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B A L Z A C

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HONORATO DE BALZAC

ESCENAS DE LA

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TRADUCCIÓN
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CARLOS DOCTEUR

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PARIS

GARNIER HERMANOS LIBREROS-EDITORES


6, RDE DES SAINTS-PÈRES, 6

098103
1901
PARÍS. — IIP. GARNIER HERMAKOS, 6, RÜE DES SA1STS-PÈRES.
EL TÍO GORIOT
BIBLIOTECA U N I N S . N . ;

"ALFONSO RO|S"
^.iS25M0KTERREX,MtX

A / / ÍS /rué.
SHAKESPEARE.

La señora de Vauquer, que de soltera apellidábase


F O N D O de Conflans, es una anciana que desde hace cuarenta
» C A R D O C O V A W H W A S años tiene en París una casa de huéspedes situada en
la calle Neuve-Sainte-Geneviéve,.entre el Barrio Latino
\ el arrabal de Saint-Mareel. Dicha casa de huéspedes,
conocida con el nombre de Casa Vauquer, admite
indistintamente hombres y mujeres, jóvenes y a n c i a -
nos, sin que nunca la maledicencia haya atacado las
costumbres de ese respetable establecimiento. Verdad
es que desde hace treinta años no se ha visto en él
joveft alguna, y el solo hecho de resignarse á vivir en
C A él un muchacho indica la escasa pensión con qué
f I L L A A L F O N S I N A
atiende á s u s gastos su familia. Sin embargo, en 1819,
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA época en que comienza este d r a m a , había en la tal
A . N . L : casa de huéspedes una pobre joven. Á pesar del d e s -
crédito en que esta palabra de « drama » ha caído por
la manera abusiva y torpe con que ha sido prodigada
en estos tiempos de literatura inferior, es necesario
B I B L I O : U N I V E R S I T A F » * emplearla en este relato : no porque resulte dramático
" A L F O N S O R E Y E S ' 'en el sentido verdadero de la palabra, sino porque
FONDO RICARDO" C O V A R R t J t M É quizá, una vez terminado, haya vertido el lector
a l g u n a s lágrimas materiales y morales. ¿Será com- que éxplota su pequeña industria. Dicha casa:está si-
prendida la presente historia fuera de P a r í s ? Es tuada en la parte baja de la calle >íeu ve-Sai n te-Gene- •
dudoso. Las particularidades dé esta escena saturada viève, en el sitio en q u e el terreno s e inclina hacia la
de observación y de color local sólo pueden ser a p r e - calle de la Arbalète por una pendiente tan brusca v tan
ciadas e n t r e los cerrillos de Montmartre y los altos-de ruda, que rara vez se ve'caballos subiéndola ó baján
Montrouge, en ese ilustre valle, de paredones siempre dola.'Esta-circunstancia favorece al silencio que reina
á punto de desmoronarse, y de arroyos ennegrecidos en las calles apiñadas entre Ja. iglesia del Val-de-Grao-
por el lodo; valle cuajado de sufrimientos verdadero«, y la del P a n t e ó n ; dos m o n u m e n t o s ' q u e alteran las con-
de alegrías á menudo aparentes, y tan terriblemente diciones de la atmósfera cargándola de t o n o s amarillos,
agitado que és preciso un acontecimiento exorbitante y obscureciéndolo todo-con las tintas severas q u e p r o
para determinar en él una sensación algo duradera. yectah sus cúpulas". En estos sitios, las acedas están s e -
No obstante, obsérvase en él, de cuando en cuando, ras, los arroyos no tienen lodo ni "agua , efece la hierba
dolores que la aglomeración de los vicios.y -de las en las paredes..El hombre má<> indiferente se entristece
virtudes reviste de grandeza y de solemnidad :' ante como todósdos transeúntes;-el ruido de un coche es un
ellos se detienen, compasivos, los egoísmos y los inte- acontecimiento, las casas son tristes, las paredes h u e -
reses; pero esta impresión es como uña fruta sabrosa len á m u r o s de carde!. Un parisiense, qué p o r descuido
pronto devorada. El carro de la civilización, s e m e r ó por necesidad se a v e n t u r a s e en tales sitios, ereéría n o
.jante al ídolo de Jaggernat, apenas retrasado por un ver más que casas de huéspedes y colegios, es decir,
corazón menos fácil de despedazar que los demás y miseria y tedio, vejez que sé aproxima á la tumba,
que detiene su rueda, p r o n t o lo destroza y continúa alegre j u v e n t u d obligada á t r a b a j a r . N i n g ú n barrio de
su-gloriosa carrera. Eso m i s m o liareis, lectora cuya París es más horrible, ni, preciso es decirlo, m á s
blanca m a n o sostiene éste libro, al arrellanaros e n mu- ignorado. Sobre: todo la calle Neuvè-Sainte-Geneviève '
llida butaca, pensando : « Acaso me-divierta esto. » es como un marco.de bronce,, único adecuado á este
Después de haber leído el relato'de las- secretas d e s d i - relato, al que conviene preparar el ánimo del lector
chas del viejo Goriot, comeréis con apetito, achacando con colores s o m b r í o s , con ideas graves, del mismo
al autor vuestra insensibilidad, acusándole de ser e x a - modo que, de peldaño en peldaño, disminuye la clari-
gerado, motejándolo de poeta. ¡ Ah! sabedlo: e s t e d r a m a dad "y hácese más f ú n e b r e el canto M guia cuando
no es. una ficción ni una novela. All i's Irué, es tan ver- baja el viajero á las Catacumbas. ¡Exacta c o m p a r a -
dadero, que cada u n o puede hallar en sí mismo, quizá ción! E n t r e un corazón seco y un cráneo vacío,
en su propio corazón, los elementos que lo componen. ¿quién dirá cuál de ¡ j c j ofrece más horrible aspecto?
La señora de Vauquef es propietaria de la casa en Da la fachada de la casa de huéspedes á u n j a r d i -
nillo, de m a n e r a que el edificio forma ángulo recto es la fachada, hallase encajonado entre la pared de la
con la calle Neuve-Sainte-Geneviève, en que se le ve calle y la de medianería de la casa vecina, de la que
en todo su fondo. Á lo largo de la fachada, entre la pende una capa de hiedra en toda su longitud, que la
casa y el jardinillo, hay un empedrado, de cerca de oculta por completo y atrae las miradas de los t r a n -
dos metros dë ancho, deprimido en el centro en toda seúntes por un efecto pintoresco en París. Cada una
su longitud, para el libre paso de las a g u a s ; ante él de aquellas paredes está tapizada de espalderas y de
se extiende una alamedilla enarenada, limitada en s u s viñas cu vos frutos entecos y polvorientos constituyen
costados por geranios, laureles y g r a n a d o s plantados un motivo de temores a n u a l e s para la señora de Y a u -
en g r a n d e s tiestos de loza vidriada azul y blanca. q u e r y de conversaciones entre ella y sus huéspedes.
Éntrase en esa alameda por un puertecilla sobre la A lo largo de cada muralla un estrecho camino c o n -
que u n letrero d i ç j : C A S A V A U Q U È R , y más abajo : duce á "una especie de cenador rodeado de tilos 1 ,
Casa de. huéspedes para los dos sexos y demás. palabra que la señora de Vauquer, á pesar de su ape-
Durante el día, una puerta vidriera, a r m a d a de una llido de familia « de Conflans », con partícula y todo,
campanilla chillona, deja ver en el fondo, sobre la pronuncia obstinadamente tieuilks, es decir, como
pared opuesta á la calle, un arco pintado, imitando
una portera r a m p l o n a , sin que -consigan corregirla
mármol verde, obra-de un artista del barrio. En el
las reiteradas observaciones gramaticales de sus
saliente que simula esa p i n t u r a elévase u n a estatua
huéspedes. E n t r e las dos alamedas laterales, y rodeado
representando al Amor. Al ver el barniz descascari-
de árboles frutales, h a y un pedazo de terreno s e m -
llado que lo cubre, los aficionados á símbolos descu-
brado de alcachofas, y limitado por acederas, lechugas
brirían en ello acaso un mito del a m o r parisiense que
Y perejil. Bajo el toldo natural formado por los tilos
curan cerca de allí. Bajo el zócalo, esta inscripción
levántase una mesa redonda, pintada de verde y ro-
medio borrada recuerda la época á que se remonta
deada de asientos. Allí, en los días caniculares, los
este adorno por el entusiasmo que demuestra hacia
huéspedes suficientemente ricos para permitirse t o -
Voltaire, que regresó á París en 1111 :
mar café van á saborearlo a g u a n t a n d o un calor capaz
de cocer huevos. La fachada, de tres pisos, más las
Qui que tu sois, voici Ion maître :
Il L'est, le fut, ou le doit-être 1. buhardillas, es de cascote y está embadurnada d e ese
color amarillo que da u n carácter innoble á casi todas
AI obscurecer, la puerta-vid riera es sustituida por las casas de París. Las cinco v e n t a n a s de cada piso
otra de madera. El jardinillo, tan ancho como larga tienen c r i s ó l i t o s y están provistas de celosías, n i n -
1. « Quien quiera que seas, este es lu amo : lo es, lo fué, ó
üNWERSiO&O ' ... ¿
lo será. » 1. En francés tilleuls. g ^ U O ^ C * UNWt.v '
"MfoíBa rtfts
guna de ellas alzada de la misma m a n e r a , de lo eual pales escenas del T e l é m a c o , y cuyos cías eos p e r s o -
resulta una falta completa de simetría e n s u s líneas. najes están iluminados. El testero de ^ . t r e l a s d o s
ventanas enrejadas ofrece á los huéspedes el c u a d r e
El fondo cuenta dos ventanas por piso, que, en la
del festín dado al hijo de- líl.ses p o r Cahpso Dtsde
planta baja, ostentan como adorno un enrejado de
hace cuarenta años, esa pintura excita las broma
hierro. Detrás del edificio hay un corral de unos veinte
de los jóvenes huéspedes que se creen superiores a
pies de ancho, en el que viven fraternalmente cerdos,
su posición, burlándose de la comida á que los con-
gallinas y conejos; en el fondo álzase un cobertizo
dena su miseria. La chimenea de piedra, c u y ^ o g
para la provisión de leña. E n t r e aquel cobertizo y la
siempre limpio atestigua que n o
ventana de la cocina cuelga la « despensa », debajo
lumbre más que en las ocasiones sonadas, esta ador
de la cual vomita el vertedero las aguas sucias. Dando
nada con dos j a r r o n e s llenos de flores a r t «
á la calle Neüve-Sainte-Geneviéve, tiene el corral una
viejas y hacinadas, que acompanan a u n ieloj de
puertecita- por donde la cocinera tira la basura de la
S y azulado del peor gusto. Esta p r i m e a ^
casa, cuidando de regar a b u n d a n t e m e n t e aquella sen-
"exhala un olor que carece de n o m b r e en el id orna >
tina para evitar en lo posible la pestilencia que exhala.
al que h a b r í a que llamar olor de c a s a huespedes
Naturalmente destinada al uso á que está afectada,
Huele á encerrado, á moho, á r a n c i o ; da frío resulta,
la planta baja se. compone de una primera pieza
húmedo para el olfato, cala la ropa, ofrece el sabor
alumbráda por las.dos v e n t a n a s de la calle, y a la que
particular de una sala en que se ha comido; trasciende
se llega por una puerta-ventana. Ese salón comunica,
á criados, á cocina y á hospital. Quizá pudiera des-
con un comedor séparado de la cocina por el hueco de
cribirse si se inventara u n procedimiento para
uña escalera cuyos peldaños son de madera y dé bal-
las cantidades elementales y nauseabundas q u e d e s -
dosines dados de color'y encerados. Nada que e n t r i s -
pulen las atmósferas catarrales y sui gener* de cada
teza más que ese salón amueblado con butacas y sillas
huésped, ¡oven ó viejo. Pues bien, a pasar de tanto
de tela de crin con rayas mates y brillantes, alter-
fealdad v de tanto descuido, si la compara,s con el
nando. En medio, u n a mesa redonda con tablero de
comedor, del que sólo un tabique la separa, os p a r e -
mármol de Sainte-Anne, adornado con ese servicio de
cería, el a n t e r i o r salón, elegante y perfumado como
café, de porcelana blanca con filetes de Oro medio bo-
debe serlo la habitación reservada de u n a mujer
rrados que se ve hoy día e n todas partes. Dicha pieza,
bonita. Esta sala, de paredes cubiertas de m * g g
cuyo piso deja mucho que desear, tiene sus paredes
hasta el techo, fué pintada en otro tiempo de u n calor
cubiertas con un zócalo de madera de metro y medio
imposible de definir hoy día, formando u n fondo sobre
de alto, próximamente. Lo que queda de la pared
el cual la suciedad ha impreso capas de grasa que
•adórnalo un papel barnizado representando las prinei-
resultan extrañas figuras. Contra las paredes, a p a r a - económica, concentrada, raída. Si aún "no tiene lodo,
dores pegajosos sostienen botellas para el agua á las tiene m a n c h a s ; si no tiene agujeros ni harapos, está
que faltan pedazos, e m p a ñ a d a s ; platillos de metal á punto de acabar con ella la podredumbre.
para descansar los vasos, columnas de platos de por- Dicha pieza hállase en todo su esplendor e n el
celana basta, fabricados en Tournai. En un ángulo, momento en que, á eso de las siete de la m a n a ñ a , el
una caja con casillas numeradas para g u a r d a r las ser- gato de la señora de Vauquer precede á su ama, salta
villetas, manchadas de grasa ó de vino, de cada hués- sobre los aparadores, olfatea la leche que contienen
ped. Vese allí algunos de esos muebles indestructibles, varios tazones cubiertos con platos, y deja oír su
desterrados de todas partes, pero colocados en aquella ronrón matutino. P r o n t o aparece la viuda, con su
sala como lo están los desechos de la civilización en gorro de tul, bajo el cual pende un moño de pelo pos-
los Incurables. Allí veríais un barómetro con un capu- tizo mal colocado; va a r r a s t r a n d o s u s estropeadas
chino que sale cuando llueve, grabados execrables que zapatillas. Su cara ajada, regordeta, de cuyo centro
quitan la gana de comer, todos en marcos de madera sobresale una nariz de pico de loro; s u s manos
negra con filetes dorados; un reloj de pared de concha pequeñas y carnosas, su persona repleta como un
incrustado de cobre; una estufa verde, quinqués de canónigo, su corpino demasiado lleno y nada firme,
Argand en los que el polvo se combina con el aceite, harmonízanse con aquella sala que parece sudar desdi-
una larga mesa cubierta con un hule lo suficientemente chas, en la que se ha guarecido la especulación, y
grasiento para que un chusco externo escriba su cuya atmósfera cálidamente fétida respira la señora de
nombre con un dedo á manera de estilete; sillas cojas, Vauquer sin sentir repugnancia alguna. Su cara,
ruedos de esparto cuya vida parece inacabable; luego fresca como una primavera helada de otoño, sus
estufillas para los pies, miserables, con agujeros rotos, ojos arrugados, cuya expresión pasa de la sonrisa
faltas de bisagras y cuya madera se carboniza. Para impuesta á las bailarinas al adusto ceño del u s u r e r o ;
explicar cuán viejo es ese mobiliario, cuán r e s q u e b r a - finalmente, toda su persona explica la casa de h u é s -
jado, podrido, desvencijado, roído, manco, destarta- pedes, asi como la casa de huéspedes explica su
lado, inválido, expirante, sería menester consagrarle persona. El presidio requiere al cómitre; no imagi-
descripción que retrasaría demasiado el interés de esta naríais al u n o sin el otro. La gordura descolorida
historia, y q u e no me perdonarían los lectores que de aquella mujer es el producto de la vida que
tienen prisa por conocerla. El piso de ladrillos e n c a r - hace, del mismo modo que el tifo es la consecuencia
nados está lleno de valles producidos por el roce ó de los miasmas de un hospital. Su saya de lana de
por las repetidas manos de pintura. En una palabra, punto, que sobresale de la falda, restos de un antiguo
en este sitio reina la miseria sin poesía, una miseria vestido, y que deja escapar por jirones pedazos de
i.
algodón en rama, resume el salón, el comedor, el j a r - Vauquer ocupaba la más pequeña. E n la otra vivía la
dinillo, anuncia la cocina y hace presentir á los hués- la señora de Couture, viuda dé un comisario ordena-
pedes. Complétase el espectáculo con la presencia del dor de la república francesa, j u n t a m e n t e con u n a joven
ama de la casa. llamada Victorina Taillefer, con la que hacía las veces
Con s u s cincuenta años, uno más, u n o m e n o s , de madre. El pupilaje d e estas dos huéspedas ascendía
parécese la señora de Vauquer á todas las mujeres á mil ochocientos francos. E n las dos piezas del
que han sufrido desgracias. Tiene la mirada apagada segundo habitaban un anciano llamado Poiret y u n su-
y el aspecto de inocencia de una tercera que se jeto como de c u a r e n t a años que u s a b a peluca negra,
encrespa para cobrar á m á s alto precio s u s servicios, se teñía las patillas, se decía comerciante y se l l a m a b a '
pero que en realidad se halla dispuesta á todo para el señor Yautrin. Componíase el piso tercero de cuatro
salir del apuro, y que seria capaz de vender n u e v a - habitaciones, de las que dos estaban alquiladas, una
mente á Cristo, si Cristo fuera de estos tiempos. Sin por una solterona llamada la señorita Michonneau; la
embargo, en el fondo es buena mujer, s e g ú n dicen la otra por un antiguo fabricante de fideos, dé pastas
los pupilos, porque la oyen gimotear y toser como de ludia y d e almidón, quien se dejaba llamar tío
ellos. Goriot. Las dos piezas restantes estaban destinadas á
las aves de paso, á los míseros estudiantes que como
¿Qué había sido el señor Vauquer? La viuda no
el tío Goriot y la señorita Michonneau sólo podían gas-
hablaba j a m á s del difunto, y si le p r e g u n t a b a n corno
tar cuarenta y cinco francos mensuales en casa y
y en qué había perdido su fortuna, respondía invaria-
comida; pero la señora de Vauquer era poco aficionada
blemente : « F u é m u y desgraciado en Sus negocios. »
á semejantes huéspedes, y sólo cuando no encontraba
Y añadía que se había portado mal con ella, dejándola
algo de más fuste los admitía en su casa : comían
tan sólo los'ojos- para llorar, aquella casa para vivir y"
demasiado pan. A la sazón, una de estas habitaciones
el derecho de "no compadecer á, nadie; pues había
pertenecía á un muchacho de los alrededores de Angu
sufrido cuanto en él m u n d o se puede s u f r i r .
lema, que se hallaba en. París estudiando derecho, y
Silvia, la gorda cocinera, a l oír el chancleteo de s u
cuya numerosa familia se imponía las más penosas
a m a , s e a p r e s ú r ó á áervir el desayuno á los pupilos
privaciones para enviarle anualmente mil doscientos
internos.
francos. Llamábase Eugenio de Rastignac, y era una
Generalmente, los huéspedes externos sólo se abo-
de esas criaturas endurecidas en el trabajo por la
naban á la comida, la cual les costaba treinta francos
miseria que, comprendiendo desde la edad más t e m -
mensuales. En la época en que comienza esta historia,
prana las esperanzas que e n ellos pone la familia, se
eran siete los internos. Las dos mejores habitaciones
preparan un porvenir calculando con anticipación el
de la casa estaban en é l piso principal. La señora de
alcance de esos estudios, y adaptándolas de antemano arrabal Saint-Marcel, entre la Bourbe y la Salpétriére, y
al modo de ser de la sociedad para sacarle todo el j u g o de la que sólo se exceptuaba la señora de Couture, era
posible. Sin su espíritu observador y la habilidad con indicio de que los huéspedes hallábanse bajo el peso
que supo maniobrar en los salones de París, carecería de desgracias más ó menos aparentes. Confirmábase
este relato de los tonos de color tan verdadero; que la sospecha al ver cómo se reproducía en la ropa de
deberá á su espíritu sagaz y á su deseo de penetrar los aquella gente el desolado espectáculo que presentaba
misterios de una situación espantosa, ocultada cun la casa. Los hombres usaban levitas de color indefi-
tanto esmero por los que la crearon como por el que nible, botas como las q u e se suelen encontrar tiradas
era víctima de ella. en medio de la ralle en los barrios elegantes, ropa
Completaban los pisos de la casa un desván para interior m u y usada y trajes reducidos á la última
tender ropa y dos buhardillas en q u e dormían un extremidad. Las m u j e r e s llevaban vestidos pasados de
criado que para todo utilizaban, llamado Cristóbal, y moda, teñidos y desteñidos, encajes viejos y zurcidos,
la cocinera, la maciza Silvia. Además de los siete guantes sucios y despellejados por el usó, gargantillas
pupilos internos, solía t e n e r l a d e V a u q u e r , u n o s años siempre de un color rojizo y pañoletas medio hechas
con otros, estudiantes de derecho y de medicina, y dos jirones. Pero si tales eran las ropas, los cuerpos, de
ó tres parroquianos de la vecindad, todos los cuales vigorosos contornos, acusaban constituciones robustos
sólo pagaban la comida. La sala, capaz para veinte que habían sabido resistir á las tempestades de la vida,
personas, solía contener diez y o c h o ; pero por la y los rostros eran fríos, duros, borrosos como los de
m a ñ a n a sólo la ocupaban siete huéspedes, cuya reunión la moneda vieja. Las bocas, ajadas, estaban armadas
ofrecía durante el almuerzo el aspecto de una comida de dientes ávidos. Todos aquellos pupilos hacían pre-
de familia. Bajaban e n zapatillas, permitiéndose crí- sentir d r a m a s ya verificados ó en plena acción, pero
ticas confidenciales acerca del traje y apariencia de los no d r a m a s representados á la luz de las candilejas,
externos y sobre sucesos de la noche anterior, expre- e n t r e decoraciones teatrales, sino dramas vivos y
sándose todos con la confianza de la intimidad. Estos mudos, dramas frios que sacuden terriblemente un
siete huéspedes eran los niños mimados de la Vauquer. corazón y que no tienen fin.
la cual calculaba, con precisión de astrónomo, los cui- Siempre resguardaba la solterona Michonneau su
dados y consideraciones, ajusfándolos al precio del pu- cansada vista con una sucia pantalla de tafetán verde
pilaje. Todos los reunidos allí por capricho del acaso rodeado de un hilo de alambre que hubiera llenado de
estaban sujetos á la misma ley. Los dos huéspedes del pavor al ángel de la Misericordia. Su chai, de delgados
segundo pagaban únicamente setenta y dos francos y llorones llecos, parecía cubrir u n esqueleto, tan
mensuales. Esta baratura, que sólo se encuentra en el angulosas eran las formas que ocultaba. ¿Qué ácido
habría despojado á aquélla criatura de s u s redondeces qüillada que se unía imperfectamente con la corbata
femeninas? ¿El vicio, el dolor, la avaricia? Quizá que á modo de cuerda rodeaba su cuello de pavo,
había sido hermosa y bien formada. ¿Había a m a d o muchas personas se preguntaban si aquella s o m b r a
con exceso? ¿Había sido coqueto ó cortesana? ¿Expiaba chinesca pertenecía á la raza audaz de los hijos d e
los triunfos de una juventud insolente, ante la que se Jafet que m a r i p o s e a n en el boulevard de los Italianos.
habían desbordado los placeres, por una vejez ante la ¿Qué género de t r a b a j o le había a p e r g a m i n a d o d e
que huían los t r a n s e ú n t e s ? Miraba de un modo a p a - aquella s u e r t e ? ¿ Qué pasiones habían ennegrecido
gado y descolorido que daba frío, y su desmirriada aquella faz bulbosa, que dibujada en caricatura h u b i e r a
fisonomía parecía amenazar. Tenía la voz penetrante y parecido inverosímil ? ¿ Qué había sido aquel h o m b r e ?
chillona, semejante al chirrido de una chicharra q u é Tal vez empleado en aquellas oficinas del m i n i s t e r i o
cantara oculta en un matorral á la proximidad del de justicia en que se reciben las cuentas de los eje-
invierno. Decía haber estado cuidando á un s e ñ o r cutores de los s u p r e m o s ' f a l l o s de la ley, las f a c t u r a s
anciano que padecía de un catarro de la vejiga, y al de los s u m i n i s t r o s de negros- velos para los p a r r i -
que s u s hijos habían abandonado, creyéndolo sin cidas, de a s e r r í n para los cestos donde cae la cabeza
recursos. Dicho anciano le había dejado mil franco» del ajusticiado^ y de b r a m a n t e para el cuchillo de la
de renta vitalicia, periódicamente disputados por los guillotina. Quizá h a b í a sido cobrador en la puerta d e
herederos, que no cesaban de calumniarla. Aunque el un matadero ó subinspector de la policía de salu-
fuego de las pasiones había desfigurado su rostro, bridad, E n una palabra, parecía ser u n o de los b u r r o s
afeándolo, observábanse todavía vestigios de blancura del g r a n molino social, u n a de esas pantallas que ni
y de suavidad en los tejidos, datos que permitían siquiera conocen al que están destinadas á ocultar,
suponer en el cuerpo algunos restos de belleza. uno de esos ejes sobre el que h a b í a n girado los i n f o r - ,
tunios ó las suciedades públicas, u n o de esos de los
El señor Poirét era una especie de máquina.
. que no podemos dejar de decir cuando los v e m o s :
Al verle deslizarse como u n a s o m b r a gris por u n a
« . . . Y sin e m b a r g o hace falta g e n t e -asi. '» El P a r i s
calle de árboles en el J a r d í n de P l a n t a s , - c u b i e r t a la
m u n d a n o ignora la existencia de estas fisonomías
cabeza con una viejísima g o r r a tan floja como un trapo,
descoloridas por los- s u f r i m i e n t o s morales y físicos.
pudieado apenas e m p u ñ a r s u bastón de puño-de marfil
amarilleado por su m a n o , dejando flotar los r a í d o s Pero P a r í s es un verdadero océano, tan p r o f u n d o ,
faldones de su levita que ocultaba mal un calzón casi que se puede echar en él la sonda sin llegar al fondo.
vacío, y piernas con medias azules que se tambaleaban Recorred le, describidle, por mucho cuidado que p o n -
cómo las de un h o m b r e ebrio, e n s e ñ a n d o su chaleco gáis" e n describirle y recorrerle, por muchos y m u y
blanco sucio y su chorrera de basta muselina a b a r - minuciosos que sean l o s exploradores de este m a r ,
siempre quedará un rincón v i r g e n , un a n t r o desco- las que iban señalándose los tempranos s u r c o s , si el
nocido, llores, perlas, m o n s t r u o s , algo inaudito en a m o r hubiera animado aquellos ojos tristes, Yictorina
que no h a b r á n reparado los buzos literarios. La casa habría podido ponerse á la par de las muchachas más
Vauquer es una de esas interesantes m o n s t r u o s i - hermosas. Faltábale lo que constituye la segunda vida
dades. de la m u j e r : los trapos y las cartitas amorosas. Con
Dos figuras había en ésta que contrastaban violen- su historia hubiérase podido escribir un libro. Creía su
tamente con la masa de los pupilos, internos y e x - padre tener razones para no reconocerla, no la quería
ternos. á su lado, sólo le concedía una pensión de seiscientos
Aunque la blancura de la señorita Victorina Tail- francos anuales, y había desnaturalizado su fortuna
lefer recordaba la de las muchachas atacadas de clo- para poder transmitirla integra á su hijo.
rosis, y a u n q u e esta señorita, por su constante tris- Parienta lejana de la madre de Victorina, que hacía
teza, su aire cohibido y la delgadez y pobreza de su tiempo había venido á morir de tristeza á su casa, la
persona encajaba perfectamente en el fondo triste del señora de Couture cuidaba de la h u é r f a n a como si
cuadro general, sin embargo no estaba aviejado su hubiera sido hija suya. Mas por su desgracia, la viuda
rostro, y sus movimientos y su voz eran vivos. Aquella del comisario ordenador de los ejércitos de la República
desgracia juvenil parecíase á un a r b u s t o do hojas a m a - poseía por toda fortuna su viudedad y su pensión, y
rillentas, recientemente plantado en un terreno c o n - era de temer que muriera dejando sola en el m u n d o ,
trario á su naturaleza. sin experiencia ni recursos, á aquella pobre niña. La
Su fisonomía rojiza, s u s cabellos de un rubio leo- buena señora llevaba á Victorina á misa todos los
nado, y la excesiva delgadez y delicadeza de su cuerpo domingos, y á confesar cada quince días, con objeto
le comunicaban ese encanto especial que los poetas de hacer de ella, ya que no otra cosa, una creyente.
modernos descubren en las estatuitas de la Edad Media. Y tenía razón. El sentimiento religioso era el único
Tenía los ojos garzos, casi negros, y en la mirada porvenir de aquella niña abandonada, que todos los
une expresión suave, de resignación cristiana. Reve- años iba á v e r á su padre, á quien quería, llevándole
lábanse los contornos de su cuerpo juvenil bajo las el perdón de su madre moribunda, y que invariable-
telas baratas del sencillo vestido. E r a bonita á pesar mente hallaba cerrada la puerta de la casa paterna. Su
d é l a desgracia. De haber sido feliz, resultara deliciosa; hermano, único mediador, hacía cuatro años que no
la dicha es la poesía de las m u j e r e s , así como s u s ata- iba á verla y que no le enviaba el menor socorro.
víos son su afeite. Si las alegrías de un baile hubieran Pedía á Dios, la infeliz, que iluminase á su padre, que
coloreado aquel rostro pálido, si las dulzuras de la ablandase el corazón de su h e r m a n o , y rezaba por
vida elegante hubiesen animado aquellas mejillas en ellos sin censurarlos. La de Couture y la de Vauquer
jero, de negocios, de los h o m b r e s , de los sucesos, de
no hallaban en el diccionario de las injurias palabras
lasleyes, las f o n d a s y las cárceles. Si alguno se lamen-
bastante duras para calificar tan bárbara conducta.
taba en su presencia de cualquier percance, ofrecíale
Guando maldecían al millonario infame, Victorma
en el acto sus servicios. Más de una vez había p r e s -
dejaba oír dulces palabras, semejantes al canto del
tado dinero á la patrona y á los huéspedes ; pero los
palomo torcaz herido, cuyo quejido sigue siendo
favorecidos se hubieran muerto a n t e s que dejar de
amoroso.
pagárselo, porque á pesar de su aspecto b o n a c h ó n ,
Eugenio de Rastignac era un joven de rostro meri-
tenía una mirada tan resuelta y penetrante que á todos
d i o n a l de blanca tez, negros cabellos y ojos azules.
imponía respeto. Hasta en su manera de escupir d e n u n -
Su apostura, modales y actos denunciaban al hijo de
ciaba cierta s a n g r e fría imperturbable que no le hacía
familia noble, cuya primera educación había sido, mas
retroceder ante u n crimen para salir dé una situación
que esmerada, elegante. Si cuidaba de su ropa si en
comprometida. Como la de un juez severo, su m i r a d a
los dias de s e m a n a acababa de usar l o s trajes del ano
parecía penetrar en el fondo de todas los cuestiones»
anterior, sin embargo podía salir á veces vestido como
de todas las conciencias, de todos los s e n t i m i e n t o s . S u s
un joven mundano. Solía llevar una levita vieja, un
costumbres consistían en salir después del almuerzo,
chaleco nada nuevo, la pobre corbata negra, ajada,
volver á la hora de comer, marcharse una vez acabada
mal puesta del estudiante, un pantalón que en nada
la comida y recogerse á las doce de la noche, habién-
desdecía del resto del traje, y botas ya compuestas.
dole dado la señora de Vauquer una ganzúa para a b r i r
E n t r e estos dos personajes y los demás, Vautrin, el
la puerta : favor sólo á Vautrin concedido. Disfrutaba
h o m b r e de cuarenta años, de patillas pintadas, servia
de g r a n predicamento con la viuda, á la que enlazaba
de transición. E r a lo q u e se llama un hombre de
por la cintura con sus brazos, llamándola mamá,
anchas espaldas, g r a n pecho, músculos bien marcados,
acción aduladora que los demás no c o m p r e n d í a n . La
maños d u r a s , g r u e s a s , y dedos en cuyas nudosas falanges
patrona creíale fácil buenamente, m i e n t r a s que en
crecían espesas matas de pelos rojizos. Su rostro, sur-
realidad sólo Vautrin tenía brazos bastante largos para
cado por a r r u g a s prematuras, ofrecía signos de dureza
rodear ían robusto talle. Uno de los rasgos del carácter-
que desmentían s u s modales flexibles.y atractivos. Su
de n u e s t r o hombre era el de pagar generosamente
voz de bajo profundo, en harmonía con su ruda alegría,
quince francos mensuales por el ponche que tomaba
ño desagradaba. Era servicial y bromista. Si se des-
déspués de comer. Gentes menos superficiales q u e
componía u n a cerradura, la desclavaba, limpiaba,
aquellos despreocupados estudiantes envueltos e n el
limaba y ajustaba en un santiamén, diciendo: « De
torbellino parisién, ó que aquellos viejos, indiferentes
esto entiendo algo. » Verdad es que de todo e n t e n d í a
á cuanto n o l e s tocaba directamente, no hubieran vaei-
y s a b í a ; de los barcos, del m a r , de Francia, del extran-
las relaciones de una vida mecánica, el j u e g o de ruedas
lado mucho tiempo en clasificar á Vautrin saliendo de
sin aceité. Todas eran de los q u e pasan en la calle
la dudosa impresión que les causaba. Sabía ó adivinaba
junto á un ciego sin hacerle caso, escuchan sin c o m -
los asuntos de cuantos le rodeaban, m i e n t r a s nadie
móverse la historia de" u n a desdicha y ven en una
podía enterarse de-sus pensamientos y de s u s ocupa-
muerte la solución de un problema d e ' m i s e r i a , per-
ciones. Por más q u e había establecido su aparente hoba-
maneciendo impasibles ante la agonía terrible. De todas
chonería, su constante complacencia y su alegría como
aquellas almas desoladas, la más feliz era la viuda de
una valla entre los demás y él, á veces dejaba entrever
Vauquer, reina de aquel hospital. Sólo á s u s ojos era
la espantosa profundidad de su carácter. A veces una
alegre como un verjel aquel jardinilloal que el silencio
salida digna de Juvenal, y e n la que parecía compla-
y el frío, la sequedad y la humedad, alternativamente,
cerse en hacer burla de las leyes, fustigar la sociedad
hacían parecer i n m e n s o como una estepa. Sólo para
convenciéndola de inconsecuente consigo m i s m a , daba
ella aquella casa amarilla y triste, que olia al cardenillo
á entender que g u a r d a b a rencor al estado social, tal
del mostrador, ofrecía delicias .'Aquellos calabozoseran
vez por algún misterioso suceso de su vida q u e conser-
suyos. Mantenía á aquellos presidarios condenados á
vaba oculto con el mayor cuidado.
penas perpetuas, ejerciendo sobre ellos una autoridad
La señorita Taillefer, atraída, quizá sin darse cuento,
respétoda. ¿ E n q u é o t r a parte de París hubieran hallado
por la fuerza del u n o ó por la b e l l e z a del otro, compartía
aquellos infelices alimentos s a n o s .y suficientes y una
sus m i r a d a s furtivas y sus pensamientos secretos entre
habitación que ellos mismos podían t r a n s f o r m a r , si no
el cuarentón y el estudiante, pero ni el u n o ni el otro
en elegante y cómoda, al menos en aseada é higiénica,
parecían pensar en ella, a u n q u e podía muy bien la
en q u é otra parte hubieran hallado todo esto al precio
casualidad convertirla el día menos pensado en un g r a n
á que ella se lo proporcionaba? Atendida e s t a conside-
partido. Por otra parte, n i n g u n a de las personas des-
ración, a u n q u e se hubiera permitido con alguno una
critos se tomaba la molestia en comprobar si las desdi-
injusticia manifiesta, la victima la hubiera, soportado
chas referidas por cualquiera de s u s compañeros eran
sin quejarse.
reales ó imaginarias. E n t r e ellos se interponía una
Debía ofrecer, y ofrecía en pequeño, semejante re-
indiferencia nacida de la desconfianza que les imponía
unión, los elementos de una sociedad completa. De igual
s u s respectivas situaciones. Reconocíanse por impo-
manera que sucede en los colegios y en el m u n d o , entre
tentes para consolarse, sobre todo porque habiéndoselas
aquellos diez y ocho seres habría seguramente una pobre
oido unos á otros, habían agotado entre si el repertorio
criatura desgraciada, un caballo blanco contra el cual
de los pésames y de las frases lastimeras. Parecíanse
van dirigidas todas las saetas de la burla despiadada.
á esos matrimonios viejos que ya nada tienen que
Para Eugenio deRastignac, y al comenzar su segundo
decirse. Sólo quedaba, pues, entre aquellas personas.
a ñ o de pupilaje, esa figura trocóse en la más i m p o i - una indemnización, destinada, según- dicen, á pagar
t a n t e d é todas las-que d u r a n t e otros dos" años habían un mobiliario bastante malo, compuesto de colgaduras
d e compartir con él aquella vivienda. de indiana amarilla, sillones de madera ordinaria bar-
Aquel caballo blanco era el antiguó fabricante de nizada, cubiertos de terciopelo d e i l t r e e h t y de a l g u n a s
fideos, el tío Goriot, sobre cuya cabeza hubiera concen- pinturas y estampas ordinarias desechadas basto en
trado un pintor toda la luzdel cuadro, ni más ni menos . las. tabernas de las afueras. Acaso la indiferente gene-
q u e como lo hace con s u personalidad el autor de esta . rosidad que demostró en dejarse engañar él tío Goriot,
historia. ¿Por qué razón había recaído en el decano de que hacia aquella época -era respetuosamente llamado
los pupilos aquel desprecio hostil, aquella persecución señor Goriot, bízole considerar como á u n imbécil que
mezclada de lástima, aquella falla de respeto á la des- nada-entendía .en los a s u n t o s de la vida práctica. Vino
gracia'? ¿Había dado lugar á ello por a l g u n a s de ésas Goriot bien provisto de ropa. Llevaba un a j u a r como
ridiculeces ó de esas rarezas que se perdona menos que de comerciante rico que se retira del comercio para
los vicios'? t o c a n estas preguntas á bastantes i n j u s - vivir á gusto y descansado. La viuda de Vauquer
ticias sociales. Parece como.que-la naturaleza h u m a n a admiró en él diez y ocho camisas de media,* holanda, y
se complace en hacer s u f r i r al que por humildad ver- más aún. dos alfileres, unidos por u n a cadenifa y ador-
dadera ? por debilidad ó por indiferencia lo s u f r e lodo.. nados cada u n o con un diamante más que. regular,
¿ P o r q u é ? Porque t.odos hallamos cierta satisfacción en cuya alhaja ostentaba, el buen señor e n la blanca p e -
ejercitar nuestras fuerzas á'costa de algo ó d e . a l g u i e n . . chera. •
El ser más débil, el último píllete llama á todas las - Habitualmente vestido con traje azul, tomaba cada
puertos, de noche, cuando hiela, ó trepa como puede día u n chaleco de piqué blanco, bajo el c u a l fluctuaba
para escribir, su nombre, á g r a n altura e n un monu- su abdomen crecido y saliente que ponía de manifiesto
mento-virgen de inscripciones. , u n a pesada c a d e n a ' d e o r o adornada con varios d i j e s .
El hoy anciano d e u n o s sesenta y nueve años, el que Su tabaquera, también de oro, contenía un medallón
había, sido motejado de i í o Goriot, había entrado á en el que' guardaba un buen mechón de pelo, el cual
f o r m a r parte de loa huéspedes de la señora de V a u q u e r • parecía denunciar alguna conquisto amorosa. Cuando
en 1813, después de retirarse de los negocios. Tomó su nueva patrona se permitió acusarle de galanteador,
primeramente la habitación que más tarde ocupó la sonrió con cierto satisfacción mal con ten ida de h o m b r e
viuda de Couture* pagando mil doscientos francos de á quien le descubren un llaco de q u e se envanece.
pupilaje, como h o m b r e p a r a quien cien francos de más Llenóse un armario con la n u m e r o s a vajilla de plata
ó de menos eran cosa de poca monta. La Vauquer de su casa. A la viudá íbansele los ojos mientras le
arregló un poco las tres habitaciones del piso previa ayudaba á sacar de los baúles y poner en su sitio los
y casi bobalicón del buen viejo c o n f i r m a b a . Debía d e ser
c u c h a r o n e s , cubiertos, v i n a g r e r a s , salseras, f u e n t e s , las un a n i m a l v i g o r o s a m e n t e c o n s t r u i d o , capaz de p o n e r
tazas y platos p e q u e ñ o s de plata sobredorada y m u c h a s toda su vida en u n a p a s i ó n . Todas las m a ñ a n a s iba á
otras piezas a n á l o g a s , q u e sin d u d a p e s a b a n b a s t a n t e s peinarle el peluquero de la Escuela Politécnica, empol-
marcos y de las que n o queria deshacerse, »luchos d e vándole el pelo y disponiéndoselo en sortijillas q u e ocu-
ellos e r a n regalos que le recordaban las s o l e m n i d a d e s paban parte de la f r e n t e b a j a , y que l e s e n t a b a n b a s t a n t e
de la vida d o m é s t i c a . bien. A u n q u e algo bastóte, tan de. p u n t a en blanco
« Esto, dijo á la s e ñ o r a de V a u q u e r g u a r d a n d o u n a estaba s i e m p r e , tomaba- t a n r i c a m e n t e su rapé y lo
f u e n t e y u ñ a taza cuya tapadera r e p r e s e n t a b a dos t ó r - sorbía cómo h o m b r e tan s e g u r o d e tener s i e m p r e llena
tolas picotéandose, es el p r i m e r regalo q u e me hizo la t a b a q u e r a , q u e , el día en q u e el s e ñ o r Goriot. se
mi m u j e r , el día del a n i v e r s a r i o d e n u e s t r a boda. instaló en la c a s a la viuda de V a u q u e r , ésta se acostó
¡ Pobre q u e r i d a ! E n esto empleó todas s u s economías por la n o c h e a r d i e n d o del deseo que la acometió de
de soltera. Mire usted, s e ñ o r a , p r e f e r i r í a a b r i r h o y o s en a b a n d o n a r el s u d a r i o de V a u q u e r p a r a renacer en
la tierra con las u ñ a s á s e p a r a r m e de este objeto. P o r (foriot.
f o r t u n a podré t o m a r café en esta tacita todas las- m a - Casarse, v e n d e r , salir del brazo de aquella flor
ñ a n a s de los días que h e d e pasar a ú n en el m u n d o . y n a t a de la b u r g u e s í a ; c o n v i r t i é n d o s e en s e ñ o r a m u y
Realmente, n o t e n g o de q u é q u e j a r m e , p o r q u e , por principal del barrio, ocupada en pedir para los pobres,
m u c h o q u e viva, n o me faltará q u é comer. » hacer visitas y tener j i r a s los d o m i n g o s á Choisy,
F i n a l m e n t e , la s e ñ o r a d e V a u q u e r pudo v e r , con su Sóisy, Gentilw, etc., ir al teatro todas las n o c h e s , á
ojo de u r r a c a i a l g u n a s inscripciones de la deuda p ú - su palco, sin t e n e r q u e e s p e r a r , c o m o o c u r r í a allá por
blica, que, s u m a d a s por e n c i m a , v e n d r í a n á resultar julio, el billete, c u a n d o á a l g u n o d e los e s t u d i a n t e s ,
p a r a ' e l b u e n o d e Goriot u n a r e n t a dé u n o s ocho á diez s u s pupilos, le venía en g a n a regalárselo. Soñó, pues,
mil francos. Desde entotices, la a n t i g u a s e ñ o r i t a d e con su paraíso, análogo al soñado por todas las familias
Conflans, q u e t e n í a c u a r e n t a y ocho a ñ o s , pero q u é de posición h u m i l d e de P a r í s . Poseía . c u a r e n t a " mil
sólo admitía t r e i n t a y n u e v e , concibió u n p r o y e c t o . francos reunidos c é n t i m o á c é n t i m o , pero n a d i e lo sabía,
A u n q u e el s e ñ o r Goriot tenía los l a g r i m a l e s m e d i o p o r q u e aquel secreto teníalo p r o f u n d i s i m a m e n t e g u a r -
vueltos, h i n c h a d o s y colgantes, lo q u e le obligaba á dado, de s u e r t e que t a m b i é n desde el p u n t o d e vista
limpiarlos con frecuencia, parecióle d i s t i n g u i d o y h a s t a pecuniario se creía u n partido m u y aceptable.
a g r a d a b l e . A d e m á s , su p a n t o r r i l l a c a r n o s a , saliente, « Y en cuanto á lo d e m á s , m e parece que en nada
pronosticaba, t a n t o c o m o su nariz c u a d r a d a , ciertas desmerezco de ese buen G o r i o t » , p e n s a b a , revolviéndose
cualidades m o r a l e s que la v i u d a parecía t e n e r en g r a n en el lecho como para cerciorarse de que, en efecto,
e s t i m a , y q u e la cara de l u n a llena d e aspecto sencillote
UN1 V£RSmADO£^VOlEOJ

BlBUOT£C ( \UNW^h
"ALFOUSO RTVLB"

