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Jarl Radulfr es un guerrero, el cacique de su pueblo.

Es su
deber de proteger y luchar por ellos. Pero el deber tiene un precio.
Radulfr no tiene a nadie a quien llamar suyo. Cuando su clan es
atacado, acepta una novia en un compromiso de paz para evitar la
guerra con el clan vecino. Él no sabe hasta que llega hasta su
prometida para reclamarla, que en realidad es un hombre.

Esa sorpresa no es lo que esperaba, pero Radulfr ha jurado


por su honor aceptar el compromiso a cambio de la paz. Ein es
realmente hermoso, un verdadero regalo de los Dioses, y esto hace
que a Radulfr no le resulte tan doloroso el engaño como en
principio todo parecía apuntar. Decide aceptar las cosas como son
y se dispone a llevar a casa a Ein. Pero las cosas no serán tan
fáciles, hay quienes se lo van a complicar: Dioses, mercenarios, y
el hombre que inició el ataque a su clan. Radulfr y Ein tendrán
que usar de toda su astucia, y del vínculo cada vez mayor entre
ellos, para mantenerse con vida y conseguir llegar a vencer todos
los obstáculos que les van a poner en su camino a casa. Los
regalos de los Dioses no siempre son lo que parecen.
—¡Exijo una reparación! ¡Exijo un weregild1! —Radulfr
apretó sus puños para contener su furia mientras miraba a los
reunidos.
—Estás en tu derecho de exigir un weregild, Jarl2 Radulfr
—dijo uno de los portavoces—. ¿Tienes una cantidad en mente?
Radulfr giró sus ojos al portavoz, pero sabía que no haría
ningún bien. No había ninguna maldita cantidad de dinero que
pudiera compensar los daños causados a su pueblo cuando
fueron atacados sin razón alguna. Varias personas de su pueblo
habían muerto durante el ataque, muchos más resultaron
heridos. Eso ni siquiera empezaría a cubrir la pérdida de bienes
de comercio o la ganadería.
—Fafnir atacó a mi clan sin provocación. —Radulfr
fulminó con la mirada al hombre de cabello oscuro que estaba
entre dos guardias de la asamblea—. No hay suficientes
monedas de plata creadas por los Dioses para compensar la
pérdida de vidas humanas o los animales de mi clan. Exijo su
vida.
—¿Una contienda de sangre? —jadeó el portavoz.
—Un holmgang3.

1
El pago del Wergeld fue un mecanismo legal muy importante en las sociedades del norte de Europa,
como la vikinga o la anglosajona, durante la Alta Edad Media; la otra forma de reparación en esa época
era la venganza sangrienta blutrache. El pago se hacía normalmente a la familia o al clan. La palabra
significa —precio de un hombre—. Si el pago no se realizaba, o era rechazado por el bando ofendido,
solía conllevar una pelea sangrienta.
2
Rey, conde, líder, jefe.
3
Holmgang (Nórdico antiguo e islandés moderno: hólmganga; en sueco: holmgång) era una forma de
duelo practicado en la Era Vikinga y principios de la Edad Media escandinava. Era una forma aceptada
socialmente de resolver disputas.
Una mujer lanzó un grito entre la multitud, el sonido de
repente se cortó tan rápido como había sido escuchado. Sabía
que exigir un duelo era casi inaudito en casos como este, pero
quería tener en sus manos al hombre que había orquestado el
ataque a su pueblo. Los guerreros de Fafnir simplemente habían
cumplido una orden. Fafnir planeó el ataque y lideró la batalla.
Merecía morir por sus crímenes.
—Jarl Radulfr, tienes que entender que Fafnir es el único
heredero vivo de su clan, el único hijo de su Jarl. Si lo derrotas
en batalla, cuando Jarl Dagr descanse con los Dioses no quedará
nadie para liderar su clan.
—Entiendo. —Radulfr cruzó los brazos sobre su pecho y
siguió fulminando con la mirada a Fafnir—. Tendría que haber
pensado en eso antes de atacar a mi clan. Su territorio hace
frontera con el mío, aunque hemos vivido en relativa armonía
durante muchos inviernos, mucho antes de que sucediera a mi
faðir4 como Jarl. Su posición no le impide pagar por sus
crímenes.
—Se le podría aplicar a Fafnir un warg5 ¿Sería suficiente?
—No —negó Radulfr—. Desterrarlo por sus crímenes sólo
lo apartaría de la sociedad. No le haría pagar por sus delitos.
Quiero su vida.

Holmgang puede traducirse como ir hacia la isla o camino de la isla, quizás porque el duelo se realizaba
en un espacio limitado o sobre una capa en tierra. El nombre puede derivar de los combates o duelos
que tenían lugar en pequeños islotes, como se explica en la saga de Egil Skallagrímson.
Al menos en teoría, cualquier individuo ofendido podía retar a la otra parte a un holmgang sin importar
su condición social. Podía ser un tema de honor, propiedad, cubrir una deuda, desacuerdos legales o la
simple intención de ayudar a la esposa o a un familiar o vengar a un amigo
Los holmgangs se consumaban entre los tres y los siete días después del retar al contrincante. El rechazo
del desafío significaba que uno era un niðingr (estigmatizado socialmente) y podía ser sentenciado tras
ser acusado como proscrito. De hecho, si una parte contrincante no era capaz de defender una
reclamación, perdía el honor. A veces uno de los contrincantes podía solicitar o aceptar la oferta de un
amigo en sustitución, si consideraba que se encontraba claramente en desventaja.
4
Padre.
5
Exiliado de la sociedad humana.
—Radulfr, si Fafnir se convierte en un warg, será un paria,
incluso para su propio clan. Ya no se le considerará un ser
humano. Sin duda, ¿eso es suficiente?
Radulfr hizo un gesto con la mano a los guerreros que
estaban de pie detrás de él. Se lanzaron hacia adelante,
empujando un carro hasta que quedó a la vista de todos los
presentes. Pudo oír los súbitos resoplidos y jadeos cuando la
gente vio los cuerpos apilados en el interior del carro, tanto de
humanos como de animales.
—¿De verdad crees que convertirlo en un warg es
compensación suficiente por lo que Fafnir ha hecho? ¿Quieres
preguntárselo a los miembros de las familias que quedan? —
Radulfr se acercó al carro y sacó el cuerpo de un niño pequeño—
. ¿Por qué no le preguntas a la madre de este niño cómo se
siente al respecto? Este, también, era su único hijo.
Radulfr sostuvo al niño un momento más, y después con
cuidado lo colocó en el vagón. Asintió hacia sus hombres y luego
observó como se alejaban con el carro, dejando sólo a dos de los
guerreros con él. Los suaves sonidos de llantos siguieron al
carro que fue llevado de vuelta a su territorio.
—Exijo un holmgang.
—Jarl Radulfr, Fafnir no puede derrotarte en un duelo —
dijo el portavoz—. No tiene la fuerza.
—Lo sé.
Radulfr sonrió por primera vez desde que la batalla había
comenzado hacía un par de días. No tenía idea de cómo Fafnir
había sido elegido para ser el próximo sucesor de su faðir como
Jarl. El hombre no tenía ningún código de honor, atacando a
mujeres y niños, asaltando y saqueando solo por su codicia. No
estaba en condiciones de gobernar.
—Tienes el derecho a exigir un holmgang —dijo el
portavoz finalmente—. Pero privar a un clan de su líder tiene
graves consecuencias para todos. Me gustaría que lo
reconsideraras.
—No lo haré.
—Muy bien, un holmgang es ord…
—¡Espera!
Radulfr miró a su alrededor para ver a un hombre mayor
corriendo hacia la cabeza de la multitud. Sus ojos se estrecharon
cuando vio el hilo de oro bordado en el dobladillo de la túnica
del hombre. Sabía que este hombre estaba involucrado de
alguna manera con Fafnir.
—Por favor, es mi único hijo, mi único hijo —dijo el
hombre—. Te ruego que no lo tomes a él, tómame a mí.
Radulfr gruñó. Le desagradaba que un Jarl mendigara.
Fafnir no era un hombre apto para nada. Su faðir no debería
estar rogando por su vida. Como Jarl, conocía las reglas del
derecho, así como cualquier persona, tal vez incluso más.
—Por favor, de un Jarl a otro, te ruego que no me quites a
mi único hijo. Sé que Fafnir no es un buen hombre, pero es todo
lo que tengo.
—Es un huglausi6 —escupió Radulfr—. No merece vivir.
—Un compromiso de paz —dijo el hombre a toda prisa—.
¿Considerarías un compromiso de paz entre nuestros clanes?
Radulfr frunció el ceño. —Pensé que habías dicho que
Fafnir era tu único hijo.
—No, hay alguien más, no es de mi sangre, pero sí de la de
la madre de Fafnir.

6
Cobarde.
—No he oído hablar de nadie más.
En cuanto a lo que Radulfr sabía, Fafnir era la única
descendencia de Jarl Dagr. Sus clanes limitaban entre sí. A
menudo comerciaban juntos. En el pasado, habían luchado uno
al lado del otro. Nunca se habían faltado.
—Ein ha pasado las dos últimas décadas, desde su
nacimiento, lejos de nuestro clan, debido a las circunstancias de
su concepción y la infidelidad de mi esposa. —La cara del Jarl se
sonrojó—. Estoy seguro que comprendes.
La idea de un compromiso de paz intrigó a Radulfr,
simplemente porque actualmente no tenía su propia esposa.
Más allá de la satisfacción de sus necesidades más bajas, aún no
había encontrado a nadie que lo excitara lo suficiente como para
negociar un contrato de matrimonio. También estaba el
beneficio añadido de una alianza entre los dos clanes. Se
garantizaría la reconciliación de los mismos a través del
matrimonio.
—¿Y el precio de la novia? —En la negociación del contrato
siempre se establecía la dote a pagar por el matrimonio, la
mundr7 y la morgengifu8, por quienes estuvieron a cargo de la
preparación y por la atención a la familia de la novia. La dote, o
fylgia Heiman9, que la familia de la novia paga al marido.
—La mundr y la morgengifu, por supuesto, se tendrán en
cuenta en la negociación —dijo Jarl Dagr—. La fylgia Heiman
que ofrezco es el doble del valor del weregild del sonr10 de un
Jarl.
Radulfr apenas consiguió impedir que su boca se abriera
por el asombro. El precio del weregild por el sonr de un Jarl,

7
El precio de la novia.
8
Una segunda suma a pagar por el novio después de la consumación de la boda se fija también en las
negociaciones
9
Pago de la familia de la novia al marido.
10
Hijo.
esa cantidad de monedas de plata, podía mantener a su clan
durante varios inviernos. El doble de esa cantidad mantendría
al clan con buena salud los próximos inviernos. No compensaría
a los miembros de su clan por la pérdida de sus familiares, pero
sí sería beneficioso para todo el clan.
—Estamos a comienzos de la temporada de invierno —dijo
Radulfr cuando otro pensamiento le llegó—. Si estoy de acuerdo
con una promesa de paz entre nuestros clanes, no voy a esperar
hasta que pase el invierno para reclamar lo que es mío.
—No, no, por supuesto, no espero que lo hagas. —El Jarl
se inquietó por un momento, agarrando de los bordes de su
pelliza11 con los dedos—. Creo que podemos renunciar a los
rituales de una boda normal y completar el hansal12 aquí.
—Jarl Dagr de acuerdo, Jarl Radulfr —dijo el portavoz
mientras agitaba sus manos alrededor para indicar a los
presentes—. Hay suficiente gente aquí como para presenciar el
hansal. Nosotros simplemente necesitamos la aceptación de
que las negociaciones del matrimonio se completaron y puedes
ir a por tu novia.
—Me gustaría hablar con mi primer hombre.
El portavoz asintió. Radulfr se dio media vuelta y recorrió
los pocos metros que lo separaban de los dos hombres que
estaban detrás. Podía ver las miradas de incredulidad en los
rostros de sus dos hombres de confianza, aunque eran más que
eso, Vidarr y Haakon, eran sus mejores amigos y confidentes.
—¿Qué pensáis?
—¿Realmente deseas unirte a ti mismo o a nuestro clan
con Fafnir, después de lo que hizo? —preguntó Haakon—. El

11
Prenda de abrigo hecha o forrada de pieles finas
12
Acuerdo formal del compromiso sellado por un apretón de manos.
hombre tiene que aprender una lección. Esto se parece más a
que le estás dando un paseo.
—Estoy de acuerdo, pero el precio de la novia compensará
a nuestro clan y nos mantendrá durante muchos inviernos
venideros.
—Sin embargo, ¿un hansal, Radulfr? —preguntó Haakon—
. Ese es un acuerdo formal de compromiso sellado por un
apretón de manos. Por tu honor, no puedes deshacerlo una vez
que estreches la mano de Jarl Dagr. Estarás obligado a tomar
esa novia como propia no importa lo fea que sea.
—Podría ser una belleza —dijo Radulfr.
—¿Y estar relacionada con Fafnir? —Sonrió Haakon—. No
lo creo.
Radulfr giró sus ojos y volvió su atención a Vidarr. —No
has dicho nada.
—No creo que haya nada que decir. El daño fue hecho a
nuestro clan. Vidas y bienes se perdieron. Sí, sería una gran
satisfacción tomar la vida de Fafnir, ver su sangre en nuestras
armas. Sin embargo, la satisfacción sería de corta duración.
—En otras palabras, ¿crees que debo aceptar la promesa
de paz?
—Aunque no nos daría el mismo placer que tomar la vida
del hombre, una promesa de paz entre nuestros clanes nos
uniría. Un ataque contra nosotros de cualquier otro clan sería
un ataque contra ellos. El precio de la novia solo apoya en esa
dirección.
Vidarr se quedó pensativo por un momento, sus cejas
juntas. Radulfr esperando. Era un pensador, y Radulfr sabía que
tendría que esperar hasta que el hombre estuviera dispuesto a
hablar antes de escuchar que una palabra saliera de su boca.
—La agricultura, la ganadería, y nuestras recientes
relaciones comerciales nos han ido bien este invierno. A
nosotros no nos perjudicaría, tenemos monedas o recursos para
atender a los nuestros. Sin embargo, el doble del valor del
weregild del sonr de un Jarl, garantizaría que nuestro clan
tenga muchos inviernos de buena salud y alimentación. La
preocupación por nuestro clan sería menor.
—¿Pero será suficiente para aliviar el dolor de los
miembros de nuestro clan que perdieron a sus familiares? —
Radulfr preguntó.
—Si tomas la vida de Fafnir solo traerá una satisfacción
momentánea —respondió Vidarr—. ¿Y no es cierto que saber
que Fafnir nos pagará los próximos inviernos, hará que nuestro
clan se sienta mejor?
—¿Querrás decir que pagará su faðir?
—Realmente creo que se puede estipular que el weregild
provenga de Fafnir, ¿no? —preguntó Vidarr.
Radulfr apretó los labios cuando una sonrisa amenazó con
estallar. Ahora no era el momento de demostrar que le agradaba
la idea de que Fafnir pagara de su bolsillo por lo que había
hecho. Radulfr no sólo tendría una novia y una alianza con otro
clan, que siempre era algo bueno, sino podría exigir que Fafnir
fuera el que pagara el precio de la novia.
—Muy bien. —Radulfr volvió a la asamblea. Respiró hondo
antes de abordar al portavoz—. Estoy de acuerdo con la promesa
de la paz. Sin embargo, se establecerá que será Fafnir quien
tendrá que pagar el precio de la novia, no su faðir.
—¿Qué? —gritó Fafnir, lanzándose hacia adelante—. No
puede hacer eso.
—¿No puedo?
—Jarl Radulfr está en su derecho a exigir quien debe pagar
el precio de la novia, Fafnir —dijo el portavoz—, como
compensación por haber planificado y dirigido el ataque contra
su clan. Ya que el precio de la novia ha sido acordado y
recomendado por tu faðir y Jarl, serás responsable del pago del
mismo.
—Pero yo no tengo esa cantidad de monedas.
—Tal vez deberías haberlo pensado antes de atacar a otro
clan —dijo el portavoz. Se volvió para mirar a Radulfr—. Como
Jarl, ¿estás de acuerdo con los términos establecidos en estas
negociaciones?
—Lo estoy —respondió Radulfr, sabiendo muy bien que
una vez que pronunciara las palabras de aceptación y se diera el
apretón de manos con Jarl Dagr no podía ser anulado. Porque
sería una vergüenza para su clan y para él, un destino peor que
la muerte, en la mente de Radulfr.
El portavoz volvió a mirar al faðir de Fafnir. —Como Jarl,
¿estás de acuerdo con los términos establecidos en estas
negociaciones?
—Lo estoy.
—Por favor, selecciona a dos de tus guerreros para
presenciar el hansal —dijo el legislador—. Voy a añadir dos
guerreros de la tribu Thingstead, de modo que ningún clan
pueda objetar que ha habido presión o una influencia indebida.
Radulfr hizo un gesto hacia Vidarr y Haakon para que se
adelantaran. Vio a los del otro Jarl y al portavoz seguido por dos
de sus guardias. Cuando los seis hombres estuvieron reunidos,
Radulfr se adelantó y estrechó la mano del otro Jarl.
—Me vinculo en mis esponsales legales con Ein, y con este
apretón de manos, me comprometo a cumplir y observar la
totalidad del acuerdo entre nosotros, que se ha acordado ante la
presencia de estos seis testigos, sin hipocresía o astucia.
El Jarl asintió ante las palabras de Radulfr. —Como Jarl y
fastnandi13, el tutor responsable de los intereses de Ein durante
estas negociaciones, con este apretón de manos me comprometo
a cumplir y observar la totalidad del acuerdo entre nosotros,
que se ha acordado ante la presencia de estos seis testigos, sin
hipocresía o astucia.
—En la medida que estas formales palabras del hansal se
han dicho, serán cumplidas —dijo el portavoz—. Fafnir, tienes
una quincena para entregar el precio de la novia a Jarl Radulfr
según lo acordado aquí.
Radulfr dejó salir lentamente el aire que había estado
conteniendo. Eso fue todo. Había sido prometido oficialmente a
Ein. Lo único que faltaba para que la ceremonia se completara,
era el intercambio de anillos entre ellos y la confirmación por
parte de los testigos de que la boda había sido consumada.
Radulfr no tenía muchas ganas de tener espectadores
mientras reclamaba a su novia, pero era la tradición. En los
acuerdos formales de este tipo y debido al hecho de que la
mayoría de las personas que se casaban lo hacían por razones
económicas o en casos como este, un compromiso de paz, los
testigos estaban obligados a garantizar que la boda había sido
consumada. Esto no era un matrimonio por amor.
—Ahora, ¿dónde está mi novia?

13
El tutor responsable de los intereses de la novia, en este caso Ein durante las negociaciones.
—Ein.
Sorprendido de repente por el sonido, Ein se giró para ver
a un hombre mal vestido y a varios metros de su posición.
Pensaba que estaba solo en el huerto. —¿Grandfaðir14?
El anciano sonrió y le hizo un gesto con la mano a Ein para
que se acercara. —Ven, quiero hablar contigo.
Ein se puso de pie y se frotó las manos antes de
apresurarse hacia el anciano. No era frecuente que recibiera la
visita del hombre, y estaba ansioso de pasar tiempo con él. El
godis15 o templo de los sacerdotes de la Hov16, la comuna
espiritual donde Ein había vivido, eran hombres amables, pero
no eran su grandfaðir.
—¿Cómo estás, Ein? —Le preguntó mientras caminaban—.
¿Los godi te han tratado bien?
—Las cosas están bastante bien, grandfaðir. —Ein hizo un
gesto hacia el huerto en el que había estado trabajando cuando
su grandfaðir llegó—. He estado trabajando mucho en los
huertos, y eso me gusta. Me parece que tengo mano para
cultivar cosas.
—Tu faðir es el Dios de la fertilidad. —Se rio Njörðr17—.
¿Esperabas otra cosa?
—¿Cómo está mi faðir? —Ein odiaba preguntar, pero no
había visto a éste hacia más de tres inviernos. Lo echaba de

14
Abuelo.
15
Godis: Templo de los sacerdotes (Godi).
16
Comuna o comunidad espiritual parecida a un convento pero pagana.
17
Un Dios entre los Vanir. Njörðr es el padre de los Dioses Freyr y Freyja, asociado con el mar, la
navegación, el viento, la fertilidad de la pesca, la riqueza y los cultivos.
menos, pero no era frecuente que su faðir se pudiera escapar de
la atenta mirada de su esposa, Geror.
Ella era conocida como una mujer muy celosa y detestaba
el hecho de que Freyr hubiera creado un hijo con otra mujer,
además humana. Ein había sentido su ira en más de una
ocasión, por lo general cuando se metía en problemas que no
había creado.
—Tu faðir está bien, grandsonr. Siempre tratando de
escapar de las garras de su esposa. —Njörðr entrelazó sus
manos a la espalda y miró el paisaje. Parecía estar ordenando
sus pensamientos como si lo que tuviera que decir fuera
profundo.
—¿Grandfaðir, ocurre algo malo?
—He venido para discutir un asunto de gravedad contigo,
Ein.
—¿Grave? —Ein tragó el nudo que de repente se formó en
su garganta—. ¿Qué quieres decir con grave?
—Pronto llegaran unos hombres para llevarte con ellos.
—¿Qué? —Ein comenzó a entrar en pánico, mirando
rápidamente alrededor como si pudiera ver llegar a los
asaltantes—. ¿Por qué?
—Has sido prometido por Jarl Dagr.
Ein se quedó boquiabierto cuando se detuvo para mirar a
su grandfaðir. —¿Puede hacer eso? No es mi verdadero faðir.
—Técnicamente, eso es cierto y puedes alzar tu protesta
por eso ante la asamblea. Sin embargo, no creo que fuera bueno
para tus intereses. —Njörðr agitó su mano alrededor de la
pequeña comunidad espiritual donde había vivido casi toda su
vida—. Este no es el lugar para ti, Ein. Estás destinado a cosas
mejores.
—Pero me gusta estar aquí, grandfaðir —protestó Ein, la
idea de abandonar el único hogar que había conocido rasgaba su
corazón—. Son buenos conmigo. Me dejaron trabajar en los
huertos y todo.
—El camino que tienes ante ti no será fácil, grandsonr,
pero al final tendrás una gran recompensa.
Ein bajó su mirada hacia el suelo mientras caminaba junto
a su grandfaðir. La idea de abandonar la hov le daba mucho
miedo. Desde el día en el que lo habían traído a la comuna poco
después de su nacimiento, nunca había puesto un pie fuera de
las puertas que lo rodeaban. No tenía ningún deseo de hacerlo
ahora.
—¿Realmente tengo que ir, grandfaðir?
—No, te puedes quedar aquí si ese es tu deseo, pero te
animo a considerar tus opciones primero. Nunca encontrarás
una pareja o una familia, si te quedas aquí. No vas a
experimentar el mundo que nos rodea, si te quedas dentro de
esta comuna.
—¿Un hombre? —se burló Ein, luego sintió el calor
enrojeciendo su rostro—. Grandfaðir, no... Eh...
—Soy plenamente consciente de tus preferencias, Ein —rio
Njörðr—. Tu prometido es Jarl Radulfr. Es un buen hombre,
que rige un importante clan en las regiones del norte. No habría
permitido que te desposaran con un hombre al que no hubiera
aprobado.
—¿Estoy desposado con un hombre?
Ein se sorprendió. Nunca había oído hablar de tal cosa.
Claro, la gente había escuchado que los hombres estaban juntos
sexualmente. Sucedía muy a menudo, especialmente en tiempos
de guerra, cuando las mujeres eran escasas. Pero nunca había
escuchado de dos hombres que se prometieran.
—¿Eso es legal?
—El acuerdo se ha hecho, Ein, el hansal ha sido
presenciado por seis testigos y un portavoz. Romper el acuerdo
sería una vergüenza para todas las partes implicadas.
—¿Cuando se ha preocupado Jarl Dagr por traer la
vergüenza sobre alguien? —se burló Ein—. Ese es el mismo
hombre que golpeó a mi móðir18 hasta la muerte después de que
me diera a luz, ¿recuerdas?
—Y que siempre será lamentado por tu faðir y por mí. —
Njörðr hizo una mueca cuando se enfrentó a Ein—. Si
hubiéramos actuado a tiempo, tu móðir todavía estaría viva. Su
muerte recae completamente sobre nuestros hombros.
—No te engañes, grandfaðir. La muerte de mi móðir
descansa sobre los hombros de Jarl Dagr. Es el que la mató por
mi causa.
—Jarl Dagr sabía que tu móðir era una de las favoritas de
los Dioses. Sabía que ella había sido elegida para darte a luz. Así
que, sospecho que es la única razón por la que estás vivo. Podía
haberte matado, como lo hizo con tu móðir. Siempre estaré
agradecido por haberte traído aquí en lugar de hacerlo.
—Tiene miedo de ti.
—Y con razón —rio Njörðr.
—Todavía no entiendo por qué le permitiste llegar a un
acuerdo de compromiso para mí.
—No fue para su beneficio, créeme.
—No puedes decirme que es por el mío.
—Jarl Radulfr te cuidará bien una vez que se le haya
pasado el shock inicial.

18
Madre.
Ein se paró una vez más, mirando perplejo a su
grandfaðir. —¿No sabe que yo soy un hombre?
—No. Jarl Radulfr sólo sabe que ha sido prometido a
alguien llamado Ein. Descubrirá quién eres cuando llegue.
Ein sintió palidecer su rostro por la frialdad que lo llenó. —
¿Sabe que solo soy mitad humano?
—No, y no debes decírselo. Jarl Radulfr no debe conocer tu
conexión con tu faðir o los Álfar19.
—Pero soy medio Álfar. ¿Cómo puedo ocultarle esa parte
Elvin? —Ein lanzó su trenza a su espalda y se apartó el pelo de
sus orejas—. ¿Cómo voy a ocultárselas? —le preguntó, mientras
señalaba a sus puntiagudas orejas.
—Ein, te dije que este camino no sería fácil, pero siempre y
cuando hagas lo que te digo, los premios que recibirás serán
grandes.
Ein gemía mientras se frotaba las manos por la cara. El
plan de su gran grandfaðir iba a matarlo. —¿Y si tiene
preguntas? No debo ocultarle cosas a alguien con el que se
supone que debo pasar el resto de mi vida.
—Todas sus preguntas serán contestadas a su debido
tiempo, Ein.
—¿Quieres decir que averiguará quien soy yo, a su debido
tiempo? —preguntó Ein mientras dejaba caer las manos de
nuevo a sus lados—. ¿Cómo? Creí que no podía contárselo.
—Eso no me corresponde a mí decirlo, pero todo será
revelado a Radulfr y a ti a su debido tiempo. Haz lo que te he
dicho, hasta que te diga lo contrario.
—Bueno, eso es muy críptico, ¿no?

19
Los Elfos de la Luz en la mitología nórdica que viven en Ālfheimr, duende en casa.
Njörðr volvió a reír. —Supongo que lo es, pero es todo lo
que te puedo dar en este momento.
Ein suspiró y miró hacia los campos de cultivo de granos,
el ganado y otros animales que pululaban. Aquí había vivido
una vida sencilla hasta hoy. Trabajó en los huertos y en los
campos, ayudó a cuidar el ganado, y meditaba con los demás en
la comuna. No estaba seguro de estar listo para algo más.
—Tengo miedo, grandfaðir.
—Lo sé, Ein, y tienes razón en tenerlo. Las cosas no serán
fáciles para ti durante un tiempo. El hansal se produjo por
medio de un compromiso de paz.
Ein respiró profundamente. Apretó las manos para evitar
que le temblaran. —¿Un compromiso de paz? —susurró.
Njörðr asintió. —Tu medio hermano, Fafnir, atacó el clan
de Jarl Radulfr, matando a varios e hiriendo a muchos más.
Aunque el hansal ha tenido lugar, habrá animosidad hacia ti
por parte del clan de Radulfr hasta que te conozcan. Debes estar
preparado para eso.
—Me van a odiar.
—Habrá algunos que no te miraran favorablemente, pero
habrá muchos más que te cuidaran, Ein, especialmente Radulfr.
Necesita a alguien como tú para que esté a su lado cuando
llegue al poder. Radulfr ha sido elegido por los Dioses para que
haga grandes cosas, como tú, mi muchacho. Sólo tiene que
aguantar hasta que eso ocurra.
—¿Cómo sabes todo esto?
—Soy un Dios, Ein. No hay mucho que no sepa.
Ein asintió. Sí, su grandfaðir era un Dios, asociado con el
mar, la fertilidad, el viento, la pesca, la riqueza y los cultivos.
Sólo deseaba que a veces el hombre fuera menos un Dios y más
un grandfaðir. Las cosas nunca eran sencillas cuando se trataba
de los Dioses.
—¿Qué hago ahora?
—Tu prometido estará aquí antes del anochecer. Eso
debería darte el tiempo que necesitas para empacar y estar
preparado para su llegada. Después de que hayas empacado,
debes seguir los preparativos del matrimonio ritual. —Njörðr
alcanzó su capa y sacó dos pequeños frascos, uno de plata y otro
de oro—. Vierte el de plata en el agua del baño. Bébete el de oro
una vez que estés en el baño.
Ein tomó los frascos y los miró. Eran sólidos, sin dar
ninguna pista de lo que contenían en su interior, pero las runas
grabadas en la parte exterior de cada vial eran intrincadas,
aunque Ein no podía leerlas. —¿Qué son?
—Presentes de tu faðir.
Ein frunció el ceño. De alguna manera, con el
conocimiento de que su faðir había enviado los dos viales, Ein
sabía que lo que contuvieran cambiaría su vida. No estaba
seguro de qué manera. Su faðir era primo de Loki, el Dios de la
travesura. Freyr podía ser muy imaginativo.
—Es mejor que te vayas, Ein. Tu tiempo se está acabando.
Ein miró a su alrededor, observando que el sol comenzaba
a caer. Si su grandfaðir tenía razón y Jarl Radulfr llegara por la
noche, entonces necesitaba ponerse en marcha. No tenía mucho
que empacar, pero los preparativos de la boda le llevarían algún
tiempo, sobre todo porque no tenía a nadie que lo ayudara a
prepararse.
—Gracias, grandfaðir.
—Estoy seguro que eso no es lo que quieres decir en este
momento, Ein, pero lo harás con el tiempo. Sólo recuerda
utilizar los viales como te indiqué.
—Sí, grandfaðir.
Ein vio como su grandfaðir se alejaba, desapareciendo en
un destello de luz solar. Rápidamente miró a su alrededor para
ver si alguien le había visto desaparecer, pero nadie les prestaba
la menor atención a ninguno. Ein rio entre dientes.
Njörðr siempre se le aparecía vestido con un vestido sucio
por lo que no llamaba excesivamente la atención. Cualquiera
que lo hubiera visto habría pensado que Ein estaba hablando
con otro trabajador del campo. Ellos no tenían ni idea de que el
hombre era un Dios.
Apretó los viales en el pecho y se volvió hacia el byre20
donde se encontraba su habitación. Al no ser un godi, Ein no se
alojaba con los otros en la comuna. Tenía una pequeña
habitación de madera en un extremo del establo donde se
mantenía a los animales. Pero era toda suya. No tenía que
dormir en el Langhus21 con todos los demás. Tenía privacidad, y
la iba a necesitar si tenía que prepararse para su prometido.
—Ein, ¿a dónde te diriges? La oscuridad no ha caído
todavía.
Ein se giró para ver a uno de los godi mirándolo. Sonrió y
empujó rápidamente los viales en su túnica marrón. Sólo el
sumo sacerdote sabía que Ein era el sonr de un Dios. Los otros
creían que era simplemente un huérfano. No le permitieron
decirles lo contrario.
—Me dirigía a hablar con Godi Asmundr. —Esa era una
excusa plausible. Además, tal vez debía informar a la cabeza del
godis que se iba y que estaban esperando a los invitados.
—Bueno, date prisa entonces. Todavía queda buena luz.

20
Establo que albergaba de ochenta a cien animales de granja.
21
Casa comunal.
Ein asintió y se apresuró por su camino. Cuanto más
rápido le explicara las cosas al Godi Asmundr, más rápido
podría empacar y prepararse. Ein fue a la casa comunal
principal y entró. Miró a su alrededor, viendo al Godi Asmundr
sentado junto al fuego.
—Godi Asmundr, ¿puedo tener un momento de tu tiempo?
—preguntó Ein cuando llegó hasta el hombre.
—Ein —dijo el hombre mientras se levantaba—. Pareces
alterado, ¿tienes algún problema, sonr?
Ein echó un vistazo a las otras personas sentadas junto a la
lumbre. Algunos pretendían estar ensimismados en lo que
estaban haciendo, pero Ein sabía que escuchaban con avidez.
Otros lo miraban más descaradamente. Los chismes
proliferaban en una comuna pequeña como ésta.
—Necesito hablar contigo en privado, Godi Asmundr —
dijo mientras miraba hacia atrás en el Godis—. Es realmente
importante.
El Godi Asmundr arqueó una ceja por un momento y luego
asintió. —Muy bien, Ein, te puedo dar unos cuantos minutos,
pero es mejor que seas rápido. Tengo la meditación pronto.
—Sí, Godi Asmundr, voy a ser muy rápido. —Ein dio media
vuelta y salió apresurado del Langhus, caminó varios metros de
distancia del edificio. Las paredes eran finas, y se oía cualquier
cosa a través de ellas. Ein no necesitaba espías.
Ein rebotó nerviosamente de un pie a otro mientras
esperaba a que el godi se le uniera. Su corazón estaba tronando
en su pecho. Ein no sabía si se trataba de la inminente llegada
de Jarl Radulfr o la charla que tenía que tener con el Godi
Asmundr. Sólo sabía que estaba nervioso.
—¿Qué es todo esto, Ein? —preguntó el Godi Asmundr—.
¿Qué es tan importante que tenía que alejarme de mis
discípulos?
—Tuve un visitante hace poco.
—¿Un visitante?
—Njörðr.
El Godi Asmundr alzó sus cejas. —¿Tu grandfaðir vino a
verte?
Ein asintió. —Trajo noticias.
—¿Qué tipo de noticias?
—He sido prometido a Jarl Radulfr, quien llegará antes del
anochecer.
—¿Has sido prometido?
Ein asintió.
—¿Con un hombre?
—Yo también pregunté eso, pero mi grandfaðir me
aseguró que así era como las cosas tenían que ocurrir. —Ein se
encogió de hombros—. Realmente no lo entiendo, pero no
estaba dispuesto a discutir con mi grandfaðir. También dijo
que mi faðir había dado su aprobación.
—Bueno, supongo que eso cambia un poco las cosas, ¿no?
—El hombre se frotó la mano por su larga barba blanca—. Creo
que tendríamos que ayudarte a prepararte.
—Sé lo básico sobre lo que tengo que hacer, y me dirigía a
hacerlo cuando pensé que querrías ser informado de que
tendremos huéspedes que vienen de camino.
—Sí, sí, eso es cierto. Tenemos que prepararnos para los
visitantes. ¿Tu grandfaðir te dijo cuántos hombres vendrían?
—No, simplemente me dijo que tenía que estar listo antes
del anochecer.
—Muy bien. —El Godi Asmundr señaló con su mano en
dirección al byre—. Ve a prepararte. Me aseguraré de que los
baños se pongan a tu disposición e informaré a los demás de la
llegada de nuestros visitantes. Sólo preocúpate de estar
preparado para cumplir con tu prometido. Yo me ocuparé de
preparar los festejos por tu boda.
—Oh, yo no…
—Ein, has formado parte de esta hov desde que eras un
bebé. No vamos a enviarte al mundo sin una despedida
adecuada.
—Hay algo más, Godi Asmundr. —Ein retorció sus manos
nerviosamente.
—¿Más?
—Jarl Radulfr no sabe quién soy yo, y mi grandfaðir dice
que no debe saberlo. No en este momento. Además no sabe que
soy un hombre.
—¿Cree que viene a reclamar a una mujer?
Ein tragó saliva asintiendo. —Sí.
—Eso no será bueno para ti, Ein. Nadie podrá parar el
genio de ese hombre una vez que se entere que ha sido
engañado. Estoy preocupado por tu bienestar.
—Mi grandfaðir me aseguró que Jarl Radulfr es un
hombre de honor, y yo quiero creer que sabe lo que está
diciendo. —Ein rezaba porque su grandfaðir estuviera en lo
cierto. No quería estar en el extremo receptor de la ira de nadie.
—Bueno, es mejor que vayas a prepararte, Ein. No
tenemos mucho tiempo antes de la noche.
—Gracias, Godi Asmundr. —Ein se volvió para irse.
—Ein, voy a lamentar que te vayas. Has sido un gran activo
para esta hov. Espero que sepas que nunca serás olvidado.
Ein se volvió, sus ojos empañados mientras miraba al
hombre que había actuado como sustituto de su faðir toda su
vida. —No me iré para siempre. Vendré a visitaros, si puedo.
El godi sonrió y estrechó las manos con las de él. —Aun así
te echaremos de menos, Ein.
Ein asintió, un nudo atascó su garganta impidiéndole
responder. Volviéndose, corrió a su habitación antes de
romperse y comenzar a llorar. A pesar de las largas horas de
trabajo en los campos y el conocimiento de que en realidad
nunca podría quedarse ahí, Ein no dejaría de echar de menos a
la gente. Había pasado toda su vida aquí. Realmente no deseaba
irse, pero al parecer, le habían quitado la decisión de las manos.
Ein parpadeó varias veces tragando el nudo que se
construía en su garganta cuando llegó a su habitación. Como en
la hov desdeñaban los objetos personales, no tenía mucho que
empacar. Dado que estaba entrenándose para ser un futuro godi
de los Dioses, solo poseía lo que estaba permitido.
Le llevó menos de diez minutos empacar todas sus
pertenencias en un hatillo pequeño. Todas sus posesiones
consistían en unos cuantos cambios de ropa, varias tallas de
madera que había hecho a lo largo de los años, algunas semillas
raras, y una piel de invierno.
Ein colocó sus pertenencias en la puerta. Agarró un nuevo
cambio de ropa y salió de su habitación, en dirección a la casa
de baños comunales. Sólo esperaba que el Godi Asmundr se lo
hubiera aclarado a todo el mundo antes de llegar allí. A Ein no
le gustaba compartir la casa de baños comunales con los demás,
prefería bañarse en privado.
Afortunadamente, la casa de baños estaba vacía tal como
el Godi Asmundr le dijo que estaría. Ein cerró la puerta detrás
de él, dirigiéndose hacia el amplio tonel de madera que solo
utilizaban para bañarse en ocasiones especiales. Ein suponía
que esta lo era.
Tapó el agujero del fondo del tonel con un trozo de piel de
oveja, para permitir que las aguas termales que fluían del
manantial donde se había construido la casa de baños, lo
llenaran. Cuando estuvo lleno, Ein se desnudó y dobló la ropa,
colocándola en el banco cerca de la puerta. Sacó de su túnica los
dos viales que su grandfaðir le había dado y los llevó hacia el
agua.
Llevaba uno en cada mano, mirando a uno y otro, y
pensando qué le había dicho su grandfaðir ¿beber el de oro y
verter el de plata en el agua de baño o beber la plata y verter el
de oro en el agua? No podía recordarlo.
Ein se encogió de hombros y se metió en la bañera, hizo
una mueca de dolor cuando el agua caliente golpeó su cuerpo
desnudo. Sabía que su faðir no le daría nada que le hiciera
daño. Se sentó, abrió un vial, y vertió el contenido en el agua.
Abrió el otro vial y se lo bebió, haciendo muecas cuando el sabor
amargo se deslizó por su garganta, sintiendo que su piel
inmediatamente comenzaba a hormiguear.
Tal vez se había confundido. No tenía ni idea. Estaba
demasiado preocupado por la inminente llegada de Jarl Radulfr
como para preocuparse de los frascos de líquido y el orden en el
que iban. Probablemente debería estar preocupado, pero no lo
estaba, ahora no. Se preocuparía por los viales más tarde.
Agarrando un poco de jabón comenzó a limpiarse a sí
mismo de pies a cabeza. Los rituales de preparación, decían que
la novia y el novio necesitaban ser limpiados de pies a cabeza,
llevándose su antigua vida y preparándose para la nueva.
Ein no lo entendía, pero estaba dispuesto a hacer casi
cualquier cosa con tal de tener agua caliente para sí mismo.
Lavarse en el río cerca de la comuna no era muy divertido, pero
era el único lugar donde podía estar seguro de que podía lavarse
en privado.
Una vez que estuvo limpio, salió del tonel, se secó con un
paño de lino basto y se puso la ropa limpia que había traído con
él. Se alisó la túnica blanca, con la esperanza de que no tuviera
manchas. Cuando no encontró ninguna, Ein metió los bajos de
las perneras de sus pantalones en la parte superior de sus botas
de cuero.
Por último, agarró los dos viales vacíos y los metió de
nuevo en su túnica. Estaban hechos de oro y plata. No sabía si
en el futuro necesitaría alguno de los dos materiales para
comerciar.
Ein sacó el tapón del tonel, asegurándose de que el agua se
drenara y lo limpió rápidamente. No sabía lo que había vertido
en la bañera, pero sabía que estaba destinado sólo a él.
Una vez que la bañera estuvo limpia, Ein agarró su ropa
sucia y salió de la casa de baños, de regreso a su habitación.
Podía oír una oleada de actividad por la puerta justo cuando
llegó al byre y supo que su novio había llegado.
El corazón latía ferozmente en su pecho y sus rodillas
comenzaron a ceder tan pronto como entró en su habitación y
cerró la puerta. Rápidamente se sentó en la plataforma de
madera donde dormía y dejó caer su cabeza entre sus manos.
No podía creer que en tan sólo unos minutos se reuniría
con el hombre con el que estaba destinado a pasar el resto de su
vida. Jarl Radulfr tendría el control total sobre él, sobre todo
teniendo en cuenta que el hombre era el jefe de su clan. Como
Jarl, tenía la decisión final en lo que se refería a los miembros
de su clan dentro de los límites de las leyes, incluso la vida o la
muerte.
Y de repente oyó un duro golpe en la puerta. Ein se
incorporó. No podía dejar de preguntarse si esto significaría su
muerte. Respiró hondo y apretó los puños a los costados,
mientras trataba de armarse de valor.
—Adelante.
Radulfr golpeó impaciente en la puerta de madera que
daba al interior del establo. No sabía qué pensar, cuando había
preguntado por Ein lo habían dirigido a un edificio que
albergaba a los animales de granja. No podía pensar en ninguna
razón para que su novia estuviera en un establo.
—Adelante.
Radulfr frunció el ceño, abrió la puerta y entró. La voz que
oyó sonaba sospechosamente como la de un hombre. Si esto era
así, quería saber por qué un hombre estaba en una habitación
cerrada con su prometida.
Sus ojos fueron atraídos de inmediato a la pequeña figura
sentada sobre una plataforma elevada, situada al otro lado de la
habitación. Estaba hipnotizado por la piel ligeramente pálida
oculta bajo chorros de cabello rubio que eran como la luz del
sol. Le tomó todo su fino control ser honorable y apartar la
mirada de la forma atractiva y mirar el resto de la habitación.
—Estoy buscando a Ein —dijo al no ver a nadie más en la
pequeña habitación.
—Soy Ein.
Los ojos de Radulfr se giraron bruscamente de nuevo hacia
la persona sentada en la plataforma. Echó un vistazo más cerca
confirmando que definitivamente estaba mirando a un hombre,
pero no podía rechazar la agitación que sentía en la ingle ante la
visión que tenía delante. Simplemente no lo entendía.
—¿Tú eres Ein? —El hombre asintió, tragó con tanta fuerza
que Radulfr pudo oírlo desde su posición en la puerta—. ¿El
Sonr de Jarl Dagr?
—Jarl Dagr no es mi faðir, pero soy a quien estás
buscando.
—Estoy buscando a una mujer —espetó Radulfr.
—Siento que fueras engañado, pero como puedes ver —Ein
se puso de pie y extendió las manos a los lados—, no soy una
mujer, y Jarl Dagr lo sabe muy bien.
—Por el martillo de Thor22 —susurró Radulfr—. Me he
prometido a un hombre.
Radulfr no podría ni comenzar a describir la rabia que lo
inundó al instante, pero pudo ver el miedo reflejado en Ein
cuando el hombre dio un paso atrás, mirándolo con recelo.
—Siento que fueras engañado —dijo Ein otra vez—. Estoy
seguro que bajo estas circunstancias puedes presentar una
demanda contra Jarl Dagr ante la asamblea y el hansal será
anulado.
Los ojos de Radulfr se entrecerraron al escuchar las
palabras de Ein. —Viajamos toda la noche para llegar a esta hov.
Nadie podría haber llegado aquí antes que nosotros. ¿Cómo
puedes saber lo del hansal?
En ese momento, su cara palideció aún más, cuando se
encogió de hombros. —Lo acabo de saber.
—Esa respuesta no es suficiente, Ein. —Radulfr cruzó los
brazos sobre su pecho para evitar acercarse hasta el hombre y
darle una buena sacudida—. ¿Todo esto fue arreglado por Dagr
y Fafnir? ¿Participaste tú?
—No, por favor, tienes que creerme. Fafnir y yo podremos
haber tenido la misma madre, pero nunca nos hemos conocido.
Solo sé de Jarl Dagr porque paga los honorarios de adopción a
la hov, mi casa. No quiere que regrese a su tierra y saque a la luz

