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CAPÍTULO 8

El discernimiento:
la salvaguardia
del reavivamiento

U
n día, temprano en mi ministerio, estaba estudiando la Biblia con
una familia cuando un hombre rudo que fumaba un gran cigarro
entró a la habitación y exclamó en voz más bien alta: “¡Alabado
sea Dios, estoy sanado!” Cuando pregunté de qué enfermedad había sido
sanado, exclamó: “¡Cáncer!” Quedé sorprendido. Aquí estaba el hombre,
afirmando que Dios lo había sanado de cáncer de pulmón, y ¡seguía fu-
mando un cigarro!
No creo que Dios le extendería la vida a un hombre para que pudiera
seguir dañando su cuerpo. Parece, entonces, más bien que Satanás estaba
desviando al pobre hombre.
Algunos de los engaños de Satanás son más complejos. Cuando ense-
ñaba un seminario titulado “Quitando el sello a los misterios de Daniel”,
una mujer de edad mediana se acercó a mí después de una presentación, y
en su rostro se veía asombro. Al acercarse, dijo abruptamente: “Gracias,
pastor, por la clase de esta noche. ¡Me ha dado esperanza!”
Esta mujer dijo que unos seis meses antes le habían diagnosticado cán-
cer, y desde entonces, el cáncer había hecho metástasis, y el futuro parecía
sombrío. Dijo que algunos amigos cristianos bien intencionados le habían
dicho que si tenía fe suficiente, Dios la sanaría. Así que oraba, pero en lu-
gar de que el cáncer disminuyera, crecía.
Sus amigos entonces le dijeron que debía tener algún pecado en su vida
que le impedía que Dios la sanara. La mujer me dijo que esa afirmación la
dejó devastada. Ahora, no solo tenía cáncer, sino se le había diagnosticado
falta de fe y ser culpable de guardar algún pecado secreto.
“Pero ahora”, siguió diciendo la mujer, “entiendo la fe por primera vez.

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Tener fe no significa que tengo confianza dentro de mí para exigir a Dios
que me dé lo que quiero. Significa confiar en toda circunstancia de mi vida
que él todavía es mi mejor amigo. Significa saber que él no desea mi mal y
que siempre tiene un mejor interés en vista, aunque no entienda sus cami-
nos”.
El hombre del cigarro exigía que Dios lo sanara; la mujer con cáncer
confiaba en Dios aunque no la sanara. El hombre del cigarro pretendía ha-
ber sido sanado; ella estaba en paz aun cuando no había sanado. El dis-
cernimiento espiritual nos lleva a aceptar los caminos de Dios aun cuando
no los entendamos. Nos conduce a tener la “paz de Dios, que sobrepasa
todo entendimiento” y a confiar en lo que a veces desafía la razón humana.
La fe falsificada está centrada en la persona. Se concentra en nuestra vo-
luntad, no en la de Dios; en nuestros deseos, no en los suyos; en lo que
queremos, no en lo que él quiere, Esta actitud egocéntrica nos hace vul-
nerables a los engaños satánicos. La fe bíblica genuina, por otro lado, no se
basa en nuestros sentimientos, nuestra lógica, o las circunstancias de nues-
tra vida. En cambio, se centra en Dios. Se enfoca en su amor incondicional,
su preocupación personal, su poder omnipotente.
¿Puede el diablo crear una falsa excitación religiosa, realizar milagros
falsos, y dejar la impresión de que ocurrió un reavivamiento genuino? Por
supuesto, la respuesta es sí. A veces, Satanás trabaja bajo el disfraz de
reavivamientos, señales y maravillas falsas. Sin embargo, la respuesta al
problema de los reavivamientos falsos ciertamente no es el extremo opues-
to: el frío formalismo religioso. Tampoco es una tibieza laodicense. Dios
puede hacer milagros, y los hace, y deberíamos esperar más de ellos mien-
tras la historia se apresura en llegar al clímax. En este capítulo estudiare-
mos los indicadores de un reavivamiento genuino, así como las señales
obvias de los reavivamientos falsos. Conocer las diferencias entre los dos
nos salvará de los engaños del enemigo.

