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La fuerza del discurso

Ensayos sobre la esencia de la retórica


Bitácora de Retórica
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Instituto de Investigaciones Filológicas


Centro de Estudios Clásicos
La fuerza del discurso
Ensayos sobre la esencia de la retórica

gerardo Ramírez vidal


Erika Lindig cisneros
María de Lourdes santiago Martínez
(Editores)

unIvERsIdad nacIonaL autónoMa dE MÉXIco


México, 2018
La publicación de esta obra ha sido posible gracias al financiamiento otor-
gado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la
unam, a través del proyecto papiit in-401714: “Retórica y educación”, del
Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas.

Primera edición: 2018


Fecha de término de la edición: 4 de diciembre de 2017

D. R. © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, del. Coyoacán, C. P. 04510, Ciudad de México

Instituto de Investigaciones Filológicas


Departamento de Publicaciones del iifl
Tels.: 56227347, 56227349
www.iifilologicas.unam.mx

ISBN: 978-607-02-9911-7

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización


escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México


presentación

Presentación

L a retórica, término dúctil y polifacético, se refiere a prácticas, teorías,


disciplinas, reglas o productos en los ámbitos más diversos de la acti-
vidad humana. ¿Es necesario poner límites a esa noción? ¿Es posible inte-
grar todas esas propuestas en un solo sistema con un afán ecléctico? ¿Es
válido rechazar las concepciones erradas? ¿Con qué criterios y a criterio
de quién? La organización de las IV Jornadas Mexicanas de Retórica (Fa-
cultad de Filosofía y Letras, unam-Facultad de Humanidades, Universi-
dad Autónoma del Estado de Morelos, 21-23 de mayo de 2014) estuvo
animada por éstas y otras preocupaciones semejantes. Con el propósito de
responder a ellas, se decidió plantear como tema de discusión de esa reu-
nión académica “la fuerza del discurso”, en la consideración de que ése es
un punto central de las indagaciones teóricas sobre el fenómeno retórico y
el objeto al que debería dirigirse el análisis y la interpretación de los textos,
aun cuando habrá quienes no lo juzguen así. Los resultados no fueron tan
positivos como se hubiera deseado, pues los panelistas, en su mayoría, die-
ron por sentado que sus trabajos estudiaban o analizaban la fuerza del dis-
curso, por ejemplo, al observar los recursos literarios o abordar el tema de
una obra. De esta manera, sigue sin entenderse que la fuerza del discurso
distingue lo retórico de lo no retórico, esto es, lo retórico de lo lingüístico,
de lo semiótico, de lo hermenéutico. Un estudio hermenéutico puede ser
retórico, cuando atiende a la fuerza del discurso, pero no necesariamente
es retórico.
A pesar de todo ello, hubo trabajos que se orientaron hacia ese proble-
ma, al buscar resolver la controversia acerca de dónde radica la fuerza del
discurso o al aplicarse a la identificación de los recursos que dan fuerza per-
suasiva, demostrativa o de otro género a un texto. De tal modo, los editores
de este volumen elegimos los trabajos orientados en el sentido indicado, los
que presentamos en las siguientes páginas, creyendo que serán importantes
para entender mejor ese Mediterráneo que es la retórica.
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ramírez, lindig y santiago

Para mayor claridad, hemos dividido nuestra selección de quince tra-


bajos en dos partes. En una incluimos las propuestas teóricas; en la otra,
las aplicaciones analíticas e interpretativas, que en seguida describimos so-
meramente con el propósito de guiar al lector.

Debate teórico

Los ocho trabajos que se incluyen en esta parte abordan el problema de


definir la fuerza del discurso desde diferentes ámbitos. Dos son de carácter
general; cinco más se refieren a lo político, y el último aborda el asunto
desde la interdisciplina.
Raúl Dorra parte, con un afán crítico, del estructuralismo y de los es-
fuerzos por recuperar la retórica durante la segunda mitad del siglo pasado.
Describe diversas posibilidades que permiten ubicar la fuerza del discurso.
Primero presenta un deslinde de tres campos donde se manifiesta la retóri-
ca: la teoría, la enseñanza y la práctica. Así, reflexiona sobre lo que significó
la restauración de la teoría retórica en el siglo xx y sus limitaciones, desde el
punto de vista de la argumentación y de la lingüística aplicada a las figuras.
Luego muestra lo que esa restauración ha significado en el plano educati-
vo, como los muy conocidos cursos para hablar bien en público que ponen
atención sobre todo al impacto que puede producir en el destinatario la
actuación, el lenguaje del cuerpo y la voz. Por último, aborda el “arte” en-
tendido como práctica oratoria, señalando las diferencias infranqueables
que existen en este ámbito entre el mundo antiguo y el moderno, sobre
todo por el valor otorgado a la palabra en Grecia y Roma, lo que no suce-
de en el mundo moderno, que también ha heredado el factor persuasivo
del silencio y la imagen, a la que hoy otorgamos sobre todo la fuerza del
discurso.
Ramírez Trejo no ofrece propiamente una definición de δύναμις, sino
más bien una noción o descripción, dado que el término tuvo múltiples
usos y por lo mismo el matiz de su acepción es variable. Puede signifi-
car fuerza, capacidad o potencia y variar en sinónimos según el caso. En
las obras de Aristóteles, el vocablo o término aparece en la Física y en la
Metafísica, en las artes y en las ciencias, y también en la Dialéctica y en
la Retórica, con significado activo-pasivo, excepto en la Retórica, donde
por la naturaleza de la misma adquiere un matiz causativo o factitivo. Los
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ejemplos del mismo Aristóteles ilustran en cada caso lo dicho y las explica-
ciones sobre la naturaleza de la retórica aclaran el sentido factitivo.
Ramírez Vidal considera que la crítica de Platón a la retórica de su
tiempo desde los puntos de vista ontológico (no es un arte sino una prácti-
ca), epistemológico (se basa en verosímiles no en verdades) y ético (es una
mercancía), es completamente justificable a partir de un criterio filosófico.
El filósofo no refuta la retórica de manera total, sino sólo aquella de carác-
ter político de los maestros de su época, en sustitución de la cual muestra
en sus diálogos otros modelos de retórica, de manera particular en el Fedro,
donde presenta, en sus grandes directrices, la teoría de una retórica holísti-
ca, basada en el método de las divisiones y uniones y cuyo fin es conducir las
almas hacia el bien. En el pasaje Fedro 271a-272b, Platón muestra los ele-
mentos en que radica la fuerza de los discursos (λόγου δύναμις), que son el
conocimiento (1) de las almas de los hombres, (2) de los tipos de discursos
y (3) de la influencia que ejercen ciertos tipos de discursos en determinadas
almas.
En “La fuerza retórica: clave del acontecer de lo público político”,
dedicado a la memoria de H. Beristáin, J. Derrida y a la resistencia del
discurso zapatista, Ana María Martínez de la Escalera trata de la fuerza
del discurso en su dimensión inventiva, calificada como la “invención para
mejor de lo público”, que no se conforma con aceptar lo público como un
espacio controlado, sino que ejercita su vocación crítica y de resistencia en
la toma de la palabra, y en el derecho y deber de réplica histórica y política.
Invención pública que puede manifestarse desde lugares de enunciación/
postulación heterogéneos, como el discurso de las humanidades críticas y
el de los activismos sociales, y que apuesta por el debate horizontal entre
ambos. A esta modalidad inventiva de la fuerza del discurso (inventora
de relaciones, de memorias de los oprimidos, de nuevas voces críticas),
Martínez de la Escalera la llama, recordando a Beristáin, eficacia enfática
o énfasis realizativo.
María Alejandra Vitale reflexiona sobre la idea de fuerza del discurso
tal como puede ser pensada en la tradición retórica a partir de los traba-
jos de López Eire, revisitada desde la pragmática inaugurada por Austin
y heredada por Searle y Ducrot, y finalmente sobre uno de los efectos es-
pecíficos de dicha fuerza: la posibilidad de constituir comunidades dis-
cursivas. En una segunda parte del trabajo analiza este efecto en un caso
específico: las estrategias persuasivas empleadas en el año de 1976 por la
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ramírez, lindig y santiago

Coordinación Federal, órgano represivo de inteligencia de la Policía Fede-


ral Argentina. Dichas estrategias fueron diseñadas para la capacitación de
su personal, bajo un programa denominado “Conducción policial” que se
centraba en una serie de ejercicios discursivos llamados “Arte de Mandar”,
y que consistían en suspender la crítica de los subordinados para acatar
las órdenes de los superiores aceptándolas como voluntarias, reforzando
así la estructura jerárquica y las relaciones de dominación reproducidas al
interior del órgano. La fuerza performativa del discurso sustenta en este
caso el discurso de la fuerza represiva.
El trabajo de Érika Lindig se inscribe en el campo de la crítica del dis-
curso y, específicamente, en el de la crítica de los vocabularios del racismo.
La autora parte de la definición de la violencia como un ejercicio de fuerza
que daña los cuerpos y también las subjetividades y que llega en casos ex-
tremos al daño irreparable e incluso a la destrucción; en seguida, incluye
algunas formas de violencia discursiva, mediante las cuales se coloca al
otro en una posición social de subordinación o se le arrebata el derecho
al ejercicio retórico-político que es el uso de la palabra, de manera tácita
o explícita. Lindig analiza los procedimientos discursivos que se ponen
en funcionamiento al nombrar al otro y que lo constituyen como sujeto-
sometido, términos que ella define como figuras de la exclusión: figuras,
porque mediante determinados procedimientos retóricos dotan de uni-
dad de sentido a una serie de significados, usos y valoraciones; excluyentes,
porque producen y reproducen al otro en una posición de subordinación
o sujeción en el ámbito de lo social, sustrayéndole el derecho a la toma de
la palabra.
Fernández Poncela examina la fuerza persuasiva del humor en el dis-
curso político. Los chistes políticos y la caricatura política tienen una clara
intención humorística y política al mismo tiempo, ambas inseparables,
pues el humor no sólo es un eficaz mecanismo de crítica social, de re-
flexión o de diversión, sino también un mecanismo capaz de crear opinión
pública, asunto al que se ha prestado escasa atención. Añade la autora que
el hecho de que un texto sea amable o divertido no le resta importancia
ni seriedad, y afirma que la caricatura política reinterpreta y resignifica la
realidad social y política por una vía diferente a la del lenguaje objetivo y
directo.
Carlos González Domínguez, en “Retórica e interdisciplinariedad.
Un apunte para las ciencias de la comunicación”, defiende la necesidad en
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el presente de la enseñanza y el uso de la retórica en el ámbito de las cien-


cias de la comunicación, entendido como un ámbito interdisciplinario.
De especial importancia le resultan a González-Domínguez la dimensión
ética en la enseñanza y el uso de estrategias persuasivas, presentes en la
Retórica aristótelica y retomados por la Nueva retórica.

Aplicaciones

Los primeros seis trabajos de la segunda parte se presentan en orden cro-


nológico, empezando con Gorgias y terminando con Mandela. El último
trata sobre retórica indígena al inicio del periodo novohispano.
Ana Bertha Nova analiza el discurso la Defensa de Palamedes con la
intención de demostrar que con este ejercicio retórico Gorgias (ca. 485-
ca. 380) buscó poner en evidencia los elementos esenciales que debían
emplearse en una defensa jurídica, para propiciar que la causa fuera vista
desde una perspectiva histórica, elementos que revelaran las circunstancias
probables que rodearon el acontecimiento, tales como lugar, fecha, perso-
najes, para sacar de ellos el mayor provecho y para procurar la aceptación
o rechazo de la culpabilidad o inocencia del defendido. Además, Nova
afirma que el tipo de argumentación que emplea Gorgias en este discurso
tiene como objetivo revelar los elementos novedosos y los cambios en la
estructura teórica que aseguran mayor solidez a la defensa. Si bien la acusa-
ción contra Palamedes habría ocurrido verosímilmente algunos siglos an-
tes de que Gorgias presentara el ejercicio ante su auditorio, Nova destaca
que, al exponer este suceso, el orador confiaba en que todos lo conocían,
porque había sido transmitido gracias a la tradición oral, capaz de dejar
huella de los hechos que configuraban el mundo heleno. En su análisis,
Nova señala que gran parte de la riqueza argumentativa del discurso reside
en el contraste que el orador establece entre una muerte honrosa y una
deshonrosa; entre a un varón responsable y un varón corrupto, mediante
el uso de un lenguaje claro que permitía que el auditorio siguiera el hilo
conductor de la apología.
En su análisis de los abundantes discursos (lógoi) que el historiador
Tucídides (ca. 460-ca. 396) incluye en su Historia de la guerra del Pelopo-
neso, Francisco Casas observa la importancia que esta estrategia tiene en
la elaboración de esa obra, no sólo desde un punto de vista cuantitativo,
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ramírez, lindig y santiago

sino también por los efectos de veracidad que logra producir en los lec-
tores, frente a la otra opción que tenía de explicar su contenido más que
reproducirlos. El autor rechaza la disyuntiva sobre la autenticidad o no de
los discursos referidos y opta por una posibilidad intermedia: los discursos
fueron realmente pronunciados y Tucídides trató de reproducirlos lo más
fielmente posible, pero en general no de manera literal, independiente-
mente de las lagunas, imprecisiones u obscuridades en que podía incurrir
el historiador. En este caso resulta interesante que los historiadores aten-
dieran en particular a las formas de persuasión que los actores en la guerra
empleaban para persuadir a sus destinatarios, precisamente porque en ese
elemento se fundamentaba en gran medida la fuerza de persuasión, más
que la propia verdad de los hechos.
En “La prosopopeya de las leyes como remate en la argumentación
retórico-filosófica del Critón de Platón”, Rómulo Ramírez Daza y García
explica cómo el Sócrates platónico se ve imposibilitado para persuadir a
su interlocutor Critón de someterse ante el imperio de la ley y afrontar
la muerte a la que un tribunal popular lo ha condenado injustamente,
bajo la premisa de que no se debe actuar injustamente ante una injusticia.
Al no poder persuadirlo, Sócrates recurre a un último mecanismo, con-
tundente y definitivo, el de la prosopopeya de las leyes, mediante el cual
las propias Leyes toman la palabra y amonestan directamente al filósofo,
advirtiéndole que no podrá sino someterse a ellas y morir en obediencia a
la condena de muerte que le ha sido impuesta.
En su trabajo, Carolina Ponce hace un análisis de la obra de Baudri
de Bourgueil (ca. 1060-1130) titulada A la condesa Adela, una extensa
epístola de 1368 versos, organizados en dísticos elegiacos, y compuesta
por una serie de écfrasis que describen los tapices, las pinturas y mosaicos
que revestían la habitación de Adela, hija de Guillermo el Conquistador
y esposa de Esteban Enrique, conde de Blois-Champagne. En su análisis,
Ponce hace énfasis en la riqueza literaria de esta obra, en la que se entrete-
jen tres tipos de géneros, pues, así como hay partes claramente líricas, en
las que Baudri emplea la retórica característica de las epístolas de Ovidio,
también se encuentran otras de carácter didáctico, en las que el poeta, al
presentar el universo completo, demuestra su enorme erudición y logra
transmitir una breve pero completa enciclopedia de los saberes de su tiem-
po, y, finalmente, están las partes donde el poeta describe las gestas de
Guillermo el Conquistador, que ofrecen los elementos propios de la epo-
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presentación

peya. Para Ponce, es evidente que Baudri, al escribir esta epístola, recibió
influencias desde dos frentes: el cristiano, representado entonces por la
severa reforma gregoriana, y el clásico, ejercido sobre todo por la lectura de
Ovidio. Después del detallado análisis de la estructura de la epístola, cuya
principal fuerza reside en el uso de la écfrasis, Ponce concluye que con una
carta en verso tan extensa y rica en imágenes Baudri había logrado trans-
formar la literatura en un instrumento de apoyo a la dominación política
y al sostenimiento de un estado, al alabar a través de la poesía la invasión y
la conquista de los normandos en la isla británica.
Fernández Cozman toma como base el Tratado de la argumentación.
La nueva retórica de Perelman y Olbrechts-Tyteca, para analizar la fuerza
de la argumentación que se manifiesta en el poema “La araña” de César
Vallejo (1892-1938) y descubrir cómo el locutor emplea determinados
argumentos para convencer al alocutario de que acepte su tesis en torno a
la solidaridad y a la sana convivencia entre los seres humanos. A partir de
su análisis, Fernández demuestra que para conseguir la aceptación de tal
tesis, Vallejo puso, sin duda, un cuidado especial en el orden y presenta-
ción de los datos en su poema, es decir, en una progresión temática lógica:
primero, el locutor evidencia una situación marcada por la proximidad de
la muerte; después, gracias al uso de mecanismos argumentativos, explica
con minuciosidad las características de la araña como personaje y, final-
mente, concluye con la expresión de solidaridad hacia la araña que va a
morir, con la intención de persuadir al alocutario.
En “Mandela orador o la fuerza de la palabra”, Philippe-Joseph Sa-
lazar analiza la fuerza inaugural del discurso pronunciado por Nelson
Mandela el 24 de mayo de 1994, en el Parlamento sudafricano recién
constituido, que contribuyó a la fundación de la nueva nación como un
espacio político de conciliación de las diferencias. Conciliación lograda,
según ha sostenido Salazar, mediante un ejercicio de homonoia y no de
homología. Esta distinción es tomada de B. Cassin y explica la tensionali-
dad política entre una “concordia de las mentes”, que respeta la pluralidad
y las diferencias, y una “concordia de las palabras” que, empleada por los
políticos, crea una apariencia de acuerdo o bien de desacuerdo que hace
invisibles las diferencias. El discurso de Mandela se analiza para mostrar
cómo, en un acto performativo, se funda la Nación sudafricana naciente
después del apartheid.
Citlalli Bayardi, por su parte, busca demostrar que la fuerza discursiva
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ramírez, lindig y santiago

de la que se sirvió fray Bernardino de Sahagún (ca. 1499-1590) para llevar


a cabo su labor evangelizadora entre los indígenas mexicanos, consistió
en exponer los fundamentos de la conversión así como la doctrina cristia-
na, mediante el uso de términos y estructuras sintácticas indígenas, que la
autora analiza a partir de ejemplos extraídos de Coloquios y doctrina cris-
tiana, documento didáctico dirigido a la población indígena nahua, que
Sahagún redactó en forma bilingüe (castellano-náhuatl) gracias al apoyo
de un colectivo indígena y que, en opinión de la propia autora, es un texto
cuidadosamente elaborado y adecuado al auditorio indígena de la segunda
mitad del siglo xvi.
La lectura del conjunto de ensayos de este volumen permitirá al lec-
tor valorar los diferentes mecanismos lingüísticos que el hablante tiene a
su disposición no sólo para reflexionar, informar, divertir, sino también
para convencer, persuadir y producir confianza en sus destinatarios. Con
el propósito de tener a disposición un resumen de estos mecanismos, nos
hemos permitido presentar al inicio de este volumen un índice comentado
de estrategias y elementos retóricos mencionados a lo largo del libro que
intervienen en la fuerza de la palabra hablada o escrita.

Gerardo Ramírez Vidal


Erika Lindig Cisneros
María de Lourdes Santiago Martínez

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índice de términos relativos a la fuerza del discurso

índice de términos relativos


a la fuerza del discurso

Alma. El objeto de la retórica son las almas cuyos tipos y características se


deben conocer para que la retórica pueda considerarse un verdadero
arte (Ramírez Vidal, pp. 59-60; Vitale, p. 75).
Actuación. El poder persuasivo de la actuación, el lenguaje del cuerpo y la
voz (Dorra, pp. 28-29; Salazar, pp. 200, 202).
Argumento y Argumentación. Argumentar, como acto de habla (Fernán-
dez Poncela, p. 98). Con la restauración de la retórica, en el siglo xx,
se puso énfasis en la argumentación (Dorra, pp. 23-24). Lo persuasivo
y lo persuasivo aparente en la retórica equivalen al silogismo y al silo-
gismo aparente en la dialéctica (Ramírez Trejo, pp. 43-44). Dimensión
argumentativa de la poesía (Fernández Cozman, p. 189). La Defensa de
Palamedes muestra la evolución de un pensamiento que cada vez se en-
caminaba a formas argumentativas más elaboradas, debido a la exigen-
cia discursiva entre los griegos del siglo v a. C. y de siglos posteriores
(Nova, p. 152). Clases de argumentos a partir de Perelman y Olbre-
chts-Tyteca (Fernández Cozman, pp. 191-193). Clases de argumentos
que emplea Guillermo el Conquistador, según la A la condesa Adela,
de Baudri: argumentos de la herencia, que son argumentos sine arte,
pero de enorme fuerza probatoria; los juramentos y la fe prometida,
argumentos de carácter político-jurídico que derivan de la antigüedad
clásica (Ponce Hernández, p. 181). Los argumentos en el poema “La
araña” de César Vallejo otorgan al discurso una fuerza persuasiva in-
cuestionable (Fernández Cozman, p. 194).
Arte de mandar. El Jefe no alcanza la disciplina y la lealtad de los subor-
dinados mediante la mera coerción y coacción sino que debe llevarlos
a creer que lo que deben hacer es lo que quieren hacer (Vitale, p. 79).
Comunicación. Las ciencias de la comunicación (González Domínguez,
pp. 115-116). Complejidad del proceso comunicativo que abarca un
trayecto socio-histórico-político-cultural, diferente del informativo
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ramírez, lindig y santiago

(González Domínguez, pp. 119, 122-123). La retórica y la comunica-


ción (Ramírez Trejo, p. 40), y las ciencias de la comunicación (Gonzá-
lez Domínguez, p. 120).
Comunidades discursivas. Grupo o red de grupos productores de discursos
(Vitale, pp. 77-78).
Comparación. En la caricatura (Fernández Poncela, p. 100). Estrategia em-
pleada en A la condesa Adela (Ponce Hernández, p. 185).
Difrasismo. El difrasismo clásico registrado por fray Bernardino de Saha-
gún: “la tinta negra, la tinta roja” (in tlilli in tlapalli), solía emplearse
para señalar que los códices prehispánicos eran portadores de sabidu-
ría. En el nuevo contexto de la evangelización, se atribuye esa caracte-
rística a la Biblia (Bayardi Landeros, pp. 211 y 212).
Dialéctica. Retórica dialéctica en Platón (Ramírez Vidal, p. 58). En Aris-
tóteles (Ramírez Trejo, pp. 41, 42-43). El Tratado de la argumentación
de Perelman como una obra de dialéctica (Dorra, pp. 24-25). En A la
condesa Adela, la retórica se encuentra en un orden superior frente a la
dialéctica (Ponce Hernández, p. 186).
Discurso. El conocimiento de las clases de discursos y sus características
significa entender también cómo pueden persuadir a determinados ti-
pos de almas (Ramírez Vidal, p. 60). Empleo de los discursos como
estrategia persuasiva en Tucídides (Casas Restrepo, pp. 131-135).
Disociación de las nociones. En el poema “La araña” de César Vallejo, la
disociación de las nociones se ejemplifica en la oposición entre la enor-
midad de la araña y su inevitable muerte. El animal es enorme, pero
no puede vencer a la muere. Al humanizarse el animal se intensifica
el contraste: “el ser humano es enorme, pero sucumbe ante la muerte”
(Fernández Cozman, pp. 190 y 194).
Écfrasis. La consabida sentencia de que una imagen vale más que mil pa-
labras, no se da en la epístola de Baudri, a diferencia de las imágenes
bordadas del Tapiz de Bayeux, pues la fuerza narrativa de aquel texto
muestra “de manera viva, como en una película, las emociones, y los
movimientos, y escuchar las palabras de Guillermo para arengar y con-
vencer a su ejército” (Ponce Hernández, p. 185).
Eficacia enfática o énfasis realizativo. Modalidad inventiva de la fuerza del
discurso (Martínez de la Escalera, p. 68).
Emoción. Véase pathos.

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índice de términos relativos a la fuerza del discurso

Entimema. Para Aristóteles, “la persuasión es cierta demostración (pues


entonces principalmente nos persuadimos, cuando aceptamos que está
demostrado) y la demostración retórica es el entimema y es éste, para
decirlo llanamente, lo más importante de las persuasiones y el entime-
ma es cierto silogismo” (Ramírez Trejo, p. 46).
Estilo. Al reproducir los discursos de los actores en la guerra y en la polí-
tica, Tucídides y los historiadores antiguos tomaban en consideración
no sólo qué decían ellos sino cómo lo decían, es decir, la forma en que
persuadían a los atenienses (Casas Restrepo, pp. 134-139). Estilo llano
o genus humile (Salazar, p. 213).
Êthos. “El argumento más importante en todo discurso” (González Do-
mínguez, p. 126). La imagen del experto en el arte de mandar (Vitale,
p. 81).
Ética. Ética de la retórica, en Platón (Ramírez Vidal, p. 53). Falta de ética
de la retórica (Ramírez Vidal, p. 51).
Evidentia o hypotiposis. “El material y la belleza de las telas y de los mosai-
cos son otros elementos para que las personas puedan ir recreando con
su imaginación las narraciones, los van dirigiendo hacia la evidentia o
hypotiposis, esto es, a tener frente a los ojos, de manera viva los cuadros
de las descripciones” (Ponce Hernández, p. 179).
Figura. Figura retórica como transgresión fingida de una norma (Fernán-
dez Poncela, p. 107). Interés por los tropos en el siglo xix (Dorra, pp.
25-27). Los tropos en el Grupo μ (Dorra, p. 26). Tensión entre argu-
mentos y figuras (Ponce Hernández, p. 176). Las figuras retóricas y la
fuerza argumentativa (Fernández Cozman, p. 194). Figuras de la exclu-
sión, empleadas en particular como insulto (‘indio’) (Lindig, pp. 86-
89). La metáfora (Ramírez Trejo, p. 48; Fernández Cozman, p. 194). El
humor como medio de persuasión y convencimiento, además de tener
otras funciones (Fernández Poncela, pp. 98, 100). La ironía (Fernán-
dez Poncela, pp. 99-101). La caricatura (Fernández Poncela, pp. 102-
106, 109-111). La prosopopeya. Significado y uso (cf. Ramírez Daza y
García, pp. 161-163). La prosopopeya de la retórica en el Fedro como
estrategia discursiva (Ramírez Vidal, p. 56). Figura de pensamiento
empleada como un poderoso medio de argumentación en el diálogo
(Ramírez Daza y García, p. 167). La enumeratio (Bayardi Landeros, p.
212).

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ramírez, lindig y santiago

Géneros. Géneros discursivos en Platón (Ramírez Vidal, pp. 55 y 57).


Los tres géneros aristotélicos (Ramírez Trejo, p. 45). Géneros discur-
sivos en Tucídides (Casas Restrepo, pp. 132-133). Género deliberativo
(Ponce Hernández, p. 184). Género epidíctico (Fernández Cozman, p.
195). Género presidencial, en Nelson Mandela (Salazar, pp. 199, 201).
Género historiográfico (Ponce Hernández, p. 185).
Homología. “Concordia de las palabras”. Uno de dos niveles de ejercicio
retórico en una democracia, que crea apariencia de acuerdo (o de des-
acuerdo) sin respetar la pluralidad de voces que tienen derecho a ser
escuchadas. Lo que comúnmente se entiende por palabrería política
(Salazar, p. 201).
Homonoia. “Concordia de las mentes”. Uno de dos niveles de ejercicio re-
tórico en una democracia, que representa las diversas voces parlantes de
la nación respetando su pluralidad y las diferencias, frente a la homolo-
gía (Salazar, p. 201).
Imagen. Imagen y retórica (Fernández Poncela, p. 107). Su fuerza persua-
siva (Dorra, p. 31).
Léxico. Importancia del léxico: “Los conceptos están retóricamente regu-
lados, como lo advirtiera ya la teoría nietzscheana de la retórica”. Suce-
de, por ejemplo, en las distintas figuras del indio o del indígena, que
han sido exitosas en el establecimiento de relaciones de poder (Lindig,
p. 94). “La fuerza con que fueron expresados los fundamentos para la
evangelización llevada a cabo por franciscanos hacia 1524 radica en los
términos eminentemente indígenas del discurso, que debieron evocar
una serie de referentes en el auditorio indígena” de Coloquios y Doctrina
Christiana (Bayardi Landeros, p. 213).
Logos. Logos como discurso (Ramírez Trejo, p. 35). El término designa
diversos tipos de discursos (Casas Restrepo, p. 131). Logos como argu-
mentación: persuasión mediante el logos, en el arte de mandar (Vitale,
p. 80).
Pathos, emoción. Persuasión mediante el pathos, en el arte de mandar: “el
superior debe aprender a calar profundo en el alma del subordinado”
(Vitale, p. 81). Emoción e ironía (Fernández Poncela, p. 108). Pathos
en el estilo (Salazar, p. 202). Argumento ad misericordiam en Platón
(Ramírez Daza y García, p. 160).
Persuasión. La obra de la retórica no es persuadir, sino hacer ver la per-
suasión (Ramírez Trejo, p. 44). Hablamos para que nos crean, para
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índice de términos relativos a la fuerza del discurso

persuadir (Fernández Poncela, pp. 97 y 98). La persuasión en el arte


de mandar (Vitale, pp. 79-82). No sólo se persuade mediante la pala-
bra, sino también mediante el dinero, la belleza, la autoridad (Ramírez
Daza y García, p. 160, n. 8). En “La araña” de César Vallejo, el locutor
emplea diversas técnicas argumentativas “para convencer afectiva y ra-
cionalmente al alocutario” (Fernández Cozman, p. 194).
Pragmática. Las aportaciones de la pragmática a la retórica: Searle, Austin
y Ducrot (Vitale, pp. 76-77. Acto de habla perlocutivo e ilocutivo (id.).
Acto performativo (Salazar, p. 202; en Butler, Lindig, p. 85).
Retórica. Se define como el “arte de conocer y manejar debidamente la
fuerza del lenguaje para persuadir al oyente” (Ramírez Daza y García,
p. 155). Como arte, ciencia, práctica, en Barthes (Dorra, pp. 21-22);
como enseñanza (Dorra, pp. 21-28).
Verosimilitud. Lo verosímil es lo persuasivo (Ramírez Trejo, pp. 33-46).
Fundamento de la retórica (Ramírez Vidal, p. 51). En la narración his-
tórica (Casas Restrepo, p. 132).
Verdad. La retórica se fundamenta en la verdad, según Platón (Ramírez
Vidal, pp. 55-56); según Aristóteles (Ramírez Trejo, pp. 33-36, 42).
Violencia discursiva: Estrategias discursivas de sometimiento (Lindig, p. 85).

17
I. Debate teórico
¿dónde situamos, hoy, la fuerza del discurso?

¿DÓNDE SITUAMOS, HOY, LA FUERZA DEL DISCURSO?

Raúl Dorra Zech


Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

A caso con cierta exagerada brillantez, pero al cabo didáctico, en


L’ancienne rhétorique, Roland Barthes ha declarado, como todos
sabemos, que la retórica (a la cual significativamente llama un “meta-
lenguaje”) comprende “varias prácticas” de las cuales él enumera seis: 1)
“Una técnica, esto es, un ‘arte’ en el sentido que los clásicos daban a este
término”; 2) “Una enseñanza” ejercida de modo personal por el rétor ante
sus discípulos y más tarde por el profesor ante sus estudiantes; 3) “Una
ciencia o, en todo caso, una proto-ciencia” cuyo objeto de estudio era el
arte de hablar persuasivamente; 4) “Una moral” que consistía en recetas
para “vigilar” los desvíos del lenguaje movilizado por la pasión; 5) “Una
práctica social” que permitía a las clases dirigentes “asegurarse la propiedad
de la palabra”, y 6) “Una práctica lúdica” de la que derivó una suerte de
anti-retórica (ahora entendiendo a la retórica, como una institución re-
presiva), es decir, una suerte de discursividad clandestina o una retórica
“negra” expresada en juegos de palabras, en “parodias, en alusiones eróti-
cas u obscenas” cuyo código cultural queda por establecer.1
Si aceptáramos estos señalamientos de Barthes, entonces tendríamos
que reconocer que la fuerza del discurso podría manifestarse en cualquiera
de estas seis “prácticas”. Pero, siendo esto así, seguramente no se manifes-
taría de la misma manera ni con la misma intensidad. Por mi parte, yo

1
Las citas se localizan al comienzo de esta breve y muy conocida obra en la que el
autor recoge el contenido de un seminario dictado en 1964-1965 en la Escuela de Al-
tos Estudios de París y donde declara que se sintió prácticamente obligado a publicar las
notas de clase ante la completa inexistencia (al menos en francés) de un manual que se
ocupara de este tema (Barthes 1970).

21
raúl dorra zech

observaría que las tres primeras “prácticas” señaladas por Barthes tienen
no sólo un orden y un estatuto sino una propiedad diferentes de las de
las otras, cuya asociación es relativamente caótica. De estas otras tres, la
última, la “práctica lúdica”, nos saca de la llamada “retórica de invención”
y nos lleva a la “retórica de uso”, lo cual no carece de interés puesto que
supone otras formas de adquisición de las estrategias discursivas, y nos
instala en otros espacios de interacción social. Por ejemplo, las “alusio-
nes eróticas u obscenas” no se aprenden en la clase sino, como diría Du
Marsais, se aprenden en el mercado, o, como diría cualquier observador,
se aprenden en la calle y, ahí sí, antes y ahora, el discurso adquiere todo
su poder. Sería, en efecto, muy importante estudiar cómo se organiza y
distribuye la fuerza del discurso en estas formas subversivas del habla y es
extraño que el propio Barthes no lo haya hecho.
De cualquier modo, y en razón de lo que me interesará destacar en
la presente exposición, tampoco yo me detendré ahora —ello quedará
para un futuro trabajo— en este aspecto intensivo del discurso. Pero si
comienzo evocando el listado con el que Barthes empieza su “ayuda-me-
moria”, es porque me interesa destacar que él implica la afirmación de que
la retórica se dice y se entiende de varias maneras. Esta última afirmación
parece obvia y que, sin embargo, continuamente pasamos por alto. Así,
resulta frecuente que se hable de la retórica sin distinguir en qué mo-
mento dejamos de verla como arte y la consideramos como enseñanza o
como disciplina teórica. Por ejemplo, cuando se pone de un mismo lado
a Aristóteles con Cicerón y Quintiliano, cosa tan frecuente, se incurré
en la indiscriminación porque, de hecho, se ve en como si fueran una, las
tres “prácticas” señaladas por Barthes en la primera mitad de su listado:
ciencia, arte y enseñanza. Pero, cuando se llega aun más lejos y se afirma,
como hace Jesús González Bedoya en el prólogo a la edición española
de Traité de l’argumentation, que Chaïm Perleman es el Cicerón del si-
glo xx y unos párrafos más adelante se agrega que su Tratado permite
que Perelman, “sin incurrir en exageración”, sea valorado “como uno de
los tres grandes de la retórica al lado de Aristóteles y de Quintiliano”2 se
está recurriendo a un énfasis retórico que más bien obnubila el campo de

2
En los hechos, al mencionar este Tratado se suele mencionar sólo el nombre de Pe-
relman. La omisión del segundo nombre de autor no necesariamente obedece a un gesto de
economía. En efecto, al parecer, la colaboración de Lucie Olbrechts-Tyteca no fue mucho

22
¿dónde situamos, hoy, la fuerza del discurso?

visión y, por lo tanto, ya no ayuda a valorar, en sus propios términos, la


gran obra de Perelman. Por este tipo de entusiasmos me parece necesario
establecer distinciones cuando se trata de observar, y en todo caso valorar,
los avances o las transformaciones operados en el campo de la retórica en
este último siglo.
Así, para la presente exposición, me quedaré con las tres primeras “prác-
ticas” enumeradas por Barthes, puesto que no sólo son las primeras que salen
al encuentro cuando hablamos de esta disciplina, sino que cada una de ellas
inevitablemente se relaciona con las otras en mayor o menor proporción
permitiéndonos así enriquecer el campo con aspectualizaciones diversas.
He empezado aludiendo a Barthes y luego a Perelman porque quisiera
hacer ciertas preguntas sobre lo que, de hecho, venimos confirmando y, de
algún modo, hemos celebrado en eventos académicos como las Jornadas
mexicanas de retórica, así como en publicaciones que circulan enriquecien-
do el panorama de las ciencias del lenguaje. Me refiero a lo que desde me-
diados del siglo xx se ha considerado una restauración, o recuperación, de
la retórica, un fenómeno que habría sido propiciado por el estructuralismo,
por la Gestalt (entendida ésta como configuración o formación de figuras),
por la estilística literaria y por las corrientes críticas de la lógica. La primera
pregunta que me hago tiene que ver, precisamente, con esta idea de restau-
ración. ¿Es verdaderamente la retórica lo que se ha restaurado? Y, si fuera
así, ¿cuál, o cuáles, de sus aspectos?
Siguiendo una tradición que nadie discute, el ámbito de la retórica,
reducida a sus tres primeras partes, se concibe como naturalmente dividida
en dos esferas: la de las figuras, que correspondería a la elocutio, y la de la
argumentación, que sería una suerte de síntesis de la inventio y la disposi-
tio. Y es en esta segunda esfera donde vemos aparecer la descollante figura
de Chaïm Perelman que, formado en la filosofía y en especial en la lógica,
buscó ser un restaurador del valor de aproximación a la verdad que hay en
los enunciados verosímiles, como había enseñado Aristóteles. Puesto que,
según afirma aquí y allá, la radical negación del valor de los juicios vero-
símiles hecha por Descartes había paralizado el normal desarrollo de la
lógica, Perelman emprendió una suerte de epopeya de la argumentación

más allá de la discutible selección de los fragmentos literarios utilizados para ilustrar los
diferentes tipos de argumentación referidos en la obra (Perelman 1989, p. 18).

23
raúl dorra zech

que comenzó por un estudio de la lógica argumentativa en el derecho (su


primer trabajo importante, de 1945, se titula precisamente, De la justice) y
desembocó en su magno Traité de l’argumentation, de 1958.
Esta obra, escrita en colaboración con Lucie Olbrechts-Tyteca, y que
lleva como subtítulo La nouvelle rhétorique, fue acogida como una con-
tundente recuperación de la retórica al cabo de un secular olvido o, peor
aun, de un desprecio secular, sin embargo, más allá de su innegable valor,
la obra no deja de plantearnos ciertas cuestiones. Hablar de nueva retórica
puede significar dos cosas: hablar de una retórica novedosa, no vista antes,
o bien de una retórica renovada. Esta, creo, es la perspectiva en que se sitúa
el propio Perelman y, sin embargo, ya en la Introducción explica que “Nues-
tro análisis se refiere a las pruebas que Aristóteles llama dialécticas, que
examina en los Tópicos y cuyo empleo muestra en la Retórica”.3 El camino
recorrido que parte de los Tópicos y desemboca en la Retórica “hubiera justi-
ficado el acercamiento de la teoría de la argumentación con la ‘dialéctica’ ”,
dice Perelman, pero enseguida agrega que tal acercamiento terminológico
habría sido fuente de confusiones, pues el término “dialéctica”, que duran-
te siglos sirvió “para designar a la lógica misma”, a partir de Hegel había
adquirido un “sentido muy alejado de su significación primitiva”; por tal
razón renunció a ese enlace y prefirió asociar la teoría de la argumentación
con la retórica, lo que resultaba más ventajoso pues el término “retórica”
había prácticamente desaparecido del léxico filosófico al punto de que los
diccionarios de filosofía llegaron a no registrarlo. Así pues, si bien Perelman
pensaba más en la dialéctica que en la retórica aristotélica, se decidió por
invocar a esta última por la razón citada, aunque aclara que sus esfuerzos
teóricos no se limitarían a las presentaciones orales de la argumentación
debido a que “nuestras preocupaciones son más las de un lógico deseoso
de comprender el mecanismo del pensamiento que las de un maestro de
oratoria preocupado por formar a procuradores”.4 De este modo, la restau-
ración de la retórica obrada por Perelman es básicamente una restauración
de la dialéctica aristotélica, sobre todo una revaloración de lo verosímil o

3
La Retórica, en efecto, puede ser leída como una aplicación de las reflexiones que no
sólo provienen de reflexiones previas hechas por Aristóteles en el campo de la argumenta-
ción sino también en el de la ética (Perelman 1989, p. 35).
4
Al llamar “procuradores” a los oradores, Perelman parece estar pensando en la retó-
rica forense (1989, p. 38).

24
¿dónde situamos, hoy, la fuerza del discurso?

de los lugares comunes del discurso en las prácticas sociales: restauración


y extensión, pues Perelman aplicó esta enseñanza también a los textos es-
critos. Creo, por lo tanto, que si nos atenemos a los límites que el propio
Perelman fijó para su Tratado de la argumentación valoraremos de manera
más adecuada sus grandes aportes.
Paralelamente, en la década de los cincuenta, según todos sabemos,
Roman Jakobson, remitiéndose a una de las oposiciones centrales en la
teoría lingüística de Saussure (paradigma-sintagma), mostró, o trató de
mostrar, que las operaciones verbales realizadas sobre el eje de la selección
podían verse como operaciones metafóricas, y las realizadas sobre el eje de
la combinación podían verse como operaciones metonímicas. Esta suerte
de iluminadora astucia jakobsoniana (corroborada por su estudio de las
afasias) trajo como consecuencia una jubilosa exaltación de la metáfora, la
reina de las figuras y, también, claro está, de la metonimia, hermana poco
menos brillante pero igualmente fundamental para un pensamiento que
procedía construyendo oposiciones binarias. Metáfora y metonimia pa-
recían una pareja de opuestos complementarios lo suficientemente com-
prensiva y abarcadora como para ocupar el escenario entero de las figuras,
ya que todas las demás podían verse como una derivación de éstas. No
pasó sin embargo demasiado tiempo para se empezara a advertir que la
sinécdoque (la relación parte-todo que se había considerado como una
forma de metonimia) debía tener su espacio propio y también privile-
giado. Si pensamos que la sinécdoque procede por inclusión-integración
(operaciones a su vez opuestas y complementarias), tendremos entonces
que las tres funciones básicas de la retórica (reducida, desde luego, al ni-
vel de la elocución, como era de práctica) serían la selección, la combina-
ción y la inclusión-integración. De ese modo se cumplía cabalmente con
el principio sobre el que se asienta el método estructural, que constituye
un esfuerzo por reducir la proliferación de los fenómenos discursivos a un
conjunto finito y reducido de combinaciones.
Desde luego, este avance sistemático no podía ignorar que, en 1821,
en su Manuel classique pour l’étude des tropes, Pierre Fontanier, atenién-
dose con prudencia a la división tradicional entre figures de mots (figuras
de palabras) y figures de pensée (figuras de pensamiento) había reservado
un lugar de privilegio a esta tríada de figuras a las que consideró, más que
como figuras de palabra, como formas o configuraciones matriciales que
operaban o por correspondance (caso de la metonimia) o por conexion y,
25
raúl dorra zech

en sentido más preciso, por compréhension (caso de la sinécdoque) o bien


por ressemblance (caso de la metáfora). La necesidad, pues, de ordenar este
campo viene de lejos.5
Contemporáneo de Fontanier, aunque muy probablemente desco-
nocido por los autores franceses, José Mamerto Gómez Hermosilla, en
su Arte de hablar en prosa y verso, publicado en 1826, había hecho una
afirmación semejante y aún más sorprendente. En efecto, en un apartado
de la segunda parte del capítulo II denominado “Especies de los tropos”
y después de haber recurrido a la lógica para explicar de qué modo el ha-
blante —o, mejor, el sujeto cognoscente—, procede para organizar verbal-
mente la vastedad de sus percepciones (esto es, agrupándolas según sean
simultáneas, sucesivas o semejantes) y cómo eso determina la jerarquía o el
dominio de los tropos; Gómez Hermosilla señala:

es evidente que no puede haber más de tres especies de tropos, en


cada una de las cuales se distinguen luego, para mayor claridad, va-
rios modos de verificar la traslación. La primera comprende las que
se fundan en la relación de coexistencia […] y se llama sinécdoque.
La segunda abraza todas las traslaciones verificadas en virtud de la
conexión que resulta entre las ideas por la sucesión de orden o de
tiempo, y se llama metonimia, La tercera contiene las que se fundan
en la semejanza, y es la llamada metáfora.6

Según esto, también Gómez Hermosilla habría dictaminado que los


procesos cognitivos, así como la fuerza del discurso, descansan sobre estas
tres figuras o, si se quiere, estas tres configuraciones. Tal dictamen, curio-
samente, señala el mismo conjunto de operaciones, pero, al ordenarla al
revés de lo que lo hicieron los pensadores estructuralistas, parece también
invertir de manera implícita la importancia acordada a cada una: ahora el
ordenamiento va de la sinécdoque a la metáfora pasando por la metoni-
mia. ¿Es que de alguna manera la sinécdoque tiene un radio de acción más
abarcador o resulta jerárquicamente superior a la metáfora y la metonimia?

5
Esta clasificación de las figuras hecha por Fontanier se localiza en el Chapitre II, p.
221 (1968).
6
Hemos consultado el libro de Gómez Hermosilla en la edición hecha por Glem en
Buenos Aires, en 1943. Para esta edición colaboró Vicente Salva, quien redactó el prólogo
e insertó un par de apéndices.

26
¿dónde situamos, hoy, la fuerza del discurso?

Ya que los integrantes del Grupo μ eligieron esa letra griega para identifi-
carse con estas dos figuras, habrían sin duda contestado negativamente a
esta pregunta. Sin embargo, una de las aportaciones más esclarecedoras
y, si se quiere, más atrevidas de la Rhétorique générale es haber mostrado
que la metáfora es —o al menos puede ser vista como— el resultado de
dos sinécdoques, una particularizante, incluyente, y otra generalizante,
integradora. ¿Ello querría decir que la sinécdoque abraza a la metáfora?
Carezco de seguridad para responder esta pregunta pero de lo que sí estoy
seguro es que no evoco el dictamen de Gómez Hermosilla para restarle
brillo al gran esfuerzo intelectual hecho a mediados del siglo xx y al cual
tanto le debemos, o al menos le debo yo, sino que lo evoco para avanzar en
la pregunta sobre la tan mentada restauración retórica.
Si prestamos atención a quienes se han ocupado con más énfasis del
estudio de las figuras, veremos que han sido lingüistas o teóricos de la
literatura con fuerte formación lingüística, y que la Rhétorique générale
podría muy bien ser vista en parte como una aplicación y en parte como
una expansión de los postulados de la Sémantique structurale de Greimas.
En efecto, el mayor logro del meticuloso estudio del Grupo μ fue pro-
bablemente haber ordenado y sistematizado de manera más simple (hoy
diríamos más elegante) y homogénea el campo de las figuras corrigiendo,
si queremos decirlo así, el Manual de Fontanier. Pero el Grupo μ obtuvo
lo que obtuvo trabajando con un método rigurosamente lingüístico que
mucho se benefició con el avance del estudio de las unidades sémicas. El
Grupo μ, más que corregir a Fontanier, limpió de malezas el campo donde
éste había trabajado, pero lo hizo con un propósito científico, no didácti-
co como el que animó a Fontanier. Así, los avances en el conocimiento de
las figuras retóricas iniciados en la primera mitad del siglo xx fueron un
avance del conocimiento desinteresado, un avance de la lingüística que, al
hacerse cargo de un vasto y rico campo de procesos verbales, llevo por un
lado a adoptar una mirada esclarecedora —aunque también distanciada—
sobre la retórica en su aspecto elocutivo y, por el otro, a un más preciso
conocimiento de la lengua tanto en su dimensión semiótica como en su
potencia expresiva. Aquí no habría, entonces, una restauración de la re-
tórica sino un claro enriquecimiento de la lingüística que dio lugar a una
sólida teoría del discurso. También —y éste no es un dato menor— tal es-
tudio de las figuras del discurso se expandió en la postulación de retóricas
no verbales, lo que compensó la restricción de la retórica clásica al aspecto
27
raúl dorra zech

de la elocutio, se generalizó el concepto de figura de modo tal que se co-


menzó a hablar de una retórica de los discursos no verbales.
Pero esta fecunda avanzada teórica de ningún modo significó una
clausura de la retórica entendida como “enseñanza” (en el listado de Bar-
thes) sino que la hizo menos visible para una mirada que continuó empla-
zada en, y sólo en, las instituciones de educación superior, porque, hasta
muy entrado el siglo xx, la retórica (asociada a la poética) fue materia
obligada en los ciclos básicos de enseñanza donde incluso se siguieron
organizando certámenes de oratoria. Por otra parte, más allá de las aulas y
del ámbito escolar, en un vasto sector ligado a las ocupaciones que depen-
den de los vaivenes del “mercado” o de la política, se hizo progresivamen-
te fuerte el reinado del discurso persuasivo. Como ya lo había afirmado
Alfonso Reyes al comienzo de los cuarenta, “la prolongación natural”
(Reyes 1961, p. 58)7 de la retórica antigua en nuestros días puede encon-
trarse en las obras y en los cursos que enseñan cómo hablar en público.
En este sentido, innumerables páginas de internet, a las que es muy fácil
llegar con cualquier navegador, muestran esta actividad didáctica (y, por
cierto, bien pagada) siempre dirigida a un público que por diferentes ra-
zones quiere dominar las técnicas de persuasión por el discurso: natural
o increíblemente, las lecciones que encontramos ahí coinciden con las de
los grandes oradores y las de los grandes tratadistas de la antigüedad, los
cuales, incluso, más de una vez están citados como fuente.
Si Demóstenes —y a su turno Cicerón—, basándose en su experiencia,
sostenía que en retórica lo decisivo, por encima de toda otra cosa, era la
actuación del orador, esto es, la combinación de la voz y el gesto, moderna-
mente y, con base en estudios que proceden de las ciencias de la cognición,
se suele enseñar que en el discurso persuasivo 55 % de la eficacia depende
del lenguaje corporal, 38 % del manejo de la voz y sólo 7 % de la informa-
ción verbal transmitida. Estos tratados o cursos de oratoria se detienen tan
exhaustivamente en la enseñanza de las posiciones del cuerpo, del uso de las
manos, del movimiento de cada uno de los dedos, de la mirada, de la posi-
ción de la cabeza, del volumen y la entonación de la voz, que uno no puede
sino pensar en aquel célebre capítulo III del libro XI de las Instituciones

7
Esta obra recoge el contenido de un curso extraordinario dictado en 1942 en la
Facultad de Filosofía y Letras de la unam.

28
¿dónde situamos, hoy, la fuerza del discurso?

oratorias, en el que Quintiliano no deja nada por decir acerca de lo que


Cicerón definió como “la elocuencia del cuerpo” y en general el gesto.
Cada vez más presentes en el mundo de la política, de los negocios, de
la publicidad, de las sectas religiosas, la enseñanza de una oratoria adapta-
da a los tiempos que se viven crece de manera diríase exponencial y uno
no tendría que extrañarse porque vivimos en una sociedad de la ganancia
—no del trabajo— donde desde el empleado más humilde hasta el ejecuti-
vo más encumbrado están sometidos a la exigencia de una profesionaliza-
ción creciente y diversificada y ello hace que, con entusiasmo o resignación,
deban convertirse en asiduos asistentes a cursos de actualización. Hablar,
gesticular, convencer con la voz o las actitudes corporales es algo a lo que
estamos cada vez más exigidos. Quintiliano, que era un orador sobrio, con-
fesó que más de una vez había llorado en el escenario para ser convincente:
hoy no se nos exige llorar sino sonreír en toda ocasión. Fingir llanto irrefre-
nable (como los oradores forenses de la Antigüedad) o sostener una sonrisa
imbatible (como los vendedores que asedian nuestras casas) es de cualquier
modo algo que hay que hacer con arte, aplicando para ello las enseñanzas
de un maestro.
Con el fin de no extenderme más allá de los términos fijados para esta
exposición me detendré en estos rápidos apuntes sobre la retórica entendi-
da como enseñanza para pasar a la retórica entendida como arte, es decir,
a la práctica oratoria. En su libro Clavis universalis, Paolo Rossi, constata
que la memoria artificial, o los modos de ejercitarla, tanto como las artes
combinatorias diseñadas en el mundo antiguo parecen inaccesibles a nues-
tros hábitos mentales. En muchos sentidos, ese mundo de ayer permanece
en el de hoy, pero en otros se ha alejado irremediablemente. Tal vez otro
tanto acontezca con la circulación de la palabra, la cual, para los hombres
de cultura clásica era no sólo un signo de superioridad sino lo humano por
excelencia. En consecuencia, al hablar de la oratoria moderna, debemos
tener en cuenta que, por mucho que ésta replique las técnicas y aun las
estrategias de la oratoria antigua, el valor acordado a la palabra dista de ser
el mismo. Quintiliano enseñaba que en las clases cultas los niños, ya desde
la cuna, tenían que ser preparados para ejercer la oratoria. Ello no quería
decir que necesariamente fueran a hacer de la oratoria su profesión sino
que afirmarían en el ejercicio de la palabra una ética, una estética y una
educación social.

29
raúl dorra zech

Pero el antiguo culto a la palabra hablada, al mismo tiempo que ha


tratado de sobrevivir en la retórica eclesiástica de la Edad Media y en el
humanismo del Renacimiento, se ha visto menguado por un dinamis-
mo espiritual que promueve un recorrido inverso. En ese sentido nuestra
cultura está escindida y el momento de esa escisión tal vez lo marque san
Agustín cuando renuncia a su cátedra de retórica y explica que Dios ha-
bla en el silencio del hombre interior. Desde entonces se instala esta idea
de que la palabra hablada, la verdadera, no debe ser pronunciada sino
escuchada y para ello se necesita del silencio. Más adelante, la cultura del
amor cortés, desarrollada por los trovadores, enseñará que la palidez o
el tartamudeo, el temblor del caballero delante de su dama, constituyen
la legítima elocuencia amorosa. A este respecto Alfonso Reyes hablará
de “una estética fundada en la inhibición, el mutismo y el balbuceo”.8
Así, frente al héroe de la epopeya clásica, virtuoso e incesante en el ha-
blar, tenemos al héroe de la novela cortesano-caballeresca, a Lancelot o
a Amadís cuya lengua, como la de Dante en presencia de Beatriz, resulta
un músculo inepto.
Es cierto que muchos siglos antes que Dante escribiera ese célebre so-
neto inspirado en la imagen de aquella niña que se le apareció como “una
cosa venuta/da ciélo in terra a miracol mostrare”, Safo había compuesto
aquel poema que tanta posteridad tuvo (“Un igual a los dioses me parece/
el hombre aquel que frente a ti se sienta”), poema que muestra la parálisis
verbal del cuerpo que, herido por la pasión, no puede expresarse sino en
el temblor.9 Pero escenas como ésta tomarán todo su sentido o encontra-
rán su más profundo desarrollo en la poesía mística (“[…] y todos más
me llagan/y déjame muriendo/un no sé qué que quedan balbuciendo”) así
como, desde luego, en la lírica romántica. En el siglo xvii, en el apogeo
del Barroco, sor Juana escribe un soneto en el que las lágrimas dicen lo que
no pueden decir las palabras y fray Alonso Pastor publica la Retorica del

8
Alfonso Reyes ya observa este cambio de visión acerca del efecto de elocuencia en la
inhibición verbal de Per Vermudoz, el adalid del Cid Campeador (Dorra 2008).
9
Sin nombre en el original griego, la crítica española ha dado a conocer este texto con
el título convencional de “La pasión”. Los versos citados, con que se inicia el poema, han
sido tomados de la versión de Aurora Luque publicada en 2004 por la editorial madrileña
El acantilado. Hay, por cierto, innumerables versiones de este poema, el que mejor se ha
conservado de los manuscritos que recogen la poesía de Safo.

