Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
un enfoque de género
•
Profesora visitante del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana
unidad Azcapotzalco.
Los derechos humanos son de carácter moral y se guían por un principio de
rectitud. Por ello se hacen derivar de la racionalidad inherente a la persona humana y se
subraya su universalidad. Desde las primeras declaraciones, que vieron la luz en las
postrimerías del siglo XVIII, se habla de que todo individuo debe gozar un conjunto de
prerrogativas fundamentales. Se considera que los derechos humanos constituyen una
plataforma mínima, indispensable, para tener una vida digna en un marco de libertad y
autonomía.
En síntesis, con la modernidad surge la categoría de individuo: ser humano
dotado de razón y de una voluntad propia. Para dar eficacia a esta nueva noción (sujeto
racional, autónomo, libre) y hacer posible el uso real de las prerrogativas que le confiere
su nueva condición, se construyen el Estado y el Derecho modernos, es decir, las
instituciones y la correspondiente regulación jurídica.
2. Ciudadanía y Estado-nación
2.1 Ciudadanía y nacionalidad
El concepto de ciudadanía ha sido muy debatido desde diversos ángulos. Sin embargo,
parece haber consenso en torno a algunos aspectos básicos. En primer lugar, se la define
como el estatus derivado de la pertenencia a una comunidad política: ser ciudadano
significa disfrutar un conjunto de derechos individuales (civiles, políticos, sociales) y
tener que cumplir con ciertas obligaciones (fiscales, militares, de lealtad); los
ciudadanos actúan en la vida colectiva de un Estado. En segundo término, se separa la
ciudadanía nominal (pertenencia a una comunidad política) y la ciudadanía sustancial
(ejercicio real de los derechos derivados de tal pertenencia), en un proceso de inclusión
y exclusión. Finalmente, la ciudadanía está asociada con la nacionalidad, sea ésta por
nacimiento o naturalización. En síntesis, hay aceptación generalizada de que la
ciudadanía implica necesariamente el respaldo de un Estado y se ejerce en el espacio
nacional.
El concepto de nacionalidad surge también con la modernidad (fines del siglo
XVIII y se consolida en el XIX) y responde a la necesidad de crear vínculos entre los
individuos y los Estados, generar arraigo y fomentar sentimientos de lealtad. La
identidad nacional está asociada con la patria, 1 que se piensa como comunidad
homogénea, con un modelo único de familia (que marca la pauta de las relaciones
comunitarias y sociales), confianza en la economía (para garantizar trabajo, educación,
1
En los himnos nacionales de los países latinoamericanos, que obtuvieron su independencia en
el siglo XIX, abundan ejemplos de actitudes heróicas de hombres dispuestos amorir por esa
entidad abstracta que es la patria. El papel de las mujeres es totalmente distinto: el descanso
del guerrero (“el amor de las hijas y esposas también sabe a los bravos premiar”).
salud, movilidad social) y una buena articulación de las instituciones (organizaciones
sociales, políticas, culturales).
Pensar la ciudadanía como nacionalidad da lugar a los procesos de
naturalización y asimilación, tan debatidos en el mundo contemporáneo, precisamente
por la emergencia de grandes flujos de migración transnacional.
Desde una visión de género, el planteamiento es problemático porque a las
mujeres históricamente se les ha negado el derecho de decidir sobre su nacionalidad.
Uno de los primeros instrumentos internacionales sobre la situación de las mujeres fue
la Convención sobre la nacionalidad y domicilio de la mujer casada.2
2
En México, hasta 1974 las mujeres no podían transmitir la nacionalidad mexicana al cónyuge
extranjero.
no pueden ser sacrificados en aras del bienestar general; si se atienden los principios de
justicia, debe respetarse la pluralidad de concepciones del bien de todos los ciudadanos
y cada individuo debe estar en condiciones de organizar su vida según sus propios
deseos, sin intervenciones innecesarias. Por ello se enfatizan los derechos individuales.