La voluntad de Dios y su Palabra


La esencia del verdadero reavivamiento es descubrir y hacer la volun-
tad de Dios como la comunicó por su Palabra. Considera el reavivamiento
en días del rey Josías, de Judá. Durante los reinados de Manasés y Amón,
Judá se había apartado lejos de la Palabra de Dios y de su voluntad, per-
diendo la mayor parte, si no todas, de las bendiciones que habían recibido
del reavivamiento guiado por el Espíritu que la nación había experimen-
tado cuando gobernaba el rey Ezequías. Josías estaba decidido a guiar de
nuevo al pueblo de Dios a la obediencia a su voluntad.
Hilcías, el sumo sacerdote, encontró “el libro de la ley en la casa de

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Jehová” (2 Reyes 22:8). Se nos dice que cuando leyeron esa porción de la
Escritura al rey Josías y sus súbditos, ellos se arrepintieron y buscaron a
Dios en oración. Luego destruyeron sus ídolos y expulsaron de Judá a los
sacerdotes idólatras y a los médiums espiritistas. El Espíritu Santo obró
por medio de su Palabra para comenzar una renovación y reforma espiri-
tuales que abarcó a toda la nación.
Las metas de toda verdadera renovación espiritual son conocer a Dios y
hacer su voluntad. (Ver Juan 17:3; Hebreos 10:7) Cualquier así llamado
reavivamiento que se concentra en nuestra experiencia en vez de la vo-
luntad de Dios y en su Palabra, no da para nada en el blanco. El Espíritu
Santo nunca nos guiará por senderos que la Palabra de Dios prohíbe que
andemos. El Espíritu Santo fue quien inspiró la Palabra. Él nos guía donde
la Palabra dice que debemos ir (2 Tim. 3:15,16). La Palabra de Dios es tanto
el fundamento como el corazón de todo verdadero reavivamiento.
Jesús declaró: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada apro-
vecha. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan
6:63). La declaración de Jesús tiene gran importancia. El Espíritu Santo,
quien es la fuente de todo reavivamiento espiritual, habla por medio de la
Palabra de Dios, dando vida espiritual genuina a quienes siguen su con-
ducción. El reavivamiento sucede cuando el Espíritu Santo impresiona las
palabras de Jesús sobre nuestras mentes. Por esto el Salvador dice: “No so-
lo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de
Dios” (Mateo 4:4). Cuando la gente descuida o menosprecia la Palabra de
Dios, preparan el escenario para un reavivamiento falso caracterizado por
la excitación religiosa. Elena de White nos da esta solemne advertencia:
“En muchos de los despertamientos religiosos que se han producido
durante el último medio siglo, se han dejado sentir, en mayor o menor
grado, las mismas influencias que se ejercerán en los movimientos veni-
deros más extensos. Hay una agitación emotiva, mezcla de lo verdadero
con lo falso, muy apropiada para extraviar a uno. No obstante, nadie nece-
sita ser seducido. A la luz de la Palabra de Dios no es difícil determinar la
naturaleza de estos movimientos. Dondequiera que los hombres descuiden
el testimonio de la Biblia y se alejen de las verdades claras que sirven para
probar el alma y que requieren abnegación y desprendimiento del mundo,
podemos estar seguros de que Dios no dispensa allí sus bendiciones” (El
conflicto de los siglos, pp. 517, 518).
También en nuestros tiempos, la Palabra de Dios es el fundamento mis-
mo del reavivamiento y una salvaguardia contra los engaños del enemigo.
Así que, se nos instruye: “Solo los que hayan fortalecido su espíritu con las
verdades de la Biblia podrán resistir en el último gran conflicto” (El conflic-
to de los siglos, p. 651).