30
¿dónde situamos, hoy, la fuerza del discurso?

alma recogida que fe habla callando y fe dize en silencio. El amor humano,


pues, tanto como el amor divino parecen encontrar en la retracción ver-
bal su mayor eficacia comunicativa. Ello no impedirá sin embargo que en
otros espacios de la vida social, el de la política o el de las universidades,
donde el saber se entiende como un resultado de la disputatio, la palabra
sea el arma de la inteligencia y el lugar de la toma de decisiones. Gana-
dos por el poder de su palabra, en el siglo xii los estudiantes de Abelardo
—como en el siglo xx lo harían los de Sartre— iban tras él y se instalaban
dondequiera él instalara su cátedra, deseosos de formarse en el arte del
polemista.
Esta dialéctica silencio-palabra, estas tensiones opuestas mantienen
su fuerza en nuestros días en los que o bien tratamos de convencer hablan-
do, o bien mostrando cómo se nos traba la lengua y se nos corta la voz bajo
el peso de la verdad que tratamos de comunicar. Pensando en este vaivén,
y necesitado de poner fin a mi exposición, dejaré dicho que tal vez la ima-
gen, la imago gráfica a la que en nuestros días tanto se recurre para dotar de
eficacia expresiva y contundencia simbólica a los mensajes, sea aquello que
sirve como síntesis entre el soltarse y el retraerse de la palabra.
Parece que, hoy, en efecto, la imagen es el recurso que exhibe o el lu-
gar donde situamos, la fuerza del discurso. La imagen es a la vez enfática
y detenida, sugerente y económica. Una imagen, aseguran los publicistas,
vale más que mil palabras. Aunque profundamente equívoca (pues la elo-
cuencia de la imagen, en este caso, sólo se despliega en una cultura de la
palabra), dicha fórmula hace su obra. Se asegura también que existe, exis-
tiría, una “retórica de la imagen” sin advertir que tal retórica no alcanza a
ofrecer más que unas pocas figuras cuyas matrices, por lo demás, provie-
nen de la retórica verbal. Pero esto es tema de otra discusión. Lo cierto
es que Demóstenes, y Cicerón, por qué no, y aun el propio Quintiliano,
al pensar en la presencia física del orador, en su cuerpo gesticulante, en
sus manos trazando signos en el escenario, hubieran encontrado por lo
menos razonable la fórmula esgrimida por los publicistas gráficos de nues-
tros días. De un modo u otro, parece cierto que hoy existe una creciente
tendencia a suponer que es en la imagen donde se deposita la fuerza del
discurso. La imagen es, pues, un tema que bien valdría la pena analizar
desde esta perspectiva.

31
raúl dorra zech

Bibliografía

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32
la noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ

La noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ


Y SU APLICACIÓN en LA RETÓRICA

Arturo E. Ramírez Trejo


Universidad Nacional Autónoma de México

1. Teoría acerca de la dÝnamis (ΔΥΝΑΜΙΣ)


o fuerza del discurso

Dos testimonios sobre la fuerza del discurso antes de Aristóteles

A ristóteles recoge en su Retórica una tradición acerca de esta disciplina


cuya teoría y práctica ya habían alcanzado un gran desarrollo, espe-
cialmente en el siglo v a. C., tanto en lo general como en sus elementos
varios. Esto se puede constatar desde la primera página y a lo largo de todo
el tratado: comienza, en efecto, señalando la universalidad de la retórica
como disciplina en el mundo del saber (ἐπιστήμη) y la práctica generaliza-
da al azar o por costumbre,1 así como mencionando a “los que componen
las artes de los discursos”,2 sin demérito de Aristóteles, que elevó la teoría
del arte retórico a un nivel casi científico junto con el de la dialéctica, fun-
damentándolas en la verdad para una argumentación válida: la dialécti-
ca, para la demostración de la verdad (ἀπόδειξις τῆς ἀληθείας); la retórica,
como verosímil (εἰκός), para mostrar las cosas persuasivas, “ya que obra de
ella no es el persuadir, sino hacer ver las cosas persuasivas que existen res-

1
Arist. Rh. 1354a6-7: οἱ μὲν εἰκῇ ταῦτα δρῶσιν, οἱ δὲ διὰ συνήθειαν ἀπὸ ἕξεως, “unos lo
hacen al azar, otros por costumbre originada de un hábito”.
2
Arist. Rh. 1354a12: οἱ τὰς τέχνας τῶν λόγων συντιθέντες.

33
arturo e. ramírez trejo

pecto a cada particular”.3 Esta relación de la retórica con la verdad, que es


el fundamento principal de la retórica en la teoría aristotélica, ya se había
contemplado antes de Aristóteles. El filósofo y sofista Gorgias de Leon-
tini (c a. 485-c a. 380) escribía: “Decoro para la ciudad es ciertamente la
valentía; y para el cuerpo, la hermosura; y para el alma, la sabiduría; y para
la acción, la virtud; y para el discurso, la verdad”.4 El decoro no es un sim-
ple ornato, sino un elemento propio y constitutivo, de manera que no se
entiende una ciudad sin hombres valientes, ni un cuerpo sin hermosura,
ni un alma sin sabiduría, ni una acción sin virtud, ni un discurso sin ver-
dad. La ciudad sería ignominia; el cuerpo, adefesio; el alma, fantasma; la
acción, locura; el discurso, palabrería.
También constata Gorgias, junto con la verdad, la fuerza del discurso.
Dice, en efecto, en el apologético encomio de Helena: “Pues los encan-
tos, divinamente inspirados, mediante discursos se hacen inductores de
placer y apartadores de tristeza; ya que la fuerza del encanto, existiendo
junto con la opinión del alma, la fascinó y la persuadió y la cambió con el
hechizo”.5 Y más adelante afirma: “Y tienen la misma proporción tanto la
fuerza del discurso frente a la disposición del alma como la función de los
fármacos frente a la naturaleza de los cuerpos”.6
Gorgias, pues, alude a la verdad y constata la δύναμις o fuerza del dis-
curso retórico, pero no desarrolla una teoría. Nada extraño es entonces
que Platón lo cuestione, cuando en el Gorgias Sócrates, suponiendo un
encuentro con el sofista, dice: “¿Pero acaso querría llegar a dialogar con
nosotros? Pues yo quiero preguntarle cuál es la fuerza del arte del varón y
qué es lo que comunica y también enseña”.7

3
Arist. Rh. 1355b10-12: οὐ τὸ πεῖσαι ἔργον αὐτῆς, ἀλλὰ τὸ ἰδεῖν τὰ ὑπάρχοντα πιθανὰ
περὶ ἕκαστον.
4
Gorgias, Encomio de Helena, Fr. 11.1-2 ΔΚ: Κόσμος πόλει μὲν εὐανδρία, σώματι δὲ
κάλλος, ψυχῆι δὲ σοφία, πράγματι δὲ ἀρετή, λόγωι δὲ ἀλήθεια.
5
Gorgias, Encomio de Helena, Fr. 11.10: αἱ γὰρ ἔνθεοι διὰ λόγων ἐπωιδαὶ ἐπαγωγοὶ
ἡδονῆς, ἀπαγωγοὶ λύπης γίνονται· συγγινομένη γὰρ τῆι δόξηι τῆς ψυχῆς ἡ δύναμις τῆς ἐπωιδῆς
ἔθελξε καὶ ἔπεισε καὶ μετέστησεν αὐτὴν γοητείαι.
6
Gorgias, Encomio de Helena, Fr. 11.14: τὸν αὐτὸν δὲ λόγον ἔχει ἥ τε τοῦ λόγου δύναμις
πρὸς τὴν τῆς ψυχῆς τάξιν ἥ τε τῶν φαρμάκων τάξις πρὸς τὴν τῶν σωμάτων φύσιν.
7
Pl. Grg. 447b9-c4: ἀλλ’ ἆρα ἐθελήσειεν ἂν ἡμῖν διαλεχθῆναι; βούλομαι γὰρ πυθέσθαι
παρ’ αὐτοῦ τίς ἡ δύναμις τῆς τέχνης τοῦ ἀνδρός, καὶ τί ἐστιν ὃ ἐπαγγέλλεταί τε καὶ διδάσκει.

34
la noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ

Otro antecedente de Aristóteles en cuanto a la verdad y la fuerza


del discurso es también el longevo ateniense maestro y orador Isócrates
(436-338 a. C.), muchas veces citado por Aristóteles en la Retórica y quien
aprendió de Gorgias, Protágoras y Sócrates. Él (c. 355 a. C.), refiriéndose
a un tal Lisímaco en un fragmento de su Antídosis (o Intercambio), escrito,
al parecer, en ocasión de un juicio sobre trierarquía, alude a “lo terrible
para hablar” (δεινός), al principio sofista de “hacer más fuerte el discurso
más débil” y a “la verdad” en el discurso:

Y mucho antes yo habría tomado en cuenta que él pensara así, que yo


soy terrible, como entre vosotros lo ha expresado. Pues jamás habría
él intentado presentarme los hechos. Mas ahora ciertamente dice
que yo puedo hacer más fuertes los discursos más débiles. Y ahora llegó
a despreciarme tanto, que, mintiendo él mismo, mientras yo digo la
verdad, espera que fácilmente vencerá.8

Vale la pena recordar el elogio que el propio Isócrates hace del λόγος
(logos), que se ha traducido como discurso, porque el texto alude tanto al
interno o mental como al externo o pronunciado, y se destacan también
los elementos del discurso retórico. Este texto es como un epígrafe ante-
cedente de la Retórica de Aristóteles. Isócrates en el Nicocles 5-9, dirigido
al rey de Salamina en la costa oriental de Chipre, hacia 372 a. C., escribía:

(5) Y se han equivocado tanto, porque no perciben tal realidad, te-


niendo con animosidad lo que es el principio de todos los más gran-
des bienes que hay en la naturaleza de los hombres. Pues ciertamente
en nada nos distinguimos de los demás animales por las otras cosas
que tenemos, sino que ocurre que somos inferiores a muchos tanto en
rapidez como en fuerza y en los demás recursos. (6) Y siendo innato
en nosotros el persuadir y el demostrar a nosotros mismos (τοῦ πείθειν
ἀλλήλους καὶ δηλοῦν πρὸς ἡμᾶς αὐτοὺς) acerca de lo que queramos,
no sólo estamos alejados de vivir bestialmente, sino que, además,
habiendo concurrido logramos fundar ciudades y establecer leyes y
descubrir artes; y casi todo lo que mediante nosotros se ha fabricado

8
Isócr. Antid. 15: Πρὸ πολλοῦ δ’ ἂν ἐποιησάμην οὕτως αὐτὸν νομίζειν εἶναί με δεινὸν
ὥσπερ ἐν ὑμῖν εἴρηκεν· οὐ γὰρ ἄν ποτέ μοι πράγματα παρέχειν ἐπεχείρησεν. Νῦν δὲ λέγει μὲν
ὡς ἐγὼ τοὺς ἥττους λόγους κρείττους δύναμαι ποιεῖν, τοσοῦτον δέ μου καταπεφρόνηκεν ὥστ’
αὐτὸς ψευδόμενος ἐμοῦ τἀληθῆ λέγοντος ἐλπίζει ῥᾳδίως ἐπικρατήσειν.

35
arturo e. ramírez trejo

es el discurso (λόγος) que lo elaboró junto con nosotros. Pues éste


legisló acerca de lo justo y de lo injusto y de lo vergonzoso y de lo her-
moso. No habiendo sido dispuestas estas cosas, nosotros no seríamos
capaces de habitar unos con otros. (7) Con éste acusamos a los malos
y también encomiamos a los buenos. Mediante éste educamos a los
insensatos y aprobamos a los prudentes. Pues consideramos “hablar
como se debe” (τὸ λέγειν ὡς δεῖ) el más grande signo de pensar bien.
Y el discurso verdadero (λόγος ἀληθὴς), conforme a la norma y justo
es imagen de un alma buena y fidedigna. (8) Con éste también de-
batimos (ἀγωνιζόμεθα) acerca de las cosas controvertibles y reflexio-
namos (σκοπούμεθα) acerca de las desconocidas; las persuasiones con
que persuadimos a los demás cuando hablamos (ταῖς γὰρ πίστεσιν
αἷς τοὺς ἄλλους λέγοντες πείθομεν), esas mismas utilizamos cuando
deliberamos (βουλευόμενοι); y llamamos oradores (ῥητορικοὺς) a los
que pueden hablar en medio de la multitud; y llamamos de buen
consejo (εὐβούλους) a quienes entre sí lleguen a discutir las mejores
cosas acerca de los acontecimientos. (9) Y si es necesario dejar dicho
en resumen acerca de esa fuerza (περὶ τῆς δυνάμεως), hallaremos que
nada de lo que se hace razonablemente sucede sin discurso (ἀλόγως),
sino que el discurso es el guía de todas las obras y también de los pen-
samientos y lo utilizan sobre todo quienes tienen mayor inteligencia.
De manera que quienes se atreven a calumniar en torno a los que
educan y filosofan son cosa digna de desprecio igual que ofensores
contra las cosas de los dioses.

En estos antecedentes ya se pueden adivinar los elementos que daban


su peculiar fuerza al discurso retórico y que Aristóteles profundizó y elabo-
ró como doctrina.

Noción de dýnamis (δύναμις) o fuerza en Aristóteles

La fuerza no es un concepto, por tanto, no se puede investigar una defini-


ción de la misma; sin embargo, en la obra de Aristóteles se puede constatar
su función en diferentes planos y llegar a una designación más o menos
análoga en esos diferentes momentos doctrinales. Para ello podemos aten-
der a algunos textos. Así describe Aristóteles la δύναμις:

Se dice fuerza el principio de movimiento o de cambio en otro en


cuanto que es otro, como la construcción es fuerza que no existe

36
la noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ

en lo que se construye; pero la medicina, que es fuerza, podría exis-


tir en el paciente, pero no en cuanto paciente. Así pues, en general
el principio de cambio o de movimiento se dice fuerza, en otro en
cuanto que es otro y por otro en cuanto que es otro.9

Según esta explicación, no hay una definición, sino simplemente


una denominación; además, en el lenguaje de Aristóteles ‘movimiento’
y ‘cambio’ deben entenderse como homónimos que expresan el paso de
un estado a otro; el movimiento no necesariamente es físico, puede ser
simplemente cualitativo. Por eso, llega a considerar una sola especie, cuan-
do habla de las fuerzas, así llamadas por homonimia: “[Cuantas, pues, se
dicen fuerzas por homonimia] y cuantas se dicen con respecto a la mis-
ma especie, todas son ciertos principios y se dicen con respecto al único
primero, que es principio de cambio en otro, en cuanto que es otro”.10 En
esta alteridad se da entonces el agente y el paciente, pero en ambos casos la
disposición se considera fuerza o capacidad; por eso dice Aristóteles: “Es
evidente, pues, que hay como una sola fuerza, de hacer y de padecer (pues
es posible tanto a algo que eso mismo tenga la fuerza (o capacidad) de
padecer, como que otro por parte de ese)”.11 Es decir, una fuerza es activa
y otra (capacidad) pasiva. En realidad se trata de la misma fuerza en sus
dos aspectos, agente y paciente. Lo cual parecería un absurdo, como el que
uno mismo sea agente y paciente de una fuerza. Por eso, la solución a la
aporía o aparente problema también parece evidente: “La aporía se aclara,
dice el Estagirita en la Física, porque el movimiento está en el movible, ya
que es la finalización de ese (movimiento), y (es) parte del motor, ya que la
realización del motor no es otra. Así pues, es necesario que la finalización

9
Arist. Metaph. 1019a15-20: Δύναμις λέγεται ἡ μὲν ἀρχὴ κινήσεως ἢ μεταβολῆς ἡ ἐν
ἑτέρῳ ἢ ᾗ ἕτερον, οἷον ἡ οἰκοδομικὴ δύναμίς ἐστιν ἣ οὐχ ὑπάρχει ἐν τῷ οἰκοδομουμένῳ, ἀλλ’ ἡ
ἰατρικὴ δύναμις οὖσα ὑπάρχοι ἂν ἐν τῷ ἰατρευομένῳ, ἀλλ’ οὐχ ᾗ ἰατρευόμενος. ἡ μὲν οὖν ὅλως
ἀρχὴ μεταβολῆς ἢ κινήσεως λέγεται δύναμις ἐν ἑτέρῳ ἢ ᾗ ἕτερον, ἡ δ’ ὑφ’ ἑτέρου ἢ ᾗ ἕτερον.
10
Arist. Metaph. 1046a9-11: […] δ’ ὅσαι μὲν ὁμωνύμως λέγονται δυνάμεις […] ὅσαι
δὲ πρὸς τὸ αὐτὸ εἶδος, πᾶσαι ἀρχαί τινές εἰσι, καὶ πρὸς πρώτην μίαν λέγονται, ἥ ἐστιν ἀρχὴ
μεταβολῆς ἐν ἄλλῳ ἢ ᾗ ἄλλο.
11
Arist. Metaph. 1046a9-11: […] δ’ ὅσαι μὲν ὁμωνύμως λέγονται δυνάμεις […] ὅσαι
δὲ πρὸς τὸ αὐτὸ εἶδος, πᾶσαι ἀρχαί τινές εἰσι, καὶ πρὸς πρώτην μίαν λέγονται, ἥ ἐστιν ἀρχὴ
μεταβολῆς ἐν ἄλλῳ ἢ ᾗ ἄλλο.

37
arturo e. ramírez trejo

sea de ambos”.12 Por tanto, el movimiento o cambio tiene dos términos,


pero se hace realidad en el movible y en él mismo finaliza; de manera que
la fuerza, aunque procede del agente, se activa y se hace realidad en el pa-
ciente. De ahí la importancia del paciente en la realización de la fuerza.
El análisis más preciso de este hecho lleva a la consideración del principio
y del fin. “Todo lo que se origina —dice Aristóteles— se encamina a un
principio y a un fin (pues principio es a causa de qué y la génesis es por el
fin); y la realización es el fin y en vista de éste se toma la fuerza”.13
“La obra, pues, es fin y la realización es la obra, por eso también
el nombre, realización, se dice en relación a la obra y tiende juntamente
a la finalización”.14 De manera que en la obra o resultado se hace realidad
la fuerza y junto con la obra, que es el fin, se realiza también la finalización
de la fuerza. Con todos esos elementos quiere Aristóteles que se valore
la noción de fuerza, en orden a su aplicación y no simplemente como un
conocimiento. Así se hace más comprensible su aplicación o principio ge-
neral acerca de la δύναμις. Así resume: “Y puesto que de unas [fuerzas] lo
último es la utilización (como de la vista la visión y además de ésa ninguna
otra cosa se origina de la vista); pero de algunas se origina algo (como de
la arquitectura por la construcción una casa), sin embargo ciertamente no
menos hay aquí un fin y más bien allá hay un fin de la fuerza”.15 Y en con-
clusión hay que decir con el mismo: “La realización está en lo que es hecho
[…] y, en general, el movimiento en lo que es movido; pero de los que no

12
Arist. Ph. 202a13-16: Καὶ τὸ ἀπορούμενον δὲ φανερόν, ὅτι ἐστὶν ἡ κίνησις ἐν τῷ
κινητῷ· ἐντελέχεια γάρ ἐστι τούτου [καὶ] ὑπὸ τοῦ κινητικοῦ. καὶ ἡ τοῦ κινητικοῦ δὲ ἐνέργεια
οὐκ ἄλλη ἐστίν· δεῖ μὲν γὰρ εἶναι ἐντελέχειαν ἀμφοῖν.
13
Arist. Metaph. 1050a7-10: ἅπαν ἐπ’ ἀρχὴν βαδίζει τὸ γιγνόμενον καὶ τέλος (ἀρχὴ γὰρ
τὸ οὗ ἕνεκα, τοῦ τέλους δὲ ἕνεκα ἡ γένεσις), τέλος δ’ ἡ ἐνέργεια, καὶ τούτου χάριν ἡ δύναμις
λαμβάνεται.
14
Arist. Metaph. 1050a21-23: τὸ γὰρ ἔργον τέλος, ἡ δὲ ἐνέργεια τὸ ἔργον, διὸ καὶ
τοὔνομα ἐνέργεια λέγεται κατὰ τὸ ἔργον καὶ συντείνει πρὸς τὴν ἐντελέχειαν.
15
Arist. Metaph. 1050a23-28: ἐπεὶ δ’ ἐστὶ τῶν μὲν ἔσχατον ἡ χρῆσις (οἷον ὄψεως ἡ
ὅρασις, καὶ οὐθὲν γίγνεται παρὰ ταύτην ἕτερον ἀπὸ τῆς ὄψεως), ἀπ’ ἐνίων δὲ γίγνεταί τι (οἷον
ἀπὸ τῆς οἰκοδομικῆς οἰκία παρὰ τὴν οἰκοδόμησιν), ὅμως οὐθὲν ἧττον ἔνθα μὲν τέλος, ἔνθα δὲ
μᾶλλον τέλος τῆς δυνάμεώς ἐστιν·

38
la noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ

hay alguna otra obra además de la realización, en ellos mismos existe la


realización (como la visión en el que ve […] y la vida en el alma)”.16
Cuando Aristóteles pasa a la aplicación de la teoría o doctrina que ha
elaborado en torno a la noción de fuerza, atiende precisamente a las artes
y después de decir que hay fuerzas o principios en inanimados y en anima-
dos, dice: “Es evidente que también de las fuerzas unas serán sin discurso
y otras con discurso; por esto todas las artes y las ciencias productivas son
fuerzas, pues son principios que producen cambio en otro en cuanto que
es otro”.17 De manera que Aristóteles mismo abre el camino para aplicar
la doctrina de la fuerza a las artes y por ende a la retórica, como ya lo ha
hecho en relación a las artes médica y arquitectónica.
En síntesis, pues, debemos decir que la fuerza tiene un principio y un
fin: éste es la obra o producto, en el cual la fuerza se hace realidad; la obra
puede ser otra cosa distinta del principio y de la fuerza misma; o bien, pue-
de no haber otra cosa, sino sólo el uso de esa fuerza: en el primer caso está
la construcción de una casa y en el segundo la visión en la vista. La finaliza-
ción de la fuerza está en la casa y en la visión. He aquí el esquema:

principio fuerza fin realización otra cosa


δύναμις ἐνέργεια ἄλλο τι
ἀρχή → τέλος → ἔργον ἐντελέχεια
obra finalización
μετὰ λόγου χρῆσις
con discurso utilización

En relación a la casa, el principio de la fuerza es la arquitectura, la


fuerza es la construcción y su obra o producto es la casa, en la cual se hace
realidad la fuerza y tiene su finalización. Debemos advertir, sin embargo,
que el principio real donde reside la arquitectura y de donde parte la fuer-
za es el arquitecto.

16
Arist. Metaph. 1050a31-36: ἡ ἐνέργεια ἐν τῷ ποιουμένῳ ἐστίν [...] (καὶ ὅλως ἡ κίνησις
ἐν τῷ κινουμένῳ)· ὅσων δὲ μὴ ἔστιν ἄλλο τι ἔργον παρὰ τὴν ἐνέργειαν, ἐν αὐτοῖς ὑπάρχει ἡ
ἐνέργεια (οἷον ἡ ὅρασις ἐν τῷ ὁρῶντι […] καὶ ἡ ζωὴ ἐν τῇ ψυχῇ.
17
Arist. Metaph. 1050a31-36: ἡ ἐνέργεια ἐν τῷ ποιουμένῳ ἐστίν [...] (καὶ ὅλως ἡ κίνησις
ἐν τῷ κινουμένῳ)· ὅσων δὲ μὴ ἔστιν ἄλλο τι ἔργον παρὰ τὴν ἐνέργειαν, ἐν αὐτοῖς ὑπάρχει ἡ
ἐνέργεια (οἷον ἡ ὅρασις ἐν τῷ ὁρῶντι […] καὶ ἡ ζωὴ ἐν τῇ ψυχῇ.

39
arturo e. ramírez trejo

(principio)    (fuerza)    (fin)  (realización)


arquitectura →   construcción →   obra →   casa (finalización)

En cuanto al discurso retórico, el principio es la retórica; su fuerza es


el discurso mismo; su fin, obra o producto, hacer ver lo persuasivo, y su
realización y finalización la utilización o persuasión. No hay cosa distinta,
sino sólo la utilización de la contemplación de lo persuasivo. En ello se
hace realidad el discurso retórico como fuerza, y es la finalización de la
misma. Hay que advertir que el principio reside en el orador:

(principio) (fuerza)     (fin)      (realización)


retórica → discurso →hacer ver lo persuasivo → utilización (persuasión)
(orador)                   (finalización)

Así pues, en retórica, al hablar de la fuerza, se trata del discurso mismo


como instrumento que hace ver lo persuasivo. Sin embargo, como en cual-
quier otro arte, hay un agente como principio de la fuerza que se realiza.
Además, la retórica se desempeña en el ámbito de la comunicación, donde
el orador es el agente o principio donde reside y de donde parte la fuerza
y el oyente es el paciente donde se hace realidad la fuerza por la contem-
plación de lo persuasivo. Así, orador y oyente son los dos términos de la
comunicación. Por eso, la aplicación de la teoría o doctrina acerca de la
dýnanis o fuerza se comprende cabalmente mediante una doble considera-
ción: por una parte, la retórica en el ámbito de la comunicación es univer-
sal y, por otra, ya que el discurso retórico hace ver lo persuasivo, la retórica
es evidentemente factitiva. Así pues, estos dos aspectos de la retórica nos
esclarecerán la fuerza del discurso retórico.

2. Para esclarecer la fuerza del discurso retórico

Universalidad de la retórica

Es innegable la proyección que la retórica clásica ha alcanzado en el tiem-


po y en el espacio, pues no solamente ha llegado hasta nuestros días y
proseguirá, sino que también tiene presencia en todo el orbe y en todas
las ciencias y artes, ya que no solamente se discurre sobre la retórica del

40
la noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ

discurso, sino también de la arquitectura, de la pintura, de la música, de la


coreografía, de la religión y, en general, de todo aquello que de alguna ma-
nera expresa o comunica algo que “el otro” tome en cuenta para la forma-
ción de su mentalidad o para la conformación de su conducta. Podríamos
decir que lo que se ve y se constata no necesita pruebas, pero ya Aristóte-
les apuntaba a esta universalidad, cuando al comienzo de su Retórica la
describía, junto con la dialéctica, como un arte argumentativo que no se
circunscribe dentro de otro arte o ciencia, lo cual en las primeras páginas
repite una y otra vez y, además, todo arte o ciencia necesita de la dialéctica
y de la retórica:

La retórica es antístrofa a la dialéctica. Ambas, en efecto, versan acer-


ca de cosas tales, que, comunes en cierto modo, de todas es com-
petencia conocerlas y no de alguna ciencia determinada. Por esto
también todos en cierto modo participan de ambas; pues todos, has-
ta cierto punto, tienen entre manos tanto averiguar como sostener
una razón, tanto defenderse como acusar.18

Y Aristóteles señala en seguida que hasta entonces la retórica se utili-


zaba principalmente en los juicios, porque esa forma era la más lucrativa,
pero profundiza en el análisis de la naturaleza de ese arte, que, al igual
que la dialéctica, encuentra relacionado con la razón (λόγος) y de alguna
manera, por tanto, con lo verdadero (τὸ ἀληθές), no directamente con la
verdad (ἀλήθεια) como la dialéctica. Pero advierte que en esos discursos
“cautivan al oyente” (ἀναλαβεῖν τὸν ἀκροατήν);19 “se trastorna al que juzga,
incitando a ira o a envidia o a compasión”. “De manera que ya no pueden
contemplar cabalmente lo verdadero, sino que lo propio, placentero o pe-
noso, ensombrece el juicio”. Y entonces “mirando a lo propio y prestando
oídos al favor, se dan a los litigantes pero no juzgan”.20 Es claro, pues, que
en la contemplación y ponderación de lo verdadero la retórica encamina

18
Arist. Rh. 1354a1-6: ἡ ῥητορική ἐστιν ἀντίστροφος τῇ διαλεκτικῇ: ἀμφότεραι γὰρ
περὶ τοιούτων τινῶν εἰσιν ἃ κοινὰ τρόπον τινὰ ἁπάντων ἐστὶ γνωρίζειν καὶ οὐδεμιᾶς ἐπιστήμης
ἀφωρισμένης: διὸ καὶ πάντες τρόπον τινὰ μετέχουσιν ἀμφοῖν: πάντες γὰρ μέχρι τινὸς καὶ
ἐξετάζειν καὶ ὑπέχειν λόγον καὶ ἀπολογεῖσθαι καὶ κατηγορεῖν ἐγχειροῦσιν.
19
Arist. Rh. 1354b33.
20
Arist. Rh. 1354a24-25: οὐ γὰρ δεῖ τὸν δικαστὴν διαστρέφειν εἰς ὀργὴν προάγοντας ἢ
φθόνον ἢ ἔλεον. 1354b10-11: ὥστε μηκέτι δύνασθαι θεωρεῖν ἱκανῶς τὸ ἀληθές, ἀλλ᾽ ἐπισκοτεῖν

41
arturo e. ramírez trejo

hacia un juicio (κρίσις) por parte de la razón. “De manera que, como dice
Aristóteles, no se necesita otra cosa sino que quede demostrado que así es,
como dice el que aconseja”.21 Así pues, en este marco de la razón y de lo ver-
dadero se ubica la retórica, que, como consejera, con su discurso encamina
hacia el juicio o decisión (κρίσις). He ahí la razón por la cual la retórica, al
igual que la dialéctica, es universal por naturaleza: porque todo hombre
puede alcanzar lo verdadero (τὸ ἀληθές) y lo semejante a lo verdadero (τὸ
ὅμοιον τῷ ἀληθεῖ) u opinión común (τὰ ἔνδοξα). Dice Aristóteles:

Pues atañe a la misma facultad hacer ver tanto lo verdadero como lo


semejante a lo verdadero. Y los hombres tanto en su totalidad son
por naturaleza suficientes para lo verdadero, como, en su mayoría,
alcanzan la verdad. Por lo cual, ser conjeturador respecto a cosas de
opinión común es propio de quien igualmente lo es respecto a la
verdad.22

Aristóteles hace la afirmación de universalidad a propósito de que


tanto la dialéctica como la retórica son argumentativas para lograr demos-
trar o mostrar (ἀποδεῖξαι), aquella mediante el silogismo, ésta mediante el
entimema; pero hay una facultad o fuerza (δύναμις) común, no a las artes,
sino a los actores, que son el que demuestra o muestra y el que atiende o
escucha; y esa facultad o fuerza común es la razón o inteligencia que todo
humano posee. De manera que en la retórica tanto el rétor u orador (ὁ
συμβουλεύων) como el oyente (ἀκροατής) miran a lo verdadero, como no
absoluto, sino como persuasivo (πιθανόν) u opinión común (τὰ ἔνδοξα), y
se establece una relación de comunicación entre el orador y el oyente que
decide, de manera que, al mismo tiempo que universal, la retórica es por
naturaleza causativa o factitiva, como se constata en la descripción que de
ella y de sus elementos hace Aristóteles.

τῇ κρίσει τὸ ἴδιον ἡδὺ ἢ λυπηρόν. 1354b34-1355a2: ὥστε πρὸς τὸ αὑτῶν σκοπούμενοι καὶ
πρὸς χάριν ἀκροώμενοι διδόασι τοῖς ἀμφισβητοῦσιν, ἀλλ᾽ οὐ κρίνουσιν.
21
Arist. Rh. 1354b30-31: ὥστ᾽ οὐδὲν ἄλλο δεῖ πλὴν ἀποδεῖξαι ὅτι οὕτως ἔχει ὥς φησιν
ὁ συμβουλεύων.
22
Arist. Rh. 1355a14-18: τό τε γὰρ ἀληθὲς καὶ τὸ ὅμοιον τῷ ἀληθεῖ τῆς αὐτῆς ἐστι
δυνάμεως ἰδεῖν, ἅμα δὲ καὶ οἱ ἄνθρωποι πρὸς τὸ ἀληθὲς πεφύκασιν ἱκανῶς καὶ τὰ πλείω
τυγχάνουσι τῆς ἀληθείας: διὸ πρὸς τὰ ἔνδοξα στοχαστικῶς ἔχειν τοῦ ὁμοίως ἔχοντος καὶ πρὸς
τὴν ἀλήθειάν ἐστιν.

42
la noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ

Retórica factitiva y sus elementos

Antes de dar Aristóteles una noción, más que definición, de la retórica,


advierte que en relación con lo persuasivo la retórica tiene la capacidad o
fuerza (δύναμις) de hacer ver (ἰδεῖν) lo persuasivo (πιθανά) acerca de cual-
quier cosa que se presente; y recalca la universalidad, pues como arte la re-
tórica no se circunscribe a género alguno: “y la retórica, por así decir, parece
que puede hacer contemplar lo persuasivo acerca de la cosa dada; por esto
también afirmamos que no tiene lo artístico en relación a genero alguno
particular determinado”.23
Que las expresiones ‘ver’ y ‘contemplar’ (ἰδεῖν, θεωρεῖν) tienen senti-
do factitivo o causativo (‘hacer ver’, ‘hacer contemplar’) se desprende de
la naturaleza tanto de la dialéctica como de la retórica, que han de lograr
demostrar o mostrar (ἀποδεῖξαι) para el oyente; y porque, por esta acción
de la retórica el oyente, que juzga o decide, debe contemplar cabalmente la
verdad o lo persuasivo, sin que su juicio se ensombrezca. La retórica, pues,
supone al oyente y no es contemplativa: “así pues, es evidente que la retó-
rica no es de absolutamente ningún género determinado, sino así como la
dialéctica, y que es útil; y que obra de ella no es el persuadir, sino el hacer
ver las cosas persuasivas que existen respecto a cada particular”.24 También
es evidente que al hablar de la retórica Aristóteles hace una personificación,
pues quien en realidad cumple las funciones es el rétor u orador, quien no
se va a extasiar en solitaria contemplación de lo persuasivo (τὸ πιθανόν) y
del aparente persuasivo (τὸ φαινόμενον πιθανόν), sino que va a actuar para
hacer que los oyentes vean (ἰδεῖν) lo persuasivo en el entimema o silogismo
retórico: “Y además de esto, que de ella es el hacer ver tanto lo persuasivo
como lo que parece persuasivo, como también en la dialéctica, tanto el silo-
gismo como el aparente silogismo”.25 Y es de notar que en esta advertencia

23
Arist. Rh. 1355b31-34: ἡ δὲ ῥητορικὴ περὶ τοῦ δοθέντος ὡς εἰπεῖν δοκεῖ δύνασθαι
θεωρεῖν τὸ πιθανόν, διὸ καί φαμεν αὐτὴν οὐ περί τι γένος ἴδιον ἀφωρισμένον ἔχειν τὸ τεχνικόν.
24
Arist. Rh. 1355b8-13): ὅτι μὲν οὖν οὐκ ἔστιν οὐθενός τινος γένους ἀφωρισμένου ἡ
ῥητορική, ἀλλὰ καθάπερ ἡ διαλεκτική, καὶ ὅτι χρήσιμος, φανερόν, καὶ ὅτι οὐ τὸ πεῖσαι ἔργον
αὐτῆς, ἀλλὰ τὸ ἰδεῖν τὰ ὑπάρχοντα πιθανὰ περὶ ἕκαστον.
25
Arist. Rh. 1355b15-19: πρὸς δὲ τούτοις ὅτι τῆς αὐτῆς τό τε πιθανὸν καὶ τὸ φαινόμενον
ἰδεῖν πιθανόν, ὥσπερ καὶ ἐπὶ τῆς διαλεκτικῆς συλλογισμόν τε καὶ φαινόμενον συλλογισμόν.

43
arturo e. ramírez trejo

lo persuasivo y aparente persuasivo son en la retórica lo que el silogismo y


el aparente silogismo en la dialéctica; se trata, pues, de argumentación.
Ahora bien, decir que el persuadir no es obra de la retórica, está de-
finiendo el papel de la misma en el ámbito de la persuasión: hacer ver lo
persuasivo, para que el oyente juzgue y decida; pues la afirmación de Aris-
tóteles es categórica: ἕνεκα κρίσεώς ἐστιν ἡ ῥητορική (“la retórica es en vista
de una decisión”).26 Y da la razón: “ya que ellos juzgan los consejos y el
veredicto es un juicio”.27 Afirmaciones como ésa se repiten: “la utilidad de
los discursos persuasivos es para decisión”, “no menos juzgador es uno solo;
porque a quien es necesario persuadir, ése, para decirlo sencillamente, es
un juzgador”, “porque como frente a un juzgador se presenta el discurso al
espectador”.28 Esta ya se había señalado antes, cuando se dijo que se distor-
siona y ensombrece el juicio de quien juzga.
Así pues, la noción que Aristóteles da de retórica es una conclusión de
todo lo dicho y, prosiguiendo con la personificación, la hace con un impe-
rativo: “sea, por tanto la retórica, fuerza de hacer contemplar lo persuasivo,
admitido respecto a cada particular. Esto, en efecto, de ningún otro arte es
obra”.29
Esta conclusión recalca que se describe o define la obra (ἔργον), que a
ningún otro arte atañe, sino a la retórica; es decir, se describe la naturaleza
de la retórica, que es ser fuerza o facultad (δύναμις), como más adelante
lo explica el mismo Aristóteles: “ya que ni una ni otra de éstas es de algo
determinado, ciencia de cómo es; sino ciertas facultades de suministrar
discursos”.30 Y ser tal fuerza (δύναμις) o facultad es la naturaleza de la retó-
rica, como de la dialéctica; “y por cuanto alguien a la dialéctica o a ésta, no
como a fuerzas (o facultades) sino como a ciencias intentara estructurarlas,
no advertirá que hace desaparecer la naturaleza de ellas al cambiarlas, re-

26
Arist. Rh. 1377b22.
27
Arist. Rh. 1377b22-24: (καὶ γὰρ τὰς συμβουλὰς κρίνουσι καὶ ἡ δίκη κρίσις ἐστίν).
28
Arist. Rh. 1391b7-19: ἐπεὶ δὲ ἡ τῶν πιθανῶν λόγων χρῆσις πρὸς κρίσιν ἐστί […] (οὐδὲν
γὰρ ἧττον κριτὴς ὁ εἷς: ὃν γὰρ δεῖ πεῖσαι, οὗτός ἐστιν ὡς εἰπεῖν ἁπλῶς κριτής) […] (ὥσπερ γὰρ
πρὸς κριτὴν τὸν θεωρὸν ὁ λόγος συνέστηκεν[…]).
29
Arist. Rh. 1355b25-29: ἔστω δὴ ἡ ῥητορικὴ δύναμις περὶ ἕκαστον τοῦ θεωρῆσαι τὸ
ἐνδεχόμενον πιθανόν. τοῦτο γὰρ οὐδεμιᾶς ἑτέρας ἐστὶ τέχνης ἔργον.
30
Arist. Rh. 1356a33-36: περὶ οὐδενὸς γὰρ ὡρισμένου οὐδετέρα αὐτῶν ἐστιν ἐπιστήμη
πῶς ἔχει, ἀλλὰ δυνάμεις τινὲς τοῦ πορίσαι λόγους.

44
la noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ

estructurándolas, en ciencias de ciertos asuntos propuestos, y no sólo de


discursos”.31 Por lo demás, ya se explicó cómo, en virtud de esta naturaleza
argumentativa, el θεωρῆσαι (hacer “contemplar”) tiene un sentido causati-
vo o factitivo, porque lo persuasivo que se contempla es lo “admitido” (τὸ
ἐνδεχόμενον πιθανόν) por el oyente: “puesto que lo persuasivo, dice Aris-
tóteles, es persuasivo para alguien, también una cosa resulta de inmediato
persuasiva y creíble por sí misma, otra, por parecer demostrarse por tales
cosas”.32 En esta explicación que da Aristóteles acerca de lo persuasivo aña-
de un sinónimo: creíble (πιστόν); lo cual abre más el horizonte hacia el
oyente del discurso retórico.
Así pues, las consideraciones de Aristóteles en los primeros capítu-
los de su Retórica y la conclusión que ofrece como descripción o defini-
ción de la retórica dan una visión de este arte como universal y factitivo
por su fuerza. Una breve reseña de otros elementos confirma lo dicho.
1) Los géneros retóricos: que el oyente es la razón de ser de la retórica
es claro, porque a partir del oyente la retórica tiene tres clases de discursos:
“Y hay, en número, tres especies de retórica, dice Aristóteles, pues tantos
resultan ser también los oyentes de discursos”, “y el fin está en relación a
éste”; no que el fin sea el oyente, sino que está en relación al oyente:

Y es necesidad que el oyente sea o espectador o juzgador; y juzgador


o de lo que ha sucedido o va a suceder. Y quien juzga acerca de lo que
va a suceder es el de la asamblea y quien acerca de lo que ha sucedido,
el juez; pero quien acerca de la facultad, el espectador; de manera
que por necesidad, concluye, tres serán los géneros de los discursos
retóricos: deliberativo, forense y epidíctico.33

31
Arist. Rh. 1359b12-16: ὅσῳ δ᾽ ἄν τις ἢ τὴν διαλεκτικὴν ἢ ταύτην μὴ καθάπερ ἂν
δυνάμεις ἀλλ᾽ ἐπιστήμας πειρᾶται κατασκευάζειν, λήσεται τὴν φύσιν αὐτῶν ἀφανίσας τῷ
μεταβαίνειν ἐπισκευάζων εἰς ἐπιστήμας ὑποκειμένων τινῶν πραγμάτων, ἀλλὰ μὴ μόνον λόγων.
32
Arist. Rh. 1356b232: ἐπεὶ γὰρ τὸ πιθανὸν τινὶ πιθανόν ἐστι, καὶ τὸ μὲν εὐθὺς ὑπάρχει
δι᾽ αὑτὸ πιθανὸν καὶ πιστὸν τὸ δὲ τῷ δείκνυσθαι δοκεῖν διὰ τοιούτων.
33
Arist. Rh. 1358a36b8: ἔστιν δὲ τῆς ῥητορικῆς εἴδη τρία τὸν ἀριθμόν: τοσοῦτοι γὰρ
καὶ οἱ ἀκροαταὶ τῶν λόγων ὑπάρχουσιν ὄντες. σύγκειται μὲν γὰρ ἐκ τριῶν ὁ λόγος, ἔκ τε τοῦ
λέγοντος καὶ περὶ οὗ λέγει καὶ πρὸς ὅν, καὶ τὸ τέλος πρὸς τοῦτόν ἐστιν, λέγω δὲ τὸν ἀκροατήν.
ἀνάγκη δὲ τὸν ἀκροατὴν ἢ θεωρὸν εἶναι ἢ κριτήν, κριτὴν δὲ ἢ τῶν γεγενημένων ἢ τῶν μελλόντων.
ἔστιν δ᾽ ὁ μὲν περὶ τῶν μελλόντων κρίνων ὁ ἐκκλησιαστής, ὁ δὲ περὶ τῶν γεγενημένων [οἷον] ὁ
δικαστής, ὁ δὲ περὶ τῆς δυνάμεως ὁ θεωρός, ὥστ᾽ ἐξ ἀνάγκης ἂν εἴη τρία γένη τῶν λόγων τῶν
ῥητορικῶν, συμβουλευτικόν, δικανικόν, ἐπιδεικτικόν.

45
arturo e. ramírez trejo

Baste mencionar cuál es el papel del oyente que decide en el delibe-


rativo: “y es claro esto, acerca de cuántas cosas es el deliberar. Y tales son:
cuantas naturalmente se refieren a nosotros y de las cuales el principio de
su existencia está en nosotros”.34 “Y puesto que el uso de los discursos per-
suasivos es para decisión (pues acerca de lo que sabemos y hemos decidido
para nada se necesita ya del discurso),35 se delibera acerca de “cuanto admi-
te tanto ser como no ser”.36
2) Entimema y tópicos: en cuanto a la argumentación son impor-
tantes el entimema y las proposiciones o tópicos a partir de los cuales se
forman los entimemas, pues se refleja lo factitivo en los enunciados que
expresan lo verosímil (εἰκός), ya que esto es lo persuasivo admitido por el
oyente (τὸ ἐνδεχόμενον πιθανόν).
a) Aristóteles censura a los tratadistas de retórica, porque nada dicen
del entimema, “que es el cuerpo de la persuasión”.37 En esta metáfora de-
bemos entender que el alma del entimema es la persuasión, que es un acto
íntimo y muy personal del oyente, por eso el entimema mismo y sus ele-
mentos son llamados persuasiones: “la persuasión es cierta demostración
(pues entonces principalmente nos persuadimos, cuando aceptamos que está
demostrado) y la demostración retórica es el entimema y es éste, para de-
cirlo llanamente, lo más importante de las persuasiones y el entimema es
cierto silogismo”.38 Sin embargo, el silogismo entimemático se compone
de premisas, entre las que se deben encontrar los enunciados verosímiles y
persuasivos para el oyente, pues “mediante las opiniones comunes se hacen
las persuasiones y los discursos” y “sentencia es parte del entimema y del
discurso”:39 “Y de lo dicho resulta evidente que es necesidad tener primero

34
Arist. Rh. 1359a37-b3: ἀλλὰ δῆλον ὅτι περὶ ὅσων ἐστὶν τὸ βουλεύεσθαι. τοιαῦτα δ᾽
ἐστὶν ὅσα πέφυκεν ἀνάγεσθαι εἰς ἡμᾶς, καὶ ὧν ἡ ἀρχὴ τῆς γενέσεως ἐφ᾽ ἡμῖν ἐστιν.
35
Arist. Rh. 1391b7-12: ἐπεὶ δὲ ἡ τῶν πιθανῶν λόγων χρῆσις πρὸς κρίσιν ἐστί (περὶ ὧν
γὰρ ἴσμεν καὶ κεκρίκαμεν οὐδὲν ἔτι δεῖ λόγου).
36
Arist. Rh. 1359a.32: ὅσα ἐνδέχεται καὶ γενέσθαι καὶ μή.
37
Arist. Rh. 1354a.16: ὅπερ ἐστὶ σῶμα τῆς πίστεως.
38
Arist. Rh. 1355a3-9: ἐπεὶ δὲ φανερόν ἐστιν ὅτι ἡ μὲν ἔντεχνος μέθοδος περὶ τὰς πίστεις
ἐστίν, ἡ δὲ πίστις ἀπόδειξίς τις (τότε γὰρ πιστεύομεν μάλιστα ὅταν ἀποδεδεῖχθαι ὑπολάβωμεν),
ἔστι δ᾽ ἀπόδειξις ῥητορικὴ ἐνθύμημα, καὶ ἔστι τοῦτο ὡς εἰπεῖν ἁπλῶς κυριώτατον τῶν πίστεων,
τὸ δ᾽ ἐνθύμημα συλλογισμός τις.
39
Arist. Rh. 1355a27-29: ἀλλ᾽ ἀνάγκη διὰ τῶν κοινῶν ποιεῖσθαι τὰς πίστεις καὶ τοὺς
λόγους. Rhet. 1393a28: ἡ γὰρ γνώμη μέρος ἐνθυμήματός ἐστιν.

46
la noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ

las premisas acerca de estas cosas. Pues las pruebas y las cosas verosímiles
y los indicios son las premisas retóricas. El silogismo, en efecto es total-
mente a partir de las premisas, y el entimema es un silogismo constituido
a partir de las premisas dichas”.40
b) Los tópicos son muestra de la importancia del oyente en la retó-
rica: “y, además de esto, de ella es el hacer ver tanto lo persuasivo como
lo que parece persuasivo”.41 Y lo persuasivo es persuasivo no en sí mismo,
sino para alguien42 y ese alguien es el oyente a quien ni siquiera es necesa-
rio decírselo, sino hacer que lo tome en cuenta: “ni siquiera es necesario
decirlo, porque el mismo oyente lo añade […] pues todos lo saben”.43 Los
oyentes hasta se alegran cuando escuchan lo que ya antes han entendido
(1395b2-6), y no hay que argumentar asumiendo todo (1395b25: οὔτε
πάντα δεῖ λαµβάνοντας συνάγειν). He ahí, pues, la importancia del tópico
en la argumentación retórica: a partir de lo que el oyente de antemano ad-
mite, él mismo se persuade, elaborando en su mente su propio argumento:
ἐνθύμημα.
Aristóteles plasma así lo subjetivo, no de la retórica como tal, sino de
la persuasión, pues se desarrolla en el interior del oyente del discurso, que
es el sujeto de la persuasión. El Estagirita comprendió que, si lo persuasi-
vo es persuasivo para alguien, lo verosímil no es tal en sí mismo, sino en
la mente del oyente. De manera que las proposiciones persuasivas en la
argumentación retórica se relacionan entre sí en cuanto a lo verosímil y
lo persuasivo, en el discurso interno del oyente, que no necesita que to-
das sean explícitas en el discurso oral, pues él en su silencio configura el
entimema por el que se persuade y elige o decide una conducta conforme
a la verdad de lo verosímil. Y así resulta realidad lo que dice en la Ética a

40
Arist. Rh. 1359a6-10: φανερὸν δὲ ἐκ τῶν εἰρημένων ὅτι ἀνάγκη περὶ τούτων ἔχειν
πρῶτον τὰς προτάσεις: τὰ γὰρ τεκμήρια καὶ τὰ εἰκότα καὶ τὰ σημεῖα προτάσεις εἰσὶν ῥητορικαί:
ὅλως μὲν γὰρ συλλογισμὸς ἐκ προτάσεών ἐστιν, τὸ δ᾽ ἐνθύμημα συλλογισμός ἐστι συνεστηκὼς
ἐκ τῶν εἰρημένων προτάσεων.
41
Arist. Rh. 1355b15-16: πρὸς δὲ τούτοις ὅτι τῆς αὐτῆς τό τε πιθανὸν καὶ τὸ φαινόµενον
ἰδεῖν πιθανόν.
42
Arist. Rh. 1356b28: ἐπεὶ γὰρ τὸ πιθανὸν τινὶ πιθανόν ἐστι.
43
Arist. Rh. 1357a18: οὐδὲ δεῖ λέγειν· αὐτὸς γὰρ τοῦτο προςτίθησιν ὁ ἀκροατής […]
γιγνώσκουσι γὰρ πάντες.

47
arturo e. ramírez trejo

Nicómaco (1140a10-11): “Lo mismo sería arte que disposición productiva


con discurso verdadero.”
c) Delante de los ojos (πρὸ ὀμμάτων): la figura más plástica con que
Aristóteles expresa la función factitiva de la retórica es: “reproducir la cosa
delante de los ojos”:44 y él mismo explica qué significa esto: “ahora bien,
digo que reproducen delante de los ojos45 aquellas palabras, cuantas sig-
nifican cosas vívidas”.46 Y la expresión literaria que se identifica con esta
forma de decir es la metáfora,47 entendida como “traslación del nombre
de otro”,48 mediante una analogía: “y digo lo análogo, cuando de manera
semejante se encuentra lo segundo respecto a lo primero y lo cuarto res-
pecto a lo tercero, pues se dirá en vez de lo segundo lo cuarto o en vez de
lo cuarto lo segundo”.49 Lo cual se entiende con el siguiente ejemplo: “la
vejez es a la vida y la tarde es al día; se dirá, por tanto, que la tarde es la vejez
del día”,50 o también podríamos decir que la vejez es el atardecer de la vida.

Conclusión

El final de esta exposición es brevísimo y en un tono parenético: después


de discurrir sobre Aristóteles acerca de la noción de fuerza y su aplicación
a la retórica, nos percatamos de que el Estagirita, sin perder la línea de la
tradición retórica griega, la recogió y la enriqueció en su sistema filosófi-
co, destacando su carácter universal en el tiempo, en el espacio y entre los
pueblos, así como su función factitiva en el ámbito de la comunicación.
Pero al mismo tiempo constatamos que, desde cualquier punto de vista
y en cualquier tema retórico, la Retórica de Aristóteles es el paradigma y

44
Arist. EN. 1140a9-10: ταὐτὸν ἂν εἴη τέχνη καὶ ἕξις µετὰ λόγου ἀληθοῦς ποιητική.
45
Arist. Rh. 1405b12: ποιεῖν τὸ πρᾶγμα πρὸ ὀμμάτων.
46
Arist. Rh. 1411b25: λέγω δὴ πρὸ ὀμμάτων ταῦτα ποιεῖν ὅσα ἐνεργοῦντα σημαίνει.
47
Arist. Rh. 1411a26: τοῦτο γὰρ μεταφορὰ καὶ πρὸ ὀμμάτων.
48
Arist. Po. 1457b6 – 7: µετα- φορὰ δέ ἐστιν ὀνόµατος ἀλλοτρίου ἐπιφορὰ.
49
Arist. Po. 1457b16-19: τὸ δὲ ἀνάλογον λέγω, ὅταν ὁµοίως ἔχῃ τὸ δεύτερον πρὸς τὸ
πρῶτον καὶ τὸ τέταρτον πρὸς τὸ τρίτον· ἐρεῖ γὰρ ἀντὶ τοῦ δευτέρου τὸ τέταρτον ἢ ἀντὶ τοῦ
τετάρτου τὸ δεύτερον.
50
Arist. Po. 1457b23-25: ὃ γῆρας πρὸς βίον, καὶ ἑσπέρα πρὸς ἡµέραν· ἐρεῖ τοίνυν τὴν
ἑσπέραν γῆρας ἡµέρας.

48
la noción aristotélica de ΔΥΝΑΜΙΣ

nos abre el horizonte para el estudio y la práctica del más noble arte en el
mundo del conocimiento y de la convivencia humana.

Bibliografía

Aristóteles (1990). Retórica. Introducción y traducción de A. Tovar. Madrid:


Instituto de Estudios Políticos (Clásicos Políticos).
— (2002). Retórica. Introducción, traducción y notas de A. Ramírez Trejo. Mé-
xico: unam (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana).
Düring, I. (1987). Aristóteles. Exposición e interpretación de su pensamiento,
traducción de B. Navarro. México: unam.
TLG (=Thesaurus Linguae Graecae) (1998), TLG Workplace, Silver Mountaine
Software.

