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¿Cuál es el origen de los diez mandamientos?

No están todos los que son

Algunas sectas suelen acusar a la Iglesia Católica de haber cambiado


lo diez mandamientos. Afirman que en la Biblia (Éx 20,2-17), el 2°
mandamiento dice “no te harás imágenes ni escultura alguna de cuanto hay
en los cielos, ni en la tierra, ni en las aguas, ni debajo de la tierra” (v.4), y
que los católicos lo han suprimido. Esto es verdad, aunque solamente en
parte.

Pero entonces ¿la Iglesia tiene autoridad para cambiar los


mandamientos? Para aclarar esta cuestión, hay que estudiar la historia de
los diez mandamientos. Cuenta el libro del Éxodo que el pueblo de Israel, al
verse libre de la esclavitud de Egipto, caminó durante tres meses por el
desierto, hasta llegar al monte Sinaí y que estando allí, Moisés subió a su
cima. Y en medio de truenos, temblor de tierra, fuego y resonar de
trompetas, se le apareció Yahvé y le entregó los mandamientos.

¿Doce mandamientos?

La Biblia dice claramente que los mandamientos son diez (Dt 4,13;
10,4). Pero aquí está la primera dificultad: cuando nosotros los contamos, en
realidad no aparecen diez sino doce. Estos son:

1. No tendrás otros dioses fuera de mí (v.3)


2. No te harás escultura ni imagen alguna (v.4)
3. No te postrarás ante ellas ni les darás culto (v.5)
4. No tomarás el nombre de Yahvé en vano (v.7)
5. Recuerda el día sábado (v.8)
6. Honra a tu padre y a tu madre (v.12).
7. No matarás (v.13).
8. No cometerás adulterio (v.14).
9. No robarás (v.15).
10. No darás falso testimonio contra tu prójimo (v.16).
11. No desearás la casa de tu prójimo (v.117ª).
12. No desearás la mujer de tu prójimo (v.17b).

En busca de los diez


Si la Biblia indica que los mandamientos eran 12 ¿cómo hay que
contarlos para que dé diez? Los primeros intentos fueron los del judío Filón
de Alejandría y del historiador judío Flavio Josefo, ambos del siglo I d. C.
Según ellos, el 1° mandamiento es el que manda tener un solo Dios (v.3). El
2° mandamiento prohíbe hacer imágenes y postrarse ante ellas (v. 4-5). El
3° ordena no tomar el nombre de Dios en vano (v.7). El 4° prescribe
santificar el día del Señor (v.8). A los que van del 5° al 9° los enumeran
como están (v.12-16). Y el 10° sería todo el v.17, es decir, el no desear la
mujer del prójimo ni codiciar los bienes ajenos.

Esta clasificación distinguía 4 mandamientos para con Dios y 6 para


con el prójimo, y fue aceptada por varios escritores cristianos antiguos,
como Orígenes, Tertuliano y San Gregorio Nacianceno. Y es la que
actualmente siguen los protestantes luteranos, calvinistas y anglicanos.

La propuesta judía

El judaísmo oficial siguió otro camino. Cuando los rabinos escribieron


el Talmud, su libro sagrado, propusieron otra manera de contarlos.
Consideraron el v. 2 como si fuera el 1° mandamiento, cuando en realidad es
sólo el prólogo o presentación del Decálogo ( “Yo, Yahvé, soy tu Dios, que te
ha sacado del país de Egipto, de la casa de esclavitud” ). Luego, para formar
el 2°, reunieron los tres siguientes, o sea, la prohibición de tener otros
dioses, de fabricarse imágenes y de postrarse ante ella (v.3-5). El 3°
mandaría no tomar el nombre de Dios en vano, y el 10° reúne en uno solo la
codicia de la mujer del prójimo y de los bienes ajenos.

Todos los judíos adoptaron esta segunda división, también de 4


mandamientos para con Dios y 6 para con los seres humanos.

La propuesta cristiana

Pero en el siglo V, San Agustín, uno de los mayores doctores de la


Iglesia, propuso una tercera división de los mandamientos. A semejanza de
los rabinos del Talmud, afirmaba que los preceptos de no tener otros
dioses, no fabricarse imágenes y no postrarse ante ellas, eran en realidad un
solo mandamiento dicho de diversas formas, pero referido a lo mismo:
evitar la idolatría o el culto de falsos dioses. Por eso entendía que había que
juntar los tres (v.2-6) y hacer un solo mandamiento. Pero éste no sería el 2°,
como para los rabinos, sino el 1°.
Así, Agustín coloca como segundo mandamiento el siguiente de no
tomar en vano el nombre de Dios, y como el 3° el de santificar las fiestas.
Pero, por haber juntado los primeros mandamientos, ahora la faltaba uno
para completar la lista de 10 mandamientos. Entonces desdobló el 9°
mandamiento del v.17 en dos distintos: el 9° que prohibía desear la mujer
del prójimo y el 10° referido a los otros bienes del prójimo. Fue el primero
en proponer en este versículo dos mandamientos distintos.

La nueva clasificación de San Agustín sólo reconocía 3 mandamientos


para con Dios, mientras que los otros 7 eran para con el prójimo. Según él,
una razón de conveniencia lo llevó a esto: con tres preceptos referidos a
Dios, quedaba mejor “insinuada” la Santísima Trinidad. Esta tercera manera
de dividir los mandamientos, fue seguida por casi todos los teólogos
cristianos y estudiosos medievales y se impuso luego en la Iglesia Católica.

Para aprender el catecismo

A partir del siglo XVI, cuando comenzaron a divulgarse los catecismos


populares, se vio la necesidad de hacer memorizar a la gente los diez
mandamientos, como examen de conciencia para la confesión y como
aliciente para la vida espiritual. Pero así redactados aparecían
desactualizados, ya que pertenecían a una época en la que los israelitas
tenían una moral primitiva. No tenían en cuenta el progreso de la revelación,
que Jesús había traído con su vida y sus enseñanzas.