I. • . . AíffSr' I V -
existían los encantos cuyo molde encontraba cada poner dinero de s u s ahorros. Así es que la condesa
m a ñ a n a la gruesa Silvia al hacer la cama. decía á la señora Vauquer, á la que llamaba su querida
Desde aquel-día, d u r a n t e u n o s tres meses, la viuda amiga, que le proporcionaría otras dos p u p i l a s : la
d e Vauquer utilizó al peluquero del señor .Goriot, dedi- baronesa de Vaumerland y la viuda del coronel Picquoi-
c a n d o algunos gastos al embellecimiento y mejora de séau, ambas muy a m i g a s .suyas, que estaban h o s p e -
su* tocado, los* .cuales excusaba con la necesidad de dadas en una c-asa del Marais, más cara que la de Ja
velar por el decoro de la*casa, conforme-se lo exigía Vauquer, pero á l a cual vendrían en cuanto expirara el
la calidad d é l a s personas en ella hospedadas. Pensó plazo' que tenían pagado anticipadamente. Estas dos
e n la manera de llegar á mejorar el personal de sus señoras disfrutarían una posición m u y holgada luego
pupilos, manifestando el propósito de no admitir en lo que en él ministerio dé la guerra hubieran despachado
sucesivo sino gente muy d i s t i n g u i d a ; y cuando se s u s respectivos expedientes.
presentaba u ñ o nuevo, no dejaba de ponderarle• la - - Pero, decía la condesa de Ambermesnil, en esas
preferencia con que la había honrado el señor Goriot, oficinas no acaban n u n c a .
« n o de los principales y más notables comerciantes d é . Después de la comida subían las dos viudas á l a habi-
París. Distribuyó prospectos con este título : . C A S A tación de la señora Vauquer, donde se entretenían en
V A U Q U E R ; en los q u e decía que era una de las más- charlar y beber licores suaves y comer golosinas hasta
antiguas inestimadas casas de huéspedes del país latino, allí reservadas exclusivamente para la,boca de la pupi-
.•que el edificio .disfrutaba de excelentes, vista al valle lera. La condesa aprobó por completo los planes de
.•de los Gobelinos (el cual se veía desde el tercer piso) ésta acerca de Goriot, plañes excelentes, en efecto, y
y que tenía uñ bonito j a r d í n , al fin del cual se extendía que desde el primer día había adivinado; parecíale u n
una ALAMEDA de tilos. Hablaba también el prospecto de hombre cumplido en todos sentidos.
aires puros y de'tranquilidad y retiro. Este anuncio — ¡ Ah ! mi querida señora, un h o m b r e sano como
le t r a j o á la señora c o n d e s a - d e Ambermesnil, m u j e r una manzana, le decía la viuda, perfectamente c o n s e r -
•como de treinta y seis años, la cual esperaba que vado y que todavía puede proporcionar muchas s a t i s -
•quedase ultimado, el'expediente que se instruía para facciones á una m u j e r .
pagarle los atrasos y reconocerle una pensión q u e le La condesa hizo generosamente algunas o b s e r v a -
correspondía como viuda de u n general muerto en los ciones á lá señora de Vauquer acerca de su manera de
campos de batalla. La de Vauquer cuidó de .la mesa, vestir, la cual no le parecía en harmonía con s u s p r e -
encendió l u m b r e éu los salones por espacio de u n o s tensiones.
seis meses, y tan bien supo cumplir las promesas de — Tiene usted que ponerse en pie d e g u e r r a , la dijo .
s u s prospectos que, lejos de cubrir gastos, tuvo q u e Como consecuencia de m u c h o s cálculos, l a s dos
que hablaba de este suceso, lo que hacía con f r e c u e n -
viudas se fueron al Palais-Royal, y en las galerías de
cia, tornaba de él pretexto para lamentar su excesiva
Bois compraron un sombrero de plumas y unà gorra.
confianza, aunque, en realidad, fuese más desconfiada
La condesa condujo á su amiga á la tienda d e la Petite
y recelosa que un gato. Lo cierto es que pertenecía
Jeannette, donde compraron una bata y un cinturón.
al número de esas personas que desconfían de cuanto
Cuando estas municiones fueron empleadas y pudo
las rodea y se entregan al primero que llega, hecho
considerarse la pupilera sobre las a r m a s , representaba
moral extraño, pero verdadero, y cuyo origen es fácil
fielmente la m u e s t r a del Bœuf à la mode, l o q u e equi-
hallar en el corazón h u m a n o . Quizá hay personas q u e
vale á decir q u e resultaba grotesca. Pero gustóse tanto
nada tienen que g a n a r en el concepto de aquellas con
á si misma, que a u n q u e poco dadivosa de suyo, consi-
quienes viven, porque después de haberles descu-
deró que le debía pagar el favor de s u s consejos, c o m -
bierto lo interior de s u alma, se sienten juzgadas por
prándole u n s o m b r e r o de veinte francos. Verdad es
ellas con merecida severidad, pero que, experimen-
q u e contaba con cobrárselos, confia rulóle la importante
tando una invencible necesidad de adulación, ó devo-
misión de sondar el ánimo de Goriot y de inclinarlo en
rados por el deseo de que les s u p o n g a n cualidades
su favor. Prestóse á ello m u y graciosamente la de
que no tienen, esperan sorprender la estimación ó el
Ambermesnil, y desde entonces asedió al ex-fabricante,
corazón de los extraños, á trueque de romper con ellos
hasta que logró tener con él una entrevista. Pero des-
algún día. Finalmente, hay individuos mercenarios
pués de haberle hallado pudibundo, por no decir refrac-
de nacimiento, que n i n g ú n bien hacen á s u s a m i g o s
tario, á las tentivas q u e la sugirió su deseo de s e d u -
ó á su familia porque lo d e b e n , mientras que, por
cirle por propia cuenta, salió indignada de su grosería.
pura satisfacción de a m o r propio, favorecen á c u a l -
— Hija mía, dijo á su querida amiga, no sacará
quier desconocido; cuanto m á s cerca de ellos se halla
usted nada en limpio de ese hombre. Es ridiculamente
el circulo de sus afecciones, menos a m a n ; cuanto
desconfiado, es un roñoso, un imbécil, un majadero,
más se extiende, más serviciales son. La señora de
incapaz de dar más que desazones.
Vauquer participaba, sin duda, de estas dos condi-
E n t r e el señor Goriot y la señora de Ambermesnil
ciones esencialmente mezquinas, falsas y execrables.
ocurrieron cosas de tal calibre qué ni siquiera su
— Si yo htibiera estado aquí, le decía entonces Vau-
presencia quiso ya tolerar la condesa, por lo que al
trin, no le h a b r í a sucedido á usted semejante chasco.
dia siguiente se largó, olvidándose de pagar seis
Yo hubiera desenmascarado á esa lagarta. Conozco las
meses de hospedaje, y dejando unos trapos que se
m a ñ a s de esa gente.
evaluaron en cinco francos. Por más e m p e ñ o que
Como todos los espíritus estrechos, acostumbraba
puso la Vauquer en encontrarla, no pudo hallar ni
la señora de Vauquer á no salir del círculo de los
rastro de ella en todo P a r í s ; de suerte que, siempre
acontecimientos y á no j u z g a r s u s causas. Gustábale — ¡ Fuera pepinillos en v i n a g r e , fuera a n c h o a s ! no
culpar á los demás de las faltas por ella cometidas. Al son más que inutilidades costosas, dijo á Silvia el día
ocurrí ríe aquel percance, dióle por v e r en el honrado en que decidió volver á su antiguo programa casero.
fabricante aquel principio de su desgracia, y empezó El señor Goriot era h o m b r e frugal, en el que la eco-.
desde entonces, según ella misma decía, á desilusio- nomía, necesaria á todos los hombres que se. han
narse acerca de él. Cuando advirtió q u e s u s p r o v o c a - hecho ricos á fuerza de trabajo, se había convertido
ciones eran tan inútiles como antes lo habían sido s u s en costumbre.
armamentos, no tardó en comprender el por qué. La sopa, el cocido y un plato de legumbres habían
Goriot tenía, al decir de ella, su sistema, con lo q u e sido siempre y siempre quedarían su comida predi-
acabó de convencerse de que aquellas risueñas e s p e - lecta; de suerte q u e le fué b a s t a n t e difícil á la viuda
ranzas, amorosamente acariciadas, descansaban sobre Vauquer contrariar á su pupilo en s u s sencillísimas
una base quimérica, y de que nada sacaría de aquel aficiones. Desesperada por haber hallado un h o m b r e
hombre, s e g ú n la enérgica expresión de la condesa, inatacable, dedicóse á desconsiderarle, logrando que;
la cual parecía ser entendida de firme.- Llegó necesa- los demás participasen de s u inquina hacia e l . s e ñ o r
riamente en aversión m á s lejos de donde había llegado Goriot, y que, por pura diversión, la ayudaran e n su
en amistad. Su odio no estuvo en razón de su afecto, venganza. Un año después habían, llegado á tal punto
sino de sus esperanzas defraudadas. El corazón las desconfianzas de la viuda, que no cesaba de p r e -
h u m a n o suele hacer paradas de descanso cuando sube g u n t a r s e p o r qué razón viviría en la casa pagando un
á las a l t u r a s del cariño, y rueda m u y fácilmente y sin pupilaje tan módico, aquel comerciante q u e d i s f r u -
detenerse nunca por la pendiente del odio. Pero como taba de siete á ocho- mil francos" de renta,- que poseía
el señor Goriot era un huésped, tuvo la viuda q u e tan rica vajilla y joyas como las dé cualquier enco-
reprimir las explosiones de s u a m o r propio herido, petada entretenida. Durante la mayor parte de este
e n t e r r a r los suspiros q u e le causaba su decepción y primer año, Goriot solía comer fuera una ó dos veces
devorar sus'deseos de venganza, eual fraile ofendido por s e m a n a , pero luego fueron' menudeando cada yez
por su superior. Las almas pequeñas satisfacen s u s menos estas ausencias, h a s t a quedar reducidas á dos
pasiones, buenas ó malas, • por medio d e incesantes mensuales. Harto convenían las « j u e r g a s intimas »
pequeñeces. de Goriot á los intereses de la patrona para que no sé
Empleó la viuda toda su malignidad de m u j e r en mostrara descontenta por la exactitud progresiva
idear s o r d a s persecuciones contra -su víctima, e m p e - con la que su pupilo tomaba s u s comidas en la casa de
zando por s u p r i m i r una porción de. superfluidades huéspedes. Como una de las más detestables c o s t u m -
introducidas en el trato de s u s huéspedes. bres de los espíritus mezquinos consiste e n atribuir
á los otros sus mezquindades, la Vauquer calculó q u e estar abonado á ciertos n ú m e r o s de la lotería. El
aquel cambio podía obedecer tanto á una diminución vicio, la degradación y la impotencia, parecían confa-
de las rentas del viejo, como al propósito de perjudi- bulados para atribuirle toda suerte de misterios; pero,
carla. Por desgracia del señor Goriot, vino éste, por innoble* que supusiesen su conducta, la aversión
bacía el fin del s e g u n d o a ñ o , á justificar en cierto que inspiraba no llegaba al extremo de expulsarle :
modo las habladurías de su patrona, reduciéndose á pagaba su pupilaje. Además era útil, pues cada cual
sabir al piso segundo y á p a g a r tan sólo novecientos descargaba sobre él su buen ó mal h u m o r , haciéndole
francos de pupilaje, é introduciendo tales economías blanco de s u s bromas ó de s u s desahogos. La opinión
en sus demás gastos, q u e en todo el invierno no pudo que acerca de él parecía más probable, y que fué
encender la chimenea. La Vauquer exigió la paga ade- generalmente adoptada, era la de la vi "da Vauquer.
lantada. Accedió el señor Goriot, pero desde entonces Según ella, aquel hombre tan bien cc ^ n V a d o , sano
quedó siendo papá Goriot ó el tío Goriot á secas. como una manzana y que podía a ú n d a r muchas
Todos quisieron entonces adivinar los motivos de satisfacciones á una mujer,.era un vicioso de aficiones
aquella decadencia; ¡dificultosa exploración! Según fuera de lo normal.
dijo la falsa condesa, el tío Goriot era un cazurro, un He aquí los hechos en que fundaba s u s s u p o s i -
taciturno. Ateniéndose á la lógica de las gentes de ciones.
cabeza vacía, todas ellas indiscretas porque solo tienen Algunos meses después de la desaparición de
nonadas que decir, los que nada dicen de s u s propios aquella maldita condesa que había sabido vivir á su
asuntos indican, con su silencio, q u e esos asuntos costa durante seis meses, oyó en la escalera cierta
andan mal. El comerciante distinguido pasó á ser, en mañana, antes de levantarse, el roce de una falda de
el concepto general, un pillo, y el viejo verde un seda y el paso menudito de una m u j e r joven y ágil
picaro. Unas veces, al decir de V a u t r i n , él cual vino que se entraba en el cuarto de Goriot, la puerta del
por entonces á la casa, el tío Goriot era un bolsista cual, muy precavidamente, se hallaba abierta. En
que j u g a b a con dinero ajeno después de haber perdido seguida vino la gruesa Silvia á decir á su ama que
el propio. Otras, era uno de esos jugadores que arries- una joven demasiado bonita para ser h o n r a d a , vestida
gan todos los días sobre el tapete verde s u s diez como una divinidad, calzada con brodequines finí-
francos hasta ganarlos. No faltó quien le supuso simos que no estaban manchados de barro, habíase
agente de la alta policía secreta, pero Vautrin decía deslizado como una anguila desde la calle á la cocina,
que no era lo b a s t a n t e astuto para tener 'tal oficio. preguntándole dónde se hallaba la habitación del
También el tío Goriot era un viejo u s u r e r o que señor Goriot. Subieron patrona y criada, pusiéronse á
prestaba al tanto por ciento semanal, ó q u e vivía de escuchar cerca de la puerta, y oyeron algunas palabras
tiernas d u r a n t e la visita, que se prolongó algún tiempo.
• —^ ¡ Y van tres ! dijo Silvia.
Cuando Goriot salió con la señora para acompañarla,
Esta'segunda joven, q u e la primera vez había venido
Silvia tomó la cesta y fingió que. iba. a la plaza, -con
también á ver á su padre por la m a ñ a n a , volvió,
objeto de seguir á la amorosa pareja.
tiempo después por Ja noche, vestida de baile y en
— Preciso es, señora, dijo á su ama al regresar, q u e i
coche.
ese señor Goriot sea endemoniadamente rico, digan lo
— ¡ Y van cuatro !- dijeron á u n a Silvia y la Vau-V
que digan, para mantenerla como la mantiene. Figú-
quer, que no reconocieron e n . aquella s e ñ o r o n a el
rese usted que ahí, en la e s q u i n a d o l a E s t r a p a d e , espe-
menor v e s t i g i o . d e la-señorita vestida sencillamente
raba un soberbio carruaje, en el que ha subido.
q u e , ' c u a n d o s u primera visita,: se había presentado
Durante IÍ^ comida, la viuda fué á correr una c o r -
por la m a ñ a n a .
tina, para <||¡¿>m r a y o de sol que e n t r a b a por la v e n -
Entonces pagaba todavía Goriot mil doscientos
tana no hiriese n los ojos a i señor Goriot.
francos de pupilaje, y la viuda halló ínuy natural que
— Ya se conoce que le quieren á ust.ed las m u j e r e s
un hombre rico tuviera -cuatro ó cinco .queridas. Es
guapas, porque hasta el sol l e busca. ¡ Caramba, si
m á s : hasta le pareció, pauy "ingeniosa la idea de
tiene usted buen g u s t o ! ¡ Qué guapa e r a !
hacerlas pasar por hijas s u y a s , y no se escandalizó
— E s mi hija, dijo Goriot con cierto, orgullo, en
de que les diera cita e n la propia casa de la señora d e
el que los circunstantes creyeron v e r la vanidad m a l
Vauquer. Sólo que, como aquellas visitas le explicaban
disimulada de un viejo q u e se contenta con s a l v a r l a s
' la-indiferencia de.su pupilo, Se permitió llamarle, desde
apariencias.
el comienzo del segundo a ñ o , viejo verde.'
Un mes después de esta visita, el señor -Goriot
Por fin,'cuando cayó su pupilo en Jos novecientos
recibió otra. Su hija, que la primera vez vino en traje
francos, varió la cosa y se insolentó con él, p r e p
de mañana, presentóse después de almorzar y vestida
•gúntándole un día que vió salir de su cuarto á una d e .
como para ir de visita. Los huéspedes, que á la sazón
les señoras x que qué clase de casa pensaba él q u e era
se hallaban en la.sala charlando, .vieron e n t r a r una
aquélla. Goriot contestó diciendo que aquella señora
hermosa rubia, elegante, graciosa y demasiado distin-
era su hija mayor.
guida para ser hija del tío Goriot.
— ¿ P o r lo visto tiene usted treinta y seis hijas?
— ¡ Y van d o s ! dijo la voluminosa Silvia, que no dijo en tono agrio la viuda Vauquer.
la reconoció.
— Tío tengo más que dos, dijo el pupilo con lá
A los pocos días, otra | > v e n , alta y bien formada,
humilde voz del h o m b r e arruinado q u e se somete á
morena, de cabellos negros y brillante mirada, t a m -
todas las docilidades que impone la miseria.
bién preguntó por el señor Goriot.
Hacia el final del tercer año redujo aún sus gastos
surcos, y se dibujó marcadamente la mandíbula. En el
el tío Goriot, subiendo al tercer piso y limitándose á
< trascurso del cuarto año de su estancia en la calle Neuve-
pagar cuarenta y cinco francos mensuales. Dejó de
Sainte-Geneviéve, ya no se parecía á sí m i s m o . Aquel
tomar rapé, despidió al peluquero y no volvió á
comerciante retirado que, contando sesenta y dos años
empolvarse el cabello. Cuando se pres -ntó por primera
representaba cuarenta, aquel sujeto acomodado, lozano,
vez sin este requisito, su p a t r a ñ a no pudo contener
grueso y bien conservado, cuyo alegre aspecto r e g o -
una exclamación de sorpresa al ver el natural color
cijaba á las gentes, y que reía como un muchacho,
de aquellos cabellos, que era un ceniciento verdoso de
parecía un setentón entontecido, de andar inseguro
lo más desagradable. Su fisonomía, que pesares ocultos
y de semblante blanquecino. Sus ojos azules tan vivos
habían insensiblemente entristecido de día en día,
tornáronse pálidos y como acerados ; ya no lagrimea-
parecíala más angustiada de cuantas se veían en torno
ban, y su reborde rojo parecía llorar sangre. A unos
de la mesa. Entonces ya nadie tuvo el asomo de uña •
causaba h o r r o r , y lástima á otros. Notaron algunos
duda : el tío Goriot e r a un viejo libertino, quien, si
estudiantes de medicina que le colgaba mucho el
aun conservaba sana la vis.ta, á pesar de la maligna ]
labio inferior, y como le acosaran con p r e g u n t a s
influencia que en ella debían ejercer las medicinas que -
sin obtener respuesta satisfactoria, calculáronle el
le obligaban á usar sus secretas enfermedades, debíalo
ángulo facial y le declararon atacado de cretinismo.
á la ciencia de su médico, y cuya cabellera tenia '
Una noche, después de la comida, díjole la viuda de
aquel r e p u g n a n t e aspecto á causa de los excesos y de
Yauquer, en tono irónico y como poniendo en duda
las drogas q u e para continuarlos se había visto preci-
su paternidad :
sado á tomar. El estado- físico y moral del pobre
— ¿ Qué es eso? ¿Ya no vienen á verle á usted s u s
hombre prestábase mucho á estas'simplezas. El m a g -
hijas?
nífico ajuar" con que sé pre'séntó en la casa fué, u n a -
Estremecióse el tío Goriot, como si le hubieran
vez deteriorado por el uso, sustituido con c a m i s a s d e
pinchado con un puñal, y replicó con voz conmovida :
indiana de á -setenta céntimos-metro. Desaparecieron
— Vienen á verme de cuando en cuando.
uno á uno s u s diamantes, la tabaquera de oro, la
— ¿ C o n q u e las ve usted todavía d e c u a n d o en cuando?
cadena con todos sus dijes, y al antiguo traje azul
exclamaron á coro los estudiantes. ¡Bravo, tío Goriot!
claro sustituyó, así en invierno como en verano, un
Mas no oyó ó no quiso entender el anciano las
pardo levitón de burdo paño, un chaleco de pelo de
burlas motivadas p o r su contestación, habiendo vuelto
cabra y un pantalón de lana. Adelgazó progresiva-
á aquel estado contemplativo que los observadores
m e n t e ; sus pantorrilias desaparecieron; su c a r a , r e -
superficiales t o m a b a n p o r sopor senil h i j o de su idio-
dondeada por la satisfacción de una dicha burguesa, se
tismo. Si le hubieran conocido mejor, seguramente
a r r u g ó de extraordinaria m a n e r a ; su f r e n t e se llenó de
hubiera interesado á todos en el más alto grado el PEROS, según decía un empleado del Museo, p e r t e n e -
problema físico y moral de su existencia; pero nada ciente á la tertulia y también digno de nota.
era más difícil. Aunque poco trabajo costaba saber sí Comparado con Goriot, Poiret, según aquellos c r í -
Goriot había realmente sido fabricante de fideos y á ticos, resultaba un águila real y todo un caballero,
cuánto ascendía su f o r t u n a , los viejos, cuya curiosidad porque hablaba, discurría y contestaba. Verdad es que
fué excitada por aquel a s u n t o , vivían en la casa como hablando, discurriendo y contestando se las gobernaba
las* ostras adheridas á su peñasco, y los jóvenes, a b - de modo que no decía nada, porque tenía la costumbre
sorbidos por la vida parisiense, olvidaban, luego que de repetir en diferentes términos lo que decían los
volvían la esquina de la calle Neuve-Sainte-Geneviéve, d e m á s ; pero contribuía á la conversación, vivía y p a -
al pobre anciano objeto de s u s burlas. Todos, viejos recía sensible, mientras q u e Goriot estaba siempre en
de limitado espíritu y jóvenes descuidados, convenían, el cero de Reaumur, s e g ú n decía el tal empleado del
sin emhargo, en una cosa, á saber : que viviendo el Museo.
tío Goriot tan miserablemente y siendo de tan estú- Hallábase ahora Eugenio de Rastignac en una d i s -
pida apariencia, en manera a l g u n a podía ser inteli- posición de espíritu que seguramente han experimen-
gente ni rico. E n cuanto á las mujeres á quienes lla- tado los jóvenes superiores, ó aquellos á quienes una
maba sus hijas, cada u n o adoptaba la opinión de la posición difícil comunica m o m e n t á n e a m e n t e las cua-
señora de Vauquer, la cual decía, con la lógica severa lidades de los hombres de primera fila. Como, d u r a n t e
que la costumbre de suponerlo todo da á las mujeres el primer año, los estudios de su facultad le ocupaban
de edad ocupadas en charlar veladas enteras : « Si el poco tiempo, había tenido el suficiente para saborear
tío Goriot tuviera hijas tan ricas, como, según todas las delicias visibles del París material. Apenas le queda
las apariencias, lo son las señoras que h a n venido á un momento libre al estudiante que quiere conocer el
verle, no viviría en mi casa, y menos en el tercer repertorio de los teatros, estudiar las revueltas del
piso, pagando cuarenta y cinco francos de pupilaje al laberinto parisién, saber las costumbres, aprender el
mes y vistiendo como u n pobre. » Nada podia d e s - lenguaje y habituarse á los placeres particulares de la
mentir estas inducciones. Así es que hacia el final de capital, explorar los sitios malos y ios buenos, asistir
noviembre de 1819, época en que estalló este d r a m a , á las clases que le agradan y entretenerse* en los m u -
cada uno, en la casa de huéspedes, tenía opiniones seos. Apasiónase entonces el estudiante por n i m i e -
decididas acerca del pobre anciano. Jamás había tenido dades que le resultan g r a n d e z a s ; tiene su g r a n d e
m u j e r , ni hija, ni nada, y el abuso de los placeres le hombre, un profesor del colegio de Francia, al q u e
había convertido en un caracol, en una especie de satisface el Estado un sueldo para q u e se mantenga á
molusco antropomorfo de la familia de los GORP.Í- la altura de los oyentes que acuden á sus explica-
cuidado con que vio economizar los más insignificantes
ciones. Esmérase en ponerse la corbata según indican
productos, la bebida para la familia hecha con las
los últimos figurines de la moda, y se exhibe ante las
heces del l a g a r ; en una palabra, cantidad de circuns-
mujeres de las primeras galerías del teatro de la Opera
tancias inútiles de consignar aquí exacerbaron su .
Cómica. En estas sucesivas iniciaciones se despoja de
deseo de llegar á un alto puesto y le dieron sed dé dis- .
la corteza provincial, ensancha los horizontes de su
tinciones y de h o n o r e s .
vida y llega á comprender la superposición de capas
Sólo á su mérito quiso deber lo que llegara a s e r ;
h u m a n a s que componen la sociedad. Empieza por
en esto pensaba como piensan las g r a n d e s ' a l m a s ; p e r o
admirar los carruajes que desfilan por los Campos
tenía un temperamento tan eminentemente meridional
Elíseos, y pronto acaba por desearlos.
que en la ejecución de sus planes asaltáronle d u d a s
Imperceptiblemente había Eugenio ido pasando por
comparables á las de un marino inexpérto perdido en
ese aprendizaje, cuando, después de haber conseguido
alta m a r y n o sabiendo hacia q u é parte del horizonte
el grado de bachiller en letras y en derecho, se fué de
encaminar su frágil embarcación. A veces intentaba
vacaciones con su familia. Sus ilusiones de niño y sus
consagrarse en cuerpo y alma al t r a b a j o ; pero s e d u -
ideas rurales habían muerto, y su inteligencia ya modi-
cido bien pronto por la necesidad de crearse relaciones,
ficada y su ambición exaltada le permitieron ver claro
y comprendiendo la g r a n influencia que en la vida
en el hogar paterno y en el seno de la familia. Su
social tienen las mujeres, decidía repentinamente l a n -
padre, su madre, s u s h e r m a n o s , sus dos h e r m a n a s y
zarse á ella en demanda de protectoras, seguro de que
una tia cuya fortuna consistía en varias pensiones,
no habíañ de faltarle á un mancebo ingenioso y a r -
vivían de la pequeña propiedad de Rastignac. Aquella
diente, cuyo ingenio y cuyo ardor estaban realzados
finca, que proporcionaba una renta anual de tres mil
por un cuerpo elegante y una suerlé de belleza n e r -
francos, estaba sometida á la incertidumbre que rige
viosa, á la que el bello sexo es m u y sensible. Asaltá-
el producto puramente industrial de la viña, y sin
ronle estas ideas en medio de los campos, d u r a n t e
embargo era preciso entresacar los mil doscientos
los paseos que daba con s u s h e r m a n a s , las cuales le
francos anuales que importaban los gastos del e s t u -
hallaron m u y cambiado, quizá notando en él la a u s e n -
diante. Aquel aspecto de constante penuria, a u n q u e
cia de la comunicativa alegría de los pasados años.
ésta procuraban generosamente ocultársela, Ja com-
La señora de Marcillac, que así se llamaba su tía, había
paración que por fuerza hubo de hacer entre s u s her-
vivido en su tiempo en la corte y conocido, á muchas
m a n a s que antes le parecían tan hermosas y las mu-
eminencias aristocráticas. El ambicioso joven adivinó
jeres de París que habían realizado á sus ojos el tipo
de pronto, en varios de los recuerdos que su tía le
de u n a belleza s o ñ a d a ; el porvenir incierto de aquella
había confiado, los elementos de muchas c o n q u i s t ^ v -
numerosa familia q u e en él confiaba; el parsimonioso
sociales tan importantes por lo menos como s u s triun-
hasta el día siguiente al amanecer, como cuando iba
fos de la facultad de derecho, y se hizo i n f o r m a r por
á las fiestas del Prado ó á los bailes del Odeón, t r a -
ella en los lazos de parentescos que aún podían reanu-
yendo de regreso llenas de barro las medias de seda y
darse. Después de haber desempolvado un poco las
medio torcidos los zapatos. Antes de correr los ce-
r a m a s del árbol genealógico de su familia, la anciana
rrojos, abrió Cristóbal la puerta para echar una ojeada
señora estimó que de todas las personas que podían
de curiosidad por la calle. En aquel momento se pre-
serle útiles á su sobrino e n t r e la raza egoísta de los
sentó Rastignac, y pudo subir á su cuarto sin hacer
parientes ricos, la vizcondesa d e Beauseant seria la
el menor ruido, seguido de Cristóbal, el cual, en
menos indiferente. Escribió, pues, la señora de Mar-
cambio, metia mucho. Se desnudó, púsose las zapa-
cillac á la vizcondesa una carta en estilo antiguo, y
entregándosela á Eugenio le dijo que si mediante aquel tillas y un viejo levitón, encendió un poco de cisco
documento conseguía ser bien recibido, la vizcondesa para calentarse, y se preparó vivamente para t r a b a j a r ,
le abriría las casas de las demás familias con quien la de manera que Cristóbal cubrió aún con el ruido de
u n í a n lazos de s a n g r e . Días después de su regreso á sus zapatones las idas y venidas poco alborotadoras
París, envió Rastignac la carta de su tía á la señora del j o v e n .
de Beauseant, la cual contestó remitiéndole una i n v i - Pensativo quedó por espacio de a l g u n o s instantes
tación para el baile que al día siguiente daba en su Eugenio antes de h u n d i r s e en s u s libros de derecho.
palacio. Acababa de reconocer en la vizcondesa de Beauseant
una de las reinas de la moda parisién, y cuya casa
Con estos últimos apuntes queda presentada la situa-
pasaba por ser la más agradable del aristocrático
ción general en la casa de huéspedes á fines de n o -
arrabal Saint-Germain. Era de las más encopetadas
viembre de 1819. Pasados unos días, Eugenio entraba
damas de la aristocracia, tanto por el nacimiento como
en su cuarto á las dos de la m a ñ a n a , después de haber-
por la fortuna. No sabía el humilde estudiante la m a g -
asistido al baile de la señora de Beauseant. El animoso
nitud del favor que debía á su instructora, la señora
mancebo se había prometido, mientras bailaba, entre-
de Marcillac. Ser admitido en aquellos aristocráticos
g a r s e al estudio hasta el amanecer para g a n a r el
salones valia tanto como recibir un diploma de gran-
tiempo perdido. El espectáculo de los esplendores socia-
deza, por lo que, una vez presentado e n ellos, q u e d á -
les despertó en él una falsa energía, bajo cuyo influjo
banle abiertos todos los demás. Deslumhrado por el
creyó que por primera vez pasaría el resto de" la noche
espectáculo de aquella fiesta brillantísima, apenas pudo
e n vela y estudiando e n aquel su barrio, tan s i l e n -
conversar breves momentos con la vizcondesa, pero
cioso. No había comido en casa; de suerte que los
no por eso dejó de fijarse en las deidades parisienses
«tros pupilos debieron creer que no volvería del baile
que le rodeaban. Detuviéronse sus miradas con parti-
cular complacencia en una de esas mujeres á la que Y el aventurero meridional habíase apresurado á
debe adorar un joven desde el momento e n que la ve. intimar con aquella deliciosa condesa, cuanto es
Era alta y elegante, gozaba fama de ser u n a de las posible que u n joven intime con u n a m u j e r mientras
más hermosas de París, y llamábase la condesa Anas- duran un par de figuras de baile. Su calidad de primo
tasia de Restaud. Imagine el lector unos bellísimos de la de Beauseant le allanó'el camino. Anastasia, en
ojos negros, m a n o admirable, pie bien torneado, mo- quien veía toda una g r a n señóra; le sonrió al d e s p e -
vimientos que denotaban un temperamento ardiente, dirse, dejándole convencido d e - l a necesidad d e ir á
una mujer de quien decía el marqués de Ronquerolles visitarla. • .
que era u n caballo de raza. Aquella finura de nervios Había tenido la dicha de-dar eon un h o m b r e que no
no estorbaba en nada á sus atractivos plásticos ; tenía se había burlado de sü ignorancia, defecto mo,rtal para
f o r m a s llenas y redondas, sin que se la pudiera acusar los ilustres impertinentes de la época; los Maulincourt,
de exagerada gordura. Por entonces comenzaban á Ronquerolles, J l á x i m o de Xraillés, Marsay, A d j u d a -
desaparecer del vocabulario amoroso ó simplemente Pinto, Yandenesse, q u e se hallaban en el esplendor de
galanteador los ángeles del cielo, las figuras osiánicas la gloria, y por tanto, en el de la fatuidad, y que vivían
y toda la mitología amatoria del romanticismo. El en íntima amistad , con .las mujeres más elegantes
dandismo las iba reemplazando con otras del m i s m o como lady Brandon, la duquesa de Langeais, la con-
estilo que la del marqués de Ronquerolles. desa de Kergarouét, 'la señora de Sérizv, la duquesa de
Carigliano, la condesa de Ferraud; la señora de Lanty,
Mas, para Rastignac, Anastasia de Restaud fué la
la marquesa de Aiglemont, la señora de Firmiani, las
m u j e r codiciable. Le había hecho apuntar dos veces
marquesas de Listomére y de Éspard, la duquesa dé
en su abanico — el cual por entonces hacía de carnet,
Maufrigneüse y Los de Grandlieu. Afortunadamente,
para emplear, y perdónenoslo el lector, el lenguaje
pues, el Cándido estudiante dió .con el marqués de
ridículo de los revisteros de salones, — en el que s e
Montriveau, amante de la duquesa de Langeais, un
apuntaban los nombres de los caballeros que venían
general sencillo como un niño, el" cual le dijo que la'
á pedir á la dama el honor de un rigodón, de una polka
condesa de Restaud vivía en la calle de Helder. ¡Ser
ó de un vals. Eugenio y la señora de Restaud habla-
joven, sentir sed de a m a r y v e r recién abiertas, para
ron alguna palabra la primera vez que bailaron.
darle paso, las puertas de dos salones ! ¡ Poner el pie
— ¿Dónde volveré á ver á usted? la dijo con esa
en el arrabal Saint-Germain, en .casa.de la vizcondesa
vehemencia ingenua y brusca que tanto agrada á las
de Beauseant, y la rodilla e n la Chaussée d'Antin, en
mujeres.
casa d é l a condesa de Restaud! ¡Recrear la visto -en
— En el Bosque d e Bolonia, en los. Bufos, en mi
los salones de la aristocracia parisiense, sintiéndosé á
casa, en todas partes, contestó ella.
3.
la par lo bastante agradable para alimentar la espe-
sión cedían y se aplastaban sin ruido, como si fueran
ranza de encontrar en un corazón de m u j e r cariño y
protección! ¡ Llevar en el alma ambición bastante para de pasta, el plato y la sopera.
caminar derecho á un fin y tener por guía á una her- Y luego, irguiéndose, p e n s ó :
mosa ! « ¿Será un ladrón ó un encubridor que se finge
pobre y casi miserable para entregarse descuidada-
Enardecido con semejantes imágenes, y pensando
mente á su i n d u s t r i a ? »
en.aquella m u j e r cuya silueta veía dibujarse sobre el
De nuevo aplicó el estudiante su vista á la c e r r a -
ténue resplandor del mezquino cisco que ardía en la
dura. El viejo Goriot, después de haber desliado la
chimenea, quién no hubiera olvidado el Código y la
plata y levantado la mesa, había extendido sobre ésta
miseria para dejarse arrastrar por la fantasía, poblando
la manta de la cama. En seguida había vuelto á e s t r u j a r
d e triunfos y de riquezas el porvenir. Su pensamiento
aquélla, haciendo rodar la masa p a r a convertirla en
vagabundo daba ya por tan seguras s u s dichas f u t u r a s
lingote, operación que realizó con maravillosa faci-
q u e se creía j u n t o á la señora de Restaud, cuando un
lidad.
s u s p i r o ahogado, semejante al lamento de un mártir,
« Por lo visto tiene tanta fuerza como Augusto, rey
surgió del silencio profundísimo de la noche y vino
de Polonia pensó E u g e n i o , viendo la operación
á repercutir en el corazón del joven tan siniestramente
casi terminada.
como el estertor de u n moribundo:
Con tristeza miró su obra el anciano, y lágrimas
Sin hacer ruido abrió la puerta, salió al pasillo, y
brotaron de s u s ojos, apagó el candil á cuya luz había
vio que había luz en el cuarto del tío Goriot. T e -
amasado la plata, y Eugenio le oyó lanzar otro s u s -
miendo que el viejo se hallara indispuesto, miró por
piro al acostarse.
el ojo de la cerradura, y observó que se dedicaba á tra-
« Está loco », pensó el estudiante.
bajos por demás sospechosos, tanto que pensó que,
— ¡ Pobre h i j a ! dijo en alta voz papá Goriot.
tal vez, averiguando sil significación, podría prestar
Llamóle la atención esta palabra á Rastignac y de-
un servicio á la sociedad. Goriot, que á lo que parecía
cidió guardar silencio acerca de lo que había visto y
había atado á la pata de u n a mesa un plato y una
á no juzgar temerariamente á su vecino. Iba á volverse
sopera de plata sobredorada, liaba estas alhajas rica-
á su cuarto, cuando percibió un ruido difícil de defi-
mente cinceladas" con u n a cuerda y las apretaba tan
nir y que parecía producido por alguien que subía por
fuertemente, que bien se dejaba ver q u e trataba de
la escalera con zapatillas.
deformarlas para venderlas á peso.
Escuchó atentamente Eugenio, y por el r u m o r de la
« ¡Caramba con el h o m b r e ! » se dijo Rastignac
respiración reconoció que subían dos h o m b r e s . No oyó
viendo los nervudos brazos del buen viejo á cuya pre-
los pasos d e éstos ni el ruido de n i n g u n a puerta al
abrirse, pero al poco tiempo advirtió una tenue cía- . túalés se e n g a ñ a n y llegan tarde á sus citas para
ridad en el cuarto de Vautrin. negocios. Cree u n o q u e sólo son las ocho de la
« ¡ Pues no son pocos misterios estos para una casa mañana, y están dando las doce. A las nueve y media
de huéspedes ! » pensó. continuaba tranquilamente acostada la señora de
Bajó irnos cuantos escalones, y púsose á escuchar. Vauquér.
Percibió claramente el ruido qué hacen las m o n e d a s Cristóbal y la gordinflona Silvia, que tampoco
de oro al contarlas. Momentos después apagóse la luz, habían madrugado; tomaban tranquilamente café con
y sin que se abriera n i n g u n a puerta, volvióse á sentir la nata de la leche del d e s t i n a d o ' á los huéspedes.
en la escalera el r u m o r de la respiración de los dos Silvia s e encargaba luego de hervirla largo rato para
hombres, disminuyendo á medida que éstos Se ale- que el ama no diera con el robo.
jaban. : — Silvia, dijo Cristóbal mojando en el café la pri-

