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ANTIGONA Sófocles

Prohibición de sepultar a Polinices


Antígona, hija del rey Edipo, cuenta a su hermana Ismene que Creonte, actual rey de Tebas, impone la
prohibición de hacer ritos fúnebres al cuerpo de Polinices, como castigo ejemplar por traición a su
patria. Antígona pide a Ismene que le ayude a honrar el cadáver de su hermano, pese a la prohibición
de Creonte. Esta se niega por temor a las consecuencias de quebrantar la ley. Antígona reprocha a su
hermana su actitud y decide seguir con su plan.

Escena Primera

ANTÍGONA.- ¿Has escuchado, Ismene… Sobre el monte se va a pudrir la carne de tu carne.

ISMENE.- ¡No lo digas!

ANTÍGONA.- ¡Son ellos los que dicen!; ¿no lo escuchaste, Ismene?

ISMENE.- Escuché la amenaza de Creonte.

ANTÍGONA.- ¡Y yo escucho la voz de Polinices!

ISMENE.- Perderás la razón, hermana. Cierra esas cortinas.

ANTÍGONA.- ¡Déjalas abiertas! Necesito el consejo de la noche… Esa Luz… sobre el monte…

ISMENE.- Es que amanece, tal vez…

ANTÍGONA.- Acaso, hermana, tienes razón. Acaso sobre Antígona amanece la gloria de su
sangre, ¿Cuento contigo, Ismene?

ISMENE.- ¿Qué maquinas?

ANTÍGONA.- Dame, Ismene, esa cántara de vino, ese ungüentario… y esas rosas.

ISMENE.- ¡Habla!

ANTÍGONA.- Iré al monte esta noche y haré con Polinices el oficio piadoso de una hermana.

ISMENE.- Antígona, ¿qué dices? ¿No has oído que Creonte prohibe con la muerte lo que
intentas?

ANTÍGONA.- ¡La muerte! ¿Y no es, acaso, la muerte ya vivir así humilladas?

ISMENE.- ¿Vas a jugar la vida en el empeño?

ANTÍGONA.- ¡Mi vida es esa luz que arde en el monte!

ISMENE.- ¡Lo imposible te indulta en todo caso!

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ANTÍGONA.- ¡Imposible!… ¡Pronuncias tal palabra y eres hija de Edipo!

ISMENE.- Se me clavan tus voces en el pecho.

ANTÍGONA.- Y a mí en el mío los pelados huesos de mi hermano insepulto, como espadas!

ISMENE.- Tiemblo por ti…

ANTÍGONA.- Las hojas en el árbol tiemblan, Ismene. El tronco está tranquilo.

ISMENE.- Piensa tú que Creonte tiene su parte de razón… Polinices ha muerto luchando contra
Tebas.

ANTÍGONA.- ¡Es tu última palabra la que has dicho! Conmigo no vendrás… Darle al tirano su
parte de razón es darle todo. Si él nos exige obediencia ciega, ¡ciega ha de ser, también, la
rebeldía! Échate por los ojos esos velos que tejieron las manos de tu madre; esos con los que
jugaba Polinices de niño: y no verás más que los tuyos, tu casta, tu razón y tu justicia. ¡Si le das
al contrario una migaja de tu razón, ya admites tu derrota!

ISMENE.- ¡No! Antígona… Un momento…

ANTÍGONA.- ¡Suelta!

ISMENE.- Escucha. Yo he rogado a los dioses que resuelvan nuestro infortunio. Hoy mismo, de
mañana, Antígona, fui al río, y el anillo – ¿recuerdas? – que mi padre me dio una tarde, aquél
que lucía aquella piedra verde como el campo, se lo arrojé a los dioses de las aguas en
sacrificio… Espera su respuesta.

ANTÍGONA.- ¡Pobre Ismene! Los dioses no suben los caminos empinados: ayudan al mortal que
los emprende.

ISMENE.- ¡No saldrás! ¡No saldrás!

ANTÍGONA.- ¿Ves, ¡esos cuervos -¿los ves?- que pasan llevando en el pico sangre de Polinices!

ISMENE.- ¡No te tortures de ese modo!

ANTÍGONA.- ¡Mira!, ¡esos perros -¿los ves?- en sus hocicos, sangre de Polinices!… ¡Sangre tuya!

VOZ LEJANA DE NIÑOS.- ¡La muerte a quien entierre a Polinices!…

ANTÍGONA.- Y eso ya no es pregón… Es juego… ¡Es burla de nosotras! ¡Acaso llevarán esos
niños las correas rotas de sus zapatos para tirar los pájaros mañana!… ¡No más!, ¡no más!

ISMENE.- ¡Conmigo está la sensatez!

ANTÍGONA.- ¡Eso mañana, los siglos lo dirán, y los poetas!

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