Sunteți pe pagina 1din 5

Ensayo

Cristian Leandro Torres Sánchez

Filosofía

10°- D

Institución Educativa Braulio Gonzales


Yopal – Casanare
Año - 2018
¿Puede haber paz sin justicia social?

Para estructurar unos dispositivos jurídicos que viabilicen la investigación,


juzgamiento y sanción de los máximos responsables del Conflicto Armado Interno
(CAI) se debe partir de aceptar el carácter político del conflicto y la misma
naturaleza en sus acuerdos, ya que el desconocimiento de las motivaciones de
carácter ideológico y político de estos grupos puede conducir a procesos fallidos
de negociación.

La existencia de los grupos insurgentes en Colombia obedece a procesos


históricos que hunden sus raíces en múltiples causas, dimensiones y factores.
Una de las relatorías de la Comisión de Historia del Conflicto y sus Víctimas,
indica que “se trata de un conflicto con raíces políticas, en la medida en que
involucra proyectos de sociedad que los actores percibieron como antagónicos y
por tanto fundados en una «enemistad absoluta»”. Entendiendo lo político como el
ejercicio del poder en sus diferentes manifestaciones, dinámicas, órdenes,
dimensiones, estructuras, dispositivos de control y dominación, entre ellos el
ejercicio del poder del Estado.

Colombia asumió la senda de ceder parte de su soberanía al hacer suyas las


estrategias ligadas a la seguridad de los Estados Unidos en su guerra contra el
comunismo, contra las drogas y el terrorismo internacional, y hoy el costo de la
terminación del conflicto para todos los actores implica el reconocimiento de la
responsabilidad política y de las atrocidades en su accionar, y en particular por la
responsabilidad del Estado, por las conductas de sus agentes, ya sea de manera
directa o indirecta, o a través de terceros que contaron con su apoyo, tolerancia o
aquiescencia, y por la no diligencia debida en materia de control.

La responsabilidad, más allá del reconocimiento de las atrocidades, requiere una


lectura política del pasado que permita el cierre de los ciclos de violencia sistémica
o estructurada. El patíbulo, el reclutamiento forzado, el exilio, la cárcel y las
amnistías operadas en el pasado contribuyeron a cierres parciales de la violencia
con la exclusión política, social, cultural y económica de diversos sectores de la
sociedad, y la negación colectiva de los costos que acarrea a la sociedad a largo
plazo, con la apertura de nuevas heridas y sendas de conflictividad. Existen
sendos ejemplos en nuestra historia del frágil tránsito de la víctima a victimario en
su forma individual o colectiva.

Una lectura política de cierre del conflicto por todas las partes implicará la
estructuración de un reordenamiento de la arquitectura institucional del Estado, y
la apertura definitiva de la inclusión real y genuina de los diversos actores políticos
y sociales, entre ellos los indígenas, campesinos, afrodescendientes, población
LGBTI y diversos grupos con identidad propia.

Una seria dificultad para encontrar salidas en materia de justicia es la comprensión


que sobre ésta tienen las partes en la negociación: para las FARC los acuerdos
deben girar en torno de la justicia social y requieren, probablemente, un conjunto
de medidas institucionales orientadas al incremento de los derechos en el campo
social y económico hacia la construcción de un Estado social, como lo afirma la
Constitución de 1991. En tanto que para el Gobierno Nacional la justicia consiste
en la obligación de éste de emprender investigaciones rápidas, minuciosas,
independientes e imparciales de las violaciones de los derechos humanos y el DIH
y de los delitos de lesa humanidad y los crímenes de guerra y la adopción de
medidas apropiadas respecto de los máximos responsables del conflicto en la
esfera de la justicia penal para que sean procesados, juzgados y condenados
debidamente, con la garantía de la más amplia participación jurídica en el proceso
judicial a todas las partes perjudicadas, y a toda persona u organización no
gubernamental que tenga un interés legítimo en el proceso, en el ejercicio de sus
derechos a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición.

No existe suficiente información sobre lo que las FARC conciben como justicia
social, pero yo la entendería en una noción como la establecida por John Ralws,
quien enfatiza en construir una pauta de distribución equitativa de las ventajas y
desventajas provenientes de la cooperación social para disminuir las
desigualdades sociales y naturales sin menoscabar la libertad individual.

Así suene un tanto superficial, son los aforismos de “paz con justicia social” o
“justicia para la paz”. Si hay un compromiso real por parte del Gobierno, acorde
con lo manifestado por el Alto Comisionado de Paz, implicará hacer realidad el
mandato constitucional del Estado social de derecho, lo cual involucra la revisión
de un conjunto de políticas y condicionamientos y de cambios reales en los
territorios.

