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RAFAEL M. DE LABRA

Ml PRIMER DISCURSO
PARLAMENTARIO

(IO JULIO-I871)

GEOr , PICA
BtQLf A

1916
rtPOSBAFÍA «SINDICATO DB POB1IOSOÀI»
Calle de Barbieri, n ú m . S.
MADRID

541
RAFAEL M. DE LABRA

Ml PRIMER DISCURSO
PARLAMENTARIO

LA CUESTIÓN COLOSO L

ísTa

ANTECEDENTES —DEBATES.— EFECTOS

1915
TIPOOBAFÍA «SINDICATO DB FÜB1IOIDAD»
Calle de Barbieri, n ú m . S.
MADRID
L a s líneas que siguen son algo asi como una e x -
plicación de los motivos y el fin de la cuarta edición
que ahora hago de mi discurso parlamentario de 10
4 e Julio de 1 8 7 1 .
También servirán para que el lector, y sobre t o -
do los lectores de la nueva generación española, se
den cuenta de las circunstancias verdaderamente ex-
cepcionales de la época en que aquel discurso se
pronunció; de la ceguedad con que los directores
políticos del último período del régimen colonial e s -
pañol se empeñaron en reducir nuestra empresa c o -
lonial á un puro interés mercantil, á una campaña
de centralización y de fuerza y á un problema casi
local; y , en fin, de que los desastres de 1898 f u e -
ron previstos y anunciados.
Claro es que hubo excepciones entre nuestros p o -
líticos; pero la nota general de nuestra política, en
aquellos días¡ fué aquella.
Y resultó lo que debía resultar: un treméndp
fracaso.
L a España contemporánea, ¿se ha dado buena
cuenta de ello?
L o dudo. Por lo menos es un hecho que los e q u i -
vocados de entonces han sido los que continuaron
dirigiendo en España, casi sin protestas.
E s singular que casi todos ellos han ocupado en
la Metrópoli puestos políticos y administrativos m u y
superiores á los más ó menos modestos que ocupa-
ron antes.
Nunca he puesto en duda los buenos propósitos y
las patrióticas intenciones de los que se equivocaron
antes, y son, en realidad, los primeros responsables-
del desastre. Pero el hecho es que se equivocaron, y
ío que ha pasado después en España da una nota
triste respecto del estado político de nuestro Pais y
de la pobre fuerza de nuestra Opinión pública.
Por esto mismo, y porque y o cada vez tengo m á »
fe en la Opinión pública y porque soy de los que asi*
esperan la resurrección de España, insisto en mi pro-
paganda de más de cuarenta años.
A nadie denuncio. Positivamente á nadie acuso
Recuerdo hechos y palabras, y digo que la lección
de 1898 fué dura y es aprovechable.
He reeditado mi discurso de hace más de c u a r e n -
ta años, no solo como un recuerdo de la Política de
la Paz y la Expansión de España, sino para advertir
á los distraídos que nuestro problema colonial no-
era ni podía ser solo un empeño de política interior,
local, y más ó menos mercantil é interesado.
S u carácter espansivo é internacional se imponía
á todo. Y comprendía, entre «tros extremos, la L i -
— s -

«bertad (la Autonomía) de nuestras Colonias y la Inti-


midad de España con las Repúblicas latino-ameri-
canas. E n esto consistía en transcendencia. Y esto se
hallaba dentro del superior sentido de las Leyes da
Indias, invocadas general y torpemente para otros
fines.
Perdimos nuestras grandes Colonias en 1 8 9 8 . P e -
ro la parte del problema referente á la Intimidad his-
pano-americana, está en pie.
¿Cerraremos los ojos para solucionarlo?
E s indispensable que esto lo vea y lo comprenda
la nueva generación española.
No en balde España descubrió y colonizó (no solo
conquistó) á América; n o e n balde hay ahora en la
América latina cerca de cuatro millones de españoles
que, sin renegar de la bandera patria y acprdándo-
se á cada instante de su hogar originario, cooperan
de un modo decisivo al progreso de la tierra hospita-
laria, reconociendo incondicionalmente la soberanía
de aquellos pueblos.
De modo que y o entiendo que España debe r e -
matar su empeño colonizador, como Nación hermana
{hermana mayor, si se quiere, por razón histórica)
de las independientes Repúblicas Hispano-Ámerica-
nas. Este es un empeño de trascendencia mundial.
Por esto, á poco de hecho el Tratado de París de
1 8 9 8 , dediqué mi preferente atención al Proble-
ma internacional y ál estudio de la Personalidad in-
ternacional de España.
— 6—

A esto responde la mayoría de mis discursos, f o -


lletos y libros del último decenio; mi discurso de en-
trada en la Academia de Ciencias Morales y Políti-
cas en 1 9 1 2 ; mi discurso inaugural del Curso A c a -
démico del Ateneo de Madrid en 1 9 1 3 ; mis libros-
sobre la Orientación internacional de España y la
Orientaciún hispano-americana de 1905; mis d i s -
cursos y mis libros sobre el Centenario de las Cortes
de Cádiz y el empeño patriótico de construir en los
sótanos del Oratorio de San Felipe, el Panteón de
eminentes doceañistas españoles y americanos...
Porque yo soy de los que se han dado siempre
cuenta de que el Oratorio de San Felipe de Cádiz y
el convento de la Rábida son dos soberbias bande-
deras, cuyo esplendor interesa no solo á España,,
sino á la dignidad y el honor de Mundo.
Por todo ello, aunque bastante apartado de la
política palpitante, sigo actuando y sigo, como un
propagandista incorregible, que cada vez tiene más-
fe en la virtualidad de las ideas y en la represen-
tación mundial de España.

30 Noviembre 1915.
Madrid.
Serrano, 43, 2.°
- 7 -

El debate parlamentario
DE 1871

Mi discurso del 10 de Junio de 1S71 fué mi primer aoto


parlamentario en una vida de cerca de cuarenta y cinco
años dé labor constante en pro de las mismas ideas políti-
cas y sooiales y en defensa de la Personalidad de España se-
riamente comprometida tanto por nuestra Política colonial
de la mayor parte del siglo X I X como por nuestra completa
desorientación en la vida internacional contemporánea.
Pero ese discurso tuvo una importancia superior á la
pequeña de su representación en mi historia personal. Por-
' que fué, ante todo, quizá la primera calurosa y eficaz protes •
ta que desde 1837 se produjo en el seno de las Cortes espa-
ñolas contra el triple error denlos aplazamientos sin térmi-
no de las reformas ultramarinas, contra la propensión de
nuestro Parlamento á no disoutir, por miedo, las graves
cuestiones coloniales y, en fin, oontra la oonstante tenden-
cia de la mayoría de nuestros hombres político á invocar el
interés naoional para saorificar las diferenoias y los supues-
tos raoionales y características de nuestros partidos y e s -
ouelas y de una vida política regular, ordenada y de doo-
trina, al mantenimiento más ó menos disfrazado del statQ
quo colonial mediante la dictadura, la burooraoia, la divi-
— 8 -

sien de clases y procedencias, la esclavitud y la explota-


ción meroantil.
Seguramente yo no oons'guí de momento mi propósito,
á pesar de la evidente prudenoia de la proposición que sir-
vió de base y tema á mi discursa. Esa proposición se reducía
á una protesta, á un llamamiento al espíritu de los revo-
lucionarios de Septiembre y un anuncio de tristes sucesos
que se habían de produoir (y por desgraoia se produjeron)
si los Gobiernos españoles no reotifioaban su oonduota en el
orden colonial.
Pero mi éxito fué pleno (perdóneseme esta jaotanoia.para
estímulo de los políticos nuevos y de los propagandistas del
porvenir) si se oonsidera, de un lado, el extraordinario m o -
vimiento que mi protesta produjo en nuestro Congreso y
se estiman los inoidentes que sobrevinieron y llenaron no
solo las horas de la sesión de tarde si que también todas
las de la sesión de la noche del mismo día 10 de Julio de
1871. Por otra parte hay que considerar mucho la votación
de la proposioión con que la mayoría de la Cámara cerró
aquel animadísimo y largo debate, á despecho de los ele -
mentos más conservadores y reaccionarios del mismo Con-
greso.
Esta última pxoposición (la votada por la Cámara) fué
la siguiente:
cEl Congreso reitera una vez sus constantes votos de
apoyo al Gobierno de S. M. para que termine la insurreo -
oión de Cuba y para que se realicen, dentro de las condi-
ciones que la justicia y la oonvenienoia aoonsejan, las pro-
mesas de la Revolución de Septiembre respecto de la Poli -
tioa ultramarina.—Firmantes: Francisco de P. Candau.
—Nicolás María Rivero.—José Moreno Nieto,—Gaspar
Núñez de Arce.—Cipriano Segundo Montesino.—José G a -
llego Díaz.—Gabriel Rodríguaz.»
Después de una formidable batalla, esta proposioión
(aceptada por el Gobierno) fué aprobada por 115 votos oon-
tra 57. Y luego, definitivamente, por 122 sin oposición.
— 9—

La batalla se dio á última hora para dividir la proposi -


•clon, de modo que pudieran votar loa que de ninguna ma-
nera eran partidarios de que á Cuba se llevasen las pronas •
sas de Septiembre.
Para comprender el sentido y el aloanoe de esta proposi-
ción conviene tañer en cuenta que yo, después de mi con
testación al señor Ministro de Ultramar, retiró mi propuf fi-
ta, dándome bien cuenta de que por muchos motivos era
inoportuno, vista la disposioión de la Cámara, confundir
mi t°eis sobre la po'ítioa de Ultramar oon un voto de oen
BU ra al Gobierno, muy preocupado á la sazón de conservar
la unidad de la mayoría.
La propoFición tema de mi discurso deoía lo siguiente:
cLos Diputados que suscriben tienen la honra de propo-
ner al -Congreso se sirva declarar que ve oon desagrado los
graves ataques que sufre en Cuba el prinoipio de autoridad
y la inobservancia de las leyes y decretos dados desde 1870
para llevar á Ultramar el espíritu demoorátioo de la Revo -
luoión de Septiembre.»
cPalaoio del Congreso, 6 de Julio de 1871.—Rafael Ma -
ría de Labra.—Juan Pablo Soler.—Rafael Serrano.—
Juan D. Cooon.—Prudenoio Sañudo.—Joaquín Esouder.
—Cándido Salinas. »
De los siete firmantes de esta proposición, seis eran
Diputados de la Minoría republioana. El séptimo (es de
cir, yo) tenia el oaráoter de Diputado demócrata, inde-
pendiente, eleoto por el distrito de I cuesto (Asturias) y
que apoyando generalmente si Gobierno (oon un desin
teres y una libertad insuperables y notorios), figuraba has-
ta cierto punto en la mayoría, dentro del grupo radical de
¿ata.
Compréndese también la conveniencia para la políti-
ca conservadora ultramarina (tendencia pooo compatible
en el fondo oon la Revolución de Septiembre en la P e n í n -
sula) que Be subrayaran las declaraciones restrictivas más
que contemporizadoras del Ministro de Ultramar. Y así se
- 1) -

