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Estado, violencia y mercado:

Brígida Renoldi, Santiago Álvarez


y Salvador Maldonado Aranda
El libro reúne artículos que exploran teórica y etnográfica-
mente el campo de prácticas que resultan de la distinción

conexiones etnográficas
entre lo legal y lo ilegal. Partiendo del Estado, tal clasificación
transmite la idea de un binarismo simple cuando en realidad
resulta de una complejidad de relaciones. Esa complejidad es
indagada por varios autores a través de una mirada original en
común que se distancia de la centralidad imaginaria atribuida
a lo legal. Los artículos   describen y analizan las relaciones
prácticas y representaciones efectivamente tensionadas que
no se dejan capturar completamente por aquel imaginario
legal. El libro es de  gran calidad sociológica y antropológica, y
sus autores, provenientes de varios países de América Latina,
son reconocidos investigadores en este campo, al cual las
especificidades etnográficas contribuyen de manera relevante
posibilitando el ejercicio comparativo.

Joana Dominguez Vargas


Programa de Pós-Graduação
em Sociologia e Antropologia
Universidade Federal do Rio de Janeiro

Estado, violencia y mercado:


conexiones etnográfica
Programa de Posgrado en Antropología Social
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales,
Universidad Nacional de Misiones

Instituto de Estudios Sociales y Humanos


Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
y Universidad Nacional de Misiones
Brígida Renoldi, Santiago Álvarez y Salvador Maldonado Aranda
(compiladores)

Universidad Nacional Arturo Jauretche


Estado, violencia y mercado
Conexiones etnográficas en América Latina

Brígida Renoldi, Santiago Álvarez


y Salvador Maldonado Aranda

Compiladores
Compiladores:
Brígida Renoldi, Santiago Álvarez y Salvador Maldonado Aranda
Comité Científico:
Joana Vargas, Instituto de Filosofia e Ciências Sociais, Universidade Federal do
Rio de Janeiro
Fernando Rabossi, Instituto de Filosofia e Ciências Sociais, Universidade Federal
do Rio de Janeiro
Lenin Pires, Departamento de Segurança Pública e Instituto de Estudos Com-
parados em Administração Institucional de Conflitos, Universidade Federal Flu-
minense
Ana Gugliemucci, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires
Natalia Castelnuovo Biraben, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Bue-
nos Aires

Esta publicación está respaldada por el Instituto de Estudios Sociales y Humanos


(iesyh-conicet-unam); por el Programa de Posgrado en Antropología Social
(ppas-unam) y por el Observatorio de Calificaciones Laborales (ocal-unaj)

Edición: Sandra Nicosia


Traducciones y revisiones: Santiago Álvarez, Brígida Renoldi y Natalia Cas-
telnuovo
Imagen de tapa: Giancarlo Ceraudo

Estado, violencia y mercado : conexiones etnográficas en América Latina / Brígida


Renoldi ... [et al.] ; compilado por Brígida Renoldi ; Santiago Alvarez ; Salvador
Maldonado Aranda. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Antropofagia,
2017.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga


ISBN 978-987-1983-30-8

1. Antropología Social. I. Renoldi, Brígida II. Renoldi, Brígida, comp. III. Alvarez,
Santiago, comp. IV. Maldonado Aranda, Salvador, comp.
CDD 306

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. No se permite la repro-


ducción total o parcial de este libro ni su almacenamiento ni transmisión
por cualquier medio sin la autorización de los editores.
Índice
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Salvador Maldonado Aranda Brígida Renoldi Santiago Álvarez
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Brígida Renoldi Santiago Álvarez
Sujeción criminal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Michel Misse
Mercancias políticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Michel Misse
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz (o en las sombras) del
uso y comercio de drogas en Rio de Janeiro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
Antonio Rafael Barbosa
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia en el tráfico de drogas en
São Paulo (Brasil) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
Paulo Artur Malvasi
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia, PCC y reducción de
homicidios en São Paulo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Gabriel de Santis Feltran
Nosotros interno y nosotros transitorio: trayectorias de la guerra en Colombia . . . . . 125
Silvia Monroy Álvarez
Las continuidades de lo discontinuo. El trabajo policial y judicial en casos de
narcotráfico en la frontera de Argentina con Paraguay . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
Brígida Renoldi
Economía y moral en blue. Una aproximación socio-cultural al mercado ilegal
del dólar en la Argentina de la posconvertibilidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
María Soledad Sánchez
La economía de la fayuca y la transitividad legal-ilegal, informal-criminal . . . . . . . . . 215
Efrén Sandoval Hernández
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana.
Solidaridades forzadas y violencia silenciosa desde la periferia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
Salvador Maldonado Aranda
Sobre los autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255

5
Presentación

Salvador Maldonado Aranda1


Brígida Renoldi2
Santiago Álvarez3

Llegar a una instancia de publicación es siempre una conquista colectiva.


Este libro tiene una historia que quisiéramos compartir con los lectores.
Se trata de una iniciativa que aglutina diálogos, trayectorias, convergen-
cias y tránsitos, en los que autores, evaluadores y organizadores estamos
involucrados.
En el año 2010 el I Congreso Nacional de Antropología Social y Et-
nología realizado por la Universidad Nacional Autónoma de México nos
reveló un universo de contrastes posibles que podía agregarse al que ya
en instancias anteriores se venía presentando entre Argentina, Brasil y
Colombia, sobre todo desde el Primer Simposio de Antropología Entre lo
legal y lo ilegal, realizado en la Universidad Federal de San Carlos (Brasil)
en el año 2008.
Los intercambios intelectuales se proyectaron en las Reuniones de An-
tropología del Mercosur, en las Reuniones de la Asociación Brasileña de
Antropología y en los Congresos Nacionales de Antropología Argentina,
espacios en los que se expresaron esfuerzos ya desarrollados en progra-
mas de posgrado, núcleos y seminarios. Se estrecharon así los diálogos y
progresivamente se fueron consolidando.
El impulso para esta publicación nace como idea en una actividad or-
ganizada para la Reunión de Antropología del Mercosur en el año 2011,
en la ciudad de Curitiba, Brasil, que tenía como objetivo analizar etno-
gráficamente las prácticas inscriptas entre lo legal y lo ilegal, incluyendo
las instancias de control. En ese evento fueron presentados varios traba-
jos relacionados con la violencia, el crimen organizado, las fronteras como
espacios de liminalidad estatal, el narcotráfico y los deslizamientos entre
lo legal y lo ilegal. Las conversaciones fueron realmente alentadoras y nos
llevaron a trabajar colectivamente para nuevos eventos con el propósito
1 colmich, México.
2 iesyh-fhycs-conicet-unam, Argentina.
3 ocal-unaj, Argentina.

7
8 Estado, violencia y mercado…

de fortalecer un campo de estudios, claramente marcado por el tipo de


investigaciones que se venían desarrollando.
Las etnografías ponían en evidencia que nuestras realidades eran signi-
ficativamente diferentes, así como las herramientas conceptuales que nos
permitían elucidar, en cada caso, los enigmas planteados por el campo. El
intercambio nos llevó a compartir lecturas, investigaciones en curso, deba-
tes teóricos, y a visualizar la necesidad de construir redes de intercambio
académico más dinámicas que aquellas que podían activarse alrededor de
eventos. El núcleo que coordina Michel Misse en la Universidad Federal
de Rio de Janeiro, y la revista Dilemas, fueron ricos espacios que tejieron
también una trama de discusiones a partir de la cual hemos ido alimen-
tando este diálogo entre la antropología y la sociología, con base en el
trabajo de campo etnográfico.
Un evento posterior realizado por la Asociación Brasileña de Antropo-
logía en el año 2012, en la ciudad de São Paulo, Brasil, acogió al grupo de
trabajo “Entre a informalidade e a legitimidade: abordagens etnográficas
de mercados ilegais, práticas comerciais e dinâmicas urbanas”. Una mesa
redonda que acompañó esta iniciativa, compuesta por investigadores que
han hecho importantes contribuciones teóricas y metodológicas al campo,
hizo evidente la necesidad de reunir en un libro varias de las discusiones
en convergencia.
En este evento, que marcó un momento importante en la constitución
del campo, los participantes, varios de los cuales forman parte de este libro
colectivo, continúan en un diálogo fructífero y realmente alentador, en el
que se exponen los resultados de investigaciones recientemente concluidas
o en proceso. Cada vez más, encontramos coincidencias y complementos
entre todos los participantes. Desde México, Brasil y Colombia a Argen-
tina, estábamos explorando no sólo temas prioritarios a nivel latinoame-
ricano, tales como las configuraciones de las violencias, el transporte y
comercio de drogas ilícitas, y los desplazamientos creativos de lo legal
hacia lo ilegal (y a la inversa), al punto de someter a un riguroso análi-
sis el binarismo legal/ilegal. Si bien muchas veces estos procesos tomaron
como foco los estados nacionales en los que se inscriben las etnografías,
nos permitieron también construir aproximaciones conceptuales progresi-
vamente más comparativas y, sobre todo, sofisticadas, para acercarnos a
los problemas empíricos.
En el evento realizado en São Paulo surgió la idea de colocar nuestros
trabajos reunidos en espacios académicos de diversos países, con el fin de
que nuestras comunidades pudieran conocer investigaciones a las que, de
Presentación 9

otra forma, sería más difícil acceder. Así surgió el interés en editar un libro
en México, recuperando excelentes trabajos de investigadores brasileños
y argentinos, quienes estaban aportando elementos muy novedosos para
comprender aquellos temas que nos convocaban al menos una vez cada
dos años. Por diversas razones que no vienen al caso este proyecto no
pudo concretarse en tierras aztecas. Sin embargo, no perdimos el aliento
para continuar activando nuestra red latinoamericana de estudios sobre
lo legal e ilegal que, de manera informal, estábamos construyendo sin
oficializarla en protocolos de convenios legibles para el Estado. Fue así
que presentamos la propuesta a la editorial Antropofagia, obteniendo gran
interés y adhesión inmediata a la iniciativa.
Conforme se emprendieron proyectos como este, en simultaneidad con
la organización de nuevos simposios y la celebración de congresos, se for-
talecieron los lazos de colaboración. Desde estos espacios se ampliaron
nuestras redes e intercambios académicos con otros académicos que en-
tonces no se conocían. Y fue realmente una verdadera conquista la coope-
ración sin tantos formalismos y burocracias, que marcan profundamente
a nuestras instituciones en sus demandas para fines de fiscalización.
A partir de estos nuevos intercambios se avanzó en algunos frentes, entre
los cuales sobresale habernos conectado de manera indirecta en encuen-
tros entre antropólogos brasileños y mexicanos que el ciesas (Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores de Antropología Social), de México,
y varias instituciones de Brasil, llevaron a cabo con el fin de intercambiar
experiencias de investigación en 2015. Entre ellos, el realizado en la ciudad
de Guadalajara “Drogas, política y cultura: perspectivas Brasil/México”,
accionó una vez más las redes de manera exitosa. De la misma forma,
el ii Simposio Internacional de Antropología “Entre lo legal y lo ilegal”,
promovido por el Instituto de Estudios Sociales y Humanos en la ciudad
de Posadas, en noviembre de 2016, se manifestó como otra instancia signi-
ficativa en el afianzamiento de los diálogos académicos que sostienen esta
compilación.
El acompañamiento en el desarrollo de estos estudios, nos permite di-
mensionar la expansión de un campo que merece ser atendido cada vez
más desde la etnografía. Nos interesa estimular abordajes menos centra-
dos en la perspectiva estatal y multiplicar así las herramientas analíticas
que hacen posible abordar los fenómenos contemporáneos que expresan
tensiones o disidencias claras con los modelos propiamente administrati-
vos, y también teóricos. El libro colectivo que el lector tiene en sus manos
es el resultado de las experiencias académicas anteriormente mencionadas
10 Estado, violencia y mercado…

que varios colegas hemos compartido desinteresadamente y con un nivel


de cordialidad pocas veces encontrado.
Los artículos editados aquí, algunos originales, otros, traducciones de
publicaciones en periódicos científicos, son apenas una muestra de los
trabajos que hemos venido realizando a lo largo de los años. Considera-
mos oportuno dar a conocer sus contenidos a un público más amplio del
que abrigan las comunidades académicas especializadas de nuestros res-
pectivos países. Tenemos la expectativa de que la apuesta estimule a los
investigadores a producir etnografías sobre estos temas, porque considera-
mos que ellas constituyen las bases para un diálogo efectivo entre teorías
nativas, teorías sociales y políticas públicas.
Queremos expresar nuestro agradecimiento a las personas e institu-
ciones que respaldan de una u otra forma esta publicación. Al Instituto
de Estudios Sociales y Humanos (conicet-unam), y la Facultad de Hu-
manidades y Ciencias Sociales (unam) por el progresivo interés en estos
abordajes; al Programa de Posgrado en Antropología Social de la Uni-
versidad Nacional de Misiones por el espacio que abre a la circulación
de ideas y el compromiso que asume con la formación disciplinaria; al
Centro de Estudios en Antropología y Derecho (cedead) por la coopera-
ción y el interés en alimentar un diálogo interdisciplinario, tan apreciado
también por los editores argentinos de este volumen que han formado y
forman parte de este emprendimiento; a la Universidad Arturo Jauretche
por amparar también este debate; al Centro de Antropología Social del
Instituto de Desarrollo Económico y Social (ides), por hospedarnos en
tantos encuentros e intereses académicos; al Colegio de Michoacán (Mé-
xico), por haber estado en el nacimiento de este proyecto y acompañar
su concreción. Finalmente, al Núcleo de Estudos em Cidadania, Conflito
e Violência Urbana (necvu), de la Universidad Federal de Río de Janei-
ro, coordinado por Michel Misse, por estimular el crecimiento intelectual
en estos temas, por reunir investigadores de diferentes lugares, y por ser
un excelente espacio de trabajo sobre problemáticas contemporáneas que
exigen un conocimiento directo y sensible.
A Joana Domingues Vargas, Ana Gugliemucci, Natalia Castelnuovo Bi-
raben, Lenin Pires y Fernando Rabossi, miembros del comité científico de
este volumen, les agradecemos la rigurosa lectura y evaluación de los tra-
bajos aquí reunidos. Nuestra gratitud es también hacia Sandra Nicosia,
por su colaboración en la edición de los artículos. Giancarlo Ceraudo,
quien acompaña el desarrollo de este campo de estudios, sobre todo en re-
giones de fronteras latinoamericanas, nos gratifica especialmente a través
Presentación 11

de su talento fotográfico, sintetizado en la tapa de este libro que retrata


el descanso de un joven en tránsito por el Puente de la Amistad que co-
necta Ciudad del Este y Foz do Iguaçu, en la llamada Triple Frontera de
Paraguay, Brasil y Argentina.
Introducción

Brígida Renoldi
Santiago Álvarez

Líneas del debate


Quizás toda indagación que pretenda recorrer los márgenes entre lo ilegal
y lo legal, como es el caso de este libro, en algún momento deba enfrentar
el reto de pensar el Estado y sus límites. Nos referimos a los límites con-
ceptuales de este término que nos impiden ver que otros tipos de orden,
no legales, producen organización social. O más que eso: que el Estado en
lo concreto está tramado inclusive con ordenamientos no legales, y que allí
puede encontrar su viabilidad administrativa. Pensemos que es diferente
decir “el Estado no funciona” a decir que “la idea de Estado que tenemos”
no se aproxima a, o difiere de, aquello que observamos. No obstante, el
Estado existe en un plano indiscutible: el de las pautas formales que él
mismo crea para ser visto. En este sentido, no hace falta que el Estado
sea persona para producirse a sí mismo, a pesar de que es a través de
personas, también, que agencia.
La ley se define como el principio regulador de derechos y obligaciones
en un modelo administrativo que conocemos como Estado, cuyo mayor
desafío es garantizar la ciudadanía de todos los habitantes de un país.
Sin embargo, a menudo nos confrontamos con situaciones que ponen en
evidencia no sólo las limitaciones que tal modelo presenta para la concre-
tización de su objetivo principal, sino también, la emergencia de infinidad
de formas en que las personas se organizan para resolver necesidades o
realizar ambiciones que no pueden alcanzar por vías legales, o bien porque
no comparten las bases morales de las pautas legales de resolución. Esto
quiere decir que la ley se presenta como un parámetro, un límite, pero
también como una posibilidad y un desafío. En este sentido no hacemos
sino retomar reflexiones que se encuentran en el origen del trabajo de
campo en la antropología. En Crimen y costumbre en la sociedad salvaje
Malinowski se preguntaba: “Acaso no hay, por lo menos con respecto a

13
14 Estado, violencia y mercado…

ciertas reglas, un mecanismo que obliga, aunque tal vez no esté reforzado
por ninguna autoridad central, sino sólo respaldado por verdaderos mo-
tivos, intereses y sentimientos complejos?” (Malinowski 1985:23). Ya en
ese entonces él criticaba que centrásemos nuestro análisis solamente en lo
estipulado por la ley.
Al mismo tiempo, al estudiar las relaciones entre estado y mercado,
no podemos desconocer la relación tantas veces explícita entre ley y vio-
lencia, ya sea la violencia legítima desatada por los organismos estatales
(Tiscornia 2004, Isla 2007), como la violencia inscripta en mecanismos de
orden propios de ámbitos donde el derecho formal no es un recurso viable
para resolver conflictos, sobre todo cuando éstos se derivan de mercados
ilícitos en los que suele decirse que domina “la ley del crimen o del delito”
(Birman, Pereira Leite, Machado y Sá Carneiro 2015; Misse 2012; Gillo
2013).
Para pensar la tríada Estado/Violencia/Mercado hemos reunido en este
libro diferentes experiencias de prácticas ilegales e informales, a través de
etnografías que muestran claramente la agencia humana en el uso concreto
de esas leyes, sea por adhesión direccionada (hacer valer una ley que
acarrea consecuencias irreversibles, como podría ser la prohibición de las
drogas que sostiene la guerra contra el narcotráfico y sus efectos letales),
por evasión de la ley (vender estupefacientes, vender moneda fuera de los
circuitos controlados, aun siendo prohibido, comercializar mercancías sin
declaración aduanera), o por omisión (en caso de desconocimiento real de
las leyes).
Hablar de la ley es hablar del derecho como institución. Pero tam-
bién de derechos: a veces las leyes coartan derechos, sobre todo cuando
se presentan como obsoletas en la práctica, pero funcionales en un plano
ideológico que posibilita el despliegue de varios frentes de control e inter-
vención en aquello que llamamos sociedad. Entender que el derecho está
inmerso en una red de acciones y significados sociales nos lleva a reformu-
lar algo más que las relaciones entre derecho y sociedad. En el análisis del
positivismo Kelseniano, particularmente, se presupone un derecho inma-
nente y abstraído completamente de la sociedad, producido en una esfera
moral superior, externa y reguladora de la sociedad (y ésta, a su vez, se
concibe como entidad externa que se “relaciona” con el derecho) (Kelsen
1960). Está claro que no podemos continuar percibiendo el derecho fuera
de las concretas y específicas situaciones históricas en las que es producido
(Ewick y Silbey 1998: 35), y hemos llegado a un momento que nos obliga a
repensar el Estado y la Sociedad como universos conceptuales, antes que
Introducción 15

como constituciones objetivas y descriptibles en sí mismas (Tilly 1985;


Abrahams 1988; Mitchell 1991, 2006; Gupta 1995; Latour 2004, Das y
Poole 2004; Strathern 2014).
Los estudios empíricos tornan evidente que el campo de los fenómenos
jurídicos –centrales a la hora de pensar el Estado- es de naturaleza hu-
mana y de índole histórica, se gesta en los procesos de organización social
y resulta de múltiples agencias (Maldonado 2010; Álvarez 2012; Renoldi
2013). Al mismo tiempo, el discurso jurídico se presenta a menudo como
altamente especializado, críptico y distante, y en su esfuerzo por regular
fenómenos, los reinventa indefinidamente. Es difícil comprenderlo para
quienes no pertenecen a sus ámbitos. A su vez, la suposición de que las
leyes son conocidas por los ciudadanos que votan a los representantes que
las formulan, pareciera responder a cierta ficción ciudadana, puesto que
nadie, de hecho, excepto un especialista en derecho, conoce la legislación
como para garantizar una conducta rigurosa que adhiera a ella (si es que
se pudiera derivar la conducta de tal conocimiento). Este punto de partida
jurídico, como plantea Carlos Cárcova en La Opacidad del Derecho, me-
rece al menos ser puesto en discusión crítica (Cárcova 1998: 56). Lo cierto
es que, más allá de las pretensiones inmanentes y racionalistas, las perso-
nas, grupos y colectivos, rehacen el Estado en los intersticios de lo legal
y lo ilegal, en los que operan como verdaderos ingenieros socioculturales.
Lo veremos en los diferentes artículos que integran este libro.
Más allá de las idealizaciones positivistas que colocan el campo de los
valores dentro de lo meta-jurídico, es evidente que la ley se presenta como
la moral que se prevé ‘colectiva’ en una época determinada, formulando lo
que se concibe como correcto, incorrecto y verdaderamente inadmisible.
La ley pareciera buscar la conservación de cierto sentido común del bien,
como valor moral y material, manifestado claramente en la expresión “el
bien protegido por la ley¨. Sin embargo, frente a los usos diversos de las
leyes vemos que no todos se ven representados por los principios que con-
sideran estos bienes un valor colectivo y preciado (la propiedad privada,
por ejemplo, o la salud colectiva entendida como el estado de equilibrio
sanitario).
Por otro lado, en algún punto, toda práctica ilegal, sobre todo cuando
se trata de mercados y mercancías prohibidos, involucra niveles diferentes
de aceptación y viabilidad por parte de agentes que pertenecen a institu-
ciones estatales que, quizás por ironía, son las responsables por custodiar
la vigencia de las leyes.
16 Estado, violencia y mercado…

Este aspecto no es trivial: con todas las relaciones que lo conforman


merece ser conocido y analizado para poder romper con dos hipótesis que
habitualmente limitan la comprensión y contribuyen con la reificación de
ideas y procesos. Nos referimos, en primer lugar, al recurso explicativo
que apunta a las “fallas” sociales y estatales (personas nocivas y estados
deficitarios), una de cuyas expresiones sería la corrupción de los agentes
del estado. Bajo este argumento utilitarista se entiende que los funciona-
rios estatales se aprovechan de sus lugares y roles para el enriquecimiento
ilícito, el tráfico de influencias o los mercados de protección. En segundo
lugar, aludimos a la idea de que los mercados ilegales en los sectores po-
pulares responden a la falta de opciones de integración socioeconómica, o
sea, que la opción por la ilegalidad, por parte de las poblaciones oprimi-
das, sería vista como consecuencia de la exclusión de la que son víctimas,
frente a un sistema explotador, siéndoles retirada en este acto su condición
de agentes. Esto lo señala con precisión Michel Misse (1995) al revisar el
uso sociológico de la noción de sujeto en el ámbito de la política crimi-
nal y reconocer las cinco tesis equivocadas sobre la criminalidad para el
caso brasileño, especialmente carioca, que sirven de inspiración para pen-
sar fenómenos sociológicos similares en periodos históricos semejantes, en
otros países de América Latina.1 Si bien no se trata de aislar la pobreza,
el heroísmo, la migración, la resistencia, la lucha de clases, etc., de las
expresiones de violencia o ilegalidad, ya que en toda sociedad humana, en
diferente medida, estos componentes pueden estar presentes, nos interesa
más entenderlos como fenómenos procesuales que como explicaciones úl-
timas o causales. Es curioso notar que hipótesis similares, tales como las
que sostienen que el crimen organizado resulta de la inmigración, que el
comercio informal y el ‘contrabando’ compensan desigualdades económi-
cas, que la delincuencia ingresa al Estado y lo corrompe, descansan en la
idea de que las bondades del estado de derecho son virtudes en sí mismas
y que los bienes que éste protege son bienes universales, incuestionables.
Deberemos discutir estos presupuestos para entender cómo operan a
nivel epistémico. Que el Estado es bueno en sí y que todas las conductas
que violan las leyes son nocivas para la Sociedad, son ideas que dificul-
1 Las cinco tesis cuestionadas por Misse son: la pobreza como causa de la criminalidad y de
la violencia urbana; el delincuente de las zonas urbanas pobres como héroe justiciero que le
quita a los ricos para darle a los pobres; la criminalidad urbana como resabio de la resistencia
negra de los quilombos y como configuración ética “malandra”; el migrante rural o del interior
brasileño se torna el protagonista de la violencia urbana en un contexto de carencia y desanclaje
relacional, y , finalmente, el aumento de la criminalidad violenta como una expresión de la lucha
de clases. El autor contextualiza y refuta estas hipótesis, presentes en la literatura y discursos
públicos, ofreciendo herramientas analíticas valiosas para ejercicios similares en otros contextos.
Introducción 17

tan la comprensión de los fenómenos que nos inquietan hasta aquí. Las
consecuencias analíticas que se derivan de estos principios llegan a velar
el entendimiento de las conformaciones concretas de estados, violencias y
mercados; y es precisamente allí, donde la etnografía tiene un potencial
insubstituible. No asumir este desafío sólo nos llevará a entender las prác-
ticas ilegales (sean estatales, interpersonales o mercantiles) como aquellas
acciones promovidas con intencionalidad premeditada para poner en ries-
go los bienes y valores comunes, y promover la socavación del Estado de
Derecho y la armonía comunitaria.
En este sentido, proponemos repensar en este campo el dualismo esta-
do-sociedad que, habiendo contribuido tanto sociológicamente como dis-
tinción conceptual al entendimiento de las relaciones humanas, fue tornán-
dose paulatinamente un límite para pensar las dinámicas no sólo urbanas.
Trascender este dualismo acarrea sus consecuencias, dado que está ope-
rando en la base de una serie de procesos que en los análisis tienden a
reducirse a dicotomías entre, por ejemplo, la policía y el narcotráfico, los
policías honestos y los corruptos, estados fuertes y débiles, estados pre-
sentes y ausentes, estado de derecho y estado paralelo, ámbitos públicos
y ámbitos privados, delito y sociedad. Y llama la atención el modo en que
estas dicotomías crean la ficción, por así decirlo, de que existen bloques
íntegros en cada una de las partes, posicionados en un orden jerárquico
dado por lo positivo y lo negativo. El problema de estas dicotomías de
uso generalizado en las que descansan nuestros análisis, es que nos llevan
a descuidar la variabilidad de los fenómenos, a opacar sus continuidades,
y a negarles la habilidad creativa que renueva los acuerdos, a pesar de
que éstos no se encuadren en las leyes oficiales, ni sean extensivos a la
totalidad de las personas (véase Sánchez en este volumen).
El uso de términos como crimen, clandestino, mercado negro, violencia,
contrabando, delito, tráfico, presupone valores, siendo que, a veces, actos
determinados legalmente como delictivos no son vistos como nocivos por
carecer de víctimas humanas. Este es el caso del Estado que, a pesar de
ser todo el tiempo personalizado, no es percibido como víctima, inclusive
cuando la ley así lo define frente a determinado tipo de prácticas eco-
nómicas o burocráticas (delitos fiscales y federales, por ejemplo). Pero, al
mismo tiempo, el estado no es visto como la comunidad2, sino que muchas
veces es tomado por todo lo contrario, como la amenaza, llevándonos a
pensar entonces por qué y de qué maneras, diferentes grupos y personas
encuentran mayores garantías en referentes ajenos al Estado que propia-
2 Véase al respecto el debate plateado por Roberto Kant de Lima (2001).
18 Estado, violencia y mercado…

mente en él. Estos términos a los que hacemos referencia, creados por el
uso cotidiano que evoca siempre la ley, operan como principios de suje-
ción criminal y contribuyen también con la naturalización de grupos y
conductas a ellos extensivas (véase Misse en este volumen).
Nos encontramos entonces frente a diversas formas de ordenamiento,
frente a la reconfiguración de elites y a la reivindicación de derechos a
través del ejercicio de códigos diferenciados, tal como se evidencia en los
artículos aquí reunidos. Estamos también frente a las políticas públicas
urbanas (económicas y de seguridad) y al uso cotidiano de la ciudad, cer-
cados por los parámetros internacionales que nos interpelan sin cesar. Nos
vemos ante la necesidad de operar los conceptos nativos de orden, orga-
nización, periferia, violencia, mercado, frontera, margen, estado, e iden-
tificar los procesos de estratificación y diferenciación contemporáneos de
los colectivos humanos, pero ya no desde la visión estado-céntrica que los
aglutina bajo las categorías de pobres, violentos, corruptos y delincuentes.
A partir de las etnografías aquí reunidas podemos afirmar que los pro-
cesos de violencia, tantas veces asociados a las prácticas ilegales, no se
explican ni justifican de manera lineal. La violencia tampoco se remite
sólo a las expresiones de agresión física (Álvarez 2013; Machado da Silva
2004). Son procesos que no pueden ser reducidos apenas a diferencias de
clase social, ni sería válido considerar que los agentes del Estado repre-
sentarían siempre los intereses de la burguesía legitimada. Tampoco nos
convence la hipótesis de que todos aquellos que han logrado enriquecerse
a través de procedimientos ilícitos se encuentran realmente integrados en
los sectores formales por medio de procedimientos de inclusión ilegales,
que les hayan permitido legalizar los capitales. En un sentido analítico
similar, sostenemos que las prácticas económicas calificadas como infor-
males, y por este motivo objetos recurrentes de formalización por parte
de las políticas públicas, una vez descritas etnográficamente, evidencian
su protagonismo para las economías consideradas formales, y ponen de
relieve también que la distinción entre formal e informal no dista de la
que distingue lo legal de lo ilegal, en cuanto a la carga moral que cada
término conlleva, y en cuanto a la ficción que carga el dualismo como tal
y al poder inter-excluyente que se les atribuye.
La complejidad de las relaciones que podrían fundar estas hipótesis sólo
podrá ser relevada con el reconocimiento de los modos en que estos proce-
sos se desarrollan en vidas reales, con relaciones concretas e imaginarias,
en cuerpos vivos y muertos, en ambientes específicos. Éste será el aporte
Introducción 19

de la etnografía a través de las miradas de cada uno de los autores sobre


los contextos que se describen y analizan en este libro.

Sobre los capítulos


Tal como fue planteado en la presentación, venimos acompañando la pro-
gresiva consolidación de un rico campo de debates sobre las formaciones
y conexiones que resultan de la distinción legal/ ilegal, instituida por el
Estado, y los fenómenos derivados de allí, tales como mercados, violen-
cias y políticas de seguridad. Diferentes estudios etnográficos ponen en
evidencia que los valores negativos atribuidos a lo ilegal por los códigos
y leyes que legitiman al Estado como un buen modelo de administración,
no son siempre reconocidos como tales por quienes desarrollan infinidad
de prácticas que escapan a lo legal. Reiteramos nuestra apreciación: esto
está relacionado con la organización del Estado que parte de la asocia-
ción entre lo ilegal y lo inmoral o nocivo, porque es en esta base que
se legitiman los sistemas represivos y correctivos. Sin embargo, entre lo
legal y lo ilegal se desarrollan actividades intersticiales que se muestran
como legítimas para quienes las llevan adelante, se trate de la población
en general (como pueden ser los comerciantes transfronterizos que omiten
los controles fiscales, los usuarios y vendedores de drogas prohibidas, los
cambistas de moneda no institucionalizados, etc.), o se trate de agentes
del Estado (tales como policías, agentes aduaneros, jueces, legisladores,
etc.). Tal vez nos puedan iluminar en este recorrido liminal las memorias
del ladrón Jean Genet atravesando aduanas y fronteras y al mismo tiempo
siendo atraído por el fetichismo del estado, tal cual lo resaltara Michael
Taussig en “Maleficium: El fetichismo del estado” (Taussig 1995:173-189).
Ya fue señalado que se ha tendido a calificar muchas de las prácti-
cas intersticiales como “delitos”, actividades “informales” o incluso como
“corrupción”. Destacamos los artículos de Michel Misse en este volumen,
para resaltar que se trata de categorías, básicamente acusatorias, que se
yerguen en la moral y epistemología creada desde el punto de vista forma-
lizado del Estado, en tanto modelo. Lo que observamos en los mercados
informales, así como en cualquier opción que una persona pueda tomar
por una práctica ilegal, es una trama densa en la que se desdibuja la línea
que separa normativamente lo legal de lo ilegal, así como también la que
separa a la Sociedad del Estado (Gupta 1995). En consecuencia, se ven
cuestionados el isomorfismo y la convergencia supuestos entre formas de
20 Estado, violencia y mercado…

gobierno y modelos de administración. Que el Estado sea el paradigma


de administración de la población y de la economía no quiere decir que
en él descanse la gestión del orden, tal como se espera del modelo ideado
(Foucault 2006). El monopolio de la violencia legítima, definición webe-
riana de la columna vertebral del Estado, además de ser una construcción
ideal, inalcanzable por lo tanto en su totalidad, lleva a invisibilizar otros
ordenamientos posibles que utilizan formas de constreñimiento social no
necesariamente basados en la fuerza física.
Es en este sentido que nos proponemos reconstruir etnográficamente la
legitimación cotidiana de elecciones y prácticas calificadas como ilegales,
en función de pensar a través de ellas el orden del Estado y la emergencia
de otras formas posibles de orden.
Los artículos aquí reunidos se inscriben por completo en estas proble-
máticas. A través de los conceptos nativos que emergen del trabajo de
campo, cada etnografía dialoga con la teoría social y con aquellas apre-
ciaciones que podríamos llamar, con cierta liviandad, de sentido común.
Al aproximarnos a los mundos estudiados a través de las descripciones de
los circuitos y sentidos, nos vemos interpelados a recomponer las tramas
vitales que sostienen nuestras herramientas conceptuales.
Michel Misse trabaja conceptos que buscan aprehender fenómenos pro-
pios de la realidad latinoamericana, y brasileña en particular. En este sen-
tido el concepto de “sujeción criminal” tiene un claro origen en un intento
de comprender las particularidades del tráfico de drogas en Río de Janei-
ro. La sujeción criminal tiene elementos relacionados con los conceptos de
estigma y rótulo social. Sin embargo, el autor parte de una expectativa
social: que un grupo determinado produzca el mal sobre otros. En este ca-
so la sujeción criminal supone abandonar la idea de culpa individual para
someter a todo un grupo a la situación de culpabilidad general debido a
su condición de pertenencia. Este concepto permite entender prácticas e
interpretaciones de las mismas más allá de lo que efectivamente produ-
ce una ley, como registro acusatorio sobre una conducta que ella pune.
Involucra los procesos sociales que, remitidos a las leyes, se anticipan y
generan expectativas de criminalidad sobre personas que son inscriptas
por algunas características a determinados universos de referencia.
El concepto de “mercancía política” también está formulado para en-
tender el mismo universo. La expresión, inspirada en la noción marxista
de mercancía, abarca un conjunto de prácticas de intercambio que solo
pueden llevarse a cabo ancladas en una relación asimétrica de poder. El
cálculo económico queda, así, subordinado al cálculo de poder. Conside-
Introducción 21

ra como ejemplo análogo el concepto de “monopolio” que es visualizado


como categoría económica, cuando es fundamentalmente una categoría ex-
tra económica que alude a una situación en la cual la dominación política
ejerce una clara prevalencia sobre la economía.
Antonio Rafael Barbosa examina algunas prácticas de uso y comercio
de drogas en Río de Janeiro a través del empleo de los conceptos de “ile-
galismos” y de “delincuencia”, como instrumentos heurísticos. Si bien su
contribución es consistente, sistemática y relevante al analizar el alcance
de significado y potencial analítico de estos conceptos, el autor no aspira
a una aplicación generalista de tales “herramientas conceptuales”, ni tam-
poco a evaluar o justificar su pertinencia para el tratamiento de diversos
problemas que evocan el binarismo categórico legal/ilegal. En el artículo se
exploran las torsiones que la aplicación de estas dos categorías produce en
la descripción etnográfica y en el análisis de su material de investigación,
como así también sus variaciones y las virtualidades transformacionales
que pueden aventurarse a partir de las mismas.
Paulo Arthur Malvasi aborda la gestión de la violencia en el tráfico
de drogas en la ciudad de São Paulo en Brasil. El autor reconstruye, a
través de una etnografía minuciosa y reveladora realizada en dos barrios
de la región metropolitana de São Paulo, los mecanismos y las tácticas
que permiten la expansión del Primer Comando de la Capital (pcc) y su
relación con la gestión de la violencia, particularmente de homicidios. Tal
expansión refiere a la construcción, flexible por cierto, de un poder orien-
tador y gestor del tráfico. El autor describe el cotidiano de las relaciones
económicas y políticas en un contexto específico de tráfico de drogas: la
organización del trabajo, las ganancias, la flexibilización, los riesgos, las
disputas y las tramas establecidas en torno al comercio de drogas. Con
esta base etnográfica discute las concepciones nativas sobre las caracterís-
ticas definidoras del “traficante”, el lugar de la violencia y el papel de la
inteligencia en la gestión de los mercados. El artículo permite entender la
relación entre los jóvenes que venden drogas en “kiosquitos” y su “sinto-
nía” con el pcc, y se despliega sobre un concepto nativo clave: “mente”.
Una mayor inteligencia o racionalidad en el uso de los recursos delictivos
que este concepto ilumina, permite comprender el contexto que llevó a la
disminución de los homicidios en barrios de la periferia de São Paulo a
partir de los años 2000.
El artículo de Gabriel Feltran da cuenta de las maneras en que se ha
transformado la periferia de São Paulo, Brasil, con relación a la violencia,
y de los homicidios en particular. Con un gran conocimiento etnográfico
22 Estado, violencia y mercado…

de los cambios en las configuraciones de la delincuencia, el autor narra las


maneras en que el “mundo del crimen” sustituye y/o se articula con otros
modos de regulación social, de tal manera que dicha articulación cam-
biante determina las formas y tasas de homicidios de la periferia paulista.
Mediante un análisis específico del surgimiento del Primer Comando de
la Capital (pcc), nos explica cómo estas estructuras del crimen llegaron
a regular la producción de violencia en las favelas y cómo impusieron, no
sin resistencia, nuevas prácticas y formas de justicia mucho más eficaces,
menos violentas e incluso menos militarizadas que las de los aparatos ofi-
ciales del Estado brasileño. La principal conclusión del artículo es que si
bien estas nuevas prácticas de regulación criminal no son legales a ojos del
Estado, sí han permitido una reducción notable de los homicidios. El tra-
bajo nos invita a reflexionar sobre la legitimidad en contextos de legalidad
e ilegalidad, y cómo se hacen legibles estas relaciones intercambiables. Un
análisis de largo plazo del mundo del crimen sería muy interesante pa-
ra comprender cómo evolucionan estas agrupaciones, comparándolas con
el caso colombiano, donde desde hace algunos años se han consolidado
empresas de protección privada, basadas en estructuras de delincuencia
organizada.
Silvia Monroy aborda el caso colombiano a partir de la historia de vida
de un sacerdote católico. La aparentemente inusitada asociación entre ese
sacerdote y la guerra, da inicio a la exploración en la idea de “nosotros
interno”, categoría analítica con la cual la autora relaciona los términos
locales “guerra” y “territorio” como englobados, a su vez, por la afir-
mación de “ser de Urabá”, región en la frontera con Panamá donde fue
realizado su trabajo de campo entre 2009 y 2010. Apelando a las voces
de desmovilizados de diferentes bloques de las Autodefensas Unidas de
Colombia (auc), algunos previamente soldados del Ejército colombiano
o guerrilleros del Ejército Popular de Liberación (epl), y de otras fuen-
tes relativas a la actuación de las auc en la región, se analizan algunos
elementos del “nosotros interno” y se construye la categoría analítica “no-
sotros transitorio”. Esta noción evidencia que comandantes de alto rango
y combatientes rasos de las auc compartieron un vínculo en términos de
identidad guerrera que fue válido mientras se perteneció a la “organiza-
ción”, y que luego de su expiración salen a flote algunos resentimientos
que, no obstante, muestran otras aristas de lo que implica “ser de Urabá”.
En suma, ambas nociones de análisis permiten adentrarse en la comple-
jidad del conflicto armado contemporáneo en Colombia y en algunos de
sus dilemas recurrentes.
Introducción 23

Brígida Renoldi presenta y analiza las formas de trabajo policial y ju-


dicial con relación al mercado ilegal internacional de drogas ilícitas entre
Argentina y Paraguay, en la provincia de Misiones, Argentina. Con foco
en la circulación de “estupefacientes”, principalmente de marihuana, y
otras mercancías ingresadas por “contrabando” al territorio nacional ar-
gentino, la autora busca reconstruir los circuitos de trabajo institucional,
a partir de las experiencias de las personas que, de manera permanente o
circunstancial, están involucradas en ellos. Con este propósito contextua-
liza el proceso penal argentino, tal como se desarrolla en el ámbito de la
Justicia Federal, en particular en la frontera que observa, estableciendo
de manera explícita la relación existente entre las políticas de estado y los
poderes ejecutivo y judicial, bajo el efecto de los datos cuantitativos orde-
nados en estadísticas. El análisis de los procesos inherentes a la dinámica
de estos circuitos evidencia la continuidad dada entre el poder ejecutivo
y el judicial, diferenciados y separados conceptualmente según el modelo
que, en teoría, define los límites internos al conjunto administrativo del
Estado de derecho.
La novedosa contribución de María Soledad Sánchez toma como objeto
el mercado de compra-venta ilegal de divisas en Argentina, conocido como
el dólar blue. A través de descripciones la autora identifica el conjunto de
agentes, relaciones y prácticas que se entraman en un circuito de inter-
mediaciones financieras, evidenciando que el mercado ilegal de divisas no
opera más allá ni en oposición a una economía legal, sino que el dólar blue
circula a través de una red que se constituye en un terreno liminar entre
lo legal y lo ilegal, donde el delito no es lo otro de la sociedad, sino que
se encuentra entramado con sus estructuras más consolidadas. El artículo
aborda también los sentidos y valoraciones sobre las formas legítimas o
ilegítimas de ganar, circular y/o ahorrar el dinero, movilizadas por los
agentes del mercado. Ello deja entrever la configuración del dólar blue
como un dinero ilegalmente intercambiado, pero legítimamente ganado
y/o ahorrado; y a su compra y venta como prácticas ilegales, pero no
delictivas ni inmorales.
En el trabajo de Efrén Sandoval encontramos un interesante análisis
de la expansión del mercado de fayuca (mercancías de contrabando) en
la frontera de México con Estados Unidos. Un mercado esencialmente
informal de productos de segunda mano o de mercancías que no pasan
controles de calidad o que son producidos esencialmente para la venta
informal, sin pago de impuestos, regulaciones, etc. El autor muestra la
transformación de dicho mercado, las múltiples relaciones de legalidad e
24 Estado, violencia y mercado…

ilegalidad al interior de los estados nacionales, entre las empresas trans-


nacionales y los comerciantes, así como el espacio fronterizo donde las
aduanas tienen un papel significativo en la producción de este tipo de
flujos de comercio. Un aspecto relevante del trabajo es la documentación
de cómo se fue transformando el mercado de la fayuca, en el marco de
la llamada guerra contra el crimen que desde hace más de una década
inició el estado mexicano. Al analizar meticulosamente este proceso, el
autor encuentra un aspecto central de la multiplicación de las violencias
criminales, tal como la cooptación, por parte del crimen organizado, del
mercado de la fayuca y de las principales cadenas y actores involucrados
directa o indirectamente en el negocio. El autor describe situaciones que
evidencian cómo ha resultado beneficioso para la delincuencia organiza-
da el control de fronteras para tráfico de armas, así como los mercados
informales, a donde pueden colocar mercancías obtenidas por medios in-
formales e ilegales. Esto nos lleva a comprender los modos en que operan
las articulaciones entre lo legal e ilegal en la propia naturaleza del estado
mexicano.
Finalmente, Salvador Maldonado ofrece un análisis de cómo una región
se ha transformado a través de la preponderancia de cárteles al controlar
la producción y trasiego de drogas. La tesis central del artículo es que
no se puede observar el dominio de cárteles mexicanos y su ejercicio de
violencia en forma de secuestros, extorsiones y cobro de cuotas, como si
fueran grupos anormales en búsqueda de reconocimiento. Gran parte de
la violencia criminal que se produce en el estado de Michoacán, México,
donde los cárteles han construido imperios del crimen sumamente sangui-
narios, responde a procesos estructurales de transformación de economías
agrícolas transnacionales, extractivismo minero y deforestación ilegal de
bosques para tala ilegal de madera. Los cárteles michoacanos lograron
dominar gran parte de dichas economías precisamente por los flujos le-
gales e ilegales que generan estas economías. Mediante el poder armado,
cooptación de funcionarios públicos, empresarios, etc., se pudo construir
un emporio del crimen mediante cobros de cuotas a los actores involucra-
dos en las redes de producción, comercialización y exportación agrícola.
Así es como afectaron gran parte de la población más pobre, cuando el
poder criminal los hacía cometer infinidad de atropellos, sin importar sus
consecuencias. En el texto se reconstruye cómo fueron afectadas comu-
nidades rurales y la propia dinámica comunitaria mediante conceptos de
solidaridad forzada y violencia silenciosa.
Introducción 25

Retomamos las palabras iniciales de esta introducción al decir que re-


pensar críticamente el Estado con relación a la violencia y al mercado es
intentar despojarlo de su reificadora E mayúscula. Hacerlo a través del
análisis de diversos casos etnográficos, en y desde nuestra región, es pro-
poner una llave para entender diversos pero análogos procesos sociales que
se desarrollan en Latinoamérica, al mismo tiempo que es una invitación
a promover la riqueza de la mirada comparativa.

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Sujeción criminal1

Michel Misse2

Desde un punto de vista formal, la sujeción criminal hace referencia a un


proceso social por el cual se expande una expectativa negativa sobre indi-
viduos y grupos, haciéndoles creer que esa expectativa no sólo es verdadera
sino también constitutiva de su subjetividad. La carga de sentido de la
misma no remite sólo a un atributo desacreditador, un estigma, ni deri-
va simplemente de un proceso de etiquetamiento de un comportamiento
considerado desviado de primer grado (como en la desviación primaria),
sino que parece ser un elemento determinante, o al menos enlazado a
todas estas relaciones. Hace referencia a un set institucionalizado deno-
minado “Código Penal”, históricamente construido y administrado mono-
pólicamente por el Estado, que se confunde por completo con el proceso
moderno de criminalización. Así, la discriminación que fundamenta la di-
ferencia del sujeto criminal con relación a los demás sujetos sociales no
deriva de estereotipos arbitrarios o prejuicios anteriores, sino que, por el
contrario, proviene de su explicación estabilizada en una creencia com-
partida. Esta creencia profunda, sostiene que, en ciertos casos, el crimen
habita en el individuo transgresor y en su tipo social más general. En la
sujeción criminal, el crimen es reificado, encarnado en el sujeto supuesto
autor de crímenes. El rótulo y el estigma, en estos casos, son efectos, o
se articulan de algún modo a la sujeción criminal, pero no son en ningún
modo las causas.
El concepto fue propuesto en el cuadro de una situación particular,
la del tráfico de drogas en Rio de Janeiro (Misse 1999; 2006), pero viene
ganando relevancia en nuevos estudios realizados desde entonces. Este tér-
mino parece incorporar algunas de las dimensiones formales del estigma y
del rótulo. Su carga de sentido es completamente arbitraria, consecuencia
de la victoria de una orientación moral sobre otras, en todo caso, remite

1 Este artículo es la traducción del que fuera publicado en el libro Crime, Polícia e Justiça no
Brasil bajo el título “Sujeição criminal”. La compilación, a cargo de Renato Sergio de Lima, José
Luiz Ratton y Rodrigo Ghiringelli de Azevedo, fue publicada en 2014 por la Editorial Contexto
en São Paulo.
2 ifcs-ufrj-Brasil

29
30 Estado, violencia y mercado…

a una situación social en la que la desigualdad social delimita y natu-


raliza diferentes grados de legitimación del proceso de criminalización.
También se diferencia del concepto de desviación secundaria, que hace
referencia al refuerzo de una identidad desviante, por el hecho de que no
es su consecuencia y no se infiere del concepto de desviación, sino que,
por el contrario, es lógicamente anterior.
Hay una diferencia fundamental entre un atributo desacreditador (el
estigma, el rótulo, el estereotipo negativo, el prejuicio) y una expectativa
social de que otro quiera, o pueda, intencionalmente, hacer el mal. Cuando
se trata de definir patrones de sociabilidad, esta diferencia gana especial
relevancia, pues en el primer caso el conflicto puede resultar del atributo,
mientras que, en el segundo, el atributo es consecuencia de la expectativa
de conflicto. Cuando se trabaja con la noción de “desvío” se enfatiza la
ruptura de una expectativa normativa, como si esta fuese “natural” y
no el resultado de un conflicto de significaciones morales y de intereses
institucionalizados victoriosos. En compensación, cuando el conflicto es
enfatizado, el atributo normativo pierde su naturaleza arbitraria y se ve
obligado a buscar una fundamentación social más persistente, más estable.
La crítica interaccionista al estructural-funcionalismo en la sociología
norteamericana fue muy importante, entre otras razones, por rescatar,
contra el predominio de la dimensión normativa en la explicación fun-
cional, el carácter conflictivo y negociado del orden social. Para eso ne-
cesitó romper con las macro-explicaciones y desplazarse hacia la psico-
logía social, invirtiendo en la construcción de una micro-sociología de la
interacción entre personas, cara-a-cara, contextual, donde los referentes
institucionalizados aparecen siempre dependientes de negociación cotidia-
na. Así como el sistema de creencias igualitario norteamericano, con su
evangelio normativo, fue decisivo para el desarrollo del estructural fun-
cionalismo, para el éxito académico del interaccionismo simbólico ha sido
fundamental la profundización de este sistema de creencias a través de los
avances alcanzados por la democracia norte-americana, desde los años 60.
Podemos mencionar, en particular, la cuestión racial y la de las minorías,
especialmente aquellas que mejor encajaban en los conceptos de estigma
y de rótulo, de desviación primaria y secundaria, todos herederos de prin-
cipios individualistas morales e igualitarios. La desviación sólo puede ser
conceptualizada donde la referencia sea la norma universalizada, y si es-
ta fuera homogénea y general, igualitaria y consensual. El concepto de
desviación aspira a la normalización y no se reconoce como categoría de
acusación en un conflicto.
Sujeción criminal 31

Una perspectiva más histórica (o genealógica, como otros prefieren) se


desarrolló en Europa durante los “treinta gloriosos” años de la posguerra,
los años del Estado de bienestar social, y buscó responder a dos cuestio-
nes transversales propuestas por la sociología sistemática norteamericana.
Norbert Elias se preguntó por las condiciones históricas de la posibilidad
de llegar, como finalmente se llegó, a los ponchazos, en toda Europa oc-
cidental, a una sociedad pacificada, civilizada, educada en el autocontrol
individual y en el respeto a los derechos de cada uno. Michel Foucault op-
tó por seguir el camino inverso y preguntarse cómo surgió y se consolidó,
en la modernidad, la separación entre locos y normales, entre delincuen-
tes y trabajadores. Ambos pensadores, cada uno a su modo, llegaron a la
conclusión que fue necesario un largo proceso de gestación de los disposi-
tivos de autocontrol (Elias) y de normalización (Foucault) acompañados
de la construcción de un aparato de Estado al mismo tiempo basado en
la diseminación de la disciplina individual y garantizador de su efectivi-
dad productiva social. En ese sentido, no fue totalmente arbitrario que
determinadas conductas fuesen valorizadas y otras discriminadas, o que
la violencia interindividual fuese crecientemente criminalizada y que la
administración institucional de los conflictos fuese siendo cada vez más
transferida al Estado. Se puede encontrar un sentido en este proceso, ya
sea a través de la profundización del modo de producción capitalista, co-
mo lo previó Marx, ya sea por la racionalización creciente de las esferas
de sentido de la vida social, como privilegió el análisis weberiano.
De un modo general, el incremento normativo del autocontrol indivi-
dual, la propagación de la disciplina como regla general y como ideal
valorizado asociado a un modo de producción basado en la acumulación
del capital (y, posteriormente, en la acumulación de mercaderías de consu-
mo conspicuo) produjo una economía de represión en el Estado moderno,
particularmente en Europa y en los Estados Unidos, que propició los trein-
ta años gloriosos y hasta se extendió, en algunos casos, hasta el día de
hoy. Esto se conoce como “proceso de normalización”, en el sentido fou-
caultiano, que pretende ser crítico; o “proceso civilizatorio”, en el sentido
eliasiano, que prefiere reconocer su positividad.
Lo que pasó en Brasil, en ese mismo período histórico, fue completa-
mente diferente, pero, sin embargo, comenzó a converger en la misma
dirección. Esta convergencia se fue dando principalmente a partir de la
abolición de la esclavitud y del largo proceso de integración del negro y de
los inmigrantes pobres a la sociedad nacional que entonces se construía.
Toda la estructura jerárquica, con sus valores señoriales, la valorización del
32 Estado, violencia y mercado…

ocio y del mando, la nítida separación estamental entre elites agrarias y


clases medias urbanas, y entre éstas y las masas trabajadoras negras o in-
migrantes, va cediendo lugar, poco a poco y lentamente, siempre de forma
contradictoria, a los valores individualistas morales, igualitarios, moder-
nos, en un proceso todavía incompleto e inconcluso. Uno de los principales
indicadores de este proceso (y de su lentitud y carácter contradictorio)
es la introducción y propagación en la sociedad brasileña, también a los
golpes, de la educación formal, a través de la escuela pública.
Existe una anécdota de los años 50 que afirmaba que en Brasil sólo había
tres instituciones (en el sentido normalizador del término): la Iglesia Cató-
lica, las Fuerzas Armadas y el Partido Comunista. Sin duda las tres tienen
las características comunes de una normalización “intencional”, de “arri-
ba hacia abajo”, en la preservación de valores jerárquicos incluso cuando
estos se modernizan, como de hecho parece que ocurrió, de modo general,
en la diversidad cultural brasileña, probablemente hasta los años 50.
Pero un movimiento de masas irrumpió a partir de los años 30 en Brasil,
en varias direcciones, sobre todo en la poblacional, con altas tasas de creci-
miento y con un movimiento intensamente migratorio de las áreas rurales
hacia las ciudades del litoral. No cabe aquí la exposición de ese proceso,
cuyos efectos económicos (industrialización, urbanización, marginalidad)
y políticos (movimiento pendular entre centralización y descentralización
federal, entre dictadura y democracia representativa, entre clientelismo
e ciudadanía moderna) han sido ampliamente tratados en los estudios
contemporáneos. Aquí sólo interesa uno de sus efectos, que incide directa-
mente sobre el concepto de sujeción criminal: lo que puede ser denominado
“normalización represiva” de las masas urbanas en el Brasil del siglo xx y
su impacto contradictoriamente desnormalizador, cuyos efectos ganarán
relevancia pública a partir de los años 80, pero cuyos orígenes son mucho
más antiguos.
Este proceso produjo que la sujeción criminal se constituyese en Brasil
en “tipos sociales”, que se metamorfosearan siguiendo la misma dirección
del proceso desnormalizador en las áreas urbanas. En Río de Janeiro, la
capital del país durante el período constitutivo de la sociedad nacional
(1763-1960), estos tipos sociales (por ejemplo, el “malandro”, el “margi-
nal”, el “vagabundo”) se tornaron sucesivamente algo así como un “mo-
delo” negativo, en oposición al cual son presentados los valores positivos
del carácter ideal del ciudadano, de las que hoy son llamadas “personas
de bien”. La sujeción criminal es constitutiva del tipo-límite opuesto a
las personas de bien, las “del mal”, aquellos que vivieron una “sociabili-
Sujeción criminal 33

dad violenta” (Machado da Silva 2008). Aunque no sólo eso: últimamente


asistimos, a través de una poderosa campaña mediática, a la extensión
de algunos atributos de la sujeción criminal a políticos y a corruptos en
general, tema frecuentemente usado en las campañas electorales del pa-
sado, como parte del conflicto político en boga. Pero esta extensión no
tiene la misma eficacia del “verdadero” sujeto criminal, que me amenaza
directamente por la fuerza, con un arma, con crueldad e indiferencia hacia
mí. Yo le temo, y por eso lo persigo – no se trata únicamente de un estig-
ma o un prejuicio, ni de un rótulo, sino de riesgos, reglas de experiencia,
conflicto. En este caso, no hay negociación posible, hay miedo, pavor y
odio. El estigma y los preconceptos, ahora sí, se generalizan.
Prejuicio, estereotipo, estigma, rótulo – todas estas categorías son mo-
vilizadas frecuentemente para designar diferentes atributos desacredita-
dores de una identidad individual o grupal. Prejuicios y estereotipos son
categorías de acusación social, cuyo uso expresa un contenido “crítico” en
relación con las prácticas que designan, cognitiva y moralmente, a través
de una generalización considerada equivocada: tipos y rasgos, especies y
géneros, individuos y grupos son interpretados o clasificados como diferen-
tes de lo normal o inferiores a lo normal o al tipo medio. Son atributos que
se relacionan con la “clausura” de las relaciones sociales entre los que cali-
fican y los que son así calificados. Cuando el sistema de creencias justifica
como natural esta diferencia y esta clausura, el uso de estas categorías
es inexistente o es anacrónico. Cuando, por el contrario, el sistema de
creencias deslegitima la desigualdad –como en las democracias modernas–
el uso de estas categorías participa de una modalidad de crítica capaz de
producir justificación para el cambio social. En este sentido, el estigma
substituye al prejuicio para transformarse en una categoría clasificatoria
con la cual individuos y grupos son “marcados” negativamente. En el caso
de la sujeción criminal ocurre lo mismo, sólo que el detonador es presen-
tado como una “regla de experiencia” y no como un prejuicio. Se trata de
una persona o de un grupo social con relación al cual “se sabe” preven-
tivamente que puede hacernos mal, asaltarnos, violarnos, matarnos. Son
crueles, matan por nada, no respetan a nadie, no tienen valores ni ideales,
son “monstruos”, “animales”, “personas de mal”, bandidos infames. En
una posición límite, su vida es indeseable para la sociedad (pensada como
yo mismo, como una unidad homogénea e exenta de anormalidades).
Ocurre que el proceso de incriminación moderno le transfirió al Estado
el control de esos individuos que, estoy convencido, son peligrosos para
mí y para mi familia. Dependo del Estado para controlar, a través de la
34 Estado, violencia y mercado…

prisión, a estos individuos y a estos grupos. Deriva de este proceso una


disyunción entre la voluntad de punir, la demanda moral de “hacer jus-
ticia” y la capacidad efectiva de la maquinaria del Estado para procesar
y dar visibilidad pública al control que ejerce sobre los sujetos criminales
o delincuentes. Inclusive en Inglaterra, como en los Estados Unidos, en
Francia y en Alemania, los países que inspiraron los análisis del proceso
civilizatorio de Elias y de la sociedad disciplinaria de Foucault, el proce-
samiento de crímenes graves supera el 60 % en delitos contra la propiedad
y el 80 % en crímenes intencionales contra la vida. Por lo tanto, no existe
justificación pública para quien quiera hacer justicia con sus propias ma-
nos. Sin embargo, estos números son relativamente altos comparados con
los de América Latina, pero lo son mucho más en función de la existencia
de negociación de la pena (plea bargain) en los Estados Unidos, o del grado
menos grave y baja incidencia de delitos violentos en los países europeos,
que de la eficiencia punitiva del Estado. En Brasil, donde no existen esta-
dísticas que permitan hacer este cálculo en términos nacionales, se estima
que menos del 15 % de los autores de homicidios intencionales y menos
del 5 % de los autores de robos y asaltos a mano armada, son llevados a
juicio. En compensación, es el país que presenta los números más elevados
de víctimas de ejecuciones extralegales, de “justicia por mano propia”, y
de muertes en enfrentamientos con la policía.
Podemos resumir las cinco principales dimensiones del concepto de “su-
jeción criminal”:

1. como parte de la voluntad de punición, la sujeción criminal es la expec-


tativa de que determinados individuos y grupos sociales, que presentan
determinadas características, son propensos a cometer delitos, espe-
cialmente violentos, y que eso es parte ineluctable de su personalidad
y carácter, de su subjetividad y de su ser;

2. como corolario de la dimensión anterior, la sujeción criminal implica


que el foco criminalizador se transfiera del delito y de la transgresión a
la ley hacia los sujetos de los delitos, individuos que son definidos por
su potencial peligrosidad e irrecuperabilidad, atributos generalmente
conectados a sus orígenes sociales o genéticos, que la ciencia debería
conocer;

3. En consecuencia, la discriminación selectiva de las características que


pueden estar asociadas a estos individuos (color, ropas, marcas cor-
porales, lugar de residencia, modo de caminar, origen social, etc.), sea
Sujeción criminal 35

basadas en “reglas de experiencia” que alimentan los “guiones típicos”


adoptados por la policía, o en estereotipos basados en “tipos sociales”,
es presentada y justificada como un criterio preventivo de control so-
cial;

4. Como efecto de la definición anterior y del tipo de interacción con


los grupos de referencia, con la policía y con la justicia, individuos y
grupos sociales puestos en esa condición de potencial sospecha tienden
a reconocerse (aunque secreta o parcialmente) como sospechosos de ser
“sujetos del crimen”, a construir justificaciones para su “diferencia”
(que, en este punto, se asemeja a la condición de estigma) o para su
“trayectoria”, buscando, en lo posible, neutralizar su culpa. En los
casos límite, cuando son extrapoladas sus propias referencias morales,
el sujeto admite ser irrecuperable y peligroso, o simplemente trata su
situación como esencialmente no explicable para sí o para los otros:
se calla. Para quien lo denuncia o lo persigue, lo ideal es callarlo,
exterminarlo.

5. Lo que diferencia radicalmente a la sujeción criminal de la situación


de desviación secundaria, tal como fue definida por Edwin Lemert y
desarrollada en su labeling theory, es el hecho de que ella no surge del
refuerzo identitario producido por su rotulación en reiterados desvíos
primarios. Por el contrario, la sujeción criminal depende de una iden-
tidad socialmente construida como tendiente al crimen y asociada a
un tipo social. Esto es así incluso cuando no haya habido crimen o, en
caso que haya habido, la sujeción criminal se da por la construcción
social preventiva del sujeto como supuesto autor, y por su “encua-
dre” en un tipo social dado previamente, y siempre sospechoso. En la
sujeción criminal el principio moderno de la presunción de inocencia
carece de sentido.

6. El concepto de sujeción criminal no depende del concepto de desvia-


ción o del de estigma, pues hace referencia a un proceso social donde
es “normal” (y no desviante) esperar que ciertos individuos y tipos
sociales sean más propensos que otros a cometer delitos, donde es
“normal” creer que la sociedad está dividida entre “personas de bien”
y “las otras” y donde la regla no es la de la “presunción de inocen-
cia”, sino la de la desconfianza y la de la “presunción (preventiva) de
la culpabilidad”. Con ese grado de generalización, la relación Yo-Otro
no puede quedar restringida a la interacción cara a cara (donde nor-
36 Estado, violencia y mercado…

malmente sólo interactúan “personas” del mismo tipo o clase), puesto


que gana estructuración y se estabiliza como sistema de creencia, de
tal modo que refuerza la desigualdad social más generalizada, ya que
reproduce la creencia de que la diferencia del Otro con relación a mí no
puede convivir con la igualdad de derechos entre nosotros. La manera
de evitar mi sujeción criminal es estar convencido de que conmigo es
diferente, que no formo parte del mundo del otro y que, por lo tanto,
el culpable sólo puede ser o es, siempre, el otro.

Así, la sujeción criminal es un proceso que alimenta la resolución vio-


lenta de conflictos, un factor importante de la acumulación social de la
violencia. Es un concepto que no puede ser analíticamente separado del
proceso de criminalización en una determinada sociedad. En este sentido
es que la mayor parte de las teorías de criminología, que buscan las “cau-
sas” que hacen de una persona un delincuente, participan de la propia
producción de sujeción criminal, ya que separan del crimen la racionali-
dad del autor para buscarla en otros lugares de su mente, en el fracaso
de su socialización y, por lo tanto, en la naturalización del desvío en el
crimen del sujeto trasgresor.
Algunos trabajos académicos recientes han utilizado el concepto y con-
tribuido para su desarrollo. El libro de Cesar Pinheiro Teixeira (Teixeira
2011) despliega el concepto al tratar la conversión pentecostal de ex-delin-
cuentes, llamando la atención sobre la situación límite en la que el Crimen
tiene que ser expurgado del sujeto por medio de técnicas de exorcismo.
Teixeira (2012) agrega la “demanda de transformación del sujeto a través
de la resocialización”, como otra dimensión del concepto. El uso de la con-
versión también aparece en un artículo sobre las prácticas de conversión
de un pastor en Río de Janeiro (Silva 2010). Tesis de doctorado en socio-
logía y antropología sobre relatos de sujeción criminal entre prisioneros
(Magalhães 2006), sobre la representación del “olfato” en la policía (Re-
noldi 2012), sobre símbolos de sujeción criminal (Matos Jr. 2010), sobre la
sujeción criminal como “forma social” (Teixeira 2012), sobre la “sujeción
difusa” y la “persona criminal” (Grillo 2013), entre otros, han contribui-
do a la difusión del concepto. Tesis sobre el tribunal de Jury, defendidas
en los últimos años en Brasil, han reconocido que el proceso de sujeción
criminal se presenta ampliamente en los procesos judiciales de homicidio
(Leite 2006; Figueira 2008; Fachinetto 2012; Antunes 2013).
Sujeción criminal 37

Lecturas Recomendadas
Misse, Michel. 2006. 2012. Crime e violência no Brasil contemporâneo. Estudos
de sociologia do crime e da violência urbana. Rio de Janeiro: Editora Lumen
Juris.
—— y Alexandre Werneck (orgs.). 2012. Conflitos de (grande) interesse. Estu-
dos sobre crimes, violências e outras disputas conflituosas. Rio de Janeiro: Editora
Garamond/Faperj.
Pinheiro Teixeira, César. 2011. A construção social do “ex-bandido”. Um es-
tudo sobre sujeição criminal e pentecostalismo. Rio de Janeiro: 7 Letras.
Macedo Antunes, Gilson. 2013. O processo de construção da verdade no tribu-
nal do júri de Recife (2009-2010). Tese de Doutorado em Sociologia, Universidade
Federal de Pernambuco.
Magalhaes, Carlos Augusto. 2006. O crime segundo os criminosos. Um estu-
do de relatos sobre a experiência da sujeição criminal. Tese de Doutorado em
Sociologia, Universidade Federal do Rio de Janeiro.

Bibliografía
Fachinetto, Rochele F. 2012. Quando eles as matam, quando elas os matam.
Uma análise dos julgamentos de homicídio pelo tribunal do júri. Tese de Douto-
rado em Sociologia, Universidade Federal do Rio Grande do Sul.
Figueira, Luiz E. 2008. O Ritual judiciário do tribunal do júri. Porto Alegre:
Sergio Fabris Editor.
Grillo, Carolina C. 2013. Coisas da Vida no Crime. Tese de Doutorado em
Antropologia, Universidade Federal do Rio de Janeiro.
Machado da Silva, Luiz A. (org.). 2008. Vida sob Cerco. Violências e rotina
nas favelas do Rio de Janeiro. Rio de Janeiro: Nova Fronteira.
Matos JR., Clodomir C. 2010. “Reconhecimento e violência: exercícios de ci-
dadania”. In: BARREIRA, César Barreira (org.). Violência e conflitos sociais:
trajetórias de pesquisa. Campinas: Pontes Editores.
Moreira Leite, Angela M. F. 2006. Tribunal do Júri: o julgamento da morte
no mundo dos vivos. Tese de Doutorado em Antropologia, Universidade Federal
do Rio de Janeiro.
38 Estado, violencia y mercado…

Renoldi, Brígida. 2012. “O faro: habilidades, experiências e situações em um


ambiente de controle de fronteiras na Argentina”. In: Misse, Michel. Werneck,
Alexandre (orgs.). Conflitos de grande interesse. Rio de Janeiro: Garamond.
Silva, Patricia B. 2010. “Neutralização do estigma penal via conversão pentecos-
tal”. In: Mendes de Miranda, Ana Paula. Reis Mota, Fábio (orgs.). Práticas
punitivas, sistema prisional e justiça, Volume 3. Niterói: Editora da uff.
Teixeira, Cesar P. 2012. “‘Frios’, ‘pobres’ e ‘indecentes’: esboço de interpretação
de alguns discursos sobre o criminoso”. In: Misse, Michel. Werneck, Alexandre
Werneck (orgs.). Conflitos de grande interesse. Rio de Janeiro: Garamond.
Mercancías políticas1

Michel Misse2

El concepto de mercancías políticas fue propuesto en el marco de un caso


particular, el tráfico de drogas en Río de Janeiro (Misse 1997; 1999), y
fue poco a poco ganando notoriedad con su utilización en otros estudios,
inclusive fuera del Brasil. Este término abarca un conjunto de prácticas de
intercambio que sólo pueden llevarse a cabo ancladas en una relación asi-
métrica de poder. El cálculo económico queda, así, subordinado al cálculo
de poder (aquí llamado “cálculo político”) y aún cuando el resultado del
intercambio pueda ser, la mayoría de las veces, económico, sus condicio-
nes de posibilidad son extra-económicas. Una forma de aproximación al
concepto puede ser a través de la noción de monopolio.
Gran parte de lo que la ciencia económica ha tratado con el nombre de
“monopolio” no es exactamente una categoría económica, en un sentido
estricto del término, sino más bien una categoría extra-económica, que fue
transferida a la economía como complemento conceptual limítrofe con la
idea de libre-mercado y de competencia perfecta. Como todos los modelos
económicos son, estrictamente hablando, de carácter normativo, porque
apuntan a la obtención racional de intereses, la regulación estatal de los
mercados económicos termina incorporando la noción de monopolio como
una especie de ente-límite del libre mercado que, en su forma más acabada,
viene a ser el propio Estado. En este sentido, el término ‘monopolio’ debe
ser considerado como una categoría política, porque aun cuando pueda
ser constituido económicamente por la preeminencia, en la competencia,
de una parte sobre otra, termina construyéndose como entidad de poder y
es en esa condición que actúa en el plano económico. Es precisamente con
la cuestión del monopolio que la ciencia económica se obliga a recuperarse
como economía política.