— ¿Quién anda alíi? gritó en esto la séñora de mera tostada, el señor Vautrin, que es una buena
Yauquér, abriendo la ventana de su cuarto. persona sin généro alguno de duda, ha tenido t a m -
— Soy yo. qué vengo de la calle, señora, contestó la . bién esta n o c h e - d o s visitas. Aunque la señora entre
voz gruesa de Vautrin. en sospechas, es preciso quo no le digas una palabra.
« ¡ Pero si había Cristóbal atrancado la p u e r t a ! — ¿ T e ha dado a l g o ?
pensó Eugenio volviendo á su cuarto. Preciso es estar — Me ha dado cinco francos por el mes, como
alerta, muy alerta en este París. » diciéndome : « ¡ C h i t ó n ! »
Desviado por estos, ligeros acontecimientos de su — Menos él y la-señora de Couture, que no son
meditación ambiciosamente amorosa, volvió á ponerse tacaños, los demás quisieran q u i t a r n o s con la m a n o
a t r a b a j a r ; pero distraíanle ahora las sospechas q u e izquierda lo poco que nos dan con la derecha el día
le infundiera el tío Goriot, y aun m á s que éstas la de a ñ o nuevo, dijo Silvia.
seductora imagen de la condesa de Restáud, que por • ¡ Y cuidado que son g e n e r o s o s ! m u r m u r o Cristó-
momentos se le aparecía como mensajera de brillantes bal. ¡Una mala moneda de cinco f r a n c a s ! Hace dos
destinos, con lo que acabó por acostarse y dormirse anos qué el tío.Goriot se limpia él m i s m o los zapatos..
p r o f u n d a m e n t e . De cada diez noches que la gente joven Ese judío de Poiret ni siquiera se da betún en las
s e promete consagrar al trabajo, siete pásalas d u r - botas, y más creo que se lo comería que dárselo. El
miendo. Para velares preciso tener más de veinte años. alfeñique del estudiante me ha dado dos francos, con
Envuelto en una espesa niebla amaneció París al los que no tengo ni para cepillos. ¡Y ademas vende
día s i g u i e n t e ; una niebla de esas q u e de tal manera la ropa vieja! ¡ Vaya un chamizo !
cambian su habitual color de cielo, que los más p u n - — ¡ Bah ! dijo Silvia, saboreando el café á peque-
ños sorbos, peores son las o t r a s Casas del barrio. están siempre tan peripuestas, m e dan buenas p r o -
No se vive aqui tan mal. Pero, hablando del señor pinas.
Vautrin, Cristóbal, ¿ t e han dicho algo de é l ? — ¿ E s a s señoras á quienes llama s u s h i j a s ? Creo
. — S i . Hace dias encontré en la calle á un s e ñ o r que son doce.
q u e m e dijo : « Diga usted, buen h o m b r e , ¿ v i v e en , — Nunca he ido más qué á casa de dos : las mis-
su casa de usted un señor, así, más bien grueso, y mas que han estado aquí.
que se tifie las patillas'? » Y yo le contesté : « No, — Ya está la señora dando señales de vida. Pronto
señor, no se las tiñe. Un h o m b r e tan alegre como él va á empezar á chillar ; Cristóbal, quédate tu cuidando
no tiene tiempo para tal cosa. » Conque le conté lo de la leche y no pierdas de vista al gato.
ocurrido al señor Vautrin, y me contestó : « Muy bien Silvia subió al cuarto de s u ama.
hecho, muchacho. Responde siempre así. No hay nada — ¿Cómo me has dejado dormir lo mismo que una
tan desagradable como dar á conocer nuestros defec- marmota hasta las diez menos c u a r t o ? ¡ E n mi vida
tos físicos. Puede uno perder u n buen casamiénto. » me ha pasado otro tanto!
— Pues mira, también á mí m e quisieron tirar de ía. — Eso es cosa de la niebla, que puede cortarse
lenga la otra m a ñ a n a en la plaza, p r e g u n t á n d o m e si con un cuchillo.
a l g u n a vez le habia visto mudarse d e camisa. ¡ Qué — Pero ¿ y el desayuno?
m a j a d e r í a ! . . . ¡Diablo, exclamó interrumpiéndose, el — ¡ Bah! Sus pupilos tienen hoy hormigueo en el
reloj de Val-de-Grace da las diez menos cuarto y no cuerpo; todos se han largado desde m u y t e m p r a n o .
se mueve un alma en la casa! De todos modos, podrá usted desayunarse á las diez.
— ¡ Anda, pues si están todos f u e r a ! La de Couture La Michoncita y el Poiretin no se han movido. Son
y su niña han ido á San Esteban, á las ocho, á co- los únicos que están en casa y duermen como lo
m u l g a r . El tío Goriot ha salido con un paquete debajo que son, es decir, como dos maderos.
del brazo, y el estudiante no volverá hasta después de — Pero, Silvia, tú los mezclas como s i . . .
clase, á eso de las diez. Los he visto salir cuando — ¿Como si q u é ? . . . replicó la criada sonriendo
estaba barriendo la escalera ; por cierto que Goriot m e estúpidamente. Los dos hacen buena pareja.
dio con lo que llevaba debajo del brazo, que era duro — ¡Qué cosa más rara, Silvia! ¿cómo ha podido
como el hierro, un buen trastazo No sé lo q u e le entrar esta noche el señor Vautrin, siendo así que
pasa. Los demás lo zarandean como una peonza, pero la Cristóbal había echabo el cerrojo?
verdad es que e s un buen h o m b r e ; vale él solo más — Al contrario, señora. Cristóbal le oyó y bajó á
que todos j u n t o s . No se suele correr mucho, pero en abrirle. Sin duda por eso ha creído u s t e d . . .
cambio esas señoras á cuyas casas me envía y que — Dame la camiseta, y vete en seguida á poner el
almuerzo. Arregla lo q u e quedó del carnero cou unas exclamó al ver á la pupilera, á la que estrechó galan-
patatas, y toma unas peras, de las de a céntimo, para temente entre s u s brazos.
— ¡Estése quieto, p u e s . . . !
ponerlas cocidas. -
Poco después bajaba la viuda en el momento pre- — Vaya, dígame u s t e d : « ¡ I m p e r t i n e n t e ! » dijo
ciso e n que el gato, después de derribar de un zar- Vatrin. Ande usted, dígamelo,.. Le ayudaré á poner
pazo el platillo que cubría uno de los tazones, de la los cubiertos. ¿No es verdad que s o y b u e n o ?
leche, comenzaba á beberse apresuradamente el liquido, Enamorar á morenas, á rubias,
— ¡Minino! gritó. Ámar, suspirar...
Escapóse el gato, m a s para volver á poco, a . r e s |
Acabo de ver u n a cosa rara
tremarse en las.piernas de su a m a .
1 ¡Si, eso es, bribón, v e n t e ahora con zalamerías! ..." por casualidad.
le dijo. ¡Silvia, Silvia !
— ¿Qué? preguntó la viuda.
— Mande usted, señora.
| _ papá Goriot estaba á las ocho y media en la calle
: — Mira lo que se habebido el gato.
Dauphine, en casa del platero que compra cubiertos
— El bruto de Cristóbal tiene la culpa, pues le dqe
usados, galones, etc. Le ha vendido, por una can-
que tuviera cuidado, con ta leche. Pero ¡ no importa,
tidad más que regular, parte de un servicio de plata
Le echaremos agua al café del tío Goriot, y en paz.
Ni siquiera lo notará. ¡No Se fña ni en lo que come, dorada Por cierto que para haberlo retorcido á mano
_ ¿Dónde demonio h a ido ese marmaracho i dijo iba bien retorcido.
la de Vauquer, colocando los platos. — ¿De v e r a s ?
_ Y a y a usted á saber. Creo que anda metido en — Sí. Venía yo de despedir á uno de mis a m i -
gos, q u e se marchaba en las Mensajerías reales,
unos negocios endemoniados.
- _ He dormido demasiado, dijo la viuda. cuando vi al tío Goriot. Le seguí por curiosidad y
_ Razón por la que está usted fresca como una| para reírme un poco. Ha subido barrio arriba
hasta casa de un conocido usurero que vive en la
rosa. ... . J
E n quel - m o m e n t o sonó la campanilla, y entio ealle de Gres, un tal Gobseck, bribonazo capaz de
Vautrin en la sala, c a n t a n d o con bronca voz : hacer fichas de dominó con los huesos de sü padre. .
Es judío, árabe, griego, gitano, que sé y o ^ ^ é ^ t í é .
Por largo tiempo be recorrido el mundo no sería fácil robarle, porque tiene ^ M ^ p f e 1 ^
Y en todas partes se me ha visto...
en e l Banco. tf tí\USQ ^^^ssk
— ¡ Hola, hola ! ¡ Buenos días, señora de Vauquer — ¿Qué demonios puede hacer f | e Í ^ R íS*«*^
_ No hace n a d a ; deshace. Es un imbécil, lo bas- — ¿ De dónde viene usted tan de m a ñ a n a , mi buena
tante tonto para a r r u i n a r s e queriendo á muchachas señora ? preguntó la de Vauquer á la de Couture.
— De cumplir con la Iglesia. Hemos estado en San
que...
Esteban del Monte. ¡ Como debemos ir hoy á casa
— ¡ Ahi v i e n e ! dijo Silvia.
del señor de Taillefer!... Esta pobre criatura tiem-
¡Cristóbal! gritó Goriot, sube conmigo.
bla como la hoja en el árbol, siguió diciendo la in-
Cristóbal fué tras él. Al poco rato bajó.
terpelada, sentándose frente á la estufa, en la boca
— ¿ Dónde v a s ? le p r e g u n t ó la viuda.
de la cual puso los pies.
— A hacer un encargo del señor Goriot.
De los húmedos zapatos empezó á salir h u m o .
— ¿.Qué llevas ahi'? dijo Vautrin, arrancando á
. — Caliéntese, Victorina, dijo la patrona.
Cristóbal de entre fas manos una carta, e n la que se
— Muy bien está, señorita, el pedir á Dios que
leia : A la señora condesa Anastasia de Restaud:
ablande el corazón de papá, dijo Vautrin, a c e r -
¿ Y adonde v a s ? añadió al devolvérsela.
cando una silla á la h u é r f a n a , pero m e parece que
— A la calle de Helder, y con orden de entregar
no basta. Necesitaría usted de un amigo que se e n -
ésto á la condesa en propia m a n o .
cargara de decirle dos palabritas bien dichas á ese
— ¿.Qué encierra ese p l i e g o ? d i j o Vautrin, cogiendo
cetáceo, á ese bárbaro que, s e g ú n parece, tiene tres
de nuevo la carta y examinándola. ¿Un billete de
millones, y que, sin embargo, se empeña en no darle
b a n c o ? No.
á usted un cuarto. E n estos tiempos una muchacha
Entreabrió el sobre.
bonita necesita dote.
— Un pagaré saldado, exclamó. ¡ Caracoles! es g a -
— ¡ P o b r e n i ñ a ! dijo la viuda de Vauquer. Crea
lante el abÉélete. Anda, lagarto, añadió, poniendo
usted, monina, que su monstruo de padre está lla-
sobre la cabeza de Cristóbal la ancha m a n o y h a c i é n -
mando la maldición de Dios s o b r e sí con hacerla
dole g i r a r sobre si mismo como si fuera un peón; ve, ;
sufrir á usted de esa manera.
que tendrás buena propina.
Al oír estas palabras arrasáronse en lágrimas los
La mesa estaba puesta. Silvia hacia hervir la leche,
ojos de Victorina. Una seña de la de Couture contuvo
y la viuda de Vauquer encendía la estufa, ayudada
á la patrona.
por Vautrin, el cual seguía tarareando su canción :
— Si al menos pudiéramos verle, si pudiéramos
Por largo tiempo he recorrido el mundo, hablarle, dijo la viuda del comisario ordenador, le
Y en todas partes se me lia visto...
entregaría la última carta de su difunta m u j e r .
Ya que todo estuvo listo, entraron la viuda dé Nunca me he atrevido á confiarla al correo. Además,
conoce mi letra...
Couture y la señorita de Taillefer.
— ¡ Oh inocentes mujeres desgraciadas y persegui- __ i) e q u é se extraña usted, viejo t o n t o ? dijo
das! exclamó Vautrin i n t e r r u m p i e n d o . ¿De modo que | Vautrin á Poiret. El señor es de los que pueden t e -
eso es cuanto han adelantado?... Dentro de p o c o s | nerlas. . . . „ i- ,
días tomaré yo cartas en el a s u n t o , y todo irá bien. La señorita-de Taillefer dirigió al j o v e n estudiante
— ¡ Ay! señor Vautrin, — dijo Victorina, dirigién- una tímida mirada.
_ Cuéntenos usted su aventura, dijo la viuda de
dole, al través de las lágrimas que velaban sus ojos,
una ardiente mirada, sin que Vautrin diera la m e n o r Vauquer.
señal de sentirse c o n m o v i d o . — S i conoce usted algún — Hallándome anoche e n el baile de la condesa de
medio de llegar hasta mi padre, dígale que, para mí, Beauseant, mi prima y dueña de u n a casa magnífica
su Cariño y el honor de mi madre valen más -que todo con habitaciones forradas de seda, y que nos ha dado
el dinero de la tierra. Si consiguiera usted que desar- una fiesta espléndida en la que me h e divertido como
mara un poco contra mí, pediría á Dios por usted. u n re
--- , , ,
Cuente con mi agradecimiento...
_ Yezuelo dijo Vautrin interrumpiéndole b r u s c a -
— Por largo tiempo he recorrido el mundo, cantó
mente.
— ¿ Qué quiere usted decir, señor mío ? pregunto
Vautrin con voz irónica.
Goriot, la señorita Michonneau, Poiret, bajaron en Eugenio con viveza.
— Digo yezuelo, porque los reyezuelos se divierten
aquel momento, sin duda atraídos por el olorcillo de
los aprestos culinarios de Silvia, la cual comenzaba mucho más que los reyes.
á la sazón él asado del trozo de c a r n e r o . Aun d u r a b a n — Es v e r d a d ; preferiría ser u n descuidado p a j a -
los saludos entre los recién llagados y sus predece- rillo, porque... empezó á decir el conformista Poi-
sores, cuando se oyeron en la escalera los pasos del F6t.
estudiante. Daban las diez. _ Iba diciendo, repuso el estudiante cortándole la
— Vaya, hoy va usted á almorzar con todo el palabra, que bailé con una de las mujeres más h e r m o s a s
el m u n d o , señorito E u g e n i o , dijo Silvia. que había e n el baile, una condesa encantadora, cria-
El estudiante saludó á los demás comensales y se tura deliciosa cual no he visto otra. Llevaba prendidas
sentó j u n t o al señor Goriot. en el cabello flores de melocotón, pendiente de la cin-
— Acaba de ocurrirme u n a singularísima a v e n - tura un hermosísimo ramillete de flores naturales que
tura, dijo sin dejar por eso de servirse un buen embalsaban ; pero, ¡ b a h ! preciso sería que la hubiesen
plato del asado y cortando un trozo de pan, cuyas ustedes visto ; es imposible describirá una m u j e r a n i -
dimensiones calculaba con la vista la patrona. mada por el baile. Pues bien ; esta m a ñ a n a , á las nueve,
— ¿ U n a a v e n t u r a ? dijo Poiret. he encontrado á mi divina condesa, á pie, en la calle
ojos á ese viejo avaro ! dijo la de Vauquer á Vautrin.
de Gres. ¡ A h ! el corazón me palpitaba en el pecho
— ¿ S e r á , s e g ú n parece, su q u e r i d a ? preguntó la
cual si quisiera s a l t á r s e m e ; me figuré...
señorita Michonneau en voz baja al estudiante.
— Qué venía aquí, exclamó Vautrin lanzando una
— ¡ O h ! sí, estaba locamente hermosa, repuso Eu-
mirada p r o f u n d a al estudiante. P u e s no, s e ñ o r ; pro-
genio, á quien miraba ávidamente el viejo Goriot. Si
bablemente iba á ver al buen Gobseck, el u s u r e r o . Si
no hubiera estado presente la señora de Beauseant, la
profundiza usted a l g u n a vez en el cora:;ón de las señoras
de Restaud hubiera sido la reina del baile. Los h o m b r e s
de París, hallará siempre antes que al a m a n t e al usu-
parecían querer comérsela con los ojos, y las m u j e r e s
rero. Esa condesa se llama Anastasia de Restaud y vive
rabiaban de envidia. Tenía comprometidos todos los
e n la calle de Helder.
turnos. Yo ocupaba el número doce en su lista. Si una
Al oír aquel n o m b r e , Eugenio quedóse mirando
criatura ha sido feliz ayer, de fijo que fué ella. Con razón
fijamente á V a u t r i n . El tío Goriot irguió inmediata-*-'
se ha dicho que las tres cosas más hermosas del m u n d o
mente la cabeza y dirigió á ambos interlocutores una
s o n : una fragata con las velas desplegadas, un caballo
mirada tan viva y en la que revelaba inquietud tan
al galope y una m u j e r bailando.
intensa que sorprendió á los circunstantes.
— Ayer en lo alto de la rueda, en casa de u n a duquesa,
— ¡ Cristóbal llegará demasiado tarde, y habrá ella
dijo Vautrin, m a ñ a n a en lo bajo, en casa de un usu-
tenido que i r ! exclamó dolorosamente Goriot.
rero. Esas son las parisienses. Si no bastan los maridcís
— Adiviné, dijo Vautrin al oído de la patrona.
para mantener su lujo desenfrenado, se v e n d e n . Si n o
Goriot comía m a q u i n a l m e n t e y cual si no se diera
saben venderse, serían capaces de abrir en canal á s u
cuenta de que comía. Nunca había parecido tan concen-
propia madre, si supiesen que en el vientre de ésta
trado y tan estúpido como en aquel momento.
habían de hallar oro para seguir brillando. Apelan á
— ¿Quién demonio le ha dicho á usted su n o m b r e ,
todos los medios. ¡ E s sabido, demasiado sabido!
señor V a u t r i n ? preguntó Eugenio.
El semblante de Goriot, que se había iluminado
— ¡ P u e s . . . ahí verá u s t e d ! contestó V a u t r i n ;
como el sol de un hermoso día al oír al estudiante,
¡también el tio Goriot lo s a b í a ! ¿ P o r qué no había de
púsose sombrío al escuchar la cruel observación de
saberlo y o ?
Vautrin.
— El señor Goriot, dijo el estudiante.
— ¿ Y su aventura? dijo la viuda de V a u q u e r ; ¿ dónde
— ¡ Qué! m u r m u r ó el pobre viejo. ¿ E s t a b a muy
está esa a v e n t u r a ? ¿ L e habló u s t e d ? ¿ l e preguntó
guapa anoche?
usted si quería aprender derecho ?
— ¿Quién?
— N o m e v i ó , d i j o Eugenio. Pero no deja de ser raro
— La señora de Restaud.
e n c o n t r a r e n la calle deGres, á las nueve déla m a ñ a n a ,
— ¡ Habráse visto, y cómo se le encandilan los
á una de las mujeres más bonitas de Paris, sobre todo — Pues sí, continuó diciendo. Los tales, cuando se
si esa m u j e r se ha retirado á su casa á las dos de la dejan d o m i n a r por una idea, conviértense en esclavos
madrugada después de haber estado bailando toda la de ella. Sienten sed, y sólo pueden beber agua en d e -
noche. ¡ Estas cosas sólo pasan en París ! terminada fuente, á veces sucia, pues por bebería ven-
— ¡ Bah ! Otras hay m u c h o m á s extrañas, exclamó derían á s u s mujeres y á s u s hijos y hasta el alma al
diablo. Para unos esta fuente es el juego, la Bolsa, una
Vautrin.
colección de cuadros ó de insectos, ó la música ; para
Apenas había escuchado la señorita de Taillefer, tan
otros es una mujer que sabe aderezarles s u s golosinas
preocupada estaba con la empresa que iba á intentar,
predilectas. A ésos ya podéis ofrecerles todas las m u -
que casi no había oído lo que se hablaba. La señora
jeres de la t i e r r a ; como si n o ; sólo quieren á la que
de Couture le indicó con el gesto que se levantara para
satisface s u pasión. Muchas veces la m u j e r no corres-
irse á vestir. Detrás de las dos señoras sallió el tío
ponde al delirio amoroso q u e inspira, y paga ternura
Goriot.
con asperezas, vendiendo á muy alto precio retazos de
— ¡ Vaya, lo han visto u s t e d e s ! dijo la Vauquer á
satisfacción. Pero no por eso se desengaña la victima,
Vautrin y á los demás huéspedes. No me cabe duda.
antes bien, para llevar al objeto de su culto el último
Esas mujeres son la causa de su r u i n a .
franco empeñarán en el monte de piedad la última
• — Nadie podrá h a c e r m e creer, replicó el estudiante,
manta de la cama. El tío Goriot e s de ésos. La condesa
que la hermosa condesa de Restaud sea la a m a n t e del
le explota porque es discreto. ¡ Y ése es el mundo e l e -
tío Goriot.
gante! El pobre viejo no piensa sino en ella. E x t r á i -
— Ni nosotros tenemos empeño en hacérselo creer
g a n l e esa pasión, y no quedará en él sino el idiota. Pero
á usted, dijo Vautrin interrumpiéndole. Usted es toda-
tóquenle á ella, y verán q u e el rostro se le anima como
vía demasiado joven para conocer bien á P a r í s ; con
un sol. Su secreto no es difícil de adivinar. Esta ma-
el tiempo aprenderá usted que á veces se encuentran lo
ñana ha llevado plato sobredorada á la fundición, yo
que llamanos hombres apasionados...
mismo le vi entrar en casa del judío Gobseck, en la
— Al oír estas palabras, la señorita Michonneau,
calle de Gres. ¡ Fíjense ustedes ! A la vuelta ha enviado
miró á Vautrin con inteligente expresión. Parecía como
á c a s a de la condesa de Restaud á ese mentecato de
un caballo de regimiento q u e oye tocar la trompeta.
Cristóbal., quien nos ha enseñado el s o b r e dirigido á
— ¡Hola! ¡hola! exclamó Vautrin, dirigiéndola una
aquélla y el pagaré saldado que contenía. Es evidente
de aquellas miradas en él peculiares. Cualquiera diría
que la condesa iba también á c a s a del judío, porque la
que también ha tenido usted s u s pasiones, ¿ eh ?
cosa urgía, pero q u e el tío Goriot se ha apresurado á
La solterona bajó la vista como una m o n j a q u e ve
sacarla del apuro pagando por ella. No es preciso ser
estatuas.
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m u y listo para verlo claro como la luz del día. Todo — E s verdad.
lo cual le prueba á usted, señor estudiante, que mientras — Y por cierto que le tenía g r a n cariño, porque
su condesil reía, bailaba, hacía mil monadas, ostentaba según vi, por una casualidad, lloraba al torcer el plato
s u s flores de melocotón y se remangaba la cola del y la taza.
vestido, estaba en brasas, como vulgarmente s e dice, * Teníale t a n t o cariño como á la propia vida,
pensando en sus pagarés protestados ó en los de su respondió la viuda.
amante. — ¡ Q u é pasión la de ese pobre h o m b r e ! exclamó
— Me ha puesto usted en grandísima gana de saber Vautrin. Su alma está en manos de esa m u j e r .
la verdad, dijo Eugenio. Mañana iré á ver á la señora El estudiante subió á su cuarto, marchóse Vautrin,
de Restaud. y á los pocos momentos la viuda de Couture y Victo-
— Sí, si, dijo Poiret, es preciso que vea usted mañana rina tomaron un coche de punto q u e Silvia f u é á buscar.
á la señora de Restaud. Poiret ofreció el. brazo á la señorita Michonneau, y
Acaso encuentre usted allí al vejete, que h a b r á ambos se fueron á aprovechar las dos horas de sol que
ido á cobrarse de sus galanterías. quedaban,, paseando por el Jardín de Plantas.
— Por lo visto, dijo Eugenio, este París es una — Ahí los tiene usted casi casados, dijo Silvia. Hoy
cloaca. es la primera vez que salen j u n t o s . Tan secos están
— Y una cloaca m u y particular, repuso Vautrin. Los que, si se les rozara el uno contra la otra, echarían
que se ensucian yendo en coche son gentes honradas, chispas como si fueran de pedernal.
pero los que se m a n c h a n yendo á pie son u n o s pílleles. — Pues ojo con el chai de ella, replicó riendo la de
Si tiene usted la desgracia de cometer u n robo pequeño, Vauquer, porque ardería como yesca.
pronto dará usted con sus huesos en la audiencia, A l a s cuatro d é l a tarde, cuando regresó Goriot, vió,
donde será usted blanco de todas las miradas. Pero á la luz de las dos lámparas, que despedían más h u m o
robe usted u n millón y pasará usted en todas partes que claridad, los enrojecidos ojos de Victorina. La viuda
por hombre honrado. ¡ Y para sostener semejante moral de Vauquer escuchaba el relato déla infructuosa visitó
gastamos treinta millones en policía y tribunales de hecha aquella tarde á su padre por la infeliz niña.
j u s t i c i a ! . . . ¡ Muy b o n i t o ! Cansado el señor de Taillefer de que fueran tantas veces
— ¡ Cómo! exclamó la viuda de Vauquer, ¿ usted á su casa, las había recibido al fin para explicarse con
cree que el tío Goriot ha vendido el servicio de plata ellas.
sobredorada ? — Querida señora, decía la señora de Couture á la de
— ¿No había dos tórtolas cinceladas sobre la tapa- Vauquer, figúrese usted que ni siquiera ha dicho á Vic-
dera? dijo Eugenio. torina q u e se siente; d u r a n t e toda la visita la ha tenido
su hija . Y en verdad que no sé cómo se atreve á negarla
de-pie, A mí me ha dicho sin enfadarse, con la mayor
porque se le parece como una gota de agua á o t r a .
frialdad, que excusábamos molestarnos en volver ; que Los huéspedes, internos y externos, fueron llegando,
la señorita, no dijo su hija, se perjudicaba en su
saludándose u n o s á otros y diciéndose esas expresiones
opinión, importunándole (una vez al a ñ o : ¡ qué m o n s -
sin sentido que entre ciertas clases parisienses forman
truo ! ) ; que la madre de Yictorina no llevó al m a t r i -
ün g é n e r o de espíritu que creen chistoso, y en el .que
monio dote a l g u n a , por lo que la niña á nada tenía
• é n t r a l a necedad como elemento principal, consistiendo
derecho, y otra porción de cosas no menos duras que
el mérito particularmente e n el gesto ó en la p r o n u n -
hicieron verter amargo llanto á esta infeliz. Se arrojó
ciación." Esta j e r g a especial varía continuamente, no
á los pies de su padre y tuvo el valor de decirle que
teniendo el estribillo que le constituye más de un mes
obedecería humilde á-sus v o l u n t a d e s ; que sólo insistía
por la memoria de su madre, que le suplicaba que . de vida-generalmente. Ese estribillo sale de un suceso
leyese el t e s t a m e n t o de la desdichada difunta-; cogió político, de un proceso ruidoso, de una canción calle-
la carta -y se la presentó diciendo las cosas más h e r - * jera., de las g r a c i a s ' ó payasadas d e u n a c t o r ; todo sirve
mosas del m u n d o y las. más sentidas; no sé dónde las *á fomentar ese j u e g o del espíritu que consiste sobre
ha aprendido. Sin duda se las dictaba Dios, porque la todo en tomar las ideas y las palabras como volantes
pobre criatura hablaba de un modo que sólo de oírla y á enviárselos unos á otros s o b r e raquetas. A la sazón
me p u s e á llorar como una tonta ¿Y sabe usted lo que acababa de inventarse el diorama, procedimiento óptico
hacía entre tanto aquel horrible h o m b r e ? Se limpiaba mucho más perfecto que los panoramas h a s t a entonces
las u ñ a s . Cogió la carta que, bañada eñ lágrimas, le en boga, -y de ahí había venido el emplear á tuerto y
daba sil hija, y la arrojó á la chimenea, diciendo: á derecho la expresión rama. Comenzó la moda en los
« Está bien. » Quiso levantar á la niña q u e estaba estudios de los pintores, y un. joven del gremio que
arrodillada á sus pies, pero como ésta le tomara las venía á.comer-á la c a s a . l a inoculó en ella.
m a n o s para besárselas, las retiró. ¿No es esto una abo- —Que tal, señor Poiret, dijo el empleado del Museo,
m i n a c i ó n ? Su g r a n majadero d e hijo entró sin saludar ¿cómo va esa salud r a w « ?
á su hermana, Luego, sin esperar la contestación:
— '¿Son pues unos m o n s t r u o s ? dijo papá Goriot. — Señoras, ustedes, están a p e n a d a s , dijo á la s e -
— Después de lo cual, siguió diciendo la señora de ñora de Couture y á Yictorina.
Couture sin hacer alto en la exclamación del buen viejo, — ¿ V a m o s á c o m e r ? Preguntó Horacio Bianchon,
padre é h i j ó se marcharon haciéndome u n a révérencia, estudiante de medicina, amigo d e Rastignae. El estó-
y r o g á n d o m e que les dispensara ; • tenían asuntos mago se me ha bajado á los talones: usquead talones.
u r g e n t e s . Tal fué nuestra visita. Al m e n o s ha visto á —Hace un famoso f r i o r a m a , dijo Vautrin. Hágame
usted sitio, papá Goriot, ¡ ocupa usted con el pie toda — ¡ E h , lord Gooriote! ¡Que estamos hablando de

la boca de la estufa! usted!


— A q u í tienen ustedes al excelentísimo señor m a r - Sentado al final de la mesa, cerca de la puerta que
qués de Rastignac, doctor en derecho torcido, gritó daba á la cocina, levantó el viejo Goriot la cabeza al
Bianchon cogiendo por el cuello á Eugenio, y apretán- propio tiempo que se llevaba á la nariz, para olerlo, un
dole como si fuera á ahogarle. ¡Aquí está, caballeros! pedazo de pan, según antigua costumbre s u y a , adqui-
Suavemente entró la señorita Michonneau, saludó rida en el comercio y que á veces .asomaba de nuevo.
á los presentes sin añadir una palabra al saludo y fué — ¿Qué es eso? le gritó en tono tan agrio la viuda
a s e n t a r s e j u n t o á las tres mujeres. Vauquer, que dominó el ruido de las cucharas, de los
— S i e m p r e me hace tiritar ese viejo murciélago, dijo platos y de las voces; ¿ n o le parece á usted bien el
Bianchon al oído de Vautrin indicando á la solterona. pan?
Yo q u e estudio el sistema de Gall encuentro en ella — Al contrario, señora, replicó. Está hecho con
la prominencia de Judas. harina de Etampes, de primera clase.
— ¿El señor le ha conocido? p r e g u n t ó Vautrin. — ¿ E n qué lo conoce usted? dijo Eugenio.
— ¡Quién n o ha tropezado con é l ! contestó Bianchon; — E n la blancura y en el gusto.
y le j u r o á usted que esa paliducha solterona me hace el — En e l g u s t o d e la nariz, puesto que usted lo huele,
efecto de u n o de esos gusanos q u e acaban por perforar dijo la Vauquer. Se va usted haciendo tan económico,
una viga. que"acabará usted por alimentarse yendo á la cocina á
olfatear lo que guisen.
— Ha dicho usted bien, dijo el cuarentón, atusándose
— Pues saque usted privilegio de invención, dijo
las patillas y añadiendo:
el empleado del Museo, y hará usted g r a n fortuna.
Siendo rosa vivió lo que viven las rosas, — ¿No ven ustedes que hace eso para convencernos
Una sola mañana. de que ha sido fabricante de fideos? dijo el pintor.
— ¿La nariz de usted es una r e t o r t a ? preguntó el
En esto entró Cristóbal trayendo la sopera. empleado.
— ¿Ha reparado alguien de ustedes en la niebla de — Re... ¿ q u é ? d i j o Bianchon.
esta m a ñ a n a ? p r e g u n t ó el empleado del Museo. — Re-milgo.
— Sí, dijo Bianchon. Ha sido una niebla lúgubre, '—Re-lincho.
melancólica, cenicienta, tísica, una niebla Goriot. — Re-unión.
— Goriorama, añadió el pintor, porque no se veía — Re-lativo.
— Re-truécano.
ni una gota.
— Re-negado. guntó Vautrin dirigiéndose á la j o v e n . ¿No se ha ablan-
—Re-fectorio. dado papá?
— Re-quinto. — ¡ Un h o r r o r ! contestó la señora de Couture.
E n l o d a s loa lados de la sala estallaron estas ocho — Pues hay qüe amansarlo, dijo Vautrin.
contestaciones con la rapidez d é un fuego graneado, — Pues, dijo R a s t i g n a c q u e se hallaba junto.á B i a n -
provocando-á mayor risa por la expresión de la fiso- chon, esa señorita podría intentar un pleito acerca de
nomía del tío Goriot, el cual miraba á todos e n t o n - la cuestión de alimentos, puesto que no come. ¡Hola,
tecido, como h o m b r e que oye por primera vez una hola! vaya una m a ñ e r a de examinar á la señorita Vic-
lengua extranjera. torina que tiene papá Goriot.
— ¿ R e . . . ? preguntó á Yairtrin que se hallaba á.su Olvidáhasele al viejo comer por quedarse c o n t e m -
lado. plando á la niña. En el rostro de ésta se reflejaba un
— ¡Re-tonto, buen h o m b r e ! dijo Vautrin, dándole; dolor verdadero: el de un hijo que quiere á su padre
en el.Sombrero tal apabullo, que se lo metió hasta las y se vé negado por él.
— A m i g o mío, dijo Eugenio en voz baja á Bianchon,
.orejas.
nos hemos equivocado respeto de papá Goriot, el cual
El pobre anciano", estupefacto por aquella brusca
no es un imbécil ni un h o m b r e sin nervios. Aplícale
sacudida, quedó inmóvil un momento. Cristóbal creyó
tu sistema de Gall, y dime lo que piensas de él. Le vi
q u e h a b í a acabado de comer la sopa y le retiró el plato,
anoche retorcer un plato de plata Sobredorada como si
de suerte que, cuando un poco repuesto y después d e '
fuera de cera, y en este m o m e n t o expresó su rostro
haberse .sacado el sombrero tomó la cuchara, dió con
sentimientos extraordinarios. Me parece su vida dema-
ella en la mesa, lo que aumentó la algazara d é l o s ,
siado misteriosa y creo q u e v a l e la pena de estudiarla.
convidados.
Ríete cuanto quieras, Bianchon; no hablo en b r o m a .
Señor mío, dijo el anciano, es usted un gracioso de
— Estoy conforme, repuso Bianchon. Ese h o m b r e
mal gusto, y si se permite usted conmigo otra broma
me parece un caso; si Se deja, lo diseco.
semejante...
— Nó; pálpale la cabeza.
— ¿Qué tenemos, abuelo? dijo Vautrin interrumpién- ' — ¿ Y si es contagiosa su m a j a d e r í a ? . . .
dole. Al día siguiente vistióse Rastignac con mucha ele-
— P u e s que algún día le pesará á usted y lo pagará g a n c i a , y á e s o d é l a s tres de la tarde encaminóse hacia
bien c a r o . . . casa de la condesa de Restaud, entregándose por el
— En el infierno, ¿ v e r d a d ? e n ese sitio tan feo camino á esas locas esperanzas que tantás horas de
adonde van los niños malos, añadió el pintor. felicidad proporcionan á los j ó v e n e s : e n t o n c e s no
¿Qué es eso? Victorina ; ¿nó come usted? p r e -
HONORATO DE BALZAC
dosamente. Púsose de mal h u m o r sin ayuda d e nadie.
calculan obstáculos ni peligros ; en todo ven el
Sintió que todos los manantiales de ingenio que por el
éxito, poetizan su existencia por el solo juego de su
camino venían brotando en su cerebro se le secaban,
imaginación, y se desesperan ó se entristecen por la
dejándole estúpido.
destrucción de proyectos que sólo vivían en s u s locos
Mientras esperaba la contestación de la condesa,, á
deseos; si no fuesen ignorantes ó tímidos, el mundo
la que un ayuda de cámara iba á decir los n o m b r e s de
social resultaría imposible. Caminaba Eugenio con
la visita, Eugenio, acercóse á una ventana de la a n t e -
mil precauciones para no mancharse de b a r r o ; pero al
sala, apoyó el codo en la falleba y quedóse m i r a n d o
propio tiempo iba pensando en lo q u e diría á la señora
al patio. Hacíasele largo el tiempo, y se hubiera m a r -
de Restaud, haciendo provisión de ingenio, que derro-
chado, de no estar dotado de esa tenacidad meridional
chaba e n u n a conversación imaginaria, preparando |
que obra prodigios cuando d o m i n a en línea recta.
frases agudas á lo Talleyrand, y suponiendo mil cir-
— Señor, dijo el criado, la señora está en su
cunstancias favorables á la declaración amorosa, en la
cuarto, m u y ocupada, y no 4 me ha contestado, pero si
que ya f u n d a b a todo su porvenir. Distraído por tan
tiene á bien el señor pasar al salón, ya hay allí otro
elevados pensamientos, metió los pies e n el barro, lo
caballero.
que le obligó á e n t r a r en un establecimiento de lim-
En tanto que admiraba el g r a n poder de aquellos
piabotas del Palais-Royal.
sujetos que con una sola palabra acusan ó juzgan á s u s
« S i fuera rico, decíase cambiando u n a pieza de ci nco
amos, Rastignac abrió la puerta por donde había salido
francos que había tomado para un apuro, hubiera
el ayuda de cámara, sin duda con objeto de hacerles
tomado u n coche y habría podido ir pensando á mis
creer que conocía la casa, pero se metió aturdidamente
anchas. »
en un cuarto en el que había q u i n q u é s , aparadores, un
Por fin llegó á la calle de Helder, y preguntó, en la
aparato de calefacción para la ropa de baño, cuyo
c a s a á q u e se dirigía, por la condesa de Restaud. Con
cuarto daba á un corredor oscuro y á una escalera inte-
la ira fría de u n h o m b r e seguro de- triunfar u n día,
rior. Las risas ahogadas que desde la antesala llegaron
recibió la ojeada despreciativa de los criados que le
á sus oídos acabaron de confundirle.
habían visto llegar á pie, sin que ruido a l g u n o indi-
— Señor, el salón está por aquí, dijo el ayuda de
cara que el c a r r u a j e quedaba de la parte de fuera de la
cámara con cierto tono de falso respeto que era un
verja. Sin embargo, sintiólo vivamente y más cuando
sarcasmo m á s .
al e n t r a r en el patio vió enganchado á un ligero ca-
Eugenio volvió hacia atrás, con tal precipitación
briolé de esos que á cien leguas pregonan la riqueza
que tropezó e n una bañera, estando .
y despilfarro de su dueño, saturado de todas las dichas
sombrero le cayera al agua. Abrióse.en.-reste UÜfeÜMt1©
parisienses, un magnífico caballo que relinchaba r u i -

1625 MC
oáo
Volvió el joven del coche la cabeza, iracundo; miró
una p u e r t a s i t u a d a e n el fondodel largo y obscuro pasi-
al viejo Goriot, y le dirigió, antes de que saliera, un
llo débilmente a l u m b r a d o , y Rastignac oyo la voz de la
saludo que demostraba esa especie de deferencia obli-
señora de Restaud, la de papá Goriot y el ruido de un
gada que concedemos al usurero de quien tenemos
beso. Volvió al comedor, lo cruzó seguido del criado,
necesidad, ó al h o m b r e venido á m e n o s , y de la cual
entró en un primer salón, y en él quedó parado j u n t o
nos avergonzamos apenas manifestado. Papá Goriot le
á una ventana, la cual, s e g ú n vió en seguida, daba a
devolvió el saludo con gesto amistoso y bonachón.
patio. Quería saber positivamente si aquel papa Gorrot
Estos acontecimientos se efectuaron con la rapidez
era el tío Goriot tan conocido s u y o . Latíale de una
del rayo, pero Eugenio, que les había prestado toda
m a n e r a extraña el corazón, recordaba las espantosas
su atención, se creía solo, cuando de pronto oyó la
reflexiones de Vautrin. El ayuda de cámara e s p ^ a b a |
voz de la condesa.
á Eugenio á la puerta del salón, del cual salió de ,
— ¡ A h ! Máximo, ¿de modo que se iba usted? dijo
pronto un j o v e n elegantemente vestido que dijo al
en tono de reconvención no exenta de despecho.
criado en tono de impaciencia : La condesa no había advertido la llegada del til-
Me voy, Mauricio. Diga usted á la señora con-
buri.
desa que la h e estado esperando m á s de medra h o r a .
— Bruscamente volvióse Rastignac al oír la voz de
Aquel impertinente, que sin duda tenia el derecho
Anastasia, y la vió lindamente vestida, con un p e i n a -
de serlo, tarareó un trozo de música italiana y se diri-
dor de cachemira blanco, adornado con lazos color | g
gió á la v e n t a n a , j u n t o á Eugenio, tanto para ver el
rosa, y peinada con ese descuido habitual por las maña-
rostro fe estudiante cuanto para mirar al patio.
nas en las mujeres de París. Sin duda salía del baño,
Pero el señor conde haría m e j o r esperando un rns-|
lo que daba á su belleza una frescura particular; de su
tante más ; la señora ha terminado ya, dijo Maurrcro
persona salía un como aroma embrigador, y sus ojos
volviéndose á la antesala.
estabarr húmedos. Las miradas de los jóvenes saben
Precisamente entonces salia Goriot al patio por la
verlo todo; únense sus espíritus á la irradiación de la
escalera interior, cerca de la puerta cochera. El buen
mujer del mismo modo que una planta aspira en el
hombre enarbolaba su paraguas y se disponía a des-
aire substancias que le son propias; sintió, pues, Euge-
n u c a r l o , sin fijarse en que el portón estaba abierto
nio el contacto de la tersa piel de Anastasia sin tocaría,
para dar entrada á un tilburi guiado por un joven que:
ostentaba en el ojal de la levita u n a condecoracion. L1 y al través de la cachemira veía el rosado corpino que„
paraguas entreabierto asustó al caballo el cual dio á veces, al entreabirse el peinador, quedaba al d e s -
una huida, precipitándose hacia la escalinata de la nudo. ¡Espectáculo hermoso para el estudiante!
No era la condesa de las que deben la elegancia del
entrada.
busto á las tiranías del corsé. Por el contrario, era noción de la superioridad que daba el traje á aquel
esbelta y flexible, verdaderamente tentadora. dandy alto y delgado, de ojos claros ,y tez pálida, uno
En el momento en que Máximo cogía aquella mano de esos hombres q u e se comen con la mayor t r a n -
para besarla, fué cuando Eugenio vió á Máximo, y la quilidad la fortuna de unos huérfanos.
condesa á Eugenio. Sin esperar la contestación de Eugenio, la señora de
— ¡ A h ! ¿es utesd, señor de Rastignac'? Tanto gusto Restaud escapóse hacía el otro salón, dejando flotar la
en verle, dijo e n ese tono tan significativo para los cola de su peinador que en s u s flexibles movimientos
discretos. de vaporosa tela daba á la condesa la apariencia de
Alternativamente miraba Máximo á Eugenio y á la una mariposa; y Máximo la siguió, y tras a m b o s f u é
condesa de una manera bastante significativa para Eugenio, furioso. Los tres personajes se detuvieron
decidir la retirada del intruso. en el centro del salón, frente á la chimenea. Sabia muy
« ¡Supongo, querida, que vas á echar de aquí á bien el estudiante que con su presencia estorbaba á
este danzante! » Máximo, pero se había propuesto estorbarle aun á
Esta frase era una traducción clara é inteligible de riesgo de desagradar á la señora de Restaud. Recordó
las miradas del joven i m p e r t i n e n t e m e n t e altanero á de pronto haberle visto en el baile de la de Beauseant,
quien la condesa Anastasia había llamado Máximo, y y comprendió quién era éste para Anastasia. Entonces,
cuyo rostro interrogaba á su vez- con esa actitud con esa audacia j u v e n i l q u e hace i n c u r r i r en las mayo-
de sumisión que descubre todos los secretos del cora- res torpezas ó que conduce á los triunfos más e s t u -
zón de una mujer, sin que ella misma se dé cuenta de pendos, se dijo:
ello. — Este e s mi rival; quiero vencerle.
Un odio violento contra aquel h o m b r e brotó ins- ¡ I m p r u d e n t e ! ignoraba que el conde Máximo de
tantáneamente en el pecho de Rastignac. Los rubios y Trefiles se dejaba insultar para tirar el primero y matar
rizados cabellos de Máximo le decían cuánfeos%ran los á su adversario. Eugenio era buen cazador, pero aun
s u y o s ; luego Máximo tenía botas finas y limpias, en no había llegado á hacer de veintidós tiros veinte
tanto que las suyas, á pesar del cuidado que había blancos en un salón. El condesito se sentó en una
puesto en conservarlas limpias, tenían manchas de butaca junto al fuego, cogió las tenazas, y se puso á
barro; y, por último, Máximo vestía ajustada levita remover los troncos con un gesto tan violento y d i s -
que realzaba s u natural apostura, semejándole á una plicente que el hermoso rostro de Anastasia se cubrió
linda mujer, y en cambio él, Eugenio, llevaba, de sombras. Volvióse haeia E u g e n i o , y le dirigió una
á las dos y media de la tarde, frac negro. En el d e s - de esas miradas fríamente interrogativas que tan
pierto espíritu dei meridional nació inmediatamente la exactamente significan: « ¿ P o r q u é no se va usted"? •>
y que la g e n t e bien educada traduce por lo que po- Aquel r e p e n t i n o cambio, producido, como por arte
dría llamarse frases de despedida. de magia, por la sola intervención de un n o m b r e ,
Pero Eugenio dijo m u y s o n r i e n t e : devolvió al cerebro de Eugenio toda aquella lucidez
— Señora, tenía vivos deseos de verla á usted para... que poco antes perdiera, y con ella la posesión de
Detúvose de repente. Una p u e r t a se abrió. El señor aquellos tesoros de ingenio que por el camino viniera
que guiaba el tilburi apareció vivamente, sin som- acumulando. Repentina claridad iluminó la atmósfera,
brero ; no saludó á la condesa, miró con recelo á aún tenebrosa para él, de la alta sociedad parisién,
Eugenio y tendió la m a n o á Máximo, dándole los b u e - | permitiéndole orientarse. ¡Qué lejos se hallaba en
nos días de u n modo tan fraternal que s o r p r e n d i ó aquel momento de la casa de huéspedes y del tío
singularmente á E u g e n i o , el cual, e n su calidad de . Goriot!
provinciano inexperto, ignoraba las dulzuras de ciertos — Creía que la familia de Marcillac se había e x t i n -
tercetos cortesanos. guido, dijo á Eugenio el conde de Restaud.
— El señor de Restaud, dijo la condesa al e s t u - " — Si, señor, replicó. Mi tío segundo, el caba-
llero de Rastignac, casó con la heredera de la familia
diante.
de Marcillac, y sólo tuvo de ella una hija, la cual casó
Eugenio hizo u n a p r o f u n d a reverencia.
con el mariscal de Clarimbault, abuelo materno de la
— El señor, dijo c o n t i n u a n d o y presentando á
señora de Beauseant. Nosotros formamos la rama
Eugenio al conde de Restaud, es el señor de Rastignac,
segunda, rame tanto más pobre cuanto que- mi tío
pariente de la vizcondesa de Beauseant p o r los Mar-
segundo, vice a l m i r a n t e , perdió toda su fortuna al
cillac, y h e tenido el g u s t o de conocerle en el baile de
servicio del r e y . El gobierno revolucionario no quiso
la otra noche.
reconocer nuestros créditos en el m o m e n t o de liquidar
Pariente de la señora vizcondesa de Beauseant pol-
con la compañía de las Indias.
los Marcillac, estas palabras, que fueron pronunciadas
— Su señor tío de usted ¿ n o m a n d a b a el Vengador
por Anastasia con cierto dejo enfático, propio de toda
señora q u e se complace en probar que sólo recibe en antes de 1189?
% — Precisamente.
su casa á p e r s o n a s distinguidas, produjeron un efecto
— Entonces debió de conocer á mi abuelo, que
mágico. El conde abandonó su ademán ceremonioso y
saludó al estudiante. mandaba el Warwick.
— Mucho gusto tengo en conocerle, dijo. .Encogióse de hombros Máximo y miró á la señora
El conde Máximo de Trailles dirigió á Eugenio una de Restaud, como diciéndole: « Si sé pone á hablar
mirada de inquietud y abandonó también s u s modales de marina con ése, estamos perdidos. » Anastasia
impertinentes de h o m b r e contrariado. comprendió la mirada del señor de Trailles, y son-
riendo con esa admirable fuerza de voluntad que tienen — ¡Quédese usted, Máximo! gritó el conde.
las mujeres, le dijo: — Venga usted á comer, exclamó la c o n d e s a , q u i e n ,
— Máximo, venga usted conmigo, que tengo que dejando solos una vez m á s á Eugenio y al conde,
hacerlo un encargo... Señores, dejamos á ustedes n a - siguió á Máximo hasta el p r i m e r salón, en el que per-
vegando j u n t o s en el Vengador y en el Warwick. manecieron el tiempo q u e creyeron menester para que
Levantóse é hizo á Máximo una seña, en la que el conde despidiera á Eugenio.
significaba la burla de aquella traicioneilla. Ambos se Oíales Rastignac charlar y reír alternativamente, ca-
dirigieron hacia el cuarto tocador. Apenas la pareja llando luego; pero el m u y ladino del estudiante entre-
morganática — bonita expresión alemana, que no tenía al señor Restaud,ora con chistes, ora discutiendo
tiene equivalente en francés — había llegado á la con él. Proponíase'hablar n u e v a m e n t e á la condesa y
puerta, cuando el conde interrumpió Ja conversación saber cuáles eran sus relaciones con el tíoGoriot. Aquella
con Eugenio. mujer, visiblemente enamorada de Máximo, aquella
•— ¡Anastasia! haz el favor de quedarte, q u e r i d a ; mujer, que gobernaba á su marido á su antojo, y
ya sabes q u e . . . unida por lazos secretos al ex-fabricante de fideos,
—Vuelvo en seguida, vuelvo, interrumpió la fugiti- parecíale todo un misterio. Quería penetrar ese miste-
va. Sólo necesito un momento para explicarle á Má ximo rio, esperando de esa manera poder reinar como dueño
el encargo que tengo que hacerle. absoluto sobre aquella m u j e r tan e m i n e n t e m e n t e pari-
Pronto regresó. Como todas las mujeres que, obli- siense.
gadas á estudiar el carácter del marido para hacer su — ¡Anastasia! dijo el conde, llamando de nuevo á
propio gusto, saben m u y bien hasta dónde pueden ir su m u j e r .
sin perder una confianza preciosa, y jamás l e c o n t r a - — Vaya, mi pobre Máximo, dijo ella al joven, h a y
rían en las mil pequeñeees de la vida, la condesa que resignarse. Hasta la noche...
había notado e n el tono del conde q u e el tocador no les — Espero, Nasia, dijo Máximo, que despedirás á
ofrecía seguridad a l g u n a , y como el causante de ese pollo, cuyos ojos echan chispas cuando se fijan en
aquella contrariedad era Eugenio, la condesa tomó tu descote. Se te va á declarar, nos va á comprome-
una actitud é hizo un gesto tan lleno de despecho ter, y m e obligarías á matarle.
señalando al estudiante, que Máximo, dirigiéndose á — ¿Estás loco? replicó la condesa. No hay mejor
los tres, dijo muy epigramáticamente : pararrayos q u e un estudiantino de ésos. Haré que el
— Están ustedes m u y ocupados, y no quiero inte- conde le tome entre ojo.
r r u m p i r l e s : adiós. Soltó Máximo una carcajada, y salió, seguido de la
Y se retiró. condesa, la cual se asomó á la ventana para verle
— ¿ E s u s t e d aficionado á la m ú s i c a ?
a g i t a n d o el látigo en el p e s c a n t e y haciendo piafar el
— Mucho, c o n t e s t ó E u g e n i o , á q u i e n la c o n f u s a
caballo.
noción de h a b e r cometido u n a inconveniencia de
No se e n t r ó h a s t a q u e la v e r j a quedó cerrada de
grueso calibre había dejado r u b o r i z a d o y corrido.
nuevo.
© ¿ C a n t a u s t e d ? a ñ a d i ó dirigiéndose al p i a n o y re-
— Oye, q u e r i d a , le dijo el c o n d e c u a n d o volvió, las
corriendo con el dedo índice el teclado d e e x t r e m o á
tierras de la familia del s e ñ o r , y en las q u e vive, están
extremo.
e n el Charente, cerca d e Verteuil, y u n tio s e g u n d o
— No, s e ñ o r a .
<lel s e ñ o r y mi p a d r e e r a n a m i g o s .
El conde d e R e s t a u d se" paseaba de ' a r r i b a á a b a j o .
— Celebro t a n t o , dijo d i s t r a í d a m e n t e la condesa,
— E s l á s t i m a , s e lía p r i v a d o u s t e d de u n g r a n me-
q u e seamos a n t i g u o s conocidos.
— Más de lo que usted cree, di jola en voz b a j a dio, de. o b t e n e r éxitos.
Eugenio. Y se p u s o á c a n t a r :
— ¿ C ó m o ? replicó Anastasia v i v a m e n t e .
Ca-a-ró, ca-drro, non dtí-bi-ta-re.
— Porque,, siguió diciendo el e s t u d i a n t e , h e visto
salir de aquí á un s u j e t o q u e vive c o n m i g o , en la casa Al p r o n u n c i a r el n o m b r e del tío Goriot, E u g e n i o
d e h u é s p e d e s , pared por m e d i o : el tío Goriót. había producido u n efecto m á g i c o , pero t o t a l m e n t e
No bien oyó aquel n o m b r e , a d o r n a d o con tal p a l a - contrario al de aquellas p a l a b r a s d e la condesa : pa-
b r a , el conde, q u é e s t a b a a r r e g l a n d o con las tenazas riente de la señora de Beauseant. Hallábase en u n a
la l u m b r e d é l a c h i m e n e a , las tiró en el fuego c o m o situación parecida al q u e , p r e s e n t a d o en el m u s e o de
si le h u b i e r a n q u e m a d o las m a n o s , y , levantándose, un aficionado de a n t i g ü e d a d e s , se acercara á u n
exclamó : a r m a r i o lleno de e s t a t u i t a s y d e j a r a caer dos ó tres
— ¡ Caballero, bien pudiera usted h a b e r dicho el s e - cabezas mal e n c o l a d a s . H u b i e r a querido h u n d i r s e
ñ o r Goriot! en u n ' a b i s m o . Veíase en el r o s t r o de la s e ñ o r a "de
Al p r o n t o palideció la condesa al ver el d i s g u s t o de Restaud u n a f r i a l d a d mal d i s i m u l a d a , y en la m i r a d a ,
su marido, luego se s o n r o j ó , sin poder disimular su ahora i n d i f e r e n t e , a d v e r t í a s e la t é n d e n c i a á h u i r de.la
t u r b a c i ó n . E n seguida a ñ a d i ó , p r o c u r a n d o , a u n q u e en
del e s t u d i a n t e .
v a n o , a p a r e c e r sosegada y iiasta i n d i f e r e n t e :
— S e ñ o r a , dijo, u s t e d y el s e ñ o r de Restaud
— Es- imposible conocer á a l g u i e n á quien q u e r a -
tienen q u e h a b l a r . E s t o y á s u s pies y con su p e r -
mos más...
miso...
Se i n t e r r u m p i ó , y c o n i o s i de p r o n t o se le ocurriera
— Siempre q u e usted v e n g a , dijo p r e c i p i t a d a m e n t e
u n capricho, m i r ó al p i a n o y d i j o : 5
la condesa, deteniendo al estudiante con un gesto, un joven hacia el abismo en que ya ha comenzado á
nos dará usted una verdadera satisfacción al señor de rodar como si esperara hallar en el fondo la mejor
Restaud y á mí. salida; así es que admitió el ofrecimiento del cochero,
Eugenio saludó profundamente, y se retiró, seguido significándoselo por un movimiento de cabeza. Subió
del señor de Restaud, el cual, á pesar de s u s protestas, al coche, en el cual a ú n se veíañ a l g u n a s hojas de
le acompañó hasta la antesala. azahar y trozos de canutillo, vestigios de la pareja
— Cuándo venga ese señor, dijo el conde á amorosa que allí había ido sentada.
Mauricio, que no estamos en casa, ni la señora
— ¿Dónde? preguntó el cochero, el cual se había
ni yo.
despojado ya de s u s g u a n t e s blancos.
Al llegar E u g e n i o á la puerta, advirtió que llovía.
— ¡ C a r a m b a ! se dijo Eugenio. Ya que me he
— Estamos bien, p e n s ó ; he venido á esta casa á
metido en esto hay que sacar de ello algún partido...
"cometer una tontería cuya causa y cuyo alcance
¡Al hotel de los señores de Beauseant! añadió en voz
ignoro, y por añadidura voy á estropear mi frac y
alta.
mi sombrero. ¡ Cuánta mejor cuenta me tendría e s t a r m e
— ¿A cuál? preguntó el cochero.
en mi cuarto arreando de firme con el Derecho y pen-
Palabra sublime que confundió á Eugenio. Aquel
sando tan sólo en ser con el tiempo un buen m a g i s -
elegante improvisado ignoraba que había dos palacios
trado ! ¿Qué voy á g a n a r en estas lides cuando para
de Beauseant; desconocía cuán rico era en parientes
alternar con tales gentes' necesito unos c u a n t o s
que para nada se acordaban de él.
carruajes, lustrosas botas, buena ropa, cadena de oro,
— Vizconde de Beauseant, calle d e . . .
guantes blancos de á seis francos por la m a ñ a n a y
— De Grenelle, dijo el cochero inclinando la
g u a n t e s amarillos por la noche? ¡ Qué demonio de tío
cabeza é interrumpiéndole. Sabe usted qué como hay
Goriot!
también el palacio del conde y del m a r q u é s de Beau-
Cuando estuvo bajo la puerta de la calle, el cochero
seant en la calle de Santo Domingo, añadió mientras
de un carruaje de alquiler, que al parecer acababa de
levantaba el estribo.
dejar en su nido á dos recién casados, y que aprove-
— Estoy enterado, contestó secamente Eugenio.
charía gustoso la ocasión de robarle á s u amo a l g u n a
¡ Todo el m u n d o hoy se burla de m i ! se dijo tirando
carrera de contrabando, al ver á Eugenio vestido de
el sombrero sobre los cojines delanteros. P u e s lo que es
negro, botas bien embetunadas, guantes amarillos y
esta escapatoria, m e va á costar el rescate de un rey.
sin paraguas, le hizo s e ñ a s ofreciéndole su coche,
Pero al menos voy á visitar á mi p i i m a ^ ' W o qiie scí^
Eugenio hallábase en aquel momento dominado por
de un modo verdaderamente aristoeM#é&Pf , E&
uno de esos despechos concentrados que empujan á
de Goriot me lleva costado más . Jóy
"ALFONSO RTYES"
á contarle mi a v e n t u r a á la señora de Beauseant, y novia vulgar. El estudiante, que en aquel momento
acaso la h a g a r e i r . Sin duda estará al tanto de los fijaba la atención en un carruaje que junto al suyo
misteriosos líos'criminales que median entre esavieja estaba, comprendió su situación oyendo aquellas risas.
rata rabona de Goriot y la hermosa condesa de Res- Aquel otro coche era u n o de los m á s elegantes cupés
taud. Después de todo, más cuenta me' tendrá hacerme de París. Tiraban de él dos fogosos caballos muy bien
simpático á mi .prima q u e chocar con la de Restaud, empenachados, que tascaban el freno, y á ios q u e un
la cual; por otra parte, me.parece demasiado costosa. cochero empolvado y eneorbatado tenía sujetos como
Si" tanto vale, según he visto ha poco, el n o m b r e de si hubieran tratado de escaparse. E n la Chaussée
mi prima, ¿ c u á n t o ' v a l d r á su persona? Empecemos, d'Antin, la señora de Restaud tenía en su patio el
pues, por arriba, que'el que algo quiere del cielo debe elegante cabriolé del h o m b r e de veintiséis años. En
pedirlo á Dios. _ el arrabal Saint-Germain esperaba el lujo de u n g r a n
Estas palábras son la fórmula breve de los mil y un señor, un tren que treinta mil francos no habrían
pensa"miéntos que hervían en el cerebro de nuestro pagado.
estudiante. Fué recobrando la calma y adquiriendo, . — ¿ Quién estará a q u í ? se preguntó Eugenio,
aplomo poco á poco, mientras veía caer 1a- lluvia. comprendiendo, aunque un poco tarde, que las señoras
Pensó entonces que iba á g a s t a r las dos monedas de parisienses solían estar todas comprometidas, y que la
cinco francos que le quedaban, las cuales estarían conquista de una aquellas reinas había de costar más
mucho mejor empleadas en arreglarse la ropa, las que sangré. ¡ Diantre! ¿Tendrá también mi prima
botas y el sombrero, y no oyó á su cochero g r i t a r su Máximo?
alegremente : ; H a g a n el favor de abrir la puerta! Subió 1 la escalinata con la muerte en el a l m a .
Un criado de portería, vestido de rojo y dorado, hizo Abrióse a n t e él la puerta, y encontróse en presencia
g i r a r sobre s u s goznes la. puerta del palacio, y Ras.ti- d e lacayos tan graves como a s n o s á quienes están
g n a c vió con dulce satisfacción que el coche que le cepillando. La fiesta á que. noches a n t e s asistiera se
conducía entraba en el patio, daba lá vuelta y se había dado en. los salones situados en la planta baja
•detenía al pie d e ' l a escalera. El cochero, que vestía del palacio de Beausearu, y , como en el tiempo que
a n a 'hopalanda ó largo sobretodo de tela azul con medió entre la invitación y el baile no había visitado
vivos encarnados, saltó del pescante y f u é á desdoblar á su p r i m a , desconocía las habitaciones de la vizcon-
el estribo. E n el m o m e n t o de bajar Eugenio del desa; iba pues á ver por vez p r i m e r a las maravillas
coche oyó risas ahogadas q u e partían de la entrada de esa elegancia personal que pone al descubierto el
de los salones en la planta baja. Tres ó cuatro a y u d a s alma y las costumbres de una m u j e r de distinción.
de cámara habíanse ya mofado de aquel carruaje de Estudio doblemente curioso, porque podía tomar como
liberdad. A los Bufos y á la Opera iba acompañada
término de comparación lo que habia visto en casa de
por su marido y por el m a r q u é s de Ajuda Pinto, p e r o
la señora de Restaud.
el vizconde, como h o m b r e correcto y avisado, se des-
A las cuatro y media, la vizcondesa estaba visible,
pedía de su m u j e r y del portugués una vez instalados
pero cinco minutos antes no hubiera recibido á su
éstos en su palco.
primo. E u g e n i o , que no entendía de estas etiquetas
Estaba próximo á casarse el señor de Ajuda P i n t o ;
parisienses, penetró, siguiendo á u n criado, por una
su futura era la señorita de Rochefide. E n toda la alta
escalera cubierta de flores, de piso blanco, barandilla
sociedad, sólo una persona ignoraba a ú n la noticia,
dorada y alfombra encarnada, hasta la sala de la
y aquella persona era la vizcondesa de Beauseant.
vizcondesa de Beauseant, de la cual, a u n q u e su
Algunas de s u s amigas se habían referido v a g a m e n t e
parienta, ignoraba la biografía verbal, historia variable
á la proyectada boda en su presencia, pero lo había
que andaba, como tantas otras, de lengua en lengua
lomado á risa creyendo que se trataba tan sólo de per-
por los salones de París.
turbar aquellos amores que la hacían feliz y , p o r
Hacía tres a ñ o s que vivía la vizcondesa e n íntimas
tanto, envidiada. Y, sin embargo, las amonestaciones
relaciones con uno de los más célebres y más ricos
iban á correrse en breve. A u n q u e había venido para
magnates portugueses, el marqués de Ajuda Pinto.
notificar aquella boda á la vizcondesa, el e l e g a n t e
Esta unión era de las de cierto género inocente, pero
portugués no soltaba la primera palabra acerca del
que unen de tal suerte y con tales atractivos, que los
asunto. ¿Por q u é ? Porque no hay nada tan difícil
dos que en ella e n t r a n , e n manera alguna pueden
como presentar á u n a m u j e r semejante ultimátum.
sufrir la participación de u n tercero, por lo que el
Algunos hombres preferirían encontrarse frente á u n
vizconde de Beauseant había dado a n t e el público
enemigo, espada en m a n o , á tener que habérselas con
ejemplo de respetar, con agrado ó sin él, aquella unión
una a m a n t e q u e llora, se desespera y acaba por d e s -
morganática. Las personas que á las dos de la tarde
mayarse. Por eso al llegar Eugenio hallábase el mar-
iban á visitar á la vizcondesa, e n los primeros días
qués sobre ascuas y buscaba un medio de salir de
de sus nuevas relaciones, hallaban al m a r q u é s de Ajuda
aquel salón, pensando en sí m i s m o que la noticia
Pinto en su compañía, y a u n q u e á nadie cerraba la
llegaría á oídos de la vizcondesa, y que entonces le
puerta, lo cual, por otra parte, habría sido poco d i s -
escribiría, pareciéndole m u c h o más cómodo cometer
creto, recibía á todos con tal frialdad y miraba tantas
aquella especie de asesinato amoroso por escrito q u e
veces al techo, que pronto comprendieron los visitantes
de palabra. Cuando el ayuda de « m i a r a anunció al
que estorbaban. Esparcióse prontamente la noticia, y
señor de Rastignac, el m a r q u é s de Ajuda Pinto n o
la señora de Beauseant pudo disfrutar todos los días,
pudo contener u n movimiento de satisfacción.
de dos á cuatro, de la más absoluta soledad, es decir,
No hay que olvidar que una m u j e r qué ama aguza — Pues hasta la noche, dijo la señora de Beaüseant,
más su ingenio para crearse dudas que para variar volviendo la cabeza para mirar al m a r q u é s . ¿No
s u s placeres. Cuando se halla á p u n t o de ser abando- vamos á los Bufos?
nada, adivina la significación de u n gesto más r á p i - -— i\To me es posible, contestó con la m a n o puesta
d a m e n t e que olfateaba el corcel de Virgilio desde lejos ya en el botón de la puerta.
los corpúsculos que le a n u n c i a b a n el a m o r . Puede, Levantóse vivamente la s e ñ o r a de Beaüseant, le
por tanto, tenerse como seguro que la vizcondesa de llamó cerca de ella, sin cuidarse e n lo más mínimo
Beaüseant sorprendió aquel ligero movimiento i n v o - de Eugenio, quien, en pie, aturdido por el centelleo
luntario, pero candidamente espantoso. Eugenio igno- de una riqueza asombrosa, creía en la realidad de los
raba que nadie debe presentarse en una casa de P a r í s cuentos árabes, y no sabía dónde meterse al e n c o n -
sin que antes le'hayan referido los amigos de la familia trarse en presencia de aquella m u j e r que ni siquiera
la historia del marido, de la m u j e r y de los niños, había advertido la suya. La señora de Beaüseant indi-
con objeto de no cometer u n a de esas indiscreciones caba g e n t i l m e n t e al m a r q u é s , con el índice dé la
de las q u é dicen, en frase m u y pintoresca, los polacos mano derecha, un sitio á su lado. P u s o en este ademán
enganche usted cinco bueyes en el carro, significando tal cantidad en apasionado despotismo, que el m a r -
q u e son necesarios para sacar al atascado del atolla- qués dejó el botón de la puerta y retrocedió hasta
dero. Si esas desgracias de la conversación n o tienen la vizcondesa. Eugenio les contempló, no sin envi-
a ú n n o m b r e apropiado en Francia, e s que se las dia.
s u p o n e imposibles, por la e n o r m e publicidad que •— ¡ De manera que ése- es el h o m b r e del carruaje
alcanza la m u r m u r a c i ó n . Sólo Eugenio e r a capaz de que abajo espera! ¿ E s , pues, indispensable, para
presentarse en casa de la señora de Beaüseant, después atraer las miradas de u n a dama parisiense, tener el
del percance, que le había ocurrido con la condesa de pelo rizado, lacayos con librea y ríos de o r o ?
Restaud, la cual ni siquiera le había dado tiempo de El demonio del lujo mordióle el corazón, dióle la
e n g a n c h a r los cinco bueyes para desatascarse. Verdad fiebre del lucro, y la sed de oro le secó la garganta.
e s que, si habia contrariado horriblemente á la con- Disponía de ciento treinta francos por trimestre. Su
desa y á Máximo de Trailles, e n cambio venía á sacar padre, su madre, s u s h e r m a n a s y h e r m a n o s y su tía
de una situación difícil al marqués de Ajuda Pinto. gastaban, para todos, doscientos francos mensuales
— Adiós, dijo el p o r t u g u é s ; apresurándose á r e t i - escasos. Esta rápida comparación e n t r e su situación
rarse al mismo tiempo que entraba Eugenio en el presente y el fin propuesto aumentó su estupor.
elegante saloncillo, g r i s y rosa, en el que el lujo — ¿Por qué no puede usted ir á los Italianos?
parecía sencillamente elegancia. preguntó riendo la condesa.