Por ejemplo, el Decálogo mencionaba a “otros dioses”, porque en aquel


entonces los hebreos creían que realmente existían otras divinidades para
los demás pueblos, pero hoy ya sabemos que existe un único Dios para todas
las religiones. Hablaba de no hacerse imágenes, mientras que en el Nuevo
Testamento, Cristo es la imagen de Dios invisible (Col 1,15), y por lo tanto
está permitido a los cristianos expresar su fe con imágenes. Mandaba
santificar el sábado, mientras los cristianos conmemoraban como día de
salvación el domingo, cuando Cristo venció a la muerte.

La Iglesia, pues, resolvió elaborar un nuevo Decálogo para el


catecismo, más acordes con las enseñanzas aprendidas de Jesucristo, de la
misma manera que habían quedado suprimidos de la vida cristiana, los
sacrificios de animales del Antiguo testamento, la matanza de animales, la
quema de novillos y los sangrientos sacrificios diarios de corderos y ovejas
en el Templo.
Mandamientos cristianos

En la nueva lista se suprimió del 1° mandamiento lo de los otros dioses


y fue formulado de una manera positiva y más perfecta: “Amar a Dios sobre
todas las cosas”. El 2° de las imágenes quedó eliminado, pues su significado
era el mismo que el anterior: no caer en el culto de cosas que reemplacen a
Dios. Su lugar fue ocupado por el mandamiento que seguía de no tomar el
nombre de Dios en vano.

Del 3° sobre santificar un día de la semana en memoria del Señor,


sólo se modificó el día. En vez del sábado se impuso el domingo, por la
resurrección de Cristo. El 6° prohibía el adulterio, es decir, que una mujer
casada se uniera a otro hombre. Pero no estaba prohibido que un hombre
casado se uniera a cualquier mujer soltera. La Iglesia lo convirtió en la
prohibición más profunda y exigente de “no fornicar”, es decir, se
proscribió la relación extramatrimonial, tanto del hombre como de la mujer.

El 7° “no robarás”, que en el lenguaje hebreo se refería al secuestro


de una persona, se convirtió en el más genérico de “no hurtar”, que incluía
cualquier clase de propiedad. El 8° aludía exclusivamente a no dar falso
testimonio en los juicios. Por ello se le agregó “ni mentir”, para adaptarlo a
cualquier circunstancia de la vida. Y finalmente el 10°, que ordenaba no
desear a la mujer ni a las demás pertenencias del prójimo, fue desdoblado
en dos: el 9° referido el primer lugar y solamente a la mujer, y el 10° sobre
los demás bienes del ser humano.

De esta manera la Iglesia reelaboró y actualizó el elenco de los diez


mandamientos, para que pudieran estar a la altura de la nueva moral
cristiana. Por eso es que no coincide la lista de los mandamientos de la
Biblia, con la que nos enseñaron en el catecismo. Pero, ¿puede la Iglesia
cambiar los diez mandamientos?

El catecismo de los hebreos

Para responder a esta pregunta, es necesario ver cómo aparecieron


estos 10 mandamientos en el pueblo de Israel. La Biblia cuenta que Moisés
los recibió en el monte Sinaí y los entregó al pueblo, en una solemne
ceremonia al pie del monte. Pero si los analizamos cuidadosamente, veremos
que en realidad parecen no corresponder a la época de Moisés, una época de
peregrinación por el desierto, un tiempo de vida nómada.
¿Qué sentido tiene, por ejemplo, prohibir “desear la casa del
prójimo”, cuando los hebreos, como peregrinos, aún no habitaban en casas
sino en tiendas? Sólo cuando se instalaron en la tierra prometida
construyeron casas de material. El mandamiento de no dar falso testimonio,
supone que ya existen tribunales, jueces y procesos legales, cosa imposible
en los años de travesía por el desierto. Y cuando se ordena descansar en
sábado, se aclara diciendo que “no trabajarás ni tú, ni tu hijo, ni tu esclavo,
ni tu esclava” Pero ¿cómo podían tener esclavos, si todos ellos eran esclavos
recién salidos de Egipto?

Esto ha hecho pensar a los especialistas, que los 10 mandamientos


más bien pertenecen a una época posterior a Moisés, cuando el pueblo ya
estaba instalado en Canaán, organizado con normas morales y jurídicas
adecuadas a una época más moderna. En un momento dado, ante la
abundancia de leyes y la necesidad de tener una colección breve, que
tratara de los crímenes más graves y que ponían en peligro la vida de la
comunidad, resolvieron redactar una pequeña lista. Pera ello buscaron entre
sus leyes, todas aquellas que incluían la pena de muerte, es decir, que
terminaban con la fórmula “así harás desaparecer el mal de en medio de ti”.

Los pecados mortales

Si ahora nosotros buscamos en el libro del Deuteronomio, que


contiene aquella legislación antigua, entre las muchas leyes que aparecen,
podemos descubrir exactamente los 10 mandamientos escondidos. Serían
éstas las leyes de donde salieron los 10 mandamientos:

 Dt 13,2-6: “Si aparece alguien entre ustedes diciendo: “vamos a


servir a otros dioses distintos de Yahvé”, ese hombre debe morir. Así
harás desaparecer el mal de en medio de ti” (corresponde al 1°
mandamiento).
 Dt 17,2-7: “Si un hombre o una mujer va a servir a otros dioses y se
postra ante ellos, o ante el sol, la luna o las estrellas, los apedrearás
hasta que mueran. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti”
(corresponde al 2° mandamiento).
 Dt 17,8-13: “Si alguno no obedece lo que se le mandó en un juicio, en
el que se comprometió jurando por el nombre de Yahvé en vano, ese
hombre debe morir. ese hombre debe morir. Así harás desaparecer
el mal de en medio de ti” (corresponde al 3° mandamiento).
 Dt 21,18-21: “Si un hombre tiene un hijo rebelde que no obedece a
sus padres, lo apedrearán hasta que muera. Así harás desaparecer el
mal de en medio de ti” (corresponde al 5 mandamiento).
 Dt 19,11-13: “Si un hombre mata a otro, el homicida debe morir. Así
harás desaparecer el mal de en medio de ti” (corresponde al 6°
mandamiento).
 Dt 22,13-21: “Si una joven se casa con un hombre y resulta que no es
virgen, la apedrearás hasta que muera. Así harás desaparecer el mal
de en medio de ti” (corresponde al 7° mandamiento).
 Dt 24,7: “Si un hombre rapta a otro, el ladrón debe morir. Así harás
desaparecer el mal de en medio de ti” (corresponde al 8°
mandamiento).
 Dt 24,7: “Si un testigo injusto se presenta ante otro y da falso
testimonio, lo harás morir. Así harás desaparecer el mal de en medio
de ti” (corresponde al 9° mandamiento).
 Dt 22,22: “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer
casada, morirán los dos. Así harás desaparecer el mal de en medio de
ti” (corresponde al 10° mandamiento, después desdoblado en dos).