22
Dios del Trueno, asociado al clima, la justicia, las cosechas, las lidias, los viajes y las batallas.
su vergüenza ante su clan. Te juro que no tengo nada que ver
con nada de esto.
—Y dime, ¿cómo sabías que estábamos comprometidos?
—Alguien se detuvo y me dijo que te esperara.
—¿Quién?
—Sólo un viejo.
—¿Y lo creíste? —resopló Radulfr.
—Tú estás aquí, ¿no?
Radulfr apretó los dientes por la sarcástica respuesta de
Ein. Necesitaba mantener el control de sus emociones, sobre
todo su enojo. Perder el control podía ser peligroso para todos,
incluyéndole a él.
—¿Quién era ese viejo?
Ein apretó los labios y se encogió de hombros. Radulfr
entrecerró los ojos. Estaba claro que no iba a conseguir las
respuestas de Ein. Sólo esperaba que el hombre no siguiera
luchando contra él cuando llegaran a su casa, o las cosas irían
muy mal para los dos. A Radulfr no le gustaba sentirse
frustrado.
Radulfr dio un paso atrás y se apoyó de nuevo en la pared.
Tomó una respiración profunda, cuando se dio cuenta de
repente de que ya había decidido llevarse a casa a Ein, sólo que
no sabía si esa decisión era debida a su propio sentido del honor
o a la forma en la que el hombre se veía.
Tenía que admitir, que el hombre era… Ein era de lejos
uno de los hombres más atractivos que Radulfr hubiera visto
nunca. Su piel tenía la textura de la porcelana, casi parecía
brillar bajo la suave luz de la luna que brillaba a través de la
ventana.
El hombre no era grande, ciertamente no tan grande como
Radulfr. Nunca sería un guerrero. Radulfr no podía decir que
estuviera decepcionado con el hecho. No le gustaba la idea de
que su prometido entrara en batalla. Prefería mucho más volver
a casa y tener a alguien que le diera la bienvenida.
Los ojos ahumados color plata seguían echándole un
vistazo entre los hilos de pelo largo y rubio, casi blanco, algo que
lo cautivaba más que cualquier otra cosa. Los ojos de Ein eran
muy expresivos. Radulfr pensó que podría ser capaz de ver su
alma reflejada en esas profundidades de humo.
—Sé por qué acepté el compromiso de paz —dijo Radulfr
finalmente después de unos momentos de silencio—. ¿Por qué
lo haces tú? Estás en tu derecho si niegas el hansal.
—El anciano me señaló que he pasado casi toda mi vida
aquí, en la hov. Y que sería poco probable que encontrara aquí a
nadie para casarme. Si no, nunca seré capaz de salir al mundo y
experimentar lo que tiene para ofrecer.
Radulfr no estaba seguro de cómo se sentía sobre esa
declaración, más allá del hecho de que le dieron ganas de
gruñir. —¿Y cómo te sientes al ser desposado por mí?
La cara de Ein enrojeció y miró rápidamente hacia el
suelo. —Estoy bien con eso. El anciano me aseguró que eras un
hombre honorable.
—Me encantaría conocer a ese viejo hombre tuyo.
Los plateados ojos brillaron hacia él. —Tal vez algún día.
No sabía quien era ese anciano del que Ein seguía
hablando o cómo es que lo conocía, pero Radulfr tenía la clara
sensación de que algún día lo conocería. Y tenía un montón de
preguntas para el viejo cuando lo hiciera.
—¿Cómo te sientes acerca de este compromiso?
—No lo sé. Nunca pensé en uno antes de hoy.
—Me parece bien, pero entiendes que esto es para toda la
vida, ¿verdad? Hay muy pocas razones para el divorcio en
nuestro mundo, y ninguna que nos concierna a menos que
decidas acostarte con cualquiera.
La cara de Ein enrojeció de nuevo. —No.
—Y como no voy a levantarte la mano, entonces no
tenemos ninguna razón para poner cualquier queja ante la
asamblea. Si aceptas este hansal, y me aseguraré de tener tu
aceptación antes de consumarlo, entonces no nos separaremos,
salvo en la muerte.
—Entiendo.
—¿Estás de acuerdo con el hansal y todo lo que implica? —
Radulfr contuvo la respiración esperando la respuesta de Ein.
Apenas si notaba el tiempo, el aire quemándolo por dentro.
—¿Puedo hacerte una pregunta primero?
—Sí.
—Sé que esto es un compromiso de paz. A pesar de que
nunca lo he conocido, ni deseo hacerlo, entiendo que Fafnir
mató a varios miembros de tu clan. ¿Cómo me van a aceptar
después de lo que mi medio hermano hizo?
—Harán lo que yo les pida. —Ein arqueó su rubia ceja
rubia, eso casi divirtió a Radulfr, como si el hombre le llamara la
atención—. Muchas personas han perdido la vida, eso es cierto.
Y tu medio hermano es el responsable, pero al final, creo que
verán en este hansal un beneficio para nuestro pueblo. Jarl
Dagr ha accedido a pagar el doble del weregild del sonr de un
jarl, por tu compromiso, además del mundr y el morgengifu.
—¿Eso es cierto? —Los ojos de Ein se abrieron como platos
cuando Radulfr asintió—. Ni siquiera sabía que tenía tanto
dinero. Todos estos inviernos, cuando traía la cuota para mi
crianza, se quejaba al Godi Asmundr que no tenía dinero para
pagar mi manutención.
—El precio del novio no vendrá de Jarl Dagr, sino de su
sonr, Fafnir. Es el que planeó el ataque y llevó a sus guerreros
en contra nuestra. Es su deuda, el tendrá que pagarla.
—Y yo, al parecer.
—Puedes rechazarme. No te sacaré de este lugar si no
quieres. —Radulfr tendría un prometido dispuesto, hombre o
mujer, o no tendría ninguno. Afrontaba mucha discordia por
proteger a su pueblo. No la necesitaba también en su
habitación.
—Te he dicho que estoy de acuerdo con el hansal, y lo
mantengo.
—¿Así que dejarás este lugar?
—Mi opinión es que este será un buen partido para los dos.
Has demostrado tu honor en el tiempo que has estado en esta
sala. Podrías haberte dado la vuelta y alejarte en el momento en
el que viste que era un hombre, pero no lo hiciste. Creo que eso
es un buen augurio para nosotros.
—Te das cuenta que no será fácil ser mi pareja, ¿no? —
Aunque podía ver el fondo de lo que querían decir las palabras
de Ein, Radulfr sentía la necesidad de advertirlo—. Soy el jarl.
Como mi prometido, serás el griomenn23, el hombre de la casa,
por lo que te harás cargo de la misma. Los habrá que no verán
con buenos ojos esta elección.
—Entiendo que tengo un papel de menor importancia,
pero seguramente nadie podría esperar que yo hiciera algo más.
Tú eres el más fuerte de los dos. Tu lugar es claramente el del

23
El hombre o amo de casa. Normalmente un papel asignado a las mujeres, pero que en este caso y por
razones obvias se le da a Ein.
husbondi24. No cometerán el error de confundirme con el dueño
de la casa.
Radulfr se rio entre dientes. Podía ver el punto de Ein.
Nadie lo vería como el dueño de la casa. Tal cual era, Ein no
tenía ni un hueso intimidante en su cuerpo. Radulfr ni siquiera
estaba seguro de que el hombre pudiera llevar una casa. Nadie
le haría caso a menos que se subiera sobre una mesa y saltara
arriba y abajo.
—También te das cuenta que para que el hansal se
complete, es necesario el intercambio de anillos y la
consumación de la noche de bodas siendo observados por
testigos.
La cara de Ein ardió nuevamente, pero luego palideció
súbitamente. —¿La gente va a vernos?
—Es costumbre, Ein, que la noche de bodas sea observada
por testigos para que nadie pueda decir que no se consumó. Los
seis hombres que fueron testigos del hansal con Jarl Dagr serán
los testigos de esta noche. Viajaron conmigo.
—Pero... —Ein retorció sus manos—. ¿Alguna vez has
hecho algo como esto?
—¿Consumar un compromiso? —preguntó Radulfr—. No.
Sin embargo, he sido testigo de unos cuantos.
—No, quiero decir... Ya sabes... —Ein agitó su mano entre
los dos—. ¿Alguna vez...?
—¿He estado con un hombre?
La cara de Ein se puso roja como la remolacha, asintió y
miró al suelo otra vez.

24
Dueño de la casa. El marido, quién está por encima de la esposa. Evidentemente Ein le está otorgando
el papel masculino y dominante en la relación.
—He estado con un hombre una o dos veces. No es muy
diferente a estar con una mujer, excepto que el equipo es un
poco diferente.
—Yo no he estado con ninguno. No lo sé.
—Voy a cambiar eso antes de que salga el sol por la
mañana.
Radulfr no podía entender ese fuerte sentimiento de
posesión que sintió de pronto al enterarse del estado virginal de
Ein.
Saber que sería el único que alguna vez estuviera con el
hombre, le dieron ganas de aullar a la luna.
De repente se sintió necesitado y dolorido y en el borde de
su control. Radulfr se movió, cruzando la habitación y agarró los
brazos de Ein, tirando del hombre y apretándolo contra su
cuerpo. Arqueó una ceja al inhalar el suave aliento que venía de
Ein.
—¿Sabes cómo se hace esto, no?
—Más o menos.
—Como esto.
Radulfr enroscó una mano alrededor de la nuca de Ein y la
otra alrededor de su cintura, acercó al hombre aún más cuando
se inclinó y reclamó sus labios. El pequeño temblor del cuerpo
de Ein cuando sus lenguas se encontraron, fue una grata
sorpresa. Parecía que su prometido no era inmune a él.
Radulfr lamió los labios de Ein, acariciándolos con su
lengua antes de cavar dentro para saborear el dulce gusto que
era únicamente de Ein. El hombre sabía maravillosamente,
como el dulce vino de miel. El gemido de Radulfr fue bajo, su
cabeza casi giraba como si se hubiera bebido el vino.
Cuando el aire se convirtió en una necesidad y Ein
comenzó a hundirse en su contra, Radulfr a regañadientes
levantó la cabeza y miró a los aturdidos ojos de plata que le
devolvían la mirada. —Y esa, mi pequeño kisa25, es la forma en
la que se hace.
La boca de Ein se abrió y se cerró varias veces como un
pez. Finalmente, apretó los labios por un momento antes de
humedecérselos. —De acuerdo.
Radulfr se rio y llevó a Ein hacia la puerta. —Tengo que
presentarte a mis hombres, Vidarr y Haakon, así como a los
demás testigos que me han acompañado. Cuanto más pronto se
haga esto, más pronto podremos volver a casa. El tiempo
empeorará pronto, y tenemos que irnos antes de que ocurra.
—Háblame de tu casa —dijo Ein—. ¿Cómo es?
—Te puedo decir que hace mucho más frío que aquí. —
Radulfr se rio entre dientes al recordar a Haakon quejarse de lo
cálida que era la región del sur cuando llegaron a la zona. —
Espero que estés preparado para un montón de frías noches
invernales, porque tenemos más de ellas que cualquier otra
cosa.
—¿De qué frío estamos hablando?
Radulfr hizo un gesto a la delgada túnica de algodón y a los
pantalones que vestía Ein. —Estas son buenas para el interior
de la casa comunal o tal vez como ropa de verano, pero nunca
sería suficiente durante la temporada de invierno. Te
congelarías hasta la muerte antes de llegar a cincuenta metros
de la puerta.
—¿Cuánto dura la temporada de invierno?

25
Gatito.
—De principio a fin, unos nueve meses, pero comprende
los meses anteriores al verano y los que empieza a refrescar
antes del invierno. Los meses centrales son los más duros.
Solemos tener nieve casi hasta el dintel de la puerta.
—¿Nieve? —El rostro de Ein se iluminó—. ¿Nevadas de
verdad?
Radulfr frunció el ceño y ladeó ligeramente la cabeza. —
¿Las hay de algún otro tipo?
—Nunca he visto auténticas grandes nevadas. Tenemos
mucha lluvia por aquí e incluso algunas heladas nevadas, pero
nunca hemos tenido una gran nevada.
—Ah, entonces sí, son sin duda auténticas nevadas —se rio
Radulfr al pensar en los largos inviernos en casa—. Y muchas.
Durante el invierno pasamos la mayor parte del tiempo dentro
de casa, por lo general preparando las cosas para el comercio de
la primera primavera.
—¿Qué sobre la crianza de los cultivos? ¿Podéis hacer eso
con un clima así de frío?
—Sí, realmente tenemos cosechas y ganado.
—¿Qué tipo de cultivos?
Radulfr arqueó una ceja cuando Ein empezó a rebotar a su
lado. El hombre estaba prácticamente repleto de emoción. —
Plantamos diferentes tipos de cultivos en función de la rotación
del campo y la época del año, desde cebada a verduras y frutas.
¿Por qué?
—Me encanta trabajar en los huertos. ¿Me permitirías
hacer eso?
—¿Trabajar en el campo? —Radulfr no podía pensar en un
trabajo que odiara más, pero si a Ein le gustaba... — Sí, supongo
que estaría bien.
—Estoy realmente a gusto con eso. —Ein parecía
especialmente orgulloso de ese hecho, y Radulfr no pudo evitar
sonreír ante la emoción que veía irradiar de la cara de Ein.
—¿Qué tal con animales de granja?
—Lo hago bien. Quiero decir, me gustan y todo, pero yo
soy mejor en los huertos.
—Los huertos entonces.
Ein parecía contento con esa afirmación, y Radulfr no
podía dejar de sentirse satisfecho con la reacción del hombre.
No tenía mucha experiencia en las relaciones, pero tal vez no
sería tan difícil. Ein parecía que se contentaba fácilmente.
Radulfr tiró de Ein y lo detuvo al llegar a la puerta del
Langhus de la hov. —¿Estás seguro de que estás bien con esto?
¿Salir de tu casa y todo eso? —Deseó no haber dicho nada
cuando la feliz sonrisa desapareció de los labios de Ein.
—Voy a extrañar este lugar y sobre todo al Godi Asmundr.
Son todo lo que he conocido. Pero supongo que cada uno tiene
que seguir adelante en algún momento.
—No sé cuando podremos volver a visitarlo, pero te
prometo que lo haremos.
La sonrisa comenzó a aparecer en las esquinas de los
labios de Ein hasta que regresó. —Realmente me gustaría.
Radulfr sonrió, tratando de tranquilizarle, se volvió
entonces y lo condujo al Langhus. Pudo sentir varios juegos de
ojos entornados sobre Ein y él en el momento en el que
entraron. Apretó el brazo de Ein mientras buscaba a Vidarr y
Haakon.
Estaban de pie junto al fuego en el centro de la habitación,
se dirigió en esa dirección. Podía ver la sorpresa en los rostros
de sus amigos mientras se acercaba y no podía dejar de
preguntarse cómo reaccionarían cuando descubrieran que el
sexi y pequeño hombre que sostenía era su prometido.
—Vidarr, Haakon —dijo Radulfr una vez que se detuvo
frente a los dos hombres—. Me gustaría que conocierais a Ein,
mi prometido.
—Pero... —Haakon parecía totalmente confundido
mientras miraba de uno a otro—. Es un hombre.
—Soy plenamente consciente de ello. —Era difícil no darse
cuenta. Ein podría tener una belleza etérea, pero aún así se veía
como un hombre, aunque no como un guerrero—. Eso no
cambia el hecho de que es de hecho mi prometido.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Haakon—. Las cosas ya
iban a ser muy duras para ti al llevar a una mujer a tu casa,
¿pero un hombre? ¿Crees que el clan, incluso lo aceptará?
—¿Tienen otra opción? —respondió Radulfr—. No
recuerdo haber tenido que obtener su permiso para casarme o
su aprobación de con quien me caso.
—No, pero... —Haakon levantó la mano y se frotó la nuca
mientras miraba a Ein—. No sé cómo se van a tomar esto, a él.
—Sabes tan bien como yo lo que sucederá si rompo el
hansal. Nuestro clan y todos sus miembros serán rechazados,
como si una geas26 hubiera sido lanzada sobre nosotros.
—¿Y no crees que llevar a un hombre a tu casa como tu
prometido traerá una maldición sobre todos nosotros de todos
modos? —Haakon señaló con su mano a Ein—. Es un hombre,
Radulfr. Tu prometido es un hombre.
—Te mantienes diciendo eso, como si esperaras que
cambiara de pronto. —dijo Radulfr.

26
Maldición.
—¡Radulfr!
—¿Por qué me odias tanto? —susurró a su lado Ein—. Te
he ofendido de alguna manera. No te conozco.
—Mira, no te odio, Ein —dijo Haakon. Dejando caer sus
manos de la cintura y soltando un profundo suspiro—. Estoy
preocupado por lo que pueda hacerle a nuestro clan llevarte a
casa. Ya hay bastante dolor y pena, debido a tu hermano.
—Medio hermano, y nunca he conocido a Fafnir.
—Está bien, tu medio hermano, pero eso no cambia el
hecho de que va a ser un trastorno si Radulfr te lleva a casa.
—No sé cómo aliviar tu preocupación. No pienso causar
problemas ni tengo animosidad hacia ti o tu clan. Sólo puedo
prometerte seguir los dictados del hansal y esperar ser
aceptado.
—¿Y crees que eso va a arreglar las cosas? —pregunto
Haakon—. La gente no va a querer tener nada que ver contigo.
Infiernos, dudo siquiera que quieran hablarte.
—¿Preferirías que no hablara contigo? —preguntó Ein.
Radulfr sentía temblar la mano que tenía debajo de su brazo,
pero el hombre lo escondía muy bien—. Estoy seguro de que
cualquier maldición que nos lancen los dioses porque soy un
hombre no te afectará si no tenemos una relación estrecha.
Haakon parecía como si su cabeza fuera a explotar. Su
rostro se volvió de un rojo abigarrado, sus labios apretados con
firmeza. Radulfr habría interferido y defendido a Ein, pero
parecía estar haciendo un trabajo muy, muy bueno él solo.
Además, sabía que Haakon en realidad no tenía ningún
problema con el hecho de que Ein fuera un hombre. Haakon
también había estado con unos pocos en su tiempo. Solo estaba
preocupado por su clan y cual sería su reacción a la llegada de
Ein.
—Ein, no he querido decir que tú mismo seas una
maldición. Solo... Me preocupo, y si supieras algo sobre lo que
está pasando, entenderías por qué lo hago.
—Se me ha explicado lo que hizo Fafnir. Entiendo tu
preocupación. Tengo las mismas preocupaciones, pero no
puedo cambiar lo que soy o cómo se produjo el hansal. Sólo
puedo aceptarlo y esperar a cumplir el acuerdo como se dijo.
Haakon levantó las manos en el aire. —Bueno, ve, se feliz.
Aparentemente no hay nada que pueda decir para hacerte
entrar en razón.
—¿Todavía deseas que no hable contigo?
—No, que hables conmigo me parece bien. Me imagino que
vamos a pasar mucho tiempo hablando en el futuro. —Haakon
se rio e hizo un gesto a Radulfr—. No es un hombre fácil de
conocer. Estoy seguro de que vas a necesitar mi ayuda para
mantenerlo bajo control.
—Te agradecería la ayuda.
Radulfr no sabía qué hacer con la sonrisa traviesa de Ein o
el pacto algo extraño que parecía que se había formado entre
Haakon y él ante sus ojos. No podía pensar en dos hombres que
fueran más opuestos que Haakon y Ein, a menos que lanzara a
Vidarr en la mezcla.
Vidarr no tenía un solo hueso delicado en su cuerpo.
Radulfr era fuerte, pero Vidarr lo era aun más. La única razón
por la que no había sido el jarl fue simplemente porque no
quería el puesto. Si lo hiciera y desafiara el liderazgo, Radulfr no
sabía cual de los dos ganaría. Tampoco quería saberlo.
—Todas las presentaciones se han hecho —dijo Radulfr,
tirando de Ein a su lado—. Todavía tenemos que completar los
rituales requeridos del hansal antes de que podamos irnos a
casa.
Vidarr se rio entre dientes. —¿Quieres decir que todavía
tienes que reclamar a tu prometido?
Radulfr sonrió. —Eso es.
Ein se sentía tan ansioso que su estómago estaba trenzado
en nudos. Se sentó acurrucado bajo una pila de pieles en su
plataforma en el establo esperando a que Radulfr se le uniese.
Era él quien estaría abajo con el culo al aire. Nada lo ponía más
nervios que eso.
Podía oír a la gente hablando y riendo delante de su puerta
y sabía que vendrían en cualquier momento. Sólo quería tener
un poco más de tiempo para conocer a Radulfr o al menos
hablar con él antes del gran show.
Pensar en que entrarían en la sala en un momento no sólo
Radulfr, sino otros seis hombres que lo verían tener relaciones
sexuales, hizo que agarrase las pieles en sus manos con tanta
fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
Estaba lo suficientemente asustado sobre su actuación
durante las relaciones sexuales con Radulfr teniendo en cuenta
que nunca había tenido sexo antes. Si añadía a los testigos, Ein
no estaba seguro de ser capaz de hacer cualquier cosa acostado
ahí. Estaba aterrorizado.
Cuando la puerta se abrió y entró Radulfr, Ein se deslizó
más cerca de la cabecera de la plataforma y tragó saliva. De
repente tuvo dificultad para respirar, como si no hubiera
bastante aire en la sala para inhalarlo.
—¿Cómo estás, Ein? —preguntó Radulfr suavemente como
si sus palabras fueran sólo para él y no para los hombres de pie
fuera—. ¿Estás listo para esto?
Ein comenzó a sacudir la cabeza hasta que se dio cuenta de
lo que estaba haciendo. Tragó de nuevo. —Creo que sí.
Radulfr sonrió mientras caminaba por la habitación para
sentarse a un lado de la plataforma al lado de Ein. Se agachó y
acarició suavemente la pierna del hombre. Éste lo vio venir,
pero el toque de la mano de Radulfr en su cuerpo, incluso a
través de las pieles, era suficiente para hacerlo saltar. —Todo irá
bien, Ein, te lo prometo. Esto es sencillo.
—No estoy seguro de si eso es bueno o no —se rio Ein
nerviosamente.
—Quería unos minutos contigo antes de que los demás
llegaran para asegurarme de que estabas preparado para lo que
está a punto de suceder. —Ein no saltó esta vez cuando le dio
unas palmaditas en su pierna y pensó que tal vez no estaba tan
nervioso ahora que Radulfr estaba aquí—. ¿Tienes alguna
pregunta sobre lo que va a pasar?
—¿Realmente tienen que vernos? —Esa era la parte que lo
ponía más nervioso—. No estoy seguro de poder fingir que no
están en la habitación.
—Deja que yo me preocupe por eso. No tengo ninguna
duda de que seré capaz de mantenerte plenamente distraído.
Ein se moría de curiosidad por saber lo que quería decir
Radulfr. Sabía lo básico de las relaciones sexuales. Había visto
suficientes animales de granja copular para saber lo que se
hacía. Pero lo que no sabía es cómo se hacían las cosas entre dos
personas exactamente.
—¿Es doloroso?
—Puede ser, pero trataré de asegurarme de que no haya
demasiado dolor. Cuanto más estemos juntos, menos dolerá.
—¿Esta cosa de los testigos, tienen que ver realmente
cómo nosotros lo hacemos o sólo tienen que estar en la sala?
Quiero decir, ¿nos podemos cubrir con una piel o algo así?
—Desafortunadamente, no. Los testigos deben ver que te
reclamo para que los requisitos del hansal sean completados. Si
nos escondemos bajo las pieles, más adelante podríamos decir
que es falso y que nada sucedió realmente, lo que anularía el
hansal. Los testigos no serían capaces de confirmar lo contrario.
—Así que... —Ein sintió que su cara se quedaba pálida—.
¿En realidad tienen que verlo?
—Sí —se rio entre dientes Radulfr—. Sí, Ein, tienen que ver
realmente como follo tu culo.
Ein sintió que su cara pasó de fría y húmeda a un calor
abrasador en una fracción de segundo. Se agarró a las pieles con
sus manos más tensas y tiró de ellas hasta el cuello.
Distraídamente se dio cuenta de que le temblaban y trató de
esconderlas bajo las pieles.
—Ein. —La voz de Radulfr era suave como un susurro,
cuando le agarró las manos—. Te prometo que no será tan malo
como piensas. Además, no notarás que están en la habitación. —
Se rio Radulfr de repente—. Bueno, al menos espero tenerte
demasiado distraído como para que te des cuenta.
—Co… ¿Cómo lo haremos?
—¿Quieres decir que cómo tienen sexo dos hombres?
Ein se encogió de hombros, demasiado avergonzado como
para poner voz a lo que estaba preguntando.
—¿No lo sabes?
—No exactamente.
El pánico de Ein empezó a aparecer cuando Radulfr tomó
las pieles que cubrían su desnudo cuerpo y lentamente comenzó
a tirar de ellas. —¿Qué estás haciendo?
La sonrisa divertida de éste puso a Ein nervioso. —Creo
que será mejor que te lo muestre en vez de contártelo.
—¿Enseñármelo? —Se golpeó la boca con su mano cuando
su voz empezó a chillar. Se sentía como un idiota, sobre todo
cuando Radulfr tiró de las pieles más y lo expuso, un bajo
gruñido salió del hombre.
La piel cayó alrededor de sus pies, Ein vio con absorta
anticipación como Radulfr se trasladó y se arrodilló en la cama
de la plataforma, arrastrándose lentamente hasta cubrirlo con
su cuerpo más grande. Ein sintió el aire salir de sus pulmones
cuando Radulfr se tendió sobre él, pero no era capaz de hacerse
para atrás.
—Radulfr —jadeó cuando el hombre sólo lo miraba. Éste
no hacía ningún movimiento que no fuera presionar sus cuerpos
juntos. No lo tocaba, acariciaba ni lo besaba. Se quedó
mirándolo, hasta que la ansiedad de Ein comenzó a crecer—.
¿Qué pasa?
—¿Tienes alguna idea de lo realmente hermoso que eres?
—¿Yo? —Estaba chillando de nuevo.
—Sí, tú —se rio Radulfr—. Sé que se supone que los
hombres deben ser varoniles para parecer atractivos, pero tú
eres más hermoso que la mayoría de las mujeres que conozco.
Ein frunció el ceño, no estaba seguro de cómo responder a
eso. —Lo siento.
—Yo no. Creo que disfrutaré mirándote durante los
próximos sesenta años.
—¿Sólo sesenta?
—Bueno... —Radulfr finalmente se movió, su mano
acarició un lado de la cara de Ein—. Espero que más, pero
vivimos en tiempos peligrosos. No se sabe lo que nos puede
ocurrir a cualquiera de nosotros. Si tenemos suerte, estaremos
muchos años juntos.
—Lo prefiero.
Radulfr sonrió. —Yo también.
El aliento de Ein se quedó atrapado en su garganta cuando
Radulfr se inclinó y lo besó. Esto era el segundo beso que había
recibido en su vida, y fue tan estremecedor como el primero. A
Ein le pareció particularmente interesante que ambos hubieran
pasado en el mismo día y vinieran del mismo hombre. Eso tenía
que significar algo.
¿No?
Los labios de Radulfr presionados contra él eran una
sensación maravillosa. Si el hormigueo que sentía en la boca del
estómago era una indicación de lo que el sexo con el hombre
sería, Ein sólo esperaba que lo hicieran a menudo.
Radulfr mantuvo una mano curvada alrededor de la cara
de Ein, pero antes de que se diera cuenta, la otra se movía por
su cuerpo. Ein no sabía si tenían que molestarle las sensaciones
que arrasaban su cuerpo o abrazarlas. Sabía que el toque
recorriendo su piel la dejaba dolorida a su paso.
Cuando los labios de Radulfr comenzaron a alejarse de su
boca y a lo largo del borde de la línea de la mandíbula, Ein
arqueó su cabeza hacia atrás para dar al hombre un mejor
acceso. Trató de tragar, pero los dientes de Radulfr estaban
suavemente prendidos en su suave nuez de Adán, dejando un
pequeño dolor en su lugar cuando se iba.
El cuerpo entero de Ein se estremeció cuando la lengua de
Radulfr trazó la concha blanda de su oreja, pasando por la
punta afilada y luego hacia abajo por el pequeño lóbulo. Ein
gimió, la sensación de aire caliente cuando el hombre soplaba a
lo largo de su oreja era casi más de lo que podía soportar.
—¿Sabes que tus orejas son puntiagudas, Ein? —susurró
Radulfr.
Ein asintió. —Sí… Siempre han sido así.
—Es muy lindo.
«¿Lindo?»
Ein parpadeó, frunciendo el ceño al oír las palabras. No le
importaba ser llamado bello, ¿pero lindo? Empezó a abrir la
boca para protestar, sólo para que la lengua de Radulfr llenara
su boca cuando el hombre lo besó otra vez. Se olvidó de su
objeción casi de inmediato, correspondiendo al beso.
Radulfr se alejó del beso de repente y se movió hacia abajo
para envolver sus labios alrededor del pezón de Ein, que gritó y
se arqueó en el aire, nunca había sentido una sensación tan
intensa antes en su vida. Ni siquiera el beso se podía comparar
con el éxtasis que sintió ante el toque de la boca del hombre en
su cuerpo.
Ein agarró un puñado del pelo de Radulfr, para retenerlo.
No quería que el placer que se disparaba a través de su cuerpo
acabara. Y no creía que pudiera ser mejor hasta que sintió los
dedos deslizarse entre las mejillas de su trasero.
Se congeló, conteniendo la respiración cuando un dedo
aceitado se empujó lentamente en él, invadiéndolo por primera
vez. La sensación no era desagradable, pero no fue tan
alucinante como la que sintió cuando el hombre le dio un beso.
Miró hacia abajo para encontrarse a Radulfr mirándolo
atentamente a pesar de que sus labios continuaban explorando
su desnudo cuerpo. Cuando un segundo dedo lo penetró, Ein
inhaló profundamente por la quemazón de dolor que sintió con
la intrusión. Todavía no era estremecedor. Prefería besar a
Radulfr.
—Respira, kisa.
«Respirar. Sí, claro.»
Ein asintió rápidamente. Trató de tomar una respiración
profunda, pero en cuanto lo hizo, Radulfr introdujo un tercer
dedo en él. Gritó. Sus piernas se abrieron aún más tratando de
obtener más de los dedos en su estrecha entrada. Había sentido
algo, una chispa de placer que voló a otra sensación que jamás
había sentido, y quería sentirlo de nuevo.
—¿Qu… qué fue eso?
—Eso es lo que hace esto tan maravilloso, kisa.
No tenía idea de lo que Radulfr estaba hablando, pero
sabía que le gustaba cuando el hombre empezó a mover sus
dedos alrededor, empujándolos dentro y fuera de su culo. Ein
comenzó a moverse con éste, empujándose hacia atrás.
—Radulfr —se lamentó.
—Pronto, kisa.
Asintió, aunque no estaba seguro de lo que estaba
aceptando. Sólo sabía que no quería parar. Cuando Radulfr se
trasladó, se arrodilló entre sus piernas y se acostó sobre su
estómago, Ein quería protestar. Le gustaba lo que el hombre
había estado haciendo.
Entonces sintió algo presionando contra su culo de nuevo,
algo caliente y duro, pero suave y sedoso al mismo tiempo. Las
manos de Radulfr agarraron las caderas de Ein llenándolo poco
a poco. Su respiración iba y venía con rápidos y pequeños
jadeos.
—Ah, dulce infierno, Ein, te sientes tan bien —se quejó
Radulfr en el oído de éste cuando se inclinó sobre él.
Ein arqueó su espalda, presionándose hacia arriba en el
gran cuerpo que lo cubría. Radulfr se sentía tan bien, si no
mejor. Nunca había sentido nada igual en su vida. La sensación
de la polla llenando su culo era mucho mejor que los besos, a
pesar de que éstos también eran buenos.
Y luego Radulfr comenzó a moverse, y cada pensamiento
inteligente que había en su mente se desvaneció. Ein plantó sus
manos y talones en las pieles impulsándose hacia abajo cuando
Radulfr se impulsaba hacia delante. No era capaz de obtener lo
suficiente del hombre.
Las sensaciones que lo recorrían hacían que su piel picara.
Ein incluso sentía los pelos de su nuca de punta. Parecía que
había un punto dentro de él contra el cual Radulfr amartillaba
frotándolo siempre que se empujaba hacia delante. Eso le hizo
gritar.
Estaba a punto de abrir la boca para pedir más. Y lo
hubiera hecho si no hubiera sentido una mano que se abrigaba
alrededor de su polla, y nada salió de su boca, excepto el aire de
sus pulmones. Apenas podía respirar después de eso,
simplemente sentía.
Radulfr continuó con más fuerza, golpeando tanto en Ein
que la plataforma crujía. A éste no le importaba. Cada
movimiento, cada embestida del cuerpo de Radulfr contra, y, en
él, era una sensación maravillosa. No quería que terminara
nunca.
Pero entonces las sensaciones que se habían construido en
su cuerpo de repente se fueron a su ingle, a la mano envuelta
alrededor de su pene acariciándolo y a la polla golpeando su
culo. Ein gritó cuando su mundo explotó en un millón de
estrellas brillantes. Su visión se volvió borrosa, enturbiando el
resplandor.
Un rugido silencioso vino sobre Ein, advirtiéndole una
fracción de segundo antes que la caliente liberación de Radulfr
estaba llenando su culo. Dejó caer la cabeza hacia abajo en las
pieles y cerró los ojos, respirando con dificultad mientras
disfrutaba su orgasmo.
Apenas registró a Radulfr retirándose y cubriéndolos a
ambos con las pieles en la plataforma. Uno fuertes brazos lo
envolvieron y lo empujaron sobre su costado. Se sentía
demasiado derretido para reconocer nada.
—¿Eso es suficiente?
«¿Pero…?»
Ein frunció el ceño, las palabras de Radulfr estaban
rompiendo la burbuja de euforia en la que flotaba. Abrió los
ojos, inhalando rápidamente cuando vio a varios hombres de
pie alrededor de la habitación mirando. Ein gimió, cerrando
rápidamente los ojos de nuevo antes de enterrar su cara en las
pieles.
Había estado tan envuelto en las sensaciones que
corrieron a través de su cuerpo, que no se había dado cuenta
siquiera de que los testigos habían entrado en la habitación.
Estaba tan avergonzado. Dudaba de que fuera capaz de mirar a
cualquiera de estos hombres a la cara nunca más.
—Si están convencidos de que los requisitos del hansal se
han cumplido, me gustaría un tiempo a solas con mi esposo.
Ein estaría eternamente agradecido por las palabras de su
marido cuando escuchó a los hombres salir de la habitación,
cerrando la puerta silenciosamente detrás de ellos. Una vez que
la puerta estuvo cerrada, Ein notó a Radulfr acurrucarse detrás
de él, dejando caer el brazo sobre su cintura.
—¿Estás bien?
Ein abrió los ojos y volvió la cabeza para mirar hacia atrás,
asintiendo a pesar de que podía sentir su cara colorada. —Estoy
bien.
—¿Te he hecho daño?
—No. —Ein podía sentir el calor de su cara aún más
mientras se alejaba, mirando hacia adelante. No podía decir que
las sensaciones que había sentido eran exactamente dolorosas,
alucinantes y emocionantes, tal vez, pero no dolorosas. —Estoy
bien, lo prometo.
—¿Me lo dirás si no lo estás?
—Sí.
—¿Te distraje lo suficiente?
Ein giró los ojos cuando escuchó la diversión en la voz de
Radulfr. —¿Buscando un cumplido?
—No, no realmente. —Se rio Radulfr—. Realmente sólo
quería asegurarme de que disfrutaste.
—Sabes que lo hice.
—¿Quieres ver si te gusta una segunda vez?
—¿Podemos? —Ein se volvió para mirar por encima del
hombro a Radulfr.
—Hemos cumplido con los requisitos del hansal. Podemos
hacer lo que queramos.
—Pero nosotros no tenemos… —protestó Ein—. ¿No se
intercambian anillos?
—Eso se puede solucionar fácilmente, kisa.
Ein frunció el ceño cuando Radulfr dio la vuelta y alcanzó
algo en el suelo. Fue más confuso cuando éste puso los
pantalones en la cama. —Me preguntaba donde estaban. No
sentí que te los quitabas.
Radulfr se rio entre dientes. —Eso es bueno. Significa que
te divertías.
—Aparentemente lo suficiente para no notar a otros seis
hombres en la sala —dijo Ein, dejándose caer sobre las
almohadas. Se rio cuando una pluma de pato salvaje que se
había escapado de la almohada flotó lentamente hacia abajo.
—Eso es lo que quería. Aunque los testigos era una
necesidad, quería que tuvieras un buen recuerdo de nuestra
primera vez juntos. Podía ver lo nervioso que estabas.
Ein asintió. Había estado nervioso.
—Aquí.
Ein miró hacia abajo para ver a Radulfr sostener algo.
Ofreció su mano, colocándose sobre su codo cuando Radulfr
dejó caer un anillo de plata en la palma de su mano. —¿De
dónde sacaste esto?
—Los he traído conmigo.
—¿Ellos? —Ein apartó la mirada del anillo en su mano
para ver a Radulfr sostener uno exactamente igual entre sus
dedos.
—Mi faðir me dijo que los hiciera el día en el que cumplí
mi mayoría de edad. Me dijo que un día iba a encontrar a mi
prometida y que necesitaría un símbolo de mi compromiso. —
Radulfr se encogió de hombros—. Estoy bastante seguro de que
estaba hablando de una mujer, pero creo que tal vez yo
imaginaba algo más.
—¿Por qué dices eso?
—Bueno, el anillo que tú tienes se ajusta a mi dedo
perfectamente. Lo sé porque me lo he probado un par de veces.
—Radulfr asintió hacia el anillo en su mano—. Este anillo es su
gemelo, hecho en el mismo momento. Cuando lo recuperé del
joyero artesano, estaba molesto porque no era el anillo elegante
y delicado que me había imaginado para el dedo de mi novia.
Era más grande.
Ein miró más de cerca en el anillo, entrecerrando los ojos.
—¿Es más grande?
—Quería golpear al joyero en el suelo por echar a perder el
anillo que le daría a mi novia, pero mi faðir me dijo que no
podía. Dijo que se hizo de ese tamaño por una razón, que los
Dioses sabían lo que estaban haciendo y que tenía simplemente
que aceptarlo, que se ajustaría al dedo de la prometida que ellos
eligieran para mí. —Radulfr extendió la mano y agarró la mano
libre de Ein, deslizando el anillo en el dedo—. Mira, un ajuste
perfecto.