Ya señalamos qué problemático resulta aplicar el rasero de igualdad a los grupos
sociales excluidos de la visión paradigmática de los derechos humanos. En los últimos
años se habla de la irrupción de las diferencias en el espacio público, en referencia con
demandas específicas de mujeres, gays, negros, indígenas, refugiados, etc. Conviene
puntualizar que no son diferencias sino desigualdades y que quienes irrumpen son
grupos marginales que exigen inclusión, reconocimiento, derechos.
El feminismo ha cuestionado el modelo liberal por aplicar criterios universalistas
de racionalidad que, en la práctica, distan mucho de incorporar las diferencias. Se valora
y reconoce la racionalidad formal e instrumental que favorece el ejercicio del poder y la
competencia. El problema no está en el postulado de igualdad ni en el sustento de
racionalidad, sino en las interpretaciones que se formulan de tales postulados y en las
consecuencias prácticas. La lógica que subyace a la aplicación del rasero de igualdad
del liberalismo se sustenta en la separación dicotómica de espacios sociales y su
atribución generizada. El espacio privado iguala a los hombres porque es
fundamentalmente el mismo en todos los casos; independientemente de la clase social,
la educación formal, la raza o cualquier otra característica, la figura del jefe del hogar
implica la posibilidad de actuar como monarcas y por lo tanto ejercer un dominio
absoluto. Es la constitución de ese espacio –su construcción conceptual y su realidad
práctica- lo que permite la configuración de la arena pública de ciudadanos iguales.
Las mujeres han emprendido diversas luchas por adquirir derechos y por lo tanto
ser ciudadanas. La homologación de normas y el reconocimiento formal de su estatus
jurídico parece haber logrado consolidarse. Sin embargo, el problema de fondo no se
resuelve con agregar derechos a la lista porque la lógica patriarcal se mantiene intacta
mientras no se produzca una redefinición de los espacios sociales y una nueva propuesta
de lo humano.
Más adelante veremos cómo algunas teóricas feministas, al criticar la
racionalidad, caen en la trampa de la diferencia, sin reconocer el potencial civilizatorio
del liberalismo ni los beneficios que implica una plataforma desde la que se puedan
reclamar derechos. Antes de ello, abordaremos brevemente la propuesta del
comunitarismo.
2.3 Libertad individual vs. bien común
El liberalismo ha sido criticado por el peso contundente que coloca en el individuo y sus
decisiones racionales, por reducir la ciudadanía a un estatus legal y desechar, en
consecuencia, la actividad cívica. La propuesta comunitarista, en contraposición al
modelo de ciudadano “egoísta racional”, enfatiza la importancia del bien común y la
participación cívica republicana. Por encima de la libertad individual (y otros logros de
la democracia moderna como la constitución de un Estado laico y el desarrollo de la
sociedad civil) se coloca el bienestar general. La colectividad tiene preeminencia sobre
el individuo.
Skinner incluye la participación política y la virtud cívica en su concepción de la
libertad; el Estado debe garantizar las libertades individuales y fomentar las virtudes
cívicas. Según este autor, la idea de un bien común por encima de los intereses privados
es condición necesaria para disfrutar la libertad individual. Los comunitaristas sostienen
que el bien común debe estar sobre el derecho; por ello rechazan el pluralismo liberal y
denuncian que la política ha perdido sus contenidos éticos.
El debate se antoja interminable. Sin duda, en una visión ideal de una
colectividad política cuyas instituciones, prácticas sociales y leyes hagan realmente
posible la libertad individual, no sería difícil fomentar actividades cívicas y
compromisos ciudadanos para la consecución del bien común. Un análisis realista debe
incorporar la perspectiva del conflicto. ¿Qué hacer cuando los intereses individuales se
contraponen con los de la colectividad? Más aún, ¿quiénes definen cuáles son los
intereses comunes y cuáles de esos intereses son prioritarios? ¿Cómo acomodar las
distinciones entre lo moral y lo político, entre lo público y lo privado?