“De” Moisés, pero no “por Moisés

Los diez mandamientos serían un resumen para aprender de memoria


las leyes más graves de la comunidad, aquellas que llevaban la pena de
muerte para algún miembro del clan. Es decir, la lista de los “pecados
mortales”. Fue confeccionada posiblemente en la época de los jueces,
alrededor del año 1.100 a. C, unos 150 años después de la muerte de Moisés.

El único mandamiento que no aparece en el Deuteronomio, es el 3° del


descanso del sábado. Quizá porque antiguamente no era una falta tan grave
para ser un “pecado mortal” y no figuraba en este grupo de leyes. Más
tarde, cuando a partir del destierro, la observancia del sábado se volvió un
criterio decisivo de fidelidad a Yahvé, se lo añadió.

Con el paso del tiempo, la lista tomó tanta importancia entre los
israelitas, que comenzaron a atribuírsela a Moisés. Lo cual en parte era
cierto, ya que Moisés había sido el legislador y el organizador de toda la
vida legal del pueblo. Por lo tanto, decir que Moisés se los había dado al
pueblo en el monte Sinaí, era de alguna manera hacer justicia con quien
había sido el gran inspirador de toda la legislación de Israel.
Así, pues, como el pueblo de Israel habría adaptado una serie de
mandamientos y se los habría atribuido a Moisés, también la Iglesia, el
nuevo pueblo de Israel, cuando lo creyó conveniente, reactualizó esos 10
mandamientos para la vida de los cristianos en la Iglesia. En esto sigue la
tradición de la Biblia.

El espíritu del Decálogo

Esto explicaría el misterioso corte brusco que hay en la narración de


los 10 mandamientos. Cuenta el Éxodo que “Moisés bajó del monte y dijo
todas estas cosas” (Éx 19,25). Pero, a continuación, en vez de hablar Moisés,
aparece Dios dando los 10 mandamientos: “Entonces Dios pronunció todas
estas palabras” (Éx 20,1). Significa que lo que sigue a continuación, los 10
mandamientos dados por Dios, no formaba parte del relato original y que
más tarde fue añadido en este lugar.

Sea que los 10 mandamientos se remonten al propio Moisés o a leyes


posteriores del pueblo hebreo, lo cierto es que forman parte de las
Sagradas Escrituras y contienen la inspiración propia de toda la Palabra de
Dios. Lo que realmente importa, es que se ponga en práctica todo lo que el
texto sagrado enseña: que el ser humano adore solamente a su Creador, que
no le haga daño a su prójimo y que no codicie sus bienes.

De Yahvé a Jesús

Cierto día, un joven le preguntó a Jesús qué debía hacer para salvarse
(Mc 10,17-22). Y el Señor le contestó que guardara los mandamientos. Pero
sólo le mencionó los preceptos referidos al prójimo (no matarás, no robarás,
no mentirás).Llama la atención e impresiona la ausencia del 1° mandamiento
en labios de Jesús de seguir sólo a Yahvé, cuando se ve la importancia y
centralidad que tenía para los judíos.

Pero el diálogo continuó. Como el joven ha guardado los mandamientos


desde su infancia, Jesús le pide que lo deje todo y que lo siga a Él. Aquí
reaparece el 1° mandamiento. Jesús se aplica a sí mismo la antigua exigencia
de seguir exclusivamente a Yahvé. Realiza así una interpretación nueva,
inaudita y revolucionaria del mandamiento principal, sólo posible al Hijo de
Dios. Seguir, pues, a Jesús, es el nuevo Decálogo para los cristianos.
¿Prohíbe la Biblia hacer imágenes?

El mandamiento que falta

Los católicos muchas veces se avergüenzan cuando, al hablar con


cristianos de origen protestante o miembros de alguna secta, éstos le
reprochan el emplear imágenes de Jesucristo, de la Virgen María o de los
santos, tanto en el culto como en sus devociones personales. Dicen que está
prohibido en la Biblia por la Ley de Dios. Podemos preguntarnos: ¿Es esto
verdad o no? Para contestar a esta cuestión, debemos primero ver qué dice
la misma Biblia.

Cuenta el libro del Éxodo que cuando Moisés, conduciendo al pueblo


de Israel por el desierto, llegó a los pies del monte Sinaí, Yahvé se le
presentó en medio de truenos, relámpagos, temblor de tierra y densas
nubes y le entregó los 10 mandamientos. Y, como ya hemos visto, el 2°
mandamiento decía: “No te harás imagen ni escultura alguna, ni de lo que
hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay
en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás
culto, porque yo, Yahvé, soy un Dios celoso” (Éx 20,4-5). Entonces, ¿era
cierto?

Lo que la ley decía

Si seguimos leyendo la Biblia, esto parece confirmarse. En efecto, en


muchas otras ocasiones, se prohíbe a los hebreos fabricar imágenes y
figuras, tanto del Señor como de cualquier otra divinidad. Por ejemplo, el
Levítico, tercer libro de la Biblia, ordenaba: “No se harán ídolos ni
imágenes, ni colocarán piedras sagradas para postrarse ante ellas” (Lev
26,1).