49
ΛΟΓΟΥ ΔΥΝΑΜΙΣ en platón, fedro 271A-272B

ΛΟΓΟΥ ΔΥΝΑΜΙΣ EN PLATÓN, FEDRO 271A-272B

Gerardo Ramírez Vidal


Universidad Nacional Autónoma de México

E n las páginas siguientes abordaré tres asuntos: primero, recordaré bre-


vemente la crítica platónica contra el mal uso de la retórica y presenta-
ré un esbozo de la retórica en los diálogos de Platón; segundo, expondré la
concepción de la retórica holística en el Fedro; por último, explicaré cuáles
son los elementos donde radica la fuerza discursiva, con base en el diálogo
indicado.
1. En la conocida disputa entre retórica y filosofía en Platón se han
difundido algunas ideas equivocadas acerca del filósofo; una de ellas es
que él rechaza la retórica y otra que se opone al empleo de los mecanismos
no racionales: las emociones y el êthos. Se trata de dos interpretaciones
equivocadas de lo dicho por el filósofo.
En cuanto a su antagonismo, Platón no se opone a la retórica en sí,
sino a la que él conocía, de naturaleza práctica y didáctica, y plantea una
diferente. Desde el punto de vista ontológico, para el filósofo esa retórica
no era un arte sino una práctica, una experiencia o empeiría que los maes-
tros transmitían a sus discípulos: no contenía un verdadero cuerpo siste-
mático de doctrina discursiva. Su crítica abarcaba también los elementos
propios de la retórica, por ser un cúmulo desordenado de nociones. Con
base en el criterio epistemológico, la retórica vigente en su tiempo no era
un conocimiento verdadero, pues se basaba en verosímiles, no en verda-
des; lo que buscaban los rétores no era enseñar a descubrir y a transmitir la
verdad, sino a basar los alegatos en opiniones o verdades aparentes. Desde
el punto de vista ético, para Platón la finalidad de esa práctica era mani-
pular a los jueces en los tribunales y a los ciudadanos en la asamblea, o
embelesar a las multitudes en ceremonias oficiales; además, y sobre todo,
la enseñanza era una mercancía, pues se cobraba por ella. Una y otra vez
51
gerardo ramírez vidal

en el diálogo Sofista indica que los maestros sólo buscaban ganar dinero,
obtener un provecho monetario aprovechándose de los incautos.1
Se puede observar que, desde un punto de vista filosófico, Platón te-
nía toda la razón, pero los rétores o maestros de retórica de su tiempo no
eran filósofos ni teóricos, sino hombres prácticos dedicados a la enseñanza
de aquello en lo que eran expertos: la política. Su propósito era formar
ciudadanos capaces de encontrar las mejores soluciones a los problemas de
la ciudad y capaces también de llevar a cabo acciones exitosas, como la ges-
tión pública y el comando del ejército. Para lograrlo, los maestros debían
dotar a sus discípulos de una gran cantidad de conocimientos prácticos
recurriendo a las enseñanzas de los poetas, en particular de Homero, y a
los antepasados como modelos de comportamiento ético. A ello se debía
que fueran importantes en su instrucción político-retórica la poesía, la
historia local o familiar y el conocimiento de las constituciones, que abar-
caba tanto los poderes constituidos como las costumbres y las prácticas
sociales y religiosas. El cálculo, la geometría y las demás ciencias eran sólo
propedéuticas.
Platón busca cambiar esa situación y hacer de la retórica un instru-
mento de la filosofía y un objeto de estudio de la filosofía. No existe pro-
piamente un conflicto entre filosofía y retórica, sino entre retórica política
y retórica filosófica. Al reformar y sistematizar la retórica de su tiempo,

1
Entre numerosos estudios sobre este asunto, puede consultarse el resumen de Barilli
1979, pp. 10-14, que subraya la oposición entre epistēme y doxa. Kennedy (1963, p. 14),
observa que Platón desarrolló la crítica de la retórica a tal punto que “él es el más famoso
y exhaustivo enemigo de la retórica” (cf. pp. 15-17). Ijsseling (1976, p. 7) afirma que “el
conflicto entre retórica y filosofía llegó a su punto más alto con Platón. Su actitud en rela-
ción con la retórica fue claramente negativa y en muchos aspectos incluso declaradamente
hostil”. Una exposición mucho más favorable a una relación positiva entre retórica y filo-
sofía, en Platón, se encuentra en Pernot (2016, pp. 72-83), quien afirma (p. 79): “Platón
hizo entender a los filósofos que la retórica les concernía, y por esta razón no hay una sola
escuela filosófica en la Antigüedad que no se haya ocupado de la retórica; Platón hizo
comprender a los rétores que la filosofía les concernía, y por ello las nociones y las pro-
blemáticas filosóficas están presentes en el pensamiento de numerosos oradores y en las
prescripciones de numerosos tratados de retórica. La obra platónica instaura un diálogo
entre filosofía y retórica, y este diálogo es una característica fundamental en toda la historia
de la retórica antigua”.

52
ΛΟΓΟΥ ΔΥΝΑΜΙΣ en platón, fedro 271A-272B

el filósofo se convierte en el verdadero padre de la retórica,2 una retórica


holística o totalizadora integrada no por una sino por varias retóricas que
define a lo largo de su vida con una orientación ética: debería ejercerse
para conducir a las almas a lo justo, y con un fundamento epistemológico:
debería basarse en el conocimiento de la verdad. De esta manera, la retóri-
ca constituye un punto central de su filosofía.
Los diálogos platónicos diseñan todo un plan de enseñanza de la retó-
rica; todos ellos muestran diferentes procedimientos discursivos y algunos
abordan directamente la retórica.3 Entre estos últimos podemos citar los
siguientes: Gorgias o de la retórica, Menexeno o del elogio fúnebre, Ion o de
la poesía, Eutidemo o de la disputa, Hipias II o de la mentira, Cratilo o de la
exactitud de los nombres y Fedro o del amor.
En relación con el discurso político, se puede observar un proceso en
el pensamiento de Platón. La posición inicial es de rechazo al discurso
dirigido a las masas y al discurso judicial en el Gorgias, y del empleo de
un discurso vertical del gobernante al gobernado y del dueño al esclavo,
como aparece en la Carta séptima y en la República. El Fedro presenta los
fundamentos del discurso eficaz. las Leyes constituyen el epílogo del pro-
ceso: el discurso político debe tener una función instructiva y debe ser el
vehículo mediante el cual los dioses se comuniquen directamente con los
ciudadanos.4
Gorgias, el personaje del diálogo homónimo, es uno de los maestros
de política más famosos de su tiempo, aunque Platón lo muestra sólo como
maestro de retórica. El diálogo (387 a. C.) contiene una dura crítica contra
la retórica enseñada en las escuelas de las dos primeras décadas del siglo
iv, como la de Isócrates. En esencia, la crítica se centra en presentar esa
disciplina como un conocimiento aparente con el propósito de agradar,

2
Cf. Cole 1991, pp. 28 y 29, quien señala que Platón y Aristóteles fueron los funda-
dores tanto de la retórica como de la filosofía.
3
Yunis (1996, pp. 117-236) elabora un minucioso análisis de la retórica política en
los diálogos platónicos. De la p. 117 a la 171 trata fundamentalmente sobre el diálogo
Gorgias; de la 172 a la 210, sobre el Fedro, y de la 211 a la 236, sobre las Leyes. Al interior de
estos bloques Yunis aborda otras obras: la Carta séptima en las pp. 161-162; la República,
162-171.
4
Cf. Yunis 1996, p. 235: “distancia filosófica que Platón ha recorrido desde el agrio
rechazo de la retórica en el Gorgias a la creación de un nuevo género retórico de discurso
jurídico y político en las Leyes es inmensa”.

53
gerardo ramírez vidal

frente a la filosofía, cuyo fin es la búsqueda de la verdad. A pesar de que


se encuentra claramente orientada a la retórica política, esa crítica sirvió
como expresión del rechazo filosófico de la retórica en su totalidad. Sin
embargo, en el Gorgias se encuentran algunos fundamentos de una retó-
rica general orientada no sólo a la persuasión en el foro o en la asamblea,
sino a todo tipo de discurso, lo que será desarrollado en el Fedro.5
La República sigue la misma línea trazada en el Gorgias, aunque no
se discute directamente sobre retórica, sino sobre la forma en que gobier-
nan los reyes filósofos. Aunque no existe la retórica deliberativa, pues las
decisiones están en manos de los gobernantes, sí hay una retórica autorita-
ria, en cuanto emana de la autoridad, y despótica, en cuanto la ejercen los
dueños sobre los esclavos: esta retórica es de carácter imperativo, vertical
y autoritaria. Además, en ese mismo diálogo existe otra retórica, la epidíc-
tica, muy importante en la educación de los miembros de la ciudad. De
esta manera, la retórica tiene un espacio importante en la ciudad ideal de
Platón.6
2. El Fedro (370 a. C.) es posterior a la República. Su título completo
es Fedro o del amor, pero Hermias de Alejandría (siglo v), en la sección
que se encuentra en su comentario a este diálogo intitulada “opiniones de
la finalidad” (δόξαι τοῦ σκοποῦ), indica que algunos consideraban que la
obra trataba sobre el amor, pues comienza con el discurso de Lisias (un re-
conocido maestro de retórica) sobre el amor, pero otros presuponían que
versaba sobre retórica, porque ése era el verdadero motivo (πρόφασις) del
discurso de Lisias y porque el diálogo es una refutación dialéctico-retórica
contra ese discurso sobre el amor, con el fin de establecer un programa
filosófico y los fundamentos de la retórica verdadera.7

5
Kennedy (1963, p. 16) observa lo siguiente: “Aunque Platón negaba que la retórica
tal como era en su tiempo fuera un arte, estaba preparado, incluso en el Gorgias, para ad-
mitir la posibilidad de una verdadera retórica (504d5 ss.), esto es, de una que demostrara
la verdad absoluta con base en verdaderos principios. Esta posibilidad la desarrolló años
después en el Fedro […]”.
6
Cf. Méndez Aguirre 2007, pp. 79-97, aunque el autor describe la retórica en la Re-
pública a partir de consideraciones éticas y teóricas, no desde el punto de vista político-
práctico.
7
Hermias 1901, p. 8, ll. 16-21.

54
ΛΟΓΟΥ ΔΥΝΑΜΙΣ en platón, fedro 271A-272B

El Fedro trata sobre la retórica en sentido positivo,8 pues señala con


claridad que la actividad de escribir discursos para que fueran pronuncia-
dos en el tribunal, es decir, la logografía, no es una profesión vergonzosa,
como normalmente se pensaba entonces. En cambio, indica que lo que sí
debe considerarse vergonzoso es no hablar ni escribir bien (258d4-5). Por
tanto, el problema reside en saber en qué consiste saber escribir [y hablar]
bien o mal. Y para saber lo anterior se requiere de un método de estudio
que consiste en analizar la escritura de Lisias o de cualquier otro autor que
haya escrito o vaya a escribir. Es decir, se debe analizar la actividad de escri-
bir bien en absoluto (del presente y del futuro) y en relación no sólo con
los discursos políticos, sino también con los privados, lo mismo en verso
que en prosa (258d8-11).
Encontramos aquí ya anunciado el campo de la retórica platónica: no
sólo los discursos ya escritos, sino también los que habrán de escribirse;
no sólo los discursos políticos, esto es, deliberativos, judiciales y epidícti-
cos, sino también los discursos privados, y no sólo los textos en prosa, sino
también la poesía. Asimismo, para que el discurso sea realmente bueno, el
orador o escritor debe conocer la verdad de lo que va a decir (259e4-5):
el conocimiento de la verdad de lo que el orador debe hablar es el funda-
mento de la retórica filosófica. Y ésta es una verdadera novedad, pues el
interlocutor de Sócrates, Fedro, expresa su extrañeza en torno a la verdad
en retórica.

Fed. —Querido Sócrates, lo que oí sobre este asunto es así, que para
llegar a ser orador no es necesario aprender qué es lo justo en verdad,
sino las opiniones de la gente que va a juzgar, ni lo que es bueno o no-
ble en verdad, sino sólo lo que parece serlo. En efecto, la persuasión
se da a partir de estas cosas, mas no de la verdad.9

Para entender lo anterior, Platón utiliza una antítesis: la verdad


(alētheia) se opone a la opinión (doxa). Se refiere en este caso, en particu-

8
Sobre una descripción general de este diálogo, cf. Kennedy 1994, pp. 39-43, y Ken-
nedy 1963, pp. 74-79.
9
Pl. Phdr. 259e7-260a4: Οὑτωσὶ περὶ τούτου ἀκήκοα, ὦ φίλε Σώκρατες, οὐκ εἶναι
ἀνάγκην τῷ μέλλοντι ῥήτορι ἔσεσθαι τὰ τῷ ὄντι δίκαια μανθάνειν ἀλλὰ τὰ δόξαντ᾽ ἂν πλήθει
οἵπερ δικάσουσιν, οὐδὲ τὰ ὄντως ἀγαθὰ ἢ καλὰ ἀλλ᾽ ὅσα δόξει· ἐκ γὰρ τούτων εἶναι τὸ πείθειν
ἀλλ᾽ οὐκ ἐκ τῆς ἀληθείας. Las traducciones son mías.

55
gerardo ramírez vidal

lar, a la retórica judicial: la multitud, que es la que va a juzgar, no necesita


conocer lo que es realmente justo, sino lo que en opinión de la mayoría es
justo. Fedro está presentando lo que sucede en la vida de los tribunales.
En seguida, Sócrates interviene subrayando que el orador que no sabe
distinguir entre el bien y el mal no puede dar buenos frutos. Nótese que
Sócrates no refuta a Fedro, pues aquél se refería a los jueces como desti-
natarios del discurso, éste, en cambio, a los oradores ignorantes que fun-
damentan su discurso en las opiniones de la gente. También queda claro
que Sócrates no se refiere a esta retórica que presupone el conocimiento.
En seguida, Platón recurre a la prosopopeya de la Retórica, haciéndola
intervenir y afirmar que el orador debe conocer la verdad. La Retórica,
el personaje, hace un agregado importante: “sin mí, no será más fácil per-
suadir con arte a quien conoce las cosas verdaderas” (260d). En otras pa-
labras, también los filósofos necesitan de la retórica. Sócrates parece estar
de acuerdo en ello, pues afirma: “dice el laconio que un arte verdadero de
la palabra sin estar unido a la verdad ni existe ni jamás existirá”.10 Platón
presenta el arte retórico en su totalidad, es decir, la retórica holística (τὸ
ὅλον ἡ ῥητορικὴ τέχνη).

¿Entonces, no será el arte retórico en su totalidad una especie de con-


ducción de las almas mediante discursos, no sólo en los tribunales
y en las demás reuniones públicas, sino también en las privadas, la
misma ya sea se traten asuntos insignificantes o importantes, y que su
uso correcto en nada sería más estimado cuando se trata de asuntos
serios que cuando son insignificantes?11

Tres elementos característicos se deben subrayar en el anterior pasa-


je que ha sido muy estudiado.12 En primer lugar, se pone atención en la

10
Pl. Phdr. 260e5-7: τοῦ δὲ λέγειν, φησὶν ὁ Λάκων, ἔτυμος τέχνη ἄνευ τοῦ ἀληθείας
ἧφθαι οὔτ’ ἔστιν οὔτε μή ποτε ὕστερον γένηται.
11
Pl. Phdr. 261a7-b2: ΣΩ. Ἆρ’ οὖν οὐ τὸ μὲν ὅλον ἡ ῥητορικὴ ἂν εἴη τέχνη ψυχαγωγία
τις διὰ λόγων, οὐ μόνον ἐν δικαστηρίοις καὶ ὅσοι ἄλλοι δημόσιοι σύλλογοι, ἀλλὰ καὶ ἐν ἰδίοις,
ἡ αὐτὴ σμικρῶν τε καὶ μεγάλων πέρι, καὶ οὐδὲν ἐντιμότερον τό γε ὀρθὸν περὶ σπουδαῖα ἢ περὶ
φαῦλα γιγνόμενον;
12
Sobre este pasaje, cf. Yunis 1996, pp. 201-207, donde reenvía a otros estudios y
señala el sentido ritual de la psycagōgía y la importancia de la psicología para el discurso
público.

56
ΛΟΓΟΥ ΔΥΝΑΜΙΣ en platón, fedro 271A-272B

conducción de las almas mediante la palabra, mediante la adaptación del


discurso al destinatario, semejante a la estrategia de la polytropía que ya se
encuentra en los llamados “discursos pitagóricos”. Pitágoras adaptaba sus
discursos a las diversas clases de personas: a los jóvenes les hablaba de un
modo, a los hombres de otro, y a las mujeres a su modo. En Platón encon-
traremos desarrollado este elemento de acuerdo con criterios políticos.
El segundo punto, que ya aparece delineado en el Gorgias, es que el
ámbito de la retórica abarca tanto lo público como lo privado. Fedro se
asombra de las palabras de Sócrates, porque tal amplitud del campo de la
retórica le era por completo desconocida, pues la retórica tradicional era
esencialmente política, ya sea en los tribunales como en las asambleas. Sin
embargo, no debemos entender por reuniones privadas (ἐν ἰδίοις) sólo la
enseñanza filosófica, también las discusiones cotidianas, pero esto no le
interesa a Platón.
El tercer aspecto que se debe subrayar es que no importa si los asuntos
son importantes o no, frente a la concepción isocratea de que la retórica
debe abordar los problemas políticos de mayor relevancia; así, la retórica
aborda todo tipo de asuntos. La última parte del párrafo reproducido pa-
rece una amplificatio que busca subrayar el asunto de los temas.
En los pasajes siguientes, se presentan los fines de cada género, dos
de los cuales son los tradicionales: en el forense, lo justo y lo injusto; en
el deliberativo, lo bueno y lo malo, que equivalen a lo útil y lo nocivo.13
El género epidíctico completa la tríada canónica de los géneros retóricos,
cuyo poder expresivo hace que las cosas parezcan iguales y diferentes, una
y muchas, móviles e inmóviles. Sin embargo, es probable que el tercer gé-
nero no sea el epidíctico, sino el filosófico.14

13
Pl. Phdr. 261c10-d4: ΣΩ. Οὐκοῦν ὁ τέχνῃ τοῦτο δρῶν ποιήσει φανῆναι τὸ αὐτὸ τοῖς
αὐτοῖς τοτὲ μὲν δίκαιον, ὅταν δὲ βούληται, ἄδικον; [...] Καὶ ἐν δημηγορίᾳ δὴ τῇ πόλει δοκεῖν τὰ
αὐτὰ τοτὲ μὲν ἀγαθά, τοτὲ δ’ αὖ τἀναντία; “Sócrates: ¿Entonces, quien hace esto con arte,
no hará que una misma cosa unas veces parezca justa a las mismas personas, y otras injusta,
si así lo quiere? ¿Y en el discurso deliberativo [no hará] que las mismas cosas parezcan a la
ciudad unas veces buenas y otras lo contrario?”.
14
Pl. Phdr. 261d6-8: ΣΩ. Τὸν οὖν Ἐλεατικὸν Παλαμήδην λέγοντα οὐκ ἴσμεν τέχνῃ,
ὥστε φαίνεσθαι τοῖς ἀκούουσι τὰ αὐτὰ ὅμοια καὶ ἀνόμοια, καὶ ἓν καὶ πολλά, μένοντά τε αὖ καὶ
φερόμενα; “Sócrates: ¿Entonces, no sabemos que el Palamedes eleático habla con tal arte
que hace que las mismas cosas parezcan a quienes escuchan iguales o diferentes, una sola o
muchas, inmóviles y móviles?”. El pasaje parece referirse al ámbito filosófico, pues los fines

57
gerardo ramírez vidal

Platón retoma la doctrina de la retórica holística nuevamente para


cerrar este punto, en la página 261.15 Se trata de la técnica de hacer todo
igual, con sigilo, y descubrir a quien intenta hacer lo mismo, para lo cual es
necesario ser conocedor de la verdad. En efecto, se puede pasar de lo justo
a lo injusto, y hacer aparecer una cosa como si fuera otra, sin que los demás
se den cuenta.
En resumen, Platón no refuta la retórica de manera total, sino la de
sus adversarios16 y en sus diálogos muestra diversos modelos de retórica,
de manera particular en el Fedro, donde presenta, en sus grades directrices,
la teoría de una retórica dialéctica, basada en el método de las divisiones
y uniones y cuyo fin es conducir las almas hacia el bien. La retórica ya no
está en oposición de la filosofía, como aparecía en el Gorgias, sino que
ambas son una y la misma.
3. Ahora será preciso preguntarnos en qué radica la fuerza del discur-
so según el Fedro de Platón, quien, luego de describir los conocimientos

indicados son los temas abordados por la escuela eleática: el uno y lo múltiple, lo igual y lo
diferente y lo inmóvil y lo móvil. Por ello, para la mayoría de los estudiosos no parece haber
duda de que nos encontramos en el ámbito de la filosofía eleática, ni de que τὸν Ἐλεατικὸν
Παλαμήδην es una clara referencia a Zenón o al propio Parménides. Sin embargo, es muy
probable que el pasaje platónico no haga referencia a los filósofos de Elea (Ἐλεατικὸν, de
Ἐλέα, o Velia, en Italia), sino al maestro de retórica Alcidamante de Elaia > Elea (Ἐλαιτήν,
de Ἐλαια, Asia Menor), y por tanto debería suponerse un error en la tradición manuscrita.
La base para presuponer que se trataba de Elaia y no de Elea, se encuentra en Quintiliano
quien, al hacer una reseña sumaria de los primeros rétores, menciona también quem Pa-
lameden Plato appellat, Alcidamas Elaites. Claramente se entiende que el autor latino se
refiere al pasaje de Platón, aunque se ha supuesto algún error o alguna referencia a una obra
perdida del filósofo. Otro argumento a favor de la lectura Ἐλαιτήν es que Platón se está refi-
riendo a las artes retóricas, menciona al rétor Palamedes (τέχνῃ), atributo poco apropiado a
Zenón o a Parménides. Por último, habrá que recordar que Alcidamante escribió una obra
intitulada Odiseo contra Palamedes por traición.
15
Pl. Phdr. 261d10-e4: ΣΩ. Οὐκ ἄρα μόνον περὶ δικαστήριά τέ ἐστιν ἡ ἀντιλογικὴ καὶ
περὶ δημηγορίαν, ἀλλ’, ὡς ἔοικε, περὶ πάντα τὰ λεγόμενα μία τις τέχνη, εἴπερ ἔστιν, αὕτη ἂν εἴη,
ᾗ τις οἷός τ’ ἔσται πᾶν παντὶ ὁμοιοῦν τῶν δυνατῶν καὶ οἷς δυνατόν, καὶ ἄλλου ὁμοιοῦντος καὶ
ἀποκρυπτομένου εἰς φῶς ἄγειν, “Sócrates: Entonces, se da la controversia no sólo en torno a
los tribunales y las asambleas, sino que, según parece, en torno a los discursos en su totali-
dad una y la misma arte habría, si existe, aquella por la cual uno es capaz de hacer igual todo
con todo en la medida de lo posible y con quienes sea posible, y llevar a la luz todo, cuando
algún otro hace igual y de manera oculta”.
16
Se refiere expresamente al método de Lisias y Trasímaco (Pl. Phdr. 269d7-8).

58
ΛΟΓΟΥ ΔΥΝΑΜΙΣ en platón, fedro 271A-272B

retóricos en su época (266d6-267d9), introduce un problema de “cuál es


y cuándo se da la fuerza del arte retórico”,17 idea a la que Platón vuelve a
referirse (Phdr. 271c10), con la expresión λόγου δύναμις, y que consiste en
aquello que hace que los discursos sean capaces de conducir las almas de los
hombres. La sección donde se aborda este tema (Phdr. 268a2 a la 272b6,
de la edición de Burnet) se divide en tres bloques. El primer bloque (Phdr.
268a2-269c5) se refiere a los conocimientos sobre procedimientos retó-
ricos que, aunque son necesarios, son previos al verdadero conocimiento
retórico el cual consiste en saber a quién se dirige el discurso, cuándo, en
qué medida, cómo se combinan entre sí y con el todo, y la organización del
discurso en su totalidad (la brevedad, las imágenes, los artificios del estilo,
etc.). El segundo bloque (Phdr. 269c6-270d8) trata sobre cómo y de dón-
de podría uno adquirir el arte retórico y persuasivo.18 Aquí, luego de tratar
a los factores de la retórica: naturaleza, conocimiento o arte y práctica, se
refiere en particular al arte: para alcanzar la perfección en retórica es ne-
cesario conocer la naturaleza del alma, así como para dominar la medicina
se requiere conocer la naturaleza del cuerpo, antes de suministrar a éste
fármacos (phármaka) y alimento para dar salud y fuerza, y al alma palabras
y comportamientos apropiadas para producir persuasión y perfección en
el discurso.19 Luego explica Platón cómo conocer la naturaleza de las co-
sas: ver si la cosa es simple (aploûs) o compuesta (polyeidés) y en seguida
examinar la capacidad de acción y de pasión ya sea de la cosa simple o de
las partes de la compuesta.
El tercer y último bloque (Phdr. 170d9-172b6) contiene la aplicación
de lo anterior al caso específico de la retórica, partiendo del principio de
que el verdadero arte retórico consiste en conocer la naturaleza del alma,
lo demás son conocimientos necesarios pero insuficientes, de manera que

17
Pl. Phdr. 268a2: […] ἴδωμεν, τίνα καὶ πότ’ ἔχει τὴν τῆς τέχνης δύναμιν. Traduzco
δύναμις como “fuerza”. Aunque de manera más estricta la palabra significa ‘facultad’ o ‘po-
tencia’, la ‘fuerza’ es una facultad específica de los animales, como en Pl. Prot. 321d8, donde
se dice que Epimeteo confirió a unos animales ‘fuerza mas no velocidad’ (τοῖς μὲν ἰσχὺν
ἄνευ τάχους).
18
Pl. Phdr. 269c9: τὴν τοῦ τῷ ὄντι ῥητορικοῦ τε καὶ πιθανοῦ τέχνην πῶς καὶ πόθεν ἄν
τις δύναιτο πορίσασθαι.
19
Pl. Phdr. 270b7-9: τῇ δὲ λόγους τε καὶ ἐπιτηδεύσεις νομίμους πειθὼ ἣν ἂν βούλῃ καὶ
ἀρετὴν παραδώσειν.

59
gerardo ramírez vidal

el arte de las palabras debe empezar por exponer lo esencial de la natura-


leza del alma, a la que se quiere persuadir. Luego de esta breve introduc-
ción, Platón muestra cómo se debe hablar y escribir (Phdr. 171a4-271b5) y
cómo escribir (Phdr. 171c10-172b6). Ambas descripciones se basan en los
mismos elementos, aunque lo primera trata en general del arte retórico y el
segundo del arte de escribir retóricamente.
Platón establece así la enseñanza técnica de la retórica en esas dos des-
cripciones que podemos resumir en tres apartados: a) conocimiento del
alma, b) conocimiento de los discursos, c) adecuación de los discursos a
cada alma, de manera que la teoría del poder del discurso contiene los si-
guientes elementos:20
a1. Se deben dividir las especies de almas y conocer las características
de cada especie (Phdr. 171d1-3). Cada tipo de alma corresponde a un tipo
particular de ser humano (Yunis 1996, p. 203) o a un grupo de seres huma-
nos. Platón no dice cuántas especies existen. Es probable que se refiera a las
pasiones (ira, odio, miedo, deseo) y a los caracteres (nobleza, benevolencia,
equidad, tranquilidad) del destinatario individual o grupal.
a2. Se debe describir con toda exactitud la naturaleza del alma: si es
simple o compuesta (ἕν καὶ ὅμοιον / πολυειδές, Phdr. 271a4-8). Un alma
compuesta se divide en sus elementos, que son simples, de manera que es
necesario tomar en consideración cuáles son las características del alma
simple y de la parte del alma compuesta a la que se quiere persuadir.
a3. Con cuál de sus formas actúa o siente (Phdr. 271a10). Se trata de
los aspectos éticos y patéticos, pues los primeros son comportamientos o
actitudes, mientras los segundos sus tendencias anímicas.
b4. Se deben conocer las diferentes especies de discursos y el carácter
de cada especie (Phdr. 271d3-5). Aunque Platón no mencione cuántas y
cuáles son las especies de discursos, se puede suponer que se trata tanto
de los discursos políticos a los que antes se ha hecho referencia, como al
discurso filosófico.
c5. Una vez clasificados los géneros de discursos y de almas con sus
elementos emocionales, se debe examinar las causas por las que un deter-
minado tipo de alma (racional, pasional, etc.) se deja influir por un tipo de

20
Yunis (1996, pp. 203-207) cita en extenso ambas descripciones y estudia algunos
elementos de ambas.

60
ΛΟΓΟΥ ΔΥΝΑΜΙΣ en platón, fedro 271A-272B

discurso (epidíctico, adulatorio, etc.) (Phdr. 271b1-5), pues algunas almas


se dejan persuadir por un tipo de discurso y por tal causa, pero otras no se
dejan persuadir fácilmente por ese mismo discurso (Phdr. 271d5-7).
c6. Ser capaz de saber cuándo se debe callar y conocer el momento
propicio para hablar y cómo hablar, si de manera breve o extensa o para
provocar compasión, etcétera (Phdr. 271a4-7). La adecuación de los dis-
cursos a las almas no es siempre la misma, pues los estados anímicos se mo-
difican por influencia de las circunstancias externas. El maestro de retórica
debe conocer o intuir los momentos propicios de aquellos que no lo son.
Con un conocimiento profundo de todo ello, el futuro orador debe
observar atentamente cómo sucede en los casos concretos, de modo que,
una vez que sea capaz de decir qué alma es persuadida por qué clase de
discursos, lo aplique a casos concretos: a la persona con determinada na-
turaleza se les debe aplicar discursos de tal género y de tal manera, con el
fin de persuadirlo de una cosa o de otra. Además, se debe considerar si
el momento es oportuno o lo contrario, de modo que uno deba hablar o
callarse. Sólo cuando se llega a este tipo de conocimiento teórico y prác-
tico, el orador ha llegado a la belleza y perfección en la posesión del arte,
pero no antes (Phdr. 271a7-b2).
Platón no considera aquí la elaboración discursiva, pero en otros pa-
sajes se refiere a estos conocimientos que, como se ha dicho, son necesa-
rios, pero con ellos no se llega al arte propiamente dicho: la estructura del
discurso como la de un ser vivo, los elementos del estilo, los argumentos y
a otros procesos retóricos, todo lo cual conforma en su unidad la retórica
platónica, que es propiamente la primera retórica filosófica, con base en
el criterio de verdad, distinta y opuesta a la que se enseñaba en su tiempo.
Para él, el arte retórico radica en el conocimiento psicológico de los hom-
bres y de sus reacciones concretas ante determinados discursos. El poder
de la palabra radica en el conocimiento de todo ello y en su aplicación a
cualquier tipo de casos, pues la retórica es un conocimiento teórico y prác-
tico de carácter general.

61
gerardo ramírez vidal

Bibliografía

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62
la fuerza retórica

LA FUERZA1 RETÓRICA: CLAVE DEL ACONTECER


DE LO PÚBLICO POLÍTICO2

Ana María Martínez de la Escalera


Universidad Nacional Autónoma de México

[…] por un lado, encomio a Helena, por


el otro, pasatiempo mío —decía Gorgias.

Dedicatoria

Q uerría dedicar este escrito a la dulce memoria de Helena Beristáin: al


fervor de una enseñanza reanimada en su siempre presente dicciona-
rio. Igual lo ofrezco a Jacques Derrida en duelo a diez años de su falta y al
no menos vivo recuerdo de huellas y espectros de la justicia (Derrida 1995)
reactivadores de la crítica que alienta en su pensamiento. Por último, lo
dedico a otra indudable fuerza ejercida en sureños escenarios de sobre-
vivencia: al ch’ulel maya, a su jaguar y a la resistencia, fuerza de perdura-
ción y de invención de lo humano realizada en el discurso del Movimiento
zapatista,3 y particularmente en su Ley de las mujeres, que cumple veinte

1
A la “fuerza” se la nombra confirmando su estatuto de acontecimiento del decir-
hacer (fuerza/resistencia) del discurso. Cabría preguntarse: ¿fuerza de qué?, ¿sobre qué
o quién se ejerce o aplica?, ¿dónde se ejerce, cómo se ejecuta o se dispone?, pues su inter-
pretación moderna deja atrás la caracterización de potencia (en la estructura aristotélica
potencia-acto) para insistir en el carácter activo, de paso al acto psicoanalítico e histórico,
de activación o reactivación de alguna invención pasado o perteneciente a otra tradición, a
otra lengua, de acontecimiento de las fuerzas.
2
Este trabajo fue realizado en el marco del proyecto dgapa-papime pe-400214.
3
Dice Antun Kojtom Lam que entre los pueblos mayas de Tenejapa el Ch’ulel, la
fuerza, tiene cinco características o fases de desenvolvimiento: La 1ª fase del ch’ulel es el
“Ch’ulel como conciencia”. Él habla de la conciencia sobre el entorno. La conciencia va a se

63
ana maría martínez de la escalera

años de guiar la experiencia libertaria-colectiva del discurso intercambia-


do en la organización de las vidas humanas. Vidas vividas entre humanos y
entre otros seres vivientes dignos también de conducir su vida en libertad.

***

No es aquella dedicatoria ni ociosa ni una entre muchas, pues personifi-


ca en el nombre de Discurso y otorga identidad histórico-política a una
sutil confabulación de las fuerzas o poderes de la actividad enunciativa,
voluntarios e involuntarios, sobre el mundo: llamémosle memoria pro-

construya con relación a la edad. Se enseña desde la edad temprana y tiene que ver con el
respeto (no dañar, observar, no jugar con lo que dañe a la vida). Tiene también que ver con
auto cuidarse. La 2ª fase del ch’ulel es el “L’ab como dualidad”. Está vinculado a los otros
seres y consiste en la relación: hombre/mujer, la raíz de la que proviene la vida que es la
energía que viene de ti y se comparte con el otro. “Nunca olvides tu raíz que te da la vida y
vive en ti. Nunca olvides de dónde vienes, de dónde eres, quién eres”. Hay algo conectado
más allá de los ancestros. Las raíces hablan del reconocimiento de los ancestros y se pue-
den tejer, son mutables. La vitalidad se comparte con el ch’ulel. Es una energía a través de
la que fluyen los cuatro elementos que son el agua (la sangre), el fuego (sol), la tierra (el
cuerpo) y el viento (aliento). Con la tierra vuelve a fluir la energía. La 3ª fase del ch’ulel son
los seres de luz, “el Poslom”, donde se utilizan fuerzas sobrenaturales que tienen que ver
con el manejo de las energías. El chamanismo se relaciona con la transferencia de energía
de los animales, los pájaros, los jaguares. Hay personas que logran entender el manejo de
todas las formas de fuerza. Los brujos, por ejemplo, son transformadores de bolas de luces,
los chamanes o iloles tienen ese Toyol —momento energético elevado. El Toyem conoce
los manejos de energía. Pueden ser los rezadores a la tierra: ojos de agua, bocas de cerros, a
la milpa, o al cuerpo humano. También pueden ser los hombres y mujeres de conocimiento
que conocen de los calendarios, los curanderos. Son los elevados, la dualidad que observa el
universo, lee las estrellas y parte del respeto, del escullar la boca, abrir la orejera, formar la
lengua. Esta fase puede desarrollar vinculaciones de energía, compartir energía con anima-
les en trece niveles. Los hombres y mujeres de conocimiento se alimentan solarmente: pue-
den curar o dañar poderosamente. La 4ª fase son “los padres-madres”. La energía matriz, el
ch’ulel donde se desintegra la materia corporal, puede ser visible o invisible. Pasa a formar
parte de la dualidad padre-madre. Conjuntan esa dualidad energética donde se recoge la
vida (en el plano de los muertos) —el mundo de los muertos. La 5ª fase tiene que ver con
el “ch’ulel naturaleza”. Conjunto de pájaros, árboles, animales, piedras, que tienen ch’ulel,
o vitalidad que reencarna en nosotros y nosotros en ella. Tomado del diálogo oral entre el
citado y la Dra. María Isabel Pérez Enríquez, invitada en el proyecto papime: “Formación
en humanidades” 2014-2016.

64
la fuerza retórica

sopográfica pues recoge y da voz a lo que no la tiene, reactivándose en


un tiempo-ahora4 crítico para las humanidades y su compromiso con la
investigación “sin coartada”.5 En este caso, nada más adecuado que la voz
“confabulación” para interpretar una asociación discursiva, narrativa y fa-
bulada de fuerzas, identificadas por Derrida como “huellas espectrales”6
de la tradición humanista europea que vería la luz en el siglo xv, y que
persisten, reavivadas, en los actuales caminos mundiales del pensamiento.
Persisten, ¿o bien hacemos persistir?, huellas que justicieramente recuer-
dan y reactivan la interrogación procedente de las voces de los excluidos
y de sus saberes colectivos. Puesta en cuestión de privilegios. Reunión y
conversación de variadas figuras en un campo del libre hacer/decir más
allá de la ortodoxia de una historia oficial parapetada en su eterna torre de
marfil la cual la mantiene apartada de la gente común y reproduciendo las
exclusiones.
Confabulación cuyo principal rasgo resulta ser el de contribuir al
debate entre hablantes para socializar la decisión sobre lo que se consi-
dera o se debe considerar humano —debemos reiterarlo, y la reiteración
es también una fuerza técnica y mecánica. Esta importante contribución
en la invención para mejor de lo público no se conforma con practicar y
entender lo público como un espacio vigilado o controlado, sino que se
ejercita en el derecho de toma de la palabra y en el derecho/deber de ré-
plica histórica y política. Confabulación, entonces, en tanto rasgo o con-
dición pública de los intercambios discursivos y no discursivos (isegóricos
más que isonómicos),7 los cuales, más allá de la división del trabajo y la

4
Tiempo de crisis, tiempo en que se deben dar respuestas a las demandas de los que
han sido desprovistos de dignidad y de derechos.
5
El pensamiento ha de ser sin condición, sin coartada; su única guía lo que la singu-
laridad de cada investigación indique (Derrida 2002).
6
El espectro es lo que está a la vez vivo y muerto, activo e inactivo, esperando para re-
activarse. En el terreno social o de la memoria histórico-política es la demanda de justicia.
Se vincula al perdón y por lo tanto a los procesos de reconstrucción de la democracia tras
una dictadura y a las posibles modalidades de reconciliación (Derrida 1995).
7
Dice Detienne que la isegoría y la isonomía realizan la democracia en la polis griega.
Emerge la segunda, según el mismo autor, de la igualdad entre los guerreros quienes, a través
del mismo derecho al botín de guerra, actualizan su igual relación ante el centro sagrado del
poder, verificando su cualidad de homoioi (semejantes en relación con el centro del poder
o soberanía). La primera es la que interesará a los rétores pues hace referencia al derecho de

65
ana maría martínez de la escalera

dominación de los cuerpos y de su voz, generan la escucha responsable


ante el otro siempre anterior,8 activando la toma de la palabra alternativa
insurgente, propositiva y la interrogación crítica que responde a las fuerzas
de la conversación entre diferentes. Aclaremos desprendiendo o derivando
de lo anterior unas pocas consideraciones:

1. Hemos comenzado ejerciendo y afirmando a la vez la fuerza de la memo-


ria (Benjamin) cuyo poder de activación de identidades y experiencias
es indudable: ya sea mediante la adopción de la figura ceremonial y a
la vez poética del treno que algunos historiadores del pensamiento to-
man como origen del saber retórico, o que encarnando en el “nombre
propio” la fuerza colectiva del llamado de los vivos a los muertos, nos
ubica en el presente, no en el pasado. [“Somos pueblos originarios no
indígenas”]
2. De ahí pasamos a la mención de las huellas espectrales (Derrida) cuya
perduración es un claro ejemplo persuasivo o prueba, según queramos
ver, del poder de interpelación de lo que ha sido (la deuda) sobre lo que
será y, paradójicamente, de lo que puede llegar a ser sobre la actuali-
dad, o bien de la fuerza de apropiación-expropiación y exapropiación
puesta en marcha en los intercambios discursivos en la reinvención de lo
público-político. Las acciones discursivas de toma de la palabra son in-
ventoras del tiempo social e histórico como legado, tradición, cobijo de
lo mejor de las experiencias de lo humano y aquello que se desea honrar,
como el gesto innovador cobijado por la Ley de las mujeres zapatistas
que aquí hemos recordado (reactivado). Las memorias de las experien-
cias anónimas y colectivas son sin duda fuerzas íntimas y sociales a la
vez, que configuran una eficacia: la invención pública.
3. Hemos querido en la dedicatoria también dar un lugar especial a la en-
señanza recogida en el Diccionario de retórica y poética de Beristáin y en
Universidad sin condición de Jacques Derrida. Las memorias se tornan
inscripción cuyo poder de persuasión (personificación e identificación

toma de la palabra de los homoioi Mediante un ritual tan minucioso como el del reparto
del botín, los iguales toman sucesivamente la palabra situándose en el centro del círculo de
escuchas, si es un asunto común, o en el límite de la circunferencia si es un asunto íntimo,
personal (Detienne 1981, pp. 87-147).
8
El otro es siempre anterior al discurso y a la conversación; su anterioridad es más
bien ética; con él nos une o vincula una responsabilidad irrenunciable (Levinas 1993).

66
la fuerza retórica

prosopopéyicas) se enfrenta a la muerte y al olvido en cada relectura y


reactivación del gesto crítico que acompaña a ambos libros.
4. A continuación quisimos referirnos a los poderes discursivos, figurales,
configuradores de las relaciones entre la memoria y el olvido en los testi-
monios de las víctimas de las violencias estatizadas y el terror institucio-
nalizado, mediante una fuerza plástica de sobrevivencia o de porvenir,
paradójicamente frágil (débil fuerza mesiánica decía Benjamin).9 Un
porvenir por cierto que sería más conveniente llamarlo “por-llegar-lle-
gando” para distinguirlo, sin oponerlo, al futuro, que como explicaría
Derrida tantas veces, no está “delante” en una supuesta continuación
inexorable del vector temporal, sino que es más bien la promesa que
cobijada por la lengua (o por la pluralidad de las lenguas) manifiesta
la sana alteridad de las obras y de los seres. Se trata en este caso de una
condición de alteridad trabajando y produciendo ora lo diferente, ora
lo mejor (aunque sin garantía). O sea: produciendo la alteridad que
rehúye la conformidad consigo misma de toda identidad dominante y
se abre a la invención y a la expropiación del discurso y su vocabulario
público, al desplazar significados de viejas catacresis y al acoger nuevos.
La invención y la expropiación discursivas no solo albergan posibilida-
des diferenciales de futuro, sino que además se resisten a la apropiación
privada del discurso y a la consecuente exclusión de los hablantes de la
toma de la palabra y de la réplica propositiva. Por ejemplo, cuando a
través de políticas públicas les es arrebatado el derecho de toma de la
palabra y goce de derechos a los pueblos indígenas mediante la clausura
jurídica de la definición de “indígena”.

Como la memoria identitaria, su contraparte, la fuerza diferencial


o de transgresión de la memoria y de las identidades sojuzgadas procede
como una fuerza realizativa. Lo mismo sucede con la invención del pen-
samiento crítico —el ars inveniendi al que Adorno hacía referencia en el
lejano año de 1928. Ninguna de las fuerzas citadas posee un único origen
demostrable, ni fundamento psico-fisiológico u ontológico. Son procesos

9
Recuérdese el carácter figural de la filosofía de la historia benjaminiana; a ese res-
pecto la tradición de los oprimidos es la expresión o sintagma figurativo de lo subyugado
en la historia; son tanto las víctimas de violencia letal, sus dolientes, como todos los seres
humanos que han sufrido, hasta ahora en silencio, algún tipo de ejercicio de la dominación
y que toman a su cargo la débil fuerza mesiánica: poderosa y profundamente frágil a la vez
(Benjamin 1967, pp. 43-52).

67
ana maría martínez de la escalera

sin sujeto. Estas fuerzas florecen sobre todo ante oportunidades singula-
res de reflexión y crítica, en momentos específicos de crisis del sentido o
la interpretación. Dichas oportunidades pueden tipificarse como “casos”
desde los cuales elaborar “estrategias jurídicas de resistencia” y “clínicas de
debate”. Nuestra colega Lourdes Enríquez10 ha ejemplificado admirable-
mente la reconfiguración de categorías jurídicas esgrimidas en la defen-
sa de los derechos de las víctimas de la injusticia. También lo ha hecho a
través de nuevas modalidades de presentación oportuna (kairológica) de
las pruebas demostrativas (Aristóteles, Retórica I368a) o necesarias y na-
turales (gran cuestión en tiempos aristotélicos y en los nuestros: ¿semeion
o tekmerion?)11 con las cuales visibilizar exclusiones de ideas y personas, o
problemas en las prácticas de derechos y, sobre todo, para la conformación
de la tradición de las luchas histórico-sociales o tradición de los oprimidos
como Benjamin nombró.12 Esta fuerza diferencial o, mejor dicho, estas
fuerzas sin amo como son las de la retórica pueden asombrosamente ense-
ñarse como lo ha sabido desde siempre la antigüedad clásica europea y, en
particular, la retórica y la sofística. Estas fuerzas retóricas del hacer/decir
quizás posean, según observaba con energía Helena Beristáin, una eficacia
enfática, un énfasis realizativo que las distingue y a la vez las asemeja, sean
voluntarias o involuntarias desde la perspectiva de los hablantes indivi-
duales.
¿Qué figura o tropo no exhibe en la infinidad de ejemplos o casos una
eficacia enfática feliz o catastrófica? Eficacia no terminal, no gobernada
por una lógica funcional sino dirigida a la realización del decir-hacer o del
quehacer del decir público —pues fuera de lo público no es segura esta efi-
cacia: por ejemplo, en el discurso dogmático— sobre las modalidades de
producción del sentido del discurso colectivo y sobre los cuerpos mismos
de los agentes de intercambios discursivos y no discursivos y, por ende,
sobre “los cuerpos de saber” de la gente (saberes sobre la historia, sobre los

10
Las estrategias exigen una práctica constante de las modalidades de argumentación
y de recursos tropológicos siempre singulares (Enríquez 2014).
11
Véase a Carlo Ginzburg y su lectura cruzada de la cuestión en Aristóteles y en Tucí-
dides (Ginzburg 2000, pp. 47-63).
12
En lugar de hablar de una lengua de los oprimidos o sojuzgados hablaríamos de
“saberes” ejercidos mediante estrategias de resistencia puestas a discusión, experiencia por
lo tanto.

68
la fuerza retórica

vivientes) prontos a ser rescatados de los olvidos de las historias oficiales


de la modernidad y su pasado colonial.
Énfasis13 desde luego presente en el denuedo del maestro y los desve-
los de la maestra para inventar a las humanidades como oportunidad de la
crítica y de la fuerza de proposición, dentro de la academia y en los inter-
cambios de ésta con la sociedad civil, con sus activistas y sus “saberes de la
gente” o saberes dominados según M. Foucault, en Defender la sociedad.
Maestros, habría que recordar, quienes como Helena Beristáin, supieron
combinar la identificación de figuras y tropos en la producción de sentido
desde esos saberes dominados con la reflexión crítica, la cual ha de inte-
rrogar su eficacia inventiva para decir/hacer lo otro o fuerza diferencial.
Maestros duchos en el arte de la escucha levinasiana, la que ha de respon-
der a la sospecha inexperta, es decir, del no experto, de que la hipotiposis
académica y sus supuestos invisibles (por ejemplo, aquel que consiste en
creer que la referencialidad es o natural y necesaria o contractual y no,
como en efecto es, producida institucionalmente)14 no son siempre ino-
centes y de que, por el contrario, la descripción de las fuerzas persuasivas
del discurso lleva a cabo o provoca aquello de lo que insiste en ser simple-
mente una derivación, inferencia o prueba. Por cierto, no siempre el efecto
lleva naturalmente a la causa sino que causa precisamente aquello de lo
que dice ser efecto. La fuerza en acción en la historia oficial de la injusticia,
a la que legitima, por ejemplo, es metonímica antes que metafórica.
Tratamos entonces con una maestría escéptica y retórica a la vez, la cual
despliega otra fuerza inolvidable: la del exhorto a la responsividad (dar
respuesta al otro en sus términos sin privilegiar nuestros términos) y a la
responsabilidad. Ambas interpelaciones se diría que son tan viejas como

13
El estatuto —estado y regulación— del énfasis en el discurso en circulación, o bien
en su situación pública, pertenece a la vida activa (Arendt [1958] 1993, pp. 21-36) de los
individuos y sus relaciones de intercambio; razón por la cual la fuerza enfática propia de
figuras, tropos, operaciones y demás modos de la retoricidad (De Man) involuntaria, pues
la lengua se resiste, es, ante todo, actividad del discurso, su acontecer social en medio de
circunstancias. (No es ya necesario sino inútil y peligroso para la lectura crítica oponer el
contenido de lo dicho a su expresión, y su distinción posee solamente valor analítico-ins-
trumental) (Arendt 1958, pp. 21-36; De Man 1990, pp. 11-38; De Man 1979, pp. 3-19).
14
El pensamiento retórico nietzscheano, durante mucho tiempo señalado como or-
todoxo, se descubre hace no muchos años, como innovador y emergencia de una retórica
otra o neorretórica.

69
ana maría martínez de la escalera

el mundo de la retórica y, han estado presentes en el responso fúnebre,


que, para muchos rétores contemporáneos, está en los comienzos siempre
celebrados del saber y la práctica retóricos, cuando se aplicaban al discurso
colectivo y solidario ante el dolor y la pérdida.

Últimas palabras provisionales

Ahora bien, si tres responsabilidades con nombre propio se afanan en mi


texto es porque en sus cruces dejan ver las fuerzas público-políticas del dis-
curso, el poder realizativo de la actividad sin condición de la enseñanza y
de la investigación en humanidades y el dinamismo de la invención social.
El nombre o título ostentado por estas responsabilidades, su compromiso
en suma, es con la justicia irreductible a la isegoría codificada y reglamen-
tada. Justicia irreductible significa aquí que su realización excede la forma-
lización abstracta y nos llama, siempre una vez más, a responder de forma
reconfigurada a la singularidad de las tomas de la palabra oportunas, kai-
rológicas (López Eire).15 Significa además que la justicia no se contenta con
la formalización jurídica, más bien nos exige pasar la prueba del debate
interdisciplinario alojado en el pensamiento colectivo, en el sermo commu-
nis entre la academia y sus jerarquías, y entre la academia y la interlocución
inventiva social y política. Respondiendo a ello en el Seminario Alteridad
y exclusiones nos hemos ocupado de otra fuerza del discurso, igualmente
retórica en y por su quehacer, necesaria en la configuración de un vocabu-
lario para el debate. Aquí “vocabulario” debe entenderse como un inven-
tario de inscripciones. Registro no de “realidades en tanto definidas por
correspondencias léxicas”16 (Benveniste 1983, p. 8) sino del trabajo sobre
imágenes en circulación, generalizadas e intercambiadas críticamente, ins-

15
En 1996 López Eire impartió un curso dentro de los trabajos del proyecto de retó-
rica dgapa in401195 coordinado por la doctora Beristáin. En ese marco el investigador
afirmó que “la retórica es hija de la democracia y el derecho” (9) y los hablantes se conducen
como ciudadanos de los que puede esperarse tomas de decisión igualmente ciudadanas,
que afecten a todos y que se produzcan como resultado de una actividad de interpretación
del logos de los otros (López Eire 1996, pp. 9-41).
16
Se refiere a correspondencias entre un nombre o sustantivo y la realidad (cosas,
seres y sus relaciones) a la que nombra.

70
la fuerza retórica

critas en relaciones sociales horizontales o democratizadoras (también en


instituciones no verticales o no estatales del tipo de las organizaciones no
gubernamentales y de la sociedad civil).
Por lo tanto, lo que hemos hecho ha sido preocuparnos por la reelabo-
ración de vocablos específicos de lenguas particulares o locales, que, al ser
puestos en circulación, apropiados o expropiados del discurso oficial me-
diante debates críticos y polémicas diversas, logramos liberar de su domina-
ción teletécnica o mediática. Modalidades, estas anteriores, de apropiación
del sentido y de su tiempo de vida en la circulación pública. Modos enton-
ces más que simples medios que en efecto modelan el sentido “congelan-
do” o “petrificando” las palabras en una significación o un significado sin
historia que se pretende adecuado a lo “real” [palabra-cosa] (Derrida 1998,
pp. 15-42). Ha sido trabajo, por lo tanto, de expropiación de las imágenes
de los discursos hegemónicos, labor de historización y repolitización de la
esfera de los intercambios de individuos, ideas y cosas, reconfiguración de
las conversaciones, contra la “naturalización” del discurso soberano, del
catacrético olvido de su violenta emergencia. Y labor también de contri-
bución a la resistencia discursiva en acción (o en acto). Por todos lados
vemos manifestarse, sucumbir y renacer fuerzas de imposición del sentido
y la interpretación: en los medios masivos de información, en las redes so-
ciales de intercambio de mensajes, en las pedagogías comercializadas, etc.
Frente a todo ello contamos con una fuerza indudable la resistencia en la
producción del sentido; debemos aprender cómo hacer uso de ella, sus fra-
gilidades, sus resultados transformadores y justicieros, su espíritu multilin-
güístico, su promesa de ser el apoyo fundamental en la lucha por la justicia,
por el otro relegado y obligado a callar. Y este aprendizaje será, de hecho, un
ejercicio autopoyético en el discurso, en el sentido colectivo y en nuestros
propios cuerpos. Dicho a la manera tzeltal, la fuerza o Ch’ulel nos otorga
conciencia al hablar, relaciona en nuestro decir la dualidad masculino/fe-
menino y el vínculo con otros seres, incluso aquellos seres espirituales, es el
decir de nuestros muertos, los padres-madres y es la fuerza de la palabra al
decir naturaleza y darle la bienvenida en nuestro mundo humano. ¿Estará el
Ch’ulel, la fuerza colectiva, en nuestras voces y conversaciones? Deseamos
que así sea…

71
ana maría martínez de la escalera

Bibliografía

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Raphael, L. y M.T. Priego (2014) (coords). Arte, justicia y género. México:
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72
la fuerza del discurso

LA FUERZA DEL DISCURSO


EN EL DISCURSO DE LA FUERZA

María Alejandra Vitale


Universidad de Buenos Aires, Argentina

E ste trabajo1 tiene un doble propósito: comentar la idea de fuerza del


discurso y describir la importancia otorgada a esta fuerza por la Coor-
dinación Federal, organismo represivo que ejerció la inteligencia interna
en la Argentina y que integró la Policía Federal.2 Considera en especial
las estrategias persuasivas que implica el “Arte de mandar”, enseñadas en
la especialización de agentes de inteligencia, en contrapunto con la Ley
Orgánica para el Cuerpo de Informaciones de Coordinación Federal y su
Reglamentación, donde la subordinación y el cumplimiento de las órde-
nes están focalizados. Se trata de documentos secretos cuya consulta pú-
blica se hizo posible con la apertura y la desclasificación del Archivo de
la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires
(dipba).3 La dipba fue creada en 1956 y disuelta en 1998 por decisión
del Ministerio de Seguridad y Justicia de la Provincia de Buenos Aires.
El edificio donde funcionó y su archivo (que heredó algunos legajos de

1
Está basado en resultados del proyecto ubacyt 20020120200039 “El Archivo de
la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (dipba). Un caso
de comunidad discursiva”, financiado por la Universidad de Buenos Aires y del que soy
directora.
2
Coordinación Federal fue creada en 1948 como una Dirección dentro de la estruc-
tura de la Policía Federal, fundada en 1943. A partir de los años sesenta, su categoría fue
elevada a la Superintendencia y su tarea se subordinó a la Doctrina de la Seguridad Nacio-
nal (García 1991), de modo que su función de mantenimiento del orden socio-político
y la seguridad del Estado fue reformulada para enfocarla en la llamada “lucha contra la
subversión”. Véase Rodríguez (2008).
3
Mesa Doctrina, SN titulado “Apuntes del Régimen Administrativo”.

73
maría alejandra vitale

anteriores dependencias de “orden social y político”, fechados desde 1932)


fueron cedidos en 2000 a la Comisión Nacional por la Memoria; en 2003,
el archivo fue abierto al público.4
La recuperación, desclasificación y apertura para la consulta pública
del archivo dipba se inserta en el proceso de apertura de otros archivos
vinculados con la represión en América Latina. Esto ha sucedido, entre
otros, con los archivos del Departamento Estadual de Ordem Política e
Social (deops) en Brasil, los documentos de la policía política durante
el gobierno de Stroessner en Paraguay y el archivo de la Policía Nacional
de Guatemala, uno de los más grandes de la región (Cacopardo y Jaschek
2005, Rostica 2006, Kahan 2007). El caso de México fue algo diferente
y la accesibilidad a los documentos producidos por las agencias estatales
pertenecientes al gobierno federal se reglamentó con la sanción de la Ley
de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, en
el año 2002 (da Silva Catela y Jelin, 2002). La dipba mantuvo relaciones
con otros organismos de inteligencia dentro de lo que en la época de la úl-
tima dictadura militar de la Argentina (1983-1976) se llamó “comunidad
de inteligencia”, de allí que en el archivo se encuentren documentos sobre
Coordinación Federal, órgano de inteligencia de la Policía Federal.
A continuación, me referiré primero a la problemática de la fuerza
del discurso tal como puede ser pensada en la tradición retórica (López
Eire 2002, 2005a, 2005b) revisitada desde la pragmática (Austin 1982,
Searle 1986, Ducrot 1980, 1982), con interés en la función asignada a los
géneros discursivos en la constitución de una comunidad discursiva (Beac-
co 2004, Charaudeau y Maingueneau 2005), como lo fueron la dipba
y Coordinación Federal. Luego me detendré en la ponderación que esta
institución hizo de la fuerza del discurso para construir la disciplina y la
subordinación de los agentes de inteligencia que trabajaron en ella.

