño.

Él se ríe, y esos blancos, blancos dientes suyos ahora están


manchados de rojo con su sangre.
Mi esposo está loco.

Ambos lo estamos.

Finalmente, sus brazos se levantan, pero solo para que me puedan


rodear. Tira de mi cuerpo contra el suyo.

—Dios, jodidamente te he echado de menos, Serenity.

Y luego me besa.
Capítulo 6

Traducido por Liliana

SERENITY

PRUEBO SU SANGRE en mis labios. No es así como se supone que iría


la reunión.

Se suponía que terminaría rápidamente con su muerte, pero en un


instante pasé de matar al hombre que me traicionó a besarlo. A
regañadientes.

Una de sus manos se levanta y sostiene la parte de atrás de mi


cabeza, haciendo que sea imposible para mí alejarme.

Muevo mis propias manos hacia su cuello, y comienzo a apretar.

Me libera, pero no trata de apartar mis manos, solo me mira con


esos ojos demasiado brillantes mientras ahogo su vida.

—La muerte en un vestido. —Apenas logra pronunciar las


palabras, pero las escucho de todos modos.

Cierro los ojos, sintiendo que se le escapan dos lágrimas más y


aprieto con más fuerza. Recuerdo el momento exacto en que me dijo esas
palabras por primera vez.

“¿Por qué crees que te quería en primer lugar? La muerte en un


vestido. Eso es lo que eras cuando bajabas las escaleras en Ginebra. Sabía
que me redimirías o me matarías.”

Con un sollozo, dejo ir a Montes, alejándome de él.

Me cubro el rostro con mis manos ensangrentadas y temblorosas.


No puedo hacerlo.
No puedo hacerlo.

Lo amo. Para matar lo que amo... eso podría destruir la última parte
de mi conciencia, y queda muy poco.

Siento otra lágrima caer por mi mejilla, y la pruebo en mis labios.


Lágrimas y derramamiento de sangre, eso es todo lo que esta relación me
ha dado. Todo lo que esta vida me ha dado, de verdad.

Su mano toca mi mejilla.

—No lo hiciste —dice.

Dejo caer las palmas de mi rostro y abro los ojos.

Él me mira, y no hay indiferencia en su mirada. Todo lo contrario.


Lo que sea que sienta por mí, los años no lo han embotado, aunque
podrían haberlo transformado en otra cosa.

No es la ira lo que me está montando ahora. Es un dolor tan vasto


que no puedo verle ningún final. Podría encajar galaxias enteras en el
espacio que está tallado dentro de mí.

Me pongo de pie. Miro a mí alrededor. La sala, con toda


probabilidad, alguna vez fue utilizada para entretenimiento. Pero ya no.
Los vicios de este hombre lo están devorando de adentro hacia afuera. No
soy nada en comparación con ellos, solo una chica desesperada y enojada
que ha estado bajo el pulgar de otra persona durante demasiado tiempo.

No puedo estar alrededor de esto. Yo solo... quiero salir.

Retrocedo.

Montes se inclina hacia atrás, con los brazos colgados sobre las
rodillas. Si no lo conociera mejor, diría que está completamente a gusto.
Pero nunca le gustó que me alejara de él, y puedo ver el pánico controlado
en sus ojos.

—La reina que recuerdo nunca se va hasta que hace una amenaza
—dice, viéndome alejarme de él.

Recuerda más de lo que pensé que haría.

Y ahora, de todas las cosas, quiere que lo amenace. Porque eso es


intrínsecamente algo que haría.

Hago una pausa, solo por un momento, y exhalo, de repente muy


cansada.
—No por causas perdidas —le digo.

Y luego lo dejo.

EL REY

No me muevo hasta que la puerta se cierra detrás de ella. Pero una vez
que lo hace, parece que no puedo moverme lo suficientemente rápido.

Saco mi teléfono de mi bolsillo y llamo al jefe de seguridad.

—Serenity no puede abandonar los terrenos del palacio bajo


ninguna circunstancia.

Mi guardia está en silencio durante un tiempo demasiado largo.

—¿Entendido? —digo.

Finalmente, dice:

—Entendido, Su Majestad.

Apago el teléfono y lo llevo a mis labios.

Por primera vez en cien años, mi alma cobra vida, mi corazón junto
con ella. Y duele tan jodidamente mal.

Nadie ha estado nunca en mi situación, así que no podía haber


previsto que el amor no funciona como lo hacen otras cosas. Eso tomó
décadas para que se desvaneciera, y un instante para que volviera a rugir.

En lo que respecta a mi corazón, no ha pasado el tiempo.

Y sin embargo, Serenity no se parecía en nada a mi memoria.


Ninguna de mis imaginaciones pudo haberla hecho tan perfectamente
defectuosa.

Ahora puedo recordar el color exacto de sus irises, en algún lugar


entre el gris bronce y el azul helado. Y su ira, parte de la razón por la que
no le impedí que me atacara, fue porque me cautivó ese fuego interno
suyo. Mi hermosa tormenta.

Toco el lado de mi rostro con ternura. La piel está empezando a


hincharse.

Respiro ásperamente por la nariz para reprimir un grito. La dejé en


una máquina para que se pudriera. Ella no podía protestar, así que no
escuché. Y ahora está de regreso con una venganza.
El tonto que fui, quien la miró por primera vez hace tantos años
hizo una cosa bien: vio la redención a su alcance y se la arrebató para sí
mismo.

Y luego lo saboteó una y otra vez.

Todavía estoy meditando cuando escucho un golpe en mi puerta


veinte minutos después. Ya sé quién está al otro lado. Aprieto mi teléfono
con más fuerza mientras una ola de ira me invade.

Debería haberlo sabido.

Él debería haberme dicho.

Me recompongo, aspirando y exhalando por la nariz para


calmarme.

Sabía que esto iba a venir.

—Entra —llamo.

Esto es otra cosa que finalmente tendré que explicarle a Serenity,


otra cosa por la que querrá matarme. Y tal vez esta vez tenga éxito.

Me froto el rostro. La redención siempre ha estado a mi alcance.


Solo soy demasiado culpable para aceptarlo.

SERENITY

ENROSCO LAS MANOS detrás de mi cabeza y camino de un lado a otro


una vez más dentro de mi habitación.

Solo tenía un trabajo: derribar al rey. Fallé en esa tarea una y otra
vez.

Puedo matar con bastante facilidad. Hay seis hombres muertos que
pueden dar fe de eso.

Y nadie es más digno de muerte que el rey. El hombre ha hecho


tantas cosas inconcebibles.

Mis sentimientos estúpidos e idiotas.

¿Y ahora qué?
Hace un siglo, tenía un propósito. Matrimonio por la paz. Una voz
para mi gente y para todos aquellos que fueron oprimidos. Puede que no
haya querido la vida a la que me vi forzada, podría haberlo lamentado,
pero al menos entonces lo entendía.

No entiendo esto.

El futuro, el perdido y obsesivo rey, y la guerra en la que todavía


pelea inútilmente. Por qué la vida ha hecho una broma de mi existencia.

Respiro hondo.

Nunca he tenido mucho tiempo para compadecerme. Todavía no lo


hago.

El rey y su mundo han avanzado. Ya no necesito mantener unidos


dos hemisferios.

Mi mirada viaja a la ventana.

Podría irme.

Podría irme. No como la prisionera de otra persona, sino por mi


cuenta.

El pensamiento es embriagador. La libertad siempre ha estado


fuera de mi alcance. Para finalmente tenerlo... casi compensaría mi
corazón trágico y roto.

Pero si me fuera, necesitaría botas, uniforme, armas, comida, agua


y un medio para obtener más. Eso tomaría tiempo adquirirlo, y siempre
existe la posibilidad de que, fuera de estos muros, se me reconozca y
pelee como un peón para jugar en esta guerra.

Sería una vida difícil. Una vida en la que no podía hacer una gran
diferencia, una vida en la que sería prescindible.

Una vida sin el rey.

Camino hacia el balcón y extiendo mis brazos sobre la barandilla


de mármol. El océano se extiende hasta donde el ojo puede ver.

Esa vida puede ser lo que quiero, pero mi existencia en realidad


nunca fue sobre lo que quería. Me despertaron para salvar el mundo.

Y la mejor manera de hacerlo sería quedarme aquí y trabajar con


el mismo hombre que destruyó mi corazón.

Hago una respiración por la nariz.


Si eso es lo que se necesita de mí, entonces eso es precisamente lo
que haré.

Incluso si me destroza.
Capítulo 7

Traducido por Liliana

SERENITY

NO DEMASIADO TIEMPO después de tomar mi decisión, hay un golpe en


la puerta. Cruzo la habitación, mis faldas silban alrededor de mis tobillos.

Cuando abro la puerta, mi mano se aprieta en el pomo.

Montes se encuentra al otro lado, con las manos en los bolsillos. El


gesto recuerda tanto a cómo siempre él ha sido y mis rodillas se debilitan.

Es demasiado pronto. Duele físicamente mirar su rostro y sentir


que las cosas nunca pueden ser iguales entre nosotros.

Puede que haya decidido que no puedo matar a Montes, y que haya
decidido ayudar a arreglar todas esas cosas que el rey y su guerra han
roto, pero no estoy preparada para ser civilizado con él. Aún no.

Él solo me mira por un largo tiempo, sin decir nada. Su rostro ya


ha comenzado a hincharse, y eso me inmoviliza.

Al diablo el amor.

Me doy la vuelta y vuelvo al escritorio en el que estaba trabajando.


He estado tomando notas sobre lo que debo aprender para ayudar a las
personas con las que ahora vivo.

Escucho el sonido de sus pisadas detrás de mí.

—¿Estás aquí para atormentarme? —digo sobre mi hombro.

—¿Cómo lo supiste? —dice—. Eso es precisamente lo que tenía en


mente.
—No has perdido tu gran elocuencia —observo.

—Serenity.

Levanto la vista de mis escritos y mi mirada se encuentra con la


del rey. ¿Había notado cuán atormentados eran sus ojos? ¿Cuán
cansados parecían? Pero incluso mientras miro, ese cansancio se disipa.
En su lugar veo una familiar chispa en ellos.

—Lo que has hecho es imperdonable —le digo.

Se mueve pausadamente hacia mí, cada paso deliberado. Se siente


como si todo el mundo se extendiera fuera de él, como si el universo
mismo se formara alrededor de este hombre. El rey siempre ha sido más
grande que la vida, pero ahora, en todo caso, parece más grandioso y
antinatural de lo que nunca fue.

Niega con la cabeza.

—No, Serenity. Cuando se trata de nosotros, nada está más allá del
perdón.

Siento que se me abren las fosas nasales.

—Crees que esto es todavía un juego. El mundo, tu poder, mi vida.

Niega con la cabeza de nuevo.

—No. —Mantiene esos ojos atormentados fijos en mí—. Realmente


no lo hago. —Su voz lleva peso. Sus años, decido, a veces están
desgastados en sus palabras.

—¿Estás planeando volverme a poner allí? —Después de que las


palabras salen de mis labios, juro que no respiro. Importa mucho cómo
responde esto.

Montes se acerca.

—No —dice, buscando en mi rostro.

No debería creerle, es engañoso hasta la médula, pero siento la


verdad de sus palabras.

Se acerca, como para tocar mi rostro.

—No Montes, a menos que quieras perder esa mano.

Su rostro entero cobra vida con mis palabras.

—No has cambiado en absoluto —dice esto maravillosamente.


Siempre le gustaron las cosas rotas dentro de mí.

Su mano todavía está suspendida.

—No —repito, levantando las cejas para enfatizar mi punto.

—¿No puedo tocar a mi esposa?

Dijo esas palabras una vez antes, y esta vez tocan mi corazón.
Incluso después de todos estos años, las recuerda.

—¿Qué estás haciendo, Montes? —pregunto.

¿No le basta con destruir mi vida?

—Ganándote de vuelta —dice.

Y luego, a pesar de todas mis advertencias, pone su mano contra


mi mejilla.

EL REY

DE UN GOLPE aleja mi mano.

—No soy un premio que ganar.

Dios, su ira. Hace rugir la sangre por mis venas.

Estoy vivo. Vivo de una manera que no he estado en décadas.

Pensar que viví sin esto durante tanto tiempo. Insondable.

Veo odio ardiendo en sus ojos. El tiempo ha distorsionado la


mayoría de mis recuerdos de ella, pero estoy casi seguro de que nunca
he visto esta marca en particular. Esta cosa feroz que he atado a mi lado
se está muriendo de adentro hacia afuera.

Que no puedo tomar.

No le doy tiempo para protestar antes de colocar ambas manos a


los costados de su rostro.

Ahora que ha llegado este fatídico día, y tengo que lidiar con las
consecuencias de mis elecciones, creo que estoy ansioso por ello.
Desesperado, incluso.

Serenity trata de alejarse, pero no la liberaré.


Niego con la cabeza.

—Pelea todo lo que quieras, mi reina, no vas a escapar de mí.

—Vete a la mierda, Montes. Déjame ir.

Está a punto de ponerse violenta. Incluso si no hubiera recordado


otras interacciones que se salieron de control de esta manera, sería capaz
de sentirlo.

Este terrible ángel mío. Le doy la bienvenida a su venganza.

Aprieto su rostro, solo lo suficiente para llamar su atención.

—Serenity, escucha...

Renueva su lucha contra mí.

—No —dice—. Sé lo que vas a decir y no quiero saber sobre tu


sufrimiento.

Asiento con la cabeza.

—Lo sé —digo en voz baja—. Pero lo harás.

Puedo decir que esto la enoja, pero cuando no la dejo ir, deja de
luchar contra mí. Creo que, en el fondo, quiere escucharme.

—No hay nada, nada, que haya atesorado más que tú. Me permití
olvidar.

Puedo sentir que mis ojos comienzan a aguarse, y en cualquier otro


momento, en cualquier otro momento, reprimiría la reacción. Pero no lo
haré con Serenity. Dejaré que vea a su temible rey despojándose de sus
barreras por ella.

—Pero necesitas saber que nadie me hizo feliz de la forma en que


tú lo hiciste, y nadie me hizo sentir el peso de mi guerra de la misma
forma que perderte lo hizo.

Los humanos no deberían poder sentir lo que tengo por esta mujer.
La carne no es lo suficientemente fuerte como para albergar tanta
tristeza. Si no le tuviera tanto miedo a la muerte y al cálculo que me
espera al otro lado, habría salido de este mundo hace mucho tiempo.

Ella está parpadeando rápidamente. A pesar de la firmeza de su


mandíbula, mi esposa sedienta de sangre está tan expuesta como jamás
la he visto.
Respirando rápidamente por la nariz, envuelve sus manos
alrededor de mis muñecas y quita las mías de su rostro.

—Escuché —dice ella—, pero ahora necesitas escucharme a mí:


nunca me diste una opción en nada de esto.

»Vi a mi madre morir cuando tenía diez años después de que una
de tus bombas explotó fuera de nuestra casa. Me convertí en una asesina
cuando tenía doce años porque tu guerra desestabilizó mi país. Me
convertí en soldado cuando tenía quince años porque mi gente se estaba
muriendo y tú estabas ganando. Tuve que asumir el trabajo de mi padre
cuando tenía dieciséis años porque nuestro gobierno ya no tenía la
capacidad de celebrar elecciones.

Su voz tiembla; puedo decir que está luchando contra las lágrimas.

»Me obligaron a seducirte —continúa—, el hombre soltero que más


odiaba y temía en el mundo para que mi país pudiera conocer la paz. Vi
morir a mi padre protegiéndome de ti, sostuve su cuerpo asesinado en
mis brazos. Incluso entonces, una vez que me escapé, me obligaste a
casarme contigo. Y luego, cuando te diste cuenta de que me estaba
muriendo de cáncer, me obligaste a dormir en esa infernal máquina tuya
durante cien años. Cien años.

»Entonces dime otra vez, Montes, ¿qué sabes del sufrimiento?

La habitación se queda en silencio mientras tomo su dolor.

—Sé que te hace cobrar vida, Serenity —le digo en voz baja.

Se estremece ante eso.

—Sé que la soledad es su propio tipo de pérdida, y he estado solo


por mucho tiempo. —Quiero estirarme y tocar su piel de nuevo solo para
asegurarme de que es real. Hace tanto tiempo que no toco a nadie. —Sé
que quiero tu sufrimiento. Lo apreciaré, al igual que hago con todo lo
demás sobre ti.

Puedo ver su cuerpo temblando mientras me frunce el ceño.

Las pisadas de varios hombres nos interrumpen. Un momento


después, golpean sus puños contra la puerta de Serenity. De todos los
tiempos para ser interrumpidos, ahora podría ser uno de los peores.

Veo el rostro de Serenity apagarse. Toda esa ira, todo ese dolor,
toda esa vulnerabilidad queda sellada. Cualquiera que sea el momento
que los dos tuvimos, ahora se ha ido.
—Entren —llamo, sin apartar la mirada de ella.

Media docena de soldados se agolpan en la puerta.

—Sus Majestades —dice uno, inclinándose—, se han filtrado


imágenes de la reina.

SERENITY

MONTES Y YO estamos frente a una gran pantalla en una de sus salas


de conferencias. Trato de no pensar en lo poco que ha cambiado dentro
de estas paredes. Las salas de conferencias del rey son prácticamente
idénticas a las que recuerdo.

Y luego está el papel en el que me he vuelto a meter sin problemas.


Ni siquiera me di cuenta cuando pasé por el pasillo junto a Montes que
mis acciones estaban fuera de lugar hasta que lo vi lanzarme varias
miradas.

No había tenido una reina para gobernar con él en más de un siglo.


Por supuesto, la situación debe ser extraña para él. Pero no dijo nada, y
yo no estaba dispuesta a renunciar al poder cuando esa era mi razón
para quedarme.

Paso mi lengua sobre mis dientes ahora, mis brazos cruzados,


mientras veo a Jace y su equipo levantar la tapa dorada de lo que parece
ser un ataúd.

La cámara encaja.

La piel de gallina estalla en mis brazos.

Allí estoy.

Mi cuerpo está quieto, mis brazos cruzados sobre mi pecho.

Si todavía tengo dudas sobre lo que me pasó, ya no más.

Mis ojos están cerrados, mi piel sorprendentemente pálida contra


mi cabello dorado. Y mi rostro está sereno. Es una expresión que
raramente uso.

Estuve así durante cien años. Forzada en algún lugar entre la


muerte y la vida.
Cuando Jace y sus hombres me sacan, mi cabeza rueda con
indiferencia contra uno de sus hombros.

Hago una mueca ante la vista. Estaba completamente indefensa.

A mi lado, el rey comienza a caminar de un lado a otro. Esto no


debería ser tan terrible para él como lo es para mí, y sin embargo, tengo
la impresión de que es así.

Otro video sigue directamente a este. En este, todavía estoy


dormida. La cámara enfoca mis ojos. Ellos se mueven rápidamente bajo
mis párpados cerrados. Esa secuencia se corta, reemplazada por un
primer plano de mi mano cuando mis dedos comienzan a temblar. Eso,
también, se corta.

Esta vez, cuando la cámara se instala sobre mí, estoy


completamente despierta.

—¿Quién eres tú?

Mi voz no suena tan confundida como sé que lo estaba. Estos


hombres fueron tontos por no tener sus armas fuera y apuntando todo
el tiempo que estuve bajo su cuidado.

—¿Dónde está Montes?

Miro al rey justo cuando él inclina la cabeza y cierra los ojos.

El remordimiento es una emoción extraña para él, y descubrir ello


me enoja y me aplaca. Quiero que se sienta culpable, pero luego, lo que
realmente quiero, lo que nunca puedo tener, es que haya hecho una
elección diferente y que nosotros no estemos donde estamos.

El video termina, y la sala queda en silencio.

—Bájalo, junto con cualquier nueva instancia que aparezca —dice


finalmente Montes.

El soldado estacionado cerca de nosotros se inclina y se va. Lo veo


irse, mis ojos se estrechan. En algún momento del tiempo transcurrido,
Montes se ha librado de sus ayudantes y sus asesores, junto con los
hombres y mujeres de la corte. Ahora todo lo que queda son los militares.

Vuelvo mi atención a la pantalla.

—¿Esta situación es mala porque...?


—Antes de esto, el mundo no sabía que aún vivías. Siempre han
sido rumores, pero sin pruebas —dice Montes. Asiente a la pantalla—.
Ahora hay.

EL REY

SABÍA QUE ESTO era inevitable, solo esperaba postergarlo un poco más.
Hace todos esos años, cuando hice de Serenity un mártir, nunca imaginé
que mis acciones tendrían tantos efectos. No hasta que los años se
desvanecieron y tuve que enfrentar la realidad de despertar a mi esposa.

El mundo vendrá por ella. Todos en esta tierra abandonada de Dios


quieren ser salvados. Lo que muestra ese video es algo tan poco natural
como yo. De los comienzos milagrosos vienen los finales milagrosos.

—Montes —dice Serenity—, vi uno de los carteles.

Enmascaro mi sorpresa. Entonces sabe hasta cierto punto que es


famosa. Apenas tengo tiempo para procesarlo antes de que continúe.

—¿Qué es exactamente lo que la gente espera de mí? —pregunta.

Serenity dice esto como si estuviera considerando hacer algo para


satisfacer sus expectativas.

Me giro de la pantalla.

—Te ven como una figura que lucha por la libertad —le digo—. Me
imagino que si, se presenta con la mujer real, esperarán que hagas
exactamente eso.

—Quieren que termine la guerra —aclara.

Oculto mi sorpresa una vez más. ¿Cuánto sabe Serenity? ¿Y quién


le dijo? ¿Mis hombres? ¿Los de la cámara? La situación ya está fuera de
mi control.

—Creo que es seguro asumir eso —le digo con cuidado.

Esta es la historia que se repite. En el instante en que Serenity


regresa al juego, la gente quiere jugar con ella.

Mis enemigos intentarán capturarla o matarla. Obviamente ya lo


han intentado. Y hay tantos enemigos.
La perspectiva me deja sin aliento. Todas esas razones por las que
dejé a Serenity profundamente en el suelo surgieron. Allí estaba a salvo.
Despierta, tiene un objetivo en su espalda.

—Bueno entonces —dice ella, rompiendo mi ensueño—, eso lo hace


simple: tú y yo vamos a terminar esta guerra.
Capítulo 8

Traducido por Liliana

SERENITY

LA VENA EN la frente del rey comienza a palpitar.

Es un poco indiferente por mi parte anunciar esto como que Montes


no ha estado tratando de hacer lo mismo en el último siglo. Tampoco
menciono que terminar la guerra y ganarla son dos cosas muy diferentes.

Al bastardo, obviamente, no le gusta mi idea. Pero justo cuando


creo que va a poner algún tipo de pelea, asiente lentamente.

Esos ojos oscuros de su brillo, y me preocupa que todo lo que él


haya aceptado sea de alguna manera diferente de lo que he propuesto.
Esa terrible boca se enrosca en una terrible sonrisa cuanto más nos
miramos, y ese terrible rostro que temí durante tanto tiempo… tendré
que lidiar con ello hasta que esto termine.

Estoy muy preocupada de que esté juagando conmigo en este


momento.

—Mañana, comenzaremos —dice, escogiendo sus palabras con


cuidado.

Lo miro un rato más, luego me toca a mí asentir.

—Bien.

La tensión entre nosotros se evapora cuando Montes extiende un


codo.

—¿Cena?
Jadeo una carcajada y niego con la cabeza. Me alejo del rey y de su
codo. Estamos mucho más allá de la caballerosidad.

En unos largos pasos, él me alcanza.

Pone una mano en mi pequeña espalda cuando salimos de la


habitación.

—Perderás esa mano si sigues tocándome —le digo, sin mirarlo.

—Siempre te han gustado mis manos demasiado como para


hacerles daño —dice, pero de todos modos deja caer su agarre.

—No me gusta nada de ti en este momento —le digo.

A partir de hoy, finalmente, realmente empiezo a entender las


lecciones de mi padre sobre diplomacia. A veces tienes que aliarte con tus
enemigos por una causa superior. Eso significa no estrangular a Montes,
a pesar del impulso casi abrumador de hacerlo.

—Veremos cuánto tiempo dices eso —dice.

¿Sabes qué? A la mierda la diplomacia, y que se joda esto.

Incluso mientras giro hacia Montes, mi brazo reacciona. Mis


nudillos se estrellan contra su mandíbula, y aunque ya están
desgarrados y aunque su rostro ya está magullado e hinchado, el golpe
es increíblemente satisfactorio.

Tropieza hacia atrás, agarrando su mandíbula.

—Puedes esperar otros ciento cuatro años para que me gustes,


imbécil. Todavía no será lo suficientemente largo. Solo sé feliz que no te
maté cuando tuve la oportunidad.

Ese peligroso brillo entra en sus ojos mientras se frota la


mandíbula. Cierra la distancia entre nosotros hasta que su pecho roza el
mío.

—Sí, sobre eso —dice, con la cabeza baja—. No me mataste cuando


pudiste. Me pregunto por qué es —reflexiona, su mirada buscando la mía.

—Una masacre fue suficiente para el día —le digo.

Se inclina aún más cerca, inclinando la cabeza de modo que sus


labios rozan mi oreja.
—Puedes decirlo o no, pero ambos sabemos la verdad. —Se
endereza lo suficiente como para mirarme a los ojos—. No puedes
matarme, incluso ahora, aunque lo merezco, y sí lo merezco.

Me alejo lo suficiente para verlo bien.

El rey que conocí, tomaba y tomaba y tomaba, porque sentía que


era su derecho. Y ahora, lo que esencialmente está diciendo es que lo que
hizo no fue su derecho.

Estrecho mis ojos hacia él.

—¿Te ha crecido una conciencia? —Es una cosa casi absurda a


considerar.

—La edad te da sabiduría, no conciencia —dice mientras nos


abrimos paso por sus pasillos.

—¿Y dónde estaba esa sabiduría cuando ello vino a mí? —pregunto.

Sus ojos se ven angustiados cuando dice:

—Fue la sabiduría lo que me impidió despertarte, nirebihotza, y no


al revés.

MONTES NOS CONDUCE afuera, donde nos espera una pequeña mesa
con vista al mar. Las lámparas de aceite cuelgan de los postes que nos
rodean, ya que le dan a la zona un brillo cálido a medida que el sol
termina de ponerse.

Echo un vistazo al rey. Este Montes... no es exactamente el mismo


hombre que conocí. Y el cambio me tiene confundida.

Confundida e intrigada.

Él saca mi silla. Ignoro el asiento ofrecido y tomo el que está


enfrente.

Sonríe a la vista, aunque juro que sus ojos llevan un toque de


tristeza.

Alguien ya ha puesto una botella de vino.

El escenario, la mesa, el vino... todo se remonta a aquellos casos


en que el rey intentó seducirme y yo no estaba dispuesta a hacerlo. O tal
vez así es como el rey come, contemplando el mar y el cielo y todo lo que
aún no ha logrado arruinar.
—Recrear nuestras citas previas no me hará volver.

Agarra la botella de vino y comienza a abrirla, evaluándome


mientras lo hace.

—¿Entonces admites que puedo recuperarte? —El corcho salta.

—Eso no es lo que dije.

Comienza a llenar mi copa con vino, sus ojos pinchados en las


esquinas, como si encontrara que todo es muy gracioso.

—Es lo que no dices lo que más me interesa.

Recojo mi copa.

—Preferiría que nada de mí te interesara. —Dios, es una mentira.

Montes se encuentra con mis ojos.

—Serenity, el sol caería antes del cielo. Incluso cuando dormías, no


podía mantenerme alejado de ti.

La brisa del océano agita su cabello, y tengo que apartar la mirada.

Montes ha tenido cien años para perfeccionar, no solo siendo lo que


odio, sino también lo que amo.

Respiro el aire salobre y admiro el horizonte. El cielo tiene los tonos


más pálidos de naranja y rosa. Debajo de él, el océano se ve casi azul
metálico. Es bonito. Pacífico. Paradisíaco.

—¿Es esta la misma isla donde nos casamos? —No sé por qué lo
pregunto. Porqué me siento nostálgica por un recuerdo que nunca quise.

Cuando me enfrento a Montes otra vez, lo veo estudiándome.

—Lo es —dice.

Todas esas personas que conocí, ya han muerto hace mucho. Yo


también debería estarlo.

Tomo un largo trago de vino.

—¿Es aquí donde me mantuviste mientras dormía?

—Lo es.

—¿Alguna vez te arrepentiste de lo que hiciste? —pregunto,


dejando mi copa.
Se acomoda en su asiento, su cuerpo empequeñece la silla. Incluso
su construcción no ha cambiado. Me encuentro mirando sus antebrazos
profundamente bronceados. Se siente como hace solo unos días que
toqué esa piel como si fuera la mía. Me duele hacerlo de nuevo. Aunque
no puedo, el impulso no desaparecerá.

—Cada día —dice.

Mis ojos se mueven de sus brazos a su rostro. Es tan raro de él


admitirlo… sentir esto. Pensé que escucharlo me haría sentir mejor; no
lo hace.

Dejo escapar un suspiro.

—Y sin embargo nunca cambiaste de opinión.

—Tengo más de ciento cincuenta años, Serenity. Mucho de mí ha


cambiado, sobre todo mi mente. —Dice esto lentamente, cada palabra
agobiada por su larga y larga existencia.

Trago. Mi ira aún hierve a fuego lento, pero no tiene nada en la


terrible soledad que me aplasta. Soy la reliquia del pasado olvidado.

Y estoy empezando a entender que no soy la única que lleva una


pesada carga. Si los demonios del rey no se lo comen por la noche como
lo hacen los míos, entonces al menos caen sobre esos grandes hombros
suyos durante todo el día.

Entonces llegan los camareros, que llevan platos. Estudio a los


hombres. Sus hombros son anchos, sus rostros duros. Soldados
disfrazados de sirvientes. Montes ya no emplea a civiles, parece.

La comida que colocan en la mesa no es muy parecida a lo que


estoy acostumbrada con el rey. Es simple: un corte de carne que
descansa sobre el lecho de verduras a un lado de arroz. Los tamaños de
las porciones son mucho más pequeños de lo que el rey solía repartir.

Lo miro fijamente, sin moverme por los utensilios.

—La comida no te va a morder, Serenity —dice Montes.

—¿Qué tan mal está el mundo? —pregunto.

Si el rey come así, si se está dando un descenso de categoría, ¿cómo


deben ser las vidas de la gente común?

—¿Qué te hace pensar que el mundo es diferente, y no yo?

Es un eco de su declaración anterior. Que es un hombre cambiado.


Mi mirada se levanta hacia Montes. Toma un sorbo de vino,
mirándome por encima del borde. Se recuesta en su asiento, colocando
lentamente su copa sobre la mesa. Todo acerca de él es casual. Todo
menos sus ojos.

No quiero creer lo que está sugiriendo. No mi narcisista rey, no el


bastardo que arruinó mi vida y las vidas de aquellos a quienes amé. Él
no puede haber cambiado sus maneras. Porque si realmente lo ha hecho,
toda mi virtud será para nada.

No puedo hacer esto. Mi odio es todo lo que me queda; no quiero


saber que el objeto de ello ya no es digno de mi ira. E, hipócrita que soy,
no estoy preparada para escuchar que dejarme dentro del Durmiente fue
un sacrificio personal que hizo por un bien mayor.

El rey es el egoísta. Yo no.

Dios mío, por favor no yo.

—Creo que comeré sola. —Agarro un rollo de pan de la cesta que


descansa entre nosotros y me pongo de pie—. Disfruta la cena. Te veré
en la mañana.

Montes me atrapa la muñeca cuando le paso.

Miro mi brazo hacia esos largos y afilados dedos que engullen


completamente mi muñeca.

—Déjame ir.

La vena en su sien palpita.

—Siéntate. Es una orden.

El rey y sus órdenes. Siempre el señor ante todos. Eso no ha


cambiado.

Me inclino, acercándome a su rostro.

—A la mierda tú y tus órdenes.

Retiro mi muñeca de su agarre y me alejo.

—¡Serenity! —me llama.

Pero no paro de caminar, y nunca miro hacia atrás.


Capítulo 9

Traducido por Liliana

SERENITY

LA INSEGURIDAD NUNCA ha sido de mis rasgos de carácter, pero ahora,


mientras recorro los pasillos vacíos del castillo del rey, no puedo evitar
sentirlo.

Cuando se trata del rey, siempre he asumido lo peor. Quizás mis


suposiciones ya no sean correctas.

Quizás ya no sea la persona más abominable del planeta.

Asintiendo a los guardias apostados a cada lado de mi puerta, me


deslizo dentro de mi habitación. Tan pronto como la puerta se cierra
detrás de mí, me inclino contra ella y mi cabeza se inclina hacia el techo.

Debo ser el peor tipo de persona para estar enojada con esta
posibilidad. Si mi padre estuviera aquí, se avergonzaría de mi egoísmo.

Pero mi enojo siempre hizo un gran trabajo al enmascarar todas


las demás emociones que sentí, y en este momento la principal emoción
que acecha debajo de eso es la preocupación.

¿Cuánto tiempo estuve en contra del rey cuando era


completamente malo? ¿Qué haré ahora cuando el lado perverso del rey
esté templado por algo justo, algo bueno, algo con lo que realmente podría
estar de acuerdo? ¿Creer en ello?

Eso es algo que temo.

NO QUIERO DORMIR.
A pesar de las promesas de los guardias, todavía me preocupa que
el rey cambie de opinión y me obligue a regresar a ese Durmiente. Debería
estar agradecida por las imágenes filtradas. Ahora que el mundo sabe
que estoy viva, Montes no puede ocultar fácilmente su pequeño secreto
una vez más.

Pero es más que una preocupación residual lo que me mantiene


despierta. No quiero volver a dormir después de dormir durante un siglo.

Mis deseos no parecen importar; mis ojos todavía comienzan a


cerrarse repetidamente. Lucho contra eso hasta que no puedo más, y
luego decido cambiarme para ir a la cama. Me dirijo hacia el armario, mis
faldas silbando alrededor de mis pies.

Miro fijamente el armario vacío.

La habitación en la que me estoy quedando todavía no tiene ropa.

Murmuro una maldición en voz baja y empiezo a desabrocharme el


vestido. Justo o injusto, el rey sigue siendo un jodido astuto.

El vestido se resbala, deslizándose hasta el suelo, y me quedo en la


ropa interior de encaje que el rey me proporcionó antes. Salgo del vestido
puesto a mis pies y me dirijo a la enorme cama.

A mitad de camino, escucho un ruido sordo desde un lado de la


habitación. Me doy vuelta, mi cuerpo se tensa instintivamente. Mis ojos
encuentran la fuente del ruido, mi cuerpo se pone rígido.

La superficie del espejo vibra una vez más. A medida que observo,
las vibraciones se vuelven lentas y luego desaparecen por completo.

Me acerco al espejo. Es inusualmente grande, ocupa una cuarta


parte de la pared. Espero a que el ruido se repita, mis ojos fijos en la
superficie lisa. Cuando pasan los segundos y no pasa nada, mi
agotamiento se arrastra hacia mí.

Fantasmas a los que no tengo miedo. Demasiados ya persiguen mi


mente.

Me acerco a la cama y me deslizo dentro. Solo una vez entre todas


esas sábanas hechas de telas finas, noto lo vacía que se siente la cama.
Está a punto de tragarme, es tan grande. Me he acostumbrado al cuerpo
del rey presionado contra el mío. Nunca me di cuenta de que, una vez
que desaparece algo así, sientes que te duele como un miembro fantasma.
No quiero pensar en él en las profundidades de la noche, o buscar
su presencia como estoy segura que muchas damas de la corte tienen.

Los monstruos como el rey no duerme en la cama, duermen debajo


de ellas. Y yo no añoro; exijo venganza.

EL REY

ENTRO A SU HABITACIÓN tarde esa noche, mucho después de saber que


se ha quedado dormida.

Si pensara que funcionaría, esperaría a que me invitara. Pero no


soy un completo tonto; pasarían otros cien años antes de que eso
sucediera. Serenity es lo suficientemente vengativa como para negarnos
a ambos esto en la medida en que ella busque castigarme.

No soy un tonto, y no soy un caballero caballeroso aquí para


defender su honor.

Soy su moralmente depravado marido.

Así que estoy doblando las reglas de propiedad.

Me desabrocho los botones de mi camisa, y los pantalones y rodeo


la cama.

Serenity se agita mientras me deslizo bajo las mantas. Las sábanas


están calientes por el calor de su cuerpo. Hubo días en los que arruinaría
ciudades enteras por algo tan simple como esto.

Me acostumbré tanto a su inhumana frialdad mientras dormía en


ese sarcófago. Casi había olvidado que Serenity siempre fue fuego, calor,
sangre y pasiones encendidas. Mis lesiones son un testimonio de eso. La
emoción que vibra por mis venas es un testimonio de eso.

Esos ladrones de tumbas resucitaron más que a una reina antigua


cuando tomaron a Serenity. Mi corazón y mi espíritu dormían con mi
esposa, y esos dos se han despertado. Justo como temía que lo harían.

—Montes —murmura mientras duerme.

Me tenso ante mi nombre.


No ha pasado el tiempo para ella. No ha sentido ese siglo como yo.
Me obligué a existir sin ella, el castigo del destino por todos esos años
que tomé de todos los demás. Tal vez finalmente pagué mi penitencia.

Ella rueda contra mí, su cuerpo acurrucado en mi costado, su


brazo envolviéndose alrededor de mi torso.

Cierro los ojos y trago lo que se siente como un pedazo de vidrio en


mi garganta. Su piel está sobre mí. Dejo escapar un suspiro de dolor.
Nada se ha sentido nunca tan bien.

Mis brazos la rodean vacilantes. Nunca soy indeciso, pero esta


noche mi reina mítica está en mis brazos, y no he sido un esposo desde
hace mucho tiempo.

Muevo mi mano hacia su cabello y acaricio esos mechones dorados.


Tengo que respirar por la nariz para controlar mis emociones.

No estoy soñando.

Nada debería sentirse tan bien.

No debería estar aquí. Le hice esto a ella, a mí, a nosotros. Y no ha


terminado. Incluso una vez que me perdone —y lo hará, de lo que me
aseguraré— están mis enemigos. Volvemos a la casilla uno, donde ella es
mi debilidad. Solo yo, en mi infinita estupidez, la he hecho más que mi
debilidad. La he convertido en un jugador vital en esta guerra.

Mis hombres han sido alertados para buscar y eliminar amenazas,


y ya se han ocupado de docenas. Pero vendrán más, y ya no estoy tan
presumido como para pensar que puedo neutralizarlos a todos.

Incluso ahora, con su cáncer desaparecido, la muerte se cierne


sobre Serenity. He traído esto sobre ella, al igual que todas sus otras
desgracias.

—Nirebihotza, lo siento —susurro, mis labios rozando la corona de


su cabeza, mis dedos temblorosos corriendo por su brazo—. Sé que
nunca lo creerás, pero lo siento mucho.

SERENITY

ME SIENTO, MI cuerpo estirándose. Los primeros rayos del amanecer se


deslizan por las ventanas. Es casi suficiente para despertarme.
Casi, pero no del todo.

El brazo de Montes se aprieta alrededor de mi cintura, y me vuelvo


a acomodar en él. Por una vez, mi rey no se ha levantado antes que yo.
Mis labios se curvan y me vuelvo a dormir contra él.

Algún tiempo después, me despierto de nuevo, mi cuerpo se


extiende a lo largo de Montes. Parpadeo, tomando la habitación.

Las cortinas son del color equivocado. La habitación tiene la forma


y el tamaño incorrectos.

Frunzo el ceño, confundida. Empiezo a sentarme, solo para que mi


rey gima y me atraiga de nuevo hacia él.

Justo cuando siento la firme presión de su piel a lo largo de la mía,


todo vuelve rugiendo hacia mí.

El rey, ese resbaladizo bastardo, se coló en mi cama durante la


noche. Me ha estado sosteniendo todo este tiempo.

Y mientras dormía, mi cuerpo lo estuvo alentando.

Intento alejarme, pero su abrazo solo se aprieta.

Me doy la vuelta para enfrentarlo. Sus ojos se abren lentamente,


pesados con el sueño, y su cabello está rizado. Ese dolor que se ha
instalado en mi pecho solo aumenta con la vista.

—No tienes derecho —le digo, mi irritación anula esa horrible


quemadura que produce el amor imperfecto.

Me mira desde el otro lado de la almohada. Puedo ver mis


moretones en él, y me avergüenza una vez más que deje mi marca en su
piel. Y luego me avergüenzo de avergonzarme, porque si alguien merece
ser maltratado, es el rey.

—Tú eres mi esposa —dice—. Los cónyuges comparten una cama.

—Lárgate. —Estoy empezando a temblar cuando la irritación cede


a la ira.

El pulgar de Montes frota pequeños círculos en mi espalda. El


hombre parece francamente contento.

—Mi techo, mis reglas —dice—. Vamos a dormir y levantar juntos.

—Oh, ¿lo hacemos nosotros ahora? —digo—. Me pregunto qué pasó


con esa regla cuando me pusiste en una caja durante cien años.
Busca en mi cara.

—Nunca lo hice para hacerte sufrir.

No, lo hizo para salvarme de la muerte.

—¿Se ha ido el cáncer?

Siento la mano de Montes arrastrándose por mi espalda hasta mi


cabello. Vacila brevemente, luego asiente.

—Todo se ha ido. El cáncer y todas las otras dolencias que podrías


haber sufrido.

El rey cumplió su palabra.

—¿Cuánto tiempo tomó?

—Tres cuartos de siglo.

Setenta y cinco años. Esperó más de siete décadas para que yo


sanara.

Siete décadas.

La mayoría de las personas que conocí nunca vivieron la mitad de


esa edad.

—¿Y valió la pena? —pregunto.

Sus ojos se vuelven calientes. Fervientes.

—Nada ha valido más la pena.

—Y sin embargo, nunca me despertaste. —Dormí tres décadas


adicionales, y probablemente habría dormido más si nunca me hubieran
capturado.

Montes me levanta y me acerca a su pecho.

—Ayer te di mi arrepentimiento —dice con voz áspera—. Hoy


tendrás todo lo demás.

—Tendrás que hacer un poco más que arrepentirte por un solo día,
considerando que me quitas treinta mil de ellos.

Una sonrisa divertida riza los bordes de sus labios. No quería que
eso fuera divertido.

—Te daré treinta mil más —dice.


—No quiero treinta mil más. Quiero que me dejes ir. —Empujo
contra él. Eso solo sirve para apretar su agarre y frotar nuestros cuerpos
juntos.

Su mandíbula se aprieta, y sus párpados bajan solo un poco.

—Si sigues haciendo eso, te vendrás en lugar de irte.

—Te haré daño —amenazo.

—Pero no me matarás, y eso es lo que realmente importa. —Su


pulgar roza bajo la correa del sostén—. Me gusta más esto en ti.

Agarro su mano. Nos miramos fijamente.

—Montes, no puedes hacer esto conmigo —le digo—. Renunciaste


hace mucho tiempo.

Se inclina lo suficientemente cerca como para que pueda sentir su


aliento cosquilleando mi piel.

—No renuncié a nada. Estás molesta conmigo por hacerte vivir


cuando querías morir, pero no me culpes por ello.

Mueve la mano que todavía tengo cautiva en mi rostro, tocando mi


cicatriz.

—Luchaste por mí, mataste por mí. Llevaste mi corona y llevaste a


mi hijo. No distorsiones lo que significas para mí, lo que siempre has
significado para mí. Y voy a mantenerte en esta cama hasta que entiendas
algo: no te dejaré ir. Todo lo que eres es mío, y todo lo que soy es tuyo.

—Eso es algo que siempre he sabido —le digo.

Desde el día en que murió mi padre lo he entendido. Mientras el


rey viva, nunca seré libre de él.
Capítulo 10

Traducido por Liliana

SERENITY

—¿TIENES ALGO ADEMÁS de encaje que pueda usar? —pregunto,


sentándome y frunciendo el ceño ante el armario vacío al otro lado de la
habitación.

Montes se levanta de la cama. Trato y fallo en no mirar su parte


trasera mientras se aleja de mí.

¿Sabes qué? Al diablo. El hombre siempre se ha tomado libertades


conmigo cuando no debería. Puedo mirar a mi marido todo lo que quiera.

Agarra su camisa que lanzó sobre una silla lateral y me lo arroja.

Señalo la tela.

—Esto no es gracioso.

—Mis hombres han reabastecido mi armario con ropa para ti, pero
usarlos viene con una condición.

Un siglo no fue lo suficientemente largo para acabar con el lado


intrigante de este hombre.

Levanto una ceja.

—Usas la ropa que te proporciono, duermes en mi cama. De buena


gana.

Mi agarre se aprieta en su camisa, arrugando el material.

Todo con este hombre se reduce a la estrategia y lo que puede


tomar. Afortunadamente para él, he hecho el hábito de dormir con el rey,
incluso cuando especialmente él no me gustaba. Tengo pocos reparos en
repetir el proceso.

—Bien —le digo—. Pero cuando despiertes y te falten las pelotas,


simplemente recuerda que tú pediste esto.

Una lenta y ardiente sonrisa brota en su rostro.

—Y cuando despiertes conmigo entre tus muslos, recuerda que


aceptaste hacerlo.

—Realmente tienes un deseo de muerte. —La audacia de este


hombre nunca deja de sorprenderme.

Me deslizo fuera de la cama. Ignorando la camisa que me ofreció,


me pongo el vestido de ayer. Puedo sentir sus ojos en mí mientras lo
deslizo sobre mis caderas.

—¿Qué? —digo, tirando de las correas hacia arriba.

Sus ojos se estrechan en las esquinas de nuevo, como si lo


entretuviera.

En lugar de responderme, agarra su camisa de la cama y se la pone.


Me despido de sus abdominales mientras la abotona.

Me encuentro mirándolo tan agudamente como él me miraba a mí.

No se molesta en meterse la camisa o en ponerse los calcetines y


los zapatos antes de volver a mí y tomar mi mano.

Montes se la lleva a los labios, besando los nudillos que golpearon


su carne.

Respiro hondo. Él va a seguir haciendo esto, pelee o no con él. Así


que lo soporto e intento ignorar el roce de sus labios.

Cuando termina, tira de mis manos y me saca de mi habitación.

—No sé nada de ti —le digo mientras caminamos—. No sé quién


eres.

—No importa —dice.

—Importa —contrarresto—. ¿Tienes esposa?

Se queda callado por un momento, y el único sonido es la pisada


suave de nuestros pies descalzos y la marcha de los soldados que nos
siguen.
—Ella quiere saber si tengo esposa. Creo que está más interesada
de lo que deja ver.

Todo ese tiempo se las arregló para seguir adelante y, sin embargo,
todavía recuerda cuánto odio cuando se refiere a mí en tercera persona.

—Montes.

—No, mi reina —dice, su voz algo ofendida—, no hay otras, excepto


tú. Nunca ha habido.

Estoy mortificada por el alivio que siento. ¿Estoy tan dispuesta a


perdonar a este hombre que me ha traicionado en cada etapa de nuestra
relación?

—¿Niños? —pregunto.

Me lanza una mirada escéptica.

—Oh, no actúes como si fueras un santo.

Esa vena en su sien comienza a latir.

—Sin esposas. Sin niños, Serenity.

Me tomo todo esto con calma, disfrutando perversamente del hecho


de haber molestado a mi rey. Tiene una mirada dura a su alrededor, la
expresión que usa antes de condenar a alguien a muerte.

Mi atención se desvía del rey cuando veo las paredes del palacio.
Algunas de las telas que cubrían grandes marcos ahora han
desaparecido. Ahora me doy cuenta de por qué estaban escondidos en
primer lugar.

Mi rostro me mira desde media docena de lugares diferentes, el más


importante de ellos es la foto de nuestra boda que una vez descansó en
mi oficina. Es una extraña imagen para ser tan grande; no es rígido y
formal. Pero la ternura capturada en ese momento —aunque, la ternura
que claramente no sentía en ese momento— es casi abrumadora en una
escala tan grande.

Las otras fotos son una extraña combinación de tomas que nunca
vi.

—No podía mirarlos hasta ahora —admite el rey a mi lado, notando


mi interés.

—¿Por qué los pusiste en primer lugar? —pregunto, distraída.


—Había esperado que me trajeran felicidad. Pero estaba
equivocado.

Mi mirada vuelve a barrer las paredes. No todos los marcos han


sido revelados. Todo parece muy deliberado.

—¿Qué hay de los que todavía están cubiertos? —¿Qué más está
ocultando el rey?

Montes me mira.

—Esos son una historia para un día diferente.

Una historia que no me va a gustar, pienso mientras miro fijamente


su hermoso rostro. Los secretos que guarda el rey son enormes y
terribles. En este punto, sin embargo, debo ser inmune a los terrores del
rey. No hay mucho más que pueda asustarme; ya he soportado todos mis
miedos.

Nos detenemos frente a un conjunto de puertas dobles. Montes me


abre una de ellos y nos dirigimos adentro.

Su habitación.

No sé lo que esperaba, pero no estoy segura de que sea esto. Su


habitación parece esencialmente la misma que la de anoche. Hermosa,
pero carente de personalidad.

Este hombre mantiene todos esos fragmentos insondables de sí


mismo encerrados con fuerza. Ni siquiera en su habitación suelta su
personalidad.

No debería preocuparme por Montes, a quien siento a mis espaldas


incluso ahora. Debería preocuparme por mi propio destino.

Debo quedarme aquí, en este hermoso palacio vacío, lleno de estas


habitaciones opulentas y sin sentido junto a mi terrible y torturado
esposo.

Cuando me giro, veo a Montes parado en el umbral.

Sacude la cabeza hacia un lado de la habitación.

—Tu ropa está en el armario. Estaré en la ducha. Estamos en una


sequía, así que si quieres conservar el agua, te permitiré acompañarme.

Estrecho mis ojos en él.

—Pasaré.
Sus monstruosos ojos brillan mientras se aleja. Mi pesadilla no me
va a capturar hoy.

—Entonces vístete —dice, desabotonándose la camisa—. Tenemos


un consejo de guerra en una hora.

EL REY

ESTA DUCHA PODRÍA quedar en el registro como una de las más rápidas
que he tomado. Me enjabono, la piel rápidamente volviéndose
resbaladiza.

Día dos con la reina despierta.

Mi corazón late rápido, y por primera vez en décadas, me siento


joven nuevamente. Incierto de nuevo. De mis sentimientos, de los suyos,
de la situación en la que nos encontramos ahora.

Ella no puede escapar, me aseguré de eso, pero todavía no la quiero


fuera de mi vista. Mi paranoia es una bestia que podría tragarme entero
si se lo permito. Y tengo muchas razones para sentirme de esta manera.
Pensé que Serenity estaría a salvo debajo de mi palacio. Ella no estaba.

Y ahora está en mi habitación. Nuestra habitación. Lista para


destriparme vivo. Todo lo que es malo en mí se estremece ante su
naturaleza salvaje.

Me enjuago la espuma.

La vida con Serenity comienza de nuevo.

Esta vez, será diferente. No soy un buen hombre, y hacer lo correcto


nunca me ha resultado natural, especialmente cuando se trata de mi
esposa, pero lo estoy intentando. Es por eso que he decidido seguir
incluyéndola en mis decisiones oficiales. La quiero involucrada en esta
guerra, no solo porque la he convertido en un jugador clave en ella, sino
también porque mi reina prospera mejor en las líneas de combate.

Cierro la llave y salgo de la ducha. Tomando una toalla, la envuelvo


alrededor de mi cintura.

Recuerdo la llamada que recibí cuando la encontraron. Todos esos


hombres muertos. Ella estaba intacta. Eso es lo que pasa cuando
acorralas a mi esposa. Eso es lo que pasa cuando la arrojas a la refriega.
Soy un idiota por tratar de protegerla todo este tiempo. Nunca fue
la que necesitaba protección.

Todos los demás lo hacían.


Capítulo 11

Traducido por Taywong

SERENITY

MONTES Y YO volvemos juntos a la sala de mapas gigantes. Le lanzo mi


quinta mirada escéptica.

—¿Qué le preocupa a mi despiadada esposa? —pregunta. Baja la


mirada hacia mí cariñosamente. Es tan extraño lo amable que puede ser
este hombre cuando ha sido tan cruel.

—Estás usando ropa militar. Y botas de combate.

Como yo.

Encontré mi propia ropa de edición estándar en su habitación casi


inmediatamente. Por supuesto, estas eran más ajustados que los pares
a los que estoy acostumbrada, pero por lo demás son esencialmente los
mismos.

Ese fue mi primer shock: Montes llenando mi vestidor ropa militar.

La segunda y más grande sorpresa era que los usaba él mismo.

—Lo estoy —dice.

—Nunca te he visto con uniforme. —No de esta manera. Equipado


como un soldado. Se ve bien en él.

Pasa una mano por el frente de su camisa.

—Como dije, muchas cosas sobre mí han cambiado.

Finalmente estoy empezando a entender eso.


Baja la mirada hacia mí.

—Te gusta esto. —No es una pregunta.

Mis ojos se posan en su ropa.

—Depende.

—¿Depende? —Levanta las cejas—. ¿De qué?

—De si es o no todo para el espectáculo. —Usar atuendo militar no


te hace un soldado. La batalla sí.

—Me gusta lo que llevas puesto —dice Montes a modo de respuesta,


asintiendo hacia mi traje—. Es un recordatorio de que compartiremos la
cama esta noche.

Mi rostro se calienta con eso.

—Compartimos una cama anoche.

—Sí, pero esta vez mi reina estará dispuesta a dormir en mis


brazos. Me pregunto qué más estará dispuesta a hacer…

—Solo porque acepté tus términos no significa que esté dispuesta


—digo.

Montes me da una mirada conocedora.

—Guardemos las mentiras para los políticos —dice.

Entrecierro mi mirada.

—Será mejor que consigas una armadura a medida para llevar


debajo de tu cinturón, mi Rey —digo—. Vas a necesitarlo.

Eso me hace ganar una risa.

—Lo revisaré, nire bihotza.

Dentro de la enorme sala de mapas del rey, una serie de largas


mesas han sido traídas y ordenadas en forma de U. Más sorprendente
que la adición de tablas es la adición de personas. Decenas y decenas de
oficiales militares se sientan en las gruesas mesas de roble, la mayoría
con uniformes y medallones.

Varias pantallas han sido bajadas del techo, cubriendo gran parte
de los mapas. Más oficiales militares observan desde el otro lado de esas
pantallas.
Y entre todos ellos, veo muchas mujeres.

Mi corazón late más rápido. Este no es el mismo rey que recuerdo.


Ni siquiera cerca.

Cuando los oficiales se fijan en mí, el ruido disminuye hasta que la


habitación se vuelve ominosamente silenciosa. Luego, uno por uno, se
ponen de pie y saludan.

Me inclino hacia Montes, mirándolos a todos.

—¿Les pagaste para que hicieran eso?

Coloca una mano suave sobre mi espalda.

—No, Serenity. El dinero no puede comprarte ese tipo de lealtad.

Tampoco puede temer, no con este tipo de hombres y mujeres. Me


quedo mirando sus estoicos rostros. Si han vivido suficientes batallas,
cosas como la muerte y el dolor no los asusta. Eso plantea la pregunta:
¿cómo los convenció Montes para que se unieran a sus filas?

Le muestro al rey una mirada interrogativa. En lugar de hablar, me


empuja hacia adelante. Asiento hacia los soldados con los que mantengo
contacto visual, aún confundida por el hombre y la situación en la que
me encuentro.

Este es el primer momento, estando dentro del palacio del rey, en


que estoy rodeada de gente que se parece a mí. Es desestabilizador.

Montes nos detiene en el medio de la sala, donde todos pueden


vernos.

—Por favor, siéntense —dice. La acústica de la sala lleva su voz a


los rincones más lejanos.

Docenas de sillas se arrastran mientras lo hacen.

El rey me mira.

—Me gustaría presentarles a todos a mi esposa, Su Majestad


Serenity Lazuli, Reina del Este.

La habitación es tan silenciosa como los muertos. La mayoría de


los oficiales enseñan a sus rostros a parecer impasibles. Pero sus ojos
dicen lo que sus expresiones no dicen.

Soy la aparición que nadie esperaba.


—Tiene más de cien años —continúa Montes—, pero ha dormido
en la mayoría de ellos.

Levanta la mirada hacia la habitación.

—Les he mentido a todos, al mundo entero. Serenity nunca murió


de cáncer. La tuve sedada hasta que pude encontrar una cura para ella.
En el momento en que sucedió, dudé en despertarla por otras razones.

Todo mi cuerpo se tensa. Quiero devorar las palabras que caerán


de sus labios, pero tengo que controlar mis propias emociones. Lo que
sea que diga ahora es probablemente una explicación oficial en lugar de
la verdad real.

Mi marido no es conocido exactamente por decir la verdad.

—Tenía miedo de lo que le pasaría a ella y al mundo si la trajeran


a la vida. Los mártires no duran mucho en la guerra.

Hace falta escuchar la explicación de Montes para darse cuenta de


que yo quería otra cosa, algo que ardía en llamas. Una razón digna de un
siglo de sueño.

No esta explicación anestesiada.

—Siento haberles mentido a todos en el proceso. —El rey baja la


mirada hacia mí y ahora realmente no quiero que sus ojos se fijen en la
reacción que estoy llevando—. Ella es mi esposa. No quiero que le pase
nada. Pensé que mantenerla dormida y a salvo bajo mi protección sería
suficiente. Pero el enemigo entró aquí, me la robaron, e iban a usarla de
la misma manera que Oeste usa a todos sus súbditos.

La mandíbula de Montes se tensa. Ahora hay palabras que hay que


dejar atrás. Ahí está el rey. No el rey que yo conocía, que era un hombre
que llevaba un título.

Este es un título que lleva un hombre, un poder y un propósito en


la carne.

No puedo evitar mirar en silencio. ¿Cuándo se convirtió Oeste en el


gran mal y este hombre en un luchador por la libertad? ¿Cuándo dejar
que me durmiera se convirtió en una misericordia en lugar de una
sentencia de muerte?

¿Y cómo, exactamente, utiliza Oeste a sus súbditos?

Me parece que realmente no quiero saber esa respuesta.


Montes se aleja de mí.

—Vinieron por mi esposa, entraron en mi casa y trataron de usarla


contra nosotros —dice, señalando con el dedo al suelo. Hace una pausa
para hacer efecto—. Lo intentarán de nuevo. Y otra vez. Y otra vez.
Tratarán de capturarla hasta que tengan éxito o los detendremos.

Ora a los oficiales como si fueran de arcilla para que se moldeen en


la forma que él desee. Y es bueno. Realmente bueno. Su adoración parece
genuina, su dolor parece genuino, su ira parece genuina.

¿Pero lo es?

—Nos dan una sola opción: debemos detenerlos. Y lo haremos. —


Montes dirige su mirada hacia la habitación—. Esta vez, cuando hacemos
la guerra con el enemigo, lo hacemos para siempre.

UNO DE LOS oficiales se pone de pie, y parece ser el más mezquino del
grupo por su afilado conjunto de rasgos. Sus ojos se mueven de Montes
hacia mí.

—¿Qué dice Su Majestad, Serenity Lazuli, a esto?

De repente, docenas de ojos me miran.

Y me doy cuenta de que tampoco soy solo una mujer con un título.
No para esta gente. Soy su esperanza en forma.

Camino hacia adelante, pasando al rey, mis botas resonando


mientras hacen clic contra el suelo. Echo una maravillosa mirada
alrededor de la habitación. Echo una mirada por encima del hombro.

Los vellos de mi brazo se elevan cuando nuestras miradas se fijan.


Montes, en su infinita oscuridad, ha hecho lo más retorcido de todo: ha
convertido su maldad en algo que los buenos hombres pueden dejar
atrás.

Vuelvo a mirar hacia adelante.

—No fingiré entender estos tiempos o sus costumbres —digo—.


Pero ciento cincuenta años es demasiado tiempo para estar en guerra.
Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario, lo que sea que me pidan,
para ponerle fin, de una vez por todas.

El oficial que habló me mira fijamente durante mucho tiempo.


Luego pone su puño sobre su corazón, y lo golpea contra su pecho. La
acción es salvaje. Aparta el puño y luego lo vuelve a hacer. Y luego una
tercera vez.

Una silla se arrastra y el hombre a su lado se pone de pie. Él


también coloca un puño sobre su corazón y comienza a golpearlo justo
debajo de su bolsillo decorado. Entonces una mujer se pone de pie y hace
lo mismo. Luego varios oficiales.

Uno por uno, como una ola, se paran y golpean sus puños sobre
sus corazones hasta que toda la habitación resuena con el sonido.

Siento el aliento del diablo contra mi oído.

—No hay mejor cumplido, mi reina, que el que los oficiales te den
su honor.

¿Significa eso esto?

—¿Qué has hecho? —digo, mirando el mar de hombres y mujeres


condecorados. Ya he accedido a esto, a ser lo que el mundo necesita que
sea, pero todavía estoy horrorizada por todo lo que viene con ello.

No soy más que una historia para estos hombres y mujeres, un


rostro para sus creencias. Y están casi listos para poner sus vidas por
mí.

Esos ojos terribles capturan los míos, pero él no responde.

Es difícil de creer que todo lo que me trajo aquí no haya sido


orquestado por su mano. Que mi escape y las consecuencias no estaban
planeadas. Montes parece más omnipotente que nunca, y la parte
supersticiosa de mí quiere creer que él puede ver algún final que el resto
de nosotros no puede.

Pero no puede controlarme, lo sé. Su renuencia a despertarme tiene


mucho que ver con eso. Y no me inclinaré ante él, no importa cuán
drásticamente haya cambiado su forma de ser. Hace mucho tiempo olvidé
que dormí en la cama con el enemigo. Pagué cien años como penitencia.

No cometeré el mismo error dos veces.


Capítulo 12

Traducido por Liliana

SERENITY

—ASÍ QUE DÉJENME aclarar esto, las Naciones Occidentales Unidas


todavía se llaman Naciones Occidentales Unidas, y están dirigidas por un
grupo de representantes, como siempre ha sido.

Los oficiales a mi alrededor están asintiendo.

Después de terminar la reunión en la sala de mapas, Montes y yo


nos mudamos a una sala de conferencias más pequeña con un puñado
de oficiales. Todos me están ayudando a ponerme al día con lo que me he
perdido.

Es una tarea imposible; me tomó años entender las complejidades


de la política de mi tiempo cuando estudiaba como emisario. Me llevará
más años entender todo lo que sucedió entre entonces y ahora.

—Algunos de estos representantes son los antiguos asesores de


Montes. —Esto proviene del oficial de aspecto severo que fue el primero
en mostrarme su afiliación en la sala de mapas. Heinrich Weber es su
nombre, el gran oficial de armas de Montes.

Me sorprende la rapidez con la que ha adoptado un interés en mí,


teniendo en cuenta cuánta amenaza soy para el rey.

O tal vez simplemente no sabe mi verdadera relación con Montes.

—Creo que los has conocido personalmente —agrega Heinrich.

Un escalofrío me sube por la espalda.

Espera, ¿esos viejos consejeros?


¿Algunos de ellos todavía están vivos?

Le lanzo una mirada a Montes, que se sienta en la silla junto a la


mía. Se recuesta en su asiento, su pulgar pasa distraídamente sobre su
labio inferior, sus ojos siniestros se entrecierran como si estuviera
tratando de descubrirme. Yo nunca fui el enigma.

—¿Así que ahora hay más de uno? —pregunto.

Más hombres que no pueden ser asesinados, cada uno más podrido
que el anterior. Por supuesto, son los peores los que han logrado engañar
a la muerte.

La esquina de la boca de Montes se levanta.

—Mi reina, solo ha habido uno de mí.

—Gracias a Dios por eso.

Los oficiales en la habitación se ponen rígidos. No es como antes,


cuando los sujetos de Montes se escabullían, perpetuamente en temor a
su ira. Sin embargo, el rey todavía parece exigir su respeto, y yo no soy
muy respetuosa.

Ahora también se levanta la otra esquina de los labios de Montes.


Siempre disfrutaba mis insultos. Y como siempre, parece más cautivado
por mí que los asuntos que nos ocupan.

Para ser justos, todo lo que he aprendido, él lo se sabe desde hace


décadas. Si los roles se invirtieran, no puedo decir que tampoco estaría
enfermamente fascinada con él.

Vuelvo mi atención a algunos de los papeles extendidos sobre la


mesa y a los hombres y mujeres sentados a mí alrededor.

—¿Qué tipo de personas son estos representantes en su conjunto?

—El peor de los tipos —dice Montes.

Levanto una ceja y le lanzo una mirada sardónica.

—Refréscame de nuevo sobre qué significa ser los peores líderes.

Dime cómo son diferentes de ti, lo desafío con mis ojos.

Juro que el aire se espesa mientras nos miramos fijamente.

—Los representantes tienen una larga historia de descuidar a su


gente. Según nuestras mejores estimaciones, no se han realizado
esfuerzos significativos para limpiar la radiación del suelo, por lo que los
problemas médicos relacionados con la radiación son un gran problema
en Oeste. No ayuda que sus hospitales tengan insuficiente personal y
muy pocos suministros.

—La comida y el agua limpia también son problemas serios para


ellos. Y ni siquiera me he metido en la ética de su liderazgo.