El republicanismo moderno intenta proponer un punto medio entre la autonomía
individual que postula el liberalismo y la concepción de la colectividad –con valores
morales compartidos- como eje de la identidad individual que ostenta el comunitarismo.
Arendt y Petit, entre otros autores, insisten en una defensa de la democracia
participativa donde la ciudadanía sea una práctica que necesariamente incorpore
virtudes cívicas. Según esta idea, toda persona debe involucrarse en el debate político,
para no sentir que las leyes y acciones estatales son impuestas. Al igual que la de
Skinner, esta propuesta resulta engañosa porque no incorpora la dimensión del conflicto.
Finalmente, Chantal Mouffe señala la necesidad de formular una nueva
concepción de ciudadanía entendida como una forma de identificación. La ciudadanía es
una identidad política que, como tal, debe ser construida. Esta forma de identidad es
compartida por personas que tal vez tienen distintas concepciones del bien, pero se
someten a la respublica,3 que busca la articulación de un interés común, la satisfacción
de los deseos y la propagación de las creencias, en condiciones formuladas en reglas.
Este último es el punto nodal de la porpuesta; la respublica no es en sí misma un interés
o doctrina sustancial sino que está en constante construcción y actualización.
Según esta propuesta, la ciudadanía no es sólo una identidad entre otras (como
en el liberalismo) ni la dominante (como en el republicanismo cívico) sino un “principio
articulador que afecta a las diferences posiciones de sujeto del agente social... al tiempo
que permite una pluralidad de lealtades específicas y el respeto a la libertad individual”
(Mouffe, 1998: 138). Rescata del liberalismo los principios rectores de igualdad y
libertad para todos, y subraya que las múltiples formas de dominación deben ser
desafiadas con base en una concepción no esencialista del sujeto: todas las identidades
con formas de identificación.
3
Mouffe toma de Micael Oakeshott la noción de respublica, un lenguaje específico de
comunicación civil que se produce en la societas, forma de asociación humana que deja
siempre espacio a la libertad individual.
la categoría de individuo y la definición de espacio público se postulan como
universales siendo masculinas. El planteamiento es impecable, pero la solución que
propone resulta peligrosa por esencialista.
Pateman sugiere recuperar el valor de las virtudes femeninas como forjadoras de
ciudadanía, empezando con el tributo a la maternidad. En una aproximación semejante,
Carol Gilligan opone una “ética del cuidado” que rotula como feminista a la “ética de
justicia” masculina y liberal. Las corrientes maternalistas, ecofeministas o del cuidado
intentan rescatar una noción de mujer generalizable o por lo menos unificadora. De
manera no sorprendente, fallan en su propósito, porque no existe una esencia común a
ningún grupo humano. No es posible hablar de “la mujer” como si se tratara de una
identidad homogénea. Por ello apostar por la diferencia es una trampa que se estrella
con una realidad en la que el cuidado de los hijos, la preocupación por la familia, la
propensión a la intimidad y el compromiso no son valoradas; exaltarlas de manera
unilateral no conduce a un mayor reconocimiento ni tampoco queda muy claro que tal
reconocimiento sea deseable.
Iris Young propone una “ciudadanía diferenciada”, lo que implica una
repolitización de la vida pública con mecanismos de representación y reconocimiento de
voces que hasta ahora han sido inaudibles por minoritarias (cuantitativa o
cualitativamente). El problema sigue siendo la noción esencialista de grupo, como si se
tratara de identidades ya constituidas.
En debate con las propuestas brevemente reseñadas, Mouffe considera que la
identidad política debe ser construída con base en la articulación de relaciones, prácticas
e instituciones igualitarias, donde la diferencia sexual sea totalmente irrelevante,
precisamente para evitar esencialismos. Conviene recordar que las acciones afirmativas
no son formas de ciudadanía diferenciada sino mecanismos de compensación para
generar efectos políticos a largo plazo; una de sus virtudes es dar visibilidad a
determinados grupos en el ejercicio del poder y contribuir así a un cambio en el
imaginario social.