explioa que uo grupo de la derecha de la Cámara formulara


la siguiente proposición, tan pronto oomo se dio cuenta de
la retirada de la mía:
cPedimos á les Cortes se sirvan declarar que han oído con
gasto les explicaciones del señor ministro de Ultramar e n -
caminadas á mantener la integridad del territorio y a se-
cundar los esfuerzos y saoriñcios de nuestros hermanos fie-
les á la bandera española, merece toda su aprobación.—Pa-
lacio del Congreso, 10 de Julio de 1871. —Franoifoo Romero
Robledo—II duque de Veragua.—José Abascal.—C. Mar-
tín Herrera.—El conde de Villanueva de Perales.—Justo
T. Delgado.—Rioardo Muñoz.»
También esta proposición fué retirada (la defendió el
Sr. Romerc Robledo) por BUS autores á requerimiento del
señor Presidente del Consejo de Ministros (señor duque de
la Torre) que en evitación de una división profunda de la
mayoría de la Cámara declaró que «el Gobierno no necesi-
taba de ese voto de aprobaoióu sino los votos quejindieara el
Gobierno, cualquiera que fuese la manera de gobernar este
país, en los momentos supremos que íbamos á alcan-
zar. >
Loa elementos de la derecha ro se satisficieron con esto
y presentaron la siguiente proposición que, oomo su soste-
nedor (el oarlista Sr. Vildóaola) dijo, tenía por fin que la
Cámara se resolviera entre el Sr. Labra ó los intereses c o n -
servadores.
«Los Diputados que susoriben piden al Congreso, adop-
tando para ello la proposición presentada, defendida y re*
tirada por el Sr. Labra, que sobre esta proposición reoaiga
una votaoión nominal.—10 de Julio de 1871.—Antonio
Juan Vildósola.—José Luisde Antuñano.—El conde de Or-
gaz.—El marqués del Reguero.—Alejo Navia de Salcedo.—
Hernández Rodríguez.—J. Quinta Zaforteza».
Ciento treinta y siete votos resolvieron no tomar en c o n -
sideración la propuesta anterior, que aunque obra de los
representantes del partido oarlista, contó desde luego con
— Il -

la calurosa simpatía y el apoyo franco de todos los conser-


vadores de la Cámara.
Esta esouohó silenciosa y con profunda y constante aten-
ción mi largo discurso, interrumpido sólo por varias y
muy discutibles advertencias del Presidente, D. Salustia-
no de Olózsga (nada propioio á una política expansiva y
radioal en Ultramar), el oual aún antes de comenzar mi
oración puso de su parte todo lo posible para perturbar y
cohibir al novel orador. Vano inteeto.
Silenciosa la Cámara esouohó las protestas de los Dipu-
tados Sres. Suárez Inolán, conde de Toreno y Esoosura de
que después se hablará, y sin extraordinariasTdemostra-
oiones (como eran de temer) se aprobaron los pasajes del
discurso del Ministro de Ultramar (que me oontestó cortea-
mente) relativos á la integridad naoional.
Eran evidentes las simpatías de una parte considerable
de la mayoría de la Cámara por lo fundamental de mi tesis,
pero no menos cierto el temor de producir con votos ó de-
mostraciones la división de la mayoría sobre la oueetión
grave de gobierno al comenzar eus delicadas tareas las Cor-
tes de 1871 y á raiz del advenimiento del rey Amadeo y de
la constitución de un ministerio de conciliación de radi-
cales y constitucionales presidido por el general duque de
la Torre.
La tranquilidad y la expectación de la Cámara fueron
grandes durante la sesión de la tarda el día 20 de Junio.
Lo recuerdo agradecido. Por la noohe ya fué otra cosa. Los
conservadores y carlistas se descompusieron, protestaron,
gritaron y la sesión que terminó tarde, fué una de las
más movidas y graves de aquel período.
Fuera de l i Cámara el efecto fué extraordinario. La
prensa conservadora y la carlista me trató duramente. Se
comprende. Era preciso conoluir con la insurreooión de
Cuba sólo por la fuerza. Todo lo que se hioiese en el sentido
de la libertad y del derecho eraü sólo oonoesiones à IOB fili-
busteros. cLos cubanos eran sólo insurreotosi... Y á la
— 12 —

sombra ó oon el preiesto de la integridad de la Patria, pe


había de mantener el statu quo ultramarino y la influen-
cia de la tradición reaccionaria en la Península.
Con tristeza debo reoonooer que no faltó entonces perió-
dico liberal y aun democrático que trató de herirme.
Una excepoión.
Las oensuras y las diatribas de la prensa conservadora y
carlista no me preocuparon un minuto. Sentí la exoepoión
á que he aludido antes; lo sentí por la dootrina. Personal -
mente, lejos de afectarme en mal sentido, sirvió para acen-
tuar mi campaña sobre la lógica de la dootrina democráti-
ca en la vida colonial.
Exouso deoir que en Cuba y en l'uerto Rico fui dura-
mente tratado. Fui insultado, amenazado... ¡qué se yol
Los intransigentes y los exaltados de la derecha... llegaron
á lo inverosímil. Pero nunoa me faltaron las simpatías (di-
fícilmente manifiestas, porque los peligros eran grandes)
de no pocos peninsulares y de la generalidad, de los hijos
del país.
Esas simpatías se hicieron púdicas de un modo enérgi-
co y á pooo de mi protesta de 1871, en la isla de Puerto
Rico, donde yo oonooia á pocas personas. Disueltas las
Cortes de 1871, y cuando me disponíaá sostener mi c a n -
didatura para las nuevas Cortes, en Asturias, reoibi una
oalurosa invitación de los puertoriqueños para que lea auto-
rizase á llevar mi nombre al distrito de Sabana la Grande.
Después de meditarlo bastante me decidí á aceptar, por
entender que la representación directa de una de laa A n -
tillas me capacitaba exoepoionalmente para la ruda c a m -
paña que había iniciado en el Congreso y me facilitarla la
oombinaoión de mis esfuerzos parlamentarios oon la obra
de los demás representantes de la culta y valerosa isla.
Cuba no los tenía ni tuvo hasta 1879. Y en el fondo y
o mo tesis genéricamente colonial,- la causa de Puerto Rico
era la oausa de Cuba. En rigor, en aquel tiempo, en la pe-
queña Antilla se podía por lo menos preparar la soluoión
- 13 -

del problema oolonial en conjunto. Y yo no he olvidado


nunoa que en Cuba he naoido, de sus problemas me he
ocupado desde el primer día de mi vida pública, y allí he
tenido siempre, y hoy tengo, muohisimos amigos.
Demás de esto hay que considerar que el Programa de
los reformistas puerioriqneños ooinoidía completamente
con lo que yo, por mi exolusiva cuenta y sin consultar á
nadie, expuse en mi discurso del 10 de Julio de 1871.
Y tuve muy en consideración que los patriotas y genero -
sos puertoriqueños me ofreoieron su representación en
Cortes, dejándome en absoluta libertad respeoto de la po-
litica peninsular
Aceptó, pues, y desde entonces fui un oonstante diputa-
do de Puerto Rico, fortalecido por loseleotore! de Cuba,
tan pronto como éstos dispusieron del voto.
Mi gratitud á los puertoriqueños ha sido y es insupe -
rabie (1).
El partido reformisma puertoriqueño se constituyó en
1870-71 bá]o la direoción de hombres de gran valia inte-
lectual y patriotismo indiscutible. Entre los directores
figuraron publicistas, catedráticos, abogsdop, médicos, h a -
cendados, oomo D Román Baldosioly de Castro, D. Julián
Acosta, D. Segundo Ruiz Bslvis, D. Francisco Mariano
Quiñones, los dootores Goioo y Csrbonell, y otros: todos
hijos del p >is. A poco se asociaron á ellos peninsulares en-
tusiastas y de mérito como el pedagogo Fernández Juncos
y el publioista Cepeda, etc.
Precedente del programa del partido citado fueron los
informes que los representantes de los Ayuntamientos de
Puerto Rico dieron en la Junta de Información de refor-
mas ultramarinas, reunida en Madrid en 1866, por c o n -
vocatoria del Ministerio español, y del señor Cánovas del
Castillo, entonces Ministro de Ultramar. Esos represen-
tantes se llamaron Acosta, Ruiz Belvis y Quiñones.

(1) Sobre esto puede leerse el Maaifiesto que dirigí: «A los electores d»
Infiesto» en 1872. UB,folleto.
—и—
El programa del Reformismo puertoriqueño (que tiene
la feoha de 23 de Noviembre de 1870) oomprendia los s i ­
guientes extremo?: Identidad de dereohos políticos y oivi­
les de peninsulares y antillanos,—Abolioión inmediata y
simultánea de la esolavitud.—Ampliaoión de la vida m u ­
nicipal y de las facultades de la Diputaoión provincial.—
Amplia reforma arancelaria, tendente á asegurar el mer ­
oado peninsular á los produotos puertoriqueños y á f acui­
tar fl trato mercantil con los pueblos de América.—Orga­
nización de les tribunales sobre la base de la autoridad
del Tribunal S upremo y la promulgación en Ultramar de
los Códigos penal y prooesal.—S upresión de las facultades
omi imodas de los capitanes generales, de la oentraliza­
oión administrativa y de la diferenoia de derecho electoral
según el elector era peninsular ó criollo.—Abolioión de la
esclavitud (más ó menos atenuada) y de loa llamados So­
brantes de Ultramar.
Los reformistas puertoriqueños, haciendo un gran e s ­
fuerzo, á poco de constituirse, pudieron enviar á las
Cortes españolas de 1871­72 (á pesar de la ley eleotoral u l ­
tramarina heoha notoriamente para asegurar el predomi­
nio de los peninsulares y de los incondicionales ó conserva­
dores) á una valiosa representación compuesta de los se­
ñores Alvarez Peralta, Padial (con dos aotas), Corohado,
Aoosta, Baldorioty de Castro, Cintrou, S anromá, Quiño­
nes y Blanco S osa. Es decir, once diputados, entre quince.
En las Cortes anteriores sólo habían tenido dos diputados
(Padial y Baldorioty), entre dooe. Bien, que entonces no
estaba organizado el partido.
Eu 1872 figuré en el grupo de los Diputados reformistas
de Puerto Rioo. Pronto mis compañeros del Congreso y del
Senado fortalecieron mi personalidad política confiando ­
me la direooión de nuestros comunes trabajos, de viveza
«oneiderable y éxito evidente en 1872 y 1873.
De paso (y para hacer justioia á todos) advertiré dos oo­
eas. La primera, que á mí nunca me faltaron las simpa­
— 15