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El amor de Dios y su Ley
Conocer a Jesús –realmente conocerlo como a un amigo– es la esencia
de todo reavivamiento. El apóstol Pablo les dijo a los efesios que él estaba
orando por ellos para que pudieran “conocer el amor de Cristo, que excede
a todo conocimiento”, para que sean llenos de toda la plenitud de Dios
(Efesios 3:19). Jesús mismo habló de esta relación. En su parábola de las
diez vírgenes, cinco se quedaron sin aceite. Cuando consiguieron algo y
preguntaron si podían unirse a la celebración de la boda, el Esposo, Jesús,
les dijo: “No os conozco” (Mateo 25:12).
Exteriormente, aquellas cinco vírgenes parecieron tener una forma de
piedad, pero les faltaba una experiencia íntima con Jesús. Él puso su dedo
sobre el mismo corazón de la fe cristiana cuando oró: “Esta es la vida eter-
na: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien
has enviado” (Juan 17:3). El mayor anhelo de Jesús es tener una comunión
estrecha y personal con su pueblo que constituye su iglesia del tiempo del
fin (Apocalipsis 3:20).
En cada generación, el diablo ha intentado falsificar el verdadero reavi-
vamiento e introducir falsedades. Evidentemente, en los días de Juan, bajo
la apariencia de reavivamiento se infiltraron en la iglesia algunas formas
de herejía. Por ejemplo, estaban los cristianos gnósticos, que mezclaban en-
señanzas no bíblicas con las verdades de la Palabra de Dios. Negaban la
encarnación, enseñando que Jesús solo pareció tener un cuerpo humano, y
enseñaron que la forma de ser salvos era aprender “verdades” esotéricas
que solo ellos podían enseñar.
Juan contrarrestó estas herejías concentrándose en el nacimiento, la
muerte y la resurrección de Jesús, y al plantear la realidad de que “conocer
a Dios”, en un sentido espiritual efectivo, significa mucho más que conocer
las cosas de Dios supuestamente ocultas de otras personas. El conocimien-
to de Dios que vale es el que la gente aprende por medio de tener una rela-
ción personal con él. Para Juan, conocer a Jesús significaba experimentar
personalmente su gracia, amarlo en forma suprema, y obedecerlo de todo
corazón.
Juan destacó su comprensión de lo que significa conocer a Jesús con es-
tas palabras: “El que dice que permanece en él, debe andar como él andu-
vo” (1 Juan 2:6). En el texto griego la palabra traducida “permanece” es
méno. Significa continuar estando presente o quedar, señalándonos a una
residencia o permanencia continua en Jesús, lo que nos conduce a una vida
transformada, una vida de obediencia. Experimentar el amor de Jesús,
meditar en su inmenso sacrificio, y contemplar la cruz y cuánto hizo Jesús
por nosotros, nos cambia. En la cruz nuestros duros corazones son que-

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brados y somos hechos nuevos a la luz de su sacrificio abrumador.
En su libro Miracle on the River Kwai [Milagro sobre el río Kwai], Ernest
Gordon cuenta una historia asombrosa acerca del poder del amor que se
sacrifica. Los eventos ocurrieron durante la Segunda Guerra Mundial, en
un campamento de prisioneros de guerra en Tailandia occidental. Los sol-
dados presos fueron puestos allí a trabajar en un puente ferroviario. Las
condiciones de su cautiverio eran tan malas que su conducta había llegado
a ser barbárica: abusaban los unos de los otros. Entonces, una tarde ocurrió
algo que cambió sus vidas.
Los captores tenían por responsables a los presos por las herramientas
que usaban, contándolas con frecuencia para estar seguros de que no se
robaban ninguna. En uno de esos “contar las herramientas” los guardias
encontraron que les faltaba una pala.
“El oficial a cargo se enfureció. Exigió que la pala faltante apareciera, si
no... Cuando nadie del escuadrón se movió, el oficial tomó su arma y ame-
nazó con matarlos allí mismo. [...] Era obvio que el oficial hablaba en serio.
Finalmente, un hombre dio un paso al frente. El oficial puso el arma a un
lado, tomó una pala y golpeó al hombre hasta matarlo. Cuando terminó,
los sobrevivientes tomaron su cuerpo y lo llevaron con ellos a un segundo
control de herramientas. Esta vez, no faltó ninguna pala. En realidad, en el
primer conteo se habían equivocado.
“La noticia corrió como el fuego por todo el campamento. ¡Un hombre
inocente había estado dispuesto a morir para salvar a los demás! [...] El in-
cidente tuvo un efecto profundo. [...] Los hombres comenzaron a tratarse
unos a otros como hermanos.
“Cuando entraron los aliados al campamento, los sobrevivientes, es-
queletos humanos, formaron delante de sus captores japoneses, y en lugar
de atacarlos insistieron: ‘No más odio. No más muertes. Ahora lo que ne-
cesitamos es perdón’”.
El amor –amor que se sacrifica– marca una diferencia profunda. El cen-
tro de todo verdadero reavivamiento es un aprecio sincero del amor in-
condicional y sacrificado de Jesús, que abarca todo.