La fuerza del discurso

La definición de retórica que brinda Aristóteles como la facultad de cono-


cer en cada caso aquello que puede persuadir (Ret. II, 1355) plantea que el

4
Este edificio y este archivo pueden ser considerados, en términos de Pierre Nora
(1997) lieux de mémoire.

74
la fuerza del discurso

efecto buscado en los destinatarios es en ella sustancial. En su libro Sobre el


carácter retórico del lenguaje y cómo los antiguos griegos lo descubrieron, An-
tonio López Eire (2005) hizo hincapié en que los griegos pensaron la reto-
ricidad del lenguaje como capacidad pragmática, es decir, para hacer cosas
en el ámbito político social e influir en los ciudadanos mediante argumen-
tos más bien psicológicos que lógicos. El carácter retórico del lenguaje lo
vuelve así instrumento pragmático, útil para actuar en el mundo y sobre los
otros; su función primordial no es reproducir ni transmitir lingüísticamen-
te la realidad del mundo, sino la de influir sobre el prójimo como animal
político-social (2005, p. 17). En esta línea, Livio Rossetti trae a colación la
definición platónica de retórica en el Fedro como “cierto arte de guiar las
almas mediante discursos” (Fedro 261a) y afirma que “en particular esta
definición pone muy bien a la luz la capacidad de la sabiduría comunicativa
para ‘poner las manos’ sobre el alma de los demás y pilotearla desde afuera”
(2009, p. 39).
Esta concepción pragmática del lenguaje que está en la base de la defi-
nición de retórica que remite a la persuasión como efecto en el oyente fue
asumida de modo radical por los sofistas, dado que, como plantea Barbara
Cassin (2008), el efecto retórico sobre el comportamiento del oyente es
para los sofistas sólo una parte de lo que ella llama “efecto mundo”. Se trata
de la concepción del discurso como productor del mundo, como engen-
drador del ser, en suma, el discurso hace ser.5 Por ello Cassin (2008, p. 72)
misma remite al título del libro de Austin Cómo hacer cosas con palabras
y afirma: “el discurso sofístico no es solo una performance en el sentido
epidíctico del término, sino un performativo con todas las de la ley, en el
sentido austiniano; es demiúrgico, fabrica el mundo, lo hacer acaecer”.
En su libro Gorgias and the New Sophistic Rhetoric, Bruce McComis-
key (2002) observa interesantes vínculos que la concepción del lenguaje
y de la representación en Gorgias entabla con planteos posmodernos en
torno a estos temas. De esta manera, señala que tanto para Gorgias como
para los pensadores posmodernos el lenguaje no representa la realidad sino
que constituye la fuerza que da significado e inteligibilidad a las cosas que
nos rodean. Si el lenguaje otorga existencia con el significado, entonces la

5
Esta concepción ha sido retomada en la actualidad por la retórica neosofística. Véase
a McComiskey (2002).

75
maría alejandra vitale

existencia es la manifestación superficial del lenguaje y del pensamiento


humanos; y como las culturas influyen en la adquisición y uso del len-
guaje, la realidad misma debe ser concebida como retórica y socialmente
construida (2002, p. 88).
Con referencia al mundo romano, Laurent Pernot (2016, p. 113)
destacó también el valor performativo de la palabra, en el sentido de que
“es por sí misma una acción que produce eficacia y produce una situación
nueva. Sirve para dar órdenes, para prometer, enunciar reglas” y, mal em-
pleada, puede provocar resultados funestos. De allí que la comunicación,
especialmente la efectuada en el ámbito público, fuese controlada y some-
tida a las jerarquías.
En esta línea, Gerardo Ramírez Vidal (2013) hace hincapié en que la
retórica tiene como fin provocar efectos pragmáticos en los destinatarios,
considerando su idiosincracia y las circunstancias específicas a cada dis-
curso. Armando Villegas (2013, p. 51), por su parte, entiende por retori-
cidad “la fuerza por la cual el lenguaje controla el discurso y las prácticas
humanas”. Vuelve así a Protágoras, para quien el discurso puede transfor-
mar el argumento más débil en el más fuerte, y, comentando la lectura que
hizo Derrida de Austin (2013, pp. 45-50), sostiene que esa capacidad de
transformar el argumento más débil en el más fuerte no se debe a la capa-
cidad del orador o al contexto sino a la propia fuerza del lenguaje.
Respecto de Austin, su gran aporte fue comprender que con las pala-
bras hacemos cosas, amenazamos, prometemos, afirmamos, aconsejamos,
entre otros múltiples actos de habla, y provocamos efectos en la realidad.
En esta perspectiva de los actos de habla, la persuasión (Austin se refie-
re al convencer sin ahondar en la reflexión, como hizo Chaïm Perelman,
entre el convencer y el persuadir)6 es un acto perlocutivo, es decir, el lo-
grar ciertos efectos por el hecho de decir algo (Austin 2003, p. 166). La
argumentación, que busca como efecto la persuasión, es pensada a su vez
por Austin como un acto ilocutivo, es decir, como un acto que posee cier-
ta fuerza al decir algo. Específicamente, la argumentación es para Austin
parte de un subtipo de actos ilocutivos, los que en su Conferencia XII

6
Frente al convencer, el persuadir no se limita a la adhesión racional, parte de lo
verosímil, llama a la acción y se dirige a un auditorio particular (el convencer apuntaría al
auditorio universal).

76
la fuerza del discurso

denomina expositivos,7 que en muchos casos suponen expresar opiniones


y el intercambio entre interlocutores.
Desde la perspectiva de Austin, entonces, toda palabra es portadora
de una fuerza, a veces de modo explícito, al usar verbos realizativos, que
aclaran la fuerza de las expresiones y evitan el equívoco, por ejemplo al
decir “te aconsejo que”. O la mayoría de las veces de modo implícito, lo
que genera equívocos, a través de recursos lingüísticos, como el modo im-
perativo o el tono de voz, y de la circunstancias mismas en que se emite la
expresión (Conferencia IV).
Basándose en Austin, Searle (1986) considera que hablar un lenguaje
es producir actos ilocutivos o actos de habla, que son las unidades básicas
de la comunicación, por ello plantea que una teoría del lenguaje forma
parte de una teoría de la acción. Al igual que Austin, pondera el acto per-
locutivo como las consecuencias o efectos que los actos ilocutivos tienen
sobre las acciones, los pensamientos o las creencias de los oyentes. En este
sentido, ejemplifica con la argumentación, cuyo efecto perlocutivo es con-
vencer o persuadir, distinción que hace Searle aunque no la ahonde. Al-
gunos verbos ilocutivos, agrega, son definibles en términos de los efectos
perlocutivos que se intenta conseguir, como es el caso del verbo ilocutivo
argumentar.
Es sabido bien que Ducrot (1984), por su parte, también retoman-
do a Austin, postuló que un acto ilocutivo es productor de una transfor-
mación jurídica de la situación entre los interlocutores. De esta manera,
cuando un enunciador ordena a alguien algo, atribuye a su propia habla
el poder de crear en el destinatario una obligación que este no tenía antes.
Del mismo modo, para Ducrot una afirmación constituye un acto ilocuti-
vo que presenta la enunciación como creadora de una obligación de creer
por parte del destinatario y en el caso de la argumentación, se trata de que
este destinatario saque cierto tipo de conclusiones.
Esta fuerza del discurso, esta dimensión perlocutiva del lenguaje, es
fundamental para comprender la noción de comunidad discursiva, con la

7
Austin afirma que este subtipo es difícil de definir y que incluye actos demasiado
numerosos e importantes. El filósofo incorpora a su vez a argumentar en un subgrupo
de los actos expositivos, junto con postular, deducir, omitir deliberadamente y destacar (en
este último caso usa signos de interrogación para expresar su duda sobre la corrección de
su inclusión).

77
maría alejandra vitale

que se puede explicar una institución como la Coordinación Federal o la


propia dipba en la Argentina. En efecto, esta noción, en el uso que le da
Dominique Maingueneau (1987, 1996, 1997, 1998), se refiere a un grupo
o red de grupos productor de discursos de los que son indisociables sus
modos de organización, sus prácticas y la existencia misma del grupo, es
decir, los discursos que ese grupo produce lo constituyen en cuanto tal. En
esta línea, Beacco y Moirand (2004; Beacco y Moirand 1995) establecen
que los géneros discursivos conforman una comunidad discursiva y contri-
buyen a darle coherencia, dado que los discursos formulados siempre están
modelados por determinados géneros. De esta manera, Beacco establece
once descriptores para caracterizar las comunidades discusivas en relación
con los géneros que las constituyen, por ejemplo cuáles son los géneros
discursivos utilizados para la comunicación interna y para la comunica-
ción con el exterior de la comunidad, el estatuto, jerarquizado o no, de los
productores de los textos que actualizan los géneros, las condiciones de
acceso al estatuto de productor de textos y a los propios géneros internos,
si son confidenciales o no, entre otros parámetros.8
Las tareas de espionaje y de inteligencia ejercidas por quienes trabaja-
ron en los llamados archivos de la represión fueron inseparables de los tex-
tos moldeados en géneros propios, que necesariamente produjeron para
cumplir con esas prácticas. En este sentido, dichos géneros performaron
las comunidades de espías. En el caso de la dipba, se ubican, por ejemplo,
los géneros Plan de Obtención de información, Diario de informaciones e
Informe de inteligencia.9 El Plan de Obtención de información debe con-
tener los que en la jerga propia de la Inteligencia se llaman eei (Elementos

8
Otros descriptores son: 4) Las “cadenas genéricas” constituidas por las sucesivas
elaboraciones de una misma “materia semántica” que se efectúan bajo formas genéricas
distintas. 5) Las condiciones de acceso a los géneros internos (confidencial, reservado, pú-
blico…). 6) La existencia y el rol de instancias institucionales de evaluación, de normaliza-
ción o de control, variables que afectan a los géneros discursivos. 7) Las cadenas genéricas
externas (transmisión), a considerar en función del “grado de alejamiento” en relación a la
comunidad fuente. 8) El estatuto y la localización de los productores (internos o exterio-
res) de los textos. 9) Su especialización o polivalencia genérica. 10) Los destinatarios de los
géneros externos y el uso previsto de estos textos. 11) El estatuto de mercancía de los textos
producidos en un marco genérico dado.
9
Otros género es la Carta o gráfico de la situación, registro gráfico de la actividad que
se encuentra en desarrollo.

78
la fuerza del discurso

Esenciales de Inteligencia, que formulan los interrogantes a responder),


los ori (Otros elementos de Inteligencia) y los “medios de reunión”, de los
que forman parte, entre otros, los agentes de inteligencia. El Diario de In-
formaciones incluye fecha y hora de ingreso de la información a la dipba,
síntesis de esta información, la fuente de procedencia y el destino interno.
El Informe de inteligencia, por su parte, es el género más ponderado por
la comunidad de espías y el propio Reglamento de la dipba brinda varias
recomendaciones para su redacción.10
Se trata de géneros discursivos que —siguiendo a Maingueneau
(1998)— podemos calificar de instituidos, pues tienen altamente conven-
cionalizadas sus condiciones sociohistóricas, especialmente la finalidad, el
estatus de los intervinientes legítimos y su organización textual. Presen-
tan, asimismo, escasa o nula posibilidad de creación de escenografías a la
vez que construyen una comunidad con una estructura jerárquica.

El arte de mandar

En el archivo dipba se conservan programas de los cursos de capacitación


que se dictaban en la llamada Escuela de Informaciones y a los que de-
bían concurrir agentes secretos de la Coordinación Federal, seguramente
personal jerárquico o que debía ser ascendido. Resulta particularmente
interesante el programa titulado “Conducción policial”, de 1976, porque
manifiesta la valoración de la fuerza del discurso y de la persuasión en lo
que denomina “Arte de Mandar”.
El “Arte de Mandar” parte de la idea de que para alcanzar la discipli-
na y la lealtad de los subordinados el jefe no debe apostar a la mera coerción
y coacción sino a llevarlos a creer que lo que deben hacer es lo que quieren
hacer. Se trata de una tarea que apunta a la creencia del subordinado para
asegurar su acción acorde a las intenciones de su jefe, quien logró esto me-
diante artes persuasivas. La mera aplicación de reglamentos, la obediencia a
base de castigos son presentadas en el programa como una falsa disciplina,
la verdadera disciplina es la que instaura el verdadero conductor, quien es

10
Para un análisis de las regulaciones sobre la escritura de los informes de inteligencia
en la dipba, véase a Vitale (2013).

79
maría alejandra vitale

aquel que logra que el subordinado acepte y desee voluntariamente la dis-


ciplina. El “Arte de Mandar” es así un arte de persuadir.
En tanto tal, es fundamental que el jefe conozca bien a su auditorio
particular, de allí que el programa afirme que debe estudiar a los hom-
bres bajo su mando, saber cuáles son sus problemas, sus pensamientos y
su mentalidad, si es que desea obtener el mayor rendimiento de ellos. Esos
hombres son representados con la palabra “masa”, percibida como defor-
me e incoherente, pero, gracias a la modelación que hace de ella el jefe,
se transforma performativamente en algo últil a la institución. Su pala-
bra performa así a la masa deforme e incoherente en una comunidad con
forma y coherencia, en una comunidad jerárquica capaz de obedecer las
órdenes.
Por un lado, el jefe debe basarse en el logos, dar razones, explicar, para
que el subordinado comprenda por qué debe obedecer, por ello el progra-
ma afirma: “El hombre acepta gustoso los rigores de su profesión cuando
los comprende”. Por otra parte, el programa agrega: “Si bien el subalterno
no debe preguntar el porqué de la orden que recibe sabemos que la disci-
plina de hoy invita al jefe a decir el ‘porque’ cuando hay ocasión para ello”.
Es imposible entonces imaginar la disciplina sin la instrucción. Decir el
porqué es explicar, justificar, de allí la insistencia del programa al sostener:
“hay que hablarle y saberle hablar al subordinado para que coopere”. Este
saber hablar, este bien decir, es la calidad oratoria que debe tener el jefe
para poder construir la disciplina mediante su discurso. En otras palabras,
un buen jefe es un buen orador.
En la búsqueda de la adhesión mediante el logos el programa desta-
ca, sin llamarla así, la argumentación por el caso particular (Perelman y
Olbrechts-Tyteca (1989). De esta manera, recomienda al jefe organizar
reuniones semanales para hacer una revisión de la labor efectuada y dar
normas persuasivas para que la acción se haga uniforme. La adhesión a es-
tas normas se alcanza gracias a la argumentación por el ejemplo, usada por
el jefe cuando resalta el proceder de uno de los presentes en la reunión para
despertar la imitación. Por ello, se trata también de una argumentación
mediante el modelo, eficaz porque los hombres desean ser importantes y
reconocidos por su jefe.
Pero es en el manejo del pathos, en los sentimientos despertados en
los subordinados donde radica la mayor virtud del buen jefe-orador. De lo
que se trata según el programa es que el Conductor pueda despertar una
80
la fuerza del discurso

fascinación sobre el espíritu de los subordinados que paralice sus faculta-


des críticas. Asimismo, afirma: “Hay que llegar al corazón del hombre con
nuestras palabras y gestos, solo con el corazón se conquista la lealtad” y “el
superior debe aprender a calar profundo en el alma del subordinado”. En
esta línea, el prograna aconseja que para lograr el respeto de los subordina-
dos, el jefe debe despertar en ellos admiración.
El buen jefe-orador debe tener así ciertas cualidades personales: cono-
cer a fondo el “Arte de Mandar”, saber hablarles a los subordinados e iden-
tificarse con ellos, poseer una intensa fe en una idea para que surja la fe en
el conjunto y estar dotado de una voluntad potente como para controlar
sus propias pasiones y dominar a la masa. A la vez, debe poseer prestigio
—concebido como un poder calificado por el programa de “misterioso” e
“irresistible”— y ser capaz de dar a sus pensamientos un profundo conte-
nido moral y espiritual. El programa, entonces, combina las cualidades de
un ethos con sentido moral y referencial, que remite a la propia persona del
Conductor, con un ethos discursivo, en cuando imagen que el jefe da de sí
con sus palabras.
El enunciador del curso, lejos de dar la imagen brutal de un mero re-
presor, construye la imagen de un experto11 en el “Arte de Mandar” que
apela a la psicología para explicar la identificación del subordinado con su
jefe y que refuta la célebre frase de Maquiavelo que afirma que es preferible
ser temido que amado, dado que lo que busca el curso “Conducción poli-
cial” es enseñar a que el jefe logre ser amado o admirado por su subordina-
dos para poder conducirlos. Asimismo, dicho enunciador distingue entre
una disciplina humana y liberal, la que promueve el programa del curso,
y una disciplina que se reduce a la coerción y coacción. Interesante distin-
ción realizada en la Argentina de 1976, donde la fuerza represiva predomi-
nó sobre la fuerza del discurso. Sin embargo, el programa manifiesta que
aún en un período dictatorial y en una comunidad jerárquica basada en la
disciplina, la búsqueda de legimitimidad no se abandona.
La importancia de generar en los subordinados la disciplina, dijimos,
se relaciona con la propia calidad jerárquica de un organismo policial
como la Coordinación Federal, que queda plasmada en la ley orgániza del

11
La dipba también construyó un ethos experto, en este caso concibiendo la Inteli-
gencia como una disciplina científica que implica la regulación de la práctica de la escritura
y la normalización de la terminología. Véase a Vitale (2014).

81
maría alejandra vitale

Cuerpo de Informaciones —y su Reglamentación— cuyo objetivo explí-


cito es dotar a la Policía Federal de un plantel especializado en tareas de
inteligencia y de contrainteligencia.
Se destaca la disciplina de las agentes femeninas respecto de los agen-
tes varones, dado que el artículo 15 de la Reglamentación establece que el
personal femenino solamente podrá alcanzar en su carrera hasta la jerar-
quía de Oficial 2do. de Informaciones y el artículo 16 sostiene que sólo
10 % del personal que se incorpore será femenino.
El artículo 112, también de la Reglamentación, explicita que la fina-
lidad de las normas de la ley orgánica del Cuerpo de Informaciones de
Coordinación Federal es afirmar y mantener la disciplina.12 Un aspecto
importante de ésta es que todo agente está obligado a guardar absoluta
reserva de su situación y de todo aquello que fue conocido por su función,
tanto en la búsqueda de la información como en su análisis. En relación
con esto, el artículo 54 de la ley orgánica establece como falta grave “la
infidencia”, “la indiscreción”, “la insubordinación”, “la revelación de in-
formes, órdenes o constancias secretas o reservadas […] a particulares o
personas ajenas” al organismo. Y en vínculo con el carácter jerárquico de
Coordinación Federal el artículo 55 de la ley agrega:

Incurre en insubordinación el integrante del cuerpo de informacio-


nes que mediando deber de obediencia opusiera resistencia ostensi-
ble o expersamente rehusase cumplir una orden de servicio.

El agente de inteligencia de la Policía Federal es un eslabón en una ca-


dena de mandos que atraviesa su propia vida privada. En efecto, el artículo
103 de la Reglamentación establece que los agentes deben solicitar auto-
rización para contraer matrimonio y el artículo 104 afirma que ésta “será
denegada cuando el futuro cónyuge tenga antecedentes antidemocráticos
u otras circunstancias afecten el nombre del futuro cónyuge”. Resulta de
interés el sintagma “antecedentes antidemocráticos” porque es la punta del
isberg de la Doctrina de la Seguridad Nacional que subyace como mar-
co ideológico a la ley orgánica del Cuerpo de Informaciones de Coordi-

12
De modo coherente, el artículo 151 del Régimen de Disciplina de Coordinación
Federal explicita: “El deber de obediencia al superior en las órdenes del servicio se cumple
en todo tiempo y lugar”.

82
la fuerza del discurso

nación Federal y su Reglamentación. En efecto, el enunciador ubica de


modo implícito a Coordinación Federal como guardiana de la demoracia,
tarea que esa Doctrina asignó al Ejército bajo la representación de que de-
fendía a la patria del marxismo antidemocrático.

A modo de conclusión

La fuerza del discurso puede ser repensada como el poder performativo


de los géneros en la constitución de una comunidad discursiva, como se
ejemplificó con la dipba. El programa del curso “Conducción policial”
dirigido a agentes de inteligencia de Coordinación Federal, por su parte,
enseña que esa institución usó la fuerza del discurso para construir la dis-
ciplina inherente a la estructura misma de esa organización de jerarquías
y para que los agentes actúen según las intenciones de sus jefes pero acep-
tándolas como propias.
La fuerza del discurso fue consustancial así al discurso de la fuerza y
a las propias prácticas de inteligencia y represión que signaron la historia
reciente de Argentina. La fuerza y el discurso son, en suma, indisociables
e interdependientes.

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ciación Argentina de Retórica (aar), 21 al 23 de marzo.

84
la violencia del discurso

LA VIOLENCIA DEL DISCURSO.


PARA UNA CRÍTICA DEL VOCABULARIO DEL RACISMO

Erika Lindig Cisneros


Universidad Nacional Autónoma de México

E n un primer uso general, el término violencia designa una serie de ejer-


cicios que actúan sobre los cuerpos (individuales o colectivos, huma-
nos o no humanos), y que, de acuerdo con la etimología griega del término
(βία), implican una fuerza extraordinaria desde el momento en que son ca-
paces de desestabilizar una cierta normalidad. Así entendida, la violencia
no es, en todas sus manifestaciones, necesariamente condenable desde el
punto de vista ético y/o político. Es, como hemos sostenido en otra ocasión
“constitutiva del mundo humano, de las relaciones de poder y de la dimen-
sión coercitiva de toda institución social o estatal” (Martínez de la Escalera
y Lindig 2013, pp. 338-340). En un uso más restringido, sin embargo, la
violencia se refiere a aquellos ejercicios de fuerza que dañan los cuerpos y
también las subjetividades, llegando en casos extremos al daño irreparable
e incluso a la destrucción. Son estas formas de producción de daño las que
deben ser sometidas a crítica.
Podemos entonces decir, de acuerdo con ese último uso del término,
que las prácticas discursivas son violentas cuando efectúan un daño, como
cuando decimos que las palabras hieren como un arma. En este sentido,
quizá el más evidente de los dispositivos discursivos violentos sea el in-
sulto, cuya performatividad problematizó recientemente J. Butler (2004).
Pero hay también otras formas de violencia discursiva: se ejerce violencia
toda vez que se coloca al otro (individuo o colectividad) en una posición
social de subordinación, produciendo además formas específicas de la
subjetividad (interpretaciones del sí mismo). Se ejerce también violencia
cuando se arrebata al otro el derecho a ese ejercicio retórico-político que
es el uso de la palabra, ya sea mediante la prohibición tácita o explícita
85
erika lindig cisneros

o mediante el simple desconocimiento (invisibilización política). Y sin


duda pueden enumerarse muchas otras formas de violencia en el ejerci-
cio del discurso. Para este trabajo me interesan específicamente los proce-
dimientos discursivos que se implementan en el acto de nombrar al otro
(individuo o colectividad), constituyéndolo como sujeto-sometido. El
animal, la mujer, el bárbaro, el salvaje, el negro, el indio son algunos de
estos nombres; los hemos llamado figuras de la exclusión. Figuras, porque
se trata de términos que, mediante determinados procedimientos retóricos
dotan de unidad de sentido a una serie de significados, usos y valoraciones;
excluyentes, porque producen y reproducen al otro en una posición de sub-
ordinación o sujeción en el ámbito de lo social, sustrayéndole en ocasiones
el derecho a la toma de la palabra. Con frecuencia comparten significados
y pueden emplearse como insultos. De entre estas figuras he elegido las del
‘indio’ y del ‘indígena’, que son parte del vocabulario que hemos1 considera-
do indispensable someter a crítica por su inserción en las prácticas racistas
contemporáneas en nuestra sociedad. Lo que sigue aporta apenas algunos
elementos teóricos para dicha crítica. Adviértase que hablamos de prácticas
racistas y no del racismo como una constante antropológica. Al respecto
escribe Ana María Martínez de la Escalera:

El racismo es una constelación de prácticas configurada a través de


relaciones de dominación. Sus efectos son identitarios, políticos e
ideológicos. Lo anterior propone que lo que llamamos hoy “racis-
mo” pone en acción, implementa o ejercita —es decir, que supone
un pasaje al acto de— un número no determinado (pero que por
ello mismo se intenta limitar o determinar) de prácticas sociales de
sojuzgamiento, verbales y no verbales cuyas modalidades de eficacia
o efectos (invención del otro como inferior, segregación, expulsión,
discriminación, y muerte) se dejan sentir de varias maneras, unas
más violentas que otras, sobre los otros, maneras que conviene ana-
lizar por sus consecuencias en el mundo histórico-social y sobre esos

1
Me refiero al trabajo del grupo de investigación que actualmente lleva el nombre de
“Formación en humanidades. La importancia del debate crítico-interdisciplinario desde la
alteridad” papime 400214 (dgapa/unam), y que da continuidad a una serie de investiga-
ciones interdisciplinarias que se remontan al año de 1999 y que se han dedicado a la crítica
de las formas socio-históricas de la exclusión desde el campo problemático de la alteridad.
Este texto fue escrito en el marco de dicho proyecto.

86
la violencia del discurso

“otros” (colectividades o individuos) que en el momento mismo de


ser nombrados son excluidos. A este respecto el otro no precede “na-
turalmente” al acto de exclusión, a la acción discriminante o de vio-
lencia racial sino que es su efecto constitutivo o estructural coetáneo
(Martínez de la Escalera 2013).

Si hay un racismo contemporáneo en México y América Latina y si


éste, mediante ciertas prácticas, produce y reproduce al “otro” en relacio-
nes de dominación, sin duda estas prácticas incluyen la denominación de
ese otro (aun cuando, desde luego, no se limitan a ello). La denominación
no es, como advierte Martínez de la Escalera, el mero acto instrumental de
nombrar una entidad —una colectividad en este caso— que precedería al
nombre, es, por el contrario, constituirla como tal en cada uno de los actos
de enunciación. Hay que subrayar que esta constitución del otro procede
bien de un ejercicio de invención o bien de la repetición de un uso (perfor-
mativo) determinado del nombre o figura. Un ejercicio genealógico2 per-
mitiría hacer la memoria histórica de los usos de estas figuras para mostrar
cómo se ha inventado al otro como inferior colocándolo en una posición
específica de sometimiento en cada caso, pero también cómo en momen-
tos de resistencia social estas mismas figuras han sido reapropiadas por el
discurso de los excluidos. Los términos ‘indio’ e ‘indígena’ son, así, figuras
del discurso, producidas y reproducidas, pero también reinventadas, en
distintos ámbitos discursivos (el de los conquistadores en las crónicas, el
jurídico, el religioso, el moral, y posteriormente el de las ciencias sociales,
el ámbito político, y, paralelamente a todos los anteriores, el de los discur-
sos sociales).
Figuras, entonces, y no conceptos, si por concepto antropológico o
político se entiende la determinación de una esencia rigurosa y propia-
mente identificable de lo indio o de lo indígena. Si a continuación recurro
al texto de G. Bonfil El concepto de indio en América. Una categoría de la

2
En el sentido que le diera Foucault en el año de 1976. Se trata del saber histórico
de las luchas que se hace posible mediante la conjunción de un ejercicio de erudición o de
lectura crítica de textos especializados y un ejercicio de escucha atenta de los saberes de la
gente o saberes sometidos: “llamaremos, si ustedes quieren genealogía al acoplamiento de
los conocimientos eruditos y las memorias locales, acoplamiento que permite la constitu-
ción de un saber histórico de las luchas y la utilización de ese saber en las tácticas actuales”
(Foucault 2000, p. 22).

87
erika lindig cisneros

situación colonial, de 1972, es porque se trata de una crítica producida en


el pensamiento mexicano que permite extraer hoy algunos elementos teó-
ricos e históricos para una genealogía de los términos en tanto que figuras.
Esto es así, primero, porque el tratamiento conceptual de los términos por
parte de Bonfil, muestra tanto las dificultades como las consecuencias teó-
ricas y críticas de dicho tratamiento; también porque cuando se refiere a
los problemas de una conceptualización del ‘indio’ o del ‘indígena’, analiza
algunos criterios definitorios (significados) de la segunda mitad del siglo
pasado que aún siguen operando en el ámbito de las políticas públicas o en
el discurso jurídico3 y, además, porque su argumentación plantea una serie
de premisas que podrían emparentarse con un análisis genealógico como
se verá en un momento.
La tesis de Bonfil fue, como se sabe, que el término ‘indio’ es una
categoría analítica supraétnica que lo único que denota es una posición
en la relación colonial de dominación: la posición del colonizado, cuyo
origen y persistencia estarían determinados por la emergencia y continui-
dad del orden colonial, incluso después de la colonia (Bonfil 1972, pp.
110-111). Para llegar a ella, Bonfil plantea, por una parte, la necesidad
de historizar, por otra, la necesidad de considerar las fuerzas políticas,
económicas, sociales y disciplinares que intervinieron en la emergencia
de una figura específica del “otro”, y, finalmente, la necesidad de pensar
las relaciones socio-políticas como relaciones de dominación, y de resistir
a ellas; necesidades todas que un estudio genealógico compartiría. Es, sin
embargo, el análisis categorial de Bonfil lo que distingue su propuesta de
un estudio genealógico-retórico, y lo que determina a su vez la divergen-
cia entre su postura crítica y la nuestra. De acuerdo con Bonfil, sólo un
cambio social radical lograría abolir la relación estructural de domina-
ción colonizador-colonizado, precisamente porque se trata de una rela-

3
Por ejemplo, el criterio de lengua. Este año, el Programa “México, nación multicul-
tural” ofrece becas a estudiantes indígenas y entre sus requisitos incluye a) ser miembro
de un pueblo originario y b) Ser, preferentemente, hablante de una lengua indígena. Los
programas de posgrado del conacyt para mujeres indígenas solicitan un documento que
acredite su origen étnico, expedido por la autoridad municipal del lugar de origen de la
aspirante, y que especifique la lengua indígena que habla.

88
la violencia del discurso

ción estructural. Por nuestra parte sostenemos que el carácter iterativo4 de


los actos discursivos puede permitir la apropiación y la resignificación de
los términos en las prácticas discursivas singulares de lucha social. Hemos
llamado a esto estrategias discursivas de resistencia.
Y es también una cierta creencia, por parte de Bonfil, en el carácter
no problemático de la referencialidad del discurso, o el supuesto de que la
referencia, una vez constituida discursivamente, es de alguna manera ante-
rior a la enunciación. Me explico: si, como señala Martínez de la Escalera,
el otro es constituido como tal en el acto mismo, y en cada uno de los ac-
tos, de ser nombrado, la constitución es un proceso permanente y perma-
nentemente abierto (así es como Butler, a partir de la lectura nietzscheana
y foucaultiana de la crítica, entiende la constitución de los cuerpos y de los
sujetos). Si, por el contrario, se piensa que un grupo se constituye como
sometido en un momento histórico específico —la conquista y la colonia,
en este caso— y que posteriormente la estructura social se encarga de re-
forzar y perpetuar las relaciones de dominación, entonces, a partir de este
momento original, la referencia —los indios o los indígenas— ha sido ya
producida como tal. Así, Bonfil, a propósito del decreto de San Martín del
27 de agosto de 1821: “En adelante no se denominarán los aborígenes In-
dios o Naturales; ellos son hijos y ciudadanos del Perú y con el nombre de
‘peruanos’ deben ser conocidos”, apunta que por desgracia la desaparición
del indio no podía reducirse a un simple cambio de nombre, puesto que
la estructura social de las naciones recién inauguradas había conservado
el mismo orden interno instaurado durante los tres siglos anteriores y la
categoría social del ‘indio’ seguía denotando un sector dominado de la po-

4
La noción de iterabilidad fue propuesta por Derrida al inicio de la década de los
años setenta del siglo pasado como una herramienta crítica contra una teoría de la comu-
nicación, de herencia empirista, que definía la comunicación como la mera transmisión de
un sentido, de un sentido único y completamente determinable. Frente a esta definición y a
partir de una lectura crítica del pragmatismo inglés, Derrida propuso que la iterabilidad es
una condición de todo acto de habla, que vincula la repetición del sentido y de los efectos
performativos del acto con la posibilidad de aparición de lo nuevo (sentido y efectos) en
cada acto singular (Derrida 2010, p. 356). Si las figuras del discurso como el ‘indio’ invocan
a la vez que realizan una serie de relaciones de dominación, su iterabilidad implica que cada
uno de sus usos singulares constituye la ocasión para repetir (reforzar o reinscribir la fuerza
de) una de estas relaciones, pero también la ocasión de emergencia de lo otro o de lo nuevo,
un nuevo uso crítico y también una nueva práctica de resistencia: una nueva relación.

89
erika lindig cisneros

blación aún existente en los nuevos países independientes (Bonfil 1972,


pp. 117-118).
Sin embargo, Bonfil advierte el carácter constitutivo del nombre
cuando se remite a la invención colonial del indio. Si América fue una
invención occidental (como nos enseñaba O’Gorman), el indio también
lo fue. Antes del descubrimiento europeo, señala Bonfil, “las sociedades
prehispánicas mostraban un abigarrado mosaico de diversidades, contras-
tes y conflictos en todos los órdenes. No había ‘indios’ ni concepto alguno
que calificara de manera uniforme a toda la población del Continente”.
Y un poco más adelante: “la denominación exacta varió durante los pri-
meros tiempos de la colonia; se habló de ‘naturales’ antes de que el error
geográfico volviera por sus fueros históricos y se impusiera el término de
indios. Pero, a fin de cuentas, lo que importa es que la estructura de do-
minio colonial impuso un término diferencial para identificar y marcar al
colonizado” (Bonfil 1972, p. 111). Más allá de que sería necesario que el
historiador explicara cómo operan estos “fueros históricos” del error geo-
gráfico, lo que me interesa aquí es que Bonfil advierte que la imposición
del término tiene efectos jurídico-políticos de identificación (a la vez dis-
tintivos y homogeneizantes) y efectos identitarios (produce tanto al co-
lonizador como al colonizado en una oposición excluyente y jerárquica).
Efectos performativos que permiten el tratamiento homogéneo (median-
te tecnologías específicas) de la población que constituyen: sometimiento,
organización y explotación de la mano de obra de los indios e, incluso el
genocidio. A partir de este origen, de acuerdo con Bonfil, durante todo
el complejo proceso colonial e independentista, se habría conservado la
misma estructura de dominación, y el indio o el indígena ocuparían, desde
entonces y hasta el siglo xx, la posición del sometido. La relación de do-
minación procede de la guerra y sus prácticas se preservan, según él, en la
estructura social.5

5
Y no en la política, que es la tesis que Foucault sostiene en “Defender la sociedad”.
Respecto al racismo biológico, habría que considerar que de acuerdo con la genealogía fou-
caultiana se trata de una invención de mediados del siglo xix, que aparece cuando la noción
de raza es apropiada por el Estado, tomando en préstamo ciertos significados de la biología
y la medicina, y el Estado se constituye como protector de la integridad, la superioridad y
la pureza de la raza de los ciudadanos. El tema de la “pureza de raza” sustituye así al de la
“lucha de razas” de los siglos xvi y xvii, que provenía, siempre de acuerdo con Foucault,
de un discurso contrahistórico que se posicionaba en contra de las leyes y de la soberanía

90
la violencia del discurso

Este tratamiento estructural de la relación de dominación, decía, dis-


tingue el tratamiento de Bonfil de una genealogía de las figuras de la ex-
clusión como la que proponemos nosotros. Una genealogía que permita
dar cuenta de la especificidad de las prácticas de dominación, sus reconfi-
guraciones históricas, sus mutaciones, que a la vez reconfiguran al sujeto
de la exclusión. Que permita analizar, además, las relaciones de semejanza
o desemejanza con otras figuras y por lo tanto otros sujetos de la exclusión
(el bárbaro, el salvaje, el negro, el animal, etc.) y, finalmente, que dé cuenta
de los ejercicios de reapropiación (modificaciones semánticas, valorativas
y de uso) de las figuras en los discursos de la resistencia. En adelante me
limito a discutir dos cuestiones que aportarán algunos elementos teóricos
para este ejercicio genealógico.
Una primera cuestión a discutir: el empleo indistinto, por parte del
etnólogo, de los términos ‘indio’ e ‘indígena’, que imposibilita el análisis
de algunos de sus usos contemporáneos. No es una cuestión menor que,
en el ámbito social, el término ‘indio’ se use hoy como insulto racista, no
así el término ‘indígena’. Este empleo indistinto de las expresiones desco-

(Foucault 2000, pp. 67-83). Aníbal Quijano, por otra parte y haciendo una historia distinta,
sostiene que el racismo es una invención estrictamente colonial. La idea de raza en su sentido
moderno, de acuerdo con Quijano, no tiene historia conocida antes de la conquista de Amé-
rica: habiéndose originado probablemente como referencia a las diferencias fenotípicas entre
conquistadores y conquistados se constituyó después como referencia a supuestas estructu-
ras biológicas diferenciales entre esos grupos. Las relaciones sociales se habrían fundado en
dicha idea y así se construyeron nuevas identidades sociales: indios, negros y mestizos y se
redefinieron otras como español, portugués y europeo, adquiriendo connotaciones raciales.
Y en la medida en que las relaciones sociales que estaban configurándose eran relaciones de
dominación, tales identidades fueron asociadas a las jerarquías, lugares y roles sociales corres-
pondientes, como constitutivas de ellas y, en consecuencia, al patrón de dominación colonial
que se imponía. Este patrón perdurará hasta nuestros días, siempre de acuerdo con Quija-
no, ya que “ha demostrado ser el más eficaz y perdurable instrumento de dominación social
universal, pues de él pasó a depender inclusive otro igualmente universal, pero más antiguo,
el inter-sexual o de género: los pueblos conquistados y dominados fueron situados en una
posición natural de inferioridad y, en consecuencia, también sus rasgos fenotípicos, así como
sus descubrimientos mentales y culturales. De ese modo, [la] raza se convirtió en el primer
criterio fundamental para la distribución de la población mundial en los rangos, lugares y
roles en la estructura de poder de la nueva sociedad. En otros términos, en el modo básico
de clasificación social universal de la población mundial” (Quijano 2000, pp. 346-347). La
estructura colonial del poder que perdura hasta nuestros días se funda así, según Quijano, en
el racismo. Puede advertirse la similitud entre las posturas de Bonfil y de Quijano.

91
erika lindig cisneros

noce, además, el lugar de la enunciación y por lo tanto los intereses y las


fuerzas específicas (económicas, religiosas, políticas, jurídicas, disciplina-
res, sociales y las relaciones entre todas ellas) que han intervenido en la
producción de las distintas figuras y que han determinado las prácticas
históricas específicas de dominación. En la medida en que ambos térmi-
nos se refieren a la lógica de la relación dominio-sometimiento, pueden
emplearse indistintamente. Sin embargo, si se quiere dar cuenta de la es-
pecificidad de las prácticas que se inscriben en esta relación general, es
necesario distinguirlas. Por poner un ejemplo, las figuras del indio produ-
cidas en la célebre polémica de Valladolid (las Casas y Sepúlveda), que lo
relacionaban con distintas figuras del bárbaro para justificar o bien con-
denar la guerra contra los indios (Álvarez-Cienfuegos 2010, pp. 335-354)
no son las mismas que las figuras del indígena producidas por el discurso
de las ciencias sociales al servicio de los estados, destinadas a delimitar los
sectores de la población que serían objeto, durante la segunda mitad del
siglo pasado, de una política especial: la política indigenista y según las
cuales se identificaba al indio o al indígena con un núcleo de costumbres
rústicas y con retraso.6
Una segunda cuestión a discutir relacionada con la anterior: el fracaso
de las definiciones antropológicas o sociológicas. Bonfil dedica una pri-
mera parte de su ensayo a considerar las definiciones de ‘indio’ o ‘indígena’
a partir de las discusiones más recientes (en su momento) en el ámbito
disciplinar de las ciencias sociales. ‘El indio’, señala, ha evadido constan-
temente los intentos que se han hecho por definirlo; y continúa “una tras
otra, las definiciones formuladas son objeto de análisis y confrontación
con la realidad, pruebas en las que siempre dejan ver su inconsistencia, su
parcialidad o su incapacidad para que en ellas quepa la gran variedad de

6
“Se denomina indios o indígenas a los descendientes de los habitantes nativos de
América —a quienes los descubridores españoles, por creer que habían llegado a las Indias,
llamaron indios— que conservan algunas características de sus antepasados en virtud de
las cuales se hallan situados económica y socialmente en un plano de inferioridad frente
al resto de la población, y que, ordinariamente, se distinguen por hablar las lenguas de sus
antepasados, hecho que determina el que éstas también sean llamadas lenguas indígenas”. Y
más adelante agregan “fundamentalmente, la calidad de indio la da el hecho de que el suje-
to así denominado es el hombre de más fácil explotación dentro del sistema; lo demás, aun-
que también distintivo y retardador, es secundario” (citado en Bonfil 1972, pp. 109-110).

92
la violencia del discurso

situaciones y de contenidos culturales que hoy caracterizan a los pueblos


de América que llamamos indígenas”.
Así, revisa las principales definiciones elaboradas por la sociología, la
antropología o la etnología y sus criterios definitorios:

1) El uso de indicadores biológicos, conectado estrechamente con la con-


cepción del indio en términos raciales, dice Bonfil, resulta ya obsoleto
puesto que, debido a la mezcla, todos en América somos ya mestizos.
Sin embargo, no habían faltado los intentos recientes de caracterizacio-
nes biológicas. También anota que en los Estados Unidos la definición
legal del indio incluía en aquel momento todavía consideraciones sobre
el porcentaje de sangre indígena de los individuos.
2) El criterio lingüístico, empleado en las estimaciones censales, que cono-
ce contraejemplos extremos como el de Paraguay: 80 % de los poblado-
res hablaban guaraní y sólo 2.6 % era considerado indígena.
3) El criterio cultural, en el sentido globalizante —anota Bonfil— que se le
da al término en antropología. Conviene citar la definición de J. Comas:
“Son indígenas quienes poseen predominio de características de la cul-
tura material y espiritual peculiares y distintas de las que hemos dado en
denominar ‘cultura occidental o europea’ (Bonfil 1972, p. 107). Otras
definiciones, Gamio, León-Portilla y Alfonso Caso comparten este crite-
rio, no definen la cultura indígena salvo por contraste con la occidental.

La inadecuación del concepto de ‘indio’ en cualquiera de sus inten-


tos de definición y la diversidad que dicho concepto pretende subsumir y
nunca logra llevar a Bonfil, como hemos visto, a concluir que el indio es
una categoría y que el indio como sujeto-sometido desaparecerá sólo con
la quiebra de las relaciones de dominio que sojuzgan a los pueblos coloni-
zados. Defiende, en cambio, la necesidad de proteger la pluralidad de las
diversas culturas étnicas, “entidades caracterizadas por un pasado común
y una serie de formas de relación y códigos de comunicación que sirven
como fundamento para la persistencia de su identidad” (Bonfil 1972, p.
122).
Si pensamos, sin embargo, que el concepto no describe una realidad
que le sería anterior, sino que produce una interpretación (o figuración)
particular y a su vez produce, a partir de esta interpretación relaciones es-
pecíficas con esa realidad, se nos ofrece una perspectiva de análisis dis-
tinta. Los conceptos están retóricamente regulados, como lo advirtiera ya
93
erika lindig cisneros

la teoría nietzscheana de la retórica. Las distintas figuras del indio o del


indígena han sido exitosas en la medida en que han producido relaciones
específicas entre colonizadores y colonizados, entre los estados y los gru-
pos identificados mediante esas figuras y, finalmente, entre individuos y
colectividades sociales que las adoptan o bien las reinventan. Se hace nece-
sario, entonces, el análisis de cada una de estas figuras. ¿Qué significados,
usos y valoraciones pone en relación? ¿En qué tipo de relación y mediante
qué procedimientos retóricos específicos? ¿Cuál es el lugar o los lugares de
su enunciación?, es decir, ¿en qué ámbito discursivo político se enuncia y,
por lo tanto, a qué orden responde? También, ¿a qué intereses responde?,
¿por qué y para qué actor político o social es importante en primer lugar
definir a un grupo? ¿Qué políticas del discurso desplazaron el uso de un
término por otro? ¿Cómo se han preservado algunos significados o usos y
cómo han aparecido nuevos? ¿Cuáles han sido los efectos sociopolíticos e
históricos del empleo de estas figuras?
Finalmente, si determinadas formas de habla, como afirma Butler, in-
vocan y reinscriben una relación estructural de dominación, constituyen
una ocasión lingüística para reafirmar esta dominación estructural, sin
embargo, su apertura retórica, la posibilidad de invención, es también la
apertura a una respuesta crítica.

Bibliografía

Álvarez-Cienfuegos Fidalgo, J. (2010). La cuestión del indio: Bartolomé


de las Casas frente a Ginés de Sepúlveda. La polémica de Valladolid de 1550.
México: unam.
Bonfil Batalla, G. (1972). “El concepto de indio en América: una categoría
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Derrida, J. (2010). “Firma, acontecimiento, contexto”, en Márgenes de la filoso-
fía. Madrid: Cátedra.
Martínez de la Escalera, A. M. (2012). “Racismo. Un estudio de su ins-
cripción moderna”. Conferencia inédita leída en el encuentro “Modos con-
temporáneos de la exclusión”, el 28 de noviembre, en Ciudad Universitaria,
Ciudad de México.

94
la violencia del discurso

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Vocabulario para el debate social y político. México: unam/Juan Pablos.
Quijano, A. (2000). “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”,
en E. Lander (comp.). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias socia-
les. Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: clacso (Consejo Latinoa-
mericano de Ciencias Sociales).

95
caricatura y persuasión

CARICATURA Y PERSUASIÓN
COMO PARTE DEL HUMOR POLÍTICO

Anna María Fernández Poncela


Universidad Autónoma Metropolitana

D icen que no dejamos de jugar porque envejecemos sino que enveje-


cemos porque dejamos de jugar. Lo mismo puede decirse sobre la
alegría: no dejamos de divertirnos y reír porque envejecemos sino que en-
vejecemos porque dejamos de reír y divertirnos. De todas maneras y como
apunta la psicología positiva, con los años suelen prevalecer las emociones
agradables (Avia y Vázquez 2011).
Investigar es una forma de jugar, porque investigar no es ni arte ni
ciencia, sino una aventura. Por ello aquí vamos a jugar y a divertirnos, per-
dón, quise decir vamos a investigar, y a investigar muy seriamente, porque
la seriedad no es lo contrario de lo divertido, porque lo opuesto de esto
último es el aburrimiento.

Todas y todos escribimos para que nos crean, algunas/os también


para que nos quieran como García Márquez confesó en alguna oca-
sión. Lo primero lo hacemos a través de la retórica; o si lo prefieren
la argumentación, mostrando, demostrando; razonando desde la
lógica. Lo mismo acontece en el hablar. ¿O alguien escribe y habla
para que no le crean? Pero no nos engañemos lo que estamos hacien-
do muchas veces —no siempre— queriendo o sin querer —esto es,
consciente o inconscientemente— es persuadiendo, dando razones
para que se llegue a una conclusión, seduciendo para que se adquiera
un determinado producto, convenciendo para que se vote a un par-
tido en concreto, induciendo para que se llegue a una determinada
opinión y acto seguido se tome una decisión e incluso que con ello se
llegue a una acción. No olvidamos que sensación, emoción y acción
forman parte de un continuum y una concatenación actancial (Fer-
nández Poncela 2011, pp. 315-339).

97
anna maría fernández poncela

En fin, expresar y argumentar no es ni más ni menos que un acto


de habla para persuadir, directa o indirectamente, consciente o incons-
cientemente. Para ello hay que tener presente cuestiones contextuales
espacio-temporales y culturales, el acto comunicativo en sí y aspectos
psicológicos, sociales, culturales y emocionales, personales, grupales y so-
ciales, interrelacionales siempre.
El objetivo de este texto es argumentar,1 mostrar y demostrar — el
empleo humor como parte de la persuasión política —y tal vez conven-
cer—, sin por supuesto desconocer lo ingenioso y divertido, lo expresi-
vo y sano, también observar lo agresivo y discriminatorio, pero en todo
caso reconocer su función retórica. Los chistes y la caricatura políticos
son, creemos, un magnífico ejemplo para ello, pues son discursos retóricos
con una clara intención humorística y política al mismo tiempo, ambas
inseparables. Mucho se ha dicho que se trata de crítica social, de reflexión
también, de divertimento o relajo, pero poco se le ha señalado como crea-
dora de opinión pública; esto último se debe precisamente a su eficacia
comunicativa y, además porque no se observa dicha intención como tal
en el discurso verbal e icónico que dichos medios poseen. Escasa atención
también han recibido estas expresiones humorísticas que contribuyen a
aliviar cuerpo y alma, soltar tensión, reequilibrar emociones y hacer me-
diante la expresión verbal o icónica lo que quizás se desearía —consciente
o inconscientemente— de otras formas y por otros medios no tan amables
y loables como éste.
Para iniciar, se debe señalar que la mayoría de los autores que estudian,
la caricatura política apuntan a crítica social. Monsiváis advertía que se tra-
ta más de una reflexión, y lo mismo podríamos decir de los chistes verba-
les. Sin embargo, aquí vamos a defender que, además de crítica y reflexión,
también es argumentación retórica, cuya intención e interpretación crean
o co-crean una opinión y tal vez una acción, o por lo menos ésa es la clara o
velada intención. De hecho, se utiliza la ironía y el humor en la publicidad
con objetivos comerciales, por tanto, de convencimiento, para fomentar el
consumo de un producto o servicio. ¿Por qué los chistes verbales o la cari-

1
Si bien hay quien diferencia ‘argumentar’, ‘convencer’, ‘persuadir’ y ‘seducir’, aquí
consideramos para los efectos de este trabajo que todos estos conceptos están en el campo
semántico de la intención de ‘influir’.

98
caricatura y persuasión

catura política gráfica no iban a tener esos mismos propósitos? Quien crea
y transmite el mensaje no intenta ni apuesta por convencer de la verdad.
Es más, lejos quedaron los argumentos —hablando de argumen-
tos— de que la publicidad engaña, las encuestas manipulan, los políticos
compran. Hoy se habla del poder de elección del receptor, de agencia y
conciencia. Pero, en fin, la caricatura política ¿qué hace? O sería más co-
rrecto decir: ¿qué intención, propósito y objetivos albergan sus creadores
—caricaturista— y transmisores —publicación?
En estas páginas aventuramos una respuesta, nos acaricia el dolor y la
amargura de la realidad, momentáneamente pensamos, aunque tal vez y
a la larga la acreciente. Nos hace sonreír o reír, triunfa el placer que diría
Freud (2008), luego nos abandona. Nos aporta puntos de vista diferen-
tes o complicidades similares, son posturas críticas, pequeñas rebeliones,
grandes introspecciones. Además de todo eso, se trata de una opinión
que busca ser creída, compartida, interiorizada, una visión del mundo
que quiere inseminarse a través de la introyección, de la cual además deri-
van en ocasiones acciones, a largo o mediano plazo, desde mantener una
ideología hasta votar o no. En resumen, se tensa —convence— y acto
seguido se destensa —cuando se remueve la energía física, mental y emo-
cional con la risa. Todo un ejercicio para el cuerpo, la mente y, quizás,
también el alma. Qué mejor convencimiento que a través de la emoción
que promueve la memoria y de la risa que fomenta el recuerdo, pero eso
sería ahondar en el mundo emocional en cuestión que nos desviaría de los
objetivos de este trabajo.
Hoy las ciencias sociales apuntan al giro cultural y al giro emocional,
y ¿cuáles son los componentes principales de un chiste político?, ¿de qué
se vale una caricatura política? De la cultura no nos podemos salir (Butler
2007); las emociones ya nos han alcanzado (Fernández Poncela 2011, pp.
315-339) o habría que decir que siempre han estado ahí. Así, cultura y
emoción se entrelazan hábil, invisible y silenciosamente en el humor po-
lítico: cultura, emoción y, añadimos en este trabajo, intención persuasiva.

La ironía: una figura retórica

Lo juegos del lenguaje de una lengua no constituyen un repertorio


cerrado sino un juego interminable. Los habitantes parten de un cú-

99
anna maría fernández poncela

mulo de juegos conocidos que les abren paso a un extenso universo


de juegos posibles. Los juegos del lenguaje son unas veces juegos in-
fantiles y otros juegos sociales de adultos (Luque Duran 2007, pp.
91-126).

La caricatura obedece o, sería más correcto decir, se relaciona con to-


das las teorías del humor y la risa: superioridad, incongruencia y absurdo, y
catarsis (Fernández Poncela 2015). Lo mismo es posible afirmar de la iro-
nía, una de las figuras retóricas que destaca en la caricatura, junto a la burla,
la parodia, la sátira y el sarcasmo. La caricatura exagera con desmesura y
rebaja (Freud 2008). En la caricatura se “ríen de”, desde la superioridad de
uno —autor y receptor— y al rebajamiento del “otro” —el objeto de la cari-
catura. Hay complicidad y catarsis, se castiga, pero, así como en toda ironía
y más allá del ingenio creativo o de la risa resultante, está el resentimiento,
el dolor y la tragedia semioculta (Ramírez 2006, pp. 9-31).
La caricatura echa mano de los recursos de las figuras retóricas, tales
como la metáfora (comparación o identificación de dos contenidos), la me-
tonimia (aludir a un concepto a través de otro que lo sustituye), la hipérbole
(exageración), la sinécdoque (una parte sustituye al todo), la alusión (referir-
se a algo o alguien sin nombrar), los retruécanos (palabras que se recuerdan
a través de una analogía), el doble sentido (diferentes interpretaciones), los
juegos de palabras (un término con dos significados), la antonimia (voca-
blos de sentido contrario), la redundancia (repetición), la antítesis (palabras
con sentido opuesto) y, por supuesto, la ironía.
La ironía relaciona texto (caricatura) y contexto (“realidad”), sea lo
que sea eso que llamamos realidad (Watzlawick 2003); para la semántica
verbal, diferencia lo que se dice y lo que se da a entender, y usa el tono
burlesco; para la pragmática, es una relación comunicativa con inten-
cionalidad evaluativa donde el autor codificador manipula y el receptor
descodificador con competencia interpreta la evaluación peyorativa. La
ironía en el chiste y, por extensión, en la caricatura significa varias cosas: es
una forma de burlarse de alguien o de una situación, denunciarla o atacar-
la, a veces algún tipo o nivel de agresión; en general es una desvalorización
al servicio del convencimiento. A su vez para la lingüística es antífrasis en
el sentido de decir lo contrario de lo que se quiere decir. Se trata también
de un acto de la lengua no directo, y ambiguo: se puede dudar entre dos
lecturas, un significante con dos significados. En fin, es posible pensar que
100
caricatura y persuasión

la ironía constituye una actitud ante la realidad: tener o mantener un tono


burlesco y crítico ante la sociedad o la política, como en el caso que nos
ocupa.
Más allá de la discusión actual sobre su definición y función (Curcó
2004, pp. 333-375), sea una incongruencia o dos argumentos que exclu-
yen o que dan a entender lo contrario de lo que se dice, sea una descripción
o una interpretación, que amplía su definición y función, “la ironía es un
caso particular de uso interpretativo, de eco en el cual el hablante atribu-
ye de manera implícita cierto contenido proposicional a alguien diferente
de sí mismo en el momento de la enunciación y, además, expresa simul-
táneamente hacia dicho contenido su propia actitud de disociación de
manera tácita” (Sperber y Wilson 2004, p. 622, cit. Curcó 2004, p. 356).
Y es que “el enunciado es una interpretación de una idea o pensamien-
to que el emisor atribuye a alguien diferente de sí mismo en el momento
de la enunciación, y del cual él se disocia implícitamente” (Curcó 2004,
p. 359). Así, desde este enfoque, no es la negación lo que crea la ironía,
“sino el uso interpretativo atributivo con actitud de escarnio, mofa o re-
chazo. Este despliegue de lo errado atribuido a otros, el que acompaña el
juicio implícito, negativo y crítico del emisor, es lo que hace que la iro-
nía sea un elemento con un inmenso potencial de formación de opinión”
(Curcó 2004, p. 360). Por supuesto, la complicidad es importante, la co-
yuntura y el contexto (Van Dijk 2012).
Finalmente, sobre la relación entre ironía y persuasión se puede decir
que “ver la ironía como una síntesis de atribución a terceros de ideas, pen-
samientos y acciones sobre las cuales se expresa una actitud reprobatoria
establece una conexión natural entre el uso de elementos irónicos y la per-
suasión” (Curcó 2004, p. 362).
Para la pragmática la ironía es estrategia discursiva, cuya función de es
“cuestionar y subvertir las representaciones, ideas, o creencias dominantes.
Así, las caricaturas irónicas se plantean como una manera específica entre
muchas posibles de representar al mundo real y por ello, si son exitosas,
inducen a la reflexión” (Curcó 2004, p. 365). La ironía tiene que ver con
contrastes e incongruencias, lo que se observa en la caricatura y su espacio
político referente de forma usual.