En otra parte, se dice más exhaustivamente: “No vayan a pervertirse


y a hacer esculturas con figura masculina o femenina, o de bestias de la
tierra, de aves que vuelan por el cielo, de reptiles que serpean por el suelo,
ni de peces que hay en las aguas debajo de la tierra” (Dt 4,16-18). Era tan
grave este hecho, que se lo penaliza con una maldición: “Maldito sea el
hombre que haga con sus manos un ídolo esculpido o fundido, pues eso
repugna a Yahvé” (Dt 27,15).

Como se ve, estaba prohibida por la Ley de Dios toda representación


vegetal, animal o humana en el culto. Siguiendo este precepto, muchas
iglesias cristianas actualmente rechazan las imágenes en su culto y critican
a quienes las emplean.
Lo que el pueblo vivía

Sin embargo, pese a estas disposiciones bíblicas tan categóricas, no


se ve que el pueblo hebreo haya prescindido absolutamente de imágenes,
pues varios pasajes bíblicos muestras que éstas eran toleradas e incluso
hasta permitidas en el Antiguo Testamento. Más aún, en algunos casos
concretos, Dios mismo ordenó la construcción de imágenes sagradas.

Por ejemplo, durante la travesía en el desierto, cuando Yahvé mandó


fabricar el arca de la alianza, aquel cofre sagrado donde se guardaban las
tablas de la ley, ordenó que a cada lado se pusiera la imagen de oro de un
querubín, ser angélico con rasgos mitad animal y mitad humanos (ver Éx
25,18). Por su parte, el candelabro de siete brazos, que se colocó en el
interior de la Tienda Sagrada, tenía grabadas flores de almendro (ver Éx
25,33).

Estas obras no eran simples ocurrencias humanas. Según la Biblia, el


propio Dios había llenado de su Espíritu al artista Besalel, al concederle
habilidad y pericia para idearlas y llevarlas a cabo (Éx 31,1-5). También en
otros episodios de la Biblia, en la historia de Israel, podemos ver a ciertos
personajes piadosos emplear sin ningún recelo imágenes y objetos
representativos para el culto.

Gedeón, por ejemplo, uno de los jueces de Israel más importantes,


fabricó con anillos y otros objetos una figura de Yahvé, a la que los
israelitas le daban culto (ver Juec 8,24-27). Y Miká, un ferviente y piadoso
yahvista, hizo una efigie de plata de Yahvé y estableció un santuario para
tributarle culto (Juec 17,4-5; 18,30-31). Hasta el mismo rey David, amado y
bendecido por el Señor, tenía en su casa sin escrúpulos imágenes divinas (1
Sam 19,13).

Un templo sin prejuicios

Y ni qué decir del majestuoso templo de Jerusalén construido por


Salomón. Por las descripciones bíblicas, parece haber estado abarrotado de
representaciones y esculturas, comenzando por su cámara interior más
sagrada, llamada el “Santo de los Santos”, donde dos inmensos querubines
esculpidos en madera finísima, se erguían junto al arca de la alianza (1 Rey
6,23).
El interior estaba totalmente decorado con imágenes de querubines,
además de palmeras y otros adornos vegetales (1 Rey 6,29). Y para sostener
el enorme depósito de agua de las purificaciones a la entrada del templo,
construyeron doce magníficos toros de metal, que miraban a los cuatro
puntos cardinales (1 Rey 7,25).

Los capiteles de las columnas del Templo tenían forma de azucenas, y


doscientas granadas se apiñaban alrededor de cada una (1 Rey 7,19-20). Los
recipientes para las abluciones litúrgicas, estaban revestidos con imágenes
de leones, bueyes y querubines (1 Rey 7,29). Todo con el consentimiento del
propio Dios.

Y por si todo esto no fuera poco, una enorme serpiente de bronce,


que habría fabricado Moisés en el desierto, por orden de Yahvé mismo, para
sanar a cuantos mordidos por serpientes, la miraran… que estuvo doscientos
años expuesta en el Templo, hasta que el rey Ezequías la eliminó (2 Rey
18,4).

Cuando el templo de Jerusalén fue destruido en el siglo VI a. C, el


profeta Ezequiel tuvo una visión del templo futuro. Y de él describe los
querubines y palmeras que lo iban a adornar (Ez 41,18). Era, pues, prodigiosa
la cantidad de imágenes, pinturas, estatuas y decorados que colmaban el
grandioso templo de Yahvé en Jerusalén.

Ni una sola voz

Y a pesar de aquel 2° mandamiento, nunca hallamos en la Biblia a


ningún profeta antiguo que censure las imágenes. Ellos, que eran los
centinelas de Dios, que levantaban su voz ante cualquier pecado del pueblo,
que no permitían la menor desviación, durante siglos guardaron silencio. Ni
siquiera los formidables Elías y Eliseo, acérrimos defensores de la
ortodoxia, las reprobaron. Tampoco Amós, cuya única misión fue la de ir a
predicar al templo de la ciudad de Betel, donde habían puesto la estatua de
un toro adornando el altar de Yahvé, habló en contra de las imágenes. Sólo
recriminó el lujo, la avaricia y la crueldad del pueblo, sin aludir al becerro
del templo.

Entonces ¿qué pasaba con la prohibición? No parecía estar en


vigencia. O al menos no aparentaba ser tan absoluta ¿Por qué? ¿Cuál era el
motivo en que se basaba la exclusión de las imágenes? En realidad la Biblia
no da ninguna razón y el pueblo de Israel nunca afirmó que conocía los
motivos.

Un solo texto del libro del Deuteronomio, intenta dar una explicación
al decir: “No vayan a hacerse ninguna escultura, porque ustedes no vieron
ninguna figura el día en que Yahvé les habló en el monte Horeb, de en medio
del fuego” (Dt 4,15). Horeb es otro de los nombres del monte Sinaí. Es
decir, cuando Dios les había hablado en el monte, ellos solamente oyeron su
voz sin ver imagen alguna.

