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Escena Primera
ANTÍGONA.- ¡Déjalas abiertas! Necesito el consejo de la noche… Esa Luz… sobre el monte…
ANTÍGONA.- Acaso, hermana, tienes razón. Acaso sobre Antígona amanece la gloria de su
sangre, ¿Cuento contigo, Ismene?
ANTÍGONA.- Dame, Ismene, esa cántara de vino, ese ungüentario… y esas rosas.
ISMENE.- ¡Habla!
ANTÍGONA.- Iré al monte esta noche y haré con Polinices el oficio piadoso de una hermana.
ISMENE.- Antígona, ¿qué dices? ¿No has oído que Creonte prohibe con la muerte lo que
intentas?
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ANTÍGONA.- ¡Imposible!… ¡Pronuncias tal palabra y eres hija de Edipo!
ISMENE.- Piensa tú que Creonte tiene su parte de razón… Polinices ha muerto luchando contra
Tebas.
ANTÍGONA.- ¡Es tu última palabra la que has dicho! Conmigo no vendrás… Darle al tirano su
parte de razón es darle todo. Si él nos exige obediencia ciega, ¡ciega ha de ser, también, la
rebeldía! Échate por los ojos esos velos que tejieron las manos de tu madre; esos con los que
jugaba Polinices de niño: y no verás más que los tuyos, tu casta, tu razón y tu justicia. ¡Si le das
al contrario una migaja de tu razón, ya admites tu derrota!
ANTÍGONA.- ¡Suelta!
ISMENE.- Escucha. Yo he rogado a los dioses que resuelvan nuestro infortunio. Hoy mismo, de
mañana, Antígona, fui al río, y el anillo – ¿recuerdas? – que mi padre me dio una tarde, aquél
que lucía aquella piedra verde como el campo, se lo arrojé a los dioses de las aguas en
sacrificio… Espera su respuesta.
ANTÍGONA.- ¡Pobre Ismene! Los dioses no suben los caminos empinados: ayudan al mortal que
los emprende.
ANTÍGONA.- ¿Ves, ¡esos cuervos -¿los ves?- que pasan llevando en el pico sangre de Polinices!
ANTÍGONA.- ¡Mira!, ¡esos perros -¿los ves?- en sus hocicos, sangre de Polinices!… ¡Sangre tuya!
ANTÍGONA.- Y eso ya no es pregón… Es juego… ¡Es burla de nosotras! ¡Acaso llevarán esos
niños las correas rotas de sus zapatos para tirar los pájaros mañana!… ¡No más!, ¡no más!