KBUOÍT » U S F B N F Í
"ALFONSO RE.VES
— Tengo que hacer. Como con el embajador de Después de haber enmendado a l g u n a s letras, q u e
Inglaterra. por el convulsivo temblor de la m a n o que las trazara
— Puede usted despedirse temprano. habían quedado bastante desfiguradas, firmó con C,
Cuando un h o m b r e e n g a ñ a , se ve fatalmente obli- que quería decir Clara de Borgoña, y llamó.
gado á acumular mentira sobre mentira. El marqués — Santiago, dijo al ayuda de cámara que acudió
de Ajuda exclamó sonriendo : en seguida, vaya usted á las siete y media á casa del
— ¿Lo exige u s t e d ? señor de Rocheíide y pregunta usted por el m a r q u é s de
— Si por cierto. Ajuda. Si está, hará usted que le entreguen este billete,
— Precisamente eso deseaba oir, respondió m i r á n - y no espere usted respuesta; pero si no está, volverá
dola de un modo que hubiera tranquilizado á cualquier usted y me lo traerá.
otra m u j e r . — La señora vizcondesa tiene visita.
Tomó la mano de la c o n d e s a r s e la besó, y salió. — ¡ A h ! ¡ es verdad ! exclamó abriendo la puerta.
Arreglóse Eugenio los cabellos con la m a n o y se Eugenio empezaba á estar m u y d i s g u s t a d o ; por fin
hizo un garabato para saludar, creyendo que la señora vio a la vizcondesa, que le dijo con un tono cuya emo-
de Beauseant iba á dirigirse á él. Se llevó chasco. La ción le llegó á lo íntimo del corazón :
de Beauseant levantóse con violencia, precipitóse en — Perdone usted, caballero; tenía que escribir cuatro
la galería, se asomó á la ventana, y estuvo viendo al letras. Desde ahora estoy á su disposición.
marqués subir al coche. Escuchó atentamente, y oyó No sabía lo q u e se decía, porque pensaba lo siguien-
al lacayo de recados decir al cochero, repitiendo la te: «¿Conque quiere casarse con la señorita de Roche-
orden de su amo : « A casa del señor de Rocheíide. » íide? ¿Pero acaso es libre él? Esta noche quedará roto
Palabras que, unidas á la manera de arrellanarse ese enlace ó y o . . . Mañana no se acordará de tal cosa. »
Ajuda en el coche, le hicieron el efecto de un rayo que — P r i m a . . . empezó á decir Eugenio.
hubiera caído á s u s p i e s ; volvió presa de mortales — ¿ E h ? exclamó la vizcondesa dirigiéndole una
angustias. A esto suele reducirse á veces una g r a n mirada, de soberbia tal, que le dejó cortado.
catástrofe en las altas esferas sociales. Eugenio comprendió aquel ¿ e h ? Desde hacía t r e s
Retiróse la vizcondesa á su alcoba, sentóse a n t e horas había aprendido t a n t a s cosas, que ya estaba en
una mesa, y tomó un elegante plieguecillo de papel y .guardia.
escribió : — S e ñ o r a . . . repuso, sonrojándose.
« Puesto que come usted en casa de Rocheíide y no Vaciló, y después dijo continuando :
en la embajada inglesa, me debe usted u n a explicación. — Perdóneme usted; necesito tanta protección, q u e
Quedo esperándole. » me venía m u y bien un poco de parentesco.
La señora de Beauseant sonrió, pero con tristeza, — i Ah! Si, ahora caigo, dijo Eugenio. En el
porque presentía la desgracia que se cernía sobre baile de la otra noche me llamó la atención la señora
ella, de Restaud, y h e ido esta m a ñ a n a á visitarla.
:
_ S e g u r o estoy d e que si conociera usted la situa- — ; Pues ha debido usted de estorbarla mucho ! dijo
ción en que se halla mi familia, dijo continuando, le sonriendo la vizcondesa.
gustaría á usted desempeñar el papel de hada protec- — Mucho, en efecto. Soy un ignorante, y si usted no
tora como ésas que en los cuentos van allanando el ca- me otorga su auxilio, me las arreglaré de modo que todos
mino á s u s protegidos. se pondrán en contra mía. Creo que es- m u y difícil
— Pues bien, contestó la vizcondesa riendo; ¿en hallar en París m u j e r joven, hermosa, rica y d i s t i n -
qué puedo servir á usted"? guida, que se halle... vacante, y , sin embargo, me es
— ¿ Acaso lo sé yo m i s m o ? Ya no es poca fortuna muy necesario una que me enseñe eso que ustedes las
estar unido á usted, siquiera sea por los lazos de un mujeres saben explicar tan maravillosamente : la vida.
parentesco bastante remoto. Me ha desconcertado usted, En todos partes encontraré un s e ñ o r de Trailles. A
y no sé q u é decirle, pues usted es también la única per- usted venia, pues, para pedirle que descifrara un
sona á quien conozco en París, y venía á consultarla, enigma, y tuviese á bien decirme qué clase de tor-
y á manifestarle q u e viera eñ mí un pobre muchacho peza h e cometido en aquella casa. He hablado de u n
que quiere acogerse bajo su protección, y que, lle- tío...
gado el caso, sabría j u g a r s e la vida por usted. — La señora duquesa de Langeais, dijo S a n -
— ¿Mataría usted á u n o p o r mí ? tiago cortando la palabra al estudiante, el cual no
— O á dos. pudo reprimir un gesto de violenta contrariedad.
— ¡ Niño í Si, es usted un niño, dijo reprimiendo — Si quiere usted salir airoso en sus empresas,
algunas l á g r i m a s ; ¡ usted sí que amaría de v e r a s ! comience por ser menos expresivo, m u r m u r ó la
— ¡ Oh ! exclamó Eugenio moviendo la cabeza. vizcondesa en voz baja.
La vizcondesa se interesó vivamente al estudiante por Y, levantándose para recibir á la duquesa y salir á
una contestación de ambicioso. El estudiante habíase su encuentro :
aferrado á su plan primitivo, habiendo estudiado, en — Buenos días, querida, repuso.
el salón azul de la señora de Réstaud y el rosa de la La cogió de las manos con la misma cariñosa e f u -
Beauseant, tres años, de ese derecho parisiense del sión que á una h e r m a n a , á cuyas demostraciones res-
que nadie habla, a u n q u e constituye una alta j u r i s p r u - pondió la duquesa con no menos expresivas caricias.
dencia social que, bien aprendida y practicada, p e r - « He aquí dos buenas amigas, se dijo Rastignac.
mite ir muy lejos. Desde ahora cuento con dos protectoras, porque, indu-
El golpe e r a d e m a s i d o rudo. La vizcondesa palideció,
dablemente, estas dos mujeres tienen los mismos .
pero respondió sonriendo :
afectos, y claro es que la que lia venido se interesará
— Uno de esos r u m o r e s que divierten á los necios.
también p o r mi. »
¿Por qué razón había de unir el marqués de Ajuda
— ¿A qué feliz pensamiento debo el gusto de verla,
Pinto su nombre, uno de los más ilustres de Portugal,
querida Antonia? dijo la señora de Beaüseant.
al de esa familia de advenedizos?
— Pues que he visto al señor de Ajuda. Pinto
— Sí, pero Berta tiene, según dicen, u n a renta de
e n t r a r en casa de Rochefide, y lie calculado que estaría
más de doscientos mil f r a n c o s .
usted sola.
— Es demasiado rico el señor de Ajuda para echar
La señora de Beaüseant no se mordió los labios,
cuentas de esa índole.
ni se sonrojó; en nada se alteró su mirada, y más
— Además, hija mía, la señorito de Rochefide es
bien pareció que se le a n i m a b a el semblante mien-
preciosa.
t r a s pronunciaba la duquesa aquellas fatales palabras.
— ¡ Ah !
— Pero si hubiera sabido que tenía usted visito...
— En fin, hoy come allí, y ya está todo concerta-
añadió, volviéndose hacia Kestignac.
do. Me e x t r a ñ a mucho verla á usted tan atrasada de
— Este caballero es el señor de Bastignac, uno de
noticias.
mis primos, dijo la vizcondesa. ¿ Tiene usted n o t i -
— ¿Qué torpeza es, pues, l a q u e ha cometido usted,
cias del general Montriveau? continuó diciendo. Ayer
caballero? dijo la señora de Beaüseant, Este muchacho
me dijo Serizy que ahora se le ve m u y poco. ¿ H a ido
acaba de ser presentado en sociedad, y no comprende
h o y por casa de usted?
una palabra de lo que estamos diciendo, querida
La duquesa, de quien se decía que la había abando-
Antonia. Por tanto, h á g a m e usted el favor, en beneficio
nado el señor de Montriveau, estando perdidamente
suyo, de dejar esta conversación para m a ñ a n a . La
e n a m o r a d a de él, sintió en el corazón la puñalada de
noticia será ya oficial, y usted podrá dármela en la
aquella pregunta y se sonrojó contestando :
seguridad de no equivocarse.
— Ayer estaba en el Elíseo.
Clavó la duquesa en Eugenio u n a de esas miradas
— De servicio, sin d u d a , dijo la señora de Beaü-
impertinentes que envuelven á un hombre de pies á
seant.
cabeza, lo aplasten y lo reducen á cero.
— Supongo, Clara, añadió la condesa con u n a inten-
— Sin saberlo, he hundido u n puñal en el corazón de
ción que á torrentes se le salía por los ojos, que sabrá
la señora de Restaud. Sin saberlo, y precisamente ése
usted que m a ñ a n a se corre la primera amonestación
es mi delito, dijo el estudiante, quien con su n a t u -
e n t r e el marqués de Ajuda Pinto y la señorita d e
ral perspicacia había adivinado los p u n z a n t e s epi-
Rochefide.
g r a m a s que, disfrazados de frases afectuosas, se habían — Acaba de llegar, querida, replicó la de Beauseant
lanzado a m b a s damas. Continuamos tratando, y aun riéndose francamente de su primo y de la d u q u e s a ; y
quizá tememos á muchos que conscientemente nos busca á una institutriz q u e le dé lecciones de buen
lastiman, y en cambio el que hiere sin saberlo y sin gusto.
la menor noción de la herida que causa es tenido por — Señora duquesa, continuó Eugenio, ¿ n o es n a -
tonto, por un torpe que no sirve para n a d a , y todos tural que deseemos conocer los secretos de aquello
le desprecian. que nos cautiva? (Vamos, se dijo, les estoy diciendo
Dirigió la vizcondesa á Eugenio una de esas miradas frases de peluquero.)
profundas con l a s q u e l a s g r a n d e s almas saben expresar — Según creo, la señora de Restaud es discípula
su agradecimiento y su dignidad. Aquella mirada f u é de Trailles, dijo la duquesa.
para Eugenio u n bálsamo aplicado á la herida que mo- — Lo i g n o r a b a , s e ñ o r a , c o n t e s t ó el estudiante, por
mentos antes causara en s u a m o r propio la duquesa lo cual he incurrido en la ligereza de contrariarlos.
de Langeais, quien manifiestamente le había tasado Pero es el caso q u e ya m e había entendido con el m a -
con la vista. rido, y que la señora se había resignado á mi p r e -
— Imagínese usted, dijo Eugenio, que acababa de sencia, cuando se me ocurrió decir que conocía á un
conquistar la benevolencia del conde de Restaud ; por- sujeto, al cual poco antes había visto salir de la casa
que debo decir á usted, señora m í a , — y se volvió hacia por la escalera de la servidumbre, no sin haber dado
la duquesa con cierto ademán entre humilde y m a l i - antes un abrazo á la condesa en el fondo del pasillo.
cioso, — que todavía no soy sino un pobre estudiante, — ¿ Y quién e s ? preguntaron las dos mujeres.
m u y pobre y m u y solo... Un anciano que vive á razón d e d o s luises mensuales
— No diga usted eso, señor de Rastignac. Nosotras en el fondo del arrabal Saint-Marcel, como yo, pobre e s -
las mujeres no estimamos lo que nadie quiere. tudiante; un verdadero desdichado objeto de las b u r l a s
— ¡Bah! dijo Eugenio. Solo tengo veintidós a ñ o s ; de todos, y al que llamamos papá Goriotó el tío Goriot.
hay que saber s u f r i r las desgracias propias de la edad. — ¡ Pero criatura, exclamó la vizcondesa, la señora
Además, estoy confesándome, y es imposible a r r o d i - de Restaud es hija de Goriot!
llarse en más lindo confesonario: en él se cometen los — La hija de u n fabricante de fideos, repuso la
pecados de que luego nos acusamos e n el otro. d u q u e s a ; una buena m u j e r presentada en la corte el
Este discurso antirreligioso puso seria á la duquesa, mismo día que la hija de cierto pastelero. ¿ Se acuerda
la cual le halló de mal gusto. Para cortarlo, dijo á la usted, Clara ? El rey se echó á reír y dijo no sé q u é chiste
vizcondesa: en latín á propósito de la h a r i n a . ¿ A ver, cómo d i j o ?
— El señor acaba de llegar... « Gente... g e n t e . . . »
Algunas lágrimas brotaron de los ojos de Eugenio,
— Ejusdem farum, dijo Eugenio.
recientemente refrescado por las puras y santas tradi-
I F F J ESO mismo.
ciones de familia.
— ¡ Conque es su p a d r e ! repitió el estudiante ha-
Hallábase, además, bajo el encañto de las creencias
ciendo un gesto de h o r r o r .
juveniles, y era, por otra parte, nuevo en el campo de
— Pues, si, señor. E s e pobre h o m b r e tiene dos hijas,
batalla de la civilización parisiense.
á las que quiere con locura, á pesar de que a m b a s han
Son tan comunicativas las emociones verdaderas,
renegado su nombre ó poco m e n o s ,
que durante un momento los tres interlocutores g u a r -
— ¿No está la s e g u n d a , dijo la vizcondesa mirando
daron silencio.
á la señora de Laugeais, casada con un banquero que
— Sí, dijo la señora de Langeais, sí, eso parece muy
tiene apellido alemán, u n barón de Nucingen? ¿No se
horrible, y, sin embargo, lo estamos viendo todos los
llama Delfina? ¿ L a rubia esa que tiene un palco en la
días. Sin duda, hay una razón para ello. ¿Ha pensado
Opera, que va á los Bufos y que se ríe m u y alto para
usted alguna vez, querida, en lo que es un y e r n o ? Pues
hacerse notar'?
un yerno es un h o m b r e para el cual criaremos usted ó
La duquesa sonrió, diciendo:
vo uná criaturita, á la que nos unirán lazos estrechí-
— La admiro á usted, querida. ¿ P o r q u é habla usted
simos, que será durante diez y siete años la alegría de
tanto deesa g e n t e ? Para q u e Restaud se haya e n h a r i -
la casa, su alma blanca, como diría Lamartine, y que
nado con Anastasia, ha sido preciso que estuviera
se convertirá al c a s a r s e . e n una plaga. Cuando es*
locamente enamorado de ella. Pero n o le arriendo la
hombre se la haya llevado de muestro lado, comenzará
ganancia, porque la condesa, ha caído en manos de
á servirse del a m o r que la inspira, como de un hacha
Trailles, el cual la perderá.
con la que cortará por lo sano cuantos afectos u n e n el
— ¡ Haber renegado de su p a d r e ! dijo Eugenio.
corazón del ángel á su familia. Ayer, nuestra hija era
— Pues sí, de su padre, del padre, un padre, r e -
todo para nosotros y nosotros todo para e l l a ; mañana
puso la vizcondesa, u n buen padre que les ha dado,
será nuestra enemiga. ¿No vemos esa tragedia efectuarse
dicen, quinientos mil ó seiscientos mil francos á cada
á diario? Aquí la nuera muéstrase archi-impertinente
u n a , casándolas bien para hacerlas felices, y q u e sólo
con el suegro, que todo lo ha sacrificado por su hijo ;
se había reservado ocho ó diez de renta, creyendo que
allá u n yerno planta á su suegra en la calle. Oigo á
sus hijas seguirían siendo sus hijas y que se habría
veces preguntar que dónde está el d r a m a en la sociedad
creado al casarlas dos nuevas existencias, dos familias
moderna. Pues yo digo que el d r a m a del yerno es
q u e le adorarían y le m i m a r í a n . E n dos años, s u s yernos
espantoso, así como también que nuestros casamientos
le han expulsado de s u s respectivas casas como al
son verdaderas tonterías. Comprendo perfectamente
último de los miserables.
lo que le ha ocurrido á ese pobre fabricante de fideos. gencia: por lo cual ha brotado s a n g r e del corazón del
Si la memoria n o me es infiel, ese Foriot... antiguo terrorista. Ha visto q u e sus hijas se a v e r g o n -
— Goriot, señora. zaban de é l ; que si querían á s u s maridos, él perjudi-
— Bien, ese Moriot fué presidente de una sección caba á sus y e r n o s . Era pues necesario sacrificarse. Como
e n la época revolucionaria. Anduvo metido e n aquello éra padre, se ha sacrificado condenándose á sí mismo
de la famosa carestía, y por entonces comenzó su for- á destierro, y aun creía haber obrado con acierto porque
t u n a vendiéndo las h a r i n a s diez veces más caras de lo veía á s u s hijas felices. Él padre y las hijas han sido
q u e costaban. Tuvo cuanto quiso. Recuerdo que u n cómplices de ese pequeño crimen. E s o lo vemos á diario.
a d m i n i s t r a d o r de mamá le vendió enormes cantidades, ¿No hubiera sido ese Goriot como una m a n c h a e n e l salón
Noriot partía ganancias sin duda con los individuos del de s u s hijas?- Hubiera molestado á todos, y él se hubiera
Comité de Salvación pública. Recuerdo que el adminis- aburrido. Y lo que le sucede á esé padre puede suce-
trador decía á mi abuela que podía permanecer t r a n - derle también á la m u j e r más bonita con el' h o m b r e á
quila en Grandvilliers, porque sus trigos eran un exce- quien más q u i e r a : si llega á cansarse de ella, la deja,
lente certificado de civismo. Pues bien, ese Loriot, que inventando mil vanos pretextos p a r a h u i r dé su lado.
vendía trigo á los cortadores de cabezas, no ha tenido Esa suéle ser la historia de nuestros sentimientos;
m á s que una pasión. Dicen que adora á s u s hijas. Ha tenemos un tesoro e n el corazón; si le vaciamos de un
encaramado á una en la casa de Restaud, y á la otra golpe, nos. a r r u i n a m o s . Somos.inexorables con un sen-
la ha injertado en el árbol genealógico de Nucingen, timiento que. se muestra según es, al desnudo, como
rico banquero q u e l a s echa de realista. Ya comprenderá con un h o m b r e que carece de dinero. Ese padre había
usted que, en tiempo del Imperio, á n i n g u n o de los dado en veinticinco años s u s e n t r a ñ a s y su a m o r ;
dos yernos se les daba g r a n cosa de ver por casa á luego, en un día.dio todo su dinero. Quedó como un
aquel antiguo t e r r o r i s t a ; e n tiempo de Bonaparte, no limón exprimido, y sus hijas han arrojado la corteza
eran indispensables ciertos escrúpulos. Pero cuando al arroyo.
h a n vuelto los Borbones, el buen hombre ha e s t o r - | El m u n d o es infame, dijo la vizcondesa, entrete-
bado al señor de Restaud y m á s aún al banquero. Las teniéndose en deshilacliar su chai y sin alzar la vista,
hijas, que quizá conservaban cierto cariño al viejo, porque sé. sentía herida en el corazón por las palabras
quisieron contentar al padre y al marido. Veían á Loriot que la duquesa había intercalado en su historia.
cuando no tenían visita, queriéndole hacer creer que — ¡ Infame, n o ! replicó la duquesa. Sigue su c a m i n o ;
obraban así por exceso de cariño : «" Papa, venga usted ni más, ni menos, y al hablarle á usted en estos términos
cuando no haya nadie, porque estaremos mejor. » Creo me propongo probar que no m e dejo eog^Baasupéu^éf:"'1 ^
q u e los. sentimientos verdaderos tienen ojos é inteli- Pienso como usted, ilijoj estrechando la
"ALFONSO R f í t - /
desa. El mundo es un b a r r i z a l ; tratemos de conser- en toda su extensión la miserable vanidad de los
v a r n o s en las partes más elevadas. hombres. Yo había leído ya bastante en el libro del
Se levantó, dió un beso á la señora de Beauseanten mundo, pero aun me quedaban muchas páginas que
la frente, y le d i j o : leer. Ahora lo conozco todo. Cuanto más fríamente
— Está usted muy hermosa en este momento, que- calcule usted, tanto más lejos irá. Azote sin pie' lad ,y será
rida mía, y tiene usted el color más bonito que h e visto temido. No acepte á l o s hombres y á las mujeres sino
en mi vida. como caballos de posta, que se dejan medio reventados
Dicho lo cual, salió, después de haber saludado con en cada relevo, y asi llegará usted á la meta de sus
una inclinación de cabeza al primo. deseos. No será usted nada en París sin tener una
— ¡ Papá Goriót es s u b l i m e ! exclamó Eugenio, re- mujer que se interese por usted. Debe ser joven, rica
cordando en aquel momento la escena del buen viejo y elegante. Pero si alimenta usted un sentimiento
deformando el servicio de plata noches antes. verdadero, ocúltelo como un tesoro ; si se lo descubren,
La de Beauseant no le o y ó ; estaba pensativa. T r a n s - está usted perdido. Dejaría usted de ser verdugo para
currieron algunos minutos de silencio, y el pobre e s t u - convertirse, en víctima. Si ama usted alguna vez,
diante, por una especie de estupor vergonzoso, no se ¡ guarde bien su secreto! al me.nos no lo descubra usted
atrevía á marcharse, n i á quedarse, ni á hablar. sin v e r á quién. Para preservar anticipadamente este
— El mundo es infame y malvado, dijo por fin la amor que aun no existe, desconfíe usted de todos. Escu-
vizcondesa. En cuanto nos occurre una desgracia, h á - che usted, Miguel, sin darse cuenta de ello, incurría
llase siempre un amigo dispuesto á venir á decírnoslo, en la candidez de equivocarse de n o m b r e . . . Hay algo
entre tenié n dose en desgarrar nos el corazón con u n pu ñal, más espantoso todavía que el abandono" de un padre
ápretexto d e q u e admiremos el m a n g o . ¿ Y a empiezan por s u s dos hijos que desean verle m u e r t o : la rivalidad
el sarcasmo y las burlas ? ¡ Oh! Pero me defenderé. de dos h e r m a n a s . Restaud es de buena cuna ; su m u j e r
Irguió la cabeza con arrogancia propia de su noble ha sido presentada y admitida en la corte ; pero su
sangre, y sus ojos despidieron relámpagos. hermana, con ser tan rica, su h e r m o s a h e r m a n a la
— ¡ A h ! exclamó al ver á Eugenio, ¿estaba usted señora de Nucingen, casada con un banquero, se muere
aquí ? de pena, devorada por los celos que le inspira no haber
— Todavía, dijo de un modo lastismoso. recibido iguales honores. Su h e r m a n a noes su h e r m a n a :
— Pues bien, señor de Rastignac, trate usted al está á cien leguas de ella. Ambas reniegan la u n a de
mundo como merece ser tratado. Puesto q u e u s t e d e s la otro como reniegan de su padre. Delfina de Nucingen
ambicioso, yo le a y u d a r é á s u b i r . Sondará toda la p r o - lamería todo el barro que h a y entre la calle de San
fundidad de la corrupción femenina y medirá usted Lázaro y la de Grenelle por tal de ser admitida en mi
entrar en el laberinto. No me lo comprometa usted,
casa. Se ha hecho eselava de De Marsay, porque creyó
dijo inclinando el cuello y dirigiendo al estudiante una
que De Marsay la serviría para llegar á su propósito >
mirada de r e i n a ; devuélvamelo limpio. Y ahora, déje-
convencida de su error maltrató á De Marsay. Pero á
me sola, que también nosotras las mujeres tenemos
.éste le importa poco ó nada. Si niela presenta, será us-
batallas que librar.
ted su mejor amigo, su Benjamín, su adorado. Si des-
pués de eso puede usted'amarla, á m e l a ; y si no, utilí- — ¡ Si alguna vez le hace á usted falta un h o m b r e
cela. La veré una ó dos veces, en días de g r a n sarao, decidido para hacer volar una mina ! dijo Eugenio
cuando haya m u c h e d u m b r e ; pero nunca la recibiré interrumpiéndola.
de mañana. Usted se ha cerrado las puertas de casa de 1 — ¿Uñé?
la condesa por haber pronunciado el nombre del viejo Dióse un golpe en el pecho, devolvió su sonrisa á
GorioL SI, amigo mío, aunque vuelva usted veinte veces su prima, y salió. Eran lás cinco. Eugenio sentía ape-
- á c a s a de la señora de Restaud, otras t a n t a s le dirán tito, y temió no l l e g a r á la hora de comer, temor que le
que ha salido. E n u n a palabra, ha sido usted despedido. hizo comprender la alegría de ser transportado con
Pues bien, que e l propio papá Go'riot le abra las de la rapidez al través de París. Este placer puramente m a -
casa de Delfina. La hermosa señora de Nucingen será quinal le permitió entregarse por completo á los diversos
para usted .una bandera. Sea usted" el. h o m b r e á quien pensamientos que le asaltaban. Cuando un joven de
ella distinga, y las demás m u j e r e s se volverán locas por su edad recibe un desprecio, se enfurece, se pone ra-
- usted. Sus rivales, sus a m i g a s , sus- mejores amigas bioso, amenaza con el puño á la sociedad entera, j u r a
q u e r r á n atraerle, porque hay mujeres que envidian al vengarse y hasta duda de sí mismo. Rastignac se h a -
h o m b r e eligido por o t r a ; como hay p o b r e s señoras de llaba en aquel m o m e n t o bajo la impresión de estas
la clase media que s e ponen nuestros sombreros cre- palabras: « Se ha cerrado usted la puerta de casa de
y e n d o GOpiar con esto n u e s t r o s modales. Tendrá usted la condesa ».
éxitos. E n París, el éxito lo es todo, es la llave del po- « Iré, díjose á si mismo ; y si la señora de Beauseant
der. Si las m u j e r e s le hallan á usted ingenioso y le tiene razón, si he sido despedido... la de Restaud me
atribuyen talento, lo creerán los hombres, salvo si encontrará por donde quiera que vaya. Aprenderé á
usted se empeña e n desmentirlas. Entonces la voluntad manejar las a r m a s , á tirar á la pistola, y mataré á su
de usted será omnipotente, podrá usted" osarlo todo y querido Máximo. »
tendrá usted entrada en todas partes. Entonces sabrá' « ¡Y dinero! le gritaba su conciencia, ¿ d o n d e encon-
usted que el m u n d o es u n c o n j u n t o de tontos y de trarás el dinero que necesitas? »
pillos: no esté usted con los primeros ni con los segun- De pronto brilló a n t e s u s ojos la riqueza que admi-
dos. Le presto mi n o m b r e cual hilo de Ariadna p a r a rara en casa de la condesa de Restaud. Había visto el
vieron á su memoria comentados por la miseria. R a s -
lujo que tanto debía enamorar á la ex-señorita Goriot,
tignac resolv ió abrir dos paralelas para llegar á la f o r -
las molduras doradas, los objetos caros colocados en
tuna : la ciencia y el a m o r . Sería g r a n doctor y hombre
primer término, donde se vieran con ese afán de éxhi- ;
de los de moda en los salones de París. ¡ Cuán niño era
bición y despilfarro del advenedizo y de la mujer entre-
todavía! Ignoraba que esas dos líneas son asíntotas
tenida. Esta fascinadora imagen fué repentinamente
que nunca han de encontrarse.
aniquilada por el grandioso hotel de Beauseant. Su
imaginación, transportándole á las altas regiones de — Muy tétrico está usted hoy, señor marqués, le
la sociedad parisiense, le inspiró un mundo de malos dijo Vautrin, lanzándole una de aquellas miradas que
pensamientos, llenándole la cabeza y ensanchándole la parecían explorar los últimos rincones de u n corazón.
conciencia. Vió la sociedad tal cual e s : las leyes y la — No estoy dispuesto "á a g u a n t a r las b r o m a s de los
moral impotentes con los ricos, siendo el dinero la que me llaman « señor marqués », contestó. Para ser
ultima vatio mundi.. marqués de veras se necesita tener cien mil francos de
renta, y los que vivimos en casa de la señora de Vau-
« Vautrin tiene razón, p e n s ó ; la fortuna es la v i r -
quer no solemos ser niños mimados de la fortuna.
tud. »
Vautrin miró á Rastignaccon aire desdeñoso y c o m -
Ya que llegó á la casa de huéspedes, subió a p r e s u -
pasivo, como d i c i e n d o : « Chicuelo, contigo no tengo
radamente á su cuarto, bajó de nuevo para dar diez yo ni para empezar. » Y después a ñ a d i ó :
francos al cochero, y entró después en el comedor
— ¿ Está usted de mal h u m o r porque no lé ha ido
inmundo, donde halló á los diez y ocho huéspedes á usted bien con la h e r m o s a condesa de Restaud |
apercibidos para comer como animales en un establo.
— Me ha cerrado su puerta porque he dicho que su
El espectáculo de aquellas miserias y el aspecto del padre vivía con nosotros, exclamó Rastignac.
comedor le horrorizaron. Era demasiado brusca la tran -
Todos los comensales se m i r a r o n . Papá Goriot bajó
sición, demasiado violento el contraste para que con los ojos y se volvió para limpiárselos.
ellos no se exacerbara su ambición. Allá, las frescas y
— Me ha echado usted tabaco en un ojo, dijo á su
risueñas imágenes de la naturaleza social m á s elegante, vecino.
rostros jóvenes, vivos, teniendo por marco las m a r a -
— El que moleste á papá Goriot se las e n t e n d e r á
villas del arte y del lujo, cabezas apasionadas, llenas conmigo desde hoy, respondió Eugenio, dirigiéndose
de poesía; aquí, torpes cuadros rodeados de fango, y al vecino del fabricante de fideos. Vale más que todos
caras en que las pasiones sólo habían dejado el feo nosotros. Esto no va con las señoras, dijo volviéndose
mecanismo que las hace moverse. Las enseñanzas que hacia Victorina.
en su cólera de m u j e r desdeñada había vertido la señora
La frase fué decisiva. Eugenio la había pronunciado
de Beauseant, los capciosos ofrecimientos, de ésta vol-
en un tono que impuso respeto á los convidados. Sólo sejos de la vizcondesa de Beauseant, y se preguntaba
Vautrin pronunció estas palabras en tono de m o f a : cómo y dónde encontraría dinero. Quedóse pensativo
— Para que tome usted al papá Goriot bajo su p r o - viendo desarrollarse ante sí la inmensa llanura de la
tección y se declare su editor responsable es preciso vida, á l a vez vacía y llena de encantos para él; todos
manejar una espada y tirar á la pistola. se fueron, dejándole solo, una vez terminada la comida.
— Así lo haré, dijo Eugenio. — ¿De modo que ha visto usted á mi h i j a ? dijo
' l p | ¿ ¡ j § ha puesto usted hoy en c a m p a ñ a ? á su lado la voz conmovida d e papá Goriot.
— Acaso, respondió Rastignac. Pero no tengo que Despertó Eugenio de su meditación, tomó la mano
dar á nadie cuenta de mis actos, por lo m i s m o que del viejo, la contempló tiernamente y le contestó:
no me meto en lo que los demás hacen por la noche. — Es usted una persona excelente y d i g n í s i m a ; ya
Vautrin miró á Rastignac de reojo. hablaremos de sus hijas de usted.
— Joven, el que no quiera tomar en serio los fanto- Levantóse sin escuchar á Goriot, subió á su cuarto,
ches, no debe contentarse con m i r a r por los agujeros y escribió la siguiente carta :
del telón, sino e n t r a r entre bastidores. Y basta con lo
dicho, añadió viendo á Eugenio á punto de amostazarse. « Querida m a m á : Mira si no te queda un tercer pecho
Cuándo usted quiera, hablaremos más despacio. que puedas abrirte para mí. Estoy en situación de
La comida hízose sombría y triste. Papá Goriot, lograr fortuna en poco tiempo. Necesito á toda costa
entregado completamente al dolor que le había cau- mil doscientos francos. No digas nada á papá, porque
sado la frase del estudiante, no comprendió que la si se entera es probable que se oponga, en cuyo caso
disposición de los espíritus habia cambiado á su res- la desesperación podría llevarme hasta el suicidio.
pecto, y que un joven m u y capaz de imponer silencio Cuando nos veamos, te expondré los motivos de mi
á los burlones había salido á su defensa. petición, porque tendría que escribir muchos tomos
— ¿ De modo que el señor Goriot, dijo "en voz baja para explicarte la situación en que me encuentro. Mamá,
la viuda de Vauquer, es padre de una c o n d e s a ? no he j u g a d o ni debo nada, pero si quieres que con-
— Y de u n a baronesa, replicó Rastignac. serve la vida que me diste es preciso que me envíes
— E s e e s su punto fuerte, dijo Bianchon á R a s t i g n a c ; dicha cantidad. E n una palabra, he ido á casa de la
he estudiado su cabeza y no tiene más que una pro- vizcondesa de Beauseant, y ésta me ha tomado bajo su
t u b e r a n c i a : la de la paternidad. Este h o m b r e es u n protección. Tengo que presentarme en sociedad, y no
padre eterno. poseo u n cuarto ni para llevar guantes limpios. Sabré
Pero Eugenio estaba demasiado serio para reír de no comer más que pan, beber sólo a g u a ; si e s p r e -
las bromas de Bianchon. Quería aprovechar los con- ciso, a y u n a r é ; pero no puedo privarme de los meJios
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indispensables para labrar mi porvenir. Se trata de todo su malicioso ingenio de muchachas para enviarle
vencer ó de quedar en la estacada, caido en el barro. Sé de incógnito el dinero y f r a g u a n d o aquella p r i m e r a
lo que e s p e r á i s d e m i , y quiero realizarlo. Así, querida mentira, que las sublimaba.
mamá, vende alguna de tus alhajas antiguas, que no « El corazón de una h e r m a n a , se dijo, es puro c o m o
tardaré en comprarte otras. Conozco lo bastante la un diamante, es un a b i s m o de pureza. »
situación de la familia para poder apreciar tales s a c r i - Sentía vergüenza por haber escrito. ¡Cuán poderosas
ficios y no debes creer q u e te los exijo en v a n o : si tal serían sus súplicas, cuán puro sería el fervor, de sus.
hiciera, sería un m o n s t r u o . No veas en mi ruego sino almas hacia el cielo! ¡De qué buena voluntad iban á
el grito de una imperiosa necesidad. Todo nuestro sacrificarse y q u é profundo sería el dolor de su madre-
porvenir depende de esa s u m a . Con ella debo comenzar si no podía enviar toda la cantidad pedida! Aquellos-
la campaña, pues esta vida de París es una continua sentimientos tan h e r m o s o s , aquellos sacrificios tan,
lucha. Si para completar la s u m a no hay más remedio terribles i b a n á servirle de escalones para llegar h a s t a
que vender los encajes de tía, díle que le e n v i a r é o t r o s Delfina de Nucingen. A l g u n a s lágrimas, últimos g r a n o s
más hermosos, etc. » de incienso q u e m a d o s en el altar d é l a familia, b r o t a r o n
de s u s ojos. Goriot, que le veía p o r la puerta mal c e -
También escribió á cada una de sus h e r m a n a s pidién- rrada, entró y le dijo :
doles sus economías, y para arrancárselas sin que las — ¿ Qué le pasa á usted ?
muchachas hablasen en familia del sacrificio que no — ¡ Ah ! mi buen vecino, soy hijo y soy hermano»
dejarían de hacerle con verdadero placer, apeló á su así como usted es padre. Con razón tiembla usted p o r
delicadeza tocando el punto de h o n r a , á que tan sen- la condesa Anastasia : se ha entregado á un Máximo de
sibles son los corazones juveniles. Sin embargo, Trailles que la perderá.
después de haber escrito las cartas, sintióse involun- Alejóse Goriot balbuceando a l g u n a s palabras, cuyo,
tariamente c o n m o v i d o : estaba anhelante y trémulo. El sentido no alcanzó Eugenio á comprender. Éste f u é
ambicioso joven conocía la inmaculada nobleza de al día siguiente á echar las cartas al correo. Vaciló-
aquellas almas sepultadas en la soledad, sabía qué basta el último instante, pero p o r fin las arrojó en el
causaría á s u s dos h e r m a n a s , y también cuán alegres buzón, diciendo: « ¡Venceré! » Palabra de j u g a d o r y
disgusto estarían por haberle sacado de apuro y con de g r a n capitán ; palabra fatal q u e pierde á m á s h o m -
qué placer hablarían en secreto de aquel hermano que- bres que salva.
rido, en el fondo del jardincito. La imaginación se las Al cabo de a l g u n o s días fué Eugenio á casa de la
hacía ver con la propia lucidez q u e si las tuviese delante, condesa de Restaud, y no fué recibido. Volvió t r e s
contando en secreto su pequeño tesoro, desplegando veces, y otras tantas halló cerrada la p u e r t a , á p e s a r
de que adoptó la precaución de presentarse á horas en últimas ráfagas duraron lo bastante para que la vizcon-
q u e sabía que no se encontraba allí el conde de Trailles. desa permaneciese en París y prestase su apoyo á E u -
No le había e n g a ñ a d o la vizcondesa. El estudiante genio, por el cual había concebido una especie de afecto
dejó de estudiar. Iba á clase para contestar á la llamada, supersticioso, sin duda por haberle demostrado él ca-
pero en cuanto contestaba marchábase. Habíase trazado riño y mostrádose sensible á s u s dolores en circuns-
el plan de todos los estudiantes : se reservaba para la tancias en que las mujeres no ven piedad ni consuelo
época de los e x á m e n e s ; ganaría dos años, el s e g u n d o verdadero en n i n g u n a mirada. Si en tales circunstancias
y tercero, de una vez, y aprendería derecho á fondo díceles un hombre dulces palabras amorosas, dícelas
en el momento oportuno. Quedábanle, pues, quince por especulación.
meses de ocio para explorar ese océano llamado P a r í s ; Deseando ponerse bien al tanto de c u a n t o érale nece-
dedicaríase á la trata de mujeres ó pescaría una for- sario saber para la conquista de Delfina de Nucingen,
tuna. Durante la s e m a n a vió dos veces á la señora de quiso Rastignac conocer previamente la vida deGoriot,
Beauseant, en cuya casa no entraba sino después de y recogió acerca de ella las siguientes noticias :
v e r salir al marqués de Ajuda. Aquella m u j e r ilustre, Juan Joaquín Goriot era antes de la Revolución
la más poética figura del arrabal Saint-Germain, obtuvo obrero en una fábrica de h a r i n a s , hábil, económico y
una victoria de algunos días, logrando que fuera a p l a - lo bastante emprendedor para haber comprado las
zado el matrimonio de la s e ñ o r i t a de Rochefide con existencias de su a m o , á quien la casualidad hizo v í c -
el m a r q u é s de Ajuda. Pero esos días, en los cuales el tima de la primera sublevación de 1189. Establecióse
temor de ver perdida la felicidad la hicieron desplegar- en la calle de la Jussienne, cerca del mercado de granos,
m á s ardor que n u n c a , precipitaron la catástrofe. El teniendo el buen acuerdo de aceptar la presidencia de
m a r q u é s de Ajuda, de acuerdo con los Rochefide, había la sección de su barrio, con objeto de obtener para su
mirado aquella r i ñ a amorosa y la reconciliación que comercio la protección d é l o s personajes q u e e n aquella
siguió como una circunstancia feliz: tenían la espe- peligrosa época disponían de mayor influjo. Tal p r u -
ranza de que la vizcondesa se habituaría á la idea de dencia fué la base de su f o r t u n a , la que comenzó en la
aquel enlace y acabaría por resignarse á un suceso á carestía, verdadera ó falsa, que tan alto precio hizo
todas luces inevitable. Vese que, á pesar de los más adquirir en París á los g r a n o s . Matábase el pueblo á la
sagrados j u r a m e n t o s , diariamente renovados, el m a r - puerta de los panaderos, mientras ciertas personas
qués engañaba á la vizcondesa, la cual, al decir de la iban, sin peligro alguno, á comprar pastas de Italia en
duquesa de Langeais, una de sus mejores amigas, en las tiendas de ultramarinos. En aquel año reunió el
vez de arrojarse noblemente por la ventana, dejaba ciudadano Goriot los capitales que más adelante le sir-
que la echaran por las escaleras. Sin embargo, aquellas vieron para continuar su comercio con toda esa s u p e -
rioridad q u e d a n las g r a n d e s masas de dinero á losqüe. nuestro fabricante, ocupándolo todo, lo m i s m o q u e el
las poseen. Sucedióle lo que á todos los h o m b r e s que comercio de g r a n o s había absorbido toda la inteligen-
tienen una capacidad r e l a t i v a : que le salvó su propia cia de. su cerebro. Inspiróle su m u j e r , hija única de
medianía. Además, como n o se-supo que-era rico hasta un rico hacendado de Brie, un a m o r sin límites, espe-
q u e desapareció el peligro de serlo, no excitó la envidia cie de adoración religiosa. Goriot admiró e n ella u ñ a
naturaleza á la p a r delicada y fuerte, sensible y her-
d e nadie. Diríase que el comercio de g r a n o s había
mosa, q u e contrastaba radicalmente con la suya. Si
absorbido toda s u inteligencia.
hay un sentimiento i n n a t o en el corazón del hombre,
No tenía su . igual Goriot e n la cuestión de trigos,
¿ n o lo constituye el orgullo de ia protección ejercida
de harinas, de g r a n o s de desecho, de reconocer su
en todo momento en favor dé ún ser débil? Unid á
clase-y procedencia, de conservarlos, p r e v e r l o s p r e -
esto el amor, vivo agradecimiento de todas las almas :
cios, profetizar la abundancia ó escasez de las cose-
francas hacia el principio de s u s placeres, y compren-
c h a s , de procurarse cereales baratos y de. comprarlos
deréis una multitud dé rarezas morales. A los siete
e n Sicilia-ó en Ucrania. Viéndole llevar su negocio y
años de una felicidad no interrumpida;, tuvo. Goriot la
oyéndole explicar las leyes de la exportación y de la
desgracia de perder á su m u j e r , precisamenté cuando
importación de "granos y exponer.su alcance y s u s in-
ésta.comenzaba á ejercer cierto dominio sobre él, aun
convenientes, hubiérasele creído capaz de regir un
fuera.de la -esfera de los séntimientos. Tal vez, de ha-
m i n i s t e r i o . E r a paciente, activo, enérgico, constante
ber vivido, hubiera cultivado aquella naturaleza inerte,
y rápido en el o b r a r ; tenía mirada d e águila, se anti-
, sembrando en ella la inteligencia de las cosas del
cipaba á todo, lo preveía todo, lo sabía todo y lo c a -
m u n d o y de la vida. En Goriot viudo, desarrollóse el
llaba todo; era u n diplomático en la concepción, y un
sentimiento de la paternidad hasta m á s allá de lo ra-
soldado en la ejecución. Pero f u e r a de su especialidad,
zonable. Concentró todos- sus afectos, burlados en
sacándolo de la humilde y obscura tienda, en cuyo
g r a n parte por la muerte, en s u s tíos hijas, las cuales
u m b r a l permanecía d u r a n t e las h o r a s de ociosidad, con
en un principio supieron -corresponder á aquellos
el h o m b r o apoyado e n el m o n t a n t e de la puerta, t r a n s -
sentimientos. Por brillantes q u e fueron las proposi-
formábase en obrero estúpido y grosero, incapaz de
ciones que le hicieron negociantes ó ríeos labradores
c o m p r e n d e r un razonamiento, insensible á todos los
que anhelaban darle s u s hijas, determinó quedar
placeres d e l espíritu al punto de dormirse en el teatro;
viudo. Su suegro," único h o m b r e á quien había profe-
u n o de-esos Dolibans parisienses, superiores tan sólo
sado algún afecto, pretendía saber de ciencia cierta
e n estupidez. E s o s temperamentos se parecen casi to-
que Goriot había jurado permanecer fiel á su m u j e r
dos. En casi todos hallarías un sentimiento sublime
a u n después de m u e r t a ; pero la gente del mercado,
e n su corazón. Dos, y m u y exclusivos, llenaban el de
incapaz de comprender esta sublime locura, bautizó á
por tanto, m u y por cima de sí mismo, amando de
Goriot con cierto apodo grotesco. El primero que tuvo
la ocurrencia de pronunciarlo en su presencia — por ellas hasta el mal que le hacían.
cierto que fué bebiendo el vino de un trato — recibió Cuando tuvieron edad para casarse pudieron elegir
del fabricante de fideos un puñetazo en el h o m b r o , que marido según sus aficiones: cada una había de llevar
le envió de cabeza contra un guardacantón de la calle como dote la mitad de la fortuna del padre. Solicitada
Oblin. Tan conocidos eran la irreflexiva abnegación de por su belleza por el conde Restaud, Anastasia tenía
Goriot y el cariño temeroso y delicado que profesaba inclinaciones aristocráticas que la indujeron á a b a n -
á sus hijas, que en cierta ocasión, un su rival que de- donar la casa paterna para lanzarse en la alta sociedad
seaba alejarle del mercado para quedar dueño de la co- parisiense.
tización, le dijo que Delfina había sido atropellada En cambio, á Delfina gustábale el dinero, y se casó
por un coche. Pálido y convulso, abandonó Goriot en con el barón de Nucingen, banquero de origen a l e -
el acto el mercado, y estuvo enfermo muchos días á mán, que logró del Santo Imperio su título. Goriot
causa del choque de los encontrados sentimientos que siguió comerciando en h a r i n a s y sopas de pasta. No
la falsa noticia le produjo. Si no descargó su terrible tardaron yernos é hijas en manifestar su disgusto
puño sobre el hombro de aquel competidor, echóle al verle continuar en su comercio, a u n q u e constituía
del mercado obligándole, en una circunstancia crítica, éste toda su v i d a ; y al cabo de cinco a ñ o s de instan-
á quebrar. cias consiguieron que se retirara, capitalizando sus
fondos y el producto de los negocios durante los úl-
La educación de s u s dos hijas fué naturalmente dis-
timos años, capital que la viuda de Vauquer, á cuya
paratada. De s u s sesenta mil francos de renta, Goriot
casa fué á vivir, suponía productos de una renta de
sólo gastaba mil doscientos; el resto lo empleaba en
ocho á diez mil francos. Se encerró en la casa de hués-
satisfacer los menores caprichos de ellas. Tuvieron,
pedes á causa de la desesperación que le produjo
para aprender, lo necesario á señoritas que aspiran á
ver que s u s hijas, obligadas por sus maridos, no sólo
brillar en la más encumbrada sociedad : los mejores
no quisieron que viviera con ellas, sino que hasta
maestros, u n a institutriz que, afortunadamente, era
se negaron á que las visitara ostensiblemente.
m u j e r de talento y de buen gusto;' tenían coche, mon-
taban á caballo y vivían como la a m a n t e más m i m a d a Estos informes era todo cuanto sabía un tal señor
de un viejo rico. Con sólo manifestar los más costosos Muret, acerca del bueno de Goriot, al que había éste
deseos, acudía inmediatamente su padre á c o l m a r l a s ; traspasado su comercio. Las suposiciones que Rastig-
y, como recompensa, sólo un beso de s u s hijas pedía.' nac había oído hacer á la duquesa de Langeais eran,
Goriot ponía á s u s hijas por cima de los ángeles y, por tanto, exactas. Y con esto termina la exposición
de nuestra obscura pero terrible t r a g s i i f e ^ W i e M í ;
BIBLIOTECA Í V
"ALFONSO KCIUS"