La supuesta razón

Pero ésta no es una verdadera explicación. Es sólo un motivo


histórico, que nos lleva a volver a preguntar: ¿Y por qué no apareció aquel
día ninguna imagen en el monte Sinaí? Y nos quedamos sin respuesta. Pero
aunque la Biblia no lo diga, podemos conjeturar el motivo de la prohibición
de las imágenes, gracias a nuestros conocimientos del ambiente religioso
antiguo.

Todos los pueblos que estaban en contacto con Israel, consideraban


que la imagen no sólo era un símbolo de la divinidad, sino que la propia
divinidad habitaba allí de manera real. La imagen era, en cierta forma, el
mismo dios representado. Así, según esta mentalidad primitiva oriental, en
la imagen de la deidad residía un fluido personal divino. Cuando alguien hacía
una imagen, el dios debía venir a residir en ella, ya que toda imagen de algún
modo hacía una “epíclesis”, es decir, un llamado a Dios para que viniera a
habitarla. Era una especie de “doble” de la divinidad simbolizada.

Por eso la Biblia cuenta que cuando Raquel, la esposa de Jacob, le


robó los ídolos a su padre Labán, éste se quejó de que le habían sustraído
sus dioses, no las imágenes (ver Gén 31,30). Y en la historia del ya
mencionado Miká, éste acusó a la tribu de los danitas de que le robaron su
dios, cuando éstos se marchan sólo con la imagen (Juec 18,24).

Ahora sí la voz

Se comprende, entonces, lo fácil que era caer en un concepto mágico


de la divinidad. Tener la imagen a disposición de uno era tener los poderes
del dios de su voluntad, ejercer una especie de dominio sobre él, manejarlo
a su antojo, poseer un dios a la medida humana. Y esto podía poner
seriamente en peligro la identidad de Yahvé. Él se manifestaba libre y
espontáneamente donde quería, muy por encima de las fuerzas de sus
criaturas, y dirigiendo el curso de la historia según su parecer.

Durante el tiempo en que esta idea no se vio amenazada, no hubo


dificultad. Pero a partir del siglo VIII a. C, el pueblo de Israel cayó
fuertemente en la tentación. Entonces los profetas hablaron ¡Y cómo! Oseas
fue el primero que denunció los sacrificios e incienso que ofrecía el pueblo a
las imágenes de divinidades extranjeras, creyendo así poder obtener sus
favores.

El profeta Isaías, un poco más tarde, ridiculizará despiadadamente su


culto mágico. Con la mitad de un árbol, dice, hacen fuego para calentarse y
un asado para saciarse, y con la otra mitad hacen un dios, lo adoran y le
dicen “Sálvame, pues tú eres mi dios” (ver Is 44,14-17). La sátira es
sangrienta.

Por su parte, Jeremías y Ezequiel, en el siglo VII a. C, censurarán


hasta el símbolo más leve de la divinidad, como ser una piedra o un pedazo
de madera, para que no creyeran así poder manejarla. Aún no había el
tiempo en el cual, el ser humano podía adorar a Dios en figura humana.

Cuando Dios fabrica imagen

Pasaron los siglos. El ambiente griego fue haciendo a los seres


humanos menos dados a la magia y más influidos por el pensamiento
filosófico y racional. Esto contribuyó a disminuir la idea fetichista de las
imágenes divinas. Además, Israel fue comprendiendo que Yahvé era el único
Dios de todos los pueblos y que no existían divinidades distintas para otras
naciones. Por lo tanto cualquier imagen, altar, oración o culto que se
celebrara en cualquier lugar y lengua, sólo a Él estaban destinados. Así, el
peligro de creer que se adoraba a dioses extraños desapareció.

Entonces el propio Dios, que se había mantenido invisible hasta ese


momento, frente a una etapa más madura de la humanidad, quiso hacerse
una imagen para que todos lo pudieran contemplar. Y si en la Antigua Alianza
se había revelado al pueblo sin imagen, en la Nueva Alianza consideró
imprescindible tener una y ser visto. Por eso, en la noche de Navidad, los
ángeles darán a los pastores esta señal de la nueva revelación: “verán” a un
niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre (Lc 2,12.16).
Dios mismo deseó ahora, cuando ya no había peligro, acercarse a los
seres humanos mediante una figura, la de Cristo, para que lo vieran y lo
oyeran, tocaran y sintieran (ver 1 Jn 1,1).

No va más

San Pablo, que había vivido un tiempo cumpliendo la antigua Ley,


comprendió muy bien la nueva disposición divina al hablar de “Cristo, la
imagen de Dios” (2 Cor 4,4). Y en un hermoso himno canta que Cristo “es la
imagen de Dios invisible” (Col 1,15). Jesús, en cierta ocasión, hablando con el
apóstol Felipe, le había anticipado: “El que me ve a mí, ha visto al Padre” (Jn
14,18). Por lo tanto, si Dios mismo ha querido dejar de permanecer oculto y
hacerse ver en una imagen ¿quiénes somos nosotros para prohibir
representarlo?

Como podemos ver, el mandamiento sobre las imágenes en el Antiguo


Testamento tenía una función pedagógica y, por lo tanto, era temporal.
Transcurridos los siglos y llegada la madurez de los tiempos, al pasar el
peligro, pasó también el mandamiento. Así lo entendieron los cristianos
desde muy antiguo. Por eso empezaron a hacer imágenes de Cristo y
representar escenas de su vida, ya que ayudaban al pueblo a acercarse a
Dios. Los cementerios, las iglesias y los templos se poblaron con éstas, por
el valor sicológico que ostentaban como soporte de la oración. Con el tiempo,
se convirtieron en la Biblia de los niños y de los iletrados.

Al mismo tiempo, cuando ellos enumeraban los mandamientos,


salteaban siempre el 2°, al mismo tiempo que desdoblaban el último en dos
para que siguieran siendo 10. Las listas de mandamientos que nos llegaron
escritas desde el siglo IV d. C. ya no incluyen la prohibición de las imágenes.
Por eso, llama la atención que las sectas fundamentalistas intenten
conservarlas.