101
anna maría fernández poncela

La caricatura: imágenes y discursos


como actores sociales

La caricatura y la parodia, así como su antítesis práctica, el “desen-


mascaramiento”, se dirigen contra personas y objetos respetables e
investidos de autoridad […] La caricatura lleva a cabo la degradación
extrayendo del conjunto del objeto eminente un rasgo aislado que
resulta cómico, pero que antes, mientras permanecía formando par-
te de la totalidad, pasaba inadvertido. Por este medio se consigue un
efecto cómico que en nuestro recuerdo es hecho extensivo a la tota-
lidad, siendo condición para ello que la presencia de lo eminente no
nos mantenga en una disposición respetuosa. En los casos en que no
existe tal rasgo cómico que ha pasado inadvertido, es éste creado por
la caricatura misma, exagerando uno cualquiera que no era cómico
de por sí (Freud 2008, pp. 203-4).

Para Aristóteles la caricatura presenta a los hombres peores de lo que


son, para Balzac se trata de un recurso agresivo y cordial. Como se observa
en la cita anterior Freud (2008) , apunta hacia un rasgo cómico exagerado,
sea real o creado y parece estar claro que consiste en una exageración bur-
lona o satírica de las características de una persona o hecho, que busca y
remarca defectos y problemas, incongruencias y absurdos. La degradación,
deformación y ridiculización de un individuo o situación es pues el objeto
preferido de esta expresión.
Según el origen etimológico de la palabra y su moderna comprensión,
caricatura viene originalmente del italiano caricatura o caricare, que quie-
re decir ‘cargar’ (Pedrazzini y Scheuer 2012), también se traduce como
‘recargar’ y ‘exagerar’ (Curcó 2004, pp. 333-375), lo cual está acorde con
la caricatura en la actualidad. Se trata de un dibujo “satírico en que se de-
forman las facciones y el aspecto de alguien”, asi mismo se considera como
una “obra de arte que ridiculiza o toma en broma el modelo que tiene por
objeto” según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
(2012). Ahora Bergson apunta que

Por regular que resulte una fisonomía, por armoniosas que se supon-
gan sus líneas y por ágiles que resulten sus movimientos, jamás es
enteramente perfecto su equilibrio. Siempre se desprenderá de ella
la indicación de un hábito que se anuncia, el esbozo de un posible

102
caricatura y persuasión

gesto, una deformación preferida, en suma, a la cual se inclinará más


fácilmente la naturaleza. El arte del caricaturista consiste en captar
ese movimiento, a veces imperceptible, y hacérnoslo visible, agran-
dándolo. Hace gesticular a sus modelos como ellos mismos gesticu-
larían si extremaran su gesto (2008, p. 27).

Sus reales orígenes se pierden en la historia, pero se rumora que Na-


poleón fue uno de los primeros, sino el primer personaje caricaturizado.
Por otra parte se señala la escuela holandesa e italiana del siglo xvi y la
inglesa una centuria después, cuando se realizaban ya sátiras en torno a lo
absurdo de algunas costumbres sociales, así como se señalaba la corrup-
ción moral de ciertos grupos, hay que tener en cuenta que hablamos de
hace más de cien años, pero cualquier semejanza con el pasado no es mera
coincidencia. Como se observa todo esto viene de lejos, nos referimos
no sólo a la caricatura social y política sino a lo absurdo y amoral en la
historia de la humanidad, así como del espacio de la política sobre el cual
nos centramos en este texto. Y es que, reiteramos, se trata de estereotipar
y exagerar, por lo que se

[…] pone énfasis en la representación gráfica exagerada, deformada y


ridiculizada de personas, situaciones, al acentuar o disminuir rasgos
del rostro o del cuerpo; o al centrarse en ciertos aspectos, dejando de
lado otros en el tratamiento de los hechos de actualidad. En el terreno
de la política, la personalidad caricaturizada da cuenta de una perso-
nalización y personificación de los hechos (Tillier 2005), a partir de
la cual situaciones de suma complejidad, decisiones y acciones de un
gobierno, recaen bajo la responsabilidad de unos pocos rostros y cuer-
pos. Los hechos de actualidad constituyen la fuente principal del tra-
bajo de irrisión efectuado por la caricatura política, a partir del cual
operan procesos de deconstrucción y alteración. Este tipo de imagen
se enmarca dentro del género satírico puesto que, como la sátira, toma
elementos de los discursos ofensivos y los discursos cómicos (Duval
y Martínez 2000) con el fin de denunciar y criticar lo que se consi-
deran como abusos, contradicciones y torpezas de la clase dirigente,
haciendo uso de diversas formas de lo cómico (Pedrazzini y Scheuer
2012, p. 112).

Como aquí se señala, el absurdo modelado en la política es quien


inspira la caricatura y quien lo tiene muy fácil a veces con sólo observar
103
anna maría fernández poncela

y seguir los pasos de la representación teatral que ofrece la primera y el


simulacro o ridículo sobre el cual opera (Balandier 1994).
Si bien en ocasiones es considerada como género menor (Baudelaire
1988), la caricatura política hoy es más que un relato gráfico gracioso. El
auge tuvo lugar en el siglo xix: tras la independencia cobró importancia
gracias a los famosos artistas gráficos populares (Curcó 2004, pp. 333-
375) y hasta nuestros días ha sobrevivido y mantenido dinamismo y fuer-
za, pese a que los medios de comunicación no escritos parecen haberse
impuesto y ser más populares, como la televisión y la internet; en este úl-
timo en particular todo mundo puede caricaturizar la vida y la política de
manera colectiva y compartida.
En resumidas cuentas, es una estrategia de comunicación y un géne-
ro periodístico de opinión, cuyo principal objetivo es la crítica y, supues-
tamente, también la reflexión; a veces predomina la primera, pero muy
ideologizada y prácticamente como slogan de campaña con intención de
atacar al contendiente contrario. En unas ocasiones, esta crítica social se
abre a otros aspectos más colectivos y sin perder ideología traspasa el es-
trecho escenario de los partidos políticos y el lente se amplía hacia señala-
mientos del sistema político en general y actuación de sus protagonistas,
más allá de colores y consignas. En general, presenta una suerte de rebelión
contra la supuesta autoridad o el presunto enemigo, contra el supuesto
contrario siempre: en ocasiones sólo una mirada reflexiva a través de un
juego de imágenes y palabras, una broma ligera y simpática o una ironía
afilada y profunda, en otras; una crueldad que desgarra hasta lo más pro-
fundo coloreando de amargura el panorama político complejo y absurdo.
Algo que, aunque obvio, conviene comentar: la caricatura tiene dibujo
y texto, y tanto lo icónico como lo verbal escrito son actos sociales (Lizarazo
2004; Van Dijk 2001a). Trata de reflejar, representar o producir mediante su
discurso visual y verbal un efecto a través del lenguaje de imágenes y palabras,
cierta crítica audaz ideologizada que se centra y se basa en el ataque y juega
con la exageración y el estereotipo y varias figuras retóricas, como vimos, con
objeto de supuestamente narrar el mundo y de paso intervenir en el mismo,
una forma de entenderlo y reflexionarlo, con intención de comprenderlo y
explicarlo y recrearlo, desde la trinchera de la crítica y el señalamiento social
y, también, con una clara intención de persuadir y divertir.
La imagen y el discurso como texto y el texto como acto. “El valor del
signo está definido por su entorno, o en términos más radicales: no hay
104
caricatura y persuasión

significación en el signo, sino en el entramado relacional entre los signos,


es decir, en los textos […]. Esta noción del texto como actos, a partir de la
cual se precipita la pragmática, es sólo posible en el ámbito de los procesos
comunicativos” (Lizarazo 2004, p. 66).

El camino recorrido permite desbordar la noción de imagen como


objeto y apuntar a una concepción de la imagen como acto […] (la
participación perceptiva, la puesta en juego de las reglas culturales
de apreciación, la experiencia social de asignación o insuflación de
sentidos, la dialéctica artefacto icónico-intérprete, la inflexión expe-
riencial para su apreciación) fundamentalmente dicha perspectiva
pero, a la vez, los planteamientos que ahora iniciamos constituyen su
propia defensa. Toda icónica es una experiencia. No podemos hablar
de imágenes más que en la medida en que son vistas y referidas por
los seres humanos en sus diversas condiciones humanas, esto indica
que la imagen es en realidad un vínculo: una relación indisoluble
entre la mirada y lo mirado (Lizarazo 2004, p. 224).

Por su parte, el discurso es uso del lenguaje, comunicación e interac-


ción social, es un texto en un contexto, con forma, sentido y acción (Van
Dijk 2001a; 2012).
La caricatura compuesta, como decimos, de discurso verbal e icónico
comunica inquietudes y necesidades, ideas e ideologías, críticas y reflexio-
nes, lejos de cierto lenguaje vacío en nuestros días. La caricatura es parte
de un proceso, es representación social toda vez que construcción social,
presenta ideologías y es inteligible en determinado entramado espacio
temporal. Necesitamos señalar que, mientras hay un humor que puede
entenderse en diferentes espacios sociales y culturales y traspasa fronte-
ras de países y continentes, la caricatura política parece semiesclava de la
realidad, su realidad y coyuntura política; sólo se entiende en un contex-
to social incluso temporal y en el espacio de influencia del personaje y el
acontecimiento; en resumen, en un país y en su tiempo. Es un tipo de ex-
presión humorística que tiene un referente en el acontecer político, sus
actores e instituciones, los discursos y los hechos, las situaciones y decla-
raciones. En resumen, una mirada representacional de un suceso desde la
crítica social, la ideología política, el ingenio mental y la intención persua-
siva, pero siempre anclada al referente reinterpreta, resignifica, contradice
y confabula.

105
anna maría fernández poncela

La caricatura —expresión icónica y verbal—, como parte del discur-


so, es un fenómeno práctico, social y cultural, un acto social, una acción,
una interacción, un diálogo contextualizado, es una acción, en un con-
texto espacio temporal, donde tienen lugar y se observan las relaciones
de poder como parte de relaciones grupales y sociales, con una ideología,
todo ello en el mismo sentido que el discurso (Van Dijk 2001b).

La persuasión: intención de la caricatura

“El trabajo de los dibujantes se encuentra afectado por el periódico para


el que trabajan, con una línea editorial más o menos clara y un contrato
de lectura particular (Verón 1985), que instaura un dispositivo de enun-
ciación propuesto por el periódico a sus lectores” (Pedrazzini y Scheuer
2012, p. 112).
Como se pregunta Lizarazo (2004, p. 19) sobre las imágenes y que
aquí extendemos a las palabras, frases, mensajes y discursos como texto de
lenguaje escrito: “¿qué hacen con nosotros las imágenes, qué hacemos con
ellas?”. La caricatura, según se ha dicho, es reflejo y construcción social,
producto y productor de opinión, o reproducción o transgresión.
Se señaló en el apartado anterior que el discurso tiene una intención;
así la caricatura es también una forma de acción con intención, posee un
propósito, la consideramos aquí como el poder persuasivo dentro de una
ideología y con un fin político, la mayoría de las veces concreto y hasta en
ocasiones, más que claro, evidente y evidenciado.
Las caricaturas informan y comunican, llaman la atención a los lecto-
res de publicaciones y se centran en las intenciones del autor; y periódicos
o revistas crean opinión, repitiendo lo ya dicho.
Los medios de comunicación son portadores de opiniones y creen-
cias, con interpretaciones de los hechos noticiosos e ideologías (Van Dijk
2000). Por ello, estas gráficas de sucesos contribuyen a sostener ideologías
o atacarlas, no tanto a reproducir una noticia cuanto a interpretarla humo-
rísticamente, con intenciones determinadas, como “vehículo de opinión”,
que argumenta un discurso anclado en una ideología. Se trata de una ima-
gen y un discurso intencional, es la interpretación personal y propia de la
noticia según el caricaturista y el diario. Buscan incoherencias absurdas
en los hechos, instituciones y actores políticos, la posibilidad de crítica y
106
caricatura y persuasión

denuncia de ciertos partidos y personajes políticos, a través del humor, la


burla, la ironía y hasta la sátira más feroz en algunos casos. Hay que tener
en cuenta que además de perseguir la fácil y rápida hipérbole recurren al
estereotipo más típico, por lo que reproducen discriminación social de va-
rios tipos, entre ellos de género, social y étnica.
Por supuesto, como consecuencia de lo anterior, de la intención po-
lítica e ideológica y el uso de la retórica, la caricatura, como parte de la
comunicación, recurre a la persuasión de las audiencias mientras hace reír
o sonreír; es una de las estrategias que saltan a la vista, máxime si se trata
de imágenes de políticos y políticas en campaña, de gobiernos en crisis
o de conflictos entre partidos, por citar algunos ejemplos. Pero, además,
se juega con la ventaja de que el humor es atractivo, divertido; capta
la atención, toca la cultura y roza los afectos, se denigra al adversario
—las incongruencias y absurdos— y se reproducen prejuicios de todo
tipo —entre ellos, los sexistas que desvalorizan en general a las mujeres, y
en ocasiones, a la población masculina.
La imagen también tiene su retórica, como apunta Barthes (1986)
para la imagen publicitaria; lo mismo es aplicable a una caricatura. La re-
tórica de la imagen incluye, “un conjunto de operaciones artificiosas que
caracterizan el mensaje y buscan el asentamiento persuasivo y emotivo por
parte de los receptores” (Font 1981, p. 18, apud Chamorro Díaz 2005, p.
5). Además, “toda figura retórica podrá analizarse así en la transgresión fin-
gida a una norma […] se tratará de las normas del lenguaje, de la moral, de la
sociedad, de la lógica, del mundo físico, de la realidad, etc.” (Durand 1972,
p. 83, apud Chamorro Díaz 2005, p. 5). Y “la imagen retorizada, en su lec-
tura inmediata, se emparenta con lo fantástico, el sueño, las alucinaciones:
la metáfora se convierte en metamorfosis, la repetición en desdoblamiento,
la hipérbole en gigantismo, la elipsis en levitación” (Durand 1972, p. 83)
(Chamorro Díaz 2005, p. 5). Por otra parte, se considera que la ironía es
“un elemento con un inmenso potencial de formación de opinión” (Curcó
2004, p. 360). Así ironía y caricatura poseen una íntima relación. ¿Qué ma-
nera mejor de descalificar que ironizar o satirizar, verter el miedo y el enojo
en la lanza de la crítica humorística, apuntar la pistola del chiste, el puñal de
la caricatura y lanzar la flecha envenenada del humor tendencioso, hostil,
agresivo, aniquilador?
Una ironía que desencadena una sonrisa cómplice en el receptor, pero
sonrisa de amargura y dolor, no de alegría y ni fiesta, en esa interjección
107
anna maría fernández poncela

cómplice y co-creadora. Una ironía que se funda en el ingenio y despliega


agudeza e imaginación envuelta en engranajes emocionales profundos y
expresiones culturales cotidianas. De ahí la importancia de la emoción, de
mover y conmover (Fernández Poncela 2011, pp. 315-339).
En la caricatura se expone, representa y argumenta. Si bien argu-
mentar para la lógica es razonar, para la retórica es, o puede ser, persuadir
—aunque no todo mundo está de acuerdo—: se dan razones o mensajes
para defender una opinión y, sobre todo, convencer de la misma. Esto se
hace a través de diferentes figuras retóricas, a veces siempre moviendo y
emocionando, apuntando y disparando, además de disparatar.
Se dice que la mayor aportación de Grice fue el mostrar que lo im-
portante de la comunicación no es tener ni reconocer intenciones, sino
albergar e identificar intenciones sobre otras intenciones o creencias sobre
otras creencias (cit. Curcó 2004, pp. 333-375). Por su parte según Sperber
y Wilson (cit. Curcó 2004, pp. 333-375):

la cognición humana tienden a maximizar la relevancia. En este sen-


tido cada imagen y texto de una caricatura tiene una función y el di-
bujo y el breve texto que en ocasiones lo acompañan proporcionan
las claves visuales y lingüísticas que ofrece el autor como punto de
partida para un proceso de interpretación basado en la inferencia que
lleva a cabo el lector. Estas claves, al igual que el significado estricta-
mente semántico de los enunciados, no agota el contenido comuni-
cado por la caricatura, pero dan la pauta para construirlo. A partir de
esta pauta, el lector emprende la misma tarea de interpretación que
realiza cuando comprende el discurso de otros: desde identificar lo
que el caricaturista “dice” explícitamente, lo que implica o comunica
implícitamente, la actitud que expresa hacia lo que dice e implica, y
el contexto de interpretación en el que el caricaturista espera que se
procese su caricatura. Este proceso debe igualmente estar guiado por
la búsqueda de relevancia óptima (Curcó 2004, pp. 351-352).

Conclusiones

El humor puede ser entendido desde lo simbólico (Bergson 2008), pero


también como descarga de energía interior (Freud 2008), así también
como significación social, incluso fuerza transformadora (Bajtín 1995), si
108
caricatura y persuasión

bien también se puede leer como un fenómeno sociológico para la com-


prensión de la vida (Berger 1999), siempre estrategia de comunicación
(Raskin 1985), como se remarcó anteriormente, con intención.
En un mundo donde se auguraba el fin de la historia, la saturación
informática, el vaciado del discurso y la retórica de la imagen, la caricatura
parece sobrevivir con su sentido primigenio, navegando entre el dolor y
la risa, entre el ingenio y el estereotipo, pero de pie frente a los discursos
huecos y las imágenes sin sentido de nuestros días. En un tiempo y planeta
vertiginoso y extraviado, la caricatura sobrevive al simulacro, se ancla en
la vieja representación como un fenómeno pragmático del humor, comu-
nicativo y transgresor, tal vez porque el sistema político injusto y caduco
también se aferra a su persistencia, y es éste el referente y sentido de la ca-
ricatura política, quizás, porque la caricatura es también una mirada que,
como defendemos en estas páginas, aligera la vida, de lo que la humanidad
parece estar necesitada: de salirse de sus obsesiones mentales, desequili-
brios emocionales y todo aquello que rigidiza y enloquece.
La caricatura es una forma de lenguaje —icónico y verbal— o socio-
discurso que co-construye sentido con una finalidad. A la función de
“crítica hacia problemas sociales, y tiende a hacer reír a los lectores para
menguar en cierta manera el sufrimiento del drama nacional en el que se
vive día a día” (Sánchez Guevara 2012, p. 1), que se atribuye usulamente
a la caricatura, se añade y remarca aquí la intención de persuadir. En todo
caso ciertamente su objetivo principal es provocar risa y reflexión (Sán-
chez Guevara 2012, pp. 1-23). En fin, “la caricatura política es un subtipo
de discurso que sintetiza las características de dos tipos de discursos: el
político por el contenido y el periodístico: espacio y contenido. El texto
humorístico político aborda el objetivo semiótico-discursivo […] En estas
metáforas emergen las funciones emotiva, poética que se ubican en el emi-
sor o emisores y la persuasiva se centra en el receptor” (Sánchez Guevara
2012, p. 7). Como se dijo, se emplea el humor desde la incongruencia, la
superioridad, el absurdo o la catarsis (Fernández Poncela 2014). Sobre es-
tas teorías del humor y la risa, la política, el sistema político, la clase políti-
ca y la caricatura que los dibuja, parece que todavía tiene mucho que decir.
La caricatura reúne imágenes que hablan y frases que dibujan, com-
plementando lo verbal y lo icónico, una eficacia comunicativa, que va de
la crítica social o la reflexión política, hasta la formación o reafirmación
de opiniones políticas. Se argumenta, convence, crea opinión y tal vez in-
109
anna maría fernández poncela

duce a la acción. En fecha reciente Carlos Monsiváis llegó a decir que la


caricatura política no es un género subversivo sino más bien reflexivo, toda
vez que su influencia disminuye ante el embate de otros medios (Observa-
torio de Medios uia, 2008). Aquí añadimos que quizás no es tan crítico,
que tal vez es más reflexivo, pero que, en todo caso, está cargado de una in-
tención como acto social que es, y ésta es, además de divertir, la persuasión.
La caricatura es una expresión con autor, está firmada, no como el
chiste político popular y anónimo; además está en un periódico o publi-
cación que tiene una ideología y cierta línea editorial, por lo que sus cari-
caturas van o suelen ir en el mismo sentido e intención. Si la editorial crea
opinión, la caricatura es una suerte de editorial lúdica, simple, disparatada
pero cargada. Se trata de un vehículo con injerencia social y política que
marca tendencias de opinión, pero de forma menos clara y consciente qui-
zás que un discurso de un político o la editorial de un periódico. Influen-
cia hacia un cambio político y social, hacia una democracia más amplia y
profunda, hacia una mejor humanidad o influencia para que nada cambie,
pero siempre influencia al fin y al cabo. Se critique al gobierno o a la oposi-
ción, la intención es persuadir a través de la burla o la ironía, crear opinión,
contra la oposición y a favor del gobierno, o contra el gobierno y a favor
de la oposición. Para ello no se duda en recurrir a las imágenes y mensajes
más estereotipados y negativos, exagerándolos, reproduciendo así el más
profundo etnocentrismo, sexismo, el conflicto, la discriminación y la vio-
lencia que en la sociedad existe, pues sin este recurso no conseguirían el
entendimiento, la complicidad y el humor. En general el humor más hostil
y tendencioso suele ser considerado el más gracioso y risible (Freud 2008).
La discriminación está en la realidad, la caricatura la refleja y ciertamente
al valerse de ella también la reproduce, pero si no estuviese en la realidad la
caricatura no la retomaría.
En resumen, la caricatura es una expresión cultural, emocional y po-
lítica, un recurso retórico de persuasión, que a veces desafía al sistema
simbólico y cultural, otras al orden político social, en ocasiones al poder
político concreto, al gobierno o a la oposición, al entorno emocional y
sentimental de una sociedad, pero eso es parte de su “desestructurarse” de
la estructura dominante, aunque también reproduzca estereotipos y pre-
juicios que reproducen esa misma estructura dominante de la que pare-
ciera distanciarse. En todo caso: “Thomson y Herwison (1986) aseguran
que el humor político, sea cual sea su forma de presentación, no posee el
110
caricatura y persuasión

poder suficiente como para derribar a algún gobierno, cambiar una línea
política o desencadenar una revolución” (Infante Yupanqui 2008, p. 263),
más bien “el humor es una forma de conciencia en donde el público puede
mirarse” (Infante Yupanqui 2008, p. 268).

Como en un editorial, la caricatura expone una toma de posición en


torno a los hechos registrados. Sus rasgos irónicos le permiten carac-
terizar sistemas de creencias y comportamientos atribuidos a otros,
y simultáneamente emitir un juicio crítico hacia ellos mediante la
exhibición de elementos incongruentes. Es decir, posee la forma de
un argumento sintético. A diferencia del editorial, su procesamiento
tiene un costo bajo y a menudo involucra elementos humorísticos,
dotándola con la virtud de lo incisivo y lo memorable (Curcó 2004,
p. 373).

En fin, muchas cosas más se podrían decir sobre el tema que nos ocu-
pa en estas páginas, sin embargo, nos gustaría concluir con la idea de que
la caricatura política, a veces irónica, en ocasiones amarga, siempre hu-
morística, expone y remarca el conflicto político, la amoralidad social y la
mediocridad de liderazgos, mientras denigran pero hace sonreír, convence
y tensa problemáticas toda vez que suelta o relaja tensiones culturales, po-
líticas, emocionales y físicas a través de la risa o la sonrisa. Como se dijo en
un inicio y se defiende en este texto, airear la vida, provocar una sonrisa,
contribuir a una carcajada son regalos que hay que apreciar para la salud en
todos los aspectos, más allá que lo que la inspire sea el absurdo y la incon-
gruencia, la deslealtad y la mentira, el autoengaño y la injusticia.
La caricatura política lo relativiza todo, y todo es objeto del deseo in-
saciable del humor; así, indirectamente y sin querer, nos recuerda que la
vida es una gran broma cósmica, como dice Osho (2006), y aquí añadimos
que la política pareciera a veces una gran burla cósmica.

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113
retórica e interdisciplinariedad

RETÓRICA E INTERDISCIPLINARIEDAD.
UN APUNTE PARA LAS CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN

Carlos González Domínguez


Universidad Autónoma del Estado de México

Introducción

P ara la historia de las ciencias de la comunicación, la retórica clásica se


presenta como la primera teoría de la comunicación (Bautier 1994).
Su valor epistemológico para estas ciencias es innegable. Sin embargo, hoy,
por el olvido de la que es objeto (González Domínguez 2014), se hace
necesaria una reivindicación que no sólo la dignifique sino que permita
explotar sus posibilidades epistemológicas, en relación con otras ciencias.
Bajo esta consideración, el objetivo del presente trabajo es reflexionar so-
bre cómo la retórica, heurísticamente, permite pensar el fenómeno de la
comunicación, a condición de poner una mirada interdisciplinaria. Nos
proponemos, además, mostrar que, desde el plano filosófico y ético, pa-
sando por el plano teórico y finalmente metodológico, la retórica ofrece
una serie de postulados que, altamente articulados desde su origen, revelan
el poder del lenguaje en forma del discurso. Lo anterior habrá de com-
prenderse como resultado de cómo aprendemos a comunicar en nuestro
proceso de socialización, es decir, como un problema del sujeto.
En este plan, revisaremos en consecuencia, a grandes líneas, la vigen-
cia de la retórica aristotélica, en su relación con el ser ético del hombre y su
importancia en la práctica del acto comunicativo. Para esto, invocaremos
algunas consideraciones de orden interdisciplinario, particularmente en
lo que tiene que ver con el objeto de estudio llamado comunicación. Así,
trataremos de mostrar cómo la retórica es altamente útil en una dinámica
interdisciplinaria, donde conceptos tales como lenguaje y discurso nece-
sitan recurrir a un cruce de miradas desde diferentes disciplinas. En esta
115
carlos gonzález domínguez

complejidad de la realidad comunicativa, corresponde a la retórica decir


cómo en estas diversas dimensiones se va construyendo el factor de la per-
suasión, en el marco de una ética del discurso.

Enseñar y practicar la comunicación:


una tarea interdisciplinaria

Hoy la interdisciplinariedad parece presentarse como una necesidad en


la generación del conocimiento. Sin embargo, se tiene que reconocer que
en la Antigüedad dicha interdisciplinariedad ya estaba presente, basta
invocar un ejemplo que tiene que ver directamente con el conocimiento
del fenómeno de la comunicación en la obra de Aristóteles, a través de
Retórica, de la Poética y de Ética Nicomáquea. En estas obras, el lector en-
cuentra teoría política, psicología, lingüística, sociología, lógica, historia,
economía y, por supuesto, de manera clara una teoría ética. De esta mane-
ra, es necesario dar cuenta de que no estamos descubriendo el hilo negro
cuando en nuestros días hablamos de interdisciplinariedad.
Dicho lo anterior, es fácil entonces establecer que los orígenes de las
ciencias de la comunicación (cc) están inscritas en la interdisciplinarie-
dad. Pero esta interdisciplinariedad no es exclusiva de estas ciencias. Las
cc están lejos de ser una ‘nueva ciencia’, pues, a diferencia de otras, no
autorreivindican sus fundamentos epistemológicos como propios y exclu-
sivos (es decir, monodisciplinarios).

¿Por qué hemos de hablar de ‘ciencias de la comunicación’?

Si por ciencia entendemos el conjunto de conocimientos históricamente


reconocidos por una comunidad de ‘especialistas’ en alguna área o activi-
dad metódica sobre las cosas de la naturaleza y del hombre —ocupada de
cuestionar y discutir la validez de dichos conocimientos—, de inmediato
identificamos el sentido disciplinar que todo trabajo científico implica.
El concepto de ciencia entonces, en su sentido contemporáneo de cono-
cimiento, tiene que ver inexorablemente con el carácter disciplinar que
determina la práctica científica en razón de teorías, métodos y técnicas
que una comunidad de científicos valida sobre un objeto de estudio. De
116
retórica e interdisciplinariedad

esta forma, tenemos que cada disciplina se ocupa de un fragmento de la


realidad del que daría cuenta, necesariamente, de manera parcial. Cuando
una serie de varias disciplinas trabajan alrededor de un objeto de estudio,
como la comunicación, entonces hablamos de las cc,1 entre las que po-
demos mencionar las siguientes: lingüística, semiótica, retórica, política,
antropología, sociología, psicología (incluso el psicoanálisis puede ser de
gran ayuda), historia, economía, informática, cibernética, etc.2
En efecto, como dijimos anteriormente, hoy llamamos ‘ciencias de la
comunicación’ a esta interdisciplina3 que se apoya en una serie de discipli-
nas que tratarían de cubrir los diferentes aspectos que implica su objeto de
estudio. Los antecedentes más remotos de esta interdisciplina, se encuen-
tran en Córax (Pernot 2000), pero sobre todo en Aristóteles, quien siste-
matizó los conocimientos de lo que ellos identificaron como una tekhnē
en la práctica del lenguaje. El estudio de la retórica en Aristóteles es la pri-
mera gran sistematización de cómo proceder para persuadir, no debe darse
bajo cualquier cirscuntancia e interés, sino que requiere un sentido ético.4
Persuadir, a través de la construcción de discursos, es conocer los mecanis-
mos y dispositivos técnicos que entran en juego en el acto de comunicar:
los aspectos sociológicos, psicológicos, culturales, políticos y éticos. Desde
esta perspectiva, a justo título, la retórica puede considerarse desde enton-
ces como fundamento epistemológico para las cc.5 Así, afortunadamente,
puede reconocerse que las cc han procedido bajo el modelo de la interdis-
ciplinariedad, al concebir la dimensión comunicativa como un fenómeno
complejo que interpela diversas disciplinas para su comprensión, sobre un
operador evidentemente social: el hombre.

1
No es en absoluto aberrante que todas las disciplinas deberían referirse, nominal-
mente, como ciencias (en plural). Así, diríamos ‘ciencias de la economía’, ‘ciencias de la
política’, ‘ciencias de la psicología’, ‘ciencias del lenguaje’, ‘ciencias de la historia’, ‘ciencias de
la antropología’, etc., para indicar su inexorable carácter interdisciplinario.
2
Una reflexión más detallada sobre este aspecto: González Domínguez 2010.
3
Como la define un autor como Bruno Ollivier 2007.
4
Un error frecuente es confundir la retórica con la sofística. Esta última se vale de la
técnica de la retórica, pero carece de toda justificación ética, ya que el sujeto hablante sólo
pretende persuadir a pesar de saber que miente o porque su discurso no ofrece suficientes
argumentos, no necesariamente éticos, sino también de otro orden.
5
Lo que puede considerarse ya como un consenso. Véase Bautier 1994, Breton 1996,
Danblon 2005, González Domínguez 2009, 2013.

117
carlos gonzález domínguez

Esta cohabitación de diferentes disciplinas en una es por mucho pro-


ductiva y la riqueza epistemológica estará en proporción de las construc-
ciones parciales que cada disciplina aporte para el objeto de estudio. Aquí
interesa evocar el clásico pasaje de Ferdinand de Saussure en su Curso de
lingüística general: “¿Cuál es el objeto a la vez integral y concreto de la lin-
güística? La cuestión es particularmente difícil […] Otras ciencias operan
con objetos dados de antemano6 y que se pueden considerar enseguida
desde diferentes puntos de vista […] Lejos de preceder el objeto al punto de
vista, se diría que es el punto de vista el que crea el objeto”7 (1979, p. 49). La
enseñanza de estas líneas es que el objeto de estudio lo construye la disci-
plina que establece el punto de vista del objeto que se debe privilegiar. En
otros términos, para ilustrar lo anterior, basta preguntarse: entre la palabra
(el signo lingüístico en su forma de significante) y su significado, ¿dónde
está la lingüística y dónde queda la semiología cuyo derecho a la existencia
Saussure anunciaba? Entre la geometría y las matemáticas, ¿para quién es
el espacio y para quién la distancia? La construcción del objeto de estudio
depende de las disciplinas y no del objeto en sí mismo. Justamente por la
aportación de cada disciplina nuestros objetos de estudio se complejizan,
sobre los cuales cada disciplina habrá de aportar elementos heurísticos a la
epistemología de las diversas disciplinas involucradas.
En este sentido, si las cc son una construcción social que aspira a co-
nocer el fenómeno de la comunicación que ella misma está definiendo,
a través de las diversas disciplinas a las que recurre: ¿de qué demandas e
intereses sociales está dependiendo en los últimos años (digamos los úl-
timos cien) su desarrollo? Sin duda, lo podemos rastrear con precisión
sobre las diferentes perspectivas que están interesadas en conocer el fenó-
meno de la comunicación. En este contexto, no olvidemos que la ciencia
siempre ha estado entre el interés8 y la razón; buscar el primero y practicar
la segunda depende de los momentos y de las instituciones que asumen el
quehacer científico. Nos parece que en este punto podríamos recurrir al

6
Es fácil notar que Saussure exagera en su afirmación. No es posible observar un ob-
jeto de estudio ‘ya dado de antemano’; se requiere un trabajo previo de génesis perceptiva
venida de diversas necesidades físico-económico-político-intelectual-cultural. Lo que en
el vocabulario de Piaget sería ontogénesis de los fenómenos 1967.
7
Las cursivas son nuestras.
8
El interés instrumental de la ciencia como lo identifica Habermas 1976.

118
retórica e interdisciplinariedad

pensamiento de Michel Foucault, para seguir pensando la cohabitación


de las diferentes epistemes que legitiman nuestro conocimiento, no sólo
de las cc o de la retórica.9

Episteme como fragmentación de lo real

En Las palabras y las cosas (1997), Michel Foucault pone en evidencia ‘la
voluntad de saber’ y los ‘umbrales epistemológicos’ con los que las disci-
plinas proceden para su delimitación y usos sociales. Estos umbrales y esa
voluntad de saber no son inocuos y terminan por configurar una idea de
hombre y de la naturaleza que, en definitiva, no deben concebirse como la
esencia de los objetos. La inestabilidad del comportamiento del hombre
como sujeto histórico no permite un tratamiento específico desde algu-
na disciplina en particular. Por el contrario, las disciplinas en cuanto tales
construyen una idea de hombre, convocando ‘umbrales epistemológicos’
que satisfacen ‘la voluntad de saber’ de una sociedad históricamente dada.
Definitivamente, ninguna episteme sería capaz de construir en sí los ob-
jetos de la realidad de forma absoluta y definitiva. Las epistemes, en tan-
to que sistemas científicos, validan sus presupuestos epistemológicos con
respecto a los objetos de estudio que construyen. Pero, más delicadas, las
ideologías aparentan ser perspectivas científicas que tratan de ‘confeccio-
nar’ la realidad, no los objetos científicamente construidos. Dentro de las
cc hay casos muy evidentes que producen conceptos tales como ‘sociedad
de la información’, ‘sociedad del saber o del conocimiento’, ‘comunicación
organizacional’, ‘mercadotecnia’, ‘imagología’, que prácticamente usurpan
la cientificidad, al pasar como conceptos científicos, cuando en realidad
son racionalidades que pretenden modelar o confeccionar aspectos de la
sociedad-realidad.
En este contexto, no hay que olvidar entonces que toda ciencia no
emerge como esperando su objeto de estudio; por el contrario, construirlo
es un principio epistemológico de las ciencias. Las ciencias —en plural—
son instituciones que nacen en momentos históricos bien determinados,

9
Ante las graves crisis de la democracia, podemos decir hoy que la ausencia de la re-
tórica en la práctica política es reveladora de dicha crisis, como lo fue su ausencia en ciertos
periodos del Imperio romano y de su estigmatización durante la Revolución francesa.

119
carlos gonzález domínguez

como producto del interés socio-económico-político, con el fin de resol-


ver problemas que el momento demanda. Por supuesto, que no se trata
de hacer ciencia por la ciencia, como tampoco arte por el arte, sino que se
tiene que reconocer que las ciencias tienen interés (en el sentido amplio
del término) por conocer, controlar, producir su objeto de estudio, ya sea
en el campo de la economía, en actividades del orden social o político y,
por supuesto, en las áreas tecnológicas y de la ingeniería física, química
o biológica. Las cc no son la excepción, como tampoco lo ha sido de la
retórica como disciplina.
Para revindicar el potencial epistemológico de la retórica para las cien-
cias de la comunicación, tratemos de ver que, por un lado, existen las ciencias
de la información, como la archivística, la biblioteconomía, la informática y
todas las ramas de la misma: ingeniería cibernética, ingeniería de telecomu-
nicaciones; por otro, han emergido las cc, sostenidas por la retórica (aunque
su heurística no sea dominante y muchos la conciban de manera peyorati-
va), el análisis del discurso, la semiótica y la semiología (que son dos cosas
diferentes), las ciencias del lenguaje (literatura, análisis textual, lingüística),
además de la sociología, la psicología, la historia, la política, la economía,
las cuales hacen posible la construcción de los objetos de estudio de las cc.
Ahora bien, notemos que la emergencia de las ciencias de la infor-
mación (institucionalmente son contemporáneas, hay que subrayarlo) ha
sido dependiente del desarrollo de la tecnología de la transmisión de la
información para fines del desarrollo de las telecomunicaciones, primero
con el telegrama, la radio y la televisión, y ahora con la informática y el
Internet. Paradójicamente, se ha intentado aplicar esas ciencias a la comu-
nicación humana, a pesar de que su reciente genealogía epistemológica se
encuentra en el seno de la ingeniería cibernética (con su impresionante
desarrollo a partir de la teoría de la información de Shannon y Wiener
1948) y aun cuando el propio Wiener advirtió justamente que no eran
pertinentes en el plano social. ¿Por qué se pensó la comunicación humana
como pura transferencia de información? Las razones fueron varias. Basta
indicar que esta emergencia deriva de la necesidad gubernamental de con-
trolar la información en medio de conflictos bélicos, cuyo cometido iba
acompañado de la fe en la posibilidad ‘científica’ de manipular las mentes
como se controlan las máquinas: la ciencia de la balística es la metáfora
de la comunicación. En medio de esta propuesta sociólogos (no comuni-
cólogos o politólogos, no hay que olvidarlo) comenzaron a construir los
120
retórica e interdisciplinariedad

primeros objetos de estudio de la información y de la comunicación. Los


límites de esta forma de concebir (o mejor dicho de confundir) el fenóme-
no de la comunicación humana, privilegiando el aspecto informacional, es
ya de todos conocido. La comunicación humana es un asunto más com-
plejo y no un problema ingenieril o técnico.
El olvido de la retórica se encuentra en este contexto de desarrollo
disciplinario de la primera mitad del siglo xx. No es sino con el Traité de
l’Argumentation 2008 [19581] de Perelman y Olbrechts-Tyteca que se re-
habilita. Se habla entonces de una nueva retórica a la que precede la clásica
fundada por Aristóteles, basada en principios que no son necesariamente
los del Estagirita. Se debe observar que Aristóteles no proclama una cien-
cia del lenguaje, sino un arte, en el contexto de la Grecia antigua, donde
la práctica del lenguaje en el ágora era una necesidad para todo aquel que
se pretendía político. Este gran detalle no quita en absoluto el carácter
teórico de la retórica aristotélica que, como las ciencias contemporáneas,
pretende conocer su objeto de estudio, para fines e intereses humanos.
Sobre esta retórica antigua, es sorprendente —como ya dijimos— su in-
terdisciplinariedad a la que convoca en el interés por conocer la práctica
del lenguaje en el hombre. En las dimensiones que pueden observarse en
la sistematización de la Retórica de Aristóteles, se encuentran transversal-
mente, lo lingüístico, lo discursivo, pero también lo psicológico y sobre
todo lo ético. Sin duda alguna, esta obra magna es interdisciplinaria; se
desarrolló en la antigua Grecia en función de necesidades sociales, políti-
cas y culturales de su tiempo. Y hoy se encuentra vigente.
En este punto, es fácil darse cuenta de que el conocimiento de una
práctica inmanente al hombre, como la del lenguaje, ha sido una necesi-
dad desde que el hombre es hombre. Por esto, la retórica hizo su aparición
en los umbrales de una civilización que se especializó en el acto de hablar.
Para ser más precisos, la retórica ha puesto en evidencia la necesidad de
una interdisciplinariedad para aproximarse al funcionamiento de lo que
hoy conocemos como el fenómeno de la comunicación humana. Enun-
ciar una proposición lingüística10 dirigida a alguien con el fin de alcanzar
de éste una respuesta más o menos en los mismos términos de la signifi-

10
Emitir una frase sería el modelo original de la retoricidad humana. Basta recordar
el significado etimológico de la palabra rétor: ‘orador’.

121
carlos gonzález domínguez

cación de la frase emitida, es producir no sólo información, sino el intento


de establecer comunicación. Información, en este ejemplo primitivo y ele-
mental, es que cada palabra se presenta como un significante, a través del
soporte de la voz (las moléculas de la atmósfera haciendo posible la unidad
fónica de las palabras), derivado de la técnica que controla el sistema respi-
ratorio para articular las sílabas y proporcionarles a los monemas las cuali-
dades fónicas necesarias para lograr los significantes y, consecuentemente,
los significados deseados. ¿Qué necesitamos saber para conocer cada una
de las dimensiones que producen el fenómeno de la comunicación huma-
na? ¿Es posible entonces pensar que las dimensiones que lo hacen posible
suceden por su cuenta propia? ¿Podemos decir que el esfuerzo reflexivo y
analítico de las dimensiones de la comunicación se da sólo al interior (y no
afuera) de sus ciencias respectivas? Si la respuesta es positiva, en efecto, no
hay nada que justificar a priori. Esta misma justificación epistemológica
del presente trabajo no tendría sentido. A continuación he aquí lo que
ofrece la heurística de la retórica (que en este contexto para nosotros es
sinónimo de comunicación), en vista de una enseñanza y práctica de la
retórica, como un asunto de socialización y de ética.

Enseñar y comunicar desde la retórica


como un proceso de socialización

La intención aquí es reflexionar sobre la comunicación desde dos pers-


pectivas. La primera es la de su enseñanza. En las universidades, las cc
han aparecido como una carrera de moda, principalmente entre las déca-
das de los años ochenta y noventa del siglo pasado, cuando apareció una
fuerte demanda por parte de los estudiantes. Se trataba de una demanda
que veía, en esta carrera universitaria, un lugar para poner en práctica téc-
nicas comunicativas y poder trabajar en un medio de comunicación. Esta
forma de abordar la comunicación es evidentemente limitada. Hoy, sin
embargo, todavía se tiene esta idea de la carrera, tanto entre los estudiantes
como entre las autoridades de ciertas universidades, sobre todo de carácter
privado, salvo honrosas excepciones. Este pequeño horizonte, sin duda,
ha promovido una visión que consideraríamos aberrante de los estudios
académicos de la comunicación, porque se ha confundido el estudio de la
comunicación con la técnica.
122
retórica e interdisciplinariedad

Definitivamente, un primer punto que se debe considerar en el plano


de la enseñanza de la comunicación es reconocer la complejidad del fenó-
meno de la comunicación el cual, si bien es cuestión de técnica, no menos
tiene que ver con diferentes dimensiones socio-histórico-político-cultu-
rales que la determinan y que pueden observarse en el entramado social.
Afirmar lo anterior significa decir que, al estudiar cualquier aspecto del
fenómeno de la comunicación, necesitamos conocimientos sociológicos,
históricos, políticos y culturales, para aspirar a tener una aproximación se-
ria de comprensión11 de tal o cual fenómeno. De esta manera, se trata de
distinguir la complejidad de la comunicación de la simpleza con la que
se concibe en ciertas universidades. La comunicación entendida como un
proceso muy básico, donde pareciera que basta con saber algunas técnicas
de escritura, saber manipular ciertas máquinas como la cámara audiovi-
sual o fotográfica y tener cierta presencia para salir a cuadro o hablar frente
a un micrófono. Definitivamente eso no es comunicación, sino sencilla-
mente algunas técnicas operativas que participan de la fabricación de los
textos de los discursos.
Bajo esta perspectiva, la reflexión obliga a preguntarnos: ¿cuáles son
las necesidades de enseñanza de ciertas instituciones tanto universitarias
como del sector público y privado que forman y reclutan egresados que
saben ciertas técnicas operativas de comunicación? La respuesta no la va-
mos a tratar aquí, por razones de tiempo y espacio, aunque propondremos
sólo una, en calidad de hipótesis: la emergencia de la enseñanza de la co-
municación que sólo ve a ésta como una técnica funciona como ideología
bajo la imagen de una llamada ‘sociedad de la información’.12 Lo anterior
significa que muchas instituciones se avocan a la simple acción de trans-
mitir información a través de una serie de ‘expertos’ que, lejos de posibles
reflexiones sobre el discurso que transmiten, aseguren la fluidez y el carác-
ter ‘atractivo’ de la información. Este tipo de acción dejémosla ciertamente
para el ámbito comercial de ciertas empresas de comunicación (que en

11
Decimos comprensión y no explicación, para ser fieles al reconocimiento interpreta-
tivo de las ciencias del hombre y diferenciar el procedimiento explicativo de las ciencias de
la naturaleza. Es justamente la reflexión de Whilhelm Dilthey (1980).
12
Una interesante crítica de la comunicación como ideología se encuentra en Côté
1998.

123
carlos gonzález domínguez

todo caso serían de información), no así para la responsabilidad de la uni-


versidad.
Con lo anterior queremos decir que la enseñanza de la comunicación
es un asunto muy serio, y que demanda análisis verdaderamente finos. No es
tan fácil como muchos creen. En realidad, diríamos, se requiere de una par-
ticular sensibilidad epistemológica (como sucede en todas las disciplinas)
para reconocer la veta comunicacional de los objetos de estudio que no son
a priori comunicativos, como tampoco lo son algunos objetos sociológicos,
políticos y culturales que se validan en el campo académico. Insistimos: en-
señar comunicación no es saber cómo redactar un escrito o preparar un pla-
no de cámara, sino reconocer el trayecto socio-histórico-político-cultural
de todo discurso y observar cómo cada una de estas dimensiones participa
éticamente en los textos y sus respectivos discursos. Es necesario, en con-
creto, que el comunicólogo sea a la vez sociólogo, politólogo, antropólogo,
pedagogo e historiador; esta afirmación tiene que ver con ese cliché que
dice: ‘los comunicólogos son todo-logos’. Hay que asumirlo. Muchos cole-
gas de otras disciplinas no pueden estar de acuerdo con nosotros, pero no
se puede negar que, en sus disciplinas, sucede exactamente lo mismo. Para
ser sociólogo hay que ser comunicólogo, politólogo, antropólogo, historia-
dor, etc. ¿No entiendo por qué desconocer esta necesidad interdisciplina-
ria, cuando justamente reclamamos este carácter (de inter) y, más aun, una
transdisciplinariedad?
Consideramos entonces que hemos de ser cuidadosos en saber qué
enseñamos como comunicación, ya que ésta no se desarrolla en esquema,
sino que opera y se manifiesta mediante todos los textos que toda sociedad
produce de manera cotidiana. Estos textos no son solamente los de los
medios, sino que incluyen muchos más: de las conversaciones más banales,
pasando por los textos escolares de cualquier nivel, hasta los de los medios.
Enseñar que la fabricación, la construcción, el diseño, la ‘espontaneidad’
de estos textos son resultado de la intervención heterogénea de la que es-
tán hechos los hombres significa reconocer que su análisis es complejo
como su estructura y que para esto necesitamos movilizar conceptos de
todas las ciencias sociales, a condición, claro está, de que se respeten sus
alcances y límites. La retórica clásica ya ha resuelto estas consideraciones
desde hace más de veinte siglos.

124
retórica e interdisciplinariedad

Aprender a comunicar desde la retórica


en el campo educativo

El otro lado de la perspectiva es aprender a comunicar. El estudioso de la


comunicación, luego de entender que la práctica de la comunicación mo-
viliza diferentes dimensiones de lo social (política, cultura e historia), irre-
mediablemente cae en la cuenta de que comunicar no es algo automático,
aunque lo parezca. Decir una palabra (o un discurso), consciente o incons-
cientemente, refleja su posición en la pirámide social (Bourdieu 2001).
Proceder a construir un texto mediático, que es una actividad colectiva,
requiere ya de una serie de técnicas, de un cierto uso de dispositivos téc-
nicos, pues, si se requiere de éstos en una simple conversación entre dos,
son aún más necesarios cuando escribimos, cuando hablamos frente a la
cámara televisiva, donde nos vemos sometidos a una serie de condicionan-
tes de orden organizativo, profesional e institucional. Hablar o dejar de
hablar manifiesta un poder, la condición de zôon politikon ekhon (animal
político capaz de lenguaje).13 De igual forma, hablar demuestra capacidad
persuasiva, que socialmente se ha aprendido. En resumen, hablar es in-
tentar comunicar, bajo una serie de reglas y marcas de carácter social que,
como tales, han tenido que interiorizarse y aparecer como válidas, tanto
sobre el plan semiótico como en el discursivo de todos los textos que el
hombre produce.

Conclusiones

De acuerdo con lo que hemos dicho hasta aquí, es fácil observar que este
otro lado de la comunicación, el de aprender a comunicar, depende de la
conciencia que se tenga del reconocimiento de la complejidad del fenó-
meno. Por esto, aquellas universidades que tratan la comunicación como
cuestión solamente de técnica no enseñan que todo sujeto hablante es un
sujeto social, político, cultural e histórico. Por lo tanto, la universidad
tiene la enorme responsabilidad de poner atención en cómo el desarrollo
humano se produce en la práctica de la comunicación. Por supuesto que,

13
La definición del hombre en Aristóteles: libro I de Política (2000).

125
carlos gonzález domínguez

si sólo se trata de reproducir discursos, es indudable que solamente nece-


sitaríamos egresados que sepan reproducirlos. Para la llamada ‘sociedad de
la información’ (que en realidad no estamos seguros de que exista como
lo desean sus promotores), un simple trabajo técnico de reproducción es
suficiente.
Nuestra hipótesis sobre el aspecto del aprendizaje de la comunicación
puede adivinarse: la posibilidad de la transformación de lo social radica en
desarrollar una práctica de la comunicación que tome en cuenta lo políti-
co, cultural e histórico de los sujetos hablantes; tal potencial depende de la
conciencia que este sujeto hablante tenga con respecto a estas dimensiones
constitutivas del hombre. Aprender a comunicar sería, por lo tanto, en
la universidad, como resultado de una investigación interdisciplinaria, la
posibilidad de saber comunicar y reconocer razones del propio acto de co-
municar. Preguntas tales como: ¿qué comunicar?, ¿para qué comunicar?
nos darían claves de comprensión de las cosas humanas, de los proyectos
colectivos y de la condición general del hombre como ser que piensa, sien-
te y desea. Aristóteles, en Retórica y en Ética Nicomaquea ya había temati-
zado y problematizado la importancia de producir discursos éticos, ya que
sin este carácter, la práctica del hablar deja de ser justa, humana y sin virtud
política alguna. En toda esta historia la retórica se revela necesaria, justo
para legitimar el argumento más importante de todo discurso (Aristóteles
1991, p. 1356a: 83): el ethos.

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128
II. Aplicaciones
los discursos: una modalidad del lógos

LOS DISCURSOS: UNA MODALIDAD DEL LÓGOS


EN LA HISTORIA DE LA GUERRA DEL PELOPONESO
DE TUCÍDIDES

Francisco José Casas Restrepo


Universidad de la Sabana

Introducción

E l término ‘programa’ acuñado por Grosskinsky (1936, pp. 13-17) ha


sido utilizado desde entonces por los especialistas para designar el
método histórico empleado por Tucídides1 en su Historia de la guerra del
Peloponeso (Iglesias Zoido 2006, pp. 1). Tal ‘programa’ consta de distintas
categorías y algunas de ellas han perdido importancia y vigencia en el ám-
bito de la crítica, otras la conservan, incluso desde el origen mismo de esta
obra histórica, tal como sucede con las dos categorías fundamentales, lógos
y érgon, sobre las cuales dice Tucídides:

En cuanto a los discursos [a la categoría de lo ‘dicho’, palabra, habla,


narración, etc.] que pronunciaron los de cada bando, bien cuando
iban a entrar en guerra bien cuando ya estaban en ella, resultaba difí-
cil recordar la literalidad misma de las palabras pronunciadas, tanto
para mí mismo en los casos en los que había escuchado como para
mis comunicantes que me lo transmitieron de otras fuente […].
En cuanto a los hechos [lo ‘hecho’ o sucedido, acontecimientos o
acciones llevadas a cabo por los personajes de la guerra, etc.] acaeci-
dos en el curso de la guerra, no consideré adecuado escribirlos infor-
mándome a partir de la primera información que caía en mis manos,

1
Cf. Tucídides, HGP I, 20-22. Por motivos de brevedad en este artículo, se citará la
obra de Tucídides “Historia de la guerra del Peloponeso” con las siglas HGP. Además, he
tenido siempre a la mano el TLG (Thesaurus Linguae Graecae), para confrontar la traduc-
ción española con el texto griego original.

131
francisco josé casas restrepo

ni según me parecía, sino sólo sobre aquellos en los que estuve pre-
sente o, yendo a buscarlos a otras fuentes con cuanta exactitud era
posible en cada caso (Tucídides, HGP I, 22).2

Estas dos categorías estructuran la construcción y presentación plau-


sible y verosímil de la narración histórica. En esta conferencia dejaré de
lado el érgon y me centraré únicamente en el estudio de una sola modali-
dad del lógos, los lógoi, quizá la más importante, aunque no la única de tal
categoría y que designa de manera principal, aunque no exclusivamente,
en la obra de Tucídides, los discursos en estilo directo, los cuales son “dis-
cursos pronunciados en ámbitos oratorios bien delimitados por la retó-
rica… discursos claramente relacionados con la oratoria practicada en la
Atenas de finales del siglo v a. C.” (Iglesias Zoido 2006, p. 4).
Pueden, entonces, incluirse también, aunque con ciertos reparos, los
discursos indirectos o discursos más o menos informales (Iglesias Zoido
2006, pp. 4-5, 8-9 y 20) y, asimismo otras formas de intervención oral de
los distintos personajes de la guerra.