1 Este artículo es la traducción del que fuera publicado en el libro Crime, Polícia e Justiça no
Brasil bajo el título “Mercadorias políticas”. La compilación, a cargo de Renato Sergio de Lima,
José Luiz Ratton y Rodrigo Ghiringelli de Azevedo, fue publicada en 2014 por la Editorial
Contexto en São Paulo.
2 ifcs-ufrj-Brasil

39
40 Estado, violencia y mercado…

Como se sabe, Max Weber definió al capitalismo moderno a través de


su diferencia en relación con los diversos capitalismos que históricamente
le precedieron, como el capitalismo aventurero o político. Para Weber, el
capitalismo político se definía por el uso de la fuerza y del chantaje para
la obtención de ganancia –piratas, aventureros, saqueadores y bandidos-
acumulaban riquezas no como consecuencia de una relación de libre comer-
cio, sino por la violencia y la astucia. Karl Marx, que también distinguía
el modo de producción capitalista de formas anteriores de existencia del
capital, tanto las subordinadas a otros modos de producción como las que
existían en sus intersticios, definió al trabajo asalariado como a la forma
general de existencia de la fuerza de trabajo y del trabajo productivo en
el capitalismo moderno.
Marx necesitó iluminar las condiciones da acumulación histórica primi-
tiva del capital apoyándose, en parte, en la acumulación producida por
los pillajes promovidos por la expansión marítima y comercial europea del
siglo xvi, que reintrodujo la esclavitud como relación de producción, en
este caso para servir a la empresa capitalista comercial. Pero su principal
argumento para la diseminación del trabajo asalariado fue la creciente
separación del trabajador con relación a los medios de producción en una
economía mercantil. El argumento marxista es que el trabajador sólo ofre-
ce su fuerza de trabajo (productora de valor) en el mercado cuando no
hay otra alternativa, lo que quiere decir que el intercambio se realiza y
se reproduce en condiciones asimétricas de poder entre las partes, lo que
explicaría la existencia de un plus-valor a cuenta del capital.
El monopolio es la posición en la relación de intercambio que, por el po-
der de disposición que posee sobre un bien (económico o de cualquier otro
tipo) no se subordina ni a la libre competencia, ni a la fijación del precio
a través del cálculo económico libre de constreñimientos extra-económi-
cos. Es cuando, subordinados al monopolio, los actores del intercambio
tendrán que buscar otros medios, también extra-económicos, para contra-
balancear las condiciones de negociación del precio, o, sino, sucumbir por
completo a la dominación del monopolio.
El concepto de mercancía política rescata esta cuestión cuando se trata
de comprender tipos de intercambio muy comunes pero que son conside-
rados “desviados”, o, la mayoría de las veces, criminales en relación a la
regulación moderna de los mercados económicos ¿De qué tipo de inter-
cambios se trata y cómo, a pesar de todo, se realizan?
En su primera formulación, mercancía política fue definida como “toda
mercancía que combine costos y recursos políticos (expropiados o no al
Mercancias políticas 41

Estado) para producir un valor-de-cambio político o económico” (Misse


1997). El concepto hace referencia a un tipo de intercambios que, en su
mayor parte (pero no solamente) caen bajo la denominación y represen-
tación social de “corrupción”. La mayoría de los estudios sobre corrupción
tiende a tomar al Estado y a la moral cívica como referentes, mientras los
actores que realizan este tipo de intercambios se abstraen precisamente
de la razón de Estado y de la moral pública que les da sentido. Cuando el
carácter sistemático de estos intercambios alcanza justificaciones privadas
cuyo sentido general es ampliamente compartido, se torna indispensable
comprender este tipo de mercado no sólo como desviación, sino como una
formación económico-política que brota desde dentro del sistema capita-
lista y del Estado moderno, una economía que le es complementaria, no
sólo antagónica, que tiene además características semejantes a aquellas
que Weber definió como capitalismo político o aventurero y que Marx
clasificó como formas pre-capitalistas de ganancia.
El concepto, sin embargo, no se restringe a la corrupción, porque en-
globa todas las formas de intercambio que involucren, necesariamente,
una relación de poder, desde las menos compulsivas, como el clientelismo
político, hasta las más impositivas, como la extorsión mediante secuestro
y privación de la libertad. En un artículo publicado en 2010 aparece una
formulación más general del concepto:

“He propuesto el concepto de “mercancía política” (Misse 1997,


1999, 2006, 2009) para trabajar analíticamente mejor esa variedad de
intercambios y negociaciones ilícitas que corresponden, en gran parte,
a las representaciones sociales de “corrupción”, “clientelismo”, “extor-
sión”, “tráfico de influencia”, “fraudes económicos”, etc. En todos esos
casos, he insistido sobre la necesidad analítica de abstraernos de la di-
mensión moral para comprender esos procesos sociales como una forma
más, no exclusivamente económica, de mercado ilegal. Mi insistencia,
en este caso, se basa en la constatación de que se trata, casi siempre,
de transacciones que lesionan más a la moral pública que a la privada,
que tocan más al Estado que al individuo y que aspiran a algún tipo
de legitimidad particularista o, al menos en ciertos casos, encuentran
alguna justificación moral o neutralización de la culpa. Si apuntan al
Estado, alcanzan a su soberanía o a su monopolio de regular el merca-
do económico, administrar la justicia y criminalizar conflictos y cursos
de acción con base en el empleo legítimo de la violencia. Pero esta
ofensa no gana, en el plano moral, la misma dimensión que la que le
42 Estado, violencia y mercado…

otorga la ley. La distinción entre moral pública y moral privada no es


siempre clara para los actores y oscila de acuerdo con los intereses en
juego, con base, en un extremo, en el ethos democrático moderno y,
en el otro, simplemente en el ethos individual-egoísta. El “familismo
amoral” (Banfield) es un ejemplo de una situación de este tipo, pero
hay muchos otros. El objetivo de nuestro análisis es la constatación de
un continuum de variación sobre un mismo diapasón, aquel que va de
la negociación moralmente ambigua hasta la más reprobable. En todo
caso, es necesario resaltar que la mayor o menor reprobación moral
seguirá el mismo diapasón que va de la moral pública a la privada,
del Estado al propietario, al individuo y finalmente a la familia. El
rechazo moral seguirá el mismo recorrido (Cuadro 1).

Cuadro 1: Escala General de Mercancías Políticas (con una selección de 5 tipos)

Tráfico Acuerdo ilícito


Corrupción
de influencias
Clientelismo Extorsión
MENOS GRAVE MAS GRAVE
Intercambio menos Intercambio más
compulsivo compulsivo

El gráfico reúne cinco indicadores de “gravedad” (mayor costo) en el


intercambio político: criminalización, reacción moral efectiva, eficacia
de la neutralización, monopolio de mercancía y el carácter más o menos
compulsivo en el que se presenta la posibilidad de intercambio. La cri-
minalización, como ya vimos, reúne tanto a la existencia de legislación
penal cuanto a los procesos concretos de criminación-incriminación;
estos procesos, a su vez, dependen de la mayor o menor efectividad
de la reacción moral en cada contexto; la disuasión puede ser menor o
mayor de acuerdo con la eficacia da neutralización de la culpa de fren-
te a la reacción moral; la existencia de monopolio de la mercancía y el
carácter más o menos compulsivo del intercambio completan el cua-
dro en el que se puede dar el intercambio de mercancías políticas y el
cálculo de sus costos (políticos y económicos) para los participantes.”
(Misse 2010)
Mercancias políticas 43

La producción de mercancías políticas generalmente es criminalizada


en diferentes artículos de los códigos penales; pero, al mismo tiempo, es
reconocida la tolerancia, mayor o menor, que permite la amplia circulación
de mercancías ilícitas, entre ellas las mercancías políticas, lo que define
un área de ilegalismos cuya sanción punitiva tiende a transformarse en
mercancía política.
En un estudio sobre la economía criminal del narcotráfico en Antioquia,
Colombia, siguiendo la crítica a las falacias economicistas y legalistas que
no distinguen entre criminalización (conceptual, típico-ideal, codificada)
y criminación (proceso efectivo por el cual se transforma un evento en
crimen) (Misse 2007; 2009), los autores colombianos citan el concepto
propuesto por Misse interpretando que “la diferencia entre delito y crimi-
nalización supone que, desde el Estado y/o la sociedad, existen tolerancias
e incriminaciones preferenciales sobre intercambios de productos que son
formalmente ilegales” (Giraldo et al 2011:16). Y prosiguen: “A su vez, la
distinción entre lo formalmente ilícito y lo realmente criminal deja claro
que en la sociedad existe una distinción entre lo ilícito tolerado y lo ilícito
criminalizado, y que la gestión de esa criminalización depende de autori-
dades administrativas de diversos órdenes, incluyendo gobiernos locales,
la clase política y la fuerza pública. Este fenómeno vincula al clientelismo
político y al concepto de “mercancía política” con la economía criminal”
(Giraldo et al 2011: 18). Los autores, pasan a definir el concepto de mer-
cancía política del siguiente modo: “(sirve) para dar nombre a los servicios
que, tanto grupos armados ilegales como agentes públicos ofrecen en el
mercado criminal en relaciones de intercambio libres o forzadas y, siendo
estos recursos políticos, se traducen en valor económico y cálculo mone-
tario” (Giraldo et al 2011:19-20).
En varios trabajos recientes, Vera da Silva Telles y Daniel Hirata han
utilizado el concepto de mercancías políticas como apropiado para com-
prender las relaciones ambiguas entre lo legal, lo ilegal, lo lícito y lo ilícito
en São Paulo (Telles 2010; Telles e Hirata 2007; Hirata 2010). Del mismo
modo, Camila Caldeira Dias y Gabriel Feltran en sus estudios sobre el
Primer Comando de la Capital (pcc), una organización de presidiarios
de influencia en la periferia paulista, han incorporado el concepto en sus
análisis (Dias 2011; Feltran 2011:186ss.). El concepto viene siendo amplia-
mente citado en artículos, y asociado a nuevos abordajes del fenómeno de
la corrupción y de las áreas de ambivalencia entre lo legal y lo ilegal, que
dan lugar a diferentes grados de tolerancia en el proceso de incriminación,
en gran parte asociados al intercambio de mercancías políticas en varios
44 Estado, violencia y mercado…

niveles del Estado y del crimen que se organiza como negocio y como
centro de poder.

Lecturas recomendadas
Misse, Michel. 2006. 2011. Crime e violência no Brasil contemporâneo. Rio de
Janeiro: Editora Lumen Juris.
Telles, Vera da Silva. 2010. A Cidade nas fronteiras do legal e do ilegal. Belo
Horizonte: Argumentum.
Giraldo Ramirez, Jorge e outros. 2011. Economia Criminal em Antióquia:
Narcotráfico. Medellín: Universidad Eafit, Fundación ProAntióquia. Empresa de
Seguridad Urbana.
Cabanes, Robert. Georges, Isabel (eds.). 2009. São Paulo: La ville d’en bas.
Paris: L’Harmattan.

Bibliografía
Dias, Camila C. N. 2011. Da Pulverização ao monopólio da violência: expansão
e consolidação do Primeiro Comando da Capital (pcc). Tese de Doutorado em
Sociologia, Universidade de São Paulo.
Feltran, Gabriel de Santis. 2011. Fronteiras de tensão: política e violência nas
periferias de São Paulo. São Paulo: Editora unesp/cem/Cebrap.
Giraldo Ramirez, Jorge. 2011. “Economía criminal en Antioquia y Valle de
Aburrá: una aproximación”. In: Giraldo Ramirez, Jorge (ed.). Economía Cri-
minal en Antióquia: Narcotráfico. Medellín: Universidade Eafit/Fundación ProAn-
tióquia.
—— (ed.). 2013. Economía criminal y poder político.Medellín: Universidad Eafit.
Hirata, Daniel V. 2010. Sobreviver na adversidade: entre o mercado e a vida.
Tese de Doutorado em Sociologia. Universidade de São Paulo.
Misse, Michel. 1997. “As ligações perigosas: mercado informal ilegal, narcotráfico
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—— 1999. Malandros, marginais e vagabundos e a acumulação social da violência
no Rio de Janeiro. Tese de Doutorado em Sociologia, iuperj.
—— 2006. Crime e violência no Brasil contemporâneo. Estudos de sociologia do
crime e da violência urbana. Rio de Janeiro: Lumen Juris.
Mercancias políticas 45

—— 2010. “Trocas ilícitas e mercadorias políticas”. Anuário Antropológico, 2009


(ii): 89-108.
Telles, Vera da Silva y Daniel V. Hirata. 2007. “Cidade e práticas urbanas:
nas fronteiras incertas entre o ilegal, o informal e o ilícito”. Estudos Avançados
(61): 173-192.
——, Christian Azaïs y Gabriel Kessler (orgs.). 2012. Ilegalismos, cidade e
política. Belo Horizonte: Fino Traço.
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas
a la luz (o en las sombras) del uso y comercio
de drogas en Rio de Janeiro

Antonio Rafael Barbosa1

Presentación
Mi propuesta en este artículo es examinar algunas prácticas de uso y co-
mercio de drogas en Río de Janeiro a través del empleo de los conceptos
de “ilegalismos” y de “delincuencia” como instrumentos heurísticos. No es
mi intención proponer una aplicación generalista de estas “herramientas
conceptuales” ni evaluar o justificar su pertinencia para el tratamiento de
diversos problemas que evocan el binarismo categórico legal/ilegal. Me in-
teresa explorar, por medio y en la conjunción de dos movimientos, tanto
las torsiones que la aplicación de ambas produce en el análisis y des-
cripción etnográfica de mi material de investigación, como las variaciones
y virtualidades transformacionales que pueden arrojarse a partir de allí.
Sin embargo, voy a comenzar con una breve discusión sobre cómo estas
nociones aparecen en Vigilar y Castigar, considerando las posiciones esta-
blecidas por algunos autores que también hacen uso del concepto en sus
investigaciones.

Los ilegalismos y la delincuencia en Vigilar y Castigar


Por el momento se debe destacar que la emergencia del concepto de ile-
galismos en Vigilar y Castigar es antecedida por una serie de reflexiones
propuesta por el autor en sus cursos en el Collège de France, especial-
mente en el curso “La sociedad punitiva” que dicta en los años 72/73.2
1 uff, Brasil.
2 Pero también en el curso anterior, Teorías e Instituciones Penales, dictado en los años 1972,
y que resultó en la publicación del libro Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, mi
hermana y mi hermano.

47
48 Estado, violencia y mercado…

Como bien señala Hirata (2014), hay una línea de continuidad que vincu-
la la militancia en el Grupo de Información sobre las Prisiones (gip), al
inicio de la década de los 70, con su reflexión teórica sobre lo que deno-
mina entonces “física del poder” –incluyendo allí la transformación de las
penalidades– cuya máxima expresión es alcanzada con la publicación del
referido libro.3 De todos modos, se proyecta allí, en los cursos en el Collège
de France, una agenda de problemas en torno de la “física política” que
admite las siguientes ampliaciones:

Una nueva óptica (...) establecimiento de un panoptismo [generali-


zado].Una nueva mecánica (...) establecimiento de una disciplina de la
vida, del tempo, de las energías. Una nueva fisiología (...) mecanismo
de establecimiento de normas por intervenciones correctivas que son,
de un modo ambiguo, terapéuticas y punitivas. El panoptismo, la dis-
ciplina y la normalización caracterizan esquemáticamente este nuevo
embate del poder sobre los cuerpos, efectuado en el siglo xix. (1997:42,
énfasis en el original).4

En síntesis: vigilancia, fijación a un medio disciplinario (el obrero al apa-


rato de producción; el niño a la escuela, etc.) con el siguiente vaciamiento
de sus espacios intersticiales a través de la creación de una legislación que
pune nuevos delitos (por ejemplo, la “vagabundagem”5 para el caso brasi-
leño); procesos de sujeción, por medio de la emergencia, en el siglo xix, de
un “sujeto psicológico” (p. 42). Tres vectores que marcan, conjuntamente,
el surgimiento de una nueva tecnología de poder.
La delincuencia, a su vez, ocupa un lugar importante en esta física del
poder, particularmente en lo que se refiere a la economía política de los
ilegalismos. Ambos conceptos ya son presentados allí:

Por delincuencia es preciso entender el doble sistema penalidad-de-


lincuente. La institución penal, con la prisión en su centro, fabrica
3 Lo que nos permite considerar que la militancia política y la producción académica encuentran
su punto de convergencia en la manera como Foucault concibe el papel reservado a la actuación
intelectual, tal como podemos notar en la discusión sobre el tema en uno de los debates de los
que participa, publicado con el título “Los intelectuales y el poder” [Os intelectuais e o poder]
(1979: 69-78).
4 N. del T. Para facilitar la lectura la cita ha sido traducida del portugués al español, y se
mantiene la referencia correspondiente a la edición utilizada por el autor. Este procedimiento
ser repetirá a lo largo del capítulo.
5 N. del T. La expresión original “vagabundagem” equivaldría en cierta forma a “merodeo”.
Los sentidos del término “vagabundo” en Brasil exceden la condición de habitar errante por
las calles, para asumir diversas connotaciones acusatorias que aglutinan diferentes prácticas y
personas (comercio de drogas, robo, prostitución) según el momento histórico.
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 49

una categoría de individuos que entran en un circuito con ella (...)


una población marginalizada, utilizada para ejercer presión sobre las
“irregularidades” o los “ilegalismos” que no puede tolerar (p. 43).

Las maneras de ejercer ese control o esa presión también siguen un


modelo tripartito, distribuyéndose en las siguientes líneas: 1) la transfor-
mación de los ilegalismos o de las irregularidades en infracciones penales
(haciendo uso de sanciones “parapenales”); 2) la atracción de los delin-
cuentes hacia dentro de los propios instrumentos de vigilancia de los ile-
galismos (como delatores, provocadores, ayudantes de policía, etc.); 3) el
direccionamiento de las acciones/infracciones de los delincuentes hacia los
conjuntos de población que interesa controlar en determinado momento
(p. 43).
Aunque estas tres líneas de incidencia sean presentadas por el autor en
un mismo plano, como modos de funcionamiento de la delincuencia en
tanto instrumento de control y modulación de los ilegalismos, se refieren
–desde mi punto de vista y en lo tocante a la fabricación del concepto
de ilegalismos– a dimensiones del concepto que pueden ser distinguidas.
Veamos.
Sobre el primer punto, la transformación de los ilegalismos en infracción
penal, se trata de señalar una dimensión constitutiva del propio concepto,
una zurcidura o pliegue interno, por así decir, y que marca el pasaje de esa
“física del poder”, inicialmente proyectada, a una “microfísica del poder”.6
La hipótesis que pretendo desplegar en las próximas páginas es que los
ilegalismos pueden ser tomados como un fondo micropolítico, constituido
por determinadas prácticas o procesos sociales, a partir del cual se proyec-
ta (y retroactivamente incide) la distribución macropolítica ley/ilegalidad;
o, en los términos propuestos por Deleuze & Guattari, un fondo “mole-
cular” que alimenta subrepticiamente y rehace las particiones “molares”
ley/legalidad.7 Y esto también debe ser considerado como la adopción de

6 Sobre la concepción de poder en Foucault, como puramente operativo, definido por los pun-
tos de singularidad o enfrentamiento, intencional y no subjetivo, conformador del Estado como
efecto de maniobras y tácticas, ver, del autor, Vigilar y Castigar (versión en portugués Vi-
giar e Punir, 1984:29-30); La Voluntad de Saber (versión en portugués A Vontade de Saber,
1985:88-97) y también la presentación del tema en Foucault (Deleuze s/f, pp. 47-54).
7 Tal como señalan los autores, con un ejemplo elucidario:
(...) todo e político, pero toda política es al mismo tiempo macropolítica y micropolítica. (...)
Mayo del 68 en Francia era molecular, y sus condiciones aún más imperceptibles desde el
punto de vista de la macropolítica. (...) todos aquellos que juzgaban desde el punto de vista de
la macropolítica nada comprendieron del acontecimiento, porque algo indescifrable escapaba.
Los hombres políticos, los partidos, los sindicatos, muchos hombres de izquierda, quedaron
con rabia; quedaron recordando sin parar que las “condiciones” no estaban dadas. Es como si
50 Estado, violencia y mercado…

una posición estratégica para el análisis de las transformaciones penales y


punitivas, para el examen de los juegos de poder. ¿A dónde posicionarse,
por dónde comenzar a mirar? La línea de pliegue es el método.
En principio, y aún sobre este primer punto, veamos cómo tal discusión
aparece en las páginas de Vigilar y Castigar. Nunca está de más recordar
las dificultades involucradas en la comprensión del concepto de ilegalis-
mos. Este es un neologismo que fue apropiado por Foucault, como lo es
actualmente por otras vertientes y abordajes analíticos. Sin embargo, en
las versiones del libro en Brasil y en los Estados Unidos (no así en español,
ver sobre el tema Hirata, 2014), el concepto es erróneamente traducido por
“ilegalidad”, justamente el término con el cual busca crear un distancia
diferencial. De todos modos, es traducido en pocas páginas en la apertura
de la segunda parte del libro –“La punición generalizada”– y retomado en
la cuarta parte –“Prisión”, en el capítulo intitulado “Ilegalidades y delin-
cuencia” (o “Illégalismes et délinquance" en el original).8 En esta primera
parte se desarrolla la transformación de los ilegalismos en infracciones.
El segundo y el tercer sentido atribuidos a la noción serán desarrollados
con mayor énfasis en la segunda parte. Pero ¿cómo es tratado el asunto
allí? Se hace necesaria una pequeña digresión sobre algunos elementos que
marcan la composición del libro. Pasemos a un breve comentario.
Es un error –o una apreciación mutilada y parcial– pensar que Vigilar
y Castigar es un libro sobre cárceles. Se trata de un libro sobre los cam-
bios acaecidos durante el siglo xviii que marcan el pasaje entre “tecnolo-
gías”, como denomina Foucault, o “paradigmas de poder” (Hardt & Negri
2001:42): soberanía y disciplina; considerando, entre ambos, aquellos pro-
yectos de los formadores que quedaron en el camino.9 Desplazamientos
estos que apuntan hacia una relación inmanente y no sustitutiva entre
tales “tecnologías”, así como para el porvenir, como la inclusión de una
virtualidad siempre presente. Por un lado, siguiendo la flecha del tiempo
que mezcla pasado y presente, la disciplina se insinúa en el modo de sobe-
ranía y, simultáneamente, de forma retroactiva: la soberanía se actualiza
por dentro de la disciplina, corroyendo las normas del medio, haciendo
del “desviado” disciplinario alguien que aún espera a un “rey” (de acuer-

hubiesen sido destituidos provisoriamente de toda máquina dual que hacía de ellos interlocutores
válidos. (...) Un flujo molecular escapaba, minúsculo al comienzo, después aumentando sin dejar
de ser indescifrable... Sin embargo, lo inverso también es verdadero: las fugas, los movimientos
moleculares no serían nada si no repasasen por las organizaciones molares y no reubicasen sus
segmentos, sus distribuciones binarias de sexos, de clases, de partidos (1995-7, v.3, pp. 90-5).
8 En la edición brasileña, pp. 76-82; pp. 239-250; en el original francés, pp. 84-91; pp. 276-291.
9 Sobre el tema, ver Barbosa, 2005.
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 51

do a las expresiones marechais do crime, para el caso brasileño; capo di


tutti i capi, para la mafia italiana, etc.). Por otro lado, flecha lanzada al
porvenir, la “sociedad de control” brota en el medio disciplinario acabado
y cerrado sobre sí mismo (como en las cárceles, dirección última de la red
disciplinaria).
Paso no enunciado. La “sociedad de control” no está allí en el texto
escrito por Foucault, pero se deja vislumbrar como virtualidad. Deleuze
la enuncia en un “post-scriptum” (1992:219-226), en páginas tan bellas
como aquellas de Vigilar y Castigar. Es lo que hoy alcanzamos, lo que
hoy experimentamos como el advenimiento de las técnicas de control en
medio abierto.
De esta manera, en Vigilar y Castigar, seguimos una línea de trans-
formaciones en que las rupturas entre una y otra tecnología de poder no
les impiden acarrearse recíprocamente.10 Y fue justamente considerando
un conjunto de desplazamientos en el modo de soberanía que anticipaba,
le daba sustento y, al mismo tiempo, se mezclaba con la crítica de los
reformadores11, que Foucault presentó el concepto de ilegalismos. En las
páginas iniciales en que lo propone, es la contraparte de la crítica de los
reformadores dirigida al “superpoder” monárquico, al exceso de poder que
converge en el soberano y que emana de él, punto de origen de la “disfun-
ción” del poder de castigar y de la desorganización del aparato judicial
(debido al carácter centralizado del ejercicio del poder real y, a su vez,
en función de su incidencia lagunar y discontinua sobre el espacio social).
Ocupa, aparentemente, un polo simétrico e inverso al centro cuya con-
figuración es la persona del rey. En los diagnósticos de los reformadores
se afirma también la necesidad de enfrentamiento del “infrapoder” de los
ilegalismos (p. 81).
El concepto es entonces introducido a partir de consideraciones sobre
la “coyuntura” que vio nacer la “reforma penal” y que, simultáneamente,
marca la necesidad de otra “política” con relación a los ilegalismos. La
manera en que se presenta tal coyuntura en las páginas siguientes evoca

10 En este caso, debemos evitar una lectura de carácter evolucionista. Al hablar de “paradigmas
de poder” podríamos fácilmente trazar las etapas de desarrollo de los mecanismos punitivos en
línea temporal. Nada más equivocado que esto. No hay evolución porque no hay horizonte
teleológico; porque no existen pasajes o cambios seriales. Lo que hay es coexistencia entre
diversas líneas de fuerza en un mismo momento, con la preeminencia de una o de otra, como
un conjunto de pliegues que se eleva y, al hacerlo, reduce otros, creando sus valles y pequeños
montes. A este paisaje le damos en un momento el nombre de disciplina, en otro de control,
inclusive de soberanía.
11 Beccaria, Servan, Dupaty, Lacrette, Duport, Pastoret, Target, Bergasse, entre otros anali-
zados en Vigilar y Castigar (versión en portugués página 70).
52 Estado, violencia y mercado…

la lucha de clases y puede ser tomada como una crítica indirecta a al-
gunas vertientes del marxismo que profesan un determinismo económico
pronunciado. Al tomar como contexto coyuntural la “vida política y eco-
nómica de las sociedad”, lo que el autor propone es un abordaje en que
la dimensión económica y la dimensión política no pueden ser disociadas.
De esta manera, se coloca una serie cuestiones: ¿cuáles son los ilega-
lismos tolerados de las clases populares?; ¿cuáles son la relaciones que
establece con la delincuencia que encuentra en sus “regiones inferiores”?;
¿cuáles son las relaciones entre “ilegalismos de abajo” y de otras “castas
sociales?”; ¿cuáles son los cambios propiciados por el “aumento general de
la riqueza” y del “crecimiento demográfico”?; ¿qué es lo que buena par-
te de la burguesía soporta o dejó de soportar?, etc. (1984:76-82). Como
señala el autor:
(…) para decir las cosas de otro modo: la economía de los ilegalismos
se reestructuró con el desarrollo de la sociedad capitalista. Los ilegalis-
mos de bienes fueron separados de los ilegalismos de derechos. División
ésta que corresponde a una oposición de clases, pues, por un lado, el
ilegalismo más accesible a las clases populares será el de los bienes
–transferencia violenta de propiedades; por otro lado la burguesía se
reservará el ilegalismo de los derechos (…) Y esa gran redistribución
de los ilegalismos se traducirá hasta por una especialización de los
circuitos judiciales: para los ilegalismos de bienes –para el robo- los
tribunales ordinarios y los castigos; para los ilegalismos de derechos
–fraudes, evasiones fiscales, operaciones comerciales irregulares- juris-
dicciones especiales con transacciones, alojamiento, multas atenuadas,
etc. La burguesía se reservó el campo fecundo de los ilegalismos de
derechos (p. 80).
Así, los ilegalismos se transforman en una llave de acceso a un periodo
de cambio histórico en que la redistribución de recursos económicos viene
acompañada de la imposición de una libertad contractual (capitalista),
de los mecanismos coercitivos de control de los bienes, de los procesos
de sujeción disciplinaria que crean una masa de trabajadores asalariados,
así como por la especialización de los circuitos judiciales. Y sobre este
último punto, cabe señalar justamente la potencia de esta reflexión en
romper con las categorías jurídicas y criminológicas que se establecen jus-
tamente en este periodo –y con el paso del tiempo se naturalizaron en
los análisis sobre fenómenos delictivos- tornándolas objeto de una “ge-
nealogía del poder” (ver Lascoumes 1996:79). Aún es importante señalar
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 53

que al pensar desde un punto de vista diversamente situado con relación


a las categorías jurídicas, es posible invertir el tema de la falta y de la
interdicción –la ley que es sometida a un ataque incesante oriundo de
las múltiples transgresiones y que debe ser garantizada, una vez que es
garantizadora de un orden universal y neutro– y reconocer los aspectos
positivos de este ejercicio de poder (ver Hirata 2014:101). Aquello que él
incita, produce, estimula. De ahí la importancia de la expresión “gestión
diferencial de los ilegalismos”. Como señala el autor: “Un sistema penal
debe ser concebido como un instrumento para gestionar diferencialmente
los ilegalismos, no para suprimirlos a todos” (1984:82). Por otro lado, a la
crítica dirigida a las categorías criminológicas oriundas de fuera del Dere-
cho, de saberes accesorios a los saberes jurídicos, permiten hacer aparecer
los procesos de sujeción vía normalización, la producción de sujeto psico-
lógico como soporte del concepto de peligrosidad (Lascoumes 1996: 80-81,
Hirata 2014:102).
Además, en este caso, hay una desustantivación del concepto: no se tra-
ta de un tipo de transgresión, de una ilegalidad menor o tolerada; sino de
“(…) un conjunto de actividades de diferenciación, categorización, jerar-
quización, puestas en acción por dispositivos que fijan y aíslan sus formas”
(Telles 2010:102). Esto hace que, según mi análisis, el concepto deba ser
enunciado en plural. Para algunos puede parecer un preciosismo del len-
guaje, pero esto permite señalar que no hay un ilegalismo sustantivo, sino
siempre un conjunto de procesos legales, morales, económicos y políticos
que son accionados simultáneamente. Ilegalismos como haz de relaciones.
A partir de esta primera línea de incidencia apuntemos algunos direccio-
namientos posibles con sus respectivos campos de problemas: 1) el énfasis
en el cambio, tal como está inscripto en un campo de fuerzas (económicas,
políticas, subjetivas) referenciadas a un contexto externo (desarrollo de la
“sociedad capitalista”, por ejemplo, y siguiendo la cita tomada del libro);
éste es un aspecto que se presta a las apropiaciones de cuño sociológico
o historiográfico de forma más pronunciada; 2) los procesos, “conjuntos
de actividades de diferenciación”, como los denomina Telles, penales (“es
también por ‘dentro de la ley’ que su excepcionalidad produce el juego
diferencial entre tolerancia y represión” [Hirata 2014:101]) y parapenales
(técnicas y tácticas generales de sujeción desplegadas por todo el cuer-
po social), 3) la inserción subliminal de la transformación como elemento
interno al concepto y que fundamenta la operación del sistema pena, en
aquello que denominé variación molecular/moral entre ilegalismos y el par
ley/ilegalidad. En este caso también se entiende el concepto como proceso
54 Estado, violencia y mercado…

de diferenciación, pero con el énfasis totalmente puesto en los juegos es-


tratégicos de poder. Podríamos cargar las tintas y afirmar que todo lo que
hay son ilegalismos. Es a partir de este estrato basal, del “infrapoder de
los ilegalismos” que se hace posible pensar lo que se produce a partir de
él: los procesos de codificación y descodificación que llenan la ley con sus
contenidos (la ley tomada aquí como forma de expresión12, en principio,
o por principio, vacía en cuanto a sus contenidos); las capturas molares
que redistribuyen los comportamientos, cursos de acción y subjetividades
a través de la división legal/ilegal (y otras derivadas de ella, tales como
formal/informal, lícito/ilícito) y, retroactivamente, producen efectos so-
bre este estrato; la constitución de un “punto de vista” del Estado y la
explicitación de sus prácticas operatorias (Renoldi 2013; 2014). En resu-
men, la “gestión diferencial de los ilegalismos” tomada como producción
de distanciamientos puramente diferenciales. Por lo tanto, sin recurrir a
ningún tipo de externalidad: sistema capitalista, globalización, mercado,
orden social, sociedad, Estado, etc.
Pasemos ahora a la segunda línea, la atracción de los delincuentes hacia
dentro de los instrumentos de vigilancia y su transformación en partes
constitutivas del “panóptico”. (Hay una relación parte/todo que debe ser
contemplada cuando se trata del análisis de esta figura-concepto). Debe-
mos considerar que el “panoptismo” es también una de las potentes “he-
rramientas conceptuales” que nos ofrece el autor en Vigilar y Castigar.
Este es un dispositivo13 a través del cual el ejercicio del poder disciplinario
gana su máxima expresión. En términos arquitectónicos podemos evocar
la imagen de la torre de observación desde donde parten líneas de visibili-
dad, cómo vienen a distribuirse en los “alcances” de una prisión (aunque
a veces no se concreticen). Tales líneas cuadriculan el espacio-tiempo y
producen en su entorno nichos donde anidan las vidas reducidas de los
delincuentes y desviados, tomadas y tornadas transparentes por la luz
deslumbrante que emana de la torre.
La cárcel, como los demás medios disciplinarios (hospitales, cuarteles,
asilos, fábricas, escuelas, etc.) se define por un régimen de visibilidad,
régimen llamado panoptismo “(…) agenciamiento visual (…) medio lumi-
12 Sobre el uso de la noción de forma de expresión véase Deleuze & Guattari (1995-7, v.
4:53-93).
13 Sobre la noción de dispositivo dice Foucault: “A través de este término intento demarcar,
en primer lugar, un conjunto decididamente heterogéneo que engloba discursos, institucio-
nes, organizaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas,
enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas. En suma, lo dicho y lo
no dicho son elementos del dispositivo. El dispositivo es la red que se puede establecer entre
esos elementos” (1988:138).
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 55

noso, donde el vigilante puede todo sin ser visto (…)” (Deleuze s/d:56).
Podemos reconocer que la noción marca el pasaje, en la obra del autor,
de la “arqueología del saber” a la “genealogía del poder”.14
Estas consideraciones, a su vez, nos permiten volver a la delincuencia
como “observatorio político”15, a los delincuentes como ojos y oídos de la
policía, como instrumentos para crear inestabilidad y caos dentro de las
luchas obreras, como operadores de la transformación de los ilegalismos
populares en infracciones penales. Bajo el régimen disciplinario, la delin-
cuencia ocupa una posición accesoria; ellos permiten expandir la red de
observación, de control y actuación disruptiva, por dentro de los grupos
transformados en objetivos de la captura. La visibilidad que emana de la
torre necesita de los ojos de aquellos que se mueven en las sombras. Así
restituyen y desnudan aquello o a aquellos que escapan a la vigilancia y,
consecuentemente, a la punición debida.
Sin embargo, en cierto momento, imposible de precisar, ya no hay nadie
en la torre. No hay más vigilantes. Entramos en otro régimen de visibi-
lidad, en otro modo de ejercicio de la vigilancia y de la realización del
poder punitivo. El panoptismo, en la sociedad de control, hace prolife-
rar los puestos de observación, ojos que vigilan ojos que vigilan ojos que
vigilan… sucesivamente, en una cadena metonímica. Mientras, bajo la dis-
ciplina, se trataba de hacer proliferar –o impedir, desde el punto de vista
del “delito”– los desplazamientos metafóricos: un delincuente, un delator,
un criminal, alguien idéntico a nosotros mismos, etc. Desplazamientos por
contagio, por un lado; paralelismo entre series, por otro. Así, la vigilancia
se torna molecular, está en todas partes y en ningún lado, particular-
14 De acuerdo con Deleuze: “Un régimen de luz y un régimen de lenguaje no son la misma
forma, así como no tienen la misma formación. Se comprende mejor entonces que Foucault nunca
haya abandonado el estudio de estas dos formas en sus libros anteriores: en El nacimiento de
la clínica él hablaba de lo visible y de lo enunciable; en La historia de la locura, la locura
tal como es vista en el hospital general y la sinrazón tal como es enunciada en medicina (…).
Aquello que La arqueología reconocía –no designaba todavía sino por su negativa- como medios
no discursivos, encontrará en Vigilar y Castigar la forma positiva que atraviesa toda la obra de
Foucault: la forma de lo visible, en aquello en que él se diferencia de lo enunciable” (s/d:56).
15 Dice Foucault: “(...) la delincuencia, objeto entre otros de la vigilancia policial, es uno de los
instrumentos privilegiados de la misma vigilancia. (…) con los agentes ocultos que proporciona;
pero también con el cuadro general que autoriza, constituye en medio de la vigilancia perpetua
de la población: un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, todo
el campo social. La delincuencia funciona como un observatorio político. (…) Policía y prisión
forman un dispositivo geminado; solas ellas realizan en todo el campo de los ilegalismos la
diferenciación, el aislamiento y la utilización de una delincuencia. (…) De manera que se debería
hablar de un conjunto cuyos tres términos (policía-cárcel-delincuencia) se apoyan unos sobre
otros y forman un circuito que nunca se interrumpe. La vigilancia policial provee a la prisión
los infractores que ésta transforma en delincuentes, foco y auxiliares de los controles policiales
que regularmente mandan a algunos de ellos de vuelta a la cárcel” ((2003:247-248).
56 Estado, violencia y mercado…

mente. Volverse un vigilante sólo remite al movimiento de ocupar una


posición. Se refiere a alguien que, en cierto momento, ocupa un punto de
vista y es mirado por alguien que ocupa otro punto de vista. La vigilancia
tomada como multiplicidad; rizoma que brota del eje pivotante de la torre
de observación, y que ahora prescinde de él. Al final, ¿quién vigila a los
vigilantes?
El tercer sentido señalado del concepto de delincuencia: el direcciona-
miento de las acciones de la delincuencia para los conjuntos de la po-
blación que interesa controlar en determinado momento. El punto que
toca resaltar aquí es el pasaje de la noción de “masa” (en Vigilar y Cas-
tigar término opuesto y complementario) a la noción de “individuo”,16
para el tratamiento subsecuente en torno de los problemas relevados por
el biopoder, por las políticas gubernamentales que tienen como foco la
población.
“Contener poblaciones hoy es una tarea radicalmente diversa en com-
paración con el pasado” –la frase de Manuela da Cunha (2002:48) nos
remite al centro del problema. Foucault realiza un desplazamiento, en el
ámbito de la genealogía del poder, rumbo a la temática del “gobierno de
los vivos”. A su entender, se trataba de introducir una nueva dimensión
en su discusión sobre el “cómo” del poder:
Uno de los polos, el primero que se constituye, al parecer, se centró en
el cuerpo como máquina (…) garantizado por procedimientos de poder
que caracterizan las disciplinas: anátomo-política del cuerpo humano.
El segundo, se formó un poco más tarde, alrededor del siglo xviii, se
centró en el cuerpo-especie, en el cuerpo traspasado por la mecánica del
ser vivo y como soporte de los procesos biológicos: la proliferación, los
nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida, la
longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlo variar; tales
procesos son asumidos mediante una seria de intervenciones y controles
reguladores: una biopolítica de la población (Foucault 1985:131, énfasis
del autor).
Esta “estatización de lo biológico” (Foucault 2002:286), sólo puede ser
comprendida frente a la transformación de uno de los atributos fundamen-
tales de la teoría clásica de la soberanía: el derecho de vida y de muerte
16 El “individuo” y la “masa” forman dos polos conceptuales en torno a los cuales se constituye
la noción de sociedad disciplinaria: “es que las disciplinas nunca vieron incompatibilidad entre
los dos, y es al mismo tiempo que el poder es masificante e individualizante, esto es, constituye
en un cuerpo único aquellos sobre los cuales se ejerce, y molda la individualidad de cada miembro
del cuerpo” (Deleuze 1992:222).
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 57

ejercido por el soberano, el poder de “hacer morir y dejar vivir” (ídem)


aunque como ejercicio de forma desequilibrada y asimétrica. Que este de-
recho político sea, a partir del siglo xix, no substituido, sino completado,
es la gran transformación que se experimenta en el periodo: “(…) con otro
derecho nuevo, que no va a borrar el primero, sino que va a penetrarlo,
traspasarlo, modificarlo, y que va a ser un derecho, o mejor, un poder
exactamente inverso: poder de ‘hacer’ vivir y ‘dejar’ morir” (p. 287).
La paradoja que se inaugura con el biopoder17, con el pasaje del “Estado
territorial” al “Estado de población” es como ejercer el poder de muerte,
como continuar ejerciéndolo en un sistema político centrado en el biopo-
der, que tiene justamente como objeto y como objetivo la vida. Foucault
encontrará la respuesta del problema en el racismo: “En efecto, ¿qué es
el racismo? Es, primero, el medio de introducir al final, en ese dominio
de la vida que se adjudicó poder, un corte: el corte entre lo que debe
vivir y lo que debe morir” (p. 304). El racismo será leído, en un primer
momento, como una “censura de tipo biológico en un dominio biológico”,
como señala el autor, eliminando las “especies inferiores” con las cuales
coinciden los adversarios políticos, pero también los “anormales”, “los de-
generados”, los “débiles”, en el propio seno del grupo que lo practica. La
guerra se presenta así como un potente instrumento de esta limpieza y
purificación, tanto externa como interna. Sin embargo, hoy cabe indagar:
más allá del racismo (que obviamente no dejó de existir), o conjugándo-
se con él, ¿de qué están hechas y por dónde pasan las nuevas líneas de
separación entre lo que debe morir y lo que debe vivir?
De todos modos, la delincuencia viene a ocupar actualmente un lugar
relevante en el control de las poblaciones, se vuelve un vector del racismo,
tomado en el sentido preciso descrito en el párrafo anterior. Para desa-
rrollar este tema paso ahora a considerar las dinámicas involucradas en el
funcionamiento de los mercados minoristas de droga en Río de Janeiro,
especialmente aquel que se procesa en las “comunidades” pobres de la
ciudad, y las prácticas de uso de drogas. Veamos entonces cómo las refle-
xiones presentadas hasta aquí pueden aplicarse al análisis de un contexto
específico de investigación.

17 Una distinción entre “biopoder” y “biopolítica” puede ser propuesta. Como resalta Negri:
“Se habla de biopoder cuando el Estado expresa comando sobre la vida por medio de sus
tecnologías y de sus dispositivos de poder. Al contrario, se habla de biopolítica cuando el análisis
crítico del comando es hecho desde el punto de vista de las experiencias de subjetivación y de
libertad, esto es, desde abajo” (2003:107).
58 Estado, violencia y mercado…

Configuraciones del comercio de drogas


en Rio de Janeiro (desde un punto de vista macropolítico)
Para darle continuidad a mi argumento necesito hacer una digresión sobre
las maneras en que el mercado de drogas se viene configurando en Río
de Janeiro en las últimas décadas. Debido a los límites inherentes a un
artículo, opto por una presentación sintética en forma de proposiciones,
seguidas de algunos comentarios. Ellas son:

1. El comercio de drogas en Río de Janeiro opera bajo la forma de redes


que se interconectan entre sí.

− Por lo tanto, no existe el “tráfico de drogas” tal como aparece en los


discursos mediáticos que alimentan un estado de emergencia social
sobre el “crimen organizado”, posibilitando la transformación del
traficante en “enemigo público número uno” y, en consecuencia,
proporcionando la justificación moral para el combate militarizado
al tráfico a través de las acciones de exterminio y control policial,
tal como sucede hoy en día.18
− Esquemáticamente podemos señalar tres grandes redes que recu-
bren el mapa de la ciudad: el comercio de drogas minorista que se
realiza en las comunidades pobres de la ciudad; el que se practi-
ca en las calles y no pasa por las favelas; el que utiliza puertos y
aeropuertos de la ciudad como lugares de paso de la droga para
abastecer los mercados consumidores externos. Entre estas redes
existen diversos puntos de contacto.19

2. Las redes de la droga son nítidamente segmentadas: son diversos seg-


mentos que operan a nivel mayorista, así como en el comercio minorista
de la droga, para cada caso.

− Como ejemplo: un grupo que opera llevando la droga de un centro


productor a un determinado nivel de distribución mayorista (y al
hacerlo puede colocarse en relación de competencia con otros), ce-
sando su actuación en una primera articulación. De ahí en adelante
otros operadores darán continuidad al proceso, controlando trecho
18 Recordemos que “tráfico de drogas” es una categoría legal fuertemente marcada por con-
tenidos morales acusatorios. Su enunciación inmediatamente evoca una distribución maniqueo
entre el “bien” y el “mal”.
19 Ver al respecto el “tráfico de clase media” descripto por Grillo (2008).
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 59

por trecho las vías de flujo de la droga, aumentando la capilaridad


hasta alcanzar el comercio minorista. Cada uno de estos segmen-
tos presentan características singulares: en su rentabilidad, en sus
riesgos, en sus mecanismos de negociación (cómo “evadir la ley”,
cómo pasar con la droga)

3. El comercio de drogas posee un aspecto rizomático; entiéndase por


rizoma la característica de una red que le permite, una vez rota, reha-
cerse rápidamente.

− Tal característica es compartida con las formaciones de grupos que


tienen como norte un activismo contra-Estado. Es imposible el
combate a tales grupos por parte del aparato de Estado, desde
el momento en que no existen centros de poder que puedan ser-
vir como blancos nítidos para acciones represivas. Las redes no
tienen centros. Lo que poseen son nudos, intersecciones que son
fluctuantes desde el punto de vista de su duración. Además, la re-
presión policial sólo no es inocua porque se inscribe en la propia
dinámica de las facciones (abordo el asunto luego). Se observa esto
claramente con el encarcelamiento de un gran líder de facción. Tal
acontecimiento es celebrado con fiesta por los miembros de la fac-
ción enemiga. Cae el control de un segmento como colapsa parte
de una ruta, e inmediatamente se forma al lado, o por donde fuera
posible pasar, otro camino, una nueva conexión.

4. Los grupos locales que controlan el comercio de drogas en las comuni-


dades pobres de la ciudad ejercen un tipo particular de control terri-
torial, poseen una jerarquía de comando rígida y operan a través de
la distribución de cargos y funciones (militares y comerciales)

− En Río de Janeiro, las favelas y comunidades pobres de la ciudad


donde existe el comercio ilegal de drogas (llamado movimiento)
son controladas por grupos marcados por una fuerte jerarquía en
la distribución de recursos políticos y económicos. En la cima de la
escala se encuentra el dueño de morro20, el patrón o en su ausencia
(por ejemplo, si está preso, como es el caso de la mayoría hoy en
20 N. del T. Si bien “morro” significa cerro o colina, en Brasil adquiere la connotación específica
de espacio habitado por población pobre. La distinción en Río de Janeiro está dada por la
oposición entre “morro” y “asfalto”, que carga con una diferencia propia de clase social. En
los morros suelen estar las favelas, que equivalen, en cierto sentido, a las “villas” argentinas,
aunque no toda favela es un morro, muchos morros son favelas.
60 Estado, violencia y mercado…

día) el frente demorro que responde por él. El dueño de morro po-
see el poder decisorio sobre la vida y la muerte de todos aquellos
que pertenecen al grupo local, así como sobre todos aquellos que
habitan el territorio bajo su control. Debajo de él, los cargos son
distribuidos entre gerentes (con diversas especialidades), soldados,
vapores (vendedores en la punta de la línea), halcones (vigilantes),
etc. Un mismo individuo puede desplazarse entre funciones que
garantizan la seguridad militar del territorio y las actividades di-
reccionadas al comercio, de acuerdo con la guardia que le toque (los
turnos de trabajo también son definidos). El dueño cuenta además
con diversos recursos y proyección de estatus social que garantizan
la adhesión de los miembros del grupo (así como de aquellos que se
dedican a otras actividades delictivas) y, consecuentemente, previe-
ne un “golpe de estado” por parte de alguno de sus miembros. Por
ejemplo, las responsas, un mecanismo que hace confluir la lógica
del don y la de la mercancía. Alguien gana la responsabilidad por
mantener un precio de la droga (no hay ninguna discrecionalidad
en la fijación de los precios) en una determinada boca (punto de
venta) situada en el territorio. De allí retirará parte de los lucros de
esa venta, aunque no participe directamente de la actividad (sobre
este aspecto ver Grillo 2013).
5. Las facciones son espacios de negociación política, constituidas a partir
de las cárceles.
− Las facciones no son organizaciones centralizadas de aspecto pira-
midal, con líderes posicionados por encima de las jefaturas locales
(dueños de morro) que conducen los negocios del grupo como un
todo. Lo que es denominado facción es un conjunto de alianzas,
especialmente de líderes que controlan los grupos a nivel local y un
espacio de negociación continua, construido dentro y a partir de las
cárceles. La jerarquía existe, sí, tal como descripta en el tópico ante-
rior, restringida a los límites territoriales de cada grupo. El dueño,
el patrón manda en su morro, en su favela. Y solo allí. Distribuye
los cargos, elige personas de su confianza, establece los contactos
con los surtidores (de armas y de drogas), cuida a los familiares
de los hermanos que están presos, envía fortalecimiento (ayuda en
dinero o bienes de consumo) para aquellos que se encuentran en
el sufrimiento, según el argot de los prisioneros para referirse a los
que se encuentran dentro de la cárcel. Puede ser llamado para dar
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 61

explicaciones sobre algún hecho que haya ocurrido en su territorio;


para eso se hace una reunión donde varios hermanos son convoca-
dos. Para eso las cartas y telefonemas circulan dentro y hacia fuera
de las prisiones. De repente puede olvidarse de quienes están en el
“sufrimiento” y por eso ser cuestionado de alguna manera. Puede,
en razón de una falta grave o de no conducir bien el juego de las
alianzas, ver su autoridad cuestionada y otro, aun siendo un geren-
te de su confianza, recibir el aval y el apoyo de grupos locales bajo
la misma bandera (faccional) para tomar su lugar. Puede sufrir un
golpe de estado, como señalé más arriba, por parte de algún geren-
te de su confianza con potentes relaciones en el “crimen”21 (aunque
esto implique largar la facción, direccionar sus alianzas para formar
con jefaturas de una facción enemiga).22 Finalmente, puede perder
el control de su área de actuación en función de un ataque directo
de los enemigos de otra facción (llamados alemán).23 Los casos son
muchos, pero, en resumen, podemos decir que no existe una jerar-
quía entre el gran “cuerpo” de las facciones y los grupos locales.
Ataque y defensa de territorios son siempre resueltos mediante la
composición de alianzas eventuales, con el conocimiento, cuando
esto es posible, de otros dueños de morro de la misma facción, fa-
milia o hermandad (lo que representa un mecanismo para evitar
que las disputas internas lleven al fraccionamiento del grupo, de la
facción).

6. No hay (o no debe haber) líderes de las facciones por encima de los


“dueños de morro”; no deben existir jerarquías en el “crimen”.

− Uno de los polos de tensión interna a las facciones y que también


genera, externamente, acusaciones entre miembros de diferentes
facciones se refiere a las jerarquías y relaciones de comando y obe-
diencia que pueden surgir en el “crimen”. Hace algún tiempo, el Pri-
mer Comando de la Capital (pcc), principal facción de São Paulo
que prácticamente está presente en todos los establecimientos car-

21 “Crimen” o “mundo del crimen”, son nociones “nativas” que guardan cierta complejidad
en razón de sus diferentes usos: pueden nombrar un sujeto colectivo de contornos indefinidos;
pueden referirse a los pasajes y conexiones entre un conjunto de prácticas consideradas ilegales;
pueden aludir a un fondo común de pertenencia o identificación de sujetos, entre otros (Marques
2014).
22 Formar o fechar (cerrar) son términos utilizados para describir la concreción de una alianza
en el crimen.
23 Para la policía se reservan otros nombres peyorativos, como “gusanos”.
62 Estado, violencia y mercado…

celarios del estado, inscribió en la palabra de orden compartida con


el Comando Vermelho de Río de Janeiro, el tema de la igualdad:
“Paz, justicia, libertad e igualdad”. Marcando así sus diferencias,
tanto en relación con los líderes del pcc en el pasado, como con
otras facciones que permiten el surgimiento de centros de poder
en su interior.24 De esta manera, los grupos locales que practican
el comercio de drogas, en función de su territorialidad dura (como
veremos enseguida), de los acuerdos con la policía y de la talla
de un líder consolidado, se presentan como un riesgo potencial de
contaminación de las facciones por tales líneas de centralización
y jerarquización política. Del mismo modo, como consecuencia de
esta relación “espuria” con la policía, son evaluados negativamente
por los “ladrones”, los que practican el “157” (artículo del Código
Penal, utilizado en la jerga policial y del crimen para describir a
los asaltantes).

7. El origen de las facciones no está asociado al control del comercio de


drogas.

− Tales facciones no tienen su génesis asociada al tráfico de drogas.


Según algunos relatos (cf. Amorim 1995; Lima 1991), el surgimien-
to de la primera de estas organizaciones –el Comando Vermelho–
centraba su actuación en torno a la lucha por la garantía de de-
rechos específicos de los presos, tales como el fin de las torturas
y las golpizas, el derecho a la visita íntima, mejor trato a las vi-
sitas, mejoría de las condiciones de vida dentro de las unidades,
etc. Era una organización o, en palabras de sus fundadores, “un
modo de comportamiento” (Lima 1991:83-84) que, inversamente a
las “falanges” y al modelo de xerifia que existía antes25, no bus-
caba garantizar la hegemonía de determinada actividad delictiva
dentro de las cárceles: control del juego o del tráfico de drogas;
robo y ataques a otros presos, estupros, prostitución, entre otros.
Al contrario, como principio había que consolidar el respeto y la
“disciplina” entre los mismos delincuentes y se pretendía mejorar
24 Sobre los funcionamientos del pcc, ver Biondi (2010).
25 Xerifia viene de “sheriff”, término del antiguo argot inspirado en las películas del far west
norteamericanas e italianas. Las falanges eran grupos de presos que se reunían alrededor de
algunos líderes con fuerte vínculo territorial, los “sheriff” de celda eran presos que imponían su
dominio sobre los demás detenidos a través del uso de la violencia física. Distribuían los recursos
materiales dentro de la celda, controlaban el juego, tomaban a los jóvenes recién llegados como
“mujeres de cárcel”, además de ser el eslabón principal de relacionamiento con los funcionarios.
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 63

las condiciones carcelarias. Esto sólo se dio en un momento poste-


rior, con la afirmación de los líderes del Comando Vermelho en las
favelas y comunidades pobres, y con la explosión de los mercados
de la droga con el ingreso de la cocaína en los años 80 (ver Zaluar
1984).

8. El “crimen” se distribuye en diversas especialidades (“armas”); existen


relaciones de complementariedad entre las armas, modos de acción y
territorialidades propias.

− El comercio de drogas es una actividad delictiva entre otras. En


palabras de un informante: “el mundo del crimen tiene varios la-
dos, ellos se tocan”. Y ejemplificaba: “es el asalto al banco o coche
blindado, el secuestro y el tráfico” (Barbosa 1998:112). Cada uno
de estos “lados”, o acciones, era denominado “armas”, según un
antiguo léxico de los presidiarios de Rio de Janeiro. Estelionato;
robo de vehículos; asaltos a bancos, choches blindados o residen-
cias; tráfico de drogas; secuestro –son ejemplos de algunas “armas”.
− Cada arma posee un modus operandi propio, como también sus
umbrales (los puntos que marcan un cambio cualitativo, sin retorno
–cuando ya se hace otra cosa), puntos de conexión y pasaje entre
una y otra (ver Barbosa 2001).
− Toda “arma” posee una territorialidad que le es propia. O tal vez
fuese mejor decir que toda “arma” es atravesada, en el momento
mismo en que está siendo actualizada, por movimientos de “des-
territorialización” (por los cuales se abandona un territorio) y de
“territorialización” (donde se busca algo que valga por un territo-
rio).26 El tráfico de drogas es sin duda el que posee la territorializa-
ción más dura –necesita estar “plantado” en un territorio, necesita
negociar con la policía un permiso de funcionamiento, justamente
porque es un comercio.

9. La actividad policial participa directa e indirectamente de la dinámica


del comercio de drogas al menudeo en la ciudad de Rio de Janeiro.

− Además del “permiso de funcionamiento”, las acciones ilegales por


parte de algunos policías y ex policías también pueden acarrear,
como lo hacían en el pasado (según notas divulgadas por los diarios
26 Estoy haciendo uso de algunas nociones propuestas por Deleuze y Guattari en “Mil mesetas”,
especialmente desarrolladas en “Sobre algunos regímenes de signos” (Mil Platôs, 1995-7, v. 2,
pp. 61-108).
64 Estado, violencia y mercado…

o difundidas en las letras de canciones de los funk prohibidones27,


el pago de la “minera” (este término se refiere al secuestro de un
traficante importante, seguido de extorsión); la seguridad particu-
lar de un “dueño de morro”, el refuerzo en caso de invasión de
un territorio controlado por los enemigos de la facción; la entrega
de un “X-9” (informante de policía), etc. Por otro lado, la policía
aun trabajando dentro de la ley, forma parte de la dinámica del
comercio de drogas. Basta con notar que la prisión o la muerte de
grandes líderes de una facción es siempre un motivo de fiesta en
las favelas controladas por la facción enemiga (consideremos que,
en algunos casos, la información para esa prisión o muerte parte
de los propios enemigos). Y cuanta más represión policial, más los
grupos locales exhiben su faz rizomática: líderes más jóvenes con-
trolando el movimiento, más “bondes”28 en las calles; más guerras
en los morros y favelas de la ciudad.

10. Existen múltiples pasajes entre actividades consideradas ilegales, in-


formales o ilícitas.

Este tópico será abordado a continuación.

Ilegalismos y delincuencia en las prácticas de uso


y comercio de drogas en Río de Janeiro
Dos personajes presentes en la escena carioca nos pueden ayudar a situar
las consideraciones anteriores, sobre la organización macropolítica del co-
mercio de drogas en Río de Janeiro, haciéndolas aterrizar (o posar) en
la superficie del “infrapoder de los ilegalismos” y de la producción de la
delincuencia. Se trata del avión y del X-9.
Avión es un término de la jerga del mundo del crimen utilizado para
nombrar a quien se encarga de buscar la droga en las comunidades pobres
de la ciudad, recibiendo una parte, en drogas o en dinero, por su servicio.
Así, su existencia, el hecho de que alguien “haga un avión”, garantiza que
los compradores de drogas, en el asfalto, no se arriesguen subiendo los
morros o ingresando a favelas.
27 Proibidões son letras de canciones que hacen referencia a las facciones, a los líderes de los
grupos locales o a los acontecimientos significativos para el “crimen”.
28 Caravanas, filas de coches para llevar drogas o armas de una favela a la otra; desplazar
hombres para una acción bélica o practicar asaltos.
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 65

Los riesgos, en este caso, son variados. En primer lugar, la dura, como
se denomina la requisa policial (o razzia). Aunque la nueva ley de drogas
brasileña (ley 11.434/2006) haya “despenalizado” el uso de drogas (tal
práctica deja de ser punida con la pena de prisión), siempre existe el
riesgo de que, en el momento de la dura, en el momento de apalabrar
a la autoridad policial, un curso de acción imprevisto sea tomado. Todo
dependerá de quién sea el usuario (de lo que, como se dice frecuentemente,
él tenga para perder) y de su comportamiento al momento del abordaje
policial. Formalmente, la Policía Militar, que se encarga del patrullaje
ostensivo en las calles de la ciudad, debe conducir al individuo infractor
a una comisaría de la Policía Civil para que sea confeccionado el Boletín
de Ocurrencia y se dé inicio así al procedimiento judicial. Pero eso, como
bien señalan varios policías militares, raramente sucede. Los motivos son
variados. En primer lugar, porque consideran una pérdida de tiempo y
una molestia, desde el momento en que el usuario no será penalizado
(como debería serlo, para algunos, con pena de prisión), y también porque
llevar el caso a la comisaría implica quedarse hasta finalizar la confección
del registro para, futuramente, presentarse en el tribunal a declarar ante
el juez. Además, muchos policías civiles consideran que tales registros
son una pérdida de tiempo y, a veces, incomodan a los policías militares,
verbalmente o haciéndolos esperar por más tiempo del necesario. Debemos
resaltar que, desde el punto de vista de la policía (sea militar o civil), estos
casos escapan a la lógica del “combate del delito” que orienta, grosso
modo, el comportamiento y las valoraciones policiales en Río de Janeiro.
Así, si la derivación formal raramente es tomada como curso principal
de la acción, se abre un abanico de posibilidades en el campo de la “infor-
malidad”.29 Detallo algunas de ellas: hacer la vista gorda dejando pasar
al usuario sin someterlo a requisa; dar una lección moral, retener la droga
y liberar al usuario, dar lo que se conoce como esculacho30; simplemente
quedarse con la droga para su propio uso y liberar al usuario, negociar un
soborno, entre otras posibilidades. En el caso del soborno, todo depende

29 La creación de una sinonimia entre ilegalidad e informalidad, muy presente en los medios
de comunicación en Brasil, contribuye significativamente con la criminalización de una serie
de actividades laborales que se reproducen en los márgenes de las regulaciones estatales de
los mercados. Aquí esta categoría es accionada por los policías en el sentido inverso: para
des-caracterizar sus acciones como delitos.
30 Esculacho es una categoría que marca una agresión moral, aunque simultáneamente se pro-
duzca una agresión física. En este caso puede variar entre agredir verbalmente y/o físicamente
al usuario, hacerle tragar o aspirar toda la droga, agredir al usuario y quitarle la droga y el
dinero, dejarlo sentado en el piso durante un tiempo, hacerlo desnudar, etc. Para un análisis
del término ver Pires (2011).
66 Estado, violencia y mercado…

de la evaluación arrojada sobre lo que el usuario “puede perder”, como ya


señalé. Si la pena de prisión deja de ser prevista, la molestia de tener que
ir a la comisaría, o simplemente la exposición pública o familiar, puede
ser un factor determinante.
El “avión”, así, garantiza el distanciamiento de los compradores de esa
línea por donde se actualiza la gestión de los ilegalismos en las calles, en
las ocasiones en que los usuarios y la policía se encuentran. A su vez, no
podemos entender tales acciones “informales” como ejercicio de la discre-
cionalidad policial.31 Lo que se da, por cierto, es lo contrario, si conside-
ramos el código penal: todas estas acciones involucran a los agentes en
el delito de “prevaricación”, desde el momento en que un policía, como
agente público en Brasil, está obligado a hacer cumplir lo que dictamina
la ley, estando o no en servicio. Así, la discrecionalidad policial sólo se
puede ejercer en el momento de la dura (razzia) cuando se produce la
distinción entre usuarios y traficantes (estos sí, blancos privilegiados de
la acción policial desde la óptica del combate militarizado al delito que
marca el universo valorativo de la policía, así como, en la otra cara de la
moneda, considerando las ganancias que pueden resultar de una minera).
Esto porque en la nueva ley de drogas no hay criterios objetivos que es-
pecifiquen esa distinción. Y ante la ausencia de parámetros cuantitativos,
desbordan los criterios subjetivos: quién es el usuario, cuál es su trabajo
u ocupación, cuáles son sus relaciones personales, a dónde vive, etc. Una
cadena de evaluaciones subjetivas que se inicia con los policías militares
en las calles, pasa por las comisarías e ingresa a los tribunales. Estamos
en el centro del proceso de sujeción criminal, con el desplazamiento de las
evaluaciones de las infracciones hacia los comportamientos e imágenes del
sujeto (sobre este punto ver Misse 2010 y 2014).
Peor para el avión y peor paro los moradores de las comunidades pobres.
En este caso, un usuario que vive en una favela o morro puede ser confun-
dido con un traficante o con alguien vinculado a la delincuencia. Inclusive
habitantes sin ningún vínculo o vicio con drogas, como suele decirse en
las comunidades, pueden sentir profunda vergüenza cuando la policía los
aborda. Simplemente el hecho de vivir en esos lugares ya los vuelve poten-
ciales “sospechosos”. Claro que existen maneras inventivas de evadir estas
situaciones y escapar de la captura policial. Como ejemplo, reproduzco a
continuación la narrativa del morador de una comunidad pobre (donde

31 Sobre la discrecionalidad policial, un resumen de los abordajes de autores brasileños sobre


el tema es presentado por Oberling (2011:91-96).
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 67

queda nítida la importancia del control del lenguaje en situaciones de este


tipo). Decía él:
Estaba saliendo de casa con mi primo tipo dos y media de la mañana.
En la salida de la favela había un camburão35 de la policía (patrullero
para detenidos) parado en un rincón, todo oscuro y no lo vi. Los hom-
bres me llamaron: ¿De dónde venís? –De casa. –¿Y a dónde vas? –Voy
a caminar, caminar por ahí. –¿Caminar a esta hora? –Sí, me gusta
caminar. Ahí empezaron la requisa. Aquí en este bolsillito de adelan-
te de mi riñonera, que uso siempre, tenía un papel de diez (sobrecito
con cocaína cuyo precio es 10 reales). Entonces el sargento preguntó:
–¿Qué es eso? Yo le contesté: –Bueno, don “funcionario”, es la fuerza
del hábito… paso por ahí y los chicos me hacen un regalito, un papel
de cinco o de diez y lo pongo en la riñonera y hasta me olvido que lo
tengo. También, 34 años preso y 50 usando droga, ¿qué espera? [Como
me explicó: “al sargento enseguida le dije ‘funcionario’ para que se dé
cuenta que fui presidiario”]. –Y ahora, ¿qué estás haciendo? –Estoy
jubilado por edad… En ese momento mi primo, que estaba re loco, le
dijo ‘socio’ al sargento. El otro policía empezó a decir: –Ah, fulano, no
sabía que tenías un nuevo socio. ¡Ya me puedo volver a casa entonces!
Pero no hicieron drama cuando mi primo le dijo así al policía, aunque
lo podrían haber hecho… Me largaron con papel y todo…
Entre los riesgos que corren los moradores y “aviones”, principalmente
de madrugada, entrando y saliendo de las comunidades, está el depararse
con acciones policiales y de grupos parapoliciales (milicianos) volcadas
al exterminio, así como con invasiones de enemigos de otras facciones.
Además de que los consumidores que no conocen la localidad, o algunos
de los miembros del grupo local que se encuentran al frente del comercio
de drogas, pueden ser confundidos con delatores, policías o enemigos y
por esa razón ser asesinados. Este es inclusive uno de los motivos por los
cuales se recurre al avión.
Existen también consideraciones positivas para accionar la mediación
de un avión. Generalmente ellos son moradores de las favelas que go-
zan de buen tránsito en sus localidades de residencia u origen, y también
transitan bien en aquellas favelas del área mayor a su vecindario que se
encuentran bajo la bandera de una misma facción. Es mucho más arries-
gado que un morador entre en una comunidad de una facción diferente
a la que domina el lugar en el que vive. En caso de no tener amigos y
parientes en la localidad corre el riesgo de ser asesinado. Esta pertenencia
68 Estado, violencia y mercado…

permite que el avión diga a dónde está la mejor droga y el mejor precio
(como son diferentes gerentes, diferentes responsas, la variación de pre-
cios –de cinco, de diez o de veinte reales, etc.– no es solo en la cantidad,
sino en la calidad del producto). Así, el avión también ejerce el rol de una
especie de consultor de este mercado.
De todos modos, en el personaje del avión se condensa el haz de re-
laciones que configura los ilegalismos populares relacionados al consumo
y venta de drogas en Rio de Janeiro. Él ocupa una posición transitiva:
está al mismo tiempo en las calles y en los morros, debe tratar de conocer
los valores que orientan a los policías (ya que, casi obligatoriamente, se
encontrará con ellos en alguna “dura” –razzia o control-) y también aque-
llos que orientan a los bandidos (como comportarse para ser respetado o
considerado por el crimen). El avión es un consumidor de droga (como lo
es la gran mayoría de ellos) y al mismo tiempo un traficante (al menos
desde el punto de vista de la codificación legal y de la óptica policial).
Sobre este último punto, cabe señalar la relación ambigua que el avión
entabla con los demás consumidores. Puede estar participando al mismo
tiempo de las redes de amistad o confianza establecidas en los lugares
que ambos frecuentan (la mayoría de las veces bares; inclusive, él puede
ser alguien del grupo con más disposición o contactos para buscar la
droga), y si tarda en regresar, quienes esperan pueden pasarle “factura”
(exigir reparación) en caso de que no aparezcan o se pierdan la droga
y el dinero en un encuentro con la policía. De la misma manera que
sucede con quien rompe un contrato comercial, más aun, como alguien
que comete un desliz moral, él es acusado de haber “acostado/dormido”32
a quienes le dieron el dinero, de haber sido “demasiado vivo” o de tratarlos
como “otarios”.33 Más que el perjuicio financiero es una falta moral. Al
contrario, es esa misma red de conocimiento con los consumidores en los
bares la que protege al avión frente a las requisas de la policía en estos
establecimientos. Un avión que no participa de las charlas y actividades
recreativas, parando allí solo para realizar sus negocios o mantener su
consumo, se vuelve fácilmente identificable.