Hasta el mismo Lucero

Los protestantes, cuando se separaron de la Iglesia Católica en el


siglo XVI, reaccionaron contra los excesos en el culto de las imágenes y
provocaron la destrucción de muchas de ellas. Sin embargo Lutero, el
iniciador de este movimiento, no fue tan intolerante. Más bien, al contrario,
reconoció la importancia que tenían. En una carta fechada en el año 1.528,
escribía así: “Considero que lo referente a las imágenes, los símbolos y
vestiduras litúrgicas… y cosas semejantes, se deje a libre elección. Quien
no los quiere, los deje de lado. Aunque las imágenes inspiradas en la
Escritura o en historias edificantes, me parecen muy útiles” . Y en otro
pasaje afirmaba que las imágenes eran “el evangelio de los pobres”.

Lutero intuyó muy bien, lo que muchos protestantes no quieren aún


entender: que no se trata de adorar una imagen, sino de adorar a Dios
mediante el estímulo que la imagen puede ofrecer. Creer que cuando uno se
arrodilla ante una imagen está malgastando la adoración que debe darse a
Dios, es tener aún mentalidad primitiva, seguir pensando que dentro de
éstas hay un flujo de otras divinidades y no haber evolucionado del Antiguo
Testamento. Si queremos aplicar a ultranza ese 2° mandamiento, ni siquiera
podríamos encender un televisor, por así estamos “haciendo imágenes” según
las técnicas modernas.

La imagen obligatoria

Cuando Jesús, el Hijo de Dios, tomó fisonomía humana, mostró el


carácter temporal del mandamiento en cuestión y la utilidad de las
representaciones sensibles para la catequesis y la oración. Lo que
impresionó a los contemporáneos de Jesucristo era que lo habían visto, lo
habían contemplado y lo habían palpado, según lo expresa san Juan en su
primera carta (ver 1 Jn 1,1). Si bien hay que evitar la superstición y los
errores en el empleo de las imágenes, nunca podemos basarnos en la Biblia
para prohibirlas, como equivocadamente hacen algunas sectas e iglesias
cristianas.

Pero sobrepasando esta cuestión, hay una imagen que no podemos


dejar de fabricar: la imagen de Cristo en nosotros. San Pablo escribiendo a
los cristianos de Roma, afirmaba que “Dios los eligió primero y los destinó a
reproducir la imagen de Cristo en sus propias vidas” (Rom 8,29). No labrarla
sería malograr nuestro destino.

Cada acción, cada obra que realizamos, cada contribución a la justicia


en el mundo, al bien común, a la solidaridad, va cincelando radiante, exacta,
precisa, la imagen de Jesucristo en nuestras vidas. Al final, debe salirnos
casi perfecta. Ya Jesús mismo lo había pedido: “Sean perfectos, como el
Padre del Cielo es perfecto” (Mt 5,48).
¿Permitió Moisés el “ojo por ojo y diente por diente”?

La ley más vieja del mundo

Ninguna ley resulta tan incomprendida como la famosa “Ley del


Talión”. Resumida en la fórmula “ojo por ojo y diente por diente”, se la
considera una norma brutal y sangrienta y muchas veces se la cita como
ejemplo de salvajismo y venganza. Efectivamente, el Talión es una de las
leyes más viejas del mundo. Se encontraba ya en el Código de Hammurabi,
que es el cuerpo legal más antiguo que se haya descubierto completo.

¿Quién fue Hammurabi? Un rey de Babilonia, que vivió alrededor del


año 1.700 a. C., y que ante la inestabilidad jurídica y social en la que vivían
los súbditos de su reino, decidió promulgar un código, es decir, una colección
de sentencias en las cuales los jueces pudieran inspirarse para impartir
justicia. Su famoso código, que consta de 282 artículos, grabados en una
estela de piedra de 2,25 m de alto, fue hallado por los arqueólogos
franceses en el año 1901 y, desde entonces, se encuentra expuesto en el
Museo del Louvre, París.

Tres veces en la Biblia

Quinientos años después de Hammurabi, Moisés también dio al pueblo


de Israel una serie de prescripciones y leyes. Y entre ellas incluyó la
terrible y brutal Ley del Talión. Tres veces aparece mandada en la Biblia
(ver Éx 21,23-25; Lev 24,19-20; Dt 21,19). La primera, cuando los israelitas
acamparon frente al monte Sinaí. Allí ordenó: “Se cobrará vida por vida, ojo
por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por
quemadura, herida por herida, moretón por moretón” (Éx 21,23-25).

Algunos meses más tarde, también en el monte Sinaí, volvió a ordenar


su cumplimiento diciendo: “El que cause alguna lesión a su prójimo sufrirá la
misma lesión, fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente. El que
mate a un animal, devolverá a un animal. El que mate a un hombre, morirá”
(Lev 24,19-21).

La tercera vez que esta ley aparece, es en las llanuras de Moab, años
más tarde, cuando los hebreos están por lanzarse a la conquista de la tierra
prometida. Moisés, a punto de morir, reúne al pueblo y le ordena: “Harás
pagar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por
pie” (Dt 21,19). Por eso, esta leyrecibió el nombre de “Talión”. Porque si uno
había hecho “tal” cosa (en latín “talis”), se le daba “tal” castigo.

Venganzas desgarradoras

Al leer estos pasajes, muchos cristianos se sienten escandalizados


¿Cómo es posible que la Biblia proponga la Ley del Talión, y nada menos que
tres veces? ¿Cómo Dios, que inspiró las leyes de Moisés, pudo sugerirle que
incluyera una norma tan cruel? Para responder a esta cuestión, es necesario
tener en cuenta tres elementos.

Primero: que en Antiguo Oriente existía una práctica muy extendida,


casi que se había convertido en ley sagrada: la ley de la venganza. Pero esta
costumbre se cumplía de manera tal, que las venganzas eran siempre muchos
mayores que las ofensas hechas. Si, por ejemplo, alguien le cortaba un dedo
al otro, sus parientes lo buscaban y se vengaban cortándole al ofensor un
brazo. Y si uno perdía su pierna, su clan le cortaba al adversario las dos e
inclusive la cabeza.