Los discursos (lógoi)

Por lo anterior, los discursos, lógoi, conforman, por su unidad, cantidad


y extensión, un dilatado corpus dentro de la obra tucidídea, compuesto
por gran variedad de elementos.3 Así, los lógoi comprenderían —quizá de
manera excesivamente amplia— aquella realidad distinta de la narración
de los hechos, pero intercalada con ellos (West 1973, pp. 4). Según esta
concepción, W. C. West incluye dentro de la categoría lógoi en la obra tu-
cidídea, los discursos sueltos o individuales, los discursos pareados o diálo-
gos, las proclamas, las cartas, los comentarios u observaciones, el discurso
fúnebre de Pericles, las consultas, los mensajes y sus réplicas, las preguntas
y sus respuestas, las conversaciones, los consejos y las críticas, los informes,
las peticiones y las súplicas, las quejas, las acusaciones, las arengas y los

2
Las expresiones entre corchetes son mías y se atienen a las observaciones llevadas
a cabo por Parry (1981, pp. 8 ss.), quien establece sentidos múltiples y complejos de estas
dos categorías.
3
West 1973, pp. 7-15; Iglesias Zoido 1995, pp. 159-162; Iglesias Zoido 2006, pp. 4-5.

132
los discursos: una modalidad del lógos

juicios, etc. Todos ellos suman, en total, ciento cuarenta y uno, según el
escrutinio exhaustivo que lleva a cabo el propio West (1973, pp. 7-15).
La inclusión de discursos en su obra no hace a Tucídides, ni mu-
cho menos, original desde el punto de vista literario. Los textos más anti-
guos de la literatura griega muestran el uso abundante de discursos como
forma de reproducir lo dicho por los distintos personajes —ya fueran
hombres, semi-dioses o dioses— de manera más vívida, fresca y real. Los
discursos son, además, una modalidad literaria oral bastante emotiva, con
inmensas posibilidades mnemotécnicas.4 Se presentan en la literatura grie-
ga, pero también con asombrosos paralelismos y similitudes, en otras tradi-
ciones literarias muy diversas entre sí, tanto anteriores como posteriores. El
uso del discurso —como forma de transmisión o como elemento literario—
se prolongará incluso cuando la literatura escrita y la cultura letrada se hayan
consolidado y pierdan el lazo que las ataba a la oralidad inicial, aunque la
ruptura entre escritura y oralidad no llegará a producirse nunca de forma
total (Havelock 1995, pp. 42-45).
Justamente por la importancia, cantidad y extensión de los discursos
—que hacen de la Historia de la guerra del Peloponeso una obra singular,
un tratado extenso y único de ese género ‘discursivo’—,5 Tucídides no re-
quiere justificar su empleo; de otra forma, su misma obra sería impensa-
ble sin los discursos (West 1973; Westlake 1973). No obstante (Nicolai
2003, pp. 263, 275-285), minimiza la herencia oral de Tucídides, acentúa
el predominio de las técnicas de la escritura en su obra y resalta la elabora-
ción original del historiador (Tucídides, HGP I, 20, 1 y 3; 21, 1, 22, 2-4).
Además, esta obra también constituye, un corpus retórico inigualable que
muestra entrelazadas de forma inseparable la política, la guerra y el poder.6

4
Cf. Tucídides, HGP I, 22, 1, quien, no obstante, menciona la dificultad que ha teni-
do para recordar las palabras exactas pronunciadas por los actores de la guerra o, incluso, su
sentido global. Esta operación parece haberle supuesto a Tucídides un esfuerzo monumen-
tal, mayor que aquel empleado en la recopilación, filtrado, tratamiento y redacción de los
hechos acaecidos durante la guerra. Cf. al respecto Tucídides, HGP I, 21; 22, 2-4; Strauss
(2006, pp. 236-238).
5
Tucídides, HGP I, 22, 1; Woodruff 1996, pp. 118-120.
6
Knox 1990b; Tucídides, HGP, I, 73-86, 120-124, 140 y ss.; II, 11, 35-46, 60-64, 87,
89; III, 9-14, 37-48, 53-67; IV, 17-20, 59-64, 85-87; V, 85-113; VI, 9-23, 33-40, 76-87,
89-92; VII, 11-15, 61-68.

133
francisco josé casas restrepo

Es posible que sea Platón el teórico de la retórica y Aristóteles, quien


sistematice esta disciplina, pero quien consigna los mejores ejemplos, más
reales, vivos y ‘directos’ es Tucídides. Ni siquiera todos los fragmentos de
los sofistas sobre retórica igualan en cantidad y hondura los discursos tu-
cidídeos, algunos de los cuales son piezas maestras de filosofía política,
argumentación, estudio de la democracia, arenga militar, etc. Estos dis-
cursos expresan con riesgo de error, sí, pero con el máximo esfuerzo por
acercarse a la verdad, “la literalidad misma de las palabras pronunciadas”
(Tucídides, HGP I, 22, 1). De manera que, según hace saber Tucídides,
la reproducción más fiel posible de los discursos pronunciados por cada
uno de los oradores, refleja las diferentes posiciones (Tucídides, HGP I,
22,1; Strauss 2006, pp. 235-250), generalmente contrarias, a veces con-
tradictorias, de los distintos personajes enfrentados entre sí en las antilo-
gías (Westlake 1968, pp. 5-15), especie de competiciones orales, las cuales,
además de expresar los hechos ocurridos, siguen las tendencias discursivas
y retóricas de la época. Así, los discursos muestran las ideas predominan-
tes —peloponesios y atenienses (Tucídides, HGP IV, 16-22; IV, 17-22; V,
69; 85-113)— en guerra, o las diferencias internas, a veces radicales, de
las distintas facciones de la política ateniense, expresadas por boca de sus
personajes más representativos.7
A pesar del cuidado en reproducir lo más fielmente posible las pala-
bras dichas por aquellos que las pronunciaron y por consignar de forma
rigurosa los hechos ocurridos en la guerra, Tucídides sabe que los seres
humanos son falibles y que la posibilidad siquiera de acercarse a la verdad
es bastante frágil, no sólo por la distancia temporal o local que separa a
dichos seres de aquellos hechos que quieren averiguar (Strauss 2006, pp.
235 ss.), sino por la incapacidad o imposibilidad de ver aquello que se en-
cuentra muy próximo, lo cual puede suceder debido a prejuicios de muy
diversa índole padecidos por los seres humanos como testigos de los he-
chos: mala memoria, preferencias o simpatías por uno u otro personaje o
bando particular, etc. En definitiva, Tucídides es consciente de la relativa
parcialidad —voluntaria o involuntaria— que puede afectar a los testigos
que han presenciado los hechos o que han escuchado los discursos pro-
nunciados por diversos personajes (Tucídides, HGP I, 21, 1; 22, 1-3).

7
Tucídides, HGP III, 37-40 y 42-48; V, 45-46; VI, 9-14 y 16-18; 47-48.

134
los discursos: una modalidad del lógos

De otro lado, los discursos pueden incluso ser más engañosos que los
hechos: bajo la apariencia de fidelidad a lo dicho, existe en ellos una po-
sibilidad mayor de ocultar la verdad, unida a la correlativa imposibilidad
de comprobar las palabras “verdaderamente dichas” por aquellos que las
pronunciaron. Así, “los discursos pueden ser engañosos no sólo a causa
de la mala memoria y la parcialidad de los oradores; también es posible
que tengan la intención de ser engañosos” (Strauss 2006, pp. 238). No
obstante, su reproducción directa es mejor y, por supuesto, preferible a su
reproducción indirecta o de segunda mano, la cual redoblaría la posibi-
lidad de que fuesen poco fiables o engañosos. Ocurriría así una situación
similar a aquella presentada con los hechos, poco fiables cuando son co-
nocidos a través de un testigo indirecto, el cual asegura —a su vez— ha-
berlos escuchado de otros testigos que declaran haber visto y vivido tales
hechos.
Es pertinente entonces, que nos formulemos la pregunta sobre por
qué Tucídides se inclina por el testimonio directo (autopsía) en el cam-
po de los discursos; por qué su afán por escuchar ‘lo dicho’ de labios de
aquellos que lo pronunciaron y, si es posible, en el momento en el cual
lo pronunciaron. Esta pregunta, planteada de forma muy peculiar por
Strauss, proporciona también una respuesta que explica las intenciones de
Tucídides cuando emplea los discursos en su obra y concede así a los pro-
tagonistas la posibilidad de ‘hablar’ por sí mismos:

¿Qué es lo que logran los discursos que el informe más perfecto acerca
de los discursos no podría haber logrado? Un informe tal nos habría
revelado la intención del discurso[...]. Lo que aún nos faltaría es la
presencia del orador: al escucharlo, no lo veríamos; no estaríamos
expuestos a él, afectados por él, tal vez hechizados por él. Los in-
formes más perfectos de Tucídides acerca de los discursos serían parte
del discurso de Tucídides como todas sus otras partes; no veríamos
la peculiaridad del discurso de Tucídides; y seríamos expuestos sólo a
Tucídides (Strauss 2006, pp. 238).

Según el sentido del texto anterior, cuando Tucídides quiere reprodu-


cir los discursos, se decanta por un ‘procedimiento aséptico’ que garantiza
de imparcialidad: la reproducción textual de las palabras dichas por los
oradores, cuando se ha logrado el acceso directo a ellas, y el escrutinio cui-
dadoso del sentido de las palabras en aquellos casos en los cuales ha sido
135
francisco josé casas restrepo

imposible escuchar directamente los discursos y se accede a ellos por vía


indirecta (Tucídides, HGP I, 22, 1). Con este proceder, Tucídides garan-
tiza la veracidad de lo dicho y, además, ‘retirándose’ de la escena de forma
voluntaria y notoria, esto es, ‘tomando distancia’ de lo dicho por boca de
aquellos que lo han pronunciado, garantiza también al lector la posibi-
lidad de juzgar, por sí mismo, los discursos de los actores de la guerra y
los hechos a los cuales aluden. Según esto, parece que Tucídides quiere
advertir y poner en guardia a los lectores para que no se dejen influir por
sus opiniones de historiador y narrador de la guerra, y lo logra por medio
de la reproducción textual o de sentido de los discursos pronunciados, los
cuales, justamente por eso, no parecen reflejar la opinión que tiene Tucí-
dides sobre lo dicho en ellos. El historiador presta especial cuidado de no
contaminar con su opinión personal, los discursos y hechos a los cuales
se refieren, a su vez, tales discursos. Esto puede verse de forma patente
cuando consigna las opiniones francamente cínicas de personajes con
los cuales Tucídides no parecía y ni podría estar de acuerdo en su calidad
como narrador y ateniense. Así, puede verse, por ejemplo, en el diálogo de
los melios, en el cual los atenienses manipulan a los melios y logran que
admitan una inexistente culpabilidad y su propia destrucción (Tucídides,
HGP V, 85-116).
Sin embargo, muchos autores piensan, de forma razonable, lo con-
trario de la postura anteriormente expuesta: desde aquellos que niegan la
veracidad misma de los discursos y afirman que son un invento, produc-
to de la ficción tucidídea, hasta aquellos otros que conceden, en mayor
o menor grado, que son verdaderos, ya porque se ajustan más o menos a
lo dicho por aquellos que los pronunciaron, ya porque son más o menos
fieles a los hechos que refieren. Así, por ejemplo, Cogan piensa que nues-
tro historiador inventa los discursos, pero está atento a las declaraciones
y hechos genuinos (Cogan 1981, p. xi). Por su parte, Gomme, Andrewes
y Dover (1981, pp. 395), piensan que los discursos generalmente estable-
cen: “What the speaker needed to say (and therefore, in default of eviden-
ce to the contrary, may be presumed to have said) in order to get his way a
particular audience in particular circumstances”.
Por otro lado, Garrity defiende y acepta la máxima fidelidad posible
de los discursos de Tucídides a lo dicho por los personajes que los pronun-
ciaron, pero acepta un pequeño margen de error acerca de ‘lo dicho’ en la
guerra por los discursos (Garrity 1998, pp. 373-380). Para este autor, ese
136
los discursos: una modalidad del lógos

error de apreciación en ‘lo dicho’ se debe a la dificultad que tiene Tucí-


dides para equilibrar contenido y forma en los discursos, situación que lo
lleva a una postura valorativa ambigua, sin que por ello incurra en falsedad
(Garrity 1998, pp. 369 y 373-380). También Iglesias Zoido defiende una
postura intermedia, pero resulta la intervención de los elementos retóricos
en los discursos tucidídeos para obtener, no tanto la verdad, cuanto lo pro-
bable (Iglesias Zoido 1995, pp. 25-27). Así, “Sin sacrificar el sentido de lo
que pronunciaron los diversos oradores, podía dotar a estas intenciones de
una forma retórica más adecuada” (Iglesias Zoido 1995, p. 26; cf. Iglesias
Zoido 1997, pp. 115).
En fin, sea como fueren el procedimiento y el grado de veracidad de
los discursos redactados por Tucídides en su obra: reproducción más o
menos textual de las palabras pronunciadas por los actores de la guerra
hasta donde ello era posible; los discursos tucidídeos parecen transmitir
muy aproximadamente los hechos realmente declarados por los personajes
de la guerra y el clima que los acompaña. Este procedimiento opera como
dique que salvaguarda de todo tipo de ‘contaminación’ o parcialidad que
pueda provenir del historiador. Por eso, no cabe seguir sosteniendo la es-
téril polémica que durante casi siglo y medio enardeció a los académicos
en torno a la veracidad de los discursos, los cuales Tucídides dice repro-
ducir fielmente (HGP I, 22, 1). Los estudiosos se preguntaban entonces,
de manera vanamente repetitiva, si el historiador reproducía las palabras
exactas pronunciadas por los actores de la guerra o sólo su sentido, más
o menos aproximado. Y así, la apreciación de los discursos reproducidos
por Tucídides y la estimación de la verdad contenida en ellos oscilaban
entre aquella postura que proclamaba su ‘objetividad científica’ —y por
tanto, la reproducción textualmente fiel y escrupulosa de esos discursos—
y aquella otra que admitía diversos grados de ‘creación’ o de libertad en
los discursos. Esta última postura denunciaba o la moralidad apasionada
y vehemente de Tucídides (Finley 1975)8 o su manipulación tendenciosa
(Garrity 1998, pp. 362).
Con el fin de combatir estas dos interpretaciones extremas y hacer
justicia a las intenciones expresamente declaradas por Tucídides, han de

8
Este autor se refiere en este artículo no sólo a los discursos, sino a la totalidad de la
obra de Tucídides.

137
francisco josé casas restrepo

tenerse en cuenta, simultáneamente, los dos aspectos que él toma en con-


sideración para reproducir en su obra los discursos pronunciados por los
actores de la guerra. Así, nos dice:

En cuanto a los discursos que pronunciaron los de cada bando, bien


cuando iban a entrar en guerra bien cuando ya estaban en ella, era
difícil recordar la literalidad misma de las palabras pronunciadas
[contenido, lo particular, ‘lo preciso y necesario’], tanto para mí mismo
en los casos en los que los había escuchado como para mis comuni-
cantes a partir de otras fuentes. Tal como me parecía que cada orador
habría hablado, con las palabras más adecuadas a las circunstancias
de cada momento, ciñéndome lo más posible a la idea global de las
palabras verdaderamente pronunciadas [forma, lo universal, ‘sentido
general’], en este sentido están redactados los discursos de mi obra.
(Tucídides, HGP I, 22, 1).9

Así, Tucídides presta atención tanto al contenido como a la forma, esto


es, a lo que se ha dicho y cómo se ha dicho (Platón, República 392c–394b;
Fedro 267a y 272e). Tal división en los discursos se hace necesaria, para
mostrar cómo ambos aspectos coinciden en Tucídides, se avalan de forma
mutua y no pueden abordarse por separado como si funcionasen indepen-
dientemente (Garrity 1998, pp. 373-380). En resumen, la distinción de los
dos elementos —contenido y forma— obedece a un imperativo de claridad
que pretende mostrar la marcha acompasada y paralela de los mismos y, en
definitiva, la coherencia del proceder y de lo declarado por el historiador.
Se deshacen así interpretaciones que pretenden introducir contradicción y
dudas excesivas —por otro lado, inexistentes— en las intenciones método-
lógicas de su obra. Ahora bien, esto no obsta para que, en ciertos casos, se
adviertan lagunas, imprecisiones u obscuridades en la obra tucidídea, tanto
en los discursos, como en los hechos. Pero en este último caso, el asunto se
refiere más a precisiones históricas puntuales.
Finalmente, existe un elemento que contribuye a fortalecer la unión
y el carácter hasta cierto punto indisoluble del contenido y la forma en los

9
Las cursivas son mías; las expresiones en cursiva entre paréntesis, se refieren a dis-
tintas denominaciones asignadas de forma pareada a cada uno de los dos aspectos de los
discursos, respectivamente por (Garrity 1998, pp. 364-373; Hammond 1973, pp. 49-50 e
Iglesias Zoido 1995, p. 26.

138
los discursos: una modalidad del lógos

discursos de la obra tucidídea. Este elemento es la importancia dada por


los historiadores antiguos al estilo, más que a la verdad, no del todo descui-
dada. Esto quiere decir que tales historiadores estaban más atentos cómo
se exponían los hechos que a los hechos mismos narrados y atendían cui-
dadosamente a las formas de persuasión que nos llevan a creer en aquello
que se narra, no tanto por su verdad, imparcialidad, asepsia, ‘objetividad’ o
carácter científico10 —criterios francamente modernos o contemporáneos
en materia histórica—, sino por los recursos estilísticos, literarios y, sobre
todo, retóricos. Y en el caso de la obra tucidídea esta advertencia acerca de
la importancia del estilo no sólo vale para los discursos pronunciados por
los actores de la guerra y reproducidos por Tucídides; también es válida,
quizá más, para la narración de los hechos concretos, esto es, para los suce-
sos o acontecimientos particulares acaecidos en la guerra o para la Historia
de la guerra del Peloponeso en su totalidad, considerada como gran hecho.

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10
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durante el último siglo ha sido Cochrane 1929. Esta obra, que hizo carrera, está hoy franca-
mente desmentida a la luz de los múltiples datos y conocimientos que poseemos sobre Tu-
cídides y su obra, en particular, y sobre la disciplina histórica en la Antigüedad, en general.

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141
aspectos de la técnica retórica

ASPECTOS DE LA TÉCNICA RETÓRICA


EN LA DEFENSA DE PALAMEDES DE GORGIAS

Ana Bertha Nova


Universidad Nacional Autónoma de México

E l discurso Defensa de Palamedes es una demostración de lo que hay


que hacer cuando se pretende abogar por una causa cualquiera, lo que
favorece que esa obra se observe desde una perspectiva histórica que tome
en cuenta las probables circunstancias que rodearon el acontecimiento:
lugar, fecha, personajes y demás elementos que ubican al estudioso en el
contexto preciso para sacar el mayor provecho del análisis del alegato.
Desde una perspectiva técnica, el discurso muestra los elementos que
se requerían para una defensa: el suceso, los personajes y la forma ade-
cuada para procurar la aceptación o rechazo de culpabilidad del acusado.
Desde una perspectiva teórica, presenta un tipo de argumentación
jurídica y la finalidad del discurso. En este sentido, es posible observar
aspectos que, bien desarrollados, superarían la mera técnica que rige la
disposición de las partes de un discurso, en tanto que todo alegato de
defensa1 revela elementos novedosos en la estructura teórica que maneja
el orador y los cambios que le dan mayor solidez.

1
La retórica como material de estudio teórico sobre la elocuencia judicial en el siglo v
ya es presentada por Platón cuando enuncia una lista de maestros encargados de dicha tarea
como Eveno de Paros (poeta y sofista del siglo v citado por Aristóteles en Retórica 1370a
ss.), Tisias (sofista fundador de la retórica, citado por Platón en Fedro 273a ss), Gorgias y
demás. Cf. Pernot 1993, pp. 43 ss. Por otra parte, cuando la perspectiva es filosófica se tiene
la intención de resaltar finalidades y deficiencias en el empleo de la retórica. Cf. Beristáin
y Ramírez Vidal 2010, pp. 7 ss.

143
ana bertha nova

Condición histórica del caso

La práctica retórica que Gorgias recrea con fines específicos sobre un acon-
tecimiento que podría haber ocurrido en época2 remota, ejemplifica que
el pasado servía para el aprendizaje del presente, circunstancia que sería
un error pasar por alto. La acusación contra Palamedes habría sucedido
cientos de años antes de que el ejercicio fuese presentado, transmitido a los
helenos por tradición oral. Gorgias llevó a su auditorio un suceso con la in-
tención de dejar huella de los hechos que daban forma a su propio mundo.
En este caso, vale la pena tener presente que no se conoce con certeza ni la
acusación contra Palamedes ni las circunstancias del litigio. La riqueza del
discurso de Gorgias está bien sustentada en un probable acto que no estaba
presente en la narrativa fundacional helena, la Ilíada,3 lo que no disminui-
ría fuerza ni riqueza a la defensa que él preparó para un acusado (Palame-
des) que simboliza un carácter digno de recuerdo entre los hombres.
Este deshonroso acontecimiento tendría eco en toda la tradición he-
lena, lo que facilitaría perspectivas didácticas con diferentes fines. En este
caso, Gorgias resalta el punto de vista de Palamedes, el acusado, más que
las razones que podría haber presentado el acusador, Odiseo. En la litera-
tura posterior puede observarse la reflexión intelectual que se generó so-
bre un acontecimiento tan rico y de consecuencias tan significativas para
los griegos. El tratamiento que se ha hecho de la cuestión ha propiciado
que ese caso sea un clásico de la evolución intelectual del hombre.
Por otra parte, no está fuera de duda la atribución de esta defensa a
Gorgias.4 Aunque la elaboración de discursos de este tipo era común en la
Atenas de su tiempo,5 no disminuye la importancia de este imprescindible

2
La Ilíada, atribuida a Homero (siglo viii a. C.), narra la guerra de Troya, que posi-
blemente sucedió en el siglo xii a.C. Véase Vermeer 2005.
3
No se debe pasar por alto el hecho de que Palamedes nunca fue mencionado en la
Ilíada, pero sí lo mencionó Platón como un hábil orador en Fedro 267c ss
4
La defensa de Palamedes es anterior a la defensa de Sócrates; se podría observar
la influencia de la sofística en el diálogo platónico, cuando Sócrates afirma que no teme a la
muerte, porque se reuniría con personajes reconocidos entre los griegos, como Palamedes
(Apología 41a-41b).
5
La evolución de la retórica es necesaria para precisar el sentido del término. En el si-
glo v a.C. tiene una connotación que diferirá de la del iv a.C. Cf. Vianello, Aquino López,
Galaz y Ramírez Vidal 2004, pp. 15 ss.

144
aspectos de la técnica retórica

orador. La Defensa de Palamedes es un clásico de la actividad teórica que


muestra la dificultad que representa para el hombre la posibilidad de per-
suadir mediante la palabra.

Tema central y rasgos del personaje

La elección de un buen asunto es esencial en la enseñanza de cualquier


actividad profesional. Los sofistas, considerados los fundadores de la en-
señanza como tal, se encargaron de mostrar qué debe tomar en cuenta un
verdadero profesional de la retórica. La interpretación de un asunto que
abrió muchas expectativas en su tiempo no se agota en lo que entonces se
pudo decir al respecto; el discurso constituye un material para reflexionar
sobre las consecuencias y convicciones propias del autor de la defensa que
debería tener presente todo aquel que desease formar parte de los oradores
profesionales.
De acuerdo con la tradición mitológica, Palamedes, el personaje al
que se defiende, no era un desconocido sino alguien que gozaba de una
gran tradición en el mundo heleno y al que se le reconocía un origen con-
creto, pues fue hijo del rey de Nauplia, ciudad cercana a Argos, la patria de
Agamenón, y un linaje que la tradición ha conservado (Higino, Fábulas,
Astronomía). Por ello el autor de la defensa destaca rasgos y aspectos poco
comunes en la mayoría de los hombres que bien valía la pena desarrollar.
Asimismo, Palamedes fue un hombre de excepcional inteligencia, a quien
se atribuyeron creaciones trascendentes, como la invención del número6 y
de las letras, de las medidas y de los pesos, de las señales de fuego,7 virtudes
a las que se recurría para llamar la atención del oyente. También se le con-
sideró un hombre de excepcional dominio de la palabra.8
Por otra parte, según la tradición, Palamedes dejó al descubierto la
artimaña de Odiseo cuando éste intentaba hacerse pasar por loco para no
ir a la guerra de Troya (Apolodoro, Epítome 3, 6-8), quien a la postre cum-

6
No se entiende qué se quiere decir con atribuir a Palamedes la invención del núme-
ro. Cf. Platón, República 522d1 ss.
7
Se le adjudican invenciones inverosímiles. Cf. Platón, Leyes 677d ss.
8
Se le consideró como el fundador de los discursos de afirmación y negación sobre un
mismo asunto. Cf. Plátón, Fedro 261b ss.

145
ana bertha nova

pliría un papel esencial en la derrota de los troyanos. Hay que destacar


también que su padre se vengó de los griegos a su regreso de Troya, luego
de enterarse de que éstos habían traicionado a su hijo con una difamación
que le costaría la vida (Sechi 1993, p. 188) y desvió el curso de las naves
que los llevaban a sus lugares de origen.
Estos rasgos del personaje, que retoma Gorgias en su defensa,9 invi-
tan al oyente a poner atención y rescatar todo aquello que fuera favorable,
elaborando una imagen lo más cercana posible a las probables intenciones
de Palamedes, quien habría empleado diversos recursos para alcanzar el
fin deseado: sembrar la duda, promover una visión positiva de sí e incitar
al auditorio a reconocer el lamentable error aqueo de dejarse llevar por las
palabras de Odiseo.

Elementos del discurso

La construcción del discurso —introducción, narración, tesis, prueba,


argumento contra el acusador, carácter del defendido y conclusión (Ta-
pia 1980, pp. liv ss.)— remite a un esquema común que seguramente era
propio del momento histórico, pero con ciertas variantes propias que in-
troduce el autor del alegato. La gran riqueza argumentativa de este valioso
discurso se muestra desde las primeras líneas, al observarse que el castigo
no es la muerte, puesto que nadie se libra de ella, sino el tipo de muerte que
ha de enfrentar un hombre prominente, a quien se le procura una muerte
deshonrosa por el capricho y resentimiento de alguien.

Introducción (§§ 1-5)

La importancia del alegato oral despierta, ya en las primeras líneas, el in-


terés en el oyente, quien intentará no perder detalle del ingenio discursi-
vo en el uso de diferentes argumentos y en la generación de todo tipo de
emociones. El punto de partida es universal: ¿cómo ha de ser la muerte
de un hombre: honrosa o deshonrosa? Asimismo, la pregunta puesta en

9
El género que maneja aquí Gorgias es el de ejercitación didáctica de género judicial.
Cf. Tapia Zuñiga 1980, p. xxxii.

146
aspectos de la técnica retórica

boca de Palamedes, recurso común en ese tipo de defensa jurídica en la


época clásica, da mayor fuerza emotiva al alegato. ¿Acaso el acusado no
prefería el tipo de muerte que todo ser humano habría de desear, a saber,
una muerte natural?
Luego de tal inicio, la exposición tiende a elevar el espíritu del oyente;
ofrece una refutación que los jueces evaluarían para dar una sentencia fa-
vorable al acusador o al acusado, observando, además, si el acusador actua-
ba por amor a Grecia y si buscaba el castigo para alguien verdaderamente
culpable de traición. Gorgias contrasta lo que todo mundo desearía que
fuese un acusador —alguien que pretende defender a su patria— con lo
que habría de padecer aquel cuyas acciones procuraron su beneficio per-
sonal en vez del de su patria. No omite referirse a los aspectos negativos:
la envidia, afección o malicia, pues advierte que el acusador no tiene rasgo
positivo alguno que lo distingan en su grupo.
A una muerte honrosa se opone una deshonrosa; a un varón respon-
sable se contrapone un varón corrupto. La sencillez del lenguaje empleado
permite seguir con facilidad el hilo conductor de la apología, puesto que
eran temas comunes tanto la muerte digna o indigna como el reconoci-
miento de un varón ejemplar frente a quien no lo es. Una vez planteado el
problema central de la defensa se deben ofrecer las pruebas que sustenten
las pretensiones del acusador o del acusado.
En esa parte, el autor se pregunta por dónde ha de comenzar la defen-
sa, para demostrar con argumentos que la razón le asiste y que es capaz de
persuadir a los jueces si se deja guiar por la verdad y no por la necesidad
de defenderse, dado que una u otra vía lo conducirían, respectivamente, al
triunfo o al fracaso. En consecuencia, la verdad y la necesidad tienen un
papel central en este discurso, que han de definir el tipo de muerte a la que
sería acreedor el acusado, en caso de considerársele culpable.

Argumentación (§§ 6-32)

La apología comienza por señalar que el acusador (Odiseo) no tenía clari-


dad sobre lo que hacía, mientras que Palamedes, quien se defendía, sabía
que no había hecho aquello por lo que se le juzgaba y consideraba im-
pensable que alguien se aventurase a expresar algo que no había sucedido,
como lo hacía el acusador. Odiseo no contaba con evidencia alguna que
147
ana bertha nova

sustentase lo que afirmaba. Palamedes se atreve a considerar, con base en


la acusación de Odiseo, que si hubiese querido traicionar a los griegos, no
habría podido hacerlo y, si hubiese tenido posibilidad de hacerlo, no lo
habría realizado.10 Dos son las posibilidades que presenta para su defensa:
no poder y no querer, y cualquiera de las dos tendría consecuencias pre-
cisas. Lo importante en ese momento del alegato es la claridad con que se
plantea un problema esencial.
Las contraposiciones anteriores son sólo el preámbulo para dejar en
claro que el autor de cualquier acto lo hace porque puede o quiere llevarlo
a cabo, pero, en su caso específico, no hubo ni acción ni intención. Las
sutilezas del lenguaje que se ofrecen en el discurso son las hebras de la
trama que el defensor desea que guíen al oyente, aunque no es fácil para
cualquier orador hilvanarlas con el mayor cuidado y esmero. Por ello será
preciso analizar cuanto elemento novedoso se presente en el alegato para
convencer a los jueces de la culpabilidad o inocencia del acusado.
Primero (§ 7) se arguye acerca de la imposibilidad de que el acusado
hubiera realizado la traición, puesto que para ello el acusado habría necesi-
tado establecer una comunicación directa con los enemigos (los troyanos)
y para planear dicha acción el calumniado requeriría tener una conver-
sación previa con ellos. Sin embargo, no hay pruebas de que se hubiese
dado algún tipo de comunicación. Palamades plantea como inobjetable
la imposibilidad de comunicación entre un griego y un bárbaro, por la
diferencia de lengua, de modo que, para realizarla, se habría requerido de
la intervención de un tercero, el intérprete, quien habría sido testigo del
encuentro.
Los razonamientos de Gorgias muestran que en la Hélade del siglo
v a.C. los tratos se cerraban mediante garantías para asegurar su cumpli-
miento. En la organización familiar arcaica se creía en la palabra del que
llevaba a cabo un convenio sólo si entregaba como caución a un miembro
de su propio linaje.
Al autor de la defensa le parecía imposible que Palamedes hubiera
podido comunicarse él solo con un bárbaro. Con la presencia de un in-
térprete el asunto habría dejado de ser privado. Asimismo, no se cumple

10
Artilugio argumentativo disyuntivo, estrategia que confundía al oyente intencio-
nalmente para generarle emoción. Cf. Gorgias, Fragmentos 5.

148
aspectos de la técnica retórica

con el compromiso de entregar a un familiar como prenda para asegurar la


confianza entre las partes.
Más adelante, señala que, si acaso la traición hubiera sido por dinero,
¿quién habría realizado una traición de tal magnitud por unas monedas?
Sería un sinsentido. Y si acaso fuese por mucho dinero, ya no sólo ha-
bría existido un testigo sino muchos, porque habría sido imposible que
su traslado hubiera pasado inadvertido. En cualquier circunstancia, las
consecuencias serían inadmisibles, porque el presunto traidor no podría
disfrutar de su paga ni podría pasar inadvertido de haber recibido esa ri-
queza. Por otra parte, los presuntos cómplices griegos tendrían que ser
hombres libres como él, o bien esclavos, lo que lo lleva a preguntar a los
presentes, todos hombres libres, quién de ellos habría sido su cómplice; en
cuanto a los esclavos, por su propia condición, serían desleales, por ser víc-
timas de la necesidad y porque podrían ser obligados mediante tortura a
testificar cualquier cosa. Respecto a los hombres libres, la pregunta sería si
acaso aceptarían desprestigiar su origen mediante semejante vileza, que no
sólo atentaba contra ellos mismos sino contra toda la Hélade. Recuérdese
que Odiseo es el acusador; Agamenón, el juez, y los oyentes de semejante
defensa, los varones más queridos y reconocidos por su comunidad.
Paso a paso, el apologista observa que la acción era imposible de llevar
a cabo en secreto, ocultándose con disfraces o con la ayuda de la noche. En
seguida se pregunta cómo los enemigos habrían entrado al campamento
griego: ¿habrían abierto las puertas, saltado los muros o tajado un pedazo
de muro? Las tres opciones serían irrealizables, puesto que, al estar en un
campamento al aire libre, los unos se observan a los otros de manera cons-
tante, lo que también impediría la intromisión del enemigo en el campa-
mento aqueo.
A la presentación detallada de los acontecimientos, se agregan los he-
chos probables que demostrarían que la comunicación de un griego con
un bárbaro sería impensable para cualquier heleno libre que perteneciese
a un clan bien definido, y la imposibilidad de obtener un beneficio econó-
mico dentro de un campamento abierto, donde convivían hombres libres
y esclavos, entre los que necesariamente habría algún cómplice.
La segunda parte de la argumentación (Palamedes, §§ 15-21) parece
más reflexiva y cercana al espíritu heleno, pues señala los rasgos propios
que la tradición les había legado, donde lo substancial ya no sería cómo
se habrían realizado los acontecimientos, sino qué implicaría para un
149
ana bertha nova

hombre libre llevar a cabo semejante acción. ¿Un hombre libre de estirpe
reconocida y admirada desearía algo superior a ello? En respuesta, el apo-
logista señala que semejante ambición sólo arrastraría a la esclavitud a un
hombre libre que, por linaje, era aristócrata; sostiene que las consecuen-
cias nefastas para un hombre de su linaje son varias y diversas, y agrega que
considerar su acción como un error llevado por la avaricia sería también
impensable en alguien que había vivido en la mesura, que tenía dominio
sobre sí mismo y que no se procuraba placeres ni excesos considerados
propios de un esclavo.
Muestra de manera directa estas afirmaciones y señala que el honor
era una de las mayores riquezas que poseía el heleno libre y que no po-
dría comprarse con nada. Además, pone de testigos a sus propios jueces
a quienes se consideraba sabios y con la capacidad de discernir lo justo de
lo injusto, lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. Aunado al aspec-
to moral, expone qué significarían para un hombre libre, sujeto a la ley
que imperaba entre los helenos, las consecuencias de semejante acto, pues
afirma que, al ser un traidor, se convertiría en un enemigo de los suyos,
de la ley, de la justicia, de las divinidades que veneraba, por transgredir
todo aquello que lo cobijaba como un hombre libre. ¿Qué hombre libre
en las circunstancias de Palamedes se infligiría semejante afrenta? ¿Se trai-
cionaría a sí mismo, al clan, a la Hélade, a los amigos, a los antepasados, a
las tumbas de los suyos, a todo lo que lo conformaba como un heleno de
excelencia moral, que contaba con la confianza de los demás?
En esta segunda parte de la argumentación echa mano de los rasgos
que la tradición había expuesto como propios de aquellos primeros hom-
bres que construyeron la grandeza de Grecia, de quienes los helenos se sen-
tían orgullosos y a quienes solían presentar como ejemplo ante los demás.

Caracterización del acusador (§§ 22-27)

En la parte donde el acusado caracteriza a su acusador se perciben aspectos


que parecerían débiles ante lo previamente expuesto, pues el orador inicia
con la pregunta de si acaso Odiseo suponía la traición o tenía pruebas para
demostrarla. Ante la argumentación del acusador con respecto a la verdad,
Palamedes afirma que aunque todo ser humano podría ser capaz de emitir
en cualquier momento opiniones propias, no cualquiera podría hablar con
150
aspectos de la técnica retórica

la verdad. Esta tradición intelectual de separar la opinión de la verdad mues-


tra una línea de perfeccionamiento intelectual que se habría fundamentado
en toda producción teórica helénica antes del siglo v a.C. y que sería el rasgo
propio de la filosofía griega en su momento de mayor plenitud.
Esta presentación lleva al apologista a introducir la demencia y la pru-
dencia de semejante acto (§§ 25-26). La prudencia impediría en cualquier
momento traicionar a los helenos y la demencia sería la única causa posible
de semejante traición; sin embargo, un hombre demente no tendría la ca-
pacidad de defenderse como lo hacía el acusado.
Esta parte de la argumentación parecería débil, con cierto respeto por
Odiseo, a quien se reconocía haber planeado la estratagema con que los
aqueos ganaron la guerra en Troya y a quien se inmortalizaba como un
héroe y hombre de gran astucia.

Rasgos del defendido (§§ 28-32)

En cuanto a su carácter, el acusado se atribuye cualidades propias, sin man-


cha alguna en sus acciones, que aportó ideas benéficas para los helenos y
la humanidad, como la invención de formaciones militares, la creación de
leyes escritas, guardianas de la justicia, y otros inventos esenciales para el
desarrollo intelectual heleno que se difundieron en toda la Hélade. Esta
parte de la argumentación tendría la finalidad de destacar el tipo de accio-
nes propias del ocio de un hombre libre, que consideraba que la actividad
intelectual estaba encaminada al perfeccionamiento humano.
Esta primera parte de la descripción del acusado es pobre, si se toma
en cuenta la segunda (§§ 31-32), donde expresa de manera directa su com-
portamiento moral en su comunidad, al plantear su relación tanto con los
viejos, quienes no le reprochaban nada, como con los jóvenes, a quienes les
resultaba útil. Además, afirma que no envidiaba a los afortunados, que era
compasivo, que procuraba la excelencia en vez de la riqueza, que participa-
ba activamente en la vida pública; que si se necesitaba pelear por la Hélade,
no dudaba en hacerlo y que era capaz de arengar a los que no tenían ánimo
para cumplir con lo que se les pedía. Todo ello tenía que señalarse para
considerar que el acusado no era un desconocido para su comunidad ni
tampoco alguien que no la hubiese servido con acciones y palabras. Todo
ello lo muestra como un hombre de excelencia moral, que no pensaría en
ningún momento en traicionarse a sí mismo ni a su comunidad.
151
ana bertha nova

Conclusión de la defensa (§§ 33-37)

Ya en la conclusión de la defensa, el acusado señala que no apeló en nin-


gún momento a ningún artificio amistoso para obtener una resolución
favorable, sino que apela a la sabiduría de los suyos, los varones más
destacados, quienes habrían de tomar en cuenta no las palabras sino los
hechos, que tendrían que ser analizados pacientemente, con ayuda del
tiempo, ya que éste daría mayor sabiduría a quien impartiese justicia. El
defendido concluye su intervención afirmando que una sentencia injusta
sería de terribles consecuencias para él y para quienes la emitieran: de
alguna manera mancharían a la Hélade, puesto que un heleno mataría a
otro heleno sin justificación alguna.

Conclusión general

La fuerza de ciertas afirmaciones que aparecen en todo el alegato muestra


la evolución de un pensamiento que cada vez se encaminaba, de manera
más precisa, a formas argumentativas más elaboradas que serían conse-
cuencia de la exigencia discursiva entre los griegos del siglo v a.C. y de
siglos posteriores.
Ante semejante apología, la pregunta que se antoja justificada sería
la siguiente: ¿por qué defender a un heleno a quien Homero ni siquiera
menciona? Quizás habría sido más elocuente elaborar un discurso sobre la
acusación de un heleno que favoreció el triunfo contra los troyanos, como
sería Odiseo. En cualquier caso, los elementos que se presentan en esta
ficción permiten tener una noción de las preocupaciones de los sabios del
siglo v a.C.
Finamente, el ejercicio didáctico que aquí se estudia tiene una gran
riqueza de elementos. Las perspectivas y enfoques han de variar con inten-
ciones específicas, que en este caso, es señalar cómo de una ficción es posi-
ble generar un documento de gran caudal argumentativo que promueve el
crecimiento intelectual humano.

152
aspectos de la técnica retórica

Bibliografía

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153
la prosopopeya de las leyes

LA PROSOPOPEYA DE LAS LEYES


COMO REMATE EN LA ARGUMENTACIÓN
RETÓRICO-FILOSÓFICA DEL CRITÓN DE PLATÓN

Rómulo Ramírez Daza y García


Universidad Panamericana, Campus Guadalajara

Enseñan mucho estos apólogos, y por


la semejanza exprimen grandemente la
verdad [...]. El ordinario modo de dis-
frazar la verdad para mejor insinuarla
sin contraste, es el de las parábolas y ale-
gorías [...]; si fuese moral, que tire al
sublime desengaño, será bien recibida.
B. Gracián, Agudeza y arte del ingenio

E n el diálogo Critón (Κρίτων), el joven Platón emplea el recurso retó-


rico de la prosopopeya de las leyes1 dentro de la argumentación socrá-
tica, para hacer efectivo el cumplimiento de la ley, respecto de la injusta
condena que un tribunal ateniense le imputase al filósofo. Dado que “la
retórica es el arte de conocer y manejar debidamente la fuerza del lenguaje
para persuadir al oyente” (López Eire 2002, p. 20), el personaje Sócrates
remata su argumentación dialéctica con la fuerza de la prosopopeya con
el propósito de persuadir a los filósofos del momento, amigos y discípulos
de Sócrates —representados simbólicamente por Critón—, de su deci-
sión irrevocable de obedecer las leyes en todo momento y sin ambages,
llevando su acción ética hasta sus últimas consecuencias, aun cuando la
fortuna no lo favoreciese, y sometiéndose así a leyes bajo las cuales rigió su

1
Sobre la prosopopeya, cf. infra, p. 161.

155
rómulo ramírez daza y garcía

propia vida (como expone en la Apología) y bajo las que quiso regir su pro-
pia muerte (como expone en el Critón).
Este ensayo permite ver cómo Platón se apoya en ese recurso retórico
para construir, en su primera etapa, el universo que constituye su visión
filosófico-política, desarrollada plenamente en la República, el Político y
las Leyes. Me apegaré al siguiente esquema: planteamiento; Δικαιοσύνη en
su ausencia y en su presencia; prosopopeya; hermenéutica de la prosopope-
ya de las leyes, y valoración final.

Planteamiento

Mi tesis es la siguiente: ante la falta de un discurso suficientemente persua-


sivo en términos racionales, en boca de Critón, para convencer a Sócrates
de desobedecer las leyes y salvar con ello su vida, y ante su falla refutativa
en su ejercicio dialéctico frente a Critón, Sócrates se ve forzado a rematar
esa discusión recurriendo a la prosopopeya en términos argumentales. La
eficaz inserción de ésta y su contundente resultado sólo pueden entender-
se en el marco de la noción socrático-platónica de ‘justicia’.
A diferencia de los diálogos denominados ‘aporéticos’, que terminan
sin llegar a alguna conclusión, el Critón concluye en una de las tesis más
grandes y trascendentes del platonismo, a saber, que la justicia incardina
la virtud2 y representa el vehículo seguro hacia la idea del Bien. Sócrates la
ve con tanta diafanidad que exclama: “Ten por seguro, mi querido Critón,

2
Esto puede verse claramente a la luz de la vida de Sócrates. Primero, cuando, en su
calidad de miembro de la Comisión Pritana, instancia mediadora de la Asamblea Popular
establecida tras la batalla naval de las arginusas, defendió el derecho de juicio de los gene-
rales acusados, haciendo cumplir la ley, a pesar de la presión que los demás ejercían sobre él
para conseguir su apoyo. Segundo, cuando enfrentó solo a los Treinta Tiranos por negarse
a aprehender a León de Salamina y conducirlo a una muerte injusta. Tercero, cuando mos-
tró su patriotismo como soldado voluntario en tres campañas militares: Potidea, Anfípolis
y Delio. Por último, el acto más justo y heroico de todos: cuando murió por los derechos
de los demás, acatando las leyes, ya que sólo ellas —pensaba— podían lograr el bien común
por encima del bien particular (aun cuando se tratase de su propia vida). Por ello, en Sócra-
tes la justicia tiene varios ámbitos de acción, pero todos ellos tienen su génesis en lo moral
y su cumplimiento en las acciones políticas.

156
la prosopopeya de las leyes

que [...] en mi interior resuena el clamor de esas palabras y hace que no


pueda escuchar cualesquiera otras” (Platón 1997a, 54d).3
Podemos conjugar del Critón algunas ideas que dan el marco general
de la concepción que Platón o el Sócrates de Platón o Sócrates y Platón
tenían de la justicia. Recordemos que este diálogo magistral es un “ver-
dadero canto del respeto a las leyes”, según García Yagüe. Probablemen-
te escrito poco después de la muerte de Sócrates (algunos especialistas lo
sitúan en 399), es, después de la Apología, la primera obra que trata ex
professo el tema de las leyes y de la justicia que las mismas representan. No
será casual que la última obra de Platón, las Leyes, trate del tema con pro-
fundidad política, pero en un estilo abstracto y formal, bajo el modelo de
un sistema político diferente del que a Sócrates y a sus amigos tocó vivir.4
Si bien en la Apología hay una justificación de la vida de Sócrates, por
su legalidad y moralidad en todo momento, en el Critón la hay de las le-
yes en sí mismas y de su necesario carácter regulativo para la vida buena y
virtuosa de los hombres, encarnada en la respetuosa actitud socrática ante
las leyes de su ciudad, sin importar que éstas decretaran su propia muerte.5

3
Para los diálogos de Platón utilizo las siguientes traducciones: para el Critón, la ver-
sión castellana de García Yagüe (1972); para Lisis, Emilio Lledó (1997); para la República,
Eggers Lan (1998); para la Retórica de Aristóteles, Antonio Tovar (1999); para De cae-
lo, Miguel Candel (2008); para los Ejercicios Preparatorios de Elio Teón, Laurent Pernot
(2013); para las Instituciones Oratorias de Quintiliano, Gerhard Hortet (2006); para los
Fragmentos de Heráclito, Luis Farré (1982); para Vida, opiniones y sentencias de los filósofos
más ilustres de Diógenes Laercio, Ortiz y Sanz (2008).
4
Platón mismo fue testigo de dichas adversidades y, por ende, su comprensión de
la justicia está en reacción y en vinculación directa al contexto que vivió: en Atenas y en
Siracusa. Por lo menos destacan tres datos (dos previos al Critón, y uno muy posterior) que
permiten entender, en parte, su visión política, que es una respuesta frente a esa realidad:
primero, el deslinde familiar con dos de sus tíos (Cármides y Critias) que en sus prácticas
políticas eran injustos, y formaban parte del gobierno de los Treinta Tiranos. Segundo, la
injusta condena a muerte por cicuta de su maestro Sócrates, por perseguir altos ideales y
oponerse a la necedad y al vicio. Tercero, su propia venta como esclavo por parte de sus
enemigos de la corte siracusana. Por Sócrates mismo, Platón tiene una visión altamente
moral de la justicia.
5
La crítica suele presentar estudios pareados sobre estos dos diálogos, tanto por la ma-
teria común como por la proximidad temporal de ambas obras. Véase al respecto la edición
de Burnet (1979).

157
rómulo ramírez daza y garcía

Por ello J. Adam (1888, p. 3) afirma: “to my mind the Crito is one of the
finest of Plato’s minor dialogues, breathing the most exalted morality”.
El diálogo trata de la argumentación que Sócrates ofrece a su amigo
de la infancia y de toda la vida, Critón,6 de que por ningún motivo se puede
ir en contra de las leyes, pues ellas aseguran el bien común de la ciudad. Es,
en el fondo, una justificación moral y política de por qué Sócrates actuó
como actuó. Las razones que ofrece a sus discípulos y amigos, representa-
dos simbólicamente en la figura de Critón, son, en particular, las que Pla-
tón mismo da a los suyos, en un acto de consolación compartida, pues, ante
el desconsuelo por la muerte del maestro, en un principio parecía que éste
había actuado de manera trágica y voluntaria —incluso injusta— sobre sí
mismo y sobre los demás, abandonando, con su sumisión al legalismo, a las
personas que le profesaban cariño.
El diálogo tiene dos finalidades. La primera es dar razón de la sabia
actitud socrática en un régimen imperfecto, pero en vías de perfección,
según la visión y la mentalidad de Sócrates, y el sacrificio que eso supone,
incluso la condena a muerte. La segunda es dar consuelo filosófico (es de-
cir, con razones) a quienes sufrían por la trágica pérdida del maestro, a la
vez que exhortaba a la consumación de un acto de heroísmo respecto al
espíritu universal que deben guardar las leyes. El Critón es, por ello, a la par
que la primera consolatio per Philosophiam, el primer protréptico jurídico,
al ser la primer justificación moral de la primacía que la justicia tiene por

6
Parece que Critón fue el mejor amigo de Sócrates. Ya el mismo Diógenes Laercio
(II 13), dice: “Critón Ateniense fue sumamente afecto a Sócrates, y cuidó tanto de él que
nunca sufrió le faltase nada de lo necesario” (2008, p. 166). Según Luri (2004, p. 99-100):
“Critón se afilió por completo a las filas del socratismo. Tenía la misma edad que Sócrates,
era de su mismo démos y fue su amigo desde la infancia, haciéndose seguidor suyo poste-
riormente junto con sus hijos [...] Gracias a la larga fidelidad de su amistad compartió con
Sócrates la intimidad de sus momentos finales [...] En las últimas horas de la vida de su
amigo se ocupa de que uno de sus servidores acompañe a Jantipa; ayuda a Sócrates cuando
se retira para darse un último baño; es él quien recibe directamente la última y enigmática
recomendación del filósofo: ‘Critón, le debemos un gallo a Asclepio’. Finalmente es él tam-
bién quien le cierra los ojos y la boca”. Platón muestra esa cercanía: “con pocos seguidores
de Sócrates tiene Platón esta detallada delicadeza [...] este texto <el diálogo homónimo>
transmite algo que va más allá del mero documento y que se acerca al homenaje de una
amistad” (Luri 2004, p. 102, cf. también pp. 25, 100). Sobre la ayuda sin límites que Critón
otorgó a Sócrates, cf. Demetrio de Bizancio, fr. 162 Jacoby (Luri 2004, p. 24).

158
la prosopopeya de las leyes

sobre la amistad: δικαιοσύνη antes que φιλία. Platón es un filósofo político


por vocación, aunque no sólo ello.

δικαιοςυνη en su ausencia y en su presencia

Desde el principio del diálogo se deja claro que la justicia es algo que ejer-
cen los justos y que cualquier ciudadano debería temer a las censuras, así
como gozar de las alabanzas de los justos, porque sólo éstos saben ponderar
las acciones, calibrar los problemas y dar soluciones sopesadas y concienzu-
das (Cri. 47d). Por tanto, para saber lo que es la virtud hay que ver quién
la ejerce. El justo es, pues, el entendido que sabe cómo debemos compor-
tarnos, pues sabe cómo deben ser las cosas, a diferencia de lo que la mayoría
quiera o desee (Cri. 47b-c), tesis que comparten Sócrates, Platón y Aristó-
teles. En relación con los dos primeros, por sus posturas intelectualistas,
quizás sea redundante decir que sólo el sabio puede ser justo y seguir al
más entendido es como seguir a la justicia misma, dado que es el que sabe
alejarse de la iniquidad (Cri. 48a).
La injusticia todo lo corrompe. Así, vivir de manera honesta, buena y
justa es una y la misma cosa, y lo justo es aquello a lo que debemos tender
(Cri. 48b) como lo dicta la recta razón y la moral. Internamente debemos
sufrir lo que sea, con tal de no obrar con injusticia (Cri. 48d), pues más
vale vivir bien que el mero vivir (Cri. 48b).
La justicia está entonces por encima de todo parecer subjetivo, dado
que es universal: “tanto si el vulgo lo afirma como si lo niega, tanto si he-
mos de sufrir una suerte más dura que la presente como si hemos de tener
una más halagüeña, pese a quien le pese, el cometer injusticia es malo y ver-
gonzoso” (Cri. 49b). Por eso sufrir injusticia no autoriza al que la padece
a cometerla, dado que el principio dice: “en ningún caso se debe cometer
injusticia” (Cri. 49b). Dañar a otro que me daña en nada se diferencia de
ser injusto (Cri. 49c-d). Esto es algo muy original, pues se contrapone al
sentir tradicional del hombre griego, para quien hacer bien a los amigos
implicaba hacer mal a los enemigos propios, y también a los enemigos de
los amigos (Cri. 49b).7

7
Esto siempre y cuando se percaten de quiénes son sus amigos y de quiénes sus enemi-
gos, pues: “muchos son los que aman a los que les son enemigos y odian, por el contrario, a

159
rómulo ramírez daza y garcía

No se puede burlar aquello en que se ha convenido, pero para con-


venir contractualmente necesitamos establecer las cosas con justicia
(Cri. 49e-50a). Sócrates y Platón ponen mucho énfasis en ello, dado
que lo moral asegura la ulterior calidad legal. Si se acuerda algo de
modo formal, se pacta con la ciudad, no con un individuo que puede
hacer un mal (Cri. 50b). Sócrates actúa de manera racional pensando
en la ciudad, y no visceralmente, tratando de burlar una sentencia legal,
—como Critón quería.
Critón no alcanza a comprender los razonamientos de Sócrates por
estar en el terreno formal, además de verse afectado por la trágica situación
de su amigo; por el contrario, le parece que Sócrates pasa por encima de
lo particular y humano de su circunstancia: amigos-discípulos y familia
(esposa e hijos). Así se comprende la inserción formal de otro recurso por
parte de Sócrates de gran poder persuasivo, para hacer entender a Critón
de sus razones de no pasar por encima de la ley, dado que “en las leyes está
la salvación de la ciudad”, como diría más adelante Aristóteles (Retórica, I
1360a 20-21).
Al no poder persuadir a Critón con argumentos de orden universal,
Sócrates emplea la prosopopeya, un recurso de gran poder persuasivo
que le permite ganar finalmente la partida a Critón, que apela a recur-
sos emocionales, con argumentos ad misericordiam, al hacer patentes sus
sentimientos traicionados, y con él los de sus demás compañeros, como el
último recurso persuasivo de rescate, fuera de la llana racionalidad.8 Este

los que les son amigos, y son, así, amigos de sus enemigos y enemigos de sus amigos” (Pla-
tón 1997b, 213a-b). El Lisis permite también entender la amistad entre Sócrates y Critón,
pues es el primer texto donde Platón habla ex professo de la amistad, y la primera obra de
Occidente sobre este tema. En el Critón no hay un tratamiento de la amistad como tal. Si
se quisiera abordar el tema de la amistad en Platón, tendríamos que tomar ambos diálogos.
El Critón, por la proximidad especial de Critón con Sócrates; y el Lisis, por el abordaje
dialéctico en sí mismo en términos formales del paradigma o idea de la amistad.
8
Hay muchos recursos que tienen el poder de persuasión dada la imperfección del
oyente, como decía Aristóteles, y como lo expuso Quintiliano en sus Instituciones Oratorias
II 15 § 6, cuando dice: “también el dinero persuade y también la influencia, la autoridad
y la posición social de aquel que habla o, en última instancia, el aspecto mismo, sin ayuda
de la voz, como cuando el recuerdo de los méritos de alguna persona, una apariencia que
inspira lástima o una extraordinaria belleza deciden el veredicto” (2006, p. 163).

160
la prosopopeya de las leyes

es un caso de retórica deliberativa en tanto aconseja como disuade y ve al


pasado como al futuro.