Has y la oooperaoión de mis amigos de Asturias. En el


prestigioso Principado nunca enoontré protest» alguna por
mis opiniones en materia colonial. Desde 1870 á 1898 he
pasado en Asturias (en mi Quinta de Abceli) todos los v e -
íanos, en relaoión direota oon todas las alases sooiales y
las personalidades más salientes de la región. En todo ese
largo plazo recibí numerosísimas demostraciones de afecto
y ovaciones, siempre exageradas.
Conste para determinar bien la posición de loa asturia-
nos en nuestra gran Antilla.
En cnanto á la oposioión ultramarina, debo decir tam-
bién francamente que siendo ella muv fuerte se debió
grandemente á la ignorancia y á los intereses creados, mas
también en mucha parte á la pasión patriótica pero la cie-
ga. Por eso yo exousé siempre contestar, y más aún con-
testar duramente, y quizá oomo correspondiera, en otro
caso, á la diatriba, la amenaza, la calumnia y hasta la de-
nnnoia con que la masa exaltada intentó anonadarme.
Bien satisfecho estoy ahora después de ver cómo m u -
chos de mis detractores de entonces al cabr> se han aproxi-
mado á mí, proclamando públicamente la rectitud de mis
propósitos y aun-el acierto de mis tristes predicciones.
Da todas suertes hago oonstar que nada de lo que se pro-
dujo contra mí en el segundo semestre de 1871 nada influ-
yó paraaoelerar mi maroha ni modifioa? mi posición, á
ouya firmeza atribuyo en gran parte mi modesto éxito.
El resultado positivo fué que se rompió el hielo en nues-
tras Cortes. Desde entonces se oomenzó á discutir frecuen-
temente en ellas el problema oolonial y á pensar sobre a l -
gún modo de llegar á la realidad el preoepto legal de 1837
que ofreoió á las posesiones de Ultramar, llamadas desde
entonces provincias, leyes especiales aoomodadaB á su s i -
tuaoión y al orden constitucional vigente en la Metrópoli.
— 16 —

II

Les suceBos se precipitaron; las Cortes de 1871, abiertas


el 3 de Abril de aquel año, fueron disueltas el 24 de Ene-
ro de 1872. Después de mi discurso del 10 de Julio nada se
hizo en ellas respeoto de Ultramar.
En 24 de Abril de 1872 se abren las nuevas Cortes, que
duraron hasta el 28 de Junio de squel año, imperando en
ellas los llamados constitucionales ó conservadores de la
Revoluoión. A aquellas Cortes de breve duración vinieron
pocos diputados reformistas de Puerto Rioo.
Estos diputados fuimos el diplomática D. José Antonio
Alvarez Peralta, el catedrático D. Joaquín María Sanromá
y yo. Todos de franca oposición al Ministerio constitucio-
nal, que tenia á BU lsdo los otros doce diputados portori
queños, eleotos en su caei totalidad por la influenoia m i -
nisterial.
Pero en aquel brevísimo período ninguna reforma u l -
tramarina se produjo. Continuó la guerra "de Cuba, con el
descontento producido por la política del ministro López
Ayala, triunfando la idea de que el problema cubano, era
una cuestión de fuerza.
En 28 de Junio de 1872 fueron disueltas las Cortes a n -
tes dichas y en 11 de Septiembre del mismo año se abrieron
las nuevas, de carácter radical, las ouales duraron hasta el
11 de Febrero de 1873, fecha de la proclamación de la Re-
públioa.
A esas Cortes también asistí yo como diputado por Saba-
na Grande, cooperando aotivamente á la obra renovado-
ra de los otros diez diputados reformistas que entonces
vinieron de la pequeña antilla. Los quince diputados puer-
torriqueños fueron los señores D. José Antonio Alvarez
Peralta, D. Luis Padial, D. Anturo Soria y Mata, D. F é -
lix Borrel, D. José Ayuso y Colina, D. José Facundo Ci-
trón, D . Joaquín María San Roma, D Manuel García
Maitin, D. Julián Blanco Sosa, D. Aníbal Alvsrez Cteorio
y D. Guillermo Tirado.
En este período tuve el honor de presidir y dirigir la
campaña parlamentaria del reformismo ultramarino. Esa
campaña fué muy viva y de positivos ó inmediatos resul-
tados.
El partido radioal triunfante en ese período, aceptó
nuestro programa (1) que asi pudo ser de excepoional valor
dentro de la política general de España.
En las Cortes de aquella feoha se trataron con bastante
frecuenoia cuestiones coloniales, dejando de ser la antes
llamada pavorosa cuestión de Cuba un problema intangible.
Fué éste un periodo parlamentario de extraordinario
movimiento y de gran transcendencia en el orden de la
política española contemporánea. Es de rigor rendir un
' públioo tributo de honor y de gratitud al Sr. D. Manuel
Buiz Zorrilla, Presidente que fué del Ministerio de 1872 á
1878 y Jefe de nuestro partido radioal.
Es poco conocido (quizá ignorado) el paso que cerca de
aquel honrado político dio en Madrid, el grupo de dipu-
tados y senadores reformistas de Puerto Rico antes de
abrirse las sesiones de Cortes. Se trataba de ñjar la acti-
tud deñnitiva del Gobierno radical respeoto de Puerto R i -
co, y la disposición y conducta de los diputados y sanado-
res puertorriqueños respeoto de aquel Gobierno.
La sesión fué larga ó imponente. Se celebró por la n o -
che en el Palaoio de la Presidencia (oalle de Alcalá), asis-
tí) Pueden consultarse los siguientes libros: «Los Diputados americanos en
las.Cortes españolas» (los Diputados de Puerto Rico en 1872-73). 1 vol. 4.°
Madrid. IS'SO.—«Bosquejo histórico ó la Isla de Puerto Rico», por Juan Gual-
terio Gómez y Antonio Sendras. 1 vol. 4 . ° Madrid, 1 8 9 1 .
2
- 18 -

tiendo á ella más de oien diputados y senadores del parti-


do radical; la presidió el Sr. Ruiz Zorrilla y yo llevé la
palabra en nombre de la representación parlamentaria an-
tillana. No be asistido en mi ya larga vida á sesión que
me produjese mayor efeoto.
No es posible entrar aquí en detalles. Mi discurso (que
pronunoié muy emocionado y temeroso de un éxito deplo-
rable para las libertades ultramarinas) fué una sinoera
expresión de agravios que creíamos tener los ultramarinos,
de los partidos liberales y democráticos de España. Creo
que fui justo y me moví dentro de los más estriotos limites
de la cortesía.
La contestación de D. Manuel Ruiz Zorrilla fué e m o -
cionante, verdaderamente admirable. Prescindiendo de
frafes sonoras y de toques retoñóos, el ilustre radical, con
voz sentida y ademán severo, reconoció la mayor parte de
nuestras quejas, explicó los retrasos de su partido y ofreció
una franoa y próxima satisfacción. Fué el discurso de un
hombre honrado y de un político sinoero y previsor. Posi-
tivamente admirable. Ese discurso determinó mi amistad
con Ruiz Zorrilla, á quien apenas yo conocía. Es lástima
que aquella sesión no se conozca.
Y sucedió que Ruiz Zorrilla y los radioales cumplie-
ron su palabra.—A poco celebré yo oon D. Cristino Mar-
tos varias conferencias particulares, de indiscutible i m -
portancia y positiva trascendencia. De ellas salió, entre
otras cosas, el proyeoto de Abolición de la esolavitud en
Puerto Rico, la extensión del Código penal peninsular á
esta isla, y la aplicación á la misma de las leyes Munici-
pal y Provinoial (de sentido autonomista) votada en
1870.
Lástima que los disoursos (verdaderos discursos) del s e -
ñor Martos no fueran pronunciados en sitio público. R i n -
do aquí tributo de gratitud y de admiración al insigne
orador.
En los últimos meses del año 1870, la ouestión de U l -
— 19 —

tramar fué una de las más tratadas en nuestro esoenario


político, dentro y fuera del Parlamento. Tal vez podría
decir que lo mis tratado. Sjbre todo desde que el partido
radical hizo suyo el programa de los reformistas puerto-
rriqueños. El papel y la acción de los diputados y sena-
dores de la pequeña Antilla, en este periodo, fué de un re-
lieve excepcional. Su campaña no ha sido superada por
ninguna otra en la Historia polítioa contemporánea de
España.
Luego vino la renuncia qne hizo de la Corona el Rey
don Amadeo y la caída del partido radical que muchos
atribuyeron principalmente á las reformas de Puerto Rico
y á la disoluoión del Cuerpo de Artillería.
Por la renuncia del Rey se oonstituyó (en 11 de Febrero
•de 1873) la Asamblea Nacional (formada por el Senado y
«1 Congreso de los Diputados de 1872); y el 11 de Febrero de
1873 se votó la Repúblioa. La Asamblea duró desde esta
fecha al 24 de Abril de 1873.
E B ella ee presentaron, discutieron y aprobaron varios
proyeotos relativos á Ultramar, pero las circunstancias
apremiantes y gravísimas, no permitieron labores consi-
derables, á pesar del gran espíritu de aquella viril Asam-
blea, que duró solo dos meses Da ella, sin embargo, salió
aprobada definitivamente la Lsy de la abolioión, cuyo pro-
yecto ee presentó en 23 de Dioiembre de 1872; fué votado
j>or aclamación, después de largo y recio debate, en 22 de
Marzo de 1873, y apareció en la iGaoeta de Madrid» en 26
de Marzo de 1873.
En 1.° de Junio de 1873 se reunieron las Cortes Cons-
tituyentes de la República, que fueron di&ueltae en 8 de
Enero de 1874 En aquellas Coites (á las onales concurrie-
ron los diputados reformistas de Puerto Rioo, y yo entre
«ello») se habló con el mejor deseo de todo el problema c o -
lonial español.
Los diputados reformistas que á aquella Cámara c o n s -
tituyente (Cámara única) vinieron, fueron quince. De ellos
— 20 —

dos cubanos, uno filipino, tres peninsulares y el resto por—


toriqueños (1).
Esos diputados fueron: D. Joeé de Celis y Aguilera, dom
José Antonio Alvarez Peralta, D. Luis Padial y Vizoarron-
do, D. Manuel Regidor y Jura do, D. Nemesio de la Torre
Mendieta, D. Manuel Corchado Juarbe. D José Marcial
Quiñones, D. Rafael Maria de Labra, D. José Ayso y C o l i -
nas, D. Jopé Cacundo Cintren, D. Joaquín María Sanro-
má, D. Manuel García Maitío, D. Julián Blanco y Sosa,.
D. Joeé Ramón Bethancourt y D. Wenceslao Luga y Vina.
Buena parte de ellos habían votado en las Cortes ante-
riores (el 11 de Febrero de 1873) la Repúblioa, y como re-
publicanos aparecen todos en las Cortes republicanas de
1813-14, si bien manteniendo siempre el Programa del
partido local respeoto de los problemas puramente i n s u l a -
res, y reconociendo el derecho que los individuos del m i -
mo, peninsulares é insulares, tenían pera afiliarse en pun -
to á polifioa general en los partidos peninsulares que mejor
les pareciesen. Este reconocimiento tenía positivo alcanoe
y produjo efectos consideraba en las Cortes posteriores á
partir de 1879.
La oampaña de 1873-74 fué brillante. El éxito extraordi-
nario.
Produce honda pena el recuerdo un tanto detallado dé-
lo sucedido en aquella fecha al lado del olvido casi abso-
luto de buena parte de las victorias que la causa de Espa-
ña y el interés de la libertad entonces consiguieron—&
vueltas de no pocos desaciertos y fracasoB. No digo nada
de la tremenda pasión con que todavía gentes razonables
consideran aquel ensayo republicano, cuyos defeotos y c u -
yos pecados no constituyen una exoepoión en la historia
política de todo el Mundo contemporáneo.
Yo puedo hablar oon toda libertad del asunto, porque
en el periodo de que se trata me [atreví como pocos á seña-