Cuanto más dice, más profundo se vuelve mi ceño. No sé con quién


estoy más enfadada: los representantes, que abusan de su poder con
mayor intensidad que incluso el rey, o Montes, que me obligó a quedarme
en el estancamiento justo cuando estaba en la cúspide de ayudar a mi
gente.

—¿Y qué hay de ti? —pregunto.

—¿Qué hay de mí, Serenity? —Levanta una ceja.

—¿Cómo eres mejor que el enemigo al otro lado del mar?

—En el último siglo, más del noventa por ciento de la radiación se


eliminó del Imperio del Este —dice uno de los oficiales, acudiendo al
rescate de Montes.

—La radiación que el rey puso allí —respondo.

—Lo siento, Su Majestad, pero eso no es cierto —dice el oficial.

Frunzo el ceño y aparto la mirada de Montes.

—¿Qué quieres decir?

—Las NOU han lanzado varias bombas desde que usted gobernó la
última vez.

Una sensación enfermiza recorre mi cuerpo.

—¿Lanzaron ... más bombas? —Mientras trabajé con las NOU, ese
tipo de guerra siempre estuvo fuera de la mesa. Cuando comienzas a
jugar con armas nucleares, coqueteas con la extinción global.

El oficial asiente.

—Llegaron a unos cuantos centros urbanos importantes en Este.

Esta es mi tierra una vez más, solo todo sobre esta historia está
mal. Mis antiguos enemigos son las víctimas, y mi patria es el gran mal.
Sorpresa y algo así como la desesperación me llenan. No puedo
recuperar el aliento. ¿No queda nadie decente? ¿No han sufrido lo
suficiente los inocentes?

—¿Qué hiciste para tomar represalias? —pregunto.

—Un tratado de paz se formó a la luz de la pérdida, para que


pudiéramos redistribuir nuestros recursos —dice el oficial.

¿Un tratado de paz?

Cuando me encuentro con los ojos de Montes esta vez, no me gusta


lo que veo allí. No es altivo, ni egoísta, ni malvado. Finalmente, finalmente
veo lo que siempre había esperado en esos ojos suyos —arrepentimiento,
pena, pérdida— y no puedo soportarlo. Los años deberían haber hecho a
Montes más apático, no menos.

—¿Es eso cierto? —pregunto.

—He cambiado —es todo lo que dice.

Espero a que diga más. Estoy desesperada por saber el secreto para
salir del abismo en el que han caído nuestras almas. Estoy aún más
desesperada por saber si esto es lo que le sucedió al rey. Ya ha admitido
que su sabiduría creció, no su conciencia.

Pero Montes no habla, y me quedo con una pregunta horrible.

—¿Cuántos han muerto? —pregunto.

Nadie en la sala responde de inmediato.

Eventualmente, alguien se aclara la garganta.

—Desde que usted se fue, la guerra ha reclamado más de mil


millones de bajas en Este y unos trescientos millones en Oeste.

Todo me está golpeando a la vez. Más de mil millones de vidas:


padres, hijos, cónyuges, hermanos. Amigos, amantes, compañeros. Más
de mil millones de ellos fueron eliminados porque los hombres malos
decidieron que querían tenerlo todo. Cuando tantas personas se han ido,
¿cuál es el punto?

De hecho, siento una lágrima rodando por mi mejilla ante eso. Miro
a Montes y él debe ver mi desesperación.

Puedo ver heridas en esos viejos ojos suyos; mi rey finalmente ha


sido tocado por su guerra, y sus fantasmas lo están comiendo vivo.
—El enemigo lucha más despiadadamente que nosotros —dice
alguien.

Hace un día, no lo hubiera creído. Ahora lo hago.

Mil millones de personas desaparecieron. Realmente cosechas lo


que siembras. Montes ha cultivado campos y campos de violencia y los
ha regado con derramamiento de sangre. Estas son sus cosechas.

Hago una respiración entrecortada. Nunca fui capaz de cumplir mi


promesa de curar este mundo roto. No hasta ahora, cuando ya se ha
perdido tanto.

Sin apartar la vista de mí, Montes dice:

—Todos, fuera. Nos volveremos a reunir mañana a las ocho de la


mañana en la Gran Sala. Traigan con ustedes un plan integral para sus
respectivos departamentos.

La habitación se despeja en menos de un minuto, pero no antes de


que los oficiales se inclinen y nos saluden. E incluso en sus estoicos
rostros, juro que vislumbro una esperanza cuando sus ojos se
encuentran con los míos.

Una vez que se marchan, giro hacia el rey.

—¿Por qué despejaste la habitación? —pregunto.

Se inclina hacia delante en su silla, sus antebrazos van a sus


muslos.

—No te gusta tener una audiencia cuando te sientes débil.

Mi garganta se contrae con eso. Este hombre puede ser tan cruel
pero tan considerado. Y Dios, me recuerda tan bien.

Mi mirada se desliza hacia la puerta.

—Ellos te aman. —Es tanto una declaración como una pregunta.

—No tanto como te aman a ti.

Es fácil amar un sueño. Es mucho más difícil amar la realidad. Una


vez que estas personas entiendan quién soy realmente, dudo que sigan
siendo ciegamente leales.

—Pensé que creías que todos los hombres buenos desaparecieron


—le digo. Me lo dijo hace mucho tiempo.
—Me equivoqué con muchas cosas.

Lo miro de cerca.

—¿Eres un buen hombre?

Una sonrisa maliciosa brilla en sus labios. Quiere tocarme; puedo


sentir su deseo como si fuera algo físico.

—¿Importa? —dice—. Todavía soy el Rey del Este, todavía estás


casada conmigo y el mundo sigue en guerra. El bien y el mal tienen poco
que ver con eso.

Ahora me inclino hacia adelante, hasta que solo quedan unos


centímetros entre nuestros rostros.

—Ellos tienen todo que ver con eso. Entonces, ¿cuál eres?

Se inclina hacia adelante, cerrando la última distancia entre


nosotros, y justo cuando sus labios se encuentran con los míos, dice:

—Ambos.

EL REY

ESTOY CASADO CON una leona. Una peligrosa y hermosa criatura que
no puede ser domada, y me comerá vivo.

Cuando mis labios se mueven contra los de ella, y tomo mi beso


conquistado, espero que esas garras salgan. Ella me odia, tal vez ahora
más que nunca.

En cambio, me devuelve el beso. Y ahora no solo estoy


deleitándome con el sabor y la sensación de ella, sino con el recuerdo de
la época en que lo quería tanto como yo.

Finalmente, me aleja, y la mirada en su rostro... horror y


arrepentimiento.

—No volveré a hacer esto contigo, Montes.

Me inclino hacia delante, negándome a dejar que ponga distancia


entre nosotros.

—¿Es este uno de tus famosos hechos? —digo.


—¿Realmente crees que estoy aquí a tu lado porque creo que
podemos resolver nuestros problemas?

Oh, el fuego que arde dentro de ella. Quiero avivarlo hasta que no
pueda sentir nada más que su calor.

—Estás sentada a mi lado porque no te di una opción —le digo.

Me mira fijamente.

—Estoy aquí para arreglar lo que has destruido.

Lo que no se da cuenta es que nuestra relación es una de esas


cosas.

Acerco mi silla lo más cerca que puedo, hasta que nuestros muslos
se presionan entre sí.

—Los términos son los mismos que siempre han sido, nire bihotza;
si quieres arreglar el mundo, lo harás a mi lado.

Creo que entiende esto. Puedo ver la concesión en sus ojos. No


quiero ser su segunda prioridad, y no tengo la intención de seguir
siéndolo. Sin embargo, si esto hace que me dé otra oportunidad, la
tomaré.

—¿Qué pasó una vez que me fui? —pregunta.

Cojo una de sus manos. Trata de apartarlo, y le echo un vistazo.

—Si quieres información de mí, juegas según mis reglas. —Es tan
simple como eso—. Una de esas reglas es que mientras respondo tus
preguntas, puedo tocarte.

Me mira con furia, a pesar de que comenzamos nuestra relación de


esta manera. Vino a mi tierra preparada para intercambiar secretos por
sexo.

—Bien —dice. No sé cómo lo hace, pero se las arregla para hacer


que la palabra suene como una maldición.

La satisfacción se extiende a través de mí.

—Bien.

Doy la vuelta a la mano de Serenity, pasando mis dedos por su


suave piel. El tiempo hace mucho que borró los callos que usaba como
joyas. Encuentro que los extraño. Me gusta más cuando mi reina salvaje
muestra su verdadera naturaleza. Si le doy el tiempo suficiente en este
mundo, usará esos callos una vez más.

—Después de que te volvieran a colocar en el Durmiente, continué


la guerra con mis asesores y con algunos de los regímenes supervivientes
de Sudamérica —le digo, comenzando a responder su pregunta anterior.

Ella escucha con avidez.

—A Oeste nunca le gusté mucho, y la Resistencia y otros grupos de


milicias se pusieron detrás de la lucha de Sudamérica. Dentro de un año,
las pequeñas ganancias que logre en la NOU se perdieron, y los líderes
políticos que se mantuvieron leales a mí fueron asesinados.

Debería complacerla que la Resistencia me echara, pero no parece


complacida. Se ve preocupada. Debe estar pensando en los asesores que
huyeron a América del Sur. Esos no eran hombres a los que nadie debería
apoyar.

Paso mi pulgar sobre la suave piel de su brazo interno.

—Mis enemigos se unieron y volvieron a tomar Oeste. Se llamaron


representantes y establecieron su liderazgo en todos las NOU. A pesar de
las similitudes en los nombres, su gobierno no se parece en nada al que
reemplazaron. Desde entonces, hemos estado en guerra.

Para ser honesto, estoy más interesado en la sensación de mi mano


a lo largo de su carne que en volver a contar esta triste historia. El mundo
ha sido como es durante los últimos cien años, y he tenido un siglo para
llegar a un acuerdo con ello. Mientras tanto, solo he tenido un día para
beber la esencia de mi esposa.

—Montes.

Soy el más antiguo y, sin embargo, cada vez que me encuentro con
su mirada, no puedo evitar sentir que estoy mirando a alguien incluso
mayor que yo.

—¿Cómo es posible que, después de todo este tiempo, no hayas


logrado derrotar a Oeste? —pregunta.

Es la pregunta más risible. Nadie intenta perder una guerra.

—Sé que tienes los recursos —dice—. Entonces, ¿por qué, Montes?

—Lucharon más sucio que yo.

—Nadie lucha más sucio que tú.


Todavía sostengo una de sus manos en las mías. Tiro de ella,
acercándola.

—Eso fue cierto hasta que te conocí. Son tu gente, nire bihotza. Te
preocupas por ellos, como yo me preocupo por ti. Traté de hacer lo
correcto.

Sus ojos se abren casi imperceptiblemente.

—¿Qué estás diciendo?

Llevo su mano a mi boca y beso esos suaves nudillos con sus


cicatrices, pero no respondo. Debería ser obvio.

Ella y yo somos amor y guerra. Paz y violencia. Le he enseñado a


ser una peor persona, y ella me ha enseñado a ser mejor. Yo avivo su
odio, y ella alimenta mi amor.

He destrozado el mundo y ahora necesito que mi reina me ayude a


unir a la humanidad de nuevo, y mi corazón junto con eso.
Capítulo 13

Traducido por Taywong

SERENITY

UN TRAJE DE baño me espera cuando volvemos a nuestras habitaciones.

—¿Qué es esto? —digo, recogiendo los dos finos pedazos de


material.

El rey viene caminando a zancadas detrás de mí.

—He decidido que solo voy a responder a tus preguntas


inteligentes. A las tontas tendrás que descubrirlas por ti misma.

Le muestro una mirada de enfado.

Comienza a cambiarse a mi lado, y me doy cuenta de que también


le han preparado un traje de baño.

Cuando no sigo su ejemplo, dice:

—No tienes que meterte en el océano. Puedes quedarte dentro del


palacio, como lo has hecho en las últimas décadas.

Este hombre sabe cómo jugar conmigo mejor ahora que hace cien
años.

—Necesito trabajar más, Montes. Hay tanto que tengo que ponerme
al día. —Por supuesto, en su mundo, el rey tiene tiempo para nadar
cuando hay trabajo que hacer.

—Te permitiré que continúes haciéndome preguntas mientras


nadamos —dice, bajándose los pantalones. Sale del traje militar un
momento después. Reflexivamente, retrocedo.
Está sin camisa y vestido solo con un par de boxers, todo ese tono
de piel de olivo que se exhibe. Siento que mi cuerpo reacciona al verlo
antes de que mi mente pueda alcanzarlo.

El rey lo nota, y su mirada se calienta.

—A condición, por supuesto, que se apliquen las mismas reglas.

—¿Qué reglas? —pregunto, fingiendo que no siento el calor


subiendo por mis mejillas.

—Que puedo tocarte mientras las contesto.

Entrecierro mi mirada y sigo sin moverme para ponerme el traje.

Mientras nos miramos fijamente, él deja caer sus boxers y veo a un


rey muy excitado. No está avergonzado en lo más mínimo.

Yo lo estoy. Incluso después de todo lo que hemos hecho juntos,


sigo siendo un poco modesta.

Despacio agarra su traje y se toma su tiempo para ponérselo, solo


para poder jugar conmigo un poco más. Y luego ha terminado de
cambiarse y yo aún no me he movido.

Viendo que no me voy a unir a él, se dirige a la puerta, pero luego


hace una pausa cuando llega allí.

—¿Serenity?

Le echo un vistazo.

—Estaba mintiendo. No tienes elección. Te doy cinco minutos para


que te cambies, y luego, sea cual sea tu estado de ropa, mis hombres te
traerán a mí.

Tiene tanta suerte de que no tenga un arma.

DESDE EL MOMENTO dejo las puertas traseras del palacio, puedo sentir
los ojos de Montes sobre mí.

Primero le frunzo el ceño, luego a los guardias que me flanquean.

Me cambié el traje de baño que me dejó. Le daré eso al rey. Luego


fui a nuestro armario y me puse el vestido más caro que pude encontrar.
Las perlas esparcidas cosidas en diseños intrincados a través del corpiño
y debajo de las mangas.
Tengo la intención de arruinarlo en el agua salada que tengo
delante.

Como le dije cuando nos conocimos, soy una perra vengativa.

Sin mencionar que vestidos como este pertenecen a leguas bajo el


mar.

La brisa levanta mis faldas de gasa, como si el viento quisiera frotar


sus dedos fantasmas sobre el material. Es encantador. Eso no me
impedirá destruirlo.

El rey está hasta los muslos de profundidad en el agua,


pareciéndose a un extraño dios del mar mientras las olas ruedan a su
alrededor. Su cabello está barrido hacia atrás de su frente, y todos esos
músculos finos resplandecen en el sol. Incluso a esta distancia, puedo
verlo evaluando mi ropa. Lo que sea que esté pensando, le hace sonreír.
Si tuviera que adivinar, diría que mi desafío lo divierte.

—Te has arreglado para mí —dice cuando estoy dentro del rango
de audición—. Me siento muy honrado.

Mis pies descalzos se hunden en la arena caliente mientras me


acerco a él. No me molesto en levantar mis faldas mientras los gránulos
se enredan en ellas.

—Estoy empezando a creer que eres genuinamente suicida —digo.

—Me conoces mejor que eso —reprende Montes.

—¿Lo hago? El rey malvado que depuso las armas para curar a su
pueblo, si ese es el hombre que eres, entonces de hecho no te conozco.

Pero quiero hacerlo.

La compresión viene como un choque, y no como algo bienvenido.


El rey me sedujo una vez para que olvidara que era el enemigo. Si no
tengo cuidado, lo hará una vez más. Y, desafortunadamente, esta vez soy
aún más vulnerable porque mis sentimientos por Montes no han
desaparecido.

Un hombre malvado con un corazón decente. Ese es el peor tipo de


combinación. No tengo defensa contra eso.

El agua de mar empieza a subir por mi vestido a medida que la


arena seca da paso a la húmeda.
—Entonces es mi trabajo hacer que llegues a conocerme.
Íntimamente, mi reina.

Intimidad. Siempre es su final conmigo. No seré capaz de evitarlo.

Me acerco a él, el agua salada subiendo y subiendo hasta que casi


está en mi cintura. Mi rey oscuro me observa. Está disfrutando esto: mi
ira, su control.

—¿Y qué saco yo de esa situación? —pregunto.

Si Montes va a hacer de mi ignorancia de los acontecimientos


actuales una situación de la que pueda aprovecharse, entonces usaré su
deseo en mi beneficio.

Una ola se estrella contra nosotros, las olas envuelven mi vestido a


mí alrededor.

—¿Qué quiere mi despiadada esposa?

—No voy a decírtelo —digo—. Aún no. Dame lo que sea que desee,
y te daré intimidad.

Una compensación no tan diferente de la que hicimos cuando yo


era solo una emisaria.

Me mira fijamente durante mucho tiempo mientras las olas ruedan


a su alrededor, chocando contra su espalda. No puedo leerlo a él ni las
maquinaciones de su mente retorcida, pero está entreteniendo el
pensamiento, y eso, al menos, es algo. Incluso para considerar lo que
propuse…

—De acuerdo.

No puedo ocultar mi sorpresa. El rey debe desearme más


desesperadamente de lo que puedo imaginar.

—Empezamos ahora —dice.

Mi pequeña victoria no ha hecho más que empezar a hundirse


cuando sus palabras se registran.

Cierra la última distancia entre nosotros y rodea mi cintura con un


brazo. Pongo mis manos sobre los hombros reflexivamente, a punto de
empujarlo.

—Ah-ah-ah —dice—. Aceptaste la intimidad. Pelea conmigo en


esto, y puedes olvidarte de tu bonita petición.
—No me refería a ahora —digo.

—Nunca especificaste eso. Por lo que a mí respecta, la intimidad


será a mi manera. O puedes olvidarte de tu deseo secreto y te seduciré a
la antigua manera. —Lo cual podría ser peor porque me conozco lo
suficiente para entender con perfecta claridad que me arrastrará hacia
abajo de nuevo.

Sabe que me tiene cuando lo fulmino con la mirada.

—Ahora —dice—, pon tus piernas a mi alrededor.

Esto es absurdo.

Con una reticencia muy obvia, lo hago, dándole una mirada no tan
sutil todo el tiempo. Su otra mano me acuna desde abajo. Nos lleva a
aguas más profundas.

Sus ojos caen a mi boca.

—Ahora tus labios —dice.

Este hombre es insufrible. Por supuesto que se aprovecharía


completamente de su parte del trato.

Le dejaré tener su momento. Yo tomaré el mío más tarde.

Me apoyo en él, rozando mis labios contra los suyos. Puedo


saborear el océano salado en su piel.

Asumo que encontrará el deseo de besar —no estoy tratando


mucho de hacerlo agradable— pero es paciente, sus labios apenas se
mueven debajo de los míos. Y luego, en algún momento, toma el control.
Su agarre sobre mí se tensa, y el beso se vuelve apasionado. Los dedos
de Montes se clavan en mi piel.

No sé qué hacer con esta fiebre. Una parte de mí quiere caer tan
profundamente en él como Montes, pero otra parte de mí quiere
contraatacar, a pesar de que acabo de hacer una promesa de lo contrario.

El rey no me da muchas opciones. El brazo que me agarra por la


espalda se desliza hacia arriba, clavándose en mi cabello. Siento su
lengua abrir mis labios y luego no solo pruebo el agua y la sal marina;
pruebo la desesperación de este hombre y su tóxico e inmortal amor. Qué
terrible que yo sea el centro de atención.

Finalmente, termina el beso. Ambos respiramos con fuerza cuando


se aleja para mirarme. Su pulgar acaricia uno de mis pómulos.
—Tengo la intención de hacer más —dice.

—Sé que lo haces. —Es como si mi marido se aprovechara al


máximo de la situación.

Sus ojos vuelven a mis labios, que ya se sienten hinchados. Y veo


en su mirada lo mismo que he estado viendo en la de los demás,
esperanza.

Pero no lo dice. No menciona el hecho de que puedo sentir su


necesidad vibrando a través de él. Él y yo sabemos que es una debilidad,
y el rey no ha llegado a donde está hoy por ser débil.

—Veo que te esforzaste mucho para destruir este vestido —dice


Montes, moviendo una de sus manos a lo largo del cuello, sus dedos
rozando un cordón de las perlas y la parte superior de mis pechos.

—¿Vas a bajarme? —pregunto. Todavía me está abrazando, y mis


piernas aún están estúpidamente envueltas alrededor de su cintura.

—Nunca debes hacer tratos sin estipulaciones —dice—. Porque


pretendo intimar contigo hasta que te rindas libremente.

—Eso no va a pasar —digo, más para convencerme a mí misma que


para convencerlo a él.

—Ya lo ha hecho una vez antes —dice, agarrándome con fuerza


mientras el océano se arremolina a nuestro alrededor—. Lo hará de
nuevo, mi señora de las mentiras.

Lo que más odio de sus palabras es que podría tener razón. No soy
tan sucia como él. No puedo enmascarar mis emociones, no de la forma
en que algunas personas lo hacen.

—No soy la única que aceptó un trato sin estipulaciones —le digo.

Júbilo vuelve a entrar en sus ojos.

—Es mi deseo más profundo que me uses como yo te usaré a ti.

Un escalofrío no deseado recorre mi columna vertebral ante los


planes del rey para mí, para nosotros.

—Ten cuidado con lo que deseas, Montes.

Porque lo usaré. Oh, cómo lo haré.


Capítulo 14

Traducido por Vale

SERENITY

—TENGO ALGO QUE enseñarte —dice el rey esa noche.

No soy particularmente una gran fanática de las sorpresas de


Montes.

Me lleva por el palacio y vislumbro sus imágenes cubiertas.


Nuestros pasos resuenan, junto con los de nuestros guardias. ¿Qué clase
de locura debe haber sobrepasado al rey para que se secuestre en este
lugar solitario?

Entramos en lo que parece una pequeña biblioteca. Montes


presiona un botón incrustado en la pared a nuestra derecha. En el otro
extremo de la habitación, una pantalla desciende del techo. Mis ojos se
mueven hacia él, pero no me da ninguna pista de lo que está pasando en
su mente retorcida.

Montes comienza a enrollar las mangas de su camisa con esos


dedos hábiles suyos. Siento que mi corazón se rompe un poco más,
observando la acción descuidada. Él aún lo hace.

Sus ojos se elevan a los míos, y lo que ve lo hace detenerse. Su


mirada se mueve hacia sus manos, luego vuelve a subir.

—Nire bihotza...

Lo que sea que esté por decir, no lo dejo terminar. Me dirijo a la


pantalla, tratando de ignorar su presencia.

Es imposible. Siempre lo ha sido. Pero es peor ahora que el abismo


entre nosotros es más grande que nunca.
—Querrás sentarte para esto —dice detrás de mí.

Hay un sofá a mi espalda, pero no me muevo hacia él.

—Estoy bien.

Lo oigo cruzar la habitación. Tengo muchas ganas de girarme y


mirarlo, tanto porque no confío en él como porque mis ojos no pueden
evitar ser arrastrados a todos sus rasgos agradables. Pero mantengo mi
mirada fija en la pantalla.

Un momento después, cobra vida. Se parece a la pantalla de inicio


de una computadora, aunque es un poco diferente a lo que estoy
acostumbrada. Montes recorre menú tras menú hasta que una foto llena
la pantalla.

La imagen me hace inhalar.

La cara endurecida del general Kline me mira fijamente.

Sólo que es viejo.

Y ahora me vuelvo a enfrentar a Montes. Puedo sentir mis ojos


llenándose, llenándose. No quiero llorar.

—¿Cómo? —La palabra es apenas un susurro.

—Ya lo verás. —Mira fijamente el sofá—. Realmente deberías


sentarte.

Presiona algo, y capto movimiento en la esquina de mi ojo.

No es una foto, me doy cuenta, alejando mi atención del rey y


devolviéndola a la pantalla a medida que la imagen del general cobra vida.

Es un video.

Todo el aire se libera de mis pulmones.

La vista, y la comprensión de que el general vivió y murió mientras


yo dormía, son suficientes para sacudir mi resolución. Sin pensarlo, me
hundo en el sofá.

No estoy segura de querer ver esto. No estoy segura de poder


soportarlo.

Detrás de mí escucho las pisadas del rey retirarse, luego la puerta


se abre y se cierra, y estoy sola con un fantasma.
—Serenity... —El general se frota la cara en el otro lado de la
pantalla.

Está lo suficientemente lejos de la cámara para que pueda ver su


pierna temblando. Las décadas pueden separarnos en el tiempo, pero
puedo decir que no soy la única nerviosa por este video.

Suspira, contemplando sus manos gruesas y callosas. Han visto


acción. Puedo decirlo por lo ásperas que son. A pesar de ser tan viejo
como parece ser el general, claramente no ha dejado de luchar, no ha
dejado de vivir.

Bien por él. Espero que haya luchado contra la muerte hasta el
amargo final.

—No sé por dónde empezar —dice frunciendo el ceño—. Esta


situación es bien jodida. No sé cuándo, o si, alguna vez verás esto. Espero
por Dios que el bastardo desenchufe esa maldita máquina y te permita
vivir o morir de la forma que la naturaleza pretende.

Sonrío tristemente por eso. Y luego sus palabras se registran.

¿Cómo supo el general que estaba en el Durmiente?

¿Por qué Montes tiene este material?

Son enemigos. Enemigos acérrimos.

—Te voy a contar una historia, Serenity, y no te va a gustar. —


Suspira de nuevo, pasándose el pulgar por los nudillos—. Dos años
después de que fueras vista por última vez, descubrí que no estabas
muerta. La historia oficial siempre había sido que moriste de cáncer.

El general aprieta la mandíbula.

—Nadie lo creyó, la mayoría asumió que el rey te había matado él


mismo, aunque hubo quienes creyeron que fue un suicidio o que tuviste
un final violento a manos de un enemigo.

»Siempre hubo teorías de conspiración de que viviste, pero nunca


las creí. No hasta que él me mostró... —La voz del General Kline es grave
con la edad, pero no ha perdido nada de su fuerza, ni siquiera cuando se
aferra a las palabras—. No sé cuánto sabías antes de ser... sometida.
Justo en ese momento, las NUO del sur se rebelaron, y la Resistencia fue
parte de esa rebelión.

Lo miro maravillada. Nada de este video tiene mucho sentido para


mí. Por qué lo hizo, por qué me está diciendo esto.
—No tomé la decisión de rebelarnos con los territorios del suroeste,
pero viví lo suficiente como para lamentarlo de todos modos. Los hombres
que han logrado el control hacen que Montes se vea como un hombre
decente, y sabes lo jodidamente difícil que es lograr eso.

El general pasa una mano por su delgado cabello fino.

—El rey me capturó un par de años después de que la guerra


volviera a estallar. Estaba seguro de que iba a ser torturado. No hay
mucho amor perdido entre el rey y yo. En cambio, me contó esta historia
sobre querer mi ayuda y me mostró algo, algo tan malo como él.

El General Kline hace una mueca y mira hacia otro lado.

—Estabas tan quieta. —Su voz baja—. Te tenía en esta cápsula, lo


que más tarde supe era un Durmiente. Y estabas viva, inconsciente, pero
viva. Le daré esto al bastardo, te ama. Está loco con ello. Incluso ahora.
Desafortunadamente para el resto del mundo, creo que todavía está
dispuesto a destruir cualquier cosa y todo para obtener lo que quiere, y
lo que quiere en este momento es una cura para ese cáncer tuyo.

»Me reclutó a mí y a la Resistencia para trabajar con él. Y lo hemos


hecho desde entonces.

Traigo un puño a mi boca. No puedo señalar lo que estoy sintiendo.


Alivio, definitivamente. Saber que la Resistencia finalmente se opuso a
los asesores que secuestraron las NUO me hace sentir menos
desorientada sobre mis propias lealtades. Pero también siento algo más,
algo que me hace llorar al general más de lo que ya lo hago.

Montes mató a su hijo, y el General Kline todavía pudo aceptar


trabajar con el rey porque sabía que eso ayudaría a un bien mayor.
Cuando llegó el momento, estuvo dispuesto a hacer los mismos sacrificios
que me pidió.

—El rey no es un buen hombre —continúa el general—, pero se ha


rodeado de buenos hombres, así que está eso. Y está tratando de hacer
lo correcto. El hijo de puta en realidad me consulta para recibir consejos
de vez en cuando.

Kline se inclina hacia adelante.

—Escúchame con atención, Serenity. El rey podría ganar la guerra,


pero no lo veo terminándola. Hay una distinción. Por eso la guerra aún
continúa. Todo lo que conoce es la violencia. Es una buena habilidad
para derrotar al enemigo, pero es inútil una vez que termina la lucha. Y,
Serenity, él no sabe nada de paz.
Se detiene por un largo momento.

—Tú lo haces. Eso es todo lo que tu padre te enseñó en el búnker.


Como tu general, te estoy dando una tarea final.

Mi cuerpo se tensa, mi pulso se acelera ante las palabras de Kline.


Ya sé que lo que sea que me encomiende, seguiré el orden.

—Si el mundo en el que te despiertas es el que temo que será,


entonces ambos sabemos que tus deberes no han terminado.

Ya me di cuenta de esto y, sin embargo, viniendo del general, la


perspectiva me aprieta el estómago.

—Necesitas ayudarlo. Créeme, sé lo equivocado que es pedirte esto.

Estoy inhalando aire rápido. Mis venas vibran mientras se


preparan para la batalla.

Lo entiendo. El general y yo podríamos ser más similares entre


nosotros que con cualquier otra persona. Incluso mi padre. Incluso
Montes.

—Ese hombre —continúa—, eventualmente reconquistará el


mundo, y está preparado para arruinarlo una y otra vez. Serenity... —
Nivela su mirada en la lente, y juro que aunque el tiempo y el espacio nos
separen, él me ve—. No lo dejes.
Capítulo 15

Traducido por Yiany

SERENITY

ME QUEDÓ ALLÍ sentada mucho tiempo después de que termine el video.

El general me envió un mensaje desde más allá de la tumba.


Obviamente lo es: la reunión final que nunca tuvimos.

Froto mis palmas contra mis ojos, ignorando la humedad que se


filtra por debajo de ellos.

Ni siquiera puedo decir por qué estoy triste: porque el general se


ha ido, porque me han dejado atrás o porque una carga del tamaño de
los continentes ha caído sobre mis hombros.

Cuando salgo de la habitación, Montes me espera.

Es casi inverosímil, que los dos trabajaron juntos.

El rey no delata nada mientras me recibe. Estoy segura que mis


ojos aún están rojos.

—¿Por qué me enseñaste eso? —pregunto, entrando al pasillo y


cerrando la puerta detrás de mí.

—¿Por qué no?

Hay muchas razones. El general no fue amable con el rey en su


video.

—¿Lo has visto?

Montes se acerca, su cabello oscuro se desliza de nuevo a su rostro.


Sus rasgos se ven más reales que nunca cuando me mira fijamente.
—Lo hice —dice el rey.

Entonces, ha escuchado la evaluación poco halagadora del general


acerca de él, y también ha escuchado mi orden final. Me sorprende que
me mostrara el video, excepto que beneficia a Montes. El general me
encomendó esencialmente permanecer cerca del rey.

—¿Cuánto tiempo ha estado muerto? —pregunto.

—Sesenta, casi setenta años.

Parto de esa información, pero por supuesto, el general ya era viejo


cuando lo conocí. Para él vivir tres décadas más es extraordinario.

—Se preocupaba por ti —dice Montes.

—Lo sé —digo en voz baja—. ¿Sigue existiendo la Resistencia? —


pregunto.

Montes me estudia, luego sacude lentamente la cabeza.

—El grupo se dividió en varias otras organizaciones


aproximadamente una década después de la muerte del general.

Y, dada la línea de tiempo del rey, eso sucedió hace más de medio
siglo.

—¿Así que ya no existen?

—Ya no existen —afirma.

El tiempo es una cosa espeluznante.

Un mundo sin la Resistencia... parece tan inverosímil como un


mundo sin las NOU o el rey. ¿Alguna vez fueron un gran aliado y luego
un gran enemigo, pero para que ya no existan?

Nunca consideré la posibilidad. Aparentemente, incluso las cosas


sin muerte pueden ser asesinadas.

EL REY ME lleva de vuelta por el pasillo.

—¿A dónde vamos? —pregunto. Mi voz hace eco en el espacio


cavernoso.

—Cena.
No he pensado en comida en horas y horas, tan llena como estaba
en este nuevo mundo y todas sus revelaciones.

Veo más destellos de pasillos abandonados y puertas cerradas a


medida que avanzamos por el palacio. La puerta en la que finalmente nos
detenemos se parece a la otra, pero un ligero olor a humo se adhiere a la
zona.

La abre, y vislumbro la habitación más allá. Una serie de astas


decoran las paredes. Una mesa de billar se ubica frente a nosotros, y más
lejos los sillones de la sala rodean una gran chimenea. Ese mismo olor a
humo persiste como una bruma en el aire.

—¿Cuál es el nombre de esta habitación? —pregunto, asimilando


todo.

—La sala de juegos.

Sonrío ante el nombre.

—El rey y sus juegos —reflexiono, entrando—. Me sorprende que la


sala de juegos y la sala de mapas no sean la misma. —Dios sabe que el
hombre encuentra la guerra y la estrategia muy entretenidas.

Montes me susurra en el pelo:

—Ahora es un buen momento para recordar que me prometiste


intimidad. Sigue hablando como lo haces, y pondré esa boca a otros usos.

Hay que reconocerle al rey que piensa en la forma más creativa de


callarme.

—Veo que todavía eres fluido en las amenazas —digo porque no


puedo evitarlo.

—Mi reina —dice, alejándose—, solo es una amenaza si no quieres


que suceda.

Una parte de mí, de hecho, quiere que suceda. Los deseos más
profundos de mi corazón contradicen toda lógica.

Me muevo más lejos en la habitación. El espacio es una oda


estilizada a la masculinidad.

—Este lugar no se parece en nada a ti —digo, observando la araña


de asta en lo alto sobre nosotros.
Montes se dirige hacia una mesa redonda que parece que fue hecha
para juegos de cartas. Saca una silla y apoya sus manos pesadamente
sobre su espaldar.

—Me alegro que pienses eso —dice, su voz genuina—. Se hizo más
para los hombres que tengo que para mí.

Paso mi mano por el fieltro verde de la mesa de billar que paso


mientras me dirijo hacia él.

—¿Por qué me traes aquí?

—¿Por qué no? —responde.

—Pensé que estábamos cenando.

—Lo estamos. —Indica el asiento que ha sacado—. Por favor.

Caballerosidad, es solo otro de los juegos del rey.

Me siento frente a él porque eso es lo que hacemos. Montes trata


de seducirme con su habitual bolsa de trucos, y lo rechazo una y otra
vez. El rey es lo suficientemente masoquista para disfrutar del rechazo, y
yo soy lo suficientemente mezquina como para disfrutar repartirlo.

Miro a mí alrededor. Puede que este lugar no sea la peor habitación


del palacio, pero me deja un escalofrío. Me pregunto qué clase de hombre
disfruta de una habitación como esta. Me imagino que tiene dedos
gruesos y una gran tripa. Y probablemente despreciaría a una mujer
como yo.

El rey toma asiento frente a mí y se recuesta, observando nuestro


entorno tal como estoy haciendo yo.

—A mis asesores les encantaba reunirse en salas como esta —


dice—. Creo que todos los hombres quieren lo mejor de ambos mundos:
ser despiadados salvajes y pensadores cultivados. Y eso es lo que es esta
habitación, un lugar donde se encuentran esos deseos opuestos.

Mis ojos se mueven hacia el rey.

—¿Es eso lo que quieres?

—Nire bihotza, eso es lo que soy.

Reprimo un escalofrío mientras capto su oscura belleza.

—¿Y qué quieren todas las mujeres? —pregunto.


Montes me valora desde su asiento. De repente, se para y se dirige
a lo que parece una barra. Extrae dos vasos y una botella de líquido
ámbar de debajo y los coloca en el mostrador. Descorchando la tapa,
comienza a servirnos bebidas.

—No importa lo que todas las mujeres quieran —dice—, porque no


eres todas las mujeres.

—Entonces, ¿qué soy?

Sus ojos se mueven hacia mí. Mía, parecen decir.

Vuelve su atención a su trabajo.

—Tienes razón —dice, moviendo la botella de licor de un vaso a


otro—, sí que juego.

Tapa la botella.

—La vida es realmente eso: un juego elaborado de suerte y


estrategia.

Esto, la vida, no se siente como un juego. Esto se siente real y


terrible.

Toma los vasos y la botella de licor y regresa a nuestra mesa.


Viniendo a mi lado, me entrega uno de los vasos.

Lo envuelvo con mi mano, sintiendo el cálido roce de sus dedos. No


lo deja ir.

Mi mirada se eleva para encontrarse con la suya. No quiero mirarlo,


a este hombre que ocupa demasiado espacio, en esta habitación, en mi
cabeza, en mi corazón.

Montes me mira como si el universo comenzara y terminara en mis


ojos. Nada puede ser simple con este hombre. Ni siquiera una bebida.
Siento esa gruesa y empalagosa química surgir del éter y que nos
envuelve. No importa que el cáncer se haya ido. Con Montes siempre
sentiré que mi vida ha llegado hasta el borde de la muerte.

Todavía no me ha dado la bebida, y lo miro fijamente.

—Realmente no tienes idea de lo que soy capaz —dice.

Los vellos de mi nuca se erizan. Habría dicho que si alguien sabía


de qué era capaz el rey, sería yo. Pero no voy a contradecir a un hombre
malo que dice que es peor de lo que recuerdo.
—Y eso te tiene preocupada —continúa—. No debería. Sabes de mi
depravación, pero no estoy hablando de mi lado malvado.

—¿Me vas a dar la bebida? —pregunto, exasperada.

—Mi regazo —dice. Retrocede, obligándome a liberar mi agarre del


vaso.

Se vuelve a acomodar en su asiento, con las piernas extendidas.

Tienes que estar bromeando.

Veo el reto brillando en sus ojos.

Me levanto y me acerco a él, colocando mis piernas a cada lado de


su silla. Lentamente bajo y me coloco en su regazo. Quito el vaso de su
mano y, mirándolo fijamente todo el tiempo, bebo su contenido.

Siseo un suspiro ante la quemadura.

—Estás equivocado, sabes —digo, tomando el otro vaso y


entregándole el mío, ahora vacío. Voy a necesitar el alcohol. Tan cerca del
rey, termino queriendo pelear con él o follarlo.

Levanta una ceja, colocando el vaso y la botella de alcohol que


sostiene en la mesa detrás de mí.

—Tu depravación no es lo que me preocupa. —He sobrevivido a eso.


Esa parte del rey es predecible—. Son todas las otras partes de ti las que
lo hacen.

Eso fue, después de todo, lo que me llevó a dormir durante cien


años. Esa alma malvada suya todavía tiene algo de bondad en su interior,
pero cuando la aplica... a veces suceden cosas terribles.

Montes levanta sus nudillos y los frota suavemente contra mi


pómulo.

—Ese podría ser uno de los mejores cumplidos que me has dado.

Sacudo la cabeza y tomo un sorbo de mi bebida robada.

Sus dedos envuelven el vaso y lo saca de mis labios. Mi agarre sobre


el vaso queda atrapado bajo el suyo cuando lo lleva a sus propios labios,
y juntos inclinamos el alcohol en su boca.

El calor arde bajo en mi vientre. Quiero decir que es del alcohol,


pero no puedo mentirme. Es anticipación lo que siento.
Un golpe en la puerta interrumpe el momento.

—¡Adelante! —llama el rey, sin apartar la vista de mí.

La puerta de la habitación se abre y los soldados del rey entran con


la cena. Comienzo a levantarme.

La mano libre del rey me sujeta la cadera.

—Quédate aquí.

—Cada vez que ejerces un poco más de intimidad, el interés en mi


parte del trato aumenta —le digo.

—No me importa.

Y aquí estamos, enfrentándonos una vez más.

Detrás de mí puedo escuchar a los soldados. Hacen un trabajo


rápido de preparar nuestra cena. Espero hasta que sus pasos retroceden.
Hasta que la puerta se abre y luego se cierra con un clic detrás de ellos.

Hasta que estoy sola con mi monstruo una vez más.

Saqué mi mano cautiva de la suya, junto con el vaso. Bebí el alcohol


de la segunda copa y luego puse el vaso vacío sobre la mesa.

Reajustando mis caderas en el regazo del rey, coloco mis manos en


su respaldo, enjaulándolo.

Una sonrisa muy honesta se extiende por los labios de Montes


mientras me inclino, mi cabello colgando entre nosotros.

—¿Es esto lo que quieres de mí? —pregunto. Estoy cansada de


pelear cada centímetro que toma, y estoy cansada de que juegue
conmigo.

Ahora sus dos manos agarran el exterior de mis muslos,


manteniéndome en mi lugar.

—No —dice. Cierra lo último de la distancia entre nuestras bocas y


roza la suya contra la mía—. Quiero todo lo que tienes para dar —
murmura—. Y todo lo que no.

Se ha llevado mis recuerdos, mi mortalidad, mi libertad, incluso mi


muerte. No sé cuánto más hay que dar.
Capítulo 16

Traducido por Vale

SERENITY

—ERES DIFERENTE —le digo.

Estoy tumbada boca abajo frente a la chimenea en la sala de juegos


del rey, una botella ahora medio vacía de lo que aprendí es bourbon y dos
vasos están apoyados frente a mí.

Hace mucho que terminamos de cenar. No menciono lo extraño que


es no sentir más náuseas ni dolor cuando como y bebo. Me había
acostumbrado tanto a ambos que es extraño no tener que lidiar con ellos.

El rey me curó.

Entre la traición inicial que me llevó al Durmiente y su renuencia


más reciente a despertarme, me dejé olvidar que Montes pasó la mayor
parte de un siglo curándome, mucho más tiempo de lo que la mayoría de
las personas incluso viven.

No puedo entender ese tipo de perseverancia. Ese tipo de lealtad.

Lo observo mientras enciende el fuego. Y no me gusta donde


aterrizan mis ojos. Comienza con sus manos. Tiene lindas manos. No
demasiado gruesas, no demasiado huesudas, simplemente... hábiles.
Capaces.

Mi mirada sube por sus antebrazos. Debajo de su piel de bronce,


sus músculos se ondulan.

No toma mucho tiempo que mi atención se mueve a otras partes de


él. Su pelo oscuro, que es lo suficientemente largo como para divertirse
con él. Su espalda musculosa, oculta bajo su camisa.
Para mi total mortificación, se da vuelta y me atrapa mirándolo
como si fuera mi cena.

—Lo sé —dice—. Te he estado diciendo esto.

Casi olvido lo que dije en primer lugar.

Que es diferente.

Es por eso que mis emociones no parecen aterrizar en la ira. Cada


vez que están a punto de hacerlo, aprendo algo que conmueve toda mi
cosmovisión.

—No confío en tu palabra, Montes —le digo—. Confío en tus


acciones.

Miro mientras termina de encender el fuego. ¿Quién hubiera sabido


que un hombre como el rey podría hacer algo tan práctico?

Se endereza, quitando el polvo de lo último de la corteza de sus


manos y muslos.

—¿Y qué piensas de mis acciones?

Mi boca se tensa, y esa es respuesta suficiente. No lo he visto hacer


ninguno de sus trucos habituales y horribles, donde la gente muere y
obtiene todo lo que quiere.

Se dirige hacia mí y se estira a mi lado.

—Estás falta de palabras. Qué inusual.

Lo miro.

—Me doy cuenta de que sigues siendo bueno con ellas —le digo,
ignorando cómo esa intensa mirada suya está enfocada completamente
en mí. Me recuesto sobre mis antebrazos—. Si no pensara que eres el
demonio, diría que serías capaz de seducirlo incluso a él.

—Haces los cumplidos más extraños —dice, con los ojos


entrecerrados alegremente.

Está feliz. Lo estoy haciendo feliz. Y, para el caso, estoy feliz.

Oh Dios.

De todas las ironías que existen, somos la peor.

Entonces agarro la botella de bourbon y, torpemente intento


destaparla.
Montes me la quita y vierte una cantidad minúscula de alcohol en
mi taza. Realmente solo un sorbo.

—Veo que sigues siendo un fenómeno del control —le digo. Y ahora
me estoy recuperando del hecho de que esto está sucediendo de nuevo.
Me está volviendo a atrapar, perdida en sus ojos oscuros y su corazón
negro. Se necesita tan poco.

Montes se ríe, ajeno al hecho de que mientras mantiene el control,


yo lo estoy perdiendo.

—Da la casualidad de que en realidad me importa cómo te sentirás


mañana. Sorprendente, lo sé.

De todas las cosas que ha dicho, no sé por qué esa se desliza por
mis defensas.

Pero lo hace.

Cubro la mano del rey con la mía, mis dedos rozando su piel. He
querido hacer esa pequeña acción ya por un tiempo. Se siente tan bien
como sabía que lo haría.

Montes se queda mirando la mano que toca la suya.

Lentamente, sus ojos se elevan a los míos. Veo vidas y vidas de


deseos en esos ojos. Todos comienzan y terminan conmigo.

Nunca dejó de amarme. Eso es obvio por su expresión.

Y, sin embargo, el mismo hombre que me mira en aparente


adoración también me encerró en un rincón desolado de este palacio
durante décadas y décadas.

—¿Cuándo olvidaste tus sentimientos por mí? —pregunto.

Sus cejas se juntan, y sus ojos se vuelven distantes.

—Cuando vives sin alguien durante el tiempo que yo lo he hecho,


el amor se convierte en este concepto abstracto, algo que adjuntas a la
memoria. Y cuando los recuerdos son tan viejos, se sienten como sueños,
y te preguntas si algo de eso fue real, o si tu mente lo creó todo.

Me duele escuchar lo que tiene que decir, y sin embargo, lo


entiendo, y eso es lo peor de todo.

—¿Por qué no me dejaste morir? —Después de todo, no me había


despertado.
—Tengo más de ciento cincuenta años, y en todo ese tiempo solo
una mujer ha podido conmoverme. —Luego me mira—. Eres mía. Nunca
te dejaría morir.

Debería estar horrorizada por la declaración. En cambio, siento la


tempestad del amor de este hombre por mí. Sobrevivió a un siglo de
diferencia, sobrevivió a Montes, un hombre que ni siquiera debería ser
capaz de algo como el amor.

El rey se levanta de donde está acostado y se inclina sobre mí,


obligándome a girarme para enfrentarlo hasta que me he rodado sobre
mi espalda.

Y luego está allí, su presencia me envuelve.

Puedo ver su intención en cada línea de su cuerpo, la luz del fuego


bailando a lo largo de su piel.

Está sucediendo de nuevo. Esto. Nosotros.

Se siente viejo y nuevo a la vez. La intensidad de Montes siempre


me hará sentir que la intimidad es algo que estoy experimentando por
primera vez y, sin embargo, mi cuerpo ahora lo conoce, al igual que mi
corazón.

Sumerge su cabeza, su pelo goteando mis mejillas. El momento en


que esos labios toquen los míos será el momento de no retorno.

Si hago esto, tengo que aceptar que mi corazón se romperá de


nuevo. Porque no puedo convertirme en la amante del rey una vez más
sin entregarle mi corazón. Y esta vez, cuando Montes rompa mi confianza,
seré la tonta que lo dejó pasar.

Estoy haciendo las paces con eso. El mundo es más grande que mi
corazón y yo, es más grande que mi vida y la del rey. Siempre lo ha sido.

—Voy a confiar en ti —le digo en voz baja, su boca a un pelo de la


mía—. Aunque no lo mereces.

Su rostro intenso me mira fijamente. Presiona una mano en mi


mejilla. Y luego me besa.

Ceniza y fuego, sangre y muerte, todo está envuelto en una sola


caricia de sus labios. Los dos estamos ardiendo, ardiendo. Esto es el cielo
y el infierno.

Su cuerpo baja hasta que se presiona al ras contra el mío. Todo el


tiempo, su boca se mueve contra la mía. Saborea todo sobre mí, cada
cicatriz, cada mala acción, todo lo remotamente bueno. Y yo hago lo
mismo.

No es del todo malo. Siempre he sabido esto sobre él y, sin embargo,


es una dulce canción de cuna creer que lo es.

Mi respiración se acelera cuando comienza a correr sus manos


arriba y abajo por mis costados.

Montes comienza a moverse contra mí. Mis dedos encuentran los


bordes de su camisa, y la estoy tirando hacia arriba incluso mientras
continuamos besándonos.

Me ayuda a sacarla, y luego es su turno. Su mano se mueve entre


nosotros, desabotonando la parte superior de mi uniforme.

Nuestros movimientos se aceleran en ese punto, nuestras almas


viejas y atormentadas desesperadas la una por la otra.

Una vez que ambos estamos libres de ropa, Montes se acomoda


entre mis piernas. Inclina la cabeza hacia abajo y besa la piel entre mis
pechos.

Todos esos años atrás, ¿alguna vez había imaginado que la gente
podría ser así? ¿Que los hombres eran buenos para algo más que la
amistad y la lucha?

Los dedos de Montes se deslizan en mi cabello, e inclina mi cabeza


para mirarme.

Mi monstruo roto, roto. Paso mis dedos por su mejilla. Está tan
hermoso como siempre, pero debajo de su piel están los horrores de un
siglo y medio de vida. Y no cualquier vida, la vida de un rey tirano.

Gira la cabeza para besar mi palma.

Lo sé todo sobre cosas rotas. Vengo de una casa destrozada, y de


una tierra destruida llena de gente destruida. Tengo un alma rota y un
corazón roto. Este hombre no lo sabe, pero todas sus grietas se alinean
con las mías.

Montes mueve sus caderas, y yo inclino las mías para encontrarme


con las suyas, y luego entra en mí.

Felicidad. Empiezo a cerrar los ojos ante la sensación de ella.

—Mírame —dice.
Mis párpados se abren y miro al rey cuando los dos nos reunimos
por primera vez en más de un siglo. Siento que solo han pasado días para
mí. Estoy segura que, para Montes, se siente como vidas.

Nos mantenemos unidos, inmóviles, durante varios segundos


largos. Puedo sentir los latidos de su corazón latiendo contra mi piel, está
tan cerca de mí.

—Imaginé este momento innumerables veces —admite—. Sentirte


a mí alrededor otra vez. —Se desliza fuera lentamente, y luego se empuja
dentro de nuevo—. Nunca te hizo justicia.

Sus labios rozan mi pómulo.

—Eres mejor que cualquier sueño que haya tenido de nosotros.

Y somos peores que cualquiera de nuestras pesadillas. Este enigma


que tenemos.

Nunca debería haber sido así. Los dos hemos hecho tantas cosas
imperdonables. Pero al final del día, somos dos errores que, juntos,
hacemos algo bien.
Capítulo 17

Traducido por Gerald

SERENITY

PARPADEO PARA ABRIR mis ojos. La luz del sol de la mañana se derrama
en el interior de las habitaciones del rey.

No puedo determinar inmediatamente cómo fue que llegué aquí.


Anoche era un borrón una vez que comenzamos a beber. Recuerdo lo que
hice con el rey lo suficientemente bien para que el calor se extienda por
mis mejillas. Es lo que sucedió después lo que es difícil de recordar.

En algún momento de anoche después de que nos quedáramos


dormidos, nuestros cuerpos envueltos el uno con el otro, Montes me
había despertado. Después de darme agua y una pastilla desconocida,
nos llevó de regreso a nuestra habitación.

Me muevo ligeramente y en el momento que lo hago, siento tela


áspera frotarse contra mi piel. Paso mi dedo por el borde de la camiseta
que llevo puesta. Cae hasta mis muslos.

No es mía.

Llevo puesta la camiseta del rey. Anoche debo haber atravesado el


palacio en ella. Paso una mano por encima de mi rostro y amortiguo un
gruñido. No es uno de mis momentos de más orgullo.

Lo que sea que me diera, debe haber contrarrestado el efecto del


alcohol porque me siento decente. No genial, pero decente.

Me acuesto en la cama mirando hacia el exterior de la habitación,


intentando sin éxito volverme a quedar dormida.
El tiempo y la memoria son una cosa extraña. La habitación en que
pasé mi noche de bodas, así como cada pieza de mobiliario dentro de ella,
se fueron hace mucho. Aun así, juro que es como si el tiempo no hubiera
pasado.

Mi cabeza se inclina hacia el costado. No es solo la habitación la


que no es la misma. Un déjà vu me recorre mientras miro hacia la
musculosa espalda del rey, deleitándome no por primera vez en su belleza
masculina.

Un recuerdo duplicado asalta mi mente. Esa primera mañana que


miré al rey, la luz entrando de la misma manera en que lo hace ahora.

Todo es igual y aun así, no lo es.

Me estiro y paso mi mano por su piel oliva. Esa peca suya se ha


ido, la que noté la primera vez que desperté junto a él. Me pregunto qué
herida se llevó esa, esa pequeña peca que me trajo hacia este hombre en
el principio de todo. Todas las señales de su mortalidad han sido
eliminadas por el Durmiente.

Se mueve debajo de mi mano.

No era mi intención despertarlo. No quería que se despertara. No


todavía.

Pero lo que quería poco tenía que ver con la situación. Se da la


vuelta.

Sus ojos encuentran los míos y una sonrisa perezosa se extiende


por su rostro mientras me atrae hacia él.

Acaricia mi nariz con la suya.

—Soñé contigo y entonces desperté y me di cuenta de que no era


un sueño después de todo. —Sus palabras están enronquecidas debido
al sueño.

Su voz, su toque, su expresión... me recuerda anoche vívidamente.

El rey también debe hacerlo, porque veo un destello de calor entrar


en sus rasgos y luego nos rueda para que yo quede sobre mi espalda y él
encima de mí.

Casi inmediatamente, mi respiración se acelera. La chica en mí está


avergonzada por ello. Intento enderezarme, pero la mano de Montes se
presiona contra mi esternón, empujándome de nuevo hacia abajo
mientras comienza a besar entre mis pechos.
No termina ahí.

Los besos continúan y está bajando más, más...

Separa mis muslos. Estoy a punto de empujarlo para apartarlo,


cuando sus labios se presionan contra mi centro.

Mi respiración me abandona de inmediato.

Él gruñe.

—Nire bihotza, sabes igual a como recuerdo.

Repentinamente, no estoy tan ansiosa por apartarlo. Y mi


vergüenza... Todavía está ahí, pero ha pasado a un segundo plano para
dar paso a sensaciones más inmediatas.

Montes envuelve sus brazos debajo de la parte posterior de mis


muslos, jalándome para acercarme aún más. Su boca está por todas
partes y todavía es tan bueno en esto como lo recuerdo.

Un pequeño grito sale de mí, siento la respiración de su ronca risa.

Y la sensación está escalando, escalando... y entonces se detiene.

Montes suelta mis muslos, su cuerpo subiendo por el mío. No tengo


tiempo para estar decepcionada; siento la presión de él contra mí
mientras se desliza en mi interior.

Nos quedamos viendo el uno al otro, puntos gemelos en el universo.


Creo que significo más para él de lo que siquiera me daba cuenta. No dirá
lo que piensa, no lo espero de un hombre así, uno que raramente se deja
ver vulnerable. Aunque de todas formas lo veo, brillando en la parte
posterior de sus ojos.

Captura mi boca y me pruebo en sus labios. Está mal y está bien,


es sucio, es puro, el rey hace que todas mis dicotomías cuidadosamente
elaboradas, desaparezcan.

Empuja sus caderas más cerca, profundizando cada empuje...

Oh Dios.

Suspendo el beso.

—Control de natalidad —digo con voz ronca.

Control de natalidad.

Lo olvidamos anoche.
El rey se queda inmóvil, aunque prácticamente está temblando por
el esfuerzo de contenerse. Ambos lo hacemos.

Montes apoya su cabeza contra la mía.

—No tengo ninguna.

Ninguna.

Pienso en lo que eso significa, cómo eso cambia mis propios planes.
No lo hace... no realmente.

Pero mierda, hacer eso conscientemente...

—Eres mi esposa —dice Montes—. Así es cómo tiene que ser, cómo
siempre se supuso que fuera.

Ninguno de los dos se ha movido.

—No puedo —susurró en voz baja, divulgando esa debilidad mía.


Podría haber pasado un siglo desde que perdió a su hijo, pero todavía
está fresco en mi mente.

Montes busca en mis ojos y algo como realización o pregunta,


cambia sutilmente su expresión. Solo puedo imaginar la extrañeza de la
situación desde su perspectiva: el recuerdo de su esposa difunta hace
mucho tiempo todavía vive en un pasado que casi olvidó.

—¿No quieres llevar a nuestro hijo o no quieres perder a otro? —


pregunta.

Trago saliva. Aparto la mirada.

Ya no tengo miedo de tener al hijo del rey.

Temo por lo que ello provoque.

Montes debe verlo en mi expresión, mis maneras.

Suelta una de mis caderas, relajando su agarré así puede inclinar


mi mandíbula hasta que encuentro su mirada.

—Nire bihotza.

Esas dos palabras llevan un mundo de significado. Es una extraña


mezcla entre amor, esperanza y todo tipo de emociones hermosamente
conmovedoras.

—Esta vez no sería como la última —dice y puedo ver que habla en
serio.
—No puede serlo. —Mi voz se entrecorta cuando hablo.

Realmente no puede serlo. Me estoy convirtiendo en Montes,


paranoica de perder todo lo que amo. Porque ya he perdido demasiado.

Su mano aparta mi cabello.

—No lo será.

Tomo una temblorosa respiración y me quito de encima el


pesimismo que llega con los recuerdos.

Y entonces soy la que lo atrae hacia mí, continuando con esto.

Siempre he querido lo que es mío y ahora lo estoy tomando.


Capítulo 18

Traducido por Vale

SERENITY

ESTAMOS DE VUELTA en la Gran Sala, las paredes locas del rey, ocultas
una vez más por pantallas gigantes. Y una vez más el espacio está lleno
de oficiales militares. Tengo la intención de conocer cada uno,
eventualmente. Por ahora, espero que los súbditos de Montes lo respeten
mucho más que los que llenaron su sala de conferencias hace un siglo.

Además de la mesa en forma de U que ocupa gran parte del espacio,


ahora hay una más pequeña que la enfrenta, donde el rey y yo nos
sentamos.

Paso las primeras horas del día escuchando a los oficiales discutir
las actualizaciones sobre la guerra y las estrategias que están
implementando.

Este mundo es extraño. En el momento en que creo que es idéntico


al que dejé, se filtra algún chisme que me hace dudar de todo.

Eventualmente, sin embargo, una imagen comienza a unirse. La


población mundial ha sido diezmada por la guerra y la enfermedad. Los
esfuerzos para limpiar la radiación del agua y el suelo están en curso. No
hay tanta gente que sufra de hambre, pero eso es solo porque quedan
muy pocas personas. Incluso los pequeños resultados anuales en la
industria agrícola pueden sostenerlos. Aparte del asesinato rotundo, el
cáncer es la principal causa de muerte, aunque de vez en cuando la plaga
arrasa y toma su lugar.

Según entiendo, hay curas para muchos de los problemas de salud


del mundo, pero no hay suficiente dinero para hacer que estas curas se
generalicen. El resultado final es una enorme brecha económica entre los
que tienen y los que no tienen. La gente está descontenta. No conocen
nada más que la guerra y vivir al límite.

Tamborileo mis dedos sobre la mesa mientras escuchamos otro


informe de algún teniente de algún batallón sobre el estado de sus tropas
y la información que se ha reunido sobre el enemigo. No pretendo ser la
autoridad en nada, pero si tuviera que adivinar, diría que estos oficiales
han estado corriendo en círculos durante tanto tiempo como pueden
recordar, discutiendo las mismas estrategias, las mismas preocupaciones
y aplicando las mismas respuestas que siempre han aplicado. Y todo este
tiempo, nadie se ha dado cuenta de que necesitan descarrilarse.

Me paro, mi silla raspando hacia atrás mientras lo hago. El sonido


hace eco en toda la habitación, interrumpiendo al orador. La voz del
oficial se desvanece cuando docenas y docenas de miradas se mueven
hacia mí.

—¿Es la guerra todo lo que planeamos hablar?

Estas personas no entienden. Puedo verlo en sus miradas


confundidas. En un consejo de guerra hablas de guerra.

Hago contacto visual con muchos de ellos.

—La guerra no termina la guerra —digo—. La paz lo hace.

Estoy segura de que me consideran una idiota. No estoy diciendo


nada que no entiendan. Pero saber algo y encuadrar el mundo a través
de esa lente son dos cosas muy diferentes.

—No ganarán esta guerra trazando formas de destruir al enemigo,


por más que sea necesario —digo—. La ganarán al forjar la paz.

De nuevo, no estoy diciendo nada nuevo.

—Su Majestad, ¿cómo sugiere que forjemos la paz? —Una de las


oficiales pregunta esto.

Bajo la mirada hacia el rey.

—Prometiste darme todo lo que pidiera —exhalo.

Su rostro se limpia de toda expresión. Sabe que ha sido timado


antes de que hable.

—Haré campaña por eso y partiré el pan con quien sea necesario
—le digo a la habitación, aunque mis ojos permanecen centrados en el
rey—. Y voy a terminar esto, de una vez por todas.
ESTO ES LO que le costó la intimidad al rey.

Poder. Control.

Podría haberme permitido entrar en su consejo de guerra, pero sé


con certeza que Montes nunca me colocaría en una posición de verdadero
poder. No cuando soy tan icónica. No cuando una posición como ésta a
menudo significa captura o muerte.

Así que estoy esculpiendo la posición para mí.

Esa vena comienza a latir con fuerza en la sien del rey cuando
secuestro la reunión. No es solo la ira lo que veo subir a la superficie. Es
pánico. El hombre que controla casi todo se está dando cuenta de que
acaba de negociar algo que no debería haber hecho.

Alejo mi mirada de Montes para mirar la habitación. Puedo sentir


ese salvajismo moviéndose bajo mis venas, la misma emoción que viene
antes de la batalla. Solo que esta vez, es mucho más dulce porque estoy
resolviendo un problema, no exacerbándolo.

—El rey seguirá liderando todos los esfuerzos de guerra actuales,


pero le incorporaremos mi estrategia —le digo a la sala.

No soy tonta. Necesito la experiencia y el conocimiento de Montes.


Solo quiero construir mis tácticas sobre la base que él ha puesto.

—No sé cuánto saben de mi pasado —digo, moviéndome alrededor


de la mesa. Puedo sentir los ojos del rey como una marca en mi espalda—
. Pero antes de dormir, antes incluso de casarme con el rey, era una
soldado, como muchos de ustedes. Era un soldado y una emisaria.

Las personas que asisten a esta reunión parecen vivas y atentas,


cuando hace solo unos minutos muchos tenían expresiones aburridas y
tristes.

—Me enseñaron a pelear, pero me prepararon para negociar.

Le echo una mirada a Montes. Sus ojos arden con su furia y con
algo más brillante, algo mucho más honorable.

—Hace mucho tiempo, forjé un tratado de paz con una nación


hostil. Volveré a hacerlo y no les daré a los representantes del Oeste una
opción.
—Aún no ha respondido cómo se propone lograr esto —dice
Heinrich. El gran mariscal se muestra escéptico, al igual que muchos de
los otros hombres y mujeres reunidos aquí.

La verdadera brillantez de este plan, y la máxima ironía, es que


Montes me entregó la respuesta en bandeja de plata.

—Parece que ya soy un símbolo de libertad para la gente. —Me


paseo mientras hablo—. Vamos a alentar esa creencia y vamos a ganar a
la gente común. Voy a luchar por ellos y hablar por ellos hasta que me
convierta en sinónimo de victoria, independientemente de a qué nación
pertenecen.

Veo las caras de los oficiales mientras reflexionan sobre esta


posibilidad. Muchos parecen inseguros, pero otros parecen intrigados.

—La ideología nos ganará esta guerra —digo.

La habitación está en silencio. No me atrevo a mirar a Montes. Todo


lo que puedo pensar es que, de hecho, es un hombre cambiado que no
ha intervenido hasta ahora.

—Quienquiera que esté a cargo de coordinar las maniobras


políticas del rey —digo—, quiero que programe una serie de reuniones.
—Mis pasos resuenan cuando me muevo hacia el centro de la sala—.
Quiero reunirme con todos los líderes regionales, especialmente con
aquellos que tienen una historia de desagrado por el rey. Incluso los que
pertenecen a las Naciones Occidentales Unidas. Y quiero reunirme con
los líderes de todas las organizaciones de movimientos políticos
comunitarios y los grupos de vigilantes.

Algunas personas escriben furiosamente. Otros me miran con ojos


brillantes, y otros se ven sombríos. Pero nadie, nadie parece no
comprometido. Eso, si nada más, es un logro de esta reunión. Esta lucha
debe significar algo para la gente. Y apuesto a que no lo ha hecho en
mucho tiempo.

—Planeo crear alianzas con todos y cada uno de estos líderes.

Alguien interrumpe:

—Pero lo que estás diciendo, algunos de estos hombres y mujeres


son terroristas, la mayoría no mejores que los líderes de Oeste.

Busco la voz. Sonrío un poco cuando mis ojos encuentran al oficial.


—No planeo atender a sus demandas. Voy a convencerlos de que
se pongan detrás de las mías.