En el caso de que una persona diera muerte a una oveja de su vecino,


éste podía llegar a matar todo el rebaño del otro. Y si se mataba a un
hombre, sus familiares lo reparaban matando al asesino con su mujer y sus
hijos.

A falta de policía

El libro del Génesis ofrece un ejemplo de estas terribles venganzas,


practicadas en épocas primitivas. Allí se cuenta que Caín, luego de matar a
su hermano Abel, huye y se esconde. Entonces una voz, que en el libro
aparece venida de Dios, pero que en realidad sería de la propia tribu de
Caín, exclama: “El que mate a Caín, deberá pagarlo siente veces” (Gén 4,15).

Pero la muestra más terrible de estas sangrientas venganzas, la


tenemos en un cántico compuesto por Lamec, el hijo de Caín, que decía: “Yo
maté a un hombre, por una herida que recibí. Y a un joven, por un moretón
que me hizo. Porque si Caín será vengado siete veces, Lamec lo será setenta
y siete veces (Gén 4,23-24).

Tales prácticas nos pueden parecer demasiado sanguinarias. Pero en


una época en que no existía la policía, ni una autoridad central que pusiera
orden en la sociedad, el temor a la venganza por parte del enemigo, frenaba
y desalentaba los crímenes y los intentos de violencia. Ahora bien, si es
cierto que el temor a estas venganzas ponía orden en la sociedad, por otra
parte se cometían innumerables abusos, y se generaba una espiral de
violencia tal, que con frecuencia culminaba en guerras y exterminios de
tribus y clanes enteros. Un simple golpe en la mejilla, podía desencadenar
una batalla campal.

La misma Biblia nos relata cómo una muchacha llamada Dina, fue
raptada y violada por Siquem. Entonces sus hermanos, para repararlo,
fueron a donde vivía el violador y lo asesinaron a él, a su padre y a todos los
jóvenes varones de la ciudad (Gén 34,1-31).

Un gran paso para la humanidad

Ahora sí se aclara el sentido de la Ley del Talión. Ante ese panorama,


Moisés la dictó con el fin de poner freno a estos abusos. En efecto,
mandaba que si a alguien le sacaban un ojo, para hacer justicia debía sacarle
a su rival sólo un ojo, no los dos. Y si perdía un diente, debía resarcirse
sacándole a su adversario un diente, no toda la dentadura. La Ley del Talión,
pues, a pesar de su apariencia cruel, en realidad vino a establecer un
principio de gran misericordia: que la venganza jamás puede exceder a la
ofensa.

Su propósito original fue el de frenar la reacción de quienes se


sentían ofendidos y limitar la venganza. Supuso, pues, una avance sobre la
tradicional ley de la venganza desmedida, propia de las tribus sin
organización judicial. Y se dio un paso gigantesco para atemperar la violencia
personal y social.

El mismo libro del Deuteronomio, en sintonía con el espíritu de la Ley


del Talión, prohibirá incluir en los castigos a los parientes inocentes: “Los
padres no morirán por la culpa de sus hijos, ni los hijos por las culpas de sus
padres. Cada cual pagará por su propio pecado” (Dt 24,16).

No para todo público

El segundo elemento que hay que tener en cuenta, para entender


mejor el sentido de la Ley del Talión, es que no fue dictada para la gente
particular, sino para los jueces, los únicos encargados de aplicarla. Debemos
recordar que los jueces de la época antigua no eran profesionales, ni iban a
la facultad, ni estudiaban de memoria gruesos libros de derecho. Muchos de
ellos ni siquiera sabían leer.

Por lo tanto, para impartir justicia necesitaban fórmulas prácticas, de


fácil memorización y aplicación, es decir, pequeños “refranes” que les
permitieran resolver el mayor número de casos posibles. La Ley del Talión,
pues, no fue promulgada para que cada ciudadano la aplicara por su cuenta
ante la ofensa de un vecino, ni era una carta blanca para hacer justicia por
mano propia. Fue dada para los jueces, a fin de que ellos decidieran en cada
caso cómo debían hacerla cumplir. Es lo que afirma el libro del
Deuteronomio.

La Ley del Talión no fue pensada para resolver cuestiones personales,


como a veces la aplicamos nosotros, sino para dirimir delitos públicos en
presencia de un juez.

Sin tomarla tan a pecho

El tercer y último elemento que debemos considerar, es que la


fórmula “ojo por ojo, diente por diente” nunca fue entendida literalmente.
Se trataba sólo de una manera de expresar que ningún delito castigo debía
ser superior a la ofensa recibida. Pero quedaba librado al criterio del juez el
elegir la pena justa. Los jueces judíos afirmaban, con razón, que la aplicación
literal de la Ley del Talión podía mover a injusticias, ya que se corría el
riesgo de privar a alguien de un ojo sano por un ojo enfermo o de un diente
intacto por uno cariado.

Por eso la misma Biblia ya establecía otras penas compensatorias


menos sangrientas. Por ejemplo: “el que lastime el ojo de su esclavo y lo
deje tuerto, le dará la libertad a cambio del ojo que le sacó. Y si le hace
saltar un diente, lo dejará libre también” (Éx 21,26-27). Y más adelante se
establece que si un buey acornea a una persona y la mata, los jueces pueden
imponerle al dueño del buey solamente una multa (Éx 21,28-30).

La nueva ley de Jesús

La Ley del Talión, pues, en su época, fue una norma sumamente


misericordiosa, compasiva y benigna. Significó un enorme avance contra las
terribles leyes de la venganza, y su aplicación hizo progresar enormemente
a la humanidad hacia la civilización, la convivencia y el progreso de las
relaciones humanas.
Pero cuando vino Jesucristo, decidió eliminarla. Porque entendió que
la venganza, por más controlada, restringida y justa que sea, siempre genera
nuevos resentimientos. Y por ello no tiene lugar en la vida cristiana, ni en l
nuevo orden que vino a instaurar el Señor.