Ein se cubrió la boca mientras trataba de sofocar otro


bostezo. Radulfr dijo que necesitaban levantarse temprano para
regresar de nuevo a su casa, pero no tenía idea de que temprano
quería decir antes de que saliera el sol. Infiernos, el sol ni
siquiera estaba pensando en salir todavía. Eso no ocurriría
hasta dentro de unas horas.
Dudaba de que hubiera tenido más de un par de horas de
sueño después de que Radulfr le hiciera el amor una vez más
antes de cerrar los ojos. Ver su anillo adornando el dedo de Ein,
pareció darle un entusiasmo añadido. Ein se sentía un poco
dolorido por los golpes que había recibido, pero no lo habría
cambiado por nada del mundo.
Radulfr parecía saber exactamente qué hacer y dónde
tocarlo para hacerlo perder la cabeza. La segunda vez que
follaron, Ein se había corrido dos veces. Estaba interesado en
ver lo que sucedería la tercera vez. Sólo le quedaba desmayarse.
—¿Cómo estás, Ein?
Miró a Radulfr y sonrió. Habían estado viajando durante
un tiempo. Tan cansado como estaba, Ein también se sentía
emocionado. Estaba viendo una tierra que nunca había visto
antes. —Estoy bien.
—Vamos a viajar durante unas horas más antes de
acampar junto al río justo en la base de la montaña antes de la
puesta del sol.
Ein siguió la dirección señalada por Radulfr y de repente
se sintió más entusiasmado con su viaje. —¿Es eso nieve?
—Sí.
—¿Dónde está tu casa desde aquí?
—Nuestra casa, Ein.
Rio entre dientes. —Bueno, ¿dónde está nuestra casa
desde aquí?
—Lo creas o no, al otro lado de esas montañas.
—¿Tenemos que pasar por la nieve?
—Vamos a ver algo, sí, pero no vamos a ir a lo largo de la
cordillera. Hay un paso en un pequeño valle al otro lado del río.
Vamos a pasar por ahí, hasta llegar al otro lado de las montañas,
a continuación, sólo son unos pocos días antes de llegar a
nuestra casa.
Ein apenas podía distinguir los árboles verdes en los
laterales de la montaña. Tenían que estar a kilómetros de
distancia. No podía ni siquiera imaginarse hasta qué punto de
lejos se encontraba la casa de Radulfr de donde estaban.
—¿Cuánto tiempo hasta que las nieven lleguen a casa?
—Tenemos por lo menos un mes antes de que la nieve
comience a caer. Después de eso, depende de los Dioses.
Ein no podía esperar. Había oído hablar de las nieves del
norte. Incluso las había visto en la distancia, pero nunca las
había sufrido. Después de haber vivido toda su vida en la hov,
Ein había experimentado una amplia gama de climas, desde la
lluvia helada a veranos abrasadoramente calurosos. Las fuertes
nevadas serían una experiencia nueva.
—Deberíamos llegar a casa en una semana, dependiendo
del clima y excluyendo cualquier problema.
—¿Una semana?
Sabía que una vez llegaran a su destino, Radulfr se pasaría
el tiempo con el clan y no tendrían mucho para estar juntos. Ein
estaba emocionado por ver su nuevo hogar, pero también quería
un poco de tiempo para estar a solas con Radulfr antes de que
llegaran. Una semana estaría muy bien.
Radulfr no podía creer lo ansioso que se sentía, cuando
instalaron el campamento para pasar la noche. Descargó los
caballos, mientras que otros establecían el campamento. Ein
había ayudado a Haakon a preparar el fuego mientras que
Vidarr y un par de cazadores más salieron a por su comida como
todas las noches.
A pesar de que Ein estaba a pocos metros de él, no podía
dejar de buscarlo cada pocos minutos. No había sido capaz de
dejar de mirarle desde el primer momento en que lo conoció. El
hombre era realmente impresionante. Radulfr no podía
entender cómo nadie lo había visto antes de ahora y lo había
conseguido. Los hombres en la hov debían ser ciegos.
Sabiendo que ahora le pertenecía, Radulfr se sentía muy
satisfecho de cómo sucedieron las cosas. Habría aceptado a una
mujer como su novia, pero en realidad estaba muy, muy feliz de
que Ein fuera un hombre.
También le daban ganas de gruñir cada vez que Haakon
pasaba demasiado tiempo cerca de Ein. Había una posesividad
creciendo en Radulfr y no estaba seguro de que estuviera
preparado para tratarla. Nunca se había sentido posesivo con
alguien antes. Olvidaba las conquistas tan pronto como habían
terminado.
Radulfr no había podido dejar de pensar en la noche
anterior, desde que se despertó. Había pasado la mayor parte
del día con una erección. Incluso ahora, viendo reír a Ein y
moverse alrededor del fuego hizo que a Radulfr le doliera.
Se alegró de que finalmente el campamento estuviera
montado para pasar la noche, porque no sabía cuánto tiempo
podría mantener sus manos fuera de Ein. Sólo esperaba que la
noche llegara rápido. No habría mucho que pudieran hacer
teniendo en cuenta que todo el mundo estaría durmiendo en
torno al fuego, pero eso no significa que no pudieran hacer una
paja rápida uno al otro.
—Realmente es atractivo, ¿no?
Radulfr gruñó y se volvió a mirar a Vidarr. Sabía que era
más sexi que cualquier hombre que jamás hubiera visto. No
quería hablar con otras personas acerca de Ein, especialmente
no de una manera sexual. Ni siquiera debían pensar en el
hombre de una manera sexual.
—¿Y qué si lo es? —preguntó Radulfr.
—Sólo estoy diciendo...
—Bien, no lo hagas.
Vidarr levantó las manos en frente de él. —No soñaría con
él.
Radulfr suspiró. Sabía que estaba siendo totalmente
irrazonable. Vidarr no había dicho nada malo. No había hecho
aún nada malo. A Radulfr simplemente no le gustaba cualquiera
que mirara a Ein. Cualquiera que estuviera mirando al hombre
podría decir al instante lo hermoso que era.
—Cazamos un par de conejos —dijo Vidarr—. Haakon los
está preparando en estos momentos. No debería llevar mucho
tiempo cocinarlos. Pensé que tal vez te gustaría llevar a Ein al
arroyo para que se lave, mientras que la carne se cocina.
Radulfr lo miró con sorpresa. No había esperado eso. —Sí,
lo haría. Gracias, amigo mío.
Vidarr se encogió de hombros, como si su gesto no
significara nada, pero sabía que para Radulfr lo hacía. Eran
guerreros, vikingr27. Ellos luchaban y vivían duramente. No
estaba en ellos ser suaves. Mostrar compasión con los más
débiles, era algo que no se veía muy a menudo.
Su honor les exigía que protegieran a los más débiles, pero
vivían en un mundo lleno de peligros. Ser débil, no estaba
permitido. Como tal, la mayoría había aprendido a no mostrar
sus emociones o compasión. Tenían que estar listos para la
batalla en todo momento.
Vidarr reconocía la necesidad de Radulfr de tratar a Ein
con mano suave, pero era tan inusual que estaba un poco
sorprendido. Pero no podía decir que no estuviera contento. A
Ein le hacía falta una mano suave. Él no era un guerrero
preparado para la batalla.
—Voy a escoltar a Ein al arroyo. No tardaremos.
Vidarr puso su mano sobre la empuñadura de su espada.
—Vigilaré.
Radulfr asintió y miró a través del campamento a los dos
guerreros del clan de Jarl Dagr que los habían acompañado.
Estaban cogiendo sus cosas de sus caballos y colocándose junto
al fuego. Radulfr hizo un gesto hacia ellos, tratando de parecer
casual.
—Mantén un ojo en los dos —dijo—. No confío en ellos.
—Yo tampoco. —Vidarr apretó su mano en su espada
cuando fulminó con la mirada en dirección a los dos hombres—.
Cualquier persona al servicio de Jarl Dagr no vale la pena ni
gastar tierra para enterrarlos.
—Bueno, no empieces nada si puedes evitarlo. No necesito
que las cosas empeoren. El portavoz se molestaría bastante si

27
Vikingos.
matamos a dos de los hombres de Jarl Dagr. —Radulfr se rio en
silencio ligeramente—. Lo entiendo, pero aun así me molesta.
—Entendido.
Radulfr sabía que sus órdenes serían cumplidas. Vidarr y
Haakon eran su mano derecha e izquierda. Eran sus abogados,
sus consejeros. Le cubrían la espalda, los costados, y su frente.
Le habían dado a Radulfr su completa lealtad. Confiaba en ellos
más que en cualquier otro.
—Kisa, ven. —Radulfr hizo un gesto con la mano mientras
caminaba hacia su compañero—. Vamos a bajar al arroyo para
lavarnos antes de que el conejo esté hecho. Toma lo que
necesites de tu alforja.
La cara de Ein se iluminó cuando se volvió para mirar a
Radulfr. —¿En serio?
Éste arqueó una ceja.
Ein se sonrojó y se apresuró a coger su alforja. Radulfr
siguió a Ein con los ojos hasta que oyó una risita ahogada. Al
instante se giró para mirar a los dos guerreros enviados por Jarl
Dagr.
—¿Tenéis algo que decir?
Ambos hombres miraron por un momento, luego bajaron
los ojos ante la intensa mirada de Radulfr. Eso era lo que éste
esperaba. No era un jarl por derecho propio a cambio de nada.
Había aprendido desde que tenía diez inviernos de edad como
mirar a los guerreros para que bajaran sus miradas, un rasgo
que le había enseñado su faðir.
—Estoy listo.
Radulfr giró alejándose de los dos hombres para ver a Ein
de pie junto a él, un manojo de paños en sus brazos. Las
comisuras de la boca de Radulfr se levantaron divertidas. Ein
estaba prácticamente saltando en su lugar. Lo agarró del brazo y
lo guió fuera del campamento hacia el bosque.
El arroyo al que se dirigían estaba bastante lejos del
campamento y el bosque era muy espeso. Sólo viajaban a casa
durante las horas de luz. El bosque era más seguro durante el
día puesto que había menos probabilidades de una emboscada.
—Quiero que te mantengas alejado de esos dos guerreros,
Ein.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo —gruñó Radulfr. No estaba
acostumbrado a que sus órdenes fueran cuestionadas. Sus
guerreros y los de su clan nunca le preguntaban o desobedecían
una orden. Eso era parte de ser jarl.
—Está bien —susurró Ein.
Radulfr giró sus ojos. —Están al servicio de Jarl Dagr. No
confío en ellos.
—¿Por qué no me dijiste eso entonces?
Radulfr le dio un tirón en el brazo, haciendo que se parara.
—Ein, soy el jarl. No necesito explicarme. Si te doy una orden,
espero que la sigas. Sin hacer preguntas.
—Ohhh de acuerdo —susurró Ein.
Para disgusto de Radulfr, se encontró con que la esquina
de su boca amenazaba con traicionarle con una sonrisa. —Me
vas a conducir y perseguir alegremente, ¿no? —preguntó con
ironía. Sabía que estaba condenado al fracaso cuando Ein le
sonrió.
Radulfr suspiró y le condujo hacia el arroyo. Tardaron más
en alcanzar su destino de lo que le hubiera gustado. Después de
haber vivido en la hov toda su vida, Ein, definitivamente, no
estaba acostumbrado a caminar por el bosque.
—Sé rápido, Ein —dijo Radulfr una vez que llegó a la orilla
del agua. Se acercó a la base del tronco de un árbol grande y se
puso en cuclillas. Sacó una pequeña daga y empezó a tallar un
trozo de madera.
Mantenía un ojo puesto en los alrededores y el otro en Ein.
Apenas miraba la madera que estaba tallando. Había pasado
años perfeccionando sus habilidades como guerrero. Una de
ellas era que parecía que estaba distraído, mientras que
realmente estaba en guardia. Era un experto en ello.
Se quedó impresionado con la rapidez con la que Ein se
había lavado. Ninguno de los movimientos del hombre fue en
vano. Desplegó su pequeño paquete, se quitó su camisa, y se
lavó. Una vez hecho eso, se puso una túnica limpia y ató sus
artículos sucios asegurándolos. Le había llevado unos diez
minutos de principio a fin.
—Está bien, estoy listo —dijo Ein cuando se dio la vuelta
para enfrentarlo.
Sus ojos de repente se ensancharon, mostrando una
mirada torturada, de incredulidad y miedo cada vez mayor.
Radulfr estaba desconcertado por el cambio abrupto en el
estado de ánimo de Ein. Parecía muy feliz sólo unos segundos
antes.
Un nudo frío se asentó en su estómago cuando Ein empezó
a temblar. Dejó caer la daga y cogió el mango de su espada.
Trató de no tragar cuando sintió la presión de la fría y afilada
hoja contra su garganta.
—Eso es, sácala lentamente, jarl. No hagas movimientos
bruscos.
Radulfr mantuvo sus ojos en Ein mientras sacaba
lentamente la espada de su vaina de cuero. Éste respiraba en
jadeos superficiales y rápidos, pero no se había movido de su
sitio. Ni siquiera había dejado caer su hatillo de ropa.
La espada fue retirada de la mano de Radulfr. La oyó
chocar contra la maleza, un momento después. La punta de la
espada en el cuello se movió, empujándose contra su piel.
—Ahora, poco a poco ponte de pie, jarl.
Radulfr hizo lo que el hombre le pidió. La furia casi lo
ahogó cuando vio el miedo en los tristes ojos de Ein. Poco a
poco su furia pasó a hervir cuando vio que continuaba
temblando. No estaba muy seguro de quien lo tenía a punta de
espada, pero planeaba averiguarlo, después de que lo matara.
—Los tres nos vamos a dar un paseo —dijo el hombre.
Trasladó la espada del cuello de Radulfr y presionó la punta en
el centro de su espalda—. Muévete lentamente y no intentes
nada estúpido. Mis amigos están esperando por nosotros y se
presentarán ante el primer sonido de problemas.
—¿Por qué haces esto? —preguntó Radulfr cuando empezó
a caminar hacia adelante. Realmente no tenía idea de hacia
dónde se dirigían, pero sabía que no podía permitir que Ein o él
fueran adentrados más en el bosque. No sabía quién los estaba
esperando.
—Debido a que el dinero es tan condenadamente bueno. —
El hombre se echó a reír—. Voy a vivir como un Rey.
Radulfr inclinó la cabeza lo suficiente para entrever un
mechón de pelo marrón con el rabillo del ojo. Si este hombre se
escapaba por alguna razón, quería ser capaz de seguirle la pista.
No le gustaba la dirección que llevaban, además estaba su
esposo. No quería a este hombre en ningún lugar cerca de Ein.
Mientras caminaba, empezó a acompasar sus pasos para estar al
lado de Ein. Sólo esperaba que éste se quedara donde estaba.
—¿Eres un mercenario?
Radulfr gruñó y se tambaleó hacia delante cuando la hoja
en la espalda lo pinchó. Podía sentir la sangre comenzar a correr
por su espalda y sabía que el hombre había atravesado su piel.
Al parecer no le gustó lo que le había dicho.
—Soy un guerrero —le espetó el hombre.
—Los guerreros viven por un código de honor. No asesinan
a la gente por monedas de plata.
—¿Qué sabes al respecto? Eres un jarl. Nunca has tenido
que preguntarte de donde vendrá tu próxima comida.
Apretó los dientes. —Soy un jarl, porque sostengo mi
honor.
Radulfr fue empujado de repente hacia adelante. Se
tambaleó varios pasos antes de agarrarse a una roca de gran
tamaño. Su aliento se solidificó en su garganta cuando oyó
gritar a Ein. Ahogó un grito cuando se giró y vio que Ein era
sostenido por un hombre grande, una espada en su garganta.
—¿Te esperabas esto? —preguntó el mercenario.
Trató de mantener su corazón frío e inmóvil mientras
miraba a los ojos del hombre que sostenía a Ein. Esperaba que
el hombre viera su muerte, cuando le devolviera la mirada,
porque es lo que pasaría. Los músculos del antebrazo de Radulfr
se endurecieron cuando se puso tenso.
Echó un vistazo rápido a Ein y luego apretó la mandíbula
cuando vio una lágrima rodando por su mejilla. Sus ojos grises
humo arañaron a Radulfr como garras, arrancando el último
vestigio de su control y quemándolo hasta las cenizas.
—Vas a morir lentamente. —Radulfr arrojó las palabras al
mercenario como si fueran piedras. No tenía mucho margen de
maniobra. No tendría piedad—. Nadie ponía un arma contra la
garganta de Ein y vivía.
Su corazón martilleó en su pecho. Su respiración era
entrecortada. Apretó las manos por la necesidad de matar al
hombre que sostenía a Ein. La furia que sentía al ver la hoja en
la garganta, creció hasta que sintió su piel de gallina.
Su cabeza estalló por la necesidad de ver al mercenario
muerto hasta que todo lo que podía ver era rojo. Sus dientes
comenzaron a castañear. Se estremeció y se apretó las manos,
haciendo una mueca cuando se cortó las palmas de las mismas.
Podía ver el miedo creciendo en los ojos del mercenario. El
hombre podía ver su propia muerte. Comenzó a retroceder,
llevándose a Ein con él. Radulfr sintió una comezón ardiente en
la piel cuanto más lejos se movían. Sintió un espasmo muscular.
Gruñendo, se lanzó. Ein cayó al suelo. Radulfr fue a la
derecha por encima de él y se lanzó a por el mercenario. Sus
manos agarraron al hombre, arrancando su ropa hasta que
sintió la carne bajo sus dedos.
Se escuchó un grito lejano y horrible, pero le dio más
satisfacción que cualquier otra cosa. La furia lo cegaba
arrasándolo cuando desgarró y trituró la carne bajo sus dedos.
Destruyó hasta que la sed de sangre a través de su cuerpo había
sido aplacada.
Radulfr se detuvo de repente, jadeando. Sacudió la cabeza
para librarse de un zumbido persistente que parecía ahogar
todo lo demás. Cuando su mente se aclaró, escuchó gemidos
apagados.
Se volvió hacia el sonido de miedo. Sus ojos se estrecharon
cuando vio a Ein agazapado en un árbol. Los ojos del hombre
nublados, un poco aturdido. Su cuerpo se estremecía. Radulfr se
apartó del mercenario. Necesitaba llegar hasta su pareja.
Empezó a gatear hacia Ein cuando sus fuerzas cedieron y
cayó al suelo pesadamente. Trató de empujarse hacia arriba, y
gimió cuando sus brazos cedieron y cayó al suelo de nuevo. Se
quedó allí durante un minuto, su cuerpo dolorido, y trató de
recuperar el aliento.
Cuando Radulfr trató de levantarse de nuevo, casi no
podía levantar la cabeza. Estaba agotado, por lo que se dejó caer
de nuevo. Se estremeció contra el frío que de repente parecía
llenar el aire, su cuerpo frío casi hasta los huesos.
—¿Radulfr?
Volvió la cabeza cuando sintió que algo acariciaba su
mejilla. Ein estaba arrodillado a su lado. Extendió la mano y la
puso en el muslo del otro.
—Ein —susurró con sus últimas fuerzas. Sus ojos
comenzaron a cerrarse cuando el agotamiento reclamó su
cuerpo—. Lo siento.

Ein supo el momento en el que Radulfr perdió el


conocimiento. El enorme cuerpo del hombre desplomado en el
suelo. Se mordió el labio inferior y miró a su alrededor con
ansiedad mientras trataba de averiguar qué hacer. No era un
guerrero. No luchaba. Ni siquiera sabía cómo.
Un escalofrío atormentó su cuerpo cuando Ein posó sus
ojos en el caos sangriento del hombre que los atacó. Ein lo
reconoció como uno de los guerreros de Jarl Dagr, pero eso fue
sólo porque había visto al hombre antes de que Radulfr lo
atacara. Ahora, sólo era una masa sanguinolenta de carne y
hueso.
Ein no entendía qué había pasado con Radulfr. Ni siquiera
quería pensar en ello. Simplemente no podía hacerlo ahora.
Parecía estar bien ahora a excepción de estar inconsciente. No
tenía dientes largos y afilados o la piel de color negro oscuro.
Incluso las garras se habían retirado.
Ein no recordaba haber estado tan asustado en su vida.
Radulfr se había transformado en algo no humano. Incluso su
cuerpo había cambiado, haciéndose más grande, más
musculoso. Infiernos, sus ojos habían resplandecido.
Se retorció las manos. Cada fibra de su cuerpo le decía que
corriera y corriera rápido. Simplemente no podía dejar a
Radulfr sin protección. Nunca se perdonaría si algo le pasaba al
hombre mientras no podía cuidar de sí mismo.
Se dio cuenta de lo que estaba pensando al mismo tiempo
que ya había tomado la decisión de quedarse. Tenía que
protegerle hasta que pudiera protegerse a sí mismo. Se puso en
pie y se fue en busca de las armas.
Encontró la espada Radulfr en los arbustos. Encontró la
daga con la que había estado tallando en la base del árbol. La
espada del mercenario, por suerte, estaba a pocos metros de su
cuerpo retorcido. Ein reunió todas las armas en un montón
junto al cuerpo de Radulfr.
Las ropas parecían ser trapos despedazados, que colgaban
sobre su cuerpo ahora que había vuelto a su tamaño anterior.
Ein usó su ropa sucia para cubrir el cuerpo casi desnudo de
Radulfr, entonces se acurrucó más cerca para compartir su calor
corporal. Sólo esperaba que despertara pronto. Tenía miedo,
frío y hambre. Quería irse a casa.
La ausencia de ruido le asustó. Podía oír el arroyo correr y
el golpe ocasional de viento entre los árboles, pero aparte de
eso, no había nada. No había siquiera vida silvestre. Era
espeluznante.
Ein poco a poco se acostumbró al silencio, por lo que
cuando oyó un ruido, se puso repentinamente en alerta. Se
sentó y miró a su alrededor, su corazón latiendo frenéticamente
en el pecho. Nada se movía en los árboles, ni un roce se oía.
Pero Ein sabía que había oído algo. Siguió mirando el
bosque por el peligro que se acercaba y agarró la espada de
Radulfr y tiró de ella hasta ponerla cerca de su pecho,
sujetándola fuertemente con ambas manos.
Unos ojos brillantes aparecieron entre los arbustos. Ein
tragó saliva y se acercó más a Radulfr. Un escalofrío de miedo
barrió a través de él cuando los ojos comenzaron a acercarse.
Ein saltó y se volvió cuando oyó un ruido detrás sólo para
encontrar otros ojos más brillantes mirando a través del bosque.
—Radulfr —susurró Ein mientras le daba un codazo al
hombre—. Radulfr, despierta.
Las nubes encima de sus cabezas de repente se abrieron y
bañaron la pequeña área con la luz de la luna. Ein miró
alrededor, se dio cuenta de que Radulfr y él estaban rodeados
por una manada de lobos, lobos con los ojos brillantes.
—Radulfr. —Ein extendió la mano sacudiéndole el
hombro—. Por favor, tienes que despertar.
Éste no se movió.
El aliento de Ein estaba atrapado en su garganta, cuando
los lobos empezaron a caminar entre los árboles y arbustos. No
podía moverse más cerca de Radulfr a menos que se subiera
encima del hombre.
—Por favor, marchaos —gritó Ein cuando blandió la
espada alrededor. Estaba un poco sorprendido de lo ligera que
era la espada. Lo había visto manejarla y pensó que era mucho
más grande. Parecía mucho más grande. Pero parecía ser capaz
de balancearla con facilidad.
El lobo frente a Ein, el mayor de ellos, de repente se dejó
caer sobre su estómago y luego empezó a gatear hacia delante.
Ein frunció el ceño, confundido. La espada en la mano comenzó
a balancearse. El lobo gimió y se arrastró hacia delante un poco
más.
Se congeló, sin mover un solo dedo mientras observaba al
lobo arrastrarse hasta Radulfr y empezar a oler su pelo largo y
negro. Ein lentamente bajó la espada y miró a su alrededor. Sus
cejas se alzaron cuando vio que todos los lobos estaban en el
suelo, en torno a ellos.
Ni uno solo hizo un gesto amenazador. Se quedaron allí,
mirando a Radulfr. Extraño ni siquiera comenzaba a describir la
escena. Ein se tensó cuando el lobo grande frente a él gimió y
tocó ligeramente a Radulfr. Parecía casi afectado.
—Va a estar bien —susurró Ein.
Parpadeó sorprendido cuando se dio cuenta de que estaba
tratando de calmar a un lobo. Curiosamente, el lobo levantó la
cabeza y miró fijamente a Ein, luego se inclinó hacia delante y
suavemente lamió el dorso de su mano, la que se apoyaba en
torno a la empuñadura de la espada.
Ein casi saltó de su piel cuando los lobos se levantaron y se
acercaron. Imaginaba que iban a comérselo vivo. Sus manos se
cerraron sobre la empuñadura la espada. Cuando los lobos sólo
se acercaron y se recostaron, Ein suspiró de alivio.
Radulfr y él estaban rodeados por completo, el pelaje de
los lobos presionando contra ellos, para mantenerlos calientes.
Todos los lobos, excepto el más grande, se enroscaron sobre si
mismos y cerraron los ojos. Parecía que iban a dormir.
El mayor de ellos llamó su atención cuando de repente se
sentó, pero se quedó sentado, sin hacer un movimiento. Ein ni
siquiera estaba seguro de que parpadeara. Entonces el lobo
empezó a girar la cabeza, lentamente, buscando en una
dirección y luego en la otra. Cada pocos minutos levantaba la
nariz al aire, sus fosas nasales se dilatan cuando olfateaba el
aire, y luego volvía a mirar a su alrededor.
—Estás de guardia, ¿verdad?
Ein no tenía idea de cómo sabía lo que el lobo estaba
haciendo o por qué lo había dicho en voz alta, pero cuando el
lobo se volvió hacia él, podría jurar que vio una chispa de
inteligencia en sus ojos brillantes.
Por alguna razón no quería seguir pensado en la certeza de
que Radulfr y él estaban siendo vigilados, aunque lo hacía
sentirse mejor. Sabía que los guerreros de éste vendrían por
ellos cuando no regresaran, pero se sentía más seguro sabiendo
que no estaba tratando de proteger al hombre solo.
Colocó la espada en el suelo a su lado y acurrucó su cuerpo
cerca de Radulfr. Oyó un pequeño suspiro que provenía del más
grande de los lobos, entonces el pelaje se apretó en su contra
desde la parte posterior y por los laterales dos de los otros lobos
se apretaron más a él.
La situación era absurda, pero a Ein le dieron ganas de
reír. Se había perdido en el bosque, su marido estaba
inconsciente, y estaba siendo calentado y custodiado por una
manada de lobos inteligentes, con ojos brillantes. ¿Tal vez su tío
Loki estaba jugando con él?
Radulfr sentía como si su cabeza fuera a explotar.
Gimiendo metió su cabeza entre las manos. No recordaba haber
tenido un dolor de cabeza como este antes, ni siquiera cuando
se cayó de su caballo y éste lo pisoteó durante una batalla.
Comenzó a arrastrarse hasta que de repente se encontró
cara a cara con un gran lobo gris oscuro. Radulfr tragó saliva
tratando de no moverse. Incluso trató de no respirar. El lobo
parecía enorme, mucho mayor que cualquier otro que Radulfr
hubiera visto en su vida.
—Buen perrito.
Los ojos de Radulfr se agrandaron cuando el lobo,
literalmente, giró los ojos. Algo que se suponía que no tenía que
suceder. En primer lugar, los lobos no deberían ser capaces de
girar sus ojos. En segundo lugar, ¿cómo infiernos sabía el lobo
ni siquiera lo que estaba diciendo?
—Uh, me voy a sentar —dijo Radulfr mientras se apartaba
lentamente del lobo. Se aseguró que todos sus movimientos
fueran graduales y pausados. No quería asustar a los lobos y
encontrarse de repente con la garganta llena de dientes afilados.
Tan pronto como se hubo sentado, el lobo dio un paso
atrás y se sentó sobre sus patas traseras. Parecía estar
observándolo, casi como si sintiera curiosidad. Radulfr le
devolvió la mirada, preguntándose por qué no sentía ningún
peligro. Siempre podía sentir el peligro antes de que ocurriera.
Era como un sexto sentido que tenía, dependía de eso. Nunca le
había fallado antes.
Radulfr decidió respetar su sexto sentido y no coger un
arma. Confiaba en que el lobo no fuera más que curioso y no un
peligro. Esto no quería decir que no observara de cerca al lobo,
ya que lo haría. Otra cosa de la que dependía era de no bajar la
guardia nunca.
—¿Radulfr?
Radulfr se dio la vuelta. Nunca había estado tan
agradecido de ver a alguien en su vida. Agarró a Ein y aplastó al
pequeño hombre contra su pecho. Inclinándose hundió el rostro
en el cuello de Ein, absorbiendo la fuerte esencia del olor del
hombre. No recordaba haber olido su dulce olor antes. Respiró
profundamente, acariciando su rostro más en la curva del cuello
de Ein hasta que el hombre se rio.
—¿Qué estás haciendo?
—Hueles muy bien, Ein.
Radulfr no parecía tener suficiente. Quería respirar a Ein,
rodar en su olor. Era el aroma más divino que había olido
nunca. Cuanto más inhalaba más dura se ponía su polla, como
si hubiera una conexión directa entre la forma en la que Ein olía
y la excitación de Radulfr. Era una agonía exquisita.
—Radulfr, no podemos —susurró cuando el hombre
inclinó su cabeza desnudando su garganta—. Nos están
mirando.
Radulfr se alejó a regañadientes cuando escuchó un fuerte
suspiro. Mantuvo sus brazos alrededor de Ein cuando se volvió
para mirar al gran lobo gris. Estaba sentado allí mirándolo con
atención, la lengua fuera de su boca.
Radulfr no sabía cómo lo hacía, pero estaba seguro de que
podía oler su excitación. Sintió el rubor en su rostro. El
sentimiento de vergüenza no era algo a lo que estuviera
acostumbrado. Movió su dedo hacia el lobo.
—Ni siquiera lo pienses —dijo—. No llegarás a verlo.
Radulfr podría haber jurado que el lobo parecía
decepcionado cuando se hundió en el suelo y apoyó la cabeza en
las patas. Radulfr negó mientras miraba alrededor y se dio
cuenta de que Ein y él estaban rodeados por los lobos. También
se dio cuenta de que había luz. Lo último que recordaba era la
oscuridad y...
El corazón de Radulfr de repente golpeó en su pecho. Se
dio cuenta de que el lobo había saltado y comenzaba a mirar a
su alrededor, como si estuviera en guardia. Era desconcertante,
pero no tanto como la masa de piel y huesos en una pila a varios
metros de distancia.
—¡Por el martillo de Thor!
—¿Qué? —Ein miró a su alrededor salvajemente.
—¡Eso! —Radulfr señaló al cadáver—. ¿Qué es eso?
Ein cayó sobre su pecho. —Me asustaste por un minuto.
—¿Te asusté? Ein, ¿qué es eso?
—Uno de los guardias de Jarl Dagr. Nos atacó cuando
llegamos al arroyo. —Ein se sentó y lo miró, sus rubias cejas
reunidas en un ceño—. ¿No te acuerdas?
—Ein, no recuerdo nada más que bajar al arroyo y ser
atacado. No recuerdo lo que pasó después.
La cara de Ein palideció. —¿Nada?
—No, qu… —Radulfr repente tragó saliva cuando una
imagen de pura furia roja entró en su cabeza—. ¿Hice eso?
Radulfr sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal
cuando Ein asintió. No entendía cómo podía haberle hecho ese
daño a un cuerpo humano. El hombre no estaba simplemente
cortado con una espada. Había sido desgarrado.
—¿C…? ¿Cómo?
—Tenía una espada en mi garganta. Saltaste hacia él y...
y... bueno...
—¡Ein!
—Bueno, bueno —gritó Ein—, de repente te hiciste más
grande y tenías pelo por todo tu cuerpo y los dientes muy
grandes. Lo atacaste y lo desgarraste en pedazos con las manos.
Radulfr parpadeó. Ciertamente no podía haber oído bien.
—¿Yo qué?
—Te convertiste en una especie de wodan28 o algo así.
Radulfr entrecerró los ojos. —No seas ridículo, Ein. El
wodan es solo un mito. No hay ninguna clase de magia que
pueda convertir a alguien en un feroz animal, como esa criatura.
»Eso simplemente no sucede. El wodan es un mito creado
por las personas a quienes no les gustó el hecho de perder una
batalla.
—En realidad, la palabra mítica es wodan, —dijo una voz
detrás de Radulfr—. La palabra verdadera es berserkr29.
Radulfr tomó su espada y se dio la vuelta en un
movimiento fluido, colocándose entre Ein y la amenaza a la que
se enfrentaban. Sostuvo la espada moviéndola lentamente hacia
delante y hacia atrás, enfrentando al hombre que nunca había
visto antes.
Demonios, no lo había oído llegar hasta que habló.
—¿Quién eres? —preguntó Radulfr—. ¿Qué quieres?
—Cálmate, Radulfr de Vejle. —El hombre levantó la mano
en un gesto amistoso—. No quiero haceros ningún daño.