(1) Sobre estos particulares publiqué en 1890 un extenso folleto con el tí-
tulo de «La República y las Libertados de Ultramar».
— 21 —

l a r esos pecados y á aconsejar el remedio. Tampooo me eran


desconocidos los pecados del 20 al 23 y de la instauración
del régimen constitucional desde el 34 al 38.
¡Pero cómo olvidar lo que la Repúblioa e?pañola hizo en
relación con el problema colonial y con la esclavitud de los
negros; en punto á nuestras regañones con la Repúblioa
norteamericana y los Gobiernos <ie la América latina y
respecto del importantísimo partioular de nuestro orden
internacional 1 \Y cómo presoindir de la situación compro-
metidísima que dejó la Monarquía y del hecho imponente
de que desde los primeros días de la instauración de la Re-
pública, el Gobierno de ésta tuvo que luchar al mismo
tiempo oon la guerra oivil carlista en la Península, la insu-
rrección separatista en Cuba, la sublevación cantonal en el
•Levante peninsular, el conflioto internacional producido
por la oaptura del Virginius y la protesta del Cuerpo de
Artillería y la conspiración alfonsinal
No ha habido periodo más oritioo en la Historia con-
temporánea de España.
En el curso del año 1873 se verificaron los hechos s i -
guientes: la abolición de la esclavitud en Puerto Rioo; el
establecimiento de Sociedades abolicionistas en esta isla y
e n Cuba; la revisión del Censo de esclavos cubanos por
cuya virtud recobraron la libertad algunos millares de ne-
gros, falsamente empadronados oomo siervos; la exten-
sión á Puerto Bico del título 1.° de la Constitución de -
moorátioa de 1869; la supresión de las facultades o m n í -
modas de los capitanes generales de Ultramar; la s u -
presión de la confiscación de bienes á loa procesados de
Cuba por conspiración; la amnistía política para Puerto
Rico; la devolución de bienes embargados á procesados po-
líticos de Cuba; el planteamiento en Puerto Rico de las
leyes munioipal y provincial de 1870, modificadas en s e n -
tido deseentralizador; la instauración del sufragio u n i -
versal en la pequeña Antilla; el reglamento para la orga-
nización judicial y notarial de Ultramar; el proyecto de
— 22 —

ley para extender á Cuba el título 1.° de la Constitución?


de 1869; el conflicto internacional entre los Gobiernos d6-
Sspaña y los Estados Unidos por el apresamiento del b u -
que americano Virginius y la soluoióa sati°faotoria de este
conflicto; el oontenimiento de las disposiciones de los G o -
biernos latino-amerioanos á reoonooer á los insurrectos
cubanos; la ratificación del armisticio de la guerra l l a m a -
da del Paoifico de España con las Repúblicas ooaligadas
de Peiú, Chile, Eouador y Bolivia, guerra comenzada en
1865 y suspendida en 1871, para terminar con los tratados
de paz y reconciliación de 1879, 83 y 85; y en fin, la visita,
del Ministro de Ultramar á las islas de Cuba y Puerto
Rioo, para estudiar la situación de estos países y preparar
reformas urgentes.
En aquella hermosa oampaña se distinguieron el Minis-
tro de E<tado Sr. Carbijal y los Ministro i de Ultramar s e -
ñores. Sorní, Gil y Borges, Palanca, Suner y Capíevila y
Soler y Pía, á quien sorprendió la caída de la Repúblioa, á¡~
prinoipios de 1874, á poco de haber desembarcado en la
Habana.
En todo aquel movimiento espansivo tomaron parte m u y
activa y directa, de una parte, los diputados reformistas
portorriqueños, manteniendo su oriterio de 1872 y exten-
diendo sus instancias y reolamaoiones á Cuba, y de otro
lado, la Sociedad abolicionista española, que fundad!
en 1865 aoentuó su oampaña y logró sus grandes éxitos
desde 1871 á 74 hasta que, en 7 de Ootulire de 1888, ter-
minó la servidumbre negra por la abolioión del Patronato,
El golpe de Estado del 3 de Enero de 1874 trascendió á-
Ultramar y señaladamente á Puerto Rico, cuyo Capitán.
General y Gobernador Superior (el excelente y liberal don
Rafael Primo de Rivera) fué separado inmediatamente. A l
mismo tiempo ee diotaron en Madrid varios decretos dejan-
do en Buspenso la mayor parte de las instituciones creadas
en los años 72 y 73.
No pudo presoindirse de la abolioión de la esclavitud. Y"
— 23 —

tampoco ee llegó á derogar definitivamente la legislación,


obra de la» Cortes últimas, como lo refarense á los órdenes
municipal y provinoial y dereoho de Sifragio.
De esta suerte, en rigor, la legalidad de Puerto .Rico (y
aun de Cuba) era la vigente al finalizar el año 1&73, aun
cuando buena parte de sus efectos estuvieran en suspec so
y modificados provisionalmente por decretos gubernati-
V !S.
Tiene este partioular muoln importancia, por ouanto
esa legalidad expansiva y más ó menos aparente sirvió para
que fuese invocada por el Capitán General, D. Arsenio
Martínez de Campos, para recabar la pacificación de Cuba
en los años 78 y 79. A esto respondió el Convenio del Zm-
jón, formado por el dicho Capitán General de Cuba y los
insurrectos cubanos en 18 de Febrero de 1878.
Conviene recordar el texto del articulo 1.° del Convenio
del Tanjón que dice á la letra «Concesión á la isla de
Cuba, de las mismas condiciones políticas, orgánicas y
administrativas de que disfruta la isla de Puerto Rico.»
Esto era por lo menos lo que en Puerto Rico dejara i n s -
taurado la R3públioa y lo que redamaron los insurrectos
para dejar las armas, en la inteligencia de que no se había
derogado el título 1.° de la Constitución del 69, llevado
cinoo años antes á la pequeña Antilla.
. Por desgracia, el Pacto de Zinjón no se cumplió como
procedía ó ideó el señor general Martínez Campos; pero
importa reoordarlo para referirlo al sentido de mi disour-
so de 1871, en el cual combatí abiertamente al error de
considerar la cuestión de Cuba como un mero problema
de fuerza. El Convenio del Zinjón es un argumento de
primer orden. En otro sentido lo fué luego el Tratado de
París de 1898.
La torpeza y ceguedad del Gobierno español produjeron
el hecho de que, á pesar de lo paotado en el Zmjón luege
(24 de Mayo de 1878) se reformó totalmente la L<*y m u n i -
cipal y provincial de Puerto Rico en sentido fuertemente
oentralizador y manifiestamente isaocionario. Y el sufra-
gio universal fué sustituido en 28 de Diciembre de 1878
por un censo electoral, de privilegio manifiesto y hasta ra-
oonooido pnr el mismo Gobierno de la Metrópoli para loa
elementos peninsulares y conservadores de las colonias.
La abolioión de la esclavitud subsistió en Puerto R eo
:

con un éxito superior á todo lo conocido en la materia


hasta aquella fecha; pero esto no se tuvo en cuenta para
Cuba, donde despuéa de la venida da los Diputados cuba-
nos á las Cortes españolas, en 1879, se llegó a la ley de 13
da Febrero de 1830 y los Reales decretos de 2 da Dioiemb'e
de 1881 y 27 de Noviembre de 1883.
En realidad, el Convenio del Zanjón EÓIO produjo el
efeoto inmediato de la annistía á los insurrectos cubanos
y el llamamiento de los Diputados de Cuba á las Cortes
españolas para cumplimentar el artíoulo de nuestra Cons-
titución política de 1876.
Cierto es que a partir de 1881 mejoró la situación poli -
tica y eoonómioa de nuestras Antillas; mas pronto va-
riaron las cosas, y surgió de nuevo la insurrección de
Cuba.
Después volvió á predominar el error de la violenoia. A
toda hora nuestros conservadores hablaron de la conve-
niencia de reducir los empeños de España en Ultramar á
tgastar en Cuba el último hombre y la última peseta»...
Y asi llegamos al desastre de 1898 y al vergonzoso tratado
de París,
Pero eato quedará para estudiado particularmente, 003a
que pienso hacer cuando publique el último discurso que
he hecho en nuestro Parlamento como representante par-
lamentario de Cuba: mi disourso del Senado de 1896.
Por el momento, y para el fin especial de estas líneas,
debo advertir que en todo el período posterior a mi modes -
to esfuerzo de 1871, hasta llegar á 1874, la Cuestión coló •
nial dejó de ser una cuestión pavorosa, excluida por m o -
tivos de patriotismo d é l a deliberación de nuestras Cor-
— 25 —