Esta lección la aprendí del rey. Cuándo comprometerse, y cuándo


no. A pesar de todas las terribles decisiones de Montes, es excelente al
hacer que la gente cumpla sus órdenes sin conceder nada él mismo.

Hago una pausa, mi mirada se desliza sobre los hombres y mujeres


en la habitación.

—Y finalmente —digo—, quiero reunirme con los representantes de


las NOU, ya sea directamente o por video.
Capítulo 19

Traducido por Liliana

SERENITY

—¿ESTÁS LOCA?

Me vuelvo para enfrentar al rey.

El último de los ocupantes de la habitación se fue, dejándome sola


con Montes.

Se apoya contra las puertas dobles que conducen. Hace solo un


minuto había estado intercambiando algunos comentarios finales con
sus oficiales. Ahora que todos se han ido, ha dejado de fingir que esta fue
una decisión conjunta. Aunque, técnicamente, lo era.

Camino hacia él lentamente. Cuando me acerco digo lentamente:

—Jó.De.Te. —Toda mi civilidad se ha ido.

Retrocede solo un poco, lo suficiente para hacerme saber que lo


sorprendí.

Bueno. Finalmente puedo dejar que se muestre todo el espectro de


mis sentimientos.

Soy una chica cruda y salvaje, y él me ha agraviado.

—Eres un bastardo egoísta —continúo—. ¿De verdad pensaste que


simplemente iría a la cama contigo sin una buena razón?

Su mandíbula se aprieta.

He aprendido a jugar los juegos del rey, y ahora el jugador está


siendo burlado.
—Tú tenías algo que quería, y yo tenía algo que tu querías. —Estoy
pisando un territorio muy, muy peligroso.

Montes no ha hablado, pero esa vena palpita en su sien.

Me alejo de él. Las pantallas se han vuelto a enrollar y puedo ver


una vez más todos esos territorios conquistados. La vista de ellos todavía
me disgusta.

—Puedes tener tu intimidad y yo puedo hacer campaña por la paz


—digo, girándome para enfrentarlo—, o todo puede desaparecer, la
intimidad, la camaradería, todo eso. Me convertiré en la perdición de tu
existencia.

No reacciona, no de inmediato. Siento que algo como energía se


acumula detrás de él.

Cuando finalmente comienza a acechar hacia mí, tengo que


obligarme a permanecer anclada donde estoy. Hay una razón por la que
ha sido el rey durante tanto tiempo. Su poder se mueve con él, y ahora
mismo me está intimidando.

Inclina la cabeza, evaluándome como un cazador lo hace con su


presa.

—¿Entonces mi pequeña esposa decidió probar suerte con la


estrategia? —dice, sus pasos haciendo eco a través de la habitación—.
Estoy impresionado.

Me paso la lengua por los dientes. Ahora me toca a mí permanecer


en silencio.

Me mira de reojo.

—¿Qué otros esquemas has estado haciendo?

Miro las partes y fragmentos de los mapas que puedo ver.

—No eres el que debería estar preocupado por la trampa de su


cónyuge.

Captura mi mandíbula con su mano y me mira a los ojos. Intento


alejarme, pero no libera su agarre.

Su mirada busca la mía.

—Tienes algo más en la manga —dice.

Lo tengo.
No aparto la vista de él. No le doy ninguna señal de si está en lo
correcto o no.

El aire cambia, y no puedo decir si es ira o pasión lo que llena la


habitación, solo que me estoy ahogando. Conociéndonos, es probable que
sean ambos.

—Si me estás ocultando algo, lo descubriré. —Su voz es firme y


tranquila. Letal. Las personas mueren después de escuchar ese tono.

—Y si tú me escondes algo —le digo—, entonces yo también lo


descubriré.

Sus calculadores ojos se iluminan, y un susurro de una sonrisa


cruza su rostro. Inclina la cabeza.

Todavía agarra mi mandíbula.

—Así que mi viciosa esposa planea terminar la guerra. Y quiere


poder y autonomía en el camino —dice, todavía estudiándome.

Sí. Eso es precisamente lo que quiero.

El rey golpea mi mandíbula con su dedo índice. Su vena sigue


latiendo con fuerza y sus rasgos son tan intransigentes como nunca los
he visto.

Me acerca la cabeza.

—Mantendré mi parte del trato.

Entonces me besa, un beso severo y punitivo que me permite saber


cuán disgustado está. Me deleito en ello.

Cuando su boca se mueve contra la mía, sus dedos caen a la


cintura de mis pantalones. Abre rápidamente el botón superior.

Me alejo del beso con un jadeo, agarrando su muñeca.

En respuesta, me presiona más cerca.

—Esto es lo que consigo por tu pequeño truco. Me prometiste


intimidad —exhala contra mi mejilla—. Lo quiero.

Sorpresa y una especie de satisfacción desviada se despliegan


dentro de mí. Disfruto del sexo, y disfruto de un rey enojado.

Libero su muñeca y dejo que su mano se hunda en mis pantalones.


Jadeo de nuevo cuando comienza a trabajar en mí.
—Mi viciosa esposita, me enorgulleces —dice—. Debería haberlo
sabido. —Sumerge su boca cerca de mi oído—. Has adquirido un gusto
por jugar juegos después de todo.

Y así lo he hecho.

—QUIERO VERLO—le digo esa tarde.

La brisa del océano sopla mi cabello. Estamos de vuelta afuera,


terminando la cena mientras se pone el sol.

El paisaje de este lugar siempre me afecta. Naranjas y rojos brillan


en la superficie del mar. Es impresionante, y mirándolo, nunca sabrías
que al otro lado de esas aguas las personas están sufriendo.

—¿Ver qué? —dice Montes, recostándose en su asiento.

—El lugar donde dormí —le digo.

Puede ser mi imaginación, pero aquí, en la decolorada luz, el rey se


ve claramente incómodo. Me valora desde el otro lado de la mesa.

Ojalá pudiera parecer tan relajada como el rey, pero nada aflojará
mis extremidades. La idea de ver mi lugar de descanso me pone nerviosa.

—Muy bien, mi reina —dice finalmente.

Así. Sin peleas, sin disputas, sin exigencias de su parte. El hecho


de que no intente obtener algo de mí a cambio me pone más nerviosa, no
menos.

Su silla se arrastra hacia atrás y levanta.

Ahora. Está planeando mostrarme en este momento.

Oculto mi sorpresa. No imaginé que la gratificación fuera tan


inmediata.

Me pongo de pie, dejando caer mi servilleta sobre la mesa.

Montes viene a mi lado y, colocando una mano en la parte baja de


mi espalda, me dirige hacia adelante. Cruzamos los jardines y nos
dirigimos de nuevo al imponente edificio.

Así que está dentro del mismo palacio. Una parte de mí imaginó
que estaría durmiendo en una especie de cripta en los jardines del
palacio, lejos de los vivos.
Me lleva por varios pasillos y, con cada giro el escenario se vuelve
cada vez más familiar.

Terminamos justo en frente de nuestra habitación.

Levanto una ceja.

No puedo decir si esto es un truco o no.

Montes sonríe ante mi expresión, sus ojos brillan.

—¿Pensaste que te mantendría en otro lugar? —pregunta mientras


abre la puerta.

—¿Me mantuviste en tu habitación?

Por un segundo, me imagino acostada en la cama, rígida como los


muertos, antes de recordar que estaba encerrada en el Durmiente.

—No exactamente. —Me deja en el umbral, y lo observo,


desconcertada, mientras se dirige a un gran cuadro enmarcado.

Una inquietud familiar me invade, una que está reservada para


cosas antinaturales. Hay algo aterrador en ver a este hermoso hombre
compartir su oscuro secreto. Algo malo.

Montes se da vuelta para mirarme mientras balancea el marco


hacia atrás.

Mis labios se separan con la realización. Hay otra habitación. Una


oculta. Ahora que la pintura se mueve a un lado, veo una puerta
camuflada con el resto de la pared. Un discreto escáner de huellas
digitales está incrustado a su lado.

El rey presiona su pulgar contra él, y un segundo después


parpadea en verde. Con un silbido presurizado, la puerta se desbloquea.
La mantiene abierta para mí.

Lo que está más allá está envuelto en la sombra. De repente, no


estoy tan segura de cuánto quiero ver dónde descansé. ¿Qué evitará que
el rey me obligue a volver a la máquina?

Se da cuenta de mi vacilación.

—Serenity, no tienes que ver esto.

Mi paranoia se disipa. Si él quisiera someterme, necesitaría un


médico y un sedante, y sé que no tiene ninguno.
Todavía no confío en él. No con todo.

Lo rozo al pasar mientras entro en el pasillo. A nuestro alrededor,


las tenues luces cobran vida. Presiono mi palma contra una de las
paredes y giro la cabeza, siguiendo la línea de la superficie hasta que
desaparece en la oscuridad. Entrecierro los ojos mientras distingo…

Ventanas. Ventanas que dan a las habitaciones del palacio.

—¿Qué es este lugar? —pregunto.

La voz de Montes viene de detrás de mí.

—Un rey siempre tiene secretos. Secretos y enemigos. Aquí es


donde solía venir a estar a solas contigo.

Los vellos en la parte posterior de mi cuello se levantan.

—Ven. —Pone una mano contra mi espalda y me guía una vez más.

Mientras caminamos, más luces se encienden.

—Hay otra entrada a este pasillo a través de mi oficina. Creemos


que es la que usaron tus secuestradores.

No le estoy prestando mucha atención, estoy demasiado ocupada


mirando horrorizada habitación tras habitación por la que pasamos. Él
espía a las personas.

—Esto está mal —murmuro.

—Me ha salvado la vida varias veces.

Me detengo cuando un pensamiento me golpea.

—Estos son espejos de un solo lado, ¿no?

—Sí.

Había un espejo en la habitación en la que me quedaba. Dos veces


escuché un golpe al otro lado. Dos veces la superficie vibró.

—Me observaste. —El horror se desangra en ira.

Parece divertido.

—Cuando quería verte, te visitaba. —La luz brilla en sus ojos


oscuros—. No te vi desde detrás del cristal.

Busco su rostro, buscando la mentira en sus palabras. Solo veo


honestidad. Le creo, y sin embargo...
—¿Quién más tiene acceso a estos pasillos?

—Nadie. Solo yo voy y vengo a través de ellos.

Intento no pensar en el hecho de que Montes fue la única compañía


que mantuve mientras dormía.

—Bueno —le digo—, sabemos que al menos media docena de otros


hombres saben de este lugar.

—Sabían —corrige—. Creo que te hiciste cargo de esa situación.

Es un recordatorio no deseado. Ahora tengo sus rostros para


agregar a los fantasmas que me persiguen.

—Alguien más ha regresado aquí. Los escuché mientras estaba en


mi habitación.

Montes me mira con el ceño fruncido. Busca en mi rostro. Debe ver


que no estoy mintiendo porque frunce el ceño.

—Voy a revisarlo.

Aprecio esto sobre el rey. Toma mis preocupaciones en serio.

Caminamos un rato, el pasadizo se tuerce cada vez que se desplaza


por las habitaciones. El corredor se ensancha cuando llegamos a un
conjunto de gruesas puertas dobles.

El rey se aleja de mí para escanear su pulgar una vez más. Oigo el


clic del pestillo cuando se desbloquea, y luego Montes abre una de las
puertas.

Mis primeros nervios regresan cuando miro hacia la enorme


escalera de mármol que desciende lejos de mí y las gigantescas torres que
sostienen el techo en lo alto. Viví bajo la tierra durante años cuando el
búnker era mi hogar. No debería tener reparos en entrar a esta
habitación. Pero mi sangre y mis huesos conocen este lugar y se apartan
de él.

Mi curiosidad anula la superstición. Tomo los escalones uno a la


vez. Mi mirada se mueve hacia el techo abovedado que se eleva en lo alto.
Incrustados en él, aparentemente al azar hay tejas de color índigo y oro.
Nuestros colores.

El patrón de los azulejos no es aleatorio, me doy cuenta después


de un momento. El fresco se ha hecho para reflejar el cielo nocturno, y
cada baldosa de oro representa una estrella, cada agrupación es una
constelación.

La vista me hace apretar los labios. Él me dio el cielo.

Las columnas que se elevan a mí alrededor parecen aún más


grandes cuanto más desciendo. Se ven luminiscentes bajo el tenue brillo
de las luces.

Puedo sentir al rey observándome, este hombre que me atendió


mientras estaba aquí abajo. Aquí podría controlarme, aquí podría
tenerme para sí mismo. Aquí podría ser lo que él necesitaba, y yo no tenía
el albedrío para desafiarlo.

Miro de nuevo hacia él.

Esos ojos suyos son cautelosos, como si yo fuera el peligro.

Regreso mi atención a la habitación cuando llego al pie de las


escaleras. Tomo más elementos de mármol y azulejos. Una pequeña
piscina capta mi atención. Brilla bajo la luz de este lugar.

Y luego mis ojos caen sobre el Durmiente.

Solo que, no parece un Durmiente. Parece un sarcófago, algo rico


donde las personas solían ser enterradas mucho antes de mi tiempo o del
rey. Forrado en oro, intrincados diseños florales lo cubren. Un banco de
mármol descansa ante él, presumiblemente donde se sentaba el rey
cuando lo visitaba.

Me siento atraído hacia ella, tanto horrorizada como hipnotizada.

El lugar es una oda para mí, para nosotros. Incluso el estanque de


agua y la forma en que baila a lo largo de las paredes me recuerda la
primera vez que Montes me abrazó.

Montes hizo todo esto por mí. Mi mirada recorre nuestro opulento
entorno.

No, no para mí. Todo esto es demasiado grandioso. Él hizo esto


para sí mismo.

—Es un templo —le digo. Un templo hecho para honrarme.

Pero este lugar no me hace honor, y no merezco ninguno. Soy un


soldado, un asesino, una reina cautiva. Pero no un dios.

Sus zapatos comienzan a chasquear mientras camina por las


escaleras, el ruido hace eco en toda la cámara.
—¿Estás asustada? —pregunta.

No me molesto en contestar.

En cambio, extiendo una mano y la corro por la superficie del


Durmiente. Aquí es donde me quedé en un estado de estancamiento
durante toda mi vida, años apilados uno encima del otro. Las personas
nacieron de la tierra y regresaron a ella, y aun así permanecí.

Las pisadas de Montes se acercan, y estoy muy consciente de él.


Mis músculos se tensan cuando se detiene a solo un par de pies de
distancia.

—Dime algo que haga esto mejor —le digo.

—Te amo.

Ahora me giro para encararlo.

Me arrepiento de inmediato.

Los ojos de Montes se ablandan.

¿Alguna vez me acostumbraré a ese rostro con esa expresión


cuando me mira? Tus pesadillas no deben hacerte sentir apreciada.

Sus ojos se elevan por encima de mí a la habitación más allá.

—Esta es la evidencia de mi amor. Sé que lo encuentras terrible,


posiblemente incluso poco ético, pero nunca lo vi de esa manera.

Lo que es peor que no entender al rey es comprenderlo. Cada vez


que lo hago, le perdono un poco más.

Sus ojos vuelven a mí.

—Hemos estado aquí el tiempo suficiente. Ven, mi viciosa esposa,


hay mucho que hacer.

Y juntos volvemos a la tierra de los vivos.


Capítulo 20

Traducido por Taywong

SERENITY

A LA MAÑANA siguiente estoy en una oficina, tres de los oficiales del rey
rodeándome.

Montes me deja en la entrada de la habitación, dando a la puerta


una mirada de despedida.

—La gente con la que tienes que hablar está dentro —dijo
misteriosamente. Y luego, sin explicar, se alejó.

Miré su forma retirándose, preguntándome si de alguna manera


era una trampa.

Pero ahora que me siento con lo más cercano que tiene el rey a
consejeros en los delicados sofás de la habitación, tengo la impresión de
que la única trampa que se está haciendo es con mis arcaicas nociones
del rey.

Porque, por lo que parece, me ha preparado para llevar a cabo mi


estrategia de guerra.

Los tres individuos que me rodean deben haber sido soldados en


algún momento. Eso es lo único que puede explicar el fuerte brillo en sus
ojos y el fuerte conjunto de sus hombros. Y ahora esperan a que les exija
algo.

Me siento en el sofá, con los brazos apoyados en las piernas y las


manos entre ellas.
—Necesito idear un plan para reunirme con nuestros enemigos,
nuestros aliados, y cualquier otra persona en el medio con la que
consideren importante hablar —digo, entrando directo a los negocios.

Frente a mí, uno de los agentes saca un archivo del maletín que
ella carga y lo deja caer sobre la mesa de café que descansa entre
nosotros.

—Ya hemos preparado una lista de líderes con los que querrá
hablar —dice, tocando la carpeta—. También hemos incluido un
programa tentativo de reuniones que se pueden organizar
inmediatamente con su aprobación.

—Podemos traer en avión a algunos de estos individuos antes del


final de la semana, pero habrá algunos que tendrá que visitar usted
misma.

Levanto la carpeta y empiezo a hojearla. Es vertiginoso, la cantidad


de información que hay dentro. Horarios, nombres, títulos. La mayoría
de ellos no significan nada para mí.

He tenido cien años para perder todo el marco de referencia.

Pongo el archivo a mi lado. En la mayoría de los casos, soy


totalmente inadecuada para esta posición. Tengo un siglo de historia
política complicada que necesito poner al día, un siglo de conocimientos
que mis aliados y mis enemigos ya conocen. La ignorancia es una gran
herramienta para ser explotada.

Mi mandíbula se endurece. Ya he sido explotada lo suficiente para


una vida.

Así que empiezo a buscar uno de los pocos nombres que conozco.
Cuando he hojeado todo el archivo y no lo veo, dejo la carpeta a un lado.

—¿Qué hay de los Primeros Hombres Libres?

—¿Qué pasa con ellos? —pregunta uno de los oficiales masculinos.

Encuentro sus ojos.

—¿Por qué no están en la lista de los grupos con los que voy a
hablar?

—Con el debido respeto Su Majestad, este fue el grupo que irrumpió


en este mismo palacio y le robó. El rey ha emitido una orden de muerte
MALV, mata a la vista, por su líder.
Montes no ha perdido hasta la última parte de su depravación
después de todo.

Me inclino hacia adelante.

—Los Primeros Hombres Libres fueron lo suficientemente


poderosos como para encontrar el lugar de descanso de una mujer que
se creía muerta. Y eran lo suficientemente poderosos para sacarla de
contrabando del palacio del rey.

Los tres oficiales están callados, y estoy segura de que saben cuáles
son mis intenciones.

—Hagan una video-llamada con su líder. Quiero hablar con él o ella


lo antes posible.

—Su Majestad, Styx Garcia está escondido —dice la agente


femenina—. No hay garantía de que podamos comunicarnos con él. E
incluso si lo hacemos, no hay garantía de que accederá a la llamada.

Soy la reina de cien años que casi captura, la mujer que mató a
seis de sus hombres.

La miro a los ojos.

—Aceptará la llamada.

A STYX LE toma cinco horas estar de acuerdo con la llamada.

A las 2:00 a.m. de esta tarde —mañana, técnicamente— estaré al


teléfono con el hombre que falló en secuestrarme.

Consideré decírselo al rey tan pronto como se confirmara la


llamada. Montes es quizás el estratega más despiadado que conozco, y
no puedo evitar querer pedirle consejo a su cerebro.

La parte mezquina de mí también quiere que sepa que he desafiado


abiertamente sus órdenes al arreglar esto.

Pero, al final, decidí no hacerlo.

Alguien más probablemente se lo dirá, y pronto, pero no seré yo.

Me quedo en la cama durante mucho tiempo, con los ojos abiertos.


El brazo de Montes está envuelto alrededor de mi sección media, mi
espalda apretada contra su frente. Me sostiene como si nada menos que
otro apocalipsis nos apartara. Es a la vez reconfortante y confuso. No sé
cómo lidiar con todas estas emociones conflictivas que siento.

Espero hasta que su brazo se deslice alrededor de mi cintura y se


voltee antes de que yo salga de la cama.

Me visto en silencio, y luego, muy suavemente, salgo de la


habitación. Incluso hacer esto es un riesgo. Montes solía tener el hábito
de despertarse en medio de la noche. Todavía podría hacerlo.

Espero que sus hábitos de sueño hayan cambiado desde que nos
separamos.

Me dirijo a través de los pasillos vacíos del palacio, hacia la oficina


que me fue entregada.

Enciendo las luces y me siento detrás de mi escritorio. Comienzo a


hojear algunos de los documentos que solicité sobre los Primeros
Hombres Libres. No hay mucho sobre ellos. Me hace pensar que son aún
más poderosos de lo que todos creen.

Su líder es Styx Garcia, un veterano de combate de treinta y seis


años que luchó por Oeste antes de ser dado de baja honorablemente. Una
foto suya está pegada a los documentos.

Lo saco y frunzo el ceño. Sería guapo, excepto porque su rostro es


un mosaico de cicatrices. Le cortan las cejas y las mejillas, se arrastran
por la nariz y clavan sus garras hacia arriba a lo largo del borde de la
mandíbula.

La vista de todo ese tejido moteado me hace tocar mi propia cicatriz.

Y en medio de todo esto, tiene un par de ojos oscuros y sin alma.


Como los del rey.

Dejo la foto a un lado y leo su biografía en el archivo. Al igual que


yo, nació y creció en el territorio septentrional de las Naciones
Occidentales Unidas. Pasó más de diez años en servicio activo; mucho,
mucho más tiempo que yo.

En algún momento después de eso, aunque el documento no dice


exactamente cuándo, estableció los Primeros Hombres Libres. Lo ha
estado construyendo desde entonces.

Cierro la carpeta. Todo indica que este hombre tiene tanta sed de
poder como todos los demás hombres corruptos que he conocido a lo
largo de esta guerra. Lo que no entiendo es por qué Oeste trabajaría con
él.

En algún lugar dentro del palacio, un reloj de pie toca dos veces,
mi señal para salir de mi oficina.

Mis pisadas resuenan por todas las salas cavernosas. Este lugar
me hace sentir mal. Hay un hueco en los pasillos que solo exagera lo
vacío que está el lugar, y, sin embargo, juro que puedo sentir el peso de
ojos invisibles sobre mí mientras me dirijo al estudio del rey.

Su habitación es una de las pocas del palacio que tiene absoluta


privacidad, o eso me dijeron. Lo veremos muy pronto.

El rey tenía razón ayer. Le estoy ocultando algo más, algo contra lo
que se rebelaría si lo supiera.

Cuando llego a la puerta de su oficina, presiono mi pulgar contra


el escáner de huellas dactilares. Parpadea en verde como si supiera que
lo haría, entonces estoy dentro.

Me deslizo detrás del escritorio del rey y saco el conjunto de


instrucciones para configurar una video-llamada desde uno de los
ordenadores reales. Lleva cinco minutos ejecutarlo, y luego marco el
número que me dieron los hombres de Styx.

Casi inmediatamente se inicia la llamada.

El monitor grande frente a mí parpadea, y luego estoy mirando a


Styx Garcia en persona.

Aprecio a este hombre con los ojos entrecerrados. Tiene incluso


más cicatrices de las que deja ver su foto, ninguna tan horrible como la
que tiene abierta una de sus fosas nasales.

Es un hombre muy peligroso. Hace que mi decisión de escapar de


sus hombres sea mucho más sabia.

—Su Majestad —dice, inclinando su cabeza—. Es un honor.

Asiento en respuesta.

—Styx.

Me mira fijamente mientras se endereza. Su fascinación es clara. Y


en su rostro, es una mirada inquietante.

—Tus hombres me despertaron —digo. Es tan buena para empezar


una conversación como cualquier otra.
Inclina su cabeza.

Mi mirada se mueve detrás de él, hacia una habitación de cemento


oscura y poco iluminada.

—¿Cómo me encontraste? —pregunto.

Sus ojos son demasiado brillantes.

—Con dificultad.

Mis labios se aprietan.

—Son las dos de la mañana aquí. Quiero ir a la cama. Por favor,


dame una respuesta directa.

Me muestra una sonrisa claramente inquietante. Mi dedo índice


tiembla.

—Tal vez si me visitas —dice—. Te lo diré en persona.

—Oh, por el amor de Dios —digo.

Esta conversación no llegará a ninguna parte si sigue respondiendo


así.

—¿Sabes que hay una recompensa por mi cabeza?—pregunta,


enderezándose en su asiento.

—Lo sé.

—Y aun así llamaste —dice.

—Y respondiste —respondo.

—¿Por qué no lo haría? —Sonríe agradablemente, la acción


contorsiona todas sus cicatrices faciales—. Eres la reina supuestamente
muerta que ha vuelto a la vida. Y de alguna manera te las arreglaste para
matar a media docena de mis mejores hombres cuando escapaste. —Su
mirada se mueve sutilmente. Puedo decir que está asimilando el cabello
que se derrama sobre mi hombro—. Estaba muy ansioso por hablar
contigo.

››Pero —continúa—, eso no explica por qué me estás llamando.—


Inclina la cabeza, el gesto casi burlándose—. Dime, ¿sabe el querido Rey
del Este que estás hablando conmigo?

Aprieto mi mandíbula. Styx es solo otro hombre al que le gusta


jugar con la gente.
—Háblame de tu conexión con Oeste —digo en su lugar.

Styx lanza las manos al aire.

—Ahí está —dice—. Oh, eres transparente. Quieres mi conexión


con Oeste.

—Sí, quiero. —No me molesto en negarlo.

—¿Por qué?

—Necesito hablar con los representantes —digo—. En privado.

Styx dobla sus manos sobre su pecho.

—No quieres que tu rey lo sepa —dice con tanta satisfacción—.


¿Qué te hace pensar que tengo autorización para hablar con los
representantes?

—Ibas a entregarme a ellos. Tus hombres mismos lo dijeron.

—Hmmm…—Me evalúa.

Se sienta hacia adelante de repente.

—Sabes, siempre creí… —Mira mi cicatriz con fascinación. Cuando


sus ojos encuentran los míos de nuevo, una cantidad antinatural de
fervor ha entrado en ellos—, una mujer como tú no puede ser asesinada
tan fácilmente.

—No tienes idea de quién soy —digo.

A pesar de que una pantalla e incontables millas nos separan, mi


mano está picando por mi arma. No me gusta cómo me mira.

Para ser justos, no me gusta la forma en que la mayoría de la gente


me mira, pero la forma en que Styx lo hace… en otra situación se habría
ganado una bala. Todavía podría, dependiendo de la forma en que se
desarrolle el futuro.

—Esperaba que fueras violenta, Serenity Freeman.

—Lazuli —corrijo.

—Pero ver cómo matas a mis hombres en segundos… —continúa


como si yo no hubiera hablado—. Eso, eso me sorprendió.

Cuando no reacciono, levanta las cejas.


—Te diste cuenta de que había alguien mirando al otro lado de la
cámara, ¿no?

Está haciendo las preguntas equivocadas y dando las respuestas


equivocadas a las mías. No sé qué esperaba de él, ni cuál sería la
respuesta correcta a mi llamada, pero no es ésta.

Quiere entenderme, me doy cuenta. Capturarme le habría


permitido todo el tiempo del mundo para eso, pero ahora está tratando
de compensarlo.

—Nunca planeé entregarte a ellos, a Oeste. —La mirada en su


rostro mientras dice eso… este hombre mejor que ande con cuidado, está
poniendo todo tipo de tendencias violentas en mí.

Se inclina hacia atrás en su asiento, observándome, sus ojos sin


parpadear.

—¿Así que, cómo te va? —pregunta.

Tengo un admirador enfermo, enfermo en Garcia. Asumí que se


enfadaría porque maté a sus hombres.

—Estoy bien. —Ese fue mi último intento de ser civilizada.


Entretener la versión de charla de este hombre es casi más de lo que
puedo soportar.

—¿Qué piensa tu marido de que estés despierta? —Un destello de


algo entra en sus ojos. Diría que eran celos, pero he visto esa emoción
tan raramente que dudo de mi propia intuición. Sin mencionar que no
conozco a este hombre. Estar celoso de una extraña que recibe atención
de su marido…

Hace que Montes parezca normal, y eso es una hazaña


impresionante.

—No somos amigos, Garcia —digo, con voz dura—. Eres el líder del
grupo terrorista que intentó capturarme. Guarda las preguntas
personales para los hombres que deben responderte.

Su mandíbula se aprieta, y su mirada se desplaza fuera de la


pantalla. Es la única persona que puedo ver en la habitación, pero
apuesto a que hay otras personas detrás de la cámara, personas que
acaban de escuchar a su líder ser despreciado por mí.

—¿Sabes cuánto dinero y recursos se dedicaron a encontrarte y


recuperarte? —sisea. Este es el primer vistazo que he tenido del
verdadero Styx Garcia—. No estarías despierta para sentarte aquí e
insultarme si no fuera por mí.

Lo último de mi paciencia se evapora.

Me inclino hacia adelante.

—Eres un tonto si crees que vas a recibir mi compasión o mi


gratitud. —Ya casi termino con este hombre—. Me secuestraste, maté a
tus hombres. No me arrepiento, e imagino que, si nuestros papeles fueran
al revés, un hombre como tú sentiría lo mismo. —Alguien que colecciona
cicatrices de la misma manera que Styx tiene gusto por la violencia.

››Ahora —digo—, podemos continuar con los desaires, o podemos


discutir cómo vamos a terminar esta guerra.

Eso lo hace enderezarse. Veo que el puño que descansa sobre su


escritorio se aprieta y luego lo libera.

Respiro profundamente.

—Quiero trabajar contigo, Garcia, pero lo que realmente necesito


es alguien que tenga una relación con Oeste. ¿Tienes eso dentro?

Dobla las manos y golpea con sus dos dedos contra su barbilla
mientras me estudia.

—Sí —dice finalmente.

—Necesito hablar con ellos. ¿Puedes ayudarme a coordinar eso?

Otra pausa. Luego:

—Sí, por un precio.


Capítulo 21

Traducido por NaomiiMora

SERENITY

HABLAMOS POR UNA hora. Desafortunadamente, incluso para cuando


termino la llamada, ese brillo enfermizo en los ojos de Garcia todavía no
ha disminuido.

Trabajar con él puede ser un error.

Apago todo y lo devuelvo donde lo encontré.

Me siento en la silla del rey y coloco mis manos sobre mis labios,
reflexionando sobre la situación que estoy creando para mí.

Me paso las manos por el pelo. Si el rey se entera de todo lo que


pretendo... bien podría cambiar de opinión y meterme de nuevo en ese
Durmiente. No le temo a eso casi tanto como temo que mi plan falle y el
mundo resienta las consecuencias de ello.

Me pongo de pie y empujo la silla.

Estoy a mitad de camino hacia la puerta cuando un pensamiento


me toma por sorpresa. Me detengo a la mitad del paso.

Lentamente, me giro. Mis ojos se posan en el gran marco dorado


que cuelga de la pared posterior del estudio del rey. Recuerdo algo que
me dijo Montes, algo sobre una segunda entrada a mi cripta.

Bien podría estar mirando esa segunda entrada ahora mismo.

Vacilante, me dirijo hacia la parte posterior de la habitación y toco


la costosa pintura. Mis dedos recorren las pinceladas antes de envolver
alrededor de los bordes del marco.
Le doy un tirón rápido, pero la fuerza adicional no es necesaria. Se
abre con facilidad.

Al igual que el otro cuadro, detrás de éste hay una puerta y un


escáner de huellas dactilares.

Esta es la segunda entrada a mi cripta, a la que llegaron los


Primeros Hombres Libres.

Por curiosidad, presiono mi pulgar en el escáner de huellas


dactilares. Ha funcionado una vez antes. Espero unos agonizantes
segundos, y luego...

Una luz verde parpadea, y la puerta silba mientras se abre, girando


hacia adentro.

El rey me autorizó a entrar en sus pasajes secretos. Lo que tiene


sentido; si el palacio está bajo fuego, esta podría ser nuestra mejor
oportunidad de escapar. El rey y yo ya hemos vivido un caso en el que
quedé excluida de tal pasaje.

Aun así, para darme acceso a áreas donde no puedo ser vigilada...
mi obsesivo esposo me ha sorprendido.

Me adentro, cerrando la puerta detrás de mí.

Miro hacia el corredor. El pasillo se extiende a ambos lados,


descendiendo hacia la oscuridad más allá de las luces activadas por el
movimiento. Empiezo a regresar a nuestra habitación.

Mis pasos flaquean cuando paso por el primer espejo


unidireccional. Es desconcertante pensar que el rey podría simplemente
quedarse aquí y ver a alguien ocuparse de sus asuntos sin que ellos se
enterasen. Entiendo sus motivos, pero sin embargo es inquietante e
invasivo.

Empiezo a moverme de nuevo, pasando por varias habitaciones


más, cada una oscura. Finalmente, paso por una habitación cuyas luces
aún están encendidas. Sin querer, me detengo y la examino. Lo que veo
me hace subir a la ventana.

Un arma descansa sobre la cama. Eso es lo suficientemente


llamativo para que le dé a esta habitación un segundo vistazo. Si solo
hubiera una forma de entrar. Podría usar un arma. Cualquier arma, de
verdad. No confío en Montes, ni en este lugar, ni en estas personas. No
es nada personal, bueno, exceptuando a Montes, por supuesto. Me
criaron para desconfiar de mi entorno.
Me obligo a alejarme de la ventana y reanudar la marcha. No puedo
sacudir mi inquietud. Es este lugar. La locura y la depravación del rey
están concentradas aquí. Está jugando con mi mente.

Mis ojos se desvían por el pasillo, hacia las luces que continúan en
la distancia.

Luces en la distancia... eso no está bien. La única vez que se


encienden es cuando se activan por el movimiento. Y luego me golpea.

Mierda.

No estoy sola.

ME DIRIJO HACIA la iluminación. Incluso si fuera del tipo de


esconderme, sería inútil. Las luces son convenientes migajas de pan para
que Montes o yo las sigamos.

Delante de mí, el pasillo está abandonado. Pero se desvía


bruscamente hacia la derecha, donde la luz parece continuar. Ahí es
donde estará el rey, si, por supuesto, está todavía en el pasillo.

Atravieso las puertas dobles que conducen a la cripta en la que me


encerraron, y tengo que armarme de valor contra el calor de la ira que
provoca. Mis zapatos chocan fuertemente contra la piedra. Montes debe
escucharme.

Una vez que doblo la esquina, veo una figura mirando hacia una
de las habitaciones, de espaldas a mí.

Me detengo en mi camino.

Su cabello es demasiado corto como para ser Montes.

El rey estaba equivocado. No es el único que puede acceder a estos


pasillos. Y ahora me enfrento a un extraño, desarmada.

Más allá del hombre, las luces del techo se apagan en la oscuridad.

—Serenity.

Un escalofrío me recorre la espalda.

Conozco esa voz. La reconocería en cualquier lugar.

Pero… es imposible. El hombre respiró por última vez hace cien


años.
La figura se voltea.

Mis ojos captan la constitución delgada, los ojos marrones, la piel


que está tan bronceada como la de Montes. El cabello oscuro que es más
corto de lo que recuerdo. Y finalmente, esa cara que tanto odiaba.

Mis oídos no me engañaron.

Marco, el amigo y consejero más viejo del rey, está vivo.


Capítulo 22

Traducido por Rimed

SERENITY

EL REY LO devolvió a la vida mientras me dejó abandonada.

La ira golpeando en mi interior se agudiza.

Mis manos se empuñan y comienzo a avanzar hacia él.

Sintiendo mis intenciones violentas, Marco levanta las manos en


defensa.

—Alto, alto, alto.

No dejo que eso me detenga. Tan pronto lo tengo al alcance, me


lanzo hacia él.

Me alcanza a medio camino antes de que pueda asestarle un golpe,


sujetando mis manos a mis costados.

Sacudo mis piernas contra él.

—¡Tú jodido asesino! ¿Por qué te dejó vivir?

Se fue la líder compuesta que he sido por la última hora. He vuelto


a ser una enojada y perdida chica.

—Detente. Serenity —dice Marco—. Por favor. Detente.

El solo escuchar la voz de ese imbécil… Me hace explotar en ira.

Lo que realmente necesito es un arma. Cualquier pistola…

Algo sobre el tono de voz de Marco me hace re-direccionar mis


pensamientos. Algo… no está bien.
Busco sus ojos. No me está mirando del modo en que solía hacerlo,
como si no fuera nada más que una espina en su costado.

Y el modo en que dijo mi nombre hace unos segundos… es


demasiado familiar.

—Déjame ir —digo.

—No si vas a golpearme de nuevo.

Lucho inútilmente contra él. Aún me está observando y está


provocando todo tipo de reacciones desagradables.

La peor cosa que pudo hacer el rey fue inmortalizarme. Estoy


descubriendo rápidamente que no reacciono bien a la atención y la
adoración.

Y eso es lo que veo en los ojos de Marco. Adoración.

No debería estar ahí. Nos odiamos el uno al otro y a diferencia del


rey, no hay nada más en nuestra relación que eso.

Marco ajusta su agarre sobre mí. Me tira más cerca, hasta que
nuestros pechos se rozan.

Levanto mi rodilla y él apenas si logra esquivarla.

—Jesús. Detente. —Me sacude un poco—. Serenity, no voy a


lastimarte.

Es casi risible que piense que yo sea la que está preocupada de ser
lastimada.

—Mataste a mi padre, bastardo. —Estoy temblando de ira.

Había sido justicia suficiente saber que Marco se había suicidado


con la misma mano y la misma arma con que había asesinado a mi padre.

Pero ahora que él obviamente había engañado a la muerte y vivido


mientras yo dormía… la ira vuelve a emerger.

—No soy el mismo hombre —dice Marco.

Esto nuevamente.

—¡Jódanse tú y Montes y todas sus malditas excusas! —escupo,


luchando contra las manos que me mantienen cautiva.
Estoy cansada de las malvadas e inmortales personas diciéndome
eso. Como si fueran psicópatas en rehabilitación. El tiempo puede
cambiar a una persona, pero no puede borrar su pasado.

—Siempre serás la persona que me quitó al primer hombre que


alguna vez amé.

Juró que veo en los ojos de Marco una mezcla de sorpresa y


devastación.

—Montes nunca me dijo que Marco hizo eso.

Retrocedo, una enferma combinación de confusión y molesta llena


mis venas.

Él continúa antes de que pueda decir algo en respuesta.

—Lo siento por ti y por tu padre, Serenity, pero no soy ese hombre.
Verás —dice cuidadosamente—, soy su clon.

LA REVELACIÓN ES suficiente para hacerme tomar una pausa.

—¿Eres un…?

Ni siquiera puedo decirlo.

En la época que dejé atrás, los clones eran cosas de ciencia ficción,
junto con los autos voladores y robots humanoides.

—Soy una copia de él —dice Marco—. Mismo ADN. No es distinto


que un par de gemelos, salvo por que nunca compartimos un vientre y
no nacimos al mismo tiempo, obviamente.

Dice todo esto de su existencia como si fuese algo normal.

—¿No eres Marco? —digo.

Aún no logro procesarlo.

—Soy Marco —dice—, solo que no el que conociste. Fui nombrado


en honor a él.

De repente, todas las piezas encajan. No había tecnología que


pudiese revivir el cerebro muerto del amigo del rey. Así que en su lugar,
Montes hizo una copia de Marco para mantener su compañía a lo largo
de los años.

Esa es la cosa más triste que haya escuchado.


Marco debe sentir que ya no soy una amenaza. Su agarre en mí se
suelta.

Me alejo de él.

Un clon. Aún estoy dando vuelta a la idea en mi mente.

Miro en todas direcciones excepto a Marco y es entonces cuando


recuerdo dónde estamos exactamente.

—Tú eras el que me estaba observando —digo al darme cuenta. Los


ruidos que había oído. Había estado en ropa interior en una de esas
instancias.

Mis manos se aprietan.

—Me viste —acuso, mi rostro se sonroja. Estoy lista para


estrangularlo, al pervertido.

Él no se molesta en negarlo.

—No estaba intentando verte desnuda.

Entrecierro mis ojos hacia él.

Esa voz. No puedo evitar odiarla. Reconozco que no es el mismo


hombre con el que me crucé hace años. Eso no cambia el hecho de que
todo sobre él me recuerda al dolor por el que me hizo pasar su gemelo.

—Solo quería verte y el rey me había prohibido hacerlo hasta que


te hubiese dado la noticia. Así que vine aquí —continúa—. Él no sabe que
puedo acceder a estos pasadizos.

—¿Por qué te ocultó de mí? —pregunto. Sigo enojada y más que un


poco asustada, pero también puedo sentir una ola de lástima. Lástima
por esta creatura que siempre vivirá a la sombra de su predecesor, y
lástima por un rey que debe crear sus propios amigos porque ningún ser
humano decente se volvería voluntaria y verdaderamente su compañero.

Marco mira mis manos, las que siguen empuñadas.

—Imagino que estaba intentando evitar que esto ocurriera.

La extrañeza de la situación comienza a desaparecer. Mido más allá


de los hombros de Marco.

—El cuarto del rey está al final de este corredor —dice Marco.

Regreso mi atención hacia él.


—Eso es lo que estabas buscando, ¿no? —añade—. Viniste desde
el estudio del rey.

No es bueno que él sepa eso. Todo el punto de estar en la oficina


de Montes era atraer tan pocas miradas como fuera posible. Y ahora
Marco estaba restregando esa pieza de información en mi rostro. Y no sé
si pretende chantajearme con ella, pero he tenido suficiente con los
hombres que intentan jugar conmigo.

Me inclino hacia adelante, dejando momentáneamente de lado mi


molesta por el rostro que lleva este hombre.

—No sé quién eres, pero te diré esto: Si me amenazas en cualquier


modo, lo lamentarás.

He asustado a mucha gente en mi época. Marco no parece ser ese


tipo de persona.

Inclina su cabeza.

—No le diré al rey que estuviste aquí si tú no le dices que yo lo


estuve.

Miro a Marco por un largo momento, entonces me doy la vuelta y


me voy.

—Te veré por ahí, Serenity —dice a mi espalda.

—Por tu bien —digo, sin molestarme en encararlo—, más te vale


que no.
Capítulo 23

Traducido por Yiany

SERENITY

PRESIONO SUAVEMENTE LA pintura enmarcada. Más allá, el dormitorio


del rey está oscuro. Tan silenciosamente como puedo, me deslizo por la
puerta y cierro la puerta y la pintura detrás de mí. Se cierran en silencio.

Cruzo la habitación de puntillas, quitándome la ropa mientras voy.

Sigue siendo extraño, dormir piel con piel con el rey. Lo disfruto,
para mi vergüenza. Demasiados años pasados sin contacto de ningún
tipo me han dejado hambrienta. Y Montes es demasiado listo para
proporcionar el contacto que deseo.

Retiro las sábanas y me meto en la cama.

Varios segundos después, el brazo del rey me cubre la cintura y


tira de mi espalda hacia su pecho.

—Soy rey por una razón —susurra en mi cabello.

Inmediatamente me pongo rígida en sus brazos. No suena


soñoliento. Ni siquiera un poquito. Me quita el pelo de la oreja, su toque
patentado.

—Te dejaré que tengas tus secretos —dice—, mientras me


sirvan. —Su mano roza mi brazo y luego se recuesta contra mi estómago.
Ociosamente, su pulgar comienza a frotar círculos en mi piel—. En el
momento en que ya no lo hagan, mi reina, acuerdo o no, te despojaré de
tu poder. —Su mano continúa bajando por el exterior de mi muslo—. Y
lo disfrutaré.

—¿Y cómo sabrás cuando mis secretos ya no te sirvan? —pregunto.


Me presiona aún más fuerte contra él, hasta que su cuerpo se
siente como una jaula y soy su prisionera.

Se queda callado por varios segundos, pero no porque no tenga


palabras. Está jugando conmigo otra vez. Puedo decirlo por la forma en
que todavía está acariciando mi piel con calma, aumentando la tensión
entre nosotros.

—No eres la única que tiene secretos, mi reina.

—¿Secretos como Marco?

El rey vuelve a guardar silencio, y ahora me da la impresión de que


no tiene palabras.

—¿Conociste a Marco? —Su tono cambia de amenaza a


conmocionado.

—Por desgracia —digo.

Me pone de espaldas para poder estudiarme. La luna es lo


suficientemente brillante como para proyectarlo en tonos de azul.

—Iba a decírtelo —dice.

—¿Así como me ibas a despertar del Durmiente? —digo, el


comentario mordaz.

Mueve un poco de mi cabello de mi cara.

—Sentí que era mejor esperar hasta que te hubieras adaptado. Ya


me odias lo suficiente como es. Se suponía que Marco se mantendría
distante.

—Bueno, Marco tiene sus propias ideas.

Ahora que ninguno de los dos está fingiendo estar dormido, Montes
me pasa el dedo por la nariz y los labios.

—¿Me pregunto qué le hizo mi reina viciosa?

Su mano encuentra la mía y frota su pulgar sobre mis nudillos.


Incluso en la penumbra de la habitación, puedo ver la sonrisa que rompe
cuando siente la piel costrosa.

—Estoy decepcionado, Serenity. Aquí esperaba que alguien más


pudiera probar tu ira por una vez.

—Pensé que lo habías devuelto a la vida —susurro.


Me mira fijamente durante mucho tiempo.

—Pensaste que lo había despertado y te había dejado dormida —


aclara.

En momentos como este, me pregunto seriamente si Montes fue


alguna vez humano. No es solo su vida lo que no es natural. Es la forma
en que ve a través de las personas.

—Y pensaste que me volvería loca cuando lo descubriera —digo.

—No lo estás —dice con comprensión.

—Lo estaba. Y luego Marco me lo explicó todo. —Ahora solo estoy


molesta.

El rey acaricia un beso a lo largo de mis nudillos.

—Tus reacciones siempre fueron tan refrescantes. Cómo lo he


olvidado. —Pone mi mano en su cara—. Cómo deseo recordar.

Ahora miro hacia otro lado. A pesar de que luchar contra este
magnetismo que tenemos es inútil, no entraré en silencio.

—Mírame, Serenity. —El tono de su voz es más bajo, más íntimo.


A regañadientes, lo hago.

Su mirada tiene un millón de cosas. Nunca fue uno que expresara


sus sentimientos, pero sus ojos rara vez mienten.

Deseo sin fin. Esperanza. Dolor. Amor. Lamento. Incredulidad. Veo


todo eso.

Podía resistirme a él cuando no tenía debilidades, cuando pensaba


que era pura maldad. Pero este Montes extraño, cansado del tiempo, que
ha vivido una existencia solitaria por vidas y vidas, no puedo pelear con
él. No puedo luchar contra esto. Nosotros.

—Te amo —dice.

—Montes —digo. Suena más como una súplica.

Se inclina sobre sus antebrazos, su piel desnuda se encuentra con


la mía.

—Te amo —repite—. Sé que eso te hace sentir incómoda. Me ha


hecho sentir incómodo por más tiempo del que quiero admitir. Pero ahora
he pasado cien años sin decir esas dos palabras, y casi he perdido a la
única persona a la que quiero decírselas. Así que solo vas a tener que
escucharlas.

Ahora está acariciando mi cabello, peinándolo con sus dedos.


Ahora todo lo que puedo ver de su cara son los cortes agudos de su
mandíbula y las sombras que acarician sus pómulos altos.

Es terrible y magnífico. Mi monstruo. Somos las dos personas más


solitarias del universo, pero nos tenemos el uno al otro.

—Dime que me amas —susurra.

Sacudo la cabeza.

—Nunca.

—Mentirosa —dice suavemente, con una pequeña sonrisa jugando


en sus labios.

—Hace mucho tiempo te dije que nunca me tendrías


completamente —digo.

Se acerca al lado de la cama y enciende una lámpara lateral.

—Y yo siempre te he dicho que eres mía —dice, volviendo su


atención hacia mí—. Cada parte de ti. Incluso tu amor.

Se inclina, y creo que me va a besar. En su lugar, murmura:

—Vamos a jugar un pequeño juego.

Sus labios rozan mi mandíbula.

—Te haré una pregunta y la responderás con sinceridad o me


tocarás donde te diga.

Es una versión del juego de beber que solíamos jugar. Sólo que éste
ha logrado incorporar nuestro trato en la mezcla.

—No quiero jugar ninguno de tus juegos.

Se desplaza contra mí, y lo siento hasta mi núcleo. El bastardo sabe


lo que está haciendo.

—Muy mal —dice.

Exhalo.

—Realmente te hice enojar hoy, ¿verdad? —No puedo evitar que la


satisfacción se desarrolle con ese pensamiento.
—Me atrapaste con la guardia baja —corrige—. Y me alegro por
ello. Mi esposa debería ser mi igual. Pero ahora, lo pagarás.

—El rey y sus juegos —murmuro.

—¿Me amas?

No pierde el tiempo buceando.

Levanto la barbilla.

—Paso.

Sonríe, sus dientes blancos llamativos en la tenue luz.

—Bésame.

Lo miro por un momento, y luego, gentilmente, bajo su cabeza y


rozo mis labios contra los suyos. Se acaba antes de que incluso haya
comenzado. No es que esté tratando de salir de nada. Sé cómo termina
esto.

—¿Cuándo fue la primera vez que sentiste algo más que odio por
mí? —pregunta.

Es mi turno de jugar con su pelo. Froto un mechón descarriado


entre mis dedos. Montes inconscientemente se apoya en el toque.

—Esa noche que me trajiste a la casa de la piscina —le digo.

—Recuerdo eso —dice, mirándome con cariño.

Su memoria ha envejecido cien años. ¿Alguna vez dejará de


sorprenderme?

—Me saltaste el turno —le digo.

—Esta noche no puedes hacer preguntas —dice.

Frunzo el ceño, hundiendo mi mano más profundamente en su


cabello.

—¿Está mal que quiera saber en quién te has convertido? —


pregunto.

Estoy mejorando en manipular palabras a mi voluntad. Es en lo


que mi padre era tan bueno. En lo qué Montes es tan bueno. Y era casi
inevitable que recogiera este hábito.

Está callado, pero entonces:


—Para siempre es mucho tiempo para pasar solo.

Es terrible, aterrador, monstruoso y tan malo que merece algo y,


sin embargo...

Y sin embargo, mi corazón roto sangra por él. Tengo el impulso más
extraño de pasar mi mano por su espalda y consolarlo, ya que ninguno
de nosotros ha sido consolado en mucho, mucho tiempo.

—Esa es la última pregunta que puedes hacer —dice en voz baja.

No peleo con él. Su pasado suena como un lugar oscuro, uno en el


que no quiere detenerse. Lo sé todo sobre recuerdos terribles; no lo
obligaré a divulgar los suyos.

—¿Me amas? —pregunta, devolviéndome al presente.

Mis cejas se fruncen.

—Ya he respondido a esta pregunta.

—Y estoy preguntando de nuevo.

Realmente no debería sentirme mal por él. Está a la altura de sus


trucos habituales.

—Paso —digo.

Otra sonrisa triunfante.

—Tócame.

Pongo mi mano en la unión entre su mandíbula y su cuello. Mis


pulgares acarician la piel áspera de su mejilla.

—Más abajo —dice bruscamente.

Mi toque se mueve por la columna de su garganta hasta que


descansa sobre su corazón. Mi corazón. El que robó hace tantos años y
ahora tiene cautivo. Puedo oírlo latir. Mucho después de que muera,
seguirá latiendo en su pecho.

Sus fosas nasales se abren cuando una emoción lo invade.

—Más abajo.

Siento que mis mejillas se calientan. Sé lo que quiere. Paso mi


mano por su pecho, sobre las crestas de sus abdominales, y envuelvo mi
mano alrededor de él.
Esto es tan lascivo.

—¿Feliz? —pregunto, levantando mis cejas.

—Lo seré —dice.

Lo libero.

—Próxima pregunta.

Puedo decir que lo estoy divirtiendo. No es una característica suya,


sino todas ellas... el giro irónico de sus labios, el brillo de sus ojos, la
forma en que sus manos se hunden más profundamente en mi carne.

—¿Cuál es tu cosa favorita de mí?

Busco su cara.

—Siempre se trata de ti, ¿no es así? —No me molesto en añadir


ninguna picadura a mis palabras. No estoy tratando de herirlo. Pero me
he comprometido a revelar todas las verdades difíciles que Montes
necesita escuchar.

—Cumples con la mayoría de tus amenazas —lanzo.

Sacude la cabeza, sus ojos brillan.

—Sé que es un hecho que te gustan ciertas partes de mi anatomía


más que mi cumplimiento. Pero voy a dejar pasar eso.

Qué magnánimo.

—¿Me amas? —pregunta.

Le doy una mirada dura.

—No me vas a cansar en esto, Montes. Paso.

Su pelo me hace cosquillas mientras sus labios rozan la piel de mi


mejilla.

—Tócate.

—Montes. —Una cosa es intimar con el rey. Otra cosa muy distinta
es hacer esto delante de él.

—Podemos detenernos —dice—. Mañana por la mañana, cuando


asistamos a la reunión con mis oficiales, puedes informarles que ya no
estás dispuesta a cumplir con tu papel en nuestros esfuerzos de guerra.
No te detendré. Quiero que mi reina esté a salvo por encima de todo.
Me está molestando, pero en este punto no puedo decir si quiere
que disuelva todos mis planes o que continúe haciendo cosas por él que
me hacen sentir incómoda.

Sabiendo lo retorcido que es, diría que está feliz con cualquiera de
los resultados.

Lo fulmino con la mirada y alcanzo entre nosotros, colocando mi


mano entre mis muslos.

Arranca su mirada de mí y sus ojos se hunden. Escucho su


respiración agitada.

Un momento después saca una de sus manos de mi cabello y la


usa para cubrir la mía. Envolviendo sus dedos alrededor de los míos,
comienza a mover mi mano arriba y abajo, arriba y abajo.

Ahora es mi aliento el que está aumentando; estoy inhalando y


exhalando con entrecortadas jadeos.

Montes mira cómo me trabaja. Todo es vergonzoso y excitante a la


vez. Si solo pudiera tener una emoción sin complicaciones hacia este
hombre. Todo lo que hace, todo lo que hacemos, está lleno de
complejidades.

Su mirada vuelve a la mía.

—¿No te estás divirtiendo?

—Diversión —digo, con voz entrecortada—, no es una palabra que


usaría para describir tus juegos.

Se inclina cerca, sumergiendo sus dedos y los míos en mi centro.

—Entonces no lo estás haciendo bien.

Montes se acomoda, de modo que está justo en mi entrada.

—Se acabó el juego, por ahora.

Toma mis labios entonces. El beso es áspero, casi abrasivo.


Mientras lo hace, se mete en mí. Estoy jadeando en su boca,
arqueándome hacia él.

Se ha ido la chica que odiaba al rey. Se ha ido el hombre que tomó


todo de ella. Cuando somos así, solo somos dos almas perdidas que se
unen.
Se mueve contra mí y lo miro fijamente. Levanto una mano y
acaricio su mejilla, tragando mientras lo hago.

—Hemos perdido un hijo.

No sé por qué lo digo. Tal vez me siento extrañamente vulnerable


con él. A pesar de todo lo que me ha hecho, este hombre se ha enterrado
en lo más profundo de mi corazón. Y hemos pasado por cosas juntos,
cosas que nos acercaron cuando deberían habernos desgarrado.

Cualquiera que sea el estado de ánimo que nos acompañó hace un


minuto, ha sido reemplazado por algo mucho más pesado.

—Haremos otro —dice.

Es un pensamiento tan encantador. Crear en lugar de destruir.


Que incluso nosotros seamos capaces de hacerlo.

Lo empujo más cerca. Se mueve gentilmente contra mí, sus golpes


lentos y tiernos. No hay duda de cómo se siente respecto a mí. Yo soyy
quién se detiene, rechazando rendirse plenamente. Y no quiero. Dios, no
lo hago.

Después que terminamos, el rey me acurruca contra él, nuestra


piel está húmeda de sudor. Coloca un suave beso detrás de mi oreja.

—Esta noche, ganaste mi reina.

No he ganado nada. Puedo ver que, incluso si me resisto, no hay


forma en que esto termine bien para mí.

Montes se mueve, empujándome cerca.

—Ahora —dice—, duerme.

Y lo hago.
Capítulo 24

Traducido por NaomiiMora

SERENITY

—SU ITINERARIO ESTÁ completo. —Los oficiales con los que me reuní
ayer están ahora discutiendo las conversaciones de paz que tendré con
los jefes de varios territorios del rey.

Ninguno de ellos ha abordado el tema de la llamada de la noche


anterior con Styx. Dudo que lo hagan.

Montes se sienta a mi lado en la sala de conferencias, su presencia


dominando el espacio.

Su pierna y brazo rozan el mío cuando se instala, y no puedo evitar


pensar que es deliberado. Que todo sobre él es deliberado. Y estos dos
toques casuales me recuerdan que este hombre monstruoso puede hacer
que mi corazón se agite incluso cuando su atención está enfocada en otra
parte.

El rey no necesita estar aquí, pero por supuesto que quiere estar.
Si puede micro-gestionar cada paso de este proceso, lo hará.

Agarro el documento que tengo delante, en un esfuerzo por


reenfocar mi energía y atención.

—La gira de la reina por Este comenzará la próxima semana —dice


uno de los oficiales.

Me recuesto en mi silla, hojeando el itinerario. Estamos


comenzando mi campaña por la paz en Este. Tengo que conquistar a mi
propia gente antes de que pueda considerar influir en la gente de Oeste.
A mi lado, Montes lee su copia y se pellizca el labio inferior. Una de
sus piernas comienza a agitarse. Tomo las sutiles insinuaciones de su
agitación como una buena señal.

—¿Cómo escogiste estos lugares? —pregunto.

—Su Majestad, seguimos sus solicitudes; estas son las ciudades


más grandes o las que tienen menos lealtad hacia Este.

La mayoría de los nombres de las ciudades los reconozco, pero


algunos son nuevos. Cuando tenga la oportunidad, encontraré
discretamente un mapa y me haré una idea de dónde están estos lugares.

El rey cierra su copia y la arroja sobre la mesa.

—No.

Todos lo miramos.

—La mitad de sus visitas programadas son en un país salvaje. Hace


mucho que establecimos que no podemos asegurar muchas de estas
ubicaciones.

—Sí —dice lentamente la mujer oficial—. La falta de presencia real


en esas regiones es parcialmente responsable de su lealtad fracturada.

—Estos son exactamente los lugares en donde quiero estar —digo.

El rey se pone de pie y se quita la chaqueta.

—No —repite.

—Sí —digo con la misma fuerza.

La vena en su sien palpita.

—Maldita sea, Serenity, no me pongas a prueba.

Me pongo de pie, mi silla rechinando mientras se desliza hacia


atrás.

—¿O qué?

—O te encerraré en una maldita habitación donde nadie puede


hacerte daño.

Doy un paso hacia él.

—¿Estás amenazando con ponerme de nuevo en el Durmiente? —


pregunto, mi voz baja.
Se estremece. Así que el bastardo tiene algo de remordimiento
después de todo.

—No voy a volver allí, Montes. Jamás.

—Ya dijiste eso antes, y luego regresaste al Durmiente. —Lo dice


como si yo eligiera regresar al ataúd. Como si no hubiera sido forzado a
hacerlo por su propia mano.

Doy un paso más cerca.

—Cómo te atreves. Considérate afortunado que estoy desarmada.

Antes de que la discusión pueda continuar, la puerta de la sala de


conferencias se abre y Marco entra.

Marco el clon. Mi piel todavía pica con el pensamiento.

Solo le toma unos pocos segundos registrar que llegó en un mal


momento.

Pone sus manos en alto.

—Por favor, no se detengan por mí.

Me vuelvo hacia el rey.

—¿Así que ahora que sé sobre Marco, puede unirse a nosotros?

—Es mi mano derecha. —Hacia Marco, el rey dice—: ¿Has visto el


itinerario?

—Lo he hecho —dice Marco, tomando asiento cerca de nosotros y


subiendo sus talones a la mesa.

Ese pequeño gesto hace que me guste solo un poquito más.

Montes cruza los brazos sobre su pecho, ensanchando su postura.

—¿Y?

Marco tamborilea sus dedos contra los reposabrazos.

—Y creo que es una buena idea.

Trato de no sonreír. Fallo.

El rey me lanza una mirada letal.

—No es seguro —dice, volviendo su atención a Marco.


—Actúas como si no estuvieras casado con la más peligrosa de
nosotros —dice Marco. Apunta su mentón hacia mí—. Se despertó en un
carro lleno de hombres armados. Cuando fue recuperada, todos estaban
muertos.

Aprecio que Marco me defienda. No tiene ninguna razón para


hacerlo. No he sido amable con él.

El rey frunce el ceño a su amigo.

—Montes —le digo— Déjame hacer esto.

Gira completamente su cuerpo hacia mí, y sus fosas nasales


estallan cuando trata de reprimir sus emociones. Cuando lo miro a los
ojos, todo lo que veo es agonía. Soy alguien a quien ama, alguien a quien
respeta, alguien que no puede soportar perder bajo ninguna
circunstancia.

Lo tomo todo y luego hago algo anormal.

Pongo una mano contra el costado de su cara, a plena vista de


Marco y los oficiales.

—Tenemos que terminar esta guerra —digo—. Tengo una buena


oportunidad de hacer eso, pero solo si me dejas intentarlo. No voy a
mantener nuestro trato sobre su cabeza, y no voy a forzar su mano. —
Todavía—. Te estoy pidiendo omo tu esposa y tu reina que permitas que
esto suceda.

Se ve conmovido, pero no estoy segura.

—Puede ser como era antes —digo en voz baja—. Gobernamos bien
juntos. Déjame hacer esto. No pasará nada malo.

Montes hace una mueca y luego cierra los ojos. Coloca su mano
sobre la mía, atrapándola contra su mejilla.

—Siempre supe que serías una buena reina —murmura.

Abre sus ojos.

—Bien. Lo aceptaré, siempre que haya seguridad extra.

Asiento, mi expresión pasiva. Pero no hay nada pasivo acerca de


cómo me siento. El rey no hace concesiones fácilmente, y por lo general
no me salgo con la mía sin amenazar a alguien.

Los dos estamos progresando.


—¿Serenity? —dice en voz baja—. Todavía necesitas trabajar en tus
mentiras. Tú y yo sabemos que con la diplomacia siempre pasa algo malo.
Capítulo 25

Traducido por Taywong

SERENITY

DESPUÉS DE LA reunión, el rey me lleva a los jardines del palacio.

Montes y sus jardines.

Las plantas que crecen aquí son muy diferentes a las de Ginebra y
a las de su otro palacio en el Reino Unido. Son más verdes, más
brillantes, más exóticas.

—¿Todavía tienes tu palacio en Inglaterra? —pregunto.

Montes me mira.

—Lo tengo. ¿Te gustaría volver en algún momento?

Qué pregunta tan absurda. Ese lugar era solo otro ejemplo de la
decadencia del rey, otro ejemplo de que yo era solo un pájaro de colores
brillantes en una jaula dorada.

Mi réplica está en la punta de la lengua. Solo… que encuentro que


no puedo decir las palabras. Ese terrible hogar del rey podría ser una de
las pocas cosas de este mundo que recuerdo. La gente necesita
familiaridad. Necesito sentir que no soy arrastrada por el mar.

—Tal vez —digo.

Miro a Montes mientras entrecierra los ojos ante el mar.

Su hermoso rostro se ve tanto más realzado por lo bien que lo


conozco. Sus palacios no son lo único con lo que estoy familiarizada.
Podría estirar la mano y tocar su rostro. Quiero hacerlo. Quiero
pasar mi dedo por los delicados pliegues de piel que pellizca cuando
entrecierra los ojos. Durante mucho tiempo he retenido mi afecto. Pensé
que era importante castigar al rey por ser el rey y a mí por quererlo.

Extiendo la mano y paso dos dedos a lo largo de la piel cerca de


uno de sus ojos, suavizando la piel arrugada.

Se gira ante mi toque. Puedo decir sin hablar que está sorprendido
y contento. Los dos dejamos de caminar.

Mis dedos se mueven hacia su boca. Trazo los bordes de sus labios.

—¿Qué pasó con toda tu maldad? —Incluso eso ha cambiado. Por


extraño que parezca, lo extraño.

Me da una mirada de qué-puedes-hacer-al-respecto.

—Me hice viejo.

—No luces viejo —le digo.

No lo hemos discutido, pero el rey debe estar tomando sus píldoras.


Se ve idéntico a como siempre lo he recordado.

Y no ha tratado de hacerme tomar ninguna; es solo una prueba


más de que no es tan malvado como solía ser.

Montes toca mi sien.

—Me hice viejo aquí. —Sus dedos se mueven hacia la piel sobre mi
corazón—. Y aquí.

Entiendo eso. La edad no es solo un número; también es cómo te


sientes.

Montes toma mi mano y la mete en su brazo. Cuando intento tirar


de él, se aferra a ella.

La vieja batalla de caballerosidad contra mi terquedad. Él gana esta


ronda.

Reanudamos la marcha.

—Le gustas a Marco —dice, pasando distraídamente su pulgar por


encima de mis nudillos.

No me molesto en esconder un escalofrío muy real.

—Eso es lamentable.
—Lo es.

Hay algo en la forma en que Montes dice esto que me hace echar
un vistazo. No puedo poner el dedo en ello...

—¿Qué piensas del futuro? —pregunta, cambiando el curso de mis


pensamientos.