A p d o . 1 6 2 5 MONTERREY, MEXIGS
tu vida en parecer lo que no eres, en vivir en un
Hacia el fin de la primera s e m a ñ á del mes de di-
mundo para frecuentar el cual tendrás que hacer gas-
ciembre recibió Rastignac dos cartas, una de su madre
tos que no podrás sostener, y perder un tiempo pre-
y o t r a de su h e r m a n a m a y o r ! Aquellos caracteres de
cioso para tus estudios? Mi buen Eugenio, cree en lo
letra que tanto conocía, le hicieron palpitar de alegría
que te dice el corazón de tu m a d r e : los caminos tor-
y temblar de miedo al mismo tiempo, porque las del-
cidos no conducén á nada g r a n d e . La resignación y la
gadas- hojas de papel' contenían .su fortuna ó la m u e r t e ;
paciencia, son las g r a n d e s virtudes de los. jóvenes sin
<le s u s esperanzas. P o r una parte, y .teniendo en cuenta
fortuna. No te riño, ni quiero q u e esta ofrenda nues-
la difícil situación de su familia, concebía mil temo-
tra v a y a ' a c o m p a ñ a d a d e la menor a m a r g u r a . Mis pa-
r e s ; pero, por otra parte, y sabiendo hasta qué punto
labras Son de madre, tan confiada como previsora. Si
e r a querido de toda ella, aterrábale la idea de haber
tú sabes cuáles son tus obligaciones, yo conozco la
arrebatado á los suyos las-últimas gotas de sangre.
pureza dé tu corazón y la. rectitud de tus intenciones,
Esto, decía, la carta de su m a d r e :
y por eso puedo decirte sin t e m o r : ¡ Anda, sigue ade-
lante, querido hijo m í o ! Temo, porque, soy m a d r e ;
« Querido h i j o : Te mandó ló que me has pedido.
pero.cada uno de tus pasos ira acompañado por n u e s -
Emplea ¿ i é n ese dinero; m e sería imposible, aun c u a n -
tros votos y núéstras bendiciones. Sé p r u d e n t e , hijo
d o se tratase de salvarte la vida, encontrar una s e -
mío. Debes.ser juicioso como un .hombre, puesto que
g u n d a vez tan considerable s u m a siii qué. tu padre se
de ti depende el porvenir de cinco personas que te
e n t e r a r a , lo que produciría un disgusto de f a m i l i a ;
quieren. Sí, en ti estriba nuestro bienestar, así como
pues, para obtenerla, t e n d r í a m o s que hipotecar las tie-
tu dicha.es nuéstrá dicha. Todos 'pedimos á Dios q u é
rras, No puedo juzgar el mérito de t u s proyectos, por-
-secunde t u s - p l a n e s . Tu tía Marcillac se lia mostrado
q u e no los conozco; pero-¿dé qué especie serán cuan-
admirable en esta ocasión, diciendo que comprendía
d o no te atreves á confiármelos? No m e digas que
muy bien lo que contabas d é l o s g u a n t e s , añadiendo
necesitabas para ello muchos tomos ; a las madres nos
alegremente que tú eres su-preferido. Eugenio mío,
basta media palabra para comprender á los hijos, y
quiere m u c h o á tu tía; n o te diré lo que por ti ha hecho
esa media palabra me hubiera evitado las angustias
hasta que. hayas alcanzado-el éxito que te propones
d é l a incertidumbre. Me es imposible ocultarte la im-
conseguir; si ahora te hablara claro, su dinero te que-
presión dolorosa que tu carta me ha causado. Querido
maríamos dedos. ¡No. sabéis, oh jóvenes, lo que es
h i j o , - ¿ q u é sentimiento te ha llevado á llenar mi cora-
sacrificar recuerdos! Pero ¿ q u é no os sacrificaríamos?
zón de tales t e m o r e s ? Mucho has debido de sufrir al
Me encarga decirte que te manda un beso, en el que
escribirme, porque yo he sufrido m u c h o al leerte. ¿ E n
quisiera.comunicarte fuerza bastante para que seas
q u é empresa te lias metido? ¿Cifraras la felicidad de
siempre afortunado. La pobre no te escribe, á causa (le su h e r m a n a , cuyas expresiones inocentemente gra-
de la gota de los dedos. Tu padre está bien. La cose- ciosas le refrescaron el corazón:
cha excede á nuestras esperanzas. Adiós, hijo m i ó ; no
te digo nada de tus h e r m a n a s , porque Laura te es- « Muy á punto ha venido tu carta, querido h e r -
cribe. Quiero dejarle el gusto de charlar sobre los mano. Águeda y yo teníamos acerca del empleo que
asuntillos de familia. ¡ Quiera Dios que triunfes ! ¡Oh! habíamos de dar á nuestro dinero ideas tan diferen-
si, triunfa, Eugenio m í o ; me has hecho sentir un do- tes que no sabíamos por cuál decidirnos. Has hecho
lor demasiado vivo p a r a que pudiera soportarlo una lo que el criado del rey de España cuando derribó los
segunda vez! Hasta que he deseado una fortuna para relojes de éste: nos h a n puesto de acuerdo. Siempre
mi hijo, no he comprendido lo que era ser pobre. andábamos en discusiones para saber á cuál de n u e s -
¡Vaya, adiós! No nos dejes sin noticias tuyas, y re- tros deseos daríamos la preferencia, y no habíamos
coge aquí el beso que tu madre te envía. » adivinado., mi buen Eugenio, el empleo que plena-
mente satisfacía nuestros corazones. Águeda saltaba
Lloroso estaba Eugenio al acabar la lectura de la de alegría. Hemos pasado el día como locas, siendo
carta, lloraba y pensaba en el papá Goriot aplastando tan ruidosa nuestra alegría que m a m á nos decía en
su vajilla de plata para venderla y pagar la letra de tono severo : « ¿ P e r o qué tienen ustedes, señoritas?»
su hija. Y, si . nos hubiera reñido u n poco, creo que aun ha-
— También tu madre ha retorcido sus joyas, se bríamos estado más contentas. ¡ Mucho debe de agra-
decía, y tu tía h a b r á llorado, seguramente, deshacién- dar á una m u j e r sufrir por aquel á quien a m a ! Sólo
dose de a l g u n a s de s u s reliquias. ¿ C o n qué derecho yo estaba, á pesar de mi alegría, pensativa y triste.
maldecirías á Anastasia ? ¿ Acaso no acabas de hacer No seré una buena mujer de mi casa, porque soy muy
tú, en interés de tu porvenir, lo que ella ha hecho gastadora. Me había comprado dos c i n t u r o n e s , un
por su a m a n t e ? ¿Cuál de los dos vale más, ella ó t ú ? punzón m u y bonito para abrir los ojales de mi corsé
Sentía el estudiante s u s e n t r a ñ a s roídas por una y otras bagatelas, por la cual mis ahorros eran me-
sensación de calor intolerable. Quería prescindir de nores que los de la tranquilóla de Águeda, que es
aquel dinero y r e n u n c i a r al m u n d o , experimentando económica y junta peseta á peseta como una urraca.
uno de esos bellos y nobles remordimientos secretos ¡Tenía ella doscientos.francos! Yo, pobre amigo mío,
cuyo mérito rarísima vez aprecian los h o m b r e s cuando sólo tengo ciento cincuenta. Bien castigada estoy, y
juzgan á sus semejantes y que á veces hace que los me dan ganas de coger los cinturones y echarlos al
ángeles- del cielo absuelvan al criminal condenado pozo; no voy á tener gusto al ponérmelos, sino al
por los juristas de la tierra. Abrió Rastignae la carta c o n t r a r i a Te he robado. En cambio Águeda se ha po.--
t a d o m u y bien. Me d i j o : « ¡Vamos á mandarle tres- Hado en sus.dos baúles, llamados Herculano y Forn-
cientos cincuenta francos las dos ! » Mas no he podi- peya, tras .minuciosas investigaciones en los tesoros-
do resistir al deseo de contarte las cosas- tal como que contienen, una hermosa pieza de tela de. Holanda,
ocurrieron. ¿Sabes cómo nos hemos arreglado para cuya existencia era desconocida; las princesas Agueda
obedecer á tus órdenes ? Salimos de casa como quien y Laura ponen á su disposición hilo, a g u j a s y m a n o s
va de paseo,, y, una vez en la carretéra, corrimos á siempre demasiado coloradas. Los dos príncipes m e -
Ruffec, donde entregamos el dinero al señor Grimbert, nores, don Enrique y don Gabriel, conservan la ho-
encargado del despacho de las Reales Mensajerías.' nesta costumbre de atracarse de arrope; hacer rabiar
Ibamos ligeras como golondrinas que vuelven á s u s ni^ á sus h e r m a n a s , no querer a p r e n d e r u n a palabra, .co-
dos. « Parece q u e la alegría nos da alas », decía A g u e - ger nidos, m e t e r ruido y .cortar, á pesar de lo que
da. Y nos d i j i m o s . o t r a s m a c h a s cosas que no quiero imponen las leyes del Estado, v a r a s para hacer bas-
repetir aquí, señor parisiense^ pero que se referían á tones. El nuncio de Su Santidad, vulgarmente lla-
usted. Aunque puedo decirlo en dos palabras. Te que- mado señor, cu ra, amenaza excomulgarlos si persisten
remos 'mucho, ni más ni menos. En cuanto al se- en olvidar los santos cánones gramaticales para dedi-'
creto,, dice l a . t í a que' las* m u ñ e c a s . c o m o nosotras carse á ejercicios belicosos. •
somos capaces d e todo, incluso de callar. Nuestra » Adiós, querido h e r m a n o . Ninguna carta ha llevado
m a d r e ha ido misteriosamente á Angulema con la tía, tantos votos por tu felicidad como ésta lleva, n i tanto
y ambas han- guardado silencio en lo referente á la ni tan satisfecho cariño. ¡ Cuántas cosas t e n d r á s que
alta- política de su viaje, el cual no se ha. efectuado contarnos cuando vengas ! A mi m e - c o n f i a r á s , todos
sin largas conferencias dé las que hemos s i d ó exclui-
tus secretos, por ser la h e r m a n a mayor- k a tia nos
d a s , y también el señor barón. Grandes conjeturas
ha dado á entender q u e has tenido alguna buena f o r -
ocupan los espíritus en el Estado de Rastignae. El
tuna. - • -
vestido de muselina Con flores bordadas que las i n - Hablase*de una dama y lo demás lo c a l l a n . . .
f a n t a s bordan para Su Majestad la reina adelanta en » Responde pronto á esto, p o r q u e s i quieres camisas
medio del mayor secreto, sólo- le faltón dos paños. b u e n a s y bien cosidas, tendremos que p o n e r n o s á
Se ha acordado no construir la tapia de la parte de t r a b a j a r en ellas inmediatamente, y , si hay en París
V e r t u e i l j en s u lugar se pondrá una empalizada El modas nuevas que no conozcamos, envíanos un m o -
pueblo perderá alguna fruta y a l g u n a s enredaderas, delo, sobre todo para los puños! ¡ Adiós,; adiós !. Te
pero los forasteros disfrutarán de mejores vistas. Si m a n d o un beso en la frente, del lado izquierdo, que
necesitara pañuelos el p r e s u n t o heredero, queda pre- es el que me. pertenece exclusivamente... Dejo la otra
venido que la anciana princesa de Marcillac ha h a - hoja de la carta para Á g u e d a , la cual m e h a prome-
no l e e r 10
te escribo. Pero por si acaso, no ¡ Mil quinientos francos y ropa á discreción ! Desde
me separaré de su lado hasta q u e acabe. Tu herma- aquel momento el pobre meridional no dudó de nada,
n a , q u e te q u i e r e . — LAURA DE " R A S T I G N A C . » y bajó á almorzar con ese aire indefinible que da á un
joven la posesión de algún dinero. Parece que, en
— ; Oh, sí, pensó Eugenio, sí, la fortuna á toda costa' cuanto éste entra en el bolsillo de un estudiante, l e -
I odos los tesoros del m u n d o no recompensarían esta vántase delante del favorecido para servirle de apoyo
abnegación. Quisiera poder pagársela con todas las fe- una columna fantástica. Camina más derecho, como
licidades-juntas... ¡Mil quinientos cincuenta francos' sintiendo un punto de apoyo para su palanca, mira
se dijo, después de una pausa. ¡ Es necesario que cada frente á frente y tiene más agilidad en todos s u s mo-
pieza de cinco francos g a n e una victoria! Dice bien vimientos. La víspera, h u m i l d e y tímido, hubiera re-
Laura. ¡Demonio de m u j e r e s ! Todas las camisas que cibido un golpe sin protesta ; al día siguiente es capaz
tengo son ordinarias. El deseo de c o n t r i b u i r á la for- de pegar al primer ministro. Ocurren en él fenómenos
tuna ajena hace m u y perspicaces á estas muchachas
inauditos : quiere todo, lo puede todo y todo lo desea;
Inocente para ella y previsora para mí, Laura es como
es alegre, generoso y expansivo. En una palabra, h á -
el ángel del cielo que perdona las culpas de la tierra sin
llase como un pájaro que, sin alas momentos antes,
comprenderlas.
se hallara con ellas de repente. El estudiante pobre
i Suyo era el m u n d o ! Ya su sastre había sido con- atrapa un pedazo de placer como un perro que, arros-
vocado, sondeado, conquistado. Desde que Rastignac trando mil peligros, roba un hueso, lo rompe, chupa
v . o a l señor de Trailles, comprendió la influencia del
la médula y sigue corriendo ; pero el que hace sonar
sastre en la v.da de la gente j o v e n . En efecto, no hay
en el bolsillo u n a s cuantas monedas de oro, saborea
t e r m i n o medio: un sastre es un enemigo mortal ó un
los goces que han de proporcionarle, los analiza, se
amigo proporcionado por una factura. Eugenio halló
complace en pensar en ellos, se cierne en los espacios,
en el suyo un h o m b r e que ejercía el comercio de una
agitando s u s alas, y no sabe lo que la palabra mise-
manera, en cierto .modo, paternal, y q n e se conside-
ria significa. París entero es suyo. ¡ Edad en que todo
raba corno una especie de lazo de unión entre el pre-
brilla, fulgura y llama ! ¡ Edad de fuerza alegre de la
sente y el porvenir de sus parroquianos jóvenes V í
que nadie aprovecha, ni el h o m b r e ni la m u j e r !
es que Rastignac, agradecido, hizo la fortuna de aquel
¡ Edad de las dudas y de los continuos temores que
h o m b r e con una frase típica, de esas en que más
tarde sobresalió.« He visto de él, decía, dos pantalones duplican todos los placeres ! ¡ Quien no ha vivido en el
que han proporcionado á s u s bienaventurados dueños ribazo izquierdo del Sena, entre la calle Saint-Jacques
Herederas con veinte mil francos de renta. » y la de Saint-Pères, nada conoce de la vida h u m a n a !
— ¡ Ah ! se decía Rastignac, devorando las peras
cocidas, á céntimo cada j i n C servidas por la viuda de.
| — Conmigo tiene usted crédito, repuso mirando al
Vauquer. Si las mujeres de P a r í s - s u p i e r a n , vendrían
estudiante.
á a m a r aquí.
Vióse Rastignac obligado á darle las gracias, a u n -
En efecto, ün factor de las reales mensajerías p r e -
qué después d é l a s palabras cambiadas-entre ellos-en
sentóse en el comedor, después d e haber abierto rui-
tono tan agrio, el día en que volvía de casa de la
dosamente la verja del j a r d í n . Preguntó por el señor
de Beauseant, s l e había hecho insoportable. Du-
Rastignac, y le alargó dos saquitos y un libro de
rante aquellos ocho días, Vautrin y Eugenio se ha-,
asiento para firmar. Una mirada p r o f u n d a de Vautrin
bían contemplado en silencio, observándose' m u t u a -
cruzó el rostro de Eugenio, e n r o j e c i é n d o l o ' c o m o un
mente, sin que Eugenio pudiese explicar el por qué.
latigazo.
Sin duda, las ideas se. lanzan en razóñ directa de la
— Con eso podrá usted p a g a r las lecciones dé esgri-
fuerza con q u e h a n sido concebidas y van á caer allá
ma y las sesiones de tiro, dijo aquél.
donde el cerebro las envía, s e g ú n una ley matemática
— Han llegado los galeones, anadió la viuda mi-
comparable á la q u e dirige la bomba á la salida del
rando los saquitos.
mortero. Varían mticho los efectos que producen. Si
La séñorita Michoñneau hizo por mirarlos, temiendo
hay naturalezas débiles e n las que s e aloja y hace esr
que si fijaba en ellos la vista habían de descubrir su
tragos una idea, en cambio hay naturalezas.enéfgicas,
codicia. . .
cráneos de bronce, en los cuales las* balas "por otros
— Tiene usted una madre m u y buena, dijo la de
disparadas se aplastan como contra una m u r a l l a ; y
Couture.
por último, las hay sin consistencia, como de algodóñ,
— La madre del señor es m u y buena, repitió Poiret.
e n las que las ideas a j e n a s s > estrellan, así como se
— Sí, la m a m á sé ha dejado hacer una sangría, dijo
detienen y mueren las granadas, en la blanda tierra
Vautrin. Ahora podrá usted a n d a r de juergas,.frecuen-
de los reductos. Tenía Rastignac u n a de esas cabezas
tar la alta sociedad, pescar dotes y bailar eoh las c o n -
llenas de pólvora q u e al p r i m e r choque hacen explo-
desas que llevan en la cabeza adornosde flores demelo-
sión. -Su juvenil vitalidad le hacía muy accesible áesta
cotón. Pero créame, pollo, frecuente usted las salas de
proyección de ideas, á este contagio de .sentimientos,
tiro.
cuyos extraños fenómenos nos sorprenden .frecuente-
Vautrin remedó la actitud del q u e apunta a "un a d -
mente. La vista de su espíritu poseía él alcance y-la
versario. Rastignac quiso dar propina al dependiente",
lucidez de s u s ojos de lince. Cada uno de estQS.dobl.es
pero por más que buscó no halló nada en los bolsillos.-
sentidos tenía en él esa-extensión misteriosa, esa faci-
Vautrin metió la mano, e n el suyo y sacó un franco
lidad de ida y vuelta q u e n o s m a r a v i l l a en los h o m b r e s
que dió al hombre..
superiores, tiradores.expertos en encontrar los p u n t o s
vulnerables de todas las corazas. Durante el mes que desatando rápidamente un saquito. y contando ciento
acababa de t r a n s c u r r i r habíase desarrollado en E u g e - cuarenta francos á la patrona. E n t r e amigos, cuentas
nio igual cantidad de defectos que de cualidades. El claras, dijo á la viuda. E s t a m o s e n paz hasta fin de
mundo y el cumplimiento de s u s crecientes deseos le año. Haga el favor de cambiarme esta moneda de
exigían esos defectos. E n t r e sus cualidades, hallábase cinco francos.
esa viveza meridional que encamina al h o m b r e e n linea — E n t r e amigos, cuentas claras, repitió Poiret mi-
recta hacia una dificultad para resolverla, y que no rando á Vautrin.
permite á nadie nacido al s u r del Loira permanecer en — Tome s u franco, dijo Rastignac, extendiendo la
n i n g u n a incertidumbre, cualidad que los del norte mano hacia la esfinge con peluca.
llaman defecto, porque, dicen, si fué la causa de la — Diríase que tiene usted miedo de deberme algo,
fortuna de Murat, también lo fué de su muerte. De lo exclamó Vautrin, lanzando al joven una mirada adivi-
que debe deducirse, q u e cuando un meridional sabe nadora y dirigiéndole u n a de aquellas sonrisas s o c a -
unir la astucia del norte á la audacia del s u r , es rronas y diogénicas que habían estado más de cien
completo y queda en el trono de Suecia. No podía, por veces á punto de hacerle saltar.
tanto, Rastignac, permanecer mucho tiempo bajo el — P u e s . . . sí, contestó el estudiante, que, teniendo
fuego de las baterías de Vautrin sin decidir si éste era en cada m a n o uno de los saquitos, se había levantado
amigo ó enemigo. Por momentos parecíale que el s i n - para m a r c h a r s e .
gular personaje penetraba en s u s pasiones y en su Vautrin iba á salir por la puerta que daba á la sala,
corazón leyendo e n ellos, g u a r d a n d o con tal cuidado y Eugenio por la de la escalera.
los propios, que presentaba la inmóvil inmensidad de — ¿Sabe usted, señor marqués de Rastignacom?««,
la esfinge q u e todo lo sabe, todo lo ve y nada dice. que eso q u e usted dice no es m u y delicado? dijo e n -
Al sentirse lleno el bolsillo, Eugenio se insubordinó. tonces Vautrin, e m p u j a n d o la puerta de la sala y yén-
— Tenga usted la amabilidad de esperar, dijo á dose al estudiante, el cual le miró fríamente.
Vautrin, que después de haber saboreado los últimos Cerró Eugenio la puerta del comedor y condujo á
sorbos de café, se levantaba para salir. Vautrin al descanso de la escalera, que separaba dicha
— ¿Para qué? contestó el interpelado poniéndose el pieza de la cocina, y en el que había otra puerta
sombrero de anchas alas, y tomando su bastón de que daba al j a r d í n , sobre la cual se veía un ancho
hierro, con el cual se entretenía á veces en describir tragaluz cerrado por una reja. Una vez allí, el estu-
molinetes como h o m b r e que no hubiera temido la aco-
diante dijo delante de Silvia, que salía de la c o c i n a :
metida de cuatro ladrones.
— Señor Vautrin, ni soy marqués ni me llamo Ras-
— Deseo devolverle su dinero, repuso Rastignac tignacorama.
s

"ALFONSO RTVES'
— Van á pegarse, dijo la Michonneau con aire in-J Vauquer. Van ustedes á llamar la atención de los ve-
diferente.
cinos y á hacer que v e n g a la policía.
- ^ ¡ Á pegarse! repitió Poiret. — Varaos, vamos, no se sulfure, m a m á Vauquier,
— ¡Ca! respondióla señora viuda de Vauquer, a c á - i contestó Vautrin. Está bien, está bien, iremos á la
riciando la pila de escudos recibidos. sala de tiro.
— ¡ Pero si están en la alameda de los tilos ! gritó Y volvió con Rastignac, al que cogió familiarmente
Victorina, que se había levantado para mirar a P por un brazo. .
j a r d í n . Él caso es que ese pobre muchacho tiene ;
— Aunque le probara á" usted que á treinta y cinco
razón.
pasos pongo cinco balas seguidas en un as-de-espadas,,
— Subamos á nuestras habitaciones, querida, dijo . le dijo, no se. asustará. Me parece. q,ue.tiene, usted mal
la señora de Couture; esos a s u n t o s no nos i m p o r t a n . genio, y que es usted muy* capaz de hacerse m a t a r
Y cuando a m b a s se disponían á salir, hallaron in- como un imbécil.
terceptado el paso por la gruesa Silvia.
— Usted se vuelve atrás, dijo Eugenio.
— ¿ Pero que es. lo que pasa ? El señor Vautrin le.ha • — N o j n e excite usted la bilis, contestó Vautrin. No
dicho al señor dé Rastignac: « ¡ V a m o s á explicar- hace frío esta m a ñ a n a , venga usted á sentarse .allí,
nos! » Luego le ha cogido p o r un brazo, y allá van dijo señalando los bancos pintados de verde. Tenemos
pisando las alcachofas. que hablar. E s usted un buen muchacho, á quien e s -
En esto llegó Vautrin. toy m u y lejos de querer mal. Le estimo á usted p a l a -
— Mamá Vauquer, dijo sonriendo, voy á probar bra de E u g . . . ( ¡ m i l r a y o s ! ) palabra de Vautrin. ¿Por
mis pistolas bajo los tilos. qué? Voy á decírselo. E n t r e tanto sepa usted que le
— ¡Oh, caballero! dijo Victorina en ademán supli- conozco como si le hubiera parido y que se lo voy á
cante, ¿por qué quiere usted m a t a r al señor de Ras-
probar. Deje usted ahí s u s sacos, añadió indicándole
tignac ?
la mesa redonda.
— ¿ T a m b i é n u s t e d ? . . . dijo con acento zumbón, q u e Descansó Rastignac su dinero sobre la mesa y se
hizo ruborizar á Victorina. Es un guapo muchacho, sentó, presa de u n a curiosidad en alto grado excitada
¿ n o es v e r d a d ? Me ha dado usted u n a idea. Niña h e r - por el repentino cambio operado en los modales de
mosa, os h a r é felices á los dos. aquel h o m b r e que después de haber hablado de m a -
La viuda de Couture había cogido á Victorina por tarle se le presentaba como protector.
un brazo y la había sacado fuera, diciéndola al o í d o : — Usted arde en deseos de saber quién soy, lo que
— Pero, Victorina, ¡está usted hoy imposible! he hecho y lo que hago, continuó diciendo Vautrin. Es
— Prohibo que haya tiros en mi casa, dijo la de usted m u y curioso, amiguito mío. Por lo pronto, tran-
quilícese. Va usted á oír cosas buenas. He sido des-; uno tener confianza delante de un hombre. Pues mire
graciado. Principie usted por escuchar y luego me usted á qué sorpresas se presta el duelo: una vez me
contestará. He aqui ahora mi vida anterior en tres pa- batí á veinte pasos... y no hice blanco en mi adver-
labras. ¿Quién soy? Vautrin. ¿Qué hago? Lo que me sario; pero, en cambio, él, que en su vida había co-
da la gana. Prosigamos. ¿Quiere usted conocer mi ca- gido una pistola, ¡zas! aquí tiene usted el recuerdo
rácter? Soy bueno con los que me hacen bien ó con que me dejó.— Desabrochóse el chaleco y poniendo al
aquellos q u e me son simpáticos. Á éstos todo les está descubierto un pecho velludo como el lomo de un oso,
permitido conmigo; hasta pueden darme puntapiés en pero un vello rojizo que causaba espanto y r e p u g n a n -
la espinilla sin que yo d i g a : « ¡ Ojo! » Pero, ¡ mil ra- cia, hizo que Eugenio tocara con el dedo u n agujero
yos! soy malo como el demonio con los que me inco- qué en u n lado tenía. — Pero entonces era yo un niño,
modan ó que no me a g r a d a n . Bueno es que usted sepa tenia la edad de usted, veintiún a ñ o s , y todavía creta
q u e se me da tanto de matar á un h o m b r e como de en algo, en el a m o r de una m u j e r , por ejemplo, y en
esto, dijo lanzando á lo lejos un poco d e s a l i v a . Sólo otra porción de tonterías en que va usted á e m b a -
que hago lo posible por matarlo con limpieza y como rrancar. Supongamos q u e nos hemos batido y que el
es debido. Soy lo que usted llamaría un artista. Aquí muerto sov yo. Y usted ¿qué h a c e ? Huir, refugiarse
donde usted m e ve, he leído las Memorias de Benve- en Suiza y comerse el dinero de papá... que no lo tiene
nuto Cellini., y en italiano, por añadidura. Aquel de sobra ' Voy á darle á usted luz acerca de su actual
hombre, que lo era de veras, me lia enseñado á i m i - situación, pero quiero hacerlo con la superioridad de
tar á la Providencia que mata á tuerto y á derecho, y un h o m b r e que, después de h a b e r examinado las cosas
á a m a r lo bello donde quiera que lo halle. ¿No es ver- de este m u n d o , ha llegado á la conclusión de que no
dad que eso de j u g a r uno solo contra todos los demás hav más que dos partidos que adoptar : una estúpida
hombres y g a n a r la partida es cosa que seduce? He re- obediencia ó sublevarse. Yo no obedezco á nadie,
flexionado mucho acerca de la constitución presente de ¿comprende usted? ¿Sabe usted lo que necesita, al
vuestro desorden social. Hijo mío, el duelo es un j u e g o paso q u e va? Necesita usted un millón inmediatamente,
de niños, una tontería. Cuando de dos hombres vivos sin el cual podría bien suceder q u e esa cabecita vaya
debe desaparecer uno, es preciso ser un imbécil para á c a e r e n las redes de Saint-Cloud y marche á averi-
confiar su desaparición al acaso. ¿Qué es el duelo? Una guar si hay u n Ser Supremo. Ese millón voy á dár-
cuestión de cara ó cruz; ni más ni menos. Meto cinco selo yo á usted.
balas seguidas en el blanco, colocando cada una de ellas Hizo una pausa y se quedó mirando á Eugenio.
sobre la anterior y á treinta y cinco pasos de d i s t a n - — ¡Vaya, v a y a ! veo que pone usted mejor cara á su
cia. Me parece que con semejante habilidad bien puede papaito Vautrin. Al oír tal palabra se esponja usted
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como u n a señorita á la que se dice ¡hasta la n o c h e ! fiere á todos los h o m b r e s los que representan u n a g r a n
y que se compone relamiéndose como un gato que ha fuerza, aun á riesgo de ser aplastada por ella. He h e -
bebido leche. Más vale así. ¡ Andando, pues, y á e x p l i i cho el inventario de las aspiraciones de usted con ob-
carnos! Esta es su situación, pollo. Usted tiene allá, jeto de llegar á plantearle la cuestión. Y la cuestion es
en su pueblo, papá, mamá, tía mayor, dos h e r m a n a s la s i g u i e n t e : usted siénte un h a m b r e canina y tiene
(diez y ocho y diez y siete años) y dos hermanitos los dientes afilados, ¿cómo se las arregla para tener
(quince y diez años); he aquí la lista de la gente. La bien provista la d e s p e n s a ? Tenemos, en p r i m e r t é r -
tía educa á las dos hermanas, y el cura enseña latín á mino, el código penal. No es m u y apetitoso y no e n -
los h e r m a n o s . La familia coitíe más castañas cocidas seña nada, pero hay que comerlo. Sea. Se hace usted-
.que pan blanco, el papá cuida cuanto puede los cal- abogado para llegar á presidente deaudiencia, enviar
zoncillos, la m a m á se contenta con un vestido de v e - á presidio á u n o s cuantos, pobres diablos que valen
r a n o y otro de invierno, y las-hermanas se Visten como mas que nosotros, á pesar de ías iniciales T. F. que
pueden. Estoy al tanto de todo esó, he vivido en el que llevan en el h o m b r o , p r o b a n d o usted deesta suerte
Mediodía y me consta que las cosas pasan así cuando á los ricos que.pueden d o r m i r tranquilos. Poco chiste
de una renta de tres mil francos qué produce v u e s t r o tiene-la cosa,- á más de que se tarda en llegar á ese
exiguo dominio, hay que enviarle á usted mil doscien- puesto. E s preciso, en primer lugar, -estar hecho un
tos. A lo s u m o tenemos criado y cocinera, porque des- p a p a n a t a s . e n París por espacio dedos/años, mirando,
pués de todo papá es barón y h a y que m i r a r el q u é di- sin tocarlas, todas las g o l o s i n a s q u e nos apetecen.
r á n . Pero usted siente ambiciones; se trata con los Cansa, á cualquiera eso de desear siempre sin satis-
Beauseant, que son parientes, y tiene que ir á pie por facerse j a m á s • Si usted fuese endehle, de constitución
la calle; ansia hacer fortuna, y no posee un c é n t i m o ; análoga á la de los'moluscos, nada tendría usted que
suspira por las suculentas comidas del arrabal Saint- t e m e r ; pero ustéd tiene la naturaleza febril del león
Germain, y se ve obligado á contentarse con los gui- y un apetito, capaz de obligarle á cometer veinte dispa-
sotes de mamá.Vauquer, ¡desea u n hotel, y duerme en rates diarios. Por tanto, s u c u m b i r á usted á ese suplid
un c a m a r a n c h ó n ! No censuro esos apetitos. No á todos ció, el más .horrible que nos "ofrece él infierno del Dios
les es dado t e n e r ambición, simpático joven. P r e g u n t e de bondad . Admitamos que sea-usted prudentito, que
á las mujeres qué clase de hombres prefieren, y le beba leche y componga elej ías ; será menester que,
contestarán que los ambiciosos, porque éstos I o n m á s generoso como es usted, comience, después' de dis-
fuertes, tienen más hierro en la s a n g r e y . m á s c a l o r e n gustos y de privaciones que volverían rabioso á u n
el corazón que los demás. Y la m u j e r , q u e cuando se perro, por ser sustituto de .algún majadero ó píllete,
siente fuerte se considera feliz y m á s hermosa, p r e - en un rincón de provincia, adonde el gobierno le
arrojará á usted mil francos de sueldo como se arroja francos anuales. ¡Yo, antes de empequeñecer de ese
un plato de comida á u n perro de g u a r d a . Ladrará modo mi alma, me haría pirata! Además, dónde p e s -
usted á los ladrones, defenderá usted al rico y liará car los cuartos que me hacen falta? Poco risueño es
guillotinar á la gente de corazón. ¡Muchas gracias! todo eso. Tiene usted un recurso a ú n ; la dote de u n a
Si no tiene usted protector, se pudrirá en un tribunal mujer. ¿Quiere usted casarse? E q u i v a l d r í a á a m a r r a r s e
de provincias. Alrededor de los treinta será usted juez una cuerda al cuello. Por otra parte, ¿ a d o n d e irán á
con mil doscientos francos anuales de sueldo si aún parar s u s ideas de dignidad y de nobleza si se casa
no ha colgado usted la toga. A los cuarenta se casará usted por dinero ? Para eso mejor fuera comenzar
usted con la hija de algún molinero dotada con seis desde ahora m i s m o la guerra á los convencionalismos
mil francos de r e n t a : delicioso. Si comete usted alguna humanos. Poco sería a r r a s t r a r s e como una culebra
bajeza política, vendiendo á un h o m b r e que le estorbe á los pies de una mujer, lamer los pies de la madre,
al gobierno, á los cuarenta años será usted fiscal gene- cometer bajezas que repugnarían á u n a cerda. ¡ Que
ral y puede llegar á diputado. Observe usted, querido asco! ¡si por lo menos hallara usted dicha y reposo !
hijo mío, que para entonces le habrá á usted hecho Pero con una m u j e r con quien se case usted en tales
a l g u n o s desgarrones la conciencia, sufrido v e i n t e a ñ o s condiciones será más desgraciado que las piedras de
de disgustos y de secretas miserias, y s u s h e r m a n a s las alcantarillas. Más vale pelear con los hombres que
se habrán quedado para vestir imágenes. Tengo el h o - con la m u j e r propia. Tal es la encrucijada de la v i d a :
nor de añadir á la anterior observación que sólo hay elija usted el camino, j o v e n .
en Francia veinte fiscales generales, para cuyas veinte » Ya eligió : fué usted á casa de su primo Beauseant,
plazas son ustedes veinte mil a s p i r a n t e s , entre los y allí, olfateó usted el lujo. Luego, en casa de la
cuales hay farsantes que venderían á toda su familia señora de Restaud, la hija de Goriot, ha visto usted á
para obtener un ascenso. Si este porvenir le des- la mujer parisiense. Aquel día volvió usted á casa con
agrada, veamos otro. ¿Prefiere el señor barón de Ras- esta palabra escrita en la f r e n t e : Llegar, llegar á toda
tignac ser a b o g a d o ? ¡Oh, qué bonito! Tendrá usted costa. La leí y me dije : ¡ Bravo! ¡Este es de los
q u e padecer diez años, g a s t a r mil francos al mes, te- míos/ usted necesitaba, dinero, y, no sabiendo dónde
n e r u n a biblioteca, un bufete; presentarse en socie obtenerlo, se lo ha sacado á sus h e r m a n a s . Todos los
dad, besar la toga de un abogado para tener causas, hermanos saquean más ó menos á s u s h e r m a n a s .
y barrer con la lengua el palacio de Justicia. Si ese Reunidos, sabe Dios cómo, los mil quinientos francos,
oficio le pusiera á usted en candelero, no me opon- en un país donde a b u n d a n mucho más las castañas
d r í a ; pero encuéntreme usted en París cinco abogados que las monedas de á cinco francos, van á desfilar
que á los cincuenta años ganen más de cincuenta mil como soldados en desbandada. ¿Qué hará usted d e s -
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p u e s ? ¿ T r a b a j a r ? El trabajo, tal cual usted lo c o m - le desafío á que dé dos pasos en París sin hallar c h a n -
prende ahora, da para la'vejez un cuarto en casa de la zas infernales. Apostaría la cabeza contra u n a d e
señora de Vauquer á tipos por el estilo de Poiret. Una estas alcachofas á que la primera m u j e r q u e l e g u s t e ,
rápida fortuna es el problema que se proponen resolver aunqiie tenga d i n e r o , j u v e n t u d y belleza, será para
en este momento cincuenta mil jóvenes .que están e n usted un avispero. Todas andan huidas de la-ley y en
el propio caso que usted. Por tanto, usted es una guerra con s u s m a r i d o s por esto, por lo otro, por
unidad de aquel n ú m e r o . Calcule usted los esfuerzos todo, por nada. Sería el cuento de nunca acabar referir
que-tendrá que hacer y lo encarnizado del combate. á usted los convenios q u e se establecen tratándose de
Como no h a y . cincuenta mil puestos buenós, se ven amantes, de trapos, de niños, de matrimonios ó de
ustedes precisados á comerse unos'á otros como arañas vanidades,' rara vez por virtud, téngalo usted por cierto.
dentro de un puchero. ¿Y sabe usted los medios de » Así es. que el h o m b r e honrado es el enemigo
abrirse camino? El brillo del-genio ó la- astucia de la común. ¿Pero qué cree usted q u e es el hombre hon-
corrupción. Hay que penetrar en esa- masa- h u m a n a rado? E n París, el hombre honrado es el q u e calla y
como una bala de cañón ó filtrarse en ella como u n a . no entra en el reparto. No hablo ahora de esos, pobres
epidemia. La honradez de nada sirve. Cede la masa - ilotas que - en t o d o s los oficios trabajan, sin que .sus
ante el poder del genio;' lé odiau, y tratan de c a l u m - tareas sean-debidamente recompensadas, y á los q u e yo
niarle-porque toma y no r e p a r t e ; pero si-persiste ceden • llamo la cofradía de los zancajos de Dios. E n . ellos
al fin. En una palabra, se le adora de rodillas cuando florece la virtud con todo el esplendor de la estupidez,
n o se ha podido enterrarle en el lodo. .La corrupción pero también la miséria. Me figuro la cara que pondrán
abunda : el talento escasea. Por eso es la corrupción esos pobretes si el día del juicio final se le o c u r r e . a l
el arma d é las medianías, que es lo qué a b u n d a , y Padre E t e r n o no comparecer.
muchas veces sentirá'usted s u s punzadas. Verá usted » Si quiere usted hacer f o r t u n a , es preciso se.r rico
m u j e r e s cuyos maridos tienen seis mil francos de -desdé ahora- ó parecerlo. Y para ser rico h a y - q u e dar
sueldo por toda renta, gastar diez mil sólo en v e s t i r ; un gran golpe, ó, d e - l o contrario, s e - r e c u r r e á la
o t r a s que- se prostituyen para pasear .en el carruaje de estafa y ¡ buenas n o c h e s ! Si en las cien profesiones á
lujo de un par de Francia de esos que lucen en'Long- que puede usted dedicarse todos llaman ladrones á los
c h a m p s sus caballos de Carreras; empleados de d o s - diez que llegan rápidamente á la meta, ¡ s a q u e usted
cientos francos que compran tierras, etc. Ha visto l a ' c o n s e c u e n c i a ! Esa es la vida tal como es. Parece
usted á ese pobre tonto de Goriot p a g a r la letra de una cocina en lo sucia, y mal oliente, y e,ñ qué el que
cambio endosada por su hija, casada con un h o m b r e quiere gui'sotear forzosamente ha de m a n c h a r s e las
q u e tiene cincuenta mil franeos d e r e n t a ; pues bien, m a n o s ; toda la. moral de nuestra época consiste en
saber salir de apuros. Si le hablo á usted del m u n d o en tiene idea en esta tierra en que vivimos encerrados en
estos t é r m i n o s es porque me ha dado derecho para madrigueras de yeso. Soy un g r a n poeta, pero no
ello; lo conozco. ¿Cree usted que lo c e n s u r o ? Ni por escribo mis poesías, porque éstas consisten e n acciones,
asomos. Siempre ha sido igual y no serán los m o r a - v en sentimientos. Poseo ahora cincuenta mil francos,
listas quienes lo c a m b i e n ; el h o m b r e es imperfecto. con los cuales sólo tendría para cuarenta negros.
A veces también es hipócrita, y entonces dicen los Necesito doscientos mil francos, porque quiero tener
necios que tiene ó no tiene s a n a s costumbres. Tampoco doscientos negros, con objeto de satisfacer mis aficiones
acuso á los ricos en n o m b r e del pueblo; el h o m b r e es por la vida patriarcal. Los negros, sabe usted, son
el mismo, arriba, abajo y enmedio. Por cada millón niños ya criados, de los que hace uno lo que quiej^,
de cabezas de ese rebaño perfeccionado, aparecen diez sin que la curiosidad importuna del fiscal del rey le
hombres listos que se sobreponen á todo, incluso á pida á usted cuenta. Con ese capital negro, y al cabo
las leyes; yo soy de ésos. Y usted, si es h o m b r e supe- de diez años, tendré tres ó cuatro millones. Si lo con.
rior, marche en linea recta, con la frente erguida. sigo, nadie me preguntará quién soy, porque seré
Tendrá usted que luchar, como todos, contra la sencillamente el señor Cuatro Millones, ciudadano de
envidia, la calumnia, las medianías, c o n t r a todo el los Estados Unidos. Para entonces h a b r é cumplido los
mundo. Napoleón tuvo por ministro de la guerra á un cincuenta; n o estaré enclenque, ni m u c h o menos, y
tal Aubri, el cual había estado á punto de enviarle á i i | divertiré á mi m a n e r a . En una palabra: si le pro-
ultramar. ¡ Tómese el p u l s o ! Vea si podrá usted curo á usted una dote de un millón, ¿ m e dará usted
levantarse cada m a ñ a n a con más voluntad que la que doscientos mil francos? El veinte por ciento de comi-
tuvo el dia de antes. Aprovechando las circunstancias, sión, ¿ e h ? ¿ l e parece á usted c a r o ? . . . Usted sabrá
voy á hacerle una proposición que nadie en lugar de hacerse querer de su mujercita. Una vez casado, hará
usted rechazaría. usted ver que se siente inquieto, que tiene remordi-
» Fíjese en lo que le voy á decir. Aquí donde usted mientos, y durante quince días se finge triste. Una
me ve, tengo un proyecto. Mi proyecto consiste en noche, después de unos cuantos mimos, declara usted,
irme á vivir patriarcalmente á una g r a n hacienda de entre dos besos, doscientos mil francos de deudas á
m u c h í s i m a s hectáreas de terreno, por ejemplo, á los su mujer, llamándola : « ¡ Amor m í o ! » Es comedia
Estados Unidos, al Sur. Quiero hacerme un plantador, que á cada momento representan los jóvenes de posi-
poseer esclavos, g a n a r u n o s cuantos milloncitos v e n - ción más encumbrada. Una m u j e r no niega j a m á s la
diendo mis bueyes, mis tabacos y mis maderas, vivir bolsa á aquel á quien ha entregado el corazón. ¿Cree
como un príncipe, haciendo mi santa voluntad, en una usted perder en el negocio? No. En cualquier negocio
palabra, pasar mis días de un modo de que nadie encuentra usted medio de recuperar el dinero perdido.
Con el talento de usted y con dinero realizará usted bien, torna, Adolfo, Alfredo ó Eugenio », si Adolfo,
una fortuna tan cuantiosa como quiera. Consecuencia Alfredo ó Eugenio han tenido el buen acuerdo
de cuanto he dicho : en seis meses habrá usted hecho de sacrificarse por ella. Por sacrificios entiendo
su felicidad, la de una m u j e r bonita y la* del papá yo vender un traje viejo para ir al Cadran-Bleu á
Vautrin, sin contar con la de la propia familia de comer j u n t o s empanadas con setas y luego al teatro
usted, que ahora se sopla los dedos de frío en invierno del Ambigú-Comique por la n o c h e ; e m p e ñ a r el reloj
á falta de leña. No le a s o m b r e á usted lo que le p r o - para regalarle un chai. No hablo de las tonterías del
pongo n i lo q u e le pido. De cada sesenta casamientos a m o r , ni de esas pamemas tan del g u s t o de las
ricos que se verifican e n París, cuarenta y. siete dan •mujeres, y que consisten en echar gotas de agua en el
lugar á tratos semejantes. El colegia de notarios ha papel á manera de lágrimas c u a n d o se está lejos de
obligado al s e ñ o r . . . ellas, y en otras cosas de este jaez. Usted tiene traza
— ¿Qué debo hacer? preguntó ávidamente Rastignac, . de conocér bien la j é r g a d e l corazón. París, amigo mío,
i n t e r r u m p i e n d o á Vautrin. es como u n a selva del nuevo m u n d o , en la cual viven
— Una cosa insignificante, respondió aquel h o m b r e veinte especies de pueblos salvajes del producto de la
dejando escapar un-'movimiento de alegría semejante caza que dan las diferentes clases sociales : usted es
al del pescador que siente al pez cogido en el anzuelo. un cazador de millones, y para cazarlos u s a usted
¡Oigame usted bien !• El corazón de una pobre mu- lazos, liga ó reclamo; hay m u c h a s maneras de cazar.
chacha desgraciada y miserable es la esponja mejor Unos cazan dotes, otros liquidaciones; éstos pescan
dispuesta para la.absorción del a m o r ; ésponja com- conciencias, aquéllos venden á s u s clientes atados de
pletamente seca que se dilata en cuanto cae en ella pies y manos. El que vuelve con el zurrón llenó es
una gota de sentimiento-. Cortejar á una joven q u e se saludado, festejado y recibido en la buena sociedad.
halla e n condiciones dé soledad, de desesperación y de Hagamos justicia á este hospitalario s u e l o : tiene usted,
pobreza, sin que ella sospeche q u e el porvenir la como teatro de s u s hazañas, la ciudad de manga más
reserva u n a "fortuna," es j u g a r con los t r i u n f o s e n la ancha que hay en el orbe. Si las orgullosas aristocra-
m a n o ; ' conocer, antes de c o m p r a r el billete, los cias de todas las capitales de Europa rechazan de su
números que han de salir premiados en l a lotería; seno al millonario infame, París le tiende los brazos,
operar e n la Bolsa conociendo previamente las noti- asiste á s u s reuniones, come á s u mesa y brinda por
cias. Hecha la conquista, la felicidad. matrimonial su infamia.
queda asentada sobre bases indestructibles, y si la — ¿ P e r o dónde e n c o n t r a r e m o s la muchacha? dijo
muchacha hereda millones se .los arrojará á usted Eugenio.
á los pies como si fueran -piedras. « Toma, mi — ¡ Es de usted, la ve usted á diario!
esos imbéciles que viven aferrados á s u s opiniones.
¿Victorina Taillefer? Otro consejo q u e me faltaba dar á usted es el de no
— Precisamente. mostrarse fiel á las ideas ni á las palabras : cuando le
— ; Y cómo? . , i( . pidan á usted unas ú otras, véndalas. El que se jacta
— ¡Ya le quiere á usted su baronesita de Rasti- de no haber cambiado nunca de opinión, es hombre
gnac! • I que marcha siempre en linea recta, u n majadero que
_ N o tiene un céntimo, contestó Eugenio muy cree en su infalibilidad. No hay principios, sino sucesos
extrañado. . , solamente; no hay leyes, sino circunstancias; el
Ya h e m o s llegado á la cuestión palpitante... loüavia hombre superior se alia á los sucesos y á las circuns-
das palabritas, dijo Vautrin, y todo quedara en claro. tancias para encarrilarlos á su antojo. Si hubiera
Es el papá Taillefer un viejo tuno, que pasa por principios y leyes fijas, no cambiarían de ellos los
haber asesinado á un amigo suyo d u r a n t e la Revolu- pueblos como nosotros cambiamos de camisa. Nadie
ción Me es simpático por la independencia de s u s está obligado á tener mejor juicio que una nación
opiniones. Es banquero, socio principal d é l a c a s a . entera. El hombre que menos servicios ha prestado á
Federico Taillefer y compañía. Tiene un hijo, único, Francia es un ídolo, venerado por haberlo visto todo
á quien quiere dejar todo s u capital en perjuicio de de color de s a n g r e , pero que sólo sirve, á lo s u m o ,
Victorina. A mí no me a g r a d a n estas injusticias. Soy para figurar en el Conservatorio, entre las máquinas,
como Don Quijote, y m e gusta salir á la defensa del con u n a etiqueta, que diga Lafayette; m i e n t r a s que el
débil contra el fuerte. Si .tal fuera la voluntad de Dios príncipe á quien todos atacan y que desprecia á la
qué se llevara al muchacho, Taillefer volvería a hacerse humanidad lo bastante para arrojarle al rostro cuantos
cargo de su hija, porque quiere tener un heredero a j u r a m e n t o s pida, ha impedido el reparto de Francia en
toda costa (tontería muy natural), y no puede ya tener el Congreso de Viena : debieron levantarle estatuas, y
hijos" me consta. Victorina es amable y bonita. E n le tiran puñados de cieno. ¡ Oh ! yo entiendo de nego-
poco 'tiempo se hará querer de su padre, y con el cios; poseo muchos secretos de mucha gente. No digo
cordel del sentimiento le hará dar más vueltas que m á s . Tendré una opinión fija el día en q u e encuentre
u n a peonza. Harto agradecida le quedará á usted para tres cabezas que estén de acuerdo sobre el empleo de
abandonarle, y se casará con ella. Yo m e encargo del un principio, y creo que lo mejor es esperar sentado,
papel de la Providencia, yo obligaré á Dios a m a n i - para no cansarse. No hallara usted e n los tribunales
festar su voluntad. Tengo un amigo que me aprecia tres jueces q u e tengan la misma opinión acerca de un
mucho, coronel del ejército del Loira, y que acaba de artículo de la ley. Volvamos á m i h o m b r e . Clavaría de
e n t r a r en la guardia real. Atiende mis indicaciones y nuevo á Cristo en la cruz si yo se lo dijera. Con una
se ha hecho ultrarrealista, no siendo del número de