«¿68,7 pata ouya resolución tenia que presoindirse absolu-


tamente del criterio particular y de doctrina de loa diferen-
tes partidos politioos de la Metrópoli.
Me ufano de haber contribuido algo con mi palabra en
el Parlamento y con mis numerosos y modestos folletos y
discursos fuera de las Cortes, á la reotifioaoion (por des-
gracia muy limitada) de aquel error, aprovechado por la
reacoión, y motivo considerable de mucha parte de nues-
tros fraoasos coloniales en todo el curso del siglo X I X .
Dentro del Parlamento aotuó, á partir de 1879, f ortale -
«ido exoepoionalmente, primero por el éxito, por todos con.
ceptos extraordinario que habían tenido en la Isla de
Puerto Rico las reformas que dtfandí (con otros dignos
compañeros) en el Congreso de Diputados, desde 1871 á
fines de 1873, y segundo, por el hecho de haber sido electo
diputado por Cuba tan pronto como, en 1879, Cuba reco-
bró la representación parlamentaria de que había sido des-
poseída con tanta injusticia como torpeza en 18Z6
Mi tierra natal respondió con una bondad insuperable á
los pequeños pero constantes esfuerzos que en defensa de
sus dereohos y sus intereses había yo hecho desde que h a -
cia 1865 entré más ó menos en la vida públioa española.
Desde 1879 hasta 1898 he sido constantemente represen-
tante parlamentario de Cuba y Puerto Rico; de los electo-
res antillanos, de las Sociedades económicas, de la Univer-
sidad y de los Centros docentes de ambas islas. Con fre-
cuencia he tenido que optar, después de eleoto, entre la re-
presentación de Puerto Rico y la de Cuba; otras veces e n -
tre aquella representación en el Congreso y la misma en el
Senado.
Cito todo esto para evidenciar la autoridad que esa cons-
tante y calurosa adhesión ultramarina dio á mis insisten-
tes gestiones y reclamaciones políticas oerca del Gobierno
español.
Tal vez no esté de más añadir que ouando por la i n v e -
rosímil y nunca bastante lamentada pérdida de nuestras
— 26 —

Antillas, éstas se quedaron sin representación en nuestro»


Parlamento yo volví a él, en 1900, ratificando públicamen-
te todos mis compromisos y mis antecedentes. Fui entonoes
eleoto eenador de las Sooiedades Económioas de Amigos
del Pais de Castilla, León, Galicia y Asturias; es deoir, de-
las oomaroas españolas más afectadas directamente, enton-
oes y ahora por la vida americana. Y océ atesé que mi elec-
ción repetida desde 1900 á esta parte seis veces y sin i n t e -
rrupción, ha sido por unanimidad de votos y que las Socie-
dades Económioas que ahora represento en el Senado están
constituidas por hombres de toda clase de opiniones polí-
ticas, económicas, científicas y sooiales.
Además, esta fortificación moral debe relacionarse con
otra de valor extraordinario, aun cuando pooo concoido en
nuestra Pecinsula. Dísde 1934 á esta parte yo he tenido e l
honor de ser eleoto representante en España por la mayoría,,
la casi totalidad de los principales Centros ó Casinos espa -
ñoles de América: por ejemplo, el Casino Español y el
Centro Asturiano de la Habana, la Federaoión de los C e n -
tros españoles de la Isla de Cuba, el Centro español de P a -
namá, la Sooiedad patriótica española de Buenos Aires, e l
Centro español de Siníiago de Chile, al Csntro Asturiano
de Ta napa, eto.
Y tampoco debo ni puedo ooultar que con estas d e m o s -
traciones han coincidido otras singularísimas de oaráoter
emocionante de los Ayuntamientos y los altos Cuerpos p o -
litioos y sooiales déla República de Cuba, y particularmen-
te de las oiudades de Santiago de Cuba y la Habana, que
saban perfectamente mi filiaoión política, por toda oíase de
motivos, profundamente española. La cultura y la nobleza
de mis paisanos de la grande Antilla (blancos y negros),,
constituye uno de los grandes oónsuelos que yo he tenida
en mi larga vida, llena de más disgustos y contrariedades,
de los que sospecha la oasi totalidad de la gente.
III

En mi campaña parlamentaria y extraparlamentaria de


1879 á 1900 acentué dos notas: la abolicionista oon re-
ferencia à Cuba, y la autonomista en el orden colonial s o -
bre la base de la identidad de los derechos políticos y civi-
les de españoles y antillanos de toda clase y color y de la
representación parlamentaria de las Antillas en el Parla-
mento español.
Para lo primero me daba una fuerza extraordinaria el
éxito insuperable de la abolición de la esolavitud en la ad-
mirable isla de Puerto Rico. Lo conseguido después en
Cuba ha rivalizado oon igaal éxito, y constituye un honor
para España y uno de los mayores prestigios de los blan-
cos y los negros de la grande Ántilla. La Humanidad y la
Civilización pueden señalar á Cuba y Puerto Rioo contem-
poráneas como servidores excepcionales del Progreso y de
la Libertad. (1)
Lo de la autonomía merece muy particular atenoión.
Ya he dicho que el programa del partido reformista
puertorriqueño, desde 1870 á 74 (durante el primer perío-
do de mi campaña parlamentaria colonial), no llegó á la
fórmula concreta de la Autonomía. Proolamaba sólo una
radioal descentralización administrativa. Cosa parecida
sucedía al partido liberal cubano, que después de algunas
vioisitudes (2) pudo constituirse en 1881-82. Pero pronto

(1) Véase mi folleto sobre la «Sociedad abolicionista española». (Su fun-


dación, sus períodos históricos, sus hombres, sus éxitos).—1 vol. 4.° Madrid,
1908.
(2) Sobre esto puede leerse mi libro titulado «La República espaîola y las
Libertades de Ultramar. 1 yol. 4 . Madrid.
a
— 28 -

las mismas resistencias, los olvidos, las distraooiones, los


miedos y las oontradiooiones de nuestros gobiernos y de
nuestros po'itioos (muobos de los cuales eran autonomis-
tas, pero no se atrevían á deciilo) oalorizaron y empujaron
á les antillanos liberales ó reformistas en el sentido de la
Autonomía colonial, cuya fórmula precisa me determiné
á exponer y mantener en medio del asombro de no poca
gente en una sesión solemne de nuestro Congreso de los
Diputados.
Esa sesión fué la del 7 de Julio de 1891. (1)
En ella se dio el oaeo, punto menos que extraordinario
para casi todo el auditorio y os si toda nuestra prensa pe-
ninsular, de que don Antonio Cánovas del Castillo, Presi-
dente del Consejo de Ministros, me contestara declarándo-
se en principio punto menos que de aouerdo con mi djotri-
na cien tinca. El Jefe del partido oonservador me oponía el
argumento de la realidad; es deoir, de la situación politioa
y social de nuestras Antillas, en el momento de nuestro
debate. Lástima que hombre de tanta altura no hubiera
podido dominar aquellas impurezas realistasl
Pero el efecto de las declaraciones parlamentarias de don
Antonio Cánovas del Castillo fué grande entre sus correli-
gionarios. Muobos de ellos, aún más que los liberales,
ya no ocultaron sus simpatías autonomistas, aunque b a s -
cando exousas y aplazamientos en el hecho de la guerra de
Cuba. A pesar de esas simpatías la generalidad cayó en el
error de su mismo Jefe de reduoir, por lo pronto, la cues-
tión á una cuestión de fuerza, á pesar de las nobles, alaras y
elocuentísimas cartas del Sr. General Martínez Campos,
en defensa del Convenio del Zinjón.
Y la realidad se impuso, pero no oomo viera D. Antonio
Cánovas del Castillo. Se impuso expulsando á España del

(1) Véase-. R. M. <U Labra. La Autonomia Cclonial en España.


(Discursos parlamentarios) 1 voi. 8.' Madrid 1392.
— 29 —

mar de las Antillas y obligándonos á ñrmar el Tratado de


París de 1898.
Desde eBta última fecha (que reouerdo con profundo do-
lor) hasta 1900, permaneoi fuera del Parlamento español.
Quebrantado el cuerpo y enferma el alma, así que pude
reponerme algo volví á la campaña que había iniciado
treinta años antes. Entonces publiqué u n folleto que se ti-
tula «El pesimismo de última hora>, diciendo ¡Surtum cor-
dal y protestando contra la oobardia imperante y la anti -
patriótioa idea del abandono ó cesión de Fernando Póo y
nuestras colonias de Guinea. Con igual decisión, á pesar de
mi aterradora soledad, combatí la propaganda melancólica
y deprimente en favor de la reducción de la atropellada
España á cultivar solo su prop'o huerto y á lo sumo su modes-
to jardín como entonces se decía.
Yo, en aquella negra y desastrosa tempestad, no había
visto desaparecer la estrella de Espina.
Luego, cuando en 1900 me vinieron á buscar á mi retiro
amigos queridísimos de León pera hacer la presentación de
mi oandidatura á la senaduría, no titubeé en afirmar que
el empeño oolonizador iniciado en España y América en
los siglos X V y X V I no había terminado, por el mero h e -
oho del abatimiento de la bandera española del Morro de
la Habana.
Aquel empeño tenía una segunda parte perfectamente
realizable en el siglo X X , que corre; partiendo siempre del
supuesto de la independencia y de la soberanía de Cuba,
que era absolutamente necesario reoonocer con toda fran-
queza y con toda sinceridad.
Y desde entonoes éste ha sido uno de los intereses capí -
tales de mi vida pública en el ourso de los últimos quinoe
año».
Fundamentan mi tesis y justiñoan mis perseverantes
trabajos de ahora varias oonsideraoioneB entre las que des-
tacan las referentes al espíritu y sentido de nuestra verdade-
ra tradición oolonial; la posioión internecional actual de
- 3<1 —

España; la situaoión geográfica de ésta; sus condiciones


eoonómioas y el heoho de vivir arraigados en Amérioa s o -
bre ouatro millones de españoles.
Este criterio lo expase franca y detalladamente al rea-
nudar mis tareas en el Senado el 17 de Junio de 1901
«frente al desaliento, y al pesimismo de grandes masas de
la sociedad española». Entonces, sobreponiéndome á todas
las cuestiones de nuestra política interior y á las preocupa-
ciones y diferencias de nuestros partidos políticos, dije «que
era de absoluta necesidad y suma urgencia una vigorosa,
consoiente y bien ordenada Política internacional que se
nos imponía por toda clase de razones, si no queríamos que
Efpaña fuera un cuerpo muerto en vez de una naoión inde-
pendiente y digna de este nombre...! Y añadí «que para
esto era necesario restableoer la tranquilidad de los espíri-
tus y unirlos en una dirección superior, fortificar nues-
tros medios de vida, renunciar á la looura de constituir
una excepoión en el mundo contemporáneo, aprovechar
la terrible experienoia de eBtoB últimos años, tratar de v i -
vir en el oonoierto de los pueblos cultos y como factor de
su o incierto politioo, resistir el pesimismo, no exagerar la
modestia de nuestros recursos y comprender bien lo que
implioa la Personalidad nacional en el oiroulo de las nacio-
nes soberanas de nuestro tiempo».
Lu go, disoutiendo en el mismo Senado (sesiones del 2
c

y 3 de Diciembre de 1903) los Presupuestos de nuestro


Ministerio de Estado, acentué las afirmaciones antes d i -
chas oon aplicaciones praoticas á nuestra Política exterior
considerada como un inte-éi capital de la España contem-
poránea. Por lo mismo que los compromisos de ésta h a -
bían aumentado por efeoto del desastre de 1898 y porque
era absolutamente inexcusable aproveohar la terrible lee -
oión de esta última fecha oon más sentido y vista de los
que habíamos tenido después de la pérlida del Continente
latino-amerioano al terminar el primer cuarto del s i -
glo X I X .
- 31 —

