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ESTANISLAO MARTÍN RINCÓN

Donde hay más alegría,


allí también hay más verdad
DONDE HAY MÁS ALEGRÍA,
ALLÍ TAMBIÉN HAY MÁS VERDAD
Estanislao Martín Rincón

Donde hay más alegría, allí también hay más verdad

Si de verdad queremos hacer de nuestros niños y jóvenes


personas optimistas y alegres, habremos de actuar siempre desde la
verdad.

Unas de las aspiraciones básicas de todo ser humano es la de


“realizarse” como persona. Es una aspiración amplia, noble y legítima
que necesita ser examinada con cierto detenimiento para saber en qué
consiste, qué alcance tiene, cómo se concreta, etc. Por nuestra parte,
como punto de partida, pensamos que esto de realizarse como persona
empieza por situarse en la realidad. Entendemos que nadie puede
realizarse si no es instalándose en la realidad de las cosas. Por eso
parece conveniente detenernos, al menos unos instantes a tratar de
algunos aspectos acerca de lo entendemos por realidad.

La realidad es un concepto amplio susceptible de múltiples


enfoques. Aunque la definición no sea muy rigurosa para nuestros
propósitos es suficiente con entender como realidad aquello que existe.
Pues bien, lo que existe, lo real, ejerce una especial atracción sobre la
persona humana. La Física enseña que hay una ley universal por la cual
los seres, todos los seres, se atraen entre sí. Esto vale también entre la
realidad y el hombre. Desde muchas instancias la realidad llama al
hombre, reclamando su acción. Por naturaleza estamos inclinados al
conocimiento y a la acción. No nos basta con saber que las cosas están
ahí, sino que posemos un afán por conocer que nos lleva a formular
todo un repertorio de preguntas acerca de lo que nos rodea: ¿cómo son
las cosas?, ¿por qué son así y no de otra manera?, ¿para qué sirven?
Nuestra condición de inteligentes nos impulsa a conocer más y mejor;
es el deseo de saber, inscrito en nuestra naturaleza del mismo modo
que la natación está en la naturaleza de los peces o el vuelo en la de las
aves. Cuando los adultos reforzamos positivamente esta tendencia
natural del niño hacia el conocimiento y la acción, el aprendizaje resulta
atractivo y la adquisición de conocimientos, al menos en las primeras
etapas de la vida, es algo grato y relativamente fácil. Quienes nos
movemos entre niños sabemos bien de sus interminables preguntas.
Esta sana curiosidad, siempre insatisfecha, es de una gran
importancia para el desarrollo de la persona, y si planteamos bien las
relaciones con el niño le podemos estar haciendo un bien para toda la
vida. Dos son las claves: responder siempre y responder siempre desde
la verdad. Si algo no debe hacerse con el niño es frustrar los deseos de
saber porque nos importuna, mandándole callar o desviando su interés.
Los adultos no siempre estamos en condiciones de responder, no
siempre estamos disponibles o no tenemos mucha seguridad en la
respuesta más acertada. Da igual, para ilusionar por aprender no hay
que saber de todo, pero sí podemos animar en todo momento. Si no
podemos o no sabemos responder habrá que aplazar la respuesta, o
buscar juntos la solución, o preguntar a quien sepa, o simplemente decir
que no lo sabemos. A lo que sí estamos obligados es a situarnos en la
verdad. No hacemos ningún favor con evasivas o con respuestas
inventadas. Según el tema y la edad, el niño no siempre estará
capacitado para conocer toda la verdad; los conocimientos habrá que
dosificarlos, pero en ningún caso ahogar sus deseos de saber o mentirle.

Si de verdad queremos hacer de nuestros niños y jóvenes


personas optimistas y alegres, habremos de actuar siempre desde la
verdad. El célebre pensador francés, poeta y dramaturgo, Paul Claudel,
llegó a identificar alegría y verdad. “La alegría –escribió– y la verdad son
lo mismo; donde hay más alegría, allí también hay más verdad”. La
alegría auténtica no puede basarse en errores, ni en medias verdades ni
en mentiras, sino en el conocimiento y la aceptación de las cosas como
son, empezando por la verdad de uno mismo.

Entendemos pues como vocación de realidad esa tendencia natural


que nos impulsa al conocimiento y a la acción, que son dos medios
privilegiados e insustituibles para situarnos en la realidad; es decir, para
realizarnos. Ahora bien, la realidad es muy amplia. En el campo de lo
real se dan cita las cosas, el propio sujeto, las otras personas y el
mismo Dios. Por seguir el orden temporal, la primera realidad que se
conoce es el propio cuerpo. Después las personas más cercanas y los
primeros objetos. Con la entrada en la guardería o en el colegio, en la
actualidad tan temprana, muy pronto se descubren nuevas personas a
la vez que, poco a poco, el niño se va adentrando en el mundo del
conocer, un mundo apasionante, sin límites y para toda la vida. Un paso
considerable está en descubrir que uno es más que su cuerpo. Se trata
de la vida interior, auténtica novedad en el desarrollo personal, que se
produce cuando uno mira dentro de sí mismo y descubre que hay algo
que ver; es decir, que hay intimidad, ese mundo de experiencias
personales, sentimientos y deseos de los cuales uno es poseedor, un
ámbito al que nadie tiene acceso a no ser como invitado. Y luego, por
encima y por debajo de todos estos campos, antes y después de su
descubrimiento, como origen y destino de todos ellos está Dios,
principio y fuente de toda realidad. El abanico de lo real es, como se ve,
muy amplio, y su relación con la alegría muy estrecha, porque vivir
fuera de la realidad es camino seguro de frustración y de desencanto.

Comenzaremos por la realidad que es uno mismo. El conocimiento


de sí mismo no es tarea fácil, ni corta, ni de poca monta. Desde hace
siglos el autoconocimiento ha dado que discurrir a filósofos y
pensadores. En el frontispicio del oráculo de Delfos, santuario pagano
dedicado al dios Apolo, en la Grecia clásica, grabada en piedra había una
máxima considerada como una de las cimas de la sabiduría; decía así:
“conócete a ti mismo”.

Gracias por tu atención. Que Dios te bendiga.

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