Prosopopeya

‘Prosopopeya’ viene de la voz griega προσωποποιία (de πρόσωπον, perso-


na, y πόιειν, hacer, cf. Navarro 2008, p. 70); se denomina también etopeya
(ἠθοποιία)9 y metagoge (μεταγωγή)10 y corresponde en latín a personae fic-
tio, adlocutio y sermocinatio (Pernot 2013, p. 247).11
En sus Ejercicios Preparatorios, Elio Teón (siglo i o ii d. C.) define
prosopopeya como un “ejercicio que consiste en componer un discurso
puesto en boca de un personaje dado, en una circunstancia dada, siendo lo
importante que las palabras sean apropiadas al hablante y al asunto. Inclu-
ye la consolación y la exhortación” (Pernot 2013, p.178). Esta descripción
se ajusta al pasaje platónico.
Encontramos otra fina precisión de este concepto, en Quintiliano
de Calahorra (siglo i) en sus Instituciones Oratorias III 8 § 49-55 (2006,
pp. 271-273), cuando, al explicar los casos en que se ha presentado dicho
elemento en los discursos de los oradores, historiadores antiguos y de los
propios teóricos de la retórica, encuentra ciertas características que po-
dríamos denominar ‘esenciales’, de común denominador, que son las si-
guientes (citamos in extenso):

A mí me parecen las prosopopeyas (prosopopoeiae), con mucho, los


ejercicios más difíciles, ya que a los demás problemas de los discursos
deliberativos se añade la dificultad de las personas [...] Sin embargo,
este ejercicio es de la mayor utilidad, tanto porque pide un doble
esfuerzo, como porque también aporta mucho a la formación de los
poetas [...] Para los oradores es una absoluta necesidad [...], tiene el
aspecto de cada uno a los que presta su voz, de manera que parecie-

9
Viene del verbo ἠθοποιέω que significa: “I. Mould the character of a person; II. Ex-
press or delineate character” (Liddell-Scottt-Jones 1996, p. 766).
10
Viene de la voz ‘μετάγω’ que significa: “trasladar, cambiar de dirección o de camino”
(Pabón 2005, p. 389).
11
Cf. Pernot 2013, p. 255; Beristáin 2010, p. 312. Según Pernot (2013, p. 256), per-
sonae fictio consiste en “hacer hablar a [...] una abstracción”.

161
rómulo ramírez daza y garcía

ran hablar mejor que en la vida real, pero siendo ellos mismos [...]
Asimismo, es conveniente que los declamadores pongan la máxima
atención en cómo interpretar a cada persona [...], la prosopopeya,
que yo incluyo entre los discursos deliberativos, porque sólo difiere
de éstos en que requiere de la representación de un papel [...] y se pre-
sentan bajo los nombres de ciertos personajes [...] En tales casos, nos
servimos frecuentemente de discursos inventados que atribuimos a
personajes [...] se suelen proponer temas ficticios para discursos deli-
berativos muy parecidos a las controversias.

Según Pernot (2013, pp. 247 y 255) “êthopoiia, prosôpopoiia —lat. ad-
locutio, sermocinatio [...] es una translatio, reemplazo del término propio
por un término imaginado, que responde a una comparación”. Esta figura
de pensamiento y recurso argumental “consiste en atribuir a las cosas in-
animadas o abstractas, acciones y cualidades propias de seres animados, o
a los seres irracionales las del hombre” (rae 2001, p. 1848a), como aquí
pasa con las leyes, a las que Sócrates dota de una personificación casi hu-
mana o sobrehumana, por razón de que gobiernan la vida de los hom-
bres.12 Beristáin precisa: “esta metáfora de un tipo especial denominada
‘metáfora sensibilizadora’, prosopopeya o personificación o metagoge, en
virtud de que lo no humano se humaniza, lo inanimado se anima (como
ocurre siempre con la metáfora mitológica)” (2010, p. 312). Como resu-
men, podemos decir, en palabras de Benjamín Jarnés (1964, pp. 242-243):

Es una figura retórica de sentencia o pensamiento. Se produce cuan-


do un escritor u orador introduce en sus frases los ausentes, los seres
inanimados o insensibles, que por esta figura recuperan una huma-
nización. La prosopopeya es como una humanización [...] <porque>
por la imagen se abre la espiritualidad [...] inyectando de belleza di-
námica lo más quieto [...] Por eso, esta figura ha recibido el nombre

12
Sobre la prosopopeya como ilustración política de las leyes en la constitución de la
polis, cf. Dyson (1978, p. 427): “the manner in which the ensuing argument is presented,
for the ‘Laws and the Commonwealth’ are personified and put their case in the address
which Socrates imagines them making to him. But Plato does here not undertake any sys-
tematic analysis which might support the personification. Rather he implies its validity
by a selection of personal relationships which he uses to illustrate the one which exists
between citizen and state”.

162
la prosopopeya de las leyes

de personificación. Por ella se convierten en personas [...], no sólo lo


concreto sino lo abstracto, las entidades abstractas.

Para los preceptistas modernos hay cuatro formas de la prosopopeya


que consisten en: 1) aplicar epítetos humanos a cosas inanimadas o a abs-
tracciones; 2) atribuir acciones puramente humanas a las cosas; 3) dirigir-
nos a lo inerte como a personas; y 4) hacer hablar a lo inerte mismo y a los
seres abstractos cual si fueran personas. Platón emplea en el Critón (50a-
54e) la última forma, que es la forma más osada de dicha figura retórica y
su uso muy poco frecuente, pues “sólo es adecuada a pasajes grandilocuen-
tes, sublimes [...] donde el tono patético ha llegado a notoria elevación [...]
por ser de máxima exaltación, y sólo admisible en trances muy patéticos”
( Jarnés 1964, pp. 243-244), justo como la decisión última entre la vida y la
muerte de Sócrates, en aras de ser fiel a sus ideales de justicia.
Si juzgamos desde un punto de vista literario, resulta magistral el ma-
nejo que Platón hace de este recurso. En literatura suele manejarse como
una figura de sentencia y de aplicación indirecta o parcialmente direc-
ta; pero Platón mantiene la fuerza del recurso en un patetismo máximo
durante varios discursos continuos, y su objeto personificado, las Leyes,
aparecen un poco como deus ex machina para impedir su violación, pro-
nunciando, sentenciando, enjuiciando, amonestando y valorando la vida
pasada de Sócrates. Las Leyes muestran a Sócrates la consecuencia de que
éste pierda todo lo que ha ganado en caso de incurrir en una falta tan grave
como sería el contravenir la aplicación del derecho, porque equivaldría a
destruirlas, de acuerdo con su argumentación en el discurso de Sócrates.13
Tras el razonamiento dialéctico-retórico que Sócrates mantiene justo
el último día de su vida con Critón, Platón cierra el curso de la argumenta-
ción con este inapelable artificio del lenguaje para disuadir definitivamen-
te a Critón quien, acorralado por las razones del maestro, le dice que en el
fondo es egoísta al privarles a todos sus amigos y discípulos de su presencia
y de futuras enseñanzas, por morir voluntariamente, pudiendo evitarlo.

13
Dyson (1978, p. 428) dice al respecto: “It was a well-established conviction that
the prosperity of a state depends on general obediente to law on the part of the citizens,
and the claim was made that one law-breaker could have a devastating effect on the securi-
ty of the whole. Plato holds a similar position in the Laws, without any rhetorical exagge-
ration such as there is perhaps in the Crito”.

163
rómulo ramírez daza y garcía

Hermenéutica de la prosopopeya de las leyes

Hagamos una breve exégesis de este artificio retórico denominado pro-


sopopeya de las leyes, que Sócrates expone en las secciones 50a y 54e, y al
cual Platón da una función argumental. Este recurso consiste en cuatro
intervenciones personificadas de las mismas Leyes para hacer entender
supuestamente a Sócrates, el fuerte compromiso que éste ha adquirido al
haber vivido libremente bajo su legislación y potestad.
Al principio, Sócrates invita a Critón a someterse a tal argumento a
modo de desafío intelectual: “Sigue, pues, este razonamiento…<etc.>”
(Cri. 50a). Ya la forma del comienzo del argumento es letal, pues los enig-
mas y los desafíos a la inteligencia guardaban en la remota antigüedad una
incitación mortífera. Así, por ejemplo, según la tradición, Homero murió
bajo un desafío mental del lenguaje (y es la forma que toma la filosofía
de Heráclito).14 En la fórmula platónica, Sócrates moriría bajo el peso de
las palabras de las Leyes, pero a diferencia de Homero, no por no poder
comprenderlas, sino justo por lograrlo más allá de lo que hacían los jueces.
Platón inserta este artificio para que Critón dé el último paso y acepte
la universalidad de la justicia en las acciones de los buenos y entienda que
Sócrates no puede pagar con injusticia una injusticia recibida al irse de la
ciudad infringiendo la ley, en respuesta al mal manejo de la ley por parte
de sus conciudadanos. Por ello, Sócrates lo increpa: “A partir de esto, re-
flexiona [...] ¿Nos mantenemos en lo que hemos acordado que es justo, o
no?”. A lo que Critón responde: “No puedo responder a lo que preguntas,
Sócrates; no lo entiendo” (Cri. 50a). Ello justifica desde un punto de vista
retórico la introducción del artificio.
Sócrates es un hombre justo y el modelo para sus discípulos y amigos,
pero él quiere hacer ver que, por encima de él mismo, está justo la instancia
de la universalidad de la ley, que ejerce y protege a la justicia como virtud
máxima.
En su primera intervención, las Leyes hablan sin rodeos y con cono-
cimiento de causa:

14
En relación con Homero, Heráclito dice lo siguiente: “todo lo que hemos visto y
apresado, lo soltamos; mas lo que no hemos visto ni apresado, lo llevamos con nosotros”
(Heráclito, fr. 56), cf. Colli, quien explica esta misma idea en el capítulo titulado: “El desa-
fío del enigma” (2000, pp. 51-61).

164
la prosopopeya de las leyes

Dinos Sócrates, ¿qué piensas hacer? ¿verdad que con lo que te pro-
pones llevar a cabo intentas destruirnos a nosotras, las leyes, y a la
ciudad entera en lo que está de su parte?, ¿o tal vez te parece posible
que siga existiendo, que no se venga abajo aquella ciudad en la cual
no tienen fuerza alguna las sentencias pronunciadas, sino que pier-
den su autoridad y son aniquiladas por obra de los particulares […]?
(Cri. 50b).

Las leyes, siendo aquello que estructura y da cohesión a la ciudad, de-


ben ser resguardadas más que sus muros.15 Y su pronunciamiento no debe
por ningún motivo superarlo la voluntad de los particulares. La dimen-
sión contractual debe tener una impronta moral tan fuerte que impida su
violación. En ello estriba lo esencial de la conciencia moral. Pasar por alto
la aplicación de una sentencia es prácticamente aniquilar o derogar la ley
promulgada.
Las leyes propiamente permiten la vida humana, porque generan y
regulan sus estructuras sociales, y protegen a los ciudadanos, de modo que,
en tanto fundamento de la impartición de justicia, no pueden ser altera-
das si en verdad son leyes, esto es, si alcanzan el nivel ontológico de leyes
verdaderas. Pero no pueden ser derogadas aun cuando sean mal ejecutadas
o aplicadas injustamente. A la ley no se la puede tratar como igual, pues
están en un nivel superior. La ley siempre es verdadera y nunca inventada
por el hombre, quien sólo la descubre y formula en términos humanos;
por ello merece respeto absoluto.
Hay que considerar que “para el hombre antiguo la ciudad y sus leyes
son sagradas; el individuo carece de derechos frente a ellas” (García 1972,
nota 1, p. 38). Así, Sócrates juzga que la patria es más sagrada y digna de
respeto que la madre, el padre y todos los antepasados juntos, de tal modo
que hay que ceder ante ella y halagarla. Esta visión de la ley implica es-
tar dispuestos a acatar sus edictos y resoluciones, porque serán siempre
a favor del Estado. Por las leyes somos educados, gozamos de crianza y
de derechos de ciudadanía. Además las leyes no obligan a estar bajo su
jurisdicción a nadie que no quiera, pero una vez aceptado su convenio, hay
que respetarlo por justicia al acuerdo y a la existencia de las mismas. Bien

15
En sentido preciso lo expresó ya Heráclito, cuando dijo: “El pueblo debe luchar por
la ley como por sus murallas” (Heráclito, fr. 44).

165
rómulo ramírez daza y garcía

vistas, las leyes, según Platón son nuestras progenitoras y nodrizas. Cada
ciudadano tiene un grado diferente de compromiso para con ellas. Moral
y legalmente no todos los ciudadanos tienen los mismos cargos ni las mis-
mas responsabilidades (en los administradores de justicia y los sabios su
deber es mayor).
Violar o quebrantar la ley en beneplácito de los particulares nunca
podrá traer beneficios generales. Por ello, no obedecer a la ley se puede de-
finir como injusticia. No hay que estimar nada por encima de la justicia, y
nada diferente a ella nos debe persuadir; sólo así tendremos una vida recta
y buena, según Sócrates nos enseña. Ciertamente hay que distinguir entre
la justicia siempre presente de las leyes, y la justicia o injusticia aplicada por
los hombres que se dicen sus intérpretes.
Así, devolver injusticia por injusticia recibida es algo visceral, vergon-
zoso y dañino para la ciudad y todos los que viven bajo su égida, inclu-
yéndose uno mismo y los seres amados. Así pues, el beneficio propio en
detrimento de los demás es algo intolerable, y debe ser castigado con todo
el peso de la ley por su carácter injusto. En cambio, quien recibe injusticia
de los hombres y responde con justicia, se eleva por encima de lo común y
trasciende ética y virtuosamente, semejándose a la divinidad.

Valoración final

Ya en su conjunto podemos observar que el artificio platónico obedece a


una estructura retórica, que tiene por fin la persuasión de una tesis de la
que Sócrates guarda una convicción irrevocable, y que aparece inflexible
ante la débil argumentación de Critón. El argumento aparece justo tras
una dialéctica que no resulta eficaz en el interlocutor. Por eso, al final del
diálogo, Platón cierra con tonos de alto patetismo cuando dice: “Ten por
seguro, mi querido Critón, que al modo como los coribantes16 creen oír las
flautas, me parece oír todo eso, y que en mi interior resuena el clamor de
esas palabras y hace que no pueda escuchar cualesquiera otras” (Cri. 54d).

16
“Sacerdotes de la diosa Cibeles que, en estado de alucinación, creían escuchar a
veces las flautas de los acompañantes de la diosa” (García Yagüe 1974, p. 45).

166
la prosopopeya de las leyes

Pese a todo, Platón deja una última e interesante posibilidad dialécti-


ca, en este caso no tomada por falta de capacidad argumentativa de Critón
para contravenir a Sócrates y que representa al gesto del espíritu filosófico
de Sócrates y de Platón mismo, siempre en apertura a la recta razón: “Sabe,
pues, que, al menos mi actual modo de pensar, si hablas en contra de eso,
lo harás en balde —dice Sócrates. No obstante, si crees que algo vas a con-
seguir, habla” (Cri. 54d).
Las leyes representan la justicia de la comunidad hasta que no se de-
muestre lo contrario; sólo la razón podría persuadirlas de declinar o de mu-
tar hacia otras mejores, si se aducen poderosas razones que hagan un mejor
estado de derecho. Pero lo que no se puede tolerar es su inobservancia, bajo
el simple supuesto de que son injustas. Por ello, “la contravención de las le-
yes, violenta o no, podría minar los fundamentos de la sociedad, y la socie-
dad es necesaria para la supervivencia del hombre” (Guthrie 1998, p. 102).
En la Apología Sócrates defendió con razones la posibilidad de que la
ley fuese más justa, pero al no conseguirlo por la injusticia de sus adminis-
tradores, se sometió completamente a su dictamen, aplicando aquel prin-
cipio ético de que “de dos males es preferible el menor”. En ese sentido,
concluye Guthrie: “el Critón complementa la Apología al mostrar de qué
manera Sócrates, defendiendo su propio derecho a vivir y hablar del modo
que le llevó a un conflicto con las leyes de Atenas, afirmó con la misma
fuerza el derecho que les asistía de darle el trato que estimaran oportuno”
(1998, p. 101).
Quizás la prosopopeya de las leyes fue el último argumento real pro-
nunciado por Sócrates antes de morir, pues parece ser el último que re-
gistra Platón o, por lo menos, el último argumento formal que aparece
bajo su nombre y, a la vez, la misma prosopopeya parece ser el comienzo
o la entrada de Platón al mundo de la argumentación retórica, si es que
consideramos como socrática dicha conversación; en efecto, “la lectura del
diálogo sugiere que Platón se ha aprovechado del carácter privado de la
conversación para componer una obra maestra en miniatura, con absoluta
fidelidad al espíritu socrático” (Guthrie 1998, p. 98), pues la conversación
es histórica y pudo haberse informado de ella por el mismo Critón.
Esta última idea de ‘Sócrates’, parece apuntar a la universalidad de la
ley o, mejor decir, de la justicia que detenta la ley. Para Platón será ocasión
de reafirmar que el conocimiento verdadero reside en lo universal. Así, po-
dríamos sintetizar diciendo que la última herencia de Sócrates —el carác-
167
rómulo ramírez daza y garcía

ter universal del conocimiento, fundamento de la acción— es lo primero


en la filosofía de Platón, quien tendrá la ocasión de reiterar un sinnúmero
de veces en los diálogos posteriores y se esmerará en darle un estatus onto-
lógico de mayor envergadura que a todo lo demás.
La justicia es el tema de fondo y esencial de la amplísima, altamen-
te compleja y problemática obra platónica. Al referirse a la justicia en la
República, Adimanto dice a Sócrates: “toda tu vida la has pasado en el
examen de esta única cuestión” (Platón 1998, 367e).17 Incluso se afirma
que todos los diálogos que Sócrates tuvo en el ágora y en otros lugares res-
pondían a la preocupación de la justicia e, incluso en su lecho de muerte,
como vemos en el Critón.
Platón racionaliza el tema de la justicia, pero utiliza para ello el mito y
las figuras, que hay que entender para captar el trasfondo filosófico inten-
cionado. La misma prosopopeya de las leyes parece enfrentar el problema
otra vez desde cero, justo después de haberlo hecho en clave dialéctica en el
mismo diálogo.18 En este caso procede como dice Antonio Tovar, refirién-
dose a toda la obra de Platón: “se enfrenta con cada problema, de nuevo,
como si nunca lo hubiera hecho, ni él ni nadie” (1956, p. 161).
La misma obra de Platón responde a la injusticia que presenció y ex-
perimentó él mismo, en todos los órdenes de su vida, pues las estructuras
socio-políticas y jurídicas estaban seriamente minadas con representantes
corruptos que desvirtuaban el ejercicio de la ley, no impartiendo justicia
sino pervirtiéndola. Por ello, el ejercicio, que pretende ser de justicia y no
lo es, resulta una completa aberración: el engendro detestable de la mis-
ma injusticia, cuyos efectos serán necesariamente desastrosos. Como diría
Aristóteles años después: “por poco que uno se desvíe de la verdad <al
principio>, esa desviación se hace muchísimo mayor a medida que avanza
[...], y por eso lo inicialmente pequeño se convierte al final en algo enor-
me” (Arist., De Caelo I 5, 271b 9-14).

17
Cf. Gómez (2001).
18
En el diálogo Critón aparecen dos maneras de argumentación: la manera dialéctica,
que tanto ensaya Platón por acceder a la verdad, y que al acto identifica como método de la
filosofía; y la manera retórica, como en las figuras que utiliza —como la que acabamos de
estudiar— o sus mitos, que esgrime en apoyo de sus tesis dialécticas. Esto quiere decir que
la retórica está al servicio de la dialéctica.

168
la prosopopeya de las leyes

Platón enjuicia a sus conciudadanos por estar tan ciegos ante la virtud
y tener la mente embotada que los lleva a creer que es inútil un discurso
teórico sobre la perfección interior que radica en el alma, como el que
Sócrates pronunciaba.
Más allá de la muy efectiva retórica socrática no escrita o la platóni-
ca escrita, el respeto a las leyes por parte de Sócrates contiene una doble
enseñanza, una socrática y la otra platónica. La socrática consiste en una
verdadera inmolación optimista por la mejora del derecho positivo de su
ciudad a la que amaba, y a través de ella al género humano en su conjunto,
mediante un castigo ejemplar sufrido en su propia carne; es el recurso al
mal menor como sacrificio o inmolación por un bien mayor. La platónica,
a su vez, estriba en el respeto a la ley por virtud de la justicia, en aras de
su universalidad, pensada y vivenciada en la plasmación particular de su
propia vida, en términos de participación.

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171
la écfrasis y la cultura clásica

LA ÉCFRASIS Y LA CULTURA CLÁSICA


EN LA EPÍSTOLA DE BALDERICUS BURGULIANUS
A LA CONDESA ADELA

Carolina Ponce Hernández


Universidad Nacional Autónoma de México

B alderico Burguliense o en francés Baudri de Bourgueil, en latín Bau-


dricus Burguliensis (1045/46-1138), fue abad de Bourgueil y después
arzobispo de Dol, compuso dentro de su extensa producción literaria, una
obra en la que ofrece su visión, que en realidad se trata de toda una cons-
trucción histórico-política, de Guillermo el Conquistador, quien fuera
rey de Inglaterra de 1066 a 1087, gracias a la invasión y conquista de la
isla, donde estableció la dominación normanda. La crítica histórica que
de él han hecho sobre todo los historiadores ingleses es, en varios senti-
dos, desfavorable, aunque al mismo tiempo reconocen el enorme avance
que generó la divulgación de la cultura normanda, conformada de muchos
elementos clásicos, y la unificación de los pueblos bajo la mano férrea de
Guillermo.
Sobre esto el francés Jaques le Goff (1971, p. 107) afirma que los lo-
gros de Guillermo el Conquistador se sustentaron en tres elementos: en
primer término la herencia anglosajona, que le permitió, por una parte,
continuar con la tradición de las levas en masa para la ampliación de su
ejército y, por otra, el establecimiento del impuesto público a través de la
organización administrativa; en segundo lugar, su propia tradición nor-
manda que impuso en Inglaterra un feudalismo con todas sus institucio-
nes, y en tercero, el asentamiento del poder real que le dio la conquista, por
medio del cual dotó a sus súbditos de una propiedad parcelaria, al mismo
tiempo que les exigió un juramento de fidelidad; empero una parte de las
tierras conquistadas le sirvieron para establecer su propio señorío real ex-
tendido por todo territorio de la isla.
173
carolina ponce hernández

Lo anterior fue posible a partir de 1066, año en que tuvo lugar la ba-
talla de Hastings en la que Guillermo demostró sus enormes capacidades
de líder militar y político; sin embargo, para poder llegar a este punto que
transformó la faz de una buena parte del medievo occidental, antes Gui-
llermo, siendo sólo duque de la Normandía francesa, tuvo que maquinar
un intrincado juego político para reclamar la corona de Eduardo el Con-
fesor, con la que obtendría el gobierno real del mundo anglosajón, ya que
Haroldo, conde de Wessex había sido coronado como sucesor de Eduardo.
Justamente los acontecimientos que corresponden a este suceso fueron
narrados por diversos historiadores y cronistas de la época, pero además
fueron tema de una amplia literatura que se expresó en diversos géneros
poéticos, en la que destaca en primer lugar la obra de Baudri de Bourgueil
titulada A la condesa Adela (Adelae Comitissae) y que es una extensa epís-
tola de 1368 versos, organizados en dísticos elegiacos, y compuesta por una
serie de écfrasis que describen los tapices y las pinturas y mosaicos que re-
vestían la habitación de Adela, hija de Guillermo el Conquistador y esposa
de Esteban Enrique, conde de Blois-Champagne.
Ahora bien, la riqueza literaria de esta obra surge de la libertad que
ejerce Baudri para unir y entretejer partes con tres tipos de géneros, pues
se encuentran aquellas que son claramente líricas, en las que emplea la re-
tórica característica de las epístolas de Ovidio. Otras de valor didáctico
donde se encarga de hacer la presentación del universo completo; en éstas
demuestra su enorme erudición, ya que se trata de una breve pero comple-
ta enciclopedia de los saberes de su tiempo. Y un tercer género que ofrece
todos los elementos propios de la epopeya, en las partes donde describe las
acciones que realizó Guillermo el Conquistador.
La erudición que demuestra la obra de Baudri de Bourgueil expone
el canon con el que se formaban los estudiosos de fines el siglo xi y prin-
cipios del xii, porque de ahí se deduce que su generación, a la que perte-
necen Marbodo, Hidelberto de Lavardin, Godofredo de Reims y otros, es
la iniciadora del gran movimiento que se ha llamado el Renacimiento del
siglo xii, que parte de la “escuela de Loira”,1 y que posteriormente fruc-

1
Muchos investigadores se oponen a emplear conceptos como “escuela de Loire” y
“escuela de Chartres”, pero cabe decir que este término fue creado originalmente como el
“círculo de Loire” —creado por Brikmann (1924, pp. 46-61) y tomado después por los
historiadores de la literatura, entre ellos Bezzola (1966, pp. 366-391) que lo emplea en

174
la écfrasis y la cultura clásica

tifica en la escuela de Chartres y el humanismo chartrense, hasta llegar a


la producción de las obras de retórica y poética de Mateo de Vendôme,
Godofredo de Vinsauf, Juan de Garlandia y Everardo el Alemán.
Una de las razones de este fenómeno, que resultó en tan amplia pro-
ducción literaria y teórica, es que se dedicaron a estudiar y analizar, de ma-
nera más amplia y profunda, a Cicerón, Virgilio, Horacio, Lucano, Estacio,
Persio y Juvenal; además, los teóricos y escritores del siglo xii rescataron
del olvido muchas obras de Ovidio, las Comedias de Terencio, quizás Mar-
cial, seguramente algunos epigramas de la Antología Latina, las Fábulas de
Avieno, los Disticha Catonis, el Rapto de Proserpina y otras obras de Clau-
diano, y las Elegías de Maximiano; aunando a éstos las obras de Marciano
Capela, Boecio, los Fenómenos de Arato, la Historia natural de Plinio, el
Sueño de Escipión de Macrobio y las Etimologías de Isidoro de Sevilla. Todo
lo anterior sin dejar de mencionar a poetas cristianos como Prudencio y su
Psycomachia y el Carmen paschale de Sedulio.
Tan amplio canon clásico fue estudiado por ellos y se generalizó y am-
plió cada vez más conforme avanzó el siglo xii. Pero lo original en el caso
de nuestro autor es el uso que hace de las obras clásicas; como dice Jean
Yves Tilliete (1998, p. xxi), hay en sus textos un claro afán por la variatio
y la expolitio,2 la búsqueda de iuncturae elegantes en los textos clásicos,
bajo la guía del Ars poética de Horacio, las narraciones breves de carácter
épico que ofrecen un tipo de imitatio extraída y entretejida de diversos
autores, los juegos de argumentos y contraargumentos, presentes en sus
epístolas, inspiradas en las Heroidas de Ovidio. Con ello, Baudri hace evi-
dente la profunda comprensión que tiene de los autores antiguos, a tal

1966 para “designar la corriente literaria que tuvo como centro a la escuela catedralicia de
Angers” (Tilliete 1998, pp. xxxiv).
2
Esta figura, llamada también interpretatio, fue estudiada en las poéticas posteriores
a Baudri, y era una de las formas para realizar la amplificación de los textos. Geoffroi de
Vinsauf en su Poetria nova (c.1210) la presenta así: […] Si facis amplum,/ hoc primo procede
gradu: sententia cum sit/ unica, non uno veniat contenta paratu,/ sed variet vestes et mutato-
ria sumat; /sub verbis aliis praesumpta resume; repone/ pluribus in clausis unum; multiplice
forma/ dissimuletur idem; varius sit et tamen idem. “Si amplificas, procede con este primer
paso: aunque sea una sola sentencia, que no quede contenta con un solo atavío sino que
varíe de vestido y asuma otros de repuesto; reasume lo antes asumido bajo otras palabras;
repite una cosa en varias cláusulas; que se disimule lo mismo con formas múltiples, sea
variado y sin embargo lo mismo” (De Vinsauf 2000, p. 9, vv. 219-225).

175
carolina ponce hernández

punto que, si bien los imita, también puede trascenderlos y reproducir sus
textos en nuevas creaciones literarias que estén acordes con su época (bas-
te revisar las epístolas de Paris a Helena y de Helena a Paris de Baudri para
constatar tanto la fuente ovidiana como la diferencia de creación literaria
y de manejo retórico).
El lenguaje poético y la retórica de Baudri también difieren de los de la
época carolingia y de los de la segunda mitad del siglo xii; por una parte, en
relación con lo primero, hay mucho más material de la Antigüedad, y, por
otra parte, ofrece los antecedentes de la poesía posterior de los goliardos
o de Bernardo Silvestre o de Alan de Lille; en este sentido es uno de los
eslabones distintivos del desarrollo de la tradición clásica, sin olvidar que
en Baudri la materia clásica antigua se encuentra renovada, transformada
y a veces reescrita.
Su retórica y su poética contienen una especie de tensión entre el em-
pleo de los argumentos y las figuras. Ante los distintos tipos de versifica-
ciones rítmicas medievales, la tensión se establece por la necesidad de una
reelaboración del hexámetro y del dístico elegiaco que sea propia y apta
para sus lectores y para su momento histórico.
Baudri eligió la epístola literaria como la forma más elevada de su poe-
sía, y esto se debe a que junto con Marbodo se encargó de volver a poner en
el tapete de la creación literaria las Heroidas de Ovidio, que son sin duda
fuente principal de la estructuración retórica que nutre sus propias cartas,
aunque al mismo tiempo están impregnadas de una ideología, unas cir-
cunstancias históricas-políticas, unos personajes que son totalmente con-
secuencia de su visión del mundo.
Se ha dicho que de estás influencias ovidianas surge lo que se ha llama-
do el Ovidio moralizado, pero, si analizamos los poemas de Baudri nos pre-
guntaríamos ¿qué tan moralizado está Ovidio? En Baudri están presentes
el amor, el humor, el gusto, la ironía, el llanto y la tristeza de Ovidio, porque
hay que enfatizar que fue justamente la generación de Baudri y de Marbo-
do, quien posiblemente fue su maestro y con seguridad fue su compañero
en las letras, la que inicio la aetas ovidiana en la llamada “escuela de Loire”.
Que esto fue una empresa considerable lo prueba la fuerte oposición
y la crítica que recibieron de algunos autores como Hugo el Primado, y de
centros conservadores como las escuelas de Amiens y Reims. Lo menos que
puede decirse de tales críticas es que los clásicos y especialmente Ovidio
eran vistos con extrema sospecha.
176
la écfrasis y la cultura clásica

Así pues, Baudri se encontraba frente a dos influencias: la cristiana


que en esos momentos estaba representada por la severa reforma grego-
riana y por autores como Pedro Damián que afirmaba “mi gramática es
Cristo”; y la influencia ejercida por los clásicos y sobre todo por la lectura
de Ovidio (Tilliete 1998, p. xxvii). El resultado es la creación de una lite-
ratura nueva y diferente que sigue, en buena medida, la preceptiva y la for-
ma de los clásicos, pero que, al mismo tiempo, hace necesario combinarlas,
ajustarlas y llegar hasta sustituirlas a través de alegorías, para estar acorde
con las reglas cristianas. Por influencia de las lenguas laicas, la lengua lati-
na de Baudri simplifica su sintaxis y se vuelve más analítica, necesita más
palabras que las del latín clásico y ofrece más repeticiones, porque en ella
se unen ecos de Virgilio a los de Ovidio, de Lucano y de Estacio, como lo
señalan las exhaustivas notas de Tilliette a la edición crítica del texto.
En cuanto a la estructura de sus epístolas podemos observar que, en
líneas generales, corresponde a las partes tanto de la retórica clásica como
de las artes dictaminis medievales, esto es, contienen una salutatio, que pre-
senta al destinatario, y donde dice quién es el remitente; un exordio, una
narración o varias narraciones tejidas con argumentación, la captatio bene-
volentia, la petitio, la conclusio y la despedida.
En la epístola a la condesa Adela, presenta una visión cortesana y eru-
dita como las epístolas de Ovidio, puesto que dedicar y enviar una carta
en verso tan extensa y tan llena de elementos responde a una serie de in-
tenciones del autor que van desde obtener o continuar con el mecenazgo
importantísimo que representaba la hija de Guillermo el Conquistador y
esposa del Conde de Blois, hasta afirmar y alabar a través de la poesía la
invasión y la conquista de los normandos en la isla británica, de tal modo
que la literatura se transforma en un instrumento de apoyo a la dominación
política y al sostenimiento de un estado.
Esto último tiene su comprobación en el hecho de que estas epístolas
literarias, aunque tenían un destinatario en particular, también gozaban de
una difusión mucho más amplia, dado que eran leídas ante auditorios de
las altas esferas sociales compuestas por las familias poderosas y sus cortes,
y por grupos de religiosos y estudiosos de las escuelas, tanto de las escuelas
monásticas y rurales como de las escuelas catedralicias. Ante este tipo de
oyentes, Baudri tenía que presentar una literatura que respondiera no sólo
al nivel de la gramática y la ennarratio poetarum sino que también ofreciera
el manejo de la retórica y de la dialéctica con el fin de obtener una buena
177
carolina ponce hernández

aceptación y crítica. En otras ocasiones, incluso el auditorio podía estar


conformado por la gente de los pueblos que englobaba el condado, pues
la lectura de algunas partes de la obra podría llevarse a cabo en un atrio o
plaza pública durante alguna fiesta o celebración. A lo anterior hay que
añadir que Baudri tenía correspondencia con muchos personajes impor-
tantes, la mayoría de los cuales eran normandos (Tilliete 1998, p. xxxv).
Es muy probable que la parte de la epístola a la condesa Adela que na-
rra las acciones políticas y militares de Guillermo el Conquistador hayan
sido leídas en diversas ocasiones y ante públicos amplios en los días en que
era conmemorado. En tanto que las otras partes pudieron ser difundidas
ante públicos más reducidos y eruditos. Lo cual es comprensible si atende-
mos a la variada retórica y a la organización de toda la obra.

Cuando las descripciones se transforman


en narraciones y abrazan una amplia argumentación

De manera muy resumida la estructura de la epístola comprende las si-


guientes partes:

ŠŠ vv. 1 -6. Presentación del tema. El destinatario, y saludos a la condesa.


ŠŠ vv. 7- 32. Elogio a la condesa por su linaje.
ŠŠ vv. 33-38. Elogio a sus padres. Desde este punto Baudri describe breve-
mente la legitimidad y la valentía de Guillermo el Conquistador, cuan-
do dice que venció a los indómitos anglos que pretendían arrebatarle los
derechos paternos (iura paterna, v. 9). También en esta parte, hay una
breve descripción del carácter y las cualidades (notatio) de Guillermo,
pues el poeta aclara que era un hombre de enorme riqueza y al mismo
tiempo pródigo con el ejército y con la Iglesia. Como puede verse, en
esta presentación están planteados tres argumentos fundamentales para
avalar las guerras y la conquista emprendida por Guillermo. El primero
es que el reino de Britania le correspondía por derecho; el segundo es
que no lo hizo por ambición, y el tercero es que era un hombre muy bue-
no porque con su riqueza apoyaba al ejército y a la Iglesia, nada menos
que los dos estamentos sociales más poderosos y necesarios de ese mo-
mento. Sigue enumerando los argumentos del linaje de los antepasados,
y el extraordinario linaje de la esposa de Guillermo y madre de Adela
(Matilde, hija de Baudoin VI conde de Flandes).

178
la écfrasis y la cultura clásica

ŠŠ vv. 39- 91. Descripción de la condesa Adela. Enfatiza su cultura, su pro-


bidad, su belleza, su noble trato con las personas, su castidad y honesti-
dad. Termina exponiendo el argumento de la causa scribendi, esto es, el
por qué escribe esta epístola literaria: porque ella le solicitó un poema.
ŠŠ vv. 92-1353. Se desarrolla el cuerpo de la obra que consiste en la des-
cripción completa del tálamo de la condesa, una amplísima habitación
palaciega cubierta de tapices, pinturas, mosaicos en el pavimento y es-
tatuas, cada uno de estos elementos a su vez describen diferentes temas.

En el principio de esta larga descripción compuesta de seis écfrasis


diferentes, Baudri le dice a su carta y de manera indirecta al lector que
todo lo representado en el tálamo parece estar vivo “[…] opus est quod vi-
vere credas” (v. 97). Este breve diálogo con su carta habrá de repetirse pe-
riódicamente a lo largo del texto y es la manera de llamar la atención del
lector o del oyente refiriéndose a él a través de la segunda persona (videas,
vivere credas).3 Otro apoyo importante en la descripción de las imágenes
es que Baudri siempre informa que ahí están los nombres escritos para que
“los leas” (nomina scripta legas, gesta recensa notes). El material y la belleza
de las telas y de los mosaicos son otros elementos para que las personas
puedan recrear con su imaginación las narraciones, porque Baudri se en-
carga de señalar que los materiales con que están elaborados son de los más
apreciados o valiosos (materies tunc pretiaret opus, v. 96),4 incluso las com-
paraciones con las telas tejidas por Palas y Aracne (Ovidio, Met., VI, 69)
van dirigiendo al lector o al oyente hacia la evidentia o hypotiposis, esto es,
a tener frente a los ojos, de manera viva, los cuadros de las descripciones.

ŠŠ vv. 99-168. Primera écfrasis. La primera tela o velo expone la creación


del universo y de la tierra, tiene como base las Metamorfosis de Ovidio y
la Biblia, el mismo Baudri dice haec genus Hebreum, haec fabula graeca
fuit. Están presentes Adán y Eva, Caín y Abel, y Enoch. Entre otras co-
sas se relata el diluvio. Aparecen después los patriarcas y los reyes.
ŠŠ vv. 169-206. Segunda écfrasis. La segunda tela contiene lo que Baudri
llama volumina graeca; en esta parte la fuente fundamental son las Me-
tamorfosis de Ovidio y se relatan desde los reinos de Saturnio, las edades
del hombre y diversos mitos como el de Deucalión y Pirra, Faetón, Ga-

3
Sin duda, Baudri tomó estas recurrencias de las Metamorfosis de Ovidio.
4
Es un eco de Ovidio (Metamorfosis II, 5: Materiam superabat opus).

179
carolina ponce hernández

nimedes, Píramo y Tisbe, Hermafrodita y Narciso, hasta la presentación


de Troya y Paris. Además, en la parte final y brevemente, están las Res
romanas (tres versos).
ŠŠ vv. 207-582. Tercera écfrasis. Esta tela sin duda presenta la descripción
más extensa; el autor señala que su material es el más rico, porque está
elaborada con oro, plata, seda y piedras preciosas. También aclara que
se trata de historias nuevas y verdaderas (in velo veras historiasque no-
vas, v. 234), pues es el relato de la historia de Guillermo y su conquista
de Inglaterra. Siguiendo el texto, Baudri dice “se veía ahí la Normandía
preñada de varones y entre ellos engendró a un duque de nombre Gui-
llermo. Pero a Guillermo lo alejaban de sus límites patrios y abatían sus
derechos paternos (patris finibus – iura paterna). Él gracias a su eximia
virtud (nimia virtute, v. 239) los dominó y sometió a sus leyes (legibus
suis, v. 340). Era heredero de condes y será césar”.

Desde el cielo, como presagio divino que apoya la obtención tanto


del título de rey como de la conquista victoriosa de Inglaterra, Baudri se
extiende más de diez versos (vv. 243-258) describiendo la aparición del
cometa Halley en abril de 1066,5 mismo año de la batalla de Hastings.
El poeta dice que es verdadero lo que cuenta y que este astro, como otra
luna con la cabellera alargada, sin duda habría de ser portadora de grandes
señales (grandia signa fore, v. 255). Después de esto, Guillermo, llamado
por el poeta como virtus normanna, esto es, el valor normando, reúne a
los palatinos, los cortesanos, condes y duques en un concilio; Guillermo
se sienta en el trono y designa los lugares que corresponden a todos los
demás. Pronuncia entonces el discurso más amplio de la epístola; a quien
en ese momento es sólo duque de la Normandía, Baudri da la palabra para
exponer una elocución de más de sesenta versos, al término de la cual ya
no sólo duque, sino será también rey, y todos los normandos apoyarán la
empresa de conquistar Inglaterra.

5
Este es un acierto de Baudri que recuerda como eco el final de las Metamorfosis de
Ovidio, donde la aparición del cometa Halley sirve para establecer la divinización de Julio
César.

180
la écfrasis y la cultura clásica

Discurso 1a parte

ŠŠ vv. 265-285. El discurso inicia con una interrogación retórica que deja
en suspenso la respuesta; dice: “Por qué, próceres nuestros, les he lla-
mado aquí, enseguida lo expondré”, pero en lugar de exponer la causa,
entra en una larga narración y argumentación que van perfectamente
entretejidas y en la que escuchamos a Guillermo lo siguiente:
1) “Han regresado los embajadores que yo mismo dirigí ha poco a
pedir los reinos Anglos para mí, a mí me corresponden por suce-
sión de consanguinidad los reinos anglos, desde el momento que
estos reinos carecen de rey”. Se nota la construcción firme basada
en las repeticiones o geminaciones de los términos, “los reinos
Anglos para mí […] a mí me corresponden los reinos Anglos”, que
además se encuentran en quiasmo.
Justamente en ese momento, los reinos carecen de rey porque
acababa de morir Eduardo el Confesor; y según la información
que nos transmiten los cronistas, tanto ingleses como norman-
dos, parece ser que Eduardo el Confesor, tío abuelo de Guiller-
mo, había decidido que Guillermo, hasta ese momento llamado
el Bastardo, fuera su sucesor.
2) Recurre Guillermo a una analepsis: “además el rey, pariente mío,
me hizo su heredero cuando vivía y así lo puso en sus escritos”.
De esta analepsis pasa al presente histórico para contar que los
embajadores vienen a verlo y “ellos juran que los reinos deben ser
para mí” (michi debita regna, v. 273), “y nosotros hemos creído
en la fe prometida” (Pollicita fidei, v.274). Como puede obser-
varse, Guillermo utiliza los argumentos de la herencia que por
escrito le dejó el rey, documentos que son argumentos sine arte,
pero de enorme fuerza probatoria, a los cuales añade los juramen-
tos y la fe prometida, que son a su vez dos argumentos de carácter
político-jurídico que derivan de la antigüedad clásica a partir del
ius iurandum y los pactos de fe.
3) Continúa Guillermo “nosotros los normandos —yo Guillermo—
ordenamos apresurar a nuestros embajadores para que llevaran
nuestros pactos (foedera nostra, v. 276) al rey, pero lo encontraron
muerto.”
En esta parte Guillermo maneja otro argumento de carácter
político-jurídico para defender su posición, son precisamente los
pactos que también han sido heredados de la antigüedad roma-
na. Además, en toda esta sección Guillermo ha jugado adecuada-

181
carolina ponce hernández

mente con el plural mayestático de “nosotros” en lugar del “yo”,


con la finalidad de ir imbuyendo en el ánimo de los otros jefes la
integración a su causa. Sin embargo, cuando se trata del poder
del reino y los derechos usa el singular, es decir, eso le pertenece a
Guillermo, pero cuando se trata del envío de embajadas y el esta-
blecimiento de pactos, entonces usa el “nosotros”.
4) Pasa después a una interrogación retórica con la que se inicia el ata-
que contra los anglos y establece con mucha claridad la oposición
entre éstos y los normandos asentando un importante argumento
jurídico al preguntar “¿qué no es capaz de asumir de antemano el
espíritu fuera de la ley de los anglos?” Ese spiritus exlex significa
el actuar criminal y antijurídico de los enemigos.
Él mismo contesta en seguida “ellos han asumido de antema-
no negarme mis derechos” (praesumpsere michi iura negare mea,
v. 280). Con esas palabras hace evidente la actitud ilegal de los
anglos al no darle sus derechos, empleando un énfasis repetitivo
a través de la derivación del pronombre personal al posesivo de
primera persona.
5)    Continúa la narración argumentativa de Guillermo: “un cierto per-
juro usurpa la diadema que nos es propia, el mismo fue enviado
por nosotros, es un sacrílego porque rompió su juramento y dio
fe” (Quidam periurus quod nos diadema deceret usurpat; nobis mis-
sus et ipse fuit. Ipse manu propria michi sacramenta peregit; quam
modo metitur, tunc dedit ipse fidem, vv. 281- 285). En este punto se
interrumpe el discurso porque Guillermo pide que escuchen a sus
embajadores, para que ellos testifiquen lo que ha dicho.
     6)  Esta parte correspondería en un juicio a la presentación de testi-
gos. Naturalmente el autor, Baudri, no se extiende en ello y sólo
dice que fueron escuchados con atención y dijeron lo mismo,
pero los nobles que están ahí desean oír al héroe (heros, v. 289);
por lo tanto Baudri vuelve a darle la palabra a Guillermo:

2ª parte (vv. 291-328)

7) “En las cosas dudosas se pregunta qué debe hacerse, egregios pró-
ceres, yo no sólo no dudo, no dudo qué haré.” Nuevamente se da
una geminación, una repetición por contacto, el “no dudo” que
sirve para pintar el carácter decidido, propio del líder cuya imagen
nos presenta Baudri: Guillermo, quien continúa:
182
la écfrasis y la cultura clásica

“Aquello que yo quiero les pido que ustedes también lo quie-


ran”. Con esto introduce la parte más fuertemente argumentativa
para convencer a los nobles de que abracen su causa, y es precisa-
mente aquí donde da la respuesta a la interrogación con que abrió
su discurso.
8) “Yo mismo sé que ustedes alaban lo mismo que yo apruebo; y lo
que yo alabo ustedes también lo aprueban” (vv. 295-296). Con
tal juego de derivaciones en quiasmo, Guillermo establece un
conjunto perfectamente unido entre él y los nobles que aprueban
y alaban las mismas cosas, pero quien decide qué se aprueba y qué
se alaba es Guillermo. En seguida expone su determinación de
no aceptar que se nieguen sus derechos y de no temer el llamado
a la guerra.
9) Además añade que él es un hombre con quien el enemigo se ve
obligado a dividir sus bienes, pero eso sólo “si para mi fuera sufi-
ciente que los dividiera” (v. 300).
10) Como ya se plantea el llamado a la guerra, ahora la argumentación
continúa por medio de una exaltación a la valentía (probitas) de
los varones normandos y la fuerza con la que la audaz Norman-
día ha dominado completamente no sólo a los pueblos cercanos a
ellos, sino también regiones de Italia (Apulia) e incluso la misma
Roma teme su ferocidad (v. 306). Para reforzar lo anterior Baudri
expone el ejemplo de Guiscardo el Normando quien logró domi-
nar la parte sur de Italia y hasta llegó a imponer su “protección”
al papá Nicolás II (en 1059). Los Normandos dominaron a los
feroces galos, la Britania no pudo detenerlos; Anjou también les
teme y sólo su propio pueblo Burgulio ha sido respetado por la
clemencia normanda. La referencia a Burgulio es la presentación
del poeta mismo en escena, a la manera de un “guiño de ojo” (al
lector o al oyente). Por lo tanto, si los normandos han logrado
extender sus dominios a toda la parte norte de lo que ahora es
Francia, el oyente o lector comprende que ahora deberán pasar
hacia la región de los anglosajones. La arenga de Guillermo exige
que los normandos hagan sentir sobre los anglos su violencia y
sean capaces de tener todos sus bríos para enfrentarlos.
11) Para convencerlos de lo anterior repite, ya hacia el final del dis-
curso, por medio de una construcción en anillo, y vuelve a pedir
lo que había expuesto al principio, esto es, el requerimiento de
que cambien su nombre de conde a rey: “que yo tenga el nombre
de rey y ustedes las riquezas”, en esta frase se encuentra también

183
carolina ponce hernández

repetido el argumento fundamental para persuadir a los nobles


normandos de ir a la guerra, consistente en botines, despojos y
repartos de tierras,
  12) Enfatiza “y mientras hay libertad, aumentad vuestros territorios.
Aquella tierra, como sabéis, está repleta de toda clase de bienes.
Su pueblo es una raza de ineptos para la guerra y afeminados” (vv.
318-322).
De acuerdo con las reglas de la retórica y especialmente de la
construcción del discurso deliberativo, este discurso termina ex-
poniendo la táctica a seguir en el futuro inmediato; se trata de la
construcción de las naves para atravesar el Canal de la Mancha.
En esta aparte se desencadenan las órdenes de Guillermo, que to-
dos están obligados a preparar, y en cinco meses todo deberá estar
listo para conquistar Inglaterra. Como las órdenes tienen toda
la fuerza del líder construido por Baudri, el poeta se encarga al
mismo tiempo de matizar los mandatos, a través del ofrecimiento
de recursos para las batallas, y para el equipamiento de armas que
promete Guillermo, quien llega al punto de plantear una humil-
dad increíble en Guillermo cuando dice en el último verso de su
discurso: “Yo mismo, si así lo queréis, en lugar de ser el duque,
seré sólo un soldado”.
    Sin duda, la parte de mayor contenido político en toda la epís-
tola a la condesa Adela es el extenso discurso que Baudri pone
en boca de Guillermo6 y que sostiene parte de las res gestae que
el normando ha realizado y va a realizar con la conquista de In-
glaterra. Esta descripción, como ya se ha dicho, corresponde a un
relato histórico y por ello no es sólo una narración ficticia, a la
manera de los relatos griegos que recibieron ese adjetivo por par-
te del poeta. Aunque, de acuerdo con nuestra postura, incluso
las más extremas ficciones contienen denotaciones y referencias,
porque, como dice Palazón Mayoral (2010, p. 124) basándose en
Ricoeur, el relato literario porta siempre una voluntad de sentido
y la moneda de la creación poética tiene dos caras, una de ellas es
la que reclama “una adecuación mental para interpretar la oferta
escritural” y plantea una tensión “entre verdad metafórica y ver-
dad literal” (p. 129).

6
Y que han reconocido varios estudiosos, entre ellos Monika Otter (2002).

184
la écfrasis y la cultura clásica

Baudri mismo introdujo su relato de las Res gestae de Guiller-


mo aseverando que es una historia verdadera, porque, de acuerdo
con la retórica de su tiempo, construye un discurso historiográ-
fico ejemplar. En este sentido, los historiadores medievales, in-
cluidos los que componían historia en verso, ofrecían un registro
verdadero en el que se combinaban muchos elementos del dis-
curso demostrativo, en la medida que enseñaban y demostraban
cómo habían sucedido los hechos y cómo habían actuado los per-
sonajes. En este caso Baudri sigue la línea del discurso laudatorio
demostrativo en toda la narración de las hazañas del héroe, sin
olvidar nunca que construyen una obra literaria y, al combinar
el elemento de la creación poética con el relato histórico, preten-
de por una parte probar que los hechos sucedieron como él los
cuenta y por la otra convencer a los lectores y oyentes de que ésa
es la imagen fiel de Guillermo, porque sus apoyos y sus recursos
retórico-expositivos derivan de la más firme tradición clásica.
Baudri realiza la elaboración, exposición y defensa de Guiller-
mo y la conquista de Inglaterra argumentando a través del discur-
so deliberativo del héroe que se trató de una guerra justa, porque
Guillermo sufrió injuria de parte de Haroldo, dado que él tiene
todos los derechos para ser el rey y, por lo tanto, cuando llegue a
ser el rey, será, legítimo, e incluso que la guerra que emprende es
por la paz, por la justicia y contra la tiranía.

Después del discurso, Baudri presenta la narración de la conquista.


Todos aceptaron los mandatos de Guillermo y prepararon las naves. A tra-
vés de una serie graduada de comparaciones, llega finalmente el momento
de la partida donde se produce un tumulto y un clamor mucho mayor que
el que se hizo en Troya y mucho mayor que el de Roma cuando sucumbió
por el fuego. El manejo retórico a nivel de léxico y de frases, y la construc-
ción de imágenes que hacen eco de Virgilio, Ovidio, Lucano y Estacio,
lleva a considerar que la consabida sentencia de que una imagen vale más
que mil palabras, en el caso de este texto no es veraz, porque si comparo
las imágenes bordadas del tapiz de Bayeux con la fuerza narrativa del texto
de Baudri, sin duda en este último podemos seguir de manera viva, como
en una película, las emociones y los movimientos, y escuchar las palabras
de Guillermo para arengar y convencer a su ejército. Por ejemplo, cuando
se quita el casco para que lo vean los normandos que lo creían muerto y
grita “yo estoy vivo, en verdad, vivo. ¿Gente mía, por qué huís?, la victoria
185
carolina ponce hernández

pronto ya es nuestra”. En estos cuadros llenos de hypotiposis o evidentia,


la narración se anima, y en algunos puntos alcanza las terribles imágenes
de Lucano, de Estacio y de Claudiano, como sucede cuando la Muerte
misma, en persona, se apresura a proporcionar sus espadas, acompañada
de sus hermanas tejedoras, dándose el caso de que muchos murieron aun
cuando el hilo de su vida no estaba roto.
Casi al final de esta narración es la única vez que Baudri rompe la retó-
rica del silencio y da el nombre del traidor Haroldo, en el momento en que
fue traspasado por una flecha fatal (v. 463). La narración histórica termina
con la validación propia de su tiempo, al afirmar religiosa y ejemplarmente
que el mismo Dios está de parte de los normandos (v.467).
Después del relato de las gestas de Guillermo el Conquistador, Baudri
habrá de presentar tres écfrasis más dentro de la gran écfrasis que es la
epístola a Adela.

ŠŠ vv. 583-718. Cuarta écfrasis. En el techo, siguiendo las enseñanzas entre


otros de Marciano Capela, Arato, el anónimo Exerptum de astrologia
(del año 809) y la Recensio interpolata, estaba pintada toda la bóveda
celeste, la vía láctea, el zodiaco con sus doce signos, las osas, las diversas
estrellas, y el sistema planetario geocéntrico.
ŠŠ Tránsito: vv. 719-722.
ŠŠ vv. 723-948. Quinta écfrasis. En el pavimento, construido con mosai-
cos, “un material más brillante que el vidrio” y, asentado sobre mármol,
estaba la descripción de la tierra, todas las tierras y los mares, ríos, mon-
tes, animales, volcanes, lagos; Asia, Europa y Libia con su África y las
regiones de Egipto con el Nilo; las planicies, los montes mencionados
en la Biblia y los distintos tipos de árboles y plantas.
ŠŠ Tránsito: vv. 949-950.
ŠŠ vv. 951-1342. Sexta écfrasis. Baudri describe las estatuas repartidas en
tres grupos de tres que sirven de marco para el lecho de la condesa, siete
de ellas corresponden al trivium y al cuadrivium, a las cuales se añade la
filosofía y la medicina. Ahí aparece la retórica (vv. 1123-1164) en un
orden superior al de la dialéctica. Ella es la que puede lograr la paz entre
los acontecimientos terribles, o la sedición entre los acontecimientos
tranquilos; con su lengua cambia las alegrías en lágrimas y las tristezas
en alegría; puede persuadir para cualquier cosa y en seguida disuadir de
lo que antes había persuadido.

186
la écfrasis y la cultura clásica

ŠŠ vv. 1335-1368 En la última parte, establece otra vez una construcción


en anillo, como en el discurso de Guillermo. Primero hay una conclu-
sión de todas las descripciones elaboradas y, una peroratio (1345-1342),
y luego (vv. 1343-1368), a manera de una heroida o una clásica epístola
literaria, contiene una despedida, una petición, y una contraposición
entre los tópicos de la modestia del autor y las alabanzas dirigidas de
manera directa a la condesa Adela.