—Es desorientador —digo—, aunque no tan diferente como imaginé


que sería. El mundo no parece haber hecho ningún progreso.

—La guerra hace eso —dice Montes—. Lo único que se vuelve más
impresionante son las nuevas formas de matarnos unos a otros.

Eso es más que un poco descorazonador oírlo.

—¿De qué manera ha empeorado el armamento? —pregunto.

—Mmm —reflexiona, mirando al horizonte—, te dejaré que lo


averigües por ti misma. Probablemente sea lo mejor para mí no tenerte
al tanto de todas las nuevas e ingeniosas formas en que puedes matarme.

Sonrío ante eso.

Estoy tan jodida. Estamos tan jodidos.

—¿Así que todavía piensas que podría matarte? —pregunto.

El rey se detiene de nuevo.

Este momento es demasiado. El sol cálido y brillante, las flores de


olor dulce, el sonido de las olas estrellándose. La forma en que el rey me
mira. Me estoy volviendo glotona.

—Esa es la belleza de estar contigo —dice—. Nunca lo sé del todo.

UNA SEMANA PASA borrosa mientras me preparo para mi gira por Este.
Una gira que comienza mañana, cuando partamos hacia Guiza, la
primera de las casi dos docenas de ciudades que visitaré.

La mayor parte de mi tiempo lo he pasada encerrado en reuniones.


Y cuando no estoy escuchando a otras personas hablar de asuntos
mundiales, me encierro para estudiarlos.

El rey, siendo quien es, ha decidido esconderse conmigo. Se ha


convertido en mi mentor personal.

Compadezco al mundo; bajo sus instrucciones, sin duda arderá.


—Así que hay trece representantes —digo, recostada en la silla de
mi oficina. Frente a mí hay fotos de una docena de hombres, cada uno
con su nombre bien escrito debajo.

—Correcto —dice Montes—, trece representantes, pero solo


conocemos las identidades de doce.

Montes se sienta en el escritorio, con las piernas abiertas y las


mangas de la camisa enrolladas. Después de estar aquí más de una
semana, he notado que alterna entre trajes militares y trajes. Hoy es el
día del traje.

Vuelvo a llevar la atención sobre el asunto que nos ocupa. Trece


representantes, pero solo doce identidades. Eso es más que un poco
extraño.

—¿Por qué no conocemos la identidad del decimotercer


representante?

Montes se adelanta y mete la mano debajo de mi asiento. Con un


esfuerzo sorprendentemente pequeño, arrastra mi silla hacia adelante
hasta que me siento entre sus piernas separadas.

Mis ojos están a la altura de su entrepierna.

—Forzarme a mirarte la polla no me va a ayudar a saber quiénes


son los representantes —digo.

—Siempre puedes sentarte sobre mi regazo —ofrece.

—Paso —digo distraídamente, mi mirada volviendo a las fotos. Me


pongo de pie para verlas más de cerca.

Mientras lo hago, los brazos de Montes rodean mi cintura. Ahora


estoy atrapada en su abrazo.

—Si me hubiera dado cuenta de lo divertida que era la diplomacia


—dice, con los labios rozando mi cabello—, la habría aceptado mucho
antes.

—No, no lo habrías hecho —murmuro, mi atención sigue fija en las


fotos. Las muevo, leo los diferentes nombres y trato de memorizar los
rostros que van con cada uno—. Eres un imbécil, y a los imbéciles no les
importa una mierda la paz.

Una de sus manos cae pesadamente sobre la mía, atrapándola en


el escritorio.
—¿Piensas que lo que he hecho es malo? —dice, su voz
mortalmente tranquila.

No tengo que mirarlo para saber que lo he ofendido.

—Te contaré una historia sobre lo que he visto en Oeste —dice—.


Chicas vendidas como esclavas, algunas menores de diez años. Esas
fueron por el precio más alto. Mujeres tomadas de sus familias, violadas
y vendidas y luego violadas un poco más.

Ahora tiene mi atención.

—No me culpes por dudar en forjar la paz entre mi tierra y la de


ellos —concluye.

Siento un músculo saltar en mi mejilla.

Busco en sus ojos.

—¿Es eso cierto? ¿Lo qué acabas de decir?

Frunce el ceño, sus ojos cayendo sobre mi boca.

—Lo es.

¿Mujeres y niños esclavizados? ¿Violados? Este no es el Oeste que


conocí. Esto es cada una de mis pesadillas hechas realidad.

—¿Por qué? —Sé que Montes puede ver el horror en mi rostro.

—Me has preguntado lo mismo —dice—. El poder puede tergiversar


a la gente.

Envuelve su mano alrededor de la mía y comienza a mover mis


dedos sobre las fotos.

—Gregory Mercer, Ara Istanbulian, Alan Lee, Jeremy Mansfield,


Tito Petros... —enumera los doce—. Cada uno tiene su propia marca de
maldad. Alan… —Montes mueve las manos sobre la foto de un hombre
de cabello oscuro y ojos brillantes—, coordina las desapariciones. Gente
de importancia que no quiere viva: a veces los mata directamente, a veces
los detiene para torturarlos y a veces los envía a campos de concentración
financiados por el Estado.

Un mechón de cabello cae en sus ojos mientras el rey habla.

—Jeremy… —Nuestras manos viajan a la foto de un hombre con la


piel pálida y manchada y la barbilla débil—, era la mente detrás del
desarrollo de estos campos de concentración. Toda esa radiación ha
llevado a la propagación de enfermedades y mutaciones genéticas.
Decidió que algunos ciudadanos de la NOU estaban demasiado enfermos
o antiestéticos para ser dejados entre la población regular, por lo que
fueron trasladados. Es un gran lugar para enviar a cualquiera que no se
ponga en la línea como debería. También incentiva a los individuos
violentos a unirse a las fuerzas armadas de Oeste. Si están apostados en
uno de estos campos, bueno, todo vale.

Estoy a punto de preguntarle por qué no ha tomado medidas antes.


Por qué un mal como este no ha sido erradicado. Pero antes de que
pueda, sigue adelante.

—Tito. —Nuestras manos siguen el rastro de un hombre que


reconozco, el político oriental que siempre me ha recordado a una morsa.
Era uno de los antiguos consejeros del rey—. Este hombre sabía
exactamente dónde estaban todos mis laboratorios de investigación, así
como mis puestos de avanzada y almacenes militares. La NOU los
bombardeó casi inmediatamente después de que te puse en el Durmiente.
Luego atacaron los hospitales de Este.

Puedo entender los bombardeos en puestos militares y almacenes.


Incluso puedo entender la destrucción de laboratorios.

Pero, ¿hospitales?

Oeste ha tirado por la ventana cualquier código de ética si están


atacando hospitales.

—Ronaldo —continúa el rey, moviendo de nuevo las manos—. Lo


recuerdas, ¿verdad?

Que Dios me ayude, lo recuerdo.

Érase una vez que lo salvé de la muerte solo para descubrir que era
el consejero que había autorizado las bombas atómicas lanzadas sobre la
NOU.

Asiento.

—Tan pronto como intercambió alianzas, volvió a sus viejos trucos.


Arrojó un puñado de bombas sobre las ciudades más grandes y exitosas
del Este. El daño fue tan desastroso que muchas de las ciudades no han
sido reconstruidas.

Su mano sigue adelante.


—Gregory sancionó el tráfico de humanos, y personalmente tiene
cerca de cien esclavos...

—Suficiente —digo, sacando mi mano de la del rey.

Me voy a enfermar. ¿Cómo se concentra el mal así?

Hospitales bombardeados, esclavitud, campos de concentración,


esto es espantoso incluso para mis estándares.

Más allá de mi horror está ese monstruo rugiente dentro de mí. El


que ama el sabor de la sangre y la venganza.

Ya puedo sentir que me duelen las manos por apretar cuellos y los
nudillos por partir piel. Tendré mi día, me lo prometo a mí misma.

Montes me voltea en sus brazos para que nos estemos mirando el


uno al otro.

—Me preguntaste por qué el decimotercer representante no se


presenta. La verdad es que no lo sé. Pero si tuviera que adivinar, diría
que es porque se esconde de sus enemigos o miente entre ellos.

Doy vueltas a eso.

—¿Cómo no te las has arreglado para matarlos todavía? —


pregunto. Eso es para lo que el rey era bueno, después de todo. Matanza.
Y tuvo tantas décadas para eliminar a estos hombres.

Montes juega distraídamente con un mechón de mi cabello.

—Si matas a uno, eligen a otro. —Alisa mi cabello de nuevo en su


sitio—. Esto no sería un problema si los trece representantes se
reunieran, podría eliminarlos a todos a la vez. Pero no lo hacen. Y si no
puedes matarlos simultáneamente, no vale la pena el esfuerzo.

Vuelvo a prestar atención a las fotos.

—¿Qué causaría que todos se reunieran? —reflexiono en voz alta,


mis dedos inclinando una de las imágenes para ver mejor al
representante.

Mi mano se detiene cuando me llega la respuesta.

Lentamente mis ojos vuelven al rey.

Ya lo sabe, lo sé. Lo digo de todos modos.

—Victoria.
Capítulo 26

Traducido por NaomiiMora

SERENITY

ESA NOCHE, LOS oficiales se reúnen en el gran comedor para una cena
de despedida. El ambiente se siente festivo, como si ya supieran que
lograré lo que me propuse hacer.

Yo no estoy tan segura.

Me recuesto en mi silla y toco el mantel de terciopelo. Está gastado.


No sé cuánto tiempo tarda en envejecer el material, pero creo que años,
quizás décadas, si está bien cuidado. Hace que me pregunte sobre el
vestido que usé cuando corrí tan descuidadamente al mar. Me hace
preguntarme sobre cada gran detalle del estilo de vida del rey.

He hecho muchas suposiciones, sobre Montes y todos los demás.


En el pasado, han sido fundadas, pero ya no sé si lo son o no.

Mis ojos se mueven sobre la mesa en la que me siento. Es redonda,


lo que significa que tengo una buena vista de todos. Y todos me están
mirando, aunque algunos son más discretos que otros. Hay energía en la
sala, y emoción, y sé que soy responsable de ello. La reina muerta vuelve
para terminar la guerra de una vez por todas.

Ellos creen en mí mucho más que yo.

No hay magia en esto. De hecho, lo más probable es que alguien


entierre un cuchillo en mi espalda antes de que esté a medio camino de
visitar los países. Eso es lo que le pasa a las personas poderosas y
peligrosas. Llevan vidas muy cortas.

Un brazo pesado me roza la espalda. Echo un vistazo primero a la


mano que cubre mi respaldo, y luego a su dueño.
Montes está hablando casualmente con Marco, que está sentado
en su otro lado.

La suave iluminación suaviza las características del rey. Encuentro


que contengo mi aliento cuando lo miro.

Deja la conversación para volverse hacia mí.

—Mi reina está callada —dice en voz baja para que solo yo
escuche—. Nunca es algo bueno.

—No tengo nada que decir.

Montes me contempla. Más allá de él, siento los ojos de Marco sobre
mí también.

El rey se levanta, con su silla raspando detrás de él. Estira una


mano hacia mí.

Inhalo bruscamente mientras observo la mano de Montes.

Soy una extraña para este mundo, este futuro en el que debo vivir.
No sé de qué hablar, porque no sé nada de este mundo. Y quiero salvarlo,
lo hago, pero no sé cómo ser parte de él.

Montes lo descubrió todo con una sola mirada, y me está dando


una salida.

La atención de toda la sala se centra en nosotros.

Tomo la mano del rey y me levanto.

Puedo irme. Montes está dispuesto a acortar esta cena. Puedo ver
tanto en su expresión. Pero no voy a huir de estas personas solo porque
encuentro este tipo de reuniones incómodas y me siento un poco perdida.

Así que en lugar de eso aprieto la mano del rey y luego me dirijo a
los oficiales sentados alrededor de la mesa.

—Mañana comenzamos lo que esperamos sea el final de esta


guerra. —Eso genera unos cuantos aplausos y un par de gritos de los
invitados a la cena.

Puedo sentir los ojos evaluadores del rey sobre mí; percibo su
curiosidad. Le gusta mi espontaneidad.

—Muchos de ustedes están acostumbrados a pelear —digo—. Sé


que yo lo estoy.
El rey aprieta la mano que aún sostiene.

—Pero no quiero pasar el resto de mis días viendo morir a jóvenes.

La claridad de la noche se agota en la habitación.

—Quiero verlos envejecer y engordar; quiero ver a hombres gordos


porque hay mucha comida para todos.

Varios oficiales asienten a eso. Al mirar sus rostros sombríos, me


doy cuenta de que esta es mi gente. Hace cien años no podía relacionarme
con los hombres y mujeres con los que se rodeaba el rey. Puedo hacerlo
con estos hombres y mujeres.

El cambio es posible.

Levanto mi copa de vino.

—Un brindis por la paz.

Me encuentro con la mirada hipnotizada del rey. Una pequeña


sonrisa se asoma por su rostro.

La gente levanta sus copas.

—¡Por la paz!

DESPUÉS DE LA cena, cuando las personas se trasladan a la habitación


contigua para beber y charlar, me escapo. Estoy segura de que mi salida
gana algo de atención. Una vez que hice mi brindis y me volví a sentar,
tuve más invitados interesados ansiosos por hablar conmigo de los que
podía manejar.

Es por esa misma razón que me voy temprano.

Al final del día, soy una cosa solitaria. No estoy segura si esto es el
resultado de una circunstancia, o si hubiera sido así si la guerra nunca
hubiera alterado mi vida.

Tan pronto como las puertas del comedor se cierran detrás de mí,
se silencian los tintineantes vasos y las conversaciones joviales.

Me dirijo a través del cavernoso palacio, mis pasos haciendo eco.


Paso por el masivo vestíbulo de entrada, con su larga entrada y sus
elevadas columnas, y sigo avanzando.
En los pasillos, todas esas mantas aún cubren la mayoría de las
pinturas reales. Es vagamente irritante. ¿Por qué poner una foto si solo
se va a cubrir?

No sé a dónde voy; no tengo ningún lugar en mente. Solo quiero


seguir moviéndome. Y cuanto más camino, más me doy cuenta de cuánto
están cubiertas las paredes.

Ya sea la curiosidad o la irritación que detiene mis pasos, no puedo


estar segura, pero me detengo frente a una sección de la pared
parcialmente cubierta por telas de terciopelo.

Me acerco, hacia la tela.

Solo parece una mala idea en el último segundo, cuando ya he


puesto el terciopelo en mi puño. Para entonces, la gravedad se ha hecho
cargo. La tela se desliza fuera del marco.

Un joven Marco me devuelve la mirada desde dentro del marco. Es


una foto formal, una en la que está posado rígidamente en un uniforme.
No puede tener más de catorce o quince años. Tiene un bigote tenue que
los chicos a esa edad tienen.

Doy un paso atrás. Es difícil mirar a Marco de niño. No asocio su


crueldad con esta versión de él.

Echo un vistazo por el pasillo y veo más de media docena de marcos


cubiertos de manera similar.

¿Seguramente no son todas las fotos de Marco? No es que lo


pusiera por delante del rey. Es obsesivo con su cariño.

Me muevo a otro marco cubierto y le quito la tela. Es otro de Marco,


este cuando es mayor. En este, él y el rey están juntos hombro con
hombro, riéndose de algo juntos.

Sigo adelante. Mis tacones chocan contra el piso mientras camino


por el pasillo.

Esta vez, cuando quito la cubierta de terciopelo, no estoy


preparada.

Lo que hay debajo me hace retroceder. La persona que estoy


mirando soy yo.

Solo que… no lo es.


No puede ser. Por un lado, estoy posando en un vestido
jodidamente grande. Golpearía a alguien antes de que me pusiera esa
cosa. Y lo habría recordado si lo hubiera usado. Quiero decir, la cosa es
prácticamente tan grande como un tanque.

Por otra cosa, mi cicatriz se ha ido.

Recorro varios pasos por el pasillo y quito otra tela.

Ahí estoy otra vez, esta vez como una joven adolescente. No puedo
ser mayor de trece o catorce años.

Y tampoco estoy sola en la foto.

Mi brazo está colgado alrededor del cuello de un niño igualmente


joven. Pero no cualquier chico. Uno clonado.

Marco.
Capítulo 27

Traducido por NaomiiMora

SERENITY

DOY UN PASO tembloroso hacia atrás.

Oh Dios, ¿qué es esto?

—Su nombre era Trinity.

Me asusto con la voz. Cuando me giro, Marco me está mirando. Sus


ojos se dirigen a la pared.

Mi pulso está en mis oídos. Puedo escuchar mi propia sangre


disparándose por mis venas.

Pongo una mano en mi sien.

—¿Estás diciendo…?

—No pudo soportar despertarte, así que te clonó —Marco termina


por mí.

Tardo varios segundos en procesar sus palabras.

—¿Montes me clonó… a mí? —La prueba está colgada en la pared,


pero no quiero creerlo.

Marco se acerca a la foto.

Mi pecho sube y baja cada vez más rápido.

—¿Por qué haría eso? —pregunto.


—Marco. Serenity. —Esa voz poderosa y sin edad. Ha borrado
ciudades, ordenado innumerables muertes, susurrado trivialidades
dulces en mi oído. Me ha engañado para amarlo.

Me pongo rígida cuando lo oigo.

Me clonó.

No toma mucho tiempo para que la conmoción se convierta en ira.

Me giro para enfrentarme al rey.

—¿Tú hiciste esto?

El rey camina hacia nosotros, sus ojos observando las fotos


enmarcadas.

El bastardo no me despertaría, pero si haría una copia de mí.

Retrocedo cuando me doy cuenta de que quiere eliminar la


distancia entre nosotros.

—Aléjate de mí —advierto.

—Marco, déjanos —dice mientras continúa avanzando.

Marco vacila, ganándose una ceja arqueada de Montes. Con un


último y largo vistazo a mí, la mano derecha del rey gira sobre su talón y
se va.

Montes entra en mi espacio personal, e incluso cuando levanto mi


brazo, no se detiene. En su lugar, me permite lanzar mi puñetazo, pero
solo para que pueda atrapar mi puño.

Gruño mi frustración, tratando de sacar mi mano de su agarre.

—Déjame ir, bastardo.

—No hasta que te explique.

Sigo tirando de mi brazo.

—Estoy cansada de tus explicaciones —le digo entre dientes.

Lo que no digo es que algo en mí está roto y sangrando. Algo que


ningún Durmiente puede curar. Aguanto un sollozo.

Cuando aun así no me suelta, llevo mi rodilla a su entrepierna. Se


quita del camino.
Ahora está enojado, sus rasgos tensos con su ira. Empuja mi
cuerpo contra la pared, su fuerza hace que los marcos se estremezcan.
Su mano está en mi garganta.

—Escúchame —gruñe.

—Vete. A. La. Mierda. —No quiero escuchar. Quiero bañarme en el


horror de este momento porque este es el Montes que recuerdo.

—Eso fue hace cuarenta años —dice como si pudiera leer mi mente.

—Y déjame adivinar —le digo—. Eres un hombre cambiado.

Su vena palpita.

Di justo en el clavo en la cabeza con eso.

—¿Dónde está ella ahora? —pregunto.

El rostro del rey se apaga.

Muerta.

Puedo leer mucho de él. Por mucho que vivió, ella ya no.

Escalofríos recorren mi piel. Es igualmente perturbador pensar que


mi clon vivió y murió mientras yo dormía. Y con toda la tecnología
antinatural del rey, no fue capaz de salvarla.

—¿Qué le hiciste? —digo.

Este psicópata.

Hace una mueca.

—No le hice nada, Serenity. ¿O no puedes darte cuenta de eso por


las fotos?

Cierro los ojos porque no puedo soportar mirar sus oscuros y


angustiados ojos. No quiero saber si la amaba. No encima de todo el
engaño y el dolor que me ha dado.

—¿Por qué no solo me despertaste? —pregunto. Mi corazón está


preparado para romperse. Realmente no conozco nada más que amor
destructivo. Así que puede decirme cualquier palabra bonita que piense
que me va a calmar, pero dudo que haya alguna para mejorar esto.

Me da un ligero apretón en el cuello.

—Nire bihotza, mírame.


Abro los ojos, no porque esté interesada en seguir sus demandas,
sino porque nunca me he escondido de verdades desagradables, y no
planeo comenzar ahora.

—¿No hemos establecido ya que fui un tonto por no despertarte?

—Siempre podemos establecer eso más —digo.

Montes sonríe, pero desaparece rápidamente.

—Hubo un tiempo en el que sentí que me había vuelto loco por la


soledad. El Durmiente todavía estaba reparando tu cuerpo en ese
momento, aunque debo admitir que para entonces tenía miedo de verte
de nuevo. Pero tenía más miedo aún de la posibilidad de que nunca
salieras del Durmiente, nunca curada. Así que cloné a las dos personas
que más extrañaba.

—Tú depravado hijo de puta.

Montes jugó a Dios, decidiendo quién vive y quién no.

Frunce el ceño, sus rasgos se endurecen con mis palabras, pero no


intenta defenderse más.

—¿Qué le pasó? —pregunto.

Se necesita mucho para no arremeter como un animal salvaje. Mi


naturaleza más baja quiere hacerlo. Pero en este punto, lanzar un
puñetazo como una niña no cambiará el pasado.

Respiro hondo.

—La mataron —dice Montes liberándome de mala gana.

—¿Cómo?

—Fue capturada de la misma manera que tú. Oeste planeaba


usarla como su títere.

—No era como tú, en absoluto. —Dice esta última parte en voz baja.

—La recapturamos. —Mira hacia otro lado y se frota los ojos—. Pero
el avión fue derribado.

Hay emoción real allí. Angustia real.

Toma una respiración profunda.


—Pensaron que la había clonado para terminar la guerra. —Montes
sacude la cabeza—. Es una buena teoría, pero tuve la verdadera todo el
tiempo.

Busco su cara.

—Te importaba. —Solo decir esas palabras es una bala en las


entrañas.

Su expresión no se altera, pero sí se intensifica.

—No podía soportar mirarla.

Se acerca y trata de tocar mi mejilla. Me alejo antes de que pueda


hacerlo. Sus dedos se enroscan en un puño.

—Sólo hubo una como tú —dice—. No quería nada más, no en


ningún sentido. Una vez que me di cuenta de eso, me mantuve tan lejos
de ella como pude. Sufrió por eso. Pero traté de cuidarla.

Un combo amargo de disgusto y alivio fluye a través de mí. Me doy


cuenta de que no quiero ser reemplazable, y es una daga en el corazón
saber que debió haberla creado con eso en mente. Y luego está el dolor
inesperado que surge cuando pienso en esta mujer que creó después de
mí, creada y luego abandonada. Todo lo que consiguió por eso fue la
muerte.

Debe verme retirándome porque parece desesperado por cerrar el


espacio entre nosotros.

Retrocedo, sacudiendo la cabeza.

—Arruinas todo, Montes. Todo.

Le doy la espalda y me alejo.

No puedo estar segura, pero juro que lo oigo susurrar:

—Eso es todo lo que sé hacer.


Capítulo 28

Traducido por Candy27

SERENITY

LONDRES SE HA ido, así como París, El Cairo, Delhi, Pekín. Sin parar la
lista sigue.

Hoy, en las horas previas a la marcha, me muestran las imágenes.


Lo poco que queda.

Estoy de pie en medio de la Gran Sala, docenas de hombres y


mujeres como mis testigos. No necesitan estar aquí; son viejas noticias
para ellos. Pero creo que quieren recordar, o intentar verlo todo con
nuevos ojos.

Veo la bomba que destroza la Torre Eiffel. Las vigas de acero que
se habían sostenido durante más de dos siglos ahora se doblan y
colapsan.

Las imágenes se cortan, solo para ser reemplazadas por el Burj


Khalifa, el edificio más alto del mundo. O al menos, lo era.

No quiero ver esto. No quiero ver los grandes logros del hombre
arrasadas en un instante porque alguien en algún lugar pensó que sería
una buena idea destruir el mundo.

Obligo a que mis pies se queden pegados al suelo. Debo a las


personas de Este y Oeste verlo.

—¿Ves ese destello? —Uno de los oficiales tiene un puntero laser


que apunta a una sección del fotograma tomado del cielo.

Una sección de luz brillante parpadea en el centro de ello. La


cámara capta brotes de luz similares que brillan a lo largo de las ventanas
del Burj Khalifa. Pero este… este no tiene ningún sentido en medio del
cielo abierto.

—Este fue una de las primeras veces en las que Oeste usó material
retro-reflectante para camuflar sus armas —dice el oficial.

No tengo la oportunidad de preguntar qué es el material retro-


reflectante antes de que un lado del rascacielos estalle en llamas, trozos
de ventanas y escombros se dispersan a los cuatro vientos. Penachos de
humo oscuro florecen inmediatamente.

El tiempo de rodaje transcurre, y el siguiente fotograma muestra el


edificio aún en llamas, rodeado de un halo oscuro de ceniza y polvo.
Vemos esto durante unos treinta segundos.

Y luego, por algún lugar en medio, el edificio empieza a caer.

No respiro mientras veo cómo el edificio más alto del mundo se


derrumba sobre sí mismo. Sucede en cuestión de segundos, una planta
tras otro tragada por la gravedad y humo lleno de escombros. En algún
momento en medio de todo esto, siento que una lágrima cae de mi ojo.
Es la bomba atómica de nuevo. Destrucción tan vasta y tan terrible que
mis huesos duelen por la humanidad.

Y luego se termina, y sé que en esos pocos segundos, miles y miles


de personas murieron. Puedo escuchar los gritos de los observadores a
través de los altavoces. Y aunque su lenguaje es diferente, y aunque
nunca puse un pie en su tierra y nunca caminé por la tierra durante su
tiempo, me duele por ellos.

De algún modo, todos somos iguales.

— Es suficiente —dice Montes.

La pantalla se apaga.

Siento a mi rey oscuro a mi espalda.

—¿Estás lista? —me pregunta.

Me giro y lo compruebo. Sus ojos no están revelando su estado de


ánimo. Pero debe sentirlo, esta ira ardiente que quema a la vista de tanta
carnicería.

Detrás de él los oficiales lucen expresiones sombrías.

Asiento con la cabeza a todos ellos.

—Vamos a terminar con esto.


EL AVIÓN EN el que subimos tiene todos los accesorios que recuerdo.
Asientos centrales lujosos, un dormitorio y una mesa de conferencias,
cada uno en una sección separada de la cabina.

Una docena de hombres suben con nosotros, uno de ellos Marco.


Llama mi atención y me da un pequeño saludo juguetón.

Entrecierro mis ojos en respuesta. Mejor que la intervención divina


golpee este avión. Es la única manera en la que Marco salga ileso.

—Sé amable —susurra Montes en mi oído.

—No soy agradable, mi rey —digo despectivamente.

—Bueno, vas a tener que aprender a serlo. Marco es mi mano


derecha.

—Puede acostumbrarse a mí. —Soy, después de todo, la reina. El


título tiene que tener algo bueno.

Montes le lanza al hombre en cuestión una mirada penetrante.

—Creo que está demasiado preparado para hacer eso —dice, con
los labios apretados.

Antes de poder responder, comienza a llevarme a la habitación de


atrás. Miro a Marco una vez más, y él nos mira, con los ojos llenos de
una emoción que no puedo ubicar.

—¿Qué estás haciendo? —digo, caminando de mala gana hacia la


pequeña habitación.

Tan pronto como ambos cruzamos el umbral, Montes cierra la


puerta.

—Conseguirte a solas.

Me tropiezo con la cama, y ahora creo que tengo una idea de dónde
está la mente del rey. Todavía puedo escuchar las conversaciones sordas
de los hombres de Montes a medida que se acomodan.

—Si crees que…

Me corta con un beso, sujetando mi cara mientras lo hace. Es largo


e interminable, y sé que está haciendo un punto, especialmente cuando
nos echa hacia atrás hasta que ambos nos derrumbamos contra el
colchón, y mi cuerpo está atrapado debajo de él.

Sólo entonces libera mi boca.

—No es por eso que te traje aquí, aunque me encantaría follarte


hasta perder el sentido…

—Montes. —Todavía estoy tan enfadada con él después de la noche


anterior. Besarme solo sirve para hacer que mi ira se caliente aún más.

—¿Confías en mí? —pregunta. Me tiene atrapada debajo de él.

¿Qué espera que responda?

—No, no con la mayoría de las cosas.

—¿Y debería confiar en ti? —pregunta, su cara a pocos centímetros


de la mía.

—No con la mayoría de las cosas —repito suavemente.

—¿Confías en que quiero mantenerte con vida? —pregunta.

Si hay algo de lo que puedo estar segura, es la obsesión de Montes


con mi vida.

—Sí.

—Bien —dice—. Vamos a lugares peligrosos, y habrá gente que te


querrá matar. Así que comprende mi preocupación. —No me libera. En
su lugar, entrelaza sus dedos con los míos—. No vas a ir desarmada.

Elevo mis cejas.

—¿Me darás un arma?

—¿Puedo confiar en que no me dispararás con eso?

—No. —Necesito un poco de práctica de tiro de todos modos.

Suspira, pero hay un brillo en sus ojos.

—Si me disparas, habrá severas consecuencias.

—Estoy temblando —digo, pero estoy emocionada. Me siento


desnuda caminando desarmada. Ser criada entre violencia me ha
enseñado a estar siempre preparada.
Montes me suelta y se levanta de la cama. Se dirige a un
compartimento superior. Abriéndolo, saca una caja. Escucho algo pesado
deslizarse dentro de ella.

Un arma.

Me pongo en pie, mis manos pican por tocar el metal pesado.

Se da vuelta, acunando la caja.

—No me hagas lamentar esto, Serenity.

Me encuentro con sus ojos.

—No lo harás. —Lo harás.

Cuando me entrega el envase ligero, me siento en el borde del


colchón y abro la tapa con cuidado.

Descansando en el interior no hay una pistola, sino dos, cada una


metida en una funda para el cinturón. Reconozco una de ellas
inmediatamente.

—Tiene más de cien años, Serenity. La cosa se atasca con bastante


frecuencia.

Paso mis dedos sobre el arma de mi padre. Así que no es confiable.


Pero Montes solo lo sabría si...

Cuando lo miro interrogativamente, me mira, con los brazos


cruzados.

—La disparé en muchas ocasiones —explica.

Cuando quería estar cerca de ti.

El rey omite mucho de lo que su corazón quiere decir, pero lo saco


de todos modos. Y es retorcido que esta arma, que ha acabado con
muchas vidas, sea un puente entre el rey y yo. Pero todo sobre nuestra
relación es retorcido, por lo que encaja.

—Las balas también se dejaron de producir.

Saco el arma y paso las manos sobre ella. Por lo que parece, ha
envejecido también como yo. Es decir, nada en absoluto.

Sin embargo, es una reliquia.

Igual que yo.


—Así que me das otra pistola —le digo, volviendo a enfundar mi
amada arma y alcanzando la otra.

—Todo su diseño es esencialmente el mismo que las armas con las


que estás familiarizada —dice el rey, cruzando las piernas por los tobillos
mientras se apoya contra la pared—. Y esas balas son las más comunes
en el mercado.

Así que puedo tener más en mis manos si nos encontramos en una
mala situación.

Me pongo el cinturón y las fundas sobre mis pantalones. Una vez


que todo está asegurado, miro a Montes.

—Gracias —le digo. Lo digo en serio, también.

Todavía estoy molesta e inquieta por mi gemela, pero por una vez,
voy a enterrar el pasado. Tengo mayores preocupaciones en el horizonte.

El rey me mira seriamente.

—No te mueras sobre mí.

—Tantas demandas —murmuro—. Estás en el camino de la


decepción, Montes.

—No me casé contigo porque eras una cosa bonita. Me casé contigo
porque eras una cosa malvada.

¿Eso fue un cumplido?

—Te casaste conmigo porque eres un bastardo.

—Sí… —Sonríe, aunque carece de alegría—, eso también.

SOLO TOMA UN par de horas volar desde el palacio costero del rey hasta
Guiza. Solo un par de horas, pero parece haber vidas de diferencias entre
la tierra que dejamos y a la que llegamos.

Guiza se encuentra a pocos kilómetros de El Cairo, una de las


ciudades que Oeste aparentemente destruyó. Pero a medida que
descendemos y los edificios aparecen a la vista, me doy cuenta de cuán
desgarrada y desolada es la propia Guiza. La mitad de los edificios se
encuentran en diferentes estados de abandono.
Cuando salgo del avión, el aire caliente y seco del desierto me
saluda, y lo que siento no es nada como lo que estoy acostumbrada. Me
encojo cuando una ráfaga de aire caliente sopla alrededor de mi cabello.

El rey se acerca a mí y me pone una mano en la espalda. Varios


hombres esperan para saludarnos en el suelo. De lo que he recogido,
estos hombres son los dignatarios del territorio, y serán nuestros guías
mientras estemos aquí.

Me miran y comienzan a inclinarse, con las manos juntas mientras


lo hacen, como si fuera la respuesta a su oración desesperada.

Montes ejerce presión sobre mi espalda baja, instándome a


avanzar. Clavo los tacones en su lugar.

—Están actuando como si fuera un dios —le digo. No puedo apartar


los ojos de la gente que está frente a nosotros.

—Eres una reina y un soldado rebelde, has estado muerta cien


años solo para aparecer viva. Para ellos bien podrías serlo. Ahora —
continúa, poniendo más presión en mi espalda—, necesitas encontrarte
con ellos y actuar como tal.

Cuando me acerco a ellos, uno a uno, agarran mi mano y besan


mis nudillos.

—Es un honor conocerla. —El hombre que habla tiene un fuerte


acento, pero su inglés es nítido y claro. El resultado es un discurso
rítmico.

—Me siento honrada de estar aquí —digo honestamente.

—¿Dónde está Akash? —pregunta Montes, mirando el grupo.

Por lo que leí, todos los territorios del rey tienen líderes regionales.
Guiza y sus alrededores son dirigidas por Akash Salem.

—Sus Majestades. —El hombre que habló por primera vez ahora
solloza, su sonrisa fácil desaparece—. En nuestro camino hacia aquí,
recibimos noticias preocupantes sobre Akash y su familia.

—¿Qué pasa con ellos? —pregunto.

Nadie parece querer ser quien dé la noticia. Eventualmente, sin


embargo, uno lo hace.

Toma una respiración profunda.

—Están desaparecidos.
Capítulo 29

Traducido por Candy27

EL REY

—¿CÓMO HA PODIDO pasar esto? —Camino de un lado a otro en una de


las habitaciones de la casa real en la que nos estamos quedando. Solo
hemos estado unas pocas horas y ya estoy deseando arrastrar a mi
esposa de vuelta a nuestro avión y de vuelta a mi palacio.

Si mis líderes regionales pueden ser tomados, entonces también


puede ser Serenity.

—Los sirvientes de Akash fueron asesinados y había señales de que


la entrada fue forzada —dice uno de mis hombres.

Mis ojos van a mi reina.

Está sentada en un sillón, con una expresión tormentosa. Ha


estado sentada allí pensativa desde que entramos en la habitación.

—Serenity —le digo, mi voz se suaviza.

Su mirada se posa en mí, volviendo de donde vagaba su mente.

—¿Están muertos? —pregunta.

Uno de los hombres detrás de mí sacude la cabeza.

—No lo sabemos, Su Majestad.

Me mira porque sabe que no voy a suavizar la situación.

—Si es Oeste, y seguramente lo es, serán torturados. Todos ellos.


Incluso los niños.
Se estremece ante eso. Enterrada bajo toda esa violencia, mi reina
es algo suave y justa.

—¿Cuántos años? —pregunta.

—Ocho y cinco —dice uno de los dignatarios.

Se levanta del sofá, y todo en ella parece pesado. El mal hace eso;
te pesa, te cansa. Lo sé todo acerca de eso.

Serenity saca la pistola de su padre de la funda, y todos se tensan


solo una fracción. La voltea en su mano.

—Qué fácil matamos —murmura. Pone el arma en la mesa del


centro de la habitación—. Nunca resuelve nuestros problemas.

Algo acerca de sus palabras y su voz hace que mis pelos se


levanten. Sólo recientemente, Serenity descubrió el arte de la
maquinación. Es un talento mío, uno al que me temo que le haya cogido
el gusto también.

—Los recuperaremos —jura a la habitación.

—Serenity —interrumpo.

Hay algunas promesas que no podemos hacer, y esa es una de


ellas.

—Los recuperaremos, Montes —reitera, con los ojos brillantes.

La miro fijamente. Podríamos recuperarlos, sí. Pero podrían no


estar vivos para entonces.

—Déjenos —les digo a los hombres.

Una vez que la habitación se despeja, me acerco a ella.

—No puedes salvarlos a todos —le digo.

Apoya sus nudillos contra la mesa y agacha la cabeza.

—Lo sé —dice en voz baja. Levanta la cabeza y veo la resolución en


sus ojos—. Pero les debo a tus súbditos, a nuestros súbditos, seguridad
por su lealtad.

Es casi demasiado, viéndola así. Podría ser la mejor decisión que


he tomado en mi vida.

—¿Cómo se filtraron nuestros planes? —pregunta.


—Ya lo sabes —le digo.

Incluso rodeado de hombres honestos, tengo traidores a mí


alrededor.

Presiona sus labios y quita su arma de la mesa, enfundándola a su


lado. Podría dudar al matarme, pero no lo hará cuando se trata de
nuestros enemigos.

—Si esto continúa — le digo—. Termino la campaña.

Sus ojos brillan.

—Montes…

Avanzo hacia ella lentamente, consciente de que cuando estoy así,


soy intimidante.

Incluso para ella.

Y ese es el punto. No me cuestionará sobre esto.

—Esta es tu oportunidad de paz —dice ella.

Sacudo la cabeza lentamente. He tenido cien años para idear


formas de terminar con la guerra. Sé que siente que hay prisa por salvar
al mundo, pero hemos sobrevivido eludiendo esa paz durante un siglo.

—No vale tu vida —le digo.

Solo el pensamiento hace que mis rodillas se debiliten. En


momentos como este, me arrepiento que no siga en el Durmiente, donde
puedo mantenerla a salvo. Perderla, realmente perderla, podría ser
perfectamente mi final.

Y luego dice algo que hace que mi sangre se cuaje.

—Pero sí vale mi vida, Montes. —Mira hacia la ventana del fondo—


. Lo hace.

SERENITY

ESTOY ESENCIALMENTE BAJO arresto domiciliario.

Un pequeño comentario es todo lo que se necesitó para que Montes


duplicara el número original de guardias, cerrara las puertas de la
mansión y asegurara el perímetro de la propiedad.
Todo para que nunca tenga la oportunidad de arriesgar mi vida. Ya
se está modificando nuestro itinerario para acomodar su paranoia.
Menos tiempo en cada ubicación, seguridad adicional en cada edificio en
el que nos encontraremos. Incluso ha conseguido tropas adicionales para
proteger los estadios en los que hablaré.

Apenas puedo hacer pis sin que alguien mire por encime de mi
hombro.

Cualquiera que piense que con el poder viene la libertad, está


equivocado. Soy una prisionera de ello, no importa que nunca haya
querido esto.

La luz del sol de la mañana entra en la habitación y juro que se ve


diferente aquí. Una parte de mi anhela quedarse en este lugar,
simplemente para ver todas las formas en las que brilla el sol.

Pero hay cosas que hacer, lealtades en las que influir.

Me siento en un sofá adornado en nuestra habitación, mis armas


y municiones se extienden a lo largo de la mesa de café. Aceite de pistola,
varillas de limpieza y trapos están esparcidos entre ellas. Estoy segura de
que soy una buena vista, vestida con el vestido y los tacones que me vi
obligada a usar, mi cara pintada y mi cabello peinado para el discurso de
hoy.

Limpiar mis armas es mi pequeño acto de rebeldía.

La puerta de la habitación se abre, y aunque no levanto la vista de


mi trabajo, sé que es el rey el que se acerca. Tal vez sea el sonido pesado
de sus pasos, o tal vez sea solo el poder de su presencia.

Lo oigo hacer una pausa.

—¿Debería arrepentirme de haberte dado esas armas? —pregunta.

Levanto una ceja, pero por lo demás lo ignoro.

Al rey narcisista no le gusta mucho eso. Se acerca y coloca una


mano sobre la mía y sobre el arma que sujeto.

—Mírame —ordena.

Bajo el arma y levanto la mirada.

—¿Qué?
Estrecha sus ojos. Antes de que pueda objetar, desliza su mano
sobre la mesa de café, tirando por un lado todos los objetos que había
puesto.

Maldigo mientras caen al suelo, comenzando a alcanzarlas.

Atrapa mi muñeca.

—No.

—En cien años no has logrado ser menos controlador —suelto.

—Los peligros de ser rey —responde, con voz dura.

Solo entonces me doy cuenta de que lleva su carona. Como la


última vez que la vi en él, se ve devastadoramente mortal.

Es entonces cuando me doy cuenta de que está sosteniendo otra.


Y no es cualquier corona. Por lo que parece, es la corona que usé cuando
me coronaron.

—No —le digo.

—Sí —contraataca Montes.

Miro fijamente la corona en sus manos.

—No —repito con más vehemencia.

Ya me había comprometido demasiado con el atuendo de hoy. El


vestido de un color azul profundo era demasiado ajustado a lo largo del
corpiño y los tacones que me veía forzada a llevar me romperían los
tobillos si necesitaba correr. Lo permití todo sin queja.

¿Pero una corona?

—Puede que te resulte difícil de creer —dice, y ahora su voz es


suave—, pero las personas no tienen los mismos prejuicios que hace cien
años. No van a ver la corona como la vez tú.

No quiero estar de acuerdo, no quiero darle nada a este hombre.


Pero la verdad es que podría tener razón. Realmente no conozco este
mundo ni la gente en él. Tal vez una reina es lo que quieren ver. Sus vidas
y sus pasados son muy diferentes de los míos. No puedo presumir de
conocer sus corazones.

Cuando vacilo, Montes coloca la corona sobre mi cabeza, con las


manos deteniéndose.
—¿Conseguir todo, todo el tiempo te hace sentir bien? —pregunto.

La esquina de su boca se levanta.

—No tanto como lo hace tu encantadora personalidad.

Sus manos bajan hacia el escote bajo de mi vestido. Tal vez le


escucho contener la respiración, o tal vez la acción es suficiente.

¿La pasión de este hombre nunca se detiene?

—Espero tu discurso —dice—. Y espero con ansias el después.


Capítulo 30

Traducido por Mary Rhysand

SERENITY

SOY UNA TONTA.

Eso es todo en lo que puedo pensar mientras tomo los escalones


del dilapidado estadio, el rey a mi lado, sus hombres agrupados a nuestro
alrededor.

Soy un soldado, no un orador. En momentos como este, preferiría


poner mi vida en peligro que pararme frente a una audiencia. Y eso es
justo lo que tendré que hacer.

Casi unas doce veces. Un discurso por cada visita.

Como dije, soy una tonta.

Puedo escuchar todas esas líneas que he memorizado, cada una


juntándose con la otra. Las palabras se agrupan en mi garganta.

Mientras nos acercamos a la cima de las escaleras, mi mirada se


mueve al horizonte.

Mi corazón retumba mientras consigo mi primera vista de las


pirámides de Guiza.

O lo que queda de ellas.

En su mayoría son escombros. Los bloques antiguos que fueron


colocados cuidadosamente uno encima del otro hace miles de años ahora
parecen hormigueros de alguien.

Me lamo los dientes, recordando el video que vi ayer. Y ahora una


renovada sensación de propósito se lleva mi ansiedad.
Mientras subimos los escalones, los coordinadores del evento
descienden desde todos los lados, encajándonos a nosotros y a nuestros
guardias. La mayoría usa audífonos y lleva equipo de lujo.

—Mi rey —dice una de las mujeres—, usted ira primero, y mi reina,
él te presentará luego.

Nuestro grupo entero esta apretujado en un pequeño salón de


espera, donde sofás y bandejas de comida esperan por nosotros.

Montes toma asiento en unos de los sofás, recostándose con él, sus
piernas extendidas. Luce completamente cómodo.

Oh, cómo lo envidio.

Relajarme es lo último que soy capaz de hacer. Ya estoy alerta, mi


cuerpo no conoce la diferencia entre esto e ir a una batalla.

No esperamos tanto. Cinco minutos después una mujer toca las


puertas, luego las abre un poco.

—Sus Majestades —dice—, es tiempo.

NOS DIRIGIMOS FUERA del cuarto de espera, hacia el estadio. Más


técnicos y planeadores de eventos nos abordan. Mientras más lejos
caminamos, más hombres del rey se separan de nuestro grupo.

Compruebo dos veces el pasillo cuando pasamos un poster con mi


cara en él. Sin darme cuenta, me he detenido.

Es casi idéntico al primero que me enseñaros los Primeros Hombres


Libres. Al verlo, manda un shock a mi sistema.

Me acerco a la imagen descolorida y toco el papel gastado. Sigo


olvidando lo que soy para estas personas, quizás para el mundo entero.

—Serenity. —Siento los ojos del rey en mí.

—Es viejo —declaro lo obvio.

Los colores están gastados, el papel se ha amarilleado; el cartel


obviamente ha estado aquí por lo menos durante meses.

—Las personas han creído en ti por un largo tiempo —dice.

Dejo caer la mano y, de mala gana, reanudo la marcha, muy


consciente de la corona en mi cabeza. Ni siquiera puedo imaginar lo
extraño que esto debe ser para el resto del mundo. Descubrir que la mujer
que simbolizaba la libertad no solo estaba viva después de todo este
tiempo, sino que también no había cambiado.

Nos detenemos en las alas del escenario. Todo lo que queda de


nuestro grupo ahora son Montes, Marco, yo, y dos guardias que están a
cierta distancia de nosotros.

Allí esperamos, el sonido de la multitud llegando. Suena bastante.

Trueno mis nudillos, luego mi cuello, sacudiéndolos.

Montes se acerca, a punto de hacer un comentario, cuando un


hombre con un auricular se acerca.

—Sus Majestades —dice, haciendo una reverencia—. Están listos


para ustedes.

El rey se inclina y me da un ligero beso en los labios. Es sueva y


dulce. Estos momentos siempre son un shock para mí.

Su corona atrapa la luz mientras se endereza, y le da a Marco una


penetrante mirada.

—Mantenla a salvo.

Es todo lo que puedo hacer para no lanzar mis manos al aire. No


soy una damisela que necesita ser salvada.

Como si supiera lo que pienso, Montes me guiña, y luego se va.

DESPUÉS QUE EL rey se va, me quedo a solas con Marco. La mano


derecha del rey está a mi lado, demasiado cerca para mi comodidad. A
pesar de haber elegido ignorarlo, sé que no me ignorará. Ha estado
interesado mucho en mí desde que nos conocimos en los pasadizos
secretos del palacio.

Espero que rompa el silencio, contando los segundos.

—¿Nerviosa? —pregunta, tan pronto como se extiende por un


momento demasiado largo.

Aprieto la mandíbula, pero no respondo.

Más allá del escenario, escucho a la audiencia rugir; suena como


algo infernal y feroz.
—¿Por qué me desprecias? —Esta vez, Marco no pretende ser jovial.
Su voz suena triste, derrotado.

Cierro mis ojos. Debería estar pensando en mi discurso, en todo


un hemisferio cuyas necesidades ahora debo representar. En cambio, mis
propias emociones brotan.

Estoy siendo injusta con él. Y estoy siendo mezquina.

—No te desprecio —suspiro—. Detesto al hombre que vino antes de


ti. —Tengo que forzar mis siguientes palabras—: No es tu culpa, pero
cada vez que te veo, revivo esos momentos finales con mi padre. —Y de
todos los recuerdos que tengo de él, es lo que más quiero remarcar.

Una de esas personas que usan elegantes audífonos se adentra en


nuestra sincera conversación.

—Serenity, sales en treinta —dice, agitándome hacia adelante y


salvándome de continuar la conversación.

Soy conducida a una puerta al final del pasillo, donde explica hasta
el último detalle cómo debe ejecutarse mi entrada y salida. Luego se va y
espero una vez más.

Un conteo regresivo comienza, y mi pulso se acelera. Estos


segundos finales parecen los más largos mientras mi adrenalina carga.

Y luego la puerta frente a la que me encuentro se abre. Cuando me


alejo de las alas, hacia el escenario, Guiza se despliega ante mis ojos.
Casi me tambaleo de la cantidad de personas reunidas. Un mar de ellos
está parado en el campo frente a mí, y muchos más llenan las filas y filas
de asientos del estadio que lo envuelven.

Y tan pronto me ven, enloquecen.

La soldado en mí se tensa. Casi alcanzo mi arma antes que la lógica


evite la reacción.

El rey aún se encuentra en el podio, y ahora le da la espalda a la


audiencia, sus oscuros ojos puestos en mí.

Camino hacia él, y sus manos caen en mi espalda. Reanuda el


andar hacia la multitud, pero no estoy escuchando. La audiencia me ha
hipnotizado.

Esta no puede ser mi vida.


De alguna forma pasé de una soldado moribunda viviendo sus
limitados días en un bunker a una mítica reina.

Se siente como una farsa. Como si yo fuera una farsa.

Siento los ojos del rey en mí. Enlaza sus dedos entre los míos y roza
un beso contra mis dedos. Cuando se endereza, me da un leve
asentimiento y abandona el escenario.

Ahora es mi turno.

Respiro profundo mientras mi mirada viaja sobre las incontables


caras.

—La última vez que mis ojos vieron el mundo, estaba en guerra —
comienzo—. Eso fue hace un siglo.

Si la multitud estaba en silencio antes, ahora está muerta.

—Dormí por cien años y desperté solo para encontrar que el mundo
aún está en guerra. Esa no debería ser la forma de las cosas.

Respiro profundo, sintiendo las cámaras en mí. Tendré que ser


vulnerable, algo en lo soy mala en la mejor de las situaciones. Y está lejos
de ser la mejor de las situaciones.

—Hace ciento veinticuatro años, nací en las Naciones Occidentales


Unidas…

No sé cuántos minutos pasan para cuando traigo a la gente al


presente. Ni siquiera estoy segura de que lo que les he dicho sea
importante. Quería que me entendieran, que todas nuestras diferencias
fuesen muy similares, pero la historia de mi vida no es tan fácil de contar.
En su mayoría es solo triste. Estas personas no quieren una historia
triste. Quieren algo para alejar las pesadillas, algo a lo que aferrarse
cuando la vida se pone difícil.

—El mundo puede estar en paz —digo—. Fue hace mucho tiempo,
y puede estarlo de nuevo. Me aseguraré de ello.

Mi mirada viaja sobre ellos.

—Me despertaron por una razón. Mi sueño ha terminado porque es


hora de terminar la guerra. No puedo hacerlo sola. Los necesito a todos
y cada uno de ustedes. La guerra termina cuando decidimos que lo hace.
Entonces les pregunto esto: creen en mí y creen en la humanidad. Peleen
a mi lado cuando el Este lo necesite, y dejen las armas cuando nuestra
tierra ya no lo requiera. Si pueden hacer esto, entonces el mundo volverá
a conocer la paz.

La multitud se queda quieta.

He sido demasiado vaga. Demasiado optimista. Deambulé


demasiado con mis palabras. Lo siento en todo el silencio.

Estoy a punto de agachar mi cabeza y retirarme del escenario


cuando una persona en la multitud comienza a golpear su puño sobre su
corazón.

Otra persona se le une. Y luego otra.

Pronto las personas se unen en puñados a la vez, luego en decenas,


hasta que, finalmente, toda la audiencia truena con el sonido.

Comienzan a gritar, y no puedo entender al principio, pero


eventualmente, las voces se alinean y escucho:

—¡Libertad o muerte! ¡Libertad o muerte!

Los miro.

Cien años de vida para convertirte en lo que quieres.

Cien años de muerte para convertirte en lo que ellos quieren.


Capítulo 31

Traducido por YoshiB

SERENITY

TOMO UNA RESPIRACIÓN temblorosa tan pronto salgo del podio y me


retiro a los costados del escenario. Veo a Marco primero, mirándome con
ojos demasiado brillantes. Camina hacia mí, pero yo lo paso.

No quiero estar cerca de él ni de nadie más. No estoy segura de lo


que estoy sintiendo y quiero resolver mis emociones sola. Veo al rey
parado a un lado, absorto en una conversación con varios de sus
oficiales. Sus ojos atrapan los míos mientras habla, siguiéndome
mientras camino por el pasillo.

Varios guardias entran en formación, dos detrás de mí, dos delante.

Nunca estoy sola. Nunca, nunca sola. Y realmente me gustaría


estarlo.

Regreso a esa pequeña habitación donde esperé antes con el rey.


Cinco minutos es todo lo que necesito para descomprimir y lidiar con el
hecho de que ya no soy un concepto abstracto en un póster, sino que
ahora soy una ideología viva que respira que la gente puede consumir.

El pasillo fuera de la habitación está abandonado. Debería estar


relajada ante la vista; la soledad es lo que quería. En cambio, me
encuentro tensa.

Detrás de mí escucho varios sonidos resbaladizos. Algo cálido y


húmedo me roció los brazos y la espalda.

Una trampa.
En el siguiente momento escucho el húmedo murmullo de hombres
moribundos jadeando.

Me doy vuelta justo cuando mis guardias caen de rodillas, uno


agarrando su cuello.

Más allá de ellos, tres hombres me esperan, dos con cuchillos


ensangrentados y uno con su arma apuntando a mi pecho.

Ajusta su puntería, luego aprieta el gatillo.

ESCUCHO UN GRUÑIDO a mi lado cuando el próximo guardia


recibe una bala en el pecho. Se tambalea delante de mí, cubriendo mi
cuerpo incluso mientras se atraganta para respirar. El arma del tirador
se dispara varias veces más y el otro soldado que me flanquea cae.

En la distancia escucho gritos, pero están muy lejos.

Tomo mi arma cuando vienen hacia mí.

Desenfundo mi arma justo cuando los tres me alcanzan. Uno de


mis atacantes levanta mi brazo. Utilizo el movimiento para alinear el
cañón con la parte inferior de su barbilla.

Disparo.

La parte posterior de su cabeza vuela lejos. Cualesquiera que sean


las bellas creencias que él tenía, cualquiera sea la vida que ha hecho para
sí mismo, desaparece en un instante.

Tan rápida como soy, todavía me superan en número dos a uno.


Uno de los hombres fuerza mis manos detrás de mi espalda mientras que
el otro cubre mi boca con un paño húmedo.

Ahora tengo recuerdos de cuando el rey hizo el mismo truco.

Eso nunca volverá a pasar.

Todavía están luchando por mi arma, y ahora comienzo a disparar,


con la esperanza de golpear algún trozo de carne enemiga. Salpicaduras
de sangre en mis manos y muñecas. Uno de mis secuestradores grita,
liberándome reflexivamente.

No dudo. Levanto mi arma y disparo al hombre a quemarropa en


la cara.
El último hombre, que todavía está presionando el paño húmedo
contra mi cara, ahora me golpea contra la pared en un esfuerzo por quitar
mi arma, maldiciendo en voz baja mientras lo hace. Puedo escuchar el
pánico que comenzó a entrar en su voz.

Probablemente estoy peleando más de lo que esperaban.

La droga que me veo obligada a inhalar comienza a tener efecto.


Los colores se desvanecen y mi movimiento se está desacelerando.

Levanto mi arma blandiendo mi brazo.

De repente, me tiran de la pared. El pasillo gira con el movimiento.

Mi cuerpo comienza a ceder, cada músculo se siente cada vez más


pesado. Todavía sostengo mi arma, pero se necesita una cantidad
creciente de enfoque para que mi cuerpo se mueva.

—¡No dispares! —dice el hombre detrás de mí.

Toma un segundo para que mis ojos se enfoquen.

Cuando lo hacen, veo lo que ve mi atacante: más de una docena de


guardias y oficiales diferentes, la mayoría con sus armas desenfundadas.
Y justo en medio de ellos, Montes.

Nuestros ojos se encuentran. No muestra su miedo o su ira, no


como la mayoría de los hombres. Pero ambos están ahí, a fuego lento
justo debajo de la superficie.

Sé que sus hombres no van a disparar, no cuando mi captor me


está utilizando como escudo humano.

Los bordes de mi visión están empezando a oscurecerse cuando


siento al hombre en mi espalda tratando de quitar mi arma de mi agarre.

No voy a morir así.

Se necesita el resto de mi fuerza para jalar ese pequeño gatillo. El


disparo hace eco por el pasillo y el hombre grita. Ni siquiera estoy segura
de si la bala le alcanzó o no, o simplemente lo tomó por sorpresa. De
cualquier manera, es suficiente.

Me caigo de su agarre, y una docena de otras armas descargan. Y


luego el último de mis atacantes encuentra su espeluznante final.
COLOCO MI SANGRIENTA corona sobre la mesa de conferencias
del avión, su brillo un tanto apagado por la salpicadura de sangre.

Ha pasado más de una hora desde el ataque, aunque no lo sabrías


mirándonos a todos. Todavía estoy cubierta de sangre. A pesar de que he
llevado sangre con más frecuencia que maquillaje, nunca se vuelve
menos espantoso.

Heinrich Weber, el gran mariscal del rey, es el último en entrar en


la cabina, la puerta de la aeronave se cierra detrás de él.

—Sus Majestades. —Se inclina ante mí y Montes, el último está


acechando el pasillo desde la parte trasera del avión, con una toalla de
mano húmeda agarrada con fuerza en su mano—, encontramos varios
empleados muertos en los armarios de almacenamiento del estadio —
informa—. Por lo que los investigadores pudieron juntar, se cree que los
atacantes de Serenity se deshicieron de ellos y luego tomaron sus
identificaciones y equipo.

—¿Eso fue todo lo que tomó? —dice el rey. Se arrodilla delante de


mí. Colocando una mano contra mi mejilla, comienza a limpiarme la cara
con la tela. Estoy tan impresionada por el gesto que le dejo que me
atienda.

—La reina de todo el hemisferio oriental va a su primer, su primer,


discurso —continúa—, y todo lo que se necesita para que el enemigo se
infiltre es un par de insignias robadas. —Sus ministraciones se agudizan
con su ira.

Tan pronto como la toalla se acerca a mis labios, la tomo de Montes.


No quiero que nadie más presione un paño húmedo cerca de mi boca. Ni
siquiera el rey.

Me mira a los ojos, una de sus manos cae sobre mi muslo y lo


aprieta. Cuando quita la palma de su mano, me doy cuenta de que está
teñida de rojo con solo tocar la tela que llevo.

Soy un sangriento, sangriento desastre.

Él mira su mano por un latido, luego sus dedos se enroscan en un


puño.

Alguien va a morir. Puedo sentirlo. La ira del rey siempre ha


necesitado una salida.

Se pone de pie.
—¿Descubriste con quién están afiliados los hombres?

Empiezo a limpiarme los brazos. Es una tarea inútil. La sangre está


en todas partes.

El oficial vacila.

—Todavía no están seguros, pero parece que estaban asociados con


los Primeros Hombres Libres.

Me quedo inmóvil.

Styx Garcia.

El hombre intentó capturarme otra vez después del trato que


hicimos. El pensamiento me hace sisear. Seguramente hay una
explicación para ello.

Recuerdo la forma en que Styx me miró la última vez que hablamos.


Me quiere por algo más que poder e influencia política. Hay algún aspecto
personal a esto.

El rey me mira, y por una fracción de segundo estoy casi segura de


que sabe de mi conversación con Styx. Mi corazón late con fuerza en mis
oídos, pero lo miro fijamente.

—Este tipo de cosas continuarán sucediendo mientras la reina


visite estos lugares —dice Marco, interrumpiendo el momento. Está
sentado al otro lado de la habitación, con los ojos puestos en mí.

—Entonces vamos a cancelar esto —dice el rey.

Un poco del viejo tirano se asoma. Sabía que ese bastardo no se


había ido.

Me pongo de pie, dejando a un lado la toalla ahora empapada de


sangre.

—Montes.

El rey no es el único que puede convocar a la sala con su presencia.


Solo se necesita una palabra para que todos los ojos se enfoquen en mí.

Un siglo de sueño me ha dado una extraña clase de poder, uno que


nunca tuve cuando era solo una joven reina extranjera.

—¿Crees que esto va a desaparecer si me encierras en uno de tus


palacios? —le digo.
Su cabeza se inclina lo más mínimo.

—No, pero te mantendrá viva más tiempo que esto. —Levanta su


palma sangrienta—. No te oculté todo este tiempo solo para verte morir.

A veces, me siento tan arrastrada por sus juegos de dominación


que olvido que solo es un hombre quebrantado que intenta salvar a su
mujer quebrantada.

Mi voz se suaviza.

—Has tratado de ocultarme. El mundo me encontró. ¿Por qué no


intentamos una táctica diferente ahora?

Sostiene mi mirada.

Finalmente, deja escapar un suspiro.

Asiente brevemente a los hombres que esperan sus órdenes. Parece


que se relajan con el gesto, muchos de ellos regresan a lo que sea que
estaban haciendo anteriormente.

El rey vuelve a mi lado entonces.

—Voy a confiar en ti. No me hagas lamentarlo —dice en voz baja,


haciendo eco de las mismas palabras que le dije hace una semana.

Una vez me pregunté si era posible que gente como nosotros


pudieran redimirse. Ahora, mientras miro a Montes, mi conciencia
susurra, tal vez.

Tal vez.
Capítulo 32

Traducido por Yiany

SERENITY

NUESTRA PRÓXIMA PARADA se encuentra en Kabul, una ciudad


ubicada en el centro de los territorios del Este. Es un lugar estéril rodeado
de enormes y austeras montañas.

Llegamos temprano esa noche, justo cuando el sol comienza a


ponerse.

La guerra sin fin ha hecho esta ciudad aún más desolada que
Guiza. La mayoría de las viviendas son de ladrillos de barro, y las más
viejas parecen estar desmoronándose donde están. Luego están los
edificios que vinieron antes. Esqueletos de acero y cemento son todo lo
que queda de ellos.

Aquí parece que la ciudad está volviendo a la tierra. Nos


levantamos, alcanzamos su punto máximo, y ahora caemos.

Sin embargo, no puedo decir que no sea hermoso. La tonalidad


rosada de la puesta de sol hace que las ruinas se vean deliberadas, como
si un urbanista diseñara la desolación en la arquitectura de este lugar.

Mientras nuestro auto recorre la ciudad, vislumbro arte callejero.


En esta calle es una granada pintada con spray. El artista se tomó la
molestia de añadir ojos al explosivo. Ojos y una cicatriz única que parece
una lágrima. Debajo de él se lee una leyenda, Libertad o Muerte.

Veo varias versiones etiquetadas más de esta propaganda en


nuestra ruta. Algunos con solo una granada, otros con versiones de mi
cara. En algunos, solo puedo decir que soy yo por la cicatriz que incluyen.
Me toco la cara. Quizás soy la persona equivocada para alentar la
paz. Por todo lo que he visto, soy un grito de guerra. Una libertadora,
pero violenta.

Marco tenía razón: se harán más intentos para capturarme o


matarme. Soy, después de todo, una revolución andante.

ME SIENTO EN el patio trasero de la residencia real de Montes en Kabul.


La mansión descansa en la ladera de la montaña que domina la ciudad.

Una brisa vespertina agita mi cabello, y acerco más la manta.

—Sabes, hay otras maneras de mantener el calor. —La voz a mi


espalda es como la miel más rica.

Mi rey ha decidido acompañarme.

—Si estuviera tratando de mantenerme caliente, no estaría aquí —


digo por encima del hombro antes de regresar mi mirada al paisaje brutal.

Montes viene a mi lado, colocando dos vasos y una botella de


líquido ámbar en la mesa frente a mí antes de tirar de la silla junto a la
mía.

No me gusta cuando estás sola —admite.

Lo miro, algo del cabello que estaba escondido detrás de mi oreja


ahora se está soltando.

—¿Por qué?

Nos vierte un vaso y me da uno.

—Otra forma de mantener el calor —explica. Por la forma en que


me está mirando, sus ojos harán más para calentarme que la bebida.

—No quiero que nunca sientas que estás perdida —dice, volviendo
al tema anterior.

Eso es tan extrañamente dulce de él.

—He estado lo suficientemente solo por los dos —agrega. Se queda


mirando su vaso, como si pudiera adivinar sus siguientes palabras en el
líquido.

Después de un momento, se lo lleva a la boca y toma un sorbo.


Sisea un suspiro satisfecho después de tomar un trago.
Sigo su ejemplo y tomo un saludable trago de alcohol. Casi lo
escupo de nuevo. Quema el interior de mi boca.

—Madre... —maldigo—. Eso es fuerte.

Montes parece que está tratando de no reírse.

—Espero que nunca cambies, Serenity.

Lo miro de nuevo. Entre la luz que sale del interior y los faroles
dispersos por todo el jardín, Montes parece brillar.

Hombre hermoso, encantado. ¿Cómo es que estoy viendo lo trágico


que es ahora?

—Espero que sí —digo en voz baja.

Entrecierro los ojos hacia las pequeñas y parpadeantes luces de


Kabul.

—Dime cómo has cambiado.

Suspira, como si todo fuera demasiado. ¿Y qué sé yo? Si viviera


durante un siglo y medio, la vida también podría abrumarme.

Inclina la cabeza.