Formalismo, fanatismo y fe
Uno de los desafíos al verdadero reavivamiento es evitar los extremos:
quebrar el hielo del formalismo mientras se mantiene lejos de las llamas
del fanatismo.
Los formalistas están rígidamente encerrados en el statu quo. Se sa-
tisfacen con la cáscara externa de la religión mientras niegan la realidad
viviente de la fe. Los fanáticos están en el otro extremo. Tienden a concen-

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trarse en un aspecto de la fe con descuido de todos los demás, y a menos
están llenos de justicia propia, y son muy críticos. Tanto el formalismo co-
mo el fanatismo son enemigos de la genuina fe bíblica. Tal fe quebranta
sus amarras. Es la mano que se .estira para recibir el poder del Espíritu
Santo en el prometido reavivamiento que describe el Apocalipsis para el
tiempo del fin.
Jesús expresó algunas de sus reprensiones más fuertes a los líderes reli-
giosos que meramente pretendían ser religiosos, pero sus corazones esta-
ban llenos de egoísmo y avaricia. Exclamó: “¡Ay de vosotros, escribas y fa-
riseos, hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y de-
jáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era
necesario hacer, sin dejar aquello” (Mateo 23:23).
La palabra griega hypokrísis es la raíz de nuestra palabra “hipócrita”.
Significa “actuar”, o “desempeñar un rol”. El diccionario de la Real Aca-
demia Española la define como una persona “que actúa con fingimiento de
cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen”.
El problema con el formalismo religioso es que tiene todo el aspecto exte-
rior de la espiritualidad, pero le falta un corazón transformado. El forma-
lismo helado necesita ser calentado por el fuego del reavivamiento de mo-
do que se derrita su frialdad en la gloria de la presencia de Dios.
El fanatismo fogoso es igualmente peligroso. Las señales y milagros
nunca pueden tomar el lugar de la auténtica fe bíblica. No son un sustituto
de la entrega a la voluntad y a la Palabra de Dios. La esencia del verdadero
reavivamiento es una fe en Jesús que es tan profunda que lleva a las per-
sonas a comprometerse a hacer su voluntad. Un reavivamiento basado en
la Biblia es como un eco de las palabras de Juan: “Porque todo lo que es
nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al
mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). Elena de White preguntó: “¿Qué clase de
fe vence al mundo? Es la fe que hace de Cristo su Salvador personal, esa fe
que, reconociendo su impotencia, su total incapacidad para salvarse a sí
mismo, se aferra del Auxiliador que es poderoso para salvar como su úni-
ca esperanza” (Reflejemos a Jesús, p. 13).