28
Furia. Dios de la guerra.
29
Guerreros Nórdicos que luchaban en un estado de incontrolada furia. Las leyendas dicen que se
convertían en lobos.
—¿A nosotros?
El malestar de Radulfr aumentó cuando miró a su
alrededor y se dio cuenta que ambos estaban rodeados por otros
tres muy grandes y muy desnudos hombres. Apretó a Ein con su
brazo atrayéndolo contra sí.
—¿Quién eres? —preguntó de nuevo.
—Soy Baldr. —El hombre inclinó ligeramente la cabeza
luego señaló con la mano a los otros hombres—. Estos son
Alimi, Ulfr y Coinin. Hemos venido a servirte.
Radulfr se quedó boquiabierto, ya que los cuatro hombres
se arrodillaron e inclinaron la cabeza ante él. Cada hombre
retiró su largo pelo de los hombros, dejando al descubierto la
parte posterior del cuello. No sabía si debía darles una
palmadita o rebanarles el cuello con su espada.
—Radulfr —susurró Ein—, has algo.
Radulfr quería hacerlo, sólo que no sabía qué. Con ningún
otro plan en su mente, extendió la mano y tocó suavemente a
cada uno en la parte posterior de su cuello. Respiró hondo, notó
como un destello de luz blanca llenándole repentinamente la
cabeza, cegándolo por un breve momento. Estuvo a punto de
caer de rodillas.
Cuando su visión se aclaró un momento después, los
cuatro hombres estaban mirándole con algo parecido a
auténtica alegría en sus rostros. Era extraño, sobre todo porque
casi podía sentir la alegría que fluía fuera de los cuatro
hombres.
—Por favor, poneos de pie.
Los hombres se levantaron como si se movieran como un
solo cuerpo. Radulfr y Ein estaban rodeados todavía, lo que no
le gustaba demasiado. No se sentía inseguro, sólo cauteloso. De
hecho, Radulfr estaba un poco sorprendido de lo seguro que se
sentía.
—Ahora, ¿quién eres y qué quieres decir con que habéis
venido a servirme? —Radulfr lentamente movió a Ein a su
espalda cuando le hizo la pregunta. Quería que los cuatro
hombres estuvieran delante y no detrás de él, por si acaso.
—Hemos venido a servirte —dijo Baldr.
—Ya dijiste eso, pero no has explicado por qué.
Baldr miró a los otros tres hombres por un momento y
luego volvió a mirarle. Radulfr tenía la sensación de que de
alguna manera se comunicaban entre sí. —Tú eres el drighten30
—dijo Baldr, como si Radulfr debiera saber eso—. Como tus
thanes31, es nuestro deber protegeros a ti y a tu pareja32.
Radulfr se tensó. —¿Mi pareja?
—La profecía dice que un gran guerrero conducirá a
nuestro clan a una gran gloria, pero que sólo llegará a nosotros
una vez que haya tomado a un alfar como su pareja. —Baldr
señaló a Ein—. Eso se ha cumplido. Te hemos visto en el
bosque. Hemos visto como protegías a tu pareja. Sabemos que
eres el único.
—Cuando los Dioses nos han avisado de tu venida, apenas
lo podíamos creer —dijo Alimi. Entrelazó las manos delante de
él y se balanceó sobre los talones como si no pudiera estarse
quieto—. Hemos esperado tu llegada muchos años.
—¿Qué profecía? —preguntó Radulfr—. ¿Y cómo sabes que
yo soy el que has estado esperando?
—¿Tú no lo sabes? —preguntó Baldr.

30
Jefe guerrero o Señor de la guerra.
31
Guerreros juramentados a un Jefe, parecido a los Caballeros medievales.
32
En este caso el término que usa la autora es mate, pero evidentemente le da la carga habitual de
pareja de lobo. Todos amamos las historias de lobos y ya estamos habituados. XD
Radulfr negó.
—Pero tú eres el drighten —protestó Alimi.
—Eso dices tú.
—Pero ha pasado —dijo Alimi—. Vimos que cambiaste.
Has protegido a tu pareja, tu pareja elvin. Todo es parte de la
profecía, todos son signos de tu llegada.
Radulfr se quedó rígido. —¿Mi qué?
Se volvió lentamente para mirar a Ein. El hombre estaba
mordiéndose el labio. Sus ojos estaban abatidos, mirándole
cada pocos segundos y luego rápidamente retiraba la mirada. Le
encontró culpable como el infierno. Radulfr supo de repente
que los hombres tenían razón.
Extendió la mano y agarró la barbilla de Ein, obligándole a
levantar la cabeza. —¿Hay algo que olvidaste decirme, Ein?
—No sé lo que quieres decir.
—Ein.
—Se supone que no te lo debo decir —susurró Ein. Sus ojos
comenzaron a llenarse de lágrimas.
—¿Qué se supone que no debes decirme?
Ein se mordió el labio de nuevo. Su mano temblaba
cuando comenzó a colocar su cabello detrás de las orejas, sus
muy puntiagudas orejas. Radulfr inspiró profundamente
mientras lo miraba fijamente. Recordaba las orejas
puntiagudas. Simplemente no se acordaba de que lo fueran
tanto. Observó que su mano temblaba ligeramente, cuando la
acercó para acariciar suavemente la curva de la oreja de Ein.
—¿Eres un alfar?
—Medio alfar. —Ein se encogió de hombros—. Mi móðir
era humana.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—No te lo podía decir.
—¡Ein!
—Por favor. —Ein se alejó, con los ojos llorosos hasta que
dos gordas lágrimas corrieron por sus mejillas—. Yo no te lo
podía decir.
Radulfr oyó movimiento detrás de él. Se puso tenso y se
volvió, soltó un suspiro de alivio cuando vio a los cuatro
hombres que se habían retirado unos pasos, dejando a Ein y a él
un poco de espacio para hablar. Y hablarían. Radulfr se negaba
a tener secretos entre ellos.
Agarró el brazo de Ein y se lo llevó un paso más lejos de los
otros cuatro hombres, luego se volvió para poder mantener un
ojo sobre ellos. La cara de Ein estaba tan pálida como la nieve
de la cima de la montaña cuando Radulfr lo miró.
—Quiero la verdad, Ein, y la quiero ahora. —Radulfr le dio
una pequeña sacudida cuando empezó a mover la cabeza de un
lado a otro—. ¡Ein!
—No puedo.
Radulfr apretó los dientes. Agarró la mano de Ein y la
sostuvo en alto, señalando el anillo alrededor de su dedo. —¿Te
acuerdas de esto? —gruñó—. Esto significa que me debes tu
lealtad a mí y a nadie más.
Los hombros de Ein se desplomaron mientras miraba el
anillo alrededor de su dedo. —¿Te acuerdas de aquel viejo del
que te hablé, el que me dijo que ibas a venir a reclamarme?
—Sí.
—Me dijo que no te dijera que era mitad Elvin.
Radulfr apretó sus labios, mientras trataba de controlar su
ira. Realmente odiaba cuando la gente desordenaba su vida.
Tenía bastante de eso con los Dioses. No lo necesitaba de su
esposo o de un desconocido.
—Si te quedas más tranquilo, no me has dicho nada. Baldr
lo hizo.
Ein levantó su cabeza rápidamente. Una lenta sonrisa
comenzó a aparecer a través de sus labios. Eso hizo que la ira de
Radulfr disminuyera tan rápido que casi se tambaleó por el
impacto. Nadie jamás lo había afectado de la manera en la que
Ein lo hacía.
—No había pensado en eso —le susurró Ein.
—¿Qué otra cosa no quería el viejo que me dijeras?
Los ojos de Ein se abrieron como platos y la sonrisa cayó
de su cara. —Yo... Err...
—Me lo tienes que decir, Ein.
Ein suspiró profundamente. —Dijo que el camino delante
de mí no sería fácil, pero sería gratificante, que cuidarías muy
bien de mí una vez que superaras el shock inicial. Dijo que eras
un hombre honorable.
—¿Algo más?
—Me dijo que necesitarías a alguien como yo a tu lado a
medida que subieras al poder ya que habías sido elegido por los
Dioses para grandes cosas. Sólo tenía que aguantar hasta
entonces.
Radulfr ladeó ligeramente su cabeza confuso. —¿Por qué
tienes que aguantar hasta entonces?
—Soy tuyo solo por el compromiso de paz. Habrá quienes
no me vean con buenos ojos, pero habrá más que se
preocuparán por mí. —Ein tragó saliva y sus ojos se posaron
lejos de los de Radulfr mirando el anillo en el dedo otra vez—.
Especialmente tú.
Radulfr gruñó ante las palabras de Ein y lo atrajo más
cerca. Una rabia blanca y caliente lo llenaba. —Seas la prenda de
paz o no, tú eres mío. No lo olvides. ¡Me perteneces!
Radulfr no supo lo que se apoderó de él. Tal vez fue la idea
de que Ein era suyo sólo por el compromiso de paz. Tal vez fue
la necesidad que sentía de reclamar lo que era suyo. Fuera lo
que fuese, lo consumió hasta que gruñó y hundió sus dientes en
la suave curva del cuello de Ein.
La más dulce ambrosía que había probado alguna vez fluyó
a través de su lengua, Radulfr escuchó los aullidos de los lobos
llenar el aire a su alrededor. Bebió más rápido, más duramente.
Aplastó su cuerpo contra el de Ein y tragó hasta que lo oyó
gritar, a continuación, cayó contra él.
El olor de la semilla de Ein llenó el aire, mezclado con el
perfume natural del hombre. La combinación fue abrumadora,
llevando a Radulfr a alturas asombrosas. Su piel quemaba de
repente. Se sentía muy duro.
El placer se comprimió a través de él, golpeando cada
nervio de su cuerpo hasta que explotó en su polla. Apartó su
boca del cuello de Ein y tiró su cabeza hacia atrás, gritando en
voz alta cuando un orgasmo intenso sacudió de repente su
cuerpo y cayó de rodillas.
Acunó a Ein en su pecho jadeando pesadamente cuando el
placer pasó hasta que finalmente pudo volver a respirar. Se rio
suavemente, sorprendido de haber tenido un orgasmo solo por
morder el cuello de Ein.
Su shock rápidamente volvió y se convirtió en terror
absoluto cuando echó un vistazo a Ein para encontrárselo fuera
de combate. La cabeza de Ein rodó de nuevo en contra de su
brazo cuando le dio al hombre una pequeña sacudida.
—Oh, Dioses, ¿qué he hecho? —susurró cuando sus ojos se
posaron en la herida sangrante en el cuello—. Ein, ¿kisa?
— Drighten, si me permites...
Radulfr se volvió para ver a Baldr a su lado. Miró hacia
arriba, la agonía lo llenaba con la idea de que podría haber
matado a su pareja. —Por favor —rogó.
Baldr se puso en cuclillas y le tendió una daga. —Es
necesario poner unas pocas gotas de sangre en la marca de la
mordida. Eso lo ayudará a sanar más rápido.
—¿Sanar? —Radulfr miró a Ein—. ¿Todavía está vivo?
—Está muy vivo, drighten. Solo sufre la primera mordida
del vínculo. Su estado es normal.
Radulfr miró con horror Baldr. —¿Esto es normal?
—Mucho —se rio Baldr—. El vínculo entre un berserkr y su
pareja es sagrado. También es abrumador la primera vez. Es
más fácil después de esto.
—¿Tengo que hacerlo de nuevo?
Badr sonrió. —Querrás hacerlo de nuevo.
Radulfr tomó el puñal que Baldr le tendía. Miró a Ein por
un momento, sin saber qué debía hacer. —¿Estás seguro de
esto?
—Lo estoy.
Radulfr esperaba que Baldr tuviera razón. Se cortó la
palma de la mano con la daga, entonces hizo gotear la sangre en
la marca de la mordida en el cuello de Ein. La daga cayó de los
dedos laxos de Radulfr, clavándose en el suelo, mientras miraba
como la herida comenzaba a cerrarse casi de inmediato.
—¿Cómo es esto posible? —susurró.
—Un regalo de los Dioses.

Radulfr sostuvo a Ein cerca de su pecho. Sentía como si


hubiera visto esa escena antes. Habían encendido un fuego, y un
conejo se asaba sobre las llamas. Baldr y Ulfr se habían ido al
bosque a recuperar sus caballos. Ellos estaban descargando su
equipo mientras Alimi le daba vueltas al asador sobre el fuego.
Coinin montaba guardia lejos de la luz del fuego.
Radulfr había sido testigo de escenas como estás antes,
pero por lo general se trataba de Vidarr y Haakon. Simplemente
no podía entender por qué los dos hombres no habían venido
todavía a buscarlos. La luz se ponía detrás de las montañas. Ein
y él había estado ausentes durante horas. Vidarr y Haakon ya
deberían haber llegado.
—Baldr, estoy preocupado por mis hombres. Ein y yo
llevamos fuera mucho tiempo. Ya deberían haber venido por
nosotros.
—No hemos visto a ningún hombre, drighten. —Baldr
agitó su mano alrededor de la zona—. El bosque está en silencio.
Radulfr inclinó la cabeza y escuchó. Baldr tenía razón. El
bosque estaba en silencio, pero no de mala manera. Aún podía
oír el arroyo y los sonidos naturales del bosque, pero aparte de
la gente alrededor de la hoguera, era como si no hubiera nadie
en kilómetros.
—Tiene que haberles ocurrido algo —dijo Radulfr—. Vidarr
y Haakon no me dejarían por voluntad propia.
—¿Confías en esos hombres?
—Han protegido mi espalda por más inviernos de los que
puedo recordar. Confío en ellos con mi vida.
Baldr asintió e hizo un gesto hacia Alimi y Ulfr. —Ir al
campo en el borde del bosque. Mirar lo que está pasando allí.
Los amigos del drighten están desaparecidos, dos hombres
llamados Vidarr y Haakon.
—¿Uno es alto, y de pelo castaño oscuro? —preguntó
Alimi.
Baldr asintió. —Son los que vimos permanecer cerca del
drighten.
Radulfr se quedó mirando a Alimi y Ulfr cuando salieron
corriendo, después miró a Baldr. —¿Cuánto tiempo lleváis
observándome?
Baldr se rio entre dientes. —Recorremos tu mismo camino
desde la hov en la que reclamaste a tu pareja. Te estamos
siguiendo desde entonces.
—¿Por qué?
Baldr arqueó las cejas. —Pensaba que eso ya estaba
aclarado. Eres nuestro drighten.
—¿Qué significa eso exactamente?
Baldr tomó un palo y comenzó a dibujar círculos en la
tierra. Parecía estar considerando cuanto contarle. Radulfr
deseaba que se lo dijera todo. Estaba cansado de que la gente se
metiera en su vida y no le dijeran nada al respecto.
—Baldr, quiero saber la verdad.
—¿Cuántos inviernos crees que tengo? —preguntó Baldr.
—No sé, no puedes tener más que unos pocos inviernos
más que yo.
—He visto ciento treinta y siete inviernos.
—¡El martillo de Thor, eres viejo!
Baldr dejó escapar una carcajada. —Gracias.
—Te has mantenido así durante ciento treinta y siete
inviernos. —Radulfr sonrió, entonces lentamente otro
pensamiento entró en su cabeza—. ¿Yo veré tantos inviernos?
—Si no más. Ya no eres como antes de que entraras en
estos bosques. —Baldr agitó el palo alrededor de los árboles—.
Los Dioses han tenido a bien concederte un regalo que no tiene
medida.
—¿Qué? —preguntó Radulfr—. ¿La capacidad de matar a
alguien con mis manos o dañar a mi pareja? Eso no me parece
un gran regalo.
—Ser un berserkr es algo más que matar, drighten.
—¿Cómo qué? —Radulfr no lo veía. No podía dejar de
pensar en el peligro en el que había puesto a Ein. La marca de la
mordida en el cuello se había cerrado, pero el hombre aún no se
había despertado.
Radulfr estaba bastante seguro de que estaría preocupado
hasta que abriera los ojos.
—Levanta la nariz al aire y toma una inspiración profunda
—dijo Baldr—. ¿Qué hueles?
Radulfr frunció el ceño, pero hizo lo que le había pedido
Baldr. Inspiró hondo y fue asaltado con tantos aromas a la vez
que sus ojos se humedecieron. Podía oler los árboles, la tierra,
incluso los animales que se movían alrededor. Podía olerlo todo.
—¡Por los Dioses!
Baldr se rio entre dientes. —Sí, eso es cierto. Sólo los
Dioses conceden estas habilidades. Todos los sentidos que
tenemos se han mejorado, la vista, oído, olfato, tacto, incluso
nuestro sexto sentido. Conservamos lo que éramos antes, pero
somos más una vez que cambiamos.
Radulfr recordó la comezón que sintió moverse por
encima de su piel, la furia que lo llenó cuando Ein fue atacado, e
incluso la necesidad de probar su sangre. Le daba miedo, pero
también lo intrigaba.
—¿Cómo sucedió esto? —preguntó Radulfr—. Quiero decir,
¿cómo surgieron los berserkrs en realidad?
—Eso, mi amigo, es un mito —rio Baldr—. La leyenda dice
que un pueblo fue atacado hace mil inviernos. El seið-kona33 de
ese pueblo rogó a los Dioses para que lo dejaran vengarse de
todos los que habían matado a su gente. Los Dioses le
concedieron su deseo, pero pusieron un precio.
—Creo que puedo adivinar cual era el precio.
—Entonces creo que te sorprenderás.
Radulfr frunció el ceño. —¿Me estás diciendo que
convertirse en lo que sea no era el precio?
—No.
—Entonces, ¿qué? ¿Beber sangre?
—Una vez más, estás equivocado, amigo mío.
Radulfr le dio a Baldr una mirada de exasperación. Baldr
se echó a reír asintiendo al hombre dormido en los brazos de
Radulfr. Éste miró hacia abajo, sin saber exactamente lo que
Baldr le indicaba, pero mientras lo miraba, comenzó a
sospechar que lo sabía.

33
Chamán, curandero, brujo o practicante de la magia.
—¿Ein?
Baldr se encogió de hombros. —O los hombres como él.
Debido a que somos guerreros de batalla no podemos encontrar
a nuestros compañeros entre la población femenina. —Baldr
sacudió su mano distraídamente—. Hubo algunos acuerdos
entre Thor, el Dios de la guerra, y Freyja, Diosa del amor. Freyja
insistió en que incluso los guerreros necesitan parejas. Thor
insistió en que los compañeros debían ser hombres para poder
estar a nuestro lado si era necesario.
—¿Todos prefieren a los hombres, entonces?
—¿Tú no?
—He estado con ambos, pero sí, supongo que sí. Parece
que los hombres me entienden mejor. Creo que nunca he
pensado en ello demasiado.
—Bueno, tal vez quieras pensar en ello, porque creo que tu
pareja se está despertando.
Radulfr miró al hombre en sus brazos tan rápido que
sintió cómo se tensaban los músculos de su cuello.
Sin embargo, Baldr estaba en lo correcto. Los ojos de Ein
estaban empezando a temblar como si estuviera despertándose.
Radulfr oyó a Baldr levantarse e irse, pero Ein tenía toda su
atención.
—Kisa, abre los ojos.
Ein oyó que Radulfr lo llamaba. Parpadeó varias veces
antes de ser capaz de mantener los ojos abiertos. Sentía el roce
de la mano del hombre al lado de su cara. Sonrió y se inclinó
hacia el suave toque.
—Radulfr —susurró.
—¿Cómo te sientes, Kisa?
—Sediento.
Radulfr gritó. —¿Baldr, podrías traerle a mi pareja un poco
de agua? Tiene sed.
Un odre de agua apareció segundos después. Ein bebió con
avidez cuando el hombre acercó el agua a su boca. Gimió
cuando se lo quitaron.
—No mucho, Ein —dijo Radulfr—. No quiero que
enfermes.
—¿Qué pasó?
Lo último que recordaba era que estaba hablando con
Radulfr acerca de las cosas que su grandfaðir le había dicho.
Todavía no le había dicho a Radulfr que el anciano era su
grandfaðir o quien era en realidad. Realmente no quería tener
esa conversación.
—Te mordí.
Ein parpadeó y echó la cabeza hacia atrás. —¿Que hiciste
qué?
La cara de Radulfr enrojeció. —Te mordí.
Ein trabó su labio inferior entre los dientes. ¿Había
realmente una respuesta que pudiera darle y no lo hiciera
parecer como un tonto de remate?
—Lo siento, Ein —dijo Radulfr rápidamente—. No fue mi
intención. Simplemente no lo pude evitar. Olías tan bien, y una
vez que te mordí, sabías tan bien. No podía parar. En el
momento en el que llegué al orgasmo, te habías desmayado.
Ein sentía como sus ojos se salían de sus cuencas. —
¿Tuviste un orgasmo por morderme?
La cara de Radulfr se puso roja como una remolacha. Ein
no sintió la misma vergüenza. La idea de que podía darle placer
a Radulfr hasta hacerle llegar al orgasmo con sólo el sabor de su
sangre, le emocionaba de los pies a cabeza.
—¿Quieres morderme otra vez?
—¡Ein!
Se echó a reír. Se sentía sorprendentemente maravilloso,
pero no estaba seguro de si era por saber que le había dado
placer a Radulfr, o por la mirada avergonzada en el rostro del
hombre, especialmente desde que parecía intrigado.
—Tú puedes, lo sabes —dijo Ein, mientras se inclinaba más
hacia Radulfr—. Te pertenezco. Me puedes morder cuando lo
desees.
Ein gruñó cuando Radulfr rugió y llegó hasta él. De
repente se encontró aplastado contra el pecho de su marido.
Aire caliente y pesado voló en su cuello. Estremeciéndose
cuando sintió el movimiento de la lengua del otro a través de su
piel. Tal vez a él también le gustaba todo esto de las mordidas.
—¿Me vas a morder de nuevo? —susurró Ein cuando
Radulfr continuó lamiendo la pequeña mordida en su cuello.
Éste gimió y lo empujó hacia atrás lo suficiente para poder
mirarlo a la cara. Parecía agonizante, su rostro estaba
ruborizado y tenso. Ein podía ver un pequeño pulso en la
apretada mandíbula del hombre. En realidad, era fascinante de
ver.
—No tienes idea de lo mucho que quiero probarte de
nuevo, Ein. —la voz de Radulfr era áspera, baja y ronca. Él
asintió hacia los hombres que estaban al otro lado de la
hoguera—. Sin embargo, teniendo en cuenta lo que sucedió la
última vez que te mordí, no creo que sea el momento adecuado
para hacerlo de nuevo.
Ein miró hacía Baldr y Coinin, parecía que su atención
estaba ocupada en otro lugar, pero podía ver las pequeñas
miradas astutas de los dos hombres apuntando en su camino.
Radulfr estaba en lo cierto. No era el momento ni el lugar.
A Ein no le importaba que Radulfr lo mordiera de nuevo.
De hecho, lo esperaba. Sin embargo, teniendo en cuenta que ya
habían tenido un momento íntimo siendo observados, no
deseaba que pasara otra vez. Prefería un poco de privacidad.
Ein se inclinó y le susurró al oído: —Más tarde podremos
encontrar tiempo a solas, ¿no?
Radulfr se rio y apretó sus brazos alrededor de Ein. —No lo
haría de ninguna otra manera, kisa.
Ein ladeó la cabeza hacia un lado. —Kisa... ¿Por qué sigues
llamándome así? Puedo ser más pequeño que tú, pero sigo
siendo un hombre.
Radulfr se rio entre dientes. —Lo eres, y agradezco a los
Dioses por ello. Sin embargo, te llamo kisa porque te gusta ser
tocado y acariciado. Maúllas cuando te toco y te acurrucas
contra mí como un pequeño gatito. Eso te hace mi kisa.
La cara de Ein enrojeció terriblemente, pero no podía
dejar de apoyarse en la mano que Radulfr tenía contra su
mejilla. Tenía razón. Amaba ser tocado y acariciado. Lo ansiaba
casi más que el aliento que respiraba. Si el hombre quería
llamarlo kisa por ello, trataría con eso.
—Si ese es tu deseo —dijo Ein.
—Lo es.
Ein se rio y hurgó en la parte interior del cuello de Radulfr.
El hombre podía llamarlo cualquier cosa que quisiera, siempre y
cuando nunca dejara de quererlo. Ein no sabía lo que haría si
Radulfr dejaba de quererlo, morir por su corazón roto,
probablemente.
—Aquí.
Volviendo la cabeza, se negó a abandonar su lugar cómodo
y abrazado contra Radulfr. Baldr se puso en cuclillas al lado de
ellos, extendiendo un poco de carne. Ein se la arrebató y
comenzó a masticar, dándose cuenta de repente de que se
estaba muriendo de hambre.
Gimió, cuando el sabor ahumado del conejo asado golpeó
su estómago. No era un gran fan del conejo, pero con tanta
hambre como tenía, le sabía a la ambrosía de los Dioses. —Esto
está delicioso.
Baldr se rio entre dientes. —Me alegro de que pienses eso.
Ein frunció el ceño hacia el alto hombre mientras comía. —
¿Quién eres tú?
—Como ya le he explicado al drighten, estamos aquí para
servirle, justo como lo haces tú.
Ein parpadeó y se detuvo, una tira de carne de conejo a
medio camino de su boca. —¿Le sirvo?
—¿No? —preguntó Baldr—. Radulfr es el drighten. Todos
le servimos de una u otra forma.
Ein frunció el ceño hacia Radulfr cuando salió una
carcajada de los labios del hombre. —¿Esto te divierte?
Radulfr agitó las manos frenéticamente, pero Ein no se
dejó engañar por su inocente gesto. La risa sólo le decía que el
hombre encontraba toda la situación muy divertida. Las
esquinas de los labios de Ein comenzaron a levantarse a pesar
de su descontento.
La alegría desenfadada procedente de éste apartó la ira de
Ein y la remplazó por su propia tranquilidad. Encontró que no
podía estar molesto con Radulfr, no cuando se enfrentaba a la
felicidad del hombre.
Baldr era un asunto diferente. Ein no le debía al hombre
su lealtad. Frunció los labios hacia abajo y volvió su ira contra
él. Cuando Baldr lo miró, la sonrisa desapareció al instante de
su cara.
—Uh...
—¿Sí? —preguntó Ein, arqueando la ceja—. ¿Tienes algo
que decir?
—No, ni una palabra.
Ein parpadeó cuando Baldr de repente se puso de pie y
corrió por el campamento para iniciar la recolección de leña en
el borde de la línea de árboles. El pecho de Radulfr retumbó
contra el costado de Ein cuando el hombre echó la cabeza hacia
atrás y soltó una carcajada de risa.
—Tú, kisa, eres un hombre increíble.
—¿Yo?
—¿Qué tan grande crees que es Baldr?
Ein miró al hombre grande. Se encogió de hombros. —No
sé. Parece casi tan grande como tú.
—Es más grande —dijo Radulfr—. Baldr en realidad es un
poco más alto que yo. Imagino que también pesa varios kilos
más. Es un hombre muy grande.
—¿Y?
—Y tú, mi pequeño y sexi kisa, lo has asustado y lo has
hecho correr por el campamento.
—No he hecho tal cosa.
Radulfr se reía a carcajadas de nuevo. Ein sintió que su
cara se ruborizaba cuando bajó la cabeza. Observó a Baldr a
través de su flequillo. Sin duda, el gran hombre no podía tener
miedo de él. Baldr podría aplastarlo con un solo golpe.
—Soy el drighten, Ein, y tú eres mi pareja, la persona más
importante en mi mundo —dijo Radulfr cuando finalmente dejó
de reírse—. Eso te hace un hombre muy poderoso.
A Ein de repente no le importaba si Baldr estaba asustado.
Sólo escuchar las palabras de Radulfr fue suficiente para hacerle
gritar su alegría interior. Sonrió y empujó su vergüenza lejos
cuando se acurrucó en los brazos del otro.
—Puedo vivir con eso.
—Oh, me agradas, kisa. Me gustas mucho. —Ein sintió los
labios de Radulfr presionados contra su frente—. Fui bendecido
por los Dioses el día que sellé nuestro hansal con un apretón de
manos. Jarl Dagr se estaría regañando si supiera lo que ha
perdido.
Ein rezó. Les rogó a los Dioses que Jarl Dagr no se diera
cuenta nunca de su error. Era perfectamente feliz donde estaba.
De repente llegó un estruendo del otro lado del
campamento. Ein sintió los brazos de Radulfr apretarle
alrededor, mientras veía las siluetas de varios hombres
rompiendo la línea de árboles. Ein reconoció inmediatamente a
Vidarr y Haakon, además de los otros dos desconocidos de
antes.
Todos parecían sucios y cansados. Vidarr y Haakon se
veían aún peor. Sus ropas habían sido arrancadas o rasgadas en
varios lugares, y tenían magulladuras oscuras en sus rostros.
Vidarr tenía sangre seca en la frente.
Ein se mantuvo cuando Radulfr se puso de pie. La
ansiedad comenzó a llenarlo corriendo desenfrenada. Se
retorció las manos mientras veía como Radulfr se apresuraba
hacia sus amigos. Obviamente, a los dos hombres les había
sucedido algo horrible. Casi tenía miedo de preguntar.
Radulfr, al parecer, no lo tenía. Agarró a Vidarr por el
brazo cuando el hombre poco a poco se dejó caer al suelo,
Haakon se sentó justo detrás.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué os ha sucedido?
—Me alegro de verte a salvo, viejo amigo —dijo Vidarr—.
No estábamos seguros de si habías sido capturado o no.
—Fuimos atacados —dijo Radulfr—, pero…
—¿Los hombres de Jarl Dagr? —preguntó Vidarr.
—Sí.
Vidarr asintió. —No fuisteis los únicos. Alguien me golpeó
en la cabeza. Cuando volví en mí, Haakon y yo estábamos
atados. Los guardias del portavoz estaban muertos. Los
hombres de Jarl Dagr no estaban solos. Tenían amigos.
Radulfr se agachó junto a Vidarr. —¿Estás seguro de que
eran hombres de Jarl Dagr?
Vidarr se encogió de hombros. —Parecía que se conocían
entre ellos.
—Eran amistosos —agregó Haakon—. Tuvieron el placer
de darnos una paliza.
—¿Estáis bien? —preguntó Ein. No sabía si Haakon y
Vidarr estaban bien, pero le habían llegado a gustar mucho los
hombres en los últimos días. Le dolía pensar que habían sido
heridos.
Haakon le sonrió desde el otro lado del campo. —Estamos
casi bien. Gracias por preguntar.
—Drighten —dijo Baldr cuando se acercó a Radulfr—,
tenemos que irnos. Alimi dice que vienen más hombres. Ya no
estamos a salvo aquí.
Radulfr asintió y se levantó. El corazón de Ein retumbó en
su pecho mientras corría por el campamento junto a éste. Sus
manos no dejaban de temblar. Aun cuando su marido envolvió
su brazo alrededor de él, no podía dejar de pensar en lo que
podría sucederles si fueran atrapados. Eso lo aterrorizaba.
—¿Radulfr? —Ein no pudo mantener la preocupación de
su voz.
—No te preocupes, Ein —dijo Baldr—. Nuestro deber para
con el drighten incluye manteneros a ambos fuera de peligro.
No vamos a dejar que esos hombres te cojan.
—¿Deber? ¿Drighten? —preguntó Vidarr—. ¿De qué habla,
Radulfr?
—Es una historia que no tengo tiempo de contarte ahora,
amigo mío. Tenemos que irnos —respondió Radulfr—. ¿Baldr,
tenemos caballos suficientes para llevarnos a todos?
—Si en alguno montamos dos, estaremos bien.
Radulfr asintió. Cuando se volvió y le hizo un gesto, Ein se
acercó. —¿Estás listo para montar, kisa?
Asintió. Realmente no tenía ni idea de para qué estaba
listo más allá de no permanecer en ese lugar si eso quería decir
ver más guerreros. Si Radulfr quería que montara a caballo,
montaría. —¿Puedo ir contigo?
—No lo querría de ninguna otra manera, Ein.
Después, todo pasó bastante rápido para él. Se quedó allí
viendo como todo el mundo desmontaba el campamento. El
fuego fue extinguido, el conejo envuelto para más adelante. Los
caballos estaban listos para montar y cargados con todo el
equipo.
Se sentía totalmente inútil mientras todo el mundo se
movía a su alrededor. No sabía nada de montar a caballo, y
mucho menos conseguir que estuvieran preparados para
montar. En la hov, los caballos se utilizaban para el trabajo en el
campo, no para montar.
—Ven, kisa. Es hora de irse.
Corrió hacia donde estaba Radulfr de pie junto a un
caballo negro de gran tamaño. El animal era casi tan alto como
él. Se tragó el nudo de miedo en su garganta. No podía apartar
los ojos del gran caballo.
—Uh, Radulfr, no estoy seguro de que pueda montar esto.
¿Tal vez podamos volver a buscar mi caballo? —A él le gustaba
el caballo que su marido le había llevado para que montara. Era
más pequeño, más suave.
—Cálmate, Ein.
Gritó cuando Radulfr lo recogió repentinamente y lo lanzó
sobre el lomo del caballo. Estaba tan alto que sentía que estaba
de pie en la parte superior del techo del establo. Radulfr agarró
la crin del caballo y montó detrás de él. Se movió
inmediatamente hacia atrás hasta que se sentó acurrucado en la
curva del cuerpo de Radulfr.
—¿Listo, kisa?
—¿Qué pasa si digo que no?
Radulfr se rio entre dientes. —No es una elección. Si
queremos vivir para ver otro amanecer, tenemos que escapar de
quien nos esté persiguiendo.
—Entonces, supongo que estoy listo.
Sabía que había mentido entre dientes en el momento en
el que Radulfr tomó las riendas y el caballo salió disparado
hacia delante. Su corazón dio un salto en su garganta, y se
apresuró a agarrarse de algo para no caerse del caballo. Los
brazos del hombre se apretaron a su alrededor.
—Fácil, kisa —susurró contra el lateral de la cabeza de
Ein—. No voy a permitir que te caigas.
—Esto me parecía mucho más fácil en el otro caballo.
—Lo era. Tienes que recordar, Ein, que venía a reclamar a
mi novia. Así que traía un caballo adecuado para que lo montara
una mujer, no un hombre.
—No soy una mujer —resopló Ein.
—Y gracias a los Dioses por ello —se rio Radulfr—. Lo
prefiero así.
Ein parpadeó, no muy seguro de cómo responder a eso.
Todavía le preocupaba que Radulfr de repente se despertara un
día y decidiera que no quería que la paz lo obligara a
comprometerse con un hombre. Había estado esperando que
esto ocurriera desde el momento en el que lo conoció. Pero
escuchar a Radulfr decir que prefería que fuera un hombre, era
sorprendente.
—Eres el jarl de tu clan —dijo Ein—. Sabes que no será
fácil cuando me lleves a casa. Además de que soy un hombre,
todavía existe el compromiso de paz que hay que tratar. La
gente no va a aceptarme tan fácilmente.
—No importa, Ein. Soy el jarl y te acepto. Eso será
suficiente para mi clan.
Ein tenía serias dudas sobre eso. Entendía que Radulfr era
el líder de su clan, pero también conocía a la gente. Podrían
mirar para otro lado y verlo como un pequeño hombre, una
pequeña indiscreción, pero nunca aceptarían que Radulfr y él
estuvieran juntos a largo plazo. Sólo esperaba que éste no
llegara a odiarlo cuando llegara el momento.
—Agárrate, Ein —dijo Radulfr cuando sus brazos se
apretaron—. Iremos a galope de aquí en adelante.
Ein se agarró para salvar su vida.
Radulfr frotó su mejilla en la parte superior de la cabeza de
Ein. Habían estado viajando durante horas. El amanecer hacía
tiempo que había pasado, y ahora el sol comenzaba a ponerse, la
oscuridad llegaba. Su compañero estaba profundamente
dormido, acurrucado profundamente en sus brazos. Había
estado dentro y fuera del sueño la mayor parte del día.
Radulfr se preocupaba por el estrés que su viaje podría
causar a Ein. Por lo que sabía, había pasado toda su vida en la
hov. No estaba preparado para un viaje largo. Desde luego, no
estaba preparado para correr por su vida.
Si Ein no hubiera estado con él, Radulfr se habría quedado
a luchar. Detestaba huir. Pero poner en peligro a su esposo no
era una opción. Si tenía que correr con el rabo entre las piernas
para mantener a su pareja seguro, lo haría.
—¿Drighten, tu pareja está bien?
Radulfr sonrió más a Alimi. —No hace más que dormir.
Ein no está acostumbrado a estos viajes largos. Creo que todo el
estrés lo ha alcanzado.
—¿Te gustaría que lo llevara por un tiempo?
Los brazos de Radulfr se apretaron alrededor de Ein. Un
pequeño gruñido escapó de sus labios. —Yo lo llevaré.
Alimi sonrió y asintió. —Como quieras, drighten.
—Radulfr. Mi nombre es Radulfr.
Alimi asintió de nuevo.
Radulfr giró sus ojos y volvió a mirar hacia adelante. No
estaba seguro de si creer que él era el mítico drighten que Alimi
y sus amigos creían que era. Seguía teniendo problemas para
creer que se había transformado en una bestia mítica.
—¿Tus amigos, están bien?
—¿Qué? —Radulfr se giró para mirar a Alimi de nuevo. El
hombre estaba mirando por delante de ellos a donde Vidarr
Haakon cabalgaban con Baldr y Ulfr—. Oh, sí, creo que lo están.
Nada que un lecho y una comida calientes no cure.
—¿Los conoces desde hace mucho tiempo?
Radulfr frunció el ceño ante la curiosidad que escuchó en
la voz de Alimi. Siguió el rastro de la mirada del hombre y se
tragó una sonrisa cuando se dio cuenta de cuál era el interés que
tenía Alimi. La vida era cada vez más interesante por
momentos, y no sólo para él.
—Conozco a Vidarr y Haakon casi desde toda mi vida.
Alimi lo miró. La tensión de la mandíbula del hombre le
dijo que quería saber más, pero le daba vergüenza o tenía miedo
de preguntarlo. Radulfr no estaba seguro de cual. Podía, sin
embargo, satisfacer algo de la curiosidad de Alimi.
—Todos crecimos en el mismo pequeño poblado. Haakon
fue acogido en mi familia a una edad temprana. Sus padres
murieron en un ataque. Vidarr fue acogido un par de años más
tarde, cuando su familia se trasladó a nuestro clan.
—¿Son buenos hombres?
—Los mejores que un hombre puede pedir —respondió
Radulfr—. Hemos librado muchas batallas juntos. Han
protegido mi espalda más veces de lo que puedo contar. Incluso
les confiaría la vida de Ein.
—Un gran elogio.
—Se lo han ganado. Son hombres de honor. Han
demostrado su eficacia tanto dentro como fuera del campo de
batalla. Confío en ellos más que en nadie. —Radulfr sabía que
Alimi entendía su significado cuando el hombre asintió—. Sólo
puedo esperar que su lealtad sea premiada algún día
encontrando a sus propios compañeros.
Radulfr se echó a reír cuando Alimi casi se cayó de su
caballo. El hombre se giró. Su interés en Vidarr y Haakon era
tan evidente, que era casi tangible. Radulfr no sabía casi nada
sobre Alimi, pero si el apareamiento con él podía traer la
felicidad a sus amigos, Radulfr estaría de su lado.
—Vidarr no ha tenido una vida feliz. Es posible que haya
crecido teniendo padres y Haakon no, pero los padres de Vidarr
apenas si podrían llamarse así. Ellos estaban mucho más
preocupados de que su sonr contrajera matrimonio con una
familia adecuada, que de que Vidarr fuera feliz.
—¿Desaprobarían su unión con un hombre?
—Desde luego, no lo apoyarían —resopló Radulfr—. No
sería aceptable para ellos. Insisten en ello cada vez que Vidarr
tiene aventuras con otros hombres. Ha llegado a tal punto, que
Vidarr evita a sus padres cuanto puede para no tener que
escucharlos.
—Maldita sea.
Radulfr no podía estar más de acuerdo. Sabía que su faðir
no estaba muy emocionado porque prefería a los hombres, pero
se mantenía silencioso al respecto desde que Radulfr era el jarl.
Su madre falleció y se fue con los Dioses mucho antes de que él
supiera sus preferencias.
—La historia de Haakon es totalmente diferente. Sus
padres murieron en un ataque cuando era un niño pequeño. Su
móðir estaba emparentada con mi faðir, así que Haakon fue
traído a mi clan y se crío allí.
—Eso no suena tan mal.
—Tal vez, pero creo que Haakon siempre se ha sentido un
poco fuera de lugar por no tener padres. En el clan, hay quienes
nunca lo dejan olvidar que fue criado conmigo porque no tenía
una familia propia.
—Entiendo cómo se siente. Coinin, mi hermano y yo
fuimos desterrados, considerados warg34 cuando se descubrió
que éramos berserkrs. —Alimi escupió en el suelo y luego hizo
una mueca—. Nuestros padres se unieron a la muchedumbre
que nos expulsó de nuestra casa.
—Pero... —La mandíbula de Radulfr cayó mientras luchaba
con las palabras—. Ser un berserkr no es un delito. Sólo se
puede llegar a ser warg si se ha cometido un delito.
Alimi se encogió de hombros. —A nosotros ya no se nos
consideraba humanos.
—Eso es ridículo —espetó Radulfr. La idea de que Alimi y
Coinin, así como los demás, no fueran considerados humanos
debido a su capacidad para transformarse, lo molestaba. Era un
error—. Si Baldr tenía razón en lo que me dijo, esta capacidad
viene de los Dioses. Eso significa que hemos sido bendecidos
por los Dioses, no es una geas.
—Estoy de acuerdo, drighten, pero no todo el mundo lo
hace. Muchos nos ven como una maldición. Tienen miedo de
nosotros y de lo que podemos hacer. Ellos dicen que somos una
amenaza para nuestra propia gente, que matamos y mutilamos
indiscriminadamente. Nos rechazan.
—¿Cómo habéis sobrevivido?
—Nos protegemos unos a otros —rio Alimi—. Baldr tiene
una granja a orillas de un río. Nos alojamos allí a menudo, pero