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"ALFOHSO RtVES'
1B95 MONTEREY, i A ^
sola palabra del buen papá Yautrin buscará camorra para propia satisfacción ó por interés personal, ¿cree
á ese bribón que no envía á su h e r m a n a ni una mo- usted que soñ actos- de fe, esperanza y caridad? ¿ P o r
neda de cinco francos, y . . . q u é se ha de condenar á dos meses de cárcel al dandy
Llegando a este punto, Vautrin se levantó, se puso que, en u n a noche, despoja á un muchacho de la
en guardia, é hizo el movimiento de un maestro de mitad de su fortuna, y á presidio al pobre "diablo que
a r m a s que se tira á fondo, y añadió en seguida : « Y roba un billete de mil francos con circunstancias agra-
al otro m u n d o . » vantes? ¡ Esas son vuestras leyes ! ¡ No hay en ellas
— ¡ Qué h o r r o r ! dijo Eugénio. ¿ Usted se chancea, un solo artículo que no sea a b s u r d o ! Un bandido de
señor Vautrin? g u a n t e blanco y de palabras más blancas aún comete
— Calma, calma, calma, repuso aquel hombre. No uno ó varios asesinatos,, en los que no derrama
haga usted niñerías; sin embargo, indígnese usted, sangre, pero hay quien la vierte para darla; un asesino
enfadóse usted, si eso le ha de servir de e n t r e t e n i - vulgar penetra en u n a habitación valiéndose de una
miento. Diga usted q u e soy un infame, un malvado, ganzúa ; ¡ dos cosas n o c t u r a s ! E n t r e lo que ahora
u n pillo, un b a n d i d o ; pero no m e llame-usted espía ni propongo yo á usted y lo que usted h a r á algún día,
estafador. Vamos, a n d e u s t e d ; dé rienda suelta á su no hay o t r a diferencia que la s a n g r e de m e n o s . ¡ Y
indignación. Desde luego se lo perdono á usted porque usted cree en la fijeza de los principios sociales! Des-
es m u y natural á su edad. Lo m i s m o he sido y o . . . precie usted á los h o m b r e s , y vea usted el modo de
¡sí, y o ! Pero piense usted que hará usted algún día pasar sin enredarse al través de la-red del código. El
algo peor q u e lo que le propongo : irá usted.á cortejar secreto de • las g r a n d e s f o r t u n a s si n causa aparente es
á alguna mujerzüela y recibirá usted dinero de ella. un c r i m e n olvidado, porque f u é ejecutado con lim-
Y y a b a pensado usted en ello, dijo; porque ¿cómo pieza.
llegará usted á lo que se propone si n o vende usted — ¡ Basta, caballero! no quiero s e g u i r escuchándole.
su a m o r ? La virtud, mi querido estudiante,, no tiene Llegaría usted á hacerme dudar de mí mismo. El s e n -
término medio; es ó no e s . Nos hablan de hacer p e n i - timiento es en este instante toda mi ciencia.
tencia por nuestros culpas. ¡ Otro lindo sistema aquel — Como usted g u s t e , hermoso j o v e n . Le creía á
en virtud del cual queda uno aligerado de un crimen usted de más agallas, dijo Vautrin. No le diré nada
por medio de u n acto de contrición! Seducir á una más. Una palabra, sin embargo.
m u j e r para llegar por este medio á colocarse en tal Y mirando fijamente al estudiante, añadió:
peldaño de la escala social; s e m b r a r la cizaña entre — Usted posee mi secreto.
los hijos de una m i s m a familia, y otras muchas infa- — Un joven que rehusa sus ofrecimientos lo olvi-
mias que se practican al calor de una buena c h i m e n e a , dará muy pronto.
bajar día y noche y no deber mi fortuna sino á m i
— Ha dicho usted m u y bien eso, y me gusta. Otro propio esfuerzo. Será la más lenta de las f o r t u n a s :
sería menos escrupuloso. Tenga usted presente l o q u e pero cada noche, reclinaré en la almohada una cabeza
quiero hacer por usted. Le doy quince dias de plazo. limpia de todo mal pensamiento. ¿Hay nada tan h e r -
Es cosa de tomarlo ó dejarlo.
moso como contemplar la propia existencia y hallarla
— Pero ¡qué cabeza de hierro tiene este h o m b r e ! blanca como una azucena? La vida y yo somos dos
exclamó Rastignac, viendo á Vautrin alejarse tranqui- novios, y Vautrin me ha hecho ver lo que seremos á
lamente con su bastón debajo del brazo. Me ha venido los diez años de casados. ¡ Demonio! ¡ Se me va la ca-
á decir en crudo lo mismo que la señora de Beauseant
beza ! No quiero pensar en n a d a ; el corazón es el me-
me decía guardando las formas. Me desgarraba el co-
jor guia.
razón con g a r r a s de acero. ¿ P o r qué quiero ir á casa
Vino á sacar á E u g e n i o de sus ensueños la voz de
de la señora de N u c i n g e n ? Adivinó ese h o m b r e mis
la gruesa Silvia anunciándole la llegada del sastre,
propósitos cuando acababa yo de concebirlos. En u n a
ante el cual se presentó teniendo en cada mano su sa-
palabra, ese bandido me ha dicho más cosas acerca
quito de dinero, circunstancia que le agradó aprove-
de la virtud que me han enseñado los hombres y los
char. Probada que h u b o la ropa, púsose su nuevo t r a j e
libros. ¡Si la virtud no tiene término medio, quiere
de m a ñ a n a , que le daba u n aspecto completamente
decir que he robado á mis h e r m a n a s ! exclamó arro-
distinto.
jando los sacos sobre la mesa.
— Supongo que valgo siquiera lo que Máximo de
Se sentó, quedando sumido en una meditación que Trailles, se dijo. Después de todo, tengo, en verdad,
le entontecía p o r su intensidad. el aspecto de un gentilhombre.
— ¡No apartarse en nada de la virtud, martirio su- — Caballero, dijo Goriot, e n t r a n d o en el cuarto de
blime! ¡Bali! todo el m u n d o cree en la v i r t u d ; pero Eugenio, usted me p r e g u n t ó si sabía las casas á que
¿ q u i é n es v i r t u o s o ? Los pueblos han hecho de la li-
concurre la señora de Nucingen.
bertad un ídolo; pero ¿ d ó n d e hay en la tierra un pue-
— Sí.
blo libre? Aun está mi j u v e n t u d pura como un cielo
— Pues bien, va el lunes al baile del mariscal Ca-
sin n u b e s ; y ambicionar la grandeza y el dinero, ¿ n o
rigliano. Si usted puede asistir, me dirá si mis hijas
es lo m i s m o que resignarse á mentir, á doblarse, á
se han divertido, el t r a j e que t e n g a n , todo en fin.
arrastrarse, á enderezarse después, á adular y á disi-
— ¿Y cómo lo ha sabido usted, mi buen papá Go-
mular? ¿no es consentir en hacerse el lacayo de los
r i o t ? dijo Eugenio haciéndole s e n t a r ante su chimenea
que han mentido, y se han doblado y a r r a s t r a d o ? An-
encendida.
tes de ser su cómplice, es preciso servirleá. Pues bien,
— Su doncella me lo ha dicho. Sé por Teresa y por
no. Quiero t r a b a j a r noble y s a n t a m e n t e , quiero tra-
Constancia cuanto hace, añadió con tono m u y gozoso. su efectiva materialidad en las relaciones que crean en-
El anciano tenía en aquel momento todo el aspecto tre nosotros y los animales. ¿Qué fisonomista adivina
de u n enamorado joven q u e ha dado con una buena un carácter con más rapidez q u e la que emplea un
estratagema para comunicarse con su amada sin que perro para saber si un desconocido se le acerca con
ésta lo sospeche siquiera. buenas ó malas intenciones? El gancho, expresión pro-
— ; ¡Usted, usted sí que las verá! dijo expresando verbial m u y v u l g a r , expresa u n hecho de esos que
con sencillez una envidia llena de dolor. quedan consignados en las l e n g u a s para desmentir las
— No lo sé, replicó Eugenio. Voy á ir á casa de la tonterías filosóficas en que incurren los que se ocu-
de Beauseant para preguntarle si puede presentarme pan en aceehar las r a s p a d u r a s de las palabras primi-
á la maríscala. tivas. Percibimos que n o s a m a n . El sentimiento se
Pensaba Eugenio con una especie de alegría íntima graba en las cosas, y cruza los espacios. Una carta es
en presentarse á la vizcondesa vestido con toda elegan- un alma, eco tan fiel de la voz que habla, que los es-
cia. Lo que los moralistas llaman abismos del corazón píritus delicados la m i r a n como á u n o de los más in-
h u m a n o son, sencillamente, pensamientos e n g a ñ o s o s , apreciables tesoros del a m o r . Papá Goriot, á quien su
movimientos involuntarios del interés personal. Esas irreflexivo sentimiento elevaba á la sublimidad de la
péripecias, objeto de tantas declamaciones, esos cam- raza canina, había olfateado la compasión, la a d m i -
bios repentinos redúcense á cálculos hechos en pro- rativa bondad y las juveniles simpatías que por él
vecho de nuestra personal satisfacción. Viéndose bien se habían despertado en el corazón del estudiante. Sin
vestido, bien enguantado y bien calzado, Rastignac embargo, aun no había resultado de aquella unión
olvidó s u s virtuosos propósitos. La j u v e n t u d , cuando naciente n i n g u n a confidencia. Si el joven había mani-
se inclina hacia lo injusto, no se atreve á mirarse en festado el deseo de v e r á la señora de Nucingen, no
el espejo de su conciencia, mientras que la edad ma- era porque pensara servirse del anciano como i n t r o -
d u r a se ha mirado ya en él a n t e s : en eso consiste la ductor, sino esperando utilizar a l g u n a indiscreción de
diferencia entre a m b a s fases de la vida. éste. Papá Goriot no le había hablado nunca de s u s
Desde hacía a l g u n o s días, l o s dos vecinos, Eugenio hijas sino con motivo de lo que él m i s m o se había
y papá Goriot, habían trabado afectuosa amistad. Ra- permitido decir de ellas públicamente el dia de sus
dicaba ésta en las m i s m a s razones psicológicas que dos visitas.
habían producido entre Vautrin y el estudiante senti- — Mi querido señor, habíale dicho al día siguiente,
mientos contrarios. El atrevido filósofo que quiera ¿cómo ha podido usted creer que Anastasia llevara á
comprobar los efectos de nuestros sentimientos en el mal que p r o n u n c i a r a usted mi n o m b r e ? Mis dos hijas
mundo físico, halla sin duda más de u n a prueba de m e q u i e r e n : soy un padre feliz. Lo que hay es que
h o n o r a t o de balzac

mis dos yernos se h a n portado mal conmigo. No he ¿ Para qué quiero esas cosas si nada rné hace falta?...» E n
querido que esas amadas criaturas sufran por mis efecto, ¿ q u é soy yo, señor m í o ? Un mezquino cadáver,
disensiones con s u s maridos, y he preferido verlas á cuya alma está allí d o n d e están mis h i j a s . . . Cuando
hurtadillas. Este misterio me proporciona mil goces conozca usted á la señora de Nucingen, m e dirá u s -
desconocidos de los padres q u e pueden ver á s u s h i - ted á cuál d e las dos prefiere, dijo el buen hombre
jas siempre que quieren. A mí no m e e s posible, ¿com- después de un m o m e n t o de silencio, viendo que Euge-
prende u s t e d ? Entonces lo que hago es i r á los C a m - nio se disponía á salir para irse de paseo á las T u l l e -
pos Elíseos, cuando hace buen tiempo, después de rías mientras llegaba la hora de presentarse á la se-
haber preguntado á las doncellas si salen mis h i j a s . ñora de Beauseant.
Las espero al pasar. Cuando s u s coches se acercan, Fatal fué para el estudiante aquel paseo. Algunas
el corazón me late con fuerza. Admiro su tocado, y mujeres dieron muestras de haberse fijado en él. ¡Era
ellas me envían una sonrisita, que es para mi como tan joven y estaba tan guapo y vestido con tan buen
un rayo de sol que todo lo anima y alegra. Me quedo g u s t o ! Al verse objeto de atención casi admirativa,
en en el m i s m o sitio para verlas á la vuelta. La brisa olvidó á s u s h e r m a n a s y tía despojadas y sus virtuo-
ha sonrosado sus rostros, y oigo decir e n torno m í o : sas repugnancias. Había visto pasar sobre su cabeza
« ¡ Hermosa m u j e r ! » Y eso m e regocija el corazón. ¿No á ese demonio que tan fácilmente se toma por ángel,
son s a n g r e m í a ? Quiero al caballo q u e tira de su c o - á ese Satán de alas doradas, que siembra rubíes, que
che, y quisiera ser el perrillo que acarician sobre s u s lanza saetas de oro á las fachadas de los palacios, c u -
rodillas. Vivo de sus placeres. Cada cual tiene su modo bre de p ú r p u r a á las m u j e r e s y reviste de fatuo brillo
de querer; el mío á nadie p e r j u d i c a ; ¿ p o r qué, pues, á los tronos, tan sencillos en su o r i g e n ; había escu-
intervienen en mis asuntos los d e m á s ? Soy feliz á mi chado al dios de e s a vanidad llamativa, cuyo oropel
modo. ¿ P r o h i b e n , acaso, las leyes, que vaya yo á ver parece ser un símbolo de poder. Las palabras de Vau-
á mis h i j a s por la noche cuando salen para ir al trin, por cínicas que f u e r a n , se habían afianzado en
baile? ¡Qué dolor experimento si llego tarde y me di- su corazón como en la memoria de una virgen se
cen : « La señora ha salido! » Una vez esperé hasta graba el perfil innoble de una vieja tercera que viene
las tres de la m a ñ a n a para ver á Nasia, á la cual hacía á decirla : « ¡ Tendrás oro y a m o r á mares! » Después de
dos días que no veía. haber paseado perezosamente, Eugenio presentóse á
» ¡ Estuve á punto de estallar de gusto. Por Dios, no las cinco de la tarde en casa de Beauseant, y allí re-
hable u s t í d de mí sino para decir lo buenas que s o n cibió uno de esos golpes terribles, contra los cuales
mis hijas! Se e m p e ñ a n en hacerme mil regalos, pero hállanse sin armas los corazones jóvenes. Hasta e n -
se lo impido y les d i g o : « ¡Guardaos vuestro d i n e r o ! tonces había hallado en la vizcondesa esa cortés ama-
UNIVERSIDAD » ^ f Z

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bilidad, esa gracia meliflua que da la educación aris- — Pues en ese caso, venga usted á comer conmigo,
tocrática, pero que sólo es completa cuando la dicta dijo la vizcondesa, un tanto avergonzada de la e x c e -
el corazón. siva dureza que había dado á sus p a l a b r a s ; porque,
Cuando entró, hizo la señora de Beauseant un gesto en realidad, aquella m u j e r era tan buena como g r a n -
displicente, y dijo secamente : señora.
— Señor de Rastignac, m e es imposible recibirle, Aunque vivamente impresionado por este repentino
al menos en este instante, porque estoy ocupada... cambio, Eugenio se decía al salir :
Para un observador, — y Rastignac habia llegado « Arrástrate, súfrelo todo. ¡ Cómo serán las demás,
á serlo en m u y poco tiempo, — la frase, el gesto, si la mejor de las m u j e r e s , olvidando en un momento
la mirada, la inflexión de la voz eran la historia del las más amistosas promesas, te arroja lejos de sí
c a r á c t e r y de las costumbres de aquella raza. Vió la como un zapato v i e j o ! ¡ Luego cada u n o ha de b a s -
m a n o de hierro bajo el g u a n t e de terciopelo; la perso- tarse á sí m i s m o ! Verdad es q u e su casa no es u n a
nalidad, el egoísmo, bajo los modales atildados; la tienda, y que m e desfavorece el necesitar de ella.
madera, bajo el barniz. Oyó, en una palabra, el yo el Es preciso, como dice V a u t r i n , hacerse bala d e
rey, que comienza en las gradas del trono y acaba cañón. »
bajo el uniforme del último gentilhombre. Eugenio Las a m a r g a s reflexiones del estudiante se desvane-
había cometido la ligereza d e creer, sin pruebas, en la cieron pronto por el placer que se prometí i comiendo
nobleza de alma de la m u j e r . Como todos los deshere- con la vizcondesa. De modo que, por una especie de
dados, había firmado, de buena fe, el pacto delicioso fatalidad, los sucesos más insignificantes de la vida
q u e debe u n i r á protector y protegido, y cuyo primer le impulsaban por el camino en el que, s e g ú n las
artículo consagra, entre dos almas elevadas, u n a observaciones de la terrible esfinge de la casa de
completa igualdad. El favor que reúne á dos seres en huéspedes, debía, como en u n campo de batalla,
u n o solo es una pasión celeste, tan pora comprendida matar para no ser m u e r t o , e n g a ñ a r para no ser enga-
y tan rara como él a m o r . Uno y otro constituye la ñado, y á cuya entrada había de dejar el corazón y la
prodigalidad de las almas bellas. Rastignac, que á conciencia, ponerse una máscara, burlar sin piedad
toda costa quería ir al baile de la duquesa de Cari- á los hombres, y , como en Lacedemonia, coger la
gliano, aguantó á pie firme la borrasca. fortuna sin ser visto para merecer el premio.
— Señora, dijo con voz conmovida, no hubiera ver- Bondadosa y afable como de c o s t u m b r e halló á la
nido, á no tratarse dé un a s u n t o i m p o r t a n t e ; si es vizcondesa cuando volvió á su casa. Ambos se enca-
usted tan amable que me permite verla más tarde, minaron hacia un comedor en el que el vizconde espe-
esperaré. raba á su m u j e r , y en el que brillaba ese lujo de la
mesa que, como es sabido, llegó d u r a n t e la Restaura- de preguntarse por qué aberración funda el Estado
ción á su apogeo. El señor de Beauseant, como tantos escuelas en tal ciudad, cómo reúne en ella á la j u v e n t u d ,
hombres gastados, no tenía otro placer que el del cómo son respetadas las mujeres y cómo el oro que
estómago, siendo en punto á gula de la escuela de los cambistas exhiben en los escaparates n o desaparece
Luis XVIII y del duque de Escars. Su mesa ofrecía por a r t e de magia. Mas al reflexionar acerca de la
doble lujo : el del continente y el del contenido. Jamás escasez de crímenes, y hasta de simples delitos come-
semejante espectáculo habíase ofrecido á la admiración tidos por los jóvenes, ¡ cuál no ha de ser el respeto
de Eugenio, pues por primera vez comía en u n a de que infundan esos pacientes Tántalos, que, luchando
esas casas en que las grandezas sociales son h e r e d i - contra sí mismos, casi siempre quedan vencedores!
tarias. Acababa la moda de s u p r i m i r las cenas con Si se le pintara bien en su lucha con P a r í s , suminis-
que en otro tiempo terminaban los bailes del Imperio, traría el estudiante pobre u n o de los más dramáticos
y en las que los militares tenían necesidad de reparar asuntos que pueden encontrarse en la civilización
las fuerzas para prepararse á todos los combates que moderna.
los esperaban así dentro como f u e r a . Sólo á bailes La señora de Beauseant miraba en vano á B a s t i -
había asistido Eugenio todavía; pero el aplomo que gnac, invitándole á hablar. Nada quería decir en pre-
más tarde le distinguió en tan alto grado, y que ya sencia del vizconde.
empezaba á adquirir, fué causa de que no llegara á — ¿Me lleva usted esta noche á los Italianos? pre-
embobarse tontamente. No obstante, viendo aquella guntó la vizcondesa á su marido.
plata esculpida y las mil delicadezas de un servicio — Bien sabe usted cuánto me agradaría complacerla,
suntuoso, y admirando por primera vez el p r o f u n d o respondió con cierta socarrona galantería, que engañó
silencio en que se hacía, érale difícil, como h o m b r e al estudiante; pero t e n g o una cita en Variedades.
de imaginación ardiente, n o preferir esta vida, siempre « Su querida » pensó la vizcondesa.
elegante, á aquella otra, toda de privaciones, que por — ¿ Por lo visto no tiene usted á Ajuda esta noche?
la mañana quería abrazar. Su pensamiento lo t r a n s - preguntó el vizconde.
portó por un instante á la casa de huéspedes, y sintió — No, respondió ella de mala g a n a .
tal horror hacia ella, que j u r ó dejarla en el próximo — Pues, si le es indispensable un caballero para
mes de enero, tanto por tener habitación decente, acompañarla, el señor de Rastignac se ofrecerá g u s -
cuanto por h u i r de V a u t r i n , cuya ancha m a n o sentía toso.
posada en su h o m b r o . Cuando piensa uno en las mil La vizcondesa miró á Eugenio s o n r i e n d o .
f o r m a s que reviste en París la corrupción muda ó — Será para usted un compromiso, dijo. ^
hablada, un h o m b r e de buen sentido no puede dejar — El francés busca el peligro porqffi^MVlfi-U,,
en él la gloria, ha dicho Chateaubriand, respondió tante, ni un solo gesto de ésta pasaba inadvertido
Rastignac inclinándose. por la vizcondesa. La concurrencia era brillantísima.
Terminada la comida, un tronco veloz le conducía, Delfina de Nucingen estaba no poco satisfecha de
en compañía de la señora de Beauseant, al teatro de ocupar casi por completo la atención del guapo y el
moda, y creyóse bajo el influjo de un sueño de hadas elegante primito de la vizcondesa, el cual, en efecto,
c u a n d o entró en un palco del centro, y vio dirigidos sólo á ella miraba.
á él y á la vizcondesa, cuyo tocado era bellísimo, : — Si continúa usted mirándola de ese modo, va

todos los gemelos. Caminaba de asombro en asombro. usted á dar u n escándalo, señor de Rastignac. Además,
— Me parece que deseaba usted hablarme, dijo la he de decirle que nada conseguirá usted en nuestra
señora de Beauseant. ¡ Ah ! mire usted á la señora de sociedad si no se hace valer.
Nucingen á tres palcos del nuestro. Su h e r m a n a y el — Mucho me ha protegido usted ya, querida prima;
señor de Trailles están del lado opuesto. pero, si quiere usted acabar su obra, sólo le pediré un
Mientras pronunciaba estas palabras, la vizcondesa favor que, sin costarle á usted g r a n cosa, puede serme
miraba al palco en que debía estar la señorita de muy útil. Me he enamorado.
Roehefide, y, no viendo e n él á Ajuda, su semblante se i - ¿Ya?
a n i m ó de un modo extraordinario. t —Sí.
— Es deliciosa, dijo Eugenio después de haber con- — ¿Y de esa m u j e r ?
templado á Delíina de Nucingen. — ¿Serían atendidas mis prehensiones en otra parte?
— Tiene las pestañas blancas. replicó, dirigiendo á su prima una mirada penetrante.
— Sí, ¡ pero qué talle tan esbelto! La duquesa de Carigliano es dama de la señora duquesa
— Tiene manazas. de Berry, añadió después de una p a u s a ; usted debe
— ¡ Qué hermosos ojos ! de verla; pues bien, tenga usted la bondad de presen-
— El óvalo de la cara es demasiado alargado. tarme á ella y de llevarme al baile que da el lunes. En
— ¡ Son tan distinguidas las formas a l a r g a d a s ! . . . él hallaré á la señora de Nucingen y libraré mi p r i -
— Mejor para ella que las tiene. Vea usted cómo mera escaramuza.
toma y deja los gemelos. La s a n g r e de los Goriot se — Con mucho gusto, contestó la vizcondesa. Si ya
manifesta en todos sus movimientos, dijo la vizcon- ha simpatizado usted con ella, me parece que no mar-
desa con g r a n asombro de Eugenio. chan mal las c o s a s para ese a m o r naciente. Alli tiene
Pues el caso era que la señora de Beauseant á todas usted á de Marsay en el palco de la princesa Gala-
partes de la sala dirigía sus miradas sin parecer ocu- t h i o n n e y la de Nucingen, despechada, está sufriendo
parse. para nada de la señora de Nucingen, y, n o o b s - un verdadero suplicio. No hay mejor ocasión para
acercarse á una m u j e r , sobre todo á una m u j e r de la cabeza para darle las gracias por su discreción con
banquero. Todas esas señoras de la Chaussée-d'Antin un guiño. Acababa el p r i m e r acto.
son m u y vengativas, — ¿Conoce usted á la señora de Nucingen lo b a s -
2— ¿Y usted q u é haría en su caso? tante para presentar al señor de Rastignac? dijo al
— Yo sufriría en silencio. marqués,
En esto, el m a r q u é s de Ajuda se presentó en el palco — Seguramente tendrá s u m o placer en ver al señor,
de la señora de Beauseant. contestó el m a r q u é s .
— He desatendido mis a s u n t o s para venir á verla, jj Y en seguida levantóse el bello portugués, y,
dijo, y lo pongo en conocimiento de usted para que ; cogiendo del brazo al estudiante, le condujo al palco
reconozca el sacrificio. de la señora de Nucingen.
La expresión que tomó el rostro de la condesa^ — Señora baronesa, dijo el m a r q u é s , tengo el honor
enseñó á Eugenio á conocer las manifestaciones del de presentar á usted al caballero E u g e n i o de R a s t i -
a m o r verdadero y á no confundirlas con las muecas gnac, primo de la vizcondesa de Beauseant. Tal impre-
de la coquetería parisiense. Admiró á su prima, sión ha producido usted en él, que he querido contri-
calló, y, suspirando, cedió su puesto al marqués de ; buir á su felicidad acercándole á s u ídolo.
Ajuda. Estas palabras fueron pronunciadas con cierto tono
« Qué noble y sublime criatura es u n a m u j e r cuando zumbón que disfrazaba el fondo, bastante crudo, del
ama de tal modo, se dijo. ¡ Y este h o m b r e la engaña pensamiento que las había d i c t a d o ; pero, Sabiendo
por una muñeca ! ¿Cómo tiene valor para e n g a ñ a r l a ? » ¡j guardar las formas, no rechaza una m u j e r cierta clase
Mordióle el corazón u n a rabieta infantil. Hubiera de galanteos. La señora de Nucingen sonrió y ofreció á
querido arrojarse á los pies de la señora de Beauseant Eugenio el puesto de su marido que acababa de salir.
y envidiaba el poder del demonio, con el cual hubiera , — No me atrevo á proponer á usted que p e r m a -
podido arrebatarla llevándola en el corazón, como un nezca á mi lado, dijo. Es demasiada suerte la de estar
águila arrebata de la llanura, para llevárselo á su en compañía de la señora de Beauseant para que
nido, un tierno cabrito blanco que a m a m a n t a aún su siquiera piense un h o m b r e en apartarse de ella.
madre. Sentíase humillado hallándose en aquel museo — Pero me parece, dijo Eugenio en voz baja, que si
de belleza sin poder disponer de u n cuadro, es decir, quiero agradar á mi prima debo c o n t i n u a r aquí. Antes
sin una a m a n t e . « Tener una querida y una posición de la llegada del señor m a r q u é s hablábamos de usted y
casi regia, pensaba, es el verdadero sigño de poderío. » de la distinción de toda su persona, añadió en a l t a v o z .
Y miraba á la. señora de Nucingen como un hombre El señor de Ajuda se retiró.
insultado mira á su adversario. La vizcondesa volvió - — ¿ P e r o de v e r a s se queda usted, caballero? dijo
la baronesa. Entonces nos h a r e m o s amigos, porque — Siendo así, ya le debo á usted agradecimiento.
mi h e r m a n a , la señora de Restaud, me había puesto Dentro de poco seremos como antiguos amigos.
ya en gran deseo de conocer á usted. — Desde luego, la amistad con una persona como
— Bien disfraza su pensamiento, pues m e ha ce- usted no ha de parecerse á esa vulgaridad que bajo
rrado su puerta. ese nombre corre por el m u n d o ; y no obstante, se-
— ¿Cómo es e s o ? ñora, r e h u s o ser sólo su a m i g o .
— Tendré", señora, conciencia suficiente para m a - Estas tonterías estereotipadas para uso de los p r i n -
nifestar á usted la razón q u e motivó ese incidente; cipiantes agradan siempre á las m u j e r e s , y sólo por-
pero reclamo toda su indulgencia al confiarle seme- ; que las leemos en momentos de indiferencia, y en
j a n t e secreto. Vivo pared por medio d e su señor pa- frío, nos pareceu insulsas. El gesto, los a d e m a n e s y
dre. Ignorando que la señora de Restaud fuese hija las miradas de un hombre joven les dan extraordina-
suya, cometí la torpeza de mencionarlo de manera rio valor. La señora de Nucingen halló que Rastignac
poco correcta, y tanto la h e r m a n a de usted como su era m u y agradable, pero como no podía contestar á
marido manifestaron evidentes señales de desagrado. las cuestiones planteadas tan en crudo por Eugenio,
No puede usted figurarse de qué mal g u s t o ha p a r e - hizo lo que hacen siempre en este caso todas las m u -
cido á la duquesa de Langeais y á mi prima esta apos- > jeres: contestó á otra cosa.
tasía filial. Les conté la escena, y se rieron como locas. p — Por desgracia es cierto que mi h e r m a n a se per-
Entonces, haciendo la vizcondesa un paralelo entre judica con la manera que tiene de tratar á mi pobre
usted y su h e r m a n a , me habló de usted en los térmi- padre. Para que yo haya dejado de verle todas las
nos más favorables, diciéndome lo buena que era m a ñ a n a s , ha sido necesario q u e mi marido me lo haya
usted con mi vecino el señor Goriot. ¿ C ó m o , en ordenado de un modo terminante. Pero ha sido m u y
efecto, no le habría usted de querer? Tan apasionada- desgraciada d u r a n t e m u c h o t i e m p o ; m e pasaba los
mente la adora á usted que ya ha despertado celos en días llorando. Estas violencias, que siguieron á las bru-
mi. Esta m a ñ a n a hemos estado hablando de usted talidades del matrimonio, han sido una de las causas
d u r a n t e dos horas. Después, impresionado por lo que que más h a n perturbado nuestro interior. Soy sin
su padre de usted me ha referido, decía yo hablando duda alguna la m u j e r más feliz de París en el concepto
•con mi prima, mientras comíamos, que no podía ser de los demás, pero en realidad la m á s desgraciada.
usted tan hermosa como buena y cariñosa. Deseando, Dirá usted que es preciso q u e esté loca para hablarle
sin duda, favorecer una admiración tan entusiasta, me así. Pero como usted conoce á mi padre, yo no le con-
ha traído al teatro, diciéndome con su acostumbrada sidero como un extraño.
afabilidad q u e aquí la vería á usted. — N u n c a ha dado usted con un h o m b r e animado de
mayor deseo de pertenecerle y servirla... ¿ Qué buscan
galanteos. La devota más austera los escucha; lo más
u s t e d e s ? La felicidad, añadió con una voz que llegaba
que hace e s no contestarlos. Después de haber c o -
al alma. Escuche, pues, lo que le voy á d e c i r : sí la
menzado de este modo, Rastignac continuó su oración
felicidad consiste, para u n a m u j e r , en ser amada,
á media voz, con cierta misteriosa coquetería, y la se-
adorada, en tener un amigo á quien pueda confiar sus ,
ñora de Nucingen le animaba con sonrisas, mirando
deseos, s u s fantasías, s u s penas, sus dichas ; mostrarse
al mismo tiempo á Marsay, que no salía del palco de
en la desnudez de su alma, con sus lindos defectos
la princesa Galathionne. Rastignac permaneció j u n t o á
y s u s h e r m o s a s cualidades, sin temor á ser vendida ;
la señora de Nucingen hasta que el marido de ésta
créame, ese corazón consagrado, dispuesto á sacrifi-
vino á buscarla para retirarse.
ficarse, siempre ardiente, sólo puede existir en un
h o m b r e joven, lleno de ilusiones, capaz de m o r i r á — Tendré mucho gusto, señora, en ir á verla antes
una señal de u s t e d , que no conoce aún el m u n d o y del baile de la duquesa de Carigliano.
que no quiere siquiera conocerle, porque para él — Puesto que la señora le invita, dijo el liaron,
el m u n d o es usted. Yo, y va usted á reírse de mi grueso alsaciano cuya redonda faz denunciaba una
candidez, llego ahora del fondo de una provincia, sin astucia peligrosa, puede usted estar seguro de ser bien
malicia, no habiendo conocido sino almas buenas, y recibido.
estaba decidido á vivir sin a m o r . Ocurrióme conocer — Todo va á pedir de boca, porque no se ha o f u s -
á mi prima, que me ha colocado en sitio preferente cado en demasía al oírme decir : « ¿ Me amará usted
en su alma, y me ha hecho adivinar los mil tesoros m u c h o ? » Ya tiene puesto bocado el a n i m a l ; ahora, á
de la p a s i ó n ; y así, mientras encuentro una m u j e r á brincar sobre su lomo y regirle, se dijo Eugenio yendo
quien a m a r , las a m o á todas en general, como Ché- á saludar á la señora de Beauseant que se levantaba y
rubín. Al verla á usted, tan pronto entré en esta Sala, salía con Ajuda.
sentía u n a corriente q u e me traia hacia aqui. ¡Había El pobre estudiante ignoraba que la baronesa
pensado ya tanto en u s t e d ! Pero no la había imagi- estaba aquella noche muy distraída esperando de
nado tan hermosa como lo es. La señora de Beauseant Marsay una de esas cartas decisivas que desgarran el
ha tenido q u e decirme que no la mirara á usted tanto. alma. Satisfechísimo de su supuesto éxito, acompañó
Ignora sin duda lo grato que e s contemplar esos lin- á la vizcondesa hasta el peristilo, donde los c o n c u -
dos labios rojos, esa blanca tez, esa mirada tan dulce... rrentes esperaban el coche.
También le digo yo á usted tonterías, pero permítame — Está desconocido su primo, dijo el portugués
q u e las diga. á la d e Beauseant, riendo, cuando Eugenio se h u b o
Nada agrada á las m u j e r e s como escuchar dulces despedido de ellos. Creo que va á copar la banca. Es
más fino que una aguja, y me parece que irá lejos.
E L TÍO G O R I O T 167

a esa moral relajada que profesa la época actual, época


Sólo usted ha podido escoger entre mil una m u j e r
en la que s o n más raros que en n i n g u n a otra esos
en el m o m e n t o . e n que está necesitada de consuelo. ^
caracteres rectangulares, esas voluntades admirables
— Aun queda por saber, dijo la señora de Beau-
que no se doblan nunca ante el mal, y a las que á la
seant, si ella sigue amando á quien le abandona.
menor desviación de la línea recta parece un crimen-
A pie regresó el estudiante desde el teatro Italiano i
imágenes magníficas de la probidad que nos han va-
á su casa de la calle Neuve-Saint-Geneviève, f o r j á n -
lido obras maestras, tales como el Alcestes, de Moliere,
dose las ilusiones más agradables. Había notado la =
y más recientemente J e n n y Deans y su padre en la
atención con que le examinara la señora de Restaud,
obra de Walter Scott. Acaso la obra opuesta, la p i n -
ora cuando se hallaba en el palco de la vizcondesa, •
tura de los caminos tortuosos que sigue un h o m b r e
ora en el de Delfina de Nucingen, y sospechó que las :
de mundo, y por los que un ambicioso hace rodar á
p u e f t a s de la casa de la condesa volverían á abrirse
su conciencia, tratando de costear el mal con objetó
para él. De m a n e r a que podía a p u n t a r ya cuatro rela-
de llegar á su fin salvando las apariencias, no fuera
ciones de las de primera lila, p u e s contaba que '
menos hermosa ni menos dramática. Al pisar el u m -
agradaría á la maríscala. Adivinaba, a u n q u e sin darse
bral de su casa, Rastignac sentíase enamorado d e
cuenta de los medios, que, en el complicado e n g r a -
Delfina Nucingen, la cual le había parecido esbelta y
naje de los intereses de este m u n d o , debía agarrarse
fina como una golondrina. La dulzura embriagadora
á una de las ruedas para s u b i r á lo largo de la má-
de sus ojos, él delicado y suave tejido de su piel bajo-
quina, sintiéndose con fuerzas suficientes para d e t e -
la que había creído ver correr la sangre, el e n c a n t o
n e r l a rueda, yâ que se hallara él en la cúspide. « Si
de su voz, s u s rubios cabellos ; todo lo recordaba ;
la de Nucingen llega á tener algún interés p o r mí, yo
y acaso la marcha, acelerando el movimiento de la
la enseñaré á gobernar á su marido, el cual marido,
sangre, cooperara á la fascinación. El estudiante
puesto que realiza magníficos negocios, puede m u y
llamó con fuerza á la puerta de, Goriot :
bien s e r v i r m e para hacer f o r t u n a . » Esto no se lo
" — Vecino, he visto á Delfina.
decía él á sí m i s m o crudamente, pues n o era aún lo
— ¿Dónde?
suficiente astuto para precisar u n a situación, a p r e -
— En los Italianos.
ciarla y calcularla ; aquellas ideas flotaban en su h o -
- ^ - ¿ S e divertía m.ucho? E n t r e usted.
rizonte bajo la forma dé ligeras n u b e s , y a u n q u e no
Y el buen h o m b r e , que se había levantado en camisa,,
tenían la brutal aspereza de las de Vautrin, es s e g u r o
abrió la puerta y volvió á acostarse" rápidamente.
qué, sometidas al crisol de la conciencia, hubieran
— Pero háblame usted de e l l a , añadió en tono de
dado un residuo de m u y dudosa pureza. Los hombres
súplica.
llegan por una serie de transacciones de este género
No pudo Eugenio, que por primera vez entraba en El más pobre mozo de cuerda tenía mejores mue-
el cuarto de papá Goriot, reprimir tín movimiento de bles en su buhardilla que el tío Goriot en casa de la
asombro viendo, después de liaber admirado el lujo señora de Yauquer. El aspecto de aquel cuarto daba
de la bija, la zahúrda en q u e vivía el padre. La v e n - frío y oprimía el corazón, recordando el más triste
tana carecía de cortinas; el papel pintado que cubría calabozo que pudiera imaginarse. No se dió cuenta
las paredes caía á pedazos por efecto de la humedad Goriot de la expresión del rostro de Eugenio al colo-
y se abarquillaba dejando al descubierto el yeso en car el candelero sobre la mesa de noche. El buen
negrecido por el h u m o . El buen viejo yacía sobre una hombre volvióse hacia él, permaneciendo tapado
mala c a m a ; sólo tenía u n a manta de poco abrigo y hasta la barba.
un cubrepiés acolchado que consistía en retazos de — Vamos á ver, ¿ q u i é n le gusta á usted más,
vestidos viejos de la patrona. El piso estaba húmedo Anastasia de Restaud ó Delfina de Nucingen ?
y polvoriento. Frente á la ventana veíase una de esas — Prefiero á Delfina, respondió el estudiante, por-
cómodas viejas de palo rosa y frente curvado, con que le quiere á usted más.
tiradores de cobre retorcido, figurando sarmientos Al oír estas palabras, dichas con cierto calor, el
cubiertos de hojas ó flores; mueble viejo con tablero pobre anciano sacó un brazo y estrechó la m a n o de
de madera, sobre el cual se veía una j a r r a de agua Eugenio.
en su jofaina y todos los enseres necesarios para afei — Gracias, gracias, exclamó Goriot conmovido. Y
tarse. cuénteme, ¿ q u é le ha dicho ella de mi ?
E n un rincón, los zapatos ; j u n t o á la cabecera Repitió el estudiante las frases de la baronesa e m -
de la cama, u n a mesa de noche, sin puerta ni piedra belleciéndolas, y el viejo le escuchó como si oyera la
m á r m o l ; en el hueco de la chimenea, en la que no palabra de. Dios.
se veía el menor indicio de fuego, estaba la mesa — ¡ Querida hija m í a ! Sí, sí, me quiere mucho.
cuadrada, de nogal, cuya barra había servido á Goriol Pero no crea usted lo que ha d i c h o de Anastasia. Las
para deformar el servicio de plata sobredorada. Un dos h e r m a n a s se tienen envidia, ¿ s a b e u s t e d ? Y e s o
destartalado mueble, armario-escritorio sobre el que es una prueba más de s u t e r n u r a . Mucho me quiere
descansaba el sombrero del buen viejo, una butaca . también la señora de Restaud. Lo sé. Un padre es
con asiento de paja y dos sillas, completaban aque para sus hijos lo que Dios para n o s o t r o s : penetra
mobiliario miserable. El cortinaje de la cama pendí hasta el fondo de las almas y juzga las intenciones.
de una armadura sujeta al techo con u n trapo, y con Las dos me adoran lo m i s m o . ¡ A h ! si hubiera te-
sistía en una mala blonda de tela de cuadros blanco nido buenos yernos, habría sido demasiado feliz.
y colorados. Acaso no hay en el m u n d o felicidad completa. Si h u -
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biera vivido con ellas, sólo con escuchar su voz, con puesto que de él ha salido la creación. Señor mío, eso
saber q u e estaban allí, con verlas salir y entrar, como* mismo me ocurre con mis hijas. Sólo que yo las
cuando -vivían conmigo, el corazón se me hubiera sal- quiero más á ellas que Dios al m u n d o , porque el
tado del pecho, ¿ i b a n bien vestidas? mundo no e s tan h e r m o s o como Dios, m i e n t r a s que
— Elegantísimas. Pero, señor Goriot, ¿ por qué r a - ; mis hijas son mucho más h e r m o s a s que yo. Las.téngo
zón, teñiendo hijas tan ricas y tan ventajosamente tan dentro de mi alma que ya había presentido que
casadas, vive usted en semejánte chiribitil? las vería usted esta noche. ¡ Dios m í o ! El h o m b r e que
— ¿Y para q u e ? ¿de qué me serviría t e n e r m e j o r hiciera á mi Delfina todo lo feliz que es una m u j e r
habitación ? dijo el anciano con aire dé aparente indi- cuando sé Siente amada de veras, pues á e s e h o m b r e
ferencia. No puedo explicárselo á usted, porque no le limpiaría l o las botas, sería su criado y le
sé.expresarme como es debido. Aquí está c u a n t o rae haría los recados. Por su doncella h e sabido que
intéresa, añadió, golpeándose el pechó. Mi vida está el mequetrefe, de Marsay es un vil perro. Me han
entera en mis dos hijas. Si se divierten, si son felices, dado ganas de retorcerle el pescuezo. ¡ No amar á una
si van bien Vestidas, si pisan alfombras, ¡ qué me mujer que es una joya, Con una voz d e ruiseñor y con
importa la ropa que uso ni el sitio e n que m e a c ü e s t o ! un cuerpo de e s t a t u a ! ¿Dónde tenía los ojos cuando
No tengo frío si tienen calor,- nunca rae a b u r r o si se casó con ese mostrenco de alsaciano? Ambas nece-
ellas, se r í e n . No tengo otras penas que las suyas. sitaban jóvenés simpáticos. ¡ P e r o , en fin, han hecho
Guando sea usted padre y pueda usted decir, oyendo su capricho!
balbucear á sus hijos : « Esto ha salido de raí » ; Sublime resultaba el tío Goriot. Hasta entonces no
cuando vea usted en cada criatura de aquéllas s a n g r e había tenido Eugenio ocasión de verle iluminado, por
de su propia s a n g r e , mejor dicho la esencia de su el fuego de su pasión, paternal. E s m u y digno de ser
s a n g r e , ¡ porque así es ! creerá que"forman parte de notado el poder de transmisión que tienen los senti-
usted, y q u e h a s t a cuando ellos se mueven se mueve mientos. Por tosca que sea una criatura, desde el
usted. El éco de su. voz m e responde por doquier. Una momento en q u e le domina un afecto verdadero y
mirada suya, si es triste, me hiela la sangre. Algún fuerte, exhala u n fluido particular que modifica su
día sabrá* usted que su felicidad nos es más cara y fisonomía, a n i m a su gesto y da tono á s u voz. Suele
sabrosa que la nuestra. No puedo explicarle e s t o : son ocurrir que el ser más estúpido llega, á impulsos del
u n o s como movimientos interiores que nos i n u n d a n movimiento pasional, á la elocuencia más sublime de
de bienestar. E n u n a palabra, t e n g o tres .vidas. ¿ Quiere ideas y aun de palabras, y parece m o v e r s e en una
usted que le diga una cosa rara? Pues cuando fui esfera luminosa. Tenía el buen viejo en la voz en
padre comprendí á Dios.- Esta todo él en todas partes, aquel instante la potencia comunicativa q u e distingue