32 N. del T. Se ha traducido “dar uma volta” por “acostado/dormido”, que equivale a no


cumplir con lo pactado. Equivaldría en cierto modo a la noción jurídica de estafa, no siendo en
este caso aplicable por tratarse de acciones ilegales, pero obedeciendo al sentido moral de tal
categoría.
33 Los aviones que son usuarios pesados de droga generalmente son tratados con cierta des-
confianza por los demás compradores, una vez que el riesgo de ser acostado o dormido, está
directamente relacionado al descontrol en el que suelen caer.
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 69

En síntesis, en este personaje se conjugan las dimensiones del mercado


y de los controles estatales; las relaciones personales e impersonales; la
transformación de los ilegalismos o de las irregularidades en infracciones
penales; el racismo, como proyección de la línea de separación entre lo que
debe vivir y lo que debe morir, como frontera que este personaje atraviesa
cotidianamente, sea deambulando por territorios de facciones diferentes,
sea arriesgándose en las sombras de la madrugada.
Retornemos al tema de la delincuencia, trayendo a escena el segundo
personaje: el delator: el X-9, como comúnmente es llamado en Río de Ja-
neiro. Recordemos que para Foucault la delincuencia es lo que proporciona
la “cuadrícula” de todo el cuerpo social, el establecimiento de un “observa-
torio político” a través de la conexión de tres términos: policía-cárcel-de-
lincuencia. La cárcel, al transformar infractores en delincuentes, ofrece la
justificación de existencia de una institución que se encuentra en crisis per-
manente desde su nacimiento, a partir del momento en que es incapaz de
responder a los objetivos que se propone: retribución del daño cometido;
resocialización o corrección; inhabilitación de los infractores; disuasión del
crimen y de la desviación a través del ejemplo que ofrece en el horizonte
último del panorama punitivo (ver Barbosa, 2005:29-35). Los delincuen-
tes, así, ocupan o deberían ocupar la función estratégica de vigilancia y
observación –lo señalé antes, como delatores; provocadores; ayudantes de
policía– pulverizando los puntos de observación y distribuyéndolos dentro
de los grupos de la población que interesa controlar.
De esta manera, la delincuencia opera dentro de las cárceles y fuera de
ellas, volcada principalmente a los ilegalismos populares, particularmente
los “ilegalismos de bienes”. El problema es que, cuando consideramos algún
contexto particular de investigación, como el caso que estoy analizando
aquí, sobre el comercio de drogas en Río de Janeiro, se hace necesario abrir
o ejercer una torsión en el concepto hacia dimensiones imprevistas en la
formulación inicial del autor. Y, de hecho, dado que Foucault pensaba
sus libros como “cajas de herramientas” (conceptuales), tal torsión no me
parece escapar a la inspiración que atraviesa su obra.
Consideremos, entonces, algunos desarrollos analíticos a partir del tema
de la delincuencia. El primero se refiere a los procesos de sujeción que deri-
van en la individualización de los sujetos, en su identificación (la creación
de identidades siendo tomada aquí como atributo de las formas estatales
de clasificación y control). Esto porque la delincuencia, al mismo tiem-
po que cuadricula y estría el espacio social (bajo el modo disciplinario)
o multiplica al infinito los puntos de vigilancia y captura (con el adveni-
70 Estado, violencia y mercado…

miento de las sociedades de control), adhiere el transgresor a su delito, a


su especialidad de acción criminal, tal como lo demuestran los bancos de
datos policiales.34
A este proceso de subjetivación se le sobrepone otro que refiere a la
resistencia presentada por el “crimen”, un trabajo continuo que objetiva
extirpar la delincuencia como “observatorio político” dentro y fuera de
las prisiones. Esto se da de dos maneras. En primer lugar, reservándole al
“X-9” los peores castigos y torturas, y luego la muerte. Un castigo público,
tal como antes se procesaba en las calles de las favelas y morros de la
ciudad controlados por el “tráfico de drogas”, o como actualmente, fuera
de la mirada del público.35 Como mencioné más arriba, de vez en cuando
la entrega de un “X-9” compone la negociación de los grupos locales con
la policía. Y nunca está de más recordar cuánto riesgo estos personajes
pueden representar para una actividad como el comercio de drogas, tal
como se estructura en Río de Janeiro, centrado en un territorio. Al final
de cuentas él puede señalar los lugares de residencia y escondites de los
gerentes o soldados, o la localización de los depósitos de drogas, armas y
municiones.
En segundo lugar, un modo más incisivo y subliminar es la afirmación
de los valores del “crimen” –la disciplina, la humildad, el correcto pro-
ceder36– como mecanismo de producción subjetiva que venga a frenar la
“delincuencia”. Tomemos nuevamente la palabra de orden del Comando
Vermelho a la que me referí anteriormente: “Paz, Justicia y Libertad”.
Por “paz” entiéndase “paz entre los ladrones”, tal como es enunciada en
São Paulo por el pcc (Biondi 2010: 172-177), el ordenamiento de las re-
laciones carcelarias y, a partir de ellas, de lo que pasa en las calles. La
“libertad”, desde el punto de vista de los prisioneros, es el mayor deseo y
el máximo valor que a veces se sobrepone al valor de la vida (ver Barbosa
2013). La “justicia”, a su vez, se refiere a la producción de un sobrecódigo
que incidirá en el comportamiento de los presos, sobre el comportamiento
de quien está en las calles practicando delitos, inclusive los miembros del
34 Digamos de paso que lo que se proyecta en el futuro es el cruce de tales bancos con informa-
ciones mercadológicas sobre el perfil de consumo (de bienes materiales y simbólicos), así como
con informaciones oriundas de análisis biológicos centrados en material genético. Por otro lado,
si observamos el pasado, era común encontrar en las comisarías de la policía en Río de Janeiro,
una especie de catálogo de los delincuentes que actuaban en determinada región de la ciudad
con las especialidades de la acción delictiva asociada a cada uno de los allí enumerados (sobre
los procedimientos de reconocimiento policial ver Kant de Lima, 1995:78-81).
35 El cálculo es que, con esta relativa invisibilidad, es “un delito menos para cargar en la
espalda”; los cuerpos también son quemados dentro de neumáticos, impidiendo así su recono-
cimiento.
36 Sobre la noción de proceder, ver Marques (2014).
Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 71

“tráfico de drogas” e, indirectamente, en los moradores de las comunida-


des pobres controladas por éstos (fin del robo, de los estupros, de la falta
de respeto a los vecinos, etc.). Pero, igualmente, la “justicia” como valor
apunta el combate incesante a los cuerpos de seguridad del Estado, “la
guerra con el Sistema”, como es llamada. Es un imperativo moral: quién
es del crimen debe “ir al choque” con la policía. A veces, esto se da de
forma explícita, como en los ataques practicados por el cv y el pcc, en
algunas ocasiones, o como en los casos de policías que son asesinados por
haber sido identificados como tales durante un asalto. De todos modos,
tal imperativo apunta a un estado de tensión continua, que inclusive pue-
de prescindir de ataques directos. No podemos olvidar que las relaciones
con los controles policiales son demasiado complejas, principalmente con-
siderando lo que es necesario para el funcionamiento de estos mercados:
venta de armas y drogas, motos y autos, entre otros.37
En resumen, lo que las cárceles brasileñas gestan hoy, especialmente en
São Paulo y en Río de Janeiro, es una “anti-delincuencia”. Esta es la ma-
teria generada al inventarse nuevas maneras de producir agrupamientos
y colectividades (llamadas, en términos políticos, “facciones”)38, al rein-
ventarse nuevas formas de relación política a partir de la experimentación
vital en la cárcel y en el crimen. Cuando se presupone que el Estado está
en todos lados (al final, “crimen” es una categoría de codificación estatal
que fue apropiada para enunciar otras verdades y crear otros funciona-
mientos y efectuaciones).
Finalmente, cabe aun resaltar otro efecto acarreado por la territoria-
lidad del comercio de drogas, esta actividad que está entre el comercio
y el crimen, entre el comercio y la actividad bélica. Si, como señalaba
Foucault, la delincuencia tenía como papel cuadricular el espacio social o
servir al control biopolítico de las poblaciones, el tráfico de drogas es hoy,
en la ciudad de Río de Janeiro, y junto con la captura y el exterminio
policial que incide sobre él, lo que responde por tal control. Concluyo con
37 Es por este motivo que el tráfico de drogas se presenta como un riesgo para las facciones.
Como señalé, carga consigo cierto peligro de contaminación de las facciones, y del crimen de
modo general, por la centralización política presente en los grupos locales. Pero también es una
apertura a la “delincuencia” como aparato de control estatal, una vez que obligatoriamente
presupone acuerdos con la policía para hacer funcionar la venta de drogas. Con la reserva de
que no es solo el comercio de drogas que posee esa característica, aunque en él sea bastante
evidente: prácticamente todas las actividades delictivas comprenden puntos de fijación para los
controles policiales.
38 Creo que ha quedado claro que el uso de términos molares o macropolíticos –como “tráfico
de drogas” o “facciones”- carga consigo el peligro de fijar nuestros argumentos en las capturas
discursivas y prácticas, sean ellas morales, mediáticas, policiales o gubernamentales. De allí el
cuidado que debemos tener con el lenguaje, más aun tratándose de un tema como este.
72 Estado, violencia y mercado…

un pequeño párrafo de una entrevista, en la cual el interlocutor narraba


una charla que tuvo un día, estando preso. Decía:

El muchacho se acercó y me preguntó: –Estoy por salir. ¿Vos sabés


cómo hago para llegar a Vila Kennedy? [ambos estaban presos en
el complejo penitenciario Gericinó, no muy distante de esta localidad]
–Sí, sé, te puedo decir. ¿Pero vos conocés a alguien allá? ¿Vas a buscar
algún “hermano”? –No, yo nací y fui criado allá. [En eso el interlocutor
interrumpió su narrativa y me dijo]: –¿Sabés lo que él estaba diciendo?
Que no sabía llegar porque nunca había salido de allá. Solo cuando lo
metieron preso.

Consideraciones finales
En este artículo busqué explorar dos nociones producidas por Foucault en
la obra hoy considerada clásica: Vigilar y Castigar, y examinar su per-
tinencia para el análisis de un contexto particular de investigación: las
prácticas de uso y comercio de drogas en Río de Janeiro. Ambos con-
ceptos, ilegalismos y delincuencia (por cierto, deberíamos hablar de un
par conceptual, desde el momento en que no pueden ser disociados), se
muestran como un potente recurso para frenar en nuestros análisis las
perspectivas “finalistas” o “estatales” presentes en los debates sobre segu-
ridad pública en Brasil, centradas en la búsqueda de universales (o en el
encauzamiento metodológico, tomando tales universales como presupues-
tos naturalizados en nuestros análisis –leyes, estado, sociedad, orden, bien
común, etc.)39, en el principio de la identidad, en la concatenación de las
cadenas de causa y efecto, en la producción de un consenso, a través de
la afirmación de un único punto de vista.
Traté de hacer uso de dos personajes –el avión y el X-9– para poder
tensionar o redireccionar tales conceptos para que produzcan cierto ren-
dimiento en el análisis del problema que me propuse presentar. Aclaro
que tales personajes, aunque obviamente en algún momento alguna per-
sona de carne y hueso pueda encarnarlos, se presentan aquí como anclajes
relacionales o puntos de convergencia de líneas de fuerza. Si fui exitoso
o no, lo dejo a juicio del lector. Quisiera, no obstante, señalar que los
campos de problemas contemplados aquí, apuntan a la continuidad de las

39 Ver sobre este asunto Barbosa & Renoldi 2013.


Ilegalismos y delincuencia: nociones revisitadas a la luz… 73

líneas de investigación y problematización, principalmente considerando


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La mente y el homicidio: la gestión
de la violencia en el tráfico de drogas
en São Paulo (Brasil)1

Paulo Artur Malvasi2

Introducción
Vengo discutiendo en trabajos recientes (Malvasi 2011a, 2011b) que el
tráfico de drogas en São Paulo se ha evidenciado, sobre todo para los
más jóvenes, como una de las posibilidades dadas a la viração (rebusque,
arreglárselas), un mercado de fácil acceso, una estructura de actividades
ilegales efervescente, un mercado que acepta a los jóvenes de acuerdo con
la especialización y características personales. El tráfico es uno de los
empleos más accesibles para los jóvenes con poca formación escolar. La
adhesión al tráfico crece, a pesar del aumento substancial de la punición de
los adolescentes ingresantes en la firma.3 En São Paulo4, la disminución de
los asesinatos en el ambiente del tráfico de drogas en la segunda mitad de
los años 2000, implicó un aumento en el número de interesados en trabajar
en el “movimiento” (tráfico). En los territorios paulistas donde realicé el
trabajo de campo5, jóvenes que no quieren tomar las armas ni tampoco
1 Este texto es una versión actualizada y traducida al español del artículo A mente e o ho-
micidio: a gestão da violência no tráfico de drogas em São Paulo, publicado originalmente en
Dilemas: revista conflito e controle social, V. X, en 2013.
2 cebrap-Brasil
3 En 2006, el 17 % del total de adolescentes de sexo masculino se encontraba internado por
tráfico de drogas; en 2008 ese número aumentó hasta el 32 %, o sea, un incremento de casi el
100 % en dos años. En 2009 fue el 30 % y en 2010 el 33,5 %. En el caso de las niñas: en 2006
el 32 %, en 2007 el 41 %, en 2008 el 47 %, en 2009 el 45 %, en 2010 el 46,5 %.
4 En 1997, en la ciudad de São Paulo, el número de homicidios era de 56,7 por cada cien mil
habitantes. Ese número alcanzó su ápice en 1999 con el 69,1 por cada cien mil habitantes. A
partir de 2003 (52,4) el número de homicidios se redujo considerablemente, llegando en 2009
a 15,2 –una caída superior al 80 % en diez años. En la región donde se localiza el barrio
etnografiado en este texto, el mayor índice de homicidios se dio en 1999, pasando de los 60
homicidios por cada cien mil habitantes a cerca de 15 por cada cien mil en 2009.
5 Este trabajo discute los resultados de una etnografía realizada en dos barrios de la periferia
de la región metropolitana de São Paulo entre 2009 y 2011 (Malvasi 2012).

77
78 Estado, violencia y mercado…

tienen disposición para realizar actividades que signifiquen riesgos de vida,


pasaron a ver en el tráfico una posibilidad de ganar dinero.
Este artículo se vuelca al cotidiano de las relaciones económicas y polí-
ticas de un contexto específico de tráfico de drogas. Describo, en primer
lugar, la dinámica de trabajo en el tráfico en un barrio de periferia de una
ciudad situada en las márgenes de la región metropolitana de São Paulo:
la organización del trabajo, las ganancias, la flexibilización, los riesgos,
las tramas de relaciones establecidas en torno al comercio de drogas. A
continuación, discuto las concepciones nativas sobre las características de-
finidoras del traficante, el lugar de la violencia y de la inteligencia en la
gestión de las lojinhas (kioskitos) y la difusión de la sigla pcc (Primeiro
Comando da Capital) como poder orientador del crimen. El análisis se
orienta hacia la caracterización de los mecanismos y tácticas que propor-
cionan la comunicación de la mente criminal para los jóvenes del barrio
por medio de la sintonía 47 del pcc y su relación con la disminución de
los homicidios en el ambiente del tráfico de drogas.

Flexibilidad, emprendedorismo y violencia


en las lojinhas
En las próximas páginas acompañaremos seis meses de la trayectoria de
tres personajes6, que ocupan diferentes posiciones jerárquicas en la firma
–Joílson (dueño de una lojinha), Jota (gerente) y Elías (vendedor). Otros
dos personajes serán mencionados, registrando que las informaciones so-
bre ellos –Abóbora7 (hermano8, bautizado del pcc y que en el período
fue el sintonía y gerente del Patrón en la región) y Montaña (el propio
6 El texto está construido en torno de algunos personajes involucrados en situaciones y en
redes de relaciones de las cuales emergen la descripción y el análisis. Las tramas se basan
en situaciones vividas por algunos de los veintisiete jóvenes participantes de la investigación
realizada para mi doctorado (Malvasi 2012), habiendo accedido al conjunto de informaciones
durante el ejercicio efectivo de investigador y en mi jornada profesional difusa. La creación
de los personajes obedece a mi elección temática y está basada íntegramente en el material
empírico registrado en los diarios de campo y en las transcripciones de las entrevistas. En
esta etnografía el envoltorio ficcional es únicamente una estrategia descriptiva que coordina un
conjunto de informaciones fragmentadas e incompletas encontradas en mis propios datos: mi
foco se concentra en afirmar que esta etnografía ficcionaliza sólo la experiencia de interacción del
investigador con sus interlocutores mediada por estrategias descriptivas basadas en personajes
y tramas humanas.
7 El término significa zapallo, pero lo mantendremos como nombre propio en su lengua original.
8 Irmão (hermano) es el nombre dado a aquellos que se transforman en miembros efectivos de
la organización, después de pasar por un proceso ritual llamado bautismo.
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 79

patrón)– provienen de las personas con quienes estuve efectivamente en


contacto. En el barrio en cuestión, en la venta al menudeo existen seis
puntos principales de venta de drogas –llamados lojinhas por los traba-
jadores en lo cotidiano de las actividades ordinarias: dos de ellos son de
un hermano apadrinado por el patrón de la ciudad9; dos son del “patrón”
–considerado miembro del Primer Comando de la Capital (pcc), controla
los negocios realizados en la ciudad y en la región desde dentro del estable-
cimiento carcelario en que se encuentra detenido. Las otras dos lojinhas
son de jóvenes que crecieron en la comunidad y que son primos10 del co-
mando. En estos seis puntos trabajan aproximadamente cien jóvenes en el
comercio callejero11 llamado vapor, siendo que existen más o menos unos
treinta traficantes que revenden la mercadería de estos puntos en diversos
espacios de la ciudad12. En el barrio estudiado, la población joven (con
edad entre 15 y 29 años) es estimada en 3.500 personas.
Joílson es el dueño de una biqueira. Tiene 23 años y es conocido, según
los jóvenes del barrio, por el modo en que conquistó su boca en la lucha
y por las idas y venidas constantes a sistemas de privación de la liber-
tad. Aunque ya fue invitado, nunca se convirtió en hermano del Primer
Comando de la Capital (pcc). Dice que no le interesa, sobre todo por la
rigidez del compromiso; una vez adentro se hace difícil salir. Pero afirma
“correr” con el pcc. Según Joílson, ser hermano del pcc tiene el “lado

9 Para ser considerado miembro de la organización del Primer Comando de la Capital (pcc)
es necesario el padrinazgo de alguien que ya sea miembro del pcc, que pasará a ser responsable
por su apadrinado. Para ser un “hermano” es necesario pasar por el “bautismo”, cuyo ritual
no acompañé, ni del cual pude obtener informaciones detalladas sobre las etapas de realización
que confirmarían, al final, la efectiva filiación al pcc.
10 “Primo” es el nombre dado a aquellos que son considerados aliados de la organización, aun-
que no tengan vínculo de hermano –posición en la jerarquía que implica más responsabilidades
y derecho a eventuales beneficios.
11 De forma general, las lojinhas operan todas en un flujo parecido: existen dos turnos de
trabajo, uno que comienza de mañana a las 7hs, y permanece hasta las 19hs; otro que comienza
a la noche, a las 19hs, y va hasta las 7hs- turnos de 12 horas de trabajo. Cada persona que
trabaja en el “pacotinho” (paquetito) recibe una cantidad y cuando obtiene el equivalente a la
venta completa, recibe otra cantidad.
12 La mayor parte de mis interlocutores no sabía calcular el movimiento bruto al mes de una
lojinha. Aquellos que sabían, por el lugar que ocupaban en la “firma”, no quisieron hablar. Par-
tiendo de las informaciones que obtuve de los vendedores individuales, con fecha de base en abril
de 2009, se alcanza un valor aproximado del movimiento de las biqueiras a través del rédito de
estas ventas minoristas. Partiendo de la renta media mensual de $2.500,00 Reales (equivalentes
a 1200 dólares estadounidenses) para cada vendedor, una biqueira con diez comerciantes, como
la de Joílson, tendría una facturación bruta mensual de 125 mil Reales (equivalentes a 50 mil
dólares estadounidenses). Una lojinha como la de Jota, con dieciocho vendedores, facturaría 225
mil Reales (equivalentes a 110 mil dólares estadounidenses) al mes. Son números especulativos,
porque la media que hice de la venta mensual por vendedor está basada en información de
pocos negociantes.
80 Estado, violencia y mercado…

bueno” y el “lado malo”. El lado bueno es que quien se hace hermano


tiene garantía de recibir la mercadería, protección dentro y fuera de la
cárcel, y el status de formar parte del Partido (pcc). El lado malo es que
el negocio queda atado a los distribuidores del comando. Joílson es solo un
primo, un aliado que no ingresó al Partido, pero que establece sus negocios
con miembros del pcc. Para situarse en el crimen es necesario establecer
vínculos con algún miembro del Comando. Una de las características de
los aliados es comprar las mercaderías preferencialmente con el patrón de
la región.
Al principio, la lojinha de Joílson estaba organizada con seis vendedo-
res en el turno de día y cuatro a la noche –todos entre 14 y 19 años de
edad; otros pequeños traficantes también vendían para él o, mejor dicho,
tomaban cantidades en consignación y tenían un plazo determinado (ge-
neralmente pocos días) para realizar el pago. Estos traficantes autónomos
suelen tener su propia clientela y puntos específicos dispersos por la ciu-
dad –no tienen compromisos diarios con la biqueira y no tienen que ser
fieles a ella.
Montaña se encuentra bajo privación de la libertad en una penitenciaría
de máxima seguridad en el Estado de São Paulo. Mis interlocutores dicen
que él tiene la lista de todos los puntos, y acompaña el flujo de los ne-
gocios no solo de sus lojinhas sino también de la distribución hacia gran
parte de las biqueiras de la región. Él tiene representantes (hermanos,
apadrinados) que acompañan in loco los negocios, y que fueron llamados
con los términos “disciplina” y “sintonía”. Sus actividades consisten en
pasar por los puntos, informarse sobre el flujo de los negocios a través de
los gerentes y dueños de los puntos, encargar nuevas remesas e informar
sobre el flujo de las finanzas y de las mercaderías al patrón.
Jota tiene 25 años, no tiene su lojinha, pero es respetado en el tráfico;
progresó en el crimen –ya mató–, tiene un buen automóvil y una buena
casa, es visto como una persona dura (buena para pelear, buena en el
fútbol) y es un ladrón13 que nunca fue preso. Además, tiene proximidad
con los jóvenes del hip hop y, aunque no cante ni participe de ningún
grupo, a veces ayuda en la redacción de letras de rap o en la organización
de eventos. La lojinha que administraba al inicio de esta investigación de
campo era una de las más activas y con mayor número de vendedores –en
total eran dieciocho, divididos en once durante el día y siete por la noche.

13 El término ladrón, para este grupo, se refiere genéricamente a aquel que es reconocido por su
involucramiento en el crimen, independientemente de las modalidades de infracción. El término
bandido suele tener la misma acepción.
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 81

Elías tiene 16 años y vendía paquetitos en la misma biqueira de Jota.


Considerado talentoso para el tráfico, dice con cierto orgullo que nunca
mató. Se destaca en las ventas y por las horas de dedicación: entra de
noche a las 19hs y sale a las 7hs. Teniendo franco (optativo) cada tres días,
generalmente Elías prefiere trabajar. Dice que no se mete en problemas,
conflictos o pequeñas disputas con otros vendedores. Es un trabajador
disputado que, durante los meses de campo, fue convocado para trabajar
en diferentes biqueiras. Afirma que para progresar en el crimen no se
puede usar mucha droga, principalmente se debe evitar el uso de cocaína
cuando se trabaja en el tráfico nocturno; fumar crack ni pensar, mientras
usar marihuana para él es “normal”. Otra recomendación es evitar peleas
con la madre o cualquier otro pariente, inclusive con vecinos –para no
propiciar “b.o” [boletín policial de ocurrencias delictivas] en la comunidad.
Los nombres dados a los puntos de venta –llamados en diferentes mo-
mentos lojinhas, biqueiras o bocas– nos dan algunas pistas sobre las tran-
siciones en el ideal de traficante que la descripción etnográfica delineará
en los próximos párrafos. Les pregunté por qué habían usado la palabra
lojinha para el punto de venta de drogas. Jota dijo que es para no pro-
vocar milho [maíz]14; la palabra lojinha se puede usar en cualquier lugar
“hasta puedes hablar en un ómnibus, porque nadie lo va a notar”. ¿Y bo-
ca? “Ah, boca era antes”. En un momento relajado de la charla Jota hizo
una comparación del “pasado” con el “presente”: “imagínate si antes se le
hubiera dicho al bandido15 que él tenía una lojinha, él iba a decir ‘qué te
pasa? ¿Te pensás que estoy vendiendo choninos y bras? mano, esto es una
boca!’” (risas). Aun así, el término boca no dejó de ser usado: cuanto más
cercano de situaciones de conflicto abierto, de la posibilidad de traición y
de disputa por los puntos de venta por medio de armas, más probable es
que se utilice el término boca. Cuanto más relacionado al comercio, a lo
cotidiano y a las cuestiones de administración y finanzas, más probable
será el uso del término lojinha. El más usado continúa siendo biqueira,
que es el término intermedio.
En la primera mitad del mes de abril de 2009, bajo el alegato del Co-
mando de que la incautación policial de una gran cantidad de mercadería
y la disminución de las ventas le generaron un gran perjuicio al patrón,
una serie de nuevos procedimientos fue adoptada en la organización de
las lojinhas. Montaña dio la orden para que sus biqueiras no tuviesen más
14 Cuando se actúa de forma vergonzosa o se hace algo equívoco en el mundo del crimen.
15 N. del T. El término bandido por momentos puede equipararse al término malandra, en
Argentina. Se refiere a quien practica con cierta destreza actividades rentables al margen de la
ley, y que inclusive pueda ejercer relaciones de fuerza, poder o violencia.
82 Estado, violencia y mercado…

gerente, suspendió la distribución hacia los puntos de primos por diez


días, y trajo dos representantes de fuera de la ciudad (dicen que oriundos
de la capital –São Paulo). También cambió la política de pagos de los
vendedores. De quince paquetitos para un vendedor, en que doce debe-
rían ser pagados al gerente o dueño de la lojinha y tres quedarían para
el vendedor, el Comando cambió a quince por dos, trece para la firma y
dos para el vapor. Además, Montaña retuvo la distribución en el área por
diez días, generando pérdidas y tensiones. Hubo clientes que se retiraron,
y los dueños de puntos y gerentes empezaron a presionar vía comunicación
continua para saber cómo caminarían las cosas.
Jota perdió su puesto de un día para el otro. En ese periodo, comentó
perplejo en un encuentro: “el crimen es realmente podrido; trabajé bien,
junté una guita para la firma y ahora pierdo todo”. Joílson también sufrió
un impacto en su facturación: en un primer momento las mercaderías
dejaron de llegar y dos semanas después volvió el flujo de entrega, pero
con poca mercadería, ya empaquetada (lista para la venta). Joílson no
dudó y, en aquella semana, negoció con otras fuentes en São Paulo –mejor
calidad y más cantidad por valor. Además, procedió a ofrecerles a los
vendedores locales la comisión del veinte por ciento, anterior a la “crisis”,
duplicando así el número de vendedores de paquetitos.
Elías, por ejemplo, fue a trabajar con Joílson y lo mismo hizo Jota –pero
como simple vendedor de paquetito. Joílson no tiene la figura del gerente,
porque él mismo administra su comercio, pero aun así abrió espacio para
que Jota “juntara una plata”, comentando que él podría facturar incluso
más que un gerente –actuando con disciplina16. En la práctica, Joílson le
cedió a Jota una cantidad mayor de lo habitual y permitió que él tuviese
flexibilidad de lugar de trabajo y de fecha de pago.
En mayo de 2009, en consecuencia, todo el mercado local estaba reconfi-
gurado, especialmente debido a que Montaña emprendió una “reingeniería
de producción” (mi expresión). Tal situación generó tensiones: represen-
tando a Montaña, Abóbora empezó a sondar (junto con otros hermanos
de otros lugares del Gran São Paulo que migraron al barrio) las biqueiras
de los traficantes que no eran hermanos –los primos. La mirada vigilan-
te molestó y generó rechazo con un eventual verminagem58, o sea, con
la posibilidad de que los representantes del patrón, Montaña, tomaran
16 Disciplina, en este caso, puede significar la realización del trabajo con constancia y tenacidad.
Así se expresó Jota, según mi reconstrucción: “para que yo consiga ganar dinero tengo que hacer
bien el trabajo… estar a la hora en que los consumidores más buscan las drogas, estar disponible
durante varias horas, de día y de noche, no solo vender una cantidad y considerar que ya está
bien con eso”.
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 83

posesión de las bocas de los primos a la fuerza. Presencié una charla en-
tre Joílson y Jota en que manifestaron desconfianza sobre todos aquellos
cambios que el Comando estaba promoviendo en el barrio que serían mo-
tivados porque Montaña tenía la intención de poner todas las bocas bajo
su administración.
Mis interlocutores cuentan que cuando el Comando llegó a la ciudad (al-
rededor de 2003), hubo un registro de los diversos puntos de venta. Joílson
(con 16 años en la época) y otros jóvenes vivían en guerra permanente
por espacios y por el poder local con otros traficantes. Según ellos, lucha-
ron para conquistar su espacio. Cuando el Comando llegó, ellos tuvieron
la oportunidad de quedarse y ser bautizados por el pcc, volviéndose así
hermanos. Algunos fueron bautizados, otros no, entre ellos Joílson, que
firmó un acuerdo con el Comando regional, estableciendo una sintonía con
el pcc. Él niega que necesite mantener el acuerdo por obligación, le gusta
contar con ventaja sobre su independencia: de todos modos, no deja de
mantener las negociaciones, aunque lo hace realizando las transacciones
“por fuera”, con otros distribuidores (también hermanos del pcc).
A comienzos de mayo, Abóbora llegó a conversar con Joílson sobre
su biqueira. Joílson no me habló del contenido, pero me dijo que quedó
“cabreado” con la charla y decidió distribuir algunas armas entre sus
trabajadores, sobre todo los del turno de la noche. Él no solo defendió
su espacio, sino que también aprovechó para ganar terreno en el negocio
local. Hizo otra propuesta a los jóvenes que se encontraban insatisfechos
con la forma de pago ofrecida por Montaña, aumentando sustancialmente
su negocio: de diez vendedores en febrero, pasó a diecinueve en marzo
–convirtiendo su punto en uno de los más activos de la región. Ese fue
un periodo bastante tenso, pues había temor de que el Comando –u otros
ladrones– quisiesen tomar la boca de Joílson.
En junio, Abóbora asumió el puesto de gerente en una de las lojinhas
de Montaña. A fin de mes huyó luego de un embate de la policía militar.
El rumor que corrió fue que él estaba debiendo mucho y trató de escapar.
Los comentarios de Joílson fueron jocosos, con aire de victoria en la con-
tienda. Decía que Abóbora “estrelló la nave” –expresión que quiere decir
que el traficante quiso ganar espacio demasiado rápido, pero no pudo.
“Hermanito de cartón” –dijo Joílson– ridiculizándolo por ser hermano del
pcc pero no tener “competencia” para hacer prosperar el negocio. Con la
caída de Abóbora otros miembros del crimen comenzaron a burlarse de él.
Jota dijo que Abóbora era muy fiestero: “el tipo que es ‘ladrón’ no puede
ser muy fiestero”. Elías dijo que para quien anda en lo correcto –derecho,
84 Estado, violencia y mercado…

recto– las cosas caminan bien, citando el caso de Abóbora que, según él,
quiso pasar por arriba de los otros y perdió rápido.
Una deuda siempre debe ser pagada. El hecho de tener una deuda y no
haber conseguido pagarla no significa que habrá represalias necesariamen-
te: dependiendo del historial del traficante, de la “corrida que él ya hizo
para el crimen”, puede beneficiarse con una amnistía –aun debiendo, el
traficante recibe una cantidad de drogas para poder trabajar y pagar así
la deuda. Algunos traficantes prefieren realizar otro delito –hurto, asalto–
para pagar la deuda. Aun así, muchos no tienen “apetito” por realizar
asaltos, solo quieren traficar. De hecho, oí más de una vez la expresión
“gracias a dios nunca robé a nadie”.
A inicios de julio, Abóbora reapareció directamente para un debate17.
Mis interlocutores contaron que él estuvo con tres hermanos en una casa
de la favela –por más de veinticuatro horas– hasta conseguir hablar con
Montaña, para la definición final del caso. Desde entonces, Abóbora fue
mucho más discreto, algunos dicen que trabaja en otro barrio; otros, que
fue excluido18.
Montaña desapareció durante veinte días en julio. La información fue
que le habían bloqueado la comunicación en la cárcel, que se quedó sin
radio, que perdió la sintonía. En este periodo, emergieron traficantes de la
capital para cui dar de sus negocios. Joílson siguió desconfiando, creyendo
que querían quedarse con su biqueira. Nunca se sabe si el miedo tiene
razones efectivas o si forma parte de la inseguridad común al tráfico de
drogas: en diferentes momentos los traficantes decían “la movida es loca”
o “la movida es siniestra”, cuando se referían a las relaciones tensas e
inseguras entre los miembros del comercio local de drogas.
A mediados de julio, Jota me contó la siguiente historia: Joílson estaba
cenando en la casa de un pariente de Jota. Después salieron para charlar
a la calle y “fumar un porro”, “había una luna loca”. Joílson se puso a

17 Con relación al procedimiento utilizado para mediar contiendas entre miembros del mundo
del crimen y conflictos comunitarios, ver Feltran (2011). En el debate, según mis interlocutores,
se busca en principio un acuerdo a partir del diálogo. En este caso el hermano (miembro del
pcc) dice cómo debe ser resuelta la contienda o discordia. Se no hubiese resolución posible, si la
falta fue muy grave (delación, relación con la mujer de un compañero, etc.) la sentencia puede
ser la muerte o la exclusión. La exclusión, como una noción nativa que se refiere a las formas de
gestión del tráfico, significa la prohibición de la actividad delictiva. Quien es excluido no puede
volver a trabajar en el tráfico. De esta forma, el excluido continúa en el barrio, pero se torna
una persona que queda en el limbo: no se inserta como trabajadora, no tiene posibilidades de
volver al tráfico y, todavía, se hace vulnerable a la violencia del tráfico porque es considerado
un potencial delator.
18 Una de las decisiones posibles del debate significa la expulsión del mundo del crimen o,
según el caso, del lugar donde se vive. Esta sentencia se llama exclusión.
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 85

caminar de un lado para otro, con los brazos para atrás, mientras hablaba.
En determinado momento paró y dijo: “estoy pedaleando, hermano, igual
que en el cerezo [cárcel]” –pedalear es caminar sin parar, de un lado para
otro, como en la cárcel. Joílson (que salió de la cárcel en julio de 2008)
está siempre atento, mirando para todos lados. Jota me lo explicó: “él dice
que ahora es mucho más vivo; en la cárcel aprendes a tener disciplina, a
estar conectado todo el tiempo, hay un montón de procedimientos, hay
que estar en órbita; no da para andar jugando; y cuando se sale a la calle
es así también –es el momento de tener disciplina para hacer dinero”.
Finalizando julio, desde adentro de una penitenciaría, un hermano alle-
gado a Montaña entró en sintonía con Jota. Según escuchó en la llamada,
Montaña mandó a decir que no se había olvidado de ellos (refiriéndose
en ese caso a Jota y a otros traficantes que trabajaban en las lojinhas del
Comando). Se enteró de los problemas que había habido (la no liberación
de las mercaderías y el consecuente perjuicio) y prometió enviar algunos
kilos de marihuana, aproximadamente 100 gramos de cocaína y la misma
cantidad de crack. Le daría 15 días a Jota para que pague.
Para Jota no había de hecho ninguna deuda: él desconfió de las verda-
deras intenciones de Montaña, especulando con la hipótesis, tal vez, de
haber sido “cortado” por el hecho de que Montaña hubiera considerado
que la gerencia estaba ganando demasiado –y la “historia” de la deuda se-
ría solo para apartar a quien estaba ganando demasiado. Para él, primero
el movimiento cayó y dio pérdida, después el patrón volvió atrás.
En efecto, el movimiento en las biqueiras de Montaña disminuyó du-
rante ese periodo. Jota no quiso volver a ser gerente, pero Elías sí. Y el
movimiento de la policía aumentó. Elías dijo que en ese periodo ellos tu-
vieron que evitar estar en la calle conversando en rondas, juntos, fumando
marihuana –hábitos comunes que tenían antes, con cierta tranquilidad, y
ahora no porque el movimiento de la policía se había intensificado.
Una noche, a inicios de agosto, un coche sospechoso apareció y siguió en
dirección al punto de venta de Joílson. Él y otros interlocutores conside-
raron que se trataba de policías vestidos de civil. Uno de los adolescentes,
armado, dio la idea al grupo de no salir corriendo, que se quedasen para
reaccionar –y en esta situación de adrenalina, el joven dio un tiro en di-
rección al vehículo, de donde salieron las represalias. Nadie fue preso, ni
muerto en este tiroteo, pero la tensión y la violencia aumentaron sustan-
cialmente en los meses siguientes.
Joílson les dio armas a sus trabajadores nocturnos, con miedo de even-
tuales ataques, pero él mismo no creía que alguien vinculado a Montaña
86 Estado, violencia y mercado…

hiciera eso –porque quebraría la sintonía del Comando. “No me matarían


sin un debate”, afirmó; al mismo tiempo consideró la “mano siniestra”,
“nunca sabes si algún gusano montará una traición”. La tentación del ar-
ma en la mano de un adolescente fue la brecha dada para que ocurriese
la primera situación de atentado a la vida de la que tuve conocimiento
durante los primeros meses del trabajo de campo.

Tráfico: inteligencia, atributo capital;


violencia, herramienta de trabajo
Durante los seis meses de investigación etnográfica aquí reconstituida, los
vendedores de algunas lojinhas de un barrio de la periferia de la región
metropolitana de São Paulo tuvieron que adaptarse a una serie de cam-
bios rápidos y radicales en las formas de gestión y organización del tráfico
local, con impacto inclusive en el pago por la venta de las sustancias
psicoactivas: “afectó el bolsillo”, afirmó Jota. La responsabilidad por la
productividad y por las pérdidas fue compartida entre todos los que for-
maban parte del negocio, aunque la ganancia fuera desigual. Además, los
menos beneficiados por los lucros (los pibes de los paquetitos, predomi-
nantemente adolescentes) son los más expuestos a los riesgos del comercio,
siendo la represión policial el más importante, aparte de la incautación
de drogas y la amenaza de prisión.
El comercio de drogas al menudeo es dinámico, fluido y fragmentado. El
modelo de gestión financiera de los negocios está centrado en la búsqueda
de mayor lucro, y uno de los mecanismos adoptados fue la flexibiliza-
ción del trabajo de los jóvenes vendedores –un modelo contemporáneo de
gestión, que sigue la tendencia de tornar maleable para la gestión de las
empresas contemporáneas al trabajador común (Sennett 2008), y que ha
sido incorporado como modelo por el tráfico de drogas. Aunque esté en
consonancia con la tendencia del capitalismo de la especialización flexi-
ble, el estudio del comercio de drogas aquí desarrollado tiene en cuenta
otras dos influencias en su “modelo flexible”: el trabajo ocurre en un barrio
(frecuentemente llamado quebrada, principalmente para los más jóvenes),
donde existen prácticas y conductas adaptables comunes a la viração (re-
busque) de las clases populares en São Paulo; el comercio de drogas sufre
las consecuencias de ser una “prescripción legal”, adquiriendo las dinámi-
cas propias de las prácticas ilícitas, con sus incertidumbres y riesgos de
pérdida, así como su elevado y rápido lucro.
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 87

Trabajar en el tráfico significa también mirar la muerte sin temblar;


estar dispuesto a ser preso, a perder mercadería por incautación; a gastar
parte substancial de las economías con abogados. Y, de hecho, los jóvenes
traficantes lidian con estas posibilidades. Hablan de ellas porque observan
en diversas trayectorias de vida acontecimientos y situaciones cotidianas
de riesgo eminente. Para los jóvenes traficantes, empezando por los ven-
dedores principiantes en el tráfico y terminado por los patrones que ya
tienen una larga caminada, el mercado en que trabajan se configura como
una carrera emocionante, en que los riesgos y las consecuentes pérdidas
son parte inherente: un “juego absorbente”19.
El tráfico se constituye en una actividad productiva en consonancia
con tendencias actuales de consumo, estilo de vida y valores recurrentes
entre jóvenes de todo el mundo. En los contextos en que investigué, par-
ticipar en el tráfico local es participar de un grupo, con sus canciones,
fiestas, accesorios, máquinas (vehículos, motos, celulares). La búsqueda
por reconocimiento en el tráfico es similar a la participación en comu-
nidades desterritorializadas de consumidores de estilo, como los rappers,
por ejemplo. El “estilo bandido” del trabajador del tráfico es también
una referencia de estilos de vida juveniles en las quebradas estudiadas.
Trabajar en el tráfico es, además de una actividad laboral, un modo de
vida compartido. El hecho de que el tráfico sea un modo de vida para
algunos jóvenes de barrios de la periferia indica, desde mi punto de vista,
la existencia de mecanismos simbólicos de sujeción al Comando. En el
proceso antes descripto, la interiorización de los elementos simbólicos del
“ser traficante” facilitó que la reingeniería de la producción fuese recibida
por los trabajadores sin mayores resistencias. No hubo un debate para
que se discutan las cuestiones laborales: solo puede exigir sus “derechos”
al patrón el traficante preso durante sus actividades. En este caso hay un
consenso de que el patrón debe ayudar financieramente a la familia.
Con relación a los cambios descritos, la decisión sobre la gestión de los
trabajadores del tráfico fue de “arriba hacia abajo”; no hubo ninguna me-

19 Geertz parte de la definición de “juego profundo” (Bentham), para cuestionar una visión
puramente economicista de explicación de la participación de tantos hombres en la riña de
gallos. Un juego profundo sería un juego en el cual las apuestas son tan altas que, desde el
punto de vista utilitarista, resultaría irracional que los hombres se involucrasen en él. Para
Bentham, tales hombres son irracionales –adictos, tontos, salvajes. Para Geertz, sin embargo,
el dinero en la riña de gallos es menos una medida de utilidad que un símbolo de importancia
moral, percibido o impuesto. Lo que está en juego es el status. “Y como (para seguir ahora
a Weber y no a Bentham) imponer significación a la vida es el fin primordial y la condición
primaria de la existencia humana, ese aumento de significación hace más que compensar los
costos económicos del caso” (Geertz, 2001, p. 356).
88 Estado, violencia y mercado…

diación, ningún intento de negociación. Los que no aceptaron los cambios


impuestos por el patrón simplemente hicieron un movimiento individual
de cambio, empezando a trabajar en una lojinha competidora: muestra
de reconocimiento individual en el mercado, cambiando el empleador de
acuerdo a un proceso de libre competencia. Cada traficante, indepen-
dientemente de su lugar en la jerarquía de la lojinha es un emprendedor,
alguien que hace cierto número de apuestas, define una serie de comporta-
mientos económicos, estipula inversiones para mejorar su capital personal
dentro del negocio; o sea, una expresión de un poder enformador de la
sociedad de inspiración neoliberal (Foucault 200820).
Durante los meses (tensos) en que acompañé las actividades del trá-
fico en este estudio etnográfico, se dieron diversos conflictos y cambios
inesperados en torno al comercio de drogas. Hubo disputas por el mer-
cado, perfidias, desavenencias; pero una regla de conducta se mantuvo
presente: la actitud de evitar el homicidio como forma de resolución de
los conflictos. Observamos que un joven traficante local (Joílson), que no
es hermano del pcc, compitió con el tráfico local con un importante líder
regional (Montaña), miembro graduado del Comando, y no sufrió ningún
ataque (aunque se sintió amenazado durante todo el periodo). Pequeños
comerciantes como Jota y Elías cambiaron de patrón como parte de un
proceso de “quien paga más se lo lleva”, común al mercado de trabajo de
forma general. No fueron amenazados ni sufrieron retaliaciones por haber
aceptado las mejores ofertas de trabajo. Abóbora, que tenía más respon-
sabilidades con el Comando por ser bautizado y además representante de
Montaña, en determinado momento dejó la biqueira sin aviso previo y
huyó. Cuando fue rescatado pasó por un debate tenso, pero no fue ase-
sinado; fue a parar a la heladera, perdió espacio, credibilidad y respeto
–algo bastante grave para un traficante.
La violencia se coloca como una posibilidad, como dijo Joílson es una
“herramienta de trabajo”, pero ya no es considerada la opción más inteli-
gente en la mayoría de los casos. La noción de inteligencia surgió como un
atributo dominante del ideal de bandido con mayor intensidad que la idea
de “fuerza bruta” o de “disposición para matar”21. Como ya fue resaltado,
20 Foucault define el alcance de una política neoliberal como la “multiplicación de la forma
empresa”. En sus palabras: “se trata de generalizar, difundiéndolas y multiplicándolas en la me-
dida de lo posible, las formas “empresa” que no deben, justamente, concentrarse en la forma ni
de las grandes empresas de escala nacional o internacional, ni tampoco de las grandes empresas
del tipo Estado. Es esa multiplicación de la forma “empresa” en el interior del cuerpo social
que constituye, desde mi punto de vista, el alcance de la política neoliberal. Se trata de hacer
del mercado, de la competencia y, por consiguiente, de la empresa, lo que podríamos llamar
poder “enformador” de la sociedad” (Foucault 2008, p. 203, traducción de los traductores).
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 89

el asesinato fue recurrentemente identificado con la idea de verminagem.


El término indica, de manera general, los comportamientos que van en
contra de la sintonía en la quebrada. Para gran parte de mis interlocu-
tores, sean o no del crimen, el verme [gusano] perturba los negocios y la
vida comunitaria.
Para quienes siempre vieron en el poder de hacer morir, de los trafi-
cantes, la base de su fuerza, ¿qué substituiría la violencia bruta como
mecanismo de poder? Algunos términos y prácticas fueron recurrentes y
despertaron la atención del etnógrafo. Es posible notar algunas indica-
ciones sobre el sentido de la inteligencia en las cosas que dicen y en las
actividades ordinarias de los jóvenes traficantes. En la descripción etno-
gráfica presentada se observa la utilización de la expresión “tener una
mente” como una calificación positiva –especie de adjetivación íntima-
mente relacionada con la idea de inteligencia.
En el contexto estudiado uno de los sentidos de la noción de mente
remite a una racionalidad instrumental para resolver situaciones concre-
tas de la vida cotidiana y para alcanzar objetivos personales de orden
material. Cuando los traficantes hablan, por ejemplo, sobre la actitud
de actuar de forma planeada y focalizada en los negocios (buscando un
lucro mayor y rotatividad en las ventas), se refieren a que es necesario
tener una mente. La expresión también es utilizada cuando es evaluado
algún comportamiento que puede llamar la atención de la policía, como
involucrarse en “tretas” –peleas con miembros de la comunidad o con
competidores del crimen. Tener una mente, en este sentido, significa no
llamar tanto la atención por motivos banales, mantenerse “neutro”, como
dijo un interlocutor.
Otro sentido dado a la expresión tener una mente es el de calificar po-
sitivamente aquel traficante que consigue levantarse, o sea, ganar dinero
–comprar una moto, construir una casa. Tener una mente es tener un
objetivo material, concreto, y conseguir alcanzarlo por medio de una ges-
tión adecuada de sus recursos y de los riesgos. Tal inteligencia práctica
es un atributo dominante en el mundo del crimen. En este caso, tener
una mente rima con una inteligencia práctica que combina el sentido de

21 Algunas características generales de un “universo simbólico del crimen”, definido por Alba
Zaluar como ethos de la masculinidad, serían: la jerarquía, una mezcla de cálculo racional y
emoción; la ambición de ganar mucho y ganar con facilidad; y la masculinidad reafirmada en el
uso de armas, en la violencia, en la guerra para la defensa de territorios (Zaluar 2004). Según
la autora “la máxima afirmación de un bandido es, inclusive, su disposición a acabar con la
libertad ajena –en sus palabras, ‘disposición a matar’” (Zaluar 2004: 64).
90 Estado, violencia y mercado…

la oportunidad con el arte de contornar situaciones difíciles, típico de la


viração [rebusque] de las clases populares (Telles & Hirata 2007).
El fortalecimiento del tráfico como negocio y el crecimiento del pcc co-
mo fuerza política en los barrios de la periferia se dieron simultáneamente
en los diferentes campos que abarcó esta investigación. El narcotráfico es
el eje principal de la circulación masiva entre la prisión y la calle, siendo
las lojinhas, por lo tanto, uno de los principales locus de difusión de la
sigla pcc, como discutiré enseguida. El pcc comenzó a sintetizar, en el
habla de los jóvenes, el proceso de expansión del “marco discursivo del cri-
men”. Según Gabriel Feltran (2011), las fronteras del “mundo del crimen”
se convierten en espacios de disputa por los sentidos de lo que es legítimo
social y públicamente y, así, pasan a interferir en las estrategias de gestión
de territorios y poblaciones –especialmente en las periferias urbanas. Los
traficantes (estos pequeños traficantes de las esquinas, del menudeo en
barrios populares) son punidos independientemente de un análisis de la
peligrosidad, de la violencia del crimen, e inclusive de las cantidades de
drogas incautadas. La regulación del mercado de las drogas en el Brasil
contemporáneo compone un escenario global del encarcelamiento masivo
de personas que no cometieron actos de violencia contra individuos, ni
substrajeron patrimonio a otros. El encarcelamiento se centra en peque-
ños comerciantes de drogas no violentos e, invariablemente, habitantes de
zonas pobres urbanas.
En el libro Nacimiento de la biopolítica (2008), Foucault indica que
desde la década de 1970 un pensamiento neoliberal proponía el encuadra-
miento del combate al tráfico de drogas en una racionalidad de mercado.
Esto implicó una política volcada hacia los pequeños traficantes, que tuvo
como consecuencia una “supresión antropológica del delincuente”22, y una
acción de control de un comportamiento considerado económico (Foucault
2008:353). La acción ambiental de la represión policial, muy espacializada
en determinados barrios de las ciudades, acarrea la indistinción de quienes
viven en estos territorios. Además, los circuitos de amistad y parentesco
se cruzan con los circuitos del tráfico, delineando extensas redes de rela-
ciones construidas previamente a los encarcelamientos23; esto trae consigo
22 Foucault define así la supresión antropológica del delincuente: “el postulado de un elemen-
to, de una dimensión, de un nivel del comportamiento que puede ser al menos interpretado
como comportamiento económico y controlado a título de comportamiento económico” (Fou-
cault 2008, p. 353, traducción de los traductores). En una nota, Foucault define que un sujeto
económico “es un sujeto que, en sentido estricto, busca en cualquier circunstancia maximizar su
lucro, optimizar la relación de ganancia y pérdida; en el sentido lato: aquel cuya conducta se ve
influenciada por las ganancias y pérdidas a ella asociados” (Foucault 2008, p. 353, traducción
de los traductores).
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 91

la movilización de las familias y amigos, no solo para visitas, sino princi-


palmente en el momento de las saliditas24. La experiencia carcelaria en los
territorios estudiados no se constituye en algo apartado de lo cotidiano,
antes bien se trata de una experiencia conectada con él: las historias de
los jóvenes en las cárceles se transforman en crónicas de lo cotidiano y de
la propia historia del barrio. La quebrada incorpora la prisión como uno
de sus componentes descriptivos, de autorreferencia.
Para lidiar con lo liminar de la prisión, la mente se vuelve una cualidad
diferenciadora y valorizadora de los individuos. Los relatos de la prisión
la sitúan como una “experiencia límite”, en que apenas el control mental
puede mantener sano al sujeto. Cuando describen la inclusión de la disci-
plina del pcc en las quebradas, son recurrentes en el habla de los jóvenes
las trayectorias de individuos que atraviesan por este tipo de experiencia
y salen divulgando ideales de “paz entre los ladrones”, “respeto” y no
violencia en las relaciones con la comunidad, la interdicción del asesinato
y la substitución de la fuerza bruta por la capacidad de articulación y co-
municación del ladrón. La constante circulación de jóvenes de la quebrada
entre la cárcel y la calle fue el factor que fortaleció el “marco discursivo
del crimen” (Feltran 2011) bajo la marca del pcc. El teléfono celular fue
el principal dispositivo tecnológico de este tráfico.

PCC es sintonía: la “mente criminal” en comunicación


El teléfono celular es el principal artefacto utilizado en el proceso de ero-
sión de la frontera entre la cárcel y el barrio. Este dispositivo electrónico
es un artefacto símbolo de la contemporaneidad. Según Bauman (2001), el
celular es uno de los principales “objetos culturales de la instantaneidad
[…] inventado[s] para el uso de los nómadas que tienen que estar cons-
tantemente en contacto” (Bauman 2001:149). Giorgio Agamben (2005)
considera el teléfono celular un dispositivo, entre los varios que definen

23 En su estudio sobre la relación entre prisión y barrio en Portugal, Manuela Ivonne Cunha
(2008) demostró cómo la prisión “se banalizó” y “se normalizó” en ciertos barrios, sobre todo
los más precarizados de las áreas metropolitanas. “La estigmatización que antes representaba
la prisión antecede ahora a la propia detención, esto es, se instituye por la propia pertenencia
a ciertos barrios que hoy es habitual que se vean connotados con toda suerte de patologías […]
El barrio incorporó la prisión en su cotidiano” (Cunha 2008: 116 y 118). Cunha argumenta
que la frontera simbólica entre la prisión y la calle se erosionó. “Los dos cotidianos se afectan
mutuamente de manera permanente” (Cunha 2008:120).
24 Nombre dado a la salida de los presos en época de fiestas, como Navidad y Pascua, para
que pasen los feriados con sus familias.
92 Estado, violencia y mercado…

la fase actual del capitalismo25. En efecto, el celular se transformó en po-


quísimos años en una herramienta usada por la inmensa mayoría de la
población en el Estado de São Paulo. En el contexto de las actividades
registradas del tráfico, desde hombres de negocios (los patrones) hasta los
adolescentes en cumplimiento de medidas socioeducativa, desde las amas
de casa en comunicación con sus hijos dentro de la cárcel hasta los geren-
tes organizando el flujo del trabajo cotidiano en las biqueiras, el uso de
celulares fue central en las diversas relaciones entre la cárcel y la calle. En
el caso específico del comercio de drogas en los territorios en que estudié,
el celular fue usado cotidianamente para la comunicación entre diferentes
miembros de los equipos de venta durante los turnos, entre los dueños,
sus gerentes y sus vendedores. Esta transmisión vía telefonía celular de
informaciones y contactos entre miembros del tráfico en otras regiones y
dentro de las cárceles fue comúnmente intitulada sintonía.
El teléfono celular fue apropiado para reafirmar lazos de lealtad, como
en la comunicación de Montaña con Jota, pero también en situaciones de
vigilancia, tensiones y conflictos, como, por ejemplo, en los intercambios
entre Joílson y Jota sobre sus impresiones acerca de los cambios en el
negocio, o en el supuesto debate llevado a cabo por celular para juzgar la
fuga de Abóbora. Los celulares fueron usados para que el patrón controle
los flujos del tráfico local, pero también para que Joílson estableciese otras
redes de contacto para conseguir mercaderías de calidad a mejores precios.
El celular puede ser usado para el control, pero también para la búsqueda
de alternativas al control de un líder del tráfico. El teléfono celular es
usado en la gestión cotidiana del tráfico, revelando dinámicas que reflejan
jerarquías, y también las subvierten.
La dimensión trascendente del pcc, esto es, la autonomía de la organi-
zación en relación con sus propios participantes es, según Karina Biondi
(2010), “una forma trascendente que funciona como productora de dis-
posiciones26 y por eso es capaz de reunir personas a su alrededor, en
sintonía unas con las otras, gracias a esa forma” (Biondi 2010:196). La
25 Sobre este punto escribe Agamben: “Probablemente no resultaría erróneo definir la fase
extrema de consolidación capitalista que estamos viviendo como una gigantesca acumulación y
proliferación de dispositivos. Sin duda, desde que apareció el homo sapiens había dispositivos,
pero se podría decir que hoy no existe un solo instante en la vida de los individuos que no esté
modelado, contaminado o controlado por algún dispositivo” (Agamben 2005:13, traducción del
portugués). La definición de dispositivo dada por Agamben es toda y cualquier cosa que tenga
de algún modo la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar
y contener los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivos.
26 En Junto e misturado, Biondi define disposición como un término utilizado por los presos
para indicar la intensidad y el alcance de sus deseos, en sus más variados formatos, expresiones
o manifestaciones” (Biondi 2010:181).
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 93

sintonía sería, entonces, el resultado del pcc como fuerza externa sobre
sus miembros. La sintonía hace posible la teorización y la práctica política
existentes en el comando “la resonancia de deseos, en sus más variadas ex-
presiones, por cuerpos que, juntos y mezclados, corren lado a lado, están
en sintonía” (Biondi 2010:193). Para la autora, esa teoría tendría como
una de sus características el esfuerzo en el sentido de intentar refrenar
las fuerzas autoritarias. La política del pcc al interior de las prisiones
sería “manejar la población y poner en práctica los idealesdel comando
sin que necesariamente por eso se establezca alguna relación jerárquica”
(Biondi 2010:155). Y, además de la ruptura de la jerarquía, el pcc se ex-
pande, él no se limita a los miembros de la organización: “el pcc puede
estar presente aun donde está ausente, o sea, donde no encontramos a sus
miembros” (Biondi 2010:52).
Tal como percibí en mi trabajo de campo, fuera de las cárceles y en el
contexto específico del comercio de drogas en solo dos territorios paulis-
tas, la (no) jerarquía interna al pcc es sustentada por relaciones entre
ladrones de “igual a igual”, aunque minimizada por el poder económi-
co reafirmado en las relaciones entre traficantes en diferentes posiciones
en el comercio. En el tráfico están el patrón, el gerente y el vendedor.
Existen distribuidores más grandes que controlan flujos y poseen sus pro-
pias lojinhas en los territorios. Ese poder económico no estuvo asociado a
una represión violenta, sino que se ejerció en la libre competencia entre
los comerciantes. La afluencia de los negocios del tráfico posee también
mecanismos políticos y comerciales de imposición de quienes concentran
la distribución de mercadería. La tensión es frecuente, la violencia y la
“trairagem” [traición] son posibilidades; tramar situaciones que lleven un
comerciante a un “debate” con otro es una táctica en boga en el crimen.
Los traficantes están sintonizados en el pcc y, simultáneamente, ne-
gociando los espacios y oportunidades del mercado. No hubo mención
a conflictos armados en torno a puntos de venta de drogas. Durante la
investigación escuché tres referencias a propuestas de compra; y es más
común la compra de una “boca” que la “apropiación por la fuerza”. De
todos modos, cuando un traficante más rico y, por el mismo motivo más
fuerte, hace una oferta, ésta también puede ser vista como una amenaza.
El modelo actual de gestión de las relaciones al interior de las activida-
des del tráfico fue identificado por mis interlocutores como consecuencia
de la disciplina del pcc. Una de las principales finalidades de la institu-
ción del debate es deliberar sobre el control de la vida, o mejor, prohibir
o liberar (lo que es menos frecuente) el homicidio. El reajuste que el pcc
94 Estado, violencia y mercado…

propició en cada unidad carcelaria bajo su dominio puede ser definido, se-
gún Marques (2010), a través de dos políticas: la primera es caracterizada
por el establecimiento de medidas que pretenden disminuir el alto índice
de asesinatos entre los propios ladrones, y con eso se busca promover la
“unión del crimen”; la segunda, se caracteriza por un doble movimiento
de repudio y guerra a la administración carcelaria y a la policía. El foco de
la política del pcc, en esta clave, está en las tácticas de poder en torno a
la gestión de la vida de los presos: “paz entre los ladrones” y lucha contra
el “sistema” que en el discurso de la institución es responsable por las
violaciones a los derechos de los presidiarios, así como por las violencias
ejercidas contra ellos. Al ser difundidas en las calles, estas políticas son
incorporadas y adaptadas a los contextos específicos.
El comando del pcc llega a las mentes por medio de la sintonía; su
dispositivo es el teléfono celular y su práctica eminente es el debate, que
en gran medida implica la gestión de los homicidios. Reconozco en el
uso de la expresión sintonía una operación de difusión de las ideas que
representan el mundo del crimen, según el marco del pcc, en los diferentes
contextos en que la sigla tenga relevancia. Sintonía, en este sentido, es la
conformidad de las formas de proceder de los ladrones de una determinada
quebrada con la teoría política del Primer Comando de la Capital, el pcc,
y con la principal pauta de la organización: la “unión del crimen”. La
sintonía entre la cárcel y la calle trasciende los asuntos relativos a los
negocios ilícitos; al proponer la “unión del crimen” y la “paz entre los
ladrones” la sintonía del pcc se relaciona con las expectativas y deseos de
los habitantes de los barrios donde hay alta concentración de presidiarios
y ex-presidiarios.
La sintonía comunica los procederes que deben guiar la conducta de
aquellos que se identifican como “del crimen”, pero estos modos deben
estar en consonancia con los ideales y los intereses delas comunidades
locales. Las “caminatas”27 que se apartan del crimen, la de vecinos de
la periferia, se sintonizan también con las conductas y procedimientos
comunicados por los miembros del pcc a los barrios de la periferia en la
medida en que estos ayudan a pacificar y a hacer más próspera la región.
Lo que sintoniza el crimen en las quebradas es un modelo de racionalidad,
una inteligencia –la mente–, elecciones, decisiones y acciones volcadas a
minimizar el sufrimiento y a aumentar las oportunidades. Esta mente,
según el punto de vista aquí adoptado, no es alimentada exclusivamente
por la lógica interna al crimen69.
27 O termo significa a trajetória percorrida por um indivíduo no mundo do crime
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 95

Encuentro de mentes: la sintonía y la reducción


de los homicidios en las quebradas de São Paulo
La erosión de las fronteras entre la cárcel y la calle engendró lo que llamé
aquí sintonía del pcc. Tal sintonía es recibida y, en cierta forma, incorpo-
rada en las quebradas por los jóvenes que no actúan en el tráfico, ya que
ella es primero un encuentro de mentes: la incidencia de perspectivas a
partir de las cuales emergen estructuras de significado compartidas entre
jóvenes de los barrios de la periferia de São Paulo, del crimen o no. In-
tencionalidades compartidas entre jóvenes de una misma generación que
crecieron en el mismo contexto. La disminución de homicidios en São
Paulo puede ser frágil y transitoria –aunque es el resultado de procesos
de negociación y de intercambios entre personas de diferentes segmentos
de la micropolítica local.
La mente no es accionada en los debates en los mismos términos válidos
para los neurocientíficos –no se trata de la mente como algo dotado de
una existencia biofísica, como desempeño cerebral. En los contextos estu-
diados, la mente es subjetiva, fenoménica y empleada de acuerdo con las
situaciones concretas en que las acciones se llevan a cabo. La inteligen-
cia del traficante se refiere a percepciones de la realidad, autocontrol de
las emociones, concepciones y manipulación racional –que son trabajadas
en las relaciones cotidianas; ella es elección, decisión y acción. Actitud,
proceder, conducta, son expresiones de quien posee una mente fuerte,
blindada. El dolor de recibir un cachetazo, el miedo de morir (y el de
matar también), la demostración de una prueba en un debate, cada uno
de los procesos involucrados en el ejercicio de la mente criminal, indica
que hay un conocimiento nativo que involucra los sentidos, lo emocional
y lo cognitivo. Por medio del desempeño de una fusión de racionalidad
práctica de gestión de la vida cotidiana con la coordinación de la palabra
y la capacidad de acción, la mente criminal se fija en las quebradas como
un ejemplo de realización en el mundo, como un modo de vida.
En las actividades del tráfico la caminata de los personajes se caracteri-
zó por un énfasis en la inteligencia. Esta noción, generalmente sintetizada
en la expresión tener una mente responde a la visión dominante (prejui-
ciosa) sobre la periferia –como locus de la exclusión y de la ignorancia que
los arrastran hacia la frontera de lo humano, a la miseria y a la violencia.
Recurrir a la mente marca de forma precisa la característica diferenciado-
ra del ladrón considerado. La palabra del ladrón, callada por la violencia
96 Estado, violencia y mercado…

política, es el instrumento más importante de la gestión de sus relaciones


cotidianas. Lo que la inteligencia revela es, principalmente, la capacidad
de articulación del habla, de mediación por la retórica y de la habilidad de
hacer caer al interlocutor en contradicción. Son estos principales mecanis-
mos usados por un bandido, los que hacen a la disciplina en un debate del
pcc. La táctica del poder del pcc fortaleció en los años 2000 un vocabu-
lario particular del crimen: proceder, sintonía, debate, disciplina, mente,
empiezan a formar parte del lenguaje ordinario de jóvenes de los barrios
de la periferia de São Paulo, y sus sentidos son compartidos, además de
resignificados constantemente por ellos.
En el contexto estudiado, el pcc se reveló como un conjunto de regí-
menes, prácticas, tácticas, que eligen la vida como corazón de la acción
política. La evaluación de la vida en la gestión del negocio de las drogas,
incluyendo la gestión de la violencia, fue realizada a partir de la principal
técnica del pcc, el debate, cuya función central fue deliberar sobre el con-
trol de la vida o, mejor dicho, prohibir o liberar el homicidio. La elección
de la gestión de la vida como epicentro de la práctica política del pcc
implica también una disminución de los riesgos económicos de la venta
minorista de drogas. La economía es una estructura significativa para la
elaboración de las tácticas del crimen, pero evitar el aumento de la repre-
sión policial no es el único motivo para la interdicción del homicidio. Al
incorporar la vida en su discurso, el pcc resignificó el crimen, desplazando
hacia su jurisdicción un campo de fuerza comúnmente vinculado al Esta-
do. Originalmente, el pcc es una organización de presidiarios en defensa
de sus derechos y también es la coordinación de la clase que expandió su
discurso en las calles de innumerables barrios paulistas en los que se con-
centra gran número de presidiarios y ex presidiarios. El encarcelamiento
en masa fortalece el pcc.
La capilaridad del pcc en la quebrada no fue notada en los territorios
en que la investigación se desarrolló como el “terror de la ley del crimen”
impuesto sobre la comunidad. El proceder y la mente difundidos por medio
de salves a los presidiarios y de ellos hacia sus redes de relaciones familiares
y comunitarias, permitieron la construcción de un modo de resolución
privada de los conflictos sin énfasis en el homicidio –a diferencia de lo
que sucedía, por ejemplo, con los justicieros de la década de 198028 o con

28 Como destaca Teresa Caldeira (2000), la resolución privada de conflictos con el “bandidismo”
en los años ’80 se daba por medio de “justicieros” que eran, con frecuencia, movilizados por
actores –empresarios, habitantes locales, de los mismos barrios. El repertorio de justicia privada
no era una novedad, pero los mismos “delincuentes” como actores de la resolución, sin la
La mente y el homicidio: la gestión de la violencia… 97

las cuadrillas que disputaban puntos de venta de drogas en la década de


1990.
La violencia se exacerba cuando el poder de negociación se debilita
al interior del “mundo de los ladrones” y en su relación con lo público
(mediado por las policías y el sistema penitenciario). En 2006, el evento
conocido como “ataques del pcc” tuvo como saldo centenas de homicidios
en un corto espacio de tiempo29. En el año 2012, un ciclo de venganza entre
sectores de la policía militar y grupos identificados con el pcc elevó de
nuevo el número de homicidios en la periferia de la ciudad de São Paulo
y en otras regiones del Estado.
Como en todas partes de nuestro mundo, las elecciones en el mundo del
crimen siguen lógicas racionales con relación a fines –si la palabra garanti-
za los fines deseados entonces ella es validada. Si no… La violencia es una
herramienta cuando la palabra falla. Tal falla es posible. La reducción
de los homicidios en el contexto del tráfico de drogas no es un camino
inequívoco. Es situacional, sugiere un texto en construcción, precario y
contradictorio, aunque un texto que contiene el germen de lo nuevo. El
recurso a la mente en el ambiente del tráfico de drogas compone, según
mi análisis, el contexto generacional que llevó a mis interlocutores a par-
ticipar de un proceso de disminución drástica de los homicidios en sus
barrios en la primera década del siglo xxi.

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fuerza bruta del recurso al homicidio, sí lo era. En esta investigación observamos el hecho,
particularmente en el estado de São Paulo.
29 Difundido por la prensa como una onda de ataques del Primer Comando de la Capital (pcc),
el evento que tuvo lugar en mayo de 2006 involucró ataques contra edificios públicos y policías.
El informe São Paulo bajo achaque: corrupción, crimen organizado y violencia institucional en
mayo de 2006, el estudio más importante sobre el tema realizado desde entonces, señala la
corrupción policial con miembros del grupo como el disparador principal del evento. En una
semana el número de asesinatos llegó a 493, siendo que la mayoría fue cometido por la policía
militar del Estado de São Paulo.
98 Estado, violencia y mercado…

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Crimen y castigo en la ciudad.
Repertorios de la justicia, PCC y reducción
de homicidios en São Paulo

Gabriel de Santis Feltran1

Los habitantes de los suburbios de São Paulo, al enfrentarse a situaciones


consideradas injustas en su día a día, pueden acudir a diferentes instan-
cias de autoridad en busca de justicia. La elección de la instancia que se
accionará depende del tipo de problema que se está enfrentando y de las
redes de relaciones que cada uno posee. Por ejemplo, si un hombre tiene
un empleo y durante años no le pagaron las horas extraordinarias a las que
tenía derecho, presentará una demanda ante la justicia laboral. Si a una
madre no le paga la pensión de alimentos su ex marido, ella presentará
una denuncia ante la justicia civil. Si su hijo fue injustamente detenido o
sufrió violencia policial en la favela (barrio populoso y muy pobre) donde
vive, tendrá que acudir a la prensa y, si no resulta, a entidades de defensa
de derechos. En el límite, siempre se podrá acudir a la “justicia divina”.
Pero si roban, agreden, coaccionan o matan a alguien de su familia (y los
agentes de la acción criminal no fueron policías), se presentará una queja
ante una autoridad local del “mundo del crimen”2. Si es necesario, y por
intermedio de hermanos (miembros bautizados por el Primer Comando
de la Capital - pcc), se organizará un debate para arbitrar la contienda y
llevar a cabo medidas que hagan justicia. Me dedico aquí a describir ese
dispositivo de justicia, extralegal y ampliamente legitimado, sobre todo
entre comienzos de los años 2000 y la transición a la actual década.
Más allá del Estado y de la justicia legal, por lo tanto, un habitante
de los suburbios de São Paulo tiende hoy a identificar como instancias
de autoridad capaces de hacer justicia: (i) integrantes del crimen, y, so-
1 ufscar-Brasil
2 Se toma aquí la expresión “mundo del crimen” en su uso cotidiano en los suburbios, por lo
que la utilizo siempre entre comillas. Remite a la instancia de poder, autoridad, regulación y
operación de mercados, producción de valores y concepciones de mundo y pertenencia social,
más allá de reivindicación del monopolio local de uso de la fuerza legítima. Para una reflexión
más detenida sobre esa noción, vea Feltran (2011), Grillo (2013) y Teixeira (2013).

99
100 Estado, violencia y mercado…

bre todo, del pcc, progresivamente legitimados como celadores de la “ley


del crimen” (también llamada “ética” o “proceder”), respaldada por prin-
cipios, no por códigos, y que se valida en la actuación de una miríada
de debates cotidianos, que evalúan la conducta situacional de “ladrones”,
dondequiera que vivan, o cualesquiera habitantes de las favelas en las que
son “respetados”, es decir, gozan de autoridad; (ii) los medios de comuni-
cación de masas, en particular la televisión (desde los programas populares
y policiales hasta los noticiarios de televisión, en los que se puede publi-
citar los dramas e injusticias vividos y, a partir de eso, tratar de obtener
alguna reparación) y, por fin, por encima de todas ellas, (iii) la autoridad
divina, fuerza suprema que proporcionaría la redención a las víctimas de
injusticias después de la vida, para los católicos, y la prosperidad todavía
sobre la tierra, para los evangélicos, sobre todo los pentecostales y neo-
pentecostales. Entre los últimos, en franco crecimiento en los suburbios
brasileños desde los años 1990, la conversión puede promover reacciones
mundanas nada despreciables (Almeida 2004, 2009).
La existencia de ese repertorio de instancias garantes de la justicia, a
diferencia de lo que se podría suponer, no es considerada por esos sujetos
como una negación absoluta de la relevancia del Estado de derecho, ni de
la legalidad oficial (Machado da Silva 1993; Telles & Hirata 2010). Los
habitantes de los suburbios son, quizás, el grupo social más interesado en
utilizar la ley oficial para hacer que se garanticen sus derechos formales,
siempre amenazados, precarizados. La búsqueda de la justicia en ese con-
texto es mucho más una decisión instrumental, con base en la experiencia
cotidiana, que un principio normativo idealizado y consensual. Al ser muy
difícil y algunas veces totalmente imposible, incluso impensable obtener
disfrute concreto de la totalidad de los derechos mediante el recurso a las
instancias legales y a la justicia del Estado, se apela a otras instancias
ordenadoras que pasan a percibirse, entonces, como complementarias a
las estatales o, en la mayoría de los casos, como productoras de efectos
esperados que otras políticas estatales no producirían.
Este artículo no trata, evidentemente, de todo ese repertorio de instan-
cias de autoridad y justicia, ni tampoco de los correspondientes ordena-
mientos sociales que ellas hacen coexistir en los suburbios de São Paulo
(Machado da Silva 1993, 1999; Misse 2006). No examino el recurso a los
medios de comunicación, ni a las iglesias, ni tampoco me enfoco en el
sentido de justicia de las entidades civiles de defensa de derechos sociales
o humanos. Me concentro aquí únicamente en la descripción y análisis
de las formas de conducta y dispositivos de arbitrio acerca del incumpli-
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 101

miento de principios éticos esperados, que construyeron la legitimidad y


la autoridad de la que gozan hoy los “debates” de las facciones criminales
(en particular el pcc) en los suburbios de la ciudad.
Estudiar este dispositivo me parece relevante por dos razones asociadas:
primero, porque se trata de un tema que sólo se ha discutido recientemen-
te en la literatura académica y en el debate público (Marques 2007, 2008;
Biondi 2009; Hirata 2009; Grillo 2013), aunque es cada vez más comen-
tado en investigaciones de campo y está íntimamente relacionado con la
discusión pública sobre la disminución de las tasas de homicidio en São
Paulo (ver Lima 2009). Segundo, porque la lógica interna que rige el dis-
positivo es radicalmente distinta a la lógica del derecho democrático y,
aun así, se verifica que él se hizo más operativo en los suburbios de la ciu-
dad justo en las últimas décadas, periodo de construcción de una justicia
estatal formalmente democrática en el país. Esa última paradoja me in-
teresa especialmente porque se inscribe en el tema de fondo que mueve mi
investigación en los suburbios de São Paulo desde hace más de diez años,
que podría resumirse en el intento de describir las formas de aparición de
esos suburbios en los espacios públicos y las transformaciones de dichas
apariciones en las últimas cuatro décadas, en São Paulo, y verificar qué
significados políticos han emergido.
En esa trayectoria de investigación, la noción de política es central y
siempre se comprendió, en sentido amplio, como el juego de conflictos
desencadenados en la conformación de la escena pública, en su mante-
nimiento y transformación. En contextos sociales de gran asimetría de
poder, reproducida en la estructura estatal, la política no se limitaría a
la disputa trabada por actores constituidos en terrenos institucionales,
sino que supondría, además, un conflicto anterior: el que se traba, en el
tejido social, por la definición de los criterios por los cuales los grupos
sociales pueden considerarse legítimos3. Pensar la política desde los su-
burbios urbanos supone, por lo tanto, estudiar las formas de construcción
de la legitimidad de actores y acciones tanto en el tejido social como en
las figuraciones del debate público y, por fin, en la institucionalidad esta-
tal. La disputa por la legitimidad en cada una de esas esferas, al ser una
condición fundamental de la conformación de un sujeto o espacio público,
sería también una dimensión constitutiva del conflicto político.