34
Peor crimen, como la violación, la traición y el asesinato premeditado, el criminal ya no era
considerado un ser humano. Era un —warg—, lo que significa un lobo y fuera de la ley, y se convirtió en
un outdweller que significa más o menos los mismo, ósea un paria.
sobre todo vagamos por el campo. Hemos pasado años
buscándote, y eso nos ha llevado en mil direcciones diferentes.
Radulfr estaba un poco sorprendido por la diversión en la
cara de Alimi cuando el hombre lo miró. Teniendo en cuenta el
tema de su conversación, no podía pensar en una sola cosa que
fuera divertida.
—También pasamos mucho tiempo en nuestra forma de
lobo, vagando por el bosque. No creerías cuántas personas
evitan los bosques, cuando piensan que hay una manada de
fieros lobos viviendo en ellos.
Radulfr se rio entre dientes. La imagen mental le hizo ver
lo que Alimi encontraba tan gracioso. Aun así... —Tan
esplendido como eso suena, te agradecería que no trataras de
asustar a nadie cuando lleguemos a casa. Mi gente necesita
tiempo para adaptarse a esto.
—¿De verdad crees que lo harán, drighten?
Radulfr frunció el ceño. —¿Por qué no?
—Nuestro mundo no es fácil, a pesar de que estemos
bendecidos por los Dioses. Así que muchos nos tienen miedo.
No entienden el don que hemos recibido. La mayoría nos
matarían sin hacer preguntas.
Había un deje de tristeza en los ojos de Alimi, y Radulfr
sabía por mucho que el hombre fingiera lo contrario, que huir
de sus padres y su clan todavía pesaba sobre él.
—¿Alimi, alguna vez te han explicado por qué nos han
dado este regalo los Dioses? —preguntó Radulfr—. ¿Cuál es el
propósito de este regalo? ¿Y por qué los Dioses nos eligieron?
—Nosotros protegemos a los que no pueden protegerse por
sí mismos.
Radulfr esperaba que Alimi le dijera más. No lo hizo. —¿Y?
¿Por qué los Dioses nos han elegido?
Alimi sonrió. —Eso no te lo puedo decir. Cada uno de
nosotros ha sido elegido por diferentes razones.
—¿Por qué has sido elegido?
—Soy muy rápido, más rápido incluso que Baldr. Cada uno
de nosotros aporta algo al grupo. Ulfr, como puedes adivinar
por su tamaño, aporta la fuerza. Baldr trae la astucia, y Coinin
es el hombre más ingenioso que conozco.
—Y yo, ¿por qué he sido elegido?
—Tú has sido elegido para guiarnos.
Radulfr giró sus ojos. —Los Dioses deben estar locos.
Antes de que Alimi pudiera decir algo más, Baldr galopó
hacia ellos. —Hemos viajado durante muchas horas. Los
caballos necesitan descansar o nos serán inútiles. Sospecho que
todos necesitamos también un descanso. Sugiero que nos
detengamos en la parte inferior de la colina, justo en su falda.
Radulfr asintió. Sabía que necesitaban descansar, y se
imaginaba que Ein querría estirar las piernas. —Vamos a tener
que acampar al raso. Cualquier fuego se vería a kilómetros.
¿Tenemos suficientes provisiones?
—Todavía tenemos un conejo asado, drighten —dijo
Baldr—, y creo que Ulfr tiene algunas tiras de pescado seco. Eso
y pan sin levadura, debería ser suficiente hasta que podamos
obtener más suministros.
—¿Hay suficiente agua para que Ein se lave? —preguntó
Radulfr—. Realmente no le gusta estar sucio.
Baldr sonrió mientras miraba al hombre dormido en los
brazos de Radulfr. —Estoy seguro de que podemos arreglar
algo. Hay un pequeño arroyo, un poco más allá de la parte
inferior de la colina. Si viajamos hasta allí, Ein no tendría que
salir del campamento para lavarse.
Radulfr apoyó esa idea. Se acordó de lo que había sucedido
la última vez que fue a lavarse. Era una de las razones por las
que se encontraban en este lío. Sin embargo, quería hacer que
las cosas fueran lo más normales posible para Ein, incluso si eso
significaba andar un poco más de tiempo para que pudieran
llegar hasta el agua dulce.
—Preferiría que montáramos hasta allí, así Ein podrá usar
el arroyo. No está acostumbrado a estar en peligro. Tenemos
que darle seguridad y hacer que se sienta seguro.
—¿Si me permites una sugerencia, drighten? —preguntó
Baldr.
Radulfr asintió.
—Por mucho que nosotros podamos tratar de mantener las
cosas tranquilas para tu pareja, contarle el peligro en el que
estamos sería una opción mejor. Necesita saberlo. No decírselo
lo pondría en un peligro mayor.
Radulfr negó. —Ein ha vivido toda su vida en la hov. No
conoce los peligros que existen en el mundo real. Por mucho
que deseo que acepte la vida aquí, no sé si lo hará, si sabe que
está en constante peligro.
—Contarle el peligro no es lo mismo que cambiar su
inocencia, drighten. Todavía podemos mantenerlo a salvo, pero
si sabe del peligro que nos acecha, estará mejor preparado
cuando se produzca. —Baldr hizo una mueca—. Y sabes que va a
pasar. No vivimos una vida de paz.
—Yo sólo quiero... —Radulfr apretó los labios mientras
miraba hacia abajo a la dulce cara de Ein. El hombre era tan
inocente, tan ingenuo sobre el mundo real. No quería que la
inocencia de Ein le fuera arrancada. Era parte de lo que lo hacía
tan especial—. No quiero que tenga miedo —finalmente susurró.
—Entonces enséñale a defenderse —dijo Baldr con
severidad—. Dale el poder de protegerse a sí mismo. Asegúrate
de que cuando el peligro llegue, Ein tenga las habilidades para
estar a tu lado.
—¡No quiero que esté a mi lado! —explotó Radulfr.
—Entonces, ¿dónde quieres que se esté? —gritó Baldr
severamente de nuevo—. ¿Detrás de ti?
—No, pero…
Radulfr quería gruñir a Baldr, gritarle. El hombre no
entendía que Ein era especial. Era dulce y amable, y no podía
hacerle daño a nadie. Los Dioses serían crueles de verdad si se
lo llevaban, si lo alejaban de él.
Radulfr tomó las riendas en una mano y se frotó el puente
de la nariz con la otra. Ojalá pudiera poner en palabras cómo la
dulce naturaleza de Ein lo afectaba, pero al hacerlo admitiría su
debilidad, y Radulfr no estaba seguro de estar listo para eso.
No había admitido ninguna debilidad desde que tenía diez
años y su moðir falleció. Su faðir lo había sorprendido llorando
sobre su tumba al día siguiente de que la enterraran y lo había
golpeado en cada centímetro de su cuerpo. Nunca mostró
vulnerabilidad de nuevo.
No hasta Ein.
—Le advertiremos que se quede cerca de nosotros y le
enseñaremos cómo defenderse con una daga —dijo Radulfr—.
Pero no quiero que su amor por la vida le sea arrancado. Su
seguridad y su bienestar tienen prioridad sobre todo lo demás.
—Como quieras, drighten.
Radulfr pensó que Baldr lo estaba apaciguando, pero
cuando miró al hombre, vio que sonreía. —¿Tienes algo que
añadir, Baldr?
—Te preocupas mucho por él, ¿no?
Una tierna sonrisa cruzó los labios de Radulfr cuando frotó
suavemente un lado de la cara de Ein. —Es especial. Dudo que
haya nadie como él en la tierra.
—Estoy seguro de que tienes razón, drighten.
Radulfr le envió a Baldr una pequeña y feroz mirada hasta
que el hombre se alejó al galope riendo. Sabía que tenía razón.
Ein era especial. No tenía idea de por qué había sido bendecido
con el cuidado del hombre, pero se juró que nunca abandonaría
a los Dioses que se lo dieron. Pasaría el resto de su vida tratando
de hacerlo feliz y de mantenerlo a salvo.
—Drighten, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto, Alimi.
—¿Por qué has elegido enseñar a Ein cómo manejar una
daga? ¿Por qué no una espada?
—¿Ein y una espada? —se rio Radulfr—. No es lo
suficientemente fuerte como para levantar mi espada, y mucho
menos servirse de ella.
—No lo entiendo. —Alimi comenzó a fruncir el ceño—.
Tenía perfectamente sujeta en su mano tu espada cuando nos
topamos con él. Parecía no tener problemas para manejarla.
—¿Ein blandía mi espada? —jadeó Radulfr.
No podía ni siquiera imaginarlo sosteniendo su espada y
mucho menos usándola. Su espada era enorme, pesada. Se
había hecho especialmente para él, fue el regalo de Vidarr y
Haakon cuando se convirtió en jarl. Incluso Vidarr, tan grande
como era, pasaba momentos difíciles para blandirla.
—Lo hacía —rio Alimi—. Estaba de pie directamente
delante de ti, balanceando la espada hacia adelante y hacia atrás
mientras nos acercábamos. Tenía toda la intención de
protegerte de cualquier daño. Y, si no te importa que te lo diga,
drighten, estaba haciendo un maldito buen trabajo.
Radulfr se sorprendió, no sólo porque Ein hubiera usado
su espada, sino que el hombre había tratado de protegerlo al no
poder protegerse por sí mismo. Eso hablaba mucho de la
personalidad de éste y el futuro de su relación. Si a Ein le
importaba lo suficiente como para tratar de protegerlo,
entonces podrían tener más en común de lo que Radulfr
pensaba.
—Estamos aquí, Radulfr.
Radulfr levantó la vista y vio a los hombres delante de ellos
desmontando. Paró a su propio caballo y esperó a que Baldr se
acercara caminando. Radulfr le entregó a Ein, bajó de su
caballo, y rápidamente lo tomó en sus brazos. Éste nunca se
despertó.
—No podrá llegar hasta el arroyo —se rio Baldr.
—No está acostumbrado a montar a caballo durante todo
el día.
—Imagino que no. —Baldr le entregó las riendas del
caballo a Alimi y luego se volvió hacia Radulfr—. Voy preparar el
lecho por si lo desea. Siempre puede utilizar el arroyo mañana
antes de salir.
Radulfr asintió. —Eso suena bien, gracias, Baldr, pero creo
que tiene que comer algo. Necesita mantener su fuerza.
—Entonces voy a desempacar las cosas si quieres
despertarlo.
Radulfr asintió y se llevó a Ein a un tronco caído. Se sentó
y lo acunó en sus brazos, luego comenzó a acariciar suavemente
su mano sobre un lado de la cara del hombre. Los ojos de Ein
comenzaron a revolotear.
—Hey, kisa —dijo Radulfr suavemente cuando el hombre
finalmente abrió los ojos—. ¿Has dormido bien?
Ein se incorporó y se quitó el pelo de su rostro cuando
miró a su alrededor. —¿Dónde estamos?
—Hemos parado para comer y dejar que los caballos
descansen un poco.
—¿Estamos a salvo aquí?
—Tú, pequeño, estarás a salvo dondequiera que estemos.
—Radulfr señaló a todos los hombres alrededor del pequeño
claro—. He dejado claro a todos que tu seguridad está antes que
cualquier otra cosa. Si algo sucede y no puedes llegar hasta mí,
ve con uno de ellos. Te protegerán con su vida.
—¿Qué? —Ein se dio la vuelta—. No, yo no…
Radulfr presionó un dedo sobre los labios de Ein,
calmándolo. —No puedes decidir. Todo depende de mí, y yo
digo que te mantendrás a salvo sin importar qué. Tu seguridad
es más importante que cualquier otra cosa.
Radulfr sacó una pequeña daga cubierta de su cinturón y
se la entregó a Ein. Era la misma que había usado para tallar el
tronco en el arroyo. —Esto es para ti. Quiero que la conserves
contigo en todo momento. Vidarr y yo te enseñaremos un par de
movimientos con ella, lo suficiente como para manejarla de
forma segura y efectiva.
La mano de Ein temblaba cuando tomó la daga. La sostuvo
con cuidado en su mano, cerrando los dedos sobre la funda de
cuero desteñido. Sus cejas se juntaron como si estuviera
confundido y tratando de encontrar algo mejor.
—¿Qué, Ein?
—¿Estamos bajo mucho peligro todavía? —preguntó en
voz baja—. Pensé que por eso íbamos a galope, para alejarnos de
quien nos está persiguiendo. ¿No lo hemos hecho?
Radulfr suspiró. —No sé que decirte, kisa. No hemos visto
ninguna señal de quien está detrás de nosotros durante algunas
horas, pero eso no quiere decir que no están todavía detrás
nuestro. Nuestra mayor preocupación es cuando lleguemos a
casa. Si de hecho son los hombres de Jarl Dagr, entonces saben
dónde vivimos.
La cara de Ein se tornó de color blanco pálido, justo la
reacción que Radulfr tenía la esperanza de evitar.
«Condenado fuera Baldr a las profundidades del
infierno» —pensaba mientras lo acercaba de nuevo a su pecho—
, «por haber tenido la idea de contarle la verdad». Ein estaba
aterrorizado.
—Hey. —Radulfr agarró a Ein por la barbilla
empujándosela hacia arriba—. Por lo que he oído de Baldr y
Alimi, tú puedes protegerte muy bien a ti mismo y a mí
también. Aunque, cómo pudiste levantar mi espada y mucho
menos manejarla, es algo que se me escapa. La cosa es casi tan
grande como tú.
El pelo rubio como la luz del sol cayó sobre la frente de Ein
cuando inclinó la cabeza ligeramente. —Pero no lo fue, en
realidad no. No pensé que sería capaz de levantarla, pero lo
hice. No se sentía en absoluto tan pesada.
La idea de que Ein podía usar su espada intrigaba a
Radulfr más de lo que podía decir. Puso a Ein sobre sus pies,
luego sacó su espada de la vaina en su cintura. La levantó y
sostuvo la espada para Ein.
—Aquí, toma. Muéstrame.
Ein giró sus ojos y se acercó, cogiendo la espada por la
empuñadura con ambas manos. El silencio cayó sobre el
campamento cuando la levantó sin esfuerzo en el aire y la hizo
girar alrededor como un experto.
—¿Qué quieres que haga con ella?
Radulfr parpadeó. Estaba en shock. No podía pronunciar
una palabra. Parecía que había manejado un arma desde antes
de que pudiera caminar. La estaba balanceando en el aire como
si fuera la cosa más natural del mundo.
—Sólo tienes que girarla un poco alrededor de ti —dijo
Baldr—. Queremos ver qué puedes hacer con ella.
Radulfr sintió al hombre acercarse y pararse a su lado. Un
momento después, Vidarr y Haakon se acercaron, seguidos
rápidamente por Alimi, Coinin y Ulfr hasta que Ein estuvo
rodeado por todos ellos. Podía ver la sorpresa y el asombro en
sus rostros. Estaban fascinados por la habilidad de Ein para
manejar la espada.
—¿Qué más puedes hacer con ella, Ein? —preguntó
Radulfr—. ¿Sabes cómo manejar una hoja en una lucha a
espada?
Bajó la espada al suelo. —No, nunca había sostenido una
espada antes de ahora. No se nos permitía en la hov —respondió
Ein—. Pero puedes enseñarme.
Radulfr se echó a reír ante la mirada ansiosa en la cara de
éste. Le tendió la mano. Si tenía que enseñarle cómo manejar
una espada, preferiría utilizar la suya propia. —¿Alguien tiene
una espada de repuesto que pueda utilizar Ein?
—Puede usar la mía —dijo Vidarr retirando la hoja de la
vaina en su cintura.
—Ein, devuélveme mi espada de la misma forma que te la
entregué.
»Escúchame bien, sostén la espada con ambas manos.
Radulfr sintió el orgullo recorrerlo cuando tomó la espada y la
colocó de nuevo en la vaina. Tal vez no sería tan difícil enseñarle
algunos movimientos.
—Ahora, toma cuidadosamente la espada de Vidarr justo
de la misma forma sostuviste la mía.
Vidarr le tendió la espada. Ein la alcanzó. La sonrisa cayó
de sus labios cuando la espada cayó al suelo. Su boca se abrió
cuando se quedó mirándolo.
—Lo siento mucho —dijo.
Ein se agachó para agarrar la espada. Sus dedos alrededor
del mango. Gruñó cuando la levantó. Era obvio para Radulfr
que estaba luchando por sostener la espada en alto. Ein tuvo
que agarrarla con ambas manos para conseguir solamente
levantar la empuñadura de la tierra.
—Ein, espera.
La cara de Ein estaba tensa mientras miraba hacia arriba.
—No tenía la intención de dejarla caer. Es muy pesada.
Las cejas de Radulfr se alzaron. —¿Pesada?
Ein asintió. —Es mucho más pesada que la tuya. ¿Está
hecha de algún otro tipo de metal?
—Uh, Ein, mi espada está hecha del mismo metal que la de
Vidarr.
—¿Entonces por qué es tan pesada? —La lengua de Ein
rozaba contra el borde de su labio inferior mientras trataba de
levantar la espada en el aire. Jadeaba, soplaba y resoplaba, y
finalmente suspiró profundamente mientras dejaba que la
punta de la espada se hundiera de nuevo en el suelo—. Es
demasiado pesada, Radulfr. No puedo levantarla. Prefiero usar
la tuya.
Radulfr reía mientras se acercaba y tomaba la espada
devolviéndosela a Vidarr. Sacó la suya y la sostuvo para Ein. Un
escalofrío recorrió su espina dorsal cuando éste la tomó con
facilidad, manejaba la espada como si no pesara más que la
daga que le había dado antes.
—Esto es increíblemente extraño, Radulfr —dijo Vidarr.
Radulfr asintió.
—Todos me estáis gastando una broma, ¿no? —se rio Ein
mientras blandía la espada en el aire sin esfuerzo—. La espada
de Radulfr no está hecha del mismo material. No puede ser.
—Te lo prometo, kisa, mi espada está hecha del mismo
metal que la de Vidarr.
—Pero, ¿cómo? —Las cejas de Ein se juntaron. Bajó
lentamente la punta de la espada hacia el suelo—. ¿Cómo es eso
posible?
—Un regalo de los Dioses —dijo Baldr.
Radulfr giró los ojos. —Esa es tu respuesta para todo,
Baldr, pero no explica por qué Ein puede manejar mi espada y
no la de Vidarr.
—En realidad, creo que sí. —Baldr se frotó la barbilla
mientras miraba a Ein—. Vamos a intentar algo, ¿eh?
—Nada que lo dañe —gruñó Radulfr.
—No, no. —Baldr sacudió una mano con desdén a
Radulfr—. Sólo quiero intentar algo.
—¿Qué?
—Ein, dale la espada a Radulfr y toma la daga que te dio
hace unos minutos.
Ein parecía confundido, pero hizo lo que le había pedido
Baldr. Radulfr se sentía tan confundido como éste cuando Baldr
tomó el puñal de las manos de Ein y se lo tendió.
—Muéstranos lo que puedes hacer con esto —dijo Baldr—,
y quiero que nos lo muestres realmente todo. Considéralo una
forma de jactarte. Quiero que le demuestres a Ein todo lo que se
puede hacer con una daga.
Radulfr no tenía idea de por donde iba Baldr con su
pequeña teoría, pero teniendo en cuenta lo extrañas que
estaban las cosas en ese momento, estaba dispuesto a darle al
hombre una oportunidad. Tomó el puñal y empezó su
actuación.
Hizo girar la daga, la lanzó al aire y la atrapó. Hizo girar la
punta de la daga en el borde de su dedo. Luego comenzó a
lanzarla hacia diversos objetivos, primero un árbol, luego un
tocón. Incluso la lanzó a un trozo de madera que Vidarr sostenía
para él. Puso en funcionamiento todo lo que había aprendido en
su vida.
Por último, Radulfr ya no sabía que más hacer con la daga.
La lanzó al aire una vez más y luego se la devolvió a Ein. Se
volvió hacia Baldr y arqueó una ceja.
—¿Era eso lo que querías?
—Muy impresionante, drighten. —Baldr se giró hacia Ein y
asintió hacia el cuchillo—. Ahora hazlo tú, tal y como Radulfr lo
ha hecho.
Radulfr se sentó en el tronco caído, cuando de repente sus
piernas no quisieron sostenerlo más. No podía creer lo que
estaba viendo. Tenía que ser algún tipo de magia. Ein estaba
haciendo exactamente lo que había hecho, casi como si fuera él
quien lo estuviera haciendo.
—No entiendo cómo es posible esto —susurró mientras
Ein metía el puñal en la vaina que le había dado.
—Ya te he dicho, drighten, es un regalo de los Dioses.
Las fosas nasales de Radulfr llameaban cuando fulminó
con la mirada a Baldr. —Ein puede manejar una daga tan bien
como yo, y sé que nunca ha manejado una en su vida. También
puede manejar la espada, pero sólo mi espada. ¿Cómo es eso un
regalo de los Dioses?
—La capacidad de manejar una daga y la espada por sí solo
no es el regalo. Ein mismo es el regalo de los Dioses, drighten,
un regalo para ti.
Ein masticaba la fría carne de conejo con cuidado y
lentamente. Sabía que no había bastante para todos, sin
importar lo que los otros le dijeron o lo mucho que le ofrecieron.
Quería estar seguro de que todo el mundo tenía su parte justa.
Cuanto más despacio masticara, más habría para todos. Aun así,
tomó con entusiasmo el pedazo de pan sin levadura que Radulfr
le entregó y se lo comió.
Ein estaba un poco sorprendido por la forma en la que los
guerreros más grandes lo aceptaban. Lo incluían en la
conversación y en ningún momento le hicieron sentir que era
menos que ellos porque no fuera un guerrero.
Se echó hacia atrás más allá en el vértice de los muslos de
Radulfr y sonrió mientras escuchaba a Haakon contar alguna
historia de valor y coraje en la batalla. Era una historia
fascinante que mantuvo su interés hasta que sintió los brazos de
Radulfr a su alrededor, y se olvidó de lo que estaba diciendo
Haakon.
Estaba sentado en el suelo entre las piernas de Radulfr, y
este, en un tronco detrás de él. Ein lo miró con curiosidad
cuando se deslizó hacia abajo y se apoyó en el tronco caído.
Cuando Radulfr le echó hacia atrás sus hombros, se apoyó
contra él.
Los ojos de Ein se abrieron como platos cuando pasó el
pesado manto de piel sobre los dos. Bajó rápidamente los ojos
para que nadie pudiera ver su sorpresa cuando las manos del
hombre comenzaron a vagar por su pecho. Se apoyó contra el
cuerpo de Radulfr y alzó la cabeza.
—¿Qué estás haciendo? —murmuró.
—Disfrutar del regalo que los Dioses me han dado, ¿qué
más?
—No estamos solos.
—Estamos bajo mi capa. Siempre y cuando no hagas
ningún ruido, no lo sabrán.
Ein se preguntaba cómo diablos se suponía que iba a
guardar silencio cuando las manos Radulfr estaban
empujándose debajo de su túnica y moviéndose por su piel
sensible. Sería casi imposible. Se sentía demasiado bien.
—Radulfr —se quejó.
Las manos del hombre se habían trasladado por el pecho
de Ein para jugar con sus pezones. Era increíblemente caliente.
Podía sentir como su polla se endurecía hasta que le dolía. Su
cabeza estaba apoyada contra Radulfr, mientras este tiraba y
retorcía más y más duro sus pezones, haciéndolos palpitar.
—Eres muy sensible, kisa.
Ein inhaló rápidamente cuando las manos comenzaron a
moverse por su pecho. Cada golpe de los dedos del hombre se
sentía muy bien en su piel. Sentía como si todo su cuerpo
estuviera conectado directamente a Radulfr.
Cuando habló con su grandfaðir, Ein no tenía ni idea de
que podía encontrar tanto placer en los brazos de su marido.
Cada contacto era mágico. Sentía como si Radulfr fuera su
regalo de los Dioses, no al revés.
Cuando las manos comenzaron a desatar su pantalón, la
mirada de Ein voló a los otros hombres sentados alrededor del
pequeño campamento. Dejó escapar un suspiro de alivio porque
nadie parecía estar mirándolos o incluso prestándoles atención.
La conversación continuaba como si nada sensacional estuviera
ocurriendo a unos metros de distancia.
—Radulfr, no podemos —susurró Ein, aunque separó las
piernas. No podía negarse a sentir el firme contacto del hombre
más de lo que podía dejar de respirar.
—Sí, kisa —dijo Radulfr mientras cerraba sus dedos
alrededor de la dura polla de Ein, que ya goteaba—, podemos.
Se mordió el labio cuando gimió, tratando de amortiguar
el sonido. Sus ojos se cerraron cuando Radulfr empezó a
acariciarlo. El hombre pasó suavemente su pulgar a través de la
cabeza de la polla de Ein, haciéndolo estremecerse.
Curvó sus manos contra los muslos de Radulfr. Necesitaba
algo a lo que aferrarse, algo que le impidiera gritar de placer.
Cada movimiento de la mano en su polla lo llevaba más al
borde.
A medida que su cuerpo se sobrecargaba con la
maravillosa sensación, Ein volvió la cabeza y la enterró en el
pecho de Radulfr, hundiendo sus dientes en él. Lo oyó gruñir,
pero no podía aflojar los dientes. Sentía como si todo su cuerpo
estuviera esperando.
A continuación, la sensación más increíble barrió el cuerpo
de Ein. Se estremeció cuando su semen salió disparado de su
polla. Radulfr apretó la mano a su alrededor y continuó
acariciándolo a través de su orgasmo durante mucho tiempo.
Ein se desplomó contra éste, toda la energía drenada de su
cuerpo. Se sentía lánguido y soñador. Se sentía maravilloso.
Podía oírle jadeando detrás de él. El pecho del hombre
subía y bajaba rápidamente. Radulfr lo agarró por la cintura y
tiró de él hacia atrás hasta que algo largo y duro se presionó
contra la parte trasera de Ein.
Elevó ligeramente la cabeza y miró hacía atrás sonriendo.
Vio como las cejas del hombre se arqueaban cuando hurgó
detrás de él apretando la mano sobre la polla de Radulfr. Se
miraron a los ojos cuando empezó a mover la mano arriba y
abajo de la dura longitud del hombre. La pequeña llamarada en
las fosas nasales de éste era la cosa más asombrosa que Ein
hubiera visto jamás. Quería ver más.
Tiró de los cordones de los pantalones de Radulfr,
tratando de conseguir deshacerlos. De repente, sus manos
fueron empujadas fuera del camino. Ein se mordió el labio para
no sonreír mientras miraba fijamente. Podía sentir a Radulfr
hurgar para abrir sus pantalones.
Su mano fue agarrada y presionada contra la carne
caliente y rígida. Le sentía endurecerse mientras envolvía sus
dedos alrededor de la gruesa erección. Radulfr empezó a jadear
más rápido. Ein elevó la cabeza, sabiendo lo que éste necesitaba.
Un momento después, la cara del hombre estaba enterrada en la
curva de su cuello.
—Dioses, kisa, tu mano se siente tan bien —le susurró al
oído.
Sonriendo. Comenzó a frotar su mano arriba y abajo de la
polla de Radulfr. Se torció ligeramente para agarrar los huevos
del hombre ahuecándolos en su otra mano.
Trató de ser suave, pero cuando los apretaba más
duramente, todo el cuerpo de Radulfr se estremecía.
Ein comenzó a pensar que quizás el hombre prefería un
poco de dolor y comenzó a tirar de los huevos un poco más
duro. Radulfr se volvió salvaje, bueno, tan salvaje como podía
un hombre que trataba de ocultar el hecho de que estaba
jugando debajo de una capa.
Ein se sacudió cuando sintió los dientes Radulfr raspando
a lo largo de su cuello. Las manos del hombre se apretaron
alrededor de su cintura. Las piernas se pusieron tensas. Un
gruñido profundo sonó contra la garganta de Ein y la crema
caliente llenó su mano, mientras Radulfr se estremecía
repetidas veces.
—Me gustaría enterrarme hasta los huevos ahora mismo
en tu culo —murmuró Radulfr mientras abrazaba a Ein—. Te
follaría hasta la inconsciencia. No podrías sentarse
cómodamente durante una semana, Ein, te lo prometo.
Ein elevó la cabeza mirando hacia atrás. —No veo el
inconveniente.
Sonrió cuando éste se rio a carcajadas. No le preocuparon
las miradas inquisitivas que recibió de los demás cuando miró
alrededor, pero no pudo evitar que su rostro se ruborizara. A
pesar de lo que Radulfr había dicho, Ein sospechaba que todo el
mundo sabía exactamente lo que habían estado haciendo.
Simplemente no podía preocuparse.