%
honorato de balzac

al actor de vuelos. Pero ¿ q u é son los sentimientos Desde esta conversación, vió el tío Goriot en su ve-
sublimes sino la poesía de la v o l u n t a d ? cino un confidente inesperado y un a m i g o , . Habíase
— Pues ya que es usted tan apasionado por sus hijas, establecido entre a m b o s el único lazo q u e podía unir
no le ha de disgustar, supongo, el saber que Delfina al viejo con otro h o m b r e . Las pasiones no se equi-
va á romper con de Marsay. Este guapo mozo la ha vocan nunca. Goriot veíase m e n o s alejado de Delfina
dejado para dedicarse á la princesa Galathionne. En y mejor recibido por ella si E u g e n i o llegaba á ser
cambio, yo me he enamorado de Delfina esta noche. amado por la baronesa. Por otra parte, ya le había
— ¡ Hombre ! exclamó el tío Goriot. confiado u n a de s u s g r a n d e s p e n a s ; Delfina, á la
— Si; y creo que no le he parecido mal. Hemos cual deseaba mil veces al día todo género de felici-
hablado de a m o r d u r a n t e una hora, y he quedado en dades, no habia conocido las dulzuras del a m o r .
ir á verla el sábado. Eugenio era, sin duda alguna, u n o de los jóvenes
— ¡ A h ! ¡ cuánto le querré á usted si ella le quiere!. más guapos, para servirnos de su expresión, que
Usted es bueno, y no la atormentará. Pero si le hace había visto, y parecíale que proporcionaría á Delfina
usted traición, empezaré por cortarle á usted el pes- todos los goces de que hasta entonces había estado
cuezo. Una m u j e r no puede tener dos amores, ¿ s a b e privada. Por todos estos motivos, el pobre viejo
usted?... Dios mío, ¿ q u é tontería estoy diciendo? Hace dedicó al estudiante u n a amistad que fué en aumento,
aquí frío para usted, Dios mío, ¿ c o n q u e ha hablado y sin la cual no hubiéramos conocido el desenlace
usted con ella? ¿Y qué le ha encargado que m e diga? de esta historia.
« Nada », pensó Eugenio. Durante el almuerzo del día siguiente, s o r p r e n -
— Me ha dicho, respondió en alta voz, que le e n - dieron muchísimo á los huéspedes la afectación con
viaba á usted un cariñoso beso de hija. que Goriot miraba á Eugenio, j u n t o al cual se colocó,
— ¡ Buenas noches, vecino mío ! d u e r m a usted bien las palabras t j u e le dijo y el cambio de su fisonomía,
y sueñe con cosas a g r a d a b l e s ; pues yo, con lo que usted la cual parecía de ordinario una mascarilla de yeso.
me ha dicho, pasaré una noche deliciosa. ¡ Protéjale Yautrin, que por primera vez veía á Eugenio desde
Dios en s u s deseos! Ha sido usted esta noche para su entrevista, parecía querer leer en su alma.
mí como u n ángel que me ha traído las brisas de mi Al recordar el proyecto de aquel hombre, Eugenio,
hija. que, la víspera, antes de dormirse, habia medido el
« ¡Infeliz! pensaba Eugenio al acostarse; lo que vasto horizonte q u e ante él se abría, pensó en la
le pasa basta y sobra para ablandar un corazón de dote de Victorina Taillefer, no pudiendo excusarse
mármol. Su hija se ha acordado tanto de él como del de mirarla como mira á una rica heredera todo
Gran Turco. » hombre mozo, por virtuoso que sea. E n c o n t r á r o n s e
10.
casualmente sus miradas, y no dejó la pobre muchacha informarse de raí minuciosamente. He sabido que se
de hallar guapísimo á Eugenio con su ropa nueva. desvive por ser recibida en casa de mi prima, la condesa
Aquella mirada f u é lo bastante significativa para que de Beauseant. Ño deje usted de decirle q u e por lo mucho
Rastignac comprendiera q u e la joven había hecho de que ya la quiero tendré vivo placer en procurarle esa
él el objeto de esos deseos confusos que todas sienten pequeña satisfacción.
y que cifran en el primero que llega á interesarlas. Tan pronto acabó de comer, encaminóse Rastignac
Una voz interior le gritaba : « ¡ Ochocientos mil hacia la clase de Derecho, queriendo estar en aquella
f r a n c o s ! » Mas en seguida le presentó su espíritu los odiosa casa el menor tiempo posible. Pasóse el día p a -
recuerdos de la noche anterior, y pensó q u e su pasión, .seando, de acá para allá, presa de esa especie de fiebre
más ó m e n o s artificial, por Delfina de Nucingen, cerebral que han padecido los jóvenes afectados de
podía servir de antidoto á aquellos malos pensamien- esperanzas demasiado vivas. Las filosofías de Vautrin
tos involuntarios. hacíanle pensar en la vida social, cuando acertó á
— Daban anoche en los Italianos el Barbero de encontrar á su amigo Bianchon en el jardín de las
Sevilla, dijo el j o v e n . E n mi vida he oído música Tullerías.
tan deliciosa. ¡ Qué dicha la de poder tener u n palco — ¿Qué tienes que estás tan serio? díjole el e s t u -
en los Itatos l í a n o s ! diante de- medicina, asiéndose á su brazo p a r a pasear
Al vuelo cogió estas palabras él tío Goriot como un .delante del palacio.
perro sigue con la .vista los movimientos de su a m o . — Estoy atormentado por malos pensamientos.
— ¡ Dichosos los h o m b r e s ! dijo laVauquer, ¡hacen — ¿ D e q u e género s o n ? Los pensamientos se
lo que q u i e r e n ! curan.
— ¿Cómo ha vuelto usted del teatro? p r e g u n t ó — ¿Cómo?
Vautrin. — Sucumbiendo á ellos.
— A pie. — Te ríes sin saber de qué se t r a t a . ¿Has leído á
— A mí, replicó el tentador, no me gustan los pla- Rousseau?.
ceres á medias. Querría ir en coche y á mi propio • — Sí.
palco, y volyer á 'casa con igual comodidad. ¡ Todo ó — ¿Recuerdas aquel pasaje suyo en que pregunta
n a d a ! Tal es mi lema, la lector lo q u e haría ésto én el caso de que-pudiera
— ¡Y no hay otro, dijo la patrona. enriquecerse matando en China, por medio de un solo
—1 Acaso vaya usted á ver á la.señora de Nucingen, acto de su v o l u n t a d , á un viejo m a n d a r í n , sin moverse
dijo Eugenio eñ voz baja á Goriot. Esté usted seguro de P a r í s ?
de que le recibirá con los brazos abiertos. Querrá — Sí.
—Bueno, ¿ y qué? po, ni tener más a m a n t e s que un estudiante de medi-
— ¡ T o n t e r í a s ! . . . Ya llevo despachados treinta y cina interno en los Capuchinos. Siempre habría de en-
tres m a n d a r i n e s . cerrarse nuestra dicha en el espacio comprendido entre
— Fuera b r o m a s . Vamos á ver, si te prueban que j las plantas de los pies y el occipital, y ya la p a g u e -
la cosa es factible y que para ello basta u n a sola incli- mos un millón ó dos mil francos al año, su percep-
nación de cabeza, ¿lo h a r í a s ? ción intrínseca, dentro de nosotros, es la misma. De-
— ¿Es m u y viejo el m a n d a r í n ? Pero, qué demonio, cido, por tanto, que siga viviendo el chino.
— ¡ Gracias, m e has serenado el á n i m o , Bianchon.
viejo ó joven, paralitico ó sano á m í . . . ¡Demonio! Pues •..
Siempre seremos amigos.
bien, no.
— Oye, dijo el estudiante de medicina, al salir de
— Eres un buen chico, Bianchon. Pero ¿si quisieras
clase de Cuvier, en el Jardín de Plantas, h e visto hace
á u n a mujer hasta dar la vida por ella, y esa m u j e r
un momento á la Michonneau y á Poiret sentados en
necesitara dinero, mucho dinero, para su tocado y
un banco y hablando con un señor á quien vi el a ñ o
* i s vestidos, para su coche y para todos sus c a p r i -
pasado, cuando las j a r a n a s aquéllas, cerca del Congreso
chos...?
de diputados, y que me parece un agente de policía
— ¡ Me privas de la razón, y quieres que razone!
disfrazado de honrado burgués que vive de sus rentas.
— Mira, Bianchon, estoy loco, c ú r a m e . Tengo dos
Hay que e s t u d i a r á esa pareja ; ya te diré por qué. Adiós;
hermanas q u e son dos ángeles de belleza y de candor,
tengo clase á las cuatro.
y quiero que sean felices. ¿Dónde hallaré en cinco a ñ o s
Cuando Eugenio volvió á la casa de huéspedes halló
doscientos mil francos para s u dote? Ya ves que hay
al tío Goriot esperándole.
circunstancias en la vida en las que hay que j u g a r
— Esto es para usted, dijo el anciano. ¿ E h ? ¡Qué
gordo y no perder el triunfo para g a n a r unos c é n -
bonita l e t r a !
timos.
Eugenio abrió la carta, y l e y ó :
— Pero h o m b r e , planteas el problema que todos
e n c o n t r a m o s á la entrada de la vida, y quieres cortar
« Caballero : me ha dicho mi padre que es usted m u y
el nudo gordiano con la espada. Para hacerlo así. q u e -
aficionado á la música italiana, por lo que celebraría
rido, es preciso ser Alejandro. Yo me doy por contento
muchísimo que tuviese usted la bondad de aceptar un
con la existencia humilde q u e llevaré en mi provincia,
asiento en mi palco. El sábado oiremos á la Fodor y á
sustituyendo á mi padre. Los afectos del h o m b r e , s e
Pellegrini; estoy, por tanto, segura de que usted no
satisfacen en el más reducido círculo con la misma
me hará un desaire. El señor de Nucingen únese á mí
plenitud é intensidad que en una i n m e n s a circunfe-
para pedirle que venga usted á comer sin cumplido con
rencia. Napoleón n o podía comer dos veces á un tiem-
nosotros. Si acepta usted, le agradecerá,mucho verse poder de imponer condiciones en vez de recibirlas.
relevado del deber conyugal de'acompañarme. No con- I — Si, señor, iré, contestó. .
teste usted ; venga y reciba un saludo, El resultado de todo aquello era que sólo la c u r i o -
» d. de n:. »
sidad le conducía á casa de la de Nucingen, mientras
que, si-ésta le hubiera desdeñado, tal vez le hubiera
— Enséñemela, dijo Goriot á Eugenio cuando éste : llevado á ella la pasión. Sin embargo, no sin impaciencia
terminó la lectura de la carta. ¿ I r á usted, verdad'? esperó al día siguiente la hora de partir. Para un m u -
añadió después de h a b e r s e llevado la carta á la nariz. chacho, la primera intriga suele tener tantos encantos
¡ Qué bien huele! ¡Y pensar que s u s dedos h a n tocado como el p r i m e r a m o r . La seguridad del t r i u n f o e n -
este p a p e l ! gendra mil satisfacciones que los hombres nunca d e -
« Una m u j e r n o se arroja de este modo en brazos de claran, pero que son el encanto de ciertas mujeres. Lo
un h o m b r e , se decía el estudiante. Quiere quizá servirse mismo puede nacer el deseo de'la dificultad de la v i c -
de m i para atraer de nuevo á M a r s a y . Sólo el despecho toria .como de la facilidad, y es seguro, q u e todas las
obliga á d a r pasos como éste. » pasiones de los hombres están sostenidas por una de
— ¡Pero, h o m b r e ! . . . dijo Goriot, ¿ e n qué piensa estas dos causas que dividen el imperio del a m o r . Acaso
usted ? . sea esa división una consecuencia de la g r a n cuestión
Ignoraba Eugenio el delirio de vanidad que se había de los t e m p e r a m e n t o s , la cual, digan lo que digan,
apoderado por entonces de ciertas m u j e r e s , y no sabia domina á la sociedad. Si los melancólicos necessitan
que l a esposa de un banquero era capaz de toda especie "el excitante de la coquetería, la resistencia m u y pro*-
de sacrificios por l o g r a r acceso en la alta sociedad del longada bace- retirar á los nerviosos y s a n g u í n e o s .
arrabal S a i n t - G e r m a i n . E n aquel tiempo comenzábala O, en otros términos, tan esencialmente linfática es la
moda á poner por cima de todas los otras d a m a s á las elegía como bilioso es el ditirambo. Mientras Eugenio
que eran recibidas por las de aquel barrio, á las que. daba la última mano á su tocado, saboreaba esa s a t i s -
llamaban damas del Petit-Chateau, ocupando entre facción d é sí mismo d e q u e los jóvenes-nó se atreven á
ellas el rango más alto la vizcondesa de Beauseant, la hablar poi*. miedo á la burla de los demás,, pero que
duquesa de Langeais y la de Maufrigneuse. Sólo Ras- excitan su a m o r propio. Arreglábase el cabello, p e n -
tignac ignoraba el vivísimo deseo que devoraba á las sando que la mirada de u n a hermosa m u j e r se'deslizaría
señoras de la C h a u s s é e - d ' A n t i n por e n t r a r en el cir- por entre s u s negras sortijillas. Se permitió ante el es-
culo superior en q u e brillaban las primeras c o n s t e - pejo mil muecas infantiles, lo m i s m o que una mu-
laciones de su sexo. Pero su ignorancia le f u é útil, chacha que se viste para ir al baile, complaciéndose en
porque le permitió mantenerse sereno y le. dio el triste estirar bien el frac para contemplar su esbelto talle.
_ ¡ La v e r d a d e s que n o sería difícil encontrar otros • íírrran duque de Badén, h a n tenido la curiosidad de
de peor facha! decíase á sí mismo. ver. ¡ Adelante, señoras y caballeros, adelante! ¡ Pasen
ustedes á l a t a q u i l l a I ¡ Música, música ! ¡ Brum, la, la-
Ya q u e estuvo listo, bajó en el momento en q u e todos
ralá, laralá, b u m , b u m ! ¡ A ver el del clarinete ! Está
sus compañeros estaban ya sentados á.la mesa, siendo -
usted siempre desafinado, continuó diciendo con voz
recibido por un luego graneado de tonterías que su
ronca, y voy á darle e n los nudillos.
elegante equipo suscitó. Uno de los r a s g o s caracterís-
— ¡Pero qué chistoso es ese h o m b r e ! dijo la viuda
ticos d é l a casa de huéspedes es el asombro que causa
de Vauquer á l a de C o u t u r e ; yó no me aburriría nunca
en ella u n buen traje.
con él.
— ¡ Kt, kt, k t , ! hizo Bianchon castañeteando la len-
En medio de las risas y de las b r o m a s que desató
gua contra el paladar como para excitar a u n caballo.
el discurso de Vautrin, pronunciado con cómico ade-
_ ¡Traje de duque ó de par de Francia! dijo la
mán. Eugenio pudo s o r p r e n d e r u n a furtiva mirada de
Vauquer.
Victorina en el m o m e n t o en que ésta, inclinándose
— ¿ V a usted de c o n q u i s t a ? dijo la señorita Mi- hacia la de Couture, le decía algo al oído.
chonneau. — ¡Ahí está el cabriolé! dijo Silvia.
— ¡ Kokorokó! gritó el pintor.
— Salude usted á su señora en mi nombre, dijo — ¿Dónde come h o y ? p r e g u n t ó Bianchon.
— E n casa de la señora baronesa de Nucingen.
el empleado del Museo.
— Hija del señor Goriot, añadió el estudiante.
— ¿ T i e n e señora este caballero? preguntó Poiret.
Al ser pronunciado aquel h o m b r e , todaslas miradas
— Una señora m u y complicada, que no se h u n d e
convergieron sobre el antiguo harinero, quien c o n -
en el agua, color natural, de coste entre veinticinco
templaba á Eugenio con una especie de envidia.
y cuarenta, dibujos decuadritos última novedad, se la
Llegó Rastignae á la calle Saint-Lazare, penetrando
puede lavar, viste mucho, de hilo, algodón y lana, cura
en una de esas casas endebles, de columnitas delgadas
el dolor d e muelas y otras enfermedades reconocidas
y pórticos mezquinos que en París realizan lo bonito;
por la Real Academia de medic'.na, j muy buena para
verdadera casa de banquero, en la que se veía un lujo
los niños ! y mejor todavía contra los dolores de cabeza,
afectado y costoso, a b u n d a n d o los estucos, y en la que
los excesos de la s a n g r e y otras enfermedades del e s ó -
las mesetas de la escalera eran de mosaico de mármol.
fago, los ojos y las orejas, gritaba Vautrin con la
Halló á la señora de Nucingen en un saloncito cuyo
volubilidad y el acento declamatorio de un sacamuelas.
decorado consistía en pinturas italianas semejantes á las
¿Cuánto es esa maravilla? dirán usted, ¿diez c é n -
de los cafés. La baronesa estaba triste, y los esfuerzos
t i m o s ? No señor, se da de balde. Es un saldo del Gran
que hizo para disimularlo interesaron m u c h í s i m o . j ,
Mogol y q u e todos los soberanos de Europa, incluso el

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Eugenio, por lo mismo que no eran simulados. Creía enseñar su vestido de cachemira blanca con dibujos
él q u e su presencia debía bastar para que una mujer persas de la más refinada elegancia.
estuviera contenta, y hallándola tan afligida sintió un — Quisiera que fuese usted toda mía, dijo Eugenio.
desencanto que vino á despertar su amor propio. Está usted encantadora.
— Escasos títulos son los míos para merecer su c o n - — Téndría usted una triste posesión, dijo Delfina
fianza, dijo después de haberse atormentado en vano sonriendo con a m a r g u r a . Nada aquí d e n u n c í a l a d e s -
buscando en su imaginación la causa del disgusto; pero gracia, y , sin embargo, estoy desesperada. Los pesa-
me atrevo á esperar que, si soy importuno-, m e lo dirá res me quitan el sueño, y acabaré por quedarme fea.
usted con toda franqueza. — ¡Oh, imposible, imposible! exclamó el estudiante.
— Quédese usted, contestó, porque si usted se va Pero quisiera saber qué penas son ésas que un a m o r
me quedaré sola. Nucingen come fuera de c a s a ; no solícito y decidido no puede b o r r a r .
quiero a b u r r i r m e e n la soledad; necesito distracción,, — ¡ Qué pronto se alejaría usted de mi lado si se
— ¿ Pero qué tiene usted ? las confiara! Usted sólo m e ama por u n a galantería
— Sería usted la última persona á quien se lo dijera, frecuente e n los h o m b r e s ; pero, si realmente me
exclamó Delfina. amara, caería usted en la m á s espantosa desesperación.
— Quiero saberlo, porque sin duda h a y algo en ese Ya ve usted que debo callarme... ¡ Por Dios! siguió di-
secreto que m e atañe. ciendo, hablemos de otra cosa. Venga usted á ver mis
— ¡ Quizá! Pero no, añadió, es una de esas reyertas habitaciones.
matrimoniales q u e deben permanecer en el fondo del — No, quedémonos aquí, respondió E u g e n i o , sen-
corazón. ¿No le d e c í a á u s t e d anteayer que no soy feliz? tándose delante de la c h i m e n e a , en una confidente, al
No hay cadenas que pesen tanto como las de oro. lado de la señora de Nucingen, á la cual tomó resuel-
Cuando una m u j e r confiesa á un joven que es d e s - tamente la m a n o .
graciada, ese joven, si tiene viveza, viste bien y lleva Ella, no "sólo se la abandonó, sino que la apoyó con
mil quinientos francos en el bolsillo, piensa lo que fuerza sobre la suya por u n o de esos movimentos con-
pensó Eugenio, y se convierte en un fatuo. vulsivos reveladores d e intensa emoción.
— ¿Qué puede usted d e s e a r ? ¿ N o es usted joven, — Si tiene usted penas, cuéntemelas, pues lo m e -
hermosa, amada y r i c a ? rezco. Voy á probar que la a m o á usted por usted
— No hablemos de mí, dijo Delfina moviendo triste- misma. O bable usted para contarme la causa de su
mente la cabeza. Comeremos j u n t o s , en la intimidad, aflicción, para disiparla, a u n q u e para ello tenga yo
y luego ¡remos á oír la m á s deliciosa de las músicas... que matar á seis hombres, ó me levanto y me voy para
¿ L e parezco á usted b i e n ? añadió levantándose para no volver más.
— Ahora m i s m o voy á proporcionarle el medio de — ¿Ha j u g a d o usted alguna vez? p r e g u n t ó con voz
cumplir lo ofrecido, exclamó Delfina, dominada por trémula.
un a r r a n q u e desesperado que le hizo darse un golpe
— ¡ Jamás!
en la frente. Sí, añadió, no hay más medio que ése.
— ¡ A h ! Respiro, porque será usted afortunado.
Y tocó un timbre. Tome usted mi bolsillo, dijo. V a m o s , tómelo usted;
— ¿Está e n g a n c h a d o el coche del s e ñ o r ? preguntó contiene cien francos, todo el capital de esta m u j e r
al ayuda de cámara. tan feliz. Suba usted á una casa de j u e g o ; no sé dónde
— Sí s e ñ o r a . están, pero sí que las h a y en el Palais-Royal. Ponga
— Lo tomo. El señor tomará mi coche. No servirá usted los cien francos á u n j u e g o llamado la ruleta, y
usted la comida hasta las siete... Vamos, vengausted, piérdalos usted ó tráigame seis mil francos. A la vuelta
dijo á Eugenio.
le contaré mis penas.
Al verse el joven en el coche de Nucingen y con ¿ — Consiento en q u e m e lleve el demonio, si en-
aquella m u j e r , creyó q u e soñaba.
tiendo una palabra de lo que voy á hacer; pero quiero
— Al Palais-Royal, dijo ella al cochero, cerca del obedecerla á usted, añadió con viva alegría, causada
Teatro Francés.
por este p e n s a m i e n t o : « Puesto que se compromete
Durante el camino parecía agitada, y no quiso res- conmigo nada puede r e h u s a r m e . »
ponder á las mil p r e g u n t a s de Eugenio, el cual no Eugenio toma el lindo bolsillo, corre al n ú m e r o 9,
sabía qué pensar de aquella resistencia muda, com-
después de h a b e r preguntado á un comerciante de ro-
pacta, obtusa.
pas hechas por la casa de juego más próxima ; sube,
« E n un momento se me escapa, se decía. » deja el sombrero en m a n o s de un dependiente, entra
Cuando el coche se detuvo, la baronesa miró al es- y pregunta dónde estaba la ruleta. Con g r a n asombro
tudiante con ademán que i m p u s o silencio, á s u s locas de los presentes, el criado Te conduce delante de u n a
palabras, pues se había entusiasmado locamente.
larga mesa. Eugenio, seguido de todos los espectado-
— ¿Me ama usted de veras? le dijo. res, pregunta sin avergonzarse dónde hay que colo-
— Sí, contestó, tratando en v a n o de ocultar la -in- car la puesta.
quietud que un instante le había invadido.
— Si coloca usted un luis e n cada u n o de estos
— ¿No pensará usted mal de mí a u n q u e le pida lo treinta y seis n ú m e r o s , y sale, g a n a r á usted treinta
que le pida?
y seis luises, le dijo un respetable anciano de blancos
— No.
cabellos.
— ¿Está usted dispuesto á obedecerme? Pone Eugenio los cien francos en el veintiuno, nú-
— Ciegamente. mero de s u s años. Antes de q u e se diera cuenta de
h o n o r a t o de balzac

nada, oyóse un grito de a s o m b r o . Había g a n a d o sin — Todo voy [á contárselo, amigo mío. Porque usted
saberlo. será amigo mío, ¿ n o es v e r d a d ? Me ve usted rica y
—• Retire usted su dinero, le dijo el viejo, nadie opulenta ; nada me falta, ó, al menos, parece que no
g a n a dos veces seguidas en este j u e g o en el mismo me falta. Pues b i e n ; sepa usted que mi m a r i d o no me
número. deja disponer de u n c é n t i m o ; paga todos los gastos de
Toma Eugenio un rastrillo que le alarga el anciano, la casa, mis coches, mis palcos; m a s para gastos de
y arrastra hacia si los tres mil seiscientos francos. modista, y como dinero de bolsillo, m e concede una
Luego, sin saber d e l j u e g o más que al empezar, es suma insignificante, reduciéndome á miseria secreta
decir, nada, los pone en el rojo. Los espectadores le por cálculo. Soy demasiado orgullosa para irle con sú-
contemplan con envidia, al ver q u e juega de nuevo. plicas. ¿No es verdad que sería yo la última de las
Gira la rueda, vuelve á g a n a r y á pagarle el banquero criaturas si aceptara su dinero al precio q u e él quiere
otros tres rail seiscientos francos. ponerle? ¿Cómo, yo que tengo setecientos mil francos
— Tiene usted siete mil doscientos francos, le dijo he llegado á verme despojada de esa m a n e r a ? Por or-
al oído el caballero anciano. Si quiere usted creerme, gullo, por indignación. ¡Somos tan jóvenes y tan ino-
retírese, porque el rojo ha venido ya ocho veces, y, centes cuando comenzamos la vida c o n y u g a l ! Desga-
si es usted caritativo, agradecerá usted mis buenos rrábame la boca la palabra que era preciso p r o n u n c i a r
consejos aliviando la miseria de un antiguo prefecto para pedirle dinero á mi m a r i d o ; nunca me atrevía, y
de Napoleón que se e n c u e n t r a reducido á la mayor ne- me he comido mis economías, con m á s lo que me ha
cesidad. dado mi pobre padre. Y después he contraído deudas.
Rastignac, aturdido, deja al de la blanca cabellera El matrimonio ha sido para mí la más horrible de las
tomar diez luises, y baja las escaleras con s u s siete decepciones; no puedo referírselas; bástele á usted sa-
mil francos, sin comprender todavía una palabra del ber que me tiraría á la calle p o r una ventana, si h u -
juego, pero asombrado por la suerte que ha tenido. biera de vivir con Nucingen de otra suerte que t e -
— Y ahora ¿ d ó n d e me lleva usted? dijo e n s e ñ a n d o niendo cada uno nuestra habitación aparte. Cuando
á la señora de Nucingen los siete mil francos, luego tuve que confesarle mis deudas de m u j e r joven y e l e -
que la portezuela quedó cerrada. g a n t e : joyas, caprichos, etc., etc. (mi buen padre no
Delfina le estrechó contra su pecho, como una loca, nos negaba nada), sufrí un verdadero t o r m e n t o ; pero
abrazándole con fuerza, pero sin pasión. á la postre, hallé fuerzas para decírselo. ¿No tenía yo
— ¡ Me ha salvado u s t e d ! mi fortuna propia? Nucingen se enfadó, m e dijo que
Y gruesas l á g r i m a s de alegría rodaron por sus m e - iba á arruinarle. Hubiera querido estar á cien pies bajo
jillas. tierra. Como tenía en sus m a n o s mi dote, pagó,
pero estipulando para mis gastos personales, en lo muerte, porque estaba loca de dolor. ¡Ah, caballero!
sucesivo, u n a cantidad á la que me lie resignado para yo le debía á usted esta explicación, porque he sido
vivir en paz. Después he querido corresponder al amor muy extravagante con usted. Cuando me ha dejado
propio de alguien á quien usted conoce. Me ha e n - usted en el coche y le perdí de vista, e n t r á r o n m e g a -
gañado, a b a n d o n á n d o m e indignamente, mas debo nas de huir á pie... ¿ a d o n d e ? No lo sé. Ahí tiene us-
hacer justicia á la nobleza de su carácter. No debería ted lo que es la vida de la mitad de las m u j e r e s de
un h o m b r e a b a n d o n a r nunca á una m u j e r á la cual París; lujo exterior y mortales a n s i a s en el alma. Co-
han arrojado, viéndola en un m o m e n t o de apuro, un nozco á otras infelices aun más desgraciadas que yo.
puñado de oro. Debería amarla siempre. Usted, alma Las hay que se hacen presentar por s u s proveedores
Cándida de veintiún a ñ o s ; usted, joven y puro, p r e - cuentas a m a ñ a d a s . Otras tienen que robar á s u s ma-
guntará cómo puede aceptar u n a m u j e r dinero de un ridos; unos creen que las cachemiras de quinientos
hombre. ¡ A y ! ¿ no es la cosa más natural del m u n d o francos cuestan cien luises, y otros que los de cien Iui-
partir lo que poseemos con el ser á quien debemos la ses sólo valen quinientos francos. Algunas infelices ha-
felicidad? Los que todo se han dado, ¿ p o r qué han cen a y u n a r á sus hijos, y todavía sisan para tener un
de preocuparse de tan pequeña parte de ese todo? El vestido. Yo estoy p u r a de estos odiosos e n g a ñ o s . Esta
dinero sólo empieza á ser algo e n el instante en que será mi última a n g u s t i a . Si algunas m u j e r e s se ven-
el sentimiento ha desaparecido. ¿No se unen para den á s u s maridos para gobernarlos á su antojo, yo,
siempre los que se a m a n ? ¿Quién de nosotras prevé siquiera, soy libre de semejantes bajezas. Podría h a -
una separación, creyéndose amada de veras? Si nos cerme cubrir de oro por Nucingen, y prefiero llorar
j u r a n ustedes un a m o r eterno, ¿por qué hemos de te- con la cabeza reclinada en el corazón de un h o m b r e
ner intereses distintos? No puede usted figurarse lo á quien pueda e s t i m a r . ¡ Ah! esta noche no podrá mi-
que he sufrido hoy al negarme Nucingen terminante- rarme el señor de Marsay como á m u j e r á quien ha
mente seis mil f r a n c o s ; ¡él, que todos los meses se pagado.
los da á su querida, una mujerzuela de la Opera! Pensé Ocultó el rostro entre las manos, para que no viera
en m a t a r m e . Las ideas más disparatadas cruzaban por Eugenio s u s lágrimas ; pero éste se lo descubrió para
mi cabeza, y había momentos en que envidiaba la contemplarla, y la halló sublime.
condición de una criada, de mi propia doncella. Diri- — Mezclar el dinero con el a m o r , ¿ no es cosa ho-
g í m e á mi padre, i n ú t i l ; entre Anastasia y yo le her- r r i b l e ? Usted ya no podrá quererme, dijo.
mos saqueado, y el pobre se hubiera vendido si v a - Aquella coníusión de hermosos sentimientos, de
liese seis mil francos. Habría ido á desesperarle e n esos que enaltecen tanto á la m u j e r , y de faltas que
vano. Usted me ha salvado de la vergüenza y de la la actual constitución de la sociedad las obliga á c o -
.11
opulencia aturdía al estudiante, e n cuyos oídos sona-
meter, trastornaba á Eugenio, quien pronunciaba c o n -
ron como u n eco las siniestras palabras de Vautrin.
soladoras palabras de t e r n u r a , contemplando á aquella
— Siéntese usted a h í , dijo la baronesa e n t r a n d o
mujer, cuya explosión de dolor presentábase con tan
en su cuarto y señalando al estudiante un diván j u n t o
imprudente candidez.
á la chimenea. Voy á escribir una carta muy difícil.
— Prométame usted que no hará de esto un a r m a
Aconséjeme usted.
contra mí, dijo Delfina.
— Señora, soy incapaz de tal cosa, contestó. — Pues ya le estoy aconsejando, dijo Eugenio : no
— Cogióle Delfina la mano, poniéndola sobre su escriba usted, meta los billetes en un sobre y envíelos
corazón, obedeciendo á un movimiento lleno de gra- usted por la doncella.
titud y de amabilidad. — ¡ Vaya un h o m b r e como no hay d o s ! exclamó Del-
— Gracias á usted, vuelvo á ser libre y feliz. Vivía fina. Ahí tiene usted lo que es haber recibido u n a
oprimida por una m a n o de hierro. Desde ahora seré educación distinguida. Eso es Beauseant puro, añadió
económica; no gastaré nada. A usted le pareceré bien sonriendo.
de cualquier modo, ¿ n o es verdad, amigo m í o ? . . . « Es encantadora », pensó Eugenio, que se iba
Guarde usted esto, dijo tomando tan sólo seis bi- enamorando por m o m e n t o s .
lletes de mil f r a n c o s . . . E n conciencia, le debo á Después consideró la habitación, en l a q u e se obser-
usted tres mil francos, pues mis intención era que fué- vaba la voluptuosa elegancia de una cortesana rica.
ramos á medias. — ¿ Le parece bien mi j a u l a ? dijo mientras lla-
Defendióse Eugenio como una virgen, pero la b a - maba. — Y añadió : — Teresa, lleve usted esto á casa
ronesa le dijo : del señor de Marsay : en propia mano. Si no está,
— Le consideraré á usted como mi mayor enemigo tráigame usted la carta.
si no quiere usted ser mi cómplice. No salió Teresa sin antes dirigir á Rastignac una
A lo que Eugenio replicó : maliciosa mirada. La comida estaba servida. Rastignac
— Será un fondo de reserva para en caso de d e s - dió el brazo á Delfina, la cual le c o n d u j o á un deli-
gracia. cioso comedor, en el que encontró el m i s m o lujo que
— Acaba usted de p r o n u n c i a r la palabra que tanto admirara en casa de su prima.
temía yo, exclamó Delfina palideciendo. Si quiere — Siempre que sea día de Italianos, dijo la baro-
usted ser algo para mí, j ú r e m e usted no volver á nesa, vendrá usted á comer conmigo, y luego me
j u g a r . ¡ Dios mío, me moriría de dolor pesando h a - acompañará usted al teatro.
berle corrompido á usted ! — Me habituaría con s u m o g u s t o á esta vida, si
Habían llegado. El contraste entre la miseria y la hubiera de d u r a r ; pero yo soy un pobre estudiante
q u e tiene que seguir u n a carrera y hacer su fortuna. . — Hasta el lunes en el baile, dijo.
— Ya llegará, dijo la baronesa riendo. Vea usted Mientras se encaminaba á pie hacia su casa, á la luz
cómo se arregla todo : n o creía yo ser hoy tan feliz. de una hermosa noche de luna, sumióse Eugenio en
Es propio de las mujeres probar lo imposible pol- serias meditaciones. Estaba contento y descontento á
lo posible y destruir los hechos con los p r e s e n t i - la p a r ; contento de aquella a v e n t u r a , cuyo probable
mientos. Cuando Delfína de Nucingen y Rastignac e n - desenlace sería para él la posesión tan deseada de una
traron en su palco de los Bufos, el aire de satisfacción de las m u j e r e s más elegantes de P a r í s ; descontento
de ella hacíala parecer aun más hermosa. Muchos, al viendo por el suelo s u s sueños de f o r t u n a ; y entonces
verla, permitiéronse a l g u n a s de esas pequeñas calum- fué cuando sintió la realidad de aquellos pensamientos
nias contra las cuales no tienen defensa las mujeres y indecisos á que la antevíspera se había entregado- La
q u e á veces hacen creer en desórdenes inventados á falta de éxito en los planes viene siempre á reve-
placer. Los que conocen á París saben que no debe larnos la m a g n i t u d de las pretensiones. Cuanto más
creerse nada de lo que e n él se dice, y que no se dice gozaba Eugenio de la vida parisiense, menos se resig-
nada de lo que se hace. naba á continuar pobre y obscuro. Arrugaba en el bol-
sillo el billete de mil francos, haciéndose infinidad de
Eugenio cogió la m a n o de la baronesa, y ambos se
razonamientos capciosos para apropiárselo. Llegó por
hablaron por medio de presiones más ó menos vivas,
lin á la calle Neuve-Sainte-Geneviéve, y cuando estuvo
comunicándose las sensaciones que la música p r o d u -
en lo alto de la escalera vió luz : el tío Coriot había
cía en ellos. Aquella noche f u é embriagadora para
dejado la luz encendida y la puerta entreabierta, con
ambos. Salieron j u n t o s , y Delfína quiso acompañar
objeto de q u e el estudiante no olvidara entrar á con-
á Eugenio hasta el Puente Nuevo, negándole d u r a n t e
tarle su hija, s e g ú n su expresión. Nada le ocultó
todo el camino u n o solo de aquellos besos que tanto
Eugenio.
le prodigara en el Palais-Royal. Reprochóle Eugenio
tal inconsecuencia. ; — ¡ De modo que me creen a r r u i n a d o ! exclamó
— Hace poco, respondió Delfína, expresaban el reco- Coriot, cuyos celos hicieron explosión con desespera-
nocimiento de un servicio inesperado, ahora signifi- da violencia. ¡ Si tengo aún mil trescientos francos de
carían una promesa. renta! ¡ Pero s e ñ o r ! ¿ por qué no ha venido esa pobre
— ¿Y no me quiere usted darme n i n g u n a , ingrata'? criatura ? Hubiera vendido mi renta, habríamos tomado
Manifestó Eugenio su d i s g u s t o ; entonces Delfína, del capital lo necesario, y con el resto hubiera tenido
haciendo uno de esos gestos de impaciencia qu° e n - yo para pasar m i s últimos días. ¿ P o r qué no ha ve-
loquecen á un amante, le dió la' m a n o á besar, y él nido usted á contarme los apuros de la pobre, querido
la tomó de tan mala g a n a , que le hizo mucha gracia. vecino, y cómo ha tenido usted valor para arriesgar
en el juego s u s últimos cien f r a n c o s ? eso me desespe- creo que seré h o m b r e honrado toda mi vida. P r o p o r -
ra. Ahí tiene usted lo que son los yernos. Como los ciona un verdadero placer el seguir las inspiraciones
cogiera, los e s t r a n g u l a b a . . . ¡Llorar, Dios mió, l l o r a r ! de la propia conciencia. »
¿Conque ha llorado? Sólo quizá los que creen en Dios practican el bien
— Apoyada su cabeza en mi chaleco, dijo E u g e n i o . en secreto, y Eugenio creía en Dios. Al día siguiente,
— ¡ Oh, regálemelo! dijo el tío Goriot. ¿Conque ha á la hora del baile, fué Rastignae á casa de la -de
llorado mi querida Delfina, ella, q u e siendo niña n o Beauseant, la cual le llevó á la de la duquesa de Cari-
vertió ni una lágrima ? ¡ Oh ! Le compraré á usted gliano. Recibió la más afectuosa acogida por parte d e
otro, pero no lleve usted m á s ése, déjemelo usted. Ella la maríscala, en cuya casa vió á Delfina, que habíase
tiene, según el contrato, el usufructo de s u s bienes. esmerado en su tocado con objeto de agradar á todos,,
Mañana m i s m o voy á ver á u n procurador, á Derville. para agradar más á Eugenio, de quien esperaba con
Exigiré la libre colocación de su f o r t u n a . Conozco las impaciencia, si bien creyendo no ser notada, una
leyes; soy lobo viejo, y Ies probaré que a u n t e n g o mirada siquiera. Para el que sabe adivinar las e m o -
dientes bien afilados. ciones femeninas, un momento asi es delicioso.
— Tome usted, papá ; aquí tiene usted mil francos ¿Quién no se ha complacido en hacer esperar su opi-
que se ha empeñado en darme de las ganancias de nión, en disimular coquetamente s u contento b u s -
esta m a ñ a n a . Guárdelos usted en el chaleco. cando una confesión por medio de las inquietudes cau-
Contempló el anciano á Eugenio, le tendió la m a n o sadas, y gozando de temores que han de disiparse á
para coger la suya, y dejó caer en ella una lágrima. la primera sonrisa? Durante el baile, el estudiante se
— Logrará usted ver realizados sus planes, le dijo el hizo cargo de su situación, y comprendió que su p r ó -
viejo, Dios es justo. Soy entendido en lo que atañe á ximo parentesco con la señora de Beauseant le daba
honradez, y le aseguro á usted que hay pocos hom - una posición distinguida en sociedad. La conquista
bres que se parezcan á usted. ¿Quiere usted ser t a m - de la señora de Nucingen, que le atribuían ya, le hacía
bién mi querido hijo? Vaya usted á d o r m i r . Usted tan visible, q u e todos los jóvenes le miraban con e n -
puede hacerlo, porque todavía no es padre. Conque ha vidia; al sorprender algunas de aquellas miradas,
llorado, y ahora lo sé, después de haber estado c o - saboreó los primeros placeres de la fatuidad. Al p a s a r
miendo m u y tranquilo, como un imbécil, mientras de un salón á otro, solía oír el elogio de su dicha.
ella s u f r í a , ¡ yo, que vendería al Padre, al Hijo y al Todas la mujeres le pronosticaban g r a n d e s f o r t u n a s ,
Espíritu Santo para a h o r r a r una lágrima á cualquiera y Delfina, temiendo perderle, le prometió para aquella
de las dos ! noche el beso que negara la antevíspera.
« Realmente, se dijo Eugenio al acostarse, q u e Varias fueron las invitaciones que recibió Rastignae
en aquel baile. Su prima le presentó á otras damas, no pueden excusarse de estar muy bien de ropa blanca:
todas ellas con pretensiones de elegantes y que daban ¿ n o es lo que suele examinarse más en ellos? El a m o r
reuniones también muy agradables, d e suerte que se y la iglesia exigen h e r m o s a s telas sobre s u s altares.
bailó metido en lo mejor de la sociedad parisiense. Estamos, pues, en los catorce mil. No le hablo de lo
Ofrecióle, pues, aquella velada todos los encantos que pierda en el juego, en apuestas, en regalos; es
d e un estreno brillante, del que había de acordarse imposible no contar dos mil francos para dinero de
hasta en los días de su vejez, como recuerda una mu- bolsillo. He practicado ese género de vida, y sé lo que
chacha el baile en que fué festejada. Al día siguiente cuesta... Añada usted á esas primeras necesidades tres-
c o n t ó durante el almuerzo aquellas victorias al tio cientos luises para la comida y mil francos para la
Goriot delante de los otros huéspedes. Vautrin c o -
casa, y verá usted, hijo mío, cómo salimos por u n o s
menzó á reírse de un modo diabólico.
veinticinco mil francos anuales so pena de caer en el
— Y después de lo que acaba usted de referirnos, fango y de que se rían de nosotros, con lo que ¡adiós
exclamó aquél con su lógica inflexible, ¿cree usted porvenir, triunfos y a m a n t e s ! Se me ha olvidado el
q u e un joven de los de moda puede vivir en la calle ayuda de cámara y el criadito de recados, á no ser que
Neuve-Sainte-Geneviéve, en la casa Vauquer, casa quiera usted confiar á Cristóbal la misión de m e n s a -
respetabilísima sin duda, pero que carece de toda ele- jero de s u s amores, y escribir s u s apasionadas cartitas
gancia? Es cómoda, se distingue por la abundancia
en papel del que usa usted a h o r a . Crea usted á un viejo
que en ella reina, está orgullosa de servir de m o m e n -
muy experimentado, añadió con voz de bajo profundo.
táneo albergue á un Rastignac, pero al íin y á la p o s -
Destiérrese á u n a virtuosa buhardilla, y en ella cásese
tre la verdad es q u e está en la calle Neuve-Sainte-
con el trabajo, ó eche usted por otro camino.
Geneviéve y que desconoce el lujo porque es puramente
Y Vautrin guiñó un ojo, indicando á Victorina
p a t r i a r c a i r a m a . Mi joven amigo, continuó Vautrin en
Taillefer, como recordando y resumiendo en este guiño
tono socarronamente paternal, siquiereusted d a r golpe
en París, necesita usted t r e s caballos y un tílburi por los corruptores razonamientos q u e había sembrado
la m a ñ a n a , un cupé por la noche, e n total unos en el corazón del estudiante.
nueve mil francos para su tren de carruajes. Sería u s - Trascurrieron a l g u n o s días, d u r a n t e los cuales llevó
ted indigno del papel á que está destinado si no gas- Rastignac la vida m á s disipada. Comía casi á diario
tara tres mil francos en el sastre, seiscientos en el en casa de Delfina de Nucingen, á la que después
perfumista, trescientos francos en el zapatero y otros acompañaba á todas partes. Volvía á las tres ó las
trescientos e n el sombrerero. La planchadora le cos- cuatro de la m a ñ a n a , se levantaba á las doce para
tará á usted mil francos, porque los jóvenes de moda componerse, iba á paseo con Delfina al B o i s d e B o u l o -
gne, cuando hacía buen tiempo, prodigando de esta
suerte el suyo sin apreciarle debidamente, y aspirando ciante de objetos de punto es otro de los gusanos roe-
todas la enseñanzas y todas las seducciones del lujo dores de su bolsillo.
con el ardor que se apodera del impaciente cáliz de la En tal situación hallábase Rastignac. Siempre vacía
palmera h e m b r a cuando recibe el polen fecundante para la patrona y siempre llena para las exigencias de
del himeneo. Jugaba fuerte, perdía ó g a n a b a mucho, la vanidad, tenía su bolsa las alternativas más extra-
y acabó p o r habituarse á la vida desordenada de la ordinarias y menos conformes con los pagos iie mayor
juventud parisiense. De s u s primeras ganancias había urgencia. Para dejar aquella casa repugnante, en la
enviado mil quinientos francos á su madre y h e r m a - que todos los días se humillaba su vanidad, ¿ n o era
nas, acompañando esta restitución con bonitos rega- preciso pagar un m e s á la pupilera y comprar m u e -
los. A u n q u e había anunciado su deseo de salirse de bles para su nueva habitación de dandy ? Aquello
casa de la señora de Vauquer,alli estaba aún en los constituía siempre la cosa imposible. Cuando tenía
últimos días de enero, sin saber cómo arreglárselas que pagar deudas del juego, iba á su relojero á com-
para m u d a r s e . La g e n t e joven está sometida á u n a ley prar relojes y cadenas de oro q u e luego llevaba á
en apariencia inexplicable, pero cuya causa radica empeñar al monte de piedad — ese severo y silencioso
precisamente en su juventud misma y en la especie amigo de la juventud — joyas cuyo valor integro pa-
de f u r o r con que se e n t r e g a al placer. Ricos ó pobres, gaba cuando g a n a b a ; mas tratándose de pagar la casa
nunca tienen bastante dinero los jóvenes para las ne- y la comida ó de c o m p r a r lo necesario para c o n t i n u a r
cesidades de la vida, y en cambio disponen siempre su vida elegante, hallábase sin inventiva ni audacia.
del suficiente para s u s caprichos. Pródigos de todo lo Las necesidades vulgares y las deudas contraídas para
que se obtiene á crédito, son avaros de lo que se paga satisfacerlas no le estimulaban. Como la mayor parte
al contado, y parecen v e n g a r s e de lo que no tienen, de los que h a n tenido tan azarosa existencia, esperaba
derrochando cuanto pueden llegar á tener. Precisando hasta el último m o m e n t o para saldar créditos sagra-
la cuestión, diremos q u e un estudiante se cuida más dos, según los burgueses, á semejanza de Mirabeau,
del sombrero que del frac. Ló cuantioso de la ganancia que se resistía á pagar el pan hasta que le presenta-
hace al sastre esencialmente fiador, mientras que la ban la cuenta bajo la forma terrorífica de letra de
modicidad de la s u m a que cobra convierte al sombre- cambio.
rero en u n o de esos terribles seres con quienes se ve Por entonces, Rastignac había perdido su dinero y
el joven obligado á parlamentar. Suele ocurrir que el contraído deudas, comenzando á comprender que sin
mismo pollo que ofrece en el teatro á la admiración recursos fijos le sería imposible continuar aquella e x i s -
de las mujeres que le contemplan con s u s gemelos tencia. No obstante, á la vez que gemía bajo los terri-
chalecos deslumbrantes no lleva calcetines: el comer- bles zarpazos de su precaria situación, encontrábase
incapaz de r e n u n c i a r á los intensos goces que le ofre- cada cual a r r a s t r a r por la fantasía según el interés que
cía aquella vida y quería continuarla á toda costa. Las en él despertaba la conversación ó la mayor ó m e n o r
felices casualidades con que había contado para hacer pesadez que le causaba su digestión. Pocas veces, en
fortuna convertíanse en quiméricas á la par que a u - invierno, abandonaban los huéspedes el comedor
m e n t a b a n los obstáculos reales. Al iniciarse en los antes de las ocho, á cuya hora quedaban solas las m u -
secretos domésticos de Delfina de Nucingen, había a d - jeres y se resarcían del silencio que la presencia de
quirido la convicción de que para convertir el a m o r en los hombres les impusiera hasta entonces. Observando
instrumento de fortuna era preciso h a b e r probado to- Vautrin la preocupación, por demás evidente, de Eu-
das las vergüenzas y r e n u n c i a r á todas las ideas ele- genio, permaneció en la sala, a u n q u e momentos antes
vadas que absuelven á la j u v e n t u d de sus faltas. había manifestado tener prisa, y se colocó de modo
Aquella vida exteriormente magnífica, pero raída por que el estudiante, que debía suponerle ya ausente, no
todos los g u s a n o s del remordimiento, y cuyos fugiti- advirtiera su presencia. Y luego, en vez de a c o m p a ñ a r
vos placeres eran caramente pagados por persistentes á los huéspedes que fueron los últimos en marcharse,
sobresaltos, aquella vida era la que había hecho suya, quedóse cazurramente e n la sala. Había leído en el
y se revolcaba en ella como el Distraído de La Bruyère alma del estudiante y presentía un momento decisivo.
en el fango del foso, sólo que, á semejanza de éste, Hallábase, en efecto, Rastignac en una situación de
todavía no manchaba m á s que su traje. augustiosa incertidumbre q u e muchos jóveñes han
— ¿ Por lo visto ya hemos despachado al m a n d a r í n ? debido de conocer. Enamorada ó coqueta, Delfina de
le dijo un día Bianchon al levantarse de la m e s a . Nucingen había hecho sufrir al estudiante todas ¡as
— Todavía no, respondió, pero agoniza. ansias de u n a verdadera pasión, desplegando para ello
Creyó el estudiante de medicina que esta contesta- los recursos de la diplomacia femenina empleados en
ción era una broma, pero había dicho Engenio la París. Después de haberse comprometido públicamente
verdad. Éste, que por la primera vez al cabo de mu- con objeto de retener á su lado al primo de la v i z -
chos días había comido en la casa de huéspedes, estuvo condesa de Beauseant, no se resolvía á concederle en
m u y pensativo durante toda la comida. E n lugar de realidad los derechos de que parecía ya gozar el joven.
levantarse á los postres, permaneció en el comedor Hacía un mes que venía m a n t e n i e n d o los sentidos de
sentado j u n t o á Victorina Taillefer, á la cual dirigía Eugenio en tan constante excitación, q u e había aca-
de cuando en cuando miradas expresivas. Algunos bado por tocarle el corazón. Sí en los primeros mo-
huéspedes seguían sentados á la mesa comiendo nue- mentos de aquellas relaciones había el estudiante
ces, y otros continuaban, paseándose, discusiones creído ser el a m o , resultó á Ja postre vencido por Delfi-
comenzadas. Como casi todas las noches, dejábase na, merced á aquel sistema que consistía en t e n e r cons r