Desde este momento me dediqué dentro y fuera de las


«Cortes á defender LA. ORIENTACIÓN INTERNACIONAL
AMERICANA de la Politiaa exterior española señalando
«orno uno de los supuestos de la misma la INTIMIDAD
IBERO AMERICANA. A ambos temas están dedíoados
dos libros que publiqué en 1 9 1 0 y 1 9 1 2 . así oomo algunas
conferencias públicas que di en el Ateneo de Madrid y va-
n o s discursos pronunciados en los salones de La Unión
Ibero Amerioana, de Madrid, y la Casa de América, de
Basoelona ( 1 ) .
En el mismo sentido me expliqué al ingresar en nues-
tra Academia de Ciencias Morales y Políticas, donde en 1 9
de Mayo de 1 9 1 2 leí nn discurso sobre «L*Í Personalidad
Internacional de España». En aqueUa sesión expliqué con
toda franqueza el motivo que me habla determinado á
aceptar el nombramiento con que me había favorecido la
•dootá Aoademia, cuyos prestigios y ouyos medios yo quería
aproveohar para mis campañas propagandistas en favor
del aoeroamiento de portugueses, americanos y españoles.
^Respetando mucho el esfuerzo de todas nuestras Academias
oficiales, nuroa pretendí formar parte de ella, ni hubiera
entrado en ninguna sino para los efeotos ungulares que
m u y agradecido y animado ma atreví á recomennar espe-
cíficamente á la Aoademia de Cienoias Morales y Politioas,
de tradición muy simpátioa, y donde existen bastantes
personas excelentemente capacitadas para dar realce y efi-
•oaoia á mis modestas reooméndaoioneB ( 2 ) .
En el curso del último quinquenio he dedioado casi toda
m i aotividad intelectual y politiaa á la doble oampaña de
la Eduoación nacional española y á, la exteriorizaron de

(1) Los libros señalados se titulan: «Orientación Internacional do España»,


3 vol. 4.° menor, Madrid, 1910.—«La Orientación Internacional Americana de
España», 1 vol. 8.° menor, Madrid, 1911. Y adornas, «El programa de la lutu-
•ra campaña hispano americana», 1 MI. 8.°, Madrid, 1911.
(2) Véase mi discurso «La Personalidad Internacional de España». 1 folla-
¡ío, Madril, 1915.
— 32 -

España en la direroión iberoamericana. Mi atención se


acentuó por oirounstanoias especiales, que me obligaron á
apartarme mucho de la polítioa que en España se llama
palpitante y que constituye el interés casi exclusivo de
nuestros desorganizados partidos políticos.
Claro está que yo mantuve y mantengo la integridad de
mi representación polítioa histórica y con ella mi carácter
de republicano demócrata y liberal, sin atenuantes ni de-
bilidades, pero fuera de todo grupo y poniendo por encima
de todo la necesidad de que España exista; es decir, que sea
una Naoión dentro del oíroulo de los Pueblos libres, cons-
cientes y activos del Mundo contemporáneo.
Precisamente en los mismos días en que escribo estas
lineas he desarrollado este tema ante el Ateneo de Madrid,
pronunciando como Presidente de esta prestigiosa é influ-
yente Asociación, el discurso inaugural del Curso Acadé-
mico de 1 9 1 5 - 1 6 .
La materia de mi disourso (muy extecso y detallado) ha
sido el Probltma Hispano Americano, considerado en sí
mismo, en loa procedimientos para su definitivo plantea-
miento y su positiva resolución—y en las circunstan-
cias especiales de Europa y América, que dan á la solu-
ción de este asunto el carácter de urgencia, proporcionan-
do medios excepcionales que es indispensable aprove-
char.
Con tal motivo he afirmado: l . , que el Problema h i s -
e

pano- amerioano no es sencillo ni de tramitación ligera y


rápida; y 2.°, que tampoco es un asunto exclusivo de
cnancillería, comerciantes, pedagogos ó literatos, sino que
pide el ooncurso de todos los elementos direotores de las
Sociedades americana y española. Por eso la tribuna del
Ateneo de Madrid vale para este empeño tanto como la
tribuna de nuestras Cortes.
Sin jactancia debo felicitarme del eco qué há teñidoeste
Disourfco dentro y fuera del Atfneo madrileño. Porque la
verdad es que aqui es muy general el supuesto de que oon
— 33 -

el Tratado de París de 1898, España ha terminado su ac-


ción en América.
Hay que combatir resueltamente tal supuesto que nos
empequeñece y desprestigia. Y que choca con la realidad
palpable.
Y hay que pensar en que el gran recurso de las empre-
sas altas y salvadoras es la Opinión pública, eolioitada por
una propaganda vigorosa, preoisa, sistemática y perseve-
rante.
Con tal motivo, yo tengo que recordar algunas afirma-
ciones de mi campaña ultramarina.
En 1879 dije, en mi folleto sobre La Cuestión colonial es •
panela (Cuba, Puerto Rico, Filipinas) que esolo por la liber-
tad podía España asegurar su imperio allende los maree,
y que si por desgracia este empeño no pudiera realizarse
(cor tra lo que yo oreía) sino á costa de la Libertad y del
Derecho, Esps ña debía renunciar para siempre á sus Co-
lonias de Asia y Arr erica de 1810 á 1825.»
En 1870 (en mi folleto sobre la Pérdida de las Américas)
Eostuve y demostré ique no era cierto, no, que la Liber-
tad hubiera hecho perder á España sus Colonias de A m é -
rica».
A los cuarenta años de dicho y sostenido ésto, he Afir-
mado en Madrid, interviniendo, poco hace, en la Fiesta de
la Baza, que España, al salir de las Antillas, ha dejado dos
hechos de excepcional importancia y de oompleta é irre-
ductible notoriedad en todo el Mundo; cheohos cuya consi-
deración, robustecida por muohos motivos en estos orítioos
momentos, debe fortificar nuestro espíritu y comprome-
ternos fuertemente á reanudar una buena parte de las tra-
dicionales exteriorizaciones de España.»
Esos dos heohos son el éxito felioisimo (y tal vez sin
igual, en su grado y circunstancias) de la Abolioión de la
Esclavitud en Puerto Riop y Cuba y el no menos emocio-
nante y edificante de la gran intimidad entre españoles,
cubanos y puertorriqueños, sostenida y ampliada en tér-
3 '
— 34 -

minos incomparables, á los quince años de terminada


nuestra última guerra colonial. (1).
Lo primero (es deoir, el resultado extraordinario y hasta
sorprendente de la supresión de la esclavitud en las dos
Antillas, desde 1883 á 1884,en plena guerra oolonial y den-
tro de uno de los periodos mas críticos de la política
intf rior de la Península) sale de los limites y de los tocos
de cuantos hechos análogos se han produoido en colonias
europeas y paises amerioanos.
Ese éxito deja atrás al de la abolición ejemplar que tuvo
9fecto en la antigua isla. Antigua; artilla inglesa, que
siempre se presenta como ejemplar. No digo nada de la
triste experiencia de Jamaica y de las agitaoiones y turbu-
lencias de Santo Domingo, Martinica y Guadalupe. Menos
hay que hablar de lo que pasó en los Estados Unidos de
Norte América en 1860.
En Puerto Rico y en Cuba no ha suoedido nada de eso,
á pesar de las siniestras predicciones que yo me atreví
á combatir, en términos calurosos y quizá desacostum -
brados, en mi folleto titulado «L* Brutalidad de los n e -
gros» (2).
En ambas Antillas españoles todo pasóá maravilla. Los
rrgros no se entregaron á la holganza ni pretendieron
matar á los blancos. La producción oolonial se perturbó
poco, muy peco, á pesar de la guerra civil de Cuba. Y es
verdaderamente admirable el progreso oultural y econó-
mico de la raza de oolor en las dos islas menoionsdas den-
tro del primer decenio del siglo X X . Los negros disfrutan
en esas islas de los mismos dereohos civiles y políticos que
los blancos. En Cuba los negros tienen puestos en las Cá-
maras políticas y en los Ayuntamientos. Son oradores y
escritores renombrados. Alguno ha presidido el Senado.
En toda la grande Antilla se han constituido numerosos

(1) Yéase el abultado folleto publicado ea estos d'm por la Unión Ibero
Americana de Madrid con el titulo -La Fiesta de la raza».
(!) 1 loll. 8." Madrid 1880.
- 85 —

Centros y Corporaciones de la Raza, relacionados entre PÍ


y en perfecta armonía con los Centros cubanos y españoles
qne son nn gran ejemplo... Y a la cultura y elevsoión de
la raza antes oprimida y humillada han contribuido con
una buena voluntad insuperable los antillanos blancos y
los españoles que en aquellos países aparecen identificados
con el progreso moral y material de las antiguas Colonias
liispanas (1).
Por esto se puede nfirmsr que el éxito insuperable de la
abolic'ón de la esclavitud en Puerto Rico y en Cuba es
una obra de la Madre E paña secundada de modo incom -
a

parable por los negros y los blancos de aquellas dos h<>T


mosas Antillas. Es un heoho todavía más completo que el
de la abolioión de la esclavitud de los indios, que b a s t ó l a
para inmortalizar á las Cortes de Cádiz de 1812.
Del otro hecho, á que aludo antes (el referente al r e -
ciente acercareit nto y la fortificante intimidad de españ -'es