—Siempre he sentido tal... descontento. Incluso de niño. No


importaba lo que lograra o lo que me dieran. Quería más. Siempre más
—murmura, mirando a su vaso—. Tener hambre de éxito, es un buen
rasgo que debe poseer un hombre de negocios y un conquistador, pero
debe equilibrarse con la templanza, la moral y la sabiduría. No estoy
seguro de cuánto tengo de ninguno de esas. Incluso ahora.

Su mirada se mueve hacia las estrellas.

—No puedo decirte cuántas noches he deseado a tus Pléyades. Para


que te cures. Para que vivas. Una vez que te fuiste, por primera vez en mi
vida, el éxito fue anulado por otra cosa.

Siento un nudo en la garganta. No podría hablar aunque me lo


pidiera.

Montes me mira.

—¿Cómo he cambiado? Me enamoré. Te necesitaba, y estabas


encerrada en un Durmiente. Y la única manera de salir de esa máquina
era si encontraba una cura para el cáncer. Cambió todo mi enfoque.
Comencé a entender la pérdida de una manera que no lo había hecho
antes, comencé a sentir el peso de tu vida y tu sufrimiento. Del
sufrimiento de todos. No podía ignorarlo. Dios, lo intenté, también. Pero
después de un tiempo... bueno, incluso un perro viejo como yo puede
formar nuevos hábitos. Mejores hábitos.

Estoy agarrando mi vaso tan fuerte que puedo sentir la sangre


saliendo de mis dedos.

Sacude la cabeza.

—Pasas tanto tiempo sin alguien y el miedo te puede comer. La idea


de ti me sostuvo durante décadas pero, y es inexplicable, sentí que una
vez que te curaste no podía despertarte. Y tuve todo tipo de razones para
ello, y muchas de ellas son legítimas, pero al final del día no lo sé,
simplemente no pude dar ese salto.

Montes finalmente me está explicando su


decisión. Realmente explicándola.

Tomo otro trago de mi bebida, y esta vez no siento la quemadura,


luchando con mis pensamientos como estoy.

—Tú y yo somos las únicas personas que conocemos el mundo


como lo fue antes —dice.

Me estremezco. En este momento me siento como que Montes y yo


somos los únicos dos seres en todo el universo, unidos por el amor y el
odio, el tiempo y la memoria.

—Nosotros, y tus anteriores asesores —digo.

—No son personas —dice Montes.

Respiro hondo.

—Tampoco nosotros.

Todos somos simplemente monstruos autodidactas haciéndonos


pasar por dioses.

—Estás equivocada, Serenity. Tú y yo nos aferramos a nuestra


humanidad más ferozmente que cualquier otra persona.

Tiene un punto. Nos aferramos a ella porque sabemos lo cerca que


estamos de perderla.

—¡Sus Majestades! —Heinrich se apresura hacia el patio. La


alarma en su voz nos tiene a ambos de pie.
Casi reflexivamente, Montes se para delante de mí.

Frunzo el ceño a su espalda. Nunca quise al viejo Montes, pero se


hizo mío de todos modos. Quiero esta versión más reciente aún menos.
Este es un hombre cuyas malas acciones puedo olvidar verdaderamente.
Y no quiero olvidar. Quiero recordar hasta mi último suspiro de muerte
que, a pesar que el rey ahora podría ser la solución, al principio fue el
problema.

Tan pronto como llega ese pensamiento, otro sigue a su paso.

Nadie está más allá del perdón.

Mis padres solían decir eso, y eso era algo que casi había olvidado.

—Acabamos de recibir noticias de nuestros hombres que debían


cambiar de guardia para el líder regional de Kabul —dice Heinrich—.
Dijeron que el lugar es un baño de sangre; nuestros soldados están
muertos y la familia no está.
Capítulo 33

Traducido por YoshiB

SERENITY

—NO IRAS —DICE el rey.

Él y sus hombres se están equipando en la sala de estar.

Un rey mercenario. No había esperado eso de Montes. No sé si estoy


más sorprendida de que se haya unido a la unidad asignada a la tarea, o
que sus hombres no parecen desconcertados por esto.

Después de todos estos años, el rey finalmente ha bajado de su


torre de marfil.

—Iré si tú vas —le digo, revisando el cargador de mi arma para


asegurarme de que mis armas estén completamente cargadas.

Mi nueva arma no lo está. No he tenido la oportunidad de


reemplazar las balas gastadas que disparé en Guiza. Cruzo la sala donde
se encuentra la caja comunal de munición. Saco mis propias balas y las
comparo.

Una coincide.

Comienzo a deslizarlos en el cargador. Los soldados a mí alrededor


se tensan, sus ojos se lanzan entre el rey y yo.

—¿Alguien tiene un cargador de repuesto? —digo.

Por si nos encontramos con alguna dificultad.

Uno de los soldados levanta uno situado a su lado y comienza a


entregarlo.
Montes atrapa su muñeca.

—No —dice—. Serenity no se unirá a nosotros.

Termino de cargar mi cargador y lo coloco en la cámara del arma.

—¿Quién me va a detener? —pregunto.

Muchos de estos hombres me vieron matar hoy, lo que significa que


vieron mi falta de vacilación y ahora están viendo mi falta de
remordimiento.

Algunos de los soldados parecen incómodos, pero también capto


algunas sonrisas reprimidas.

Montes da un paso adelante, hacinándome.

—No fuerces mi mano, Serenity —su voz es calmada.

—Entonces no me obligues.

Nos miramos fijamente. Nosotros y nuestros callejones sin salida.


Montes sabe lo fácil que sería para mí levantar mi brazo y apuntarle con
esta pistola, y sé lo fácil que sería para él que sus hombres me detuvieran.

Sabe que puedo defenderme si algo malo sucede. Se lo he


demostrado una y otra vez.

—Déjame entrar en tu mundo —digo suavemente. Mi petición corta


a través de la tensión de una manera que ninguna de mis palabras
anteriores podría.

Las fosas nasales de Montes se abren y sus labios se juntan. Solía


ser que el rey no podía resistírseme cuando me ponía física. Ahora es otra
cosa. Cada vez que derribo un muro emocional nuestro, avanzo con él.

—Si algo sale mal, cualquier cosa, no repetiré esto, y nada de lo


que digas o hagas me detendrá.

PARA CUANDO LLEGAMOS a la casa de la mujer que dirigía el


gobierno de Kabul, todo lo que queda son cuerpos y sangre.

Paso por encima de uno de los soldados caídos del rey justo en la
entrada de la casa. Su garganta ha sido cortada. Todavía puedo escuchar
el lento goteo de su sangre cuando sale de su cuerpo.
Los hombres del rey que estuvieron primero en la escena
aseguraron el perímetro de la casa y el vecindario circundante, pero
aparte de ellos, seremos los primeros que están dentro de la casa de
Nadia y Malik Khan, la líder regional y su esposo.

Tengo mi arma fuera. A pesar de que hay muchos guardias,


algunos que estuvieron aquí antes que nosotros y otros que vinieron con
nuestra brigada, nunca está de más estar preparado.

Nos movemos por la residencia, nuestros pasos casi en silencio.


Admiro los escasos muebles. Incluso los líderes regionales viven vidas
bastante humildes, si esta casa indica algo. Los muebles y las
decoraciones están descoloridos, y las mesas de madera han perdido su
brillo.

Montes camina un poco delante de mí, sus anchos hombros en


gran parte ocultan el pasillo delante de nosotros.

Nos dirigimos a la parte trasera de la casa, donde están los


dormitorios.

Más soldados caídos yacen afuera de las puertas, con los ojos
vidriosos. Estos tienen heridas de bala.

Mis ojos vuelven a la puerta. Vacilante, entro.

Los informes nunca mencionaron que Malik y Nadia tenían hijos,


pero obviamente sí. Dos camas descansan contra la pared opuesta de la
habitación de los niños, ambas vacías. La vista de esas sábanas rizadas
es más difícil de ver que los soldados muertos. Agarro mi arma con más
fuerza.

Alguien morirá por esto.

Una vez que escudriñamos la habitación, nuestro grupo regresa a


la sala. Hacemos un trabajo rápido en las otras habitaciones, hasta que
solo queda el dormitorio principal.

Particularmente no quiero entrar allí. Por un lado, cuanto más me


acerco, más fuerte es el olor a carne cruda y muerte. La razón es obvia:
cuatro guardias muertos se alinean en el pasillo que conduce a él.

Pero también hay una razón menos obvia para mi renuencia. Mi


intuición ahora está funcionando. Tal vez sea solo la puerta parcialmente
abierta y la oscuridad más allá, pero mi ritmo cardíaco se está
acelerando.
Entramos, y mis ojos aterrizan en la cama principal vacía. Hay
varias gotas de sangre en las sábanas, pero no tengo idea de qué tipo de
lesión las causó.

Sin embargo, mi mirada no permanece en la cama por mucho


tiempo.

No cuando veo una cuna.

Mis rodillas se debilitan.

Un bebé no. Por favor, no eso.

Mi pecho se aprieta. Realmente no quiero acercarme más.

Pero, a pesar de mí misma, me arrastro hacia la cuna con el resto


de los soldados. Hay un sabor amargo, metálico en mi boca. La habitación
está demasiado silenciosa.

Delante de mí, Montes se pone rígido.

—Nire bihotza...

Trata de bloquear mi vista, pero es demasiado tarde.

Veo un cuerpo diminuto e inmóvil.

Apenas tengo tiempo para alejarme de mis guardias antes de


vomitar.

Tampoco soy la única. Hombres y mujeres adultos se unen a mí,


personas que conozco han visto cosas horribles.

Mi estómago tiene espasmos una y otra vez. Intento recuperar el


aliento, pero no puedo.

Montes tenía razón. Podremos ser monstruos, pero no somos


malvados.

Así no.

MI CORONA SE sitúa pesadamente sobre mi cabeza mientras miro


a la multitud al día siguiente.

El primer día que me puse una corona, murió mi hijo. Y eso es lo


que siempre me representará. Inocentes muriendo por causas que
defienden las personas malvadas.
Tan pesada como es mi corona, mi corazón es más pesado.

—¿Qué tanto quieren la paz? —digo, abriendo el discurso.

La gente de Kabul ruge en respuesta.

Esta ciudad no tiene un estadio oficial, por lo que estoy dando mi


discurso en una extensión de tierra abierta, en la que una vez se
levantaron varios edificios antiguos. Ahora todo lo que queda son ruinas.

Hay cámaras tanto fuera como en el escenario, y las veo acercarse


mientras comienzo a hablar. A mi espalda sé que hay una gran pantalla
que me magnifica. Me pregunto cuánto pueden ver de mi expresión.

—Bien —digo—, porque hay personas ahí afuera que te harán


luchar por eso. Te harán morir por ello.

Mis ojos se mueven brevemente hacia el lado del escenario, donde


Montes me mira.

—Lo que voy a decirles… me aconsejaron que no lo dijera. Pero


tienen derecho a saberlo.

Veo que al menos un oficial comienza a frotar sus sienes.

—Los líderes de cada una de las ciudades que he visitado están


siendo capturados, uno por uno. Ya hemos comenzado a notificar a las
otras ciudades y poner a sus líderes en alerta máxima de que Oeste los
está atacando. Muchos se han retirado de la gira por completo. Otros se
han escondido.

Murmullos corren a través de la audiencia. Hasta ahora, el rey ha


guardado silencio sobre esto. Su mayor temor era que la noticia
provocara una violencia sin rumbo entre los ciudadanos de Este.

Y podría ser. Todavía tienen derecho a saber. Y si tengo que ser una
gran salvadora de ellos, entonces debería ser yo quien dé la noticia.

—Alguien no quiere la paz. Alguien tiene miedo de lo que estoy


haciendo.

Dirijo mi atención a las cámaras porque lo que voy a decir es para


los representantes.

—A nuestros enemigos, escuchen con atención: rueguen que no los


encuentre. Si lo hago, los haré pagar.

Mi mirada regresa a mi audiencia; la multitud está rugiendo con


indignación y emoción.
—Si estás enojado, tienes derecho a estarlo. Nadie debe vivir en un
mundo donde debe temer por su vida. Pero también les diré esto: la
muerte no puede vengar la muerte, y el derramamiento de sangre no
puede vengar el derramamiento de sangre. La justicia debe ser servida,
pero no debe convertir a los hombres buenos en malos.

Me quito la corona. Le doy vuelta en mis manos. Mi audiencia se


ha quedado en silencio.

—También me han dicho que debo usar esto. Que esto es lo que
quieres ver. —Levanto la vista de la corona, hacia la gente que me está
mirando—. Esto… —Sostengo el tocado—, no significa nada. No estoy por
encima de ustedes. Soy una de ustedes.

»El mundo está interesado en decirle todas las maneras en que


somos diferentes. Tienes Este y Oeste. Gobernante y gobernado. Rico y
pobre. Pero ellos mienten.

Nunca fui una muy buena oradora. Pero esto es diferente. Las
palabras vienen a mí, nacidas de un fuego en mi alma. Estoy enojada y
emocionada y muy, muy llena de vida.

—Maté a muchos hombres durante mi tiempo como soldado —digo.


En el pasado, admitir algo como esto sería un desastre. Pero esta gente
ya sabe que no soy una gobernante holgazana—. Y vi morir a muchos
hombres. Todos sangraron igual. Todos somos iguales. Y esto… —
Levanto la corona—, esto puede irse a la mierda.

Arrojo la corona fuera del escenario hacia algunos de los soldados


del rey. Por mucho que me gustaría devolverlo a la gente, temo que algo
tan precioso como el oro sería suficiente para sacar sangre entre los
civiles.

El público grita ante la vista. Esto es fervor. Esto es revolución.

—Todos somos iguales —digo—. Vamos a terminar esta guerra


juntos. Como iguales.

La multitud comienza a golpear sus pechos, el ritmo se acelera


hasta que es un sonido continuo.

Mis ojos se dirigen al rey, que se para justo al lado del escenario.
Se frota la barbilla, sus ojos brillan mientras me mira. Cuando se da
cuenta de que estoy mirando, inclina la cabeza y los comienzos de una
sonrisa se forman en sus labios.

Nuestros enemigos deberían tener miedo.


Soy una bomba, y acaban de encender el fusible.
Capítulo 34

Traducido por CarolSoler

SERENITY

ABANDONAMOS KABUL POCO tiempo después del discurso, nuestra


siguiente parada, Shanghai. El ritmo de nuestro itinerario fue brutal en
un principio, pero ahora que los representantes han estado
desapareciendo, estamos haciendo el recorrido a toda velocidad.

Me quedo dormida completamente vestida en la cama del avión, mi


cara apretujada contra las sábanas. Me despierto solo una vez, cuando
alguien conocido me cubre con una manta.

Los dedos de Montes se deslizan por mi mejilla. Mis ojos se abren


lo suficiente para verle mirarme fijamente.

—Yo… —Casi lo digo en ese momento. Esas dos temibles palabras


que he ocultado al rey durante tanto tiempo. Es a la vez impactante la
naturalidad con la que llegan, y lo mucho que quieren salir.

La caricia del rey se detiene.

—Me alegro de que estés aquí —murmuro.

—Siempre —dice, sus dedos moviéndose de nuevo.

Ya estoy durmiéndome otra vez, como si no hubiese casi entregado


el último pedazo de mi corazón.

Me despierto de golpe cuando el avión baja en picado a la izquierda.


Sujeto las los bordes del colchón para evitar rodar.

La puerta a la cabina trasera está cerrada pero en el otro lado oigo


voces que se elevan, sus tonos mezclados con pánico controlado.
Rápidamente, me levanto, sacudiéndome el aturdimiento, y me
tropiezo hacia la puerta.

Cuando la abro veo a Montes en el otro lado, dirigiéndose directo a


mi habitación, presuntamente para despertarme.

—¿Qué está pasando? —pregunto.

—Tres aeronaves enemigas comparten nuestro espacio aéreo —


dice, su expresión adusta.

Echo un vistazo por la ventana pero no veo nada.

—¿Están armados? —pregunto. Es una pregunta ridícula. Por


supuesto que lo están.

—Sin duda —Montes se hace eco de mis pensamientos—, pero no


nos han disparado todavía.

Tan pronto como salen las palabras de su boca escucho un silbido


distante.

Me he perdido cien años de civilización, y aún en todo ese tiempo


el armamento no ha cambiado mucho. No si el sonido que estoy oyendo
es un...

—Misil llegando —nos informa el piloto por el intercomunicador—.


Activando el sistema de misiles antibalísticos.

Es una sofisticada forma de decir que vamos a volar a ese cabrón


del cielo. Es decir, si no nos alcanza primero.

El sonido se hace más fuerte, y más, y entonces…

¡BOOM!

El cielo se ilumina mientras una bola de fuego se despliega a cierta


distancia de nosotros. Un instante después la onda expansiva nos golpea,
haciendo que el avión se incline, y arrojándonos a nosotros idiotas sin el
cinturón abrochado, a través de la cabina.

Me estrello contra la pared, mi cuerpo cayendo en la fila de asientos


bajo ella. Cuando levanto la vista, veo a Montes cerca en el suelo,
arrastrándose hacia mí.

—¿Estás bien? —pregunta.

Asiento.
—¿Y tú?

—Sí —suspira la palabra. Sacude la cabeza en dirección a los


asientos—. Abróchate el cinturón. Se va a poner feo.

Me enderezo y empiezo a hacer precisamente eso. El avión empieza


a perder altura rápidamente. Agarro mi estómago mientras caemos en
picado. Una alarma suena y las luces del compartimento superior
comienzan a destellar.

Montes se sienta junto a mí y se abrocha.

—¿Esto te ha pasado antes? —pregunto.

Agarra mi mano, su cara imperturbable.

—Sí.

Los hombres del rey siguen nuestro ejemplo, gateando hasta los
asientos y abrochándose rápidamente en ellos.

—¿Y cómo terminó? —pregunto. Obviamente sobrevivió.

—Estuve en el Durmiente durante un mes. —No se explaya, lo que


significa que fue probablemente peor de lo que puedo imaginar.

Escucho otro silbido lejano empezar mientras nuestro avión sigue


cayendo del cielo.

—Sistema de misiles antibalísticos reactivado —anuncia el piloto.

Otra explosión sigue a la primera, sacudiendo más el avión. La


gente que todavía no está enganchada rueda por la cabina una vez más.
Uno de ellos es Marco, y cae cerca de mis pies.

Luchando contra mis impulsos más básicos, estiro una mano y lo


arrastro al asiento contigo al mío.

Asiente en agradecimiento, abrochándose el cinturón de seguridad


inmediatamente. Siento los ojos del rey en mí, pero me niego a mirar
hacia él. No quiero ver su gratitud.

La metralla resuena contra el exterior del avión. Pero no es hasta


que oigo el chirriante sonido del metal chocando contra metal y la
aeronave vibra que mis ojos se desplazan a la ventana. Fuera veo uno de
los motores prenderse fuego.

¿Cuánto tiempo le dura a la gente como nosotros la buena suerte?


Esto es una ruleta rusa, y este puede ser el disparo que nos mate.
Aprieto la mano del rey y respiro hondo. No le temo al fin. No lo
hago desde hace mucho tiempo. Esta no es la forma que elegiría para
irme, pero hay peores maneras de morir que recostada en una silla de
lujo, el mundo extendiéndose por debajo de ti.

Las alarmas siguen retumbando, los oficiales tienen todos los ojos
como platos. Pero nadie grita. Montes lleva mi mano hasta su boca y
sostiene nuestras manos entrelazadas allí.

Veo sus labios moverse. No puedo oír sus palabras, pero sé lo que
está diciendo.

Te amo.

Aprieto los labios. Hace solo unas horas casi le dije esas mismas
palabras.

Su mirada se encuentra con la mía. Mi boca se abre. Siento esas


palabras regresando, subiendo por mi garganta. Quieren salir.

El avión da con alguna turbulencia, rompiendo el momento. Mi


mirada se aparta de él mientras mi cuerpo es sacudido. El momento ha
pasado, y si morimos ahora, moriremos sin que él haya escuchado esas
dos palabras salir de mis labios.

No puedo decir si siento alivio o decepción.

Ambos, creo.

Nuestros asientos comienzan a sacudirse mientras aumenta


nuestra velocidad. Por encima de la estridente alarma juro que oigo el
murmullo de los motores. A través de la pequeña ventana de la aeronave,
capto un vistazo de unos cazas. Si han venido para acabar con nosotros,
llegaron demasiado tarde.

Pero mientras observo, aceleran sobrepasándonos,


presumiblemente hacia el enemigo, a quien todavía no he visto.

Los oficiales empiezan a aplaudir y gritar de alegría ante la vista,


como si hubiésemos sido salvados. Todo lo que consiguieron esos cazas
fue desviar a un enemigo. Pero ahora la gravedad es nuestro más obvio
adversario.

Nuestra aeronave sigue precipitándose directo a tierra. Odio tener


tiempo suficiente para sentir mi mortalidad escaparse entre mis dedos.

Juro que siento el avión frenar, pero no tengo modo de saber si es


sólo una ilusión.
El suelo está acercándose y acercándose. Nuestra perspectiva aún
es mala.

Miro a Montes una vez más. Si voy a morir, será mirando sus ojos.
Estamos destinados a caer juntos.

Cuando me encuentro con su mirada, puedo ver alivio, pero no sé


qué provoca esa expresión.

Resulta que, sea cual sea la razón, vivirá para contármela.

El avión se nivela en el último minuto.

Mi mirada es arrancada de él cuando nos estrellamos contra el


suelo. Soy sacudida violentamente contra mi asiento. Una parte del techo
se separa de la estructura de metal en el impacto, interrumpiendo mi
vista de la mitad delantera de la cabina.

El mundo es consumido por un espantoso sonido chirriante


mientras el avión se desliza por el suelo. Oigo plástico y metal
arrancándose de la parte inferior del avión. Unos cuantos gritos se unen
al ruido, algunos aterrados, algunos gritos agudos que se detienen
bruscamente.

Y después, milagrosamente, nos paramos.

Durante varios segundos no hago nada salvo recuperar el aliento.

No morí.

—Nire bihotza, mi mano.

Escucho la voz de Montes, y mi pecho se contrae casi


dolorosamente.

El rey tampoco murió.

Un sonido sofocado escapa de mi boca cuando le miro y veo que


está, en realidad, vivo.

Suelto su mano, una mano que he estado exprimiendo, y ahueco


un lado de su cara. No puedo expresar con palabras lo que siento. Pero
ahora el alivio que era tan evidente en sus ojos antes parece haber
construido un hogar para él bajo mi esternón.

Tiro de él hacia mí y le beso con fuerza. Qué espantoso que mi


corazón haya llegado a depender de esta criatura.
Siento su sorpresa… todavía no está acostumbrado a mi cariño,
especialmente cuando lo demuestro en público. Pero una vez que su
conmoción desaparece, me besa de vuelta con una intensidad posesiva
con la que me he familiarizado.

La muerte vendrá a por nosotros, más pronto que tarde, pero no


ocurrirá hoy.
Capítulo 35

Traducido por CarolSoler

SERENITY

VEO PASAR EL paisaje desconocido. Montes y yo estamos sentados en la


parte de atrás del vehículo blindado que llegó al lugar poco después de
que chocamos.

Dos de los hombres del rey no sobrevivieron al aterrizaje de


emergencia. El cuello de uno se rompió y el otro fue aplastado bajo la
sección de la parte superior arrancada de la estructura del avión.

Estoy tan entumecida. En algún punto, ves a demasiada gente


morir. Se convierte en otro dolor en tu corazón. Otra persona arrebatada
demasiado pronto.

Tardamos varias horas llegar a Shanghai. Cuando lo hacemos, sólo


puedo quedarme mirando. Muchos de los edificios están en ruinas, pero
lo que queda está en uso. Y las estructuras son de antes. Se han
mantenido durante más de un siglo.

Al final nos detenemos en un rascacielos orientado al Mar de la


China Oriental.

Debería estar encantada con el océano brillante. Nunca imaginé


que vería un océano tan al este. Y es precioso. Pero parece que no puedo
apartar la mirada del Goliat frente al que nos hemos detenido.

Nos bajamos del coche, algún tipo de combinación de aguas


residuales y aire de mar acompañan a la briza.

—¿Alguna vez has estado en lo alto de un rascacielos? —pregunta


Montes, guiándome hacia allí.
Sacudo la cabeza. Montes me tuvo arrinconada dentro de un
rascacielos abandonado una vez, cuando perdí la memoria, pero nunca
me acerqué a la cima.

—¿Vamos a ir a la cima?

Montes me ofrece sólo el más mínimo indicio de una sonrisa. Una


incómoda combinación de entusiasmo e inquietud me inunda por la
posibilidad, en especial tan pronto después de que fuimos derribados del
cielo.

El resto de nuestra brigada abandona sus coches, y todos entramos


al vestíbulo. La gente del interior mira y mira. Es seguramente una
conmoción para ellos ver al rey de la mitad del mundo. Pero sus ojos se
detienen durante más tiempo en mí. Y entonces repentinamente, uno de
ellos comienza a golpear su pecho lentamente.

Varios más se unen. En unos segundos la estancia entera lo está


haciendo, aumentando el compás hasta un ritmo frenético.

Esto se está convirtiendo en una costumbre, me doy cuenta.

Asiento hacia ellos, y estoy segura de que parezco más tímida de lo


que soy. Montes saluda con una mano, la otra presionada contra la parte
baja de mi espalda.

—Tenías razón —dice, en voz baja—. Esta campaña ayudará a


terminar la guerra. Míralos. Morirán por ti.

—No quiero que nadie muera por mí —le susurro furiosamente de


vuelta.

—Eso, mi reina, ya no es algo que puedas decidir.

EL REY

EL SABOR AMARGO al final de mi garganta no ha desaparecido desde


que mis enemigos intentaron dispararnos desde el cielo. Han pasado
décadas desde que Oeste ha hecho una maniobra tan arriesgada.

Pagarán por ello.

Ya he ordenado ataques en varios puestos avanzados de Oeste


sobre los que ellos pensaban que no sabía nada. Siento el familiar ansia
de sangre. Quiero la clase de venganza íntima a la que renuncié hace
tanto tiempo.

Fue bastante fácil renunciar a ella entonces. Durante mucho


tiempo estuve insensibilizado con la mayoría de las cosas. Y entonces
Serenity se despertó, y mi corazón despertó con ella. Ahora no sabe cómo
deshacerse de la estrategia fría.

Mis ojos caen sobre mi reina mientras se desplaza por nuestro


cuarto, asimilando cada mueble y cada detalle.

No, mi corazón ya no está frío.

Cristo, quiero esconder a esta mujer.

Si creyera que me perdonaría por eso, la encerraría en algún lugar


donde mis enemigos nunca puedan encontrarla. Pero pienso que eso casi
forzaría lo último de mi suerte con Serenity, y no quiero darle otro motivo
para despreciarme. Ya tiene demasiados.

Se para delante de una de las ventanas, colocando la punta de sus


dedos contra ella.

—Estoy acostumbrada a ver esto sin el cristal todavía intacto —


dice.

—La guerra no lo ha destruido todo —digo.

—No —coincide, dejando caer la mano. Me lanza una mirada


enigmática—. No todo.

Comienza a quitarse las armas y colocarlas en la pequeña mesita


de noche junto a nuestra cama.

Mujer salvaje.

La miro mientras se quita una prenda de ropa sucia tras otra,


dejándolas caer donde está parada. Es evidente que su mente está en
otro lugar; es ajena a mis ojos en ella.

Hay una mancha de suciedad justo detrás de su oreja, un lugar al


que nunca prestaría atención o pensaría en limpiar. Tengo el extraño
deseo de limpiarla.

En su lugar mis ojos viajan desde la mancha a la delicada línea de


su cuello, después bajan por su espalda. Su cuerpo es muy pequeño para
una fuerza de la naturaleza. En ocasiones olvido eso. Ocupa una parte
tan grande de mi mundo.
Los cardenales salpican su piel. Frunzo el ceño ante la vista. Ha
recibido cada uno en el poco tiempo desde que está despierta.

Vuelva la cabeza en mi dirección, mirando dos veces cuando se da


cuenta de que he estado observándola. Tardíamente se cubre.

Empiezo a caminar hacia ella, desabrochando mi camisa mientras


lo hago. Decido en ese momento y lugar que lo que sea que está
planeando hacer desnuda, me uniré a ella.

—¿No crees que es un poco demasiado tarde para ser tímida? —


digo.

—No contigo, no.

Puedo decir que quiere retroceder mientras cierro el espacio entre


nosotros. Pero no lo hará. Su orgullo y su coraje impedirán que muestre
debilidad. Amo eso de ella, y me aprovecho de ello, caminando hacia ella
hasta que mi pecho roza sus brazos.

Los aparto de su cuerpo, exponiéndola.

—Soy tu marido.

Levanta el mentón, mirándome fijamente con actitud desafiante.

—No lo has sido durante los últimos cien años.

Agarro su mandíbula e inclino su cabeza hacia el lado, de modo


que puedo ver la parte trasera de su oreja. Con la otra mano le quito la
mancha que vi antes.

Vuelvo su cabeza hacia mí otra vez.

—Guarda tu enfado para nuestros enemigos.

Nuestras miradas se enganchan, y creo que he llegado a ella.

Se aparta, escurriéndose de mis dedos una vez más. Deambula


hacia el baño, cerrando la puerta tras ella, pero no del todo. Se queda
abierta varias pulgadas.

Una invitación.

Varios segundos después se enciende el grifo, la puerta de la ducha


se cierra de golpe y la oigo respirar profundo, seguramente por la
temperatura.
—Sabes, podrías esperar un minuto para el agua caliente —digo,
quitándome la última de mis prendas de ropa.

—Eso es un minuto de agua desperdiciada —me responde.

Cierro los ojos y saboreo el momento. Todo ha cambiado, todo


excepto ella. Es casi insoportable. Como un recuerdo devuelto a la vida.

Con una exhalación temblorosa, abro los ojos y me dirijo al cuarto


de baño.

Me da la espalda. No se vuelve, ni siquiera cuando abro la puerta


de la ducha y camino hacia el interior. Sé que sabe que estoy aquí, pero
no se opone.

No creo que me odie ni de cerca tanto como quiere.

Aparto su melena sobre uno de sus hombros y beso su nuca. Así


es cómo siempre estuvo destinado a ser entre nosotros.

Paso las manos por sus moretones.

Reclina su cabeza contra mí, y rodeo con un brazo su torso,


atrayéndola más cerca. Esta es la mujer que nunca merecí, y esta es la
vida que siempre anhelé.

Dejando que mis ojos se cierren, rozo mi boca contra uno de sus
omóplatos, inclinando mi frente contra su cuello.

La inhalaría si pudiera.

—Montes…

La abrazo incluso más apretadamente. Sólo mi nombre en sus


labios me deshace.

—¿Por qué me quieres? —pregunta.

Mis pulmones enmudecen y mis ojos se abren. Serenity ha girado


su cabeza a medias hacia mí.

En el avión sentí que estuvo cerca de pronunciar esas mismas


palabras. Y ahora quiere tantear mis sentimientos por ella.

Porque está tratando de comprender los suyos.

Mi corazón va a explotar, estoy seguro.

Pero no revelo nada de esto.


En vez de eso beso la mejilla de Serenity.

—¿Por qué cualquier cosa ocurre del modo en que lo hace? —


pregunto, descansando mi mentón sobre su cabeza—. No lo sé. No sé por
qué aquella primera noche en Ginebra, cuando entraste en mi salón de
baile con tu padre, no pude apartar mis ojos de ti. O por qué, en cien
años no he sido capaz de desterrarte de mi mente. —Ahora la giro de
frente hacia mí—. O por qué, incluso después de todas las maneras en
que he cambiado, puedo amarte del mismo modo que siempre lo he
hecho. Pero lo hago.

Dios, lo hago.
Capítulo 36

Traducido por Rimed

EL REY

DEBIDO A LOS ataques y nuestras rápidas salidas de cada territorio,


tenemos un día extra en nuestro itinerario y nada planeado para llenarlo.

Si no estuviéramos en guerra, y mis enemigos no estuvieran


intentando activamente atacarnos, le mostraría todo Shanghai. Un día,
cuando todo esto haya acabado, la llevaré a cada distante rincón de
nuestro mundo y le mostraré paisajes que nunca ha visto.

Pero eso no será hoy.

La dejo dormir hasta pasado el mediodía. Como aún no despierta,


las viejas preocupaciones comienzan a aparecer. Que el cáncer ha vuelto.
Que el Durmiente nunca la arregló. Que su cansancio viene de su
interior.

Así que, solo unas horas después de vestirme para el día, me


desvisto y me deslizo bajo las cobijas. Me acomodo entre sus muslos, mis
manos acariciando sus piernas. Y entonces la despierto con un beso.

No hay un lento despertar de conciencia con mi esposa. Un


momento está dormida, al siguiente está intentando alejarse. Sujeto sus
caderas en el lugar, disfrutando su sorpresa.

—Montes. —Se retuerce bajo mío.

Mis labios regresan a ella. Casi involuntariamente, se mueve contra


mí, como si no pudiera evitarlo.

Gimo contra su núcleo. No voy a durar mucho más de esta forma.


Antes de que ella tenga la oportunidad de protestar, la volteo sobre
su estómago y levanto su torso, mi pecho presionado contra su espalda.

—Mon…

Con una rápida embestida estoy dentro de ella.

Lo que sea que iba a decir se convirtió en un jadeo.

—Buenos días, mi reina —digo contra su oreja.

Mis temores previos respecto a su salud se desvanecen ahora que


estoy cerca de ella.

Se relaja contra mí, su cuerpo dócil bajo el mío.

Enredo mis dedos entre los suyos.

—Dilo —susurro.

Ha sido una emoción permanente la necesidad de oír aquellas


palabras. Siento que me ama, pero quiero oír las palabras de ella.

Debo oírlas de ella.

Se tensa contra mí.

—No.

Juro que oigo preocupación real en su voz.

Está cerca de romperse.

Pellizco la concha de su oreja.

Haré que lo diga.

Y pronto.

SERENITY

LAS COMODIDADES AÚN me hacen sentir culpable. No estoy segura de


que eso vaya a desaparecer alguna vez. Pasé todos mis años de formación
como una de los que no tienen. No sé qué hacer cuando todo lo que
siempre desee está en la palma de mi mano.
Así que de mala gana paso el día en cama con Montes, quien parece
no tener problema disfrutando de sus comodidades.

Y oh, cómo las disfruta. Ni siquiera me ha dejado salir para comer,


en su lugar nos ha traído la comida a la cama. Y cuando no estamos
comiendo…

Como dije, Montes disfruta de sus comodidades.

Es solo cuando el sol comienza a ponerse que me deja deslizarme


fuera de sus brazos.

Me observa mientras me visto. Siento esos ojos, esos muy sedientos


ojos bebiéndome.

Cuando voy a tomar una camisa, Montes dice:

—Ah, ah.

Le dirijo una mirada por sobre mi hombro.

—A menos que me encadenes a esa cama, voy a tener que vestirme


en algún momento.

Dale a este hombre un centímetro y tomará varias millas.

Se quita las cobijas de encima y deja la cama para dirigirse hacia


mí.

—Por mucho que eso me guste… —Toma la camisa de mis manos


y la tira a un lado—, tendré que guardar las cadenas para más tarde.

Montes se dirige hacia nuestro armario y saca un vestido con


plumas negras y doradas en los hombros, y algo que luce como escamas
blindadas a lo largo del cuerpo.

—Tenemos una cena esta noche.

Entre los incesantes viajes y los ataques, casi había olvidado sobre
las aborrecibles cenas esparcidas libremente a lo largo de la gira.
Cancelamos todas las previas debido a que hubo una contingencia sobre
los oficiales de cada territorio.

—¿Los líderes de Shanghai? —Ahora me siento el doble de culpable


por haber pasado el día en cama.

—Están bien —dice Montes.

Mi atención regresa al vestido.


—¿Qué es eso? —digo, mirando el vestido tanto como con
curiosidad como con repulsión a partes iguales.

—Armadura para una reina.

NUESTRA CENA SE lleva a cabo en un extravagante edificio con una


arquitectura incluso más antigua que los rascacielos, con techos
inclinados y colores profundos y vivos.

Entro al enorme vestíbulo del brazo del rey. Mi vestido se estremece


mientras me muevo, el resultado de todas esas escamas de metal
frotándose unas contra otras.

Las murallas a nuestro alrededor son doradas y las columnas


abrazando el techo son de un vibrante rojo. Es hermoso, extraño y me
hace sentir como una intrusa.

Tan pronto como los dos llamamos la atención de los visitantes que
ya están adentro, comienzan a golpear sus pechos, igual a los hombres y
mujeres de antes. Presiono mis labios.

Nunca quise convertirme en algún tipo de celebridad y no estoy


acostumbrada a la atención positiva que he estado recibiendo. En el
pasado, a una buena parte de los súbditos del rey no les gustaba. He
descubierto que es mucho más fácil lidiar con el odio que con el amor.

Hundo mi cabeza. Incluso eso no detiene los extraños saludos que


todos me están dando. No por varios minutos. Y una vez que se detienen,
no ha acabado. No realmente, porque todos quieren hablar conmigo.

Un camarero pasa cerca llevando varias copas de vino. Le arrebato


una, ganándome una elevación de ceja de Montes. Pero quizás por
primera vez desde que estamos juntos, no intenta activamente evitar que
beba.

Pasa una hora de este modo. Bebiendo y charlando. El rey está a


mi lado todo el tiempo, manejando sutilmente las conversaciones sin
dejar ver que lo está haciendo.

Llegado el momento, nos encontramos con el líder regional de


Shanghai, Zhi Wei, su esposa y varios dignatarios con los que trabaja.
Todos se ven un poco asustados.
Son listos por estar asustados. Los hemos marcado a morir al venir
a su tierra. Todavía no puedo pensar en esa casa en Kabul sin sentir
nauseas.

Zhi hace una reverencia, su séquito sigue su ejemplo.

—Es un honor tenerlos aquí —dice cuando se endereza.

Es una maldición.

Trago el sabor amargo que tengo en la parte posterior de mi


garganta. Estoy maldiciendo a esta gente al venir aquí.

—Gracias por recibirnos —respondo.

Él asiente solemnemente.

—Estamos ansiosos por terminar la guerra. —Zhi mira brevemente


a su esposa—. Hemos perdido dos hijos por ella.

Esta parte duele. Siempre duele. Pienso que la mayoría de los


soldados no le temen a la muerte tanto como le temen a esto, el
sufrimiento de su familia. Los soldados conocen mejor que la mayoría los
juegos mentales que los muertos pueden jugar contigo.

—Haré todo lo que este en mi poder para lograr que eso ocurra —
digo.

Hablamos con Zhi y su esposa un rato más y luego continuamos


saludando a más gente. Bebo y saludo, bebo y saludo. Esto continúa
hasta que el alcohol hace mis sonrisas un poco más genuinas y mi cuerpo
un poco menos rígido.

No me doy cuenta que me he ido acercando a Montes hasta que él


me da un beso en la frente, un beso al que me acerco. En ese momento
me doy cuenta cuánto de mi costado está presionado contra el de él y que
mi brazo está envuelto tan firmemente en su cintura como el suyo está
en la mía.

Un vaso tintinea en el extremo del cuarto y por un breve instante,


temo que sea otra de esas vergonzosas peticiones de besos para mí y el
rey.

En vez de eso, el camarero que sostiene la copa se aclara la


garganta.

—Le solicito a todos los invitados que se dirijan al comedor. —


Señala a un cuarto a mi izquierda—. La cena comenzará pronto.
Los invitados comienzan a dirigirse hacia la habitación, muchos
lanzando miradas ansiosas en mi dirección. Cada una hace dudar un
poco a mi corazón. Seguramente hay tipos de personas a las que les
gustaría esta atención, simplemente no soy una de ellas.

El rey se mantiene cerca de mi costado. Si tuviera que adivinar,


diría que le gusta tan poco la atención en mí como a mí.

Entramos a una pequeña y demasiado decorada habitación


dominada por una gran mesa rectangular y docenas de puestos. Tal como
la habitación principal, las paredes aquí son doradas. Se siente como algo
sacado de un sueño, algo de lo que despertaré.

Examino la habitación buscando nuestros asientos. Es entonces


cuando se eriza la parte de atrás de mi cuello.

Me tenso.

Incluso con el alcohol adormeciendo mis sentidos, hay algunas


cosas que no puedo ignorar. He sido un soldado por demasiado tiempo.
La auto-preservación y la paranoia son dos lados de la misma moneda.

Así que discretamente pongo mi pie frente al del rey y luego lo


empujo. Ejerzo solo la fuerza suficiente para hacer que se tropiece hacia
adelante con mi pierna. Comienza a caer y yo voy abajo con él.

El sonido de la bala es explosivo. Oigo un golpe cuando esta choca


un cuenco de plata justo a la izquierda de Montes.

Eso es todo el tiempo que me toma darme cuenta…

—¡Están intentando asesinar al rey! —grito, agarrando el hombro


de Montes y terminando de empujarlo hacia el suelo. Me fuerza a caer
con él.

Distantemente, estoy consciente de otros que caen al suelo, pero


en el momento mi atención se limita al rey.

Cuando intento cubrir su cuerpo con el mío, él simplemente me da


una mirada y nos voltea.

Me mira con ojos salvajes mientras los disparos llenan el aire.


Pareciera por los gritos de agonía que el rey no era el único objetivo.

Madera y bailan en el aire mientras las balas atraviesan paredes y


muebles. Oigo vidrio romperse cuando uno de los disparos hace añicos
una ventana. Desde lo que puedo ver de debajo de la mesa, veo gente caer
al suelo.
Mis manos se deslizan de entre mí y el rey y tomo la pistola de la
funda que llevo en la cara interior del muslo. Todo mientras el sonido de
balas y gritos es una oscura cadencia en mis oídos.

Intento levantarme, pero Montes no se mueve. Puedo ver la


advertencia en sus ojos. No te atrevas.

—Tenemos que eliminar a los tiradores —digo. No puedo oír mi


propia voz por sobre el ruido, pero Montes debe haberlo hecho porque me
da una lenta sacudida de su cabeza.

—Quédate abajo. —Leo sus labios.

El aire se llena con una turbia neblina roja. Puedo saborearlo en


mis labios y lo siento rozar mi cara. Esto no es una simple ejecución, es
una carnicería.

Montes no me deja levantarme, pero aun puedo ver piernas desde


debajo de la mesa. Busco por un par que estén quietas. La gente asustada
corre o se esconde. Los atacantes no.

Veo tres pares separados de piernas. Aprieto el gatillo antes de que


lo pueda pensar una segunda vez. Ellos caen, uno tras otro. Cuando veo
sus cabezas y pechos entrar en mi línea de visión, les disparo también.

Por un momento, no estoy segura de haberle disparado a los


perpetradores. Está la terrible posibilidad de que hubiesen sido inocentes
los que derribe. Pero los disparos se cortan abruptamente.

Le sigue un espeluznante silencio.

Polvo, yeso y una neblina de sangre cuelgan pesados en el aire. A


nuestro alrededor yacen cuerpos dispersos. A la mujer más cercana a mí
le falta un ojo y frente a mí, la mujer del líder regional de Shanghai se
desploma contra la pared, sujetando su corazón, su sangre filtrándose
entre sus dedos. Sus ojos encuentran los míos y veo su sorpresa mientras
jadea.

Zhi gatea hacia ella, su cuerpo temblando por el esfuerzo de


arrastrar su inerte sección inferior por el suelo.

El rostro del rey está lleno de horror mientras observa a la pareja.

Esos pudimos ser nosotros. Puedo decir que ese pensamiento se


está repitiendo en su cabeza.

—Montes —digo, empujándolo gentilmente. Él aún me tiene sujeta


abajo.
Sus fosas nasales se abren cuando su atención regresa a mí.
Empujo nuevamente contra él, señalando que quiero levantarme. Creo
que se va a negar, pero entonces, reticentemente, se quita de encima.

Me pongo de pie y Montes se une a mí un momento después.

La mayoría de nuestros guardias tiene algún tipo de lesión. Esos


que no se han movido aún hacia nuestros atacantes. Comienzo a
seguirlos.

Montes atrapa mi antebrazo.

—Aún no —dice. Al menos, eso es lo que creo que dice. Mis oídos
aún tienen un pitido.

No me molesto en discutir con él, simplemente tiro de mi brazo


fuera de su agarre y me dirijo hacia el resto de los hombres.

Puedo sentir al rey a mi espalda, acechándome, puedo sentir su


frustración. Está teniendo problemas controlando algo incontrolable.

Alcanzo a los soldados del rey justo cuando están revisando los
signos vitales de los tiradores. Pateo lejos las armas de nuestros
atacantes, a pesar de que estoy casi segura de que los tres están muertos.

Estudio a nuestros atacantes. Dos hombres, una mujer. Todos


vestidos como camareros. Uno de ellos era el mismo hombre que nos
invitó al comedor.

Él había programado el ataque.

Mientras observo a los tres tiradores, noto varios bultos extraños


alrededor de la sección media de la mujer. Me agacho, mi mano va al
borde de la camisa de la mujer. La saco de debajo de su pantalón y la doy
vuelta.

Debajo…

Han pasado cien años desde la última vez que vi un explosivo, pero
a menos que este sea un elaborado engaño, no han cambiado mucho.

—Bomba —susurro.

—¿Qué fue eso? —dice Montes detrás de mí.

Me levanto y comienzo a retroceder, una de mis manos busca a


tientas la del rey.

—Bomba —digo mucho más fuerte—. La mujer está cargada.


Los guardias del rey miran debajo de las camisas de los otros dos
tiradores. No tengo la misma vista que ellos, pero aun así veo suficiente.
Y cuando sus sombrías miradas encuentran la mía, tengo la confirmación
que necesito.

Mis ojos se mueven por la habitación, donde media docena de los


sobrevivientes me miran con ojos aterrorizados. Muchos más gimen
desde el piso.

—Todos necesitan evacuar —digo—. Ahora.


Capítulo 37

Traducido por Rose_Poison1324

EL REY

ESTOY CANSADO DE esto, cansado de la muerte siempre persiguiendo


a mi reina. Apenas escapamos vivos. Otra vez.

Inmediatamente después de que Serenity descubriera las bombas,


fuimos evacuados, junto con el resto de los invitados sobrevivientes,
dejando solo a los muertos detrás.

Me reclino en mi asiento, ignorando la vista de Shanghai que


comienza a difuminarse más allá de nosotros. Si miro hacia atrás ahora,
aun seré capaz de ver el techo con tejas del edificio estilo shikumen en el
que estábamos hace no más de cinco minutos.

Pero no miro hacia atrás; miro a Serenity, realmente estoy


mirándola.

Su mandíbula está tensa mientras mira fuera de la ventana. Luce


cansada, enojada, desolada. Apenas puedo soportarlo.

Me estiro, mi pulgar frotando su pómulo. Se inclina al toque,


cerrando sus ojos brevemente. Hay manchas de sangre y polvo encima
de ella.

Estoy muy candado de verla con esta pintura de guerra.

Solo yo tengo la culpa. Ella es un monstruo que creé mucho antes


de tenerla en mis garras. Este es el ajuste de karma que he pospuesto
durante tanto tiempo.

Quiero sus ojos en mí, sus ojos y su piel ensangrentada y


magullada.
Sin un segundo pensamiento más, la arrastro a mi regazo,
negándome a luchar contra el impulso.

—Montes, detente. —Empuja sin entusiasmo contra mi pecho


mientras la arrastro. Me sorprende que todavía tenga la intención de
alejarme. Ambos sabemos ya no quiere hacerlo—. Déjame ir.

—No —susurro con dureza.

Y entonces, de repente, Serenity se entrega. Su cuerpo se hunde en


el mío y reclina su frente en mi pecho. Siento su cuerpo estremecerse y
automáticamente comienzo a acariciar su espalda, como si fuera una
especie de chico bueno y cariñoso, no un hijo de perra sin corazón. Y
Serenity se aferra a mi más fuerte, como si fuera una cosa frágil y dócil y
no la máquina de matar que es.

Respira en un jadeo irregular, recuperándose. Lentamente aleja su


cabeza de mi pecho. La mirada que me da... hombres han vivido y muerto
y nunca han visto esa mirada.

¡BOOM-BOOM-BOOM!

Las explosiones se disparan a nuestras espaldas, una tras otra. Los


ojos de Serenity se ensanchan.

Un segundo después, el coche patina por la fuerza de la onda de


choque.

Mierda.

Los dos somos lanzamos hacia adelante, y oigo la maldición de


nuestro conductor.

Por las ventanas traseras una bola de fuego ilumina la noche.

El rey eterno y su reina mítica casi fueron asesinados mientras


cenaban en delicada porcelana. Al Oeste le habría encantado esa historia.

A mi lado, Serenity está paralizada por las explosiones, y su


expresión hace que se me hiele la sangre.

Las suaves emociones que la llenaron hace un momento, se han


ido.

Desearía que temiera más y viviera menos porque en este momento,


no veo la desolación, o incluso la ira, en su bonita cara.

Sólo una resolución despiadada.


SERENITY

ESTA NOCHE DORMIMOS en uno de los cuarteles del rey, ubicado a las
afueras de Shanghai.

Montes no se está arriesgando.

Los dos yacemos juntos en un bloque de cemento sin ventanas que


está enterrado docenas de pies debajo de la tierra.

Una vez más, estoy de vuelta en el maldito suelo.

La estructura subterránea es lo más cerca que me he sentido de mi


búnker. Y lo odio. Odio precisamente lo que me creó a mí. No puedo
decidir si el lujoso estilo de vida del rey se me ha pegado, o si es
simplemente el conocimiento que he pasado vidas bajo tierra,
honestamente no importa. Estoy devastada de todos modos.

Primero, encontrar que el rey ya no es malo, luego encontrar que


ya no puedo soportar pasivamente lo que una vez acepté fácilmente.

¿Quién soy?

—Una reina.

Me sobresalto con la voz del rey. Solo entonces me doy cuenta que
hablé en voz alta.

—Mi esposa —continúa—. La mujer que va a cambiar al mundo, la


mujer que ya lo hizo.

Me doy la vuelta en la cama y contemplo a Montes.

Quita mi cabello de mi cara, sus dedos persistentes. ¿Cuándo se


volvió tan dolorosamente dulce?

Debe sentir mi confusión interna porque dice:

—Esto es correcto. Lo que estás haciendo es correcto.

Considérame sorprendida. Asumí que el rey solo estaba de acuerdo


con mi campaña de paz debido a nuestro trato. Pero escucharlo admitir
que esencialmente cree en mí y mi causa... está haciendo cosas extrañas
a mi corazón.

Sus ojos se mueven sobre nosotros, alrededor de la habitación.


—¿Era así como era vivir en ese bunker?

Asiento, sin molestarme en apartar la mirada de él.

Su mirada vuelve a la mía.

—Debería odiar esto —dice—, pero tomaría toda una vida de vivir
bajo tierra si eso significaba que estarías a mi lado.

Trago saliva.

No quiero escuchar esto. No quiero sentir esto. Pero solo porque lo


hago, realmente, realmente lo hago, y no puedo comprender esta visión
rompiendo mi corazón. Montes, en su crueldad infinita, me hizo esto
mismo hace cien años. Me convenció de todas las formas en que no podría
vivir sin mí. Y me enamoré de él, aunque nunca lo admití y pagué por ese
terrible amor con mi vida.

Ahora, este sabio y decente Montes está exigiendo más que solo mi
cuerpo otra vez.

Sabía que esto sucedería, pero oh, cómo tengo...

—Tienes miedo. —El lector de mente dice esto como si fuera una
gran revelación.

Abro la boca, completamente preparada para mentir.

—No tengo…

—Oh —interrumpe, levantando mi barbilla—, sin embargo, lo


tienes.

Mi nariz se ensancha mientras nuestras miradas se sostienen. Y


sostienen. Y sostienen.

Y luego ve algo que no debería.

—Dios mío —dice. Su pecho se expande mientras toma aire. Y luego


su boca desciende sobre la mía.

Y ahora tengo que lidiar con la muy real posibilidad de que pierda
mi última pizca de poder, porque el rey, creo que él sabe.

Sabe que lo amo.


ME DESPIERTO EN medio de la noche en una cama vacía. Yazco ahí por
algunos segundos mirando al techo de cemento antes de darme cuenta
qué me despertó.

Luz.

Justo como en el búnker en el que pasé muchos años, no hay luz


natural en esta fortaleza subterránea. Cuando las luces se apagan,
literalmente no ves nada. Pero yo puedo ver el techo de cemento
tenuemente.

Me siento y busco la fuente de la luz. Viene de los bordes de la


puerta, que no está completamente cerrada. Puedo escuchar voces a la
distancia.

¿Qué ha pasado ahora? ¿Y por qué no me despertaron?

Saliendo de la cama, rápidamente me pongo un par de ropas de


faena, haciendo una mueca cuando mis pies tocan el suelo de cemento
frío. Me pongo las botas, luego dejo nuestra habitación.

En el pasillo, un solo centinela hace guardia. Asiento con la cabeza


hacia él, luego me dirijo por el corredor hacia el sonido de las voces.

Delante de mí, el pasillo se dobla bruscamente hacia la derecha.


Estoy casi alrededor de la esquina cuando distingo quién habla.

—¿Cómo no pudiste decirme? —escucho el silbido del rey.

—Ellos nunca me lo dijeron —responde Marco.

No había visto ni oído hablar de la mano derecha del rey desde


antes de partir hacia la cena.

—¿Te das cuenta de lo mal que eso pudo haber ido?

—¿Cómo no iba a hacerlo? Olvidas que yo también me preocupo


por ella —dice Marco, su voz intensa.

—No —la voz de Montes es baja y letal—, seamos claros al respecto:


ella no es Trinity. Ella no es tuya. Serenity es mía.

Apoyo mi cabeza contra la pared y cierro los ojos. Ya he escuchado


mucho. Antes de que ninguno de los dos hombres sepa que estoy allí,
regreso a nuestra habitación y me deslizo de vuelta a la cama.

Si escuché todo eso correctamente, entonces Marco había amado a


mi clon.
¿Puede este mundo ser más jodido?

Resulta que, sí puede.


Capítulo 38

Traducido por Mary Rhysand

SERENITY

SEÚL. NUESTRA PRÓXIMA parada.

Esta ya no es la misma gira que pensamos que sería al comenzar


el viaje. Los encuentros con los líderes regionales han sido cortados por
completo, nuestra estadía en cada local ha sido drásticamente reducida
a solo los discursos, y nuestros alrededores inmediatos son ahora
seguros más que lujosos.

El avión militar en el que nos encontramos se halla lejos del avión


real. Puedo ver la estructura metálica expuesta, así como los cables
aislados que se extienden a lo largo de las paredes y el techo, y nos
balanceamos en nuestros asientos con cada movimiento sutil que hace
el avión.

Este nuevo rey. Lo evalúo mientras no me está mirando. Su cabeza


se inclina hacia la hoja de papeles que lee, una de sus piernas temblando
como si no pudiera quedarse quieto.

Todavía es un adicto al trabajo. Todavía en vano. Aun controlando.


Todavía terriblemente poderoso.

Montes alza la mirada, y sus ojos se calientan de inmediato.

Aún está enamorado de mí.

—¿Qué está pensado mi pequeña viciosa reina? —pregunta sobre


el zumbido de motores.

Cien años para un hombre convertirse en lo que sea que desea.


Arqueo mi cabeza.

—Creo que tienes miedo de conseguir todo lo que siempre has


querido —le digo—. Creo que sabes que una vez lo tengas, serás forzado
a darte cuenta cuán vacío era al final.

Baja los papeles. Tengo toda su atención ahora. Sus ojos arden
con una emoción que no puedo descifrar. No sé si es solo su intensidad
habitual o algo más.

—Mi reina regresó a psicoanalizarme.

—Querías conocer mis pensamientos —le digo.

Me observa por un momento, luego se desabrocha el arnés.

—Su Majestad —uno de sus guardias interviene rápido—,


necesita…

El rey alza la mano y calla al oficial. Ahora hemos llamado la


atención. Y entre esos ojos están los de Marco. Encuentro su mirada
brevemente, solo lo suficiente para que él la aparte. Y luego mi atención
está de vuelta al rey.

Montes llega a mi asiento y se arrodilla frente a mí, sus manos


descansado en mis muslos. El gesto es casual, pero como todo lo que
tiene que ver con Montes, mi mente se mueve a cosas más íntimas.
Rasgar ropas, respiración caliente contra mi piel, y más caricias de esas
manos.

—No lo ´sé —dice suavemente.

Frunzo el ceño.

—¿No sabes qué?

Su pulgar frota descuidadamente mi pierna.

—Si tienes razón o no. Me he preguntado lo mismo. Si pude evitar


que la guerra se prolongara tanto tiempo.

Busco en su rostro.

—Pero no estoy seguro de haber podido —agrega—, no sin


quedarme siendo el mismo hombre que era.

Aún está allí, veo un destallo en el fondo de sus ojos ahora. La


urgencia por ser cruel.
Montes se inclina hacia adelante, y logro ver su cara muy cerca y
de forma personal. Si pensaba que era intenso de lejos, no es nada
comparado con tener la atención completa de este hombre.

Y luego me besa, su reina captiva.

Toda la producción se alarga. Montes no suelta mis labios, ni


siquiera cuando trato de alejarme. Tenemos una audiencia, después de
todo, una audiencia que hace unos momentos estaba muy dispuesta a
entretener. El rey me ha manipulado una vez más.

Es solo cuando siente que he cedido al beso que lo hace dulce.


Eventualmente logro apartar mi rostro del suyo.

Estoy respirando fuerte. Este hombre que desperdicia todo tipo de


cosas, su cabeza todavía está cerca de la mía. En algún momento durante
nuestro beso, su agarre en mis piernas se aprieta. Es casi doloroso, pero
solo ahora me doy cuenta.

Mi voz es baja cuando hablo:

—No importa lo que digas, o lo que eres ahora, Montes. Siempre


serás el hombre que arruinó el mundo al principio.

Se aparta, sus ojos observando mi boca.

—Lo soy. Y si eso significa tener más tiempo contigo, lo hubiera


arruinado antes.

TAN PRONTO COMO llegamos a Seúl, lo siento. El día se siente ominoso,


como una tormenta a punto de pasar.

Mi nueva arma está ajustada en mi cadera. Nadie me pidió que la


quitara, pero no lo haría de igual forma. La violencia del Oeste solo ha
incrementado a través del viaje.

Nos llevan directamente del campo de aviación al estadio donde


daré mi discurso. Al final del día, volveré a ese avión y me dirigiré a la
siguiente ubicación. Tratando de mantenernos un paso por delante de
Oeste.

Como las otras ciudades que he visitado, Seúl muestras señales de


la guerra. La mitad de los edificios no son nada más que escombros. Y en
muchos de ellos veo posters y murales que representan mi imagen con
las palabras Libertad o Muerte garabateadas debajo. En un caso, incluso
veo dos rifles de asalto cruzados debajo de mi imagen, como una calavera
y huesos cruzados.

Me he convertido en una luchadora de la libertad.

Cuando nuestro vehículo llega a nuestro destino, obtengo un


vistazo del escenario en el que estaré hablando. No es nada más que una
construcción temporaria levantada en mitad de una de las calles de Seúl.
Algunos asientos del estadio parecen haber sido traídos, pero aparte de
eso, la gente usa la topografía en sí misma para obtener una vista del
escenario.

¡Y la gente! Esperaba poca audiencia. Tuvimos que cambiar el


horario del discurso para encajar en nuestro apurado itinerario. Pero, en
todo caso, el lugar parece abarrotado.

La calle frente al escenario está llena con cientos, sino miles de


cuerpos. Largos rascacielos rodean la carretera a cada lado, y juzgando
por las personas acampando justo dentro de las ventanas vacías de
muchos de ellos, puedo decir que este es el sitio improvisado que planeó
la ciudad.

El vehículo blindado se detiene en la parte trasera cercada del


escenario.

—¿Segura que quieres hacer esto? —pregunta Montes, mirando


especulativamente a los alrededores. No lo deja ver, pero sé que está
preocupado. Quizás incluso aterrado.

Sin embargo, no ha insistido en que me vaya. Y ahora quiere mi


entrada.

Estiro mi mano y toma la suya, llevando su atención hacia mí. Muy


deliberadamente, froto un beso contra sus nudillos.

—Sí —digo suavemente.

Mira a nuestras manos por varios segundos y luego sus ojos vuelas
a mí.

No le agradezco por ser razonable, pero sé que puede ver mi


gratitud.

Asiente, pero su expresión se torna gris.

—Muy bien.
Sale del carro, sosteniendo la puerta para mí. Casi de inmediato,
un grupo de hombres y mujeres nos rodean.

—Sus Majestades —dice uno de ellos, abordándonos a Montes y a


mí—, estamos tan felices de que estén aquí. Por favor sígannos. Tenemos
sus armarios esperándolos en el vestidor.

¿Armarios?

Le alzo una ceja al rey, pero está demasiado ocupado frunciéndole


el ceño a todo el mundo que se me acerca.

Nos conducen a una habitación improvisada, que en realidad no es


mucho más que cuatro paredes temporales.

En su interior, un uniforme negro estilizado y un esmoquin nos


esperan.

Quito el atuendo de la pared. El uniforme luce mitad paramilitar y


mitad moda. No puedo evitar hacer una mueca cuando me doy cuenta de
los hombros y los brazos superiores del brillo superior ajustado.

Lo que sea. Al menos no es un vestido.

Me cambio, asegurándome de sujetar mi nueva arma a mi atuendo.


El arma de mi padre está empacada con mis cosas, sabrá el Señor dónde.

Ese sentimiento inquietante aún permanece en el aire. Se queda


conmigo incluso después de que el rey y yo salimos de la habitación.

Nos hallamos detrás de unas cortinas de terciopelo rojo, los dos


esperando ser presentados al mundo.

Miro hacia él.

El diablo nunca lució tan bien. Lleva un traje, su cabello peinado


hacia atrás. Y sus ojos… una persona podría perder su alma en sus
profundidades oscuras. Se parece al hombre que esperó por mí en la base
de esos escalones en Ginebra. El monstruo que entró y arruinó mi vida.
Y ahora, cien años después, me paro a su lado, determinada a reparar
todo lo que ha roto.

—Treinta segundos —dice alguien.

Montes se gira hacia mí.

—¿Estás lista? —Hoy caminaremos juntos y enfrentaremos la


multitud como una fuerza unida.
Asiento.

No dice nada, solo me ve, mirándome como si yo fuera su propia


aparición personal antes de que él incline su cabeza y vuelva a mirar
hacia adelante.

Las personas que nos rodean comienzan a contar con sus dedos,
como si toda esta producción debe ejecutarse hasta el segundo.

Los dedos paran y luego el rey y yo estamos caminando hacia el


escenario.

Largas pantallas han sido colocadas entre los edificios. Veo


nuestros rostros proyectados sobre ellos mientras avanzamos. Por
primera vez, me doy cuenta que no es solo el rey quien parece inhumano.

Yo también.

La ferocidad de la cicatriz que cubre mi mejilla, la tensión de mi


mandíbula, la mirada en mi ojo, no soy una cosa natural. El asesinato y
la violencia me han hecho así. La pérdida y la guerra me han hecho así.

Parezco salvaje.

Una reina salvaje. Una que no necesita una corona o incluso un


arma para parecer poderosa.

Lo veo ahora, la fe de este mundo en mí. No es solo que soy un


anacronismo; la dureza de mi rostro habla a estas personas que solo han
conocido la guerra.

No es de extrañar que Oeste quiera que me vaya.

Un siglo ha pasado, y sin embargo, después de todo este tiempo


sigo siendo algo que temer.
Capítulo 39

Traducido por YoshiB

SERENITY

NUESTROS ENEMIGOS ESPERAN hasta que el rey y yo estemos


separados.

Hasta que sea vulnerable.

—No elegí este destino voluntariamente —digo, justo en el calor de


mi discurso.

Mis ojos se mueven brevemente hacia el costado del escenario,


donde Montes me mira. Dijo su porción y luego me dejó conquistar a la
multitud.

—Igual que muchos de ustedes no eligieron el suyo —continúo—.


Pero estas vidas siguen siendo nuestras, y son importantes.

La gente necesita saber que cualquier sueño que sostienen


firmemente puede suceder. Las reinas muertas pueden ser resucitadas.
La paz puede seguir a la guerra. El bien puede vencer al mal.

La parte posterior de mi cuello pica, y mi voz tiembla.

Algo... está mal.

Juro que escucho el silencioso zumbido de un avión, pero cuando


miro hacia el cielo azul sin nubes, está completamente vacío.

—No sangro por Oeste —continúo hablando—. Y no sangro por


Este. Siempre he sangrado por la libertad y siempre lucharé contra
aquellos que buscan oprimirlos.

La multitud ruge.
Muy por encima de nosotros, algo brilla, atrapando la luz del sol de
mediodía. Me refresca la memoria. ¿No había visto algo así en el palacio
del rey?

Mi aliento se detiene.

Oh Dios.

Ahora recuerdo.

Camuflaje óptico, el material que hizo al enemigo casi invisible.

Me dirijo a los oficiales. Sus dedos están en sus auriculares. Mi


propia mano va a mi arma instintivamente.

Entonces lo escucho. El horrible silbido de una bomba siendo


lanzada.

Ya es demasiado tarde.