Otra de las grandes dificultades a la hora de encarar las soluciones en la


negociación es el concepto de impunidad: para las FARC consiste en un
dispositivo de poder que permite la prolongación de dinámicas económicas,
sociales, políticas y culturales que promueven la violencia, la discriminación y la
injusticia, invita a una reflexión y debate público sobre las causas del conflicto, la
violencia y la barbarie para el esclarecimiento de la verdad histórica, y tiene un
sentido más allá de la ausencia de una condena judicial. Para el Estado significa la
inexistencia, de hecho, o de derecho, de responsabilidad penal por parte de los
autores de violaciones de derechos humanos e infracciones al DIH. Una salida
viable de encuentro podría radicar en las competencias de una comisión de
verdad o de esclarecimiento histórico que permita una relectura de la historia y de
las causas de la violencia.
La propuesta de las FARC en el marco de la negociación consiste en un perdón
político y social compartido con todos los actores del conflicto, incluyendo al
Gobierno de los Estados Unidos, por los impactos del accionar político y militar en
el marco del conflicto y en el ejercicio de dicha organización del derecho de
rebelión, mientras que para el Estado consistirá en la investigación, juzgamiento y
sanción por los crímenes cometidos.

Desde diferentes medios se ha llamado a la estructuración de un tribunal penal


que investigue, juzgue y sancione a los máximos responsables de los delitos de
lesa humanidad y de crímenes de guerra. Debo señalar que sería deseable, de
una parte, la creación de una nueva estructura institucional diferente a la Fiscalía
General de la Nación y los tribunales ordinarios, teniendo en cuenta los exiguos
resultados en el marco de las competencias asignadas en la ley de justicia y paz, y
la ausencia de metodologías eficaces y eficientes de investigación y juzgamiento
de crímenes masivos y sistemáticos, y de otra parte, la incorporación de diversos
sistemas jurídicos más allá de nuestras fronteras y de enfoques como el de género
y diferencial para el tratamiento de delitos como la violencia sexual.

La tercera dificultad para encarar una sólida salida de negociación es la relativa a


la creación de una comisión de la verdad o de esclarecimiento histórico de la
violencia. Para las FARC el esclarecimiento histórico es algo así como la
reconstrucción del conjunto de fenómenos, instrumentos, dispositivos de control,
dominación y disciplinarios, mecanismos de poder, tácticas, estrategias, entre
otros factores o variables desplegadas para el ejercicio de la violencia, mientras
que para el gobierno es un instrumento de justicia transicional consistente en
órganos oficiales, temporales y de constatación de hechos que no tienen carácter
judicial, y que se ocupa de investigar el abuso de los derechos humanos o el DIH
que se han cometido por largos años, una diferencia enorme que apunta, por parte
de las FARC, a construir una narrativa de la historia diferente a la edificada hasta
la época actual.

Una última reflexión tiene que ver con la negativa de las FARC a la pena privativa
de la libertad de sus miembros. Habrá que hacer un profundo debate nacional en
torno a la necesidad y los fines de la pena en relación con sujetos políticos, no
como facinerosos, narcotraficantes, sujetos desviados o terroristas, y no me refiero
exclusivamente a los miembros de las FARC, sino a todos los máximos
responsables del CAI.

Será necesario establecer un conjunto de penas principales y accesorias más allá


de la pérdida de la libertad, que tenga en cuenta variables como la condición
personal de los autores, la función que cumplió en el conflicto, los intereses y
motivaciones, entre otras, y un conjunto de limitaciones como la participación
política, el ejercicio de la profesión u oficio, el acceso a la propiedad, la
participación en directivas, juntas u otros tipos de organización social, entre
diversas posibilidades, así como a acciones simbólicas en aquellos casos en que
las víctimas o victimarios pertenecen por ejemplo a comunidades indígenas.

Sería deseable que en los juicios ante el Tribunal Ad Hoc las víctimas tengan la
mayor participación posible, incluso en audiencias de imposición de penas que
impliquen un ejercicio de reparación, perdón y reconciliación. Finalmente, no se
trata de un ejercicio de venganza sino de acciones que impliquen la no repetición,
con un juicio profundo de responsabilidad política, con una mirada en clave de
memoria histórica que cierre los ciclos de violencia de una vez por todas, con un
conjunto de garantías judiciales acorde con las normas internacionales, sin un
espíritu de humillación y sobre la plena dignidad de las víctimas y los victimarios.

S-ar putea să vă placă și