(1) En los momentos en que trazo estas lineas llega á mis manos un nú-
mero considerable de periódicos de toda clase, color y opiniones de la Habaoa,
dando detalla 'a cuenti de la gran solomni lad que se verificó en aquollu ciudad
•en la mañana del dia \ l de Diciembre de 1913, para cambiar el título do la
antigua, larga y céntrica calle dol Águila p r el título de calle de «Rafael
M. de Labra».
Presidieron la sol mni¡al el Sr. General Freiré Andrade, Alcalde de la
Habana; el Ministro de España en Cuba, Sr. Mariategui; el Presidente de
.aquella República, «presentado por el secretirio general del Gobierno, doi
Rafael Montón), y los señores Ministros de II cienda, Instrucción pública y
Negocios extranjeros.
Fueron los promotores de esta hermosa Fiesta los «principales represen-
tantas de la Raza de color», cuya voz llevó, de molo admirable, en aquel acto
su compañero, el elocuente ora lor y diputado D Juan Gualberto Gómez. En
nombre del Ayuntamiento habló magistralmente el Sr. General Freiré Andra-
de. La lápida en que figuraba el nuevo nombre de la calle apareció adornada
por las dos banderas de Cuba y España.
Fué la solemnidad ana gran fiesta abolicionista y de intimidad hispano-
americana, saludada por la prensa de Madrid con entusiastas aplausos.
Claro está que mi humilde nombre en la gran fiesta habanera sólo tiene un
valor representativo, nada personal. Lo reconozco y lo proclamo, sin modestia
•de ninguna clase.
— 36 —

y americanos en todo el Mundo trasatlántico) no puedo d e -


cir ahora lo necesario para que el lector se dé regular cuenta
de la sustancia, la gravedad y la trascendencia del fenó -
meno. Como ya he dioho, á este particular vengo dedicando
la mayor parte de mi actividad en el orden de mi aotual
vida pública.
A cualquiera de mis numerosos trabajos me refiero, a d -
virtiendo que en ellos me preocupo principalmente de c o n -
signar datos y referir heohos preoisos é indubitables, po-
niendo su narración y desoripoión por oima de observa-
ciones más ó menos especulativas ( 1 ) .
Sin embargo, í é i m e licito deoir aquí, bien que de p a -
sada que el movimiento americanista en España á partir
de 1 9 1 0 ha tomado un desarrollo extraordinario, revis •
tiendo un cierto oarácter popular. Y que es evidente que
allá en América se ha notificado de un modo emocionan-
te la desconsideración que pesaba sobre la vieja Madre Pa-
tria por efecto de las pasiones de las guerras coloniales y
de la propaganda que en nuestro daño hicieron por espa-
oio de muchos eños no pocos oríticos extranjeros, ouya
paroialidad y cuyas exageraciones ya están reconocidas y
declaradas en bastantes libros escritos recientemente en
las dos Amérioas, Inglaterra, Alemania y Francia.
Buenas pruebas de ese afortunado cambio de ideas y
sentimientos ofrecen los grandes periódicos de la Amérioa '
latina y las descripciones que en ellos se haoen de reoien-

(1) A pirtir singularmente de mis Discursos parlamentarios del Senado d e '


l»lü sobre «Orientación internacional de España» y sobre «Orientación a»o-
ricana de España». Estos discursos, con abundantes notas, se han publicado en
Madrid, en dos volúmenes en octavo mayor en 1911 y 1912.
En el Apéndice do mi Discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Mo^
rales y Políticas de España (1913) aparece la nota detallada de la mayor parte
de mis libros y folletos sobre el «acercamiento de españoles, portugueses y
americanos».
; Cn ejemplar de este Discurso, sobre la «Personalidad internacional d e '
España», está á disposición de quien lo pida. 1
- 37 -

íísimas solemnidades que en las principales poblaoiones


trasatlánticas se han oelebrado en el trascurso de los últi -
mos cinoo años para celebrar heohos salientes de la inda -
pendencia y soberanía de aquellas jóvenes Repúblicas.
Solemnidades, conmemoraciones y ñestas en las ouales con
general aplauso han tomado parte, en primer término, los
españoles residentes y arraigados en el mundo hispano-
americano. Y en todas partes, los mismos Gobiernos espa-
ñoles han estado ofioial y acentuadamente representados en
aquellas conmemoraciones. Este heaho tiene más signifi-
cación en la última colonia que España tuvo; en Cuba.
En Cuba, donde la inmigración española desde 190O
á esta parte ha excedido extraordinariamente á la emi-
gración peninsular de los tiempos coloniales y donde las
leyes permiten que un español sin perder su naciona-
lidad forme parte de Ayuntamientos cubanos. Gracias á
l a concordia que reina entre todos los miembros de aquel
paie, es dable la organización y el funcionamiento verda -
-deramente original y excepcional de los Centros españoles
de cultura, recreo, beneficencia y sanidad que cuentan con
un número extraordinario de sooios activos y entusiastas
como loe 36.000 que constituyen el Centro Gallego de la
Habana, los 32.000 que forman el Centro Asturiano y los
millares que nutren las listas del Centro de Dependientes
y otros círculos regionales de aparienoia más ó menos
modesta.
Pensando en todo esto he podido decir pooos días ha, en
el Ateneo madrileño, al inaugurar como Presidente el Cur-
so académico de 1915-16, ante un gran auditorio, y en
medio de unánimes y ruidosos aplausos (lo menoiono
contra mi notoria costumbre, para dar prueba de laaoep-
tsoión general que tuvieron mis recomendaciones) lo si-
guiente:
«Yo he dioho muohas veaes que sin Amérioa no se c o m -
prende á España. Ahora repito que quizá la empresa del
«descubrimiento y colonización de América es lo que,
38 —

h,y por hoy, nos da más oaráoter en el oonoierto mun*-


dial.
«Pues esto se debe relacionar con la cooperación singula-
rísima que para mantener este oará-¡ter y esta representa-
ción en los críticos días presentes nos proporcionan los
millares de españoles que satisfechos viven al otro lado del
Atlántico y el número considerable, creciente de españoles
que todos los años atraviesan el Océano, para oontribuir
al desarrollo de las nuevas y prósperas Repúblicas hispa-
no-americanas cuya independencia y soberanía no solo son
irrebatibles, sino dato preoiso de la c.bra que ahora corres-
ponde á España en el segundo periodo de su expansión en
América».
»No hemos perdido la América por el Tratado de París
de 1898. |Nol
»Ni con la pérdida de Cuba y de Puerto Rico ha termi-
nado el compromiso de nuestro empeño colonial, iniciado
haoe cuatrocientos años.
»Señores, esto hay que decirlo y repetirlo oien veoes
Asi como la afirmación de que la Intimidad hipano-ame-
ricana no es un mero interés de España, sino algo serio y
transcendental que afeota á la Personalidad y la vida de la:
América latina y á los prestigios y la fuerza de la gran F a -
milia Hispánica.
«Perdonad si insisto calurosamente en estas recomen-
ciones. Permitidme el reouerdo de que, precisamente en
estos mismos días, haoe ya muohos años, ocupé por primera
vez esta tribuna, para predioar, con la misma fe que hoy,
las mismas doctrinas que ahora someto á vuestra inteligen-
te y bondadosa atenoión. No puedo recordar el heoho sin
emooión profunda.
»1A su memoria uno la de los muohos inteligentes é in -
superables patriotas que me aoompañaron en la campaña
de entonoee. Casi todos muertos...! (1)
(1) Mis Conferencias de entonces se publicaron después, en 1876 (dos t e -
mas, eo 8.°¡, con el titulo de «La Colonización en la Historia».
— 39 —

• E l tiempo transcurrido, la repetición de experiencias


dolorosas, la lectura de libros, el trato de muchos hom-
bres y el estudio de muy diversos ejemplos, fólo han ser-
vido para arraigar y fortificar mis convicciones, persua-
diéndome de que perseverando en mi modesta propaganda
cumplo uno de los más positivos deberé? á que me obligan
el honor, la rezón y el porvenir de mi Patria, perfecta-
mente compatibles y armónicos oon el progreso general
del Mundo». (1)
»Y debo advertir que me doy muy buena ouenta de las
dificultades y los obstáculos que rodean á España en estos
críticos instantes y quizá inflayan de modo desventajoso
en algunos espíritus impresionables, tímidos ó vacilantes,
para dudar de la oportunidad de empresas como la que
recomiendo en este Disourso y que piden energíaB, espe-
ranzas, medios materiales, orientación preoisa y perseve-
rancia incontrastable.
»Nunca he sido propicio á las jictanoias patrióticas ni á
la política de ilusiones y aventuras. A propósito del Pro-
blema Hispano-Americano, no me oanso de declarar que
es delicado y muy complejo. Y no hay para qué deoir que
soy de los más seriamente preocupados ante el conflicto
internacional y la orisis p i'itíoa interior de nuestro País,
en estos momentos de verdadero compromiso.
»Pero de todo esto saco argumentos para saoudir á los

[1) Tiene algún interés el decir que la Seiretaría del Ataneo de la época e>
que di las conferencias arriba aludidas presci >dió de ellas (hace más de cua-
renta años!}, y contra toda estambre, fe excusó de citar siquiera «el hecho»
de mis discursos pronunciados en la gran tribuna ateneísta de la calle de la
Montera, en 1870. ¡Tan mal y tan impopular debió parecer á la Secretaría de
entonces mi gestión propagandista!
Yo no he rectificado lo más mínimo lo que entonces dije. Tal vez lo haya
extremado, porque las. circunstancias lo exigieron cuando casi todo el mundo
por aquí solo hablaba dé «gastar el último soldado y la última peseta en
Cuba»... ¡Y ahora soy el Presidenta del Ateneo, de la gran Sociedad de Cultu-
ra que el t'í de Noviembre de 1915 ba aplaudido mi discurso inaugural del and
académico 1913-10! ¡Pódirde las ideas!
— 40 —

pusilánimes, para proolamar la urgenoia de oiertas solu-


ciones, para invocar la ley del deber y la voz del decoro
a i t e l o s pesimistas y los descorazonados, y para afirmar
que habiendo atravesado España, en el curso de su acci-
dentada Historia, por crisis extraordinarias, tremendas,
supremas, éstas al cabo han servido para estimular las
energías nacionales, determinando sacudimientos é i n i -
ciativas salvadoras, mediante el oonoarso aotivo y e n t u -
siasta de todos los españoles.»
En otra parte de ese mismo discurso digo:
«Cierto es que no procede la exclusión de España del
Concierto de los Pueblos oivilizados que sobre sí han de to-
mar, en plazo más ó menos breve, el enorme 6mpeño de
la paoifioaoión del Mundo, ya por una acción disoreta y
bien inspirada para la terminación de la guerra que á to -
dos nos envuelve y arruina, ya por la adopoión y el esta-
blecimiento de medios y garantías que cuando menos d i -
ficulten seriamente la reproducción de las tristes esoenas
de estos obscuros días.
>Pero no menos oierto que el derecho de España á m a n -
tener su Personalidad internacional en momentos y en es-
cenarios más ó menos próximos para altos fines, es el de -
reoho de las demás Naciones faotores de aquel Conoierto á
reoabar de la nuestra, la oonoienoia de sus destinos y de
sus medios, los títulos de su representación y las pruebas
de su vida en relación directa y activa oon el resto del
Mundo oivilizado; y señaladamente con aquellos otros Pue-
blos que especialmente oompletan nuestra partioular y
propia Personalidad.
»No hay que psnsar en que para empeños y para tran-
ces oomo loa de que se trata, baste la mera y absoluta i n -
dividualidad de la Nación ó del partioular. Ni son sufi-
cientes recuerdos, prestigios históricos y memorias desva-
neoedoras, para dar efioacia á gestiones de interés presenta
y urgenoia inexousable. Los Pueblos no viven de si propios
y con la vista puesta en el pasado. Necesitan acomodaras
— 41 -