3 En resumen, la política no remitiría solo a las disputas entre sujetos previamente existentes,
sobre determinados terrenos (Estado, consejos, sociedad civil, etc.), sino, sobre todo, a la disputa
subyacente a la misma institución de dichos terrenos y sujetos (Rancière 1996ª, 1996b), es decir,
en la misma definición de lo que es socialmente legítimo.
102 Estado, violencia y mercado…

Este artículo está organizado en tres partes. En la primera presento a


grandes rasgos el contexto de transformaciones –radicales– en la dinámica
social de los suburbios de São Paulo desde los años 1970 hasta los días
actuales. A partir de ese contexto, analizo en la segunda parte la “justicia
del mundo del crimen”, describiendo diferentes “debates” que recolecté
en el trabajo de campo y por medio de la investigación documental. En
la tercera parte analizo las correlaciones entre la implementación de dis-
positivos de justicia internos al “mundo del crimen” y la reducción de la
tasa de homicidios en São Paulo, planteando un argumento analítico de
necesaria simetría estructural de los análisis de la justicia, del crimen y
de la política en el Brasil contemporáneo.

Suburbios de São Paulo: desplazamientos


Desde los años 1970 hasta los años 1990, el debate sobre los suburbios
urbanos se consolidó en las ciencias sociales brasileñas. Los temas del mer-
cado de trabajo popular, del sindicalismo y de la clase obrera naciente en
esos territorios se extendieron por tres décadas, siguiendo las transforma-
ciones (radicales) que sufrieron esos universos empíricos en el periodo. La
magnitud de la migración al sureste, los impactos de la constitución de
un proletariado urbano y sus implicaciones metropolitanas, así como las
idiosincrasias de la familia obrera y las transformaciones en la religiosidad
católica, en el entorno urbano, fueron temas corrientes. El tema de las fa-
velas, las alternativas de infraestructura urbana y el déficit de viviendas
en la metrópoli ocuparon a los intelectuales y militantes. La efervescencia
de las movilizaciones de esos territorios, en los años 1980, desplazó una
parte significativa del debate al tema de los movimientos sociales urbanos
y, en la década siguiente, a la reflexión sobre la construcción democrática,
la participación y las políticas públicas.
Subyacente a esos análisis, por lo tanto, estaba el reconocimiento de
que la dinámica social de los suburbios gravitaba en torno a las categorías
trabajo (sobre todo industrial), familia, migración y religión, embebidas en
la promesa de contrapartida fordista del trabajo asalariado. El proyecto de
ascenso social de la familia obrera, síntesis contextual de esas categorías,
se constituyó como un nexo de sentido que vinculaba la “periferización”
de los grandes centros industriales con el proyecto de modernización del
país. La perspectiva de integración futura de esas masas se constituyó,
por así decirlo, como un mito fundador de la dinámica social de esos
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 103

territorios. Hoy todavía muy presente entre las generaciones antiguas, esa
narrativa tuvo fuerza suficiente como para mantener la cohesión social de
los suburbios de São Paulo hasta los años 1990.
A partir de entonces, los análisis siguieron las transformaciones empíri-
cas de todas esas temáticas, que pasaron a verse bajo el signo de la crisis.
Ahora bien, si la sociabilidad de los suburbios seguía teniendo el trabajo
como una categoría central, las crisis de desempleo estructural y de flexi-
bilización de la acumulación desplazaron para siempre la centralidad del
proyecto del obrero fordista; si la moral popular católica estaba todavía
muy presente, el neopentecostalismo se fortalecía cada vez más; si los mo-
vimientos sociales seguían actuando, se cuestionaba su representatividad
tanto en el espacio público (por su inserción institucional subalterna) co-
mo en el tejido social (por la reciente presencia de otros tantos actores
supuestamente representativos de esa población). La generación nacida
en los años 1990, que ya no es migrante, tampoco puede soñar con la
estabilidad del proyecto de vida obrero, como hace dos o tres décadas.
Por lo tanto, ya no cuenta con la posibilidad de ascenso social de toda la
familia. Casi siempre la expectativa de mejorar la vida es, cuando la hay,
individual.
En mi investigación de campo, la narración de esos desplazamientos
aparece con bastante regularidad en testimonios y trayectorias de vida,
vinculada con el crecimiento de la criminalidad violenta. Las transforma-
ciones del trabajo, la familia y la religiosidad por lo general me fueron
relatadas como algo que acercaba las fronteras del “mundo del crimen”
a la convivencia “comunitaria” e incluso “familiar”. “¡Antes no era así!”.
La temática de la “violencia” y las referencias a un universo criminal
emergieron, en mis estudios y en una serie de otros estudios recientes en
los suburbios de São Paulo (Telles y Cabanes 2006; Marques y Torres
2005; Almeida, D’Andrea y De Lucca 2008), como esferas estrechamente
vinculadas a los desplazamientos de campos estructuradores de la vida
popular. La criminalidad violenta estaría asociada, desde esa perspectiva,
al desplazamiento en todo un mundo social.
A partir de 2005, cuando comencé a estudiar de forma más sistemática
a los adolescentes involucrados con el “mundo del crimen” en Sapopem-
ba –uno de los 96 distritos de São Paulo, con 300 mil personas y que
linda con la ciudad de Santo André, en el llamado abc paulista, me fui
dando cuenta de que para ellos las “crisis” del trabajo, la familia y la
religiosidad católica, que decretaban el fracaso del proyecto colectivo de
movilidad social de sus padres, ya se consideraban un elemento consti-
104 Estado, violencia y mercado…

tutivo de su estancia en el mundo. Por lo tanto, ya no eran “crisis”. Sus


trayectorias ya estaban tan conformadas por la inevitabilidad del nuevo
escenario que, incluso, ya contaban con un repertorio de posibilidades de
acción individual y colectiva fundado mucho más allá de la familia, el
trabajo individual y el catolicismo. Ese desplazamiento, que recién he ex-
plorado en otros trabajos, hacía surgir, aunque entre una porción bastante
minoritaria de la población, una serie de argumentos de legitimación del
“mundo del crimen” como entorno de relaciones sociales legítimas como
cualesquiera otras. Sin embargo, ese “mundo” juega roles específicos: se
trata tanto de un universo de generación de ingresos (que, por lo tanto,
traba una disputa simbólica con el mundo del trabajo) como, lo que me
interesa especialmente aquí, de locus normativo para ordenamiento de la
dinámica social y obtención de justicia (que disputa simbólicamente los
estatutos de la ley y la operación de justicia). Es en ese último aspecto
que me enfoco a continuación.

La emergencia del “mundo del crimen” como instancia


normativa
Ivete llegó a Sapopemba en 1995 y, desde entonces, vive en una de las
decenas de favelas del distrito, la del Jardim Elba. Tuvo ocho hijos. Ivete
me cuenta cómo estableció sus primeros contactos con el “tráfico”, luego
en las primeras semanas, en São Paulo.

Los chicos, los fines de semana, iban a la feria para cuidar coches.
Había unos chicos aquí abajo que les pegaban, les quitaban el dine-
ro. (...) Un día los traficantes llamaron a mi puerta porque yo había
llamado a la policía a causa de esos chicos. El traficante vino a mi
puerta. Entonces él vio que yo era sola, todo estaba oscuro aquí... vio
que yo era sola, solo me amenazaron, ¿sabes? Me dijeron que tendría
que irme si llamara a la policía nuevamente. (...)
Pero soy una mujer determinada. Al día siguiente fui a trabajar y,
al volver del trabajo, busqué a los traficantes. Fui hasta ellos. (...)
Llegué allí y les expliqué la situación en que vivía, la situación en que
me encontraba y lo que les pasaba a mis hijos en la feria. Que iba a
trabajar y, al volver, mis hijos estaban atrapados dentro de casa porque
los chicos de la calle les golpeaban, tiraban piedras dentro de mi casa,
que tenía la parte frontal abierta. (...) Entonces ellos me dieron la
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 105

razón. Pero lo único que me pidieron es que no volviera a llamar a la


policía y que, si yo necesitara, acudiera a ellos y ellos lo resolverían.
Y realmente tuve que hacerlo, pues algunos días después ellos vol-
vieron. (...) Entonces mi hija me llamó porque los chicos los estaban
importunando aquí en mi casa, tirándoles piedras. Le dije que fuera,
que buscara al muchacho. Ella fue hasta allí, buscó al muchacho, quien
vino hasta aquí... mejor, dijo que bajaran, no vino él, sino que dijo que
bajaran... y les advirtió, ¿sabes? Les advirtió que si siguieran moles-
tando a la familia, a mi familia, que ellos bajarían, pero no bajarían
para conversar. (...) Entonces, a partir de ese día, pasé a tener, así,
un... un... ¿cómo puedo explicarle? Una comunicación [con el tráfico
local]. [Ivete]

En una situación como la de esa familia, el tener protección marca la


diferencia. Era necesario que alguien la apoyara, y “el tráfico” la apoyó,
al mismo tiempo en que liberaba a la policía de esa incumbencia. Analí-
ticamente, “el tráfico” insertaba a la familia de Ivete, al igual que tantas
otras habitantes de las favelas de Sapopemba, en un régimen de ordena-
miento normativo distinto al orden legal, porque es responsivo a la otra
autoridad. La norma de protección que se instituye en aquel momento,
según se nota en el testimonio de Ivete, opera siempre y cuando ella no
acuda al arbitrio de la policía, es decir, a la legalidad oficial. De manera
explícita, el traficante le dice que el no traer la policía a la favela es una
condición tanto para la permanencia de la familia en esa zona como para
la obtención de protección.
Luego ocurre que ese nuevo ordenamiento funciona mejor que el prime-
ro, desde la perspectiva de la familia. Y así se legitima: la policía había
venido a averiguar las agresiones a los hijos de Ivete, pero pronto el proble-
ma volvió a suceder. Sin embargo, cuando intervino el traficante, el tema
se resolvió de forma definitiva. Ivete me cuenta esa historia para decirme
que, desde entonces (y ya hace 15 años), ella tiene una “comunicación”
con “el crimen” del territorio donde vive, el cual cuida de la protección
de su familia.
En 1995, cuando pasó eso, no había pcc y la favela del Jardim Elba
era el foco de disputas sangrientas. La violencia “era demasiada”, en las
palabras de Ivete. Dejó de serlo. La llamada “pacificación” de las relacio-
nes internas al “crimen” se inició, allí, en la transición a los años 2000 y
se consolidó en 2003, cuando, según relatos reiterados, obtenidos en cam-
po, los “hermanos” (miembros bautizados del pcc) asumieron la tarea
106 Estado, violencia y mercado…

que antes estaba a cargo del principal traficante local de ordenar todo
el “mundo del crimen” y hacer que sus negocios funcionen sin conflictos.
Ante el éxito del intento y los diversos puntos de venta de droga bajo
una misma “ley”, un mismo “mando”, ya no hubo registro de disputas
armadas entre ellos.
Justo por eso, en las investigaciones realizadas en la última década, se
constata que el tipo de testimonios de los habitantes de los suburbios
sobre el “mundo del crimen” se desplazó. Algo que antes era ajeno a
las “familias” y lejano de los “trabajadores” pasó a estar presente en
los cotidianos de todos los habitantes de la nueva generación. Modos de
organización antes más restringidos a las cárceles reciben adhesión en el
tejido social de las favelas. Normas antes exclusivas del universo de quienes
se consideraban “bandidos” pasaron a abordar también la sociabilidad de
jóvenes no insertados en los mercados ilícitos. Por lo tanto, dinámicas
antes exteriores a la “comunidad” pasaron a entenderse como constitutivas
de ella.
La utilización de la violencia armada es, evidentemente, la fuente última
de la legitimidad y autoridad del “mundo del crimen” y de los “hermanos”
en los suburbios de la ciudad. Sin embargo, en el cotidiano esos grupos
manejan componentes mucho más sutiles de disputa por las normas de
convivencia, como es la reivindicación de justeza de las conductas, apoya-
dos en la “actitud”, “disposición” y “proceder”, y en la oferta de “justicia”
a quienes la necesitan. Es la complejidad de esa justicia que trato de ex-
plorar, empíricamente, a continuación.

La “justicia del crimen”


El “mundo del crimen” tiene una “ética”, una “ley”, y para juzgar las
desviaciones en el cumplimiento de ellas, en São Paulo, se instituyó en
la última década una regulación específica. En mi experiencia en campo,
en la interlocución con investigadores de temas correlatos, o aún en la
lectura de los artículos periodísticos especializados (publicados especial-
mente después de los atentados de mayo de 2006), son muy corrientes los
casos relatados de mediación de los “hermanos” (pcc) en la resolución de
conflictos entre los habitantes de las favelas, así como entre individuos
vinculados al “crimen”.
Para los efectos de descripción y categorización, seguramente algo ar-
bitraria, creo que es posible elaborar la complejidad de ese dispositivo
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 107

cotidiano en tres niveles distintos: (i) hay debates que deliberan sobre
“pequeñas causas”, o desviaciones de poquísima gravedad, que pueden
resolverse en una charla rápida, entre individuos de la localidad en la que
se produjo la desviación; (ii) hay casos de gravedad moderada, cuyo ar-
bitraje se hace mediante consulta a otros “hermanos”, más “respetados”
en el “crimen”, realizado a través del teléfono celular; y (iii) hay, por fin,
casos de vida o muerte, que solo se definen después de “debates” bastante
más complejos que los primeros, en que diversos individuos que ocupan
posiciones relacionales conocidas como “torres”, producen una sentencia
consensuada4.
La sentencia se apoya invariablemente tanto en el respeto a los princi-
pios de la facción, que tiene el “debate” como forma de acceder a lo que
es “correcto” en cada caso, como en las actuaciones y en los testimonios
de acusados y víctimas. Hay espacio para una amplia argumentación de
acusación y, sobre todo, de defensa en la que la virtud del individuo tiene
que aparecer en acto, de manera performática (Marques, 2007). Los deba-
tes son agonísticos y deliberativos, y la decisión la toman los “hermanos”
bautizados del pcc, después de escuchar a todos y, sobre todo, después de
conversar entre sí. En el límite, se puede decidir en ellos quien vive, quien
está autorizado a matar y quien puede morir. A continuación, presento
situaciones de campo e investigación documental en las se verificaron esos
tres niveles de arbitrio y ejecución de sentencias. La tipología es solo es-
quemática, para los fines de análisis: en el campo, todas esas situaciones,
de enorme complejidad, se conocen igualmente como “debates”.

Pequeñas causas
Los chicos que les robaban dinero a los hijos de Ivete en la feria, en el caso
narrado antes, no necesitaron un “correctivo”, una paliza. En realidad, ni
siquiera recibieron una advertencia directa: bastó con que el “dueño” del
punto de venta de drogas “ordenara que les advirtieran” que la próxima
vez él vendría personalmente a resolver el problema. Todavía no había el
pcc en ese sitio, pero probablemente los “hermanos” harían lo mismo hoy
en día. Otros problemas llegaron al “crimen” local más recientemente, y
él estableció reglas para estos según los nuevos códigos. Los ejemplos son

4 La noción de “torre” no se confunde con la de “jefatura” o “gerencia”, debido a que responde


a un modelo piramidal de organización. El tema de la jerarquía y la autoridad en el pcc es
cuidadosamente tratado por Biondi (2009).
108 Estado, violencia y mercado…

fácticos: había una pareja que se peleaba a menudo en la favela del Ma-
dalena, de madrugada, y sus gritos por la noche molestaban a los vecinos
“trabajadores”; en una ocasión, unos adolescentes de allí robaron un coche
cerca de la favela y, al huir, trajeron la policía a la favela; hubo, además,
en esa misma favela, un niño que le robó la bicicleta a un conocido del
gerente de uno de los puntos de venta de drogas (conocidos como “bocas”,
“biqueiras” o incluso “lojinhas’ [kioskitos]); en otra ocasión, salió a la luz
un caso de infidelidad conyugal femenina y el marido dijo que mataría
a su mujer. Todas las situaciones requerían la intervención, violaban las
recomendaciones del proceder.
Por ello, en todos esos casos el crimen se posicionó de inmediato. Pro-
movió debates rápidos y arbitró sobre las acciones oportunas, con miras
a la reparación de daños, no siendo necesario el uso de la violencia. Según
me relataron, en esos debates se decretó que maridos y mujeres queda-
ban prohibidos de gritar muy alto durante las peleas nocturnas, para no
molestar a los vecinos, y el problema habría terminado; los muchachos
que robaron el coche cerca de la favela, atrayendo a la policía, recibieron
una advertencia verbal la próxima vez tendrían problemas más serios; el
chico que robó una bicicleta tuvo que devolverla y pedirle perdón a la
víctima sabe que ya no puede “meter la pata”; y el marido traicionado
fue autorizado a castigar a su mujer, pero le fue vedado el “derecho” a
violarla o matarla.
En todos los casos, se trataba de una primera falta, hubo atenuantes en
cada discusión y se le ofreció una segunda oportunidad al “desviado”. En
todos esos casos, aunque hubo “debates”, la contienda se resolvió en el
ámbito local, en la favela. También en todos los casos, la “ley” reivindicada
fue la norma local, aunque esta se apoyaba en un principio más amplio,
compartido entre muchas favelas: el de pacificar los conflictos para evitar
una acción privada extrema, que iniciaría un ciclo de venganza y una
escalada de violencia letal entre los mismos habitantes de las favelas.

Desviaciones más graves, pero que se pueden reparar


Los jóvenes que se apropian indebidamente del dinero recaudado por la
venta de la droga y generan perjuicio, que cometen alguna insubordinación
a los principios del “crimen”, y en especial si vuelven a “meter la pata”,
en caso de que sean juzgados en “debates”, por lo general, reciben un
castigo más severo que advertencias verbales. Jorge, un chico que conocí
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 109

en 2005, cuando él tenía 18 años, se sometió a un “debate” en 2006 por ser


el responsable de una transacción de drogas y armas que, por inhabilidad
o mala fe, no lo sé, causó perjuicio a la “empresa”.

Lo que sucedió fue lo siguiente: él terminó por involucrarse en una


historia en la que había robo de mercancía y robo de arma. Él era el
responsable de esos negocios y parece que confió en un hombre que
luego le perjudicó [Luiza, amiga de Jorge]

Si eso hubiera ocurrido a finales del siglo pasado, es seguro que a Jorge le
habrían matado sumariamente. Pero en 2006, bajo otra “ley” del “crimen”,
él fue juzgado con derecho a defensa y sus argumentos valieron tanto como
los de los acusadores y defensores. La acusación sugirió que él se habría
favorecido, se habría apropiado de dinero del tráfico (lo que merecería el
pago, una paliza o la expulsión de la favela), y la defensa argumentó que
un proveedor le había engañado. Él demostró que conocía el “proceder”
y no “se acobardó”, lo que cuenta mucho. El rumor se diseminó por el
barrio, muchas personas acudieron al evento y el principal traficante de
la región vino personalmente a presenciar la controversia. Algunos de mis
interlocutores de investigación presenciaron el tribunal y defendieron a
Jorge.

Debatieron para decidir si matarían a Jorge. (...) Fuimos hasta allí y,


al llegar, vimos a los tipos, vimos a Jorge, él fue muy osado y se quedó
allí en el medio. Decidieron que no lo matarían, sino que le darían un
correctivo. (...) Hombre, le pegaron mucho, lo destrozaron. Entonces él
quedó totalmente desmoralizado en el “crimen”, no tenía como volver.
Y llegó un tipo, yo sabía que ese tipo era el mayor traficante del barrio.
(...) Cuando vi a ese muchacho, dije “caramba, el caso es serio”. Pero
ese muchacho era más tranquilo, por lo que yo sabía que no matarían
a Jorge, él no lo permite. [Luiza]

El valor del reo y los argumentos de defensa, sumados a la protección


que recibía Jorge del principal traficante de aquella calle, un “hermano”,
le salvaron de un destino peor. El muchacho fue declarado inocente de
la acusación de traición, pero no era la primera vez que él causaba pro-
blemas: años antes, Jorge había recibido una advertencia e incluso una
suspensión del trabajo por 30 días5. Por la reincidencia y el perjuicio cau-
5 Que corresponden a 15 semanas sin poder trabajar, ya que la forma usual de trabajo de los
adolescentes del tráfico de menudeo en Sapopemba es por rotación, en la que cada individuo
trabaja una mañana y una noche a la semana.
110 Estado, violencia y mercado…

sado, golpearon al muchacho y lo echaron de la estructura del tráfico local,


lo que tiene un efecto de desmoralización duradero en la “comunidad”. Él
ya no puede traficar con drogas y, por lo tanto, se queda también sin la
fuente de ingresos que lo sostenía desde los 12 años de edad. Aun así,
Jorge sabe que recibió una “oportunidad de vida”.
En ese caso, como en las pequeñas causas, también fue un “hermano”
de la favela quien arbitró el “debate”; sin embargo, esa vez él acudió
personalmente para mediar la discusión colectiva y, además, tuvo que de-
mostrar competencia para, por una parte, evitar la violencia innecesaria
y, por otra, no afectar su autoridad si pareciera que estaba protegiendo
a alguien contra la “ley del crimen”, o si pareciera “flojo” a la hora de
decidir, también le podrían haber cuestionado. La “ley” vale para todos.
Si bien hay mucha autonomía local en la decisión, casos como ese, consi-
derados desviaciones “de vida”, no se podrían sentenciar con la pena de
muerte sin el permiso de una “torre”.

Casos de vida o muerte


En 2005 Pedro tenía 21 años y me contó que su primo fue asesinado
después de un “debate”. La historia es controvertida, pero involucraba
una moto de 1.000 cilindradas, objeto de deseo de cualquier “ladrón”. La
moto del primo de Pedro se la habría robado un muchacho, a quien él
mató en venganza algunas semanas después, pero sin la autorización del
pcc. Se convocó un debate para resolver el problema el primo de Pedro
tuvo que explicar el homicidio cometido sin el “permiso” de nadie.

Mi primo, mi primo ya ha matado, sí... y murió de una forma fea,


en manos de ladrones. No hay como. Pero fue en el debate. (...) En el
debate con los “ladrones”, frente a frente. Entonces él dijo: “tengo la
razón y lo respetaban bastante ¡y ya está!”. Entonces los muchachos:
“no, soy de tal sitio, soy de tal calle” [se presentaron] y la discusión
comenzó a subir de tono. (...) Fuimos juntos [a presenciar el “debate”].
Vas hasta allí. Si tienes la razón, puedes irte. Si estás errado, mueres.
Mi primo tenía la razón [Pedro estaba entre quienes lo defendían], pero
murió. [Pedro]

En esos casos, se fija la fecha del debate con antelación, se llama a los
defensores y los acusadores, se estructura una red de comunicación virtual
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 111

y ya no es el “dueño de la favela” quien toma la decisión. Ni tampoco es


otra consulta sencilla a un superior suyo lo que ratifica su decisión. En
los casos en los que se podrá decretar la sentencia de muerte de un indi-
viduo, las sentencias de los “debates” requieren consenso entre diversos
“hermanos”. El homicidio, aunque está previsto como una posibilidad,
está estrictamente regulado.
Para que se tenga una idea de lo sofisticados que pueden ser dichos
“debates”, pongo como ejemplo un caso difundido en la prensa en 2007,
cuyos documentos oficiales pude revisar detenidamente en 2010. Una ca-
dena televisiva presentó un reportaje especial, basado en escuchas telefó-
nicas hechas por la Policía Civil del estado de São Paulo, en las que se
relata con bastante detalle la operación de un “debate” que resultó en la
ejecución de un acusado de homicidio6. En el fragmento a continuación,
preservo en su totalidad la presentación del caso en el reportaje, para
luego comentarlo.

Presentadora (Janine Borba): Esta semana la policía divulgó una


nueva escucha telefónica que revela la acción aterradora de un tribunal
del crimen.
Presentador (Paulo Henrique Amorim): Un juicio realizado por me-
dio de teléfonos celulares: una afrenta al Estado y a la Justicia. [Música
de fondo, clima de serie televisiva policial]
Narrador (reportero Raul Dias Filho - rd): 27 de marzo del presente
año. La escena tiene lugar en Pirassununga, interior del estado de
São Paulo. El albañil Adriano Mendes, de 33 años, sale de la escuela
en moto junto con su mujer, Daina Ponsiano, y una amiga, Vânia
Alves. Al pasar por este tope, Adriano se desequilibra y se cae. Tres
muchachos que pasan por el sitio se burlan de Adriano. Ellos se ponen a
discutir. Uno de ellos, Fabrício do Nascimento, saca un arma y efectúa
dos disparos contra el albañil y lo mata. El hermano de Adriano, el ex
presidiario Agnaldo Mendes, quien cumplió pena por tráfico de drogas,
reclama justicia y, una semana después del crimen, comienza el juicio
por la muerte del albañil. El proceso siguió todas las etapas de un
juicio normal, con reos, víctimas y testigos. La diferencia es que los
relatores y los jueces de ese juicio sumario son presidiarios y dictaron
el veredicto a través de una teleconferencia. [En off] Según la policía,

6 Se trata de un reportaje emitido por la cadena televisiva Rede Record, en el programa Do-
mingo Espetacular, disponible en el sitio: http://br.youtube.com/watch?v=xvs9y1lxfzq.
112 Estado, violencia y mercado…

el tribunal paralelo fue conducido por la facción criminal pcc, por


solicitud del hermano de la víctima.
Comisario (José Henrique Ventura): Todo fue tan rápido que aún
estábamos trabajando en el caso cuando nos enteramos de que allí
había un juicio en marcha.
rd: La policía grabó las conversaciones de integrantes de la facción,
vigiladas por medio de escuchas telefónicas. Fueron casi 24 horas de
grabación. Las conversaciones revelaron en detalle cómo funciona el
tribunal del crimen. Las dos mujeres que estaban en la moto y Ag-
naldo, el hermano del albañil asesinado, son llevados a una finca en
la zona rural de Pirassununga. Allí están también los tres acusados,
Fábio, Marcelo y Fabrício, el autor de los disparos. Va a comenzar el
juicio. Quien está al mando es el integrante del pcc conocido como
“Mais Velho” (Mayor). Quienes van a juzgar están lejos, a cientos de
kilómetros de la finca. Son siete presidiarios. Cada uno está en un
presidio, en diferentes regiones del estado. La comunicación se hace
mediante teléfonos celulares interconectados por teleconferencia. Ya
en el inicio, algunos presidiarios defienden al acusado:
Presidiario 17: Fabrício ya se puso al teléfono, hermano, y pide una
oportunidad, ¿me entiendes, hermano?
Presidiario 2: Si lo primero que hace es pedir una oportunidad, él
sabe que cometió un error grave y se desvió totalmente de la ética. Y
está, qué sé yo, pidiendo una oportunidad de vida.
Presidiario 3: Coincido contigo, amigo, porque los muchachos son
jóvenes, hermano. Caramba, amigo...
rd: Los presidiarios discuten la posibilidad de darle solo un “correc-
tivo”.
Presidiario: Pégale una paliza, como para mandarlo a la uci, ¿me
entiendes, hermano?
rd: Los presidiarios piden que hable Daiana, la mujer del albañil
asesinado.
Daiana (Mujer de la víctima): Estábamos saliendo de la escuela.
Entonces Adriano pasó por el centro del tope, no aguantó la moto y
se cayó. Luego Adriano levantó la moto y el muchacho le dijo: ¿qué
me miras?, ¿qué me miras? Entonces, Adriano le dijo: ¿qué me miras
tú? Entonces le dije: Adriano, vámonos, vámonos. No le hagas caso,

7 Se identifican como presidiarios a todos los detenidos que participaron en las conversaciones
escuchadas por la policía.
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 113

vámonos. Adriano se estaba subiendo a la moto para irse cuando él le


pegó una patada a Adriano en la costilla, él le pegó una patada.
Presidiario: ¿Y se podía ver que se reían?
Daiana: Se estaban burlando de él. Se estaban burlando y el mucha-
cho sacó un arma.
Presidiario: ¿Pero él sacó el arma y se la apuntó o solo se quedó con
el arma en la mano?
Daiana: Se la apuntó. Cuando Adriano se subió a la moto, él le
disparó.
Presidiario: ¿Adriano no llegó a ponerle la mano en el pecho a nin-
guno de ellos, ni tampoco le pegó en la cara a ninguno de ellos?
Daiana: No. Le dispararon, entonces me desesperé al ver a Adriano
allí, con la sangre escurriéndole por todas partes. Entonces él me tiró
del cabello, se puso a decirme zorra y dijo: ¿lo quieres tú también,
zorra? ¿También lo quieres tú? Y le disparó nuevamente a Adriano,
en la cabeza.
rd: Durante los testimonios, una persona toma notas.
Presidiario: No, no, no, no. Te saltaste una parte. Aquí pones lo
siguiente, mira [dictando en voz alta y despacio]: A-dria-no estaba
le-van-tan-do la moto cuando miró hacia atrás y vio a Fabrício, quien
llevaba un re-vól-ver.
rd: El juicio se interrumpió en medio de la madrugada. Recomenzó
a las 11 de la mañana.
Presidiario 1: ¡Oye, Sadam!
Presidiario 2: ¡Dime, hermano!
Presidiario 1: Anda, “niñato”.
rd: Tras escuchar la versión de los testigos, los presidiarios deciden
el destino de los muchachos. Pero solo anuncian la sentencia después
de comunicársela a la cúpula de la facción.
Presidiario: Los demás se quedan, pero el muchacho que le quitó la
vida a Adriano ya no vuelve, hermano.
rd: Los presidiarios temen una venganza.
Presidiario: Ahora tenemos que dar un jaque mate. No podemos
arriesgar nada, amigo, que venga mañana o después, se está reflejando
en mí, en el “acuario”, en ti, en nuestro hermano, “Sadam”. Porque,
automáticamente, es como en Internet: un canal trae a todos, y es todo
un solo cuerpo, es un eslabón que está involucrado, ¿me entiendes,
hermano?8
114 Estado, violencia y mercado…

rd: Los presidiarios le comunican la decisión a uno de los acusados,


Fábio, hermano del asesino.
Presidiario: Te estamos dando una oportunidad de vida, ¿me entien-
des, Fábio?
Fábio (hermano del reo): De acuerdo.
Presidiario: Si le pasa algo a la familia de Adriano, que falleció, a la
familia de su mujer, que iba en la moto, o incluso a la otra chica que
también iba en la moto, y están ustedes involucrados en eso, iremos a
por ustedes.
rd: Agnaldo, hermano de la víctima, no está de acuerdo con la
sentencia. Él quiere pena de muerte para los tres involucrados.
Presidiario: Pues, fíjate, niñato, solo vas a cobrar al hombre que le
quitó la vida a tu hermano. ¿Lo entendiste, amigo?
Agnaldo (hermano de la víctima): ¿Pero los dos saldrán impunes,
hermano?
Presidiario: ¡Eh, niñato! El tema no es si saldrán impunes. Sino que
los dos no le quitaron la vida a tu hermano. Es verdad que estaban
allí en aquel momento, pero no le quitaron la vida a tu hermano. ¿Lo
entendiste, amigo?
Agnaldo: De acuerdo.
Presidiario: Pues, somos justos y correctos. ¿Lo entendiste, niñato?
Agnaldo: De acuerdo.
rd: Llega el momento en que los jurados tienen que comunicarle la
decisión a Fabrício, el muchacho que le disparó al albañil.
Fabrício (reo): ¿Bueno?
Presidiario: ¿Eres Fabrício?
Fabrício: Sí.
Presidiario: Sabes lo que hiciste. Quitaste una vida, ¿verdad, amigo?
Sin darle la oportunidad de defenderse.
Fabrício: Lo entiendo, hermano.
Presidiario: Pues, mira, Fabrício. Eso no lo permitimos en ninguna
parte, ¿me entiendes, amigo?
rd: El grupo de presidiarios decide, además, quien ejecutará a Fa-
brício: Agnaldo, el ex presidiario que quería vengar la muerte de su
hermano. Surge un problema: ninguno de los criminales tiene un arma,
al que llaman “chuteira”.

8 El “jaque mate” debe poner fin no solo a la vida del sentenciado, sino también a toda la
cadena de venganza privada potencial.
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 115

Presidiario 1: ¿Los muchachos que están allí, aquellos otros, tienen


una “chuteira”, hermano?
Presidiario 2: No lo sé. Hay que preguntarles a los muchachos si la
tienen allí, hermano.
rd: Una de las personas que está en la finca sale para buscar un
arma. Poco después, Agnaldo ejecuta a Fabrício. Las sentencias de-
terminadas por el tribunal paralelo que actúa en los presidios de São
Paulo se cumplen con rapidez y crueldad. Tan solo 20 minutos des-
pués de que fuera condenado por el tribunal del crimen, mataron a
Fabrício justo aquí, en este sitio [apunta hacia un descampado de la
finca], ejecutado de cinco disparos a quemarropa. La policía no llegó
a tiempo de evitar el crimen, pero detuvieron a Agnaldo algunos días
después. Él niega el asesinato.
Agnaldo: No lo cometí, no lo hice, ¿sabes? Justicia con mis propias
manos, nunca.
Comisario: Mientras ellos analizaban ese caso, nos consultó un mu-
chacho [un policía civil] de la ciudad de Campinas acerca de un hecho
semejante al que ocurrió aquí y nos preguntó cómo debería actuar. Así
que me parece que eso no pasa solo en nuestra región [de Pirassunun-
ga]. Me parece que eso pasa en todo el estado, teniendo en cuenta que
presidios de diversas regiones participan en la teleconferencia. (...) Lo
que preocupa es la facilidad con la que ellos, desde dentro del sistema
carcelario, se comunican por teleconferencia, algo que algunas veces ni
la policía logra hacer. [Fin del vídeo]

Habría muchas perspectivas desde las cuales se podría analizar esa in-
teracción. Aquí me limito a hacer tres comentarios. En primer lugar, el
reportaje muestra lo sofisticados que son los “debates” –el uso de telecon-
ferencias por teléfono celular, la coordinación simultánea en siete presidios
y en una finca preparada para el evento, las 24 horas de grabación, la espe-
cialización de las tareas (testigos, argumentos de acusación y de defensa,
simulación del rol de jueces y del escribano, actuaciones en torno a la sen-
tencia), además de la articulación de diversas instancias de autoridad (la
“consulta a la cúpula”) y de la eficiencia de la “ejecución penal”. Dicha
sofisticación no solo sugiere, sino que también demuestra empíricamente
tanto la amplitud del dispositivo como la legitimación, entre los actores,
de la función de justicia desempeñada por el “mundo del crimen”.
En segundo lugar, si por una parte está claro que no todos los “debates”
son tan sofisticados, y no todos resultan en una sentencia que autorice la
116 Estado, violencia y mercado…

muerte del acusado (al contrario, la norma es evitar a lo máximo que


“pobres maten a pobres”), por otra parte hay que resaltar que hay des-
viaciones juzgadas de forma todavía más sumaria, como en los casos de
violación comprobada, pederastia o traición confesa a los principios de la
facción, sobre todo la delación. Evidentemente, la red de relaciones y de
protección del reo, además de la controversia generada por el crimen co-
metido, también interfieren en la conducción y necesidad de sofisticación
de los juicios, así como en las sentencias dictadas. Seguramente, no se
juzga al hijo de un “hermano” del pcc de la misma manera que se juzga
a un adicto al crack o a un violador.
En tercer lugar, vale resaltar la multiplicidad de significados de justicia
presentes en la cita. Más allá de su “efecto demostración”, se nota que
el proceso argumentativo y la sentencia dictada tienen por lo menos tres
finalidades: (i) la de demostrar la firmeza de la facción criminal al vigilar
los principios de conducta, escuchar todas las partes, decidir lo “correc-
to” y autorizar el castigo de la desviación: “le quitaste la vida incluso sin
darle la oportunidad de defenderse” y “eso no lo permitimos en ninguna
parte”; (ii) la de demostrar la justicia del procedimiento, basada en la
argumentación y, en el límite, en la demostración de autoridad: “somos
justos y correctos, ¿lo entendiste, niñato?” y, sobre todo,, (iii) la de inte-
rrumpir la cadena de venganzas privadas que un caso como ese generaría
si no hubiera la mediación –el hermano de la víctima reclamaba que se
condenara a la muerte a los tres reos, pero el “tribunal del crimen”, título
del reportaje, decide que es legítimo ejecutar solo a “quien le quitó la vida
a su hermano”. La legitimidad de la sentencia es, además, sostenida por
la amenaza directa de represalia “radical” en el caso de que ocurra una
nueva venganza.
Justamente porque bloquea la cadena de venganzas privadas, el disposi-
tivo de los “debates” demuestra que incide, más radicalmente, en la caída
de las tasas de homicidio en São Paulo9. El tema merece una reflexión
específica.

9 El promedio de homicidios en la capital, que era de cerca de 30/100 mil a finales de los
años 1990, se redujo de forma progresiva a partir de 2000. Las tasas promedio del distrito de
Sapopemba, donde hago investigaciones de campo, se redujeron seis veces entre 2001 y 2008, y
también de modo progresivo y regular: bajaron de 60,9/100 mil en 2001 a no menos que 8,8/100
mil en 2008 y 6,3 en 2011. Fuente: elaboración del autor con base en tablas generadas por la
página web del pro-aim, Alcaldía de São Paulo, en mayo de 2011. A partir de 2012, debido a
nuevas confrontaciones entre policías y el pcc, así como a cambios en las formas de acción de
la facción en el ámbito local, el dispositivo aquí discutido se hace menos hegemónico, lo que
incide en la ligera ampliación de las tasas de homicidio.
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 117

“Debates” y política: el tema de los homicidios


Las principales causas de la reducción de las tasas de homicidios en São
Paulo convergen, desde la perspectiva de los habitantes de las favelas y
suburbios de la ciudad, en factores muy comentados en el debate público.
Durante mi investigación de campo –y eso es recurrente también en los
trabajos de colegas etnógrafos–, al cuestionar por qué no mueren más
jóvenes como hace algunos años, se ofrecen tres explicaciones. La primera
explicación es: “porque ya han muerto todos”; la segunda es: “porque
detuvieron a todos”; y la tercera, más frecuente, es: “porque ya no se
puede matar”. Tardé algún tiempo en comprender que esas respuestas
hablaban de una modificación radical en la regulación del homicidio –y,
por lo tanto, de la violencia letal– en los suburbios de la ciudad. Tardé
aún más en percatarme de las relaciones de ese cambio con el tipo de
ordenamiento inscrito por la presencia del pcc en esas regiones, que son
en gran parte un efecto adverso de las políticas de seguridad estatales
centradas en la encarcelación masiva (Feltran 2012).
La respuesta “han muerto todos” denota, desde la perspectiva de los
habitantes, dos fenómenos: el primero es que allí murió demasiada gente
y, por lo tanto, una importante parte del conjunto de los homicidios de la
ciudad era de gente cercana. Aquellos que las estadísticas conocen desde
hace mucho tiempo jóvenes del sexo masculino, entre 15 y 25 años, negros
y mulatos, etc. son parte del grupo de afectos de quienes viven por allí, sus
historias son conocidas por las familias y la “comunidad”. El segundo es
que aquellos jóvenes integrantes del “mundo del crimen” que se mataban
antiguamente murieron hace mucho tiempo. Allí ya no hay, por lo tanto,
jóvenes como ellos. Ahora bien, si ese “mundo del crimen” sigue activo e
incluso se expande en esos mismos territorios, solo podemos concluir que
esa respuesta sugiere que sus nuevos integrantes ya no se matan como
antes. Dicha afirmación, en sí misma, sugiere una transformación relevante
en la dinámica de la violencia; pero las dos otras aserciones la hacen más
comprensible.
“Detuvieron a todos” significa decir que quienes mataban, y no fueron
muertos, ya no están “en la calle”. Están en las cárceles. Tiene sentido,
porque la política de encarcelación masiva de los últimos quince años,
en São Paulo, casi cuadruplicó la población carcelaria del Estado. Sin
embargo, un problema poco comentado entre los defensores de esa política
es que dicha encarcelación sacó una importante parte de los criminales de
los callejones de la favela y los insertó en redes bastante más conectadas
118 Estado, violencia y mercado…

del mundo criminal, que operan sobre todo en los presidios. El periodo de
encarcelación masiva corresponde, exactamente, al periodo de expansión
y ampliación del poder del pcc.
Es ahí que la tercera afirmación, la más frecuente de todas, pasa a tener
mucho sentido. Cuando habitantes de la favela o jóvenes inscritos en el
“mundo del crimen” dicen que “ya no se puede matar”, lo que enuncian
es un principio instituido en los territorios donde el pcc está presente:
la muerte de alguien solo se decide en sentencia colectiva, legitimada por
tribunales conformados por personas respetadas del “Comando”. A partir
de ese principio instituido, aquel chico del tráfico que hace algunos años
tenía la obligación de matar a un compañero por cuenta de una deuda de
R$ 5 para hacerse respetar por sus pares en el “crimen”, ahora ya no puede
matarlo, por la misma razón. Los castigos se aplican sin la necesidad del
homicidio o, más precisamente, necesariamente sin el homicidio.
Es desde esa perspectiva que se comprende el impacto de ese dispositivo
en las estadísticas oficiales. En el ejemplo presentado antes, el hermano
de la víctima solo sentiría que se había vengado el honor de su hermano
si se matara a los tres involucrados en el asesinato. Sin embargo, según
se observó, más allá de decidir solo por la muerte de una persona, el
“tribunal” también quiso poner fin a la contienda allí –el “jaque mate”
no permite la continuidad de la vendetta. Quien juzgó e implementó la
sentencia fue la autoridad legítima de la “ley” (del crimen) –y si alguien
decide desobedecerla será duramente castigado.
Antes de la instalación de ese dispositivo, como se sabe, es probable que
se hubiera matado a los tres acusados. Y ese triple homicidio generaría
nuevas venganzas privadas y así sucesivamente. Esa espiral de letalidad
todavía está presente en las demás capitales brasileñas. No obstante, desde
la implementación masiva del dispositivo de los “debates” en los suburbios
de São Paulo, se interrumpió esa cadena de venganza privada. Y como la
ley sólo en última instancia decide por la muerte hay muchos otros castigos
intermedios, toda aquella cadena de venganzas que acumulaba cuerpos de
niños en los callejones de las favelas, hace ocho o diez años, se redujo en
gran medida.
¿Entonces, serían los “debates” introducidos por el pcc la principal
causa para el descenso de los homicidios en São Paulo? Sin duda que sí,
afirman los etnógrafos urbanos (Feltran 2010, 2011, 2012; Telles & Hirata
2010) junto con sus interlocutores de campo. Las demás causas señaladas
en la discusión pública (desarme, subnotificación, cambio demográfico,
mejoras en la estructura policial, etc.) parecen, al verse desde el suburbio,
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 119

como mucho, dinámicas accesorias del cambio en las estadísticas. En una


entrevista de 2009, le preguntaron a Mano Brown (vocalista y compositor
de los Racionais mc’s) sobre el “exterminio de jóvenes en los suburbios”,
y él contestó:

El exterminio de jóvenes en los suburbios... [pausa]. Soy de São Pau-


lo, ¿verdad? El conocimiento que tengo, profundo, es de São Paulo. Y
en São Paulo existe hoy un movimiento diferente. Ese exterminio se
bloqueó “temporalmente”. Por medio de leyes que no son del Gobierno.
Son de un “otro” gobierno. Y en otros estados me temo que la solución
sea la misma. El Gobierno no logró hacer una acción concreta para re-
solver el problema de la seguridad. Pero el crimen organizado lo logró.
[El reportero no entiende de qué habla Brown y sigue:] “en tu opinión,
Brown, ¿qué es lo que cambió en los últimos ocho años? (refiriéndose,
en ese contexto, al Gobierno Lula)”. La respuesta es inesperada para
él: “la aparición del pcc”10.

Ya no parece ser posible ignorar aunque hay interés por parte de deter-
minados sectores de hacerlo– que el factor explicativo fundamental de la
disminución de los homicidios en São Paulo, desde la perspectiva etnográ-
fica, es la regulación interna al mismo “mundo del crimen” ocasionada por
la emergencia y expansión del pcc en la regulación de conflictos arma-
dos en los suburbios. La introducción de los “debates” como mediadores
legítimos de la conflictividad de ese entorno es un dispositivo central en
esa explicación. Por otra parte, no me sería posible adherirme a la lógica
que produce su eficiencia y celebrarla –se trata de otra forma de institu-
ción de la excepción, que invierte el signo de la igualmente antipública
gestión estatal de la violencia, también guiada por actores no reconocidos
públicamente, en el arbitrio de vida y muerte.
Sin embargo, al analizar las formas de juzgar la desviación a esa “ley
del crimen”, sobre todo si tomamos como contraste la “ley oficial”, se ve-
rifica la tensión que conforma la disputa de legitimidad entre ellas. Por
una parte, se observa que los “debates” son eventos performáticos, en
los que se cuestionan, ante los pares, el “compromiso con el crimen” y
la “disposición” del individuo para “correr con el Partido”. A partir de
esa performance se elabora un juicio, consensual entre los pares, que se
traduce en una sentencia coherente con los contenidos de excepción de la
ley, ejecutada inmediatamente a continuación. Para formular ese juicio,

10 [Mano Brown, 2009, disponible en www.youtube.com/watch?v=pq4dp2evx9w


120 Estado, violencia y mercado…

es bueno que se diga que, por lo general, no se tiene en cuenta la posición


del individuo en la jerarquía social del grupo, mucho menos sus caracte-
rísticas diacríticas. Se trata de justicia reconocida por los sujetos como
válida “para todos”, lo que sostiene la argumentación de “democracia”
procedimental de la justicia del pcc11.
Por otra parte, la justicia estatal es reconocida en los suburbios como
poseedora, en sus leyes, de contenidos normativos universalistas, aunque
sus procedimientos de aplicación sean desiguales e ineficientes: el funcio-
namiento del poder judicial es lento, discrimina posición social, lugar de
vivienda, color de la piel e idiosincrasias de clase, además de que está
sometido a la pericia técnica de los abogados. Así, desde la perspectiva de
quienes viven en esos territorios, si la “justicia del crimen” tiene inscritos
en su “ley” los contenidos de la excepción, ella sería justa por aplicarse
“de igual” manera a todos. La “ley del crimen” expande su legitimación
en los suburbios de la ciudad, por lo tanto, en la medida exacta en que
se percibe la justicia penal oficial como dirigida a encarcelar a sus ha-
bitantes. El hecho de que la “ley oficial” tiene contenidos democráticos
solo funciona para legitimarla entre las clases medias y altas, que cons-
truyen su percepción de que vivimos en una “democracia consolidada”.
La tensión por la disputa de la legitimidad en las fronteras de la ciudad
es evidente.
En la presentación del artículo, planteé la paradoja representada por
el fenómeno empírico de que los dispositivos de “justicia del crimen” se
legitiman a las orillas de la ciudad de modo simultáneo a la consolidación
institucional del régimen político democrático. Me parece que esto ayuda
a comprender esa paradoja: la frontera que delinea las tensiones y divi-
siones sociales contemporáneas en São Paulo se alimenta, por una parte,
de acciones de “combate al crimen” respaldadas por un pretenso univer-
salismo legal, aunque selectivo en su implementación. Dicha selectividad,
precisamente porque es responsiva a la jerarquización social, no hace más
que reforzar su espejo –la legitimación, en los suburbios de la ciudad, de
la necesidad de otras instancias de recurso a la autoridad y a la justicia,
extralegales. Por ello, para quienes viven en las favelas de São Paulo, el
“mundo del crimen” pasa a componer, junto con la prensa y las iglesias,
un repertorio necesario de instancias de acceso a la justicia. Al operar
cotidianamente, esas instancias constituyen sentidos de justicia, necesa-
riamente reflexivos, que conforman puertas de ingreso privilegiadas para

11 El tema de la “democracia interna” de la facción lo tratan de manera distinta Biondi (2009)


y Nunes (2008).
Crimen y castigo en la ciudad. Repertorios de la justicia… 121

describir analíticamente las fronteras de la tensión social contemporánea


en São Paulo.

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Nosotros interno y nosotros transitorio:
trayectorias de la guerra en Colombia1

Silvia Monroy Álvarez2

Mi encuentro con el padre Martín ocurrió en mayo de 2009, en un muni-


cipio del norte de Urabá,3 en las sabanas del departamento de Córdoba
(Ver Mapa 1). En aquel momento, el padre Martín tenía treinta años. Evi-
tó definirse como mulato, prefiriendo usar el término “mezclado”, aunque
posteriormente se encuadró en la categoría “afrocolombiano”. Su madre
fue cocinera en los restaurantes de las plantaciones bananeras y su padre
llegó a Urabá en la década de los setenta, estimulado por las posibilidades
de empleo. Desde aquella época hasta nuestra conversación, el papá del
padre Martín trabajaba en las plantaciones de banano.
En los años ochenta y parte de los años noventa, papá, mamá y tres
hijos vivieron en un corregimiento4 de Turbo (Ver Mapa 1), escenario de
violentas disputas entre los sindicatos Sintagro y Sintrabanano, infiltrados
e instrumentalizados por las guerrillas del Ejército Popular de Liberación
(epl) y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc)5.
1 Una versión más extensa de este texto fue publicada en 2013 en el libro Por una antropografía
de la violencia a partir del caso de Urabá, Colombia. Bogotá: Universidad del Rosario.
2 Centro Nacional de Memoria Histórica-Colombia
3 Urabá es una región localizada en el norte de los departamentos de Antioquia y Chocó, en la
frontera con Panamá. Con una vegetación de selva húmeda tropical, devastada drásticamente
por la agro-industria de banano y palma africana y por la destinación de tierras a la ganadería,
su clima es caracterizado como húmedo tropical. Urabá es reconocida por su carácter triple
de frontera. Además de ser una frontera internacional, con conexión marítima directa al mar
caribe e indirecta al océano pacífico, mediante ríos y carreteras rudimentarias —que facilitan el
tráfico ilegal de armas, drogas, contrabando y personas—, es una frontera interna regional que
liga las dinámicas de tres departamentos: Chocó, Antioquia y Córdoba. Simultáneamente, es
una frontera étnica, pues allí confluyen grupos indígenas (embera, tule y zenú, principalmente),
poblaciones negras y otras poblaciones provenientes de regiones andinas del país.
4 Corregimiento es la división del área rural del municipio, entendida como una agrupación
de subdivisiones rurales (o veredas) que puede incluir, o no, un núcleo de población que, hasta
cierto punto, satisfaga la demanda por servicios de las comunidades.
5 Las guerrillas del Ejército de Liberación Nacional (eln) y del Ejército Popular de Liberación
(epl) entraron a Urabá en 1966, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc)
en 1969 (García 1996). Sin embargo, el conflicto se hizo brutal a partir de la década de 1970,
cuando el cambio de estrategia implicó a los sindicatos, es decir, a los obreros agrícolas y
no tanto a los núcleos de campesinos colonos o, en otras palabras, se buscó ampliar la base

125
126 Estado, violencia y mercado…

Durante la mayor parte de su infancia y adolescencia, la vinculación de


su madre al Partido Comunista fue un secreto celosamente guardado por
el papá de Martín, quien nunca quiso afiliarse a ninguno de los grupos
en conflicto y, por ello, según las explicaciones nativas de aquellos que
se piensan como sobrevivientes, aún está vivo. La militancia de la ma-
dre, más que su trabajo como líder en procesos comunitarios, la puso en
una situación de amenaza constante. Su hijo Martín, en aquel entonces
adolescente, subestimó esa amenaza hasta cuando, intempestivamente, se
fueron a vivir a Medellín. La causa aparente de aquel exilio era la amenaza
de muerte que pesaba sobre sus dos hermanos.
Sin embargo, el exilio no impidió que ambos fueran asesinados en 1997
y 2000, y que la amenaza de muerte sobre la madre continuara vigente,
hecho desconocido hasta entonces por Martín. Después de la muerte del
segundo hijo, “mi madre ya estaba desahuciada”, me dijo. Tan grande fue
el desengaño de ella que, después de regresar del exilio, decidieron vivir
en el barrio Policarpa del municipio de Apartadó (Ver Mapa 1). Este
era fruto de una ocupación irregular que, posteriormente, se convirtió en
territorio de las farc (en la década de los ochenta), y que, en los años
noventa, tenía como territorio enemigo al Barrio Obrero, asociado al epl.
Debido a esto, en aquella época estaba prohibido que los habitantes de
un barrio pusieran un pie en el otro. El riesgo era ser acusado de “sapo”
—informante de algún grupo—, o de ser guerrillero de uno de los bandos,
aunque no se participara en la arena política ni en el campo estrictamente
militar.
Al regresar al barrio Policarpa, en 2000, se mudaron a la casa de un
familiar que había sido asesinado poco tiempo atrás. La casa estaba a su
social que se había concentrado en campesinos colonos. En las décadas subsiguientes murieron
miles de trabajadores bananeros acusados de pertenecer o colaborar con el sindicato o grupo
armado opuesto. El Ejército y la Policía combatieron las acciones de las guerrillas, pero la
conflagración fue inminente en medio del terror anticomunista vivo que se plasma, entre otras
cosas, en el exterminio local y nacional del partido político de izquierda Unión Patriótica (up).
Simultáneamente, en la década de 1980, los carteles del narcotráfico crearon ejércitos privados
que, junto con iniciativas contrainsurgente de comerciantes, terratenientes, ganaderos, políticos
y militares, desembocaron, en los noventa, en las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá
(accu) y, posteriormente, en las Autodefensas Unidas de Colombia (auc). De esta manera, los
asesinatos selectivos y las masacres fueron el reflejo de un giro en el conflicto en Colombia con
la incursión de los grupos paramilitares confederados. En Urabá, se registraron 96 masacres
en la década de 1990, una por mes entre 1992 y 1993, y una cada veinte días entre 1994 y
1995. El exterminio también puede ser leído en los 2.950 asesinatos perpetrados, entre 1995 y
1997, en una región de aproximadamente 500 mil habitantes en aquel periodo (Suárez 2007).
Al comienzo de 2010, fueron registradas 17 mil víctimas en Urabá, que corresponden a la época
de consolidación del control paramilitar en Urabá (1997-2005) (periódico El Heraldo de Urabá,
segunda mitad de enero de 2010: 1).
Nosotros interno y nosotros transitorio… 127

78°W 77°W 76°W 75°W 74°W

Santa Marta

Mapa 1. Localización de Urabá Barranquilla


11°N

11°N
AT L Á N T I C O
Océano Atlántico
Cartagena MAGDALENA
CONVENCIONES
Urabá Antioqueño
10°N

10°N
Urabá Chocoano
Departamento de Chocó
Departamento de Antioquia
Municipios Sincelejo

Límite Departamental CESAR


América
9°N

9°N
San Juan de Urabá
Arboletes Montería
SUCRE
B O L Í VA R
Acandí
Necoclí
CÓRDOBA
San Pedro de Urabá Valencia
Tierralta
Turbo

Unguía
8°N

8°N
Apartadó
Carepa
Chigorodó N O R T E D E S A N TA N D E R
Riosucio

Mutatá

Murindó
7°N

7°N
Océano Pacífico

ANTIOQUIA
Vigía del Fuerte
S A N TA N D E R

Medellín

CHOCÓ
6°N

6°N

Quibdó

B O YA C Á

CALDAS
5°N

5°N

RISARALDA CUNDINAMARCA

0 15 30
µ 60 90 120
Q U I N D I OT O L I M A
BOGOTÁ
Km VA L L E D E L C A U C A
1:3.000.000 M ETA
4°N

4°N

78°W 77°W 76°W 75°W 74°W


128 Estado, violencia y mercado…

disposición, pero el barrio ya no era el escenario de las luchas intestinas


entre las guerrillas y sus respectivas milicias. En aquel momento, el barrio
ya estaba bajo control de los paramilitares6 y los encargados de la “seguri-
dad” del área —los llamados “urbanos”— vivían a tres casas de distancia.
Semanas después, cuando los rumores del regreso de la madre de Martín
llegaron a oídos del comandante paramilitar del barrio, y enseguida a los
del comandante regional de los paramilitares, ella fue asesinada por “ser
guerrillera”.
“Estar desahuciada” es una forma de decir que no se huye más de la
muerte. En este contexto, las marcas, la proximidad y la inminencia de la
muerte son más evidentes. Por esto ella decidió regresar a Urabá y vivir
“en la casa del enemigo”, es decir, en el fortín que otrora fue territorio
aliado. El desengaño de la madre de Martín tiene que ver con la muerte
de sus hijos. Pero, también, con las condiciones que desafían las clasifi-
caciones que se puedan hacer sobre los supuestos bandos en pugna. El
primer hijo asesinado era un “urbano” de los grupos paramilitares. Era,
por ende, paramilitar, aunque de madre comunista. Irónicamente, ella fue
asesinada por los propios paramilitares en Apartadó. El otro hermano de
Martín, asesinado en Medellín durante el exilio, había sido “miliciano” de
las farc, también en Urabá. Fue asesinado por pretender incorporarse al
Ejército, es decir, enlistarse en uno de los bandos enemigos. Los perpetra-
dores de la muerte fueron los mismos milicianos de la guerrilla, aunque
no se sabe con claridad si ellos pertenecían a las farc o al eln.
La madre de Martín fue llevada a una plantación de banano a las afueras
de Apartadó (ver Mapa 1). Los familiares “tuvieron suerte”, como se
dice en la región, pues el cuerpo fue recuperado para su entierro en el
cementerio, sin cortejo fúnebre. Antes de morir, ella pidió que no hicieran
nada contra su marido y su único hijo vivo, hoy el padre Martín.
La madre había sido víctima de varios intentos de asesinato, dos en
manos de “El Pato”7, un asesino que, incluso, fue vecino de la familia de
Martín. “El Pato” había sido guerrillero, como muchos de los guerreros
6 El germen de lo que serían las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (accu) se
instaló en la región a finales de la década de los ochenta. Esta organización, con un discurso
inicial basado en la contrainsurgencia, fue heredera de las Autodefensas Campesinas de Segovia
(nordeste de Antioquia), fundadas por los hermanos Castaño, en 1981, con apoyo de miembros
de las fuerzas militares asentadas en la región. En la segunda mitad de los noventa, los hermanos
Castaño ya habían comprado tierras en Córdoba, Urabá, suroeste de Antioquia y en las regiones
meridionales de ese departamento, gracias a recursos provenientes del narcotráfico. Uno de sus
objetivos territoriales fue la creación de bases en el norte de Urabá. Esto después de “derrotar”
al epl en su nido original, en Córdoba. De hecho, las accu llegaron a Urabá con ese prestigio,
pero también con el propósito de consolidarse, según sus líderes, como una organización civil
contrainsurgente de ámbito nacional.
Nosotros interno y nosotros transitorio… 129

más temidos y asesinos profesionales de la región. No obstante, el también


“se había voltiado” (había cambiado de bando) al final de la década de
los noventa; estaba en ese entonces con los paramilitares. Su fama fue
sintetizada por Martín al decir que él era de aquellos asesinos que “co-
mienza a sentir dolores en el dedo el día que no mata”, incluso por causa
de su capacidad de no morir, resultado de brujería. “De bala nunca iba a
morir”, comentó el padre con firmeza.
En uno de los intentos de asesinato, “El Pato” llegó al lugar donde la
madre de Martín estaba, pero no logró ubicarla. Ella estaba allá, aunque
en presencia de sus asesinos era invisible. “Es por las oraciones”, me dijo
Martín. Rápidamente fijé mi atención en una cuestión que había comen-
zado a aparecer con insistencia, y pregunté si eso quería decir que ella
también tenía “aquel cuaderno”. Él se sorprendió por mi inquietud, sin
decir abiertamente que “aquel cuaderno” registra las oraciones de pro-
tección y las fórmulas de algunos hechizos. Martín quemó el cuaderno de
oraciones durante sus primeros años en el seminario por asociarlo a un
universo demoniaco.
Después de un silencio, pregunté si él haría lo mismo en la actualidad
y la respuesta fue negativa. Me confesó que “hoy” reconoce que no toda
mención al diablo remite a lo demoniaco. Y a esa altura de la conversación
logramos situarnos en otro registro, aquel que torna más complejas las
escogencias en el ámbito de la supervivencia y que permanece sin revelarse
si el investigador no logra alejarse de las ideas fijas de la naturalización y
la banalización de la violencia. En el caso de Urabá, me refiero a la idea
de que la causa del no cuestionamiento consuetudinario a la resolución de
conflictos por vías violentas (y armadas) es la propia violencia infligida
y generalizada, evitando la explicitación de escogencias, motivaciones y
reflexiones de las personas implicadas en relación con lo que ellas mismas
denominan “guerra”.
El dilema que llevó a la elección de Martín por el sacerdocio dentro
de la Iglesia Católica no tiene que ver con la muerte directamente o con
los brotes de violencia —comunes para alguien que “creció en la guerra”,
como él mismo dijo—. Tampoco se relaciona directamente con la muerte
violenta de su madre y de sus hermanos, o con la falta de empleo y de
tierra. Lo que marcó su giro fue la constatación de la obligación de “arre-
glar” la muerte de alguien bajo la certeza de que “si él no es el muerto,
el muerto seré yo”. Este principio de “arreglar” que implica la orden, la

7 Alias sustituido para evitar su identificación. Los nombres de las personas cuyas voces, gestos
e historias se recogen en este texto han sido modificados.
130 Estado, violencia y mercado…

confabulación o la comisión de la desaparición o del asesinato de alguien


para poder seguir con vida permea la elección o la obligación de adherirse
a cualquiera de los grupos armados que ha existido en la región, permea
incluso las redes de relaciones y el parentesco más próximo. Es, justamen-
te, ese el límite de las posibilidades de escogencia y de una paradoja que
lo sostiene; pero es, al mismo tiempo, el motor de la opción disidente de
Martín al negarse a tener que “arreglar” la muerte de otro congénere.
La asociación entre ese sacerdote y determinadas trayectorias de la vio-
lencia me conduce a pensar en un nosotros interno, categoría de análisis
con la cual relaciono los términos nativos “guerra” y “territorio” como
englobados, a su vez, por la afirmación local de “ser de Urabá”. Tanto en
la caracterización de las categorías analíticas nosotros interno y nosotros
transitorio recurro a las voces de Alberto, Manuel y Danilo, actualmente
desmovilizados8 de las auc, y a las “versiones libres”9 que presencié en
abril de 2010 en Turbo (Ver Mapa 1). Con menos énfasis, traigo a con-
sideración la historia de Fernando, quien siempre se identificó como un
“guerrero”, aun sin ser excombatiente de las guerrillas de izquierda que
operaron en la región, y sin haber pertenecido a los grupos paramilitares.
Su historia reafirma algunos de los elementos identificados en la historia
del padre Martín respecto al nosotros interno, a saber: la pertenencia o
adscripción político-militar a diferentes grupos incluso dentro de un mis-
mo núcleo doméstico y/o familia; la posibilidad del cambio de bando o
de grupo armado a depender de quien tenga el control del territorio en
determinado momento y bajo la primacía del sobrevivir; la alternativa de
un exilio conjunto a personas de distintos bandos bajo el principio de “ser
de Urabá”, y la supervivencia como un estado que se deriva del imperativo
de “arreglar” la muerte de alguien y de la idea de que quien está con vida,
pero bajo amenaza, tiene un plazo para morir refrendado diariamente (el
trasfondo del estado desahuciado de la madre de Martín).
Ya en el caso de la trayectoria de Fernando, los elementos resaltados
indican específicamente la existencia de una paradoja relativa al nosotros
interno en Urabá, que, como veremos, opaca la oposición víctima/victi-
mario, y se centra en dos aspectos: el imperativo de “combatir al enemigo”

8 La Ley 975 de 2005, llamada Ley de Justicia y Paz, facilita los procesos de paz e incor-
poración individual y colectiva a la vida civil de miembros de grupos armados —guerrillas y
autodefensas—, además de garantizar los derechos a la verdad, a la justicia y a la reparación
de las víctimas, por las vías administrativa y judicial.
9 Diligencias realizadas desde 2005 con los “postulados” a la Ley de Justicia y Paz, que buscan,
en principio, el esclarecimiento de la verdad y el establecimiento de condiciones de reparación
y resarcimiento de las víctimas.
Nosotros interno y nosotros transitorio… 131

y la percepción de que “el enemigo está dentro de nosotros”. Para la ca-


racterización del nosotros transitorio empleo las apreciaciones de los des-
movilizados de las auc con quienes tuve largas interlocuciones y parte de
los acervos discursivos de comandantes de las auc, a partir de diferentes
fuentes, para demostrar que esa categoría indica una adscripción durante
el tiempo de duración de la “guerra”, es decir, un vínculo identitario vá-
lido mientras se pertenezca a la “organización” pues esa identidad expira
con la deserción, con la muerte y, en gran medida, con la desmovilización,
como se indaga en este escrito.

El “ser de Urabá”
Los itinerarios de Manuel y Alberto son similares, en la medida en que
ellos hicieron parte de la guerrilla del epl en la década de los ochenta y,
posteriormente, se integraron a las filas de las auc. Alberto perteneció al
Bloque Élmer Cárdenas hasta la desmovilización, en 2006; Manuel, por su
parte, describió la trayectoria completa de un “típico guerrero urabaense”,
pues perteneció a las Juventudes Comunistas (Juco), posteriormente fue
guerrillero del epl y después se alistó en las filas del Bloque Catatumbo de
las auc —que a pesar de no actuar en Urabá,10 reclutó a muchos jóvenes
de la región—. Aunque combatió en aquel bloque en el departamento de
Norte de Santander, en la frontera con Venezuela, Manuel entró en el
proceso de desmovilización, en 2004, por el Bloque Córdoba de las auc.
Danilo, el más joven de los tres, perteneció al Bloque Córdoba y, según
él, entró en la “curva descendiente de las autodefensas”, en 2002, cuando
“combatir al enemigo”, es decir, a la guerrilla, había dejado de ser el
objetivo de las auc. En cambio, la vigilancia de los cultivos de coca se
había convertido en la tarea más importante de su bloque. Danilo había
sido soldado del Ejército Nacional, y por esa vía se facilitó su ingreso a los
grupos paramilitares. Aparte de esos sus recorridos particulares, los tres
tienen en común “ser de Urabá”.
En muchas conversaciones con excombatientes de las auc, afirmaron
que en las zonas de presencia paramilitar siempre se van a encontrar jó-
venes de Urabá. Al preguntar la razón, muchos mencionaron el carácter
10 Las auc llegaron a tener cerca de cuarenta bloques, o estructuras armadas relacionadas,
que sumaban aproximadamente 30 mil combatientes en todo el territorio nacional antes de las
desmovilizaciones, a partir de 2002. Los bloques de las auc que operaron en Urabá, denominados
Bloque Bananero y Bloque Élmer Cárdenas, iniciaron su proceso de desmovilización en 2004 y
2006, respectivamente.
132 Estado, violencia y mercado…

guerrero de la gente de Urabá, es decir, de los hombres de Urabá, vin-


culado a las armas y a la lucha por el territorio (ver Monroy 2013). En
Urabá, un guerrero puede tener varios “uniformes” a lo largo de su vida,
muchas oraciones y blindajes mágicos, y se piensa como guerrero porque
Urabá ha sido escenario de varias “guerras”.
De modo general, se habla de “guerra” para denotar las décadas de
los ochenta y de los noventa, tiempos caracterizados por la diversidad
de organizaciones y grupos armados en conflicto, de grupos políticos y
sindicatos. Además, la categoría “guerra” es empleada en las descripcio-
nes, relatos y referencias al periodo de incursión y control paramilitar en
los años noventa y a los eventos —masacres, desplazamientos y desapa-
riciones— correspondientes a la segunda mitad de esa década. También
es una categoría relacionada con el tiempo en que los combatientes mi-
litaron en alguna organización armada, aun cuando son más recurrentes
en los testimonios de desmovilizados de las auc, al enfatizar el periodo
de lucha contrainsurgente. Afirman que “la guerra” era motivada por el
“aniquilamiento del enemigo”, en su forma más genérica: la guerrilla. Por
ello, aseguran que “las autodefensas se acabaron”, aunque muchas de esas
estructuras permanezcan. Resaltan que, a partir de 2001, fecha que coin-
cide con la primera renuncia de Carlos Castaño11 al comando general de
las auc, comienzan a existir “bandas criminales” que sirven al tráfico de
drogas. El enemigo genérico se ha vuelto difuso, aunque continúe exis-
tiendo y la guerrilla sea vista como el origen, la génesis.12 Dice Alberto,
desmovilizado del Bloque Élmer Cárdenas de las auc:

Yo hablé con unos amigos aquí en Turbo y les dije: “Me quiero ir
de aquí”. Fue en el 2002. Me fui para las escuelas de entrenamiento en
Necoclí del Bloque Elmer Cárdenas. Allá, todo el mundo había sido
de la guerrilla. Es que, Silvia, todos nacimos de la guerrilla. La guerra
es como hablar una cosa y la misma, uno está en el otro, como A está
en B. Es un negocio de la burguesía, de la jerarquía, no sé...
Silvia: Y ¿tú crees que la guerrilla va a acabar o quedó diezmada
después de todo lo que hicieron los paramilitares?
Alberto: Las guerrillas no acaban. Las autodefensas tampoco. En
todos los rincones hay guerrilla. La guerrilla tiene sus asentamientos
11 Máximo comandante de las auc entre 1997 y 2001 (aproximadamente, pues en ese año se
reporta su primera renuncia a la comandancia general de las auc). Cofundador de las Autode-
fensas Campesinas de Córdoba y Urabá (accu).
12 “Somos la consecuencia, somos generados por la guerrilla, por su existencia”. Carlos Castaño
(citado por Salas 2008: 159).
Nosotros interno y nosotros transitorio… 133

políticos. Ahora mismo ellos están más fuertes que las autodefensas
porque tienen el respaldo de los países socialistas.
En otro diálogo, Manuel afirma:
El odio a la guerrilla nace por las acciones. La guerrilla no va a
volver, ella está entre nosotros.