¡BOOM!

El primero explota a mi izquierda, en medio de nuestra audiencia.


El concreto, el metal y la carne se disparan en el aire en cientos de
direcciones diferentes mientras un edificio podrido se destrozaba. Cien
personas mueren ante mis ojos, todo en un instante. Al igual que mi
madre había hecho hace años.

Una segunda explosión sigue a la primera, está a mi derecha. La


bomba se despliega como una extraña y terrible flor, y el sonido que la
acompaña es tan fuerte que parece moverse a través de mis huesos. Ya
puedo sentir su aliento, aunque estoy lejos, muy lejos.

Mientras observo, varios soldados armados comienzan a hacer


rappel desde un avión que todavía es casi invisible.

Mis ojos encuentran los de Montes. Está luchando contra sus


guardias tratando de alcanzarme.

Una tercera explosión golpea, justo al lado del escenario.

¡BOOM!

Mi mirada se desgarra del rey mientras soy arrojada hacia atrás,


mi cabello se desliza alrededor de mi cara mientras caigo por el aire. El
fuego y el calor se despliegan, y esta vez, durante una fracción de
segundo, se siente como si me estuvieran hirviendo viva. Y luego mi
cuerpo se estrella contra el suelo y la intensidad de la explosión se retira.
Durante varios segundos me quedo abajo, mareada y desorientada.
Parece que no puedo aspirar suficiente aire.

Me levanto. Puedo probar la sangre en mi boca donde mis dientes


cortan el interior de mi mejilla. Lo escupí, luego me pasé la lengua por el
labio inferior.

El aire está lleno de humo y escombros. Pero incluso a través de la


bruma, logro ver a los guardias del rey tratando de expulsar a Montes del
escenario con vehemencia. Está golpeando salvajemente contra ellos, y
no puedo escuchar lo que dice, pero solo tiene ojos para mí.

Dirijo mi atención a la multitud más allá del escenario. Las bombas


siguen cayendo, y noto una simetría enferma. Están delineando
aproximadamente el perímetro del anfiteatro y la arena, acorralándonos.
El enemigo está ahora entre los civiles. Veo pequeños destellos de luz
dispersos por toda la multitud donde los soldados ahora están
disparando sus armas.

Esta no es una batalla. Es una masacre.

Veo el micrófono que usé no hace un minuto; se sitúa de lado a


cierta distancia de mí.

Nadie morirá hoy sin haber trabajado por ello.

Me paro justo cuando los soldados del rey vuelven su atención


hacia mí.

Desenfundando el arma escondida a mi lado, abro el seguro y corro


hacia el micrófono caído, deslizándolo del suelo.

Las cámaras han cambiado su enfoque hacia la audiencia. Si el


sitio no era lo suficientemente horrible, se está proyectando a nuestro
alrededor. Sus gritos son un coro en mis oídos, y gracias a las imágenes
de video, su agonía está íntimamente en exhibición.

—¡Ciudadanos del Este! —grito al micrófono. La escéptica en mí


pensó que los sistemas de sonido estarían caídos, pero no lo están,
todavía no, de todos modos. Mi voz hace eco a través de los altavoces, en
armonía con el rugido del fuego.

Ante mis palabras, veo que las cámaras se mueven hacia mí. Todo
es macabro, especialmente porque varias de las pantallas gigantes que
proyectan mi cara se han incendiado.
—Si vas a morir hoy, deja que sea en tus términos, no en los de
ellos. —Levanto la mano sosteniendo mi arma—. Y que sea a mi lado.

Dejo caer el micrófono y corro hacia el borde del escenario.

—¡Serenity! —grita el rey desde muy lejos detrás de mí.

No me molesto en mirar atrás, y no vacilo. Salto a la multitud de


cuerpos.

Aquí abajo es un caos. Una locura. La gente grita mientras las


bombas siguen cayendo. El suelo tiembla, cada explosión como un
tambor.

Hay gente en llamas. Personas que les faltan brazos y piernas.


Personas aplastadas bajo los pies. Personas sangrando y muriendo.

Me abro paso a través de la multitud, mis ojos se fijan en los


soldados enemigos que bajan en rappel desde aparentemente ninguna
parte, sus aviones invisibles a simple vista. Se deslizan por sus cuerdas
y caen entre la multitud.

Apunto mi arma a uno de ellos y disparo.

Incluso a esta distancia, puedo decir que los corté en el hombro por
la forma en que se sacudían sus cuerpos. Su agarre se afloja en el cable
y luego se caen. Tan pronto como llegan al suelo, la multitud se los traga.

Mi ojo atrapa las pantallas grandes. Es un primer plano de mí. Mi


cabello es salvaje, mis labios ensangrentados y una fría determinación
brilla en mis ojos.

Justicia salvaje.

Las imágenes se filtran y veo a los soldados del rey abriéndose


camino entre la multitud, tratando de alcanzarme.

Alejo mi mirada para apuntar con mi arma a otro soldado enemigo


que desciende por las cuerdas. Aprieto el gatillo otra vez, y de nuevo
golpeo mi objetivo.

Di lo que quieras sobre el futuro, sus armas han mejorado.

Comienzo a eliminar al enemigo uno por uno.

La multitud se separa de mí y puedo ver exactamente cómo se ve


la esperanza en sus caras.

Entre el caos, algo cambia.


Lo siento antes de verlo. Y luego está arriba en la pantalla, su rostro
oscuro y eterno ampliado para que todos la veamos.

El rey camina a través de la multitud, directamente hacia mí. Me


aparto de la pantalla y miro hacia atrás justo cuando sus soldados me
alcanzan.

Mientras me rodean, veo a Montes, en persona, una pistola


blandida en su mano.

Nunca lo había visto así, caminando entre el caos y el peligro como


si estuviera caminando por los pasillos del palacio.

Este no es el rey que conocí. Este no es el gobernante enclaustrado


en su torre de marfil, ni es el asesino que luchó a mi lado en América del
Sur.

Él es algo más. Alguien más.

Los sonidos de la batalla vuelven a entrar. Ya no me siento tan


irreverente por saltar a la pelea. No ahora que el rey está en el campo de
batalla conmigo, una excelente presa fácil. No hay Durmientes cerca,
nada que lo salve si es mortalmente herido.

Me alcanza entonces. Así de cerca, veo la vena en su sien palpitante


y el conjunto duro de sus rasgos.

—No hay victoria en esto, Serenity.

Lo sé. Lo supe antes de saltar de ese escenario. Simplemente no es


mi naturaleza correr del peligro.

Los ojos del rey dejan los míos para enfocarse en algo sobre mi
hombro. Todo su comportamiento cambia.

Me vuelvo a tiempo para ver a los soldados enemigos corriendo


hacia nosotros. Disparan a mis guardias. Escucho un gruñido de dolor
cuando un soldado a mi izquierda cae de rodillas, aferrándose a su pecho.

A mi lado, Montes gruñe, y luego levanta su arma y comienza a


disparar al enemigo. Sigo su ejemplo, disparando más soldados que
convergen sobre nosotros.

—¡Hombres, cubren a la reina! —grita Montes—. ¡Vamos a sacar


nuestros culos de aquí!

No tengo tiempo para maravillarme con el rey antes de que sus


hombres nos rodeen, despejando un camino hacia el escenario.
Al enemigo le toma menos de un minuto disparar a los soldados
que cubren el frente de Montes y mío. No tengo tiempo para comprobar
sus signos vitales ahora que el rey está expuesto.

No morirá.

Aquí no. Ahora no.

Resulta, sin embargo, que el rey es bastante eficaz defendiéndose


a sí mismo.

Montes y yo retrocedemos mientras disparamos. Cada objetivo que


dispara Montes cae. Su precisión es incluso mejor que la mía.

—¡Te has vuelto bueno! —grito por encima del ruido.

Sus labios se retiran de sus dientes mientras dispara tres rondas


más, su brazo apenas se contrae con el retroceso del arma.

—¡He tenido cien años para practicar! —grita.

—¿No aceptas un cumplido? —digo, apretando el gatillo dos veces


más—. Qué inaudito.

—Si sobrevivimos a esto —dice—, te estaré azotando por eso.

Sonrío horriblemente. Sigue siendo bueno para hablar de batalla.

—Si sobrevivimos a esto, podría dejarte.

Sonríe.

Lentamente, nos abrimos paso a través del cuerpo a cuerpo,


nuestros guardias cubriendo nuestros flancos. Cuando llegamos al
escenario, tenemos que dar la espalda a la lucha.

Los disparos iluminan el suelo a nuestro alrededor. Uno de los


soldados delante de mí se estremece cuando una bala atraviesa su brazo,
pero no disminuye la velocidad. Quienquiera que sean estos soldados,
están hechos de cosas resistentes.

Cruzamos detrás de las cortinas, y los disparos cesan ahora que


nuestros enemigos ya no tienen una imagen visual sobre nosotros.

Más adelante, nuestra caravana nos espera, y los soldados que nos
protegen a mí y al rey ahora nos apresuran hacia uno de los vehículos.
Montes y yo apenas estamos dentro cuando la puerta se cierra detrás de
nosotros y el coche se desliza. Ahora somos blancos en movimiento.
Cualquier enemigo en el cielo podría atraparnos.
Espero a que llegue la próxima explosión. El que me matará a mí y
a Montes.

Nunca sucede. Un segundo sangra en el siguiente, y los sonidos de


la lucha se desvanecen gradualmente.

—Nire bihotza.

Me giro justo cuando Montes me acerca a él. Me sostiene


fuertemente en sus brazos, como si pudiera evaporarme.

—Lo hicimos —murmura en mi cabello—. Lo hicimos.

Dejo escapar un suspiro. Las cosas no se están procesando, no de


la forma en que lo harán una vez que el momento desaparezca. Mi cerebro
se mueve con lentitud.

Durante varios segundos nos quedamos sentados en silencio,


nuestro coche recorriendo las calles.

—¿Estás en una sola pieza? —pregunta.

—Sí —le susurro contra él—. ¿Tú?

—Sí. —Pasa un momento de silencio, y luego—: No hagas eso otra


vez.

Ahí está mi frío, cruel marido.

No respondo.

—¿Marco y tus oficiales? —pregunto en cambio.

Suspira, sabiendo que estoy evadiendo el tema.

—Ya están en camino hacia el avión.

Asiento con la cabeza.

Montes recuesta su cabeza contra el asiento.

—No más, Serenity. No más.

Discursos, quiere decir. Discursos y visitas.

Asiento de nuevo.

Podría ser determinada, pero no soy suicida. Descubriremos otra


forma de influir en la gente, una menos mortal.
El viaje al aeródromo es más que un poco extraño. Nadie nos
dispara, nadie parece siquiera notarnos.

Y ese maldito cosquilleo se desliza arriba y abajo de mi espalda otra


vez.

No está bien. No está bien. No está bien.

Esto no se está desarrollando como debería.

El aeródromo aparece a la vista, al igual que el hangar donde


nuestra aeronave espera. Un minuto más tarde, nuestro vehículo se
detiene, el resto de la caravana se nos acerca.

Los soldados saltan fuera, varios trotando hacia nuestro coche. Nos
acompañan a salir, y Montes y yo, junto con sus oficiales y sus hombres,
nos dirigimos hacia la aeronave que realiza el vuelo.

Nunca lo hacemos.

Veo el charco de sangre primero, cerca de una de las ruedas


traseras del avión. No llama la atención, pero es brillante, fresco.

Mis pasos fallan.

Emboscada.

Apenas tiene tiempo para registrarse antes de que los hombres y


mujeres que merodean el hangar retiren sus armas. El enemigo se ha
camuflado para parecerse a nosotros.

Los enemigos del rey sabían que íbamos a volar fuera de aquí.

Comienzan a abrir fuego, y los hombres de Montes caen uno tras


otro.

Desenfundo el arma por segunda vez y empiezo a disparar. Dos


disparos, la cámara hace clic en vacío.

Y ahora soy un blanco fácil, no mejor que un civil.

Delante de mí, Montes está ocupado disparando al enemigo, sus


movimientos fluidos. Experto. Mi mercenario rey es una visión extraña y
gloriosa.

Los guardias que nos rodean —los que aún viven— también están
disparando. Puedo ver a algunos de ellos pidiendo refuerzos, pero para
cuando alguien más llegue, la lucha habrá terminado.
Ninguno de nosotros se va de aquí hasta que el enemigo se haya
ido.

O estemos muertos.

La bala me toma por sorpresa.

Mi cuerpo retrocede por el impacto. No siento el dolor. No


inmediatamente. El picor y la quemadura de la entrada de la bala y el
repugnante tirón de su salida son simplemente incómodos.

Oigo el grito del rey entre el aluvión de balas. Qué tan fuerte debe
estar gritando para cortar todo ese ruido.

Juro que los segundos se arrastran lentamente mientras miro


ciegamente a mí alrededor. Mi mano cae a mi estómago. De hecho, siento
mis entrañas cuando presiono mi palma contra la herida.

Me tambaleo, luego caigo de rodillas.

Ahora siento el dolor. Oh Dios, ahora lo siento.

Esa agonía es tan aguda que tengo náuseas. Lo único que me


impide vomitar es que el dolor me cierra la garganta. Apenas puedo tragar
aire.

Necesito moverme.

Estoy herida y los soldados siguen atacando.

Tomo aire y luego otro. La fuerza de voluntad me hace arrastrarme


por el cemento. Dispersos a mi alrededor hay varios cuerpos, tanto
amigos como enemigos. Siseo en voz baja mientras agarro una pistola
que está a un pie de uno de ellos.

Rechinando los dientes, me obligo a ponerme de pie. Un grito de


agonía se desliza hacia afuera cuando el movimiento tira de la lesión.

Mis ojos buscan a Montes.

Cuando lo encuentro, está cortando al enemigo con su arma,


avanzando hacia mí. Sostiene su sangrante brazo izquierdo cerca de su
costado, y me doy cuenta de que no soy el único herido.

Eso es suficiente para vigorizarme.

Alguien hirió a mi monstruo.


Empiezo a disparar a los hombres que atacan al rey, enseñando
mis dientes mientras lo hago. Doy la bienvenida a mi sed de sangre como
a un viejo amigo.

Los enemigos caen, uno justo después del siguiente.

Objetivo. Fuego. Objetivo. Fuego. Grito mientras disparo, de rabia


y de dolor.

El arma hace clic en vacío.

Estoy respirando pesadamente. Tendré que agacharme para


agarrar a otro, y realmente no sé si volveré a subir.

Dispararé desde el suelo.

Colapso más que arrodillándome sobre el cemento, y grito mientras


todo mi cuerpo irradia dolor.

Al sonido de mi grito, la cabeza de Montes se me acerca. Vacila, sus


ojos arden, arden cuando me recibe.

Últimamente he visto al rey llevar muchas caras nuevas. Esta es


otra que nunca he visto. Sus fosas nasales están abiertas, su boca abierta
y su pecho agitado.

Su boca se mueve. Nire bihotza.

Pareciendo olvidarse de la pelea que todavía ruge a nuestro


alrededor, se tambalea hacia mí.

Estoy sacudiendo la cabeza.

Solo estoy agarrando otra pistola, quiero decirle.

No se detiene. Una lágrima cae por su mejilla, luego otra.

Cada segundo se dispara una docena de ráfagas de balas


diferentes, pero Montes no los escucha. Se ha olvidado de la pelea.

Lamo mis labios.

—Mont…

Una bala se abre paso por el cuello del rey.

Tha-thump.

Tha-thump.

Tha-thump.
Mi corazón palpita en mis oídos. Y me estoy ahogando, ahogando.

Intento gritar, pero no sale nada.

Montes se lleva una mano a la garganta. Al instante, su sangre lo


envuelve. El rey se balancea sobre sus pies, su mirada fija en la mía,
luego sus piernas se doblan debajo de él.

Cien años de guerra, cien años de lucha y espera, y todo se reduce


a esto: una muerte horrible en un hangar.

Montes. Pronuncio su nombre.

Todavía me está mirando, incluso cuando su cuerpo se sacude.


Agonía. Los he visto con suficiente frecuencia.

Este es mi último miedo, y como todos los demás, tengo que vivirlo.

El dolor, la angustia y la rabia se acumulan debajo de mi esternón.

Estoy cayendo, volviendo a caer en ese abismo en el que he


intentado salir tanto tiempo.

Doy la bienvenida a la oscuridad.

Ahora un grito brutal sale de mi garganta. Agarro una pistola del


hombre muerto más cercano, mis labios se retraen, y luego empiezo a
disparar. Mato a las personas más cercanas en cuestión de segundos,
sonriendo terriblemente mientras la sangre y los huesos explotan en la
parte posterior de sus cuerpos.

Libertad o muerte. Es un eslogan adecuado. Viviré según mis


propios términos o moriré por ellos. Y me llevaré a tantos de estos hijos
de puta conmigo como pueda.

Alguien me sujeta el brazo. Mi torso retrocede, pero solo toma un


momento recuperarse. Y luego estoy apretando el gatillo una vez más.

Puedo sentir el dolor gritando a través de mi cuerpo; armoniza con


los gritos dentro de mi cabeza. Y sigo disparando.

El enemigo cae, uno tras otro.

Mi arma hace clic en vacío, pero ahora el suelo está lleno de cuerpos
dispersos. Me arrastro hacia uno de ellos, deteniéndome a vomitar por el
dolor.

Justo cuando mi mano alcanza otra arma, un pie patea el arma.


Mareada y fría por la pérdida de sangre. Bajo una mano para
apoyarme contra el suelo.

Siento más que veo a los soldados a mí alrededor.

Algo pesado me golpea en la cabeza, y el mundo se oscurece.


Capítulo 40

Traducido por NaomiiMora

SERENITY

EL SONIDO DE pitidos me despierta.

Me levanto en una estrecha cama de hospital.

Para una chica que odia a los médicos, termino en unos cuantos
hospitales. Por supuesto, eso es suponiendo que estoy en uno en este
momento.

Huele a hospital, ese olor a antiséptico no ha cambiado


aparentemente en los últimos cien años.

En el momento en que trato de moverme, escucho el tintineo del


metal y el filo de las esposas se clava en mis muñecas.

Tiro de ellas de nuevo y encuentro que cada mano ha sido sujeta


al marco de metal de la cama en la que estoy recostada.

Atada a una cama. Ir al baño será interesante. Me siento lo mejor


que puedo, ignorando cómo el metal roza la piel.

Mis últimos recuerdos vuelven corriendo. Las explosiones, el tiroteo


en el hangar. Mi estómago abriéndose de golpe, y luego...

Montes.

No puedo recuperar el aliento.

Muerto.

El duelo es instantáneo, desplegándose dentro de mí. Mi corazón


se está rompiendo, tal como temía que lo haría.
Una lágrima se desliza, y mi garganta traga. Aprieto mi mandíbula
para luchar contra el grito angustiado que quiero soltar.

Es insondable. Mi monstruo no puede morir. Mi pesadilla no puede


terminar. No cuando estaba empezando a disfrutarlo.

Mi cuerpo tiembla mientras lucho por mantenerme unida. Sé que


es mejor no desmoronarme ahora. No ahora, cuando soy claramente la
prisionera de mi enemigo.

Los mataré a todos. Cada persona.

La chica que odia los juegos necesita un plan de juego.

Cuando vengan por mí, tendré uno.

UN SOLO HOMBRE entra en la habitación. Es una especie de ex militar,


a pesar que lleva ropa de civil.

Lo fulmino con la mirada. No puedo evitarlo. Quiero destriparlo y


saborear sus gritos. La asesina en mí comienza a tener hambre.

Porque Montes…

Corto el pensamiento.

El plan de juego, me recuerdo.

—Su Majestad —murmura el hombre, bajando la cabeza.

Me sorprende la muestra de reverencia.

Cierra la puerta detrás de él y se acerca a mí.

—¿Tratan a todos sus prisioneros tan bien? —pregunto, haciendo


sonar mis esposas mientras hablo.

—No. —Acerca una silla a la cama—. Sólo a las reinas, me temo.


Soy el Oficial en Jefe Collins, jefe del Departamento de Seguridad de las
Naciones Occidentales Unidas.

—¿Y está usted aquí para interrogarme?

Collins me da una pequeña sonrisa.

—Estoy aquí para hablar con usted.

—Bonitas palabras —digo.


Se inclina hacia adelante, apoyando los codos en los muslos.

—Ya ha hecho esto antes —afirma, acomodándose.

Mis ojos vagan hacia el traje que lleva puesto. Los pliegues son
impecables, pero el material tiene un aspecto descolorido.

—¿Cuántas piezas de ropa tiene? —pregunto.

Sigue mi mirada y, conscientemente, suaviza el material antes de


volver a mirarme.

—No estamos aquí para hablar de mi guardarropa.

—Apuesto a que no muchas —continúo—. Y apuesto a que aun así


tiene más que la mayoría de los ciudadanos de las NOU.

Me mira aburrido, como si solo estuviera escuchando porque


debería hacerlo.

—No siempre fue así —digo. Respiro hondo y miro a mí alrededor.


Ni siquiera hay una ventana en esta habitación del tamaño de un
armario—. ¿Dónde estoy? —pregunto.

—Está en Oeste —dice con cuidado.

Me lo imaginaba.

—¿Desde cuándo? —Es una pregunta extraña, pero a juzgar por la


falta de dolor, supongo que recientemente me han retirado de un
Durmiente.

Entrelaza sus dedos.

—Se lastimó hace una semana.

Esta vez solo perdí una semana.

—Lesionada por su gente —aclaro.

Collins asiente.

—Pero no la mataron.

—Qué benevolentes de su parte. ¿Y dónde estaba su compasión


cuando bombardearon a miles de inocentes ese día?

—Algunos sacrificios deben hacerse...

—Entonces usted muere —espeto—. Si cree que es necesario


sacrificar cualquier vida, entonces quiero verle entregar la suya primero.
La boca de Collins se aprieta.

—No di las órdenes para que Oeste bombardee una cuadra de la


ciudad.

—Pero los está defendiendo.

No estoy segura de porqué me estoy involucrando en esta


conversación. A este hombre no le importa.

Se inclina hacia atrás en su asiento.

—Los representantes quieren trabajar con usted.

—Por supuesto que sí —digo.

Las guerras a menudo se basan en diferencias ideológicas, y me he


convertido en una ideología que puede ganar la guerra. Y yo soy una que
ambos lados pueden mirar. Después de todo, era una emisaria de Oeste
antes de ser la Reina del Este. Nunca una solución tan fácil ha acabado
de caer en los regazos de tantas personas poderosas.

—Dame una buena razón por la que debería trabajar con ellos.

—El rey está muerto.

Mis fosas nasales se abren y mis músculos se tensan, pero aparte


de eso, no reacciono.

Collins inclina la cabeza.

—¿Sin palabras?

No quiere palabras. Quiere que llore o me alegre o le dé algo que


pueda llevar a sus jefes para que me manipulen.

En cambio, digo:

—Montes ha engañado a la muerte por más tiempo que nadie.


Necesitaré ver un cuerpo antes de creerlo.

—Lo tiene en muy alta estima. —No es una pregunta, y Collins no


lo dice como si lo fuera, pero se espera que responda de todas formas.

—¿Hay algún punto en esto? —digo.

—Por lo que escucho, es el que te escondió del mundo durante todo


ese tiempo.

—¿Y? —Lo digo como si no me importara un comino la traición.


—Parece algo imperdonable —comenta Collins.

He estado en suficientes de estas habitaciones y he hablado con


suficientes de estos hombres para saber que siempre están tratando de
meterse debajo de tu piel. Estoy segura de que la táctica funciona cuando
alguien puede ser sorprendido con la guardia baja. ¿Pero qué podría
sorprenderme en este punto? He perdido todo lo que alguna vez amé.

—Y estás asumiendo que lo perdoné —le digo.

Levanta las cejas, pero inclina la cabeza.

—Eso no es lo peor que el rey me ha hecho. —Inclino mi cabeza—.


¿Qué estás tratando de hacer, crear discordia entre el rey y yo? Está
muerto.

Pero entonces, mientras lo miro, mi corazón comienza a latir cada


vez más rápido. Porque crear discordia parece ser exactamente lo que
está haciendo. Eso solo sería útil si...

Siento que mi conmoción me baña.

—El rey está vivo.


Capítulo 41

Traducido por Yiany

SERENITY

COLLINS SACUDE SU cabeza.

—Ya se lo he dicho, está muerto.

Ahora que lo estoy buscando, puedo ver la incertidumbre del oficial


de la NOU.

No lo sabe, lo cual es lo suficientemente bueno para mí. Si Montes


pudiera estar vivo, es probable que lo esté: uno no sobrevive un siglo y
medio solo por pura suerte.

Una oleada de esperanza se mueve a través de mí.

—Serenity, te insto a sopesar mis siguientes palabras con cuidado


—dice Collins, acomodándose—. Los representantes están dispuestos a
trabajar contigo. Quieren poner fin a la guerra.

Controlo mi excitación. Mi plan: tendré que cambiarlo ahora que es


probable que el rey esté vivo.

—Si estás de acuerdo, te llevaré con ellos de inmediato —continúa.


Estrecho mis ojos.

—¿Y si me niego?

Vacila.

—Si te niegas, serás trasladada de este hospital militar a un campo


de trabajo. —Su rostro se suaviza y su voz baja—. No quieres eso. No es
una buena manera de irse.
Nunca me fue bien con ultimátum, y no quiero aceptar esto. Estoy
cansada que los hombres malos se salgan con la suya.

Estoy cansada de ser usada.

—Por lo que he visto —dice Collins—, todo lo que quieres es paz.

Me inclino hacia adelante, mis brazos tensos contra las esposas.

—Los hombres como los representantes nunca te darán paz. Sólo


te darán tiranía.

Me recuesto contra la cabecera de metal.

—Pero, estás en lo correcto. Lo que más quiero es que termine la


guerra. —Respiro hondo e intento recordar todos los trucos que mi padre
usó como emisario. Los voy a necesitar—. Mientras lo que me pidan sea
razonable, trabajaré con ellos.

LO QUE SOLO puede ser unas cuantas horas más tarde, estoy siendo
escoltada fuera de la habitación del hospital, mis manos atadas detrás
de mi espalda.

Collins está a mi lado, junto con varios guardias que parecen no


tener ningún problema en matarme si me equivoco.

Me escoltan fuera del edificio. El cielo sobre nosotros es de un


blanco nebuloso, como si el aire hubiera sido despojado de su vitalidad.

Un enjambre de personas, la mayoría con trapos sucios, presionan


contra la cerca de alambre que rodea el perímetro de la propiedad. En el
momento en que me ven, empiezan a gritar y se acercan a mí. No puedo
decir si su emoción se debe al amor o al odio.

Los guardias apostados en mi lado de la cerca apuntan sus armas


de fuego a los civiles. Una persona de la multitud, un hombre joven,
comienza a trepar la cerca.

Los soldados le gritan al civil, pero no está escuchando. Me está


mirando, gritando algo. Nunca tengo la oportunidad de descubrir lo que
está diciendo.

Un disparo es realizado, y el hombre es golpeado hacia atrás.

Mi cuerpo se sacude ante la vista. Ahora la gente grita por una


razón completamente diferente y se ve enojada.
—Ven, Serenity —dice Collins, presionándome hacia adelante. Para
empezar, no me había dado cuenta que me había detenido.

Dejo que me guíe hacia adelante, saboreando la bilis en el fondo de


mi garganta.

Un coche blindado nos espera. Collins mete mi cabeza hacia abajo


y dentro del vehículo antes de seguirme dentro.

Me acomodo, permitiéndole atarme, mis ojos se desvían hacia la


multitud. Todos son tan delgados, tan desnutridos.

Dios, cómo están sufriendo.

Apoyo la cabeza hacia atrás contra los asientos.

—Oeste tiene un problema en sus manos —digo.

Por todas las terribles cualidades del rey, y hay muchas, incluso
ahora, su pueblo nunca se vio tan cerca de la muerte.

Quiero llorar Esa es mi gente. Pueden pasar varias generaciones


eliminadas, pero abrieron los ojos y respiraron por primera vez en la
misma tierra que yo.

Merecen más de lo que se les ha dado.

—Lo tenemos —dice Collins, con los ojos fijos en la gente que rodea
el vehículo—. Pero puedes ayudarnos a arreglarlo.

Tengo la plena intención de hacerlo.

NO LLEVA MUCHO tiempo alejarse de las multitudes. Una vez que lo


hacemos, la tierra se abre, extendiéndose por millas en todas direcciones.
De vez en cuando pasamos reliquias de ciudades antiguas. A juzgar por
el tamaño de los edificios, no eran nada grandioso para empezar. Las
grandes metrópolis de Oeste fueron arrasadas por el rey hace mucho
tiempo.

Estos son sólo restos de la tierra que solía ser.

Eventualmente, esos también caen, y luego no quedan más que


largos tramos de hierba muerta y salvaje.

—¿En qué parte de la NOU estamos? —pregunto.

—Hemisferio norte. Costa oeste.


No puedo decidir si me siento aliviada o decepcionada de estar lejos
de mi ciudad natal. Quiero volver a verla, desesperadamente, pero temo
que no se parezca a lo que recuerdo. Y luego tendría que enfrentar la
realidad de que realmente no hay lugar para mí en este nuevo mundo.

Conducimos durante mucho tiempo. Mucho más de lo que


esperaba. El tiempo suficiente para dejar atrás las praderas y entrar en
una cadena montañosa. A medida que aumenta nuestra elevación, la
escuálida maleza da paso a los árboles.

A medida que pasa el viaje en auto, juego con el gran plan que
establecí en el hospital militar, un plan que había estado formando
incluso antes de esa fecha. Aprovecho las horas para alterarlo, ahora que
el rey probablemente vive. Me pone de un humor más y más oscuro.

Lo que debo hacer podría romperme.

Me olvido de mi plan macabro en el momento en que las montañas


se separan. El Pacífico azul profundo se extiende a lo largo del horizonte,
y mis párpados se agitan cuando lo tomo. Nada de lo que los hombres
puedan hacerse entre sí hará que esta vista sea menos hermosa.

Impresionante como es, el océano capta mi atención por solo un


momento. Justo delante de nosotros hay un gigantesco muro hecho de
cemento y piedra, no puedo ver nada más allá de eso.

Nuestro vehículo conduce hasta una puerta muy protegida, un tipo


de control. Nos saludan, y luego estoy dentro.

En el otro lado de las puertas hay una ciudad como nada que haya
visto antes.

Construida en la ladera de la montaña con vista al agua, este lugar


no parece una ciudad del futuro. Parece la ciudad del pasado. Cada
estructura está hecha de piedra, adobe y yeso, cada una bellamente
elaborada, pero todas con un aspecto artesanal.

A pesar de la gran cantidad de información que aprendí desde que


desperté, nunca leí sobre este lugar. Ni siquiera sé su nombre.

En el centro de la ciudad amurallada, una cúpula de cristal gigante


se eleva sobre la mayoría de los otros edificios, recordándome el
invernadero al que Montes me llevó hace mucho tiempo.

Incluso ese pequeño recordatorio del rey hace que tantas


emociones me inunden: dolor, esperanza, venganza.
Nuestro vehículo se abre paso hacia el edificio abovedado. No me
sorprende cuando nos detenemos frente al gigante.

—¿Aquí es donde me reuniré con los representantes? —pregunto,


mirando hacia arriba.

—Lo llamamos el Iudicium1 en el Oeste —dice Collins. Sale del auto


y luego me ofrece una mano para ayudarme también, esposada como
estoy—. Y sí, lo es.

Ignoro su mano, aunque tan pronto como salgo del auto, agarra mi
brazo de todos modos. Una serie de otros guardias nos rodean,
manteniendo a la multitud a raya.

He hecho esto antes, he sido desfilada por territorio enemigo. La


Reina del Este. Qué adquisición.

Dedico otra mirada al extenso edificio frente a mí.

Así que aquí es donde trabajan los representantes. Los líderes


corruptos aman sus palacios.

Solo tengo un momento para asimilarlo antes que me arrastren


hacia delante, lejos de los ojos de la multitud y dentro del edificio.

Las puertas se cierran detrás de nosotros, el sonido hace eco a


través de las cámaras en las que estoy ahora. A pesar de los ricos muebles
y el amplio mármol que adorna el interior, el lugar es frío y oscuro.

Me conducen a un juego de puertas dobles en el otro extremo del


amplio hall de entrada. Dos guardias las abren, y luego estoy mirando
hacia una cavernosa sala circular llena de doce hombres.

Los representantes.

Doce de ellos. Doce. Apuesto a que esto es más de lo que el rey ha


oído hablar de reunirse en una sola habitación. El único representante
ausente es el misterioso decimotercero.

El resto de ellos se sientan en el otro extremo, detrás de un banco


de madera, y cada uno tiene una expresión diferente cuando ven mi cara.
La mayoría parecen aburridos o impasibles. Una pareja parece curiosa.
El resto me mira como si yo hubiera matado a sus hijos.

Podría haberlo hecho.

1
N.T. Iudicium, juicio en latín.
—Entra —dice uno.

Collins me obliga a avanzar, y camino por el pasillo, pasando filas


y filas de asientos vacíos. Solo me detengo una vez que me paro frente a
los representantes.

Reconozco a cada uno de ellos por su foto. Jeremy, el que estableció


los campos de trabajo; Alan, quien probablemente sea responsable de
secuestrar a los líderes regionales; Gregorio, quien legalizó la trata de
personas. Una y otra vez los nombro, junto con las atrocidades que han
sancionado.

Algunos de estos hombres son los antiguos asesores de Montes,


hombres que tramaron mi muerte. Hombres que estuvieron involucrados
en la muerte de mi hijo no nacido.

Una calma tranquila se posa sobre mí. Ese es el lugar al que voy
cuando mato.

Nunca deberían haberse encontrado conmigo. Ahora están todos


marcados. No los dejaré vivir, no mientras tenga vida en mí.

—Serenity Freeman Lazuli, Reina del Este —comienza Alan—.


Bienvenida a Oeste. He oído que fue tu hogar una vez.

—Una vez —estoy de acuerdo.

Un silencio prolongado sigue a eso, hasta que alguien se aclara la


garganta.

—En los cien años que te has ido, te has convertido en toda una
leyenda —dice Alan.

Mis ojos se dirigen a los viejos consejeros de Montes. Sus ceños


fruncidos se acentúan. El sentimiento es mutuo.

—Eso he oído —digo.

—Oh, no —dice Alan desde donde se alza sobre mí—, has


escuchado más que escuchar. Has incitado a la revolución. Eres el grito
de guerra del mundo. Y tú has actuado. Dando discursos, luchando
contra el enemigo —dice esto con un giro irónico de sus labios—. Todo es
bastante impresionante.

»Hablamos con cierto líder paramilitar, Styx Garcia. Dice que


querías hablar con nosotros. Así que aquí estás.

Oculto mi sorpresa. ¿Él ayudó a organizar esto?


Los demás me miran con atención.

—Eso fue antes que bombardearan una reunión pacífica.

Esto me gana una sonrisa sombría de Alan.

—Me imagino que una verdadera reina rebelde estaría más ansiosa,
no menos, de hablar con los hombres que amenazan a su gente —dice
las últimas dos palabras con desdén, como si yo fuera una charlatana
por apoyar a los ciudadanos del Este en lugar de Oeste.

—Y tal vez esta reina rebelde siente que está más allá del punto de
hablar civilmente de su gente —le devuelvo el golpe.

—No tienes que ser nuestra prisionera —interrumpe Jeremy—. La


guerra ha durado demasiado tiempo.

A regañadientes, inclino la cabeza.

—Lo ha hecho —acuerdo. Sobre este tema tenemos terreno en


común. Terreno que quiero explotar.

Mis ojos se dirigen a una de las ventanas largas y estrechas que


bordean las paredes por encima de nosotros. A través de ella puedo ver
una astilla de la muralla que rodea la ciudad.

Siento que la responsabilidad de este mundo, de mi título, se posa


sobre mis hombros. Hoy me uniré a las maquinaciones de los hombres.

Es hora de poner finalmente en marcha mi terrible plan. Los


representantes me miran astutamente.

—Sé por qué estoy aquí —digo.

La diplomacia es una cosa traicionera cuando ninguna de las


partes confía en la otra, pero ambas quieren trabajar juntas. Me
necesitan, los necesito, y todos somos conocidos por nuestra crueldad.

—Quieren que la guerra termine —continúo—. Quieren a Montes


muerto, y quieren que yo sea quién lo mate.
Capítulo 42

Traducido por Wan_TT18

SERENITY

—¿QUÉ TE HACE pensar que Montes está muerto? —dice Alan.

—No me tomes por tonta —le digo—. Estaríamos teniendo una


conversación diferente si ese fuera el caso. —Una donde harían
demandas en lugar de peticiones de mí.

Nadie habla, pero en ese silencio me dan la afirmación de que estoy


en lo cierto.

Él vive. Mi esposo vive.

Lo que significa que vivirá lo suficiente para ver mi engaño.

—Queremos paz —dice Tito, fijando sus ojos saltones en mí—. Tú


y yo sabemos que eso nunca sucederá mientras el rey viva.

Mi mandíbula se aprieta. Sé lo que quieren estos hombres. Me he


estado preparando para ello. Planificando para ello.

Respiro hondo.

—Mataré a Montes Lazuli por ustedes —digo, mirando


cuidadosamente a cada uno de ellos a los ojos.

Mi estómago se revuelve de forma repugnante. Me convertí en la


reina traidora que una vez fui acusada de ser.

La habitación se queda en silencio. A mí alrededor, los


representantes parecen sorprendidos, incluso sospechosos. Apuesto a
que no se imaginaron que las mujeres que se pronunciaron en contra de
ellos declararían sus términos y luego los aceptarían.
—¿Cómo sabemos que tu palabra es de fiar? —pregunta Gregory
perezosamente.

No puedo parar el giro irónico de mis labios. Es muy grandioso de


ellos preguntarme como si no hubieran intentado convencerme de
trabajar para ellos hace solo unos segundos.

—Tus opciones están limitadas aquí —continúa Gregory—, pero


tan pronto como abordes un avión y vuelvas a ver tu linda vida, ¿qué te
impedirá retractarte de tu palabra?

¿Qué haría mi padre?

Convencer.

Miro a mí alrededor.

—¿Alguno de ustedes conoce mi historia? —Lo hacen los antiguos


asesores del rey. Hace mucho tiempo, cuando tuvieron que ver al rey
desfilar alrededor de la niña hosca de Oeste.

Doy un paso adelante.

—Déjame contarte una historia. —Dejo que mis ojos pasen por
encima de ellos—. Una vez hubo una niña que vivía en una ciudad que
ya no existe. Ella tenía una madre y un padre y amigos. Y entonces un
rey extraño vino y se llevó a cada uno lejos de ella, uno por uno. Pero no
fue suficiente. La obligó a casarse con él. Y luego, cuando ella estaba
planeando traicionarlo y a sus miembros del consejo, él se enteró.

La mentira se desliza con bastante facilidad.

Veo a los viejos consejeros de Montes sentados un poco más


erguidos. Traicionaron al rey hace un siglo. Aún pueden recordar el baño
de sangre que ocurrió en la sala de conferencias cuando el rey se enteró
de la deslealtad de sus miembros. Espero que lo hagan.

—Sí —lo digo—. ¿Por qué crees que tú y tus hermanos fueron
perdonados? Hay cosas que la Bestia del Este y yo planeamos, cosas que
él nunca tuvo la oportunidad de contarles a todos. Le dimos a Montes los
nombres equivocados ese día que los concejales fueron asesinados a
tiros.

Mi padre, bendiga su alma, estaría orgulloso de mí en este


momento. Mentir es algo terrible, pero es mejor que la violencia, y cuando
tiene el poder de poner fin a una guerra, incluso puede ser admirable.
—Entonces el rey descubrió que su esposa lo había traicionado.
Pero no pudo matarla. —Mi mirada se mueve sobre los representantes—
. No, el malvado rey se había enamorado de su esposa. Así que la mantuvo
encerrada en una máquina, dormida indefinidamente. Y nunca tuvo la
intención de despertarla.

Me quedo callada, dejando que esta historia alternativa sea


digerida.

—¿Por qué le ayudaría? —finalmente pregunto—. Con cada fibra


de mi ser, lo odio. —Miro hacia abajo a mis botas—. Siempre lo he hecho
—digo en voz baja.

El silencio que sigue a esto es pensativo.

Finalmente:

—Vamos a deliberar —dice Ronaldo—. Collins, lleva a la reina a los


cuarteles.

Collins duda, y es evidente que esta decisión le sorprende. Había


estado tan seguro de que los representantes me tratarían bien si tan solo
aceptaba sus demandas.

No me molesto en decirle a Collins que es mejor así. Las sábanas


de seda del rey y sus dulces palabras me hicieron olvidar varias veces lo
que era.

No habrá motivo para olvidar esto.

EL REY

MIS OJOS PARPADEAN y se abren.

Miro al techo y respiro profundamente. He estado en el Durmiente


suficientes veces para saber que cuando me despierto de esta manera, es
porque vengo de una.

Varios oficiales rodean mi cama.

Algo está mal.

Me levanto, frunciendo el ceño. Busco a Serenity. Ella no está aquí.

Casi me sofoco cuando recuerdo.


Recibió una bala en el estómago. Se cayó, y nunca se levantó.

Vi la muerte sobre ella.

—Díganme —ordeno a mis hombres.

Si está muerta, no descansaré hasta que destruyan a todos los


líderes Occidentales.

—La reina está viva —dice Heinrich, con el rostro sombrío—. Los
representantes la tienen.

Algunas cosas son peores que la muerte: ser un prisionero de Oeste


es una de ellas.

Me levanto entonces, sin tener en cuenta el hecho de que estoy


usando esencialmente pantalones delgados de algodón y nada más. El
mundo debería terminar con toda la angustia que siento.

Mis hombres se ponen de pie a toda prisa, siguiéndome mientras


me precipito por el palacio.

—Montes, deberías descansar —dice Marco.

Volteo una mesa cercana y le doy la vuelta.

—A la mierda descansar. —Él de todas las personas debería


saberlo—. Llama al maldito Oeste por teléfono. La vamos a recuperar.

SERENITY

APARENTEMENTE A LOS representantes les gusta comer donde cagan.


Esa es la única explicación de porqué su prisión se encuentra
directamente debajo de su edificio abovedado.

Puedo decir desde la escalera de la cual me arrastran hacia abajo


que hay pisos sobre pisos de celdas aquí abajo. Entre la población
diezmada de Oeste y sus campos de trabajo, no tengo idea de por qué
necesitarían tantos.

Entonces otra vez... los hombres malos tienen enemigos infinitos.

Nos movemos tan por debajo de la superficie de la tierra, que siento


que toda la memoria del sol se ha borrado de este lugar. No quería estar
bajo tierra tan pronto como salí del Durmiente. Está húmedo aquí abajo.
Y frío. El frío del lugar se abre camino en mis huesos en cuestión de
minutos.

—¿Están los líderes regionales del este encarcelados aquí? —le


pregunto a Collins.

No espero que responda, pero varios segundos después de que le


pregunté, gruñe algo así como una afirmación.

—¿Están bien?

Una vez más, el silencio se prolonga. Luego:

—Deberías preocuparte por ti misma —dice bruscamente. Su


respuesta me deja más preocupada, no menos.

La celda a la que soy conducida es poco menos que medieval. Lo


que no está cubierto por barras está insertado con piedra. Hay charcos
fétidos en varios lugares, y toda el área apesta a mierda, orina y muerte.
No hay cama, y un cubo sucio es lo más cercano a un inodoro que voy a
conseguir.

Se puede decir mucho sobre un territorio por la forma en que tratan


a sus prisioneros. Esto no habla bien para los hombres que dependen de
mi lealtad. Y no me está enamorando de ellos.

—Lo siento —se disculpa Collins. Suena genuino.

Me vuelvo para enfrentarlo.

—No deberías estarlo. —No lo explico.

Su cabeza se hunde, como si no pudiera soportar mirarme.

—Volveré más tarde. —Se va rápidamente después de eso, llevando


a la mayoría de los guardias con él.

Me paseo por un rato.

Matar al rey.

Nunca he podido realizar esa tarea. Y eso es exactamente lo que


quieren los representantes. Lo que siempre han querido. Todo para que
puedan seguir atormentando al mundo sin resistencia.

La esclavitud, los campos de concentración, la pobreza agobiante.


Qué vida temerosa deben vivir los occidentales.
Los trece de esos bastardos tienen que morir, incluso el que no
estaba presente.

Terminaré la guerra, y los mataré.


Capítulo 43

Traducido por Rimed

SERENITY

DESPUÉS DE UN tiempo, me obligo a sentarme. Apoyo mi espalda contra


la pared y descanso mis antebrazos en mis rodillas, apoyando mi cabeza
sobre ellos. Un escalofrío me atraviesa. Mis ojos aterrizan en ese balde.

Malditas prisiones.

No he oído a ni una sola alma aquí abajo.

—¿Hola? —grito, solo para averiguar si hay algún otro prisionero


aquí abajo.

Silencio.

Ni los guardias responden, ni siquiera para decirme que me calle.

No sé cuánto tiempo paso sentada allí antes de no poder seguir


evitando pensar en el rey. Ahora que estoy casi segura de que está bien,
debería sentirme aliviada. Eso es lo último que siento. Le prometí su
cabeza a Oeste.

Si tan solo pudiera hacer que mi corazón volviera a ser el que era
antes de conocerlo. Deber y amor son a menudo fuerzas opuestas. Ahora
no es diferente. Y no importa qué caminos tomemos juntos el rey y yo.
Hay solo un modo en que esto puede acabar.

El único modo que debe hacerlo.

Temo a ese final más de lo que he temido jamás algo en toda mi


vida.
Soy sacada de mis pensamientos cuando oigo susurros. Al otro
lado del pasillo. Guardias cotillean como mujeres de la corte.

Levanto mi cabeza. Ahí es cuando lo noto.

Una tormenta se está formando.

Hay una pesadez en el aire, como si mis captores se estuvieran


preparando para lo peor.

Una sombría sonrisa cruza mi rostro.

Él viene.

El diablo viene por mí.

CUANDO COLLINS REGRESA a mi celda, estoy esperando con mi espalda


apoyada contra la pared, mis piernas cruzadas en los tobillos y mis
brazos cruzados frente a mi pecho.

—Los representantes han llegado a una decisión.

Y aquí estaba yo casi segura de que me dejarían aquí al menos un


día.

Me observa mientras los barrotes de hierro se deslizan y la puerta


de la celda se abre. Los guardias entran y me voltean bruscamente,
empujando mi pecho contra la pared. Tiran de mis manos detrás de mi
espalda y esposan mis muñecas.

Soy arrastrada fuera de la celda y marcho nuevamente hacia el


cuarto circular donde los representantes esperan. Tengo frío, huelo como
una letrina y no me siento muy diplomática en este momento.

Solo enojada. Realmente, realmente enojada.

Doce representantes esperan por mí.

—Nos gustaría trabajar contigo —dice Tito, su papada se sacude


mientras habla. Dice esto como si pensara que ellos tienen la ventaja.

Puedo estar encadenada, pero los representantes son los que


tienen sus manos atadas. Si yo muero, el rey gana. Es tan simple como
eso.

Nada une a la gente como un mártir.

Pretendo que no comprendo este muy obvio hecho.


—Tienes treinta días para derrocar al rey —continúa Tito—. Te
estaremos monitorizando con regularidad. En caso de que tengas alguna
duda, te advierto: tenemos topos en todas partes. Si decides romper tu
palabra, lo descubriremos. No te gustará lo que ocurrirá contigo; los
traidores no reciben muertes limpias en esta tierra.

La ironía de que el antiguo consejero del rey me diga esto no se me


escapa.

—¿Entendido? —agrega él.

Asiento firmemente.

—Uno de nuestros hombres te buscará. Trabajarás directamente


con él.

Bajo la mirada a mis manos esposadas.

—Si hago esto —digo, levantando mi cabeza—, será filmado y


distribuido. Quiero esto en el registro.

Por primera vez desde que los conocí, veo a algunos de los
representantes sonreír.

—Será teatral —continúo—, y requerirá de su ayuda.

—La tendrás —dice Alan. Hace una pausa antes de decir—:


Necesitaremos prueba de la muerte.

Un cuerpo. La moneda de los conquistadores.

Los hombres se ven hambrientos por la muerte del rey.

—Tendrán un cuerpo —digo—, pero quiero a cambio un tratado de


paz, uno con términos equitativos para mi gente.

—Eso va sin lugar a dudas —dice Rodrigo.

Sin lugar a dudas una mierda. Esos hombres le robarían a una


anciana ciega si se pudieran salir con la suya.

—Si accedes —continúa Tito—, te liberaremos inmediatamente


hacia el rey.

Esto está ocurriendo.

Oh, Dios, realmente está ocurriendo.

Asiento. El peso de mi tarea cae sobre mis hombros.


—Accedo a sus términos.

ESTOY DE PIE en el medio de la gran plaza central de la ciudad


Occidental, mis manos aún atadas detrás de mi espalda.

Aún una reina cautiva por un rescate.

En las cuatro esquinas, los soldados están preparados,


sosteniendo flojamente rifles semiautomáticos en sus brazos. Puedo decir
por la letalidad de su mirada que estos hombres han matado a muchas
personas. También puedo decir que mucha gente ha muerto justo donde
estoy por las manchas marrones de sangres que hay en el concreto a mis
pies.

La zona de encuentro asemeja a un patíbulo.

A nuestro alrededor, los ciudadanos de este lugar observan


impasibles. Apuesto que la mayoría de ellos tuvo que cultivar esa
aburrida expresión, a menos que quisieran que sus líderes de gatillo fácil
encontraran alguna falta en cualquier expresión real que quisieran
mostrar.

Una única cámara se enfoca en mí y los representantes que están


sentados a mi espalda. Delante de mí, una gran pantalla ha sido
levantada, muy parecida a las que fueron montadas en los discursos que
di. En este momento la pantalla está en blanco, salvo por un emblema de
algún tipo que está proyectado en ella. Supongo que es la bandera de
Oeste. No se ve para nada similar a la bandera Americana con la que
crecí.

Todos esperamos. El viento agita mi cabello, la plaza se encuentra


en un espeluznante silencio.

No entiendo nada de esto, la presentación de mi intercambio, la


estrategia de todo y que rol juego en ella. Para todo lo que sé, esta es de
hecho una elaborada ejecución. Las manchas en el piso parecen sugerir
eso.

La pantalla se enciende. Un momento después, veo el rostro del rey


en ella.

Tengo que bloquear mis rodillas para mantenerme de pie.

Vivo. No lo había creído completamente hasta ahora.

Su mandíbula se aprieta, sus ojos oscuros ilegibles.


Ahora realmente no tengo idea de lo que está ocurriendo.

Detrás de mí, uno de los representantes comienza a hablar.

—Los trece representantes de Oeste por la presente liberamos a Su


Majestad Serenity Freeman Lazuli, al imperio Este. Le garantizamos a la
reina pasaje seguro a casa.

Es el turno del rey de hablar.

La vena de Montes comienza a latir.

—Yo, Montes Lazuli, Rey del Este, por la presente declaro ante los
dioses y los hombres que a cambio del retorno seguro al Este de Su
Majestad Serenity Lazuli, el territorio conocido como Australia será
cedido a los representantes de Oeste.

Esas palabras son extrañas, cosas extrañas que no deberían estar


juntas en la misma oración.

Un continente completo por mí.

No puedo contener mi aliento.

Un continente entero. Y está ahora bajo el cuidado de las criaturas


a mi espalda.

Miro sobre mi hombro, solo para echar un vistazo a los


representantes. La mayoría de ellos llevan sonrisas sombrías.

Tal como he engañado a los representantes para mantener las


apariencias, ellos nos han engañado a mí y al rey.

El amor es una debilidad que el rey ha descubierto en sí mismo.


Una debilidad que los representantes han explotado.

Miro nuevamente hacia adelante y encuentro a Montes


observándome. Puedo sentir lágrimas indeseadas aparecer en mis ojos.

Ahora tengo dos hombres en mi vida que me han elegido sobre el


bienestar de una nación. Primero mi padre y ahora mi esposo.

Nunca más subestimaré la devoción de este hombre. Arruinaría


países por mí.

Sobre nosotros, un jet de algún tipo entra en el espacio aéreo.

Mi cabello golpea contra mi rostro mientras este aterriza en el suelo


frente a mí.
—Como una señal de buena voluntad, hemos permitido que uno
de sus aviones entre a nuestra ciudad —dice uno de los representantes.

Montes y yo aún nos observamos el uno al otro cuando Collins se


acerca a mí y comienza a abrir mis esposas.

—Mantente a salvo, Serenity —dice en voz baja—. Y ten cuidado.

No reacciono a sus palabras. Probablemente sería algo malo para


él si lo hiciera.

Soy guiada al avión. En el último minuto me giro y encaro a los


representantes. Llamo la atención de Ronaldo y él asiente hacia mí.

Oeste es gobernado por trece demonios, Este por dos.

Y yo soy la peor de todos ellos.


Capítulo 44

Traducido por Rose_Poison1324

EL REY

LE TOMA CERCA de quince horas al avión para llevar a Serenity de


regreso al Este. Esta vez, espero por mi reina justo al lado de la pista de
aterrizaje.

Tengo este miedo irrazonable a que algo saldrá mal. Que mi piloto
es un traidor. Que tan pronto como la video-llamada termine, los
representantes le dispararán a su espalda. Que Oeste vaya a emboscar
al avión antes de que aterrice.

Mis preocupaciones alimentan más preocupaciones, extrapoladas


a elaborados escenarios que sé que no pueden ocurrir, pero mi corazón
no será razonable con ello.

No hasta que vea su avión aterrizar.

Mi pulso galopa.

El avión rueda hasta detenerse a una corta distancia de mí y los


motores se calman. Cada minuto que espero es una eternidad. Me las
arreglé para estar lejos de Serenity por más de un siglo, aun así,
encuentro que ahora apenas puedo soportar el tiempo que estamos
separados.

Finalmente el motor se silencia. Las escaleras bajan.

Un momento después, Serenity se pone de pie en el umbral. Sus


ojos me encuentran casi inmediatamente. Se lo que está pensando, lo
que todos están pensando.

¿Cómo pudo él?


¿Cómo pude, de verdad? Australia es un territorio que he
gobernado por 113 años. Un buen territorio.

Un territorio que recuperaré. Pero lo haré con mi reina a mi lado.

Una masa de territorio no es de cerca tan frágil como una vida


humana. Estaré ahí mañana y el día siguiente y el día después de ese.

Doy un paso más allá de los soldados reunidos alrededor de mí y


todos ellos me dan suficiente espacio. Esta bienvenida es personal.

Comienzo a moverme hacia Serenity, mis zancadas apresurándose


mientras más cerca estoy. Ella rápidamente baja los escalones, sus ojos
enganchados en los míos.

La distancia se evapora entre nosotros y luego estoy arrastrándola


hacia mí y forzándola en un beso. No puedo decir que es del todo gentil.
Quiero que pelee en respuesta, quiero sentir esa fuerza de vida brutal de
ella nacer bajo mi boca y mis manos.

Lo hace.

Sujeta las solapas de mi traje, arrugando el material en sus manos.


La siento sacudirme violentamente, como si no pudiera decidir si quiere
jalarme cerca o empujarme lejos. No le voy a dar la opción.

—Eres un semejante idiota —susurra cuando nuestros labios


apenas se separan.

Sonrío en el beso.

—Esa no es forma de hablarle al hombre que acaba de salvar tu


vida.

Dejo que me empuje lejos.

—Les diste un continente entero.

—Lo hice.

—Vas a perder el respeto de tu gente.

Capturo su mano.

Aún viva. Tomará algunos minutos creerlo.

—Y tú lo ganarás de regreso para mí.


SERENITY

EL REY PUEDE estar muy bien perdiendo la cabeza, pienso mientras nos
acercamos al palacio. Todavía sigo repasando las últimas veinticuatro
horas en mi cabeza.

Nunca ha renunciado a un reino por una sola persona. Dudo que


alguna vez haya renunciado a un coche por alguien.

No es cierto, corrijo. Renunció a bastantes cosas en el pasado


cuando mi vida estaba deslizándose entre sus dedos.

Pero esto no tiene precedentes.

Salgo del auto con él, mirando fijamente su enorme casa


mediterránea. Después de pasar tiempo encerrado en un avión, un
calabozo y un Durmiente, no puedo soportar el pensamiento de un techo
presionándome.

—Serenity.

Mis ojos se mueven hacia el rey.

Debe poder leer todas mis emociones porque veo pánico en las
suyas. No lo culpo por eso. Estoy aquí, pero también estoy a un millón
de millas de distancia.

Acepté matarlo.

Mi garganta traga.

—No quiero ir adentro. No aun, por favor.

Soy extrañamente educada, y veo a Montes reaccionar a esto


físicamente.

Puede que el rey no sea el único que está perdiendo el juicio.

Me da un sutil asentimiento, luego mira a uno de sus hombres.

—Consigue a alguien que tenga listo el bote y asegúrate de que esté


equipado con todo lo que la reina y yo podríamos necesitar.

Tan pronto como la orden abandona la boca de Montes, uno de los


guardias comienza a enviar órdenes por radio a sus hombres.
Sigo atascada en la palabra bote.

Refresco mi memoria, tratando de recordar si alguna vez he estado


a bordo de un bote. Nada me viene a la mente.

Un nervioso estremecimiento me recorre, enviando lejos mis


pensamientos oscuros.

Presionando una mano en la parte baja de mi espalda, Montes me


conduce alrededor del límite del palacio, hacia los jardines traseros.
Puedo decir que quiere tocarme. Más que tocarme. Quiere devorarme
viva. Puedo sentir su mano temblando con la necesidad.

Él no es el único. Pero es más que su cuerpo lo que deseo explorar.


Quiero ver dentro de esa mente retorcida suya y entender qué lo llevo a
dejar ir demasiado por mí.

Renunció a un territorio por mí. Intento tomar su mente.

Una sensación enferma me atraviesa y me balanceo un poco.

Montes lo nota.

—Una vez que desembarquemos al final del día, serás revisada por
la doctora.

He pasado por bastantes hospitales y vista por bastantes doctores


desde que me casé con el rey. Mi fobia anterior por ellos solo ha
incrementado.

El rey puede ver la sublevación en mis ojos.

—No es una sugerencia, Serenity.

Sé que no lo es. Incluso si me niego a la orden del rey, encontrará


una forma de obligarme a una examinación médica.

Eso no significa que me guste.

Sus ojos parpadearon hacia mi estómago, y oh Dios, sé a dónde se


desvió su mente. Cuáles son sus motivos.

Mi mano floto sobre mi abdomen.

—No estoy embarazada —digo con calma.

—No sabes eso. —Luce preocupado, pero suena… esperanzado. Por


supuesto, el más codicioso, solitario hombre en el mundo recibiría un
poco de compañía y desea más.
Y tiene razón. No sé si no estoy embarazada, pero es dudoso. Recibí
un disparo en el estómago, después de todo.

De igual forma, no tendré esa conversación justo ahora.

Miro hacia el horizonte, viendo el océano azul extendiéndose más y


más.

—Nunca he estado en un barco —le digo.

Estoy segura de que Montes no se pierde el cambio de tema.

Siento su mirada en mí.

—Entonces espero que lo disfrutes.


Capítulo 45

Traducido por Mais

SERENITY

ME AFERRO a la baranda, otra ola de nausea dando vueltas en mí.


He estado en esta jodida cosa por menos de diez minutos y ya siento que
ha sido un grave error.

Estoy bastante segura que jodidamente odio los botes.

—Cuando volvamos, verás de inmediato al médico.

—No estoy embarazada —gruño.

Está tratando de provocarme. Puedo escuchar la sonrisa en su voz.

—Las olas son malas aquí —dice—. Una vez que estemos más lejos,
tu… —embarazo—, estómago debería calmarse.

Se acerca a mí, alejándome de la baranda y forzándome a sentarme


en uno de los sofás de felpa arreglado en la cubierta.

—Mantén tu vista en el horizonte y descansa. Volveré enseguida.

Me enderezo un poco mientras él se mueve al interior del bote. No


me atrevo a intentar seguirlo por miedo a que los espacios cerrados
empeoren mi malestar.

Montes regresa varios minutos después con dos objetos: un vaso


de algo gaseoso y una botella con una crema de alguna clase.

—Para tu estómago —dice, entregándome la bebida—, y para


proteger tu piel —agrega, sosteniendo la botella de ungüento.

Lo tomo de su mano y leo la etiqueta.


Protector solar.

Tengo vagos recuerdos de usar esto cuando era más joven, antes
de que el mundo se volviera loco.

—Querrás poner eso en tu cara. De lo contrario, tu piel quemará.

Quemaduras de sol, ahora eso era algo con lo que era familiar.

No tengo tiempo de probar la bebida o usar el protector antes que


Montes tome mi mentón y me bese con rudeza.

—Tengo que controlar el timón. Recuerda, ojos en el horizonte.

Me deja ahí así puede encender el motor.

Está haciendo todo esto porque se lo pedí. El protector solar, la


bebida, el día en el mar. Solo quiere verme feliz.

¿Así es el amor? ¿No solo algo por lo que luchar y morir, sino algo
que no atrae la atención a sí mismo a menos que lo busques?

Pienso en mi conversación con los representantes. El acuerdo que


hicimos, en el que pienso ver a través del final amargo.

Mi nausea solo se profundiza, y tomo un sorbo de la bebida que el


rey me dio.

Encuentro que el fluido ayuda a calmar mi estómago, así como


observar el horizonte. Y una vez que el bote se empieza a mover, lo último
de mi malestar se disipa completamente, y comienzo a disfrutar de mí
misma.

Mi mirada se mueve hacia Montes. Se ha quitado su chaqueta y ha


enrollado sus mangas. También se ha desabotonado su camisa, así que
vuela detrás de él.

Esos abdominales que llevaba cuando lo conocí siguen allí.

Hombre glorioso y roto.

Normalmente me dejo llevar por lo extraterrestre que parece, pero


ese no es el caso ahora. Ahora se ve sorprendentemente humano.

Fuerzo mi atención de vuelta al horizonte, donde el mar encuentra


el cielo. Es tan diferente del calabozo húmedo en el que estaba hace solo
un día atrás.

El bote se detiene.
Miro hacia el rey justo cuando se quita sus zapatos. Luego sus
calcetines.

—¿Qué haces? —pregunto, mis cejas levantándose.

—Ir a nadar. Y mi reina embarazada se unirá a mí.

Mi enojo se enciende. Una orden dada en tercera persona y esa


insinuación de nuevo que estoy embarazada.

—No tengo un traje de baño.

Montes de hecho se ve encantado por mis palabras.

—Eso no te detuvo la última vez que nadaste en el océano conmigo.

Sus manos se mueven a la cremallera de sus pantalones.

—¿Qué estás haciendo?

El rey suspira, dejando caer sus pantalones y saliendo de ellos


mientras lo hace.

—¿Recuerdas lo que dije sobre preguntas en vano? No responderé


eso.

Miro sobre mi hombro. El palacio está bastante lejos, pero no dudo


que haya ojos fijos en nuestra ubicación.

Las manos de Montes van a sus boxers. Con un tirón rápido, se


quita lo último de su ropa.

El rey nunca ha tenido muchos problemas al estar desnudo. Eso


no cambia mientras se acerca a mí.

Quita la bebida de mi mano y la deja a un lado.

Me recuesto mientras ingresa en mi espacio personal. Se deja caer


de rodillas, sus dedos yendo a la hebilla de mi top.

Agarro sus muñecas.

—¿Qué haces?

—Desvistiéndote, en caso que no fuera aparente —dice, su boca


curvándose hacia arriba un poco.

Quiere que nademos… ¿desnudos? Mi conmoción se atenúa por


una buena dosis de curiosidad.
Debe sentir mi interés porque toma la oportunidad de levantar mi
camisa. Levanto mis brazos pasivamente.

—¿La gente hace esto?

Lanza a un lado mi camisa y entrecierra los ojos, su cabeza a un


lado.

—Mi reina, ¿nunca has hecho nado-nudismo?

Ni siquiera sé lo que significa el término, aunque por su contexto


lo descubro rápidamente.

Estoy segura que mi expresión dice suficiente.

—Otra nueva experiencia —dice el rey. Puedo escuchar la maravilla


en su voz.

Lo dejo desvestirme hasta que ambos nos ponemos de pie,


desnudos de cabeza a los pies.

Pasa un momento bebiéndome. Luego toma el protector solar de su


lugar y lo aprieta en sus manos.

Creo que va a colocarlo en su propio cuerpo pero luego comienza a


frotar mi hombro, arrastrando su mano por mi brazo, masajeando el
protector en mi piel.

Lo observo por varios segundos, completamente estupefacta por él.


Montes parece estar disfrutando la excusa de tocarme.

—¿Cuál es el punto? —pregunto. Tiene píldoras y máquinas que


pueden hacer mucho más que un protector solar.

No levanta la mirada mientras responde:

—No te gusta hacer las cosas a mí manera, entonces estoy tratando


de hacerlas a la tuya.

Lo miro en sorpresa. Es un ser completamente diferente al que me


casé. Uno que se compromete y trabaja para ser bueno aunque vaya en
contra de su propia naturaleza.

