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Bien podría creerse que dado que los padres de los adolescentes de hoy
pertenecen a generaciones más libres, que rompieron con las clásicas
pautas rígidas que ceñían los cuerpos de los jóvenes de antaño, parece
que haber vivido esas épocas no es garantía para lograr transmitir la rica
experiencia del sexo con la libertad y los conocimientos que esa
comunicación amerita.
Tras asegurar que "los adultos se centran en el sexo como si este fuera
un objeto que necesita moldearse a ciertas pautas conocidas", el
especialista remarcó que "el discurso adulto se disocia a la manera
cartesiana: sexo es cuerpo y necesita de la mente, léase de la
racionalidad para ser controlado". Pareciera que el sexo prescinde de
toda singularidad, como si una ley general abarcara toda la experiencia y
existiera un estatuto que regula lo que se puede hacer y lo que no. Si
somos individuos, somos únicos, no existe otro sujeto igual. ¿Por qué
entonces, algo tan íntimo y personal como la sexualidad debe ser
evaluada dentro de las generales de la ley?
Así es que los temores, tontas creencias y mitos con que los
adolescentes estrenan su erotismo ponen de relieve las falencias en la
educación sexual. Es que por alguna razón, para los adultos la
sexualidad sigue siendo inquietante. Y por alguna otra causa el frondoso
caudal de frases hechas, cargadas de mensajes y buenas
recomendaciones, a ellos no les llega.