La trayectoria de Manuel, soldado del Ejército Nacional, posteriormen-


te guerrillero del epl y paramilitar, y en su adolescencia miembro de las
Juventudes Comunistas, hoy desmovilizado por el Bloque Córdoba de las
auc, confirma que la condición de guerrero se mantiene a pesar de la vin-
culación, nunca simultánea, a diferentes grupos, bandos y organizaciones,
sean consideradas de izquierda o de derecha. Esa condición trasciende,
incluso, la frontera entre legalidad e ilegalidad de estos conglomerados
armados y sus actividades, siendo una cuestión confirmada por Alberto
—también desmovilizado de las auc pero antes guerrillero del epl—al
comentar sobre la proliferación de nuevas empresas privadas y escuelas
de formación de guardias y escoltas: “En la cuestión de seguridad, todo
el mundo sabe que lo que menos importa es la legalidad”.
Aunque exista la posibilidad del cambio de “uniforme”, el retorno al
punto de partida, es decir, a la guerrilla, depende de la configuración de
los grupos dominantes en el territorio. Así, por ejemplo, durante el perio-
do correspondiente al trabajo de campo (2009-2010), se consideraba que
la región estaba aún bajo dominio paramilitar y de las estructuras que
sobrevinieron a la desmovilización13 de las auc. Es más, podría decirse
que desde finales de los años noventa hasta 2006 —dos años después de la
desmovilización—, la cotidianidad de Urabá giraba en torno de la certeza
de que los grupos paramilitares habían vencido; ellos y su maquinaria,
fundada en el poder de corrupción heredado, en gran medida, de la es-
tructura mafiosa del narcotráfico.14 En ese sentido, el enemigo genérico
continuaba siendo la guerrilla. Por ello, durante mi estadía en Urabá, era

13 El trabajo de campo quedó circunscrito a la zona urbana de las poblaciones de Urabá,


es decir, fue realizado en un territorio bajo evidente dominio paramilitar y de las estructuras
armadas posteriores a la desmovilización. La disputa territorial y la presencia guerrillera eran
atribuidas a regiones rurales cercanas a las sierras chocoanas y a la serranía de Abibe.
14 En la última década, no obstante, se invirtió ese orden, pues el narcotráfico había empleado
los contingentes armados para funciones más específicas: la seguridad de los cultivos de coca, de
los laboratorios y de las rutas de salida de droga, y Urabá era la bisagra entre zonas productoras
y puertos de embarque. Hoy en día existen, de hecho, zonas de plantaciones de coca compartidas
por guerrillas y grupos descendientes de los extintos bloques paramilitares, cuyos miembros aún
con conocidos como “paras” o “parascos”. Esta misma situación ocurre con los miembros de
los grupos armados ilegales agrupados bajo la denominación “bandas criminales” (Bacrim), que
operan tanto en zona rural como en la parte urbana de los municipios de Urabá.
134 Estado, violencia y mercado…

muy raro escuchar a alguien decir que había tenido o tenía un familiar,
amigo o “conocido” en la guerrilla (farc o eln, en especial, por ser gue-
rrillas aún en actividad). Es claro que la mayoría de las voces de este texto
corresponde a desmovilizados de las auc, el “uniforme” más reciente.
Los encuadramientos políticos y alineamientos con los grupos armados
de la madre y de los hermanos del padre Martín a finales de la década
de los noventa demuestran hasta qué punto esas opciones están cubiertas
por la existencia de un nosotros interno que permite, incluso, el exilio
conjunto en situaciones extremas de peligro, a pesar de la pertenencia a
bandos contrarios. La experiencia del exilio se basa en el principio de “ser
de Urabá”. Por otro lado, el nosotros interno es también consecuencia del
presupuesto de que cualquier persona puede ser el enemigo que se va a
exterminar. Este designio es la guía del guerrero que, más que “ser de
Urabá”, pertenece al territorio, es decir, tiene una relación metonímica
con él. Por ello, el retorno del exilio es también una constante. Algunas
personas, como lo ilustra la decisión de la madre de Martín, prefieren
volver y morir en Urabá. Escuché testimonios similares no solamente de
combatientes de los diferentes grupos, sino también de una monja católica
que vivió el auge guerrillero en la década de los ochenta—quien llegó a
llamar “plaga” a la guerrilla y a justificar la misión de las “autodefen-
sas”—y quiso regresar para vivir sus últimos días en Urabá. Con más de
setenta años de edad, ella también se sentía sobreviviente y guerrera, y
decía “pertenecer” a Urabá, es decir, tal expresión es una derivación del
principio del “ser de Urabá”.
La muerte de la madre de Martín “por ser guerrillera” fue perpetrada
por paramilitares. En esa situación, el encuadramiento armado es más
claro. Sin embargo, en el caso de los hermanos de Martín, el primero de
ellos perteneciente a los grupos paramilitares, y quien fue ejecutado por
ellos, y el segundo, quien siendo de la guerrilla decidió incorporarse al
Ejército regular y terminó siendo asesinado por las milicias de la gue-
rrilla en Medellín, se evidencian fallas en el alineamiento vigente, en el
comportamiento asociado al “uniforme” del momento. De esta forma, la
muerte se torna conspicua, esperada y es vista como un accidente laboral
en una cotidianidad que gravita en torno de la división entre enemigos y
aliados.15

15 El asunto de la mentalidad generalizada que identifica al “otro” como enemigo fue señalada
por autores que han investigado en Urabá (García 1996, Mandariaga 2006, Uribe 1992, Blair
1999). En gran medida, la nefasta identificación de la labor sindical con el comunismo, en los
años ochenta, implicó la superposición del reconocimiento de los derechos del otro y de la lucha
Nosotros interno y nosotros transitorio… 135

Los uniformes del guerrero


El cambio de “uniforme” es un trazo que marca en la vida (masculina) en
Urabá; un rasgo sociológico central16. No obstante, otras dimensiones son
importantes y, por consiguiente, haré un rápido sobrevuelo sobre ellas. En
primer lugar, el cambio de uniforme es más frecuente entre combatientes
rasos que entre altos mandos. Desde esta perspectiva, el guerrillero, el
enemigo genérico —y no el soldado de las Fuerzas Armadas, por ejemplo—
es considerado más fuerte, el más temible. En la mayoría de casos, este
rasgo del guerrero pleno está relacionado o con su pasado campesino, o
con su prematura socialización en la guerra. En muchos testimonios se
destaca el hecho de que muchos guerrilleros “nacieron en combate”, “en
el monte”, o que entraron a las filas cuando tenían entre doce y quince
años de edad.
Existe otro ordenamiento social que incluye una clasificación de la po-
blación en términos de su disposición hacia la “guerra”. En esa clasifi-
cación, el indígena está en uno de los extremos; él es, incluso, el límite
extremo de lo que se concibe como sociedad civil. La frontera étnica re-
salta los contornos del enemigo; no obstante, el componente indígena es
fundamental para la construcción mágica del guerrero: el hombre que haya
sido “blindado” (sellado espiritualmente) por un indígena es invencible.
Como contraparte del indígena, el “campesino” ocupa un punto inter-
medio en la clasificación. Él puede ser enemigo en la medida en que su
condición de campesino lo convierte en uno de los mejores guerreros, es
decir, un guerrero pleno. Pérez (2008) identifica un aspecto similar en su
caracterización de los militantes del eln, pues el origen crea una divi-
sión entre urbanos y campesinos dentro de las filas. Los campesinos son
considerados combatientes insuperables y, por lo tanto, son idealizados
en su idoneidad como militantes o ejemplares de la lucha revolucionaria;
mientras que los urbanos, algunos de ellos llamados “intelectuales”—pro-
venientes de clases medias escolarizadas— son idealizados en su calidad de
“dirigentes”, siendo estas categorías usadas dentro de las filas y trabajadas
analíticamente por Pérez (2008).
De todas maneras, la disposición de luchar sin tregua en un grupo ar-
mado, la necesidad de aprender a luchar para sobrevivir en otros espacios
contra el “enemigo”. Con el exterminio, considerado contrainsurgente, se afianzó ese tipo de
identificación y reconocimiento como presupuesto de toda relación social posible.
16 Para futuros desarrollos analíticos del énfasis etnográfico que aquí se construye se tendrán
en cuenta trabajos previos sobre masculinidades y la relación con las trayectorias en la guerra
o medidas por el ejercicio de la violencia.
136 Estado, violencia y mercado…

sociales, aspecto identificado por Bolívar (2006) en los discursos de las


farc durante las negociaciones de paz con el gobierno de Andrés Pastra-
na (1998-2002), me parece más pertinente en esta discusión. Por ello, en
los discursos de las farc, se exalta este rasgo del guerrero moldeado a par-
tir de la figura del colono, del campesino o, mejor, del campesino-colono.
De este modo, se valida, a largo plazo, como una forma de existencia “en
la guerra” sin importar el grupo armado al cual se pertenece o se pertene-
ció. Esto quiere decir que la vida diaria, la cotidianidad, se viven bajo el
imperativo de que se está en guerra y, por ello, la adscripción a un bando
se hace conspicua, se concibe como el estilo de vida posible.
En los discursos oficiales de las auc y en las entrevistas, testimonios y
declaraciones de los comandantes que llamo de alto rango, la expresión
“autodefensas campesinas” no suele ser sustituida por el nombre “grupos
paramilitares”, atribuido por los medios, por el Estado y por la opinión
pública informada. El término “autodefensa” legitima el origen espontá-
neo, “nunca ilegal” y multilocalizado de fuerzas contrainsurgentes. Las
“autodefensas” serían iniciativas locales y regionales fundadas en el dere-
cho a la legítima defensa frente al hostigamiento de la guerrilla, en vista
de la ausencia del Estado. En una escala menor, como Urabá, la regla de
hablar de autodefensas, y no de paramilitares, se cumple al pie de la le-
tra. Alberto y Manuel, por ejemplo, cuestionaron la ilegalidad de las auc,
pues el error del Estado consistió en no reconocer el derecho a la legíti-
ma defensa—como también fue expresado por el propio Carlos Castaño
(Salas 2008: 162).
El adjetivo “campesino” de las “autodefensas” recuerda que es el gue-
rrero pleno, en el contexto de una guerra hecha por las armas, pero que
aspira a la propiedad de la tierra y al control del territorio. De todas
maneras, existe la tendencia, de todos los bandos, a construir la defen-
sa nacional sobre la base de una referencia explícita a imágenes rurales,
en las cuales el recurso de las armas se legitima por el propio contexto
(Woodward 2000). La división urbano/rural, en la práctica de la guerra,
es decir, en la perspectiva del combatiente raso, tiene otra connotación,
pues tiene que ver con el origen del combatiente, que está relacionado, a su
vez, con las posibilidades de identificación del enemigo. En las ciudades, o
en la parte urbana de los municipios de Urabá, el enemigo es más difuso y
fragmentado, mientras que en zona rural la propia guerra se experimenta
como un estado menos degradado. Las actividades que constituyen esa
guerra no degradada son el combate y el patrullaje. Las actividades de
un “urbano” —en el caso de los paramilitares— o de un miliciano —en el
Nosotros interno y nosotros transitorio… 137

caso de las guerrillas—son consideradas degradadas, debido a la obliga-


ción implícita de matar a cualquiera fuera del combate, en muchos casos
un vecino, un conocido, un amigo e, incluso, un familiar. Dice Alberto:

Uno en el campo tiene apenas identificado quién es el enemigo, la


guerrilla y el Estado. En las ciudades hay de todo: la población civil,
la guerrilla, el das, la Fiscalía, la sijin... Tienes todas las leyes de
Colombia, las leyes de seguridad.
Silvia: En el tiempo que estuviste allá [en el departamento de Chocó]
¿enfrentaste al “enemigo”, entonces?
Alberto: Claro. A sangre y fuego. El Frente 57 de las farc.

En otro momento, Alberto completa:

La guerra en el casco urbano es distinto porque hay de todo, en el


casco urbano, la mayoría anda armado. Tú me das, yo te doy, tú me
das, yo te doy. A la ley americana. Eso se ve aquí en Turbo... Allá el
que es campesino de verdad anda desarmado, con un machete y una
atarraya. Cuando yo fui al área, ya estaba más despejada, ya el civil
había salido, los civiles eran intocables mas, sin embargo, algunos que
quedaban eran colaboradores de la guerrilla.

La sospecha de que el “otro” es el enemigo alimenta las relaciones socia-


les en la cotidianidad, incluso dentro de la misma vida en combate. De ahí
que, en áreas de tradición guerrillera o durante las primeras incursiones
contrainsurgentes, los reglamentos internos tendieran a ser más severos.
Disentir o discrepar de un comandante, beber alcohol fuera del tiempo de
descanso, usar drogas o dormir durante la guardia eran actos penalizados
con la muerte. Al parecer, a medida que se fue consolidando el control de
los grupos paramilitares en las regiones, los comandantes pasaron a ac-
tuar con menor severidad. Esas estrategias de terror pretendían reformar
al potencial enemigo que ingresaba en las filas y, en otros casos, reforzar
la identidad que aún no había expirado: el “uniforme” actual.
Las jerarquías dentro de las auc no fueron suficientemente detalladas
en los testimonios de mis interlocutores. No obstante, la división rural/ur-
bano es estructural a la “organización”. Los grupos con actuación en áreas
rurales cumplían funciones de combate, control de ingreso y salida de los
territorios y vigilancia de los cultivos de coca y de las rutas de salida de
la droga —sobre todo después de la conclusión de las cruzadas contrain-
surgentes de finales de la década de los noventa—. Esas funciones eran
138 Estado, violencia y mercado…

responsabilidad de los “patrulleros”. Dentro del grupo de “patrulleros”


(combatientes rurales) había algunas funciones más específicas relacio-
nadas con coordinación y logística, como comunicaciones y cuidado de
heridos y enfermos.
Los “urbanos”, modalidad vigente aún en 2010, actúan bajo las órde-
nes del comandante regional quien, en varios casos—de acuerdo con mis
interlocutores—, coincide con el comandante del bloque regional. El “co-
mandante de los urbanos” controla la vida en los municipios que tiene
bajo su tutela. Durante el trabajo de campo, el dominio era ejercido me-
diante tres acciones: matar, desterrar y cercar. Mientras que el patrullero
(guerrero campesino) es idealizado por ser considerado el guerrero pleno,
el “urbano”, fuera del “área” rural y del combate, está más próximo al
asesino, al delincuente. Ambas cualidades desafían el nosotros interno,
puesto que muchos comandantes rurales, incluso, llegaban a perdonar la
vida de sus patrulleros, es decir, “no se ensuciaban las manos”, y deja-
ban ese trabajo de venganza interna a los “urbanos”. Se cree que estos
últimos pueden matar, no en nombre del grupo, pero sí a título perso-
nal. Por esto, ellos pueden ser “torcidos”, categoría próxima a la idea de
traidor. Dicho de otra manera, el patrullero ideal, cambia de uniforme
varias veces, pero tiene una protección frente a las sospechas conspicuas
de traición. Mientras tanto, el “urbano”, fuera de la moralidad colectiva
que exalta al guerrero pleno en la lucha por el territorio, es blanco de
sospecha generalizada. En palabras de Manuel:

El urbano es la persona más caliente que puede haber, es el que todo


el mundo lo conoce. Es el que tiene que matar. Uno mata una persona
por allá en el monte y dicen: “lo mataron los ‘paracos’”, pero no dicen
“fulano lo mató”. Si soy urbano van a decir que yo lo maté, todo el
mundo me vio matarlo. Es que le digo que uno en el área se libra de
mucha cosa. Como yo les decía: “Aquí yo vine a combatir el enemigo
y no a matar a todo el que se me atravesara”. En el combate es la vida
de él o la mía, porque si yo no lo mato, él me mata. Si ya, por decir,
ese guerrillero se dio por vencido, se entregó y lo quieren matar, que lo
haga otro. Ese es un hombre que prácticamente se humilló. Eso sería
como un acto de cobardía. El urbano es 100 % mandado: “Vaya mate
a fulano” y si se le voló, le pegan una puyáa... Si lo vuelven a mandar
y no hace las cosas bien, dicen que es un torcido, y dicen: “Éste es un
torcido, mátenlo”.
Nosotros interno y nosotros transitorio… 139

Existen tres comportamientos que pueden poner en jaque el nosotros


interno, dentro de las filas: “regalarse para matar”, “ser un mandado”
y “pintarse”. La primera situación puede traducirse como ofrecerse para
matar. Esos combatientes se alejan de los parámetros de quien lucha para
“acabar con el enemigo”, entrando en los campos de la locura. Son perso-
nas que se prestan para el asesinato sin meditación, incluido el asesinato
de los propios compañeros cuando ellos comenten alguna falta. Además,
se postulan para practicar tortura y para el asesinato de niños, eventos
señalados en las narraciones más horripilantes. Las historias de ese com-
portamiento son relatadas, en su mayoría, por patrulleros, combatientes
de zonas rurales alejadas. Esos sujetos son los “asesinos perfectos”, como
fue señalado por Manuel. Ellos escalan la jerarquía de una manera rápida,
pero solamente hasta cierta altura y no sobreviven durante mucho tiempo.
Aquel que logra ser comandante, y que suele sobrevivir más tiempo, sabe
cumplir órdenes—de asesinar, amenazar, amedrentar—; aunque también
sabe hasta qué punto puede ensuciar sus manos y cómo usar los servicios
de aquellos que “se regalan”.
“Ser mandado” es una actitud relacionada en los relatos de desmoviliza-
dos de las auc con los “urbanos”, paramilitares encargados de la vigilancia
de barrios y veredas. Ellos ejercen el control mediante su presencia, siem-
pre amenazadora. Armados, cuentan con vehículo (moto, principalmente)
a su disposición. Ellos pueden ejecutar asesinatos o participar en masacres
—como ocurrió durante la década de los noventa. Durante el trabajo de
campo, establecí que su función era de vigilancia y recaía sobre algunos
de ellos la responsabilidad de cometer asesinatos selectivos, o “asesinatos
ambulatorios”, en las palabras de Alberto. Esta proximidad con el ase-
sino a sueldo, con el sicario, tiende a ser vista como una degradación del
guerrero ideal. Implica que la persona recibe una orden para asesinar a
alguien específico; es decir, la “mandan a matar” fuera del campo de ba-
talla o de la incursión armada (en pro de “recuperar” un territorio). El tal
sentido y en épocas más recientes, consideradas periodos de control para-
militar, y no de incursión, “urbano” que matara por cuenta propia, o sin
una investigación previa de la víctima, podía ser desterrado o asesinado
por sus propios compañeros.
Asesinar fuera del combate es como matar fuera de la “guerra”. Ade-
más, como resalté, en la parte urbana el enemigo es más difuso. Por esto,
un “urbano” debe cumplir órdenes, “es mandado”; la identificación que
él haga del enemigo es una cuestión subsidiaria. En muchos casos, el “ur-
bano” recibe la encomienda del asesinato, bajo una amenaza que puede
140 Estado, violencia y mercado…

conducir a su propia muerte. Algunos desmovilizados comentaron que, a


finales de los años noventa, los “urbanos” debían entregar el documento
de identificación de la víctima para recibir el pago, lo que, al parecer, no
sucedía con los “patrulleros” en áreas rurales.
A pesar de que los comandantes urbanos tengan cierta autonomía a la
hora de ejecutar crímenes, los “urbanos” de su grupo no la tienen. Aquel
que mata a alguien por iniciativa propia puede ser castigado con la muerte.
La actuación más individual del urbano, fuera del combate, atenta contra
la estabilidad del nosotros interno. “Pintarse” (exhibirse) revela una de
las pocas valoraciones positivas acerca de la sociedad y del núcleo social
más próximo. Es una expresión en la que está implícito que los civiles no
son, necesariamente, cómplices, hipócritas, enemigos o favorecedores de
la guerra. Algunos ex patrulleros afirman que ellos preferían internarse
en la selva, a “pintarse en el pueblo”, matar a sus coterráneos. Manuel
comenta:

Entré en las autodefensas, pero no les di el placer de trabajar en


mi pueblo. Yo no iba a matar gente de mi pueblo; matar gente, yo
hacía eso porque era obligado, pero no a matar y descuartizar niños.
Hay personas que se transforman, que se regalan para matar. Una
vez mandaron matar tres niños. Yo me quedé callado porque siempre
había alguien que se regalaba para matar. Allá cuando se comprobaba
que alguien era guerrillero, había que eliminarlo. Aquí es diferente,
porque el comandante dice: “Mate a fulano” y uno no sabe nada de
esa persona. Y ahí ¿qué pasa? Uno se va pintando en el pueblo. Por
eso cada seis meses los grupos urbanos tienen que rotar.

Alberto agrega:

En un principio la gente se brindaba [se ofrecía gratis], la gente


fiebrosa [eufórica, afiebrada] de identificarse con el atuendo de las au-
todefensas. La gente se metía sin saber cuál era el problema. Yo oía a
un amigo diciendo: “Fulano se regala, el comando lo va teniendo en la
cuenta: ese me sirve para hacer vueltas [crímenes]”. Es mandadero, es
uno que se pinta de blanco. Se pinta por 200.000 ó 300.000 pesos y ya
después no sabe ni lo que hizo... La guerra es una causa en la cual el
Estado deja de ser Estado, se subordina a esos grupos. Los grupos lo
subordinan.
Nosotros interno y nosotros transitorio… 141

Combatiendo al enemigo que está entre “nosotros”


Fernando había logrado superar los treinta años de edad viviendo en Ura-
bá la mayor parte de su vida. Se enorgullecía de haber mantenido cierta
independencia frente a propuestas de vinculación a algún grupo armado y
de estar vivo. No obstante, durante nuestras conversaciones se fue identi-
ficando como “guerrero” y, por lo tanto, como un “típico” joven de Urabá.
Su padre había sido “desaparecido” por los grupos paramilitares, según
las versiones que él recopiló durante los quince años siguientes al hecho.
A pesar de eso, nunca hubo una prueba material de su supervivencia.
Ingresó al Ejército meses después de la desaparición de su padre, pero
también consideró la idea de irse para el seminario. Al final, permaneció en
el Ejército un año y medio. Posteriormente, trabajó en varias empresas y,
en pleno control paramilitar al final de la década de los noventa, decidió,
por recomendación de un primo suyo que “ya era comandante” de las
auc, ingresar en los grupos paramilitares, sin cuestionar el hecho de que
ellos eran los responsables por la desaparición de su padre. De hecho, él
reconoció que esa cuestión fue traída a colación por mí, y no por él.
Fernando permaneció algunas semanas en el campamento de entrena-
miento, pero no quiso ingresar en la “organización”. En varias ocasiones
pregunté si él había sopesado otras opciones de vida que no abarcaran la
posibilidad de quitar la vida a otros. Su respuesta fue contundente: “A
usted le gusta trabajar con gente, por eso es antropóloga. A mí me gustan
las armas. Eso es lo que hago, entonces hasta ahí, y además usted no
vivió la guerra”, refiriéndose a la década de los noventa pero resaltando
que yo no podría comprender la guerra por ser alguien que “no era de
Urabá”. Esos dos elementos que están en la base de mi extranjería respec-
to a Urabá evidencian que la noción “ser de Urabá” implica la relación
metonímica entre territorio, guerra y pobladores que, a su vez, permite
que se dé el cambio de adscripción de quienes se desempeñan como com-
batientes. Esa retroalimentación entre una escala social amplia—ser de
Urabá—y una más discreta respecto a la perpetuidad de la opción por
la guerra como una forma de vida ineludible puede pensarse como una
definición del nosotros transitorio.
La reacción de Fernando confirmó la conclusión de que los guerreros—en
la visión de ellos mismos— solamente pueden ser forjados en la guerra, del
mismo modo que un grupo de guerra se descubre en el campo de batalla,
y que en la acción de matar son moldeados los ejecutores de masacres
(Sémelin 2009). A pesar de que él no hubiera pertenecido a la guerrilla, ni
142 Estado, violencia y mercado…

a los paramilitares, y no hubiera continuado dentro del Ejército, se veía


a sí mismo como guerrero por haber vivido la guerra y por ser de Urabá.
Y, además, por haber tenido que escoger sobre su propia vida a partir de
la muerte de otro, del mismo modo que el padre Martín.
Durante nuestros encuentros, Fernando solía resaltar mi condición de
extranjera, en el sentido de no ser de Urabá. En varias ocasiones, me re-
cordó que si yo hubiera llegado a Urabá diez o quince años atrás, habría
sido irremediablemente asesinada, porque en aquella época “los paracos no
investigaban” y los desconocidos eran relacionados, de inmediato, con el
“enemigo”. Habían transcurrido diez o quince años, pero, para Fernando,
el enemigo continuaba dentro de “nosotros”. Un año después de haber-
lo conocido, con encuentros y conversaciones frecuentes que estrecharon
nuestra relación, lo busqué para despedirme, cuando mi regreso a Brasil
era inminente. Le pregunté si confiaba en mí, o si había confiado de mí
en algún momento. Él me respondió: “No, usted debe tener un guardado
[secreto], yo todavía no sé si usted es de la guerrilla”. Se parte, por lo
tanto, del presupuesto de que “el enemigo” hace parte de “nosotros”—y
está entre nosotros. Por ello, es difícil acabar con él. El enemigo solamen-
te puede ser neutralizado, nunca exterminado porque sería acabar con
“nosotros”. En ese sentido, Alberto comenta: “La guerra no nos quiere;
a veces la guerra es neutralizar, neutralizar el enemigo por ciertas partes
y solamente por el hecho de estar adentro, a veces ni siquiera ataca. A
veces no se hace ningún tiro”.
En masacres y genocidios, la representación del otro es total, es decir,
él es “totalmente enemigo”. Ocurre, por esa vía, una esencialización de su
diferencia, pues el enemigo pasa a no tener nada en común con “nosotros”
(Sémelin 2009). En el caso de Urabá es diferente porque el enemigo está
“dentro”, hace parte de nosotros, es de uno de “nosotros”, siendo éste es
un componente del nosotros interno.
La aparente contradicción de tener que combatir al enemigo y ser po-
tencialmente el enemigo se vincula a la noción de guerra irregular, re-
currente en los trabajos acerca del llamado conflicto armado colombiano.
Por definición, el carácter irregular de una guerra es un rasgo relacionado,
específicamente, con la opacidad de la diferenciación entre combatiente
y población civil. Esta última se convierte en el centro de gravedad de
la guerra no solamente por ser confundida con el combatiente, sino por
la relación de dependencia con él (Suárez 2007). La guerra es fuente de
sostenimiento económico, político, moral y logístico que activa una con-
currencia entre las partes en conflicto. Teóricamente, la violencia contra
Nosotros interno y nosotros transitorio… 143

la población civil, en el seno de una guerra irregular, se orienta a im-


pedir afinidades entre la población civil y el enemigo a través del terror
(represivo o disuasivo), para acumular fuerzas y para difundir el terror
desmoralizante en fases de consolidación y control, lo que contribuye al
sentimiento de pérdida y al convencimiento de la perpetuidad de la propia
guerra.
De acuerdo con Suárez (2007), la preponderancia de la población civil
es mucho mayor al tratarse de conflictos internos, diferenciales dramáticos
y agravantes del caso colombiano. Por ello, el grado de victimización de
civiles es letal. En Urabá, esos rasgos explican la tendencia a las masacres y
al recrudecimiento de las dinámicas de exterminio recíproco, como ocurrió
en los años noventa. En la esfera de lo cotidiano, el enemigo puede ser
cualquiera, mientras permanezca la necesidad de un enemigo genérico,
por más difuso que sea. Al mismo tiempo, cuando se tiene un enemigo
genérico, como “la guerrilla”, los enemigos cotidianos se personalizan. Esto
tiene que ver con la paradoja que sustenta al nosotros interno, que se
expresa en dos actos: “sapiar” y “dar dedo”. Así, el principal rasgo de la
sociedad civil en el contexto de la “guerra” reside en la oscilación entre
ser el enemigo—infiltrado, colaborador o “sapo”—y ser aquel que “da
dedo”, que señala, que denuncia ante el bando contrario, como veremos
enseguida.
En la visión de mis interlocutores—excombatientes de las auc—, por
esta razón la población civil hace parte de la “guerra”. Por un lado, los
“civiles” debían alinearse con la guerrilla o con los paramilitares—sobre
todo en zonas rurales—, lo que los convertía inmediatamente en enemigos
del otro bando. Por otro lado, muchas personas “dieron dedo” para cau-
sar la muerte de sus propios enemigos. He aquí la particularización de las
relaciones sociales dentro del nosotros interno, por medio del prisma que
divide estratégicamente el mundo entre enemigos y aliados, degradando
las posibilidades de solidaridad e instalando la desconfianza, como lo se-
ñala Alberto: “En Urabá tenemos otro sexto sentido, la desconfianza, y
es tan tuyo como mío”.
“Dar dedo” corresponde al señalamiento para que un grupo armado do-
minante proceda a la venganza, incluso de cuestiones surgidas antes de la
incursión o durante esta. Se habla, por ejemplo, de mujeres que denuncian
a sus ex-maridos, vecinos que se señalan mutuamente por problemas de
tierra y animales, y de acusaciones (falsas y reales) de violación, robo y
consumo conspicuo de alcohol y drogas. La sombra del enemigo genéri-
co—es decir, la guerrilla— y el tratamiento que se aplica a ese enemigo—la
144 Estado, violencia y mercado…

muerte— pueden terminar por alcanzar a la persona que ha sido denun-


ciada. Pero lo que ella haya hecho poco importa, pues la justificación del
asesinato es por “ser de la guerrilla”.
Aquel que “da dedo” también puede ser considerado “el enemigo” y,
por esa razón, puede ser asesinado bajo las órdenes del grupo contrario
al que ejecutó la muerte encomendada por él. En otros casos, muchos
comandantes, al sentirse engañados, asesinaban a la persona que, en su
visión, causó el error, es decir aquel que inició el ciclo de “dar dedo”. De
modo general, “entregar gente” o “dar dedo” es el horizonte perverso de la
validación social de la posibilidad de acabar con la vida de otro para salvar
la propia. La participación de los civiles en la guerra, haciendo parte del
nosotros interno, es equiparada a la acción de “neutralizar el enemigo”
realizada por los combatientes. Denunciar a alguien con acusaciones que
conducen a su muerte es una forma degradada de participar de la guerra
y, en principio, esto ocurre fuera del combate.
Ser “sapo” no es exactamente ser delator. Dar información al grupo con-
trario o a los organismos militares y de seguridad del Estado es solamente
uno de los elementos, pues “sapo” puede ser la persona que asiste a un
funeral o aquel que mantiene conversaciones prolongadas con personas in-
volucradas en cualquiera de los grupos armados existentes. Proporcionar
ayuda logística, técnica o económica entra en los terrenos de las categorías
“auxiliador” o “colaborador” del grupo opositor. Ayuda logística puede ser
dar agua a los combatientes, dejarlos dormir en el lote—no necesariamen-
te en la casa—, haber suministrado alimentos o vendido animales; esa
“colaboración” se realiza, al fin de cuentas, bajo amenaza efectiva o gra-
cias al miedo acumulado por el horror ya vivido. En todo caso, “sapos”,
“colaboradores” y “auxiliadores” son penalizados con la muerte o con el
destierro.

El nosotros transitorio
Los comandantes de alto rango y los combatientes rasos de las auc con-
formaron un nosotros transitorio, que cubre el tiempo de duración de la
guerra. Esta proporciona una identidad válida mientras se pertenezca a
la “organización”; después, esa identidad expira. En la fase de desmovili-
zación, como fue constatado durante el trabajo de campo, este “nosotros”
vinculado a la “organización” desaparece, lo que propicia, inicialmente, un
sentimiento de orfandad entre los combatientes; luego emerge una con-
Nosotros interno y nosotros transitorio… 145

ciencia de las paradojas de la guerra y las lecciones que ella deja. En esta
fase, se despierta el resentimiento hacia los comandantes que actuaron
como negociadores en el proceso de desmovilización.
Esta situación sucede, en general, entre los desmovilizados en proceso de
reintegración y que experimentaron la fase contrainsurgente de las auc17.
En síntesis, ellos son guerreros porque vivieron la “guerra”; ellos son hé-
roes porque tuvieron la misión de acabar con el enemigo, y son empleados
porque cumplieron con la tarea designada, lo que los transforma en bue-
nos empleados. De cualquier manera, es importante traer a la discusión
un rasgo identificado por Sémelin (2009) entre perpetradores de masacres
en Kosovo y Ruanda: ellos usan el argumento de la obligatoriedad y del
peso de las órdenes de los superiores para eximirse de responsabilidad por
los actos ejecutados, para disociar esa parte del yo guerrero y crear otro yo
capaz de asumir el control de su vida cotidiana, lejos del evento violento.
Es decir, otro yo que permita establecer un puente entre los postulados del
asesino: “cuántas cosas horribles hice”—allá— y “cuántas cosas horribles
tuve que hacer” —aquí— (Sémelin 2009).
De cualquier manera, para los combatientes rasos, inconformes con las
políticas de reintegración o no, es importante hablar de “organización”, y
no de “banda”, a la hora de relatar su experiencia dentro de las auc, espe-
cíficamente, pues el primer término los enmarca en una cruzada patriótica
que transformó el “100 % de estos pueblos que solo tenían guerrilla” en
lugares “controlados”. Hablar de “banda”,18 por su parte, los sitúa en la
vagancia, en la delincuencia y en el narcotráfico. En la esfera personal,
es común que ellos indiquen aspectos positivos relacionados con la gue-
rra, pero, fundamentalmente, con los legados de la “organización”. En las
palabras de Danilo:

Las autodefensas fueron violentas de una forma que es difícil ima-


ginar, pero como organización no. Allá aprendí a organizarme como
persona, aprendí a valorar mi familia. Con la ayuda humanitaria com-
pré un terreno, terminé mi carrera. El tiempito en las autodefensas no
me perjudicó, por el contrario, me benefició.
17 Para interpretaciones venideras se estudiarán los reclamos hacia líderes por parte de miem-
bros de sus grupos en otros conflictos o en casos como, por ejemplo, las acusaciones de subal-
ternos hacia comandantes de las ffmm indultados en Argentina.
18 Las principales bandas criminales (Bacrim) reportadas durante el trabajo de campo fueron:
Los Urabeños, Los Paisas, Las Águilas Negras y Los Rastrojos (Human Rights Watch 2012). En
2011, la consolidación de Los Urabeños en la región de Urabá fue ratificada mediante la presencia
armada en ocho municipios. Los Paisas también hacían presencia en Apartadó, mientras que
Los Rastrojos contaban algunos efectivos en Turbo (Indepaz 2012a y 2012b; oddr 2012).
146 Estado, violencia y mercado…

En su condición de reos, los comandantes más importantes de las auc,


en su mayoría extraditados a Estados Unidos a partir de 2009, se distan-
cian del “nosotros” de la organización y condenan la violencia ejercida
como intrínseca a los guerreros que estaban en sus filas. Este es el caso
de un combatiente como Manuel que, en la época en que pertenecía a
la guerrilla del epl, en la década de los ochenta, extorsionó a Salvatore
Mancuso por órdenes de superiores. Ya en los años noventa, Manuel cam-
bió de uniforme y pasó a pertenecer a los ejércitos contrainsurgentes de
las auc, de los cuales Mancuso—el hacendado extorsionado— llegó a ser
uno de los comandantes más importantes. La cuestión es que cuando ex-
pira el nosotros transitorio, esos combatientes también son ubicados en el
campo del enemigo. A él, Manuel, no le gustaba hacer la señal de la cruz,
pero cuando tuvo una discordancia con un comandante de alto rango de
las auc, en pleno acuartelamiento previo a la desmovilización, sintió que
sería, irremediablemente, asesinado.19
Los comandantes de alto rango solamente regresan al “nosotros” de la
organización cuando se refieren al heroísmo de sus hombres, al patriotismo
y a la deuda histórica que el Estado tiene con ellos; en caso de inconfor-
midad frente al proceso de Justicia y Paz, o cuando pretenden resaltar
la traición de los autores del pacto social que los engendró como “organi-
zación” o, incluso, cuando están siendo expulsados de ella, como ocurrió
con Carlos Castaño en 2001. Bajo esas circunstancias, terminan identifi-
cándose con el “enemigo”. El odio heredado se convierte en complicidad
por las propias frustraciones generadas durante las negociaciones, dentro
de la “organización” y en la supuesta reintegración a la sociedad: “Hay
momentos en que pienso que si no hubiera tenido razones para ser con-
trainsurgente, habría sido guerrillero” (Carlos Castaño, citado en Salas
2008: 131).
En otros casos, como consta en las “versiones libres”, el resentimiento
se dirige hacia el Estado o incluso hacia los “civiles”, encuadrados más
recientemente en la categoría “víctimas”, lo que ratifica el papel de la
población civil como eje determinante de la guerra y como el enemigo
potencial, aunque siempre difuso. No es en vano que, dentro de los fun-
damentos del discurso político de un paramilitar como Carlos Castaño
(Salas 2008) estuvieran la lucha contrainsurgente, la justicia y el reco-
nocimiento del carácter irregular de la guerra. Por la vía de la guerra
irregular se pretendía legitimar el exterminio de poblaciones identificadas
como guerrilla. Es importante notar cómo ese presupuesto se reproduce
19 Véase un fragmento del testimonio de Manuel al final del capítulo.
Nosotros interno y nosotros transitorio… 147

en boca de un combatiente como Alberto: “La ideología de la guerrilla se


basaba en la población civil. Nosotros atacábamos esas bases ideológicas,
que eran las que más colaboraron. Cuando tú compras algo robado, tú
eres ladrona”.
Desde esta perspectiva, el cumplimiento de los derechos humanos no es
de índole universal, sino particular, en la medida en que se concibe como
un ejercicio condicionado por las acciones del adversario. Es bien sabido
que las auc tenían asesores en derechos humanos (Monroy 2010), pero
la concepción de derechos por parte de sus comandantes20 , de los fun-
dadores de las auc y de los bloques regionales, principalmente, depende
de la oposición enemigo/aliado. En palabras de Freddy Rendón Herrera,
excomandante del Bloque Élmer Cárdenas, durante una “versión libre”:

Nosotros teníamos 1.200 hombres y 300 o 400 de civil. Es que no


existe, no se ha hecho un derecho internacional para casos de guerra
interna. Existe poca formación en derechos humanos, porque no hay
suficientes cárceles. A esas personas se les daba muerte por ser nuestros
oponentes, Su Excelencia. ¿Cómo es que uno va a discutir con la gente
de la Cruz Roja si la operación fue todo un éxito?

La tendencia a responsabilizar al Estado, específicamente, es más común


en el discurso y en los testimonios de los comandantes jerárquicamente
superiores, “los dueños del bloque” —expresión empleada por combatien-
tes rasos. No obstante, durante versiones libres colectivas en las cuales
los comandantes de algún bloque regional, junto con otros paramilitares
jerárquicamente inferiores,21 esclarecían hechos correspondientes a deter-
minadas “operaciones militares” perpetradas por ellos, el espectro de la
“organización” continuaba siendo eficaz. Durante esas versiones, dígase de
paso, las jerarquías dentro de los bloques de las auc se mantenían incluso
frente a los fiscales de la Unidad de Justicia y Paz. En varios momentos
de las versiones colectivas de miembros del Bloque Élmer Cárdenas, con
la presencia del “antiguo” comandante, “sus hombres” le solicitaban per-
miso para hablar y pasaban por alto la presencia del fiscal, supuestamente
máxima autoridad en aquel contexto.

20 Es una lectura idealizada en palabras de “El Alemán” que no se debe confundir con loa
doctrina de los ddhh y el dih.
21 Algunos de ellos habían estado encargados de la parte logística (comunicaciones, redes e
instalaciones eléctricas); otros eran comandantes militares—de escuadra, principalmente—, y
otros habían sido jefes de seguridad del comandante principal. Por último, algunos tenían la
función de “comandantes políticos”.
148 Estado, violencia y mercado…

El caso de “El Alemán” es excepcional porque, a pesar de haber si-


do fundador del Bloque Élmer Cárdenas, clave para la expansión de las
auc hacia las regiones del Norte, Atrato y Darién chocoano (ver Mapa
2), aún no ha sido extraditado a Estados Unidos. Su discurso combina,
por lo tanto, elementos de la retórica de los comandantes de alto ran-
go extraditados, los cuales se postulaban como ciudadanos ejemplares de
sus respectivas sociedades regionales y elementos que lo vinculan aún a
determinados principios de la “organización”:
Yo podría haber sido el Robin Hood de esta región, ciudadanos ho-
nestos de formación campesina completando la escuela primaria. Siem-
pre fue claro que estábamos en un estado transitorio con las armas.
¿Será que valió la pena? Esa sociedad que nos criminalizó, y que nos
obligó a asesinar 12.000 personas en la región de Urabá. Esa sociedad
que ahora dice que somos los peor. Ellos que fueron nuestro ejemplo,
niegan nuestra existencia. Esto fue una política de Estado, que se llama
Seguridad Democrática, para hacer un trabajo que no era permitido
que el Estado hiciera por la Constitución y la Ley. ¿Será que antes
de 1997 un ciudadano podía viajar por el río Atrato? No. Les dimos
muerte a 300 o 400 personas que no dejaban andar por el territorio.
Nosotros hacíamos parte de una estrategia de Estado.
El discurso de “El Alemán” resume varios aspectos apuntados antes.
Destaca su supuesto pasado campesino y confirma la importancia de ese
vínculo, puesto que es característico del guerrero pleno, como se indicó
páginas atrás. Al mismo tiempo, se define como un ciudadano honesto
que fue criminalizado por la sociedad, responsable—ella sí— del exter-
minio en Urabá. Se podría leer, entre líneas, que está hablando de una
sociedad que “dio dedo”, que es cómplice porque causó el asesinato de sus
vecinos. Una sociedad tan enemiga como el propio enemigo, pero que es el
origen, “nuestro ejemplo”. Apela, pues, a la eficacia del nosotros interno.
Después de la acusación a los civiles, común entre los combatientes rasos,
pasa a responsabilizar al Estado, acto frecuente entre los comandantes
superiores. En los discursos de los jefes paramilitares, suelen mostrarse
como restauradores del orden perdido, como sustitutos del Estado en sus
respectivas regiones.
El conocimiento del territorio, ajeno al Estado, aparece, simultáneamen-
te, como un aspecto positivo, una herencia de la “guerra”, y como una
de sus causas. Los comandantes de las auc hablan de “sus” proyectos
regionales, en los cuales tenían la última palabra porque eran, precisa-
Nosotros interno y nosotros transitorio… 149

78°W 77°W 76°W 75°W 74°W

Santa Marta

Mapa 2. Subregiones de Urabá


Barranquilla
11°N

11°N
Convenciones AT L Á N T I C O
Subregiones Departamentos Cartagena
Norte Antioquia
Eje Bananero Atlántico
MAGDALENA
Sur
10°N

Bolívar

10°N
Atrato Chocó
Darién Chocoano Córdoba
Sincelejo
Municipios Magdalena

América Sucre
9°N

9°N
Arboletes Montería
San Juan de Urabá
SUCRE
Acandí
Necoclí

CÓRDOBA BO L ÍVAR
Panamá Valencia
Tierralta
Turbo

Unguía
8°N

8°N
Apartadó
Carepa
Chigorodó

Riosucio

Mutatá

Murindó
7°N

7°N
OCEANO PACÍFICO

Vigía del Fuerte ANTIOQUIA

Medellín

CHOCÓ
6°N

6°N

Quibdó
5°N

5°N

0 15 30
µ 60 90 120
Km

1:3.000.000
4°N

4°N

78°W 77°W 76°W 75°W 74°W


150 Estado, violencia y mercado…

mente, los dueños de la tierra y controlaban los servicios, el comercio, el


transporte y la administración pública local. Por ello, los combatientes
rasos de las auc en las zonas rurales, los patrulleros, todavía usan los
términos comandante y patrón indistintamente para referirse a ellos. Co-
mandantes como “El Alemán” se niegan a ser encasillados en la categoría
“mercenarios”, porque consideran que ese tipo de juicios nace de la nega-
tiva del Estado a reconocer y comprender la vida regional (Bolívar 2006).
En el testimonio citado, la dádiva de los paramilitares fue devolver los
territorios que estaban dominados por el “enemigo”.
Después de haber acusado a la sociedad, al Estado y a la clase em-
presarial, “El Alemán” regresa a la “organización” cuando manifiesta el
orgullo que siente de “sus hombres”. Esta parte del testimonio recuerda
que los principios de las auc como organización contrainsurgente, en el
plano discursivo, eran la defensa de la vida, de la honra, de la dignidad
y de los bienes, y la protección de las familias, de las regiones y, en úl-
timas, la defensa de la patria. Alberto y Manuel, a propósito, se refieren
a determinados comandantes como “papás” que daban consejos sobre la
importancia de la familia, sobre las mujeres, sobre cómo administrar el
dinero e, incluso, sugerían la compra de pequeños lotes. El peso de la fi-
gura del comandante regional fue ratificado por la respuesta que dieron
cuando pregunté si ellos se consideraban buenos combatientes: “Yo no
puedo decir eso, solo el comandante”. Muchos consideran que algunos co-
mandantes eran buenos, “cariñosos” incluso, porque no asesinaban a los
patrulleros que dormían durante la guardia, como sucedía “en el comienzo
de las autodefensas”. Todo esto corresponde a relatos y a fragmentos de
las narraciones, previos a la aparición del resentimiento.
Es importante establecer un contraste entre el discurso de “El Alemán”
y la intervención de uno de sus subalternos que, durante la misma “versión
libre” presenciada por mí, se presentó como “los ojos y la confianza de mi
comandante Alemán”:

Cuando entré al Partido Comunista tenía 12 años. Recluté muchos


niños, muchos jóvenes que por mi culpa hoy están en la guerrilla. Por
el amor a una mujer, que es mi esposa, me fui saliendo. Me fui para
Quibdó para huir de la guerra, quería tener una familia hasta que vi
que la realidad era otra. Nosotros éramos los únicos que teníamos cómo
ayudar. Fue por eso que entré en las autodefensas. Simpaticé con ese
ideal. Estuve en el Bloque Metro y después entré en el Bloque Élmer
Cárdenas. Estábamos en guerra.
Nosotros interno y nosotros transitorio… 151

Sigue el relato:
La violencia nos llevó a asesinar a nuestros coterráneos, qué vergüen-
za de sociedad que 14 años después nuestra clase dirigente no haya
buscado una salida. Y tenemos una sociedad que aplaude la guerra.
Nosotros que vivimos la guerra, no queremos que se repita. Hoy tene-
mos la palabra; el gobierno es mentiroso sobre el papel que tuvimos
en los años de la violencia. Las convivires que después se convirtie-
ron en la Seguridad Democrática. Hay que llevar a los tribunales no
solamente a quien apretó el gatillo, sino a aquellos que hicieron que
hubiéramos matado 12.000 compatriotas en Urabá.
La declaración es de un escolta personal de Rendón Herrera. A pesar
de ocupar esa posición privilegiada, percibida por la mayoría de los des-
movilizados como un premio a los mejores guerreros —aquellos que son
confiables, que conocen el territorio porque pertenecen a éste y que dis-
tinguen el enemigo y sus técnicas de combate—, él puede ser considerado
un combatiente raso justamente por su vínculo con el enemigo genérico.
Lo más irónico es que ese pasado —las bases de su formación se remiten
a la guerrilla— lo convierte en uno de los mejores guerreros, al punto de
ocupar la posición de escolta personal. En el testimonio, él menciona los
intentos de huir de la guerra, truncados por su pasado y por el hecho de
haber ingresado a la guerra siendo aún un niño. Esa es la justificación
para su entrada a las auc, es decir, el sentimiento de ser de los únicos
que “podía ayudar”.
A diferencia de “El Alemán”, su escolta responsabiliza por la muerte
de doce mil “compatriotas” en Urabá a la violencia, en primera instancia;
después a la sociedad, y, por último, un cuestionamiento al Estado. En
este tipo de testimonio es común indicar la lista de los diferentes grupos
y bloques a los cuales se perteneció. No obstante, él evita identificarse
como ciudadano, ya que ser combatiente inhibe, momentáneamente, esa
posibilidad, pero, sobre todo, por el hecho de haber sido guerrillero.
En el discurso de los paramilitares del alto mando hay una identifica-
ción simultánea como héroes, víctimas y benefactores. La restauración del
orden perdido es una de sus banderas en la medida en que el desorden fue
instaurado por el enemigo: la guerrilla, término que ellos mismos convier-
ten en adjetivo para clasificar a quien no está dentro del ordenamiento
social que ambicionan. Es importante resaltar, como parece sugerir Sa-
las (2008), que después de la oficialización de las auc como organización
nacional contrainsurgente en 1997, el discurso de sus líderes comenzó a
152 Estado, violencia y mercado…

enfatizar menos la legítima defensa para dar precedencia a la idea de


defensa de la sociedad.
También es necesario considerar algunos elementos de los discursos ofi-
ciales de las organizaciones y de los grupos armados, pues también son
susceptibles de ser identificados en los testimonios de excombatientes des-
movilizados y de personas comunes de Urabá. El asunto es que esos va-
lores de las élites regionales propietarias son reproducidos sin que el peso
del elitismo de algunas estructuras armadas de las auc sea aislado en la
práctica. Una de las evidencias de esa naturaleza elitista es el marcado
contraste entre comandantes y combatientes, estos últimos convertidos en
el “otro”, en el potencial enemigo: “... muchachos cuya violencia ya rondó
por los campos de Colombia y a los que se les debería hacer un juicio de-
cente” (en Bolívar 2006: 74, citando las palabras de Salvatore Mancuso,
comandante de las auc durante la desmovilización en 2004).
Los comandantes surgen como ciudadanos plenos que fueron obligados
a “salir de la sociedad” para defender sus bienes, propiedades que tenían
antes de integrar los grupos paramilitares. La guerra es considerada una
pausa en sus vidas; por su parte, los combatientes, como muchos de aque-
llos que aún viven en Urabá, pueden continuar cambiando de uniforme,
pues la violencia, intrínseca en ellos, es la causa de la propia guerra, en la
perspectiva de algunos de sus comandantes. Mientras que los comandan-
tes de alto rango vivían la normalidad de sus vidas, interrumpida por la
guerra, los combatientes rasos ya estaban inmersos en esta última.
La estructura de las auc determinó una relación entre dirigentes, es
decir, los altos comandantes, y los combatientes rasos basada en la obe-
diencia. El proceso de entrega de las armas y la desmovilización están ahí
para comprobar que, aunque muchos jóvenes entraron en las filas paramili-
tares con la expectativa del ascenso social, de convertirse en comandantes
a través de las armas, algunos desmovilizados se sintieron engañados y
traicionados por sus comandantes después de la desmovilización. Sin em-
bargo, parecían confirmar la idea de que los comandantes eran los “dueños
del bloque”, los dueños del territorio y, ellos, a su vez, continuarían siendo
guerreros, desposeídos, exempleados y, ahora, propiedad del otro.22 En las
palabras de Manuel:

Es que cuando nos desmovilizamos, nosotros no estuvimos liderando


la agenda. Cuando nosotros llegamos allá [Santa Fe de Ralito, en el
22 Según un informe de la Organización de Estados Americanos, de 2010, por ejemplo, el 79
% de los 2700 desmovilizados en Antioquia que respondieron al cuestionario afirman haber
recibido nuevas propuestas de reclutamiento (El Tiempo, Bogotá, 4 de marzo de 2009:1-2).
Nosotros interno y nosotros transitorio… 153

municipio de Tierralta, departamento de Córdoba (Ver Mapa 2)], todo


estaba planeado: qué iban a hacer, qué no iban a hacer, cuánto nos iban
a entregar. Sin embargo, yo tuve el atrevimiento de levantar la mano,
a la que estaba hablando. Le dije: “Doctora, discúlpeme: en esa agenda
que usted nos acaba de leer, ¿se le puede agregar algo o se le puede
quitar algo?”. Ella me dijo: “Aquí no se le puede agregar ni quitar”.
Le dije: “Entonces, ¿a qué nos trajeron? A que les aplaudiéramos lo
que ustedes tienen ahí? No, señor, para esa gracia, hasta luego”. Los
pelaos se dieron cuenta y armamos una revolución. El señor Ernesto
Báez estaba adentro y se dio cuenta. Salió y dijo: “Un momento, nadie
sale. ¿Quién les dijo que en un país mandan 10 o 20 o 30? En un país
manda uno solo que es el presidente”. Yo le dije: “Es que la decisión la
tomaron ustedes como dueños del bloque, como los cabezas que son.
Tomaron su decisión sin contar con nosotros”.

Manuel continúa, mencionando lo de la señal de la cruz:

Ese señor se pegó una emberracada [se puso furioso]. A mí no me


gustaba persignarme pero siempre me encomendaba a Dios. Yo pensé:
“Ahora este hijueputa viejo me va a mandar matar, de mañana a
pasado”. Nos sancionó y nos mandó para lo último de la maraña [monte
o selva]. Yo les dije a los compañeros: “Yo ya no le cumplo sanción a
nadie, además yo ya soy del Estado. No está viendo que estamos en un
proceso de desmovilización. Estamos a nombre del Estado”. Ellos [los
comandantes más importantes durante el periodo anterior a la entrega
de las armas, en plena desmovilización] se mantenían en un pueblito
bien relajados, con aire acondicionado, y nosotros trague polvo y ellos
pasaban en esas camionetas, y nosotros prestando guardia. Incluso el
comandante de mi grupo, que yo lo cargaba en los brazos cuando era
un niño, yo le decía: “Qué me va a mandar usted aquí hombre, si
nosotros somos del Estado, ahora solo nos manda el presidente”.

Según Elias (1997 [1989]), la tradicional organización militar de los Es-


tados modernos —en el cuadro de oficiales, en particular— conforma un
campo social único, una especie de modelo simple, que permite analizar
la apertura y el cerramiento de canales de movilidad ascendente para los
jóvenes. En la vía de esa reflexión, el autor concluye que, en tiempo de
guerra, los canales de la organización militar están abiertos para una ca-
rrera; mientras que, en tiempos de paz, esos canales se estrechan y pueden
incluso cerrarse. Los periodos de guerra civil, revolución o incluso las fa-
154 Estado, violencia y mercado…

ses de restauración del monopolio estatal de la fuerza —como podríamos


encasillar algunas de las acciones fruto del convenio paramilitar—, se ca-
racterizan por ofrecer canales de movilidad amplios, en contraposición a
los periodos largos de paz, cuando la movilidad ascendente disminuye.
Por esto, como procuré indicar, en Urabá la opción guerrera es incues-
tionable e incontestable, a pesar de no implicar un compromiso definitivo
con una organización. La percepción del cotidiano como un estado de
guerra —latente o inminente—permite que haya una especie de guión
implícito en las diversas alternativas y cambios de uniforme. Es posible
sugerir, por lo tanto, que el cambio de uniforme es un reflejo de una
orientación que Elias (1997 [1989]) identifica durante el auge de las in-
dustrias en la Alemania guillermina: la transferencia de patrones militares
de comportamiento social que hace que el ethos militar defina el ethos del
trabajo e, incluso, el propio ethos nacional. En el caso analizado, dicha
transferencia es alimentada por las oscilaciones basadas en la existencia
complementaria del nosotros interno y del nosotros transitorio.

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Las continuidades de lo discontinuo
El trabajo policial y judicial en casos
de narcotráfico en la frontera
de Argentina con Paraguay1

Brígida Renoldi2

La conquista del campo


En este artículo sintetizo algunos resultados de un estudio en el que fueron
analizadas las formas de trabajo policial y judicial con relación al mercado
internacional de drogas ilícitas entre Argentina y Paraguay, en la ciudad
de Posadas, provincia de Misiones, Argentina.3 Con foco en la circulación
de “estupefacientes”, principalmente de marihuana, y otras mercancías
ingresadas por “contrabando” al territorio nacional argentino, hago una
reconstrucción de los circuitos de trabajo institucional, a partir de las
experiencias de las personas que, de manera permanente o circunstan-
cial, están involucradas en ellos. El análisis de los procesos inherentes a
la dinámica de estos circuitos evidencia la continuidad existente entre el
poder ejecutivo y el judicial, diferenciados y separados conceptualmente
según el modelo que, en teoría, define el Estado. A su vez, parto de re-
1 Este artículo es una versión traducida y revisada de un artículo publicado en Antropolítica:
Revista contemporánea de antropología (2010) basado en mi tesis de doctorado. El texto se
remite a una conferencia realizada en el Programa de Pós-Graduação em Antropologia de la
Universidade Federal Fluminense, en el ámbito del Programa de Centros Associados de Pós-Gra-
duação Brasil/Argentina (capes – spu), titulado: “Burocracias penales, procesos institucionales
de administración de conflictos y formas de construcción de ciudadanía. Experiencia compara-
da entre Brasil y Argentina”. En esta versión realizo algunas modificaciones y precisiones, pero
los datos se mantienen en correspondencia con el periodo retratado en la versión original, sin
actualización alguna.
2 conicet-iesyh-unam-Argentina
3 Agradezco a Roberto Kant de Lima el estímulo para publicar este trabajo, a Luiz Figueira,
a Antonio Luz Costa y a Lenin Pires por los comentarios orientadores, y a Michel Misse por
el diálogo abierto sobre estos temas. Soy grata también a Arno Vogel y a Leopoldo Bartolomé
por las infinitas y excelentes contribuciones acerca de los problemas tratados aquí.

157
158 Estado, violencia y mercado…

flexiones generales sobre la dificultad de estudiar los ámbitos policiales,


y sobre el papel de los datos estadísticos en la política pública que traza
las directrices y prioridades de la acción en diferentes instancias estata-
les. La conclusión propone una lectura transversal de la agencia estatal,
enfatizando la centralidad de los aspectos que atañen a la forma como
potencialmente creativa, a pesar de los atributos en apariencia estáticos
que suelen descansar en la idea de ‘formalidad’. Estas apreciaciones po-
nen en relación los fenómenos considerados problemáticos por el Estado y
los modos de producción estatal de los fenómenos en términos de hechos
preocupantes y judiciables.
Se trata de un objeto cuyo abordaje, por las implicancias contenidas en
él, es problemático en la mayoría de los países de América Latina. Hoy
en día, como consecuencia de la historia nacional argentina, podríamos
decir, de acuerdo con algunas apreciaciones generalizadas y de modo me-
tafórico, que la policía carga la genética de los gobiernos militares. Esta
visión, también presente en el campo de las ciencias sociales, aunque cons-
truida a partir de herramientas analíticas propias de las disciplinas que lo
constituyen, expresa la radical oposición entre civiles y militares, y torna
difícil admitir la posibilidad de una aproximación comprensiva al ámbito
militar y policial.4
A pesar de que en los sucesivos gobiernos democráticos varias iniciativas
de reparación por vía judicial se pusieron en marcha, para la mayoría
de los ciudadanos nada compensa los homicidios y torturas, resultantes
del “terrorismo de estado” que caracterizó marcadamente el periodo de
la última dictadura militar. Iniciada en 1976, fue interrumpida en 1983,
pero como histórico escenario de terror, permanece hasta hoy y de forma
dramática en la experiencia de la gente. Pasaron tantos años y sin embargo
las secuelas de la radical separación entre civiles y militares sobreviven,
inmortalizándose en la expresión “ni olvido ni perdón, juicio y castigo a
todos los culpables”.
En el año 2004, al iniciar el trabajo de campo sobre las prácticas policia-
les previas y simultáneas a las actividades judiciales en casos de narcotrá-
fico, entendí que aquel binomio tenía que ser repensado. Particularmente
en función de la relación fundamental entre los dos términos y su signi-

4 Eilbaum (20008), Badaró (2009) y Sirimarco (2009) publicaron etnografías, con aproximación
analítica y comprensiva, que se suman a trabajos anteriores más históricos y sociológicos, como
por ejemplo los de Ernesto López y David Pion-Berlin (1994). Ya en los últimos años, trabajos
producidos desde la sociología y la antropología han venido fortaleciendo el campo, tales como
Frederic (2013); Calandrón (2014); Frederic, Galvani, Garriga, Renoldi (2014); Galvani (2016);
entre otros relevantes.
Las continuidades de lo discontinuo… 159

ficación para el ámbito judicial, por el hecho de que las investigaciones


judiciales nacen en acciones policiales y en buena medida se desarrollan
gracias a ellas.
Con la idea de entender cómo se originaba un proceso judicial bus-
qué aproximarme al trabajo policial en las rutas y lugares considerados
claves para el “contrabando” y el “tráfico de drogas”. En la frontera in-
terprovincial con Corrientes acompañé el trabajo de una patrulla fija de
la Gendarmería Nacional, que opera en las regiones de frontera y en las
rutas nacionales. Por tal atribución controla regularmente la circulación
de mercaderías y personas. Mi objetivo era entender cómo se realizaban
los controles en las rutas, qué criterios prevalecían a la hora de revisar un
vehículo, y los márgenes de interpretación vigentes al momento de tipifi-
car, aunque provisoriamente, el delito. Este seguimiento de las rutinas me
llevaría a considerar algunos aspectos más, que marcaban notablemente
las prácticas cotidianas, aunque se presentaran remotamente vinculados
a las formas evidentes del trabajo policial.
Solía pasar el día con los equipos de control, viendo cómo trabajaban y
acompañando las actividades formales e informales. Un día, participando
de la preparación del almuerzo, se desató una charla ocasional con el jefe
de patrulla, en el instante que él revolvía la olla en la que se preparaba la
comida del almuerzo para todos. El Comandante Velasco era de cuerpo
grande, bigote negro bien dibujado, acento del interior de Misiones, y su
rostro estaba marcado por arrugas profundas.5
En el momento pregunté, en aquel estilo casi ingenuo de quien sólo
quiere romper el hielo, cómo había empezado a trabajar como gendarme,
y me preparé para oír la respuesta. Esta técnica tradicional, a pesar del
entrenamiento, puede tomar al antropólogo de sorpresa.
Enseguida vi en su mirada furtiva que la pregunta lo había remontado
en el tiempo. Y cuando sus ojos se perdieron en el contenido de la cacerola
no supo disimular la infinidad de imágenes que le pasaban por la cabeza.
Tardó un poco en responder, tal vez por miedo a ser juzgado. Finalmente
dijo que había iniciado su travesía por la Argentina en el 75, cuando salió
de la Escuela de Gendarmería con apenas diecinueve años de edad, para
integrar los batallones de diferentes lugares del país. El desplazamiento
regular de los integrantes de la gendarmería forma parte de las formas de
organización militar, principalmente para los oficiales, lo que los obliga a
recorrer muchas veces casi todo el país. Se usa como estrategia para evitar

5 El nombre es ficticio. Para más detalles sobre la situación relatada aquí ver Renoldi (2013),
donde el episodio originalmente descrito se ve claramente contextualizado.
160 Estado, violencia y mercado…

que establezcan vínculos de proximidad e intimidad con las personas que


habitan los lugares que controlan. En el caso de los recién incorporados a
la Gendarmería, los traslados operan como entrenamiento de los jóvenes.
A medida que recordaba, Velasco describía sonriente las bellezas de la
naturaleza argentina que había tenido la oportunidad de conocer. Hablaba
del frío, del calor, de los colores de todos los lugares. Solo que en medio
de aquellas descripciones irrumpían órdenes, persecuciones, tiros, gritos,
llantos. A pesar del esfuerzo que él hacía al contar, a esa altura no podía
más distinguir una naturaleza de la otra, revelando con ardor que, en
aquellos años, los hermosos paisajes de la Argentina estaban teñidos de
sangre. Para quienes trabajaron integrando los cuadros oficiales estatales
durante el gobierno militar (1976-1983), el precio de la desobediencia, más
aún en el ámbito militar y policial, era la propia vida y la de los familiares.
Como decía Velasco:
Todo lo que veíamos lo veíamos como un enemigo... Era complicado,
vos no podías decir “no”, porque era la vida de otro o la tuya... No
podés pensar, obedecés, vas cargando con el odio de no poder rebelarte,
y lo usás, lo usás para obedecer, para hacer lo que te mandan. Todos
éramos muy jóvenes, los que estábamos en la calle éramos todos pibes.
Lo que oí aquel día, en un primer momento me horrorizó. Solo tenía sen-
tido por estar encadenado a historias conocidas de víctimas del llamado
Proceso de Reorganización Nacional. Sin embargo, concomitantemente,
asumí la misión antropológica de comprender. Para poder aproximarme
iba a tener que destruir el resentimiento histórico que alimenta la divi-
sión radical entre civiles y militares, resentimiento que había aprendido
a ejercitar como parte de la sociedad civil argentina. La experiencia de
ver y oír al comandante diluyó por un momento una división que pare-
cía haber nacido conmigo. Esta vivencia me permitió el acercamiento a
aquello que hasta entonces consideraba monstruoso –no la persona, sino
la experiencia- y fue esto lo que me permitió desarrollar el estudio del cual
este artículo forma parte como resultado parcial.

Misiones como centro y periferia


El territorio de la provincia de Misiones (28.801 km2) está encapsulado
casi en su totalidad entre los ríos Uruguay y Paraná, ya que una parte
de la frontera con Brasil es frontera seca. Sólo el diez por ciento del perí-
Las continuidades de lo discontinuo… 161

metro provincial es frontera nacional y, su capital, Posadas, está situada


en el margen sudoeste, de frente a la ciudad de Encarnación, capital del
estado de Itapúa, República del Paraguay, separada por el puente Roque
González de Santa Cruz.
Además de la población fija, de aproximadamente 323.739 habitantes
que se registraron la ciudad de Posadas según el censo de 2010, hay un nú-
mero importante de personas que circula diariamente, llevando y trayendo
mercancías entre las ciudades limítrofes. El flujo de trabajadores argenti-
nos en Paraguay y de Paraguay en Argentina es significativo, pero no hay
registros oficiales fidedignos que contabilicen esta dinámica rutinera.
No es improbable que el hábito de transitar cotidianamente por los pun-
tos de pasaje internacionales suscite proximidad entre los transeúntes y
los agentes de seguridad y control en el paso aduanero, lo que puede a
veces contribuir con la configuración de actitudes de tolerancia, favori-
tismo, reciprocidad y venganza, a menudo observadas en estos espacios.
Tales prácticas fronterizas desafían determinados conceptos fundamenta-
les para el Estado central, Estado este que se ha localizado administrativa
y políticamente, a lo largo de la historia, en la Ciudad Autónoma de Bue-
nos Aires. Entraré en estos aspectos más adelante.
En términos geopolíticos se trata de una región de triple frontera, si
bien en esta expresión hay una serie de connotaciones referidas a un área
específica de riesgo, particularmente situada en la convergencia de tres
ciudades: Puerto Iguazú (Argentina), Foz do Iguaçu (Brasil) y Ciudad
del Este (Paraguay). Me llamó la atención, al comienzo de este estudio,
que en Buenos Aires siempre se hablaba de esta región de frontera como
un lugar además de distante, peligroso. Aunque en Misiones con cierta
frecuencia oía referencias a la Triple Frontera cada vez que un funcionario
de Estado pretendía resaltar los atributos negativos, señalando con fir-
meza la misión de tener que exponerse a trabajar en zona de alto riesgo.
Para enfatizar todavía las cualidades designadas por el “centro” para es-
ta región “periférica”, alegaban trabajar en zona caliente de narcotráfico.
Mientras tanto, en lo cotidiano, la Triple Frontera no existía, ni siquiera
para aquellos que vivían en la confluencia de las tres ciudades paradig-
máticas mencionadas que, a la distancia, cargaban tanto infierno.6

6 Silvia Montenegro y Verónica Giménez Béliveau (2006) analizan la Triple Frontera, mostran-
do que la construcción mediática sobre la región resalta las características desordenadas de
las dinámicas comerciales, la inseguridad, la corrupción, y aún disuelve las especificidades de
los tres países en confluencia. En una dirección similar, Fernando Rabossi (2009) analiza las
prácticas comerciales en Ciudad del Este (Paraguay), repensando el sentido de la frontera y del
estado en la región.
162 Estado, violencia y mercado…

Según el rastreo realizado por Fernando Rabossi (2004), la expresión


Triple Frontera se transformó en sustantivo oficialmente como resultado
de un acuerdo, celebrado en 1996, entre los Ministerios del Interior ar-
gentino y paraguayo y el Ministerio de Justicia brasileño. En 1998 fue
firmado el Plan de Seguridad de la Triple Frontera para promover medi-
das de seguridad contra el narcotráfico, el contrabando y el terrorismo,
basadas en la sospecha difundida por Carlos Corach, entonces ministro
del interior argentino, de que los atentados ocurridos en Buenos Aires a
la Embajada de Israel, en 1992, y a la Asociación de Mutuales Israelita
Argentina (amia), en 1994, habían sido promovidos por la comunidad
árabe residente en Ciudad del Este.7
“La Triple Frontera” era usada como una expresión que, desde el cen-
tro, apuntaba hacia la periferia. Es curioso que en el caso de Misiones
cuando se escuchan referencias a las actividades de la policía y fuerzas de
seguridad federales, así como de la Justicia Federal, suele entenderse el
centro como la Nación, y su lugar físico habitualmente está localizado en
la ciudad de Buenos Aires. Debido a la historia nacional, el centro argen-
tino no raramente fue asociado al Puerto de Buenos Aires. El resto cabía
en el interior indómito y peligroso que era preciso dominar, domesticando
la barbarie, conquistando el desierto.8
La “periferia” (el interior), una vez habitada, era susceptible de trans-
formarse en “centro” de la región. El “centro”, a su vez, entendido como
la Nación, operaba en la formulación escrita de la ley. Pero ésta era inter-
pretada por cada agente en los contextos de frontera. Así, la “periferia” se
transformaba en “centro” cuando los policías no calificaban como inacep-
tables, a pesar de ser ilegales, determinadas actividades típicas del lugar,
tales como el llamado “contrabando hormiga” que designa el comercio
continuo de pequeñas cantidades de mercancías. De la misma manera,
decisiones judiciales que, en teoría, debían ser uniformes, por ser decisio-
nes de la Justicia Federal, presentaban especificidades que evidenciaban
las diferencias entre decisiones judiciales acerca de los mismos delitos, en
diferentes lugares. En las decisiones acerca de las penas aplicadas a los
delitos de tráfico de drogas, por ejemplo, la justicia se diferenciaba co-
mo Justicia Federal de Misiones. Y, encuadrándose en la Justicia Federal,
considerada una justicia de elite, se mostraba como provincial, por los
estilos de decidir y por el tipo de delitos tratados.9
7 Ver también Silvia Montenegro y Verónica Giménez Béliveau (2006).
8 Estos tópicos son bien retratados por Domingo Faustino Sarmiento en el libro Facundo:
civilización y barbarie, escrito en 1845.
9 Desarrollé aspectos relacionados en un artículo anterior (Renoldi 2005).
Las continuidades de lo discontinuo… 163

Al fin y al cabo, quienes entendían justamente sobre tráfico de drogas


eran los policías y los agentes judiciales de la frontera. Ésta, a pesar de ser
vista desde el “centro” como la “periferia” nacional, en aquel momento se
tornaba el “centro” de las decisiones. Era así que el “centro” se movía; y
la “periferia” también.10

Dinámica de la frontera
La frontera argentino-paraguaya es propicia a la circulación de mercan-
cías variadas: legales, como ropas, electrónicos, cds, cigarrillos, frutas; e
ilegales, entre las cuales la marihuana es el exponente más visible.
Figura 1. Lo que pasa. Fotos 1 y 3 Giancarlo Ceraudo, 2 y 4 Brígida Renoldi

Según el Informe Mundial sobre Drogas, del año 2008, Paraguay era el
principal productor de marihuana en la región, siendo que el departamen-
to de Itapúa, en la frontera con la provincia de Misiones, era uno de los
10 Para las elaboraciones sobre los conceptos de “centro” y “periferia” me he basado en las
ideas de Edward Shils por las que entiende el “centro” como un fenómeno que, más que a la
geografía, pertenece al orden de los símbolos, valores y creencias que gobiernan la sociedad, y
que constituye una estructura de actividades, funciones y personas articuladas dentro de una
red institucional (Shils 1996:53-54).
164 Estado, violencia y mercado…

plantadores menores del país. Estos datos no presentan actualizaciones


precisas en el informe de 2016, pero hay una referencia a que Paraguay
ganaría el segundo lugar, luego de México, en la superficie de hectáreas
cultivadas con cannabis sativa. Cabe notar que respecto de estas dinámi-
cas, la información existente en las fuentes oficiales continúa siendo algo
escasa. Lo que se sabe por fuera de las estadísticas proviene de relatos
dispersos, muchos de ellos de personas involucradas en el comercio, o de
usuarios, así como de policías, fiscales y jueces, a través de los casos que
investigan y juzgan.
Estos relatos podrían ser considerados inconsistentes o improbables, por
el hecho de que no componen los registros oficiales. Si así fuera, deberemos
entonces admitir que buena parte de la información con la cual se cuenta
sobre este comercio es de naturaleza dudosa, desde el momento en que no
otorgamos validez a los datos que no constituyen estadísticas. Esto abre
una pregunta pertinente sobre lo que es considerado de “interés oficial”,
y sobre el modo en que “lo oficial” se presenta como “lo confiable”, como
“lo verdadero”.11
La Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas, en
el contexto de la Organización de los Estados Americanos, publica, con
cierta regularidad, informes con datos sobre producción, oferta y demanda
de drogas en América Latina y el Caribe. La oferta es medida por medio de
la acción policial de incautaciones. Con estas referencias, por ejemplo, en
el año 2006, fueron incautados en Paraguay casi 60 mil kilos de marihuana
y en Argentina casi 27 mil. ¿De qué nos hablan los números?
Las rutas de ingreso hacia Argentina de substancias prohibidas produ-
cidas en la región son principalmente dos. Por el noroeste, frontera con
Bolivia, ingresa la hoja de coca, la pasta base de cocaína y el clorhidrato
de cocaína. Por el este, frontera con Paraguay, ingresa la marihuana (y
en cantidades reducidas también ingresa el clorhidrato de cocaína). Estas

11 Sobre este aspecto es bueno recordar que las formas clasificatorias creadas en el marco de
las políticas de Estado configuran fenómenos (Starr 1992, Bourdieu 1997). Esos conjuntos de
eventos y datos agrupados por secretarías, ministerios y demás categorías estatales, legitiman
la autoridad ejercida por las diferentes administraciones que recrean los perfiles del Estado,
produciendo sistemas de referencia internos que tornan indiscutibles determinados estatutos
de lo real. De esta manera, el narcotráfico es medido por las drogas incautadas, así como la
relación entre drogas y calidad de vida se mide a partir de muestras de usuarios internados
o presos, con lo cual un número altamente significativo permanece fuera de las clasificaciones,
y se torna oficialmente inexistente. Tal vez sea por este motivo que los organismos oficiales,
y ongs, por lo general sólo utilizan datos oficiales. Los datos que resultan de investigaciones
científicas, inclusive cuando provienen de fuentes confiables como conicet (Argentina) o cnpq
(Brasil), por ejemplo, no cuentan y son considerados poco relevantes para los fines políticos que
pueda tener como objetivo un organismo gubernamental o no gubernamental.
Las continuidades de lo discontinuo… 165

dos franjas de frontera están bajo control policial y regularmente son in-
cautados kilos de substancias que, luego del registro formal y la conclusión
de los procesos judiciales, se destruyen por incineración (Figura 4).