Montes suaviza el protector solar en mí, sus manos rozando a


través de mis costillas, sobre mi ombligo, debajo de mis senos. No me
molesto en decirle que este último punto probablemente no capturará el
sol. Estoy disfrutando demasiado de sus manos en mí.
Me toca con familiaridad, y estoy encantada a pesar de todo. Está
cuidando de mí. Además de mis padres, nunca he tenido a nadie que
cuide de mí. Eso es lo que sucede cuando eres fuerte. Nadie lo piensa.

—Hecho. —Tapa la botella y, dejándola a un lado, se pone de pie—


. Ahora para la parte divertida.

Sin advertencia, me levanta en brazos.

Creo saber lo que viene.

—Montes, bájame —ordeno. Incluso mientras hablo, envuelvo mis


brazos alrededor de su cuello. Sé mejor que asumir que me escuchará.
Acaba de terminar haciendo una consolación. Dos en tan poco tiempo
sería presionar.

Solo me sonríe, esos dientes muy blancos viéndose incluso más


brillantes contra su complejidad oliva. Aquí afuera, en pleno sol, mi piel
presionada contra la suya, noto cuánto su cuerpo empequeñece el mío.

En algún momento, eso me hubiera puesto nerviosa. Ahora me


hace sentir segura de una manera muy innata.

Esa terrible sensación toma forma en mi estómago de nuevo,


parcialmente culpable, pero parcialmente algo más. Sabe un montón
como desesperación. Como que este hombre, que ha vivido más que
nadie, me dejará pronto.

Mi corazón se acelera y me pregunto si por primera vez en mi vida,


podría ser una cobarde y retroceder de la promesa que hice para este
mundo. Él dejó un continente, yo daría el mundo. Todo por él.

Pero no puedo. No puedo. No está en mi naturaleza, y a diferencia


del rey, no estoy segura de ser capaz de realmente cambiar.

Montes me lleva cargada al borde del bote, completamente


inconsciente que estoy teniendo una crisis existencial ahora mismo.

Se detiene para mirarme, su mirada enfocándose en mis labios.


Justo cuando creo que va a inclinarse, salta fuera del borde.

Por un pequeño segundo, estamos cayendo, y luego juntos


golpeamos el agua.

Está suficientemente fría que casi inhalo el océano en mis


pulmones. Y la sensación de líquido corriendo por toda mi piel desnuda.
Se siente… extraño y exquisito. Me alejo a patadas de Montes y busco
aire.
El rey sale a la superficie un momento después, haciendo su pelo
hacia atrás. Me destella una sonrisa.

—Bienvenida a Aegean. Oficialmente estás nadando en el mar vino


oscuro de Homero.

Le doy una mirada extraña. Sé de Homero, pero no entiendo la


referencia.

Sus ojos se suavizan un poco.

—Cuando termine la guerra, te mostraré otras cosas que te has


perdido.

Cuando la guerra termine. No sí.

—Crees que podemos terminarla —digo, moviéndome en el agua.


Nunca ha admitido esto antes. Asumí que pensaba que era una causa
perdida, especialmente ahora que negoció Australia.

—No hablemos sobre la guerra por una tarde —dice.

Puedo respetar eso. Me ha dado las afueras, yo puedo darle esto.

Muevo mi mano a través del agua, observando la luz bailar a lo


largo de esta.

Hay una plenitud en mi corazón, como si fuera a explotar. Con


felicidad, me doy cuenta. También es tan insoportablemente increíble. El
mar, el sol, el hombre mirándome intensamente.

—Desearía que esto durara para siempre —digo, probando mar


salado en mis labios mientras hablo. Es demasiado increíble, lo que
significa que no lo hará.

Sé que no lo hará.

Puede. Montes no lo dice, pero está en sus ojos.

Nada hacia mí y me jala contra él, acurrucando mi cuerpo en sus


brazos. Y no es lascivo, sexy o erótico.

Es romántico. Íntimo.

Veo la puesta de sol en los ojos del rey, esos ojos viejos que se ven
tan jóvenes cuando me miran.

Mi mirada baja a su cuello. Toco el punto del pulso que palpita con
el ritmo de su corazón, trazando un dedo sobre la piel oscura allí.
—Nunca he estado tan asustada —admito suavemente. Todavía
puedo ver el momento; se reproduce en repetición en mi mente. El
momento en que casi lo pierdo.

Todavía estoy tan, tan asustada.

Montes traga, su rostro volviéndose serio.

—Conozco el sentimiento.

Lo hace. Si no hubiera existido el Durmiente, el rey y yo no


estaríamos en los brazos del otro; estaríamos a seis pies por debajo.

Mientras el agua golpea contra nosotros, me sacudo el humor


mórbido.

—Lo siento… no quise llevar la conversación de vuelta a la guerra.

Presiona su pulgar contra mi boca.

—Nire bihotza, escucharte temer por mi vida… yo quiero saber eso.

Lentamente, asiento.

El pulgar de Montes comienza a frotar mi labio inferior, sus cejas


todavía entrecerradas.

El sol ama al rey. Hace que sus ojos oscuros brillen ámbar y que
su piel destelle. Un mechón de su cabello mojado se desliza sobre su ojo.

Este hombre es mío.

Alejo el mechón lejos de su cara, permitiendo que mis dedos tracen


sobre sus rasgos. No hay nada aquí más que nosotros, el sol, el mar y el
cielo.

—Este podría ser el momento más feliz de mi vida —admito. No


está garantizado, y no debería ser particularmente memorable… —Sin
tomar en cuenta la desnudez—, pero… pero tal vez es por eso que lo
disfruto tanto.

Es hermosamente normal.

Montes roza la parte de atrás de sus dedos contra mi mejilla.

—Estoy seguro que es mío.

Levanto mis cejas.

—¿De todos tus momentos?


—De todos mis momentos.

Juego con otro mechón mojado de su pelo, y cierra sus ojos por un
segundo, como si quisiera revelarse en la sensación de ello.

—¿Por qué? —pregunto.

Abre sus ojos.

—Porque por una vez no es un recuerdo, y te tiene a ti en él.


Capítulo 46

Traducido por Gerald

SERENITY

LOS DOCTORES HAN sido y serán una de las cosas que odio más
apasionadamente. Especialmente los de la realeza.

No soy muy buena en ocultar mi desagrado. Sé que la doctora


puede sentirlo mientras me inspecciona por mi lesión.

En el NOU, los doctores a menudo significan muerte. Y cuando se


trata de los médicos del rey, han sido conocidos por volverse traidores.

Pero no está del todo mal. La cita es la excusa perfecta para


investigar un asunto que he tenido la intención de hacer durante algún
tiempo.

El rey sostiene mi mano desde la silla en que está sentado, pero no


se equivoquen, este no es una brillante ejemplo de su devoción. El
bastardo se está asegurando de que no salga huyendo por la puerta en
cuanto sea posible hacerlo.

La doctora se endereza.

—Su Majestad, todo luce bien.

No me sorprende.

—Lo único que queda por hacer —continúa la doctora—, son los
análisis de sangre.

Análisis de sangre que Montes insistió en que se realizaran.

Cuando finalmente regresan los resultados, ella los hojea.


—No hay embarazo —dice la doctora.

Le dirijo a Montes una mirada aburrida. ¿Ves?

—Hmmm —dice en respuesta y realmente no me gusta la mirada


en sus ojos. Como si quisiera rectificar la situación inmediatamente.

Cuando termina la revisión, el rey me lleva hacia el exterior.

Una vez que regresamos a la sección principal del palacio, me


detengo de golpe.

—Mierda —digo.

—¿Qué pasa?

Miro detrás de nosotros.

—Dejé mi chaqueta.

—Alguien la regresará a nuestra habitación. —El rey comienza a


apurarme a moverme hacia adelante una vez más.

Hundo mis talones.

—Solo voy a entrar rápidamente por ella —digo.

Montes me da una mirada peculiar. Me conoce demasiado bien.


Sufrir por voluntad propia al pasar más tiempo en el área médica no es
característico de mi persona.

—Está bien —dice cuidadosamente—. Estaré en mi oficina. —


Dándome una pertinente mirada final, nos separamos.

Me doy la vuelta y camino hacia las instalaciones médicas.

Ser furtiva no es un fuerte mío. Tiendo a meterme a una situación


con las armas desenfundadas. Desafortunadamente, el rey lo sabe. Solo
tengo que esperar que las otras tareas lo mantengan lo suficientemente
ocupado para ignorar mi comportamiento inconsistente.

Cuando me topo con la doctora, levanta la mirada del papeleo que


sostiene.

—¿Se le olvidó algo? —pregunta.

—Mi chaqueta —digo.

—Vamos por ella —dice, dejando el archivo en el escritorio cercano


a ella. Me dirijo de regreso hacia la habitación con ella.
Algo ha estado dando vueltas en mi mente durante algún tiempo,
algo de lo que podría ser capaz de hacer uso.

—¿Cuántos Durmientes tiene el rey? —pregunto mientras


caminamos.

—¿Aquí? —dice, metiendo un mechón de ralo cabello blanco detrás


de su oreja—. Siete, creo, por supuesto, eso es sin incluir en el que estuvo
usted. Globalmente, hay veinticuatro, nuevamente, sin incluir el suyo.

—¿Y cuántos de ellos están ocupados? —pregunto.

La doctora me mira de forma crítica. No parece del todo entusiasta


por responder a eso.

—Tres aquí, sin incluir el suyo y ocho otros por todo el mundo.
Muchos de los Durmientes que quedan son usados periódicamente
dependiendo de las necesidades de la gente.

—¿Cuántos de ellos contienen ocupantes de largo plazo? Como yo.


—Empecé la conversación lo suficientemente casual, pero ahora no hay
manera de ocultar el hecho de que estoy buscando información con un
propósito.

Lame sus labios.

—Dos.

—Quiero ver quienes están en ellos.

—Su Majestad, no veo como esto es...

—No necesita entender mis motivos —la interrumpo para decir—.


Todo lo que necesita hacer es llevar a cabo mi solicitud.

—No regresó por su chaqueta, ¿cierto? —pregunta.

—No lo hice —confirmo.

La doctora no disminuye la velocidad cuando pasamos por la


habitación en que tuve mi revisión.

—Solo estoy autorizada para mostrarle uno —advierte.

Eso me hace sentirme más ansiosa por descubrir quién está en el


Durmiente restante.

—Está bien —digo—. Muéstreme ese.


MIRO HACIA EL ocupante del Durmiente del rey.

Tenía razón.

—¿Cuánto tiempo ha estado aquí? —pregunto, levantando mi


mirada hacia la doctora. Estoy segura de que tiene una agenda ocupada
y este es el último lugar en el que quiere estar, pero es paciente, actuando
como si tuviera todo el tiempo del mundo para pasarlo respondiendo a
mis preguntas.

Por otro lado, si yo sirviera a la reina, también podría hacerme el


tiempo para ella.

—Desde que puedo recordarlo. Y desde que el doctor antes de mí


puede recordar.

No tengo duda de que este hombre ha estado descansando aquí por


el mismo tiempo que lo hice yo. Por más de un siglo.

La habitación en la que está hospedado no es ni de cerca tan


grande como el templo hecho para mí, pero el tiempo y montones de
dinero claramente se han invertido en los frescos ricamente pintados que
adornan las paredes alrededor de nosotros. Esta una hermosa cripta
como ninguna que haya visto.

Frunzo el ceño mientras regreso mi atención al hombre, visible a


través de la portilla del Durmiente.

No soy el único ser amado que Montes mantiene con vida. Marco
descansa dentro de la máquina, el original, su rostro sin expresión
alguna.

Me había preguntado durante mucho tiempo cómo el rey había


logrado clonar a Marco. De donde obtenía el ADN. Ahora lo sé.

Solo sirve para mostrarte cuán retorcida mi vida se ha vuelto que


siento lástima por el hombre atrapado en esta caja, siento lástima por él
y su destino. Condenado a permanecer vivo aun cuando no queda nada
consciente en su cuerpo, no después de la bala que recibió en el cerebro
todos esos años atrás.

La muerte debe llegarles a todos los hombres. Es nuestro deber.

Marco no ha sido capaz de clamar el suyo, aunque su alma ha


abandonado este lugar desde hace mucho.
Todavía odio al hombre con un sentimiento de venganza y no he
sido amable con su doble, pero hay algunas dignidades que incluso mis
enemigos merecen.

Cuando el tiempo sea el adecuado, le daré a este hombre la muerte


que se merece.
Capítulo 47

Traducido por Mais

SERENITY

AL DÍA SIGUIENTE, cuando entro a mi oficina, un modesto sobre


está en mi teclado junto con un pequeño paquete de cerillas.

Recojo el sobre. Serenity está escrito a lo largo del frente.

Lo abro y saco un pedazo de papel hecho de gruesa cartulina.

Cita en tu oficina a las 02:00. Quema este mensaje después de


leerlo.

Bajando la nota, miro alrededor. Alguien se deslizó dentro de mi


oficina para dejar esto. Mis vellos se erizan ante la violación de espacio.

Mi atención regresa a la nota.

La primera comunicación de los representantes.

Agarrando una de las cerillas, lo froto contra el escritorio y llevo la


llama a la nota, observándola quemar.

Qué absurdo pensar que podríamos encontrarnos en mi oficina.


Hay cámaras aquí. Alzo la mirada hacia uno de ellos, pensativamente.

A menos…

Me toma quince minutos encontrar la cabeza de seguridad, quién


está afuera con alguna clase de técnico, discutiendo modelos y creaciones
de equipo de cámara.

—Su Majestad. —Él y el técnico hacen una reverencia cuando me


ven—, es un honor finalmente conocerla.
—Igualmente —digo, tratando de no sonar muy impaciente.

—¿Qué puedo hacer por usted?

—Me gustaría revisar los videos de las últimas horas tomadas


desde mi oficina.

Parece desconcertado por el pedido.

—Por supuesto. Por aquí.

Me lleva a un pequeño edificio auxiliar a una corta distancia.


Dentro hay un banco de monitores, todos mostrando diferentes imágenes
del palacio y lo que rodea. Palmea los hombros de los dos hombres detrás
del escritorio.

—¿Les molestaría llamar a Steve? Está al lado noroeste del palacio.

Se levantan, sorprendidos cuando me ven detrás de su jefe.


Colocando un puño a sus pechos, hacen una reverencia y murmuran “Su
Majestad” antes de salir rápidamente de la habitación.

Una vez que se van, la cabeza de seguridad jala una de las sillas
vacías y palmea una pantalla.

—Este es uno de ellos y… —Palmea varias otras—, estas son las


otras tres.

Sacando un teclado, comienza a tipiar.

—¿Dijo que quería ver las imágenes de la última hora?

—Las últimas horas sería mucho mejor.

Palmea la silla a mi lado.

—Tome asiento. Estaremos aquí un rato.

Son imágenes tontas. Las tres horas.

Nunca veo quién colocó el sobre y cerillas en mi escritorio, y nunca


me veo a mí misma entrar y tomar la carta. Alguien entró y manipuló el
video.

Incluso después de todo este tiempo hay huecos en la seguridad


del rey.

Alguien está traicionando al rey.


Llegamos al final del video.

—Eso es todo —dice el hombre, frotando el gris rastrojo de su


barba.

Se pone de pie, preparado para irse.

Me pongo de pie con él, mis ojos todavía enfocados en el banco de


pantallas.

—Quiero saber las debilidades de la seguridad del palacio, en caso


haya alguna vez un ataque.

—Su Majestad —dice, pareciendo sorprendido—, le aseguro, tal


cosa no…

Lo interrumpo:

—No he sobrevivido basado en la suerte misma. Quiero un


profundo entendimiento de este lugar: cuántos oficiales están alrededor
del palacio, sus horas, tareas, las armas que llevan, qué clases de
estrategias de salidas de emergencia tenemos el rey y yo a nuestra
disposición. Y hoy, quiero comenzar con el resto de las imágenes de
seguridad y audio para todo el palacio.

—Pero su Majestad, tan solo las imágenes de seguridad tomará


horas, posiblemente días, para ver.

—Entonces será mejor que empecemos ahora.

EL REY

FROTO MI LABIO inferior mientras observo a Serenity a través de


las mismas cámaras que inspecciona.

Mi viciosa pequeña esposa ha tomado un bonito interés en los


trabajos internos del palacio.

Es una extraña criatura; esto podría ser una manera más en la que
sienta que tiene control de su situación. Pero también podría ser algo
más.

Algo que podría volver a morderme en el trasero si no la observo.

¿Cree que un ataque es inminente?


¿O tiene otras razones?

Ya sé que visitó el Durmiente de Marco ayer cuando dijo que


necesitaba recoger su chaqueta.

Entrecierro los ojos hacia su imagen.

Presiono mis dedos y los llevo contra mi boca. Tengo que reconocer
lo que siempre he sabido: he vuelto a Serenity más grande que yo. Ella
solo está levantándose al rol que le he dado. No solo como reina, pero
como una clase de salvadora.

Llamo a Heinrich.

Cuando entra a mi oficina, asiento a mi pantalla de computadora,


donde la imagen de Serenity sigue reproduciéndose.

—Mantén la guardia en ella, y dame actualizaciones de todo lo que


haga.

Mi gran mariscal inclina la cabeza.

—¿Eso es todo? —pregunta.

—Sí.

Observo su espalda mientras se retira.

—Oh, ¿y Heinrich? Si comienza a hacer cosas sospechosas o rompe


el código del palacio, déjela.

—¿Incluso si involucra sus hombres?

Asiento con la cabeza.

—Incluso si involucra a usted.

Serenity puede ser sigilosa y ahora mismo podría tener secretos,


pero yo tengo la lealtad de mis propios hombres.

Quiero ver en qué anda.


SERENITY

FROTO MIS OJOS, luego pellizco el puente de mi nariz.

Para cuando llegan las 02:00 am, mi cerebro se siente como que va
a explotar con toda la información que he aprendido hoy.

Planos del palacio y los alrededores están explayados al frente de


mí. Ya he comenzado a hacer círculos a áreas dónde sé que están
instaladas las cámaras. Algunas de ellas deberán ser manipuladas.

Doblo el plano y lo dejo a un lado.

Unos minutos después escucho un suave toque en la puerta. Mi


pulso se acelera en mi anticipación.

Momento de conocer a uno de los topos de Oeste.

Sacando mi pistola de su funda, me acerco a la puerta. Quien sea


que haya estado jugando entre nosotros, no confío en ellos más que un
enemigo apuntando un arma contra mi cabeza. Los traidores son la peor
clase de personas.

Lo sabría. Me he vuelto uno yo misma.

Abro la puerta. No puedo esconder la conmoción cuando veo quién


está al otro lado.

—¿Tú?

Marco.

Pasa más allá de mí y rápidamente cierro la puerta detrás de él.

—Podría hacerte la misma pregunta —dice.

La esposa del rey y su mejor amigo están conspirando contra él.


Me pone triste y me hace sentir pena por Montes, quién está desesperado
por compañerismo.

Fuerzo mis sentimientos de vuelta así puedo decir:

—El rey ha tomado todo lo que he amado. —Es la verdad y sin


embargo se siente una mentira cuando lo digo ahora.

Marco toma mi oficina luego gira para enfrentarme.


—¿Qué te ha hecho a ti? —pregunto. El Marco original era muchas
cosas pero no era un traidor.

—Trinity —dice el hombre frente a mí, como si su nombre fuera


explicación suficiente—. Nunca la amó, no en base al significado de la
palabra.

No ha habido suficiente tiempo para mí para entender las


intricadas tareas internas de la casa del rey. Y cuando se trata de
vendettas el diablo siempre está en los detalles.

—Cuando murió, Montes no se afligió. Si pasó algo, estuvo aliviado


—dice Marco—. Se veía igual que tú, pero nunca le importó. Ella solo era
una copia, una pobre imitación. Yo la amaba y él la dejó morir. No puedo
perdonarlo por eso.

Amor y odio, están tan interconectados.

—Las desapariciones —digo—. Tú eres el traidor que ha estado


contándole a la NOU sobre nuestros planes.

Todos esos líderes que habían desaparecido. No podíamos


descubrir cómo Oeste había sabido que íbamos a reunirnos con ellos.

Juro que veo un destello de remordimiento en los ojos de Marco y


luego se ha ido.

—Lo soy —admite.

Lucho con la urgencia de tomar mi arma. Si no fuera por este


hombre, sinfín de personas todavía estarían vivas y varios líderes
regionales no estarían sometiendo Dios sabe qué a las manos de Oeste.

Este hombre es peor que el Marco que despreciaba.

Me toma varios segundos poner mis emociones bajo control.

—¿Entonces vas a ayudarme a matar al rey? —finalmente


pregunto. Decir las palabras en voz alta hace que todo sea más real.

Él asiente.

Me muevo más adentro de la habitación. Estoy teniendo esta


sensación de picazón en la parte trasera de mi cuello, diciéndome que
algo sobre esta situación no es correcto.

—¿Por qué no lo has hecho antes? —pruebo diciendo.


—Lo he considerado, así como los representantes. Pero el rey tiene
muchas formas de evadir la muerte, y yo no tengo la claridad o las
conexiones para asegurarme que el rey muera y se quede muerto.

Pero yo lo hago.

Corro mi lengua sobre mis dientes.

—¿Cómo pretendes matarlo? —pregunta.

Ahora para la parte astuta, la parte con la que he estado jugando


desde que me desperté. Un plan que finalicé en el vuelo de vuelta aquí.

El rey va a morir con tanto estilo como vivió.

—Vamos a quemar el palacio hasta los cimientos.


Capítulo 48

Traducido por Wan_TT18

SERENITY

—NECESITAMOS LLAMAR A Styx —dice Marco mientras nuestra


reunión termina.

Muevo mi cabeza hacia atrás.

—¿Por qué?

Todo lo que quiero hacer es meterme en la cama.

—Tiene acceso a muchos de los almacenes militares del Este.

Mierda, ¿el rey sabe esto?

Por supuesto que no.

Y ahora odio el engaño porque me ata las manos.

—¿Vamos a usar las armas del Este contra ellos? —pregunto con
escepticismo.

—¿Preferirías usar las de Oeste? —cuestiona Marco.

Es una pregunta cargada.

—Oeste ya me ha prometido su potencia de fuego —le digo,


apoyada en mi escritorio.

—Están a un océano de distancia. Será fácil para el rey defender el


palacio contra ellos.

Estoy de acuerdo a regañadientes con la evaluación de Marco.


Gesticula hacia mi computadora.

—¿Puedo?

Trabajo mi mandíbula, luego sacudo la cabeza, sí.

Sentado en mi escritorio, configura la pantalla para una video-


llamada.

A los pocos minutos la cara de Styx Garcia llena la pantalla.

Frunzo el ceño, mis fosas nasales se ensanchan al verlo a él y a


todas sus cicatrices. Esto es lo último que quiero hacer, rodearme de
estos dos hombres.

—Mi bella reina —dice Styx a modo de introducción, ignorando a


Marco por completo—, es un honor hablar contigo de nuevo.

Siento que mi labio superior se contrae. Me había olvidado de


cuánto me disgustaba este hombre.

—Respondió rápidamente.

La mirada de Styx finalmente se mueve hacia Marco.

—Estaba esperando la llamada.

Mi cuello me pica de nuevo. Así no debería ser cómo se desarrolla;


yo debería ser la coordinadora. En cambio me siento como un cordero
siendo guiado, llevado al matadero.

—¿Disfrutaste de tu visita a Oeste? —pregunta—. Los


representantes estaban muy ansiosos por verte una vez que les dije que
querías organizar una reunión.

—Una video-conferencia hubiera sido suficiente —digo


bruscamente.

—Solo soy el mensajero —me recuerda.

Él tiene un punto.

—Mujer bonita, escuché que vas a ser viuda pronto —dice Styx,
sonriendo con picardía.

Estrecho mis ojos hacia él. Eso solo hace que su sonrisa crezca.

—Marcus parece pensar que necesitamos tu ayuda—le digo.


—Necesitas mi ayuda. En el momento en que mates al rey, tus
hombres se volverán contra ti.

—¿Y tienes hombres dispuestos a defenderme? —pregunto


escépticamente.

—Sí, cada uno de ellos moriría por ti —dice. No ha parpadeado


desde que atendió la llamada, y está empezando a desconcertarme.

—Ella también quiere quemar el palacio —agrega Marco.

La noticia ilumina los ojos de Styx.

—Ah, mi reina, tengo explosivos para varios días.

—Explosivos que pertenecen a mi marido.

Styx inclina su cabeza ante mi tono acusatorio.

—Sí —dice con cuidado—. Y míos. —Se inclina hacia delante—.


Hablando de tu marido, todavía está tratando de matarme.

—Es bueno que no sepa el alcance de tu depravación… —Juego


con la correa de mi funda—, de lo contrario, podría poner más esfuerzo
en ello.

—Es una buena cosa que no sepa la extensión de la tuya —


responde Styx.

Otro buen punto.

—Mi reina, te prestaré ayuda. Y cuando llegue ese día, estaré allí
para felicitarte en persona.

NECESITO LIMPIARME EL mal que me envuelve. Nunca he hecho algo


como esto antes. Me pregunto qué pensaría mi padre. Apuesto a que
estaría orgulloso. Apuesto a que, si todavía estuviera vivo, este sería el
momento en que pensaría que, ella finalmente ha entendido mis
lecciones.

Regreso a mi habitación, volviendo en silencio. No debería haberme


molestado. Las luces están encendidas, la cama aún hecha.

El rey no está aquí.


Estoy alarmada, aliviada y decepcionada a la vez. Quiero verlo, pero
no quiero que me vea a mí. No puedo ocultarme lo suficiente de sus ojos
penetrantes.

En lugar de meterme en la cama, salgo al balcón. Se ha convertido


en el lugar al que voy cuando mi corazón está torcido y mi mente está
confundida.

Inmediatamente escucho el sonido del oleaje.

Mi padre podría estar orgulloso de mí, si estuviera aquí, pero estoy


lleno de odio hacia mí misma. Ya no odio al rey tanto como odio lo que
me he convertido y lo que debo hacer.

Me apoyo en la barandilla por quién sabe cuánto tiempo, dejando


que el aire de la noche me bañe. Finalmente, mi mirada cae del cielo a
los jardines.

Una figura se sienta en uno de los bancos de piedra, su amplia


espalda hacia mí.

Montes.

¿Ha estado allí todo el tiempo? ¿Qué podría estar pensando en lo


profundo de la noche?

Me alejo del balcón y salgo de nuestra habitación. Mis zapatos


hacen clic por el pasillo.

Quiero verlo, mi rey. A pesar de que estoy conspirando contra él, y


aunque él ha sido golpeado y está tan roto, y mal, quiero verlo.

Ya ves, lo amo.

Tanto.

Finalmente puedo admitirlo a mí misma, al final de las cosas. Ha


estado allí por un tiempo. Un buen rato. Siempre tuve miedo de eso.

Salgo por las puertas traseras del palacio y me dirijo por uno de los
caminos que serpentean a través del jardín. Mis pasos se vuelven más
lentos cuando veo la forma del rey. Se sienta junto a una fuente
burbujeante, con los antebrazos sobre los muslos y la cabeza inclinada.

No soy la única cansada aquí.

Inclina la cabeza en mi dirección cuando oye mis botas chocar


contra la piedra, pero no se da vuelta.
Cuando lo alcanzo, le toco el hombro.

—¿Qué estás haciendo aquí? — pregunto en voz baja.

Su mano va a mi brazo, como si quisiera asegurarse de que estoy


atada a él.

—Mi esposa no estaba en mi cama. —Sonríe con tristeza,


enfocándose en la fuente que tenemos delante—. Estoy descubriendo que
no puedo dormir cuando no estás en mi cama.

Me muevo para sentarme a su lado, sorprendida cuando él no trata


de ponerme en su regazo.

—¿Así que has venido aquí? —añado.

—No eres la única que se cansa de esas paredes presionando.

Hay algo aterrador en la forma en que está hablando. La forma en


que está actuando. Finalmente podría entender por qué Montes entra en
pánico cuando me alejo. Puedo sentir la ansiedad allí, justo debajo de mi
esternón. Él es el único cuya vida terminará pronto, y está actuando de
manera distante, y lo estoy persiguiendo. Él es el decente, y yo soy el gran
mal que destruirá hasta lo último que aprecia.

¿Cuándo se revirtieron nuestros roles?

Finalmente me mira, y Dios, esa mirada, podría vivir y morir en


ella.

—Basta —digo en voz baja.

Ahueca mi mejilla.

—Cada vez que dices eso, sé que estoy haciendo algo bien.

Frunzo el ceño, aun cuando mis ojos se encuentran bien con


alguna emoción suave

—Nire bihotza, ¿por qué estás triste?

Debería preguntarle lo mismo.

—Hay mucho por lo que estar triste.

Sacude la cabeza.

—He tenido cien años para estar triste. Ya no quiero estar triste. Y
tampoco quiero que mi reina lo esté.
Pero eso es imposible en este punto. Los dos hemos pasado
demasiado tiempo ahogados en horrores de nuestra propia creación.

Eso es todo lo que conocemos: dolor y derramamiento de sangre.

Montes pasa sus dedos por los míos.

Echo un vistazo a nuestras manos unidas y modifico mi


declaración anterior.

Todo lo que conocemos es dolor, derramamiento de sangre... y esto.

Y es esto último lo que nos matará.


Capítulo 49

Traducido por Rose_Poison1324

SERENITY

HAY UNA ÚLTIMA persona con la que necesito hablar, y será el que
jugará el papel más fundamental.

Encuentro a Heinrich en su oficina. El gran mariscal está al


teléfono cuando entro, su voz ronca. En el momento en que me ve, se
endereza en su silla, apresurando la llamada del teléfono.

Me siento en una de las sillas de invitados frente a él.

—Su Majestad. —Inclina la cabeza.

Me he vuelto a sorprender por lo endurecido que está este hombre.


Ha visto su parte justa de la carnicería. Puedo decir que me respeta, pero
apuesto a que también cree que soy un poco ingenua y desilusionada. Yo
con mis grandes discursos e ideales rosados.

Él no habla, no me pregunta por qué estoy aquí o qué necesito.

—¿Qué tan leal eres al rey? —pregunto finalmente.

Se frota la barbilla y me especula desde donde está sentado.

—Moriría por él. Y por usted, Su Majestad.

No puedes confiar en la gente. Incluso los más decentes te pueden


traicionar por el precio correcto; lo sé mejor que la mayoría. Pero decido
confiar en este hombre porque no tengo opciones.

—¿Y si te dijera que necesito tu ayuda para terminar la guerra?

Me mira durante varios segundos antes de decir:


—Le preguntaría qué es lo que necesita de mí.

—Esperaba que dijeras eso.

Y luego le digo exactamente lo que pienso hacer.

Ni siquiera he terminado de hablar cuando comienza a sacudir la


cabeza.

—No —ladra—, sé lo que dije antes, pero no haré esto.

—Entonces moriré, y el mundo continuará en guerra.

—Es demasiado arriesgado. —Está discutiendo conmigo, lo que me


parece una buena señal. Significa que está considerándolo en algún
nivel—. Para usted y para el rey. Seré ejecutado por traición—dice.

—¿Cuántas personas ya ha matado esta guerra? —digo—.


¿Cuántas personas más matará si no la terminamos? Tú y yo sabemos
que puedo manejarlo.

—Escuche, olvidemos por un segundo que no somos iguales.


Déjeme poner esto claramente: Me gusta, Serenity. Tiene un buen
corazón. Pero esto es una locura.

—No le diré al rey que viniste a mí. Solo olvídate de todo este plan.

Me paso las manos por mi cabello. Necesito que este hombre me


respalde.

Lo intento una última vez.

—Cuando tenía diecinueve años, el general de las Naciones


Occidentales Unidas, nuestro líder en ese momento, me pidió que me
casara con el rey, el hombre que había matado a mi familia e
innumerables números de mis compatriotas. Ese era el precio del rey, si
las NOU me entregaban, la guerra terminaría.

»No podía imaginar un destino peor, pero acepté porque sabía que
el mundo estaría mejor. Estoy pidiendo lo mismo de ti ahora —le suplico
al gran mariscal—, que te levantes por encima de la toda ética para servir
al bien mayor. Sé que no es justo de mi parte pedirlo, pero no puedo
hacer esto sola.

Pasa una palma sobre su pelo rapado. Desplaza su peso.


Deliberando, deliberando. Todo el tiempo, esos ojos insensibles me
miran.

Finalmente, su mandíbula se tensa, y suelta un respiro.


—Tiene mi lealtad, Su Majestad. Haré lo que me pida.

Siento que mis músculos se aflojan. No sabía lo tensa que estaba


hasta que aceptó.

—Entonces esto es lo que necesito que hagas…

EL REY

ALGUIEN GOLPEA CONTRA mi puerta cerrada.

Dejo caer el informe que estoy leyendo y me recuesto en mi asiento.

—Entre —digo.

Mi gran mariscal entra en la habitación.

—Su Majestad —dice Heinrich, inclinándose—, tengo algo


alarmante que decirle. Algo que concierne a la reina.

Siento que mis músculos se tensan.

—¿Qué es?

Y luego me dice.

La noticia es un golpe al estómago, tanto que me toma varios


segundos tener mis emociones bajo control.

Una vez que lo hago, me inclino hacia adelante.

—Vas a estar de acuerdo con su plan —le digo.

—Pero, Su Majestad…

—Vas a seguir su plan y el mío.

ESA NOCHE, CUANDO veo a Serenity, las palabras de Heinrich resuenan


en mi cabeza. Tuve que ir al gimnasio y sacar la mierda de un objeto
inanimado para desahogar todo lo que sentía. Y sentía malditamente
demasiado. Ni Serenity ni yo podemos escapar de lo que el destino
siempre ha tenido en mente para nosotros.
Ella se sienta frente a mí en la mesa pequeña e íntima. Al ver su
cabello dorado suelto enmarcando su cara agridulce, es un golpe para el
pecho.

Por la forma en que su pierna se mueve, puedo decir que quiere


patear sus tacones hasta el borde de la mesa y encorvarse en su asiento.

En su lugar, pasa una mano sobre una de las llamas.

—¿Por qué me estás mirando así? —pregunta.

Casi te perseguí y te confronté. Casi tiré tu maldito cuerpo en un


Durmiente. Casi estuve en pie de guerra en este palacio. Sólo cien años de
sabiduría y templanza me detuvieron.

Ella es ajena.

Hay un dolor profundo en mis huesos que no puedo alejar.

Su mano se detiene sobre la llama.

—¿Está todo bien?

Muevo su mano fuera del camino.

—Ha sido un largo día. —Me inclino hacia delante para besar sus
nudillos cicatrizados.

Esta amada, criatura salvaje. No pertenece aquí, dentro de estas


paredes doradas, sentada frente a una mesa de madera tallada
intrincadamente con delicada porcelana.

Fue una tontería de mi parte pensar que alguna vez podría ser
enjaulada.

He estado huyendo de todo lo que representa durante tanto tiempo.


Y estoy cansado de correr.

Es hora de dejar de tener tanto miedo.

Es hora de aceptar todo lo que es.

Es hora de liberarla.
Capítulo 50

Traducido por 3lik@ & Liliana

SERENITY

LOS DÍAS SE convierten en semanas. El tiempo se desvanece, robándome


horas. Y a medida que pasa el tiempo, también lo hace la extraña felicidad
que había crecido en mi corazón.

Puede que nunca crea que Montes es realmente un buen hombre,


pero no estoy segura de haber querido nunca algo bueno. Él es complejo,
y terrible, y al final del día es mi monstruo.

Y tengo que matarlo.

Así es como se siente el remordimiento. Es prematuro, que es casi


peor. Porque tengo tiempo para cambiar el curso de mis acciones, pero
no lo haré. Hice una promesa al mundo, una que tengo la intención de
cumplir.

Las cosas parecen volver a la normalidad. El rey me mira, y juro


que lo ve todo. Pero si lo hace, no me detiene.

Ni siquiera puedo reflexionar sobre esa posibilidad.

Cada día es peor que el anterior porque me acerca al momento en


que he dispuesto para matar a mi esposo. Hablo con Marco casi todos los
días, Marco y Heinrich. Trazo y planeo hasta el último detalle es una
proporción considerable.

Mañana, precisamente a las 9:30 a.m., este lugar arderá, junto con
el rey.

Es el día de ajuste de cuentas del rey. Y el mío.


—¿Todo está listo? —preguntan los representantes en el otro lado
de la pantalla. Soy muy consciente de que su plazo de treinta días casi
ha terminado.

Asiento, y Marco, que se sienta a mi lado, dice:

—Lo está.

Los dos estamos escondidos en mi oficina, esperemos que por


última vez.

Todos esos años atrás, me senté junto a mi padre y hablé con un


grupo diferente de representantes.

Este es el mundo fallando.

—Bien. Nuestros hombres comenzarán a moverse a las nueve y


veinte. Un buque estará esperando en alta mar. Marco, radiarás a
nuestros hombres en el momento en que Serenity elimine al rey.

Tengo que respirar por la nariz para frenar las náuseas que surgen
ante la perspectiva.

He matado a innumerables personas; esto no debería ser diferente.


Pero es un mundo aparte. El hombre que amo, el monstruo que encontró
su conciencia, el rey que renunció a un pedazo de su imperio para
abrazarme de nuevo. Quien desafió la muerte para tenerme a su lado.

Temo esto más que cualquier otra cosa que haya temido.

—Los recogeremos a ambos desde allí —continúan los


representantes—. No consideraremos el hecho concluido a menos que
traiga el cuerpo.

Están mirando hacia mí, a pesar de que Marco es parte de esto


como lo soy yo.

Me tranquilizo.

—Les conseguiré su cuerpo.

—Bien. Entonces te veremos mañana. Tenemos un acuerdo de paz


para negociar en los próximos días.

Bonitas palabras para intenciones feas. Conociendo a estos


hombres, no será un acuerdo de paz tan solo los términos de rendición.
No importa. No estaré de acuerdo en nada.
—Duerme un poco —dice uno de los representantes, sacándome de
mis pensamientos—. Lo necesitarás.

FATIGA DE COMBATE. Es una cosa muy real. Has visto demasiado, has
hecho demasiado, y al final de todo, estás tan cansado.

Me miro en el espejo del baño.

Pensé que lo había perdido todo.

Y lo hice. Perdí todo lo que amaba, incluso las cosas que no sabía
que podía perder: mi memoria, el pasado, mi odio.

Me he convertido en algo que detesto, y no sé cómo volver a la chica


que era, la que fácilmente dividía el mundo entre el bien y el mal.

Y para ser honesta, incluso no sé si quiero ser ella otra vez.


Preferiría ser la chica que nunca fue tocada por la guerra. Quien no sabía
nada de dormir con el enemigo, que nunca vio cómo se ve la carne cuando
explota en pedazos. Quiero ser una chica que despertaba con la
conciencia tranquila todas las mañanas, cuyos demonios no la acosaban
a altas horas de la noche.

Pero no puedo tenerlo. No me inyecté ese suero de pérdida de


memoria, y esa no era una solución. Olvidar no significa que nunca
sucedió; significa no tratar con las consecuencias.

Y oh, tengo las consecuencias acumuladas.

Miro mi reflejo, apretando las manos alrededor del borde del


mostrador.

Puede que haya sufrido, que haya cambiado, pero sé quién soy.

Soy la chica del NOU, la chica nacida ciudadana de los Estados


Unidos de América. Soy venganza y soy salvación.

Y mañana, el mundo lo sabrá, de una vez por todas.

NO MUCHO DESPUÉS de mi revelación, escucho a Montes entrar en el


dormitorio, de vuelta de cualquier negocio que estaba atendiendo. Ambos
hemos estado trabajando hasta tarde.
Escucho sus pasos dirigirse directamente al baño. Un momento
después, Montes entra.

Nuestros ojos se encuentran en el espejo, y veo tal tristeza sin fondo


en la suya.

Lo sabe. Lo debe saber.

Se coloca detrás de mí y envuelve un brazo alrededor de mi cintura.


Su otra mano agarra mi cuello para que me tenga amarrada a su cuerpo.

Mis manos se aprietan a lo largo del borde del mostrador, pero no


lucho contra su agarre.

—Nunca he sabido que mi pequeña reina viciosa fuera vanidosa —


dice.

Le paso una mirada molesta por el espejo. Ambos somos


conscientes de que eso no es lo que estaba haciendo.

Sus labios rozan la concha de mi oreja.

—Ven a la cama —dice, su voz ronca.

Mi garganta traga.

—No quiero dormir —admito.

La idea de lo que vendrá mañana tiene mi estómago torcido en


nudos.

—¿Quién dijo algo sobre dormir? —exhala.

Giro la cabeza para enfrentarlo, y esa es toda la apertura que


necesita. Me besa fervientemente, sus manos se mueven para que ya no
sea su rehén. Acunan cada lado de mi mandíbula.

Jadeo por el beso, y lo reproduzco como si fuera una pasión,


cuando todo lo que realmente estoy haciendo es contener los sollozos.

Empujo contra él, obligándolo a retroceder. Mientras tanto le


arranco la ropa. Nunca fui así, violenta con la necesidad de estar cerca
de él.

Montes lo recibe con una sonrisa lobuna. Siempre estaba tan


jodido como yo.
Me ayuda a quitar el resto de su camisa y luego sus pantalones. Y
entonces su enorme y esculpido cuerpo está completamente en
exhibición. La vista de todo ese poder enredado casi me pone de rodillas.

Cuando mis manos alcanzan el borde de mi camisa, las captura en


las suyas.

—Ah-ah —dice. Engancha sus dedos alrededor del cuello de mi


camisa y, deteniéndose el tiempo suficiente para hacerlo dramático, rasga
la prenda por el medio.

Esto está mal. Buscar sexo con el hombre que pretendo matar. Sé
que lo es, y me pregunto si Montes alguna vez tuvo pensamientos como
estos antes de que me tomara, al principio. Debido a que mis planes no
están cambiando, todavía quiero esto desesperadamente, y lo tomaré.

Tira de mis pantalones a mis tobillos y luego me arroja a la cama.


Ahora, cuando lo veo rondando hacia mí, recuerdo por qué generalmente
soy la más débil de los dos.

No estoy segura de poder manejarlo en toda su intensidad. No aquí,


donde todas las bonitas capas que usualmente me endurecen han sido
removidas con mi ropa.

El infierno vive dentro de mí, y me ha estado consumiendo durante


las últimas horas.

Montes verá todas mis malas intenciones en el momento en que


nos entrelacemos.

Desata una de mis botas y la jala, lanzándola sobre su hombro.


Hace lo mismo con la otra. Todo el tiempo me mira, esos ojos.

Sin cuidado, me quita los pantalones y los deja caer al suelo. Mis
bragas siguen poco después. Luego está entre mis piernas, cerniéndose
sobre mí, su pecho rozando el mío.

Montes busca en mi rostro.

—¿Qué te está molestando? —pregunta.

Necesito reponerme.

En lugar de responder, lo atraigo hacia mí y beso sus labios. Mis


manos encuentran su cabello y me tomo grandes molestias para
alborotarlo.
Escucho su estrujo de aprobación en lo profundo de su pecho. Sé
que no ha olvidado su pregunta, y sé que probablemente ahora sospeche
más de lo que era antes.

Necesito hacerle olvidar, hacernos olvidar.

Tan pronto como el pensamiento cruza mi mente, envuelve un


brazo alrededor de mi cintura y nos hace rodar para que lo esté mirando
fijamente.

Me quita el sujetador y lo tira a un lado de la cama.

—Ya no eres tímida —dice.

Con retraso me doy cuenta de que solía hacerlo, el hábito de


cubrirme. No hago eso ahora.

—¿Eso te pone triste? —pregunto. En el pasado, Montes se


complacía en sorprenderme cuando se trataba de cosas entre un hombre
y una mujer.

Se sienta lentamente, apretando sus abdominales mientras lo


hace, hasta que nuestros pechos se presionan juntos.

—No —dice, tocando mi cicatriz—. Me gustaba tu modestia, pero


esto me encanta más.

—¿Por qué? —pregunto.

—Porque significa que me has aceptado.

Mi expresión está a punto de colapsar.

Montes me salva de mí misma; captura mi boca, y estamos


desesperados el uno por el otro una vez más. No es hasta que me levanta
sobre él y se desliza agonizantemente en mi pulgada a pulgada que
nuestros movimientos frenéticos se vuelven lentos.

Exhalo mi aliento una vez que estamos completamente unidos, mis


brazos se entrelazan alrededor de su cuello. Lo miro a los ojos cuando
comienzo a moverme, mis dedos juegan distraídamente con su cabello.

—Dilo —susurra.

Tragándome la emoción, sacudo la cabeza.

Estamos envueltos el uno en el otro, nuestras extremidades


enredadas, y ahora sus brazos se aprietan a mí alrededor.
—Sé que lo quieres. Lo veo en tus ojos.

Sé que puede.

—No puedes tomar todo de mí, Montes. —No sé por qué lo digo. Tal
vez para rememorar el principio, porque me siento sentimental. Tal vez
para proteger mi corazón, aunque sea demasiado tarde. No lo sé.

Espero su respuesta normal. No me la da.

Me quita el cabello de la cara.

—Bien, Serenity. Está bien —dice. Sus ojos están tristes otra vez—
. Esto es suficiente.

Apoyo mi frente contra su hombro para ocultar mi expresión.

Su mano levanta mi barbilla hacia arriba. Frunce el ceño ante lo


que ve en mi cara.

—No te escondas de mí.

Él nos voltea para que lo mire.

Mi severo y eterno rey.

¿Quién diría al comienzo de las cosas que todo llegaría a esto?

Me hace el amor lentamente, profundizando cada empuje. Me mira


todo el tiempo.

—Nire bihotza, nire emaztea, nire bizitza. Maite izango dut nire
heriotzaren egun arte2 —dice.

—¿Qué estás diciendo? —pregunto.

Me cubre la cara.

—Solo una promesa. —Sus pulgares frotan mis mejillas mientras


se mueve dentro y fuera de mí. Ahora. —Empuja con más fuerza,
levantando la dulce quemazón—. Córrete a para mí, mi reina. Quiero tus
gritos en mi oído.

Como un mandato, la sensación crece. Lucho contra eso, con ganas


de prolongarlo todo el tiempo que pueda.

Montes tiene otros pensamientos.

2
N.T. Mi corazón, mi esposa, mi vida. Te amaré hasta el día de mi muerte.
Pone más empeño detrás de cada embestida y toma la punta de
uno de mis pechos en su boca. Me retuerzo contra él, jadeando mientras
trato de evitar mi clímax.

—Córrete, para, mí. —Puntúa cada palabra con un empuje.

De repente, contra mi voluntad, mi orgasmo me atraviesa. Agarro


a Montes, mi espalda se arquea cuando cada ola de ella se lava sobre mí.
Lo siento hincharse mientras su liberación sigue la mía.

Ambos enfocamos los ojos cuando nuestros cuerpos resbaladizos


por el sudor chocan entre sí. Quiero que este momento dure. Pero
entonces termina.

Montes finalmente se desliza fuera de mí, arrastrando mi cuerpo


sobre el suyo.

Él me abraza, acariciando mi espalda.

Envuelvo mis brazos con fuerza alrededor de él. Nuestra


respiración irregular eventualmente se iguala.

No quiero que esta noche termine. Nunca quiero que termine.

Pasando una mano sobre su pecho, le pregunto:

—Montes, ¿crees que alguna vez podríamos haber sido buenas


personas?

—Mi reina está llena de pensamientos profundos esta noche.

No me molesto en responder.

Él inclina mi cabeza hacia atrás para enfrentar la suya.

—Creo que todavía lo podemos ser. No creo que sea demasiado


tarde para intentarlo.

Mantengo contacto visual con él, pero requiere mucho esfuerzo.


Quiero acurrucarme en él y dejarlo ir. Creo en la muerte, cuando esta
venga por mí, será una gran liberación. El olvido de este mundo cruel.

—Montes —le digo—, necesito que me prometas algo.

—¿Por qué no me dices primero? —dice en voz baja.

—Prométeme que siempre tratarás de hacer el bien.

Me lanza una mirada burlona.


—¿De dónde viene todo esto?

—Prométemelo.

Frunce el ceño.

—Te lo prometo, siempre lo intentaré.

Esa es la mayor reconfirmación que voy a conseguir.

Reposo de nuevo en sus brazos. Y por el resto de la noche, sostengo


a mi monstruo.

ES TEMPRANO EN la mañana, cuando finalmente me levanto de la cama.


Las respiraciones del rey se han igualado desde hace mucho tiempo. Yo,
mientras tanto, no he dormido nada en toda la noche. En cambio paso
las largas horas saboreando la sensación de él.

Una última vez.

Me visto en mis uniformes y botas, cuidando de amortiguar mis


movimientos. Me coloco mis dos pistolas y luego salgo a nuestro balcón.

Miro las estrellas y dejo que el pasado me bañe. Llevo una historia
terrible dentro de mí, llena de pérdidas, pero es la única que conozco, así
que la aprecio.

Hace más de cien años estuve en casi este lugar exacto, una mujer
casada con su enemigo.

Cómo han cambiado las cosas.

Sigo mirando hacia el cielo oscuro, donde todos los que amo ahora
viven. O tal vez no lo hacen. Quizás la muerte sea realmente el fin.

Me alejo de la barandilla y salgo de la habitación, sin permitirme


echar una mirada de despedida a Montes.

Hoy voy a tener que ser fuerte.

Me dirijo a mi oficina. Necesito un lugar para esconderme hasta


que todo el infierno se desate. Cualquier persona que me vea antes, verá
que estoy actuando muy cautelosa.

Una vez que estoy dentro, paseo un poco, me siento por un


momento detrás de mi escritorio, hojeo informes que nunca podré
abordar.
Lentamente pasan las horas.

Estoy revisando el tambor de mi nueva arma por decimotercera vez


cuando escucho un murmullo. Lo coloco en su lugar con un clic
satisfactorio y me pongo de pie, mi cabeza enfocada en la puerta.

Oigo un ruido sordo y siseo, entonces...

¡BOOM!

Caigo de espaldas mientras la tierra se mece. Las paredes tiemblan


violentamente. Los libros llueven de los estantes que se alinean en la sala
y mi pantalla se cae, junto con una lámpara.

Agarro el borde del escritorio y me enderezo. Por mi ventana veo


fragmentos del palacio que se arquean en el cielo. Una gran losa de
mármol se estrella contra la fuente en donde el rey y yo nos sentamos
hace unas semanas.

Los gritos comienzan casi de inmediato.

Así que ha comenzado.


Capítulo 51

Traducido por Wan_TT18

SERENITY

SALGO CON RAPIDEZ fuera de mi oficina, con la pistola en la mano, mi


corazón latiendo a mil por hora.

Me dirijo por los pasillos hacia la entrada principal cuando el


sonido de los disparos se une a los gritos.

La gente pasa a mi lado, y nadie parece darse cuenta de que la


reina está entre ellos, por lo que se centran en sus propios intereses.

La segunda explosión golpea el muro suroeste del palacio, la onda


de choque me hace tambalear. Los gritos se alzan.

Abro las puertas delanteras. Tengo una visión clara del caos fuera
del palacio.

Los rastros de polvo y escombros se extienden hacia afuera desde


los sitios de la explosión. Ambas alas del palacio están envueltas en
llamas. Ya puedo oler el humo en el viento.

Los aviones de Oeste son invisibles, al igual que sus misiles. Pero
puedo escucharlos a todos.

Me paro en el umbral de los palacios, mi ropa y mi cabello se agitan.

¡BOOM!

La explosión golpea directamente en frente del palacio. Soy lanzada


por el aire, a través del vestíbulo de entrada. Mi cuerpo se estrella contra
una de las grandes columnas que se alinean en el espacio, su fuerza hace
que el aire salga de mis pulmones y el arma de mi mano. Caigo al suelo,
aterrizando con fuerza sobre mi cadera.

Esas imágenes inquietantes que se alinean en la gran entrada caen


de sus perchas, chocando contra el suelo, convirtiéndose en una pieza
más de los escombros en crecimiento.

Miro hacia mi arma, las palmas de mis manos presionadas contra


el suelo.

—¡Serenity!

Cierro los ojos y trago. Sabía que había venido por mí.

Soy una araña, y he atraído a mi esposo a mi red. No me molesto


en mirar por encima de mí, donde varias cámaras del rey están grabando
este video.

Me pongo de rodillas, mi mano alcanza la pistola de mi padre, la


que sigue atada a mi costado.

Eso es todo. El momento que he temido desde que salí de Oeste.

Esto no será un acto desapegado. Siempre ha sido personal entre


Montes y yo.

Cuando levanto la vista, finalmente veo a mi esposo a través de la


bruma.

El rey cubre su cabeza, e incluso entre el caos en la habitación,


está tratando de abrirse camino hacia mí.

A cada lado de nosotros, las bombas detonan, una después de la


siguiente, después de la siguiente, a lo largo de toda la gran sala. Justo
como se planeó.

Todo sucede en cámara lenta.

Las paredes se revientan, soplando yeso y piedra a través de la


habitación. Hay una extraña belleza en la sincronía de todo esto.

Las columnas que sostienen el segundo piso se balancea, pero no


se dan por vencidas.

No espero a que se detengan las explosiones antes de ponerme de


pie, sacando mi pistola. En algún momento, las explosiones arrojan a
Montes al suelo. Está a mitad de camino cuando me ve, arma en mano.
No estoy corriendo hacia él como debería. Tampoco siento pánico.
Mis verdaderas intenciones están finalmente en exhibición.

Esto debe parecerse a un juicio salvaje: la brutal reina del rey


cubierta de polvo y cenizas, caminando hacia él entre las llamas.

Montes no parece traicionado o confundido como pensé que lo


estaría. Es desolación lo que veo en sus ojos.

Ha trabajado tan duro por tanto tiempo para mantenerme con vida.
Todo porque ese desgraciado corazón suyo me amaba.

Tengo que recurrir a todas las peores partes de mí para mantener


mis pies avanzando y mi brazo firme.

Quizás Montes no es culpable de toda la depravación que


inicialmente le atribuí. No importa. En algún lugar del camino, perdió su
humanidad. Ya sea que haya activado o no ese primer dominó y que los
eventos en marcha ya no tengan importancia. Ambos hemos hecho
demasiadas cosas imperdonables. La sangre en sus manos, la sangre en
las mías... Es hora de que paguemos.

Se levanta, sus ojos se mueven de la pistola de mi padre a mi cara.


Analiza mi expresión, sus ojos me miran con dolor.

—Sabía que me odiabas cuando nos conocimos, Serenity —dice—.


Sabía que incluso me odiabas cuando me casé contigo. Pero nunca supe
que fuera tan profundo.

El trozo de carbón ennegrecido que es mi corazón se rompe.

Otra estruendosa explosión desgarra el pasillo. El suelo tiembla y


el fuego parpadea.

Por un segundo, Montes gira la cabeza hacia un lado, escuchando


el sonido de su palacio en llamas. Todo lo que pasó construyendo vidas
está siendo demolido ante sus ojos.

El soldado en mí que luchó por las NOU, quien perdió a su familia


y a su nación por este hombre, se deleita en la retribución. El resto de mí
simplemente llora.

La atención de Montes vuelve a mí.

¿Había pensado antes que era majestuoso? ¿De otro mundo?


Ahora, incluso cuando sabe que su imperio se está derrumbando justo
delante de él y que su esposa se ha vuelto una traidora, parece intocable.
Sus hombros son rectos, sus ojos aún profundos con secretos. Esa cara
atemporal me desafía a terminar lo que he comenzado.

—Hazlo. —Montes camina hacia adelante, levantando la barbilla


con desafío—. Estoy cansado de luchar. Si crees que esto es lo correcto,
entonces hazlo.

Siento el humo en mi lengua. A nuestro alrededor, la mansión del


rey arde.

No hay un final feliz para gente como nosotros.

La resolución fría toma el control.

Levanto la pistola y apunto al rey.

Hace tantos años, mi padre me contó una historia sobre mi


nombre, mi primogenitura. Me llamaron Serenity por la paz que traje a
mi madre. La paz ha sido precisamente lo que le ha faltado a mi vida. Y
mi padre me dijo hace mucho tiempo que para encontrar la paz, tenía
que perdonar.

Delante de mí está el único hombre que siempre ha estado entre yo


y eso.

Una lágrima se desliza por mi mejilla, y luego otra.

Después de todo este tiempo y todas las cosas horribles que nos
hemos hecho el uno al otro, finalmente, realmente entiendo las palabras
de mi padre.

Montes. El Rey Inmortal del Este. Mi pesadilla, mi hermoso


monstruo, mi enemigo y mi alma gemela.

Lo perdono.

Mi garganta se tensa.

Esto es lo que sucede cuando amas y odias algo.

Sé lo que tengo que hacer. Siempre lo he sabido.

—Te amo, Montes —le digo.

Sus ojos se abren ante mi admisión.

Y luego cumplo con mi vieja venganza…

Aprieto el gatillo y mato al rey inmortal.


Capítulo 52

Traducido por Wan_TT18

SERENITY

HAY MUCHOS TIPOS de muerte.

Está el literal, con el que estoy más familiarizada. Apuñalas a un


hombre en el pecho y lo ves desangrarse. Si lo haces bien, verás su vida
y su alma escaparse con toda esa sangre.

Pero luego hay otros tipos de muerte. Nadie habla de esos. La


muerte de tu identidad. La muerte de tus sueños. La muerte de tu
inocencia.

Conozco todos los seudónimos de la muerte, porque él y yo somos


muy buenos amigos. Ha sido mi sombra desde que era una niña.

Y él está aquí en esta habitación conmigo y con el rey.

En un instante, la bala atraviesa la piel, los huesos y finalmente el


músculo. Tampoco cualquier músculo. El más importante.

El corazón.

Para matar al rey, tuve que matar a una parte de mí misma. Hace
cien años tomó mi corazón y nunca me lo devolvió. Montes pudo haber
sido la única persona que querría ese órgano podrido mío.

Agarra su pecho, sus ojos se abren con sorpresa. El rey se


tambalea, y mis labios comienzan a temblar mientras retengo toda la
emoción que está brotando dentro de mí.

Encierro mi arma y agarro la pistola que solté antes, la coloqué en


su lugar. Y luego me acerco al rey.
Camino entre las llamas para llegar a él. La cosa más terrible del
mundo podría ser el fuego. Por eso el infierno siempre se imagina como
un infierno.

Pero el fuego no se quema, se transforma. Y aquí, en este edificio


en llamas, cuando el palacio de Montes y su vida caen en cenizas, no es
el final. De él. De nosotros. De nuestros esfuerzos.

Si puedes sobrevivir a las llamas, ¿qué será de ti?

Los dos estamos a punto de descubrirlo.

Engancho mis brazos debajo de los hombros del rey. Sus ojos se
han cerrado. Empiezo a arrastrarlo, forzando a mis músculos a moverse
más rápido que nunca.

El reloj no se detiene y el tiempo no es mi amigo.

Desde los bastidores de la entrada, Marco sale.

Debe haber visto todo el asunto. Sus ojos están rojos, aunque no
puedo decir si es por el remordimiento o por el humo ardiente que cuelga
espeso en todo este lugar.

—Déjame ayudarte —dice.

Sacudo la cabeza, sin disminuir la velocidad en lo más mínimo.

Tic-toc, tic-toc.

—Llama a los hombres con los que nos vamos a reunir, luego
despeja un camino para mí afuera. Saldré por la entrada principal
trasera.

Él vacila.

—¡Ahora! —ladro.

Ese es todo el aliento que necesita. Deja mi lado, corriendo por el


largo pasillo, su forma desaparece en la bruma.

Empiezo a moverme con seriedad, esforzando todos mis músculos


para arrastrar al rey lo más rápido posible.

Me dirijo a la habitación más cercana, una habitación en la que le


pedí a Heinrich que desactivara las cámaras. Hasta ahora, los
representantes han estado observando una transmisión en vivo del rey y
de mí frente a las cámaras de seguridad del palacio.
Eso está a punto de cambiar.

A los representantes les parecerá que las explosiones eliminaron el


sistema. Pero fue deliberado.

Dentro de la sala, cinco soldados esperan, una camilla a sus pies.


Tan pronto como la puerta se cierra, se apresuran a ayudarme, cargando
a Montes en la camilla.

Más allá de ellos, el espejo en la parte posterior de la habitación ya


ha sido destrozado. Más allá, veo el sombrío salón de los pasadizos
secretos del rey. Agarro un borde de la camilla junto a los otros soldados,
y juntos entramos en el pasillo.

Y luego corremos.

Todo hasta el último detalle de este día ha sido cuidadosamente


diseñado para parecer espontáneo. Creíble.

Pero todo es mentira.

La entrada, esta habitación de invitados, todo fue escogido por una


razón específica. Estas eran las habitaciones más cercanas a mi cripta.
Marco no lo sabe, pero yo sí, y también Heinrich.

Sin embargo, hay unos buenos veinticinco metros entre nosotros y


mi Durmiente y solo durante tanto tiempo que el cuerpo humano pueda
regresar de la muerte sin sufrir daños.

Tic-toc. Tic-toc.

—¡De prisa! —grito.

Pasamos por las puertas dobles que conducen a la habitación


subterránea, y luego bajamos los peldaños de mármol en una loca carrera
para llevar al rey a la Durmiente. A medida que descendemos, el foso, la
pasarela, y luego, finalmente, el Durmiente dorado aparecen a la vista.

Esto debería funcionar.

Estoy apostando a que sí.

Aprendí algunas cosas del rey, y una de ellas es el juego. Dudo que
el rey haya imaginado alguna vez que tomaría esto en serio, o que pagaría
por ello con su vida.

Los seis bajamos las escaleras, y luego nuestros pasos golpean el


suelo de mármol. El techo sobre nosotros se estremece con cada
explosión sorda. Por lo que he aprendido, esta sala fue diseñada para
sobrevivir a un terremoto. O un ataque.

Heinrich nos espera junto al Durmiente, con el ceño fruncido. Tan


pronto como llegamos a él, el soldado y yo metemos el cuerpo del rey en
el mismo Durmiente donde yací durante cien años.

Y luego la víctima se convierte en el villano, y el villano en la


víctima. El rey y yo hemos intercambiado completamente los papeles.

Solo tengo un momento para mirarlo.

Espero poder mirar su rostro de nuevo. Espero, pero lo dudo.

Los hombres del rey levantan la tapa del Durmiente en su lugar y


la máquina cobra vida. La lectura de este se encuentra en la parte
posterior de la máquina, oculta a la vista por un panel dorado extraíble.

Voy a leerlo, pero Heinrich me agarra del brazo y me lanza una


mirada de advertencia.

—No tiene tiempo para esto.

—Necesito saber que él está bien.

El gran oficial me da una mirada que es muy similar a la que el


general Kline solía darme.

—Su Majestad, tiene un trabajo que terminar. Sea fuerte, para que
los hombres que han muerto hoy no lo hayan hecho en vano.

Si pudiera, me mantendría pegada aquí hasta que estuviera segura


de que el rey está completamente curado, pero Heinrich tiene razón.

Respiro hondo y asiento.

—¿El cuerpo? —pregunto.

—Te está esperando en los pasillos, tal como lo discutimos.

Pongo una mano sobre el Durmiente. La máquina salvará a mi


marido. Tengo que creerlo.

—Montes se queda dentro de esto hasta que yo regrese, o hasta...


la alternativa. —No puedo dejar que me frustre tanto.

—La veré mañana, mi reina.

Miro al oficial a los ojos. No creo que ninguno de nosotros realmente


crea eso, pero inclino mi cabeza de todos modos.
—Que esté a salvo mi reina —dice.

Lo último que estaré es a salvo.


Capítulo 53

Traducido por Yiany

SERENITY

EL CUERPO QUE arrastro fuera del palacio está quemado más allá del
punto de reconocimiento. La mutilación es intencional ya que el cuerpo
no es el del rey.

Es Marco. El original.

Le di la muerte que merecía. Por mucho que odiara al hombre, sé


en el fondo de mi corazón que así es como querría que fuera su muerte
final. Su vida por la de su amigo.

Miro hacia atrás al cuerpo. Los hombres de Heinrich fueron


realmente liberales con el fluido inflamable.

Esto no va a funcionar.

No es posible.

Poco después de salir del palacio, veo a Marco, el vivo. Corre hacia
mí, sin querer, agarra las piernas de su doble y me ayuda a bajarlo por
los escalones.

A nuestro alrededor, el palacio aún arde, y puedo escuchar el


sonido de disparos mientras los hombres del rey luchan contra las tropas
de tierra que las NOU trajeron como distracción.

Tantos hombres morirán hoy. Espero que esta sea la última parte
de muerte que reclamará esta guerra.
—¿Qué te tomó tanto tiempo? —pregunta Marco mientras
cruzamos los jardines, serpenteando alrededor de los elaborados setos,
algunos de los cuales están en llamas.

Le doy una mirada que claramente dice: ¿Estás jodidamente


bromeando?

—Estoy arrastrando a un hombre adulto —le digo.

Gruñe, como si tuviera un punto.

Nos dirigimos a la playa, donde un pequeño grupo espera. Han


ordenado a los hombres de Heinrich que eviten atacarnos a menos que
parezca sospechoso no hacerlo. Pero en este momento están
legítimamente ocupados, por lo que no surge la necesidad. Ahora solo
tenemos que evitar ser alcanzados por balas perdidas.