Ein gimió, el sueño escabulléndose lentamente. Le tomó


un momento averiguar qué lo había despertado, y cuando lo
hizo, inhaló de manera rápida y se hizo hacia atrás hundiéndose
pulgada a pulgada contra la maravillosa y dura polla en su culo.
Uno de los brazos de Radulfr estaba envuelto a su
alrededor. El otro sostenía su pierna contra su pecho. La estaba
utilizando como palanca para empujarse en él.
—Radulfr.
—Te necesitaba... —jadeó éste en voz baja—. No podía
esperar.
—O… bien. —Ein tampoco quería esperar.
—Amo estar dentro de ti.
Ein amaba que Radulfr lo llenara. El hombre no era
enorme, pero estaba cerca. Llenaba cada rincón de su culo. Ein
se sentía tan lleno, que podía sentir los latidos del corazón de
Radulfr. El hombre lo envolvía tanto por dentro como por fuera.
—Agárrate la pierna, kisa.
Ein no tenía idea de por qué el hombre quería que
mantuviera su pierna, pero lo hizo de todos modos. Su
obediencia fue recompensada un momento más tarde, cuando
la mano libre de Radulfr se envolvió alrededor de su polla. Éste
se movió, inclinándose hasta encorvarle un poco. Ein descubrió
inmediatamente la ventaja de esta posición. Esto le daba al otro
un mejor apoyo para empujarse en él.
Ein sólo había hecho esto una vez antes, la noche que
Radulfr lo reclamó. Recordó que había sido intenso y
sorprendente. Pero esta vez, sabía que Radulfr no lo estaba
follando porque tuviera que hacerlo, sino porque quería, y eso lo
hacía aún más apasionante.
Podía sentir que los impulsos de Radulfr eran cada vez
más erráticos, más potentes. Sabía que el hombre se estaba
acercando. Sintió que su propio cuerpo también se acercaba al
orgasmo. Sus huevos se apretaron contra su cuerpo. Su polla
palpitaba, derramando gotas de líquido pre-seminal.
—Muérdeme, Radulfr —susurró Ein mientras echaba la
cabeza hacia un lado.
Sabía que Radulfr lo quería. Podía sentir la emoción en él,
por la forma en la que el hombre comenzó a golpearlo más duro.
Ein inhaló profundamente, el dolor estallando en su cuello
cuando los dientes de Radulfr se hundieron en su garganta.
El dolor fue fugaz, un placer intenso lo barrió rápidamente
y su visión se nubló. Radulfr gruñó y llenó a Ein con su
liberación. Los chorros calientes cayendo dentro de él, fueron
suficientes para llevarlo al borde.
Gritó, sin importarle que lo escucharan, y se corrió en la
mano de Radulfr. Éste se estremeció contra la espalda de Ein y
poco a poco retiró los dientes, lamiendo la marca de la mordida.
Ein suspiró feliz cuando el hombre tiró de él contra su pecho.
Bajó las piernas y se quedó allí, disfrutando de las sensaciones
mientras Radulfr acariciaba suavemente su piel.
—Eres realmente un regalo de los Dioses, Ein.
—No. —Miró sobre su hombro a Radulfr—. Soy solamente
yo.
—No te hagas de menos, Ein. —Sonrió Radulfr mientras
apartaba el pelo de su cara—. Eres un regalo, nunca lo dudes.
Nunca me imaginé que iba a encontrar a alguien que aligerara
mi corazón tanto. Tuve la bendición de verdad el día que acepté
el compromiso de paz.
Ein parpadeó rápidamente, mientras las lágrimas
comenzaban a brotar de sus ojos. Rápidamente miró hacia otro
lado, no quería que lo viera. Llorar no era viril, pero estaba muy
afectado por las palabras de Radulfr. Nunca se esperó ser tan
querido. Había estado listo para conformarse simplemente con
ser aceptado.
—Tú eres precioso para mí, Ein —le susurró al oído—.
Nunca dudes de lo que significas para mí.
Tragó saliva. El nudo en su garganta le dificultaba respirar.
—¿Cómo puedes saberlo?
—He aprendido a confiar en mis instintos, Ein. Me han
mantenido vivo. —Se inclinó hacia la mano de Radulfr que le
acariciaba un lado de su mejilla. Su mano se sentía muy cálida y
suave—. Mi instinto me dice que tienes mi corazón.
—¿Yo?
—Sí, Ein, tú —rio Radulfr—. Tú me sosiegas, kisa. Me
haces sonreír y reír. Me das un placer inimaginable con tu
cuerpo o incluso con el simple toque de tu mano sobre la mía.
Alegras mi corazón cuando estás cerca. Y haces que caiga a mis
pies cuando no estás.
El nudo en la garganta de Ein creció más. No podía creer
que un hombre de la altura de Radulfr le estuviera diciendo eso.
Éste era un guerrero, un jarl. No le daba sus sentimientos a
nadie, así que ¿por qué a él?
—Yo... yo siempre había tenido miedo de que nadie me
quisiera —admitió Ein en voz baja—. Mi móðir murió el día de
mi nacimiento, asesinada por Jarl Dagr por su indiscreción con
mi faðir. Y mi faðir no me puede reconocer. Más allá del Godi
Asmundr, no ha habido nadie a quien le importara si vivía o
moría.
—A mi me importa.
Agarrando su barbilla, le obligó a levantar la cara. Sus ojos
se ensancharon ante la fuerza que pudo ver en los de Radulfr,
combinada con una vulnerabilidad que Ein no habría esperado
en el hombre más grande.
—Me preocupo mucho, Ein. Estaría muy molesto si algo
llegara a sucederte.
El otro brazo de Radulfr se apretó con fuerza alrededor de
Ein. —Aceptaste el hansal y te convertiste en mío. No voy a
renunciar a ti sin luchar.
—No iré a ninguna parte, Radulfr —Ein se apresuró a
asegurarle—. Te pertenezco.
—Y te mantendré.
Ein gruñó cuando fue aplastado repentinamente por los
brazos de Radulfr. Le gustaba el hecho de que el hombre se
sintiera tan protector sobre él, pero... —Radulfr, no puedo
respirar.
Éste se rio entre dientes y aflojó los brazos. —Lo siento,
kisa.
—Radulfr. —Vidarr llegó de repente, colocándose en
cuclillas delante de ellos—. Es hora de irse. Se han avistado
jinetes en el barranco en la parte inferior de la colina.
Ein se sacudió de miedo, de repente recordó que todavía
tenía la polla de Radulfr enterrada en su culo. Su rostro
enrojeció furiosamente mientras gemía y apretaba el brazo del
hombre. El hombre se rió entre dientes y poco a poco se hizo
hacia atrás.
—Nos reuniremos contigo, Vidarr.
Vidarr sonrió y señaló por encima del hombro. —
Estaremos allí preparando a los caballos. Sólo trata de darte
prisa.
Ein esperó hasta que el otro se alejó antes de girarse a
mirar a Radulfr. —Sabía exactamente lo que estábamos
haciendo.
—Lo sabía. Y desearía poder hacer lo mismo.
Ein se quejó. —Una vez, sólo una vez, me gustaría hacer
esto sin una audiencia.
—Vamos, kisa —dijo Radulfr cuando arrojó las pieles hacia
atrás y se puso de pie, luego le tendió la mano—. Si eres lo
suficientemente rápido, podemos tener un par de minutos en el
arroyo para que te laves.
Ein gimió y agarró la mano de Radulfr. Le sorprendió lo
rápido que lo puso en pie. Rápidamente soltó su mano y tiró de
sus pantalones hacia arriba. Se sentía ridículo cuando Radulfr
se rio mientras se ataba sus propios pantalones cerrándolos.
Siguió a Radulfr a través de su campamento improvisado
hacia el pequeño arroyo en el lado opuesto. Un rápido vistazo
sobre el hombro le mostró que el resto de los guerreros estaban
cargando los caballos y limpiando el campamento.
Eso lo hizo sentir mejor, que todo el mundo lo ignorara
mientras su marido los limpiaba. Sabía que los hombres
conocían exactamente lo que Radulfr y él habían hecho. Ellos
solo eran amables pretendiendo que no habían visto nada.
—¿Listo, kisa?
Asintiendo, caminó hacia el caballo en el que habían
montando antes. No tuvo tanto miedo esta vez cuando Radulfr
lo levantó al lomo del caballo, aunque todavía estaba muy lejos
de la tierra. Simplemente se agarró a la crin del caballo y se
mantuvo hasta que Radulfr se subió detrás de él. Entonces se
agarró a éste.
—Tengo que enseñarte a montar en el tuyo propio, uno
pequeño.
—No. Me gusta viajar contigo.
—Y a mí contigo, también, pero puede llegar el momento
en el que necesites viajar sin mí. Quiero que estés preparado
para cualquier cosa.
—Pero…
Ein giró los ojos cuando Radulfr presionó un dedo contra
su boca. Realmente deseaba que el hombre dejara de hacer eso.
Era muy enervante.
—No es una opción, Ein. Tu deber para mí es mantenerte a
salvo. Necesito que me recuerdes por lo que lucho, qué es
maravilloso en este mundo. No tendré eso si algo te sucediera.
Ein exhaló un gran suspiro. —Está bien, puedo aprender a
montar a caballo. ¿Pero tiene que ser este caballo? Es enorme.
Radulfr se rio y tomó las riendas. —Podemos empezar con
un caballo más pequeño, pero te advierto que, algún día serás
capaz de montar este caballo por ti mismo. Si alguna vez
recuperamos mi caballo, tienes que estar preparado. Es aún más
grande.
—¿Más grande? —Ein tragó saliva—. No veo como eso es
algo bueno.
—Vas a estar bien, kisa. Nunca haría nada para hacerte
daño.
—Yo... —Ein negó—. Las espadas, las dagas y los caballos
enormes... todo es un poco desagradable, Radulfr.
Radulfr dio unas palmaditas en el brazo de Ein. —Está
bien, uno pequeño, ya lo verás. Llegaremos a mi clan en pocos
días, y estaremos a salvo.
Un escalofrío recorrió de repente su espina dorsal, era
como si la mano de la muerte lo golpeara. Se estremeció y miró
a su alrededor cuando el viento se levantó repentinamente y
barrió los árboles, soplando en ellos hasta que casi se doblaron
por la mitad. Fue espeluznante.
Ein sentía que era una señal de lo que vendría. Algo en lo
profundo de su interior le decía que las cosas no serían tan
fáciles para ellos cuando llegaran al clan de Radulfr, no como
éste pensaba.
—Espero que tengas razón, Radulfr.
Radulfr exhaló su primer suspiro de alivio en días cuando
vio la parte superior de la colina que conducía al valle donde
vivía su clan. Finalmente llegarían a casa y estarían seguros.
Habían tenido la suerte de ir por delante de quienquiera que los
perseguía, pero sólo apenas. Eso llevó mucho tiempo montando
a caballo duramente y con muy poco descanso.
Todo el mundo estaba sucio, hambriento y agotado, Ein
especialmente. Se había comportado bien bajo tanta tensión, sin
quejarse nunca, no importaba lo mucho que Radulfr le exigiera.
Simplemente seguía adelante, aceptando todo lo que venía.
Estaba tan orgulloso de Ein que podría estallar. Era la
pareja perfecta para él. Era dulce y amable, haciendo que saliera
la cara más delicada de Radulfr. Pero también era decidido y
feroz, dispuesto a luchar a su lado como un compañero debía
hacerlo.
Radulfr no podía esperar para presentarlo a los miembros
de su clan. Podrían estar un poco desilusionados por el hecho de
que su novia hubiera resultado ser un hombre, pero sabía que
con el tiempo lo aceptarían. Ein sería un gran activo para el
clan.
—Mira —Radulfr señaló a los techos de paja de las casas
del clan, cuando se acercaban al lugar—. Esa es tu casa, Ein.
—¿Ya estamos aquí? —Ein se sentó más derecho.
—Lo estamos. Este es nuestro valle.
—Es más grande de lo que pensé que sería.
—Es un gran clan. Somos casi trescientos, entre hombres,
mujeres y niños. Muchos de ellos viven en el centro del poblado,
pero hay algunas granjas dispersas. —Radulfr señaló a un gran
edificio cerca del centro del pueblo—. Ese es nuestro langhus.
—¿Vives con los demás?
—Vidarr y Haakon comparten el langhus conmigo ahora
mismo. Antes también lo hacía mi faðir, pero se mudó
recientemente con una viuda que vive en el límite del poblado.
Hay algunos hombres libres y esclavos que van y vienen durante
el día, pero prefiero tener privacidad siempre que puedo.
Ein asintió, pero Radulfr podía sentir su nerviosismo.
Podía verlo. Miraba de izquierda a derecha, como si esperara
que alguien saltara sobre ellos en cualquier momento. Radulfr
lo abrazó más cerca de su pecho.
—Estamos a salvo, Ein.
Ein negó. —No, algo está mal. No deberíamos estar aquí.
Tenemos que irnos.
Radulfr frunció el ceño. Ein parecía que estaba listo para
entrar en pánico total. Esta era la primera vez desde que la
insensata situación comenzó, que le había visto alterarse
realmente hasta ese grado. Por lo general, aceptaba las cosas y
le seguía. Ahora, prácticamente se sacudía en los brazos de
Radulfr, apartándolos.
—¿Ein?
—Por favor, ¿podemos irnos? —El rostro de Ein estaba
blanco como la nieve cuando miró por encima del hombro—. No
quiero estar aquí.
Radulfr hizo un gesto con la mano para que todos
detuvieran sus caballos. Ein estaba tan angustiado que no podía
ignorarlo. Le entregó las riendas y luego se deslizó del caballo.
—Quédate tranquilo y quieto —le susurró a Ein.
Ein asintió una vez, Radulfr le hizo un gesto a Vidarr y
Baldr para que lo siguieran mientras se movía hacia los arbustos
en el borde de la elevación que dominaba el pequeño valle de
abajo. Cuanto más se acercaban al borde, más estrecho era el
terreno hasta que tuvieron que arrastrarse hacia delante con sus
brazos.
A Radulfr no le gustó lo que vio cuando llegó al borde de la
elevación. El sol estaba en su posición más alta. Debería haber
habido gente yendo y viniendo por todas partes, pero no había
una persona a la vista. Ni siquiera había ningún perro
corriendo. No había nada.
Mientras más miraba Radulfr, más incómodo se sentía. Ni
siquiera podía ver humo saliendo de alguna de las casas. No
había ruido. Estaba extrañamente silencioso. Era como si todo
el poblado se hubiera levantado y marchado, dejándolo todo
exactamente donde estaba.
Radulfr hizo un gesto con la mano y se arrastró de vuelta
desde el borde hasta llegar a un punto en el que podía ponerse
de pie. Vidarr y Baldr se unieron a él. Radulfr se metió la mano
por el pelo mientras trataba de decidir qué hacer. Entrar en el
poblado montando a caballo no parecía ser una opción. Algo
estaba pasando, y cuanto más pensaba en ello, más crecía la
preocupación de Radulfr.
—¿Ideas? —preguntó mientras miraba a Vidarr y Baldr.
—Podríamos cabalgar lejos, pero… —comenzó Baldr.
Radulfr negó. —No es algo con lo que me sienta cómodo.
Necesito saber dónde está mi gente, si están seguros. Necesito
un lugar seguro para llevar a Ein.
—Si estás decidido a entrar, entonces necesitamos un plan
—dijo Baldr—. La oscuridad llegará pronto. Podemos esperar
hasta entonces y colarnos, o tus amigos y tú, podéis montar y
entrar como si nada estuviera mal. Ellos aún no deben saber
nada de nosotros.
—No voy a poner a Ein en peligro.
—No, no. —Baldr sacudió la cabeza—. Ese no es mi plan.
Ein puede quedarse con Alimi, mientras entramos.
—Esperan que traiga a casa a Ein, de modo que van a
preguntarse por qué no está con nosotros. Sin embargo, Alimi
no es mucho más grande que él, y aquí nadie lo conoce, puede
hacerse pasar por mi esposo.
Vidarr cerró sus manos en un puño. —Alimi debe quedarse
aquí con Ein. Puede ir otra persona en su lugar.
Radulfr giró sus ojos cuando Baldr resopló. —¿Baldr?
—Alimi puede parecer un poco más pequeño que el resto
de nosotros, pero no lo subestimes. Es mejor en el combate
cuerpo a cuerpo que todos los que estamos aquí juntos. El
pequeño cabrón es rápido con sus pies, y aún más rápido con la
espada.
—Una razón aún mejor para que se quede con Ein —dijo
Vidarr—. Será capaz de protegerlo de cualquier daño.
Radulfr miró a Vidarr, la confusión en conflicto con su
asombro. —¿Tienes algo en contra de Alimi?
—No, por supuesto que no. Yo sólo…
—Puedo manejarme.
Radulfr se dio la vuelta para ver a Alimi detrás de él. Un
profundo ceño cubría su rostro y sus brazos estaban cruzados
sobre el pecho. Parecía enojado, y enviaba toda esa ira
directamente hacia Vidarr.
—Alimi —dijo Vidarr—, sólo quería…
—Sé exactamente lo que querías, y puedes olvidarte de eso.
Estoy mejor preparado para entrar en una lucha que tú, y ya es
la maldita hora de que lo entiendas.
—Alimi, por favor —Vidarr extendió una mano hacia el
hombre—. Sólo escúchame. No es que yo no te quiera en una
pelea. Creo que...
—En realidad, no has pensado en todas las posibilidades —
dijo Alimi—. Si así fuera, entenderías que yo soy una opción
mucho mejor que cualquier otro para ello. Soy más pequeño que
los demás, y tengo el pelo rubio como Ein. Lo único que me
faltan son las orejas puntiagudas, y eso es fácil de esconder.
—¡Maldita sea, Alimi!
Radulfr se quedó boquiabierto cuando Vidarr extendió las
manos, agarró a Alimi por los brazos y tiró de él para acercarlo.
Las cejas de Radulfr se alzaron cuando Vidarr le besó como si
nunca fuera a respirar de nuevo. Cuando finalmente lo dejó ir,
los dos hombres jadeaban.
—Si te lastimas —gruñó Vidarr— te arrancaré la piel.
—Y si él no lo hace —dijo Haakon cuando se acercó—, lo
haré yo.
Radulfr sentía que tenía que frotarse los ojos para estar
seguro de que realmente estaba viendo lo que pensaba que veía.
Vidarr le dejó ir, sólo para dejarlo en manos de Haakon, quien
lo tomó, le dio la vuelta, y lo besó como había hecho Vidarr.
Para el momento en el que Haakon le dejó ir, el hombre se
balanceaba como si estuviera borracho. Simplemente miraba a
Vidarr y a Haakon fijamente, aturdido.
Radulfr miró a Baldr cuando oyó una risita. Los labios de
Baldr estaban arrugados en una sonrisa divertida. Hizo un gesto
hacia los tres hombres. —¿Sabías algo sobre esto?
—Lo sospechaba.
—¿Y por qué no me lo has dicho?
—Sabía que lo dirían cuando fuera el momento adecuado.
Hasta ahora, Vidarr y Haakon no habían estado dispuestos a
reclamar a Alimi. Creo que ahora sí.
—Sí, yo diría que lo acaban de hacer.
Baldr se rió entre dientes. —Ahora sólo falta que Alimi
decida si quiere ser reclamado por ellos.
Radulfr miró para ver a sus amigos alrededor del otro,
presionando el cuerpo ligeramente más pequeño entre los
suyos. Empezó a sonreír. —No estoy seguro de que vayan a
dejarle elegir. Parece que Vidarr y Haakon han tomado la
decisión por él.
—Ya veremos. Alimi no es realmente un ser al que se deba
tomar a la ligera a pesar de su menor estatura. He pasado un
montón de inviernos en su compañía. Es más fuerte de lo que
parece.
Radulfr quería preguntar qué quería decir con esa
declaración. Antes de que pudiera hacerlo, Ein se acercó.
Parecía confundido cuando pasó junto a Vidarr, Haakon, y
Alimi. Cuando llegó hasta Radulfr, hizo un gesto hacia los tres
hombres con el pulgar.
—¿Qué está pasando con ellos?
Radulfr se encogió de hombros. —Es una larga historia,
kisa. Hablaremos de ello más tarde. Mientras tanto, quiero que
te quedes con Coinin. Tenemos que bajar al pueblo y descubrir
lo que ha pasado.
La cara de Ein palideció. —¿Qué? No podemos…
—Ein —dijo Radulfr mientras agarraba al hombre más
pequeño por los hombros—, esto tiene que hacerse. No puedo
dejar a mi gente sin protección. Tengo un deber para con ellos.
Tengo que ir allí y averiguar qué les ha pasado.
Ein aspiró su labio inferior y lo mordió con los dientes.
Radulfr podía ver la batalla en sus expresivos ojos. Envolvió a
Ein en sus brazos y besó la parte superior de su cabeza.
—Ahora, escúchame, pequeño —dijo en voz baja—. Tengo
demasiado por lo que vivir para dejar que me pase nada. No voy
a hacer nada que nos separe. Además soy muy bueno en lo que
hago. Necesito que te quedes aquí y estés a salvo, así podré
concentrarme en lo que hay que hacer sin tener que
preocuparme por ti.
Radulfr se echó hacia atrás y cogió a Ein por la barbilla,
levantando la cara del hombre de nuevo. —¿Puedes hacer eso
por mí?
Ein apretó los labios por un momento, como si fuera a
discutir, pero luego asintió. —Vuelve de nuevo conmigo,
preferentemente de una sola pieza.
—Por mi honor, kisa.
Ya que tenía la cara levantada hacia arriba, Radulfr se
inclinó y le dio un beso, un beso largo, reflexivo y sincero. Sus
labios apretados contra los de Ein. Después, gentilmente, cubrió
su boca con suavidad, explorando y saboreando el dulce sabor
de su pareja.
Radulfr disfrutó de la mirada aturdida en los ojos de Ein
cuando levantó la cabeza. Frotó el pulgar sobre los labios
hinchados de éste. —Estaré de vuelta pronto, kisa.
Le tomó hasta la última gota de fuerza de voluntad alejarse
de Ein e ir hacia su caballo. Agarró la crin del caballo y montó.
Apretó los dedos en los largos mechones de pelo cuando lo miró
una vez más.
Ein se quedó allí, mirándolo aturdido. Estaba ausente,
frotando sus dedos sobre sus labios justo donde los había
besado, como si tratara de revivirlo. Cuando sus ojos se
levantaron y cayeron en Radulfr, parpadeó varias veces. No dijo
una palabra, sólo levantó la mano en señal de despedida.
Radulfr saludó con la mano y se dio la vuelta. Miró a
Coinin. —Mantenlo a salvo, Coinin.
El hombre asintió. Radulfr no se sorprendió. Apenas si
había oído hablar más de una palabra a ese hombre desde que
lo había conocido. Coinin no era un charlatán. Echó un vistazo
atrás y esperó a que los demás llegaran a sus caballos.
Se negó a mirar hacia atrás a Ein cuando empezó a bajar la
colina hacia el valle. Simplemente no podía. Si lo hacía, no
estaba seguro de ser capaz de irse. Dejarle lo hacía sentirse mal,
pero sabía que tenía que mantener al hombre a salvo. Hasta que
no supiera lo que estaba sucediendo con su pueblo, Ein no
estaría a salvo.
Radulfr tomó la delantera, justo detrás de él Alimi, Vidarr
y Haakon en la retaguardia. Esperaba que no pasara nada, pero
sabía que era una esperanza vana. Algo estaba definitivamente
mal. La sensación de malestar creció mientras más cerca
cabalgaba hacia el poblado.
Radulfr ralentizó su caballo cuando llegó al primer edificio
del poblado, un langhus pequeño que pertenecía a un pastor de
cabras y su esposa. Había cabras en el corral junto a la casa. Eso
en sí mismo preocupaba a Radulfr. Deberían estar fuera
pastando, no en su corral.
Se dio la vuelta para ver si Vidarr y Haakon habían visto lo
mismo. Ambos asintieron y siguieron observando mientras
continuaban detrás de él. Radulfr le hizo un gesto a Alimi para
que se adelantase. Cuando el hombre llegó a su lado, señaló con
la cabeza hacia el corral y negó. Alimi miró el corral de las
cabras y asintió.
Radulfr continuó hacia el centro del poblado,
serpenteando por las calles de tierra. Se detuvo al llegar al final
de una de éstas. Desembocaba en una gran zona abierta en el
centro del pueblo. Su langhus estaba directamente en frente.
Estaba extrañamente silencioso.
Bajando de su caballo. Tomó las riendas de Alimi y dirigió
los dos caballos hacia su langhus. Sus pasos flaquearon cuando
las puertas del langhus se abrieron y su faðir, Halldor, salió.
—Faðir, espero que todo esté bien.
—Radulfr. —Su faðir asintió y cruzó las manos frente a sí—
. Has traído a casa a tu ‘prometida’, por lo que veo.
Miró a su faðir cuidadosamente. No era usual que el
hombre saliera a darle la bienvenida cuando llegaba a casa.
Radulfr no se llevaba precisamente bien con él. No habían sido
cercanos desde que su móðir murió. No le culpaba, pero
tampoco era una excusa para los malos tratos que el hombre le
había propinado mientras crecía.
—Lo he hecho, aunque Jarl Dagr no fue tan veraz como yo
esperaba.
—¿Hay algún problema con tu ‘prometida’?
—Prefiero hablarlo en el interior. No creo que sea
adecuado para los oídos de todos.
Radulfr no se sorprendió cuando su faðir le hizo un ligero
gesto. Sabía que alguien estaba esperando en el interior. Arqueó
una ceja. Su faðir asintió levantando cuatro dedos. Radulfr
asintió echándose hacia atrás, sólo un ligero movimiento. No
sabía si estaban siendo observados o no.
—¿Está todo el mundo en los campos, faðir? —preguntó
Radulfr—. Esta conversación no debe ser escuchada por los
demás hasta que decidamos qué hacer con mi esposo.
—¿Seguramente no estás pensando en anular el hansal?
—No, di mi palabra de honor, pero eso no quiere decir que
no vaya a tomar medidas por la ocultación del Jarl Dagr. Sabía
que Ein era un hombre cuando planteó el compromiso de paz.
Solamente le haré una visita.
Los ojos de Halldor se ampliaron, y le dio un ligero
movimiento de cabeza. Parecía casi aterrorizado. Radulfr
adivinó que Jarl Dagr estaba involucrado de alguna manera en
lo que estaba pasando. El hombre probablemente lo esperaba
en el interior.
—Vamos a hablar de esto en el interior, faðir. —Radulfr se
dirigió al caballo de Alimi y lo ayudó a desmontar. Esperaba que
Alimi siguiera su ejemplo y se hiciera el tonto—. Prefiero tener
la oportunidad de hacer planes antes de introducir a Ein en el
clan.
Una de las cosas que a Radulfr siempre le había gustado de
vivir en el langhus, era el hecho de que por lo general sólo era
un cuarto grande. En el instante en el que entró, supo que
estaban en problemas. Tres hombres armados tenían sus
espadas en la garganta de algunos aldeanos. Un cuarto hombre
estaba sentado junto al fuego bebiendo algo en un cuerno.
Radulfr lo reconoció al instante y casi gruñó.
—¿Fafnir, que te trae a mi poblado?
—He venido a cobrarme a tu esposo, Radulfr. —Fafnir se
puso de pie y sacudió las últimas gotas de líquido fuera del
cuerno.
—¿Mi esposo?
—Mi faðir no me mencionó que Ein estaba vivo durante
todos estos años. Ni siquiera sabía de él.
—¿Y qué tiene eso que ver con mi esposo?
Fafnir agitó la mano. —¿Por qué no traes a tus amigos al
interior donde puedan calentarse? Me imagino que hace mucho
frío afuera ahora mismo. Además, estoy interesado en conocer a
ese hombre por el que has hecho el compromiso de paz.
Radulfr entró unos pocos pasos más. Oyó a Alimi, Vidarr,
y Haakon pasar detrás de él. Fafnir agitó su mano otra vez y uno
de los otros soldados se acercó. Rápidamente reunieron las
armas de todos y las llevaron de vuelta a Fafnir.
—Por favor, acompáñame con una bebida.
Radulfr apretó los dientes y se acercó de pie al lado de
Fafnir. —Te lo pregunto de nuevo, Fafnir, ¿qué significa todo
esto, que tiene que ver con mi esposo?
—¡Que impaciente!
Radulfr apretó los puños para evitar agarrar al hombre.
Estaba lo suficientemente enojado como para arrancarle las
extremidades con sus propias manos. Sólo esperaba que su ira
no se apoderase de él. No quería cambiar a lo que había sido
antes, por lo menos no hasta que supiera a lo que estaba
jugando Fafnir.
—Querías hablar de mi esposo. —Radulfr cruzó los brazos
sobre su pecho—. Por lo tanto, habla.
—Lo quiero.
—No pasara —dijo Radulfr—. Di mi palabra de honor de
aceptar el compromiso de paz.
—Tu palabra de honor. —Fafnir giró sus ojos y señaló a
uno de los habitantes del poblado arrodillado—. ¿Tu honor los
va a salvar de la muerte?
Radulfr se tensó cuando uno de los soldados de Fafnir
apretó su espada en la garganta de uno de los aldeanos. —
Fafnir, te lo advierto ahora, si un solo miembro de mi clan
muere a manos de uno de tus guerreros, te veré morir poco a
poco.
—Pareces creer que tienes elección, Jarl. No es así. —
Fafnir se giró para ver a Alimi. Algo puramente malvado cruzó
su rostro—. Voy a tener Ein.
—¿Esto es debido a la fylgia Heiman?
—No —se rio Fafnir—. Mi faðir ya me ha proporcionado
los fondos para pagar el precio del novio.
—Eso no es lo que acordamos. El fylgia Heiman era tu
responsabilidad.
Fafnir gesticuló con su mano despectivamente. —Pagar el
precio del novio es la menor de mis preocupaciones. Ein vale
mucho más que cualquier cantidad de plata. Es el sonr de un
Dios.
Ein se paseaba arriba y abajo a pocos pasos de los caballos
y Coinin. Se retorcía las manos juntas mientras miraba por
encima del borde de la colina que dominaba el valle. Estaba
preocupado por Radulfr, más preocupado que cuando fueron
atacados en el arroyo. Entonces, podía ver lo que estaba
pasando.
Actualmente, sólo podía adivinarlo, y su imaginación
corría desbocada. Imágenes de Radulfr dentro de una lucha a
espada llenaban su cabeza, poniéndolo aún más ansioso.
—Ein.
Ein se dio la vuelta esperando ver a Coinin mirando en su
dirección, pero el hombre todavía estaba allí de pie, mirando
hacia el poblado tal como lo había estado haciendo. —¿Coinin,
dijiste algo?
Ein frunció el ceño cuando Coinin se dio la vuelta y
sacudió la cabeza y luego volvió a mirar al valle. Tal vez estaba
imaginando cosas.
—Ein.
El miedo comenzó a construir un nudo en su garganta
cuando se dio la vuelta otra vez. Sabía que no estaba
imaginando cosas, esta vez alguien lo estaba llamando. Miró en
todas direcciones hasta que vio un destello de tela marrón cerca
de la orilla de algunos árboles.
Curioso pero prudente, Ein caminó hacia los árboles. Su
corazón casi saltó de su pecho cuando un hombre vestido de
marrón salió de detrás de uno de los árboles. Ein apretó una
mano contra su pecho y jadeó con rapidez.
—Hola, Ein.
—Hola, faðir.
—¿Cómo has estado?
Ein quedó boquiabierto. —¿Eso es todo lo que tienes que
decir? No te he visto en años. Cada vez que quieres que sepa
algo, envías a mi grandfaðir. Nunca vienes tú.
—Lo sé, y lo siento, sonr. —Freyr, Dios de la fertilidad, del
amor y los objetos fálicos, hizo una mueca—. Me gustaría que no
fuera así, pero mi buena esposa no puede ver más allá de mi
indiscreción con tu móðir. Ella hace que las cosas sean…
desagradables, cuando vengo a visitarte.
Ein suspiró. Sabía que las cosas nunca serían diferentes
con su faðir. Ellos eran lo que eran, y hacía tiempo que se había
rendido a ser aceptado por la familia de su faðir. Además, tenía
una nueva familia con Radulfr ahora.
—Así que, ¿por qué has venido?
Freyr cruzó las manos a la espalda y comenzó a caminar.
Las cejas de Ein se alzaron por la sorpresa. Nunca había visto a
su faðir con ese ritmo antes. El hombre en realidad tenía el ceño
fruncido, como si algo lo molestara.
—Faðir, ¿qué pasa?
—Tenemos un problema que debemos tratar, Ein, un grave
problema.
—¿Qué? —Ein comenzó a ponerse nervioso.
Freyr lo miró. Su rostro era serio, sin un toque de
diversión en ningún lugar. —Mezclaste los viales, Ein.
—¿Qué viales?
—El de oro y el de plata que tu grandfaðir te dio.
Ein recordó de pronto los dos viales, uno de oro y uno
plata. Se acordó de que su grandfaðir le dio instrucciones
estrictas sobre su uso, pero no podía recordar exactamente
cuales fueron las instrucciones.
—Está bien, ¿cuál es el problema entonces?
—Los viales pretendían darte una larga vida y buena salud,
Ein. El vial de plata contenía el elixir de la vida. El vial de oro
contenía las gotas blancas de la inmortalidad. Combinados, se
supone que te hacen inmortal.
Ein parpadeó. —¿Me hiciste inmortal?
—Esa era la idea, Ein, pero no los utilizaste según las
instrucciones.
Las cejas de Ein se juntaron mientras trataba de descifrar
las misteriosas palabras de su faðir. Éste nunca hablaba
directamente, sino en clave. Era enervante como el infierno. —
Entonces, ¿qué...? ¿Voy a morir ahora?
—Maldita sea, Ein, no me estás escuchando. —La cara de
Freyr se puso roja de rabia—. Mezclaste los viales. Se suponía
que iban a darte una larga vida útil. En cambio, lo que han
hecho es que puedas crear vida.
—¿Qué? —susurró Ein.
—Tu berserkr y tú habéis creado un niño.
Ein lo miró por un momento, hasta que el choque de las
palabras de su faðir lo alcanzó, entonces empezó a sacudir la
cabeza, retrocediendo lentamente. Ein sabía que los Dioses
solían jugarles malas pasadas a los mortales, sobre todo Loki,
pero nunca se lo hubiera esperado de su faðir.
—No, has perdido el juicio —dijo Ein—. Los hombres no
tienen hijos.
—Ahora sí —exclamó Freyr cuando levantó sus manos al
aire—. Has hecho lo que ningún Dios ha sido capaz de hacer,
Ein. Has creado vida entre dos hombres.
Ein se cayó al suelo cuando sus temblorosas piernas
dejaron de funcionarle. De pronto se sintió muy frío y envolvió
sus brazos alrededor de sí mismo. Quería a Radulfr. Quería
saber que no estaba perdiendo la cabeza. Simplemente no era
posible lo que su faðir le estaba diciendo.
—Tienes que estar equivocado —susurró cuando su faðir
se arrodilló delante de él. Alzó los ojos para encontrarse con su
mirada—. Has estado pasando tiempo con Loki, ¿verdad? Está
jugando conmigo.
—No, sonr, no lo estoy —dijo Frey en voz baja. La sonrisa
que se dibujó en su boca era triste, apenada—. Nunca te gastaría
una broma como esta. Creo que ni siquiera Loki haría una cosa
así.
—Bu… Pero ¿cómo?
—El oro y la plata, Ein.
Ein frunció el ceño. Se sentía aturdido, mareado. Se apartó
el pelo de la cara. —¿Y ahora qué? Quiero decir, ¿cómo se
supone que voy a dar a luz? Mi cuerpo no está preparado para
que nazca un niño.
—Lo sé, sonr. —Frunció el ceño Freyr—. Creo que lo mejor
para todos es que eso no suceda.
—¿Qué? ¡No! —gritó Ein. El horror ni siquiera empezaba a
describir las sensaciones que empezaron a pasar a través de él a
una velocidad vertiginosa. Puso un brazo alrededor de su
estómago para proteger al niño y se apresuró a alejarse de su
faðir—. ¡No vas a quitarme este niño!
—Ein, sé razonable —dijo Frey poniéndose de pie y
dirigiéndose hacia Ein—. Es lo mejor. Los hombres no tienen
niños.
—¡No!
Sí, Ein estaba sorprendido por lo que había ocurrido, pero
no estaba dispuesto a tomar el camino fácil y matar al hijo de
Radulfr, no importaba lo extraño que fuera que llevara uno.
Este era todavía el niño de su marido.
—Ein, esto no es tema de debate —dijo Frey—. No puedo
permitir que tengas el niño. Los Dioses se pondrían furiosos.
—No me importa —gritó Ein cuando se puso en pie—. No
me lo quitarás.
Freyr levantó la mano y el viento comenzó a soplar
fuertemente entre los árboles. Las hojas empezaron a volar a
través del aire. El pelo de Ein era azotado salvajemente
alrededor de su cara. Sabía que su faðir estaba tratando de
asustarlo mediante el uso de sus poderes de Dios, pero se negó a
dejarse intimidar.
—¡No! —gritó, pero sus palabras se perdieron en el áspero
viento.
Ein echó a correr, pero una fuerte ráfaga de viento lo
capturó y lo llevó de nuevo con su faðir. De alguna manera, Ein
sabía que si su faðir lo tocaba, todo habría terminado. Freyr se
llevaría al niño sólo con un toque.
—Ein, sonr, no hagas esto más difícil de lo que tiene que
ser.
Ein luchó contra el viento que tiraba de él hacia atrás,
hacia su faðir. Sintió que las lágrimas comenzaban a rodar por
su rostro mientras luchaba por salir. Ruidosos y desesperados
sollozos brotaron de sus labios.
—Por favor, no —gritó mientras era arrastrado hasta caer
de rodillas.
Se encogió lejos de su faðir cuando el hombre se acercó y
se puso en cuclillas delante de él. Freyr se acercó para tocarle la
cara, pero Ein se echó hacia atrás. No quería que lo tocara. Su
faðir no se había preocupado por él cuando era niño. ¿Por qué
lo haría ahora?
—Lo siento, Ein —dijo Frey—. Me gustaría que pudiera ser
de otra manera.
—No hagas esto, por favor.
Ein sabía que estaba rogando. No le importaba. No podía
permitir que su faðir los quitara algo tan precioso a su marido y
a él. No tenía idea de cómo iba a reaccionar Radulfr, pero no
podía renunciar a la prueba de los sentimientos entre los dos,
no sin luchar.
—Tengo que hacerlo, Ein.
—¡No! —gritó Ein cuando Freyr se acercó. Levantó las
manos para evitar a su faðir.
La mandíbula de Ein se descolgó en estado de shock
cuando su faðir fue lanzado de repente a través de la pequeña
zona de hierba como si no pesara más que una pluma. Vio como
Freyr caía al suelo y luego se quedaba allí, inmóvil.
Miró por un momento, en espera de que Freyr se moviera
o algo así. Se puso de pie, inseguro, vacilante, y luego,
lentamente, empezó a caminar hacia él. Con tanto miedo como
tenía de lo que pudiera hacerle, Freyr era todavía su faðir.
—Faðir? —susurró mientras se arrodilló junto a él. Cuando
no recibió una respuesta, Ein extendió una mano y le sacudió el
hombro—. ¿Faðir?
Ein saltó hacia atrás y miró a su alrededor violentamente
cuando su faðir, de repente, desapareció de la vista. Empezó a
respirar rápidamente, presionando una mano contra su pecho.
Necesitaba a Radulfr.
—Ein.
Ein se volteó tan rápido que se cayó sobre su trasero. —
¿Grandfaðir?
Njörðr sonrió y le tendió la mano. Éste se quedó
mirándola, con miedo de dársela, miedo de que su grandfaðir
quisiera lo mismo que su faðir. Njörðr se agachó y cruzó las
manos entre las rodillas.
—Ein, a pesar de su condición de Dios, tu faðir no siempre
sabe lo que es lo mejor. —Njörðr le tendió la mano—. Prometo
por mi honor como Dios del Vanaheimr35 que de ninguna
manera, ya sea por hecho o pensamiento, dañaré al feto.
Cuando Njörðr extendió su mano por segunda vez, Ein la
tomó. Fue colocado sobre sus pies y luego se sacudió. Ein miró a
su alrededor, pero no vio ninguna señal de su faðir. —¿Dónde se
fue?
—¿Tu faðir?
Ein asintió.
—Lo envié a casa. —Njörðr suspiró profundamente,
juntando las manos, esta vez detrás de la espalda. Njörðr era un
Dios muy serio—. Tu faðir no tiene vista, Ein. No entiende la
importancia de este niño para los Dioses. Escucha a su esposa
demasiado, trata de agradarla para compensar sus
indiscreciones.

35
Vanaheim o Vanaheimr es el hogar de los Vanir, uno de los dos clanes de Dioses en la mitología
nórdica, del cual forma parte evidentemente el abuelo de Ein, el otro clan de Dioses son los Æsir.
—¿Qué quieres decir? —Ein se cubrió el abdomen de
nuevo como si su simple contacto pudiera evitar que le
sucediera nada malo al feto que llevaba—. ¿Qué importancia?
—Tu sonr... —Njörðr hizo un gesto hacia el estómago de
Ein—, es el sonr de un berserkr y un semidiós. Tendrá tu
corazón y la fuerza de Radulfr. Recuerda lo que te dije. Radulfr y
tú estáis destinados a grandes cosas.
—Sí, pero pensé... —Ein frunció el ceño—. Pensé que te
referías a la transformación de Radulfr en un berserkr.
—No, grandsonr, eso sólo es una parte de la ecuación. Este
niño pondrá fin a la lucha entre los Æsir36 y los Vanir37. La
Guerra entre nosotros terminó hace muchos inviernos, pero la
lucha aún continúa.
—¿Cómo puede mi sonr hacer nada? —preguntó Ein—. Ni
siquiera ha nacido.
Njörðr sonrió y puso su mano sobre el abdomen de Ein. —
Se unirá a nosotros en breve. Óðinn38 y yo lo hemos previsto. Tu
sonr desciende de un berserkr, que es la creación de Óðinn. Tú,
mi grandsonr, eres un semi-Dios, en parte Álfar. Tu sonr será a
la vez Æsir y Vanir. Se unirá a los Dioses.
Ein parpadeó. Abrió la boca para decir algo, entonces se
dio cuenta de que no tenía idea de qué decir. ¿Qué podía decir?
Su grandfaðir sólo le había dicho que su sonr, concebido con
otro hombre, sería el salvador de los Dioses.
—Ahora ve, Ein. Es hora de que vayas a rescatar a tu
marido. Está en gran peligro. Un grupo de hombres de Jarl

36
Término que hace referencia a un miembro de los grupos principales de los Dioses del panteón
nórdico del paganismo. Se incluyen muchas de las figuras más importantes, como Odín, Frigg, Thor,
Baldr y Tyr.
37
Un grupo de Dioses asociados con la fertilidad, la sabiduría y la habilidad de ver el futuro. Los Vanir son
uno de los dos grupos de Dioses (el otro es el Æsir) y el homónimo del Vanaheimr ubicación (—Hogar de
los Vanir—).
38
Principal Dios del panteón vikingo, aunque su papel es complejo, es el Dios de la sabiduría, la guerra y
la muerte, también es Dios de la magia, la poesía, la victoria y la caza entre otras cosas.
Dagr vienen a caballo desde el Norte. Se han unido a los que os
han perseguido en los últimos días. Tienes hasta el amanecer
para recoger lo que puedas y salir de esta zona. No debes
regresar.
—Este es el hogar de Radulfr. Su pueblo está aquí. No
podemos dejarlos.
—Debe hacerlo, Ein. Tu niño no está a salvo aquí.
Las lágrimas empezaron a salir de los ojos de Ein. Radulfr
iba a odiarlo. —¿Dónde vamos a ir?
—Cabalgar hacia el sur durante tres lunas llenas, después
hacia el este dos más. A lo largo del río Volga, se encuentra una
gran fortaleza excavada en la ladera de una montaña. Novgarð39
es lo suficientemente grande para cualquiera que decida irse
con Radulfr y contigo.
—¿Novgarð?
—Sí, Ein, y esto es muy importante —dijo Njörðr—. Tienes
que escucharme con mucha atención. Mientras permanezcáis en
el interior de los muros de la fortaleza, nada podrá dañar a tu
niño, a cualquier otra persona que habite en su interior o a ti.
Óðinn y yo hemos hecho de Novgarðr una Frid garðr, una zona
de paz. Estarás a salvo.
Ein asintió. Entendía lo que estaba diciendo Njörðr, pero
no sabía si terminaría viviendo en la fortaleza construida por los
Dioses. No iría a ningún lado sin Radulfr, y si este no quería
irse, él tampoco lo haría.
—Ein, ni siquiera tu faðir puede llegar a ti dentro de
Novgarð.
Ein hizo una pausa y miró a su grandfaðir. —¿Por qué
odia tanto a mi niño?