=al desenvolvimiento incesante de lo actual, ó atraerse lo


que les rodea y pueda combinarse oon su propia esenoia y
su definido caraoter; vivir, en fin, dentro del concierto
mundial, recibiendo influencias de este mismo, y fortale-
ciendo y ensanchando la Personalidad con aportaciones de
los elemantoe próximos y las potenoias familiares y simi -
lares. En el aislamiento es imposible vivir. Quizá, nunca
como en estos instantes se ha evidenciado, aun en el orden
material y palpable, la solidaridad humana...
»Por otra parte, la tremenda crisis europea de estos días
ha puesto en España sobre el tapete un problema econó-
^nioo-sooial muy concreto, pero muy franco y de superior
trascendencia Ese problema desoansa en heohos tan com-
plicados y de tanta consecuencia oomo los siguientes: el
-entorpeoimiento y á veoes la paralización de la graa i n -
dustria europea, la reduooión de los meroados de América
y del Centro de Europa, la casi supresión de otros, la anor •
malidad y el peligro del trato meroantil universal por efec-
to? de la guerra marítima, la dificultad de transportes por
el crecimiento de los fletes de barcos, y, en fin, la distrac-
ción ó la reduooión excepcional de las corrientes de emi-
gración y de inmigración con su triple valor sooial, eco-
nómico é internacional.
»Todos estos heohos han tenido que fijar la atención de
nuestros políticos, nuestros economistas y nuestros comer-
ciantes, sobre la importante cuestión del porvenir de los
países neutrales, y muy singularmente de España, al día
siguiente de la terminación de la guerra que tan justa-
mente nos preocupa. Y con este problema, el del aprove-
chamiento de las oportunidades y las necesidades que la
.guerra europea determina, para que las Naciones paoífioas
y neutrales suplan, con su labor industrial y su aooión
meroantil, los vacíos que aquella tremenda lucha ha pro-
ducido en el mercado universal y en-la vida total econó-
mica.
>De aquí una serie de problemas grandes y ohioos que
— 42 —

distan muoho del apasionamiento oon que se disouten los'


incidentes de la guerra. Da aquí, por una parte, la pre-
gunta relativa á lo qus corresponde haoer á España n e u -
tral (digo neutral, porque la neutralidad es una actitud
proolamada aquí por todas las gente?) durante la guerra
á ña de contribuir á que ésta termine; de modo que 1»
neutralidad no signiñque egoísmo, cobardía ó impotencia,,
y con cualquiera de estas oosas, resistencia vergonzoza á
todos los oompromisos internacionales por nosotros aoep^
tados desde 1899,
»De otra parte está la pregunta sobre lo que España debe,
hacer, en diferentes órdenes, dentro y fuera de su propia
territorio, como preparación para lo que se proiuzoa ó'
desenvuelva, sobretodo en el orden eoonómioo y s o o i a l ,
cuando cesen de hablar los cañones, sin mayor quebranto'
para nuestros intereses materiales.
>En esta situación ha tomado un vuslo extraordinario'
la consideración de las relaciones de todo orden de la E s -
paña contemporánea con el extranjero, y señaladamente'
con aquellos países adonde nos llevan de modo partícula -
risimo toda oíase de intereses y afectos, y qas desde haca-
más de cuatrocientos anís vienen siendo, de diferente m a -
nera, escenarios predileotos de la aooión española. Es d e -
cir, que ahora surge, con nuevos motivos, oon oarácter
más apremiante, para fio.es nuevos y oon datos singulares,,
el mismo problema de exteriorizado a española, y singu -
lar mente de acción espacial española en Amérioa y en P o r -
tugal, que oon más ó manos efioaoia ha ocupado á n u e s -
tros estadistas, nuestros gobernantes, nuestros publicistas,,
nuestros literatos y artistas y á muchos de los instituto»
de oultura de España desde que en 1836, y sobre todo dea-
de 1872-73,1892, 1900 y 1912, procuramos la reconcilia-
ción y el acercamiento de españoles y americanos.
«Coinciden oon estas notas de palpitante actualidad la»
disposiciones que respsoto de estos particulares ha demos-
trado el Ateneo de Madrid en el curso de estos ú l t i m o »
— 43 —

años, y que en estos instantes ee acentúan de modo s i n -


gular y por todo extremo Bimpatioo. No hay que olvidar
la tendencia de esta meritisima Casa, desde su fundación,
á exteriorizar su acción y á completarla y fortificarla m e -
diante una gran tolerancia y un respeto insuperable á to-
das las opiniones y sus representaciones, con el auxilio de
todo el Mundo oulto y de elementos extraños a nuestra
nacionalidad.»

Todo esto se ba dioho hace pooos días, con aplauso del


variado y esorupuloso público del AteEeo.
Y oon simpatía y aprobaoión de numerosos periódicos
de Madrid y provincias. (1)
Por manera que, ya vencida la primera mitad del segun-
do decenio del siglo X X , sigo pensando y actuando como
al principio de mi vida pública, hice cerca de oincuenta
años, creyendo hoy oomo entonoes, que la relación franca,
cordial, orientada y reflexiva de España COK IR América
latina es uno de nuestros primeros intereses políticos.
El problema se ha puesto en estos últimos tiempos de
otro modo que como yo lo encontró y estudió hp.ce medio
siglo. Verdad. Pero el problema sustanoialmente es el
mismo.
He dioho antes, de pasada, que las circunstancias (par-
ticulares y políticas) del último período histórioo de la
actual España polítioa han reducido bastante mi acción
en el Parlamento, en la Prensa y en los Tribunales. Es de -
oir, la han reduoido en extensión, pero no en frecuencia y
viveza.
Por esos motivos yo casi desde 1910 no estoy en la linea
de nuestros partidos militantes ni aspiro al poder. Pero de
ninguna suerte se ha de entender que yo, al aoentuar,
concretar y extremar, por aquella necesaria reducoión de

(I) Al escribir estas lineas no se habían recibido los periódicos de América.


— 44 —

loa empeños generales, mis esfuerzos sobre el problema


hispanoamericano he creído ni oreo que me dedico á
uno de los problemas políticos inferiores y pasajeros. |Oh!
No. Todo lo contrario. Ni me entrego al cultivo de una es-
pecialidad más ó menos académica.
Hace mucho tiempo que estimo la política, y sobre todo
la política actual española, de un modo muy distinto á c o -
mo la ven, y sobre todo la practican, nuestros partidos mi-
litantes. De aquí una cierta reserva, que no me ha excusa-
do de saorifioios positivos y conscientes en favor de algu-
nos de esos partidos.
En estos (en el antiguo radical y en el republicano) he fi-
gurado siempre oon plena independencia y absoluto des-
interés, dentro de la disoiplina necesaria, sin disidencias
ni pretensión á capitanear grupos que, quizá, me habría
sido fácil organizar. Porque conviene que se diga y se sepa
que he sido toda mi vida diputado y senador, y soy senador
ahora, designado por electores de América y por colectivi-
dades de España, que no me han impuesto el compromiso
ó el deber de figurar en tal ó cual partido peninsular. Y de
ninguno he aceptado puesto ofioial y de jurisdicción.
Mi libertad ha sido y es hoy completa. He entendido
siempre que los partidos son forma y organismos inexcu-
sables, pero no únicos de la Política. De aquí mi decidida
afioión á las Asociaciones libres, cooperadoras y más ó me-
nos contribuyentes de la Opinión pública, que es la única
soberana.
Los partidos tienen necesariamente que preocuparse so -
bre todo, y á las veces solo de la oonquista y el ejeroioio
del Poder. Pero esto no basta y además es peligroso.
Por lo mismo no debe creerse que no hay más proble-
mas políticos ni más Política que los que ellos dicen.
Por todo esto y mucho más que no es del caso detallar,
yo, retraído de los partidos actuantes, oon muchas simpa -
tías por algunos de ellos, sin injustioias para ninguno, y
manteniéndome oomo republioano liberal, sin compromiso
- 45 -

de oíase, consciente, perseverante y aotuante por mi propia


cuenta y mi personalísima responsabilidad, oreo que la Po-
litioa que ahora priva no es la Política que nos conviene, y
entiendo que sobre todos los problemas que ahora preocu-
pan está (por el momento al menos) el problema interna-
cional y dentro de éste el de la Perionalidad de España.
Pensando y moviéndome oon esta» ideas oreo soy no sólo
un politico'acteaíi/e, sino un hombre práctico. Sin emula-
ciones, resentimientos, intrigas ni jaotanoias.
Y piensa que la Cuestión de Ultramar es hoy como lo
era cuando la estudié ante el Congreso español en 1871,
pero de otra manera, una de nuestras cuestiones políticas
de mayor actualidad.
­ 4? —

L A POLÍTICA COLONIAL
Y LA

REVOLUCIÓN ESPAÑOLA D E 1868

DISCURSO
pronunciado en el Congreso de los Diputados españoles el 10 de Julio de 1871
por
D. RAFAEL M. DE LABRA
Diputado p o r Infiesto
(Asturias).
1 vol. 4.°, Madrid, 1916
ÍNDICE

I.—Texto del d scurso pronunciado en el Congreso español el 10 de Julio de


S871.
II.—El debate parlamentario en la tarde y noche del 10 de Julio de 1871.
III.—Antecedentes y censecuencias próximas y r'motas áol discurso (desde
1872 41874).
1Y.—La campaña parlamentaria y extraparlamentaria de los abolicionistas
j autonomistas en España desde 1879 к 1900.
Y.—La acción pirlamentaria y extraparlamentaria del orador de 1871 des­
de 1900 á 1910 en pro de la intimidad Ibero­americana, como una de las de­
terminaciones del supuesto fundamental de la verdadera tradición colonial es­
pañola.
Yl.—Discursos de los diputados Sres. Suárez Inclán, Conde de Toreno, Jove
y Hevia, Escorara, Nocedal y Cánovas del Castillo, en contra del discurso del
*r. Labra.—­Biscurs* en pro del diputado de Oviedo D. José González Alegre.
— 48 —

VII.—Contestaciones del Sr. Labra á todos y cada uno de los disoursor


opuestos pronunciados en la tarde y noche del 10 de Julio de 1871.
VIII.—Reciente transformación del espíritu nacional español y de los Cen
tros españoles de Amé:ica en favor del sentido y la crítica del discurso de
1871 de D. Rafael M. de Labra, diputado entonces del distrito de Inflesto, (de
Asturias), senador ahora y desde 1900, por el voto unánime y reiterado de las-
Sociedades Económicas de Amigos del Paíí del Norte y Noreste de España y
representante en Madrid de ia mayoría de los grandos Centros españoles de
América.
LX.—Triunfo de las 'deas expansivas y do una propaganda liberal y patrió-
tica para asegurar la «Personalidad Internacional española».

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