Figura 2. Foto 1 Giancarlo Ceraudo, 2 Gendarmería Nacional y 3 Brígida Renoldi

Los controles de rutina en el noroeste han propiciado cambios en las rutas


y, en los últimos años, hay registros policiales de circulación de cocaína
en la frontera con Paraguay, disfrazada en diversos modus operandi, tra-
dicionalmente atípicos en la región.
Tal desplazamiento se vio favorecido por la pavimentación casi completa
de la ruta Transchaco, creada en 1960 por las colonias menonitas12 , cuya
población se fijó desde inicios del siglo pasado en el Chaco Paraguayo. La
ruta conecta el oeste con el este de Paraguay, proyectándose aún hacia
Bolivia, con el propósito de facilitar los accesos entre el Océano Pacífico
y el Atlántico, a través de las rutas ya existentes, y así favorecer los
intercambios mercantiles.
El Informe Mundial de Drogas de 2008 contiene un mapa con datos so-
bre “tráfico” de marihuana, mostrando que, en 2007, en Estados Unidos,
12 Los seguidores del holandés Menno Simons (1496-1561), por eso mennonitas, promulgaron
la libre adhesión a la iglesia –entendida como una comunidad alternativa de fé-, basando sus
cultos en la Biblia y promoviendo el no bautismo. Comenzaron a migrar de Alemania em
1787 hasta llegar a América del Norte en 1873. Entre 1927 y 1948 llegaron al Chaco Central
paraguayo, fundando las colonias Menno, Fernheim y Neuland, donde desarrollan actividades
agroindustriales basadas en el trabajo de los diferentes grupos indígenas que habitan la región.
166 Estado, violencia y mercado…

México y América del Sur, hubo un aumento de más del diez por ciento.
Pero la información que sostiene estos datos se refiere apenas a las incauta-
ciones que superaron los cien kilos. No hay información sobre la dinámica
de este circuito económico constituido más allá de lo que es conocido y
controlado por las diferentes agencias de los respectivos estados.
Como detalle no es secundario, puesto que las directrices para el desa-
rrollo de una política pública definen resultados específicos que no siempre
se corresponden con la existencia de los datos anunciados oficial y formal-
mente. Los criterios de definición por los cuales determinados fenómenos
se tornan visibles son más que relevantes. Según Michel Misse, la “esta-
dística criminal” resulta de una “conexión específica entre cierto tipo de
números y cierto tipo de palabras, y esa conexión crea una cifra oscura
de delitos jamás registrados o detectados, de delincuentes jamás iden-
tificados, de víctimas silenciosas y ocultas” (1999:85, mi traducción del
portugués). De la misma manera, la estadística criminal también configu-
ra fenómenos oficiales, a través de los agrupamientos que cada categoría
legal opera sobre lo que es objeto de clasificación.13
Así, un aumento en las incautaciones no indica necesariamente que el
tráfico haya aumentado. Consumidores habituales de marihuana afirman
que muy raramente se pasa por situaciones de escasez de diferentes subs-
tancias; y cuando eso sucede, es siempre cerca de las fiestas religiosas, de
periodos de vacaciones o de cosecha de la hierba, en que la circulación de
los productos en el mercado disminuye para reingresar con precios más
elevados.
En los datos oficiales se puede apreciar un cálculo fantástico que re-
laciona el aumento o la disminución de las incautaciones con el aumen-
to o disminución del tráfico. Por un lado, la mayor cantidad de drogas
aprehendidas puede ser interpretada como expresión del aumento en la
producción y circulación. Por otro, desde un punto de vista preventivo,
puede ser entendido como reducción de la droga en el mercado, esto es,
como disminución. Lo que este cálculo de dos resultados no explica es que
la reducción de las incautaciones también puede estar relacionada con una
orientación de las acciones policiales hacia otro tipo de delitos, generando
la imagen pública de reducción del tráfico.14

13 El registro oficial de la criminalidad es analizado por Michel Misse con el concepto de


“números-representaciones”: “son recursos empíricos de la observación y del análisis sociológico.
Números que organizan palabras, palabras que organizan o imaginan números, pero también
palabras sin número, innumerables, cuyo significado es disputado en varias instancias, desde la
etnográfica hasta la hermenéutica” (1999:85).
Las continuidades de lo discontinuo… 167

Para tornar comprensible cómo estas políticas se desarrollan en la prác-


tica cotidiana de los agentes que orientan su trabajo al control y punición
del tráfico de drogas, presentaré enseguida las características generales de
las acciones judiciales, entrando en la descripción de cada una de las fases
del proceso, para el caso argentino.
Debo admitir que, después de haber tenido acceso a los ámbitos de
la justicia y de las policías para entender la problemática del tráfico de
drogas, la droga perdió protagonismo frente a las prácticas del Estado
orientadas a ella. Mi problema, desde el punto de vista antropológico, pasó
de las redes de consumo y comercialización de la droga, como substancia, a
cómo se ponía en forma toda la información, permitiendo que se definiese
un hecho y se lo tornase juzgable.

Relevancia de la forma
El proceso penal argentino responde a un sistema descentralizado por el
cual cada provincia y la Nación se rigen por códigos de procedimientos
penales particulares, llamados códigos de forma, aunque se remitan a un
código penal común, conocido como código de fondo.
Como consecuencia de la especificidad de los códigos de procedimiento,
existe un régimen diferenciado para delitos llamados comunes: homicidios,
hurtos, robos, estafas, tratados por las respectivas justicias provinciales;
y otro para los delitos federales, que ponen en riesgo la integridad del
Estado: falsificación de documentos públicos, enriquecimiento ilícito de
funcionarios públicos, acciones contra la salud pública, por ejemplo, tra-
tados por la Justicia Federal. Estos delitos están regidos por un sistema
penal conocido como mixto, que combina elementos inquisitoriales propios
de la civil law tradition (elementos caracterizados por formas de produc-
ción de la verdad basadas en presunciones, registros escrito de las leyes
y de los pasos que componen los procedimientos), sistema que organiza
el proceso en dos momentos sucesivos. En el primero, son protagonistas
los juzgados de instrucción encargados de las investigaciones de los casos;
en el segundo, actúan los tribunales de sentencia en ceremonias públicas,
llamadas juicios orales.115
14 En el caso argentino se observa un aumento del delito vulgarmente conocido como trata de
personas (tráfico de personas), en que mujeres menos de edad practican la prostitución, algunas
veces en cautiverio. La orientación de las acciones policiales hacia este tipo de delitos incidió
en la acción contra el tráfico de drogas, creando la sensación de que hubo un aumento de la
trata y una reducción del tráfico.
168 Estado, violencia y mercado…

La ley federal de estupefacientes (número 23.737/89) se aplica en cual-


quier lugar del territorio argentino bajo las instrucciones del Código Pro-
cesal Penal de la Nación. Este define algunas especificidades, tal como
la realización de juicios públicos por un tribunal de jueces de sentencia,
que se manifiesta sobre el caso investigado en la fase anterior o Instan-
cia de Instrucción. En esta fase, el juez de instrucción y el fiscal reúnen
las pruebas constitutivas del proceso incriminatorio, que serán analiza-
das posteriormente por el tribunal de sentencia, una vez concluidas las
investigaciones.
Cuando el proceso es elevado a juicio por el juez de instrucción, por
sugerencia del fiscal, si la pena prevista fuera menor a seis años, se puede
proceder a una negociación entre el fiscal y el defensor, llamada juicio
abreviado, por medio del cual, frente a las pruebas obtenidas hasta el
momento, el defensor le propone al acusado reconocer la responsabilidad
penal por los hechos que le son imputados. De esta forma, el acusado evita
la instancia pública de juzgamiento y reduce la pena. Es frecuente que se
acepten los términos de la negociación, pues raramente una situación se
revierte en el juicio público. Cuando el proceso llega a la última instan-
cia judicial se establecen los contrastes entre lo que fue escrito y lo que
es dicho en la ceremonia de juzgamiento. La dirección tomada lleva con
frecuencia a la condena de los acusados. Resulta evidente cuánto la inves-
tigación desarrollada en la instancia de instrucción condiciona la decisión
final en el juicio oral (Renoldi 2008).

La especificidad local de la ley


Mientras observaba juicios y acompañaba el desarrollo de algunas inves-
tigaciones me llamaba la atención el número elevado de sentencias por
tráfico de drogas que condenaban a la cárcel a los transportistas de ma-
rihuana de escasa escolarización, llamados “mulas”. A esto se sumaba el
hecho de que, según lo que me decían los jueces, había detenidos y presos
de nacionalidad paraguaya. Fue esa la cuestión que me llevó a seguir los
juicios federales que se venían realizando en Misiones desde el año 1994. La
experiencia de presenciar las ceremonias a menudo me sorprendía, dado
que muchas veces aquello que escuchaba de boca de los testigos, acusados,
fiscales y defensores, no era considerado en las decisiones del tribunal.
Comprendí más tarde que aquello que se decía en el juicio público des-
cansaba en lo que había sido producido en la fase de investigación (orien-
Las continuidades de lo discontinuo… 169

tada por un juez de instrucción) y materializado en el expediente, en el


cuerpo del proceso. Todo era papel y tenía mucha historia, además de
historias. En los papeles había una tradición jurídica de la cual no era
tan fácil deshacerse, a pesar de las reformas. El procedimiento mixto, que
combinaba de manera sucesiva la tradición inquisitorial con la acusato-
ria, sufría evidentemente un desequilibrio que llevaba al predominio del
primer momento sobre el segundo.
Curiosa con este resultado, quise entender en qué consistía la instancia
más inquisitorial del proceso, ubicada en el juzgado de instrucción, pa-
ra finalmente descubrir que aquello que llevaba el nombre de expediente
nacía en las rutas y calles, o mucho antes. Nacía en el trabajo de preven-
ción policial y se extendía a los escuadrones que daban apoyo técnico a la
investigación judicial.
Quise entonces entender cuáles eran los criterios policiales que preva-
lecían tanto en el trabajo de prevención como en el de investigación, a
partir de los cuales se originaba un proceso judicial que, en forma de car-
petas conocidas como cuerpos de expedientes, recorría las sucesivas fases
judiciales, hasta finalizar con una sentencia.
Buena parte del trabajo que los gendarmes realizan en las rutas está
orientada a reprimir el contrabando de mercancías legales (cigarrillos,
ropas, electrónicos), aunque en términos de relevancia el delito principal
sea el tráfico de estupefacientes.
Durante el periodo de trabajo de campo, siempre que se registraban
flagrantes de drogas, por casualidad yo no me encontraba en el lugar y, por
coincidencia, el jefe de patrulla presente en esas ocasiones era una persona
con experiencia. Esto me hizo pensar que los, en principio, flagrantes
quizás fuesen resultado de investigación previa, aquella conocida como de
inteligencia, que se desarrolla independientemente del conocimiento del
juez y en el ámbito de la propia fuerza de seguridad. En estos casos el
juez sólo es informado cuando existen evidencias suficientes de que un
crimen puede estar por ocurrir y, de ser necesario, es accionado con el fin
de obtener autorización para realizar las requisas. En caso de pertinencia
el juez autoriza el ingreso de las fuerzas de seguridad a los lugares donde se
sospecha que se está desarrollando un acto ilícito. Ya el seguimiento de las
situaciones originadas por denuncias o delaciones, mientras no haya algún
indicio de materialidad que justifique acciones mayores, no es evaluado por
la justicia.
Así, muchas veces, el seguimiento que la policía hace de una línea de
investigación permite dar el golpe oficial en flagrante, sin necesidad de
170 Estado, violencia y mercado…

que el juez sea avisado. Para obtener ese tipo de información la Gen-
darmería trabaja con informantes. Podríamos ver en estas figuras cierta
liminaridad, puesto que conocen en detalle partes de las redes del delito,
generalmente debido a que ya estuvieron involucrados en ellas, o porque
aún lo están de alguna manera. El informante trabaja dentro de una lógica
de intercambios que abarca informaciones, permisos, favores, dinero.
Conversaciones con detenidos, abogados y gendarmes orientan estas
conjeturas y descripciones. Puede suceder que, por medio de la colabora-
ción del informante, alguien sea “sacrificado”. Entiendo aquí el sacrificio
como la muerte civil de quien irá preso en flagrante. Los sacrificios que
resultan de la colaboración de los informantes tienen por objeto a per-
sonas implicadas circunstancialmente en el transporte de drogas ilícitas,
ya que a menudo no pertenecen a lo que podría considerarse un circui-
to permanente del tráfico, siendo detenidas la primera vez que realizan
actividades de ese tipo. Se trata de personas invitadas a realizar tales
actividades bajo la promesa de rédito económico y garantía judicial en
caso de ser detenidas, siendo que quien las contrata lo hace dentro de un
esquema de delaciones que culminará llevándolas a la prisión. El sacrifi-
cio, en esta hipótesis, contribuye con el registro real de las incautaciones
que le dan contenido a la estadística criminal. Al mismo tiempo, puede
funcionar como salvoconducto para, simultáneamente, facilitar el paso de
cargamentos de mayores dimensiones. Dentro de la información conside-
rada de inteligencia, judicialmente controlada, estos modos de operar no
son tan excepcionales.

Un saber diferenciado
Debido a la historia argentina existe una preocupación extendida con los
procedimientos de investigación de las policías cuando operan por fuera
del control judicial. En este sentido, los Derechos Humanos han asumido
de algún modo el papel de policía de la policía, generando incomodi-
dad durante mucho tiempo en las prácticas cotidianas policiales. Algunos
agentes de seguridad, en sus diferentes niveles de jerarquía, aun defienden
la idea de que los Derechos Humanos vinieron para complicar el trabajo
que deben hacer. Además, no raramente afirman que cuando se habla de
Derechos Humanos se excluyen los derechos de los policías: “la sociedad
se olvida que nosotros también somos seres humanos”, suelen decir.
Las continuidades de lo discontinuo… 171

Retornemos aquí al inicio de este artículo, resaltando que, en el ámbito


policial, el concepto de civiles absorbe el de sociedad. De este raciocinio
se desprende que, al menos en el caso de los miembros de la Gendarmería
Nacional, ellos se reconocerían –al ser militares en su formación- como la
anti-sociedad.15 Por lo tanto, cuando disputan el status de seres humanos
se esfuerzan por revertir cierta animalidad que les fue atribuida a partir
de las prácticas de tortura. Aunque, al mismo tiempo, reivindican habili-
dades específicas referenciadas más a la animalidad que a la racionalidad
propiamente humana. Entre ellas, el olfato y la reacción espontánea, que
los colocaría dentro de una naturaleza diferente que se levanta negando
el proceso de formación policial una vez concluido, y afirmando así, en
el tiempo, la oposición civiles y militares, oposición que esconde la de
racionalidad (Weber 1969).
Para mi sorpresa, en el trabajo de campo, fui notando el magnífico es-
fuerzo que hacían las personas para racionalizar resultados originados en
diferentes tipos de estímulo, para dar cuenta de un conocimiento que a
veces se hacía inexplicable. Inclusive siendo situaciones de difícil salida,
siempre había una forma racional para resolver la irracionalidad. Es nece-
sario decir que se entiende por irracionalidad solo la no prevalencia de lo
racional causal, sin la intención de que se remita a la ausencia de sentido
ni a la arbitrariedad de las acciones.
Como uno de los mecanismos para llenar estos intersticios entre la ex-
periencia y la forma legítima de registrarlos por escrito, a veces los gen-
darmes hacían partícipe al can entrenado para reconocimiento de drogas,
ubicándolo en el punto inicial del operativo. De este modo, se evitaba
explicitar la secuencia de actos anteriores que componía las actividades
de inteligencia policial judicialmente no controladas. También así se aho-
rraban de dejar sentada por escrito la complejidad de una situación de
descubrimiento (en flagrante), que incluiría el origen de la sospecha, la re-
lación de informantes in situ, aspectos intuitivos del agente, percepciones
durante la interacción, en síntesis: el olfato policial.
Tales evidencias me llevarían a colocar en suspenso el modelo racional
atribuido a la burocracia del Estado, como condición de su eficacia. Esa
operación permitiría reconocer la prevalencia del movimiento inverso: el
trabajo de poner dentro de la forma válida para el Estado todo aquello
que en la experiencia va más allá de la razón.
15 Mariana Sirimarco (2009) analizó el proceso de transformación de civil a policía, en el caso de
la Policía de la Provincia de Buenos Aires, focalizando la atención en el proceso de formación en
el trabajo dedicado a la dimensión corporal de los aspirantes, análisis que confirma la relevancia
social de la división a la que aludimos.
172 Estado, violencia y mercado…

Lo que había por detrás de las sentencias y que, con frecuencia, me


desconcertaba en todos los juicios, se empezaba a configurar de manera
inteligible. Quedaba paulatinamente claro que en ellas existía una serie de
conocimientos, que resultaba de diversas asociaciones, insights, no todos
racionalmente explicables.
En el caso de los jueces, en sus experiencias racionales, aquellos víncu-
los creados en la propia experiencia estaban ausentes en la escritura. No
eran narrados, circunstancia que a menudo producía la sensación de ar-
bitrariedad en la audiencia. Por lo tanto, los juzgamientos se tornaban
claramente comprensibles, una vez que los jueces, fuera de la ceremonia,
articulaban la información conectora de elementos dispersos contenidos
en el relato explicativo de una decisión, llamada sentencia.
La justificación de una decisión siempre comienza en algún punto que,
con seguridad, nunca es el punto de partida de la decisión, pues se remon-
ta, incesantemente, a las sucesivas influencias anteriores. En el proceso de
racionalización se vuelve necesario hacer un corte, y junto a él, crear una
lógica limpia, clara, simple. Es por eso que la fundamentación jurídica,
materializada en sentencias, se presenta a los ojos del antropólogo como
un depósito de prejuicios y conclusiones tendenciosas.
Una vez que se materializa en sentencias, valiéndose de la retórica y
recurriendo al modo imperativo como estrategia narrativa, la decisión se
expone con la autoridad de lo irreversible. O sea, para que el fundamento
de la decisión entre en forma, todo aspecto no racional que compone la
decisión, debe ser retirado. Del mismo modo que es retirado de la escritura
“científica”.16

Las continuidades de lo discontinuo


A veces, los universos separados (previstos en el modelo de Estado como
poderes ejecutivo, legislativo y judicial) desobedecen las reglas de asepsia
que los definen, proyectándose unos sobre los otros y mezclando sus fun-
ciones (Latour 2004). O, simplemente, ofreciendo las condiciones para que

16 En este punto, vale la comparación, pues el efecto de objetividad se ha construido primero en


la radical distinción de “sujetos” y “objetos”, para luego crear una apreciación contemplativa
del “objeto”, retirando el “sujeto” o limpiándolo de los rasgos subjetivos que lo componen.
Estos procedimientos solo pueden operar en la escritura, pero ellos no son en sí propios de la
experiencia, en la cual, para todo investigador, aquellas dos categorías de clasificación no se
constituyen de la manera que son formuladas. Sobre estos aspectos ver el análisis propuesto por
Latour (1994).
Las continuidades de lo discontinuo… 173

los agentes transiten y habiten los intersticios creados por los conceptos
de Estado, intersticios que en la práctica son la materia prima para su
funcionamiento. En este sentido, una etnografía puede contribuir con el
conocimiento de los procesos en juego, atendiendo a las formas en que
operan las teorías nativas y explicitando las especificidades de las relacio-
nes existentes entre estas teorías y las teorías políticas sobre el Estado.
El seguimiento que hice del trabajo realizado en las patrullas, y también
por los policías y los investigadores judiciales, me permitía notar que, en
el ejercicio concreto de las funciones, los poderes diluían (o radicalizaban)
sus fronteras.
Las continuidades no necesariamente se reflejaban en acciones erróneas
o en ‘corrupción’ de los agentes, sino que estaban dadas por el tránsito
y circulación de personas sujetas a circunstancias y desafíos diferentes.
Pasiones, imprevistos y objetos podían condicionar notoriamente el curso
de las acciones de las personas, haciendo de ellas, frente a los ojos del
más riguroso defensor de los modelos, acciones irracionales o arbitrarias.
Tales continuidades apuntaban al movimiento dentro y fuera de lo que es
considerado el Estado.
Por definición las prácticas policiales y las judiciales conforman el Es-
tado, a pesar de que tanto policías como agentes judiciales con cierta
frecuencia entiendan el Estado como una agencia diferente de aquello que
los aglutina. Para los agentes que se encuentran posicionados por expe-
riencias propias, en ambientes específicos, se hace difícil decir lo que el
Estado es. Sin embargo, suelen hablar sobre cómo el Estado se hace, cómo
se forma cotidianamente, aún en la contradicción con los principios que
teóricamente lo definen desde una perspectiva occidental.
El hacer, localizado en la región de frontera, puede relativizar deter-
minados principios centrales del Estado, siendo uno de ellos el principio
de legalidad. La práctica del contrabando es bastante elocuente, por ser
tantas veces vista como “trabajo” por los mismos agentes estatales. En
este sentido, también, personas involucradas en las dinámicas mercantiles
fronterizas pueden, sin ver en este hábito nada ilegal, pedir documentos
prestados para pasar a Paraguay, cuando ellas mismas han excedido el
límite permitido de U$A100 por mes (al que tienen legítimo derecho).
Entender el Estado desde la perspectiva de los agentes que hacen justicia
y hacen seguridad nos lleva a considerar la importancia significativa del
verbo con el que se remiten a sus funciones: hacer, diferente a ofrecer,
por ejemplo. “Hacer seguridad” y “hacer justicia” nos coloca frente a la
dimensión más creativa de los agentes. Es por eso que donde se ve una
174 Estado, violencia y mercado…

acción arbitraria en el proceder del funcionario público, por detrás hay una
variedad de motivos y motivaciones que la justifican. Desde el punto de
vista antropológico se trata de romper con los estereotipos que se derivan
de las interpretaciones limitadas a considerar aquellas acciones como fallas
en el sistema.
Eventualmente este tipo de acciones se remiten a compromisos o lealta-
des, informaciones que vinculan irreversiblemente una persona con otra,
como fue el caso de un pedido allanamiento elevado por el fiscal al juez,
en el que la información registrada se derramó en el recorrido físico que
hizo el papel dentro de la red burocrática. En consecuencia, una vez mon-
tado el operativo por la policía, nada fue encontrado. Alguien, dentro de
las oficinas judiciales, informó a las personas involucradas. Es posible que
lo que haya predominado fuera algún tipo de lealtad (si bien no están
descartadas las hipótesis proteccionistas). Vale la pena recordar aquí que
estamos analizando las prácticas policiales y judiciales mantenidas en una
ciudad chica, en la que el conocimiento personal es una condición de la
sociabilidad.
Estos detalles de la vida cotidiana evidencian que los roles previstos para
los agentes no siempre orientan la agencia.17 Dentro de esta lógica, por
ejemplo, la defensa y la acusación pueden transitar por los fiscales, jueces
y defensores: la defensa puede pasar por el fiscal, cuando él no acusa;
y la acusación puede pasar por el defensor, cuando éste no maximiza
las acciones de defensa, cayendo en la inercia, como movimiento cautivo,
contenido. Este es un aspecto más en que las fronteras se diluyen y las
acciones circulan, aproximando lo que formalmente está separado.
Los expedientes que duermen en los cajones también hacen cosas: sus-
penden la red en la cual todo delito se proyecta en la imaginación del
investigador; porque mover una causa es oír muchas historias (Schapp
1992). Y cada una lleva siempre hacia algún lugar. Puede no tener fin,
pero en algún momento es necesario cortar, interrumpir, para pronunciar
un juicio. Por eso los expedientes que duermen nunca mueren, aunque
puedan dormir para siempre. Un día serán despertados por otra causa,
que los reintroduce en la vigilia.
Una relación del fiscal entre dos casos o nombres, o modus operandi,
puede desencadenar una serie de acciones; así como lo es una estrategia
de acusación pública, por parte del fiscal, que tome en consideración el
17 Entiendo el concepto de “agencia” tal como es concebido por Alfred Gell, como una propie-
dad que puede ser atribuida a personas o cosas que sean vistas como iniciadoras de secuencias
causales de algún tipo en particular […] Agente es aquel que hace que los eventos ocurran en
su entorno (cf. Gell 1998:16).
Las continuidades de lo discontinuo… 175

tipo de raciocinio y personalidad del presidente del tribunal de sentencia


al preparar sus argumentos.
Nos encontramos aquí con aspectos no reglamentados por el Código
Procesal. Sin embargo, sin ellos, no hay justicia posible. En este punto,
no compete a la antropología evaluar si esto es justo o injusto; tampo-
co ayuda al conocimiento calificar tales procedimientos como corruptos
o inmorales. La contribución, aunque mínima, está en el reconocimiento
de que determinadas prácticas formales están tejidas de informalidades,
de que motivaciones de naturalezas diversas entran en juego, permanen-
temente, en todo tipo de decisión, poniendo en jaque los aspectos más
racionales previstos en el modelo de Estado vigente. La creatividad hu-
mana es fundamental en todos estos procesos.
Con el trabajo policial suceden cosas semejantes. El descubrimiento de
un modus operandi no es siempre la revelación o la manifestación de una
forma de ‘traficar’ que los policías conocen o imagina de antemano. El
descubrimiento es el resultado de la técnica sumada a la innovación del
policía, ambas dadas en situaciones puntuales. No se trata de situacio-
nes hipotéticas que, un determinado día, ocurren en la realidad, como
expresión de modelos preconcebidos. Son las experiencias de los propios
agentes las que permiten establecer las continuidades entre lo que con-
ceptualmente separamos: razón e intuición, hecho y persona, tiempo y
espacio. Corresponde a la habilidad que el policía, a lo largo de su traba-
jo, desarrolla para relacionar, juntar y separa cosas, personas, argumentos
y posibilidades. Esta habilidad es definida por ellos como el olfato, y le in-
teresa particularmente al antropólogo que busca comprender de qué están
hechas las prácticas, cómo se mantienen y se recrean, y qué especificidades
personales, ambientales, formales, las componen.

Hecho y persona: una separación problemática


Uno de los principios centrales del derecho separa el hecho de la persona,
para garantizar que un hecho no presuponga personas más que sospe-
chosas, antes de iniciarse las investigaciones. Este principio reposa en la
suspensión de la relación entre acto y agente. Sin embargo, una vez enun-
ciado este principio, el trabajo judicial, con el auxilio de la policía, se
orienta continuamente a reunir hecho y persona. El hecho es calificado
en la ley con el agente o autor. Nuestro proceso penal no admite hecho
sin “hacedor”. Por eso es discutible, a nivel judicial, un homicidio come-
176 Estado, violencia y mercado…

tido por alguien que actúa bajo la voluntad de una entidad incorporada.
¿Quién sería el agente en este caso? El conflicto se presenta con la disocia-
ción de entidad e identidad, pues la identidad puede ser vista simplemente
como un medio para que la entidad pueda actuar. En el proceso penal, si
existe algún hecho, existe alguien que lo produjo y, bajo la racionalidad
que los sostiene, el autor solo puede ser gente.
El Código Penal, o código de fondo, define y pronuncia lo que es inadmi-
sible en la acción humana. Estos conceptos están en la base de la tradición
inquisitorial y, según ellos, sin persona no existe hecho. La evidencia está
en lo que dicen los policías cuando afirman que sin sospechoso no puede
haber investigación, pues es la sospecha sobre la autoría la que orienta las
indagaciones. Los llamados casos nn (No Name) responden a esta lógica.
Caracterizan incautaciones de grandes cantidades de drogas que no regis-
tran autores del crimen, situaciones algo comunes en la región que analizo,
y que llevan a archivar los procesos por falta de autoría en la materialidad
del delito. Así, el hecho se constituye cuando un acontecimiento se reco-
noce en el objeto de una ley. A partir de ahí lo que fue hecho (homicidio,
transporte de estupefacientes, robo…) exige contraparte: la persona.
De ello se deduce que las investigaciones, en la práctica, se desarrollan
con base en el principio de unidad entre hecho y persona. A través de
la forma producirán el efecto de disociación, pero en el fondo, estos dos
conceptos jamás se separan.
Seguramente el acontecimiento nace mucho antes de ser encuadrado
en una ley. Viene de lugares y momentos remotos a los cuales sólo es
posible llegar por medio de relatos, versiones, memorias, historias, que
irán adquiriendo un protagonismo mayor o menor según las circunstan-
cias. Inclusive, la trama del acontecimiento puede revelarse por fuera de
las instancias formales judiciales, a través de confidencias, de rumores, e
influencias el direccionamiento de un proceso.
El modelo que separó los poderes para que no se contaminen entre sí
probablemente no tuvo en cuenta que las personas circulas y charlan, y
con ellas las informaciones van creando historias. Toda historia involucra
acciones racionales y pasionales, lo que inevitablemente forma parte del
curso de un proceso judicial, tanto para acusados como para decisores.

El peso de la forma
Una decisión es siempre una evaluación moral. Sin embargo, ¿cómo reco-
nocer la multiplicidad de aspectos que inciden en el proceso decisorio?
Las continuidades de lo discontinuo… 177

Para visualizar esta trama tomaré algunas situaciones de un caso desa-


rrollado extensamente en otro lugar (Renoldi 2008). Se trata de un mu-
chacho acusado por tenencia de drogas para comercialización. Aunque,
según los registros policiales, la droga había sido encontrada en un lugar,
sin dueño, y él en otro. Los policías que lo detuvieron afirmaban que,
cuando le pidieron los documentos del vehículo en el que se encontraba
la noche que fue preso, él mostró los documentos de un camión que horas
antes había sido encontrado abandonado en un camino de chacra, cargado
con cientos de kilos de marihuana.
Al hacer los registros, detallando la situación para dar comienzo al tra-
bajo judicial, debido a la hora y al lugar no había testigos presentes que
permitiesen cumplir con el requisito procesal de costumbre. Posterior-
mente, acompañando las declaraciones del acusado, esto daría lugar a
desconfianzas con relación a que los documentos habrían sido colocados
por los mismos policías.
El fiscal, desde el Ministerio Público, empezó a definir una línea de in-
vestigación con varios elementos incriminatorios, pero cuando el asistente
del juez entrevistó al sospechoso, en el ámbito del Juzgado de Instrucción,
éste se rehusó a declarar, pero no dejó de hablar. Inició una charla confi-
dencial en la cual le contó al instructor que el procedimiento había sido
montado, a pedido del comandante jefe del escuadrón de Gendarmería
de la ciudad, cuando supo que él, hacía ya un tiempo, era amante de su
esposa. Insistió en que todo era parte de una venganza.
El instructor (quien auxilia al secretario del juez de instrucción) lo escu-
chó y no dudo, porque a aquella historia contada se sumó el hecho de que
él sentía una aversión particular por el fiscal. De modo que, aun siendo un
procedimiento inquisitivo en el que la instancia de instrucción suele ser
incriminatoria, él estaba a favor del acusado, porque se oponía al fiscal.
Para frustración del instructor, finalmente el muchacho fue condenado
porque pesaron más los antecedentes criminales, al revelar que se encon-
traba involucrado en más de tres procesos, todos por tráfico de drogas. La
situación que acabo de describir orientó buena parte del proceso en este
caso. Sólo la traigo aquí como ejemplo, pero desarrollado en su extensión
vale como caso en el sentido antropológico (Van Velsen 1967). Revela su-
tilezas que están en juego allí donde parece que todo está definido por
funciones y separado en poderes y partes. Coincidiremos entonces en que
tal vez no todo lo que escapa a la forma es una falla.
El trabajo judicial consiste en colocar todo en forma, darle forma al
proceso. En este sentido, la observación etnográfica permite percibir cuáles
178 Estado, violencia y mercado…

son las motivaciones que están en el contenido de esas formas, de los actos
formales.
En el ejemplo presentado recién, el instructor afirmaba conocer la ver-
dad verdadera, que es una verdad improbable. Por consistir en una con-
fidencia, no tiene valor judicial, no puede ser validada como prueba. A
pesar de esto, el instructor (que no pretendía dar seguimiento a las infor-
maciones que alimentaban la oportunidad de manifestarse con relación al
fiscal) insistía en trabajar la forma, y orientar así las decisiones para la
absolución del acusado. Y alcanza sus intenciones haciendo un uso deli-
berado de los plazos, resistiendo a los pedidos direccionados en contra del
acusado, demorando o impidiendo acciones. Él lo defendía motivado por
la confidencia, y por la rivalidad con el fiscal. Pero, a pesar de su esfuerzo
en orientar el resultado del proceso hacia la verdad verdadera, la senten-
cia condenó al muchacho, porque tuvieron mayor peso los antecedentes
criminales, que evidenciaban la serie de procesos en los que se encontraba
involucrado.
Tal vez toda verdad sea siempre relativa a posiciones, objetos, organis-
mos y personas. Ella tiene sentido en una historia que nunca es única ni
definitiva. Por eso, una verdad enunciada convive siempre con algún tipo
de injusticia para alguien.
Volviendo ahora sobre el título de este artículo, retomo la noción de
frontera, que atravesó todo el estudio, tanto en lo material como en las
reflexiones. Al iniciar el trabajo de campo yo entendía que la frontera
era un lugar. Con el desarrollo de la investigación descubrí que era algo
más que eso. Fui recorriendo momentos, espacios, tiempos, donde todo
era ‘fronteras’: institucionales, jerárquicas, cronológicas, memoriales, his-
tóricas, las cuales se multiplicaban en la proximidad de inmigrantes, insti-
tuciones, cargos, secretarías, decisiones. Lugares y personas eran también
fronteras. A veces fronteras secas o membranas de contacto que hacían
imperceptible aquello separado por una ley, por un uniforme, por un río.
Es en ellas que reposan las continuidades de lo que fue pensado como
discontinuo.

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Economía y moral en blue. Una aproximación
socio-cultural al mercado ilegal del dólar en
la Argentina de la posconvertibilidad1

María Soledad Sánchez2

Introducción
En las últimas décadas, novedosos estudios antropológicos y sociológicos
han puesto en evidencia que los mercados se presentan como terrenos pri-
vilegiados para aprehender los modos en los que se producen, reproducen
y/o disputan sentidos culturales y valores morales en diversos espacios
sociales. Y esto en tanto los mercados (también los ilegales) no son úni-
camente circuitos materiales de intercambios en un sentido estricto, sino
también productores de tramas cognitivas y valorativas –muchas de ellas
centrales en la configuración de los modos con los que entendemos y va-
loramos a las personas y a las cosas en nuestros mundos sociales. De allí
que los mercados ilegales puedan ser considerados como fenómenos de una
gran relevancia económica y política, pero también sociológica, porque en
ellos podrían observarse los modos en los que se materializan las dispu-
tas sobre las formas de comprensión de los intercambios, las distinciones,
conflictos o ambigüedades en la definición de los objetos (incluso el pro-
pio dinero), y las pugnas morales sobre las formas legítimas/ilegítimas de
circulación.
Recuperando los desarrollos teóricos de los estudios sociales de la eco-
nomía, el presente trabajo se propondrá abordar socio-culturalmente el
mercado del dólarblue (esto es, el mercado de compra-venta ilegal de di-
visas en la Argentina de la posconvertibilidad) a partir de un abordaje
de investigación cualitativo. Luego de revisitar brevemente algunas pre-
1 Este texto es una reformulación del trabajo presentado en el gt “Fronteras entre lo legal y lo
ilegal: prácticas, mercados y dinámicas de orden”, coordinado por Brígida Renoldi, Lenin Pires
y Salvador Maldonado Aranda, en la X Reunión de Antropología del mercosur (ram), en el
año 2013. Agradezco los comentarios realizados por los coordinadores y asistentes.
2 conicet-uba-Argentina

181
182 Estado, violencia y mercado…

misas generales de aquel campo de estudios para situar nuestro abordaje


teórico-metodológico, buscaremos describir la composición del mercado,
a partir de una suerte de ejercicio deconstructivo sobre su figura para-
digmática: la llamada cueva financiera. Nos propondremos identificar la
heterogeneidad de agentes financieros y comerciales que se engloban en
aquella denominación, así como la multiplicidad de formas de intermedia-
ción ilegales que llevan adelante. Tal reconstrucción nos permitirá rebatir
el análisis de lo legal y lo ilegal en términos dicotómicos, como dos ámbitos
que se excluyen mutuamente, echando luz sobre los agentes, las relaciones
y las prácticas que se constituyen en el continuum entre uno y otro. Por
último, buscaremos reponer la dimensión moral de estos intercambios de
dinero, que configuran al dólar blue como un dinero ilegalmente intercam-
biado, pero legítimamente ganado y/o ahorrado, y a su comercialización
como prácticas ilegales, más no inmorales. Analizaremos, además, de qué
modo esta valoración moral de los intercambios les permite a los agentes
financieros trazar distinciones entre dólar negro y dólar blue. Considera-
mos que este análisis contribuirá a evidenciar que las prácticas mercan-
tiles ilegales no pueden reducirse a estrategias redituables y racionales
para obtener dinero, sino que en ellas se re-producen mundos simbólicos
(cognitivos y valorativos) complejos.

La mirada sociológica sobre los procesos económicos.


Apuntes teórico-metodológicos para el estudio de un
mercado financiero ilegal
La reflexión sobre la economía se encuentra en las entrañas mismas del
pensamiento sociológico desde sus orígenes. Los desarrollos teóricos de
Émile Durkheim, Karl Marx, Max Weber, Georg Simmel y Gabriel Tar-
de –gestados a la luz de la revolución industrial, de la expansión de los
mercados y de la irrupción del dinero como equivalente de intercambio
generalizado– evidencian la preocupación de la sociología por dar cuen-
ta de estas grandes transformaciones sociales que inauguran la sociedad
propiamente moderna. A pesar de la centralidad que aquella problema-
tización reservó en la imaginación sociológica del siglo xix e inicios del
xx, puede decirse que, paradójicamente y hasta hace no largo tiempo, el
abordaje sociológico de la economía había perdido cierto peso relativo en
las producciones de la disciplina. Con todo, y desde hace ya 30 años, un
Economía y moral en blue… 183

conjunto heterogéneo de trabajos sociológicos, pero también antropoló-


gicos, que aquí denominaremos como estudios sociales de la economía3,
asiste a una potente renovación conceptual: distintos autores, provenien-
tes de latitudes y tradiciones teórico-metodológicas también diversas, se
propusieron disputar la contemporánea hegemonía de la teoría económica
neoclásica en la explicación de los procesos, objetos y sujetos llamados
“económicos”, reflexionando críticamente sobre sus núcleos conceptuales
más relevantes.
Así, puede decirse que los estudios sociales de la economía comparten,
a pesar de la multiplicidad de perspectivas teóricas y objetos de análisis
posibles de ser incluidos en aquella gran etiqueta, una crítica general a
i) quienes entienden a la economía como una esfera autorregulada de
acción, que sería analítica y empíricamente distinguible de la cultura y la
política, y cuya lógica coincidiría (y se reduciría a) la maximización de
las ganancias, y ii) postulan al sujeto como un homo economicus, esto es,
como una mónada definida por una racionalidad puramente instrumental
que hace posible la acción económica como resultado de una evaluación
en términos de costo-beneficio.
Estos trabajos debatirán tales postulados a partir de la incorporación
de perspectivas teórico-metodológicas propias de las ciencias sociales, en
pos de la construcción de una concepción “no económica de la economía”.
Concepción que no se limita a encontrar y develar “la parte social” que
habría en los fenómenos económicos (y que los economistas, por su parte,
ignorarían), sino que se propone comprender a los hechos económicos co-
mo hechos sociales. O bien, siguiendo la afirmación de Bourdieu (2010),
como hechos sociales totales, en el ya tradicional sentido de Marcel Mauss:

3 Hacia los años ochenta se produce un quiebre en la llamada Pax Parsoniana, que suponía un
orden de distribución y distinción disciplinar relativamente estabilizado entre aquellos objetos
estrictamente sociológicos y aquellos estrictamente económicos. A partir de entonces, se produ-
ce una revitalización de los trabajos sociológicos y antropológicos sobre los procesos económicos
que tiene lugar tanto en la academia anglosajona como en la francesa –entre las que producirán
progresivamente ciertos puentes de diálogo, a pesar de que puedan identificarse marcadas dife-
rencias entre sus abordajes (Heredia y Roig 2008). Si bien esta revitalización encuentra uno de
sus orígenes en un grupo de investigadores anglosajones radicados en universidades norteameri-
canas cuyas producciones se engloban en lo que se conoce como “nueva sociología económica”,
preferiremos utilizar la ya mencionada nominación de “estudios sociales de la economía” para
incluir la heterogeneidad de trabajos que surgen posteriormente en el mundo anglosajón (con
miradas críticas sobre los primeros desarrollos), así como los de tradición francesa. Para un
panorama de trabajos del campo que llamamos estudios sociales de la economía, se recomien-
dan: Smelser y Swedberg (2005), Knorr Cetina y Preda (2005), Callon (2008), Steiner y Vatin
(2009). Para un recorrido analítico sobre los autores, las perspectiva y temáticas abordadas en
los estudios sociales de la economía, se recomiendan: Fourcade (2007); Tognato (2011), Zelizer
(2008b), Neiburg (2010), Heredia y Roig (2008), Lorenc Valcarse (2012).
184 Estado, violencia y mercado…

fenómenos sociales cuya significación es siempre a la vez social y religiosa,


mágica y económica, utilitaria y sentimental, jurídica y moral. Enten-
demos que tratar a los hechos económicos como hechos sociales supone
afirmar que los procesos, sujetos y objetos económicos son modos (com-
plejos) de hacer, sentir y pensar, al igual que el resto de los fenómenos
sociales –y no ya la forma paradigmática de la acción racional con arre-
glo a fines–. Esto es, son fenómenos en los que se condensan a la vez y
de golpe, diría Mauss (2009), elementos materiales, morales, culturales,
políticos, afectivos, estéticos y también morfológicos.
Con aquel espíritu crítico sobre la teoría económica del mainstream y
una vocación intelectual por la comprensión de procesos sociales contem-
poráneos, el análisis de los mercados se consolidó como un objeto pri-
vilegiado en el campo de los estudios sociales de la economía. No sería
absurdo afirmar que el mercado constituye una de las invenciones cogni-
tivas, económicas y políticas más relevantes de los últimos siglos, que se
ha consolidado persistentemente, desde entonces y hasta nuestros días,
en un doble sentido. Por un lado, porque los mercados –y los financie-
ros en particular– han adquirido una insoslayable e innegable centralidad
en la configuración material y cultural de las sociedades, tanto como en
la producción de las subjetividades contemporáneas. Pero, por otra par-
te, porque el mercado se erige como la institución primaria del edificio
teórico de la economía clásica y neoclásica, por lo que no deja de ser para-
dójico observar, siguiendo a Callon (2008), el pobre debate teórico sobre
la categoría de mercado en la propia ciencia económica, a pesar de que
constituya uno de sus pilares conceptuales.
Afrontando un verdadero desafío intelectual, los cientistas sociales se
han propuesto abrir la “caja negra” de los mercados (Vatin 2013): ¿Qué
es un mercado? ¿Es aquel espacio abstracto e impersonal donde se encuen-
tran fortuitamente la oferta y la demanda, convergiendo en la producción
de un valor-precio? ¿Es un espacio autorregulado, esto es, ordenado por
la única lógica que le es inmanente y universalmente válida (la raciona-
lidad instrumental)? ¿Son las relaciones mercantiles meros vínculos con
arreglo a fines, llevadas a cabo por individuos que poseen naturalmente
la capacidad de calcular y maximizar beneficios? ¿No hay acaso que con-
siderar como estructurantes de los mercados, sus relaciones y sus valua-
ciones aquello que la teoría económica llamó “extraeconómico”, a saber:
las creencias, los valores y los afectos?
Con estos interrogantes en su horizonte, los estudios sociológicos y an-
tropológicos sobre mercados (y sobre los financieros particularmente) ex-
Economía y moral en blue… 185

perimentaron un salto cuantitativo –y, por qué no, cualitativo– en las


últimas décadas, evidenciando un potencial heurístico de relevancia al ex-
plorar la relación entre prácticas mercantiles, sentidos culturales, valores
morales y relaciones sociales (Abolafia 1996, 1998; Godechot 2001; Ho
2009; Knorr Cetina y Preda 2005; Knorr Cetina y Bruegger 2000, 2002a,
2002b; MacKenzie 2004; Müller 2005; Zelizer 2008a, 2011). Evidenciaron
que aquel espacio social, tradicionalmente pensado por la ciencia económi-
ca como el lugar de la instrumentalización y abstracción más completas,
no puede ser analizado, en primer lugar, por fuera de los circuitos de rela-
ciones sociales que los estructuran. Creyeron necesario, más bien, abordar
la pluralidad de mercados “realmente existentes” a través del análisis de
las prácticas mercantiles que tienen lugar en relaciones sociales situadas
e históricamente variables, que se re-producen en entramados de relacio-
nes sociales particulares y a través de sociabilidades específicas, que se
deben explorar. Pero, además, postularon que la configuración de aque-
llas prácticas y relaciones mercantiles no puede escindirse del conjunto de
sentidos y valores (incluso morales) que los organizan y estructuran. Es
que en esta perspectiva, que haremos propia, la cultura no constituye el
mero contexto sino el propio texto de la llamada vida económica, incluso
la mercantil. Afirmaron que es necesario un conjunto de entendimientos
cognitivos y valorativos para que la actividad mercantil pueda producirse
(y los sujetos del cálculo emerger), en tanto son aquellas formas colecti-
vas de categorizar, clasificar y jerarquizar, las que performan los propios
intercambios mercantiles, estableciendo modos de definir sus formas po-
sibles y/o deseables (tanto económica como moralmente), de apreciar y
valorar aquello que se intercambia, y de organizar y regular las prácticas
y relaciones sociales en las que tienen lugar.
Como el locus de repetidas interacciones o transacciones, los mercados
exhiben, por un lado, un conjunto propio de “entendimientos mutuos”
que los hacen posibles: modos de definir, categorizar y clasificar que otor-
gan sentido a los objetos de intercambio –incluso al propio dinero– y a
las relaciones sociales en las que circulan (Abolafia 1998: 69). Así, distin-
tos sistemas de representación estructuran diversos circuitos mercantiles,
creando racionalidades diferenciadas, definiendo y categorizando los ob-
jetos intercambiados, distinguiendo a los dineros según sus usos y su cir-
culación, organizando el modo en que se entretejen las relaciones sociales
de compra-venta. Claro que estos sentidos están en permanente cons-
trucción y reconstrucción en esos intercambios, en los que participan una
multiplicidad de discursos y actores sociales (agentes mercantiles, agen-
186 Estado, violencia y mercado…

cias gubernamentales nacionales o internacionales, expertos en economía,


funcionarios judiciales, por mencionar sólo algunos posibles). Siguiendo
el señalamiento realizado por los trabajos herederos de la sociología de
la ciencia francesa, un conjunto de saberes (particularmente, mas no úni-
camente, la teoría económica) y dispositivos técnicos conservan un lugar
privilegiado en la producción de estos elementos cognitivos, constitutivos
de los intercambios mercantiles y sus valuaciones (Callon 2008; Callon y
Muniesa 2005; Knorr Cetina y Bruegger 2000, 2002a).
Sin embargo, los mercados no articulan sólo formas de entender, definir
o representar, sino también de valorar a las personas y a las cosas. Tal
como afirmara Simmel (1977), los intercambios mercantiles no consisten
sólo en valores intercambiables, sino también –y acaso fundamentalmen-
te– en el intercambio de valores. En las prácticas mercantiles no sólo se
re-producen patrones cognitivos, sino también valoraciones propias del or-
den social en el que tienen lugar. Articulan también creencias y juicios
valorativos que establecen las condiciones y mecanismos de mercantiliza-
ción de ciertos objetos, así como los valores a ellos atribuidos. Comprar o
vender algo, así como fijar su valor-precio, nunca es meramente un proce-
so cognitivo, mucho menos técnico: supone su reinscripción en una escala
valorativa, vale decir, en un conjunto de relaciones morales, políticas, es-
téticas y afectivas, en tanto toda valuación económica en sentido estricto
es indisociable de otros registros de valoración. Es en este sentido que lo
que se valora “en” el mercado, es inescindible de lo que se valora “fuera”
de él.
Parafraseando a Durkheim, podemos decir que no valoramos las cosas
porque son valiosas, sino que son valiosas porque las valoramos (social-
mente). En tanto los mercados constituyen regímenes de valor complejos,
diversos autores han señalado que articulan escalas valorativas estéticas,
políticas y afectivas, al tiempo que han ilustrado la particular relevancia
de los valores morales en la estructuración de los intercambios mercan-
tiles (y económicos en general) (Guyer 2004; Fourcade 2011; Fourcade y
Healy 2007; Healy 2006; Lamont 2012; Ortiz 2013; Vatin 2013; Zelizer
1979, 2011). En esta perspectiva, si los mercados pueden ser entendidos
como culturas, no es simplemente porque sean el producto de la actividad
humana y, como tal, involucren la producción de sentido; sino porque cons-
tituyen sistemas cognitivos y valorativos que están articulados en torno a
límites morales, que regulan la circulación estableciendo lo que es legítimo
e ilegítimo, permitido o prohibido, justo o injusto, en determinadas rela-
ciones sociales de intercambio (también las ilegales). Las formas posibles,
Economía y moral en blue… 187

legítimas y/o justas de ganar, pero también de ahorrar y circular dinero


u otros objetos, dependen de los límites morales que se re-producen en los
diversos circuitos de relaciones sociales. Esto supone, por la negativa, que
los mercados también tienen objetos, prácticas y relaciones prohibidas.
Estas formas de valoración son inescindibles de otras más generales del
orden social en el que se crean y recrean, que desbordan lo estrictamente
económico. Y como tales, son terreno de permanentes disputas. La clasifi-
cación (legítima o apropiada) de los bienes y la forma en la que deben ser
intercambiados es parte de una dinámica social agonística: es objeto de
conflicto entre una multiplicidad de actores sociales (incluso los propios
cientistas sociales). Debe aclararse, en tanto presenta especial relevancia
para este trabajo, que los valores morales que organizan y regulan las
prácticas mercantiles no necesariamente se superponen a los valores le-
galmente sancionados, sino que, de hecho, pueden disputarlas, trazando
distinciones entre lo ilegal y lo ilegítimamente intercambiado. Es más,
no todas las transacciones ilegales serán clasificadas como ilegítimas o in-
morales en un espacio social determinado, siendo necesario atender a las
distinciones entre las prácticas mercantiles que son tenidas por meros ile-
galismos y las que son consideradas como delitos o crímenes (Misse 2007;
Tonkonoff 2012; Pegoraro 2015; Renoldi 2015).
En los mercados, entonces, no sólo se intercambian bienes y servicios
por dinero, sino que se produce, reproduce y/o disputan sentidos y valo-
res de un espacio social, también a través de la creación o transformación
de categorías morales, en un sentido durkheimiano: en la dinámica mer-
cantil se pone en juego la producción de lo que un grupo considera no
sólo valioso o fútil, sino también bueno o malo, legítimo o ilegítimo, jus-
to o injusto. Es por esto que los mercados, y en particular los ilegales,
constituyen terrenos heurísticamente productivos para observar los mo-
dos en que determinados marcos cognitivos y valorativos son producidos,
reproducidos o transformados en relaciones sociales específicas.
Acaso el mercado financiero argentino sea un caso privilegiado para
observar disputas culturales (y morales) que se re-producen sobre la de-
finición de las fronteras de los intercambios, y que producen distincio-
nes entre formas ilegales pero legitimadas de circulación. Propondremos
abordar estas tensiones a través de un análisis sociocultural del mercado
de compra-venta ilegal de divisas en el período de la posconvertibilidad.
Partimos de la premisa que las prácticas financieras ilegales, más que
conductas anómicas o formas patológicas de destrucción del orden social,
constituyen formas de sociabilidad que tienen lugar en un entramado rela-
188 Estado, violencia y mercado…

cional complejo, regulado tanto simbólica como económicamente (Suther-


land 1992; Tonkonoff 2012; Pegoraro 2015; Biscay 2013). En este sentido,
las formas ilegales de intercambio y circulación de dólares blue deben ser
entendidas como modos de hacer, sentir y pensar que van cristalizándose
en estructuras materiales pero también valorativas, y cuyas representa-
ciones, racionalizaciones y motivaciones son re-producidos en procesos de
interacción que tienen lugar al interior de las redes sociales y económicas
del sector.
Buscaremos entonces, en primer lugar, describir y analizar la heteroge-
neidad de agentes financieros y comerciales (y de sus estrategias) que se
articulan en la compleja trama de intermediaciones financieras en blue,
así como las dinámicas sociales que estructuran sus relaciones. En segun-
do lugar, abordaremos un conjunto de sentidos y valores que los agentes
del mercado del dólar blue re-producen, que nos permitirán identificar
algunas de las formas de justificación y legitimación moral que despliegan
sobre sus prácticas ilegales. Como adelantamos, estas definiciones y valo-
raciones les permiten construir al circuito blue como un mercado cuyos
agentes, estrategias y el dinero que pone en circulación son entendidos
como ilegales, pero no inmorales. Con aquellos objetivos, nos centramos
en el análisis de las entrevistas en profundidad con agentes financieros del
mercado del dólar blue y de las observaciones no participantes que hemos
realizado en el centro financiero de la Ciudad de Buenos Aires y en los
espacios de trabajo de los agentes entre los años 2011 y 2014.

La red de intercambios blue: las cuevas financieras y


sus formas de intermediación
La existencia de un mercado paralelo de divisas se convirtió en objeto de
una gran atención social, política y mediática cuando el gobierno de Cris-
tina Fernández de Kirchner (2007-2011 y 2011-2015) decidió implementar,
a fines del año 2011, un sistema de fiscalización para las operaciones cam-
biarias, con el fin declarado de limitar y controlar la demanda de divisas,
que pasará a ser comúnmente denominado como “cepo cambiario”4. Aque-
4 En los años previos, se habían aplicado diversas medidas de fiscalización sobre las operaciones
cambiarias, entre otras, la creación de límites para la compra de divisas(aunque muy laxos, en
tanto el monto establecido era de 2 millones de dólares mensuales para cualquier persona física
o jurídica) y/o giro de las mismas al exterior; la aplicación de controles sobre las operaciones
que se realizan en el Mercado de Valores; la eliminación de las transacciones directas con
los denominados “paraísos fiscales”, como señalan Gaggero, Kupelian y Zelada (2010). Con
Economía y moral en blue… 189

lla medida inicial sobre el mercado cambiario tenía lugar en un contexto


en el que la creciente demanda de divisas de la economía local se con-
jugaba con una acelerada fuga de capitales y con el desmejoramiento de
un conjunto de variables económicas centrales (el aumento de los niveles
inflacionarios, la caída del superávit comercial y fiscal, el descenso de los
niveles de reservas internacionales del Banco Central, entre otras)5. Da-
das las crecientes restricciones y limitaciones sobre el mercado oficial de
divisas, el mercado ilegal del dólar (es decir, cuyas operaciones se realizan
por fuera del único canal legal establecido, el Mercado Único y Libre de
Cambios), que hasta entonces era apenas un secreto a voces en el centro
financiero de la ciudad de Buenos Aires, pasó a ocupar un lugar trascen-
todo, el nuevo sistema de control de cambios- que incluyó un conjunto heterogéneo de medidas
normativas específicas implementadas principalmente entre 2011 y 2012- restringió fuertemente
las operaciones con divisas en el mercado oficial, al limitar tanto sus montos como los fines
aceptados para las operaciones (alcanzando incluso a anular la posibilidad de compra de dólares
con el fin de su atesoramiento entre 2012 y 2014).Impuso, simultáneamente gravámenes fiscales
sobre las operaciones vinculadas al mercado turístico y los gastos en el exterior del país, así
como en las compras de dólares para su ahorro (cuando estuvo vigente), que variaron entre un
15 y un 30 % según los casos. Así, la cotización oficial de la divisa quedó prácticamente limitada
a las operaciones de comercio exterior. Además, con el nuevo sistema que estuvo vigente hasta
el fin de la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner en diciembre de 2015, las entidades
financieras o comerciales que realicen la compra-venta de divisas debían ahora cotejar con la
autoridad fiscal, a través de un sistema informático, la capacidad económica de la persona o
empresa que realice la transacción (aplicando simultáneamente controles sobre las entidades
financieras que participaban de las operaciones).
5 Las prácticas de ahorro, inversión y pago (en mercados específicos como el inmobiliario,
entre otros) se han consolidado durante las últimas cuatro décadas no sólo entre los grandes
agentes o grupos económicos, sino también entre amplias capas de los sectores medios y altos
de la población. Puede decirse que desde la última dictadura militar (y estimulada por sus
políticas), el dólar y sus usos comenzaron a extenderse, al tiempo que la divisa se delineaba
como reserva de valor en la cultura económica local, para alcanzar su total popularización
en los años noventa. Pero, además, este proceso de creciente dolarización de las formas de
ahorro e inversión se ha producido se ha producido significativamente por fuera del sistema
financiero; vale decir, los dólares se retiraban del circuito formal de la economía local, hacia
plazas externas, cajas de seguridad o “debajo del colchón”, tanto a través de mecanismos legales
como ilegales. Para decirlo de otro modo, la fuga de capitales se ha consolidado en las últimas
cuatro décadas como un problema estructural de la economía local. La fuga de capitales se
afirma como una práctica sistemática entre los grandes agentes económicos locales a partir
de la última dictadura militar y se consolida durante los años noventa, cuando también se
extiende hacia agentes económicos pequeños y medianos, gracias a las reformas estructurales que
supusieron la completa liberalización y desregulación del sistema financiero y sus movimientos
de capitales en aquellos períodos. Pese a las profundas modificaciones de la dinámica del régimen
de acumulación en la posconvertibilidad, y tras un período que se caracterizó por el reingreso
de capitales desde el exterior que se extendió hasta el año 2007, la fuga de capitales recuperó
su intenso ritmo desde entonces, convirtiéndose en uno de los factores determinantes de la
restricción externa (Basualdo 2006; Gaggero et al. 2010; Gaggero Rúa y Gaggero 2013, 2015).
A modo de referencia, según estimaciones de la Tax Justice Network, los argentinos poseerían
alrededor de 400 mil millones de dólares por fuera de la economía local, de los cuales se estima
que la mitad de ellos permanecen sin ser declarados (Henry 2012).
190 Estado, violencia y mercado…

dente en el debate público local, atrayendo la atención y la reflexión de un


conjunto heterogéneo de actores sociales (agentes financieros, empresarios
locales, expertos en economía, periodistas, funcionarios gubernamentales,
pero también de diversos agentes no especializados). Articulando, acaso
paradójicamente, su condición ilegal con una fuerte visibilidad, las formas
de venta y cotizaciones del dólarblue (tal la denominación establecida en
referencia al dólar ilegalmente intercambiado en la jerga financiera local)
recorrieron la agenda política y mediática, instalándose al mismo tiempo
en las conversaciones cotidianas de diversos sectores de población.
Sin embargo, el mercado ilegal de divisas (y su objeto privilegiado de
circulación, el dólarblue) preexisten no sólo a su institución como un pro-
blema social, político y mediático, sino también a las nuevas regulaciones
sobre las operaciones cambiarias implementadas a partir del año 2011: las
prácticas de compra-venta ilegal de dólares constituían modos de hacer
extendidos en el mercado local desde los inicios del período de la poscon-
vertibilidad que aquí analizamos. La caída del modelo de la Convertibili-
dad a fines del año 2001 –el régimen monetario que había establecido por
ley, durante toda la década del noventa, la paridad nominal entre el peso
argentino y el dólar norteamericano–, supuso el resurgimiento de un con-
junto de estrategias financieras y cambiarias especulativas que se habían
desarrollado con particular fuerza en los años de gran inestabilidad cam-
biaria y crisis inflacionarias que signaron la evolución económica desde
mediados de la década del setenta hasta la instauración del régimen de la
Convertibilidad6. Entre otras cosas, el abandono de la paridad cambiaria
vigente durante la década del noventa implicó una brusca y significati-
va devaluación de la moneda local y, con ella, la rápida revitalización de
los negocios especulativos en el mercado de cambios en torno a la varia-
ción de las cotizaciones. Con todo, aquellas prácticas de compra-venta
de divisas no siempre se canalizaron a través del mercado oficial, siendo
posible identificar, ya desde los primeros años de la posconvertibilidad,
la reaparición de una cotización “paralela” de la divisa norteamericana

6 Aunque no sea el objetivo de este texto ahondar en una reconstrucción socio-histórica de esta
problemática, es imprescindible mencionar que las prácticas ilegales de compra-venta de divisas
en el mercado local se remontan no sólo a los propios inicios del período de la posconvertibilidad
(y, por lo tanto, anteceden al mencionado sistema de control de cambios), sino que poseen una
ya larga historia en la economía local, que puede rastrearse incluso hasta la década del cuarenta.
La cotización paralela de la divisa norteamericana, intercambiada por fuera del circuito oficial,
adquirió particular relevancia en las décadas del setenta y ochenta, y junto a ella, el conjunto
de actores financieros que las comercializaban, en particular las mesas de dinero y las llamadas
cuevas financieras, sobre las que volveremos en este apartado (Heredia 2015). Para un análisis
más extenso de estas cuestiones, nos permitimos remitir a Sánchez (2016)
Economía y moral en blue… 191

intercambiada en una red de múltiples relaciones y actores donde, como


veremos, se entraman las prácticas legales e ilegales de las finanzas locales.
Puede afirmarse que la llamada cueva financiera conforma la figura pa-
radigmática del mercado del dólarblue, en tanto constituye el agente de
intermediación por excelencia para la compra-venta ilegal de divisas7. En
términos generales, puede decirse que lo que actualmente se denomina
cueva financiera remite a una sociedad financiera (o espacio dentro de
otro tipo de entidad financiera o comercial) que ofrece servicios de in-
termediación financiera sustraídos de toda formalidad legal para operar:
su actividad se centra en la re-circulación de dinero sin ningún tipo de
registración ni tributación. Entre las actividades de intermediación más
extendidas entre las cuevas pueden mencionarse los préstamos y servi-
cios de inversión o colocación de dinero (también en plazas off shore),
“descuentos” de cheques y la compra-venta de dólares blue.
Si bien no todas las cuevas financieras participan en todos los segmen-
tos y negocios –en tanto las más pequeñas sólo funcionan como cuevas de
cambio– puede decirse que la gran parte de ellas no limitan sus estrate-
gias a la compra-venta ilegal de divisas, sino que funcionan de hecho como
verdaderas mesas de dinero, combinando la intermediación cambiaria con
servicios de inversión y préstamo de dinero8. Es por esto que es incluso
algo habitual en el mercado local trocar ambos términos, cuevas y mesas,
a la hora de referir a las financieras que realizan el conjunto de activi-
dades de intermediación financiera mencionadas sin registración formal.
Actividades todas ellas que permiten evadir los controles o límites para la
compra-venta de divisas, así como el pago de impuestos, principalmente
los gravámenes a las ganancias, al permitir circular y/o invertir dinero no
declarado.
Lo anterior permite intuir que, a partir de la figura de la cueva financie-
ra, puede re-componerse un conjunto heterogéneo de actores, relaciones

7 La nominación de cueva financiera se extiende en los años setenta para hacer referencia a
aquellas entidades financieras o comerciales que se abocaban principalmente a la compra-venta
de divisas en un circuito paralelo, carente de todo tipo de registración. A lo largo de las dé-
cadas subsiguientes, las cuevas irán reconvirtiendo sus actividades y ampliando sus repertorios
prácticos, al compás de las transformaciones socio-económicas que modificarán los negocios fi-
nancieros y cambiarios. Particularmente, durante los años noventa, ya sin la rentabilidad del
negocio cambiario en tanto la paridad entre el peso del dólar estaba fijada y garantizada por
ley, las cuevas se mantuvieron activas en negocios financieros diversos, como los préstamos y la
re-circulación de dinero (también hacia el exterior).
8 Con todo, a partir del denominado “cepo cambiario”, la compra-venta del dólar blue ha
adquirido una mayor relevancia entre las estrategias de los cueveros, dado el significativo salto
en su rentabilidad: si antes del sistema de control de cambios la brecha entre el dólar oficial y
el blue se aproximaba al 10 %, desde entonces ha oscilado entre el 50 % y el 100 %.
192 Estado, violencia y mercado…

y prácticas que da forma a una compleja red de intercambios de dine-


ro (no restringida a la compra-venta de divisas) ejecutados al filo de lo
legal y lo ilegal. Entramado que conforma, por otra parte, un espacio
social desnivelado, en tanto conecta a los agentes más concentrados del
mercado financiero local (como bancos comerciales nacionales y extranje-
ros, sociedades de Bolsa y casas de cambio) con el denominado chiquitaje
por la jerga financiera local (pequeñas oficinas o comercios de rubros di-
versos que participan de la compra-venta ilegal de divisas). Es por esto
que, aunque la nominación de cueva financiera sea utilizada para refe-
rir al conjunto de agentes del mercado del blue, sea necesario introducir
distinciones entre aquellas que realizan un conjunto de actividades de in-
termediación financiera y aquellas que sólo intercambian divisas; entre las
que se desempeñan en el segmento mayorista y las que lo hacen en el mi-
norista; entre las que funcionan de manera independiente y las son parte
de otras instituciones financieras o comerciales (bancos comerciales; casas
y agencias de cambio; sociedades de Bolsa; cooperativas o mutuales de
crédito, consumo y/o vivienda; sociedades financieras; entidades de pagos
y cobros; agencias de turismo; joyerías y numismáticas; por mencionar
sólo algunas de las que analizaremos en estas páginas).
Entre la heterogeneidad de cuevas financieras es posible identificar un
gran conjunto de ellas establecidas como sociedades financieras que se ubi-
can en oficinas de grandes edificios del microcentro porteño, pero también
en barrios como Puerto Madero, Recoleta, Palermo, Belgrano y barrios
cerrados o countries ubicados en las afueras de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires. Al igual que los agentes financieros del circuito formal, las
cuevas inician sus transacciones monetarias con el público tras la publi-
cación de la cotización del mercado oficial, poco después de las 10 de la
mañana, y permanecen realizando operaciones hasta las 15 hs. (con excep-
ción de las que se abocan principalmente al mercado minorista vinculado
al turismo, que extienden su horario de atención). Por la tarde conti-
núan con las tareas contables y administrativas, respondiendo consultas o
pautando cierres de futuras operaciones, tanto telefónica como personal-
mente. El negocio de las cuevas es generalmente administrado y atendido
por sus propios dueños o cueveros, quienes además cuentan con un con-
junto de empleados administrativos que desempeñan tareas contables, así
como trámites en la vía pública (entre los que se destacan los llamados
liquidadores, encargados de realizar entregas de dinero al domicilio de los
clientes). Dado que las formas de intermediación de las cuevas son en efec-
tivo y que la inmediatez de las transacciones constituye uno de los más
Economía y moral en blue… 193

vanagloriados atributos del circuito blue, los cueveros necesitan disponer


de cantidades significativas de efectivo en sus instalaciones, por lo que las
oficinas cuentan con cajas de seguridad (e incluso algunas ofrecen también
el alquiler de cofres privados). Por esto, sumado al propio carácter ilegal
de la operación, los cueveros acostumbran a pautar con anterioridad la
recepción de un cliente en sus oficinas, evitando así imprevistos (como
no contar con la liquidez para cierta transacción o no poseer el dinero en
las oficinas, en tanto los cueveros suelen proteger parte de su capital en
cajas de seguridad en bancos o casas de cambios). Estos controles son,
en muchos casos, reforzados por la presencia de un vigilante privado en
las propias oficinas de la cueva (en muchos, policías o miembros de otras
fuerzas de seguridad que toman este trabajo complementario), que com-
plementan la seguridad privada con la que cuentan la mayor parte de los
edificios en los que se ubican este tipo de sociedades.
Además de las que funcionan como negocios de manera independiente,
debe mencionarse que una cantidad significativa de cuevas financieras son
parte de instituciones financieras y cambiarias pertinentemente registra-
das: bancos comerciales, casas de cambio, sociedades de Bolsa, compañías
financieras, entidades de préstamos o bien de pagos y cobros de servicios
o facturas. Puede decirse que estas instituciones financieras y cambiarias
alcanzan a concretar las operaciones de mayores montos y son las que,
en muchos casos, ofrecen respaldo a las cuevas medianas y pequeñas para
sus operaciones. Huelga decir que también entre estas entidades existen
heterogeneidades: las más concentradas, como bancos, grandes casas de
cambio y sociedades de Bolsa, participan del mercado de compra-venta
mayorista de divisas (al tiempo que extienden sus conexiones hacia plazas
off shore y realizan no sólo operaciones cambiarias sino también bursá-
tiles y de inversión), mientras que otras sólo intervienen en el mercado
minorista.
Las casas de cambio son ejemplos tan significativos como extendidos de
esta doble estructura: a la vista del público, se realizan las transacciones
con los registros legales pertinentes, mientras que en otras oficinas de las
mismas instalaciones, retiradas de cualquier mirada, tienen lugar las ope-
raciones de compra-venta ilegales. Estos vitales agentes del mercado del
blue se encuentran, además, al alcance directo del público en tanto deben,
por regulación del Banco Central, constituirse con acceso en la vía pública
(a diferencia de las financieras anteriormente mencionadas)9. Pero, como