Cuando Marco y yo llegamos a la arena, los hombres de las NOU


se acercan a nosotros. Entre ellos está Styx Garcia, sus cicatrices aún
más prominentes en persona.

Me mira con asombro.

—La reina mítica en carne y hueso. —Inclina la cabeza, pero no


puede apartar sus ojos de mí—. Un honor.

Sí, lo que sea.

Algunos de los soldados nos quitaron el cuerpo a Marco y a mí y


comenzaron a cargarlo en el bote.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto a Styx. No ha dejado de


mirarme.

—Reunirme con usted en persona, como prometí. Los estoy


escoltando a ti y a la ex mano derecha del rey... —Le hace un gesto a
Marco sin mirarlo—, a Oeste. —Mi mirada se dirige hacia Marco, que está
abiertamente frunciendo el ceño a Styx.

—Está bien —le digo con un encogimiento de hombros, pasando


junto a él para abordar el barco.

Aquí es donde mi control en la situación comienza a desmoronarse.


Si Oeste pensó que esta era una idea decente, entonces la aceptaré. Y si
resulta que mato al líder de los Primeros Hombres Libres en el camino,
eso está en ellos.

Uno de los soldados de las NOU se para delante de mí.


—Lo siento, Su Majestad —dice uno de ellos—, pero no podemos
dejar que traiga sus armas a bordo.

Miro hacia atrás a Marco, quien se encoge de hombros.

—Es su política —dice mientras se despoja de sus armas. Golpean


las aguas poco profundas en las que nos encontramos con un chapoteo.

He estado aquí antes. No voy a dejar el arma de mi padre.

—No tomarás mis armas, y no me importa una mierda si crees que


esto va en contra de la diplomacia.

—Su Majestad —dice uno de los soldados—, los representantes...


—A la mierda con los representantes.

—Puedo caminar de regreso al palacio, apagar las llamas y


continuar en guerra con Oeste como la Reina del Este —digo—. Tú y yo
sabemos que tengo el respaldo de la gente. Así que te sugiero que me
dejes llevar mis malditas armas y que sigamos adelante.

No parece que vayan a seguir con nada.

—Que la reina tenga sus armas —dice Styx, acercándose y


cubriendo mi mano, que descansa sobre mi pistolera, con la suya.

Aprieto la mandíbula. Esos locos ojos suyos se clavan en mí, y no


contienen una pequeña cantidad de calor.

Puedo sentir a Marco poniéndose rígido a mi lado, y juro que diría


que está actuando como protector. Estaba enamorado de una mujer que
se parecía a mí. Por supuesto que está siendo protector.

Paso junto a los dos, subiéndome al bote, y nadie más intenta


detenerme.

Una vez que todos hemos abordado, la lancha a motor atraviesa el


agua, moviéndose hacia aguas abiertas. Esta vez, no me mareo, aunque
no estoy sorprendida. En este momento estoy demasiado drogada en la
adrenalina y desensibilizada del ataque anterior para notar algo como
náuseas.

—Es algo extraño —dice Styx, mirando hacia el cuerpo—. El rey


está muy quemado y, sin embargo, usted parece ilesa.

Esperaba esto.

Levanto una ceja.


—No sería tan extraño si hubieras estado allí.

Styx agacha su cabeza.

—Quizás. O tal vez nuestra reina durmiente ahora es una reina


intrigante.

Me recuesto en mi asiento y estrecho los ojos ante el sol, ignorando


las miradas.

—Supongo que tendremos que averiguarlo, ¿no?

La tensión en el barco aumenta con mis palabras.

—Lo haremos.

EN ALGÚN PUNTO intercambiamos barco por helicóptero, luego


helicóptero por avión.

Estoy pensativa mientras miro por la ventana. Estas podrían ser


las últimas horas de mi vida. Debería saborearlas. En cambio, paso ese
tiempo dejando que mi mente se desvíe, no estoy dispuesta a dejar que
mis pensamientos se asienten en una sola cosa.

Marco se sienta a mi lado. Cada varios minutos, me mira como si


quisiera hablar. Cada vez que lo hace, me tenso. ¿Qué podríamos tener
que decirnos uno al otro? Traicionó a su amigo, y sé que él piensa que
también lo hice.

—Garcia te ha estado mirando desde que abordamos —dice


finalmente.

—Lo sé —le digo, sin molestarme en apartar la mirada de la


ventana.

La voz de Marco baja:

—No es un buen hombre.

—Lo sé —repito. Estas no son epifanías ni nada.

Marco agarra mi barbilla y me obliga a mirarlo.

—Se ha casado dos veces —dice en voz baja—. Ambas mujeres se


parecían mucho a ti. Ambas murieron misteriosamente.

—¿Qué quieres que haga al respecto, Marco? —siseo—. Ahora quita


tu maldita mano de mí.
A regañadientes, suelta mi barbilla.

—No puedo protegerte una vez que estemos en territorio de las


NOU.

—No te pedí que lo hicieras. —Me siento insultada porque cree que
necesito protección, y estoy aún más molesta porque piensa que ignoro
las perversiones de Styx. Si alguna vez hubiera un hombre del que
debería desconfiar de inmediato, Styx lo sería.

—Sólo sé cuidadosa. Va a venir por ti en algún momento. Quiero


que estés lista.

Lo miro por varios segundos. Mis ojos se dirigen hacia Styx, quien
de hecho todavía me está mirando, y asiento.

Ya puedo decir que Styx no es alguien a quien subestimar.

NI UNA HORA después de nuestra conversación, el avión comienza su


descenso.

La ciudad amurallada aparece a la vista. Parece aún más magnífica


mientras la rodeamos, las brillantes aguas azules del Pacífico que
enmarcan la ciudad enclavada en los acantilados costeros.

Poco después aterrizamos, rebotando en nuestros asientos


mientras los neumáticos del avión se deslizan por la pista.

Estamos aquí.

Tan pronto como los motores se apagan, me pongo de pie. La


resolución se mueve sobre mí.

Seré el caballo de Troya del rey.

Esa es la promesa que hice hace tantos años. Pasar las puertas y
destruir la destrucción de adentro hacia afuera. Pero a diferencia de
Troya, aquí no hay héroes. Sólo asesinos y cadáveres.

Me dirijo por el pasillo, y cuando paso Styx, su cabeza gira para


seguir mis movimientos. Puedo sentir su emoción. Al igual que los
representantes, estoy segura que piensa en mí como nada más que un
premio de guerra.

Soy exactamente eso, y conduciré a la caída de esta nación.


Capítulo 54

Traducido por Mer

SERENITY

UNA VEZ QUE salimos del avión, Marco y yo somos llevados en una
dirección, el cuerpo en otra.

Docenas de guardias nos escoltan desde el aeródromo. Nadie de


Oeste menciona qué está pasando o adónde nos llevan. La mitad de mí
está segura de que nos están llevando directamente a una ejecución. Pero
luego Marco y yo somos subidos en vehículos blindados y conducidos
hasta el Iudicium, el edificio abovedado en el que había estado hace poco.

A ambos lados de la calle la gente se agolpa en las aceras,


animando. Desde que mi padre y yo entramos en Ginebra, he estado en
el lado perdedor de esos aplausos.

Nuestro coche se detiene en el Iudicium, y Marco y yo bajamos del


vehículo y somos guiados adentro. En lugar de entrar en la sala circular,
nuestros guardias nos llevan a un ascensor.

Llegamos al tercer piso y somos arrastrados por un ala del edificio.


En el poco tiempo que llevo aquí, nadie ha intentado coger mis armas.
Me pregunto cuánto tiempo durará.

Finalmente, nuestro grupo se detiene frente a una puerta de


madera maciza. Todavía no tengo ni idea de lo que está pasando.

Marco se detiene a mi lado.

—Tú no —le ladra uno de los soldados—. Esta es la habitación de


la antigua reina.
Antigua reina. Las NOU ya están haciendo esfuerzos para
despojarme de mis títulos.

—Todavía soy la Reina del Este, soldado —le digo al guardia que
habló—. Hazte un favor a ti y a tus líderes y no me enojes hasta después
de que tengamos un acuerdo de paz firmado.

El guardia baja la cabeza y se las arregla para decir:

—Disculpe, Su Majestad.

Marco se inclina.

—Ten cuidado —susurra. No tengo tiempo para ver su cara antes


de que él sea conducido por el pasillo.

Cinco guardias permanecen a mi lado, y mientras uno de ellos está


ocupado abriendo la puerta, otro dice:

—A los representantes les gustaría darle la oportunidad de dormir


antes de reunirse con ellos. La saludan atentamente y esperan hablar
con usted en persona mañana.

La puerta de mi habitación se abre, y una lujosa habitación de


invitados me espera al otro lado. La evalúo como si fuera una trampa.

—Por favor —dice uno de los guardias, haciéndome un gesto para


que entre.

Lo miro, solo para hacerle saber que no soy tonta. Soy consciente
de que tan pronto como la puerta se cierre detrás de mí, me quedaré
encerrada.

Saberlo no cambia el hecho de que se supone que debo al menos


intentar seguir los esquemas de Oeste. Así que entro.

—Estaremos apostados fuera de su puerta y en los pasillos para su


protección. —Así que no intente nada—. Mañana a las ocho de la mañana
—continúa el soldado—, la escoltaremos a los representantes.

El soldado no espera mi respuesta. La puerta se cierra detrás de


mí. Sólo por el gusto de hacerlo, intento girar el pomo de la puerta.

No se mueve.

A menos que encuentre una manera de salir de esta habitación,


estoy atrapada.
ME BAÑO, LAVANDO el humo y el polvo que parecen estar incrustados
en mi piel.

Cuando termino, sacudo mi ropa vieja y me la pongo de nuevo.


Brevemente, me fijo en la fuente de quesos y carnes frías que alguien me
dejó, junto con una jarra de agua y una botella de vino descorchada.

Si tan solo confiara en los representantes para que no me


envenenaran. En su lugar, bebo agua del grifo. Incluso si el suministro
de agua de las NOU no ha sido filtrado de radiación, prefiero arriesgarme
con eso que con estos hombres.

Me quito las armas, y una vez que me aseguro de que no hay


ningún problema con las dos, las coloco debajo de las almohadas de la
gran cama que domina la habitación. La mayoría de las personas que
entran en esta ciudad amurallada no salen con vida. Si vienen a por mí,
no voy a morir sin luchar.

Retirando las mantas, me deslizo en la cama, botas de combate y


todo. Sólo para estar lista.

Ahora que estoy en la cama, mi cuerpo en descanso, mi mente solo


quiere volver a una cosa.

El rey.

Mi garganta se cierra ante el pensamiento de él. Debería haber


forzado a Heinrich a dejarme ver la lectura del Durmiente, debería
haberme quedado más tiempo para asegurarme de que Montes
sobreviviera a su herida. No puedo soportar la idea de su poderoso cuerpo
desprovisto de vida. La vida que apagué.

Mi pecho se aprieta. Sobrevivió al disparo. Tengo que creerlo.

Cubro mis ojos con mi mano. No debería preocuparme por el rey


cuando actualmente duermo en la guarida del león. Las probabilidades
de escaparme de este lugar no son buenas.

Me quedo dormida sin darme cuenta, y cuando me despierto, está


oscuro. Estoy desorientada antes de recordar. Las bombas, el rey al que
disparé fatalmente, el vuelo.

Y ahora esto.

El ajuste de cuentas del rey fue ayer. Hoy será el mío.


Tomando mis armas, me levanto y me siento en la ventana que da
a la calle de abajo. La ciudad está totalmente a oscuras. De vez en cuando
veo un destello de luz en algún lugar lejano en la distancia.

Incluso aquí en la capital de las NOU, el mundo es sombrío.


Esperaba que un siglo fuera lo suficientemente largo para que mi tierra
natal se recuperara, pero obviamente no lo era.

Apoyo mi cabeza contra la ventana. Debería volver a la cama;


necesito el sueño. Pero ya puedo decir que no sucederá pronto. Estoy
demasiado tensa, e incluso si no lo estuviera, Oeste tiene la costumbre
de secuestrar a gente por la noche.

Así que vigilo y espero.

Estoy cómoda con esto. Hay mucho sobre la guerra que


simplemente esperar. Esperar para matar. Esperar a morir. Esperar,
esperar, esperar.

Pasan las horas antes de que escuche pasos que se mueven por el
pasillo, directos hacia mi habitación.

Saco una de mis armas pero no me molesto en apuntar. Aún no.

¿Es Marco? ¿Un representante? ¿Mi verdugo?

Mi dinero está en este último.

La puerta que ha estado cerrada desde que entré ahora se abre.

Espero a que una sombra entre en la habitación. Es lo


suficientemente grande para que sepa que es un hombre, probablemente
un soldado en servicio activo.

Espero, estudiando al individuo mientras cruza la habitación y se


dirige hacia mi cama. Sus ojos claramente no se han ajustado, o de lo
contrario sabrían que ya no estaba en ella.

Ahora apunto con el arma.

—¿Estabas planeando matarme mientras dormía? —Me levanto


lentamente mientras hablo, todavía apuntando con la pistola a mi
objetivo.

—Mi reina.

Styx.

Él va a venir a por ti en algún momento.


Me alejo de la ventana, apuntando al pecho de Styx.

—¿O simplemente ibas a violarme?

Styx no es como Montes. Puede que me quiera tal como lo hizo el


rey hace tantos años, pero al menos entonces el rey había luchado con la
moralidad de la situación. Este hombre no lo ha hecho. Siento que si
tiene la oportunidad, me agredirá y lo disfrutará.

Solo sabiendo eso me tiene presionando el gatillo.

—Vine a hablar —dice. Veo su silueta apoyada contra la pared al


lado de mi cama.

—Y por eso llamaste a la puerta. —Si le disparara a este hombre


ahora, ¿cómo afectaría eso a mi reunión con los representantes? Es muy,
muy tentador.

—Todavía no puedo creer que seas real —dice en voz baja—. Que
tienes una personalidad detrás de esa cara. Me he preguntado cómo
serías. No me imaginé esto.

Da un paso adelante, fuera de las sombras. La luz de la luna atrapa


los contornos de su rostro. Saca a relucir sus cicatrices. Parece más un
monstruo que un hombre.

—Ese es el último paso que consigues —le digo—. Muévete hacia


mí otra vez, y vas a sangrar.

Levanta sus manos en el aire, como si eso me apaciguara.

—Quería hablar contigo en privado.

—No hay tal cosa como privacidad aquí, Garcia.

—No quiero hablar de política —dice.

Eso deja asuntos personales.

—No tenemos nada más de qué hablar.

—Vamos, mi reina, estaremos trabajando juntos en los próximos


días, y necesitas amigos en este mundo.

Es el peor tipo de depredador. Me sorprende que después de todo


lo que ha visto de mí, y después de esa entrada a hurtadillas, todavía cree
que puede convencerme de que baje la guardia.
—¿Crees que nunca me he encontrado con hombres como tú?
¿Crees que no he matado a hombres como tú? —digo—. Hay cementerios
de ellos debajo de esta tierra.

—¿Estás tratando de asustarme? —No ha dejado caer su acto


jovial.

—Mis primeras víctimas fueron exactamente como tú. Hombres


grandes que pensaron que podían aprovecharse de una niña. Escogieron
a la chica equivocada.

Pegado al costado de Garcia puedo ver el mango de un cuchillo


cruel. Es el tipo de arma que usarías para someter a alguien. Ponlo justo
al lado de la yugular y conseguirás que una persona coopere realmente
bien.

No tengo ninguna duda de que iba a usarlo en mí.

—No sé quién crees que soy —dice Styx, empezando a sonar


agraviado—, pero vine aquí para conocerte. Nada más.

—No quiero saber nada de ti —le digo—, y estoy segura como el


infierno de que no quiero que sepas nada sobre mí.

A la luz de la luna, veo su expresión tensarse. En cualquier


momento se pondrá violento. Afortunadamente para mí, una bala se
mueve más rápido que un hombre adulto.

—Ahora —le digo—, lárgate de mi habitación, o te dispararé en la


polla.

Estoy tentada de hacerlo, de todas formas. Tengo una cantidad


poco saludable de violencia para los depredadores.

Los segundos pasan y no se mueve. Justo cuando estoy a punto de


apretar el gatillo, la comisura de su boca se levanta.

—Vas a ser divertida de domesticar. —Su voz, diablos, toda su


conducta, cambia.

Dispárale, dispárale, dispárale, corea mi corazón.

No puedo. No todavía, de todos modos.

Mi labio superior se curva.

—Sal. Fuera.
Él inclina la cabeza. Aun manteniendo las manos en el aire,
retrocede, hacia la puerta. El cañón de mi arma le sigue. Sé lo suficiente
sobre los hombres para saber que es terriblemente peligroso. No de la
misma manera que Montes. Styx no es tremendamente estratégico o
calculador.

Simplemente es malvado.

—Te veré en unas pocas horas —dice cuando alcanza el pomo—.


Que duermas bien.

Tan pronto como sale de la habitación, me dejo caer contra la


ventana.

Eso estuvo muy cerca de salir mal.

ES SOLO CUANDO el sol sale de entre las montañas que alguien más
viene por mí.

Esas pisadas no son silenciosas, lo que es un alivio. Si Styx Garcia


viniera por mí otra vez, no le daría el beneficio de la duda.

La puerta de mi habitación se abre, y veo una cara familiar. El


oficial jefe Collins está con un grupo de soldados en el pasillo.

—Es bueno verla de nuevo, Su Majestad —dice Collins a modo de


saludo.

El sentimiento no es mutuo.

Él y los soldados me acompañan a la habitación principal del


Iudicium, el mismo lugar donde, hace solo unas semanas, acepté matar
al rey.

Doce representantes me esperan. Me trago mi decepción cuando


veo que el decimotercer asiento está desocupado una vez más.

Mi plan dependía de tener a los trece representantes reunidos en


una sola habitación.

Cuando había conspirado con Heinrich, estaba segura de que los


engreídos hijos de puta finalmente revelarían a su escurridizo trece
representante.

Los miro fijamente, ya no con grilletes como la última vez, pero no


se necesitan esposas para ser el prisionero de alguien. Qué estúpida
deben pensar que soy para meterme en esta situación.
—Decidiste venir a Oeste armada. —Tito es el primero en hablar,
sus ojos saltones mirando mis armas de fuego.

—Y ustedes decidieron encerrar a la Reina del Este en una


habitación de invitados —les digo. Echo un vistazo a los varios guardias
que todavía me rodean—. Me trajeron aquí bajo el supuesto de que
íbamos a discutir un tratado de paz entre nuestros dos hemisferios como
lo harían los aliados.

—Sí, discutiremos el tratado de un momento a otro —dice Alan—.


Por favor… —Hace un gesto hacia los bancos que tienen enfrente—,
siéntate.

—Prefiero estar de pie. —Mis ojos se mueven sobre los


representantes—. ¿Por qué, exactamente, es la espera?

—Estamos a la espera de que vuelvan los análisis de sangre y los


registros dentales —dice Alan.

Lo miro estoicamente.

Se inclina hacia adelante.

—No pensaste que simplemente íbamos a asumir que el cuerpo que


nos diste era el del rey, ¿verdad?

No respondo.

—Una vez que todo se verifique —continúa Alan—, comenzaremos


las negociaciones.

Ni cinco minutos después, alguien llama a las puertas dobles de mi


espalda.

—Ah —dice Alan—, ese debe ser el médico forense. Déjenlo entrar,
déjenlo entrar.

Puedo sentir los ojos de Ronaldo sobre mí.

—Troy —dice el traidor convertido en representante a uno de sus


soldados—, sigue apuntando a la reina. Si los resultados no coinciden
con los del rey, dispárale donde está.

Un soldado a mi derecha saca su arma de la funda y apunta su


cañón hacia mi sien.

Mi situación se asienta sobre mis hombros.


No me iré de aquí con vida. Y ahora todo en lo que puedo pensar
es en mi monstruoso rey.

Se va a despertar y yo voy a estar muerta, y no podré garantizar


que el mundo vaya a sobrevivir.

Un hombre con una bata de laboratorio camina por el pasillo,


deteniéndose a pocos metros de mí.

—¿Los resultados? —pregunta uno de los representantes.

Los ojos del hombre se deslizan hacia mí, luego de vuelta a la línea
de hombres sentados sobre nosotros.

—Está comprobado. El cuerpo es de Montes Lazuli.


Capítulo 55

Traducido por aelinfirebreathing

SERENITY

TOMA UN MOMENTO procesarlo.

¿El ADN coincide?

Imposible.

¿El hombre está mintiendo? Esa es la posibilidad más obvia.

El soldado a mi derecha baja su arma.

—¿Juras ante Dios y los hombres que esta es la verdad? —Ronaldo


le pregunta al examinador médico. Puedo notar que está esperando que
no lo sea.

—Lo hago —dice el examinador médico—. Mis técnicos pueden


verificarlo. Los restos pertenecen al rey anterior.

Los representantes lucen casi decepcionados.

Los restos son del rey.

—Parece que nuestras sospechas eran incorrectas —uno de ellos


me dice—. Nuestras disculpas. Seguramente entiende…

El rey está… ¿muerto?

No doy muestra de ello, pero mi corazón enamorado está


haciéndose pedazos. Me enamoré de un rey caído entre las ruinas de este
mundo caído. Y todo eso ha caído ahora en las manos de estos hombres.
No, me rehúso a creer eso. Hubo una confusión de alguna clase. El
rey no puede estar muerto. De otra forma, estos hombres ganaron, y no
pueden ganar. No es así como este mundo termina.

Las puertas dobles se abren de nuevo.

Me giro para ver quién ha entrado esta vez.

Styx Garcia entra a pasos estridentes por el pasillo detrás de


nosotros, sus ojos están devorándome.

Lucho contra la urgencia de tocar mi arma.

¿Qué está haciendo aquí?

Esto no está yendo acorde al plan.

—Estás tarde —dice uno de los representantes.

—No podía dormir. —Me mira fijamente con propiedad—. Jet lag.

Lo observo con los ojos estrechos mientras me pasa y se dirige de


regreso hasta estar detrás de los representantes, tomando el último
asiento vacío.

No respiro.

Styx Garcia es el decimotercer representante.

—ESTÁS SORPRENDIDA —nota Styx, corriendo su silla hacia adelante.

No me molesto en negarlo.

Se inclina hacia adelante.

—¿Cómo crees que me las arreglé para encontrarte en primer


lugar?

—¿Los Primeros Hombres Libres? —¿Alguna vez existió el grupo, o


solo fue una artimaña elaborada para acabar con el Este?

—Una organización real que también dirijo. Conveniente cuando


Oeste necesita mercenarios que hagan un trabajo sin ningún lazo político
desastroso.

Sacarme del Durmiente había sido uno de esos trabajos.


—Mi reina, lo admitiré, no creí que fuera capaz de asesinar al rey
—dice Styx, cambiando el tema—. Eres una mujer mucho más peligrosa
de lo que incluso yo alguna vez te acredité.

Voy a morir. Puedo sentirlo.

—Estamos en un dilema, Serenity —interviene Ronaldo—.


Podríamos solo matarte. —Eso sería lo más fácil.

—Pero eso todavía deja el problema de la opinión pública


tambaleante. Parece ser que les caes bien.

—Afortunadamente, Styx aquí tiene una solución.

El representante en cuestión se inclina hacia atrás en su silla, sus


ojos enfermos sobre mí.

Serás divertida de domesticar.

Ni siquiera tiene que decir cuál es la solución.

Estaremos trabajando juntos en los días venideros.

Mi ira se da un festín en la indignación de su propuesta. Ya he sido


entregada una vez a un hombre. Eso nunca me sucederá de nuevo.

He terminado con la decepción.

Les dejo ver mis vacíos, vacíos ojos. Ojos de una asesina.

En la distancia, escucho un sonido ahogado. El suelo tiembla


entonces, sin calmarse.

Soy caos. Soy la destrucción del hombre. Y el mundo caerá a mis


pies.

Así es como se siente esto. Así es como se siente todo desde mi


despertar.

Y hoy termina.
Capítulo 56

Traducido por aelinfirebreathing

SERENITY

VEO LAS PRIMERAS emociones de intranquilidad. ¿Los representantes


no creyeron realmente que iba a ser tan fácil o sí?

¿Cómo acabas con Oeste? Reúnes a todos los trece representantes


juntos. ¿Cómo reúnes a trece representantes juntos?

Les haces creer que han ganado.

Más vibraciones siguen a la primera.

—He sido una espina al lado de muchos hombres por bastante


tiempo —digo—. ¿Sabes cuál es el problema con mi existencia? Siempre
he sido solo lo suficientemente útil para mantenerme con vida.

Ronaldo se pone de pie.

—Guardias…

—Se acabó su tiempo —hablo sobre él—. Esas lindas paredes de


ustedes van a venirse abajo.

—¡Deténganla!

Sonrío viciosamente mientras la adrenalina comienza a moverse a


través de mí.

Muy encima de nosotros, el domo de cristal explota. Esa es mi señal


de que el reloj ha comenzado. Heinrich va a explotar este lugar, y si no
escapo en los próximos quince minutos, explotaré junto con él.
Los representantes y los guardias protegen sus cabezas mientras
trozos de cristal llueven sobre nosotros. Desde más allá de la abertura,
los soldados del rey comienzan a deslizarse hacia abajo en unas cuerdas.

Uso la distracción para sacar el arma.

Y entonces disparo.

Primero voy a por los guardias armados cercanos a mí. Los disparos
hacen eco por la habitación mientras mi mira se mueve de una sien a la
siguiente. Troy ni siquiera tiene tiempo de reaccionar antes de que mi
bala se ubique en su sien, su sangre salpicando contra el banco
directamente frente a Ronaldo.

El antiguo consejero traicionero ahora mira fijamente a la sangre


en conmoción. Sus ojos se mueven de ella hacia mí. El cañón de mi arma
está preparado sobre su frente.

Era un hombre marcado en el momento que se volteó hacia el rey.

Tiro el gatillo.

La cabeza de Ronaldo da un azote hacia atrás mientras mi bala lo


alcanza entre sus ojos. Su cuerpo colapsa medio fuera, medio sobre su
silla.

Fuera, disparos distantes hacen eco de los míos.

Los soldados occidentales alrededor de mí están ahora


recuperándose, pero incluso mientras tratan de alcanzar sus armas, los
hombres del rey están cayendo al suelo y disparando a los soldados
enemigos y a los representantes.

Collins toma una bala en el estómago, y también lo hace el


examinador médico. El cuerpo de Alan parece bailar mientras es llenado
de balas.

Mucho de los otros comandantes de la NOU se agachan detrás de


sus escritorios. Qué hombres tan grandes son ahora que no pueden
controlar a sus enemigos.

Rodeo el banco, con el arma apuntando. Son como peces en un


barril; los representantes están todos en línea, algunos de ellos tratando
de alcanzar armas que han escondido cerca de sus asientos.

Les disparo a Gregory y Jeremy en la cabeza, los dos hombres


responsables de tráfico humano y campos de concentración, y mueren
donde están de pie.
Al final de la fila, Styx se para, arma en mano, una mirada oscura
en su rostro mientras observa fijamente la habitación.

Apunto mi arma a su frente. Esta es una muerte que voy a


disfrutar.

Como si sintiera mi atención, se vuelve.

Y sonríe.

Medio segundo después un cuerpo grande choca contra mi


espalda, agarrándome contra el suelo. Gruño mientras el soldado me
sujeta abajo.

—Suelta tu arma —dice el hombre sobre mí.

Cuando no respondo inmediatamente, agarra mi mano y la golpea


repetidamente contra el suelo hasta que suelto el arma.

Styx se dirige al banco, disparando a soldados mientras se mueve.


Veo a los hombres del rey caer.

—¡Levántense! —le grita Styx a algunos de los representantes


mientras pasa, pateando uno mientras va.

Un par de los hombres sí se levanta temblorosamente. Unos


cuantos otros continúan agachados.

Entre la locura, Styx pone su mirada al nivel de la mía.

Levanta su arma, el cañón enfocado en algún lugar entre mi pecho


y el del guardia sujetándome abajo.

Styx y yo nos miramos fijamente el uno al otro, y puedo notar que


está teniendo un debate interno sobre qué hacer conmigo.

Antes de que llegue a una decisión, escucho el sonido familiar de


metal pesado justo fuera de las puertas.

Cierro los ojos y exhalo. Salvada por una jodida grana…

¡BOOM!

La explosión desbalancea a mi captor y suelta mis muñecas para


estabilizarse.

Esta puede ser la única oportunidad que conseguiré.


Alcanzo mi arma desechada. Mis dedos se encierran en el metal
frío, y la apunto al rostro del guardia. Solo tiene tiempo de abrir los ojos
antes de que tire del gatillo.

Su sangre salpica sobre mí, su cuerpo colapsa sobre el mío.

Gruño mientras fuerzo su peso muerto fuera de mí. Styx se


escabulle mientras pelea con los hombres, dirigiéndose por la salida
lateral.

¡Se está escapando!

No puedo dejar que eso suceda. Todos los trece hombres deben ser
capturados o asesinados, de otra forma, hoy habrá sido para nada.

Apenas he puesto mis pies debajo de mí cuando observo con


atención otra arma.

Tito, el antiguo consejero traicionero de Montes, lleva su arma


sobre mi pecho. Sudor se desliza por su cara colorada. Su mano tiembla
solo ligeramente.

—Mejor que apuntes a la cabeza —digo, levantándome


lentamente—. No quieres que regrese.

Pero no es solo mi cabeza la que explota.

Un momento los ojos abultados de Tito están mirándome. El


siguiente, no están, junto con una parte de su rostro.

Sigo la trayectoria de la bala de vuelta a su dueño.

Mis rodillas casi se doblan.

Imposible.

De pie justo dentro del umbral de la habitación está el propio


hombre al que disparé en el corazón.

El amor de mi jodida vida.

Montes Lazuli, el verdadero rey inmortal.


EL REY

ELLA ES GUERRA y paz y amor y odio. Es mi muerte y mi salvación, y


ahora mismo, de pie entre todos estos cuerpos masacrados, está
mirándome fijamente como si yo fuera el mítico.

—¿Montes? —Su voz tiembla. La incertidumbre es una emoción


afectuosa en mi esposa.

—Eres una mierda guardando secretos, mi reina —digo.

Finalmente puedo hablar de este tema.

Y finalmente puedo respirar con facilidad, sabiendo que Serenity


está bien.

Sangrienta, pero bien.

Su boca está ligeramente abierta, y sus cejas están fruncidas.


Conozco a mi reina lo suficientemente bien para saber que está tratando
de juntar que lo que siente es una serie imposible de eventos.

Uno de los representantes más próximos a ella se mueve, y le


dispara sin duda.

Mujer letal, salvaje.

Hago mi camino hacia ella, disparando a cualquiera que no


reconozco. Ya mis hombres han acabado con la mayoría de los soldados
enemigos y los representantes aquí.

Ahora solo necesito llegar a mi esposa. Mi mujer maquiavélica,


violenta, quien confeccionó este plan elaborado, atrevido, para que la
guerra pudiera terminar y yo pudiera vivir.

Incluso después de todo por lo que la hice pasar, hizo esto por mí.
Es sin ninguna duda la única y más grande muestra de amor que he
recibido alguna vez.

Lo que me vuelve aún más frenético por mantenerla a salvo.

Siento a Marco a mi espalda, cubriéndome.

Los tres líderes que quedan ahora nos obstaculizan.

Marco nunca fue el espía de Oeste, era un doble agente trabajando


para mí.
Serenity también ve a Marco, y parece igual de confundida. Pero
rápidamente su mirada regresa a mí, sus ojos cayendo a mi corazón.

En mi visión periférica veo a los últimos representantes de Oeste y


sus guardias reales caer. Respiro un poco más fácil mientras avanzo
hacia Serenity.

—¿Cómo? —pregunta.

Susurro en su oído:

—Me rodeo de hombres leales.

Hombres leales, y mujeres leales.

SERENITY

TODOS MIS PLANES elaborados, todas las noches que estuve hasta
tarde, todos los detalles en los que trabajé horas perfeccionando. Montes
lo había sabido, y lo había escondido de mí.

Quiero estar molesta, pero mi corazón no me está dejando tener un


momento de indignación. Está demasiado feliz de que el rey esté vivo.
Vivo y… para nada molesto, considerando que le disiparé.

—¿Hace cuánto tiempo lo has sabido? —pregunto. Ha habido


noches en las que me miraba con tales ojos tristes, y podía haber jurado
que había visto a través de mí.

Se queda en silencio.

—¿Cuánto tiempo? —repito.

—Serenity, no eres tan buena en ser sutil.

Maldita sea, ¿lo ha sabido todo este tiempo?

Alrededor de nosotros, el fuego ha cesado, y los únicos que quedan


son los hombres del rey.

—¿Y solo me dejaste seguir adelante con mi plan?

Los ojos de Montes son tempestuosos.

—Fue… difícil. Todos los detalles fueron demasiado imprudentes.


Y no estaba esperando ser disparado. Pero sí.
Mis ojos caen a su corazón. Despacio, coloco una mano sobre su
pecho. Siento el órgano golpear bajo mi palma.

—¿Tu herida de bala? —Una herida como esa debería haberle


dejado durmiendo en el Durmiente por una semana.

Cubre mi mano con la suya.

—Llevaba un chaleco antibalas.

Levanto mi cabeza hacia él.

—Pero había sangre.

—No es tan difícil colgar una bolsa de sangre a mi atuendo. Tú


misma te las arreglaste para hacerte todo un cuerpo.

El cuerpo incorrecto.

Su cuerpo. El segundo detalle imposible sobre esta situación.

—La prueba de sangre, las placas dentales… dijeron que eras tú.

—Era yo.

Frunzo las cejas.

—No solo te cloné a ti y a Marco.

Toda la fuerza de lo que está diciendo me golpea. Ese único


Durmiente que no estaba autorizada a ver. Había albergado a su doble.

—¿Mataste a tu clon?

Humo se curva alrededor de Montes. Luce por todo el mundo como


si una terrible deidad viniera a darse un festín con la violencia. Solo que
está aquí para salvarme a mí, para vengarme.

Me da una mirada indulgente.

—¿Has matado a docenas y docenas de hombres y estás


preocupada porque maté a mi gemelo? Mi reina, eres una criatura
extraña. Pero para responder tu pregunta, el cuerpo estaba muerto
cerebralmente para comenzar. No quería arriesgar que otra versión de mí
se escapara alguna vez.

Eso es algo en lo que podemos estar de acuerdo.

—Había planeado fingir mi muerte por algún tiempo…

¡BOOM!
Casi caigo sobre mis pies mientras la explosión estremece el suelo,
su sonido es ensordecedor. Montes agarra mi brazo, abrazándome.

Miro al rey.

—¿Heinrich todavía está planeando bombardear…?

Montes asiente bruscamente.

—Necesitamos irnos.
Capítulo 57

Traducido por Mais

SERENITY

LOS DOS CORREMOS hacia el frente del edificio, el viento caliente del
aire de las explosiones haciendo volar mi pelo. Desde aquí tenemos una
vista panorámica de la ciudad amurallada.

Hay fuegos por todos lados, y gente corriendo, en pánico.

Más bombas explotan, una tras otra. Veo pedazos de los edificios
al lado del mar destrozados desde el lado de la montaña. Unos cuantos
de ellos están tan destrozados que los veo golpear el agua.

Mientras observo, una de las paredes que rodea la ciudad cae con
un golpe tormentoso. Una pluma de suciedad y polvo vuela hacia el cielo.

Troya, sin duda.

Estoy respirando pesadamente, más que lista para dejar de luchar,


cuando lo recuerdo.

Los líderes regionales y sus hijos. Podrían estar en los calabozos


más abajo del edificio.

Mi pulso se acelera. Oh Dios, están atrapados.

Comienzo a retroceder.

Montes mira hacia mí, una advertencia en sus ojos cuando ve lo


que estoy haciendo.

—Serenity…
—Los prisioneros… están debajo del edificio. —Ni siquiera puedo
imaginar lo cerca que estuve de olvidarme, llevada por la acción que
estaba haciendo—. Llama a Heinrich, dile que aguante el fuego.

No espero a que Montes responda. Me giro en mis talones, corriendo


de vuelta por el camino en el que vine, atraída de nuevo a los calabozos
debajo del edificio.

El rey maldice, y escucho mártir entre las maldiciones.

No me importa lo que piense. Hay niños ahí abajo.

Vuelvo a través de la entrada principal, saltando sobre cuerpos


muertos. El rey no está a mi espalda, así que imagino que está tratando
de contactar a Heinrich en lugar de ir tras de mí.

Ignorando el elevador, que podría estar fuera de servicio, corro


abajo por las escaleras, descendiendo cada vez más hacia la tierra.

Ignoro la sensación de picazón que rompe a lo largo de mi piel


mientras siento las paredes presionar en mí. Mis botas hacen eco
mientras golpean contra el suelo.

Cuando veo el centro de detención real estampado sobre uno de


niveles a los que estoy descendiendo, salgo por la puerta más cercana.

La luz de la escalera fluye hacia el suelo del calabozo. Más allá,


bombillas están espaciadas a treinta pies de distancia.

Bajo la velocidad, mis botas haciendo eco. Trato de no


estremecerme mientras me dirijo más hacia la cámara mojada y
subterránea. Este escalofrío no se vuelve más fácil de soportar.

Me muevo a través de la primera ronda de celdas. Hay al menos


tres filas más, y varios pisos más. Será mejor esperar que el rey contacte
pronto a Heinrich o de lo contrario, soy mujer muerta.

Un guijarro roza el agua a la distancia.

Reajusto mi agarre en mi arma.

—¿Hola?

Mi voz hace eco. Escucho susurros a la distancia, luego silencio.

—Mi nombre es Serenity Lazuli. Estoy aquí para ayudar.

—¿Serenity? —dice alguien con voz débil.


Troto hacia la voz, que es una fila más allá.

La familia está en una celda al fondo de la fila, donde las sombras


parecen más profundas. Un hombre, una mujer, y dos niños acurrucados
en la esquina.

El líder regional de Kabul y su familia.

—¿Nadia, Malik? —les pregunto.

Nadia asiente bruscamente con la cabeza.

—Voy a sacarlos a todos de aquí. —Mis ojos caen al seguro. Eso y


el resto de la jaula están hechos de hierro—. Retrocedan —digo,
levantando mi arma. No hay una extracción segura, pero estoy fuera de
opciones.

Hago dos disparos antes que el seguro se rompa.

Por una vez, esto se siente como la cosa correcta, salvar en lugar
de matar.

Abro la puerta de la celda, y la familia sale apurada.

Malik toma mi mano en la suya.

—Gracias, gracias. —Su susurro es ronco. No quiero imaginar qué


han pasado estos cuatro desde que llegaron aquí.

Asiento hacia ellos.

—Vayan al final de este pasillo y arriba por las escaleras tan rápido
como puedan. Tengo que sacar al resto de prisioneros. —Hago una
pausa—. Hay otros líderes regionales perdidos. ¿Saben algo sobre su
paradero?

—No están en este piso —dice Nadia—. Nosotros lo estábamos.

Eso es bueno saberlo.

Nos separamos en la escalera, Nadia y su familia yendo arriba


mientras yo continúo abajo.

Justo cuando acabo de salir de la escalera escucho sollozos,


viniendo de la profundidad misma.

—¿Hola? —grito, caminando por la primera fila.

El llanto se interrumpe, pero el prisionero no responde.


Me tenso cuando escucho las pisadas detrás de mí.

—Sabía que te encontraría aquí —dice una voz familiar.

Me giro.

Styx Garcia está de pie entre mí y la única salida aquí. Sostiene un


arma, su cañón enfocado en mi frente.

No sé por qué los terribles siempre se fijan en mí. Supongo que


piensan que soy un reto. Pero no lo soy.

Solo soy muerte.

Ajusto el agarre en mi propia arma. No tengo idea de cuántas balas


—si es que hay— he dejado.

—Tú tonto —digo—. Nunca debiste haber venido por mí.

—¿Sabes por qué me gustas? —dice, sus ojos anormalmente


brillantes en la luz atenuada—. Porque incluso cuando estás arrinconada
y sostenida contra un arma, todavía tienes esta confianza. Estoy seguro
que si te desnudara, encontraría un par de bolas de latón entre esas
pequeñas hermosas piernas.

Comienzo a levantar mi arma.

—Ah-ha —dice, inclinando su arma—. Levanta eso un poco más y


te haré explotar la cara.

No creo que me disparará en la cabeza. He visto mucho de este


jodido interés de este hombre en mí para pensar que me dará la salida
fácil. Me quiere viva.

Al menos, por un rato.

—…y si estás muerta, ¿entonces quién liberará a los prisioneros?

Bajo mi arma.

—Buena chica —dice, y es tan jodidamente protector—. Ahora deja


caer el arma.

Mi mandíbula se aprieta, pero no libero el arma.

Toma un paso al frente, y mi mano se retuerce. Si se acerca más,


me arriesgaré a la muerte para enterrar una bala en esa carne cicatrizada
suya.

—Suéltala —repite.
—Eres hombre muerto Styx —digo—. Nunca saldrás vivo de este
lugar.

La esquina de su boca se levanta.

El disparo resuena por las celdas.

Gruño y retrocedo mientras la bala golpea mi antebrazo. La siento


entrar, siento que rompe a través de un tendón, y luego sale por el otro
lado. Mi brazo del arma.

Mi otra mano va a ello justo mientras sangre comienza a salir de la


herida. Siseo un respiro de dolor.

—Deberías preocuparte por tu propia vida, mi reina —dice, mi


título como un cariño. Considerando que acaba de dispararme no se está
haciendo ningún favor.

Styx camina por las celdas, hacia mí.

—Desde que era pequeño, escuché sobre la gran Serenity Freeman,


una hija de Oeste, sacrificada por las lujurias de Este. —Sus ojos están
demasiado brillantes mientras habla. Hay más que un toque de locura
en ellos—. Vi las imágenes de ti bañada en sangre. Vi tu horror y tu
violencia. Vi tu sacrificio. Me hizo querer ser un soldado. Y esa cicatriz.
—Levanta el arma y arrastra el cañón por su mejilla, trazando el camino
fantasma de su cicatriz mientras mira la mía.

Estoy comenzando a sudar por el dolor y el aire frío subterráneo


solo se está poniendo más frío con la pérdida de sangre. Gotea entre mis
dedos y por mi muñeca hacia el suelo húmedo.

—Fue inspirador —continúa—. Los fuertes llevan cicatrices.

Antes había imaginado peligroso a Garcia, cuando vi por primera


vez su rostro mutilado. Pero ahora hay conocimiento adicional que sus
cicatrices podrían haber estado inspiradas en las mías.

Comienzo a levantar mi brazo herido de nuevo, el agarre en mi


arma resbaladizo con sangre.

—Apuntas esa arma y te dispararé de nuevo.

—Jódete —digo.

Cierra el último espacio entre nosotros.


—No te mataré —dice suavemente, confirmando mis pensamientos
anteriores. Me estudia por un momento, y luego su mirada cae a mi
herida.

Presiona el arma contra mi herida.

—Pero podrías desear que lo haya hecho cuanto esto termine,


después de todo.

Me tambaleo hacia atrás, pero ahora me agarra con su otra mano,


manteniéndome en mi lugar.

Trato de alejarme de él mientras el cañón de su arma se entierra


en la carne herida. Mi mandíbula se aprieta a través del dolor, y mis fosas
nasales resoplan.

—Los representantes se han ido, ¿verdad? Todos menos yo. Eso me


hace el simple gobernador de Oeste.

Presiona con más fuerza, observándome todo el tiempo. Está tan


ocupado manteniendo contacto visual que no me nota levantando mi
arma. Este hombre vil y loco. Está tan perdido en mi dolor que no está
prestando atención a las cosas que debería.

—¿Cómo te gustaría ser mi reina?

Los bordes de mi visión se oscurecen.

Apuntando a su ingle, jalo el gatillo.

Clic.

Mierda. Cualquier munición que tenía ahora se ha ido.

El sonido rompe a Styx de su trance. Baja la mirada a mi arma,


apuntada hacia él. Su agarre se aprieta mientras se da cuenta que quise
matarlo.

Hago mi cabeza hacia atrás, luego la lanzo hacia adelante,


golpeándolo.

Él libera su agarre en mí y se tambalea hacia atrás, colocando una


mano en su frente.

Lo sigo, buscando el arma de mi padre. Esto termina ahora.

Mis dedos apenas agarran la empuñadura cuando Styx levanta su


arma y dispara a mi funda.
Retrocedo en sorpresa mientras la bala pasa zumbando mi mano,
apenas perdiéndola.

Styx se lanza hacia adelante, el arma ahora enfocada en mi pecho,


su expresión asesina.

—Y pensé que finalmente habíamos llegado a un entendimiento, mi


reina.

Jala el arma de mi padre de su funda y la lanza a un lado.

Sé que está por golpearme. Puedo ver lo mucho que quiere jalar su
mano hacia atrás y golpearme con la pistola. Mis músculos se tensan.

Pero no lo hace y obtengo un vistazo de cómo ha logrado ganar


tanto poder. Para ser un psicópata, tiene una buena medida de control.

En su lugar, presiona el cañón contra mi frente.

—¿Dónde estábamos?

Miro sin parpadear hacia él. Creo que quiere que esté asustada,
pero ha escogido a la chica equivocada que temer. Yo no temo hombres
como él.

Cazo hombres como él.

—Ah, sí, lo recuerdo —dice—. Podrías ser mi reina, pero solo si te


comportas. —Puntúa las últimas palabras al palmear el cañón contra mi
frente.

Lo fulmino con la mirada mientras la sangre que todavía cubre el


final de su arma ahora mancha mi piel.

Baja el cañón, embarrando más mi sangre a través de mi rostro. Lo


lleva sobre mi mejilla y a través de mi boca.

Luego se detiene.

Palmea mis dientes con su arma.

—¿Vas a comportarte?

—Vete. A. La. Mierda.

Sonríe.

—Querida, dulce Serenity, déjame re-frasearlo: te comportarás o


comenzaré a darte más cicatrices. —Se inclina más cerca—. Y las haré
muy, muy distint…
El disparo nos toma a ambos por sorpresa.

Styx y yo nos miramos fijamente, y no tengo idea de cómo me veo


yo, pero el treceavo representante parece conmocionado. Baja la mirada
entre los dos.

No hay nada. No hay huecos de balas. No hay sangre. No hay dolor.

Pero luego Styx se tambalea hacia adelante, su cuerpo cayendo


contra el mío. Y me doy cuenta que hay sangre, pero no es la mía.

Desarmo fácilmente a Styx, y luego estoy sosteniendo tanto su


cuerpo y su arma con mi buen brazo. Detrás de mí veo a un hombre, que
no es nada más que una sombra contra la luz destellando en la prisión
desde la escalera.

Pero sé quién es. Reconocería esa silueta dónde sea.

Montes camina lentamente hacia mí.

—Nadie amenaza a mi reina.

La voz del rey está enlazada con veneno. Es la misma voz que me
pidió bailar en un salón de baile dorado hace cien años atrás. Es la misma
voz que rompió al mundo.

La voz que rompió mi corazón antes que lo reclamara.

Sus zapatos resuenan contra el piso de guijarro, su arma todavía


humeando mientras se acerca a nosotros.

Libero a Styx, cuyo cuerpo se desliza fuera de mis brazos. El


treceavo representante gruñe cuando golpea el suelo.

—Durante meses tuve que escucharte faltarle el respeto a mi reina.

Mierda. Habían sido meses.

Se detiene a los pies de Styx. Usando su bota, fuerza al hombre


herido contra su espalda. Una línea de sangre gotea fuera de la boca de
Styx, y su respiración es pesada.

Pulmón pinchado. He escuchado ese sonido suficientes veces.

—¿Y creíste que simplemente podías llevártela? —continúa


Montes—. ¿De mí?
Esto está fuera de mis manos. El rey todavía tiene unos cuantos
demonios, pero los que sobrevivieron su transformación… a aquellos,
está por darles de comer.

Montes se coloca delante de mí. Su rostro se vuelve severo cuando


ve mi herida.

—¿Estás bien?

Corro mi lengua sobre mis dientes, luego asiento.

Me jala contra él y besa mi frente. No me regaña por venir corriendo


aquí. Pienso que Montes sabe exactamente cómo avivar las llamas de mi
amor.

Cuando me deja ir, la atmósfera en el calabozo cambia a algo


oscuro y violento.

El diablo ha venido a comer.

Montes se asoma hacia Styx.

—Estaba listo para torturarte antes, pero ahora… —Se agacha—.


Podría hacerte daño, luego sanarte, luego hacerte más daño. Y seguir
hasta que muera. —Se detiene—. He vivido por un siglo y medio, podría
hacerte inmortal, solo para que vivas un sinfín de vidas de tortura.

Lo que Montes está sugiriendo está más allá del horror.

La mirada de Styx se mueve hacia la mía y por una vez de hecho


veo miedo en su cara. Nunca creyó que iba a perder su poder. Y ahora
está enfrentando a un hombre y un destino que podría ser peor que la
muerte.

El rey apunta su arma.

—Podríamos comenzar ahora.

—Por favor…

El disparo interrumpe el ruego de Styx.

El cuerpo del representante se queda quieto, y me doy cuenta que


a veces las amenazas vacías de Montes no son solo tiradas hacia mí. El
hueco de bala fresco tallado entre los ojos de Styx, es prueba de ello.

Y es así cómo el treceavo y último representante cae.


LIBERAMOS AL RESTO de prisioneros, y luego está la difícil tarea de
colocar el cuerpo de Styx en lo alto, donde los otros doce ya están
colocados.

Solo entonces los soldados de Oeste creen que el liderazgo ha caído.


Y solo entonces el fuego militar cesa.

Tan pronto Montes y yo estamos muy fuera de rango, Heinrich


enciende el Iudicium.

Ahora, una hora después, el edificio que resignaron los


representantes es nada más que una pila de piedras y cenizas.

Probablemente no era necesario, pero yo había insistido en ello. No


quería que ese monumento, donde se reunían tantos hombres malvados,
permaneciera vivo.

Me inclino contra uno de los vehículos militares de Oeste, que ya


ha sido abandonado hace mucho. Montes ha conseguido un equipo de
primeros auxilios de adentro, y ahora se inclina sobre mi antebrazo,
agarrándolo con una mano y limpiando mi herida con la otra.

Continúo alejándome de él cada vez que pasa el antiséptico.

—Esto terminaría mucho más pronto si dejaras que un médico


apropiado te atienda —dice el rey.

Me rehusé a cualquier tipo de cuidado médico. La bala solo había


rozado mi piel; no era más que una herida de carne.

—No quiero un médico apropiado. Te quiero a ti. —No mentiré,


estoy disfrutando de mi esposo cuidando de mí.

Montes inclina su cabeza hacia su trabajo, pero no antes atrapo el


borde de una sonrisa. Creo que también disfruta cuidar de mí.

—Sabes —dice, agarrando un rollo de gaza—, todo fue intencional.

Entrecierro mis cejas, sin entender.

—Cómo y cuándo te despertaste —aclara.

Ahora tiene mi atención completa.

—Después que murió Trinity, Marco quería venganza.

Mis ojos se mueven hacia la mano derecha del rey. Está ocupado
discutiendo algo con los hombres de las cámaras que están colocando un
estrado y una pantalla.
—Pasó décadas ganando la confianza de Oeste, luego más décadas
solidificando esa confianza. Pasó información aprobada por mí. Me
beneficiaba tener a Marco dándoles de comer ciertas piezas escogidas de
información clasificada porque a cambio, aprendí de sus planes. Creé mi
doble en esa época —dice Montes—, pensando que finalmente necesitaría
falsificar mi muerte. Fue también entonces cuando comencé a hacer
planes de despertarte. No quería exponerte a este mundo —agrega.

Mi boca se aprieta.

—Temía que después de tanta espera, todavía serías asesinada


como Trinity —continúa—. No podía soportar esa posibilidad. Pero
necesitabas despertar y la guerra necesitaba terminar y esas dos cosas
estaban pareciendo cada vez más mutualmente inclusivas.

Montes termina de envolver mi herida, atando la gaza.

—Así que eventualmente —continúa—, dejo que Marco pase


información de tu sitio de descanso. Y entonces, todo lo que ha pasado
empieza a suceder.

Él me había despertado. Le tomó años esperar el momento


correcto, pero eso es exactamente lo que hizo.

¿Sabes qué es lo importante de la estrategia? Dijo hace años atrás.


Implica saber cuándo actuar y cuándo ser paciente.

Lo que está diciendo enmarca todo.

Había estado planeando un final a la guerra durante mucho


tiempo.

—¿Cómo podrías haber sabido lo que estaba por venir? —pregunto.

—Descubrí lo que hiciste… la llave para ganar Oeste era quitar a


los representantes. Y solo la victoria haría eso. Nunca imaginé enviarte a
ti, siempre iba a ser Marco, pero entonces hiciste un trato con los
representantes y yo no podía deshacer la situación… menos cancelar
todo. Por mucho que quería hacerlo, tenía fe en ti.

Trago con dureza. No hay palaras que puedan representar todo lo


que siento, así que envuelvo mi mano alrededor del cuello de mi monstruo
y lo beso en su lugar.

Creyó en mí lo suficiente para poner nuestras vidas al borde.


Suficiente para ignorar su naturaleza controladora y su necesidad
obsesiva de protegerme. No puedo pensar en mejor muestra de amor de
este hombre.

UNA VEZ QUE soy vendada, el rey y yo nos reunimos en la plaza central
de la ciudad, el mismo lugar que estuve solo hace unas semanas atrás.
Como entonces, las cámaras se enfocan en mí. Un micrófono yace en
frente de nosotros.

Sé que soy algo que ver: ensangrentada, sucia, cansada. El rey, por
toda su incorporeidad, se ve mejor.

Mis ojos se mueven sobre la ciudad.

Mucho de ella yace en ruinas, los edificios latentes, la pared


rodeándola un poco más que escombros.

Desearía poder decir que todos los que me miran de vuelta están
felices, que esto se siente como un gran hito para ellos, pero la verdad es
que esta ciudad era hogar para muchas personas, y ahora no hay nada
más que destrucción aquí.

Hay mucha gente más allá de la ciudad que no estarán


complacidos, y habrán mucho más que no sabrán cómo reaccionarán.

Pero entonces están las multitudes que serán liberadas de los


campos de trabajo y multitud más viviendo al borde de la supervivencia
que ahora comenzarán a recibir ayuda. Las ciudades en negligencia de
Oeste podrían finalmente, finalmente encontrar paz.

Pero más allá de eso, hay una cosa que puede unir a todos los que
viven en este tiempo.

Me inclino hacia el micrófono.

—Ciudadanos del mundo: la guerra ha terminado.


Capítulo 58

Traducido por Mais

SERENITY

LA HERIDA DEL disparo toma un agonizante mes en sanar. Es la primera


herida seria desde que encontré al rey que ha sanado sin la ayuda del
Durmiente.

Insistí en ello. Él aceptó a regañadientes.

Finalmente estamos llegando algún lado.

Lo besa ahora, sus labios corriendo sobre la cicatriz, sus manos


deslizándose por mis lados.

La cicatriz que corta a través de mi rostro que siempre creí era una
lágrima permanente por las vidas que esta guerra se la llevó. Llevo esta
última con orgullo, porque marca el día en que terminó. Para siempre.

Incluso mientras el rey y yo estamos aquí afuera sentados en la


arena a distancia de una de sus casas de la isla, las olas golpeando cerca
de nuestros dedos del pie, mi mente es llevada al futuro.

Solo obtenemos un día más antes de dirigirnos hacia el hemisferio


Oeste y comenzar la ardua labor de reconstruir este mundo roto.

Estoy comenzando con alivio médico y esfuerzos para limpiar


cualquier radiación que queda desde la tierra y agua subterránea, las
mismas cosas que hace mucho tiempo el rey trató de negar a mi gente.
Entonces vino la subsistencia, mucho de ello subsidiado por el gobierno.

Montes no está demasiado entusiasmado sobre esto último, pero


yo todavía duermo con mi arma, y él es un hombre suficientemente
inteligente.
Verdadera infraestructura eventualmente volverá a colocarse en su
lugar. Continentes, regiones, ciudades… todos necesitan liderazgo local.
El final de la guerra marca el comienzo de la ardua tarea de reconstruir
los gobiernos que el mundo perdió hace mucho.

El rey suaviza mi entrecejo, pequeños granos de arena brillando


por mi frente y nariz mientras lo hace.

—Puedo decir que vas a ser una trabajadora obsesiva más de lo


que yo soy —dice.

Su rostro está moldeado en las sombras de azul desde la luna. Lo


ahueco, dejando que mi pulgar acaricie la piel áspera de su mejilla.

La mirada de Montes se enciende.

—Dilo.

El corazón es tan vulnerable. Encasillado debajo hay piel y músculo


y hueso, creerías que no lo fuera. Pero lo es. Incluso nuestro.

Todavía tengo que luchar con las palabras; las emito pateando y
gritando.

—Te amo —digo.

Montes cierra sus ojos.

—De nuevo —dice.

No estoy segura cuántas veces ha escuchado estas palabras en esta


vida. Imagino que cualquiera sea el número, es mucho más pequeño que
la cantidad de veces que necesita escucharlas.

Tenemos bastante tiempo para rectificar eso.

—Te amo —digo.

Bastante tiempo, pero no para siempre.

No tomaré las píldoras del rey, y le he pedido que deje de tomarlas


también. No sé si lo ha hecho, pero no he visto sus envases con píldoras.

La gente no debe vivir tanto como nosotros. Y la gente no debe


experimentar los horrores que nosotros hemos visto.

Derramamiento de sangre, muerte, odio… solía despertar cada


mañana con eso. De hecho es bastante extraño no hacerlo. Tal vez es por
eso que me he lanzado a mi trabajo, así no lo olvido.
Muy arriba atrapo un vistazo de las estrellas.

Siempre he imaginado que la muerte reside en los cielos, y aquí y


ahora me siento tanto cerca y lejos de ellos que nunca antes.

Mis ojos buscan el cielo nocturno, buscando una constelación en


particular. Sonrío cuando la encuentro.

Las Pléyades, las estrellas de los deseos. Escucho un eco de la voz


de mi madre ahora, apuntándolas haca mí.

El rey rueda de lado, colocando una mano en mi abdomen. Sigue


mi mirada arriba hacia el clúster de estrellas.

—¿Alguna vez has escuchado la historia de la Pléyade perdida? —


Los dedos de Montes están agarrando el material de mi camisa,
levantándolo mientras habla.

Entrecierro mi mirada hacia él.

—Si estás por mentirme…

Montes ha desarrollado un mal hábito de bromear conmigo.


Aparentemente, soy crédula. Considerando, sin embargo, que también
soy violenta, nunca lo lleva demasiado lejos.

Se ríe.

—Nire bihotza, no lo estoy. Esto es verdad. Aparentemente, hay


siete estrellas, Siete Hermanas, pero solo puedes ver seis de ellas en el
cielo nocturno. La séptima está ‘perdida’

Ambos nos quedamos en silencio un momento mientras pienso en


sus palabras. El aire de la noche revuelve mi pelo. El mío y el del rey.

Él se inclina cerca de mi oreja.

—Es porque yo la atrapé —susurra.

Mis ojos vuelven a la constelación.

—Haz un deseo —susurro.

Me mira fijamente por varios segundos, luego suavemente dice:

—Ya no necesito hacerlo.

Montes no es un buen hombre, y yo no soy una buena mujer. Luchamos


día a día con nuestros demonios. Hace mucho, me casé con un monstruo,
y la guerra del rey hizo uno de mí. Y todos nuestros terribles lados
encajan juntos, y juntos nos hemos vuelto algo más, algo mejor.

El mundo está en paz, y por una vez, yo también.

Después de todo este tiempo, finalmente encuentro la serenidad.


Epílogo

Cinco años después


Traducido por Mais

EL REY

DOY LA VUELTA y miro a mi reina. Frecuentemente me despierto


temprano, un hábito que he desarrollado sobre las décadas. Solía pasar
esas horas tempranas trabajando, metiendo otra hora si podía. Solía
llenarme de energía cuando necesitaba una distracción de mi vida
solitaria.

Ahora tiendo a usar el tiempo para maravillarme sobre el hecho


que esta es mi vida. Después de todo el alboroto, toda la violencia y malas
decisiones, de alguna manera las equivocaciones se corrigieron.

Serenity las corrigió.

Corro una mano sobre la curva hinchada de su estómago. Esto es


algo más sobre lo que maravillarme.

Solo unas pocas semanas más. Simplemente no es posible estar


así de emocionado.

O así de petrificado. O así de protector.

Seré padre por primera vez a la madura edad de 174. Apenas puedo
imaginarlo.

—Mmm. —Serenity se estira bajo mi toque.


—Nire bihotza, hoy es un gran día para ti —susurro.

Sus ojos se abren de golpe.

—Mierda.

Se sienta, su mirada moviéndose hacia las ventanas. El sol recién


está saliendo.

—¿Qué hora es? ¿No sonó la alarma?

—Shhh. Todavía es temprano. Vuelve a dormir. —No ha obtenido


suficiente de ello. No creo que tener ocho meses de embarazo sea
particularmente cómodo.

En lugar de volver a dormir, su mano acaricia perezosamente mi


pelo. Luego se inmoviliza. Se inclina hacia adelante y mira mi pelo más
de cerca.

—Tienes un pelo gris —dice, maravillada.

Mi agarre en ella se aprieta solo una fracción mientras asiento. Lo


había notado hace una semana. Esto es algo que me petrifica.

Sé que Serenity ha querido que deje de tomar mis píldoras por un


tiempo ya. Al principio no podía… viejos hábitos difícilmente mueren y
todo eso. Y entonces un día me despierto y me doy cuenta que quería
envejecer con esta mujer. Quería que nuestra piel se hunda al mismo
tiempo y nuestras caras lleven arrugas de la misma forma que Serenity
ahora lleva sus cicatrices.

Así que me detuve.

—Me sorprende no haberla obtenido antes —digo—, considerando


con quién estoy casado.

Ella me golpea.

—Deberías estar agradecido el haber dejado de dormir con mi


arma.

Ruedo hacia ella.

—Oh, lo estoy.

Y luego, decido que ya no necesita dormir tanto como me necesita


a mí.
SERENITY

HOY LLEVO MI odiada corona.

Una última vez.

Quinientos hombres y mujeres están reunidos en la habitación


ante mí y el rey, líderes regionales de todo el mundo.

Le tomó a Montes casi ciento cincuenta años conquistar el mundo.


Me tomó a mí solo cinco para devolverlo.

—Hoy marca un punto de cambio —digo al grupo ante mí en el


auditorio.

Desde este día en adelante, nuestro mundo no será regido por


monarcas. El camino termina aquí. Con nosotros.

Me quito la corona de mi cabeza. A mí lado, Montes imita mis


movimientos. Hubiera creído que discutiría más esta actitud, pero el
hombre está cansado de reinar. Finalmente.

No le dedico más que una mirada a la corona.

—Hoy le entregamos el mundo a ustedes.

Habrá un solo gobierno hecho de líderes regionales apuntados para


cada territorio. Todos trabajarán y votarán juntos en dilemas que aflijan
al mundo.

Como cada gobierno que vino antes de ello, este no será perfecto,
incluso podría ser un desastre. Solo el tiempo lo dirá.

Miro a Montes. Mi hermoso monstruo.

No estaba buscando la redención de este hombre, o de él, para esa


cuestión. Pero eso es lo que tengo.

Regreso mi atención a los cientos reunidos en esta sala.

Hay un lugar para mí aquí, en este futuro del que nunca esperé ser
parte. Ya no cabalgo dos hemisferios y dos periodos de tiempo. En su
lugar, soy la mujer que amaba tanto Oeste como Este, la mujer que
siempre luchará por desolados y los rotos, los empobrecidos y los
oprimidos. Soy la mujer que vino del pasado a ayudar el futuro.

Ya no soy la chica más solitaria del mundo, la mujer que no encaja.


Ahora soy la mujer que encaja en todos lados, y soy la mujer que
cree en la libertad y justicia, y por encima de todo…

En la esperanza.
Agradecimientos de la autora

A mis lectores: Decir que estoy triste de


dejar este mundo y estos personajes es una
subestimación épica.

No estoy segura de haber disfrutado escribir


una saga tanto como esta. ¡Y las cosas que
me hizo sentir! Espero no estar sola en eso.

Todo sobre estos personajes y este mundo se


metió bajo mi piel, esencialmente desde el
comienzo. Cuando Montes se me apareció por
primera vez, era completamente malvado, y
Serenity completamente buena. Nunca se suponía que se enamoraran.
No fue sólo Serenity quien lo peleó, fui yo. Pero, como por ahora ya sabes,
estos personajes sí se enamoraron, y la historia se convirtió en algo más
completamente de lo que había planeado.

Espero que disfrutaras leyendo la saga The Fallen World. Lamento


decir que no planeo revisitar este mundo de nuevo. Sin embargo, sí tengo
planes en el futuro de escribir una saga post-apocalíptica de cuatro
libros, ¡aunque sólo el tiempo dirá cuándo lanzaré esos! Hasta entonces,
espero que consideres UNIRTE A MI NEWSLETTER para que juntos
podamos compartir más historias en el futuro.

Hasta entonces,

Abrazos y feliz lectura.

Laura.

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