Ministerio y milagros
La gente involucrada en los falsos reavivamientos a menudo pone el
mayor énfasis en señales y milagros espectaculares. Los reavivamientos
genuinos, en cambio, en el ministerio y el servicio que se sacrifica a sí
mismo. Reconocen que el mayor milagro es una vida transformada.
Los milagros de sanidad de Jesús testifican del hecho de que él es el
Mesías. Como nuestro Redentor compasivo, el Salvador estaba preocupa-

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do en aliviar el sufrimiento humano, pero estaba aún más preocupado por
la salvación eterna de todos aquellos a quienes tocaba su gracia sanadora.
El propósito del ministerio de Jesús fue “buscar y salvar” a la humanidad
perdida (Lucas 19:10).
Jesús usó la curación del paralítico para demostrar su poder y auto-
ridad espirituales. Les dijo a los líderes religiosos judíos que él estaba a
punto de hacer un milagro “para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene
potestad para perdonar pecados”. Luego le dijo al paralítico: “Levántate,
toma tu cama, y vete a tu casa” (Mateo 9:6). La multitud que vio este mila-
gro glorificó a Dios (vers. 8). Los milagros meramente fueron una ayuda en
el ministerio redentor de Jesús. El no vino a la Tierra principalmente para
hacer milagros. No era un hacedor de maravillas sensacionalista. Él era el
Redentor del mundo (Juan 3:16; Mateo 1:21).
Jesús enseñó, predicó y sanó con un propósito específico: glorificar a su
Padre celestial. Su ministerio terrenal reveló el amor y el cuidado del Pa-
dre. Junto al estanque de Betesda, Jesús sanó a un sufriente que no tenía
esperanza que había estado al borde del agua durante treinta y ocho años.
Después que sanó al hombre, le advirtió: “No peques más, para que no te
venga alguna cosa peor” (Juan 5:14). Los milagros de Jesús siempre se rea-
lizaron en el contexto de su ministerio más amplio: glorificar a su Padre ce-
lestial y hacer discípulos obedientes.
El apóstol Pablo bosquejó la estrategia del tiempo del fin del “inicuo”
(el “anticristo”). Dijo que el poder del mal obraría “con gran poder y seña-
les y prodigios mentirosos” (2 Tesalonicenses 2:9). Jesús también advirtió a
sus discípulos acerca de las arteras tretas del maligno. Declaró que “se le-
vantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodi-
gios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”
(Mateo 24:24). El Apocalipsis confirma esta pavorosa realidad: Satanás
usará milagros para engañar a multitudes y conducirlas a recibir la marca
de la bestia. (Ver Apocalipsis 13:13, 14; 16:14; 19:20). Nota cuidadosamente
por qué millones serán engañados por estos milagros falsos. Es “por cuan-
to no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”, y como “no creye-
ron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia”, aceptaron un
gran engaño y creyeron una mentira (2 Tesalonicenses 2:10-12). Pablo des-
taca un punto fascinante. Dice que estas personas serán engañadas por mi-
lagros falsos “porque no recibieron el amor de la verdad”. Cuando la gente
desea lo espectacular más que las verdades de la Palabra de Dios que
transforman las vidas, sus mentes están abiertas al engaño.
La parábola del hombre rico y Lázaro concluye con estas palabras agu-
das: “Mas Abraham [en realidad, fue Dios] le dijo: Si no oyen a Moisés y a
los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los

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muertos” (Lucas 16:31). En otras palabras, las señales y milagros mara-
villosos nunca pueden tomar el lugar de la comprensión y la obediencia a
la Palabra de Dios. La obediencia a Dios es básica. Los milagros son even-
tos sobrenaturales en los que Dios obra para aliviar el sufrimiento, dar glo-
ria a su nombre, y dar credibilidad a la proclamación del evangelio. Dios
nunca tuvo la intención que ellos sustituyan el hacer su voluntad.
Los cristianos maduros procuran conocer a Jesús en forma íntima. Su
relación con él es vital. Ellos están dispuestos a permitir que él obre por
medio de ellos de la manera que considere mejor. Procuran vivir vidas
piadosas y obedientes, y permitirle que imparta los dones que los equipa-
rán mejor para servirle. Reconocen que el fruto del Espíritu es la caracterís-
tica del reavivamiento genuino.

Material facilitado por RECURSOS ESCUELA SABATICA ©


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