9 Los controles de cambios implementados desde el año 2011 impactaron fuertemente sobre las
casas de cambio, muchas de las cuales cerraron sus puertas por la fuerte reducción de operaciones
194 Estado, violencia y mercado…

mencionamos, los bancos comerciales también poseen sus propias cuevas


o mesas de dinero, que realizan operaciones sin registración. Aunque las
dinámicas ilegales de los grandes bancos comerciales son tan relevantes
como invisibilizadas en los discursos corrientes sobre el mercado del dólar
blue, son aquellos los que constituyen los agentes más concentrados del
mercado.
Al igual que las grandes financieras que se ubican en lujosos edificios de
oficinas céntricas o en exclusivos barrios privados, tanto como las más afa-
madas casas de cambio, las mesas bancarias se orientan hacia los clientes
de un alto poder adquisitivo y las grandes empresas. Claro que las estra-
tegias ilegales de las entidades bancarias contemplan una gama compleja
de servicios financieros destinados a ocultar el origen y destino de fondos
que recirculan, fugar divisas hacia plazas offshore, elaborar estructuras
societarias ficticias para evadir el pago de impuestos, incumplir los regí-
menes de información exigidos por las autoridades monetarias y jurídicas,
entre otros. Por otra parte, las sociedades de Bolsa constituyen otro de
los agentes cardinales del mercado del blue, no sólo porque participan
de la compra-venta ilegal de divisas, sino porque también hacen posible
la recirculación de dinero a través de sus actividades de intermediación
(algunas lícitas, otras ilícitas) en el mercado bursátil10.
Al igual que estas sociedades bursátiles, las cooperativas (de crédito,
consumo y/o vivienda) y mutuales también funcionan como cuevas fi-
nancieras en el mercado blue. Las cooperativas y mutuales participan de
la compra-venta ilegal de divisas, del otorgamiento de préstamos sin re-
gistración, pero sus exenciones impositivas (en particular, la reducción
de 50 % del impuesto al cheque de la que gozan desde el año 2001) las
han convertido en agentes imprescindibles en el circuito de descuentos de
cheques.
Debemos mencionar, por otra parte, a las agencias de servicios de pago
de servicios y facturas, así como entidades prestamistas de efectivo, las
cuales se han extendido ampliamente a lo largo del período, especialmen-
en el mercado cambiario oficial, mientras que otras fueron sancionadas o bien vieron revocadas
sus licencias.
10 A pesar de la distinción que realizamos para tipificar a los agentes del mercado, hay que
tener en cuenta que muchas sociedades de Bolsa son, simultáneamente, casas o agencias de
cambio.Con esto queremos decir que si bien las sociedades de Bolsa comenzaron a participar
activamente de la compra-venta de dólares blue, son también engranajes fundamentales para
el descuento de cheques y operaciones de fuga al exterior a través de prácticas bursátiles como
el “contado con liquidación” (la práctica consiste en comprar un activo en el mercado bursátil
local en pesos pero que cotiza en dólares, para liquidarlo en una plaza extranjera y, por lo
tanto, obtener las divisas en una cuenta en el exterior del país), que se extendieron en la
posconvertibilidad.
Economía y moral en blue… 195

te fuera del microcentro porteño, en barrios de clases medias y medias


bajas. Aquellas instituciones funcionan, también, como cuevas, que parti-
cipan tanto de la compra-venta ilegal de divisas (ofreciendo operaciones
de cambio de moneda extranjera a pesar de no poseer autorización pa-
ra dicha actividad), como del otorgamiento de préstamos personales sin
registración, destinados a clientes con poca o nula capacidad fiscal y por
tasas superiores a las del mercado oficial (que son de por sí elevadas), con
la sola presentación del documento de identidad y un recibo de sueldo.
Queda decir que otros agentes no financieros participan del circuito
blue: las cuevas son parte de agencias de turismo (aunque muchas de
ellas son, simultáneamente, casas o agencias de cambio), hoteles turís-
ticos, agencias postales de envío de dinero, concesionarias de autos de
alta gama, grandes cadenas de supermercadistas y hasta un Consulado
de un país extranjero11. Aquellas se orientan también a clientes medios
y altos, tanto como empresas pequeñas y medianas, aunque las agencias
de turismo, hoteles y agencias de envío de dinero buscan captar asimis-
mo compradores y vendedores minoristas. También las hay más pequeñas:
cuevas que se ubican en locales comerciales (las ya tradicionales en el mer-
cado joyerías y numismáticas, pero también comercios de indumentaria,
tecnología o recuerdos turísticos, joyerías, solarium y hasta maxi-quios-
cos del centro financiero), y tienen como público al pequeño ahorrista o
al turista, realizando operaciones de pequeños montos. Vale aquí aclarar
que las operaciones minoristas (y el conjunto de agentes vinculados al
llamado chiquitaje) crecen comparativamente tras la implementación de
los controles gubernamentales que restringieron fuertemente las compras
minoristas (especialmente para su atesoramiento) en el mercado oficial.
A todo aquello debe agregarse que entre las cuevas, aun las que partici-
pan en diversos segmentos, ofician de contacto diversos agentes de inter-
mediación, con funciones también diversas. Por un lado, los denominados
corredores de cambio: agentes con un gran conocimiento del mercado cam-
biario y sus agentes, que procuran poner en contacto a aquellas cuevas
que compran con las que venden (así como también acercar clientes que
requieren concretar operaciones de altos montos) dinámica que en la jer-
ga financiera local se denomina hacer el rulo o atar puntas. Participan
también en el mercado del blue los llamados arbolitos, quienes procuran
clientes minoristas en el espacio público para la compra-venta de dólares
11 Nos referimos particularmente al Consulado de Guinea-Bissau, que fue penalizado y poste-
riormente cerrado en el año 2009, por poseer una estructura financiera ilegal, que vinculaba a
la oficina consular con un conjunto de sociedades, fundaciones y hasta iglesias fraudulentas, así
como a una red de producción de medicamentos falsificados.
196 Estado, violencia y mercado…

blue, a cambio de una comisión por las transacciones obtenidas, cedida


por las cuevas. La tradicional calle Florida del microcentro porteño y sus
vectores aledaños se cubrieron de arbolitos en el período de la posconver-
tibilidad. A pesar de ser el escalafón más visible de un mercado ilegal,
en tanto desarrollan su actividades en la vía pública, su ofrecimiento a
viva voz, “Cambio, Troco, Exchange” con el que intentan seducir a los
transeúntes locales y turistas, negociando in situ el precio de la compra o
venta ilegal, para luego dirigirse hacia el agente financiero encargado de
concretar la operación, sólo será exiguamente disimulado tras los controles
de cambios. Por otra parte, en este entramado de ilegalismos participan
(aunque especialmente con anterioridad a los controles de cambios) los
coleros, agentes contratados para comprar dólares en bancos o casas de
cambio al tipo oficial, en pequeños montos pero en forma reiterada, pa-
ra revenderlos luego como dólares blue. Dadas las transformaciones en
los controles sobre el mercado oficial de divisas, el trabajo de los cole-
ros se vio rápidamente limitado a nivel local, pero en sus inicios alcanzó
a traspasar las fronteras locales (buscando ingresar dólares obtenidos en
los mercados de divisas vecinos), opción que también se ha ido limitando
progresivamente con el crecimiento de las restricciones para retirar dinero
en el exterior del país.
Esta descripción de los agentes y sus prácticas permite evidenciar que
el mercado del dólarblue se constituye en un terreno liminar entre lo legal
y lo ilegal (donde los ilegalismos se encuentran entramados en sus insti-
tuciones más tradicionales y consolidadas del mercado financiero local).
Asimismo, hace posible dar cuenta de que, más allá de la heterogeneidad
de sus funciones, capacidades de recirculación y clientela con la trabajan,
las cuevas financieras funcionan entramadas en una red compleja que les
permite concretar las operaciones, hacerse de divisas, descontar y “des-
cargar” los cheques, otorgar préstamos, fugar divisas al exterior. Son así
las interconexiones entre múltiples agentes financieros y sus prácticas las
que hacen posible esta forma de coordinación económica particular que
es el mercado del dólar blue.
De allí que nos interese ahora detenernos en la dinámica micro-socio-
lógica que estructura los vínculos de aquella red heterogénea. Los lazos
sociales personales conforman un aspecto central en la estructura y di-
námica del mercado, que permite dar cuenta de los modos en los que se
relacionan los agentes financieros, sus estrategias para obtener clientes y
concretar operaciones, pero también las formas en las que se re-crea el
valor diario del dinero12. Relaciones interpersonales que remiten a for-
Economía y moral en blue… 197

mas de sociabilidad que pueden ser difusas en términos de la intimidad


o intensidad del contacto, pero con un gran poder estructurante sobre
las redes del sector. Y que reproducidas en los espacios de trabajo, pero
también fuera de ellos, en actividades sociales y/o deportivas, desbordan-
do el mundo económico en sentido estricto del término. Puede afirmarse
que las relaciones personales constituyen un verdadero capital social en el
mercado del blue, en tanto es a través de su acumulación que los cueveros
logran constituirse y afianzarse en el negocio, aprender saberes operativos
y técnicos y resolver problemáticas cotidianas, así como establecer una
clientela relativamente estable. Pero el vínculo interpersonal es también
fundamental para definir el precio y los términos de una transacción, defi-
niendo a la “cultura de negociación” como un aspecto nodal del mercado
cambiario local: cada operación es conversada y negociada personalmente
entre los cueveros y otros agentes financieros o comerciales, o entre los
cueveros y los clientes (Knorr Cetina y Bruegger 2002b). En resumen, el
capital social acumulado por los agentes financieros constituye un poten-
te capital económico en estas formas de intermediación, en tanto hace
posibles las propias transacciones financieras ilegales. Sin embargo, no
debe entenderse por ello que aquellos vínculos son una simple necesidad
utilitaria para la consecución de los intercambios ilegales en el mercado
local, o puros medios instrumentales para alcanzar determinados fines.
No sólo el dónde, el cuánto y el cuándo comprar y vender, cómo pautar
y negociar transacciones y cómo hacerse de clientes, sino también qué
dinero circular (y cuál no), por qué hacerlo y con qué propósitos, según
qué reglas de intercambio y dentro de qué límites, son cuestiones todas
ellas centrales para comprender la dinámica de las estrategias financieras
que analizamos. Como postulamos, en las relaciones mercantiles en blue
se crean, recrean y/o transforman todo un conjunto de sentidos y valores
culturales. Para decirlo de otro modo, entendemos que las intermedia-
ciones financieras en blue suponen no sólo la producción y reproducción
material de un conjunto de entidades y agentes financieros, redes de co-
nexiones entre ellos y técnicas operativas que viabilizan sus intercambios,
12 No debe entenderse que las relaciones personales son parte de las dinámicas económicas por-
que estemos tratando un mercado ilegal. Los estudios sociales de la economía han evidenciado
que, incluso en el terreno aparentemente más abstracto e impersonal (el mercado financiero),
las relaciones personales son constitutivas de sus intercambios. Las redes de relaciones en los
mercados son, en este sentido, más que regularidades de contactos o flujos abstractos, sino lazos
sociales (en muchos casos, de confianza, proximidad e incluso afecto) en los que se construyen
y también delimitan prácticas, entendimientos y valoraciones que dan vida a las transacciones
económicas (Abolafia 1996, 1998; Godechot 2001; Ho 2009; Knorr Cetina y Preda 2005; Knorr
Cetina y Bruegger 2000, 2002a, 2002b, MacKenzie 2004; Müller 2005; Zelizer 2008a, 2011).
198 Estado, violencia y mercado…

sino también de sentidos y valoraciones con las que se definen, clasifican y


racionalizan sus estrategias ilegales, así como otros procesos económicos,
políticos y sociales más generales en las que ellas tienen lugar (y a través
de los que vuelven inteligible su propia actividad profesional). Y, como
atenderemos aquí específicamente, lo hacen movilizando valores morales
que les permiten legitimar sus estrategias ilegales al distinguirlas de otras
prácticas sociales que consideran inmorales, estableciendo reglas y códigos
para la realización de los intercambios, así como limitando los modos y el
dinero que se pone en circulación. Procederemos, entonces, a analizar los
elementos cognitivos y valorativos que los agentes del mercado del blue
re-producen y que configuran al dólarblue como un dinero ilegalmente in-
tercambiado, pero legítimamente ganado y/o ahorrado; y a su compra y
venta como prácticas ilegales, mas no delictivas ni inmorales.

Ilegalmente intercambiado, pero legítimamente


ganado o ahorrado. La dimensión moral
de los intercambios económicos en blue
Comencemos por indagar sobre los sentidos y valores que los agentes del
mercado presentan como motivaciones y racionalizaciones para la realiza-
ción de las prácticas ilegales, centrándonos especialmente en aquellos que
les permiten definir y valorar sus actividades profesionales como modos
moralmente legítimos de hacer, sentir y pensar. Buscaremos aquí hacer
énfasis en los valores re-producidos por los agentes del mercado del blue,
que trazan distinciones entre lo que consideran legítimo e ilegítimo, mo-
ral o inmoral, ilegal o delictivo/criminal. Distinciones que, si bien no se
solapan a las legalmente establecidas, contribuyen a configurar a la com-
pra-venta de dólares blue como una práctica ilegal, pero no delictiva o
criminal, ni inmoral. Los entrevistados sostienen que las prácticas ilegales
que desarrollan no pueden ser consideradas, estrictamente, como delitos
o crímenes:

Ilegalmente sería en negro, ¿no? Tampoco es que estás cometiendo


un delito (…) Ladrón es el que me robó a mí el jueves y mañana está
robando acá en frente (F., propietario de cueva financiera).
Economía y moral en blue… 199

La intermediación es negra, pero la actividad comercial es legítima.


No es nada criminal. Es gente comerciante, empresarios, que necesitan
una solución para distintos temas. (S., socio de cooperativa)
En realidad, lo que se hace es obviar el pago de algunos impuestos,
nada más. Tiene que ver con eso, con evadir, pero es más una necesidad
comercial que un delito. (P., socio de cueva financiera)

Esto a pesar de que todos ellos dieron cuenta, a lo largo de las en-
trevistas, de tener un conocimiento específico de los regímenes penales
cambiarios y tributarios que sus estrategias financieras potencialmente
transgreden, así como de las sanciones jurídicas o administrativas que les
competen. ¿De qué modo, entonces, los agentes del blue logran resolver
esta aparente paradoja de contravenir las normativas vigentes (que po-
seen incluso regímenes penales) y afirmar que sus prácticas no pueden
ser definidas como criminales o delictivas? Sostendremos que los agentes
financieros que participan del blue desarrollan modos específicos de justi-
ficación o racionalización de sus estrategias financieras ilegales, al tiempo
que trazan distinciones morales entre diversas prácticas ilegales, los agen-
tes financieros que las llevan adelante y los dineros que recirculan. Aque-
llo que Sykes y Matza (2004) denominaban “técnicas de neutralización”,
formas discursivas que permiten a quienes desarrollan prácticas ilegales
sortear el conflicto que supondría aceptar (al menos parcialmente) deter-
minados sentidos y valores que organizan el campo social y contravenir
lo estipulado normativamente, al establecer juicios moralmente fundados
que permiten legitimar sus prácticas.
En los citados fragmentos, se hace visible que los agentes del mercado
del blue estiman que las prácticas que llevan adelante no pueden defi-
nirse como prácticas delictivas o criminales, sino más bien como meras
formas de intermediación que, recuperando los términos más frecuen-
temente utilizados por los entrevistados, “eluden”, “obvian”, “evaden”,
“esquivan” determinados gravámenes impositivos y limitaciones guberna-
mentales (que, además, consideran arbitrarias, inapropiadas e injustas),
o bien formas y tiempos burocráticos del propio sistema financiero formal
que no se condicen con lo que definen como las necesidades comerciales de
la economía local. Fundamentalmente, los agentes del mercado entrevis-
tados afirman que el circuito financiero y cambiario en blue cumple lo que
podríamos resumir en una “función social y económica” de relevancia. Y
esto en tanto el mercado blue ofrecería servicios financieros a pequeños y
medianos empresarios y comerciantes, tanto como ahorristas, empleados
200 Estado, violencia y mercado…

y trabajadores, que, afirman, el sistema financiero formal (especialmen-


te, las entidades bancarias) expulsa – o al menos perjudica seriamente.
Las estrategias financieras llevadas adelante por las cuevas financieras (no
sólo la compra-venta de divisas, sino el descuento de cheques, el otorga-
miento de préstamos y la realización de inversiones) son utilizadas por
un conjunto heterogéneo de agentes financieros y comerciales cuyas ac-
tividades carecen de registración formal, o bien sus ganancias no están
total o parcialmente declaradas al fisco nacional13. Los entrevistados sos-
tienen que una parte significativa de sus clientes estables está conformada
por pequeñas y medianas empresas o comercios que, dado un conjunto
de dificultades que el contexto económico local en general y el sistema
financiero formal en particular presentan a sus negocios, deben concurrir,
más por necesidad que por vocación, al circuito financiero blue, con el
objetivo viabilizar sus actividades económicas. Así, en los diversos relatos
de los entrevistados, el mercado financiero ilegal cumpliría la función de
posibilitar, a diversos agentes que están “afuera del sistema”, los recursos
y medios financieros necesarios para la consecución de sus negocios:

Este mercado es el pico del embudo de todas las transacciones co-


merciales. Una autodefensa a la mala economía, porque socialmente
somos la única ayuda que puede tener el que está afuera del sistema.
(J., socio de cueva financiera, 59 años).
Somos lo que los bancos no pueden gestionar, porque los requisitos
bancarios no se adaptan a la realidad del comercio. Por eso me gusta
decir que somos un mercado alternativo, pero un mercado sano, que
responde a una necesidad comercial general. (S., socio de cooperativa,
56 años).

En términos de los entrevistados, entonces, el mercado del blue haría


posible el propio dinamismo de las actividades comerciales y/o producti-
vas, cuando éstas carecen de los registros formales o no pueden afrontar
las exigencias, los costos y los plazos requeridos por el sistema financie-
ro formal. Serían entonces los agentes del mercado blue los que brindan
y garantizan el acceso a créditos e inversiones, el financiamiento de sus
pagos, la obtención de dinero de manera fácil y rápida. En palabras de
algunos entrevistados:

13 Esto no quiere decir que entre las cuevas financieras no circule dinero proveniente de acti-
vidades criminales (como los tráficos de bienes o personas), sino que buscamos aquí destacar la
relación entre el circuito blue y los altos niveles de evasión fiscal que pueden identificarse en la
economía local.
Economía y moral en blue… 201

Si no dejasen que existiera, yo creo que habría un colapso financiero.


Es decir, habría mucha gente que no se podría mover. Gente que tiene
que pagar 100 empleados un día viernes y el proveedor les paga con
un cheque no a la orden a las 4 de la tarde, y todos esos tipos van y le
tiran abajo el edificio que les construyeron si no les pagan. Entonces,
si no existiera esta parte, esa obra tampoco existiría. (F., propietario
de cueva financiera, 51 años).
A vos te pagan con un cheque, pero no tenés una cuenta corriente
donde lo puedas depositar. Entonces vas a una cooperativa, entregás
el cheque, te hacen un descuento y te dan la plata. En el momento.
Es una cosa que se puede hacer legalmente o ilegalmente. Muchos
reciben pagos de proveedores con cheques y si no fuese por las cuevas,
no podrían laburar (L., agente en sociedad de Bolsa, 45 años).

Tanto vale para los ahorristas, quienes quieren invertir o simplemente


utilizar los ahorros, pero que no los tienen (al menos en su totalidad) de-
clarados ante las autoridades fiscales, tampoco depositados en los bancos,
sino atesorados “debajo del colchón” o en cajas de seguridad14:

Claro, tiene que existir [en referencia al mercado blue]. Tiene que
existir. Hay tipos que vienen ahorrando en dólares hace muchos años
y van guardando sus dólares, que es un ahorro en negro. Suponete que
un día tienen un problema. No pueden ir con esos dólares y venderlos
en un banco, porque es ahorro negro. Pero a la vez tienen un problema,
que tienen que pagar algo, ¿dónde van a vender esos dólares? Acá. No
les queda otra que vender en el mercado blue, porque si los van a
vender al mercado blanco, van a tener que pagar los impuestos de esa
plata que no tenían declarada (P., socio en cueva financiera, 53 años).

Como se deriva de los citados fragmentos, los agentes del mercado blue
no cuestionan o condenan que los diversos comerciantes, empresarios o
ahorristas no cumplan con los requisitos legales en términos de la decla-
ración de sus ganancias o bienes al fisco. Son más bien construidos en sus
relatos como víctimas de nuestra “mala economía” que, aun así, buscan
emprender proyectos empresariales y comerciales o, al menos, preservar
sus ganancias o ahorros. Definiciones que funcionan, podemos decir, en
espejo con las valoraciones que hacen de sí mismos y sus actividades.
14 Aunque no abordaremos aquí este punto, es necesario mencionar que estas concepciones
sobre el ahorro naturalizan, no sólo la evasión fiscal, sino el hecho mismo de que el ahorro sea
en dólares, considerada por los entrevistados como la moneda capaz de reservar el valor de la
riqueza frente a las reiteradas crisis económicas locales.
202 Estado, violencia y mercado…

Por otra parte, las señaladas dificultades que enfrentarían empresarios,


comerciantes y ahorristas no podrían, para los agentes del blue entre-
vistados, ser canalizadas por el mercado financiero oficial, debido a la
“ineficacia” que el sistema bancario presenta en relación a las necesida-
des y dinámica “reales” de la economía, especialmente para los agentes
económicos pequeños y medianos:
Lo que a afecta [del sistema bancario] es toda la burocracia que te
piden. Pará, flaco, si lo que necesita el tipo que viene acá es la plata
para pagarle el sueldo a los tipos que laburan para que produzcan
y para dar la vuelta, para caminar y para agrandarse. Vos vas a un
banco a pedir un crédito y te piden el adn del perro de tu vecino.
Y no lo vas a conseguir. Entonces es muy difícil que las entidades
financieras ayuden o apoyen al tipo que tiene que laburar. Los grandes
sí, las grandes empresas ya se manejan a otro nivel (F., socio de cueva
financiera, 51 años).
Lo que hacen las cuevas para algunos es mucho más importante
que lo que hacen los bancos en un punto. Lo que hacen es lo que
deberían hacer los bancos, ofrecerle soluciones al laburante (M., socio
en sociedad financiera, 38 años).
Suponete que en tu trabajo te pagan con un cheque, te dan un cheque
a 4 o 5 días. Pero vos tenés que pagar mañana la tarjeta, o devolverle a
tu viejo lo que le pediste, no sé, vos necesitás la plata. Entonces venís
acá y decís: tengo un cheque de 3000 pesos. Y te decimos: dale, te doy
2800. Y te vas con la plata. En cambio, si vas al banco, tenés primero
que esperar a que llegue la fecha de depósito, después depositarlo,
después esperar a que se acredite. Y ahí te van a hacer todos los
débitos correspondientes. Y decís al final cobre 2700 pesos, me hubiese
convenido ir a lo de “F.” que me paga 2800. Después lo que hacemos
con el cheque es otra cosa (I., empleado de cueva financiera, 33 años).
Las fallas del sistema formal (asociado generalmente a las entidades
bancarias) son mencionadas por los entrevistados no sólo a la hora de
dar cuenta de las actividades comerciales o productivas, sus cadenas de
cobros y pagos y sus necesidades de financiamiento, sino también para
la cotidianeidad de cualquier empleado, trabajador o ahorrista que se
vería perjudicado por los altos costos de los servicios que ofrecen aquellas
entidades (mantenimientos de cuentas corrientes, impuestos y seguros,
costos por créditos o préstamos personales) o los tiempos burocráticos (y
materiales) que supone cada operatoria o trámite:
Economía y moral en blue… 203

Que cada vez que emitís un cheque, tenés que pagar 1,2 %; que
si hacés un movimiento en la cuenta, te hacen un débito diferente.
Entonces la gente no quiere ir al banco. No quiere ir al banco. Prefiere
venir acá, y si le sale lo mismo, por lo menos tiene la plata rápido (I.,
empleado de cueva financiera, 33 años).
Tiene que ver con todas las trabas que hay los bancos. En los bancos
son muchas trabas. Ya ir a hacer la fila. Se supone que el banco te
brinda un servicio. Vos vas a un banco, pero por ahí te tenés que
comer una hora y media. Y vos estás ahí y decís: pero si yo te vengo
a traer plata a vos. O cuando vas a pagar una cuenta, decís: vengo a
pagar y me tengo que comer acá 45 minutos. Todo eso tiene que ver,
¿entendés? Uno prefiere las cosas fáciles. Yo prefiero que me salgan
fácil. No siempre es así, claro. (F., propietario de cueva financiera, 51
años).
Además de las distintas problemáticas reseñadas, mencionan también
la “desconfianza” de amplios sectores de la población sobre los bancos,
que vinculan a episodios del pasado argentino reciente (fundamentalmen-
te, al “Corralito” bancario de fines de 2001, que retuvo forzosamente los
depósitos bancarios):
A ver, todavía hay gente que me dice: “yo en los bancos no pongo un
peso”. Y ya pasaron más de diez años (...) Porque hay gente que sacó
la plata del banco, o que recuperó del banco, y no volvió al banco. La
puso en la Bolsa, en una mesa, en una cueva. De hecho, el que puso la
plata en la Bolsa en el 2001, hoy tiene 10 o 20 veces más plata que en
el 2001. Le ha ido muy bien. Más que nada es un tema de confianza,
de no volver al banco. Y en eso nos hemos visto beneficiados de alguna
manera. La gente sigue con desconfianza. Casi como que es una mala
palabra el banco, o sabe que el banco les va a hacer algo. A la corta
o a la larga, en el banco va a haber un problema. Ese concepto de
seguridad que existía hace 40 años, del banco como institución sólida,
inquebrantable, me parece que hoy ya no es un concepto tan fuerte.
(L., agente en sociedad de Bolsa, 45 años).
Influyó en el sentido de que yo creo que hubo mucha gente que no
quiso volver al banco. Eso está clarísimo. Tienen más confianza en una
cueva que en un banco. La realidad igual es que los bancos, ahora, no
es como la situación aquella que no tenían pesos, ahora les sobra la
plata. Vos mirás los balances de los bancos y ganan millones y millones
de pesos. Es decir, los bancos lejos están de tener un problema, lejos,
204 Estado, violencia y mercado…

lejísimos, pero eso quedó. Pasa que yo soy justamente de este lado. No
quiero a los bancos. (P., socio de cueva financiera, 53 años).

Los agentes sostienen que el mercado blue se ha sabido beneficiar de


aquel descontento, que consideran extendido, para con las entidades ban-
carias. Puede decirse que los modos de ahorrar o circular el dinero por
fuera de las entidades bancarias locales constituyen prácticas monetarias
extendidas a nivel local, si tenemos en cuenta la ya mencionada impor-
tancia del ahorro argentino que se mantiene fuera del sistema financiero
formal (entre otras prácticas de fuga de capitales), el fuerte retiro de de-
pósitos bancarios en dólares que comienza a tener lugar especialmente a
partir del año 2011 (en paralelo a la revitalización del negocio de la espe-
culación cambiaria al incrementarse significativamente la brecha entre el
dólar oficial y el dólar blue) y, claro, la propia consolidación y extensión
del circuito blue.
En resumen, el análisis de lo que los agentes estiman como la “fun-
ción económica y social” del mercado hace posible comprender que los
entrevistados sostengan, simultáneamente, que el circuito blue pone en
circulación un dinero legítimamente ganado u ahorrado a través de acti-
vidades comerciales, empresariales o financieras. Vale decir, un dinero que
no provendría de actividades delictivas ni criminales. Esto es, que si bien
la actividad de intermediación que realizan carece de registración y, por lo
tanto, contraviene algunas normativas legales tributarias y cambiarias, los
agentes afirman que el dinero puesto en circulación en las redes del blue
se vincula a actividades comerciales o financieras legítimas (esto a pesar
de que la averiguación de la procedencia del dinero depende más bien de
la relación de confianza con el cliente). Esto nos permite introducirnos en
el último punto del presente análisis: la distinción moral entre los oríge-
nes del dinero puesto en circulación les permite a los agentes diferenciar,
asimismo, entre diversos dineros (el dólar blue y el dólar negro). Es que,
siguiendo nuevamente los trabajos del campo de los estudios sociales de
la economía, puede afirmarse que el dinero posee múltiples significados
y usos, en múltiples espacios sociales. Las distintas formas y espacios de
circulación, así como fines o usos del dinero, le imprimen significaciones
sociales que le son específicas (y que los diferencian así de otros múltiples
dineros) (Bloch y Parry 1989; Maurer 2006; Guyer 2004; Zelizer 2008a,
2011). Esto quiere decir que el dinero no puede disociarse de su trayecto-
ria o sus espacios de circulación y, por lo tanto, de los sentidos y valores
que en ellos se crean y recrean colectivamente. Aquellos esquemas de per-
Economía y moral en blue… 205

cepción sobre el dinero, los vínculos por los que circula y las prácticas
que organiza, se ligan también a valores morales que trazan diferencias
y jerarquías, así como antagonismos y límites en relación a otros dineros
(y, por lo tanto, otras relaciones y prácticas). Vale decir, cuando el dine-
ro circula y se intercambia, circulan y se intercambian asimismo valores
y juicios morales, que limitan los modos apropiados y legítimos (cuando
no sencillamente prohíben determinados intercambios). Los dineros com-
portan, entonces, significados sociales diversos, asociados a determinadas
fronteras morales que habilitan o prohíben circulaciones, definen virtudes
o vicios de prácticas o agentes sociales, así como su justicia/injusticia,
moralidad/inmoralidad, legitimidad/ilegitimidad.
A pesar de compartir su homogeneidad material, las diversas interaccio-
nes sociales que componen el mercado financiero en la Argentina producen
distinciones entre diversos dineros: además del dólar blanco (u oficial), el
dólar blue y el dólar negro son algunas de las clasificaciones monetarias
que son centrales para la dinámica del mercado local. ¿Qué pueden decir-
nos estos juegos cromáticos sobre la heterogeneidad de formas de circu-
lación, las prácticas y agentes financieros que se entraman en el mercado
local? ¿Qué distinciones sociales se imprimen sobre los nuevos colores que
adquieren los “verdes”, como es popularmente denominado el dólar en la
Argentina? Queremos sostener que aquellos dólares no son diferenciados
simplemente por tener distintas cotizaciones y materializar pautas diver-
sas de conversión del peso, sino que los agentes financieros los consideran
distintos dineros, que circulan para fines y según reglas heterogéneas, se
comercializan por agentes diversos, y se anudan sentidos sociales y valores
morales también diferenciados.
Como detallamos previamente, en palabras de los entrevistados, lejos
de provenir de lo que los agentes entienden como actividades delictivas o
criminales (y, por lo tanto, inmorales), el circuito del dólarblue se origi-
naría en estrategias comerciales o financieras moralmente legítimas, que
luego se desplazarían hacia la intermediación ilegal, como un efecto –ya
mencionado– de una serie de problemáticas económicas, que explicarían
la existencia de dicho mercado. Esto quiere decir, que los agentes del
blue buscan diferenciar moralmente el origen del dinero puesto en circu-
lación, afirmando que las interacciones económicas que organizan el mer-
cado nada tienen de delictivas ni criminales. Así, las estrategias ilegales de
compra-venta de dólares blue son diferenciadas por los entrevistados de
cualquier “negocio malo” o “negocio sucio”, que se canalizarían a través
206 Estado, violencia y mercado…

de otros agentes y se condesarían en la existencia de otro dinero: el dólar


negro.

Hay plata que se va que es plata absolutamente negra, pero negra


mala. Después vos tenés una plata azul que… está bien, eso hasta es
necesario, porque la especulación no es mala palabra. La especulación
no es mala palabra. (J., socio de cueva financiera, 59 años).
Este dólar es un dólar sano. El mercado es sano. Lo mismo pasa
con el oro, o con lo que quieras. Después, hay delincuentes, gente que
mueve manchada, que roba cheques, que pone billetes falsos, como
te decía. Todo eso es más caro además, otra cosa. Lo nuestro son
operaciones alternativas. Comerciantes que venden en negro una parte,
clientes que no tienen capacidad de crédito o tiene algún juicio, pero
nada más. (S., socio de cooperativa, 56 años).
No lo hago por altruismo, lo hago porque gano plata. Pero no es
ningún negocio malo. Se hace una especulación, pero está bien. (F,
propietario de cueva financiera, 51 años).

Esta frontera moral trazada respecto al “negocio sucio” vinculado a ac-


tividades como el lavado de dinero del narcotráfico, la trata de personas,
el contrabando, entre otros es la que produce para los agentes entrevista-
dos distinciones de relevancia dentro de las propias redes del sector, entre
aquellos que circulan un “dinero sano” y los que circulan un “dinero man-
chado”. Así, en términos de los entrevistados, el dólar negro y dólarblue
se intercambian en redes económicas y simbólicas heterogéneas. Mientras
que el dólar negro refiere a un dinero “malo”, “manchado” por su origen
vinculado a las redes de tráficos ilegales de bienes o personas15, el dólar-
blue circula en estas redes de intercambio que consideran ilegales, pero
no inmorales (Sánchez 2013). Si una de las características fundamentales
de la red de relaciones y prácticas sociales en la cual el dólarblue se in-
tercambia es constituirse en un terreno liminar, donde lo legal y lo ilegal
se conecta o yuxtapone, su color azul condensaría la existencia de aquel
espacio híbrido entre el blanco (en referencia al dólar oficial) y el negro
(en referencia al dólar de las actividades criminales). Las prácticas mone-
tarias son ellas mismas formas de lazos sociales particulares, por lo que
las diferenciaciones de las formas dinerarias refieren a las definiciones del
tipo de relaciones sociales en las que tienen lugar. El dólar negro y su co-
tización estarían definidos por dinámicas y reglas distintas a las del blue,
15 Es de este carácter “sucio” del dinero proviene la expresión de “lavar” el dinero, es decir,
limpiarlo, convertirlo en intercambiable.
Economía y moral en blue… 207

en tanto el último refiere a un circuito de relaciones y prácticas ilegales


pero legítimas. El dólarblue se vincularía, para los agentes entrevistados,
a actividades económicas y a individuos ligados al mundo del trabajo
(opuesto a un “mundo de la delincuencia”) y, por lo tanto, moralmente
aceptadas y valoradas. Al diferenciar éticamente el origen del dinero, los
agentes se diferencian también a sí mismos y a sus intercambios de toda
práctica delictiva. Vemos entonces que los agentes de este mercado dispu-
tan el sentido de sus transacciones económicas y de su dinero, intentando
legitimar sus prácticas al distinguirlas de otras, también ilegales, pero que
consideran inmorales.
Con todo, consideramos que esta construcción moralizante en términos
positivos de sí y de sus prácticas no puede escindirse de las nominaciones
sociales extendidas en torno a cuáles conductas serán tenidas por delicti-
vas o criminales y cuáles no (aun cuando estén penadas por la ley), y de
quiénes serán calificados como delincuentes y quiénes no obtendrán esa
calificación (aun cuando hayan transgredido la ley). Si la criminalidad no
es el atributo privativo y singular de ciertos individuos o de determina-
das prácticas, sino más bien una cualidad asignada por un conjunto de
dispositivos jurídicos y penales –que incluye no sólo a las agencias de con-
trol penal, sino también a los medios masivos de comunicación y a una
heterogeneidad de prácticas y discursos sociales– sobre determinados gru-
pos, individuos y prácticas (y no sobre otros), quienes habiendo tenido un
comportamiento legalmente punible no han sido alcanzados por sanciones
jurídicas y/o penales, no son portadores del status social del delincuente
(Tonkonoff 2012). Situar los relatos de los entrevistados en la más general
escasa condena social de los ilegalimos económicos –y de la evasión fiscal
en particular, como lo señalara Tognato (2015)– puede también ayudarnos
a comprender por qué no es un tabú comprar o vender dólares blue.

A modo de conclusión
Este escrito se propuso describir socio-culturalmente el mercado del dó-
lar blue, a partir del abordaje de un conjunto de aristas específicas. En
primer lugar, se presentó una descripción del conjunto de agentes, rela-
ciones y prácticas que se entraman en este circuito de intermediaciones
financieras, la cual nos permitió evidenciar que el mercado ilegal de di-
visas no opera más allá ni en oposición a una economía legal, sino que
el dólar blue circula a través de una red que se constituye en un terreno
208 Estado, violencia y mercado…

liminar, donde el delito no es lo otro de la sociedad, sino que se encuen-


tra entramado con sus estructuras más consolidadas. A partir del análisis
de la figura de la cueva financiera, buscamos desplegar la multiplicidad
y heterogeneidad de agentes financieros y comerciales que se engloban
bajo aquella categoría aparentemente homogénea, dando cuenta de sus
diferentes configuraciones institucionales, tanto como de sus distinciones
en torno a las estrategias ilegales que desarrollan y la intensidad de los
flujos de dinero que re-circulan. Afirmamos que el mercado del dólarblue
no puede reducirse estrictamente a la compra-venta ilegal de divisas, sino
que constituye más bien una plaza financiera compleja donde se desarro-
llan diversas actividades de intermediación carentes de registración (entre
las que destacamos los préstamos y servicios de inversión o colocación de
dinero, así como los “descuentos” de cheques). Sin embargo, detallamos
que si bien los cueveros participan del intercambio ilegal de divisas desde
inicios del período de la posconvertibilidad, la estrategia ganó rentabili-
dad tras la implementación de los controles de cambios gubernamentales,
a partir de los cuales comenzó a ampliarse significativamente la brecha
cambiaria entre la cotización oficial y la ilegal. No todas las cuevas parti-
cipan en todos aquellos negocios, por lo que trazamos distinciones entre
un segmento más concentrado –entre los que pueden ubicarse diferentes
agentes grandes y medianos, que despliegan variadas estrategias ilícitas
y tienen mayor capacidad de recirculación de dinero– y un segmento que
la jerga financiera local denomina chiquitaje –donde pueden situarse una
multiplicidad de agentes que sólo se abocan a la compra-venta de divisas,
muchos de los cuales se inician en la actividad dado el mencionado cre-
cimiento de la brecha cambiaria en el último lustro. Entre las primeras,
mencionamos a las cuevas que se constituyen de manera independiente
en oficinas de grandes edificios del centro financiero, así como aquellas
que funcionan como parte de instituciones tradicionales del mercado lo-
cal: entidades bancarias (locales e internacionales), pero también casas
de cambio y sociedades de Bolsa, son agentes nodales del mercado del
blue. A ellas debemos sumar las cooperativas de crédito, ahorro y/o vi-
vienda, entidades de préstamos, agencias de cobro de servicios y agencias
de turismo. Por su parte, entre las cuevas que conforman el chiquitaje
se ubican mayoritariamente en comercios (joyerías, numismáticas, locales
de indumentaria o regalería, solarium, hoteles, entre otros), abocándose
exclusivamente al mercado minorista que crece tras las controles de cam-
bios. Finalmente, establecimos que los lazos sociales personales conforman
un aspecto central en la estructura y dinámica del mercado del blue, que
Economía y moral en blue… 209

permite dar cuenta de los modos en los que se relacionan los agentes fi-
nancieros, así como de sus estrategias para obtener clientes y negociar y/o
concretar operaciones.
Con todo, postulamos que en los mercados también se recrean esca-
las de clasificación social: en las tramas y procesos mercantiles, se hacen
presentes formas de entender y valorar a las personas y las cosas. No
propusimos aquí abordar los sentidos y valoraciones sobre las formas le-
gítimas o ilegítimas de ganar, circular y/o ahorrar el dinero movilizadas
por los agentes del mercado, y su relación con los juegos cromáticos pre-
sentes entre los diversos dineros en circulación en el mercado financiero
local: dólar blanco, dólar negro y dólar blue. Pudimos identificar la con-
figuración del dólarblue como un dinero ilegalmente intercambiado, pero
legítimamente ganado y/o ahorrado; y a su compra y venta como prác-
ticas ilegales, pero no delictivas ni inmorales. Desarrollamos el modo en
que los agentes establecen que el mercado blue cumple la función social
de brindar herramientas financieras a distintos agentes sociales (princi-
palmente, pequeños y medianos empresarios, comerciantes y ahorristas)
que no pueden acceder, por motivos diversos, al sistema financiero formal
(cuyos altos costos, excesiva burocracia y su desanclamiento frente a las
necesidades de los agentes económicos locales son duramente criticados).
Esta forma de justificación les permite sostener que, si bien sus prácticas
ilegales transgreden un conjunto de normativas tributarias y cambiarias,
ponen en circulación un dinero legítimamente ganado o ahorrado por di-
versos actores económicos locales. Las distinciones morales relacionadas a
la procedencia “honrosa” o “sucia” del dinero puesto en circulación tra-
zan diferencias, asimismo, entre los diversos dineros y los agentes que los
intercambian. Mientras que el dólar negro es vinculado a actividades de-
lictivas y criminales, el dólarblue es relacionado con redes de intercambios
y actores que consideran ilegales, pero no inmorales, dada su vinculación
a actividades económicas moralmente aceptadas y valoradas. Los agen-
tes del mercado blue distinguen entonces moralmente aquellos dineros,
permitiéndonos visibilizar las pugnas por la definición sobre las formas
legítimas/ilegítimas de circulación en los propios entramados ilegales de
las finanzas locales.

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La economía de la fayuca y la transitividad
legal-ilegal, informal-criminal

Efrén Sandoval Hernández1

Introducción
El primero de enero de 1994 entró en funciones el Tratado de Libre Comer-
cio de Norteamérica, firmado por los gobiernos de Estados Unidos, Canadá
y México. Gracias a este acuerdo, muchos productos de importación pu-
dieron ser distribuidos dentro de México por cadenas norteamericanas.
Con ello, la economía de la fayuca sufrió cambios importantes.
La economía de la fayuca (Sandoval 2013) es el conjunto de prácticas so-
ciales (relaciones de parentesco, vecindad, colegialidades), culturales (có-
digos morales, éticas sociales –Peraldi 2001), económicas e incluso políticas
(Misse 2010). Implica la producción de mercancías en Asia (principalmen-
te en China), el comercio intermediario en California (principalmente a
Los Ángeles), el comercio mayorista en la frontera de Texas (en ciudades
como Laredo, Mc Allen o Brownsville), y el paso fronterizo hacia Méxi-
co y la venta al menudeo en el mercado informal. Son varios los actores
que participan en este circuito: empresarios, mayoristas, contrabandis-
tas, aduanales, empacadores, gerentes, empleados diversos, comerciantes
detallistas, consumidores, líderes sindicales. Entre estos actores, los co-
merciantes y los contrabandistas (fayuqueros) transportan las mercancías
a través de la frontera. El hecho de que después de 2009 miembros de
cárteles que organizan el tráfico de drogas controlan la circulación y los
negocios de los fayuqueros, hace evidente el carácter central de las circu-
laciones transfronterizas en la economía de la fayuca. Esta circunstancia
sucede gracias a los arreglos con los aduanales. Esos acuerdos represen-
tan la conexión entre la acción en redes de los actores sociales (Pallito y
Heyman 2008) situados fuera de la estructura burocrática del Estado y la
acción de los agentes del Estado.
1 ciesas Unidad Noreste-México

215
216 Estado, violencia y mercado…

El objetivo de este artículo es mostrar que el paso de la frontera interna-


cional entre Estados Unidos y México estructura la transitividad (Misse
2007) entre las prácticas legales e ilegales. En ellas es posible observar que
los niveles de violencia se modifican, pero la organización fundamental de
prácticas como la economía de la fayuca, permanece. En este marco, pre-
sento la fayuca como una economía transfronteriza. Subrayaré que, aún
y cuando esta economía puede ser calificada como informal e ilegal, es
importante comprenderla como una en donde los agentes del Estado par-
ticipan de una manera fundamental y en donde el ilegalismo, instaurado
por el Estado, y la legitimidad, establecida por la sociedad, favorecen su
reproducción. En este sentido, el acento será puesto sobre las caracte-
rísticas y organización de la economía de la fayuca, y el contexto de la
introducción en esta organización de los narcos. Subrayaré que la vio-
lencia es un modo para controlar y para aprovechar los beneficios de la
economía de la fayuca. Finalmente, haré una reflexión sobre el comercio
transfronterizo y la construcción de ilegalismos en torno a la circulación
de mercancías.
Este artículo es el resultado del trabajo de campo llevado a cabo entre
2009 y 2012 en el noreste de México (principalmente en el área metropo-
litana de Monterrey y la ciudad de Reynosa) y en la frontera de Texas
con México. Monterrey es la ciudad más grande del norte de México (con
más de 3.5 millones de habitantes) y la capital regional del noreste. Se
ubica a 250 kilómetros de la frontera con Texas.2

La fayuca, ¿una economía informal o ilegal?


En México, más que debatir o profundizar teóricamente sobre las prácti-
cas económicas informales, hay mucho interés por medirlas cuantitativa-
mente. De hecho, si hablamos del comercio de mercancías de importación
como aquellas que aquí llamo fayuca, más que hablar de informalidad se
hablará de ilegalidad. En México, el término fayuca hace referencia, a una
economía ilegal e informal, por lo que se utilizan categorías acusatorias
(Misse 2010) y jurídicas (Pereira 2007) más que sociológicas o antropo-
lógicas. Estas categorías son usadas a conveniencia por funcionarios y
académicos para señalar todas las actividades que eluden la contabilidad
del Estado (Monnet 2005:41) y que están subordinadas a la apariencia de
2 Parcialmente el trabajo de investigación se realizó en el marco del proyecto anr, “La Fabrique
des Migrations et des Savoirs Associés: Mobilités, Espaces Productifs et Générations”.
La economía de la fayuca… 217

un marco estructural de normas morales, penales o legales hegemónicas


(Peraldi 2001:9). De acuerdo con Misse (2010), si hablamos de ilegalidad o
de informalidad tal y como lo hacen los “nativos”, tomamos la perspectiva
de la acusación. Por el contrario, es necesario reconocer la complejidad de
formas sociales y la diversidad de estatus y de interacciones que organizan
la continuidad entre mundos económica, política y culturalmente diversos
(Kokoref 2007).
Como Peraldi (2001, 2007), sostengo que la categoría informal tiene
como principio la ficción de la división absoluta y concreta entre las ac-
tividades “formales”, modernas y racionales que pagan impuestos y que
contribuyen a la distribución de la riqueza, y las actividades “informales”
que son categorizadas como “criminales”, “auto productivas”, “auto con-
sumidoras”, y que generan relaciones mafiosas que hacen contrapeso al
Estado. Esta ficción supone que sólo habrá economía bajo las condiciones
fijadas por el Estado, y que toda economía separada de éste está también
separada de la sociedad (Peraldi 2001:9). Por tanto, la categoría informal
es, al igual que aquella de la ilegalidad, una categoría de acusación social,
no un concepto analítico (Misse 2010).
El Estado es un producto social (Smart 1999:100). Los agentes del Esta-
do son la burocracia que es reconocida como la representación del Estado
por aquellos que se someten a él. Los burócratas del Estado tienen in-
tereses y dinámicas diferentes a aquellas que idealmente son atribuidas
al Estado (Heyman 1999:295). Los agentes del Estado pueden respetar
las reglas del Estado al mismo tiempo que juegan discrecionalmente para
beneficiarse o para beneficiar los intereses de otros. La parcialidad de los
agentes del Estado significa que pueden igualmente actuar en contra de
los intereses de ciertos grupos. El Estado puede atribuir y reconocer de
una manera desigual los derechos y obligaciones propios de las actividades
de la vida cotidiana. Esto comprende al comercio y dentro de éste a aquel
de tipo transfronterizo.
El Estado como proceso implica alianzas ilícitas que no responden al
funcionamiento ideal del Estado. Éste no es el garante de la legalidad ni
el actor indivisible que combate contra las redes criminales. Los agentes
del Estado no son los “chicos buenos” en contra de los “chicos malos”
que el Estado llama “sindicatos, cárteles, pandillas, mafias, informales,
contrabandistas, criminales o ilegales”. Colocar a esos actores en oposición
al Estado implica eludir el “continuum” entre esas prácticas sociales y las
actividades de los agentes del Estado (Heyman y Smart 1999:11).
218 Estado, violencia y mercado…

Lejos de ser un universo paralelo, la transitividad entre legal e ilegal está


en el centro de las dinámicas urbanas. Esa transitividad es la unión entre lo
formal y lo informal, lo legal y lo ilegal, y es en esa unión que se encuentran
los juegos de poder que producen los ilegalismos en la sociedad (Da Silva
2010; Misse 2010). Los agentes del Estado construyen, en colaboración
con otros actores sociales (élites económicas, por ejemplo) la ilegalidad y
la informalidad de las actividades gracias a las bad laws (Vásquez-León
1999). Este proceso es definido por Foucault (2009) como ilegalismo.
Ahora bien, el comercio de fayuca es definido, principalmente, por el
hecho jurídico y no sociológico de la ilegalidad del paso por la frontera
mexicana. Es en el dispositivo transfronterizo, es decir, en la organización
social del paso de mercancías a través de la frontera, que es posible en-
contrar de una manera más clara la transitividad entre informalidad, ile-
galidad y criminalidad, y la construcción de diversos ilegalismos en torno
al comercio transfronterizo.
El comercio transfronterizo no es un fenómeno nuevo. Es una activi-
dad añeja que se alimenta del paso a través de las fronteras. Lo que sí
es nuevo son las conexiones entre las actividades ilegales (Silva de Sousa
2004: 142). Esta articulación tiene lugar en diferentes lugares de conec-
tividad en donde existen infraestructuras institucionales y gubernamen-
tales (Sandoval 2012a) que producen la ilegalidad de actividades sociales
o económicas. Las fronteras nacionales son infraestructuras que por defi-
nición producen ilegalidades toda vez que el Estado las utiliza como un
mecanismo para controlar los flujos que entran a su territorio nacional.
Actualmente existen dispositivos comerciales que producen la articulación
entre la informalidad y los circuitos ilegales de las economías globales (Da
Silva 2010:98), todo ello con la implicación de los agentes del Estado (Pe-
raldi 2007:21). En este contexto, los flujos globales de mercancías y de
individuos, así como los procesos de producción, intercambio, consumo y
representación son una manifestación de la transitividad entre diversas
formas de ilegalidad, y entre éstas y el Estado (Abraham y van Schendel
2005:9).

La informalidad y la ilegalidad de la fayuca


Al hacer referencia a la articulación entre actividades ilegales, es necesario
reconocer que existen diversos tipos y diferentes criterios para clasificarlas
(Silva de Sousa 2004). Primeramente, el Estado determina el carácter
La economía de la fayuca… 219

ilegal y criminal de una actividad y, más importante todavía, el grado


de criminalización (Misse 2010). Además, hay un criterio de legitimación
social que contribuye a clasificar ciertas actividades como ilegales, así
como determinar su grado de criminalización y tolerancia por parte del
Estado y la sociedad misma. La legitimación social es la aprobación o no
de una actividad según criterios normativos diferentes a los del Estado,
como por ejemplo, las costumbres y los lazos sociales. Los actos legítimos
e ilegítimos tienen su origen en la sociedad, por el contrario, los actos
legales e ilegales tienen su origen en la política (Abraham y van Schendel
2005).3 Así, en los países como México, en donde prácticamente el 60
% de la población participa en la economía informal de acuerdo con las
estadísticas oficiales,4 la informalidad es una actividad tolerada e, incluso,
organizada por instituciones ligadas al Estado (Sandoval 2012b).
La informalidad en México es una actividad legítima practicada por
la mayoría de la población. Actualmente, la fayuca es comercializada en
tianguis, los cuales fueron impulsados como política de gobierno en la se-
gunda mitad del siglo xx para facilitar la venta de productos agrícolas,
sin intermediarios, para las poblaciones urbanas (Sandoval 2012b). Esta
política también fue creada como una manera de controlar y cooptar a los
productores agrícolas y a los comerciantes informales a través de organi-
zaciones obreras y campesinas ligadas al partido en el gobierno. Hoy en
día, principalmente en el norte del país, los tianguis sirven principalmen-
te para vender fayuca y cuentan con la “protección” de organizaciones
ligadas al Estado. Paradójicamente, el mismo Estado que establece la le-
galidad del tianguis, considera como un acto ilegal el paso de fayuca por la
frontera. Es ahí en donde podemos encontrar una manera de construir un
ilegalismo entorno a una economía legal y legítima de un lado (el comercio
en el tianguis), e ilegal pero legítima, del otro (el comercio de fayuca).
Es posible encontrar diferentes categorías para definir el comercio trans-
fronterizo como legal o ilegal. No obstante que hay diversos criterios (aun-
que muchas veces no son claros), es frecuente considerar el origen y el tipo
de productos comercializados como una manera de clasificarlos (Herrera
1996); otros criterios tienen que ver con la cantidad de productos, la ma-
nera que se utiliza para hacer que las mercancías atraviesen la frontera,
o el tipo de actor social que organiza ese paso; o la relación de éste con
los agentes del Estado (Bennafla 2002). El criterio más importante pa-
3 Por supuesto, la política es un acto social, sin embargo, aquí se le toma en el sentido buro-
crático del término.
4 De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, boletín de prensa no. 461/13
“Resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo”, 12 de noviembre de 2013.
220 Estado, violencia y mercado…

ra aquellos que acentúan la ilegalidad del comercio en la frontera, es la


observación o no de las normas burocráticas aduanales. Así, el comercio
puede ser “formal” o “informal”. Si se trata de una gran cantidad y ésta
satisface las normas aduanales, se le puede llamar “comercio exterior”;
pero si no respeta tales normas, se le llama “contrabando”, es decir, se
le considera ilegal e incluso criminal. Si no es un comercio en gran canti-
dad, pero al mismo tiempo no observa las normas aduanales, es posible
llamarlo, simplemente, “informal”. Este comercio puede ser considerado
como una actividad ilegal e informal por el Estado, pero legítima por el
comerciante y sus clientes, y al final tolerada por el Estado mismo.
Al contrario del “contrabando”, para hacer comercio “à la valise” (Pe-
raldi 2001) en la frontera, no es necesario tener acuerdos prolongados con
los agentes del Estado. Para el caso, sólo hace falta intercambiar dinero
por “permisos de paso”. No obstante, para hacer comercio “à la valise”,
el pequeño comerciante necesita, al igual que el contrabandista, conoci-
mientos específicos que le permitan desarrollar una carrera comercial. Así,
es menester saber manejar ciertos códigos morales y maneras de poner-
se en relación con otros. El comerciante “informal”, “ilegal”, necesita, al
igual que el contrabandista, de eso que Silva de Sousa (2004) llama “el
valor de confianza” y la “corrupción”. Además de lo anterior, hay otra
característica propia de las actividades ilegales que no está presente en la
informalidad o, si lo está, es de manera diferente. Se trata de la violencia.
En la informalidad hay violencia en forma de amenaza, extorsión, expul-
sión o extorsión. En las redes criminales, la violencia se presenta mediante
el uso de armas de fuego (Misse 2010).
A lo largo de su carrera comercial, el pequeño comerciante y el contra-
bandista se encuentran vinculados por el cruce de la frontera. En la fron-
tera de Texas, por ejemplo, el pequeño comerciante compra mercancías y
paga al contrabandista para que las transporte a México. También es en
la frontera que el pequeño y el gran comerciante entran en relación con los
agentes del Estado. En la frontera, el Estado mexicano establece normas
legales de tipo aduanal que generan prácticas ilegales. Estas prácticas son
el espacio que pone en relación a diferentes actores que participan de la
economía de la fayuca. Es en el contexto del comercio transfronterizo y
de los ilegalismos construidos en la frontera por el Estado mexicano que
el contrabandista de fayuca y el pequeño comerciante se han encontrado,
casi repentinamente, con actores pertenecientes a otra actividad econó-
mica mucho más criminalizada por el Estado y mucho menos legitimada
por la sociedad. Me refiero al tráfico de drogas.
La economía de la fayuca… 221

Es en la frontera en donde la ilegalidad y la informalidad de la economía


de la fayuca entran en relación con otras ilegalidades y criminalidades.
La violencia del narco cambió algunos aspectos de la organización del
comercio de fayuca justamente ahí en donde el ilegalismo de este comercio
se encuentra de manera más clara, es decir, el comercio transfronterizo
y toda la organización social necesaria para hacer que las mercancías la
atraviesen.

La economía de la fayuca
En términos empíricos, la economía de la fayuca es el conjunto de mer-
cancías producidas en China, distribuidas en Estados Unidos a través de
diversos circuitos de comercio mayorista y menudista, y finalmente co-
mercializadas en la economía informal en México después de haber sido
introducidas al país sin autorización aduanal.
Para que la economía de la fayuca funcione es necesario el trabajo de
varios actores: un fabricante asiático, un mayorista norteamericano insta-
lado en la costa de California o en la frontera de Texas con México y que
demande mercancías al fabricante asiático. Este comercio con China es
posible gracias a los acuerdos comerciales internacionales entre los países,
la apertura económica de China a partir de 1978, y el acceso de ese país en
la Organización Mundial de Comercio en 2001. No obstante, ese comercio
también es posible gracias a la migración de comerciantes chinos en el
mundo, principalmente en Estados Unidos (Zhuang 2006). Actualmente,
en la frontera de Texas, la mayoría de los comerciantes mayoristas que
surten a los comerciantes mexicanos son inmigrantes chinos y coreanos
(Sandoval 2014).
Otros actores participan también en la economía de la fayuca. Los co-
merciantes mexicanos tienen necesidad de los servicios de los empacadores
y también de los pasadores, fleteros o fayuqueros (contrabandistas), quie-
nes organizan el paso de mercancías a través hacia el sur de la frontera
con la complicidad de otro actor muy importante, el fiscal o aduanal. Una
vez en México, los fayuqueros surten de mercancías a los comerciantes.
La mayoría de los comerciantes venden en tianguis. Esto lo hacen con la
autorización de un delegado sindical, el cual trabaja para una organiza-
ción de comerciantes ligada a una confederación sindical que, a su vez,
forma parte de la estructura de un partido político ligado al gobierno.
222 Estado, violencia y mercado…

Los mayoristas, instalados en la frontera de Texas, surten a los comer-


ciantes mexicanos con diversas mercancías. Entre estas se encuentran,
antes que nada, las mercancías generales, llamadas así en Estados Unidos
pero conocidas en México como chácharas como una referencia a su peque-
ño tamaño, su mala calidad y su bajo precio. Se trata, mayoritariamente,
de mercancías de plástico muy frágiles.
Los comerciantes mexicanos se surten igualmente de otros tipos de mer-
cancías como ropa usada, pallets y saldos. La ropa usada se encuentra en
grandes bodegas en donde las pacas135 de 1,200 lb (más de 540 kg), lle-
gan desde la costa este de Estados Unidos. En esos almacenes, la ropa es
clasificada en pacas de 100 lb (más de 45 kg). Los comerciantes mexica-
nos, pero principalmente los fleteros (contrabandistas), las transportan a
México.
En las ciudades fronterizas texanas es posible encontrar también las
pallets. Éstas consisten en embalajes de mercancía desechada de los gran-
des almacenes minoristas norteamericanos. Es decir, la mercancía que por
tener algún defecto o por haber sido devuelta por los consumidores, no se
ofrece más para su venta. Una vez que estas mercancías son embaladas
sobre una plataforma de madera llamada pallet, son vendidas a mayo-
ristas que luego las venden, en la frontera, a los comerciantes mexicanos
que, a su vez, las venden en tianguis y mercados de pulgas.
En las pequeñas y grandes ciudades de la frontera texana, existe un
circuito de mercados de pulgas que se instalan cada día en diferentes po-
blados. En esos mercados sobresalen las pallets, pero también los saldos.
Los comerciantes de saldos son vendedores de mercancías usadas o de
segunda mano. Se trata de desechos de los consumidores norteamerica-
nos los cuales organizan, casi como una tradición, las ventas de garaje o
yardas. Al mismo tiempo, éstos compran el mobiliario que hoteles, res-
taurantes y otras empresas deben cambiar para cumplir con medidas de
higiene. Así, en los mercados de pulgas también se encuentran alfombras,
colchones, cortinas y muebles de muy diferentes tipos.

Circulación y violencia
Históricamente, en la región noreste de México han existido diferentes
grupos de fayuqueros, cada uno trabajando en asociación con uno o va-
rios aduanales. Normalmente, hay negociaciones entre el fayuquero y el
aduanal para establecer una tarifa que puede ser mensual o por viaje
La economía de la fayuca… 223

(uno por semana, dos por semana), todo tomando en cuenta el tipo de
mercancía y el volumen aproximado. En el caso en que el acuerdo no es
respetado (por ejemplo, si el aduanal no permite el paso de la mercancía
o si el fayuquero trafica más mercancía de aquella que fue acordada), el
fayuquero debe buscar otro acuerdo en otra aduana. Así, los conflictos se
encuentran ahí en donde el fayuquero busca tomar el lugar de otro en la
aduana, o hace la competencia ilegítima como proveedor de un tipo de
mercancía.5 No obstante, los aduanales parecen encontrar lugares para
todos, y en caso de conflicto, más que la violencia armada para controlar
el sistema, se busca el espacio en otro circuito.
Ahora bien, en la frontera, el sistema de fayuca es una infraestructura
social muy firme y concreta, permanente y que se reproduce (Sandoval
2012a). Por el contrario, esta economía no funciona aislada de otras di-
námicas transfronterizas. Ciertos actores de la economía de la fayuca han
participado y participan, también, en otras infraestructuras y dinámicas
que tienen una lógica, un lenguaje, códigos y una moral similar. Es el caso,
por ejemplo, de los aduanales, quienes hacen, desde hace mucho tiempo,
acuerdos con traficantes de armas. Sin embargo, la economía de la fayuca
se ha reproducido, durante décadas, de una manera más o menos paralela
a otra actividad económica muy desarrollada en la frontera, el narcotrá-
fico. Después de los primeros años del nuevo milenio, esta condición ha
cambiado.
Históricamente, la frontera de México, sobre todo su extremo oeste, ha
sido un punto de paso de drogas ilegales hacia Estados Unidos. No obstan-
te, en los últimos decenios del siglo xx, tanto la geografía del comercio de
la droga como la organización de los cárteles que la controlan en México,
ha cambiado. Los cambios más importantes se han dado en el nivel de los
acuerdos entre los cárteles y los agentes del Estado. Después de setenta
años en el poder, en el año 2000 el Partido Revolucionario Institucio-
nal perdió las elecciones presidenciales, lo cual puso término a muchos
acuerdos entre ciertos agentes del Estado y ciertas organizaciones ilegales
y criminales. En ese marco, los conflictos entre los cárteles que buscan
el control de nuevos y antiguos territorios y rutas para el transporte de
drogas, se multiplicaron. Es en ese contexto que, después de varios años
de existencia, el Cartel del Golfo se convirtió en uno de los principales
cárteles con funcionamiento en el país.

5 Entre los comerciantes como entre los fayuqueros, existe un principio “moral” que consiste
en no bajar demasiado los precios.
224 Estado, violencia y mercado…

La ciudad de origen del Cartel del Golfo es Matamoros, ubicada en el


extremo este de la frontera. La Frontera Chica comienza unos cuantos
kilómetros al oeste de Matamoros. Desde el año 2005, el cártel más po-
deroso de México (el Cártel del Pacífico) en asociación con otros grupos
combate al Cartel del Golfo para disminuir el número de territorios de
estos últimos, así como el volumen de la droga que trafican. Es en este
contexto que el gobierno de México comenzó una política militarizada
contra los cárteles. La ciudad fronteriza que atestiguó el inicio de esta
política fue Nuevo Laredo. En 2006, la estrategia se extendió a todo el
país, y la militarización se generalizó. Con los conflictos entre militares
y cárteles, entre cárteles e incluso al interior de los mismos,6 la escena
en el noreste de México y principalmente en la frontera, estaba llena de
eventos violentos.7 Unas de las consecuencias aparentemente no calcula-
das por el Estado mexicano, fueron la dispersión de los grupos criminales,
el aumento del tráfico de armas por la frontera norte y la diversificación
de actividades ilícitas de los cárteles. Estos últimos pasaron del tráfico
de drogas como actividad exclusiva, al secuestro y la extorsión como ac-
tividades complementarias para ganar dinero. Es en ese momento que el
paralelismo entre las actividades ilegales se rompió y ciertas actividades
que antes se concretizaban de manera más o menos separada, comenzaron
a ser realizadas por los mismos actores o en relación con los protagonis-
tas de otras actividades ilegales o criminales. Los ilegalismos construidos
por el Estado en la frontera se convirtieron en el escenario principal para
objetivar ese proceso, y la violencia devino el más importante medio para
que esto sucediera.
Como mencioné más arriba, los narcotraficantes buscaron otras maneras
de financiar sus actividades ilegales. Una opción hasta cierto punto lógica
fue la de dirigir la mirada hacia otras actividades consideradas también
ilegales por el Estado, en donde los protagonistas no podían buscar la
protección del Estado a causa de su propia condición de ilegalidad. En
este contexto, no ha sido difícil para los narcotraficantes del noreste de
México, encontrar a los fayuqueros y agentes del Estado que participaban
de la economía de la fayuca.

6 Una razón muy importante para el aumento de la violencia en la Frontera Chica fue el
conflicto entre el Cartel del Golfo y su propio grupo armado, Los Zetas. Este último se convirtió
en un cartel en sí mismo después de haber ganado poder al interior del Cartel del Golfo.
7 En el estado de Tamaulipas, por ejemplo, los asesinatos relacionados con actividades del
narcotráfico aumentaron de 90 en 2009 a 1209 en 2010. Entre enero y septiembre de 2011,
las estadísticas señalaban 571 asesinatos por la misma razón según el documento “Total de
homicidios por presunta rivalidad delincuencial” (Sandoval 2012b:46).
La economía de la fayuca… 225

Según los comerciantes del noreste de México, en las últimas semanas de


2009, una parte de la circulación de mercancías y de personas entorno a la
economía de la fayuca fue suspendida. Los narcos amenazaron a los adua-
nales y les exigieron un acuerdo monetario (extorsión) para, a cambio,
dejar pasar la fayuca. Al mismo tiempo, designaron a un fayuquero como
el único que podía controlar el paso de determinadas mercancías y por
tanto proveer a los comerciantes mexicanos. En algunos casos, esta nueva
organización dependió del tipo de mercancías o del tipo de circuito. Por
ejemplo, los narcos designaron un comerciante responsable de comprar
calcetas8 en Laredo, Texas y trataron de vigilar que éste fuera el único
proveedor de calcetas entre los comerciantes de Monterrey. En ese caso,
la violencia armada fue el medio utilizado para controlar a los fayuqueros.
Aquel que no obedecía era asesinado. El mismo método fue utilizado para
forzar a los aduanales para que sólo hicieran acuerdos con los fayuqueros
designados por los narcos. Algunos comerciantes fueron obligados a pro-
veerse con el fayuquero autorizado. Incluso si todos los actores seguían
ganando dinero, una parte era para los narcos, quienes, además, vendían
la protección necesaria para la circulación de mercancías, actividad que
antes era realizada por los agentes del Estado (fiscales, aduanales o poli-
cías).
La cooptación del comercio transfronterizo por los narcos no es un con-
trol completo. De entrada, es necesario considerar que los contrabandistas
se organizan en redes dispersas, de tal suerte que, cuando hablamos de
narcos en realidad nos referimos a diversos grupos que, aún y cuando
trabajen para un mismo cartel, pueden disputarse territorios y rutas. Es
por eso que, el control de cruces fronterizos, la seguridad de las rutas o
el transporte de mercancías, por ejemplo, depende del resultado de las
rivalidades entre los carteles e incluso de grupos en su interior.
En un escenario como ese, el noreste de México, sobre todo el paso
transfronterizo, las rutas y las ciudades, se convirtieron en territorio en
disputa constante entre varios cárteles, sobre todo entre 2009 y 2011. En
consecuencia, la circulación en la economía de la fayuca se tornó com-
plicada tanto para los fayuqueros como para los comerciantes que viajan
entre la frontera y Monterrey.
Para los comerciantes, circular por las carreteras, se convirtió en algo
peligroso. Los robos, pero principalmente los secuestros y los ataques entre
cárteles en las carreteras, fueron las principales razones para no despla-

8 Como una manera de respetar el anonimato de los informantes, el nombre de la mercancía


ha sido cambiado.
226 Estado, violencia y mercado…

zarse sobre todo entre 2010 y 2012. En ese nuevo contexto, fue necesario
no viajar en la noche. Eso no es un dato menor toda vez que el itinerario
de cada viaje debe ser respetado para evitar gastos excesivos y no deses-
tabilizar la organización económica y social propia de cada comerciante.
Así, en un itinerario normal, es menester viajar por la autopista libre y no
por la autopista de cuota; salir antes del amanecer y regresar esa misma
noche a Monterrey para no pagar hospedaje. Además, es importante tener
el tiempo y la organización necesaria para visitar todos los comercios, su-
permercados, centros comerciales, almacenes de pallets y ropa usada, así
como los mercados de pulgas. Y es que cada comercio tiene sus horarios
y dinámicas propias.
Con la intervención de los narcos toda la organización comercial ba-
sada en la circulación, fue trastocada de diferentes maneras. Muchos co-
merciantes disminuyeron la frecuencia de sus viajes o los suspendieron.
Otros perdieron el contacto con el fayuquero encargado de transportar
sus mercancías o se dieron cuenta de que a éste lo habían asesinado.