En síntesis, los debates sobre los contenidos y alcances del concepto de
ciudadanía se han centrado en la participación de los individuos en una colectividad
política claramente delimitada, que corresponde al Estado nacional. En los últimos años,
los procesos de globalización –y de manera destacada los grandes flujos de migración
transnacional- han generado nuevos desafíos a las visiones tradicionales de la
ciudadanía y el ejercicio de los derechos humanos.
3. Los retos del transnacionalismo
En las postrimerías del siglo XX, se empezó a hablar de “identidades híbridas”, “doble
conciencia” y otros términos para hacer alusión a las comunidades transnacionales. Se
trata de espacios desterritorializados que, precisamente por exceder las fronteras de los
países, escapan a la sujeción de los Estados. Tienen una condición difusa porque el
sentido de pertenencia se diluye en el tiempo y en el espacio.
En efecto, la globalización ha traído consigo grandes movimientos de
mercancías, capitales y personas. Muchas transacciones financieras y similares se
realizan de manera virtual; el traslado de bienes variados ha implicado la actualización
constante de aranceles y la implantación de nuevas medidas de apertura comercial de las
fronteras. El establecimiento de grandes cadenas multinacionales altera los espacios y
crea centros de poder transnacionales. Los organismos de Naciones Unidas ejercen
actividades de vigilancia y monitoreo de los gobiernos nacionales, que ahora comparten
el escenario internacional con nuevos actores. En este nuevo panorama, las nociones
tradicionales de derechos humanos y ciudadanía se ven rebasados por los grandes y
continuos flujos de migrantes a escala mundial. Entonces aparecen nuevas
interrogantes: ¿tienen derechos los inmigrantes? Si es así, ¿todos los derechos? ¿Y los
emigrantes? ¿Cuál es el límite de las políticas de asimilación? ¿Y qué hacer con las
comunidades que desean conservar su autonomía y aun así pertenecer a un país
determinado? ¿Cuáles son los alcances reales de los principios de universalidad e
indivisibilidad de los derechos humanos? ¿Puede ejercerlos una persona que no tenga
un Estado que la proteja?
Como suele suceder con problemáticas emergentes, hay más preguntas que
respuestas y se abren vetas promisorias para el análisis y la reflexión.
Bibliografía
Amorós, Celia (1997), Tiempo de feminismo: sobre feminismo, proyecto ilustrado y
postmodernidad, Cátedra, Universitat de Valencia, Instituto de la Mujer, Madrid
Beauvoir, Simone de, (1993) El segundo sexo. I. Los hechos y los mitos. Alianza
Editorial Siglo Veinte, México. (Texto original de 1949.)
Bunch, Charlotte, (1991) "Hacia una re-visión de los derechos humanos", en La Mujer
Ausente, derechos humanos en el mundo. ISIS Internacional, Ediciones de las Mujeres.
Castañeda, José Carlos (2003), Fronteras del placer y fronteras de la culpa: a propósito
de la mutilación femenina en Egipto, El Colegio de México, México.
Davis, Angela (1982), Women, Race and Class, Nueva York, Random House.
Kerr, Joanna (ed.) (1993) Ours by Right. Women´s Rights as Human Rights, Zed Books
Ltd., Londres.
Pateman, Carole (1988), The sexual contract, Stanford University Press, Stanford.
Riley, Denise (1988), Am I that Name? Feminism and the Category of Women in
History, University of Minnesota Press, Minneapolis.
Serret, Estela (2002), Identidad femenina y proyecto ético, PUEG, UAM – A, Miguel
Ángel Porrúa, México.
Turner, Bryan (1993), “Outline of a theory of human rights”, Sociology, 27 (3), pp. 489
– 524.