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Jenny Londoño López-Literatura

Información
He recorrido muchos caminos, luchando por los derechos de las mujeres, investigando
sobre la historia de las mujeres, escribiendo y paralelamente luchando contra la
explotación, la discriminación y la exclusión, en síntesis, por un mundo mejor.

Su poema ‘Reencarnaciones’ obtuvo el primer premio en el concurso de poesía Gabriela


Mistral, realizado por el Club Femenino de Cultura, el Ministerio de Educación y la
Embajada de Chile, en Quito, en 1992

En este texto realizaré un ejercicio hermenéutico acerca de algunos fragmentos de


‘Reencarnaciones’

Primero aparecen dos sólidas imágenes para describir una voz que se levanta en el
silencio: “Vengo desde el ayer, desde el pasado oscuro,/ con las manos atadas por el
tiempo,/ con la boca sellada desde épocas remotas. El llanto de la mujer es propicio así
como el rostro que muestra los bellos ojos y esconde los labios. El miedo es una
invención que todo ser humano re-tiene o sostiene en mayor o menor medida: “Vengo
de lo profundo del pozo del olvido,/ con el silencio a cuestas,/ con el miedo ancestral
que ha corroído mi alma/ desde el principio de los tiempos”. Londoño rememora la
esclavitud femenina histórica y la contrapone a su deseo de liberación. Toma nota de la
cosificación que ha sufrido la mujer en las diferentes civilizaciones y discurre sobre esa
mujer/objeto que ha sido humillada hasta el paroxismo. Se puede ver la efigie de una
niña africana ajustada a un instrumento de sometimiento y tortura así como una niña con
sus pies atrofiados a propósito para satisfacción de la mirada masculina en el imperio
japonés: “Vengo de ser esclava por milenios./ Sometida al deseo de mi raptor en Persia,/
esclavizada en Grecia bajo el poder romano,/ convertida en vestal en las tierras de
Egipto,/ ofrecida a los dioses de ritos milenarios,/ vendida en el desierto/ o canjeada
como una mercancía”. En este momento del poema la temática se conecta
profundamente con el propósito del discurso. La reencarnación se expresa en esas vidas
que han recorrido el mundo en varios caracteres y valores, en virtudes y defectos. La
voz poética de la que se sirve Londoño apunta a encarnar a los hombres y a las mujeres
con el objeto de ‘pagar’ sus errores para encontrar, al fin, quizás, un equilibrio. Sin
rencor: “He recorrido el mundo en millares de vidas/ que me han sido entregadas una a
una/ y he conocido a todos los hombres del planeta […] Estuve cerca de unos y de
otros,/ sirviendo cada día, recogiendo migajas,/ bajando la cerviz a cada paso,
cumpliendo con mi karma”.

Un próximo pasaje retrotrae a las miles de mujeres condenadas como Juana de Arco.
También menciona esos estereotipos que han sido refrendados por la literatura
universal: Lolita (la niña pervertida) de Vladimir Nabokov o Justine (la ninfómana) del
Marqués de Sade: “He conocido el odio de los inquisidores,/ que a nombre de la “santa
madre Iglesia”/ condenaron mi cuerpo a su servicio/ o a las infames llamas de la
hoguera./ Me han llamado de múltiples maneras:/ bruja, loca, adivina, pervertida […]
seductora, ninfómana,/ culpable de los males de la Tierra.” En el texto poético la mujer
se identifica (reconoce su identidad) con su pasado aborigen. Habla de la violación de
su lengua ancestral y de sus creencias. De dicha violación deduce el surgimiento de una
sangre nueva: el mestizaje: “Logré sobrevivir a la conquista/ brutal y despiadada de
Castilla/ en las tierras de América,/ pero perdí mis dioses y mi tierra/ y mi vientre parió
gente mestiza/ después que el castellano me tomó por la fuerza”. Reconoce su territorio
político. Vuelve a sus oficios en una imagen múltiple. Las metáforas le sirven para ser
una y todas las mujeres. Encarnación: “Y en este continente mancillado/ proseguí mi
existencia,/ cargada de dolores cotidianos […] Después fui costurera,/ campesina,
sirvienta, labradora...”. Hasta que el texto poético llega a un punto de inflexión. La
intersubjetividad poética se revela de su condición sumisa para dejar la dulzura y
volverse violenta. Se junta a sus congéneres. Se fragua la encarnación: “Y un día me
dolí de mis angustias […] y convertí mi voz dulce y tranquila/ en bocina del viento/ en
grito universal y enloquecido […] Vinieron miles de mujeres juntas/ a escuchar mis
arengas”. La voz femenina se ha juntado a otras, ha crecido descomunalmente, se ha
vuelto incontenible torrente. Se ha equiparado al género masculino: “Y formamos con
todas nuestras quejas/ un caudaloso río que empezó a recorrer el universo/ ahogando la
injusticia y el olvido […] Las mujeres, por fin, lo descubrimos/ ¡Somos tan poderosas
como ellos!”. La voz se vuelve cántico de ‘amor’ para los dos géneros. El cierre es
benigno. El karma de todas las vidas se ha pagado. No hay culpa. Solo reconciliación
con la humanidad. Fueron posibles, entonces, como palabras o actos de magia, las
reencarnaciones: “Que este canto resuene […] Que se rompan los dogmas y el amor
brote nuevo./ Hombre y mujer, sembrando la semilla,/ mujer y hombre tomados de la
mano,/ dos seres únicos, distintos, pero iguales”.

El lenguaje poético en Jenny Londoño es narrativo, limpio. En él, tal como afirma
Gianni Vattimo en Heidegger y la poesía como ocaso del lenguaje, hay “un eco de la
palabra auténtica [en la poemática que] solo puede brotar del silencio cuando la poesía
inaugura un mundo, abre y funda lo que dura cuando responde a una apelación. El
acceso a lo originario en el texto se plantea como una entrada a la diferencia”(2). Dicha
diferencia, a pesar de la sencillez con la que Londoño se enfrenta a la temática tratada,
exige la posibilidad de la relación con lo otro (tantos ejemplos de poesía que se escriben
ahora con un sinsentido propuesto desde la desarticulación del lenguaje y la
incertidumbre de las ideas o las convicciones). Relación difícil pero necesaria para
contrastar y elegir en una época que subsume al género poético catalogándolo muy por
debajo de los requerimientos industriales de una posmodernidad ambigua y
tecnologicoide en la que la belleza es una convención para imitar. ‘Reencarnaciones’ se
erige como una misma entidad, la voz poética femenina, para fraguar un mundo en el
que el lenguaje sirve como “principio de toda posible mutación” y consolida la
rememoración en el lector (al fin, también, autor del poema) del género humano que se
re-inaugura y se re-genera desde las lámparas enarboladas por la palabra o su silencio.

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