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188
la nueva retórica de chaïm perelman

LA NUEVA RETÓRICA DE CHAÏM PERELMAN


Y LAS TÉCNICAS ARGUMENTATIVAS
EN LA POESÍA DE CÉSAR VALLEJO

Camilo Fernández Cozman


Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Universidad de Lima
Universidad San Ignacio de Loyola

S i bien son muy significativos los aportes de la investigación especiali-


zada (Escobar 1973, Paoli 1981, Sobrevilla 1994, Ferrari 1998, Meo
Zilio 2002, Fernández Cozman 2008), no hay ningún análisis pormeno-
rizado del cariz argumentativo de la poesía de César Vallejo (1892-1938).
En tal sentido, resulta pertinente señalar que casi no se ha empleado la
retórica de la argumentación de Chaïm Perelman para abordar la lírica
vallejiana. Mi investigación busca dar un primer aporte al abordaje de ese
lado poco explorado de la escritura del poeta de Santiago de Chuco.
La poesía de César Vallejo tiene una dimensión argumentativa indubi-
table, de ello dan testimonio algunos textos esenciales de España, aparta de
mí este cáliz. Por ello, podemos analizar “Masa” como un poema argumen-
tativo que busca convencer al receptor sobre la necesidad de la solidaridad
humana en la época de la Guerra Civil Española y de cómo la humanidad
unida puede alcanzar resultados extraordinarios como el renacimiento del
combatiente fallecido. Asimismo, en Poemas humanos, “Los desgraciados”
es un texto que evidencia una perspectiva argumentativa, pues el locutor
intenta convencer al alocutario acerca de la posibilidad de transformar la
sociedad otorgándole un lugar privilegiado al sujeto pobre como centro de
reflexión.
Perelman y Olbrechts-Tyteca (1989) han analizado los distintos tipos
de argumentos: los cuasi lógicos, los basados en la estructura de lo real y
aquellos enlaces que se fundamentan en la estructura de lo real. Además,
189
camilo fernández cozman

han abordado la disociación de las nociones (hecho que implica el fun-


cionamiento de dicotomías al interior de poemas o cuentos u obras de
teatro) y la interacción de los argumentos. La fuerza de la argumentación
“está vinculada, por una parte, a la intensidad de adhesión del oyente a
las premisas, los enlaces utilizados inclusive; por otra, a la relevancia de
los argumentos dentro del debate en curso” (Perelman y Olbrechts-Tyteca
1989, p. 700).
Mi interés es analizar la fuerza de la argumentación que se manifiesta
en el poema “La araña” y cómo el locutor emplea determinados argumen-
tos para convencer al alocutario de que acepte su tesis en torno a la solida-
ridad y a la sana convivencia entre los seres humanos.

Lectura de “La araña” y la fuerza de la argumentación

Leamos el poema:

Es una araña enorme que ya no anda;


una araña incolora, cuyo cuerpo,
una cabeza y un abdomen, sangra.

Hoy la he visto de cerca. Y con qué esfuerzo


hacia todos los flancos
sus pies innumerables alargaba.
Y he pensado en sus ojos invisibles,
los pilotos fatales de la araña.

Es una araña que temblaba fija


en un filo de piedra;
el abdomen a un lado,
y al otro la cabeza.

Con tantos pies la pobre, y aún no puede


resolverse. Y, al verla
atónita en tal trance,
hoy me ha dado qué pena esa viajera.

190
la nueva retórica de chaïm perelman

Es una araña enorme, a quien impide


el abdomen seguir a la cabeza.
Y he pensado en sus ojos
y en sus pies numerosos...
¡Y me ha dado qué pena esa viajera!
(Vallejo 1991, p. 89)

“La araña” es un poema perteneciente a Los heraldos negros y forma


parte de la etapa modernista de Vallejo. González Vigil (Vallejo 1991, p.
89) señala que, al igual que en “Avestruz”, Vallejo otorga un determinado
simbolismo a la figura de la araña. Asimismo, afirma que en dicho poema,
el poeta “retrató la dualidad dolorosa del hombre que no conquista la uni-
dad” (Vallejo 1991, p. 90). Por su parte, Francisco Izquierdo Ríos (1949)
pone de relieve cómo el poeta de Santiago de Chuco asocia la cabeza de la
araña con el mundo de arriba, es decir, con el ideal; en cambio, el vientre
se vincula con el universo de abajo, que se manifiesta en la tierra. Estas dos
lecturas permiten concluir que “La araña” es uno de los poemas sugestivos
de Los heraldos negros, ya que Vallejo medita sobre la existencia a través
del simbolismo de la araña que se ejemplifica en el tránsito de ésta desde la
esfera de la vida a la de la muerte.

La estructura del texto argumentativo

La tesis del locutor, en “La araña”, “es que el individuo tiene que expresar
sentimientos de solidaridad ante los seres vivos que van a morir” (Fernán-
dez Cozman 2014, p. 68). El texto se estructura en tres partes: un exordio
(conformado por los tres versos iniciales) que expone el tema sobre el cual
se va a fundamentar un determinado punto de vista; una argumentación
impregnada de componentes narrativos (estrofas 2, 3, 4 y la 5 con exclu-
sión del último verso) y una peroración que está constituida por el verso
final.
En lo que concierne al orden y presentación de los datos, puedo afir-
mar que la progresión temática indica que, primero, el locutor evidencia
una situación marcada por la proximidad de la muerte, después explica
con minuciosidad las características de la araña como personaje y emplea
mecanismos argumentativos, los cuales son sustentados a partir de detalles
narrativos. Finalmente, concluye con la expresión de solidaridad hacia la
191
camilo fernández cozman

araña que va a morir y, de ese modo, intenta persuadir al alocutario. Di-


cha estructuración del discurso da fuerza a la argumentación del locutor
porque implica un rigor incuestionable respecto a la presentación de los
datos que propone al alocutario

El locutor y la fuerza de la argumentación

En el poema se utiliza un locutor personaje que se evidencia a través de


los deícticos de la primera persona. Se dirige a un alocutario no represen-
tado a quien busca convencer a través de la utilización de un conjunto de
argumentos con el fin de fundamentar la tesis antes enunciada (Fernández
2014). Se trata, sin duda, de un caso de deliberación íntima; no obstan-
te, ella “se encuentra constituida sobre el modelo de la deliberación con
los demás, por lo que es previsible que, en la deliberación con nosotros
mismos, volvamos a encontrarnos con la mayoría de los problemas rela-
tivos a las condiciones previas a la discusión con los demás” (Perelman y
Olbrechts Tyteca 1989, 49). En tal sentido, es pertinente preguntar so-
bre las técnicas argumentativas en un poema persuasivo como “La araña”.
Ello permitirá calibrar la fuerza de la argumentación que se evidencia en
el mencionado poema.
En cuanto a los argumentos basados en la estructura de lo real, puedo
mencionar aquel que se sustenta en la sucesión a través de un lazo causal
que se observa en los tres primeros versos del poema. Perelman y Olbre-
chts-Tyteca afirman lo siguiente: “Nos limitaremos, por el momento, a las
argumentaciones que, gracias a la intervención del nexo causal, pretenden,
a partir de un acontecimiento dado, aumentar o disminuir la creencia en
la existencia de una causa que lo explicaría o de un efecto que resultaría de
él” (Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989, p. 406).
En “La araña”, se identifica la elisión del conector que expresa la rela-
ción entre causa y consecuencia: es una araña que no camina porque está
incolora y debido a que su abdomen y cabeza sangran de modo evidente.
Por eso, los vínculos de causalidad están implícitos en el enunciado poéti-
co. Sin embargo, ello constituye un desafío para el lector, quien se ve obli-
gado a utilizar su imaginación para reconstruir los lazos lógicos al interior
del poema y reconoce así la fuerza argumentativa de este último.
Además, existe un argumento basado en las relaciones de coexistencia,
que se evidencia cuando una característica representa a cierto individuo
192
la nueva retórica de chaïm perelman

o época histórica. Por ejemplo, el feudalismo es una de las características


centrales de la Edad Media. Perelman y Olbrechts-Tyteca señalan lo si-
guiente: “Una construcción de la persona humana, sustentada en los actos,
está vinculada a una distinción entre lo que se considera importante, natu-
ral, propio del ser que habla, y lo que se estima transitorio, manifestación
exterior del sujeto” (1989, p. 451). En el poema de Vallejo, el carácter agó-
nico (‘agonía’ viene del término ‘lucha’) es la particularidad fundamental
de la araña humanizada y la representa de modo ostensible. En consecuen-
cia, se enfatiza la característica más importante de esta última: la proxi-
midad de su cuerpo a la ineluctable muerte. Dicho rasgo resaltado por el
poema da fuerza argumentativa al discurso.
Existe también el argumento de la dirección en la segunda estrofa que
se basa en las relaciones de carácter espacial u orientacional (Lakoff y
Johnson 2003). Allí se dice: “Y con qué esfuerzo / hacia todos los flancos
/ sus pies innumerables alargaba”. Sin duda, el cuerpo de la araña se direc-
ciona hacia todos los lados a través de sus pies que semejan los de un ser
humano. La idea de alargamiento se concibe sobre la base de una organi-
zación del espacio en el mundo representado en el poema.
En lo que respecta a los enlaces que fundamentan la estructura de lo
real, está presente el argumento que se sustenta en el modelo. Probable-
mente, el más importante de los argumentos, pues el locutor considera
que la araña es un modelo de ser vivo, digno de imitar, porque lucha por su
existencia frente a la inminente cercanía de la muerte: “El modelo indica
la conducta que se ha de seguir. También sirve como garantía de una con-
ducta adoptada” (Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989, p. 556). Concebir
a la araña humanizada como un modelo de ser vivo es, sin duda, lograr que
la argumentación adquiera una fuerza inusitada en el poema y un poder
persuasivo notable.
Además, puedo identificar un argumento por analogía en la segunda
estrofa, pues allí se traza una semejanza entre los ojos de la araña como si
fueran “los pilotos fatales” de ella misma; es decir, ver es sinónimo de fata-
lidad para el desamparado animal, debido a que éste presiente su infausto
destino.
En lo que concierne a los argumentos casi lógicos, es clave, en el poema,
el empleo del argumento de reciprocidad: “el abdomen a un lado;/y al
otro a la cabeza”. Se observa una noción de simetría, pues se compara el
abdomen con la cabeza a través de una dimensión espacial determinada:
193
camilo fernández cozman

“Los argumentos de reciprocidad realizan la asimilación de situaciones


considerando que ciertas relaciones son simétricas” (Perelman y Olbre-
chts-Tyteca 1989, p. 343). Ello implica que el cuerpo de la araña parece
perder su unidad y se está desintegrando. Dicho proceso se observa —cla-
ro está— tanto en el abdomen como en la cabeza del animal.
Es posible reconocer, en el poema de Vallejo, la disociación de las nocio-
nes, por ejemplo, la oposición entre la enormidad de la araña y su inevita-
ble muerte Existe también una paradoja multívoca que se manifiesta en la
oposición entre la inmovilidad de la araña herida frente al carácter viajero
del animal. Ello evidencia cómo algunos rasgos de la muerte (estatismo,
verbigracia) se evidencian, de modo contundente, en la propia vida del
personaje. El viaje subraya la resistencia de la araña a morir, pero también
la idea de que la vida parece siempre acompañarse, en alguna medida, de
la muerte. Viajar es emprender nuevos rumbos para alejarse de la muerte,
pero esta última vence al final, a pesar de la lucha constante del ser vivo para
continuar en la senda de la vida.
Hay, además, una interacción de los argumentos que es muy sólida en el
texto. Verbigracia, el argumento basado en el modelo se complementa de
modo pertinente con el de la coexistencia, porque la araña humanizada es
un ser digno de imitar al luchar contra la muerte a pesar de estar agónica,
vale decir, próxima a morir.
Todos los argumentos antes mencionados otorgan al discurso una
fuerza persuasiva incuestionable. Por ello, es posible aseverar que el locu-
tor emplea todas estas técnicas argumentativas para convencer afectiva y
racionalmente al alocutario. Quiere conmover a este último, pero también
moverlo a la reflexión acerca del carácter perecedero de la existencia hu-
mana, representada por la araña.
Las figuras retóricas también se ligan con la fuerza de la argumenta-
ción. Las dos provincias figurales (Bottiroli 1993) más importantes son la
metáfora y la sinécdoque. La primera se observa cuando describe los ojos
de la araña como si fueran los “pilotos fatales” porque evidencian cómo el
animal humanizado parece percibir su trágico destino. La segunda se hace
ostensible en la manera como se representa al todo (la araña) a través de su
partes y allí se destacan el abdomen, la cabeza, los ojos y los pies.
Se puede establecer el siguiente emparejamiento metafórico (Lakoff
y Johnson 2003):

194
la nueva retórica de chaïm perelman

La araña es un ser humano.


Las patas de la araña son los pies de un ser humano.
La muerte inminente de la araña es la de un ser humano.

Entre otros recursos de estilo, destacan la enumeración (en la primera


estrofa, por ejemplo) y la repetición: el gesto solidario de la expresión “me
ha dado qué pena esa viajera”. Al final, el uso de la exclamación enfatiza
más la cercanía entre la araña humanizada y el locutor. Parece que el locu-
tor intuyera que él fenecerá de la misma manera como el animal morirá.
Giovanni Bottiroli (1993) plantea que hay personajes metafóricos,
metonímicos, sinecdóquicos y antitéticos. Sin duda, la araña es un per-
sonaje sinecdóquico porque, en el poema, se hace ostensible la relación
parte-todo. La relación entre el locutor personaje y la araña es de carácter
metafórico, pues el hablante se conduele del tránsito de la vida a la muerte
porque se sabe que él, como todo ser vivo, morirá de manera insoslayable.
La idea que subyace se sostiene en un principio de analogía: así como la
araña fenecerá, el locutor también morirá.

La cosmovisión y la solidaridad

He afirmado que la tesis del locutor radica en que el ser humano tendría
que manifestar un profundo sentimiento de solidaridad frente a los se-
res vivos que van a cruzar el umbral de la muerte. Para sustentar dicha
tesis, el hablante emplea recursos figurativos y argumentativos de la más
variada prosapia. Se trata de una argumentación enmarcada en el ámbito
del género epidíctico. Como dicen Perelman y Olbrechts-Tyteca, “la ar-
gumentación del discurso epidíctico se propone acrecentar la intensidad
de la adhesión a ciertos valores, de los que quizás no se duda cuando se los
analiza aisladamente, pero que podrían no prevalecer sobre otros valores
que entrarían en contacto con ellos” (Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989,
p. 99)
Michel Foucault (1979, 1983) afirma que las secuelas del poder de-
jan sus rastros en el cuerpo del sujeto que se halla sometido a un complejo
juego de relaciones estratégicas dirigido por los grupos hegemónicos que
buscan imponer una determinada concepción del saber y excluir otras
que permanecerán fuera del concierto de la sociedad oficial. Pienso que los
grupos de poder hegemónico han excluido el principio de solidaridad con

195
camilo fernández cozman

el fin de propagar la racionalidad logocéntrica y el individualismo como


prácticas cotidianas.
En la poesía de Rubén Darío (por ejemplo, en Prosas profanas) se
rinde pleitesía al cuerpo de princesas y de duques, entre otros persona-
jes aristocráticos; en cambio, Vallejo se solidariza con el cuerpo del sujeto
desvalido, representado por la araña. Hay otra diferencia: la escritura de
Darío es monológica porque separa el ámbito aéreo e incontaminado de la
poesía respecto del de la lengua coloquial (Rama 1970). Por el contrario,
Vallejo configura una utopía dialógica: desea que los seres humanos expre-
sen su solidaridad ante aquellos que van a morir; además, abre el discurso
y busca persuadir al alocutario para que se solidarice y pueda expresar ese
sentimiento a través del diálogo. Aquí puedo observar el germen de esa
utopía dialógica que triunfará en Poemas humanos y España, aparta de mí
este cáliz.
César Vallejo es una de las cumbres de la poesía latinoamericana al
lado de Pablo Neruda y Carlos Drummond de Andrade; sin embargo,
se distingue por el cariz argumentativo y la naturaleza persuasiva de sus
versos que se evidencian, con meridiana claridad, en textos como España,
aparta de mí este cáliz y Poemas humanos, verdaderos monumentos de la
literatura universal.

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197
mandela orador o la fuerza de la palabra

MANDELA ORADOR O LA FUERZA DE LA PALABRA1

Philippe-Joseph Salazar
University of Cape Town, Sudáfrica

L a retórica de Nelson Mandela, a primera vista, parece tener influencia


de su formación como abogado, un legado que se refleja en su diestro
manejo de preguntas y debates, y en su inquebrantable confianza durante
sus juicios (Salazar 2014b). Durante la Revolución cubana, cuando lucía
una barba a lo Che Guevara y uniforme de combate, la oratoria de Mande-
la también parecía tener influencia de la elocuencia del Líder Máximo. Sin
embargo, la retórica (no la oratoria) de Mandela se mantiene ‘implícita’.
No aspira a presentarse como un ejercicio en la maestría de la oratoria,
porque cualquier dominio proclamado de la retórica puede parecer carac-
terizado por el antiguo régimen, con su estricto monopolio de la palabra
pública.
Un único y trascendental discurso de Nelson Mandela, el discur-
so que hizo época y que pronunció en el parlamento sudafricano recién
constituido el 24 de mayo de 1994, servirá como caso de prueba para el
análisis de su oratoria, y su retórica, y el papel que jugó en formar la ‘re-
tórica pública’ sudafricana. Este discurso de Mandela en particular siguió
los pasos de otros dos discursos fundacionales. El primero (9 de mayo) se
pronunció en la plaza del Grand Parade en Ciudad del Cabo (la capital
legislativa), dirigiéndose ‘al pueblo’, poco después de ser elegido como pre-
sidente por la nueva Asamblea Nacional. El segundo (10 de mayo) se dio
ante dignatarios del mundo cuando Mandela tomó juramento del cargo

1
Apoyo de la National Research Foundation of South Africa (GUN91989). Toda opi-
nión, así como los descubrimientos, las conclusiones y las recomendaciones expresados en
este trabajo corresponden exclusivamente al autor, por lo que la nrf no tiene responsabili-
dad alguna al respecto. La traducción es de Clara Tilve.

199
philippe-joseph salazar

en los Union Buildings (Edificios de la Unión) de la capital administrativa


Pretoria (Mandela 1994). Estos tres discursos o ‘actuaciones’ (performa-
tives/performances) en el sentido retórico de la oratoria epidíctica, fueron
muestras de retórica y de respuesta de la audiencia altamente contrastadas.
Merece la pena señalar que los reportajes en los diarios y otros medios
sobre el discurso del Grand Parade (“orquestados” por el Premio Nobel
de la Paz el arzobispo Desmond Tutu, y compañero de lucha) señalaron
el ambiente popular y festivo de ese discurso, con la presencia de pancar-
tas de todo tipo, fumadores de marihuana, acróbatas, etc. (Cape Argus
24/05/1994), a diferencia de la pompa y solemnidad y el carácter for-
malmente más codificado del discurso pronunciado en los Edificios de la
Unión y de su audiencia.
Entonces, dos semanas más tarde (24 de mayo), Mandela dio su
primer discurso oficial como presidente en una sesión solemne del nue-
vo Parlamento. Este discurso, pronunciado e impreso en los medios de
comunicación, fue recibido con entusiasmo por los nuevos ciudadanos,
que salieron corriendo de sus puestos de trabajo a comprar la impresión
“final y última”, que se agotó rápidamente, del Cape Argus (el periódico
vespertino de Ciudad del Cabo) (Cape Argus 24/05/1994). Para los que
se apresuraron a leer el discurso, era tan nuevo como lo fue para aque-
llos que acababan de asistir a la convocación solemne. Todos los ciuda-
danos, directa o indirectamente, participaron en una ‘actuación’ retórica
—un raro suceso hoy en día cuando nace una nación.
En el discurso del Grand Parade, la nación aún era “un mar de ros-
tros... una multitud... un mitin” (Cape Argus 24/05/1994), y en el discurso
de los Edificios de la Unión, la nación era una reunión formal de “una
gran multitud de sudafricanos y una panoplia de príncipes” (Cape Argus
10/05/1994). Se activaron diferentes modos retóricos en el discurso de
Mandela al Parlamento, que como órgano elegido representaba ahora a la
nación. En el discurso ante el Parlamento, el público es de una naturaleza
completamente diferente: es, siguiendo la etimología de la palabra ‘parla-
mento’, aquello que ‘habla por’ la nación. Un orador estaba cara a cara con
oradores, y todos podían, y así lo hicieron, sostener que eran los personae,
como diría Quintiliano, de la nación.
En el Parlamento Mandela se enfrentaba a la tarea de hablar en nom-
bre de la nación a aquellos que también hablaban en nombre de ella. Por
lo tanto, en el trasfondo de su primer discurso a los que, por elección,
200
mandela orador o la fuerza de la palabra

representaban las voces parlantes de la nación, se encuentra el conflicto


entre dos órdenes de representación, o la tensión inherente a la existencia
de dos niveles de retórica en una democracia. Barbara Cassin llama a esto
la tensión entre homonoia y homologia; en otras palabras, la tensión entre
la “concordia de las mentes”, que respeta la pluralidad y la diferencia, y la
“concordia de las palabras” —a lo que se refieren a menudo aquellos que no
saben lo que implica la disciplina de la retórica —la concordia de las pala-
bras — como ‘retórica’, es decir, la muestra de palabrería política en la que
los políticos usan palabras para lograr una apariencia de acuerdo, o incluso
una apariencia de desacuerdo (Cassin 2008, pp. 103-106).
En este marco, el primer discurso parlamentario de Mandela fue un
ejercicio de mantener viva esta tensión, en nombre de la nación recién na-
cida. Mandela estaba intentando el ‘alumbramiento’ de la nación en su
discurso —el alumbramiento como parto o dolores del parto de la na-
ción sudafricana y del propio orador. Es tentador considerar el discurso
de Mandela un elogio de la democracia, pronunciado en el momento en
que nace el ‘consenso’, la reconciliación nacional— la nueva nación como
conciliación de las diferencias (Salazar 2014a). El ‘consenso’, en el propio
sentido, es también una buena traducción de homonoia: Mandela (como
rétor y orador y político) crea homonoia, o consenso, mediante la alabanza
de los valores en un gesto de retórica epidíctica. Así, Mandela elogia los
poderes de su propia phonè, de su propia voz, como haría todo buen sofis-
ta. Elogiar el objeto no puede ser separado, como ha argumentado Cassin,
de elogiar el sujeto. El discurso se convertiría enseguida en una celebración
indirecta de lo que puede lograr la retórica presidencial. Sería autorrefe-
rencial (Cassin 2008, pp. 107-130).
Sin embargo, no puede suponerse nada de esto sin examinar el dis-
curso en sí. El discurso del 24 de mayo ocupa un lugar extraño dentro del
género de ‘retórica presidencial’. Tiene de hecho múltiples capas: com-
bina un discurso del Estado de la Nación con un discurso programático
del primer ministro (que se combina por lo general con una moción de
confianza); también emplea el tipo de ventriloquía ceremonial realizada
por los Jefes de Estado sin poder, como el monarca británico o el presiden-
te alemán. Esta última forma retórica, si uno reflexiona por un momento
sobre su tradición, se hereda directamente de la dominación británica pa-
sada, cuando Sudáfrica tenía el monarca británico como jefe de estado,
junto con su pálido y emplumado reflejo, el Gobernador General inglés.
201
philippe-joseph salazar

No obstante lo anterior, la superposición de esta triple función retórica en


un solo orador altera radicalmente la naturaleza de la actuación retórica de
Mandela. La función trina coloca al orador en el centro de la elaboración
del consenso nacional. En un solo gesto, en una sola voz, la nación se en-
cuentra ‘declarada’, se trata de un performative, o actuación. La confianza
mutua se afirma y se realiza en la ceremonia. Ésta era de hecho la primera
vez que un presidente de Sudáfrica podía hablar de un ‘estado de la nación’,
porque antes no existía ni una nación ni un estado que pudieran reclamar
una existencia legítima. Tampoco se daba, en realidad, coincidencia alguna
entre un estado sudafricano y una nación sudafricana. Constitucionalmen-
te, no existe ninguna disposición para tal discurso, ni para que el presidente
ni nadie más dé un discurso en la apertura del Parlamento. El discurso tuvo
lugar, no obstante, y desde entonces se ha convertido en un elemento habi-
tual y no disputado en los rituales de la retórica parlamentaria.
El discurso del 24 de mayo es sobre el nacimiento de una nación. Para
indicar esto, Mandela recurre a un estilo notable, con el que proyecta esta
nueva condición al futuro, con el fin de asignar un sentido de historia a
la nueva nación: “Llegará el momento en que nuestra nación rendirá ho-
menaje a la memoria de todos los hijos, hijas, madres, padres, jóvenes y
niños quienes, por sus pensamientos y acciones, nos dieron el derecho a
afirmar con orgullo que somos sudafricanos, que somos africanos, y que
somos ciudadanos del mundo” (Salazar 2002, p. 171). Esta declaración
de apertura es verdaderamente notable en el sentido en que convoca al
pathos —emociones— mediante un estilo esmerado que se enmarca en el
lugar común de la posteridad (descendencia/genitores: varón/mujer/mu-
jer/varón) y anticipa un tiempo en que el momento del discurso se ce-
lebrará como una fundación. Descendiendo por orden cronológico (“los
padres, los jóvenes y los niños”), el orador sustituye el tiempo ordinario
con un orden “patético” y se pone a sí mismo en el punto cardinal don-
de converge la posteridad: aquellos que vendrán y aquellos que han sido,
todo en el orden metafórico de generación. Según la oración de Mandela,
todas las personas, los nuevos ciudadanos son ‘niños’; todos ellos están na-
ciendo en una nación en cuyo pasado, por tanto, ya se han convertido. La
segunda parte de su declaración de apertura continúa de manera similar,
duplicando el lugar común o topos de tiempo (las generaciones de ciuda-
danos) sobre el topos de lugar (las naciones de los ciudadanos, en todo el
mundo), y situando esta nación que nace en el “concierto de las naciones”
202
mandela orador o la fuerza de la palabra

a través de una amplificación (Sudáfrica, África, el mundo). A través del


tiempo y el lugar, el orador da una indicación clara del entorno en que
se centrará su argumentación (una nación está naciendo, a sí misma y al
mundo), mientras que él se coloca en la singular posición de ser su único
y verdadero orador, o defensor —su persona. Este es un excelente ejemplo
de la política de la homologia/homonoia, esa tensión entre las palabras y las
realidades que tiene como objetivo llevar, en el discurso público, la plurali-
dad a la unidad, sin dejar de respetar las diferencias que conlleva la nación-
como-sistema político. De hecho, Mandela toma este concepto, la noción
de que su discurso va más allá del partidismo. El partidismo es inherente a
la naturaleza de un Parlamento: una representación dividida y divisoria de
las voces de la gente, de la expresión de una nación (aunque su suma total
—el Parlamento o el Congreso o la Asamblea— es todavía ‘homológica’,
tal como indican claramente los tres sustantivos citados).
En el siguiente segmento de su discurso, Mandela procede a explicar
cómo se postula a sí mismo (y su retórica) en relación con la trascendencia.
Para ello cita un poema de la poetisa afrikáner blanca Ingrid Jonker. La cita
es paradójica o, cuando menos, un ‘ejemplo’ retórico perfecto. Afirma con
seriedad que Jonker es “una mujer afrikáner que trascendió una experien-
cia concreta y se convirtió en una sudafricana, una africana y una ciudada-
na del mundo” (Salazar 2002, p. 171). Retóricamente, este movimiento es
complejo. Por un lado, Mandela ejemplifica la idea del consenso citando
a la única mujer poeta afrikáner, quien, al haber cometido suicidio ante la
iniquidad (su padre era uno de los ingenieros de la censura sobre el apar-
theid), se había eliminado a sí misma del apartheid y se había unido, por así
decirlo, tanto a la ‘memoria’ que Mandela acababa de convocar como a la
nación ideal. La autoeliminación de la falsa nación del régimen del apar-
theid le permitió entrar en la proléptica o proyectada nación-por-nacer, la
que Mandela convoca ahora a la existencia, y ante quien y en nombre de
quien está hablando. Sin embargo, mediante el uso de este ejemplo, Man-
dela equipara el poder de la ficción poética, con la del discurso político.
En segundo lugar, la larga referencia a Jonker es un discurso dentro de
un discurso. Incluye una declaración de apertura, una breve biografía, una
declaración final, y luego la cita en sí. Esta construcción elaborada no es
más que una hypotiposis retórica (una representación viva), que permite a
la audiencia de Mandela ver lo que ha sucedido a la propia juventud, tanto
en el suicidio de Jonker como en el poema, que describe a los niños en
203
philippe-joseph salazar

medio de la represión. Después de haber reflexionado sobre la posteridad,


Mandela pone “ante los ojos del público” una imagen vívida de una poste-
ritas aparentemente condenada, ahora redimida por la misma retórica. Él
llama el poema de Jonker una “visión”, una palabra que se filtrará por todo
el discurso —su hilo dorado (siguiendo con la terminología retórica) del
lugar común más estable. Tal hypotiposis ancla su discurso en la presencia
testimonial de la realidad; incluso mejor que las imágenes reales, ofrece
una visión interna del desarrollo de una nación. En este sentido, el dis-
curso político entero constituye una ilustración, punto por punto, de la
incorporación patética proporcionada por la hypotiposis. En el uso de un
poema que alimenta todo su discurso y enmarca el discurso en cuanto a su
disposición retórica real, Mandela el orador declara el nacimiento de una
entidad que, siendo aún escenario (un plasma), ya no es un pseudos (la falsa
nación sudafricana de separación —uno de los oxímorones más llamativos
jamás producidos) (Cassin 2008, pp. 199-202). Esta declaración lo mueve
hacia su historia. Esto es tanto un movimiento audaz como retórico, que
anula el mito del apartheid de Sudáfrica y propone en su lugar el aconte-
cimiento histórico de la nueva Sudáfrica. El hecho de que Mandela nunca
pronuncia el adjetivo “nuevo” permite medir la distancia entre el pseudos
de la retórica de F. W. de Klerk y la historia de la oratoria de Mandela. Los
primeros sólo pueden hablar de la “nueva Sudáfrica”, porque él supone que
no existía en la “vieja Sudáfrica” una ‘nación’ y que simplemente ha sufrido
un proceso de rejuvenecimiento. Las mentiras, el pseudos de la retórica de
la ingeniería social del apartheid, ahora son aún más evidentes: la afirma-
ción de un mito como verdad a fin de mantener una parte del poder.
La consternación del novelista sudafricano y Premio Nobel J. M.
Coetzee ante la ‘trivialidad’ del plasma de la expresión ‘nación arcoiris’,
acuñada por Desmond Tutu en su sermones de lucha contra el apartheid
(Salazar 2002) y ‘actualizada’ (en el sentido aristotélico) por Mandela en
los discursos de mayo de 1994, se vuelve más interesante cuando dice lo
siguiente: “Los creadores de imágenes y los vendedores de imágenes de
hoy en día no tienen interés alguno en realidades complejas, o en realidad,
en nada que no pueda exponerse en quince segundos. La verdad es que
no comercian con la realidad en absoluto: comercian con lo que llaman
percepciones” (Coetzee 1995, p. 20). Tal vez una explicación es que entre
el novelista Coetzee y el poeta Jonker existe un reconocimiento tácito de
que algunas ficciones son buenas y otras no lo son; que el poema de In-
204
mandela orador o la fuerza de la palabra

grid Jonker es buena ficción (y retóricamente correcta) y que la metáfora


bíblica de Desmond Tutu, a través la ‘actuación’ de Mandela, es ficción
mala y retóricamente incorrecta. La interpretación de Coetzee es un error
radical.
Desde un punto de vista retórico, el discurso de Mandela es en sí mis-
mo el primer evento que eleva a Sudáfrica del plasma a la historia. Su elo-
cuencia es el primer acto de reconstrucción y desarrollo. En palabras —y
solamente en palabras— su discurso reconstituye la nación. Los discursos
de Mandela son, al final, el elogio de la democracia como fuerza de actua-
ción de la homonoia, en el momento en que nació la reconciliación nacio-
nal, es decir, la nueva nación como conciliación de las diferencias (Salazar
2009), realizada y entregada en palabras y por palabras. Y, en ese momento
sólo: un momento suspendido en el admirable y patético presente de la
fundación —el presente es el tiempo propio de la retórica epidíctica—,
antes del tiempo estocástico de la política ‘normal’ que, esencialmente,
funciona mediante la manipulación del pasado y del futuro.

Bibliografía

Cassin, B. (2008). El efecto sofístico. Buenos Aires: fce.


Coetzee, J. M. (1995). “Retrospect. The World Cup of Rugby”. South African
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Mandela, N. (1994). Discurso en el acto de toma de posesión del cargo. <http://
constitucionweb.blogspot.com/2010/03/nelson-mandela-discurso-de-su-
asuncion.html>
Salazar, Ph.-J. (2002). An African Athens. Rhetoric and the Shaping of Demo-
cracy in South Africa. Londres: lea (Discurso de Mandela, 24 de mayo 1994,
pp. 171-180).
— (2014a). “La reconciliación como modo de vida ética de la república”, en C.
Hilb, Ph.-J. Salazar, L. G. Martin (eds.). Lesa humanidad. Madríd: Katz Edi-
tores: 161-180.
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Seis discursos sudafricanos fundacionales”.
— (2009). “Relato, reconciliación, reconocimiento, a propósito de los perpetra-
dores y de la amnistía de Sudáfrica”. Historia, Antropología y Fuentes Orales,
42: 37-53.

205
fundamentos para persuadir a indígenas mexicanos

FUNDAMENTOS PARA PERSUADIR A INDÍGENAS


MEXICANOS EN LA FE CATÓLICA:
LOS PRIMEROS DOCE FRANCISCANOS
Y FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, 1524-1564

Citlalli Bayardi Landeros


Universidad Autónoma Metropolitana

D entro de las obras de carácter doctrinal atribuidas a fray Bernardino


de Sahagún, se encuentra el texto de los Coloquios y doctrina cris-
tiana, 1564.1 Éste es un documento trunco del cual sólo se rescataron los
escritos preliminares en castellano y los primeros catorce capítulos del ori-
ginal redactados en forma bilingüe, los folios reversos contienen el texto
en náhuatl y los adversos el correspondiente en castellano. Este fragmento
de la obra permaneció mal catalogado en los Archivos Secretos del Vatica-
no, hasta que fue detectado por el padre Pascual Saura, en 1921. A partir
de entonces se prepararon las ediciones correspondientes.
En la nota “Al prudente lector” (p. 75) que se encuentra en los preli-
minares, Sahagún menciona al grupo de indígenas intelectuales con quien
solía trabajar, todos ellos trilingües (náhuatl, latín y castellano), egresados
del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, exalumnos del mismo Sahagún
y poseedores de sólidos y envidiables conocimientos tanto de su propia
tradición indígena como del cristianismo en el que habían sido instruidos.
Ellos son Antonio Valeriano, Alonso Vegerano, Martín Iacobita y Andrés
Leonardo, a quienes se sumó la invaluable información proporcionada a
petición de Sahagún por ancianos sabios tlamatinimeh, o también cono-

1
En el presente trabajo se emplea la edición de Miguel León-Portilla, 1985; sin em-
bargo todas las traducciones del náhuatl al castellano son de la autora. Cuando se anotan
determinadas líneas éstas se refieren a la presentación que hace León-Portilla del texto. En
adelante las referencias a Coloquios y doctrina cristiana se abreviarán CyDCh.

207
citlalli bayardi landeros

cidos como los indígenas pláticos, de quienes no cita nombres. Este colec-
tivo indígena, exalumnos y ancianos sabios, es responsable de la versión en
náhuatl de CyDCh, mientras que la dispuesta en castellano corresponde a
Sahagún.
La sección rescatada del manuscrito original se compone de cuaren-
ta y un folios escritos por ambas caras y recrea a manera de diálogo los
encuentros evangelizadores iniciales entre los primeros doce franciscanos
que llegaron a tierras mexicanas en 1524 y un grupo de indígenas princi-
pales y sacerdotes de la más alta jerarquía, sobrevivientes de la guerra de
conquista.
En el “Prólogo” Sahagún escribió los cuatro fundamentos empleados
por los primeros doce franciscanos para llevar a cabo su labor evangeli-
zadora. El primer fundamento fue explicar a los indígenas que el motivo
de su llegada era convertirlos a la fe cristiana, y que tal era el mandato del
papa Adriano VI, personalidad distinguida como sumo sacerdote, vicario
de Dios y máxima autoridad, incluso por encima del propio rey de España,
Carlos V. El segundo fundamento fue señalar que el objetivo de la evange-
lización era la salvación del alma de los indígenas y que en ello no mediaba
ningún interés económico. En el tercer fundamento se declaró el origen
divino de la doctrina cristiana y en el cuarto, se proclamó el reino de Dios
y se aseguró que estaba en el cielo y en la tierra, en el cielo era regido por
Dios y en la tierra, por el papa en Roma, y que el reino de Dios en la tierra
se llamaba Santa Iglesia Católica.
Estos cuatro fundamentos forman parte del esquema occidental del
programa evangelizador franciscano, sin embargo, en la base de estos prin-
cipios se encuentra un elemento fundamental: persuadir a los indígenas
para que abjurasen de sus dioses prehispánicos. Para 1564, la idolatría era
una práctica común, aunque ejercida en la clandestinidad. En ese sentido,
CyDCh fue un documento didáctico dirigido a la población indígena na-
hua, que requería ser instruida en la doctrina cristiana, pero que primero
debía abandonar sus antiguas deidades.
Al interior de la obra el discurso cobra vitalidad y fuerza de una ma-
nera asombrosa y particular, sobre todo en la versión en náhuatl, donde se
observa un desafiante esfuerzo intelectual por parte del colectivo indígena
encaminado a exponer los fundamentos de la conversión así como la doc-
trina cristiana con un estilo indiano, más allá de las simples formas.

208
fundamentos para persuadir a indígenas mexicanos

La versión náhuatl del Capítulo primero de CyDCh inicia con la fór-


mula clásica Nican ompeua,2 es decir “Aquí comienza”, ampliamente uti-
lizada al inicio de documentos indígenas, desde los discursos conocidos
como Huehuetlahtolli, hasta textos clásicos como la Leyenda de los soles,
los cuales empiezan con la forma adverbial “Nican…”.

Fragmento de CyDCh (líneas 1-8) Traducción al castellano


Nican vmpeva yn temachtiliztlatolli Aquí comienza la palabra de la enseñanza,
yn jtoca Doctrina xpiana su nombre Doctrina Cristiana,
yn omachtiloque njcan yancujc españa tlaca la que se enseñó aquí, a los hombres Nueva
[de España.
in oquinmachtique in matlactin omome La enseñaron los doce
Sanct francisco Padreme padres de San Francisco,
in vel iancujcan qujn valmjuali recientemente los envió hacia acá
in cemanavac teuyotica tlatoanj el gobernador de las cosas divinas en
[el mundo el
yn Sancto padre papa Adriano sesto… Santo Padre papa Adriano VI.

Algunos de los recursos lingüísticos empleados en este ejemplo son:

ŠŠ La introducción de vocablos castellanos al discurso indígena, tratados


con la gramática náhuatl, por ejemplo: padreme, donde el sufijo –me es
una de las formas plurales del náhuatl.
ŠŠ La inclusión en el discurso náhuatl de palabras en castellano sin altera-
ciones, como “Doctrina”, y con alteraciones como Xpiana, por Cristia-
na.
ŠŠ La inserción de vocablos latinos con alteraciones, como: Sancto
ŠŠ La reutilización de conceptos tradicionales nahuas, como cemanahuac,
‘mundo’.

Otro recurso lingüístico de evidente cuño indígena fue el empleo de


dos verbos que solían disponerse pareados para designar reuniones de gran
importancia entre gobernadores, guerreros o incluso dioses: centlalia, no-

2
Las citas en náhuatl fuera de los fragmentos tienen la grafía del náhuatl actual, los
fragmentos, por su parte, mantienen la paleografía directa del texto original. En el caso de
ompeua, por ejemplo, es la grafía actual de vmpeva, usada en el siglo xvi cuando la letra “v”
corresponde tanto al fonema /o/ como al /u/.

209
citlalli bayardi landeros

notza, ‘reunir’, ‘formar un consejo’ (Schwaller 2002, p. 295). Este par de


verbos puede encontrarse en las diversas formas de conjugación náhuatl:

Fragmento de CyDCh (líneas 13-16) Traducción al castellano


… yn matlactin omome. S. francisco Padreme: los doce padres de San Francisco:
inic qujncentlalique, qujnnonotzque así los reunieron, así formaron consejo
in ixq’chtin tetecuti tlatoque con todos los señores, los gobernantes
yn vnca mexico monemjtiaia. ahí, donde ellos vivían, en México.

En un fragmento del relato de la creación del Sol y de la Luna (Códice


florentino, L.VII, Cap. 2) se lee:

Fragmento de CyDCh (líneas 13-16) Traducción al castellano


Nican Mitoa inoc iooaian, in aiamo tona, in Aquí se dice que cuando aún estaba
aiamo tlathui: quitmach, mocentlalique, mono- de noche, cuando aún no había día,
notzque, in teteuh: in ompa Teotihuacan cuando aún no había alba: dicen que,
los dioses se reunieron, tomaron conse-
jo, allá en Teotihuacan.

En ambos casos se aprecia la misma forma pareada de los verbos para


dar a entender que personalidades reconocidas se reunieron a tomar con-
sejo en un lugar determinado.
En CyDCh, los doce franciscanos se presentan como enviados del
papa y usan el término macehual (çan no timacehualtin, “también noso-
tros somos macehuales”; línea 30, p. 102), que en ese contexto se refiere a
que los religiosos se consideran como gente común, como “servidores” o
“vasallos”. Sin embargo, el mismo término era aplicado a sacerdotes o go-
bernadores que solían humillarse al asumirse como timacehualtin, o “sus
servidores” de Tezcatlipoca, una de las deidades principales en el panteón
azteca, durante ceremonias tan importantes como la elección de un nuevo
tlatoani, “gobernante”. Y más adelante, en el texto los doce franciscanos
confirman que tenían autoridad para llevar a cabo el proceso de conver-
sión de los indígenas, y tal potestad estaba legitimada no sólo por el papa,
si no porque eran portadores de la palabra de Dios, cualidad expresada en
términos particularmente indígenas. En el texto se lee:

210
fundamentos para persuadir a indígenas mexicanos

Fragmento de CyDCh (líneas 40-41) Traducción al castellano


tiquatitqujtiaque Nosotros lo venimos trayendo,
yhiiotzin ytlatoltzin. su venerado aliento, su venerada pala-
bra.

Es este un ejemplo de difrasismo3 del náhuatl clásico, yhiiotzin ytla-


toltzin, “su venerado aliento, su venerada palabra”, con el cual se expresa el
gran valor que se le daba a las palabras, aspecto reforzado con el uso de los
reverenciales –tzin; en el universo nahua, este difrasismo significaba que
la palabra provenía del Ser y que era parte de la misma deidad.
Para apoyar el segundo fundamento respecto a la gratuidad de la “sal-
vación” del alma de los indígenas, se emplearon en la versión en náhuatl
términos que designaban riquezas desde la perspectiva nahua y, según el
texto, ninguna de éstas eran pedidas o requeridas por los religiosos ni por
el papa, en pago de dicha salvación.

Fragmento de CyDCh (líneas 130-136) Traducción al castellano


nimâ atle tlalticpacaiotl Nada terrenal
qujmnequjltia in vey teuiotica tlatoanj, es lo quiere el gran gobernante de las
[cosas de
in aço chalchivitl, teucuitlatl, dios (papa), quizás jades, quizás oro,
[o plumas de
yn anoço quetzalli quetzal, o cosa valiosa,
anoço tlaçotli: sólo que ustedes sean salvados com-
[pletamente
çan ie vel ixqujch in amonemaqujxtiliz es lo que se digna querer.
qujmonequiltia.

Para el tercer fundamento, que señala el origen divino de la doctrina


cristiana, se refiere en el texto que Dios la dictó a los profetas y patriarcas, y

Garibay acuñó el término difrasismo (1987, p. 19) para designar la presencia de dos
3

metáforas pareadas que expresan un pensamiento simbólico; cada una, no obstante, suele
aportar elementos que aluden a una “composición dual”, en palabras de López Austin, de
aquello que designan (2003, pp. 143-170). En general, se trata de dos elementos lingüísti-
cos que no son meros ornamentos y cuyos significantes completan un “núcleo conceptual”
(Montes de Oca 2004, pp. 32-46).

211
citlalli bayardi landeros

que está contenida en el teuamoxtli, libro divino, neologismo introducido


en este contexto evangelizador para referirse a la Biblia.

Fragmento de CyDCh (líneas 310-314) Traducción al castellano


Auh in Sancto P. qujmopielia El Santo padre la guarda, toda la
in ixqujch teutlatolli, [palabra divina,
in qujcauhtiaq- la dejaron los renombrados
in omoteneuhque toteçujo Dios ytlaçova [patriarcas y
muchi teuamuxpâ tlillotoc, tlapallotoc.
profetas], sus amados de Nuestro
[Señor Dios,
todo está en el libro divino, en tin-
ta negra, en tinta roja.

Es de notar otro difrasismo clásico in tlilli in tlapalli, “la tinta negra,


la tinta roja”, que solía emplearse para señalar que los códices prehispáni-
cos eran portadores de sabiduría. En este nuevo contexto evangelizador, la
Biblia porta la sabiduría del único dios, según los franciscanos, el cristiano.
El cuarto fundamento fue la oferta invaluable de compartir el reino
de Dios, pero para ello era indispensable renegar de los dioses prehispá-
nicos. El objetivo radicó en persuadir a los indígenas a que reconocieran
que sus deidades no eran tales, ni merecían ese nombre, y que sólo existía
un dios, el verdadero creador; para ello emplearon una figura retórica, la
enumeratio, que se refiere a la suma de miembros que designan realidades
diferentes pero que se citan para complementar una idea o concepto. Así,
a Tloque Nahuaque, “Dueño de lo que está cerca, de lo que está junto”, dei-
dad unificadora con muy diversas advocaciones, se incluye un título más
Ipalnemoani, el “Dador de vida”, y después se añade Uell nelli teotl, “Bien
verdadero Dios”, con la que se completa la idea de que se trata de Dios pero
en el contexto cristiano. Más adelante dice:

212
fundamentos para persuadir a indígenas mexicanos

Fragmento de CyDCh (líneas 589-597) Traducción al castellano


Auh in oncâ hin ytlatocachâtzinco Y allí, en su venerada casa real hay
cêca mjec tlamâti in necujltonollj muchas diferentes formas de bienes,
riquezas; se guarda lo celestial, en “su
in netlamachtillj
cofre, su petaca” [lo que está oculto y
mopia in ilhujcacaiotl ytoptzin ypetlacatzin es misterio de dios], lo que pertenece
yn povi in tloque navaque. al Tloque Nahuaque. Cosas preciosas,
Vellaçotlj tzaccaio, protegidas, bien cuidadas. Todo lo
auh vel pielo, que es de su reverenciado señorío del
Ipalnemoani, se llama Iglesia Católica.
in hin itlatocaiotzin ypalnemoanj
in moteneua Sancta yglesia catholica,

A partir de los breves ejemplos, podemos concluir que CyDCh es un


texto cuidadosamente elaborado y adecuado al auditorio indígena con-
temporáneo de la segunda mitad del siglo xvi. Si en un momento parece
caracterizarse por el empleo de un estilo llano, genus humile, cuya finali-
dad era la enseñanza (docere), el ornatus se aprecia muy desarrollado, dada
la profusión de metáforas y el conocimiento previo de conceptos tradi-
cionales indígenas que debían ser familiares al auditorio. Ello no lo aleja
del estilo llano, por el que siempre abogó Sahagún, más bien lo acerca al
auditorio indicado, acostumbrado a recibir las enseñanzas a través de un
género tradicional indígena, el huehuetlahtolli, “antigua palabra”. Estos
discursos, dice Sahagún (HG, L. VI), solían estar plagados de “maravillo-
sas maneras de hablar, delicadas metáforas y propisimos (sic) vocablos”.
Por tanto, la fuerza con que fueron expresados estos fundamentos
para la evangelización llevada a cabo por franciscanos hacia 1524 radica
en los términos eminentemente indígenas del discurso, términos que de-
bieron evocar una serie de referentes en el auditorio indígena de CyDCh.
El resultado fue un huehuetlahtolli cristiano que en aras del didactismo
optó por un estilo impregnado del dramatismo de lo que fue la derrota
indígena militar y espiritual, pero que no murió del todo, pues mantuvo
mecanismos clásicos de transmisión de conocimientos para ambas cultu-
ras, sólo que en un nuevo contexto, el cristianismo indiano.

213
citlalli bayardi landeros

Bibliografía

Códice Florentino, versión en línea <www.wdl.org>


Garibay, Á. M. (1987). Historia de la literatura náhuatl. México: Porrúa.
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pañola de Antropología Americana, vol. Extraordinario: 143-160.
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Sahagún, fray B. de (1985). Coloquios y doctrina cristiana. M. León-Portilla
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Schwealler, J. F. (2002). “‘Centlalia’ and ‘nonotza’ in the writings of Sahagún:
a new interpretation of his missiological vision”. Estudios de Cultura Náhuatl,
33: 295-315.

214
índice

ÍNDICE

Presentación
Gerardo Ramírez Vidal, Erika Lindig Cisneros,
María de Lourdes Santiago Martínez . . . . . . . . 5

Índice de términos relativos a la fuerza del discurso . . . . . . 13

i. Debate teórico

¿Dónde situamos, hoy, la fuerza del discurso?


Raúl Dorra Zech . . . . . . . . . . . . . . .
21

La noción aristotélica de δύναμις y su aplicación en la retórica


Arturo E. Ramírez Trejo . . . . . . . . . . . . . 33

Λόγου δύναμις en Platón, Fedro 271a-272b


Gerardo Ramírez Vidal . . . . . . . . . . . . .
51

La fuerza retórica: clave del acontecer de lo público político


Ana María Martínez de la Escalera . . . . . . . . 63

La fuerza del discurso en el discurso de la fuerza


María Alejandra Vitale . . . . . . . . . . . . . .
73

La violencia del discurso. Para una crítica del vocabulario del racismo
Erika Lindig Cisneros . . . . . . . . . . . . . . 85

Caricatura y persuasión como parte del humor político


Anna María Fernández Poncela . . . . . . . . . .
97

215
la fuerza del discurso

Retórica e interdisciplinariedad.
Un apunte para las ciencias de la comunicación
Carlos González Domínguez . . . . . . . . . . . 115

iI. Aplicaciones

Los discursos: una modalidad del lógos


en la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides
Francisco José Casas Restrepo . . . . . . . . . . . 131

Aspectos de la técnica retórica en la Defensa de Palamedes de Gorgias


Ana Bertha Nova . . . . . . . . . . . . . . . . 143

La prosopopeya de las leyes como remate en la argumentación


retórico-filosófica del Critón de Platón
Rómulo Ramírez Daza y García . . . . . . . . . . 155

La écfrasis y la cultura clásica en la epístola


de Baldericus Burgulianus A la condesa Adela
Carolina Ponce Hernández . . . . . . . . . . . . 173

La nueva retórica de Chaïm Perelman


y las técnicas argumentativas en la poesía de César Vallejo
Camilo Fernández Cozman . . . . . . . . . . . . 189

Mandela orador o la fuerza de la palabra


Philippe-Joseph Salazar . . . . . . . . . . . . . . 199

Fundamentos para persuadir a indígenas mexicanos en la fe católica:


los primeros doce franciscanos y fray Bernardino de Sahagún, 1524-1564
Citlalli Bayardi Landeros . . . . . . . . . . . . . 207

216
la fuerza
del discurso,

editado por el Instituto de Investiga-


ciones Filológicas, siendo jefa del departa-
mento de publicaciones Guadalupe Mar-
tínez Gil, se terminó de imprimir en los talleres
de XXX, ubicados en XXXX, col. XXXX, C. P.
XXX, XXXX, Ciudad de México, el XX de XXXXX
de 2018. La composición tipográfica, en tipo Garamond
Premier Pro de 11/13.16, 10/12 y 9/10.8 puntos, estuvo
a cargo de Ana C. Esquivel Palomares. La edición, al
cuidado de Gerardo Ramírez Vidal y Adda Stella
Ordiales, consta de 200 ejemplares, en papel Cultural de
90 gramos. Elaboración de forros: Sergio Reyes Coria,
basada en diseño de Patricia Luna Robles. En Sistema
de impresión digital.
COLECCIÓN BITÁCORA DE RETÓRICA
Instituto de Investigaciones Filológicas

1. Beristáin, H. (2006). Alusión, referencialidad, intertextualidad. 2a edición.


2. Beuchot, M. (2010). Retóricos de la Nueva España. 2a edición.
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4. López Eire, A. (1996). Esencia y objeto de la retórica.
5. López, A., Á. Lara, A. Carlson, A. Herrera, A. Ma. Martínez de la Escalera y A. Goutman (comps.)
(1996). Retóricas verbales y no verbales.
6. López Cano, R. (2000). Música y retórica en el Barroco.
7. Cándano, G. (2000). La seriedad y la risa. La comicidad en la literatura ejemplar de la Baja Edad
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8. De Vinsauf, G. (2000). La poética nueva. Traducción de Carolina Ponce.
9. Arribas Rebollo, J., J. C. Gómez Alonso, G. Ramírez Vidal, J. Trueba Lawand (comps.) (2000).
Temas de retórica hispano renacentista.
10. Ramírez Vidal, G. (2000). La retórica de Antifonte. México: unam.
11. Beuchot, M. y H. Beristáin Díaz (comps.) (2000). Filosofía, retórica e interpretación.
12. Puig, L. (2000). La realidad ausente. Teoría y análisis polifónicos de la argumentación.
13. Cicerón (2000). El modelo supremo de los oradores. Traducción de J. Quiñones Melgoza.
14. Beristáin, H. (comp.) (2002). El horizonte interdisciplinario de la retórica.
15. Beristáin, H. (comp.) (2002). Lecturas retóricas de la sociedad.
16. Beristáin, H. (comp.) (2002). El abismo del lenguaje.
17. Beristáin, H. y G. Ramírez Vidal (comps.) (2003). La dimensión retórica del texto literario.
18. Grupo μ (2003). Figuras, conocimiento, cultura: ensayos retóricos.
19. Beristáin, H. y G. Ramírez Vidal (comps.) (2005). La palabra florida.
20. Beristáin, H. y G. Ramírez Vidal (comps.) (2005). Los ejes de la retórica.
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22. Beristáin, H. y G. Ramírez Vidal (comps.) (2008). El cuerpo, el sonido y la imagen.
23. Ramírez Vidal, G. (ed.) (2008). Conceptos y objetos de la retórica ayer y hoy.
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25. Beristáin, H. y G. Ramírez Vidal (comps.) (2009). Crisis de la historia, condena de la política y
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26. Beristáin, H. y G. Ramírez Vidal (comps.) (2009). Las figuras del texto.
27. Beristáin, H. y G. Ramírez Vidal (comps.) (2010). Espacios de la retórica: problemas filosóficos
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29. Livio, R. (2009). Estrategias macro-retóricas: el formateo del hecho comunicativo.
30. Puig, L. y D. García Pérez (comps.) (2011). Retórica y argumentación: perspectivas de estudio.
31. Pernot, L. (2016). La retórica en Grecia y Roma. 2a edición.
32. Ramírez Vidal, G. y E. Lindig Cisneros (eds.) (2015). Convergencias Teóricas. Usos y alcances
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33. Puig, L. y D. García Pérez (comps.) (2015). Retórica, argumentación y política: lecturas e interpretaciones.
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ricos sobre política y sociedad.

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