Conclusión
Aún y cuando la economía de la fayuca ha mantenido su ritmo y su es-
tructura básica, un nuevo actor se instaló para controlar la circulación
de los fayuqueros y el trabajo de ciertos agentes del Estado. A causa de
la violencia armada, una violencia poco habitual en la economía de la
fayuca, los narcos se instalaron en una parte de esa economía no tanto
como intermediarios sino como extractores de excedentes del trabajo de
otro. Esto no es casual no solo por las razones ya expuestas en términos
de ilegalismos, sino también porque la economía misma de la fayuca tiene
fuertes aspectos tributarios tales como cierto tipo de extorsiones y co-
bros a manera de cuotas que no son otra cosa que la extracción de dinero
mediante un sistema que obliga. Tal es el caso de los comerciantes que
deben pagar cuotas a los líderes sindicales que organizan los tianguis y
que brindan a los comerciantes protección dentro de un lugar en el cual
pueden vender. Son, para usar el término de Misse (2010), las mercancías
políticas que también circulan dentro de circuitos comerciales como el de
la fayuca. Estos aspectos de modo tributario (Wolf 1997), se asemejan a
aquellos que se encuentran en otras organizaciones económicas ilegales.
El narcotráfico es un ejemplo de ello. Además, la aleatoriedad de las re-
laciones, solidaridades, acuerdos y “traiciones” son rasgos propios de la
La economía de la fayuca… 227

economía del narcotráfico (Pereira 2007) que también se encuentran en la


fayuca. En este sentido, las actividades consideradas ilegales se compor-
tan de manera similar debido, en parte, a ese mismo carácter. De alguna
manera, se hablan lenguajes parecidos (Sandoval 2012a).
El acceso de los narcos a la economía de la fayuca ilustra la articula-
ción, en la frontera, entre los ilegalismos construidos por el Estado. En los
casos descritos, los agentes del Estado son el lazo entre la economía del
narcotráfico y la economía de la fayuca. Ambas, son actividades declara-
das por el Estado como ilegales y criminales, pero en diferentes niveles, y
ambas tienen diferentes niveles de legitimidad en la sociedad. Una vez que
los acuerdos entre los agentes del Estado y los criminales fueron cortados
o modificados, los narcos buscaron el acceso a otras actividades ilegales,
pero a través del ejercicio de la violencia armada. Así, los ilegalismos de
los que hablamos son construidos en torno de la frontera, y los actores que
controlan el paso y los que transitan, organizan las diferentes actividades
declaradas ilegales por el Estado.
Una cosa más debe ser subrayada. El hecho de que las ventas de fa-
yuca continúan más o menos de la manera habitual en los tianguis, aún
y cuando muchos de los comerciantes y sus clientes están al corriente de
la intervención de nuevos actores en el sistema comercial, indica el nivel
de legitimidad social de la economía de la fayuca. Actualmente, los co-
merciantes han vuelto a viajar en la noche, y la fayuca sigue llegando a
Monterrey, pero la normalidad no es la misma que antes.

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Transformaciones de la violencia y la criminalidad
mexicana. Solidaridades forzadas y violencia
silenciosa desde la periferia1

Salvador Maldonado Aranda2

Introducción
Desde hace dos décadas, México entró en una espiral de conflictos y violen-
cias criminales que parece no tener fin en el corto plazo. Múltiples regiones
producen drogas vegetales y sintéticas, en tanto se expanden cárteles del
narcotráfico en territorio nacional e internacional. Cada vez más salen a la
luz pública prácticas de infiltración de los aparatos estatales por parte del
crimen organizado, incrementando procesos de corrupción e impunidad.
Los niveles de enfrentamiento armado entre los cárteles y con el Estado se
han agudizado cada vez más, por lo que la violencia se ha incrementado
durante los últimos años, a pesar de campañas militares y policiales en
contra de la inseguridad.3 En consecuencia, varias comunidades rurales,
indígenas y urbanas están tratando de tomar control de su seguridad en
vista del fracaso oficial.4 Desde el año pasado se sumó el movimiento ar-
mado de grupos de autodefensa en el periférico estado de Michoacán para
combatir el crimen organizado.5 En suma, el problema de la violencia en
México sigue agudizándose cada día más, a pesar de las campañas contra

1 Este capítulo es una versión revisada y actualizada de un artículo publicado originalmente


en 2014, Dialectical Anthropology, Volume 38, number 2.
2 Colegio de Michoacán-México
3 Alvaro Delgado. “Gobierno de Peña rebasa al de Calderón en muertes dolosas: 1052 al mes”,
Proceso, 14 de marzo de 2013, Sección Nacional. Disponible en:
www.proceso.com.mx/?p=336263
4 http://www.proceso.com.mx/?p=35773
5 Durante el año 2011 y 2012, Michoacán ocupa el primer y segundo lugar respectivamente en
índice de secuestros, sólo después del violento Estado de Tamaulipas. Fuente: http://www.cam-
biodemichoacan.com.mx/nota191134. Para el año 2013 la tasa de delitos de fuero común vuelve
a aumentar por encima de los años anteriores. Fuente: Secretariado Ejecutivo de Seguridad
Pública.

231
232 Estado, violencia y mercado…

su erradicación y de una “sociedad civil” más involucrada en el monitoreo


de las políticas públicas.
Una de las interpretaciones más comunes del aumento de la violencia
criminal, utiliza el modelo de la anomia social y la desintegración como
producto de la crisis económica y la globalización para dar cuenta del gra-
do de deterioro de las relaciones morales (O´Donnell 1997). Por su parte,
quienes analizan la proliferación del narcotráfico y el crimen organizado
generalmente lo atribuyen al desplazamiento del Partido Revolucionario
Institucional (pri) de la Presidencia de la República, el cual detentó el
poder nacional cerca de 70 años (Astorga 2007; Enciso 2010; Flores 2009;
Serrano 2007; Palacios y Serrano 2010). En general, las explicaciones da-
das sobre el aumento de la violencia y la escasa gobernabilidad utilizan la
figura del Estado débil para explicar la impunidad y la atrofia institucio-
nal en términos de estatalidad limitada. Pero tal como ha sido demostrado
por varios autores (Steputta and Hansen 2001; Heyman 1999; Aretxaga
and Zulaika 2005), un Estado débil sólo existe en la medida en que otros
actores captan espacios de poder e intentan actuar en nombre de la ley y
el bien común. Por tanto, nuestro argumento principal es que en México
no es que exista déficit de Estado o Estado insuficiente, a través de lo cual
la violencia gana terreno. Estamos ante el fenómeno inédito en el que el
Estado mexicano está siendo disputado por una multiplicidad de grupos
y actores, y las fronteras entre lo legal e ilegal son bastante borrosas.
Cuando algunos antropólogos como Aretxaga y Zulaika (2005) discuten
el problema del déficit del Estado, y Das y Poole (2004) sugieren abor-
dar los márgenes del Estado en términos de distancia física y exclusión
social, están proponiéndonos situar el estudio del “Estado” en términos
de un proceso contencioso y conflictivo de construcción permanente. Así,
como señala Aretxaga (2005), no es que en las sociedades actuales haya
un déficit de Estado, sino más bien hay un exceso de prácticas de esta-
talidad: demasiados actores compiten para transfigurarse (perform) como
pequeños estados para imponer un orden de acuerdo con sus proyectos.
El planteamiento de que la violencia no responde necesariamente a un
Estado fracasado coincide con la propuesta de Arias y Goldstein (2010),
para quienes la violencia no puede ser comprendida como producto del
fracaso de regímenes políticos. Tal vez el exceso de prácticas de esta-
talidad y discursos de ordenamiento pueda equipararse con la idea de
pluralismo violento a que estos autores hacen referencia. Arias y Golds-
tein (2010) están muy interesados en comprender cómo la política de la
violencia afecta la experiencia política vivida, la cual es fundamental para
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 233

analizar la producción y mantenimiento de la transición democrática. En


otros términos, proponen que más que comprender la violencia endémica
de América Latina, simplemente como un fracaso de la gobernanza de-
mocrática, necesitamos poner atención en la violencia como un elemento
integral de la configuración de esas instituciones y un componente nece-
sario para su mantenimiento.
Tanto la noción exceso de prácticas de estatalidad y discursos de orde-
namiento, más la renuncia a la tesis de que la violencia es producto de un
déficit democrático, pueden ser muy útiles para comprender lo que sucede
con el Estado mexicano. De hecho, el estado de Michoacán; una periféri-
ca entidad de la República mexicana situada al suroccidente de México,
resulta muy útil para comprender los procesos de lucha y enfrentamiento
que se han experimentado consistentemente entre diversos cárteles de la
droga y los aparatos burocráticos y policiales del Estado por la gestión
de la seguridad ciudadana. En Michoacán se ha implantado una situa-
ción excepcional debido a la violencia y la inseguridad provocada por los
cárteles de la droga. Se han creado órdenes informales impuestos por el
narcotráfico en su lucha por el control de las economías criminales y la go-
bernabilidad local. Al mismo tiempo, la competencia de actores políticos
para transfigurarse en pequeños estados (o hablar en nombre), contribuye
a visualizar el campo de poder en que se desarrollan diversas prácticas y
discursos que ponen en juego nociones de ley y orden, lo legal e ilegal, etc.
La violencia y la criminalidad en Michoacán no pueden asociarse a un es-
tado fallido o carente de democracia, sino a una articulación cambiante de
cuando menos tres elementos: una economía regional neoliberal pujante de
tipo agroindustrial y minera que se desarrolló en contextos de expansión
del narcotráfico; un gobierno local expuesto a serias luchas político/ideo-
lógicas, cuyos resultados abrieron grandes fisuras por donde ingresaron
grupos del crimen organizado a la esfera de la economía y la política; la
formación de un Estado fachada o estado en las sombras (Gledhill 2001),
desde la cual la ilegalidad y la violencia se gestionan de acuerdo con los
intereses predominantes en juego.
Es claro que el problema de la violencia en México no puede separarse
de la reforma del Estado y las políticas neoliberales que desde la déca-
da de los años ochenta del siglo xx se implementaron de manera radical
y poco democrática. Los efectos de las políticas de ajuste estructural y
desmantelamiento de los Estados latinoamericanos produjeron grandes
transformaciones en la vida social, en las que la violencia pareció funcio-
nar como una válvula de escape frente a enormes consecuencias econó-
234 Estado, violencia y mercado…

micas, políticas y sociales que padecieron gran parte de los sectores de


la población. Todo ello nos lleva a plantear que el auge del narcotráfico
no se ha dado fuera de la transformación de la economía y el poder pú-
blico, puesto que hay una “economía política” que produce la violencia.
Mi argumento es que el problema de la violencia asociada al narcotráfico
y la delincuencia organizada en Michoacán puede analizarse mucho me-
jor si la comprendemos como un asunto de “economía” y de “política”
(Narotzky 2004), en el marco de lo que Harvey (2004) ha caracterizado
brillantemente como “modelo de acumulación por desposesión”. Es una
hipótesis que crítica abiertamente el enfoque de la estatalidad limitada,
promovida por enfoques eurocentristas. Para Harvey, la acumulación por
desposesión puede ocurrir de diversas formas y su modus operandi tiene
mucho de contingente y azaroso. Sin embargo, el capitalismo internaliza
prácticas canibalísticas, depredadoras y fraudulentas conforme también
la acumulación garantiza sitios de producción de plusvalía. Esto es el ca-
rácter dual de la acumulación de capital.
No es necesario señalar la ficción que existe entre el Estado y la ile-
galidad o entre lo legal e ilegal (Heyman 1999), así como las fronteras
borrosas entre el mundo del crimen y el mundo de la política, cuyas rela-
ciones dan lugar a la formación de relaciones peligrosas como excesos de
poder (Misse 2006). En este texto, utilizo el concepto de acumulación por
desposesión para comprender, en primer lugar, las características de las
economías regionales michoacanas y la formación de diversos grupos del
crimen organizado que, bajo su poder armado y corrupto, ha intervenido
dichas economías transformándolas en economías criminales mediante la
desposesión o el cobro de cuotas. En segundo lugar, cómo estas economías
criminales generaron órdenes informales en las que se han reproducido so-
lidaridades forzadas en las comunidades donde el crimen organizado logró
regular la vida cotidiana de poblados enteros, cuyos abusos y atrocidades
cometidas forjaron formas de violencia silenciosa.
Por tanto, utilizo el concepto de solidaridades forzadas para compren-
der los efectos de procesos de alianza y ruptura de los grupos sociales de
comunidades rurales que están involucrados directa e indirectamente en el
narcotráfico. Estos procesos están mediados por una cultura regional en la
que los valores de silencio son una pieza fundamental para generar ciertas
solidaridades en medio del conflicto y la violencia. Similarmente utilizo
la noción de violencia silenciosa para comprender cómo las comunidades
involucradas en el narcotráfico enfrentan los abusos del poder criminal
y a la vez construyen estrategias para resistirla o tolerarla. Violencia si-
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 235

lenciosa es el lado sórdido de la violencia armada; la manera en que la


población enjuicia tanto actos de violencia cotidiana como un proceso de
interiorización de las atrocidades.

La economía y política de la violencia


El estado de Michoacán constituye un mosaico de regiones contrastan-
tes e internamente diferenciadas. Regiones indígenas de pueblos nahuas y
purépechas contrastan con regiones serranas donde habitan pueblos con-
siderados mestizos. La geografía es un elemento significativo de dichas
diferencias, lo que en parte explica el problema de violencia que se vive
actualmente en el estado. Situada en el borde el Océano Pacífico, a es-
casa elevación de nivel mar, en la Costa michoacana se ubica la región
indígena nahua donde la producción y exportación de palma de coco les
permite sobrevivir, aun cuando alberga uno de los puertos marítimos más
grandes de México. Es justo en este puerto de Lázaro Cárdenas donde se
embarcan miles de toneladas de hierro y otros minerales extraídos legal
e ilegalmente de tierras comunales por empresas transnacionales que han
tejido redes complejas con grupos armados.6 La exportación de minerales
se da fundamentalmente a países como China o India, cuyas demandas
para la fabricación de acero provoca que la región nahua esté amenaza-
da por grupos armados para seguir extrayendo el mineral. En ese puerto
también hay flujos de economía ilegal a donde llegan toneladas de precur-
sores químicos provenientes de estos países para la elaboración de drogas
sintéticas que luego transportan a la Costa/Sierra donde se ubican labo-
ratorios clandestinos. De la Costa hacia la Sierra Madre del Sur se localiza
la zona de cultivo de droga más grande del estado y de otras entidades. La
producción de marihuana y amapola se alterna con la extracción de mine-
rales, así como laboratorios clandestinos de droga sintética. La población
que habita la Sierra Madre del Sur se distingue por una forma de orga-
nización social centrada en unidades domésticas de familia nuclear, cuya
fuerza de trabajo intercambia el cultivo de productos para sus necesidades
básicas y la producción de droga. En esta región serrana es donde tam-
bién se originan grupos armados relacionados con el narcotráfico para el
control de la droga y los mercados ilegales. Conforme uno cruza la Sierra,
elevándose el nivel del mar, se llega a la “famosa” Tierra Caliente, donde
6 “Autodefensas: Varias minas de Michoacán son o fueron explotadas por Los templarios”.
La Jornada, 2 de febrero de 2014. Disponible en: www.jornada.unam.mx/2014/02/02/politi-
ca/008n1pol
236 Estado, violencia y mercado…

se ubica la zona agroindustrial más importante de cultivo y exportación


de limón y otras frutas y cítricos. La Tierra Caliente es una zona ganadera
y agrícola con flujos comerciales dinámicos al mercado estadounidense y
en particular con empresas de elaboración de refresco que se abastecen
de la esencia de limón. También es una zona en donde se concentran los
grupos criminales más importantes a nivel nacional ya que es un paso obli-
gado rumbo a otras ciudades importantes. Los narcotraficantes llegaron
a controlar los mercados legales e ilegales gracias a su poder armado y de
corrupción. Si uno sigue una especie de camino ascendente hacia el cen-
tro de Michoacán, entonces llegamos a una zona estratégica denominada
zona aguacatera que colinda con la Tierra Caliente. La zona agroindus-
trial aguacatera, la cual concentra más de 120 mil hectáreas certificadas
internacionalmente, exporta mil contenedores de aguacate en ferrocarril
por semana; es única a nivel mundial por la calidad de sus tierras y el
clima. Anualmente moviliza alrededor de mil millones de dólares anuales
por la siembra y exportación de aguacate.7 El aguacate es considerado de
mejor calidad a nivel internacional y su exportación se destina a eua y el
mercado europeo. Por esta razón, la zona se transformó en el lugar predi-
lecto del narcotráfico para invertir y lavar dinero proveniente del cultivo
y trasiego de droga producida en las regiones limítrofes. Desde hace varios
años, las bandas del narcotráfico incursionaron en el secuestro y extorsión
de productores de aguacate, además de que lograron ingresar a círculos
importantes de la clase más rica. En los alrededores de la franja de la zo-
na aguacatera, encontramos otras subregiones como la zona de Los Reyes
a donde se producía caña para la elaboración de azúcar, anteriormente
vendida al gobierno federal o a empresas transnacionales pero que, poste-
riormente, con la privatización de los ingenios azucareros, se dio entrada
a una nueva economía agroindustrial productora de frambuesa, arándano,
etc., de capital y mercado transnacional. Esta subregión limita con otra
zona (región de Zamora) de igual magnitud centrada en la producción de
fresa y otras frutas que similarmente mantiene una estrecha relación con
el mercado estadounidense y recientemente europeo o asiático. Más del
ochenta por ciento de la producción de fresa produce ganancias por cerca
de doscientos cincuenta mil millones de dólares anuales, y se concentra
en empresas intermediarias como Driscoll, pero también hay un número
importante de propietarios de “empacadoras” y “procesadoras” de fre-

7 Matilde Pérez U., “Producción de aguacate Hass mexicano se multiplicó casi 200 veces en
15 años”, La Jornada, 10 de febrero de 2014, sección Sociedad. Disponible en: www.jorna-
da.unam.mx/ultimas/2014/02/10/produccion-de-aguacate-hass-mexicano…
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 237

sa, frambuesa, etc. Nuevamente, alrededor de esta subregión de Zamora,


hacia el norte del estado de Michoacán, hay otras subregiones limítrofes
muy importantes económicamente: Yurécuaro. Aquí se produce y exporta
fundamentalmente verduras como lechuga, brócoli, col, rábano, etc., que
tiene como destino mercados nacionales e internacionales. Se distingue
también por una producción ganadera importante y cuya fuerza de tra-
bajo, como en todas las regiones descritas, proviene de zonas indígenas
nahuas, purépechas y de otros lugares del país. Hay otras regiones impor-
tantes como la región de Zitácuaro o Huetamo, en donde de igual forma se
han desarrollado economías agrícolas de gran importancia. Cabe señalar
que en todas las regiones agrícolas priva un tipo de propiedad privada me-
dia y grande que oscila entre 10, 20 y más hectáreas por propietario. Las
empresas transnacionales arriendan grandes extensiones de terrenos por
contratos celebrados por años. El acondicionamiento de los terrenos pa-
ra la producción agroindustrial ha sufrido varias transformaciones desde
años recientes.
Esta breve descripción nos permite tener una primera imagen. La econo-
mía centrada en el cultivo y trasiego de droga vegetal y sintética convive
geográfica, económica y políticamente con otras economías regionales. De
hecho, los flujos de capital humano, financiero, social y cultural tienen
una gran dinámica y conexión local, regional y transnacional. La segunda
imagen que se puede tener es que en todas las regiones agrícolas o mineras
de Michoacán se desarrolla una economía ilegal paralela a la legal. Dicha
economía ilegal se puede comprender a partir de las inversiones que se
realizan en las pujantes economías emergentes como la aguacatera, fre-
sa, frambuesa, etc., por parte de gente que se hizo rica del negocio de la
droga o de otras actividades. Esto atrajo nuevas inversiones en las zonas
agrícolas, presionando por ejemplo a grupos poblacionales que habitan
en las fronteras de las zonas agrícolas que resisten vender su tierra para
incorporarla a las pujantes economías agroindustriales. En la zona donde
se ubica la producción minera las empresas transnacionales siguen cele-
brando contratos informales y a menudo ilegales con grupos sociales que
conceden sus tierras comunales para la extracción de minerales. O bien,
bajo permisos expedidos por el gobierno federal de explotación minera,
las empresas se amparan legalmente para expandir sus límites de explota-
ción. La tercera imagen que se puede tener es que, debido a la existencia
de una economía ilegal relacionada íntimamente con los negocios legales,
se desarrollaron grupos criminales que controlaron tanto el mercado de
la droga, delincuencia común, como además, dada la fortaleza con que se
238 Estado, violencia y mercado…

consolidaron, economías criminales poderosas a través del cobro de cuotas,


impuestos, lavado de dinero, desposesiones de propiedad, etc. Estas eco-
nomías criminales se consolidaron previa violencia, luchas y negociaciones
para que los grupos criminales pudieran obtener su predominio tanto en
la economía y en la política, en el espacio público, etc.
Dado que las economías no pudieron extenderse sin conexiones políti-
cas significativas, líderes de grupos criminales tejieron redes significativas
con políticos locales para ampliar su dominio. La interrelación entre la
economía agrícola, la droga y la política oficial dio lugar a un tipo de ca-
pitalismo regional depredador. A través de dicho modelo, se expandieron
otras formas de criminalidad demasiado banales. Los grupos que forman
parte de extensas y complejas redes del crimen organizado practicaron
otro tipo de actos y laceraciones contra la sociedad, dado el “exceso de
poder” que acumularon (Misse 2006). Así, por ejemplo, en algún munici-
pio, un grupo delictivo puede recurrir al secuestro y extorsión como una
manera de sostener su organización local y pagar franquicias a los altos
líderes; mientras tanto en otras regiones lo más importante es el cultivo
y trasiego de droga o la instalación de laboratorios de drogas. En regio-
nes agrícolas muy dinámicas, se instalaron “oficinas” paralelas a las del
gobierno con el fin de regular la producción, comercialización y venta de
productos agropecuarios a partir de un porcentaje. En el caso de los em-
presarios aguacateros de la región Uruapan-Peribán-Tancítaro, la presen-
cia de la delincuencia organizada es parte del paisaje mismo. Se dice que
se obtiene información suficiente de los padrones elaborados por oficinas
de gobierno, de inspección fitosanitaria, así como del padrón de propiedad
de la tierra. Estos elementos componen el escenario de extorsión, secues-
tro y pago de diversas cuotas. En las regiones agrícolas pujantes, la forma
extractivista de obtención de dinero rápido abarca otros rubros comer-
ciales; en el comercio formal privan prácticas de cobro de cuotas para no
atentar contra los establecimientos o ser motivo de extorsión o secuestro.
En la organización del comercio informal-ilegal de extensas ciudades, el
cobro de cuotas está supliendo o se alían a los corruptos líderes sindicales
o funcionarios públicos que ordenan en comercio ambulante. La forma en
que se interrelacionó la economía agroindustrial y mineral con la economía
ilegal, ha tenido efectos políticos significativos. En términos de goberna-
bilidad, produjo la emergencia de gobiernos paralelos o pequeños “estados
en las sombras” (Gledhill 2001) dado el dominio de los grupos criminales.
Tanto en la región de Tierra Caliente y Costa Michoacana del Pacífico,
como en la región del Oriente de Michoacán o en zonas fronterizas entre
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 239

Michoacán, Guanajuato y Jalisco, suceden enfrentamientos armados sis-


temáticos por doblegar o subordinar gobiernos locales. La emergencia de
gobiernos paralelos no sólo supone el control del mercado de ilegalidades,
sino también una participación más sistemática de dichos grupos arma-
dos en las políticas públicas de los ayuntamientos (municipios). Incluso,
ya es un lugar común que se hable a nivel local del “pago” a los partidos
políticos por carteras de regidurías, sindicaturas, etc., a cambio de ser
registrados candidatos a dichos puestos públicos asociados a los cárteles.
Por tanto, el problema de los gobiernos paralelos consiste tanto en coop-
tar policías municipales o alguna autoridad importante, como controlar
puestos públicos claves que deciden el rumbo del dinero. A este nivel, las
relaciones entre el orden del crimen y el orden del Estado se ven bastante
borrosas. Tan sólo en el periodo electoral de 2011, más del 10 % del total
de aspirantes a un puesto público renunciaron a la candidatura supues-
tamente por motivos de salud o enfermedad. Dichas renuncias estuvieron
ligadas a presiones del narcotráfico por imponer sus candidatos.8
Tras los gobiernos de fachada se desarrollaron prácticas populistas por
parte de grupos ligados al narcotráfico con el fin de aminorar los efectos
negativos de la violencia impuesta. Una de las prácticas más interesantes
es el clientelismo armado para allegarse apoyo popular. En varias regiones
lo han logrado, pero en particular en la zona de donde son originarios sus
líderes. Por ejemplo, en una de mis charlas recientes con gente de Tierra
Caliente, una pareja dedicada al comercio me comentaba abiertamente
ante mi ausencia de la región que no debería tener miedo por ir a la zona:

[…] “ellos lo protegen, si uno no viene a causar problemas, ellos no


le van a hacer nada; al contrario! le ayudan […] ellos no quieren que
aiga problemas porque los federales y el ejército sólo vienen a chingar:
roban, matan y hasta violan […] por eso ellos quieren que las cosas
estén tranquilas para que no pase nada [...] para que se vaya la policía.
Si hay problemas, ellos los resuelven, andan vigilando que nadie ande
haciendo chingaderas; si agarran a uno le va mal, porque no permiten
que nadie ande haciendo problemas que llame la atención y haiga más
vigilancia”.

Uno de los casos que desató mayor atención y atracción popular en


ciertas regiones donde el narcotráfico forma parte de las rutinas cotidianas,
fue la “protección” de la mujer por parte de dicha organización delictiva

8 Datos con base en información del Instituto Electoral de Michoacán.


240 Estado, violencia y mercado…

ante una sociedad típicamente machista. En varias regiones y municipios


rurales o colonias populares, el crimen organizado no permitía el abuso
físico contra la mujer, reprimiendo a los varones por causar desórdenes
públicos. El castigo varonil por abusar contra las mujeres se había regado
como pólvora en muchas zonas marginales en donde se comentaba que las
mismas mujeres, incluso, buscaban algún contacto con grupos ilegales para
reprimir a sus respectivos esposos por adúlteros o borrachos y golpeadores,
así como a sus hijos que abusan de las drogas. La “valentía” de algunas de
ellas causa mucha ironía debido al uso de más violencia para eliminar parte
de ella. Sin embargo, todo ello nos habla de que el crimen organizado ha
definido un conjunto de estrategias de protección de la sociedad con el fin
de obtener simpatías y confianza, las cuales contribuyen paradójicamente
a una mayor centralización de la violencia por parte del grupo delictivo,
con el fin de pacificar a la sociedad en el orden que trata de construir el
crimen organizado.
La rutinización del orden informal constituye un desafío de más largo
plazo para organizaciones criminales, pues esto no se logra solamente con
un par de estrategias de miedo. Mis entrevistas y diálogos con la gente
dejan entrever que hay un convencimiento casi tácito sobre la participa-
ción del crimen organizado en la producción del orden local. Y para ello,
se ha tenido que invertir recursos económicos y políticos con el fin de con-
solidar estos órdenes informales. Hay versiones públicas que en algunas
colonias urbanas de ciudades como Apatzingán, Uruapan o Morelia se
edificaron tiendas de autoabastecimiento con el fin de vender mercancías
de canasta básica a un precio menor del mercado, para atraer gente a sus
ideales y fines. Estas tiendas no intentaban lucrar con la venta, más bien
se convertían en medidas que buscaban paliar los efectos perversos de
otras prácticas más letales, como secuestro, extorsión y venta de drogas.
Visto de una manera general, el crimen organizado ha sabido construir
una práctica y discurso ingenioso para controlar el ambiente adverso y
adaptarlo a sus propios intereses y objetivos. Cuentan las versiones reca-
badas en entrevistas informales que los líderes de la alta jerarquía dentro
del crimen organizado se abstienen del consumo de cualquier tipo de sus-
tancias con el fin de mantener un “profesionalismo” en sus actividades
(ver Martínez y Padgett 2011). El personal que reclutan pasa por diver-
sas pruebas de los líderes para asegurarse de un mayor control y de que
las actividades realizadas no se vean afectadas por “excesos” que los lleve
a cometer errores o exageraciones.9
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 241

Los cárteles de la droga


Las grandes transformaciones socioeconómicas de MichaocánMichoacán
están íintimamente relacionadas con el surgimiento y auge de los cárteles
de la droga. Las economías “legales” e “ilegales”, junto con los procesos de
transnacionalización agrícola, migración internacional y conformación de
espacios transnacionales de criminalidad, dieron pauta a la consolidación
de organizaciones criminales poderosamente armadas. Después de prevae-
lecer una forma de grupos familiares parentales en el control del negocio
de la droga, en los años ochenta surgió el Cártel del Milenio o Los Valen-
cia, centralizando la producción y tráfico de droga e iniciando el trasiego
masivo de cocaína proveniente de Colombia a México y eua, en medio de
las políticas prohibicionistas aguerridas en la zona andina.10 Contó con el
apoyo de diversos agentes políticos y policiacos para gozar de estabilidad.
A principios del año 2000 sufre una fractura debido a la intervención del
cártel de los Zetas, en ese tiempo brazo armado del cártel del Golfo para
controlar el territorio michoacano. Entre los Zetas se hallaban líderes de la
región de Tierra Caliente que habían migrado y contactado con los Zetas
en el norte. Tras el fracaso de los Zetas y su destierro de Michoacán, se
formó con restos de ellos una nueva organización denominada La Familia
Michoacana. Su aparición pública, en 2006, por medio de la exhibición
de cinco cabezas humanas en la pista de un Table Dance en la ciudad
de Uruapan, una de las más grandes poblacionalmente del estado, causó
conmoción nacional. Sería el primer acto de una serie de peculiaridades de
integración por códigos semireligiosos y una estructura organizativa que
imitaba la contrainsurgencia centroamericana.11 Después de varios años,

9 Como ya hemos comentado, después de la aparición de las llamadas guardias comunitarias


en varios municipios donde el narcotráfico tiene una presencia muy importante, la naturaleza
del orden social ha cambiado significativamente. En el momento de escribir este artículo hay
una tensión permanente sobre la forma en que se negociará un nuevo pacto al interior de las
comunidades que permita otra vez a ciertos grupos imponer sus reglas.
10 Durante los años ochenta, se crearon y/o consolidaron varios cárteles nacionales como el
de Sinaloa, geográficamente ubicado en el estado del mismo nombre al noroeste de México;
también imperaba el cártel de Juan N. Guerra en el estado de Tamaulipas, posteriormente
transformado en el cártel del Golfo; el cártel de los Arellano Félix, en la fronteriza ciudad de
Tijuana y el cártel de Juárez; otros cárteles poderosos también hicieron su aparición en la
década de los noventa como el del Pacífico, que aglutinaba poderosos narcos como los Beltrán
Leyva.
11 Durante el reinado del cártel del Milenio fueron aprehendidos varios exkaibiles guatemal-
tecos que supuestamente estaban entrenando narcos con métodos sofisticados de tortura y
desapariciones. Al parecer La Familia heredó dichos métodos dada su conformación con algu-
nos exmiembros del Milenio y de los Zetas. Los Kaibiles fueron militares de élite entrenados
por Comandos estadounidenses para utilizarlos en tácticas de guerra “tierra arrasada”.
242 Estado, violencia y mercado…

logró transformarse en una organización fuerte con redes transnacionales


y conexiones políticas estatales, además de contar con programas sociales
que la acercó a la población de una manera conspicua. Su liderazgo esta-
tal se fortaleció con grandes relaciones con grupos delictivos de eua, los
cuales trafican metanfetaminas que se procesan en territorio michoacano;
eésta actividad la lleva a ocupar uno de los primeros lugares internacio-
nales en la producción de droga sintética. La Familia Michoacana hizo
famosos los narco-mensajes, destinados a sus rivales, a cuerpos policia-
cos, al gobierno federal y estatal, para amedentrarlos e inhibir su acción
de lucha. También es el mismo cártel al que se ha identificado con exce-
sivo fanatismo religioso exhibido en sus narcomensajes, reclutamiento y
adiestramiento. Como reza uno de los más famosos mensajes: “La Familia
no mata por paga, no mata mujeres, no mata inocentes, sólo debe morir
quien debe morir. Sépalo toda la gente; esto es justicia divina”.12 Entre
sus principales objetivos explícitos declaran que cuidarán a los michoaca-
nos de cualquier grupo que pretenda entrar a Michoacán a imponer sus
leyes, haciéndose pasar por una organización protectora de la sociedad y
desafiante del Estado, catalogado como corrupto y aliado a otros cárteles
nacionales.
Después de la fractura de la Familia Michoacana, tras la aprehensión de
Jesús Méndez, alias El Chango, surgieron en 2009 Los Caballeros Templa-
rios, organización creada por el otro líder de La Familia, alias “el Chayo”
o “el más loco”, combatiendo y eliminando a todas aquellas células y ac-
tores políticos que no quisieron formar parte del nuevo cártel.13 Bajo esta
agrupación se hizo palpable una relación más estrecha con la sociedad ba-
jo desplegados de protección de la vida. La extinta Familia Michoacana y
Los Caballeros Templarios son los únicos cárteles que realmente tuvieron
un proyecto de cómo “debe” funcionar la sociedad, mediante consignas
como “plata o plomo” (Finnegan 2010). Construyeron una ideología loca-
lista de apropiación espacial del territorio michoacano (“defenderemos a
los michoacanos”) y una adaptación sorpresiva al medio ambiente y sus
recursos explotables que, contrastantemente, hacen jugar discursivamente
con imágenes de nación como pueblos excluidos. Por último, construyen
12 En noviembre de 2006 La Familia Michoacana pagó a periódicos de Michoacán por dos
desplegados en los que se podía leer este narco mensaje.
13 Nazario Moreno, alias el Chayo, (se dice que) escribió un libro, titulado Me dice “el más
loco”, en el que narra su historia de vida y la forma en que surgió La Familia Michoacana. Es
muy interesante, por ejemplo, la narración de su infancia, llena de privaciones y violencia, pero
con una capacidad para sobresalir impresionante. Su discurso es una representación fiel de la
cultura regional que muchos hombres de la región recrean. Este aspecto puede comprenderse
mejor cuando analizo las prácticas de su organización delictiva.
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 243

una política de acercamiento a la sociedad mediante apoyos económicos,


ayudas materiales, resolución de conflictos, etc., que les proporciona cierta
legitimidad y tolerancia. Campañas de este tipo son comunes en regiones
enteras a fin de permitirles operar en territorios estratégicos para la pro-
ducción de droga y trasiego de la misma.
Durante algún tiempo en que Los Caballeros estaban disputando el te-
rritorio michoacano contra otros cárteles y el Estado, se propagaron actos
mediáticos de acercamiento hacia la población mediante la exhibición de
personas aprehendidas, en su mayoría jóvenes, supuestamente dedicadas a
la delincuencia común, forzadas a deambular por la vía pública con letre-
ros frente o detrás del cuerpo, diciendo “soy ladrón” o “esto me pasa por
violador”. La supuesta limpieza de delincuentes comunes en localidades
rurales o urbanas se generalizó como una de las acciones más llamativas
por conservar la seguridad que el Estado no podía garantizar. Para Los
Caballeros, el tema del orden social es fundamental desde su ideología e
imagino que tiene que ver con la representación que se hacen del Estado,
al observarlo como una institución corrupta y débil. Por ello, la práctica
de pretender construir órdenes paralelos no se ve como ilegal, sino que se
funda en un principio casi místico de Los Caballeros. En extensas regiones
lograron construir órdenes informales que son reivindicados por sectores
de la población, incluso el empresarial.14

Solidaridad forzada y violencia silenciosa


La fortaleza de los cárteles michoacanos y su penetración en diversos es-
pacios de la vida social, política y económica han reformulado los estilos
de vida y la estética de cuerpo (Das 2008), en el marco de un profundo
conocimiento de la cultura regional (Lomnitz 1995) a donde operan los
grupos delictivos. El hecho de que La Familia Michoacana adoptara dicho
nombre no es casual. Hay un abierto desafío con el Estado nacional, las
reglas y sus valores cívicos en nombre de “La Familia”. La noción de “Fa-
milia” tal como lo apropian la población nativa, refiere a un valor muy
arraigado entre la gente que vive inmersa en el narcotráfico. Para referirse
14 La reivindicación del orden impuesto por los Caballeros tuvo su punto de ruptura con la
emergencia, a fines del año 2012, de varios grupos armados autodenominados guardias comu-
nitarias, los cuales lucharon por desterrar a miembros del cártel debido a los crecientes excesos
que estaban provocando sus prácticas criminales. Aunque todavía hay mucha confusión sobre
la naturaleza de estos nuevos grupos armados, parece que el panorama político ha cambiado
drásticamente para los narcotraficantes y criminales.
244 Estado, violencia y mercado…

al “Estado”, dicen: “ahora hay mucho gobierno”, esencialmente por la pre-


sencia de grupos armados de la policía y ejército. La Familia Michoacana
utilizó esta ideología localista (Lomnitz 1995.) tan arraigada regionalmen-
te para autopresentarse como un grupo originario que buscaría proteger
a la sociedad local de actores extraños. Por ello construyó una estrate-
gia de acercamiento a la población mediante ayudas, trabajo, seguridad,
justicia local, etc. De igual forma, después de la fractura de La Familia,
Los Caballeros Templarios volvieron a utilizar símbolos regionales para
lograr tener una mayor aceptación social. Es interesante comprender que
Los Caballeros retomaron un símbolo de ideología localista relacionada
con un movimiento histórico denominado sinarquismo. Este movimiento
fue inaugurado en la década de los años treinta del siglo xx, de corte
católico, nacionalista, anticomunista y nacionalsindicalista. Por los años
sesenta del mismo siglo, el sinarquismo volvió a revivir políticamente en
regiones michoacanas, luego de una represión feroz por parte del gobierno
federal. Su principal objetivo era contener el supuesto avance comunista
muy fácilmente asociado con el ex presidente General Lázaro Cárdenas, el
cual había repartido miles de hectáreas de tierra, apoyado la Revolución
Cubana y haberse declarado partidario de los movimientos de izquierda
de México. Ya que Lázaro Cárdenas fue fiel anticlerical y miembro impor-
tante de Logias Masónicas, el sinarquismo lo identificó como una figura
que habría que contener políticamente. En este escenario resurgió el sinar-
quismo regional michoacano. Estas pugnas históricas de corte ideológico,
han sido revividas por movimientos armados extremadamente extraños,
pero culturalmente similares. El Cártel de los Caballeros retomó la ima-
gen de una Gran Cruz en el pecho a imagen de los Templarios medievales.
Hay ciertas suposiciones de que algunos de sus líderes fueron Masones;
en las casas habitación que se les incautaron se notan algunos símbolos
masones sincretizados con otros símbolos.
Estas prácticas ideológicas expresadas en la vida cotidiana, las relacio-
nes personales y de grupo, los conflictos por cultivos y trasiego de droga o
venta y consumo local de estupefacientes (vegetales y sintéticos) constru-
yeron solidaridades forzadas entre la población. Utilizo esta noción para
referirme a las grandes complejidades que están sucediendo tanto en los
pueblos y las familias para describir las tensiones y conflictos que genera,
por ejemplo, ser de un pueblo dedicado al cultivo de droga, donde los
padres podrían compensar su sustento con la siembra de algunos plantíos
pequeños, pero cuyos hijos aprehenden en la escuela que la droga está
prohibida y condenada penalmente. A la vez que los hermanos adoles-
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 245

centes o adultos la ingieren o podrían fungir como sicarios de un grupo


de la localidad. Estos sentidos encontrados de moralidad es lo que me
parece que está en el centro de la noción de solidaridades forzadas. Las
distintas formas de alianza y conflicto es lo que pretendo captar cuando
utilizo la noción, comprendiendo en el tiempo cómo se rehacen los lazos
solidarios de la gente y las familias en general a través de historias de
vida contrastantes. Es un término para describir el límite en el hecho de
vivir bajo el marco de un mismo espacio, pero cuyos estilos de vida son
contradictoriamente opuestos y a menudo violentos.
Las solidaridades forzadas que se tejieron durante varios años en estos
territorios son profundamente cambiantes de acuerdo con las circunstan-
cias. Es decir, moralmente relativas y situacionalmente definidas. Para
captar lo que Das (2008) describe acerca de cómo la violencia penetra
en la estructura temporal de las relaciones sociales, la noción de solidari-
dades forzadas es muy útil para comprender los desafíos de las personas
ante la violencia misma. Cómo la toleramos, negociamos, invisibilizamos
o utilizamos para justificar o acreditar alguna acción. Quiero referirme a
continuación a una serie de transformaciones que ha dejado la violencia
producto del narcotráfico en la vida personal y familiar durante el pre-
dominio de Los Caballeros Templarios. Esto es lo que llamaré violencia
silenciosa.
Después de varios meses de ausencia de trabajo de campo en la localidad
rural “El Capulín”, ubicada en el corazón de la región de Tierra Caliente
del estado de Michoacán, México, el 30 de septiembre de 2011, llegué por
la tarde a la casa del señor Ramiro y su esposa Estela. En cuanto comen-
zamos a charlar, la plática inmediatamente se centra en la violencia. Para
los señores Ramiro y Estela15, el problema de la violencia en Tierra Ca-
liente no tiene tantos años de que se suscitó tal como la estaban viviendo
ese año. La señora Estela afirma categórica “[…] aquí la violencia es muy
silenciosa y no se ve, pero produce cosas muy feas”. Después de que me
comentaron un caso de extorsión a ellos y la manera en que tuvieron que
recurrir a una célula de Los Templarios para evitar ser objeto de abu-
so, los señores narraron otras historias igualmente dramáticas de cómo se
experimenta la violencia en pueblos rurales inmersos en el narcotráfico.
Durante nuestra conversación, pronto vino a su mente la forma en que
su nieto (hijo de una de sus hijas mayores quien no quiso hacerse car-
go de él en Norteamérica, regresándolo al pueblo con sus abuelos), había
fallecido meses antes de nuestro encuentro. Ellos asociaron su muerte al
15 Pseudónimos
246 Estado, violencia y mercado…

consumo de alcohol y drogas sintéticas que en aquel tiempo se estaban


vendiendo de manera indiscriminada a los jóvenes en el poblado. Había
cierta indignación por el hecho de que este tipo de droga se consiguiera
sin ninguna restricción y a pesar de los daños que estaban causando a los
jóvenes. De hecho, varios laboratorios de droga se han destruido en las
cercanías de poblados aledaños. Estos sucesos no son fortuitos. Desde que
el Cártel de La Familia controló el estado de Michoacán y posteriormente
Los Caballeros Templarios, en diversas localidades se ha experimentado
un cambio vertiginoso de las relaciones sociales y morales entre la gente.
Al principio estaba más o menos regulada la venta de droga a los jóvenes
de los pueblos para evitar tanto visibilidad de los capos, como posibles
conflictos interpersonales, pero una vez que los cárteles lograron más po-
der, fue generalizando y diversificando la venta y consumo de drogas.
Varios pobladores vieron este tipo de prácticas con gran preocupación,
aunque era difícil hacerle frente. El crimen organizado había cooptado
prácticamente todos los espacios de impartición de justicia y las policías.
Así, la expansión de la venta y consumo de droga de manera pública
se tornó una rutina. Cerca del poblado donde viven mis amigos de El
Capulín, hay una escuela tecnológica a donde asisten cientos de jóvenes,
cuyo mercado de drogas ha sido controlado por una célula de sicarios que
vive en el pueblo. Dado el exceso de poder que los capos de los Templarios
concentraron, se dio rienda suelta a estas células criminales de hacer sus
propios negocios locales. Así, comenzaron a vender droga de manera indis-
criminada y abierta incluso a niños. Entre el poblado y la escuela, hay un
flujo constante de estudiantes, relatan mis amigos: “no se bajan, circulan
despacio, intercambian la droga por dinero y luego el taxi se va. Así es
todo el día […].” Como consecuencia de lo anterior se han desencadenado
varias situaciones conflictivas y moralmente reprobables. Se condena entre
rumores y en voz baja el consumo de droga entre los niños/adolecentes.
El que “muchachitas” (mujeres jóvenes) del poblado o de los alrededores
son drogadas por sus mismos compañeros y luego violadas u objeto de
abuso y manoseo y “nadie sabe nada!” exclamaban sorprendidos de di-
chos actos mis informantes. Igualmente, los problemas de enfermedades
de trasmisión sexual entre los jóvenes, pero sobre todo de quienes vienen
del Norte, parece un caso preocupante para los habitantes del poblado.
Hablan de jóvenes que se convierten en adictos y luego andan vagando
como “loquitos” en el pueblo.
Sin embargo, una de las cuestiones que más llama la atención es que
detrás de estos hechos, hay un “estira y afloja” entre algunos sectores
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 247

de la población y el grupo que vende droga en el pueblo. Para nuestros


informantes, como resultado de que el grupo ilegal se apoderara del su-
ministro de droga, de que comenzara a haber problemas de accidentes
automovilísticos, de jóvenes que drogados violen a sus mismas compañe-
ras o resultaran embarazadas sin saber con certeza lo sucedido, etc., se
generó una corriente de opinión sobre las consecuencias que estaban su-
friendo los jóvenes del poblado producto del consumo de drogas sintéticas.
Para Don Ramiro y Estela “lo que ahora se está vendiendo es la cocaína,
el cristal ya no porque estaba causando mucho daño a la gente.” Según
ellos, la gente del pueblo comenzó a indignarse con el grupo que suminis-
tra la droga. Al parecer, estos rumores llegaron a oídos de los traficantes y,
según ellos, tomaron la decisión de cambiar el tipo de droga para no tener
problemas con los vecinos. Incluso, se dice que Los Caballeros como orga-
nización llegaron a prohibir en varios lugares de Michoacán la venta local
de droga sintética como una forma de aminorar las críticas y reacciones
de la población. Pero varios jóvenes que trabajan para laboratorios clan-
destinos suministraban clandestinamente las drogas ¡contradictoriamente!
Incluso, ¡egresados de escuelas tecnológicas se convierten en algunos casos
en cocineros de droga sintética! Ante este tipo de casos, se desencadena-
ron reclamos públicos de algunos padres de familia por los problemas de
violación de hijas adolescentes y porque comenzaron a haber investiga-
ciones policiales sobre este tipo de hechos. Por nuestro camino hacia las
inmediaciones del poblado cuando charlamos sobre la vida del pueblo,
se veían jóvenes “cholos” que ya drogados pasaban a nuestro alrededor
cantando o gritando, mientras don Ramiro me exclamaba “¡mírelos, así
quedan cuando consumen cristal!”.16
La noción de violencia silenciosa es, entonces, tanto un término local
para designar el grado de deterioro de las relaciones cotidianas, como una
noción para comprender el lado sórdido de la violencia. La violencia silen-
ciosa es un discurso sobre las ambivalencias morales que deja a su paso el
ejercicio de la violencia. He documentado cómo la gente construye formas
de negociar, afrontar o evadir la violencia en medio de estas tensiones
(Maldonado 2013). Violencia silenciosa, en resumen, nos ayuda a captar

16 Desde hace un par de años, el tema de la drogadicción está adquiriendo tonos dramáticos. En
comunidades indígenas y/o rurales, la experimentación con nuevos métodos genera problemas
de salud pública preocupantes. El uso del “foco”, es uno de ellos, que es básicamente droga
sintética conocida como “cristal” que es sometida a alta temperatura en un “foco” de luz
normal, perforado para tal proceso y luego inhalado, muy similar al “paco” argentino de los
años ochenta.
248 Estado, violencia y mercado…

la “gramática de las relaciones sociales” y la “estética de los sentidos” tal


como Das lo ha propuesto (2008).
Cabe señalar que la violencia silenciosa forma parte de la vida cotidia-
na que pueblos rurales u oscuras colonias populares están experimentado
en medio de la militarización del orden público. Lo más alarmante es
que debido a la poca participación de ongs e instancias de gobierno,
asociaciones de Alcohólicos Anónimos (aa) y algún párroco local están
haciéndose cargo de la adicción y parte de la violencia interpersonal. Pero
contradictoriamente, grupos de aa han sido capturados por organizacio-
nes delictivas para ayudar a sostenerlos económicamente, pero también
para reclutar sicarios o fungir como escondites de algún narco. Este tipo
de capa espesa de violencia es lo que ha producido el orden del crimen y
la violencia de Estado. Comenta el mismo señor Ramiro, nuevamente y al
igual que otros entrevistados sigilosamente, de los problemas que enfren-
tan como trabajadores del campo cuando hay retenes militares o federales
en las inmediaciones del pueblo, camino hacia las empresas extractoras
de esencia y jugo de limón a las cuales les venden sus cosechas agrícolas.
Jornadas largas y muy de mañana para evitar el calor de medio día, hace
que los campesinos se apresuren en el corte de limón para transportarlo a
las empresas. Sin embargo, los retenes militares o federales regularmente
les impiden llegar a dichas fábricas por la fila de camionetas estaciona-
das sobre la carretera. Uno de los problemas que esto causa es que en la
medida en que los retenes retrasan demasiado el paso, las empresas ex-
tractoras o ya no reciben el limón o lo compran a muy bajo precio pues
la cosecha no se puede quedar parada más de un día debido al calor del
día. Esto ocasiona pérdidas a campesinos que van al día. La indignación
aumenta contra las fuerzas militares conforme los campesinos saben que
ningún narcotraficante va a pasar por esos retenes. Entonces construyen
sus propias teorías de conspiración acerca de que lo único que pretende
el gobierno es molestarlos y no dejarlos trabajar en paz. En efecto, si uno
recorre regiones con grandes problemas de narcotráfico se va a encontrar
retenes militares o policiales en algún punto de cruce de caminos o en
alguna curva de la carretera, revisando los vehículos que transitan por
esas horas. La pregunta que se hace la gente es que los policías o militares
o ¿son inocentes o se hacen? puesto que si hubiera caravanas de narcos
o cargamentos en tránsito prontamente se darían cuenta en vista de los
sistemas de información que construyen para asegurar que las mercan-
cías ilícitas lleguen a su destino. De manera contraria e incluso irónica,
se comenta por ejemplo que a altas horas de la noche transitan caravanas
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 249

de camionetas por poblados pequeños y bajo caminos sinuosos y de te-


rracería que probablemente transportan droga y la policía no hace nada.
Este tipo de contradicciones son para la población motivo de dudas o de
críticas sobre la verdadera realidad del narcotráfico y la guerra contra las
drogas.
En situaciones más peligrosas, los campesinos michoacanos enfrentan
la violencia de manera más directa. En la Sierra, por ejemplo, los ran-
cheros/campesinos han tenido que guardar silencio absoluto ante la “in-
vasión” de la región por gente desconocida para cultivar droga o instalar
laboratorios clandestinos de droga sintética en las cañadas o laderas de
cerros. Varias familias fueron desplazadas forzadamente debido a esta si-
tuación, pero otros, los más numerosos, se quedaron a vivir en sus tierras,
haciendo de la vista gorda de lo que pasa en las inmediaciones de sus
ranchos. El silencio es la principal arma contra la violencia del crimen
organizado y del Estado. Incluso se dice que a los niños desde pequeños
se les alecciona para guardar silencio ante cualquier interrogatorio. Este
tipo de situaciones está produciendo solidaridades forzadas en términos
de sedentarismo social, bajo las cuales se entretejen formas de violencia
silenciosa como si fueran caudales de ríos subterráneos que alimentan las
raíces de un árbol.
Como a la manera de Asha, la mujer punjabí a quien la Partición de la
India dejó sin esposo y tuvo que afrontar situaciones adversas como una
forma de sobrellevar la vida, incorporando el duelo a su vida cotidiana
dada su viudez (Das 2008: 217), así mismo pienso en cientos o miles de
personas que han sido objeto de violencias en el que orden del Estado y el
crimen organizado tan sólo son los detonadores de realidades más crudas.
Para Das, uno de los aspectos más importantes es cómo la violencia de
la Partición de la India se integra a las relaciones cotidianas, no en la
manera de preguntar cómo estuvieron presentes los acontecimientos de
la Partición, como acontecimientos pasados, sino cómo llegaron a incor-
porarse en la estructura temporal de las relaciones sociales. A eso es a
lo que se refiere sobre la importancia de hablar acerca de la experiencia
de testificar: “que si la manera de estar con otros fue herida en forma
brutal, entonces el pasado entra en el presente, no necesariamente como
un recuerdo traumático, sino como un conocimiento envenenado” (Das
2008: 244). Asha tuvo que soportar la ausencia de su esposo, las críticas
de su familia, su rechazo a vivir en su hogar, acusaciones de ser amante
de su cuñado igualmente viudo, etc. Estas formas de moldear su vida a
sus nuevas realidades es lo que Das llama indagar sobre la estética de los
250 Estado, violencia y mercado…

sentidos, cómo comportarse en situaciones que no den entrada al rumor,


construir su cuerpo de cierta forma dada la viudez y limitar sus comen-
tarios, donde la violencia reafirma jerarquías y discursos de dominación.
De esta manera es como pienso parte del problema de la violencia en Mé-
xico, un conocimiento envenenado que ha entrado en la vida cotidiana de
innumerables familias y pueblos, formando una nueva gramática de las
relaciones morales que la militarización de las guerras contra las drogas
no puede imaginar.

Conclusión
En este breve recorrido hemos dado cuenta de cómo se ha configurado par-
te de la violencia criminal que aqueja a México y en particular al estado de
Michoacán. En primer lugar, vemos que el narcotráfico y la delincuencia
organizada han formado parte de una transformación económica y políti-
ca de más largo plazo, en donde tanto la economía agrícola y de la droga
como las prácticas de extorsión, secuestro o extracción de rentas en forma
de impuestos, forman parte de un modelo de acumulación que muy atina-
damente un periodista mexicano llamó: despotismo tributario. Bajo estas
prácticas, en las diversas regiones michoacanas se experimentan procesos
de redefinición de las formas de propiedad del bosque, como en la región
purépecha, que ha dado origen a disputas étnicas violentas; en la región
de Uruapan- Peribán, la economía transnacional del aguacate ha gene-
rado una profunda reorganización de las huertas a través del lavado de
dinero y desposesión de tierras por parte de grupos delictivos muy aliados
con personajes importantes públicos; mientras en la Tierra Caliente las
agroexportadoras de limón en forma de esencia y jugo para la elaboración
de refrescos, están subordinadas a la dirección de organizaciones campe-
sinas con ciertos vínculos con líderes probablemente relacionados con el
narcotráfico, quienes imponen precios, comercialización e impuestos por
la producción. Los actores delictivos no son ajenos a la política oficial que
practican el Estado y los partidos políticos. Por tanto, los narcotraficantes
no son actores armados “tradicionales”, ni resultado de modernizaciones
fracasadas, sino una consecuencia de un tipo de capitalismo regional que
se ha implantado en las regiones agroexportadoras más prósperas, en las
que el cultivo de droga o su procesamiento químico se intercala con la
agroexportación. En este sentido, Estado e ilegalidad no están separados,
forman parte de un modelo de gubernamentalidad cuya producción de
Transformaciones de la violencia y la criminalidad mexicana… 251

órdenes locales contingentes son siempre reelaborados a través de violen-


cias de Estado y el mundo del crimen. Es la interconexión de estas lógicas
de poder donde las violencias generan producciones individualizadas de
daño y tipos de victimización muy particular. Así, la aparición del cár-
tel de los Caballeros Templarios como producto de rupturas y alianzas
con otros cárteles, es una organización que pretendidamente buscó cons-
truir un nuevo orden local alterno al Estado, compitiendo con él por la
legitimidad y el supuesto cuidado de la seguridad. Aun cuando sus méto-
dos parecen arcaicos y sus figuras de liderazgo representan idiosincrasias
culturales supuestamente tradicionales, están bastante familiarizados con
la forma en que está operando la lógica del capital transnacional. Co-
múnmente se refieren a la organización como su “empresa”, cuyas formas
de extracción de rentas o impuestos, corrupción, seguridad, etc., son pa-
ralelas a los métodos de los modernos estados neoliberales. Para varios
sectores michoacanos, los Templarios representaron un medio más eficaz
de impartir justicia o imponer el orden que los aparatos de seguridad del
Estado no pueden otorgar. Debido a ello, la violencia del Estado y el or-
den del crimen generan órdenes informales que son contingentes, a los
cuales la gente común que tiene adaptarse, resistiendo la violencia que ge-
neran estas poderosas fuerzas, enfrentándola o evadiéndola según sean las
circunstancias específicas donde estén ubicados como actores. Esto es lo
que querido captar con las nociones de solidaridades forzadas y violencia
silenciosa.
Quisiera mencionar que lo que hemos experimentado durante estos lar-
gos años de lucha contra el narcotráfico en México y Michoacán, ha sido
una situación humanamente reprobable por la cantidad de asesinatos,
desaparecidos, desplazados, etc., que la guerra provocó innecesariamen-
te. Los efectos “colaterales” de los que habló el expresidente Calderón
son tan incuantificables y dolorosos que no hay hasta ahora organismos
civiles humanitarios que puedan contribuir a paliar las implicaciones per-
sonales. La realidad del narcotráfico y sus efectos por seguir erradicándolo
es una pregunta en el aire con sabor a más tragedia. Ya están aparecien-
do, por desgracia, nuevos problemas. Después de los combates frontales
entre ejército y narcotráfico, desde principios de año 2013 se ha suscitado
una escalada de grupos armados de autodefensa y rondas comunitarias
para hacerle frente al crimen organizado. A principios del 2014, los gru-
pos de autodefensa se habían expandido a casi la mitad del estado de
Michoacán, tomando el control de cabeceras municipales y numerosas lo-
calidades. Fueron expulsados varios presidentes municipales en funciones
252 Estado, violencia y mercado…

y aprehendidos decenas de sicarios. Desde un principio no quedaba cla-


ra la relación de las autodefensas con el Ejército mexicano, pero ya hay
suficientes elementos para afirmar que se ha construido una alianza estra-
tégica para limpiar la zona de crimen. Detrás de los grupos de autodefensa
están varios actores políticos como un fuerte empresariado agrícola afec-
tado por las extorsiones, sectores de población civil cansados de abusos
criminales y otros más organizados como la Iglesia Católica y organizacio-
nes civiles. Sin embargo, en enero de 2014, intervino el gobierno federal a
través de la designación de una Comisionado Nacional para hacerse cargo
de la seguridad y el desarrollo. Se anunciaron proyectos con millones de
pesos de inversión pública. Durante el año 2014, el Comisionado se dedicó
a eliminar las estructuras de los cárteles, encarcelando y abatiendo a sus
líderes de forma que prácticamente lograron desaparecerlo o desarticular-
lo. Con el apoyo de los grupos de autodefensa, se logró ubicar escondites
y destruir sus redes de apoyo, entre las cuales los nexos políticos fueron
muy importantes. Se logró aprehender a funcionarios de muy alto nivel
y se menguaron prácticas de extorsión. Los grupos de autodefensa fueron
“legalizados” a través de la creación de la Policía Rural e indígena, en el
marco de una reestructuración del sistema policial. A un año de haber lo-
grado reformular la seguridad, el Comisionado fue destituido de su cargo
bajo una fuerte presión política debido a los costos que estaba ocasionan-
do sus labores de manera que llegó a ser políticamente incómodo. Fuertes
críticas en su contra también se experimentaron, como el hecho de que
bajo la legalización de los autodefensas se estaban otorgando credenciales
de policía a quienes en algún momento habían sido parte del crimen orga-
nizado. Encarceló a varios líderes autodefensas y se suscitaron múltiples
enfrentamientos en los que acusó al Comisionado. Hasta el momento el
conflicto armado sigue presente, de forma que es poco probable que haya
algún signo de paz duradera en el corto plazo.

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Sobre los autores

Antonio Rafael Barbosa es antropólogo, brasileño. Doctor en Antro-


pología Social por el Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de
Janeiro, es profesor del Departamento de Antropología y del Posgrado en
Antropología de la Universidad Federal Fluminense (uff). Actualmente
coordina el Grupo de Estudos en Antropologia e Movimentos Minoritários
no âmbito do Núcleo de Pesquisa "Cosmopolíticas" de la uff.
Brígida Renoldi es antropóloga, argentina. Doctora en Antropología
Cultural por el Instituto de Filosofía y Ciencias Sociales de la Universi-
dad Federal de Río de Janeiro (ufrj), es Magíster en Antropología So-
cial por la Universidad Nacional de Misiones (unam), y Licenciada en
Antropología Sociocultural por la Universidad de Buenos Aires (uba).
Actualmente es investigadora del conicet en el Instituto de Estudios So-
ciales y Humanos de la Universidad Nacional de Misiones (iesyh-unam).
Es investigadora asociada al Núcleo de Estudos da Cidadania, Conflito
e Violência Urbana (ufrj-Brasil). Estudia ilegalismos y Estado, en par-
ticular, las formas de trabajo policial y judicial sobre casos vinculados
al comercio y transporte de drogas ilegales en la región de frontera nor-
deste argentina y sudoeste brasileña, políticas de drogas, y prácticas que
transitan el margen entre lo legal y lo ilegal. Es docente del Programa
de Posgrado en Antropología Social de la unam, miembro del Comité
Editorial de la Revista Avá y de la Revista Etnográfica. En los últimos
años se destacan sus publicaciones Carne de carátula: experiencias de in-
vestigación, juzgamiento y narcotráfico (2013), Narcotráfico y Justicia en
Argentina: la autoridad de lo escrito en el juicio oral (2008), con Antonio
Rafael Barbosa y Marcos Veríssimo (I)Legal: etnografías en una frontera
difusa, con Sabina Frederic, Mariana Galvani y José Garriga Zucal De ar-
mas llevar: estudios socioantropológicos sobre los quehaceres de policías y
de las fuerzas de seguridad (2014). Integra el grupo de clacso sobre Po-
licía y seguridad en regímenes democráticos (2016-2019) coordinado por
Sabina Frederic.
Efrén Sandoval es antropólogo, mexicano. Profesor investigador del
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
(ciesas) Unidad Noreste. Investigador Nacional Nivel I. Ha realizado es-
tancias posdoctorales en la Universidad Autónoma de Nuevo León (2006-

255
256 Estado, violencia y mercado…

2007) y en la Fundación Maison de Science de l’homme (2009). Ha si-


do Becario Principal en el Programa de Académicos de la frontera de
la Fundación Fullbright-García Robles (2010) y Residente en el Intitut
Méditerranéen d’étude et Recherche Avancé (imera), 2016-2017. Se ha
especializado en el estudio de las relaciones transfronterizas entre el no-
reste de México y el sur de Texas, en particular la migración, los vínculos
transnacionales, el comercio informal y el contrabando. Es autor del libro
Infraestructuras transfronterizas. Etnografía de itinerarios en el espacio
social Monterrey-San Antonio, publicado en 2012 por las editoriales del
ciesas y El Colegio de la Frontera Norte.
Gabriel de Santis Feltran es sociólogo, brasileño. Profesor del Depar-
tamento de Sociología de la Universidad Federal de São Carlos (ufscar),
Coordinador científico del cem y investigador del Núcleo de Etnografías
Urbanas del cebrap. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Es-
tadual de Campinas (unicamp), con estancia doctoral en la École des
Hautes Études en Sciences Sociales (ehess). Actualmente investiga las
transformaciones en las dinámicas sociales y políticas de las periferias ur-
banas, con foco en las acciones colectivas, grupos marginalizados y en el
"mundo del crimen" en São Paulo. Es autor del libro Fronteiras de ten-
são: política e violência nas periferias de São Paulo (2011). Coordinador
de Na Margem - Núcleo de Pesquisas Urbanas (ufscar/cem - ufscar.na-
margem.br).
Paulo Malvasi es antropólogo, brasileño. Master en Antropología Social
por la Universidad de São Paulo (2004) y doctorado en Salud Pública por
la Universidad de São Paulo (2012). Profesor de las Facultades de Ciencias
Médicas de la Santa Casa de São Paulo. Coordinador de la Maestría Pro-
fissional Adolescente em Conflito com a Lei unian/sp. Investigador del
Núcleo de Etnografias Urbanas (neu/cebrap). Investigador Asociado al
Proyecto Temático Gestão do Conflito na Produção da Cidade Contempo-
rânea: a experiência paulista (fapesp). Tiene experiencia de investigación
en las áreas de Antropología, con énfasis en Antropología Urbana, y de
Salud Colectiva.
María Soledad Sánchez es socióloga, argentina. Doctora en Ciencias
Sociales por la Universidad de Buenos Aires (uba) y Licenciada en So-
ciología por la misma casa de estudios. Actualmente, se desempeña como
Becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas (conicet) en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la
Universidad de San Martín (idaes/unsam). Ha sido becaria doctoral de
Sobre los autores 257

conicet y becaria clacso/Asdi. Es docente en la Universidad de Bue-


nos Aires y en la Universidad Nacional de San Martín. Es miembro del
Grupo de Estudios de Estructuralismo y Postestructuralismo del Instituto
de Investigaciones Gino Germani (uba) y miembro del Comité Editorial
de la Revista Diferencia(s). Sus intereses de investigación se vinculan a la
teoría social contemporánea, particularmente aquella vinculada al estudio
de la economía y las finanzas, y a los estudios cualitativos sobre mercados
financieros (especialmente en sus dimensiones ilegales). Recientemente ha
publicado, junto a Sergio Tonkonoff y Ana Belén Blanco, “Violencia y
Cultura. Reflexiones contemporáneas sobre la Argentina” (2014).
Michel Misse es sociólogo, brasileño. Profesor Titular de Sociología del
Departamento de Sociologia del Instituto de Filosofia y Ciencias Sociales
de la Universidad Federal do Río de Janeiro. Pesquisador 1-B do cnpq.
Cientista do Nosso Estado da faperj. Graduado en Ciências Sociais por
el Instituto de Filosofia e Ciências Sociais da Universidade Federal do
Rio de Janeiro (1974), Mestre en Sociología por el Instituto Universitário
de Pesquisas do Rio de Janeiro - iuperj/sbi/ucam (1979) y Doctor en
Sociología por el Instituto Universitário de Pesquisas do Rio de Janeiro -
iuperj/sbi/ucam (1999). Integra el cuerpo docente del Programa de pos-
grado en Sociología y Antropología de la ufrj desde 2000. Fundó y dirige
el necvu - Núcleo de Estudos em Cidadania, Conflito e Violência Urbana
da ufrj desde 1999. Tiene experiencia en el área de Sociología, con énfa-
sis en Teoría Sociológica y Sociología Urbana, actuando principalmente en
los siguientes temas: sociología urbana, comportamiento desviante, dro-
gas, criminalidad, violencia urbana. Integra el comité gestor del Instituto
Nacional de Ciencia y Tecnología "Violencia y Segurdidad Pública". Pu-
blicó Crime e Violência no Brasil Contemporâneo. Estudos de sociologia
do crime e da violência urbana (Rio de Janeiro, Editora Lumen Juris,
2006; 2a. edição: 2011), Acusados e Acusadores: estudos sobre ofensas,
acusações e incriminações (Rio de Janeiro, Editora Revan/Faperj, 2008),
As Guardas Municipais no Brasil (Rio, Booklink/Finep, 2010), O Inquéri-
to Policial no Brasil (Rio, Booklink/Fenapef, 2010), em 2012 organizó, con
Alexandre Werneck, la compilación Conflitos de grande interesse (Editora
Garamond, Rio de Janeiro), y en 2013 Quando a Policia Mata. Co-edita
la revista Dilemas - Estudos de Conflito e Controle Social. Es miembro
del Comité Científico del gern - Groupe Européen de Recherche sur les
Normativités -, con sede en Paris, Francia. Es miembro del comité consul-
258 Estado, violencia y mercado…

tivo del Programa de Antropología Social y Política de flacso/Buenos


Aires.
Santiago Álvarez es antropólogo, argentino. Doctorado (PhD) en el
departamento de antropología social de la London School of Economics
and Political Science en donde anteriormente recibió un master (Msc) en
la misma disciplina. Profesor titular regular en la Universidad Nacional
Arturo Jauretche. Además, dicta Antropología Política, en la Maestría
en Antropología Social ides-idaes Universidad Nacional de San Martín,
y Antropología de la comunicación en la Universidad de San Andrés.
Es miembro fundador y activo del Centro de Estudios en Antropología y
Derecho de Misiones (cedead). Desarrolló trabajo de campo en Antropo-
logía Social en Colombia, Burkina Faso y Argentina. Publicó El leviatán y
sus lobos: violencia y poder en una comunidad de los Andes colombianos
(2004). Actualmente está investigando formas de comensalidad entre vic-
timarios de grupos para-estatales comparando su trabajo de campo en los
andes sudorientales colombianos con memorias sobre la represión política
en Argentina.
Salvador Maldonado Aranda es antropólogo, mexicano. Investigador
Nacional, Nivel ii. 2009-2012. Obtención de la Beca mutis, maec-aeci,
del gobierno español para la realización de estudios posdoctorales en la
Universidad de Barcelona, España (septiembre de 2005 al 31 de agosto
del 2006). Miembro del área de investigación en Antropología política,
cea-colmich, de 1998 a la fecha. Miembro del Cuerpo Académico Inte-
rinstitucional Antropología simbólica y del poder, sede uam-I. Miembro
del Grupo de Trabajo Seguridad en Democracia. Los retos de la violen-
cia en América Latina, clacso. De 2008 al 2012. Miembro del Grupo de
Investigación, Responsabilidad en el ámbito económico y político, Depar-
tamento de Antropología de la Universidad de Barcelona, España. Entre
2013 y 2014 ha llevado a cabo una estancia sabática en el Departamento
de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
Es autor del libro Los márgenes del Estado mexicano. Territorios ilegales,
desarrollo y violencia en Michoacán (2010) y editor de Dilemas del Estado
Nacional (2001).
Silvia Monroy Álvarez es antropóloga, colombiana. Estudió en la Uni-
versidad de Los Andes en Bogotá (2001) y culminó sus estudios de maes-
tría (2006) y doctorado (2012) en antropología en la Universidad de Bra-
sília (UnB). Fue becaria de posdoctorado junior del cnpq en Brasil entre
2013 y 2014, periodo en el que trabajó asuntos relativos a violencia y “pa-
Sobre los autores 259

cificación” en una perspectiva comparativa, en el marco de la propuesta


denominada antropografía de la violencia, modelada desde el doctorado
y con actuales intereses de investigación y profundización. Sus líneas de
actuación van desde la teoría-metodología antropológica, pasando por la
antropología política y jurídica, con incursiones en estudios sobre campe-
sinos, hasta la antropografía de la violencia. Realiza, desde 2015 hasta el
presente, labores de acompañamiento técnico y académico a las investiga-
ciones sobre el conflicto armado en Colombia en perspectiva de memoria
histórica en el Centro Nacional de Memoria Histórica, con sede en Bogotá.
Las funciones de este cargo las alterna con la docencia universitaria. Es
autora del libro El presente permanente (2013).
Giancarlo Ceraudo es fotógrafo documental, italiano. Trabaja sobre
cuestiones sociales, culturales, de salud y de derechos humanos, con es-
pecial foco en Latinoamérica. Su más ambicioso y gratificante trabajo es
Destino Final, una investigación fotográfica y periodística sobre los crí-
menes cometidos por las Fuerzas Armadas durante la dictadura militar
argentina del ‘76. La investigación para este proyecto colaboró directa-
mente con la identificación de responsables por los “vuelos de la muerte”.
El trabajo, editado por Schilt Publishing en 2016, fue seleccionado como
uno de los tres finalistas al Premio Mundial de Fotografía 2015.

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