Por eso, en el sermón de la montaña, Jesús enseñó: “Han oído que


antes se decía: ojo por ojo y diente por diente. En cambio yo les digo: no le
contesten al que les hace el mal. Al contrario, si alguien te da una bofetada
en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que te quiera hacer un
juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto. Y si alguien te obliga
a acompañarlo un kilómetro, camina dos con él…” (Mt 5,38-41).

Una extraña bofetada

Con estas palabras, Jesús propone una nueva ley, pero ahora de
perdón y no de venganza. Para explicar cómo funciona, él mismo da tres
ejemplos sacados de la vida diaria, pero que no deben tomarse literalmente,
pues se correría el riesgo de interpretar mal su mensaje. El primer ejemplo
es el de la bofetada. Jesús aclara que se refiere a la mejilla “derecha”. ¿Por
qué?

Supongamos que una persona está parada una frente a otra y quiere
darle un golpe en su mejilla derecha. ¿Cómo lo haría? Habitualmente uno
utiliza la mano derecha. Por lo tanto hay una sola manera: con el dorso de
esa mano. Ahora bien, según la ley rabínica, pegar con el dorso de la mano
era más humillante e insultante que hacerlo con la palma.

Por lo tanto, lo que quiso enseñar Jesús fue que aún cuando alguien
nos dirija un insulto grande y vergonzoso, no debemos responder con otro
insulto del mismo tipo. En la vida no recibimos con frecuencia bofetadas,
pero sí agravios y ofensas a veces desmedidas, equivalentes a un golpe con
el dorso para un judío. El cristiano es el que ha aprendido a no experimentar
resentimientos ni buscar venganza alguna.

El verdadero discípulo de Jesús, es el que ha olvidado lo que significa


ser injuriado. Ha aprendido de su Maestro a no tomarse nada como un
insulto personal.

La túnica y el manto
En el segundo ejemplo, dice que si alguien nos hace un juicio para
quitarnos la túnica, debemos darle también el manto. Aquí también hay
mucho más de lo que aparece superficialmente. La “túnica” era una especie
de vestido largo, generalmente hecho de algodón o lino, que se usaba sobre
el cuerpo y llegaba hasta las rodillas. Aun la persona más pobre tenía
generalmente más de una túnica para cambiársela frecuentemente.

En cambio, el “manto” era una prenda rectangular, hecha de tela


gruesa. Durante el día se le usaba sobre los hombros como parte del vestido
exterior, y durante la noche como “cobija” para dormir. Por lo general se
tenía un solo manto.

Ahora bien, la Ley judía establecía que a un deudor se le podía quitar


en un juicio la túnica. Pero nunca el manto, ya que podía ser pobre y tener
sólo eso para abrigarse de noche (Éx 22,25-26). De allí que al ordenar
Jesús simbólicamente que un cristiano entregue también el manto, que no
podían quitarle legalmente, quiso decir que uno no debe vivir pensando
permanentemente en sus derechos, sino en sus deberes. No debe vivir
obsesionado por sus privilegios, sino por sus responsabilidades.

El verdadero discípulo no es el pone “sus derechos” por encima de


todos, cuidando de que no se lo “atropelle” en lo más mínimo. Es el que sabe
posponer aún sus derechos, cuando de esta forma puede ganar a alguien
para el Maestro.

Lo que le pasó al Cirineo

En el tercer ejemplo, Jesús habla de la “obligación” de acompañar a


alguien un kilómetro. Esta imagen, que a nosotros nos parece extraña,
resultaba familiar en Palestina en los tiempos de Jesús. Palestina era un país
militarmente ocupado. Y los ciudadanos de un país ocupado, tenían la
obligación de prestar cualquier tipo de servicio a las tropas de ocupación.
Desde darles alimentos o alojamiento, hasta llevar mensajes o una carga a
algún sitio. En cualquier momento un judío podía sentir sobre su hombro el
toque de una lanza de un soldado romano. Y con esto sabía que su obligación
era servir al soldado que lo llamaba, en todo lo que él necesitara.

Esto fue lo que le ocurrió a Simón de Cirene, un día que venía del
campo: fue obligado a cargar con la cruz de Jesús, que caminaba hasta el
Calvario (Mc 15,21).
Lo que quiso decir Jesús, fue que no debemos cumplir nuestras
obligaciones con amargura y rencor. Si se nos encomienda una tarea o
misión que no nos gusta, no debemos asumirla como un deber odioso,
rechazando interiormente a quien nos la pidió. Ya que prestaremos el
servicio, debemos ofrecerlo con alegría. Y no lo mínimo indispensable, sino ir
más allá, tratando de cumplir con lo que realmente se nos ha querido pedir.

El que hace una obra de bien, pero resentido y mal dispuesto, no ha


comprendido aún lo que significa la vida cristiana.

Ahora sí, para todos

Estas enseñanzas de Jesús no son ideales ni teóricas. Son verdaderos


mandamientos, que el Señor propone a sus seguidores. Pero con ellas, Jesús
no eliminó la Ley del Talión de la legislación. Ni suprimió los tribunales de
justicia, ni quiso dar un nuevo código de derecho penal. Estas nuevas
enseñanzas de Jesús, se dirigen no ya a los jueces, sino a todo ser humano
ofendido, herido, lesionado, para indicarle cuál debe ser su comportamiento
como verdadero discípulo suyo.

El Señor no pretendió abolir la legislación de su tiempo. Sólo


introdujo en la sociedad un nuevo comportamiento humano, a fin de que los
códigos penales vigentes, fueran superados por el comportamiento concreto
de los ciudadanos cristianos.

Resumiendo: podemos decir que por tres etapas pasó la humanidad. En


la época primitiva, se practicaba la más cruda venganza. Con la llegada de la
Ley del Talión, se pasó a la era de la justicia. Con la venida de Jesucristo, se
inauguró el tiempo del perdón.

Hay pocos pasajes del Evangelio que contengan con tanta pureza la
esencia de la ética cristiana, como el que acabamos de analizar. El mundo
espera, aún, verla puesta en práctica por los discípulos y discípulas del
Maestro.

Ariel Álvarez Valdés

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