39
Novgorod es una de las ciudades más antiguas de Rusia, fundada en el siglo noveno o décimo
Njörðr hizo mueca y luego palmeó el hombro de Ein. —No
odia a tu niño, Ein. Nunca pienses eso. Freyr ha pasado muchos
años tratando de recuperar el favor de su esposa. Ella lo ha
convencido de que sus vidas no pueden unirse de nuevo si tu
niño nace.
—¿Por qué? —exclamó Ein.
—Debido a que tu niño y tú sois la prueba de la infidelidad
de Freyr, tu niño aún más, ya que será el primer grandsonr de
Freyr. Geror no puede soportarlo, ella no ha podido hacerte
daño en tu vida mientras vivías en la hov, ya que era un lugar
sagrado, y no podía matarte. Pero ahora que has dejado ese
lugar sagrado, ya no estás protegido.
Ein frotó las lágrimas de sus ojos. Se sentía muy solo en
ese momento. —Tal vez hubiera sido mejor dejar que Freyr y
Jarl Dagr me mataran al nacer. Entonces podríamos haber
evitado todo esto.
—No es así, grandsonr, no es así. —Njörðr envolvió un
brazo sobre los hombros de Ein y le dio un ligero apretón—. Nos
habríamos perdido nuestras maravillosas conversaciones si
hubieras muerto. Y las he disfrutado. A pesar de que te sientes
culpable de las indiscreciones de tu faðir, sigues siendo mi
grandsonr y siempre lo serás. Nunca lo olvides. Eres
descendiente de los Dioses, Ein.
—¿Qué se supone que significa eso cuando tanta gente está
tratando de destruirme, incluidos los Dioses?
—Sólo llega a Novgarð y estarás a salvo.
—¿Quieres decir, si lo consigo?
—Óðinn y yo no dejaremos que fracases. —Njörðr sonrió,
se inclinó y lo besó en la frente, luego lo empujó hacia Coinin y
los caballos—. Ahora, ve, grandsonr mío. Rescata a tu marido y
vete a la fortaleza. Óðinn y yo vendremos cuando el bebé esté
por nacer y te ayudaremos a alumbrarlo.
Ein ni siquiera quería pensar en tener un bebé. Eso estaba
demasiado lejos de su esfera, más de lo que actualmente podía
manejar. En este momento, sólo quería ir a buscar a Radulfr y
sentir que los brazos del hombre lo rodeaban. Una semana en la
cama con su pareja no sonaba tan mal.
—Coinin —dijo Ein, mientras caminaba hacia el hombre.
Coinin se volvió, sonriéndole. No parecía asustado por
nada ni siquiera nervioso. Ein tenía la impresión de que Coinin
no había visto las visitas ni de Freyr ni de Njörðr. Los Dioses
tenían un modo extraño de tratar con ellos.
—Tenemos que irnos —dijo Ein cuando llegó a las riendas
del caballo que había montado con Radulfr. Iba a tener una
clase de equitación tanto si lo quería como si no—. Pronto
llegarán más guerreros. Tenemos que advertir a Radulfr y a los
demás.
—¿Más guerreros? —comenzó Coinin mirando a su
alrededor—. ¿Dónde?
—Sólo confía en mi palabra. Ya vienen.
Ein se lo habría contado, pero no creía que el hombre lo
creyera. Esperaba que Radulfr sí. Ein agarró un puñado de las
crines del caballo y montó sobre su espalda. Lo sorprendió lo
fácil que había sido hasta que sintió una ráfaga de viento más
allá de él.
Se rió y comenzó su camino a caballo hacia el valle. Los
Dioses podían ser extraños, pero eran útiles cuando no estaban
tratando de matarlo. Era una lástima que estuvieran tan
dispuestos a hacerlo.
Ein agitó las riendas de su caballo. Quería ir más rápido.
Captó un destello de algo por el rabillo de sus ojos y se volvió.
Coinin había cambiado y estaba corriendo a su lado. Pronto,
otros dos lobos se unieron a ellos, cuando ya entraban en la
aldea.
Ein frenó su caballo. No estaba seguro de qué langhus era
el de Radulfr. No quería entrar en el equivocado. Por suerte,
Baldr, Ulfr y Coinin comenzaron a olfatear en cada puerta y
correr hacia el langhus siguiente y el siguiente.
Cuando Baldr se detuvo en uno, se quejó y miró sobre su
hombro, Ein supo que había encontrado el adecuado. Detuvo a
su caballo a pocos metros del langhus y se bajó, atando las
riendas a un arbusto cercano.
Ein respiró profundamente para reunir su coraje y se
acercó a las puertas. Las abrió sin llamar. Los tres lobos lo
siguieron. Dio solo dos pasos antes de ser descubierto.
Tres guerreros alzaron sus espadas en el aire y se
dirigieron hacia él. Radulfr gritó su nombre. Alimi cambió a
lobo. Los habitantes del pueblo, al otro lado del langhus se
encogieron de nuevo ante el horror. Se desató el infierno.
Ein sacó su puñal por si era necesario para defenderse.
Podía ver la lucha de Radulfr con otro hombre. Sus espadas
chocaban juntas haciendo un ruido espantoso. Los lobos habían
rodeado a Ein, gruñendo y rugiéndole a todo el que se acercaba
mucho. Ein tenía que estar ahí y mirar, su corazón latiendo
rápidamente.
Agarró la daga en su mano con tanta fuerza que sintió la
mordedura del mango grabándose en sus dedos. El hombre
parecía que se estaba cansando. La espada de su oponente se
acercaba más y más a la cabeza de Radulfr con cada estocada.
Ein apretó su mano libre contra su garganta y dio un paso
más cerca de Radulfr. No podía quedarse allí y ver como su
amante era herido hasta morir. Tenía que hacer algo. Trató de
caminar alrededor de los grandes lobos, pero lo bloqueaban en
cada intento. Llevando su cabeza hacia atrás gritó su
frustración.
Cuando dejó de gritar, se dio cuenta de que todo el sonido
en la sala se había detenido. Bajó la cabeza y miró a su
alrededor. Todo el mundo había dejado de luchar. Parecían
congelados en su lugar, todos lo miraban.
Por último, Radulfr y el hombre con el que estaba
luchando bajaron sus espadas. Los otros guerreros dieron un
paso atrás, mirándolo con cuidado. Incluso los lobos se
volvieron hacia él. Radulfr dio un paso más cerca de él.
—¿Tienes algo que decir, Ein?
—Para —susurró Ein.
—No puedo, kisa. —Radulfr blandió su espada hacia su
oponente—. Fafnir quiere alejarte de mí. No puedo permitirlo.
Ein miró al hombre de pelo rubio rojizo. —¿Eres Fafnir, el
sonr de Jarl Dagr?
Los labios del hombre se retorcieron por un momento. La
mirada que le dio a Ein le puso la piel de gallina. Se sentía como
si estuviera en la exhibición de un mercado. Fafnir no estaba
mirándolo, estaba evaluándolo.
—Lo soy.
—Tú faðir mató a mi móðir.
Fafnir se encogió de hombros. —Esas cosas pasan.
—¿No te molesta? También era tu móðir.
—No la recuerdo —dijo Fafnir—. Pasó hace muchos
inviernos.
Ein pensó que Fafnir era un hombre frío, sin conciencia.
Ni siquiera parecía preocupado por el hecho de que su faðir
hubiera matado a su móðir. Era como si no le afectara ni un
poco. Eso le dio a Ein escalofrío.
—Eres un mal hombre, muy malo.
Fafnir arqueó una ceja. —No me importa lo que pienses,
mestizo. Sólo importa que me puedas llevar hasta los Dioses.
Me imagino que contigo a mi lado, los Dioses me darán todo lo
que quiero. —Fafnir se echó a reír con dureza y agitó su mano
alrededor del langhus—. Ya no me veré obligado a vivir la vida
de un campesino. Voy a vivir en un castillo de oro.
—Has perdido la cabeza si piensas que te daré algo.
—Oh, tú no, Ein, tu faðir. —Fafnir se echó a reír otra vez—.
Oh sí, mi faðir me ha contado todo sobre ti y tu conexión con
los Dioses. Tu faðir pagará enormemente para mantener la
cabeza sobre tus hombros.
—Nunca haré lo que quieres.
—Vamos a ver cómo te sientes acerca de eso cuando mi
faðir llegue. Tu precioso Radulfr ya no estará, y con lo que te
odia, seré tu único consuelo.
—Mi precioso Radulfr te matará antes de que puedas tocar
un cabello de mi cabeza. —Ein lo sabía sin lugar a dudas. Ignoró
a Fafnir y se volvió para mirar a Radulfr—. Tenemos que hablar.
—Kisa, estoy en medio de una lucha a espada. —Radulfr
agitó su espada en el aire—. ¿Puedes esperar?
Ein estaba pálido. Le temblaban las manos, se apoderó de
la daga y la apretó contra su clavícula. Parecía a punto de
desmoronarse. Radulfr discutía yendo hacia él mientras que
vigilaba a Fafnir por el rabillo del ojo.
—Ein, realmente necesito que te quedes donde estás hasta
que esto termine —dijo Radulfr cuando alzó la espada y apuntó
a Fafnir.
—No puedo. —Ein tomó una respiración profunda y la
sostuvo—. Mi faðir y mi grandfaðir vinieron a verme mientras
esperaba para que regresaras. Tenemos un problema. Bueno, en
realidad, tenemos algunos problemas.
—¿Qué tipo de problemas? —preguntó Radulfr sin apartar
la vista de Fafnir.
—Hay otro grupo de guerreros de Jarl Dagr viniendo hacia
aquí. Llegarán antes del amanecer.
Radulfr gimió. Podía oír reírse a Fafnir y vio la alegría en
su rostro. Más guerreros significaban más combates. En este
punto, Radulfr ni siquiera sabía cuántos de sus habitantes
todavía estaban vivos, además de los que se encontraban en el
langhus.
—Entiendo, Ein, pero no puedo dejar a mi gente.
—Hay más, Radulfr.
—Estoy seguro de que lo hay, pero estoy un poco ocupado
en este momento, Ein. ¿Me puedes dar un momento para matar
a Fafnir y a sus guerreros? Entonces tendrás toda mi atención.
Radulfr podría haber gritado de alegría cuando Ein
respondió: —Por favor, sólo date prisa y acaba de una vez.
Nuestro tiempo aquí es corto.
Radulfr echó una rápida mirada por el rabillo del ojo para
asegurarse de que Ein estaba a salvo fuera del camino, entonces
se lanzó con su espada. Fafnir pareció sorprendido, pero levantó
su espada, justo a tiempo para salvarse de que le cortara la
cabeza.
Radulfr tenía que admitir que Fafnir era un espadachín
bien formado, pero también era demasiado arrogante con sus
habilidades. Hacia demasiados cambios. Radulfr fue capaz de
conseguir varios golpes afortunados antes de que Fafnir iniciara
su propio ataque con la intención de sacar a Radulfr de su línea
de ataque.
—Mi faðir viene, jarl. Estará aquí antes del amanecer.
—Estarás muerto para entonces, Fafnir.
—¿Lo estaré? —preguntó Fafnir—. Voy a familiarizarme
más profundamente con tu esposo. Es lo suficientemente
atractivo para ser un mestizo. Me imagino que todavía le puedo
enseñar una cosa o dos acerca de ser sorðinn.40
Radulfr gruñó y se giró sin pensar. Lo que le valió un
profundo corte en su brazo. Podía ver lo que Fafnir estaba
tratando de hacer. Por desgracia, estaba funcionando. Nadie
insultaba a su pareja o lo amenazaba sin pagar el precio.
—Nunca tocarás un pelo de su cabeza.
—Su pelo no tiene interés para mí. —Fafnir se echó a reír
con dureza—. Su culo, sin embargo, es una historia diferente.
Radulfr gruñó y se lanzó de nuevo, recibiendo un corte en
su otro brazo.

40
Un hombre que es usado sexualmente.
—¿Es un buen culo, jarl? —preguntó Fafnir mientras
levantaba su espada—. ¿Agarra tu polla suavemente o se resiste?
Me gusta cuando se resisten. Eso me despierta y hace que mi
polla se endurezca. ¿Tu pequeña pareja luchará cuando me lo
folle?
Radulfr vio rojo. Fafnir tendría la lucha que buscaba.
Radulfr rugió y dejó caer la espada al suelo. Oyó gritos y
alaridos mientras el cambio se apoderaba de él y se
transformaba en el monstruo que Fafnir había creado con sus
palabras.
Sintió como su mandíbula se alargó y sus caninos se
desplegaron. Pelo oscuro creció a lo largo de su piel hasta que lo
cubrió de pies a cabeza. Garras afiladas salieron de la punta de
sus dedos. Se puso de pie sobre dos patas, su aspecto era mitad
hombre, mitad lobo. Era un berserkr.
Los ojos de Fafnir se agrandaron y balanceó su espada.
Radulfr sintió como lo golpeaba en el brazo, pero no sintió
dolor. Se sorprendió cuando miró hacia abajo y no encontró
ninguna herida. La espada de Fafnir no había penetrado su piel.
Radulfr golpeó con su garra a Fafnir en el torso. Aulló
cuando el color rojo brillante empezó a florecer a través de la
túnica de Fafnir, una indicación segura de que el hombre estaba
herido. Golpeó una y otra vez hasta que la espada de Fafnir cayó
al suelo y el hombre se alejó, aferrándose su pecho.
—Has amenazado a mi pareja —gruñó Radulfr—. Has
amenazado a todo lo que quiero. Vas a morir.
Fafnir gritó y echó a correr, sus tres guerreros corrían
detrás de él. Ein se quitó de en medio cuando los lobos que lo
rodeaban se lanzaron sobre los cuatro hombres. Se cubrió el
rostro y miró hacia otro lado para no ver la carnicería que
vendría.
—Ein, ven.
Ein levantó la cabeza y salió corriendo, esquivando a los
lobos y sus presas. Corrió al otro lado de la habitación a los
brazos de Radulfr, sin importarle que en ese momento no
estuviera en su forma humana.
Radulfr suspiró profundamente cuando lo envolvió en sus
brazos y aspiró el dulce olor a limpio del hombre. Todo parecía
estar correcto cuando lo sostenía en sus brazos. Abrazó a Ein
durante varios minutos hasta que escuchó un grito fuerte.
Levantó la vista para ver a Baldr, Ulfr, Alimi, y Coinin,
todos de pie sobre lo que habían sido Fafnir y sus hombres.
Echaron la cabeza hacia atrás y dejaron escapar fuertes aullidos
de victoria que provocaron a Radulfr escalofríos en su columna.
—Baldr, retira los cuerpos, por favor —dijo Radulfr—. Este
desorden no es sano para los ojos de Ein.
Baldr ladró y los lobos comenzaron a arrastrar los
cadáveres hacia la puerta. Radulfr volvió su atención al hombre
en sus brazos. Se echó hacia atrás y acarició un lado de la cara
de Ein con su peluda mano, sonrió cuando éste se inclinó hacia
el toque de su mano.
—Estás a salvo, kisa.
—Define a salvo.
Radulfr se rió entre dientes. —¿Estás ileso?
—Por ahora, lo que nos depara el futuro, sólo los Dioses lo
saben.
Radulfr golpeó la punta de la nariz de Ein. —Otra cosa que
debemos discutir.
Ein hizo una mueca y asintió con la cabeza.
—¿Radulfr, que te ha pasado, mi sonr?
Radulfr dirigió su mirada para ver a su faðir de pie a
varios metros de distancia. —¿Faðir?
—¿Qué significa todo esto? —Su faðir le hizo un gesto con
su mano señalándolo de arriba abajo, apuntando hacia su
cuerpo peludo—. ¿Qué te ha sucedido?
—Soy un berserkr. Es un regalo de los Dioses.
El hombre negó, mirando en parte asustado y en parte
disgustado. —Eso no es un regalo de los Dioses, Radulfr, sino
una geas.
—Radulfr no está maldito —gritó Ein mientras se daba la
vuelta para mirarlo—. Radulfr ha sido bendecido por los Dioses,
de más formas de las que puedas imaginar. No tienes derecho a
tratarlo como si fuera una geas.
—Shh, kisa. —Radulfr acarició suavemente el hombro de
Ein—. Mi faðir tiene derecho a dar su opinión. Sabíamos que
esto sucedería, que no todo el mundo lo aceptaría de la misma
forma.
—Eso está mal, Radulfr. —Ein tenía los ojos llenos de
lágrimas por la ira cuando se volvió para mirarlo—. Los Dioses
te han elegido para grandes cosas, cosas especiales. Tu faðir no
tiene derecho a ir en contra de eso.
—No lo hace, Ein. Solamente no lo entiende.
—Y no tenemos tiempo para explicárselo. —Ein tiró de la
camisa de Radulfr—. Tenemos que irnos, Radulfr. Sólo tenemos
hasta el amanecer.
Radulfr frunció el ceño. —Ein, mi gente está aquí. No
puedo dejarlos sin protección.
Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Ein. —
Tenemos que hacerlo —susurró.
—Tu esposo no sólo es un sansorðinn41 —lanzó el faðir de
Radulfr—, es un huglausi, un cobarde. Debiste haberlo matado
en lugar de reclamarlo. Incluso el portavoz habría entendido.
Radulfr empujó a Ein detrás de él y agarró de la garganta a
su faðir al mismo tiempo. Levantó el hombre varios centímetros
del suelo y gruñó, mostrando sus afilados caninos.
—No amenaces a mi pareja.
—Tu pareja es un sansorðinn, un hombre que está
dispuesto a ser utilizado sexualmente por otros hombres. —El
faðir de Radulfr escupió en el suelo. Te has convertido en un
Meyla Krafla Mikli jue syr42.
Radulfr rugió por el insulto a su móðir y arrojó a su faðir a
un lado de la habitación. —No soy un niño nacido de una cerda
muerta hace mucho tiempo. Mi móðir era una buena mujer que
me amó hasta el día de su muerte.
—Se estaría revolviendo en su tumba si te viera ahora —
dijo el hombre cuando se puso de pie y se pasó la mano por la
cara—. Has traído la vergüenza a este clan.
Radulfr dio un paso hacia su faðir, listo para desgarrar al
hombre, cuando sintió una mano sobre su brazo. Miró hacia
abajo para ver que era Ein quien lo detenía.
—Por favor, Radulfr, no lo hagas. No importa lo que diga o
lo que haga, nunca te perdonarías a ti mismo. Estás enojado y
molesto en este momento. Calma tu temperamento y luego trata
con él. —Ein comenzó a acariciar el brazo peludo de Radulfr con
sus dedos—. Además, tenemos más cosas que tratar que de tu
faðir.

41
Un hombre probadamente utilizado sexualmente por otros hombres, un gay diríamos hoy día, vaya.
42
Hijo nacido de una cerda muerta hace mucho tiempo. Original el papá de Radulfr, ¿verdad?
Radulfr le volvió a gruñir por última vez luego se apartó de
él. —Ya no es mi faðir. Cualquier persona que amenace a mi
pareja no se merece ser reconocido por mí.
Ein tragó saliva y apartó la mirada. —Entiendo tu
razonamiento, pero aún me entristece interponerme entre tu
familia y tú.
Radulfr levantó la barbilla de Ein con su mano. —Vosotros
sois mi familia, Ein. Vidarr, Haakon, los demás y tú. Si mi faðir
no quiere ser parte de nuestra familia, nosotros haremos la
nuestra. —Radulfr pensó que Ein estaría encantado con sus
palabras. Se preocupó cuando Ein frunció el ceño en su lugar—.
¿Ein?
—Sobre lo de hacer nuestra propia familia... —Ein volvió a
tragar saliva y miró sus manos, retorciéndolas entre sí. Sus
rubias cejas se arquearon—. Parece que confundí los viales y…
—¿Los viales? ¿Qué viales?
—Mi grandfaðir me dio dos viales el día que viniste a
reclamarme, uno de oro y otro de plata. Se suponía que me
darían una larga vida... —Ein encogió de hombros—. Me harían
inmortal o algo así, pero me confundí y... y...
—¿Y qué, kisa?
Había una mirada de desesperación en los ahumados ojos
de color gris-plata cuando miró hacia arriba. Parecía que estaba
a punto de perder a su mejor amigo.
—¿Ein?
—Yo... mezclé los viales y... y en vez de hacerme inmortal,
lo que me hizo... —Ein se humedeció los labios—. Se suponía
que iban a darme una larga vida útil. En su lugar, lo que
hicieron es que yo pudiera crear vida, que nosotros pudiéramos
crear vida.
Radulfr parpadeó. —¿Qué?
Ein miró directamente a los ojos a Radulfr, su mirada tan
concentrada que el hombre sentía como si Ein estuviera
buscando en su alma. —Voy a tener un niño —le susurró—, tu
niño.
Radulfr trató de no moverse, no pronunció un solo sonido
al oír las palabras de Ein. Eran las palabras más extrañas que
jamás hubiera escuchado, incluso más que cuando Baldr trató
de decirle que era un berserkr. Las palabras de Baldr sonaban
más plausibles.
Los ojos de Ein comenzaron a llenarse de lágrimas cuando
Radulfr no respondió. Comenzó a apartarse. Podía ver la
devastación que su silencio había creado en el hombre más
pequeño. Tan sorprendido como estaba, no podía permitir eso.
Radulfr tiró de Ein cerca de su pecho y lo abrazó,
enterrando su cara en el pelo rubio como el sol. Le balanceó de
ida y vuelta. —Vamos a resolver esto, Ein, juntos.
—Lo siento —murmuró Ein.
—Yo no. —Radulfr se inclinó y levantó la cara de Ein hacia
él—. Has sido una sorpresa para mí desde el principio, pero no
estoy arrepentido. Si esto es lo que los Dioses quieren para
nosotros, entonces vamos a ser felices con ello y aceptarlo como
el regalo que es.
—No era mi intención que esto sucediera.
Radulfr sonrió. Todavía estaba en estado de shock, pero
poco a poco la idea de que Ein llevara a su niño lo calentaba,
sobre todo porque nunca pensó que podría tener niños una vez
que reclamó a Ein.
—Obviamente, estaba destinado a suceder, Ein.
Ein sollozó y luego alisó con su mano los bordes
irregulares de la rota túnica de Radulfr. —Tú no firmaste para
esto. Sé eso. No te culparía si…
—Detén ese pensamiento ahora, Ein. —Radulfr apretó la
mandíbula. Lo agarró por sus antebrazos y le dio una pequeña
sacudida—. No voy a ninguna parte y tú tampoco. Nosotros nos
aceptamos uno al otro y eso significa que nos mantendremos
unidos, sin importar qué.
—Pero tú…
Radulfr frunció el ceño ante las palabras de Ein. —
¿Quieres que me vaya?
—¡No! —Ein envolvió con sus dedos las tiras de la tela de
la túnica de Radulfr. Sus ojos se abrieron, oscurecidos de
desesperación—. Te amo. No quiero que te vayas.
Radulfr sonrió, sintiéndose en paz por primera vez desde
que había llegado al valle. —Te amo, también, Kisa.
—Vaya guerrero que has resultado ser —espetó una voz a
unos pocos metros de distancia. Halldor agitó su mano en el
aire, su rostro disgustado—. Mírate, el gran y fuerte jarl. Eres
peor que una mujer.
Radulfr gruñó mientras miraba a su faðir. —¿Qué sabes tú
de eso, viejo? No has peleado ni un día en casi veinte inviernos.
»Estabas más que dispuesto a dejarme el clan para así
poder ahogar tus penas en un cuerno de hidromiel. No has
estado sobrio más de un día desde que tenía diez años.
—Por lo menos, era un verdadero guerrero —se burló
Halldor—. Tú... Ni siquiera sé lo que eres. ¿Qué te ha llevado a
actuar como una mujer, que profesa su amor por otro hombre?
Eres repugnante. Eres peor que un fuðflogi43.
—No rehuí el matrimonio —gritó Radulfr—. Acepté mi
deber y tomé a Ein por el hansal. El hecho de que haya
encontrado la felicidad en mi matrimonio no me convierte en
un hombre que huye de las mujeres.
—Te proclamo warg, Radulfr de Vejle, outdweller44 de
este clan —gritó Halldor.
Radulfr oyó inspirar bruscamente a Ein, pero todo lo que
podía hacer era mirar a su faðir en estado de shock. Habiéndole
declarado warg, alguien fuera de la ley, alguien que era el peor
de los criminales, ya no sería considerado humano.
Halldor estaba desterrándolo, haciéndolo un outdweller.
Alguien que había cometido un crimen warg y se convertía en
un paria. Se vería forzado a vivir aislado del resto de la
humanidad, separado de los seres humanos normales debido a
sus actos.
—Muy bien. —Radulfr mantuvo su brazo alrededor de Ein
acercándolo un poco más cuando se enfrentó al hombre que lo
había engendrado—. Me iré, pero los que quieran venir conmigo
pueden hacerlo. Oponte a ello, viejo, y tendrás que pelear
conmigo.
—Tienes hasta el amanecer.

43
Un hombre que huye del órgano sexual femenino. Seguimos con las originalidades del papá de Radulfr.
XD
44
Alguien que ha cometido un delito warg y se convierte en un paria. Llegando a no ser considerado ya
humano.
Radulfr colocó la última de sus posesiones en el carro que
había requisado y se volvió hacia Ein. El hombre se enfermaba
más a cada minuto que pasaba. La semana pasada había sido
muy dura para Ein, su vida había cambiado de maneras que
Radulfr sabía que éste nunca hubiera esperado.
Ein parecía que estaba a punto de desmoronarse. Había
estado retorciéndose las manos desde que salieron del langhus
después de empacar las pertenencias. Su rostro estaba pálido, y
de vez en cuando, Radulfr notaba que un temblor recorría el
cuerpo de Ein.
Radulfr hubiera preferido llevárselo a un lugar tranquilo y
hacerle el amor hasta que no tuviera una sola preocupación en
su cabeza, pero simplemente no era posible. Tenían mucho que
hacer y poco tiempo para hacerlo.
La mayoría de los habitantes del poblado estaban vivos.
Habían sido detenidos y mantenidos en uno de los grandes
establos. Después de la batalla con Fafnir, habían sido liberados
para que regresaran a sus hogares o enterraran a los que
murieron cuando Fafnir y sus guerreros habían atacado de
nuevo.
Faltaban unas pocas horas para el amanecer. Todas las
posesiones de Radulfr habían sido empaquetadas y cargadas en
el carro. Vidarr y Haakon había añadido también sus
pertenencias, así como los suministros suficientes para
aguantar varias lunas.
Radulfr solo tenía que hacer un último par de cosas antes
de que pudieran irse. Tenía que hablar con su clan, y quería
visitar la tumba de su móðir por última vez. Sabía que nunca
volvería. Tenía que decirle adiós.
—Ven conmigo, kisa. —Radulfr le tendió la mano.
Ein corrió y se la agarró, inclinándose hacia él. —Siento
mucho todo esto, Radulfr. Nunca tuve la intención de que
perdieras a tu clan.
—En primer lugar, no lo hiciste. En segundo lugar,
cambiaría un centenar de clanes si eso significa mantenerte. Tú,
pequeño, eres mucho más importante para mí. Puedo vivir sin
mi clan. No puedo vivir sin ti.
—Yo tampoco. —Ein se pegó más cerca y frotó la mejilla a
lo largo de la limpia túnica de Radulfr—. Sólo deseo…
—Vamos a construir nuestro propio clan, kisa, uno que
acepte lo que somos. —Radulfr se rio e hizo un gesto a los
hombres de pie junto a la carreta—. Mira. Ya tenemos unos
cuantos miembros.
Ein se dio la vuelta. Radulfr podía sentir como la felicidad
llenaba a su compañero, ya que la pequeña banda estaba con
ellos. Vidarr y Haakon apoyaban a Radulfr pasase lo que pasase.
Ellos eran más que amigos. Eran hermanos de armas.
Baldr, Ulfr, Coinin y Alimi había jurado su devoción a
Radulfr como drighten, aun sabiendo lo que era, o tal vez fue a
causa de ello. Radulfr sabía muy dentro que eran hombres leales
y fieles, hombres de confianza.
—Se nos unirán más, Ein, hasta que tengamos el clan más
fuerte y decidamos donde ir.
Ein inspiró de repente y se dio la vuelta. Sus ojos eran
redondos. —Me olvidé de decírtelo. Njörðr me dijo a dónde ir.
—¿Njörðr? —Radulfr tragó duramente—. ¿Njörðr, el Dios
del mar y de la fertilidad y el faðir de Freyr y Freya? ¿Ese
Njörðr?
Ein asintió. —Mi grandfaðir.
—¿Así que tu faðir...?
—Freyr.
—¿Freyr, Dios de la fertilidad, el clima y los objetos fálico?
—Radulfr tragó y repitió la estructura de su frase de hacía un
momento. Simplemente no había otra forma tenía que
preguntarlo—. ¿Ese Freyr?
Ein asintió de nuevo.
—¡Por el martillo de Thor! —Radulfr cerró los ojos y
abrazó a Ein tan cerca como pudo sin que el hombre estuviera
dentro de su piel. Freyr era uno de los principales Dioses de los
nueve mundos. Podría ser tanto aterrador como benevolente.
—Radulfr, mi faðir trató de quitarnos a nuestro bebé, para
que no naciera.
—¿Qué? —gruñó Radulfr.
Puede que no se hubiera acostumbrado a la idea de que su
pareja llevara a un niño, pero aún así era suyo, y lucharía hasta
la muerte para protegerlos. Lucharía incluso contra un Dios.
—Njörðr lo detuvo a tiempo y lo envió a casa, pero…
—¿Por qué trataba de matar a nuestro niño? —Algún
instinto protector surgió en Radulfr cuando cubrió el abdomen
de Ein con su mano—. Es un inocente.
—Tiene algo que ver con las infidelidades de Freyr y volver
a estar en buena voluntad con su esposa. —Ein giró los ojos—.
No me importan sus razones. No quiero volver a verlo.
—Entonces, ¿dónde está ese lugar al que se supone que
debemos ir?
—Njörðr y Óðinn edificaron una fortaleza para nosotros,
Novgarðr, a lo largo del río Volga. Dijo que mientras
permanezcamos en el interior de sus paredes, estaremos a salvo.
Ellos han hecho de Novgarðr un Frid-garðr, un lugar de paz.
Njörðr también dijo que Novgarðr era lo suficientemente
grande para albergar a los que fueran con nosotros.
Radulfr empezó a sonreír. Su mayor preocupación era
tener un lugar seguro para su niño y su esposo. En un lugar
secundario estaba el tener un lugar seguro para los que los
siguieran de su clan. Si esta fortaleza era como Ein decía,
Radulfr no podía esperar para llegar allí.
—Tenemos que hablar con mi clan y ver quienes quieren
venir. —Radulfr llevó a Ein con sus amigos—. El carro está lleno,
y tenemos un par de horas más antes del amanecer. Nos iremos
con los primeros rayos del sol y ni un minuto después.
Ein asintió.
—Quiero que te quedes con Vidarr y Haakon mientras
hablo con mi gente. Necesito que estés a salvo.
—Estoy más seguro a tu lado.
—Ein, por favor, tú…
Ein arqueó una ceja. —Me quedo a tu lado. Soy tu esposo.
Es donde pertenezco.
Radulfr podía ver la firmeza en la mandíbula de Ein, el
hombre no iba a cambiar de idea. Suspiró profundamente y
asintió. —Bien, pero te quedarás cerca de mí en todo momento.
¿Entendido?
—Entendido.
—Vidarr, Haakon, me gustaría que todos se reúnan en el
centro del poblado. A todos aquellos que quieran venir con
nosotros se les permitirá. Los que quieran quedarse deben ser
advertidos del peligro. Los guerreros del Jarl Dagr estarán aquí
pronto. Necesitan tiempo para prepararse para la batalla.
Vidarr y Haakon asintieron con la cabeza y salieron
corriendo a hacer lo que Radulfr había ordenado. Radulfr se
volvió para mirar a los cuatro hombres restantes. —Njörðr y
Óðinn nos han proporcionado un hogar a donde ir. Os pido que
vengáis con nosotros, pero no me debéis ningún juramento de
lealtad si decidís quedaros.
Radulfr no se sorprendió cuando los cuatro hombres se
arrodillaron delante de él y bajaron la cabeza, dejando al
descubierto la nuca en un gesto de sumisión. Sonrió y tocó a
cada uno de ellos en la piel expuesta.
Cuando se levantaron de nuevo, inclinó su cabeza hacia
ellos, presentándoles su respeto. —Gracias.
—Vivimos para servirte, drighten —respondieron los
cuatro hombres al mismo tiempo.
—Por ahora, agradecería que dos de vosotros llevarais el
carro a la entrada del poblado, junto con nuestros caballos.
Puede que tengamos que hacer una escapada rápida. Los demás
deben quedarse aquí y seguirme para mantener a Ein seguro. —
Radulfr le dio a Ein una pequeña sonrisa—. Los Dioses nos han
bendecido una vez más y nos ha dado un niño. Ein debe ser
protegido a toda costa.
Hubo un momento de aturdido silencio, luego fuertes
aullidos de lobo llenaron el aire de la noche. Radulfr sonrió y
echó la cabeza hacia atrás, dejando que su aullido se uniese con
los demás. Era un sonido alegre, uno de hermandad y
celebración. Incluso Ein se unió, agregando su aullido humano.
Fue un momento lleno de perfecta armonía y el alma de
Radulfr estaba rebosante. Sólo esperaba que continuara. Quería
este sentimiento de pertenencia a algo más grande que él. Sólo
quería la verdadera sensación de que le pertenecía a alguien.
El corazón de Ein dolía al ver a Radulfr arrodillarse al lado
de la tumba de su móðir. Radulfr cerró los ojos y agachó la
cabeza. Sabía que le estaba diciendo adiós a su móðir. Deseó
haber tenido la oportunidad de conocer a la mujer. Ella había
tenido una gran influencia en el hombre.
A pesar de lo que Radulfr decía, Ein sabía que la angustia
de éste era en parte culpa suya, pero no podía sentirse mal por
su error al mezclar los viales de Njörðr. Quería al niño
demasiado. Era un símbolo de todo lo que había entre ellos.
Se acercó y se situó detrás de Radulfr. Puso las manos
sobre sus hombros y cerró los ojos. Tenía que darle algo de paz.
El hombre trabajaba muy duro para cuidar de todos. Por una
vez alguien se preocupaba por él.
—Por favor, grandfaðir, ayúdame a aliviar su corazón —
susurró Ein en silencio hacia al cielo. Realmente no esperaba
una respuesta. Los Dioses ya los habían bendecido muchísimo.
Pedir más era codicioso, pero tenía que intentarlo. Tenía que
demostrarle a Radulfr lo mucho que lo amaba.
Los ojos de Ein se abrieron de golpe cuando el viento
empezó a soplar de repente a través del pequeño cementerio.
Rápidamente miró a su alrededor, esperando ver aparecer a su
faðir. Los ojos de Ein se abrieron con miedo y sus manos
apretaron los hombros del otro cuando una figura fantasmal
apareció a varios metros al otro lado de la lápida y se arrodilló
ante Radulfr.
—Radulfr —susurró Ein.
Éste levantó la cabeza. Debía de haber visto lo mismo que
Ein, porque de repente se puso de pie y le empujó detrás de su
espalda. La figura fantasmal se acercó. En un primer momento,
Ein podía ver a través de ella los árboles del otro lado, pero
cuanto más se acercaba, más sólida se volvía, hasta que una
hermosa mujer se presentó ante ellos.
—¿Móðir? —susurró Radulfr.
—Hola, mi sonr —respondió la aparición—. Te he perdido.
—¿Q… qué?
La mujer sonrió y le hizo señas a Ein. —Tu esposo me ha
traído aquí.
—¿Mi es…? ¿Ein?
—Sí, hizo una llamada a los Dioses para aliviar tu corazón.
—La mujer apretó sus manos y las llevó a sus labios. Parecía
mareada—. Fue una petición simple, pero se atendió por su
auténtico amor hacia ti. Los Dioses lo escucharon y no pudieron
negárselo.
—Me ama —dijo Radulfr simplemente.
—Lo hace, y yo no podría pedir más para ti. Y te amará así
hasta su último aliento, como yo te he amado. Puedo estar
tranquila sabiendo que tiene tu corazón.
Ein echó un vistazo alrededor de Radulfr para obtener una
mejor visión de la mujer que había dado a luz a su compañero.
Era hermosa, casi tan hermosa como Radulfr guapo. Ein podía
ver el parecido en su largo cabello negro y ojos azules.
—Ein. —La mujer volvió sus ojos hacia él—. Tu móðir me
ha hablado mucho de ti. Estoy feliz de conocerte finalmente en
persona.
Ein tragó. —¿Mi móðir?
La mujer miró sobre su hombro. Los ojos de Ein se
agrandaron mientras miraba más allá de ella para ver otra
aparición que comenzó a aparecer. Se agarró a la túnica de
Radulfr cuando la figura caminó hacia ellos solidificándose.
—Esa es... Esa es... —susurró Ein.
—Ein, mi hermoso niño —dijo la mujer mientras llegaba
junto a la móðir de Radulfr y se paraba—. ¡Cómo has crecido!
—¿Yo?
—Debido a la naturaleza de tu apareamiento y lo que
significará para los nueve mundos —dijo la madre de Radulfr—,
a Eira y a mí se nos ha concedido el honor de pasar la eternidad
juntas en el Valhöll45, velando por vosotros.
Eira, la móðir de Ein, se acercó y tendió sus manos con los
puños cerrados. Cuando los abrió, tenía en la palma de cada
mano un pequeño brazalete de oro. Cada brazalete era simple
en su naturaleza, el oro trenzado entrelazado con pequeñas
piedras rúnicas.
—Usad éstos —dijo Eira—, y donde quiera que vayáis,
estéis donde estéis, podremos encontraros y llegar a vosotros en
un momento de necesidad. Sólo tenéis que llamarnos por
nuestros nombres y estaremos allí.
La mano de Ein temblaba cuando tomó el brazalete que
Radulfr le tendió después de haberlo cogido de Eira. Lo cerró
alrededor de la muñeca de éste y después extendió el brazo y
dejó que Radulfr cerrara el otro brazalete alrededor de su
muñeca.
Casi dio un paso atrás cuando Eira se acercó más a él. No
conocía a su móðir, ni siquiera la recordaba. Solo había estado
dos días con ella cuando lo arrancaron de sus brazos y Jarl Dagr
la golpeó hasta la muerte.

45
En la mitología nórdica, Valhalla es la fortaleza a la cual los guerreros o einherjer van tras morir en
combate. Se sitúa en el palacio de Odín en Asgard, donde los guerreros fallecidos son bienvenidos por
Bragi y conducidos por las valquirias.
—Oh, mi sonr, el tiempo que pasamos juntos cuando
naciste no se puede medir en tiempo, pero te amé cada
momento de esos dos días. —Eira se acercó y le acarició la cara a
Ein—. Sabía lo que pasaría cuando Dagr descubriera que no era
tu faðir, pero nunca me arrepentí. Eres todo lo que una móðir
podría pedir en un sonr.
—¿Sabías que Dagr te mataría? —preguntó Ein.
—Lo sabía, pero valió la pena por traerte al mundo. —La
sonrisa de Eira se llenó de tristeza—. Ojalá hubiéramos tenido
más tiempo juntos antes de que te arrancaran de mi lado.
—Yo voy a tener un b… b… bebé —espetó Ein.
La sonrisa de Eira creció más amplia, más feliz. —Lo sé.
Óðinn nos lo dijo, y no podríamos estar más contentas con él.
Radulfr y tú haréis un hermoso niño juntos.
—Cuando llegue el momento —dijo Brynja, la móðir de
Radulfr cuando dio un paso adelante—, se nos ha concedido
permiso para asistir al nacimiento de tu hijo.
—Y de los otros niños que decidáis tener —agregó Eira.
—¿Los otros niños? —Ein tragó saliva—. ¿Qué otros niños?
La sonrisa que cruzó los labios de Brynja preocupó a Ein.
La mujer le tendió las dos manos con las palmas hacia arriba y
luego se inclinó hacia delante y sopló suavemente sobre ellas.
Cuando su cálido aliento pasó a través de sus manos, apareció
en ellas una caja tallada. Estaba hecha de plata y cada lado
estaba tallado con diseños de piedras rúnicas. Era
impresionante.
—Esto es un regalo de los Dioses —dijo Brynja.
Las cejas de Ein se alzaron. —¿Otro más?
Brynja se rio entre dientes. —Este es especial.
—Todos los son —protestó Ein.
Brynja asintió hacia la caja. —Ah, pero este te traerá la
felicidad durante los años que están por venir.
Ein negó y se inclinó para tomar la mano de Radulfr. —
Radulfr me trae la felicidad. Es todo lo que necesito.
Brynja lo miró cuando abrió la caja de plata e inclinó la
tapa hacia atrás. El interior estaba completamente revestido de
seda blanca. Justo en el centro, en una pequeña grieta en el
fondo, había un brillante y redondo zafiro azul del tamaño del
puño de Ein.
Un diseño ornamentado estaba tallado en la parte superior
de la joya, dos corazones entrelazados en torno a un árbol. Ein
lo reconoció al instante como el árbol de Yggdrasill, el árbol del
mundo.
—¿Qué es? —preguntó Ein.
—Esto se llama piedra de nacimiento. Óðinn encargó a los
enanos de Niðavellir encontrar y darle forma a la gema. Njörðr
encargó a los elfos de la luz de Álfheimr hacer la caja de plata,
tallando la historia de sus vidas —dijo Brynja—. Tuvieron
especial cuidado cuando lo hicieron, Ein. Son tus parientes.
—Cuando no esté usándose, la piedra tiene que
permanecer dentro de esta caja y en un lugar seguro. Pero
cuando decidas tener otro niño —dijo Eira—, la piedra deberá
estar debajo de tu cama y los Dioses te concederán otro bebé.
La mandíbula de Ein cayó dejándolo boquiabierto. Sintió
como Radulfr le apretaba su mano—. ¿N… nosotros po…
podremos tener más?
—Muchos más, Ein. Tantos como puedas amar.
—Hay una cosa más, Ein —continuó Eira.
—¿Más? —Ein arrancó su mirada de la hermosa piedra y
miró a su móðir. ¿Cómo podía ser posible que hubiera más? Los
Dioses ya les habían dado tanto… ¿Qué querrían a cambio?
Eira metió la mano en la caja de plata y levantó
cuidadosamente la piedra, sacándola. La joya brillaba más
cuanto más la alejaba de la caja en la que venía. Eira extendió la
palma de su mano.
—Viviréis una vida larga y feliz —dijo Eira—. Eso ha sido
previsto por los Dioses. Pero si aceptas este regalo, vuestras
vidas y las de vuestros hijos estarán siempre entrelazadas.
—¿Tenemos alguna opción?
Brynja se rio entre dientes. —La tienes. Los Dioses no os
obligarán a estar juntos para siempre si no es vuestro deseo.
—Lo es —dijo Ein, rápidamente y sin vacilación—. ¿Qué
debemos hacer?
—¿Radulfr, tu deseo también es este?
—Sí. Lo daría todo por Ein.
—Muy bien —dijo Eira con la piedra en su mano.
—Desnuda tu pecho. La marca debe ir a la derecha sobre
tu corazón.
—¿Marca? —Ein tragó—. ¿Qué marca?
—La que os unirá a Radulfr y a ti. Unirá los hilos de
vuestra vida juntos.
—¿Hilos de vida? —exclamó Ein preguntando. Sentía
como si estuviera tirando de ellas para obtener información.
Obviamente, habían pasado mucho tiempo con su grandfaðir.
—Cada alma tiene un hilo de vida que le ata a los Dioses —
explicó Eira—. Si aceptáis esta marca, los hilos entrelazarán
vuestras vidas, al igual que vuestras almas. No solo viviréis
juntos, sino que también moriréis juntos.
Ein ni siquiera lo dudó. Sabía lo que quería. Alzó la mano y
empezó a desatar los lazos que mantenían su túnica cerrada. —
No quiero vivir un momento sin Radulfr.
Radulfr agarró sus manos, deteniéndolo. —¿Estás seguro,
kisa? Nuestra vida no será fácil. Pueden suceder muchas cosas.
Ein sonrió, sintiéndose en paz por primera vez desde que
encontró a Radulfr de rodillas sobre la tumba de su móðir. —
Nunca he estado más seguro de nada en mi vida.
Radulfr lo miró fijamente por un momento y luego las
comisuras de sus labios comenzaron a curvarse hacia arriba. —
Si ese es tu deseo, kisa.
Ein terminó de desatar los cordones de su túnica
rápidamente, tirando de los dos bordes para separarla. Podía
ver a Radulfr haciendo lo mismo. Una vez que sus pechos
estuvieron descubiertos, Ein se volvió hacia las dos mujeres.
—¿Y ahora qué?
Eira colocó la piedra sobre el pecho desnudo de Ein, justo
sobre su corazón. Gruñó, apretando los dientes cuando un dolor
punzante y caliente quemó su piel. El dolor continuó incluso
después de que Eira quitara la piedra y la apretara contra el
pecho de su marido. Sabía que Radulfr sentía el mismo dolor
cuando el hombre apretó los dientes y siseó.
Pero tan pronto como la piedra tocó el pecho de Radulfr y
este apretó los dientes, el dolor comenzó a ceder. Se agarró
frenéticamente a Radulfr cuando su cabeza comenzó a girar. En
el momento en que sus pieles entraron en contacto, Ein gritó.
Podía sentir sus hilos de sus vidas entrelazándose juntos,
así como sus almas. Podía sentir cada pensamiento, cada
sentimiento, cada deseo de Radulfr, y era la cosa más hermosa
que jamás había sentido.
—Radulfr —susurró Ein—. Te puedo sentir.
Las lágrimas brotaron de sus ojos por el amor que podía
sentir en el corazón del otro. Siempre había esperado que lo
quisiera, pero nunca había creído que de verdad Radulfr lo
amara tanto. Pero lo hacía. El alma entera de éste estaba
iluminada con su amor.
Radulfr sonreía, una lágrima caía por sus mejillas curtidas.
—Te amo, kisa.

Ein estaba en su apogeo con los sentimientos procedentes


de Radulfr. Estaba bastante seguro de que parecía
absolutamente ridículo con la sonrisa en su cara y el rebote en
su paso. No podía evitarlo. Radulfr lo amaba, realmente lo
amaba. Ein quería gritárselo a todos los mundos, a los nueve.
—Tu felicidad es contagiosa, kisa. —Se rio Radulfr.
Ein sonrió y rebotó en sus pies.
—Tenemos una última cosa que hacer antes de que
podamos ponernos en camino a la fortaleza que los Dioses nos
han construido. —Radulfr sonrió a Ein, agarró su mano y besó
el dorso de la misma—. Pareces excitado, kisa.
—Creo que lo estoy. Hemos pasado por muchas cosas en
muy poco tiempo. Será bueno establecernos en alguna parte. —
Ein envolvió sus dos brazos alrededor del musculoso brazo de
Radulfr—. Me gustaría tener un lugar seguro para nosotros.
Quiero pasar una semana entera en la cama contigo.
—¿Una semana entera, kisa? —Sonrió Radulfr—.
¿Necesitas tanto descanso?
—No. —Ein sonrió con malicia—. Necesito mucho tiempo
explorando tu cuerpo desnudo.
Los ojos de Radulfr giraron ligeramente. —Veré que puedo
hacer.
Antes de que Ein pudiera responder o hacer otra
sugerencia, llegaron al borde del centro del pueblo y el nivel del
ruido era increíble. Ein se sintió como si asaltaran sus oídos.
Todo el mundo parecía estar hablando a la vez, y había un
montón de voces. Ein pensó que debía haber un par de cientos
de personas de pie alrededor de la zona.
Radulfr tiró de él hasta el mismo centro donde se
encontraba una gran plataforma. Cuando subió los escalones
que conducían a la misma, Vidarr y Haakon se unieron a ellos.
Baldr, Ulfr, Alimi, y Coinin tomaron posiciones alrededor de la
plataforma, uno a cada lado. Tenían los brazos cruzados sobre el
pecho, por si alguien se atrevía a tratar de superarlos.
Ein se quedó atrás con Vidarr y Haakon cuando Radulfr se
adelantó y levantó las manos al aire. Apretó sus manos hasta
que se volvieron blancas. Quería aparentar tranquilidad, pero
sentía que era una batalla perdida.
El clan de Radulfr de pie frente a ellos, no parecían felices.
De hecho, parecía que querían sangre. Ein sólo esperaba que no
fuera la suya. El nivel de ruido fue creciendo hasta que Vidarr
dio un paso adelante y silbó con fuerza. Un extraño silencio cayó
sobre la multitud.
—Mi faðir me ha declarado warg, un outdweller —
comenzó Radulfr—, debido a que la persona con la que me
había comprometido a cambio de la paz con el clan de Jarl Dagr
resultó ser un hombre. Acepté creyendo que actuaban de buena
fe, y romper el juramento habría sido deshonrar todo lo que soy
y todo lo que amamos.
Ein trató de evitar avergonzarse cuando Radulfr movió su
mano hacia él. Podía sentir el peso de las miradas de la
multitud, ya que todos se volvieron para mirarlo.
—Incluso si yo pudiera cambiar al prometido que me
asignaron en el compromiso por la paz, no lo haría. Ein ha
demostrado ser un compañero adecuado y apropiado. No tengo
ningún problema con que sea un hombre y lo acepto como mi
esposo.
La multitud comenzó a quejarse, pero en realidad nadie
dijo nada, Ein comenzó a respirar más tranquilamente. Se
volvió y sonrió a Haakon cuando oyó a alguien gritar entre la
multitud. Un segundo más tarde, algo lo golpeó en la frente.
Gritó y se cayó en la plataforma de madera, sosteniendo su
mano contra la cabeza.
Radulfr rugió mientras corría y recogía a Ein en sus
brazos, arrodillándose en la plataforma. Rápidamente lo
comprobó. Ein hizo una mueca cuando Radulfr sondeó el
pequeño corte. Sangraba mucho, pero solo porque la herida era
en la cabeza. El corte no era realmente tan malo.
—¿Estás bien Ein? —preguntó Radulfr.
—Me quiero ir. Quedarse aquí no me parece una gran
opción. ¿Por favor?
—Dame un momento más, kisa, y luego nos iremos. Te lo
prometo. —Radulfr besó la parte superior de la cabeza de Ein,
entonces se puso de pie. Se volvió hacia Haakon—. Mantén a
Ein seguro.
Haakon asintió y tomó Ein, plantó sus pies en el suelo
delante de su cuerpo. Vidarr se acercó y se presionó a sí mismo
al otro lado de Ein hasta que este se quedó entre los dos
hombres. Una aguja no podría haber conseguido pasar a través
de ellos.
—Ulfr —dijo Radulfr mientras cogía la piedra de la
plataforma y se la tendía al hombre—, encuentra a la persona
que arrojó la piedra y trata con ella.
—Sí, drighten. —Ulfr se metió entre la multitud.
Ein esperaba que Ulfr no matara a quien le había arrojado
la piedra. No le importaba que quienquiera que hubiera sido
consiguiera un buen golpe en la boca, pero no quería muertos.
En primer lugar, había sido alguien que simplemente sintió que
tenía que tirar la piedra.
—Mis hombres y yo vamos a salir de este valle al amanecer
—comenzó Radulfr de nuevo—. Aquellos que quieran
acompañarme, a sabiendas de que no vamos a volver, pueden
hacerlo. Ninguno será penalizado si decide quedarse.
La multitud se puso inquieta. Ein se encogió hasta que
sintió la mano de Vidarr darle una palmadita en el centro de la
espalda. Fue un gesto tranquilizador, y Ein estaba agradecido,
pero pensaba que no se sentiría mejor hasta que estuvieran en
camino.
—Hay dos cosas que tenéis que saber antes de decidir.
Una, los Dioses me han dado un regalo. Soy un berserkr.
La multitud gritó y retrocedió.
—Mi faðir piensa que eso es una geas. No estoy de
acuerdo.
—Es una geas —gritó Halldor.
Radulfr lo ignoró y continuó hablando. —Me conocéis.
Habéis vivido bajo mi mando durante muchos inviernos.
Siempre me he portado bien con vosotros. Eso no va a cambiar
porque pueda convertirme en un berserkr.
Halldor se empujó hacia el frente de la multitud y se volvió
para mirar por encima de ellos. —Es una geas, una maldición.
Traerá la ira de los Dioses sobre nosotros. Incluso ahora, Jarl
Dagr y sus guerreros están de camino hacia aquí para tomar
venganza por la muerte de su sonr. —Halldor señaló con su
mano a Radulfr—. Mató al sonr de Jarl Dagr. Ha traído esto
sobre nosotros. Es una geas.
—Halldor dice la verdad —dijo Radulfr—. Jarl Dagr y sus
guerreros estarán aquí al amanecer. No pienso esperar por ellos.
Los Dioses nos han proporcionado un lugar seguro a donde ir.
Aquellos que opten por venir con nosotros serán bienvenidos.
Aquellos que deseen quedarse necesitan comenzar a prepararse
para la llegada de Jarl Dagr.
—¿Nos abandonas? —gritó alguien entre la multitud—.
¿Ahora?
—He sido desterrado —respondió Radulfr—. Ya no
depende de mí.
—Vamos a ser sacrificados —gritó otra voz.
—Tendréis que consultar con Halldor qué debéis hacer.
Ahora está al cargo. Mi preocupación es conseguir que los que
quieran ir con nosotros estén seguros.
Cuando Radulfr se dio la vuelta y le tendió una mano, Ein
corrió hacia ella y la tomó. Se acurrucó a un lado de Radulfr, la
respiración y el fuerte olor masculino del hombre le daban
seguridad. Olía como a casa.
—Aquellos que decidan ir con nosotros, tienen hasta una
hora antes del amanecer para recoger sus pertenencias y
reunirse en el camino del sur. No llevéis con vosotros más que
los elementos esenciales o cualquier otro artículo personal que
deseéis conservar. Vamos a viajar de forma rápida y ligera.
—¿Es todo? —preguntó Ein cuando Radulfr se lo llevó
fuera de la plataforma.
—Eso es todo.
—¿Crees que alguien se unirá a nosotros?
—Algunos tal vez, pero el resto está asustado por las
afirmaciones de mi faðir. Mi clan es muy supersticioso.
Cualquier indicio de una maldición asociada con mi nombre va
a asustar a muchos y mantenerlos a distancia.
—Lo siento, Radulfr.
—Yo no. Si ceden tan fácilmente ante el miedo, entonces
no son las personas que pensaba que eran. —Radulfr se encogió
de hombros—. Tal vez esto sea algo bueno. Halldor encontrará
una manera de hacer las paces con Jarl Dagr, y este clan podrá
vivir en paz.
Ein parpadeó sorprendido al ver a Ulfr salir de la multitud
a toda carrera. Un hombre más pequeño corría tras él, agarraba
una bolsa en sus brazos. Ulfr agarró la bolsa y la tiró al carro,
agarró al hombre y lo alzó hasta su caballo. Se subió detrás. El
hombre estaba temblando, mirando aterrorizado, pero se apoyó
en los brazos de Ulfr.
«Raro.»
—¿Crees que aprenderán a vivir en paz? —preguntó Ein.
—Puede ser.
Radulfr mantenía una estrecha vigilancia sobre Ein
mientras viajaban. Nunca había pasado tanto tiempo con
alguien que esperaba a un niño. Más allá de la esperanza de que
el parto fuera seguro, naciera un niño saludable y compartir un
cuerno de hidromiel con el nuevo faðir, nunca había pensado en
el proceso.
Ahora, lo tenía constantemente en su mente. Le
preocupaba que Ein tuviera demasiado calor o demasiado frío.
Le preocupaba que no comiera lo suficiente o tal vez que
comiera algo que le sentara mal. Casi perdió la cabeza cuando
Ein empezó a vomitar todas las mañanas un mes después de
abandonar el valle.
No sabía cómo lo hacían los demás futuros faðirs. Era
exasperante. Vidarr y Haakon lo encontraban gracioso y se
burlaban diariamente. Cuando Ein no estaba enfermo o no
ingería casi su mismo peso en comida, también le tomaban el
pelo.
Después de un tiempo, Radulfr renunció a tratar de ser
fuerte y masculino y cedió ante el hecho de que estaba en
terreno desconocido. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo.
Todo lo que podía hacer era amar a Ein y mantener un ojo
avizor sobre él.
Eso no era fácil, ya que era responsable de un buen
número de personas. De los trescientos miembros del clan, solo
dieciocho habían decidido acompañarlos a su nuevo hogar.
Radulfr había esperado que hubieran sido más, pero
comprendía que la gente estuviera asustada.
Algunos tuvieron miedo de dejar sus casas. Otros lo
tuvieron de que Radulfr realmente fuera un geas. Y a otros no
les gustó el hecho de que Ein fuera un hombre. Radulfr no iba a
luchar para cambiar su modo de pensar. Tenía otras cosas de las
que preocuparse, como lograr que todos llegaran sanos y salvos
a su destino, dondequiera que fuera.
‘Al sur durante tres lunas llenas, después hacia el este por
dos más hasta una fortaleza situada a lo largo del río Volga’,
no eran exactamente unas indicaciones claras. Radulfr sólo
esperaba que la fortaleza prometida no fuera una cueva en la
ladera de una montaña.
—¿Te alegras de estar fuera de ese barco, kisa? —preguntó
Radulfr mientras cabalgaba al lado de su pareja.
Ein palideció. —No creo que estuviera destinado a ser un
marinero.
—Tonterías —exclamó Radulfr—. Los Vikingr nacimos
para estar en el mar.
—Radulfr, soy el sonr mestizo del Dios de la fertilidad, no
un Vikingr. Los árboles y los cultivos son más lo mío.
—Es cierto, pero también eres el grandsonr del Dios del
mar. Eso significa que al menos deberías poder viajar por el mar
sin enfermarte.
Ein se echó a reír. —Lo intentaré cuando no esté
esperando.
Radulfr sonrió. Se acercó, lo arrancó de su caballo y lo
subió al suyo. Ein ni siquiera gritó. Radulfr sabía que ya estaba
acostumbrado a esa altura. Lo sacaba constantemente de su
caballo para que cabalgara con él. No le gustaba estar separado.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando Radulfr los
envolvió con la piel de su capa. Radulfr no dijo nada, pero Ein
comenzó a reírse cuando fue a los cordones de sus pantalones—.
Radulfr, no estamos solos.
Estaba en lo cierto. No estaban solos. Otros hombres los
seguían a caballo. Habían abandonado el carro en una ciudad
portuaria, cuando negoció el pasaje en un barco. Podrían haber
hecho todo el viaje a caballo, pero después de un tiempo,
desplazarse por los ríos le pareció una mejor opción.
Llegaba el invierno y Radulfr quería llegar a su destino
antes de que lo tuvieran encima No quería que Ein estuviera
bajo el frío más tiempo del necesario. También necesitaba
encontrar la manera de conseguir atravesar los meses de
invierno sin pasar hambre.
Radulfr suspiró profundamente y se abrazó a Ein. De
repente, sentía la necesidad de estar en contacto con él más de
lo que necesita el sexo. Se sentía abrumado, y Ein lo aliviaba.
Tantas cosas podrían salir mal…
—¿Qué ocurre, Radulfr? —preguntó Ein cuando miró hacia
atrás.
—Estoy preocupado, eso es todo.
Ein giró los ojos. —Siempre estás preocupado.
Radulfr hizo una mueca. —Lo estoy, pero tengo motivos
para preocuparme. Un montón de vidas dependen de mí,
especialmente la tuya.
—Vamos a estar bien. No creo que los Dioses nos envíen a
un lugar que no sea seguro para nosotros. Hay demasiado en
juego.
—Y eso es otra cosa —dijo Radulfr—. Si este niño es tan
importante, ¿por qué no hemos oído una palabra de nadie? Los
Dioses no nos han dicho si vamos en la dirección correcta, ni lo
que podemos esperar cuando lleguemos allí, nada. ¿No crees
que deberían mantener los ojos puestos en nosotros?
—¿Quién dice que no lo hacen? —preguntó Ein—. Sólo
porque no hayamos sabido nada de ellos, no quiere decir que no
nos están viendo. Pero creo que quieren que hagamos nuestro
propio camino, que tomemos nuestras propias decisiones. Si
ellos nos llevaran de la mano, ¿cuál sería el punto de libre
albedrío?
—Supongo que tienes razón. —Radulfr pasó la mano arriba
y abajo del brazo de Ein, calmándose a sí mismo con el pequeño
toque—. El invierno estará sobre nosotros pronto, y me
preocupa no estar lo suficientemente preparados para
sobrevivir. No puedo dejar que te pase nada.
Ein frotó la mejilla contra Radulfr. —Nada va a pasarme. Y
los Dioses no nos enviarían a un viaje desconocido sin algún
tipo de plan. Quieren que esto funcione tanto como nosotros.
—Espero que estés en lo cierto, kisa, para bien de todos los
que se han unido a nuestra causa.
Ein sonrió y se movió alrededor por un momento. Radulfr
se rio al sentir la piel desnuda cuando el hombre se abrió los
bordes de los pantalones. Agarró la mano de Radulfr y la colocó
contra su dura polla.
—Deberías dejar de preocuparte y hacer algo con esto.
Sería una lástima desperdiciarlo.
—Mi esposo es un hombre sabio. —Se rio Radulfr, y
envolvió sus dedos alrededor de la endurecida polla. Se
enorgulleció con el suave grito que soltaron los labios del
pequeño hombre cuando comenzó a masturbarlo de la punta a
la raíz. Ein en medio de su pasión, era algo glorioso de ver.
Azuzó a su caballo con las riendas para alejarse un poco
del resto. Tan glorioso como era Ein, Radulfr había descubierto
que estaba celoso de que alguien más viera al hombre en tal
estado. Su pasión era sólo para sus ojos.
Cuando estuvieron a varios cientos de metros por delante
de los demás, Radulfr ató las riendas juntas y las dejó colgadas a
un lado del caballo. Levantó a Ein y lo giró. Lo apoyó contra su
propio pecho y luego encorvó sus brazos para agarrar el culo
con las dos manos.
—Tú, mi sexi y pequeño kisa, tienes un hermoso culo.
—Todo tuyo —jadeó Ein—, solamente tuyo.
Radulfr gruñó, Las palabras de Ein golpearon algo
profundamente dentro de él. Le había quitado la virginidad, y lo
había hecho en presencia de testigos, pero al mismo tiempo era
el único que había experimentado el éxtasis de estar hasta las
bolas en el interior del hombre.
Radulfr agarró la pequeña botella de aceite que se había
acostumbrado a llevar y la abrió. Se sirvió una pequeña cantidad
en la palma de su mano y cubrió sus dedos generosamente. Una
vez que tuvo sus dedos bien untados, volvió a colocar la tapa y
guardó la botella.
Agarró el culo de Ein de nuevo y extendió sus mejillas. El
pequeño hombre gimió, y su cabeza cayó hacia atrás sobre sus
hombros. Radulfr acarició con su dedo el fruncido agujero de
Ein, y los gritos de este se hicieron más fuertes, otra de las
razones por las que quería estar lejos del grupo. Ein no era un
amante silencioso, un hecho que distraía a Radulfr cada vez que
el hombre abría la boca.
—¿Te gusta eso, kisa?
Cada vez que Radulfr pasaba el dedo a través de la
entrada, empujaba un poco más hasta que pudo meter el dedo
entero en el estrecho agujero. Ein gemía y se empujaba hacia
atrás. Radulfr sonrió. Su kisa amaba jugar antes de ser
penetrado. Era el compañero perfecto.
—Hoy voy a montarte duro, kisa —dijo mientras deslizaba
otro dedo en el culo de Ein—. Voy a follarte hasta que me
ruegues que deje que te corras.
—¿Ahora? —Los ahumados ojos gris-plata de Ein, estaban
vidriosos cuando enderezó la cabeza para mirar a Radulfr—.
Fóllame ahora.
—Un dedo más, kisa —dijo Radulfr. Nunca se lo follaría
hasta que no estuviera preparado, no importaba lo mucho que
lo pidiera. Acercó sus piernas un poco y las apoyó contra los
costados del caballo, levantando el cuerpo de Ein. —Listo para
mí.
Radulfr casi gimió cuando los dedos de Ein rozaron
torpemente su pene. Le dolía. Latía. Estaba a punto de explotar
con sólo esos pequeños toques. Radulfr podía sentirle desatar
sus pantalones, tirando de los bordes y separándolos.
Justo cuando los dedos de Ein se envolvieron alrededor de
su dura longitud, Radulfr hundió otro dedo en el culo de su
amante. Éste gimió y comenzó a rebotar, empalándose a sí
mismo una y otra vez en los dedos de Radulfr. Al mismo tiempo,
sus manos golpeaban y acariciaban, distrayéndolo.
—Es hora de darte la vuelta, kisa.
Ein gritó en señal de protesta cuando Radulfr sacó y liberó
sus dedos. Comprendía su urgencia. La sentía. Dudaba que
durara más que unos pocos segundos una vez que su polla
estuviera en el interior del culo apretado de Ein. El hombre
estaba hecho para ser follado, y follado con frecuencia.
Radulfr tenía toda la intención de hacer precisamente eso.
Tomó a Ein y lo giró hasta que lo tuvo mirando hacia delante.
Radulfr lo empujó hacia abajo hasta que se acostó contra el
caballo y levantó el culo.
No pudo dejar de hacer una pausa por un momento
cuando vio el rosa agujero de Ein abriéndose y cerrándose para
él. Frotó el pulgar sobre él, gimiendo cuando el pequeño capullo
se estremeció como si pidiera a gritos que lo llenaran.
—Tan perfecto, kisa —susurró sobrecogido. Empujó el
dedo pulgar pasando el apretado anillo de músculos. El culo de
Ein lo aspiró directamente dentro—. Mira cómo te me llevas.
Se emocionó con el temblor que sacudió el cuerpo entero
cuando sopló sobre el pequeño agujero. Ein también era
jodidamente sensible. Radulfr siempre sabía si Ein disfrutaba o
no, ya fuera de palabra o por la respuesta de su cuerpo. Nunca le
ocultaba nada.
—Radulfr, por favor.
—¿Rogando tan pronto, kisa? —Se rio entre dientes
Radulfr.
Sabía cómo se sentía Ein. Estaba dolorido por hundirse
profundamente en el tembloroso agujero. Radulfr rápidamente
se untó con los restos de aceite en sus dedos la polla, pasando la
mano de arriba a abajo. Una vez que estuvo listo para hundirse,
tiró de Ein hacia atrás hasta que la cabeza de su pene se apoyó
en la estrecha entrada.
—Tómame, kisa. Tómalo todo de mí.
Ein se movió lentamente hacia atrás, introduciéndose poco
a poco. El hombre veía como su polla era tragada por el culo de
Ein hasta que el cuerpo le bloqueó la vista de la misma. Una vez
que estuvo totalmente empalado, Radulfr envolvió sus brazos
alrededor de Ein y le agarró la polla.
Su mano estaba lubricada y se deslizaba fácilmente sobre
la polla llena de sangre de Ein. Estaba tan profundo en el
interior del culo que sus bolas se apoyaban en él. Radulfr usó su
otra mano para agarrarle los huevos, masajeándolos
suavemente entre sus dedos.
El cuerpo de Ein comenzó a temblar, su cabeza cayó contra
la clavícula de Radulfr. Sus manos se apoderaron de los brazos
de Radulfr clavándole las uñas. Estos eran signos claros de que
estaba cerca de correrse.
—¿Listo, kisa? —le susurró al oído Radulfr—. Te prometí
que te iba a montar duro, así que agárrate.
El grito de Ein llenó el aire cuando Radulfr hincó un talón
en el caballo y salió al galope. Era delicioso. Cada zancada que el
caballo daba, provocaba que Ein subiese y bajase, haciendo que
la polla de Radulfr, entrara y saliera del culo a un ritmo
acelerado.
—¡Más rápido! —gritó Ein.
Radulfr no sabía si quería decir que fuera más rápido al
galope o más rápido con su mano, por lo que hizo ambas cosas.
Hincó los talones en el caballo acelerando a la montura y
aumentó el ritmo de sus golpes. No habían avanzado más que
unos pocos metros, cuando Ein gritó. Esperma caliente salió
disparado de su polla y salpicó toda la mano Radulfr y al caballo
debajo de ellos.
Los músculos tensos de Ein apretaron fuertemente su
polla, sujetándolo dentro. Normalmente, cuando el hombre se
corría, casi siempre lo seguía Radulfr en cuestión de segundos
debido al puro éxtasis de sentirlo correrse.
Esta vez no fue diferente. En el momento que Ein se
corrió, Radulfr, rugiendo, llenó el culo con su propia liberación.
Un placer diferente a todo lo que nunca había sentido con nadie
sacudió todo su cuerpo hasta el punto de nublarle los ojos.
Dejó caer la cabeza hacia adelante y la apoyó contra Ein
hasta que pudo volver a respirar. Éste jadeaba suavemente,
pequeñas réplicas de su orgasmo se disparan por él
directamente en Radulfr. Los músculos internos continuaron
con espasmos durante unos momentos, haciendo que el
orgasmo de Radulfr se alargara hasta que pensó que no le
quedaba ni una gota de semen dentro de su cuerpo.
Una vez que pudo respirar y pensar de nuevo, plantó una
serie de suaves besos en la cara de Ein. Éste se volvió y le sonrió,
uniendo sus labios en un beso largo que culminaba el sexo que
acaban de tener.
—¿Te sientes bien, kisa? —preguntó cuando finalmente se
apartó.
—Hmm, me siento muy bien —murmuró Ein, metiendo la
cabeza debajo de la barbilla del hombre.
—Entonces es posible que quieras que te limpie para que
puedas vestirte —rio Radulfr—. Puedo escuchar a los demás
acercándose.
Radulfr se echó a reír cuando éste comenzó a agitarse.
Agarró un paño, lo puso en el culo de Ein y comenzó a salirse,
gimiendo con el pequeño temblor que notó en su polla cuando
se liberó totalmente.
Radulfr lo limpió rápidamente y luego a sí mismo. Metió
su polla de nuevo en los pantalones para después ayudar a Ein
con la suya. Una vez que estuvieron presentables de nuevo, tiró
de Ein hacia atrás contra su pecho. Tomó las riendas con una
mano y con la otra apretó el abdomen de Ein.
—¿Cómo está nuestro pequeño hombre?
—Hambriento —se rio Ein.
—Vosotros siempre tenéis hambre.
Radulfr no se quejaba. Le gustaba saber que Ein estaba lo
suficientemente bien como para comer. Metió la mano en una
de las alforjas que colgaban del caballo y sacó algunas tiras de
carne seca, entregándoselas a Ein.
—Come, kisa, y entonces podrás cerrar los ojos. Te
sostendré mientras duermes.
No pasó mucho tiempo antes de que Radulfr tuviera al
hombre dormido en sus brazos. Los demás los habían alcanzado
para ese entonces, Vidarr y Haakon sonriéndole
conocedoramente. Radulfr se limitó devolver la sonrisa. ¿Qué
otra cosa podía hacer? Sostenía su mundo en sus brazos.

—Despierta, Ein. Creo que ya casi hemos llegado —dijo


Radulfr suavemente a medida que salían del bosque a un amplio
prado situado entre ellos y el río.
Tenían que estar cerca. Habían estado viajando durante
mucho tiempo. A pesar de la esperanza de que el trayecto en
barco acortara parte de su viaje, no fue así. Todavía tuvieron
que viajar hacia el sur durante tres lunas llenas, después hacia el
este dos más. Habían estado viajando a lo largo del río Volga los
últimos días.
El paisaje era estéril, no había nadie. No habían visto ni
una sola alma en días. El último pueblo en el que adquirieron
provisiones, lo habían dejado atrás hacía más de un mes.
Radulfr, había adquirido más suministros, ya que el invierno se
acercaba.
La nieve ya comenzaba a dejar manchado el paisaje. Los
frondosos árboles del bosque estaban salpicados de blanco. El
hielo crecía a lo largo de las riveras del río. Las montañas
cubiertas de nieve se podían ver en la distancia.
Radulfr los abrigó aun mas en las pieles que los cubrían
cuando el hombre abrió los ojos y miró a su alrededor. Ein iba
casi exclusivamente con él ahora que su embarazo había
avanzado. Radulfr no podía soportar estar separado de Ein.
—¿Estamos aquí?
—Creo que sí —respondió Radulfr—. No sé lo que es, pero
este lugar se siente bien. Hay algo acerca de la tierra que me
llama. —Pasó la mirada sobre el paisaje, impresionado por los
grandes y densos bosques que bordeaban las praderas
nevadas—. ¿Puedes sentirlo, kisa?
—Es mágico, Radulfr.
Radulfr montó un poco más lejos, acercándose al río a
través de la extensa pradera. Cuando llegó a la cima de la
cuesta, se detuvo y se quedó atónito.
—Ein, mira.
Éste se dio la vuelta. Radulfr pudo sentir el asombro de su
compañero cuando el hombre se estremeció. Comprendía el
shock. Lo que los Dioses habían previsto para ellos, era a gran
escala.
Un largo puente de piedra cruzaba el río, que conectaba
los árboles de este lado con la pradera del otro. Pero era ese otro
lado lo que mantenía la atención de Radulfr. El puente llevaba a
un camino que corría hasta unas grandes puertas de entrada,
con enormes torres a ambos lados.
Los altos muros de piedra se extendían a cada lado de las
puertas de entrada en ambas direcciones hasta rodear lo que
parecía un pueblo entero. Radulfr podía ver cientos de tejados
de madera que llenaban el interior. Había incluso humo
saliendo de muchos de ellos.
—Ein, este puede ser el lugar equivocado. Hay mucha
gente aquí.
—No, no lo es —señaló Ein—. Mira.
Radulfr miró hacia donde Ein señalaba. Su mandíbula se
abrió. No podría haber pronunciado un sonido ni aunque su
vida hubiese dependido de ello. Una gran fortaleza de piedra
había sido tallada en la ladera de un precipicio que parecía
llegar hasta el cielo.
La fortaleza se asentaba por encima del pueblo, un largo
camino sinuoso interior conducía a unas segundas puertas de
entrada. Otro muro rodeaba el área justo en frente de la
fortaleza, lo que suponía una segunda línea de defensa.
—Es hermosa —susurró Ein—. Como mi grandfaðir
prometió.
Radulfr se limitó a asentir. Los Dioses habían creado un
lugar no sólo para ellos, sino para otros cientos. Con murallas
interiores y exteriores que mantenerlos a salvo, así como la
fortaleza construida en la ladera de la montaña.
Entre el bosque, el río y las praderas, tendrían un montón
de alimentos y bienes con los que comerciar en los próximos
años. Había mucha vida silvestre, madera abundante, tanto
para calentarse como para construcción, incluso en casos de
incendios que pudieran surgir. El río les permitiría crear una
ruta comercial rápida con otros pueblos.
Que ya hubiera gente en el lugar, era una ventaja. Radulfr
esperaba que eso significara que la fortaleza estaba lista para ser
habitada, así como la aldea. Con la nieve ya en el suelo, Radulfr
no sabía cuánto tiempo más tenían antes de prepararse para el
clima más frío que estaba por llegar.
Radulfr esperó hasta que los otros se les unieron, entonces
llevó su caballo sobre el puente de piedra. Quería verlo todo,
explorarlo. También quería a Ein en el interior, donde estaría
cálido y seguro.
—Radulfr, mira. —Ein señaló la piedra sobre las puertas de
entrada exterior.
Radulfr sintió otro golpe cuando miró hacia donde Ein
indicaba. Tallada en la piedra sobre las puertas de entrada,
estaba la palabra Novgarð. Ein estaba en lo cierto. Habían
llegado a la fortaleza construida para ellos.
Radulfr besó la parte superior de la cabeza de Ein y apretó
la mano sobre su vientre hinchado ya de gran tamaño. El calor
fluyó a través de él cuando sintió una pequeña patada contra su
mano. Suspiró, algo de la tensión de las últimas lunas se alivió
de inmediato. No sabía cómo sería el futuro para ellos, pero
parecía prometedor.
Tenían un lugar seguro para vivir, un lugar seguro para
que Ein diera a luz a su niño. Aquellos que habían venido con
ellos a esta tierra desconocida se habían convertido en amigos y
compañeros, hombres y mujeres que a Radulfr le gustaban y
eran de confianza. Y lo más importante, se tenían unos a otros.
Habían sido verdaderamente bendecidos por los Dioses.
—Estamos en casa, kisa.
Stormy Glenn cree que solo hay una cosa más sexy que un
hombre en botas vaqueras y eso es dos o tres hombres en
botas vaqueras. Ella también cree en el amor a primera vista,
en las almas gemelas, el amor verdadero, y vivieron felices
para siempre.

Cuando no está siendo madre de sus seis adolescentes o


limpiando a sus dos cachorros labrador de treinta kilos, la
puedes encontrar acurrucada en su cama con un libro en su
mano o en su laptop, creando el siguiente sexy personaje de su
historia. Stormy le da la bienvenida a los comentarios de sus
lectores. La puedes encontrar en su web site at
www.stormyglenn.com.
Lleu

Dicking

Gaby

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podríamos disfrutar de todas estas historias!

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