biblioteca u m v c f - •

"AIFOHSO
pectos, escuchando s u s suspiros y dejándose acariciar
tantemente despiertos y s u s p e n s o s en E n g e n i o todos
por las castas brisas. El amor verdadero y bueño pa-
los sentimientos buenos y malos contenidos en los dos
ó tres h o m b r e s que encierra el alma de todo parisién gaba por el malo. E s t e contrasentido será frecuente,
de pocos años. ¿Lo hacía por cálculo? N o ; las m u j e - por desgracia, mientras no sepan los hombres cuán-
res son siempres verídicas, a u n en medio de sus ma- tas flores siegan en el alma de u n a m u j e r joven las
yores falsedades, porque ceden á un sentimiento natu- primeras traiciones.
ral. Quizá Delfina, habiendo dejado á E u g e n i o adquirir De todas m a n e r a s , y cualquiera que fuese el móvil
sobre ella un ascendiente demasiado repentino y d e - á que obedecía, el caso era que Delfina traía y llevaba
mostrádole un cariño s u m a m e n t e vivo, obedecía, al á Rastignac, g u s t a n d o de entretenerle sin duda por-
proceder de esta suerte, á un sentimiento de dignidad que le constaba que era amada y porque sabía que
que la movía á retirar s u s concesiones ó por lo menos podía poner fin á los tormentos del a m a n t e cuando á
á complacerse en suspenderlas. ¡ E s t á n n a t u r a l en una su real capricho de m u j e r le viniera en g a n a . Por
parisiense, en el m o m e n t o en que la arrastra la pa- otra parte, á Eugenio le impulsaba el a m o r propio á
sión, vacilar en su caída y p o n e r á prueba el corazón que aquella su primera empresa no terminase con una
de aquel á quien va á e n t r e g a r su p o r v e n i r ! Bien re- derrota, y persistía en ella como u n cazador que quiere
ciente estaba la traición de que la había hecho víctima matar á toda costa una perdiz el día de la aper-
el primero en quien pusiera s u s esperanzas, joven tura de la caza. Sus ansias, su a m o r propio herido,
egoísta q u e no la había comprendido. Tenía, pues, su desesperación verdadera ó fingida le unían más á
sobrados motivos para ser desconfiada. Quizá también aquella m u j e r . Todo París le suponía en íntimas rela-
notara en los modales de Eugenio, al que había enfa- ciones con Delfina de Nucingen, siendo lo cierto que
tuado su rápido éxito, una especie de menosprecio éstas se hallaban á la misma altura q u e el primer día.
causado por las singularidades de su situación ; quizá Desconociendo aún que la coquetería de una mujer
deseara imponer respeto á un h o m b r e de tan pocos puede producir mayores beneficios que su a m o r pla-
años y obtener las consideraciones que no le guardara
ceres, caía en necias rabietas. Si la estación d u r a n t e
el que la había abandonado. No quería que Eugenio
la cual guerrea una m u j e r con el amor ofrecía á Ras-
la creyera fácil conquista, precisamente por saber el
tignac el botín de sus primicias, resultábanle éstas tan
estudiante que había pertenecido á de Marsay. Y final-
caras como agridulces y deliciosas eran de saborear.
mente, habiendo sufrido el a m o r degradante de un
A veces, viéndose sin u n céntimo y sin porvenir,
libertino joven, verdadera monstruosidad, experimen-
pensaba, á pesar de las voces de su conciencia, en
taba un placer indescriptible e n moverse en las flori-
aquel proyecto de enlace con VictorinaTaillefer de que
das regiones del amor, a d m i r a n d o s u s diferentes as-
Vautrin le había hablado. Precisamente en aquel ins-
tante eran tan altos los gritos de su miseria, q u e cedió Hizo la joven un lindo movimiento de cabeza.
casi involuntariamente á los artificios de la terrible — ¿A un joven m u y pobre?
esfinge por cuyas miradas se sentía fascinado. Cuando Nuevo signo.
Poiret y la señorita Michonneau subieron á s u s h a b i - — ¿ P e r o qué tonterías está usted diciendo? exclamó
taciones, quedaba Eugenio sentado entre la viuda de la Vauquer.
Vauquer y la de Couture. Esta última, sentada y dor- — ¡Déjenos usted, q u e nosotros nos entendemos!
mitando j u n t o á la estufa, se hacía u n a s m a n g a s de respondió Eugenio.
lana á punto de a g u j a . Eugenio, que se creía solo con — ¿De modo que, por lo que se oye, hay pendiente
ella 5 , miró tan tiernamente á Victorina que ésta bajó una promesa de matrimonio entre el caballero don
los ojos. Eugenio de Rastignac y la señorita doña Victorina
— ¿Tiene usted disgustos, don Eugenio? dijo tras Taillefer? exclamó Vautrin con su voz de bajo profundo
algunos momentos de silencio. y presentándose de r e p e n t e en la puerta del comedor.
— ¿Qué hombre no los t i e n e ? respondió R a s t i - — ¡ A h ! me ha asustado usted, dijeron al mismo
gnac. Si nosotros, los muchachos, estuviésemos tiempo las viudas de Vauquer y de Couture.
siempre seguros de ser amados con una ternura que — ¡ En peores manos podía c a e r ! respondió riendo
nos recompensara de los sacrificios qüe siempre Eugenio, á quien la voz de Vautrin causó la más
estamos dispuestos á hacer, acaso nunca tuviéramos cruel emoción que había sufrido en su vida.
penas. — S e ñ o r e s , déjense ustedes de b r o m a s de mal
Por toda contestación, Victorina le dirigió u n a gusto, dijo la de Couture. ¡ Niña, v á m o n o s á nuestro
mirada que no dejaba lugar á d u d a r . cuarto!
— Señorita, se cree segura de su corazón hoy, Siguió la patrona á s u s dos pupilas con objeto de
¿ p e r o lo está usted de no cambiar m a ñ a n a ? pasar la velada en su compañía, con lo que ahorraba
Una sonrisa semejante á un rayo de sol salido del luz y calefacción.
alma se dibujó en los labios de la joven, imprimiendo Eugenio y Vautrin quedaron f r e n t e á frente.
tal expresión de contento á su rostro, que á Eugenio — Tenía la seguridad de que daría usted este paso,
le pesó haber provocado aquella explosión de senti- dijo aquel terrible h o m b r e con su imperturbable sere-
miento. nidad. Pero oiga usted, yo soy tan delicado como el
— ¡ Cómo ! ¿Si fuera usted m a ñ a n a rica y feliz, si que más. No se decida usted en este momento, no
le cayera á usted de las nubes una inmensa f o r t u n a , está usted en caja. Tiene usted deudas, y yo no quiero
¿seguiría usted amando al pobre joven á quien en los que le traigan á mí el arrebato y la desesperación,
días de escasez demostrara usted cariño? sino la razón. Usted ha contraído deudas. Quizá nece-
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sita usted unos tres rail francos. ¿ L o s quiere usted? Benjamín, y para serle agradables nos exterminaremos
Aqui están. unos á otros si es preciso. Le allanaremos todos los
Y aquel demonio sacó una cartera, y de ésta tres obstáculos. Si todavía conserva usted escrúpulos,
billetes de banco que hizo centellear á los ojos del quiere decir que me toma por un bandido... Pues
estudiante. La situación de Eugenio era de las más bien, un h o m b r e que tenía tanta probidad como la
crueles. Debía al m a r q u é s de Ajuda y al conde de que usted cree tener a ú n , T u r e n a , hacía, sin por eso
Trailles cien luises perdidos bajo palabra, y, como no creer comprometerse e n nada, s u s arreglitos con sal-
los tenia, no se atrevía á ir á pasar la noche á casa de teadores de caminos. ¿Conque no quiere usted de-
la condesa de Restaud, donde le esperaban. Tratábase berme favores, eh? Perfectamente, añadió Vautrin
de una de esas veladas de confianza, en las que se sonriendo. Tome usted esos papeluchos, escriba usted
comen pastelillos y se toma té, pero en las que muy aquí, añadió sacando del bosillo una letra de cambio,
bien se pierden seis mil francos. en b l a n c o : Aceptada por la cantidad de tres mil qui-
— Señor, dijo Eugenio ocultando á duras penas nientos francos, pagadera en un año. Ponga usted la
un temblor convulsivo, debe usted comprender que fecha. El rédito me parece lo bastante alto para q u i -
después de lo que usted me ha revelado me es impo- tarle todo escrúpulo; queda usted en libertad de lla-
sible deberle favores. marme judío y de considerarse dispensado de todo
— ¡ H o m b r e ! hubiera sentido oirle expresarse de agradecimiento. Le permito despreciarme hoy todavía,
otro modo. Es usted un muchacho delicado, orgulloso seguro como estoy de que más tarde me ha de querer.
como un león y amable como u n a señorita. Sería Descubrirá usted en mí esos profundos abismos, esos
usted u n a presa notable para el demonio. Me gustan sentimientos g r a n d e s y concentrados á que los tontos
los chicos de su temple. Otras dos ó tres reflexiones llaman vicios, pero no hallará usted un i n g r a t o : en
de alta política, y verá usted el m u n d o tal cual es. una palabra, no soy peón ni alfil, soy torre, amiguito
Representando en él algunas ligeras escenas de virtud, mió.
satisface el h o m b r e superior todos s u s caprichos, con — ¿Pero qué especie de h o m b r e es usted? exclamó
g r a n aplauso de los necios q u e suelen ocupar todo Eugenio. Parece usted hecho para atormentarme.
el teatro. Dentro de pocos días estará usted conmigo, — ¡ Todo lo contrario! soy un buen hombre que no
y, si quiere usted ser discípulo mío, irá usted muy tiene inconveniente en mancharse de barro con tal de
lejos. Verá usted realizados en el acto sus menores que usted no se m a n c h e en todo el resto de sus días.
deseos, sean cuales fueren : honores, riquezas ó m u - Usted se p r e g u n t a el por q u é de tanta a b n e g a c i ó n . . .
jeres. Haremos de la civilización una ambrosía para Pues algún día se la diré á usted, m u y callandito, al
uso de usted. Será usted nuestro niño mimado, nuestro oído. Principié por sorprenderle á usted mostrándole
el mecanismo del orden social; pero se le pasará á parece en que se arrastra y huele mal. Pero un h o m b r e
usted ese primer susto como se le pasa al quinto que como usted es un dios; deja de ser una máquina
por primera vez entra en fuego, y se acostumbrará cubierta de piel para convertirse en un teatro en el
usted á la idea de considerar á los hombres como s o l - queaccionan los más h e r m o s o s sentimientos, y en mi el
dados decididos á perecer en el campo de batalla para sentimiento loes todo. ¿Acaso el sentir no es encerrar
servir á aquellos que se ungen reyes .ellos mismos. el mundo en un pensamiento? Vea usted á papá Goriot:
Los tiempos han cambiado mucho. Antiguamente, á el mundo para él redúcese á s u s dos hijas, las cuales
un valiente se le decía: « Toma cien escudos y mata son el hilo conductor de sus pasos en esta vida. Pues
á fulano », y se ponía u n o á cenar tan tranquilo des- bien, para mí que he cavado la vida hasta e n sus
pués de haber suprimido á un h o m b r e por un quítame entrañas, sólo existe u n sentimiento r e a l : la amistad
allá esas pajas. Y hoy le propongo á usted regalarle de hombre á hombre. Pedro y Jafier, esa es mi p a s i ó n :
una buena fortuna sin que tenga usted que hacer otra me sé de memoria la Venecia salvada. ¿11a tropezado
cosa que un movimiento de cabeza, y vacila usted. usted con muchos hombres de suficientes agallas para
Poca fibra tiene este siglo. que cuando un amigo dice: « ¡ Vamos á enterrar un
Eugenio firmó la letra y tomó los billetes de banco. cadáver! » v a y a n sin decir una palabra ni aburrirle
— Yaya, hablemos en serio, repuso Vautrin. Quiero, con sermones? Pues yo lo he hecho. No á todo el
dentro de u n o s meses, marcharme á América á plantar mundo contaría semejante lance, pero usted es un
mi tabaco. Enviaré á usted los cigarros de la amistad, hombre superior á quien se le pueden decir las cosas,
y, si me hago rico, le a y u d a r é . Si n o tengo hijos (lo porque las comprende. No continuará usted mucho
cual es probable, porque no pienso reproducirme tiempo metido en este pantano en que viven todos los
aquí por injerto), le dejaré á usted por heredero de renacuajos que nos rodean. Conque lo dicho: se casará
mi fortuna. ¿ E s esto ser amigo ó n o ? Porque sepa usted. ¡Quecada uno de nosotros esgrima s u s armas!
usted que yo le quiero. Tengo la pasión de sacrificarme Mi hoja es de hierro y nunca se tuerce, ¡je, j e !
por otro. Ya lo he hecho. Amiguito mío, yo vivo en Para dejar toda libertad moral á Eugenio, salió Vau-
una esfera superior á la de los demás h o m b r e s ; no trin del comedor sin querer oír su respuesta negativa.
reparo sino en el fin, y considero las acciones como Parecía conocer los secretos de aquellas resistencias
medios de l l e g a r á él. ¿ Q u é es un h o m b r e para m í ? débiles, de aquellos combates en que los hombres
¡ E s t o ! dijo haciendo chascar con un diente la uña hacen examen de conciencia sacando de él a r g u m e n t o
del pulgar. Un h o m b r e es todo ó nada, y cuando ese para justificar sus actos reprensibles.
hombre es Poiret, es menos que n a d a : entonces se le — ¡ Así haga lo que haga ese demonio, no me casará
coge y se le aplasta como á u n a chinche, á la cual se con Victorina! díjose el estudiante.
Después de haber sufrido el malestar de una fiebre Plantas. Hablaban con el señor que no sin f u n d a -
interior causada por la idea del pacto firmado con mento había parecido sospechoso al estudiante de
aquel hombre que tanto horror le inspiraba, pero cuya medicina.
figura se agigantaba á sus ojos precisamente p o r el — Señorita, no veo el por qué de s u s escrúpulos,
cinismo de s u s pensamientos y por la audacia con que decía el señor Gondureau. El excelentísimo señor
atacaba á la sociedad, Rastignac se vistió, tomó un ministro de policía general del reino...
coche y se hizo conducir á casa de la condesa de Res- — ¡ Ah ! el excelentísimo señor ministro de policía
taud. Desde hacia algunos dias, aquella m u j e r había general del reino, repitió Poiret.
acentuado s u s atenciones para con un joven que de — Si. Su Excelencia entiende en este a s u n t o , dijo
día en día ganaba t e r r e n o en las simpatías de la alta
Gondureau.
sociedad, y cuya influencia prometía ser en breve
¿A quién no le parecería inverosímil que Poiret,
temible. Pagó el estudiante á sus acreedores, los se-
antiguo empleado, y sin duda h o m b r e de virtudes
ñores de Trailles y de A j u d a ; jugó al w h i s t d u r a n t e
burguesas, si bien falto de ideas, continuase e s c u -
parte de la noche, y g a n ó lo que había perdido. Supers-
chando al pretendido rentista de la calle de Buffon,
ticioso como casi todos los que se hallan al principio
desde el momento en que éste pronunciaba la palabra
de su carrera, los cuales suelen ser m á s ó menos fata-
policía, despojándose de su disfraz de h o m b r e h o n -
listas, veía en aquella su buena suerte una recompensa
rado, para presentarse como agente de las oficinas de
del cielo por su perseverancia en mantenerse en la
la calle de Jerusalén ? Nada más natural, sin embargo.
senda del bien. Al día siguiente apresuróse á p r e -
Todos comprenderán fácilmente la especie particular
g u n t a r á Vautrin si tenía aún la letra de cambio, y ,
de la gran familia de los tontos á que pertenecía
siendo su respuesta afirmativa, le devolvió los tres
Poiret, teniendo presente una observación hecha por
mil francos manifestando una alegría m u y natural.
algunos estudiosos, pero que hasta ahora no ha sido
— ¡ Tiento en popa ! le dijo Vautrin. publicada. Dentro del presupuesto existe u n a nación
— Pero no soy cómplice de usted, replicó Eugenio. plumígera, comprendida entre el primer g r a d o de
— Concedido, interrumpió Vautrin. Todavía hace latitud, al que corresponden los haberes de mil dos-
usted niñerías y está usted como un papanatas en cientos francos, especie de Groenlandia administra-
la puerta, en vez de entrar resueltamente. tiva, y el tercer grado, allí donde empiezan los haberes,
un poco más templados, de tres á seis mil francos,
A los dos días de esta conversación, hallábanse sen- región agradable en la que florece la gratificación,
tados Poiret y la Michonneau tomando el sol, en un aclimatándose á pesar de las dificultades que ofrece
banco de cierta avenida poco concurrida del Jardín de su cultivo. Uno de los rasgos característicos que denota
mejor la enfermiza estrechez de espíritu de esta g e n t e neau, lo m i s m o que ésta parecía hecha para m u j e r
subalterna, es u n a especie de respeto involuntario, de Poiret.
maquinal, instintivo por ese gran pontífice de todo — Desde el m o m e n t o en que Su Excelencia misma,
ministerio que el empleado conoce por una firma el excelentísimo señor m i n i s t r o . . . ¡ Ah ! entonces es
ilegible y con el n o m b r e de Su E x c e l e n c i a el señor muy diferente, dijo Poiret.
ministro, cinco palabras que equivalen á il Bondo Si — Ya oye usted lo que dice el señor, cuyo parecer
Cani del Califa de Bagdad, y que á los ojos de ese creo que le inspira á usted confianza, dijo el falso
pueblo rastrero representa un poder sagrado y sin rentista, dirigiéndose á la Michonneau. Hay, pues,
apelación. que Su Excelencia no a b r i g a ya lo m e n o r duda de
Como el papa lo es para los católicos, así Su Exce- que el supuesto Vautrin, que v i v e en la casa de hués-
lencia es a d m i n i s t r a t i v a m e n t e infalible á los ojos del pedes de la señora viuda de Vauquer, es un p r e s i -
empleado; su esplendor comunícase á s u s actos, á s u s diario escapado del penal de Tolón, donde es conocido
palabras y á las palabras pronunciadas en su nombre, con el n o m b r e de Eiujaña-la-Muerte.
embelleciéndolo todo y legalizando cuanto ordena, y — ¡ Ah, Engaña-la-Muerte! dijo Poiret bien feliz
el Excelencia que garantiza la pureza de s u s i n t e n - es si merece ese n o m b r e .
ciones y la santidad de sus voluntades sirve de pasa- — Así es, repuso el agente. Mereció el tal m o t e por
porte á las ideas menos admisibles. Lo que aquella la suerte que tuvo de no perder nunca la vida en una
pobre g e n t e no osa hacer en interés propio, se a p r e - porción de lances s u m a m e n t e atrevidos en q u e ha
sura á realizarlo en cuanto suena la palabra Su Exce- tomado parte principal. E s hombre m u y peligroso,
lencia. ¿sabe usted ? Tiene cualidades que hacen de él un ser
Tienen las oficinas su obediencia pasiva, como verdaderamente extraordinario. Hasta su propia c o n -
el ejército : sistema que ahoga la conciencia, aniquila dena es cosa que le h o n r a m u c h í s i m o . . .
á un hombre, y acaba, a n d a n d o el tiempo, por adap- — ¿ D e m a n e r a que es hombre de honor"? p r e g u n t ó
tarle á la máquina g u b e r n a m e n t a l como un tornillo Poiret.
ó una tuerca. Así es que el señor Gondureau, que — A su m a n e r a . Consintió en tomar á su cargo el
parecía m u y conocedor de los h o m b r e s , comprendió -crimen de otro, una falsificación de documentos come-
inmediatamente que Poiret era u n o de los tales m a j a - tida por un guapísimo joven á quien él quería mucho,
deros burocráticos, y sacó el Deux ex machina, la un italiano bastante j u g a d o r , que después tomó s e r -
palabra talismànica Su Excelencia, e n el momento vicio en el ejército, observando m u y buena c o n -
oportuno, al descubrir sus baterías para deslumhrar ducta.
á Poiret, que parecía hecho para h o m b r e de la Michon- — Si tan seguro está Su Excelencia el señor
m i n i s t r o de policia de que Vautrin es el tal Engaña- Excelencia, dijo Poiret, y puesto que usted, que
la-Muerte, ¿ p a r a q u é m e necesita? dijo la señorita según veo profesa ideas tan filantrópicas, tiene el
Michonneau. honor de hablar con él, á usted toca llamar su a t e n -
— Claro, añadió Poiret; si efectivamente el ministro ción acerca de la conducta inmoral de esa gente que
tiene, según nos ha hecho usted el honor de decirnos, tan mal ejemplo da al resto de la sociedad.
la convicción... — Comprenda usted, señor mío, q u e no los pone
— Convicción no es exactamente la palabra a d e - en ese sitio el gobierno para que sirvan de modelos
cuada al caso; pero hay f u n d a d a s sospechas. Verá de v i r t u d .
usted, Santiago Collin, alias EngaTia-la-Muerte, es el — Verdad es. Sin e m b a r g o , p e r m í t a m e q u e . . .
a g e n t e y b a n q u e r o de los presidiarios de los tres — Pero deje usted hablar al señor, queridito mío,
penales, los cuales depositan en él la mayor confianza. dijo la solterona.
Este cargo, q u e es m u y productivo, requiere un — Usted me ha entendido, creo, señorita. Puede
hombre de facultades nada vulgares, un h o m b r e de tener el gobierno el mayor interés e n coger esa caja
marca. lícita cuyo contenido parece ser de i m p o r t a n c i a .
— ¡ Muy gracioso, m u y gracioso ! Comprende usted Engaña-la-Muerte guarda en ella gruesas s u m a s pro-
el retruécano, señorita. Este caballero dice que Vautrin cedentes no sólo de s u s colegas, sino también de la
es de marca por estar marcado. sociedad de los Diez Mil...
— El falso V a u t r i n , continuó el agente, recibe los — ¿Diez mil l a d r o n e s ? exclamó Poiret asustado.
capitales de los señores presidiarios, los coloca, los — No, la sociedad de los Diez Mil es una asocia-
guarda y los tiene á la disposición de los que se ción de ladrones encopetados, gente que trabaja en
escapan ó de sus familias, cuando disponen de ellos gran escala, es decir, que no emprende negocio alguno
por testamento, y de sus a m a n t e s cuando g i r a n contra en el que no haya más de diez mil francos que g a n a r .
él en favor de ellas. •Compónese la asociación de la aristocracia de los que
— ¡ De s u s a m a n t e s ! ¿Querrá usted decir de s u s comparecen ante los tribunales. Conocen el Código
m u j e r e s ? observó Poiret. y tienen buen cuidado de no i n c u r r i r e n la pena de
— No, señor. Esa gente no tiene, por lo general, muerte. Collin es su hombre de confianza y conse-
sino mujeres ilegítimas á las que llamamos concu- jero. Ayudado por las g r a n d e s s u m a s que m a n e j a ,
binas. ese h o m b r e ha sabido crearse una policía para su
— ¿Viven, pues, amancebados? servicio, extensísimas relaciones que e n v u e l v e en
— Por consiguiente. misterio impenetrable, tanto que, a u n q u e hace u n año
— Pues esos horrores no debería tolerarlos Su que le estamos espiando, sin perderle de vista un
216 honorato DE balzac

momento, nada sabemos de s u s planes, por lo cual venir aquí, t r a n s f o r m á n d o s e en un tranquilo b u r g u é s


s u s fondos y sus talentos siguen sirviendo para parisién é instalándose en u n a casa de huéspedes de
fomentar el vicio, s u m i n i s t r a r dinero al crimen y ¡ pobre apariencia; es listo como el solo, y nunca se le
mantener un ejército de pilletes q u e se hallan en cogerá descuidado. De manera, pues, que el señor
estado de perpetua guerra c o n t r a la sociedad. Coger á Vautrin es hombre i m p o r t a n t e que hace importantes
Engaña-la-Muerte con su caja y todo, es cortar el negocios.
mal de raiz. Por cuyo motivo se ha convertido esa* « Naturalmente », se dijo Poiret á sí mismo.
expedición en un a s u n t o de Estado y de alta política — No tiene gana el m i n i s t r o de correr el riesgo de
que s e g u r a m e n t e h o n r a r á á cuantos cooperen á su que se prenda á un Vautrin verdadero, porque se le
feliz éxito. Usted, señor mío, podría ser nuevamente vendría encima el comercio de París y la opinión p ú -
empleado en la administración y hasta llegar á secre-J blica. El señor prefecto de policía, que tiene enemigos,
tario de comisario de policía, empleo que no le impe- no está m u y seguro en su puesto. Si se cometiera un
diría seguir cobrando su retiro. error, los que codician su puesto aprovecharían la g r i -
Me e x t r a ñ a m u c h o , dijo la Michonneau, que tería y las quejas de los liberales para salirse con la suya.
Engañarla-Muerte, no se escape l l e v á n d o s e l a caja. ¡ Se trata, por consiguiente, de proceder en este caso
— Ni s o ñ a r l o ; a d o n d e quiera que fuera, veríase como en el deCogniard, el falso conde de Santa Helena;
perseguido por un h o m b r e encargado de matarle, j ¡ buena la hubiéramos hecho si hubiera sido un a u t é n -
Además, no es tan fácil robar una caja como raptar tico conde de Santa Helena 1 Así es que es menester-
á una señorita de buena familia. Por otra parte, Collin obrar sobre seguro.
no es h o m b r e Capaz de una acción semejante : se — Sí, pero ustedes necesitan una m u j e r guapa, dijo
creería deshonrado. con viveza la solterona.
— Tiene usted razón, señor, quedaría completa-i — Engaña-la-Muerte no se dejaría e n g a t u s a r por
mente deshonrado, dijo Poiret. ninguna mujer, dijo el agente. Sepa usted un secreto :
— Muy b i e n ; pero todo eso no nos explica por qué no le gustan las mujeres.
razón no van ustedes sencillamente á casa y le p r e n - ¡ — Entonces no comprendo cómo puedo hacer esa
den, observó la solterona Michonneau. comprobación, aun suponiendo que consintiera en en-
— Voy ádecírselo á usted, v señorita... Pero, añadió cargarme de ella, por dos mil francos, por ejemplo.
al oído de ella, haga usted que este caballero no me — Sencillísimo, dijo el desconocido. Le daré á usted
i n t e r r u m p a , porque de lo contrario esto será el un frasquito conteniendo una dosis de cierto líquido,
cuento de n u n c a acabar. Engaña-la-Muerte ha to- preparado de tal manera que produce una congestión,
mado todas las apariencias de h o m b r e h o n r a d o al muy parecida á una apoplegía, pero nada peligrosa. Esta
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sustancia puede echarse en el vino ó en el café. I n m e - en la galería, y preguntan usted por el señor G o n d u -
diatamente transportan ustedes á nuestro h o m b r e á la reau.
cama y le desnudan para auxiliarle mejor. Aprove- Llamóle la atención á Bianchon, que volvía de la clase
chando un momento en que queda usted sola, le dará de Cuvier, aquel nombre de Engaña-la-Muerte, y tam-
una palmada en el h o m b r o , ¡ p a f ! y verá usted aparecr bién oyó el ¡ convenido! del célebre jefe de la policía
las letras. secreta.
— Pués eso no es nada, dijo Poiret. — ¿ P o r q u é no acaba usted ya con ese a s u n t o ? ¡ Son
— ¿Conque consiente u s t e d p r e g u n t ó Gondureau á trescientos francos de rente vitalicia, dijo Poiret á s u
la solterona. compañera.
— Una pregunta, señor mio. Si no hubiera teles letras, — Hay que pensarlo bien. Porque si Vautrin fuese-
contestó ésta, ¿ m e darán los dos mil f r a n c o s ? realmente ese Engaña-la-Muerte, pudiera ser que m e
No. conviniera más e n t e n d e r m e con él. Esto, no obstan te,,
pedirle dinero sería prevenirle, y sería capaz de escapar
— ¿Cual seria en ese caso la indemnización ?
gratis, lo cual resultaría un timo espantoso.
— Quinientos francos.
— ¡ Hacer semejante cosa por tan poco! E n concien- — Y a u n q u e eso le sirviera de aviso, ¿ no ha dicho
cia, la acción es la m i s m a , y yo tengo una conciencia ese señor- que está vigilado ? repuso Poiret. Pero usted
que satisfacer. lo perdería todo.
— Le aseguro á usted, dijo Poiret, que esta señorita « Por otra parte, pensó la Michonneau, ese h o m b r e
tiene mucha conciencia, además de ser persona m u y no me gusta nada. Sólo sabe decirle á una cosas d e s -
amable y muy inteligente. agradables. »
— Una proposisión, repuso la s o l t e r o n a : déme usted . — P e r o , continuó Poiret, no lo hará usted así, p o r q u e
tres mil francos si es Engaña-la-Muerte, y nada si es según ha dicho ese señor, q u e me parece muy decente
un simple burgués. y que además va m u y bien vestido, l i b r a r á la sociedad
I ¡ Convenido! replicó Gondureau, pero á condición de un criminal, por virtuoso que éste pueda ser, es acto-
de que el negocio quedará ultimado m a ñ a n a . de obediencia á las leyes. El que hace un cesto hace
— No tan pronto, querido s e ñ o r ; primeramente ciento. ¿ Y si se le antojara asesinarnos á todos? Pues-
consultaré á mi confesor. resultaríamos nosotros responsables de los asesinatos,
— ¡ Lagarta I dijo el agente levantándose. Pues hasta sin contar con q u e seríamos los primeros perjudicados.
m a ñ a n a . Y s i s e les ofrece hablarme con urgencia, m e La preocupación de la Michonneau impedíale escu-
buscan en la callejuela de Santa Ana, al fin extremo char las frases que una á una iban cayendo de la boca
del patio de la Santa Capilla. No hay más que una puerta de Poiret como gotas de agua que se filtran al t r a v é s
de casa de la señora de Nucingen, que seguía r e h u -
del mal cerrado grifo de una fuente. Cuando el viejo
sándose. El estudiante habíase abandonado c o m p l e t a -
comenzaba á ensartar frases continuaba hablando, si la
mente á Vautrin en su fuero interno, sin querer saber
Michonneau no la detenía, como una máquina puesta
los motivos de la amistad de aquel hombre extraor-
en movimiento. Comenzaba un t e m a , y de paréntesis
dinario ni las consecuencias de s e m e j a n t e alianza. Para
en paréntesis pasaba á otros, completamente ajenos al
arrancarle al abismo en que u n a hora antes había
primero y entre sí, sin t e r m i n a r n i n g u u o . Al llegar á
puesto los pies, cambiando con Victorina las más tiernas
casa de la viuda de Vauquer habíase embreñado en
promesas, era preciso un milagro. La pobre niña creía
una serie de pasajes y citas t r a n s i t o r i a s p a r a venir á
escuchar la voz de un ángel, abríase el cielo para ella,
contar su declaración en la causa del señor Ragoulleau
adornábase la casa Vauquer con esos fantásticos tonos
y de la señora Morin, en la cual había comparecido
que dan los pintores escenógrafos á los palacios de
como testigo de descargo. Al entrar no dejó su c o m p a -
t e a t r o : amaba, era a m a d a , ¡por lo menos lo creía! ¿Y
ñera de notar á Eugenio de Rastignac enzarzado con
qué m u j e r no lo hubiera creído como ella viendo á
la señorita Taillefer en íntima conversación, cuyo
Rastignac y éscuchándole durante aquella hora h u r -
asunto era tan palpitante que la pareja no se cuidó
tada á los Argos de la casa'? Luchando con su con-
para nada de la presencia de los dos viejos pupilos
ciencia, sabiendo que hacía mal y haciéndolo, dicién-
cuando atravesaron por el comedor.
dose que rescataría aquel pecado venial al precio de la
— Tenía que acabar así, dijo la Michonneau á Poiret.
felicidad de una m u j e r , su propia desesperación le em-
Hace ocho días que se estaban echando unas miradas
bellecía, resplandeciendo en él todos los fuegos del
que partían los corazones.
infierno que albergaba su corazón. Por fortuna para
— Sí, contestó Poiret, y por eso la condenaron.
él, realizóse el m i l a g r o : Vautrin entró alegremente y
— I A quién ?
leyó en el alma de los dos jóvenes, á quienes por las
— A la señora Morin.
combinaciones de su genio infernal había unido, pero
— La estoy hablando á usted de Victorina, dijo la
turbó su alegría c a n t a n d o con su voz gruesa y z u m -
Michonneau, e n t r a n d o , por descuido, e n el cuarto de
bona :
Poiret, y me habla usted de la señora Morin. ¿ Q u é
Mi Paquilla es deliciosa
mujer es ésa ? En su sencillez...
— ¿ P e r o de qué es culpable Victorina?
Escapóse Victorina, llevándose consigo .tanta feli-
— E s culpable de a m a r á Eugenio de Rastignac. Se
cidad como desgracia había en toda su vida a n t e r i o r .
está entusiasmando, la m u y inocente, sin calcular en
¡ Pobre n i ñ a ! Un a p r e t ó n de manos, los rizos de Ras-
lo que eso puede acabar.
tignac rozando s u s mejillas, una palabra dicha tan al
Aquella m a ñ a n a , Eugenio había vuelto irritadísimo
oído, que había sentido el calor de los labios del e s t u - — Así le quiero á usted, e s usted de los que saben
diante, la presión de u n brazo trémulo en torno de la lo que hacen. Usted llegará á d o m i n a r á los hombres.
c i n t u r a , y un beso dado por sorpresa en el cuello fueron Es usted fuerte, tiene usted alma. ¡Bien por mi agui-
las a r r a s de su primera pasión, a l a s q u e la proximidad lucho! Tiene usted m i estimación.
d e la g r u e s a Silvia, quien de un m o m e n t o á otro ame- Y quiso cogerle la m a n o . Rastignac retiró vivamente
nazaba entrar en el á l a sazón radiante comedor, hacían la suya, palideció y se dejó caer en una silla. Creía
más ardientes, vivas y persuasivas que los más h e r - tener delante u n charco de s a n g r e .
mosos testimonios de apasionado cariño referidas en — ¡Bah! dijo Vautrin en voz baja, todavía tiene
las más célebres historias de a m o r . Estos pequeños usted algunas m a n c h a s de virtud en los pañales. Papá
atrevimientos parecían crímenes á u n a joven piadosa Taillefer tiene tres millones, conozco su fortuna. La
q u e se confesaba cada q u i n c e d í a s . Años después, siendo dote le dejará á usted'blanco como un t r a j e de novia,
ya rica y feliz, no hubiera podido prodigar tantos te- hasta para la propia conciencia.
s o r o s de su a l m a , aun entregándose por completo, Ya no vaciló Eugenio. Resolvió ir aquella misma
c o m o en aquella sola h o r a . noche á prevenir á los Taillefer de lo que ocurría.
— Negocio concluido, dijo Vautrin á Eugenio. Nues- Habíase apartado de él Vautrin, por lo que, a p r o v e -
t r o s dos dandys han chocado. Todo ha sucedido co- c h a n d o Goriot la oportunidad, le dijo al oido:
rrectamente. Cuestión de opiniones. El palomo ha insul- — ¡Está usted triste, hijo m í o ! Venga usted c o n -
t a d o á m i halcón. El lance será m a ñ a n a en el reducto migo que le voy á poner alegre.
d e Clignancourt. A las ocho y media, la señorita de Y el antiguo fabricante de pastas, encendía, mi黫.,
Taillefer heredará el cariño y la fortuna de su padre tras, una vela á una d e las l á m p a r a s . Eugenio le s i -
m i e n t r a s esté aquí mojando t r a n q u i l a m e n t e en su café guió lleno de curiosidad.
rebanaditas de pan con mantequilla. ¿Verdad que es — Iremos á su cuarto, si no le parece mal, dijo el
•chusca la c o s a ? El chico de Tailleferes un buen tirador buen h o m b r e , que había tenido la precaución de pe-
d e e s p a d a , y confía m u c h o en sus fuerzas, pero caerá dir á Silvia la llave del cuarto del estudiante. ¿ C o n -
con una estocada de mi invención, que consiste en q u e creyó usted esta m a ñ a n a que ella no le amaba ?
levantar el a r m a y pinchar en la frente. Se la enseñaré c o n t i n u ó . Le echó á usted de casa, y usted se volvió
á usted, porque es formidablemente útil. furioso y desesperado. ¡ Tontuelín! Era que me espe-
Como si se hubiera vuelto imbécil de repente escu- raba. ¿Comprende usted? Teníamos que ir j u n t o s á
chaba Rastignac, y sin saber qué replicar. Mientras acabar de amueblar un cuartito como una tacita de
tanto fueron llegando Goriot, Bianchon y otros hués- plata, al que irá usted á vivir dentro de tres días. No
pedes. me venda usted, porque ella quiere sorprenderle; pero
yo no puedo g u a r d a r más tiempo el secreto. Vivirá finita. La ha llevado al baile, la hace feliz. » Si estuviera
usted en la calle d'Artois, á dos pasos de la de San enfermo, sería un bálsamo para mi corazón el escu-
Lázaro, y estará usted como un príncipe. Le hemos charle á usted volver, ir y venir. ¡ Habría en usted
comprado á usted muebles como para u n a novia. Mu- tanta vida de mi h i j a ! No tendré más q u e d a r un paso
cho hemos trabajado d u r a n t e u n mes sin decírselo á para estar en los Campos Elíseos, donde pasean á dia-
usted. Mi procurador h a tomado ya cartas en el asunto, rio, y las veré siempre, no como ahora, que llego tarde
de modo que Delfina tendrá la r e n t a de su dote, treinta algunas veces. Y ella vendrá á ver á usted, y yo la oiré
y seis mil francos al año. Además, voy á colocar los y la veré también con su bata acolchada de m a ñ a n a ,
ochocientos mil francos de capital en buenos bienes correteando, yendo de un lado á otro como u n a g a -
raíces. tita. Hace un mes que ha vuelto á ser como antes
Mudo, con los brazos cruzados, paseándose p o r su muchacha alegre y elegante. Su alma está en c o n v a -
pobre cuarto desordenado: tal era la actitud de E u g e - lecencia, y á usted le debe su felicidad. ¡ Ah! por u s -
nio. Papá Goriot, aprovechando un momento e n que ted h a r é yo lo imposible. Hace un momento, al vol-
el estudiante volvía la espalda, colocó sobre la chime- ver, me decía: « ¡Papá, soy m u y feliz! » Cuando me
nea u n a caja de tafilete encarnado en el que estaban llaman padre ceremoniosamente me dejan frío, pero
impresas en oro las a r m a s de Rastignac. cuando me llaman papá, me parece q u e las estoy
— Querido hijo mío, decía el buen anciano, me he viendo p e q u e ñ i t a s ; avivan todos m i s recuerdos ; m e
metido en este a s u u t o hasta las narices, pero crea us- siento m á s padre suyo, y me parece que aún no p e r -
ted que ha sido más bien por egoísmo, porque á n a - tenecen á nadie.
die interesa más que á mí la mudanza de usted. De El pobre hombre se limpió los ojos; lloraba.
modo que, si ahora le pido á usted un favor, no m e lo — Mucho, m u c h o tiempo hacía que no había oído
negará. tales palabras y que no me daba el brazo. ¡Ali ! sí.
— ¿Qué quiere u s t e d ? Seguramente han transcurrido diez años sin que me
— Encima de su cuarto, en el quinto piso, hay haya visto a n d a n d o por la calle con u n a de mis hijas
una habitación que depende de las de usted : allí v i - á mi lado. ¡Qué bueno es rozarse con su ropa, seguir
viré yo, ¿ v e r d a d ? Me voy haciendo viejo y estoy m u y su paso y sentir su calor! En una palabra, he acom-
lejos de mis hijas. No le molestaré á usted. Sólo que pañado esta larde á Delfiña á todas partes, he entrado
estaré allí, y usted m e hablará de ellas todas las noches. con ella en las tiendas y la h e acompañado á su casa.
¿No es verdad que esto no le contraría á usted? ¡ Ah! ¡déjeme vivir con usted! Podrá usted necesitar
Cuando vuelva usted por la noche estaré yo en la cama, alguna vez á alguien para servirle en algo; y , en ese
le sentiré á usted y m e d i r é : « Viene de ver á mi Del- caso, cuente c o n m i g o . ¡ A h ! ¡ s i llegara á morirse ese
13.
Aludía, sin duda, la última palabra á alguna escena
pedazo de leño de alsaciano, si tuviese su gota sufi-
ciente talento para subírsele al estómago, cuán d i - ocurrida entre ellos, porque Eugenio se enterneció al
chosa sería mi pobre h i j a ! Entonces seria usted p ú - leerla.
blicamente su marido, y, por tanto, mi yerno. Porque Las a r m a s de su casa estaban esmaltadas inte-
y o , como la pobre ha sido tan desgraciada q u e no lia riormente en el oro de la caja. Aquella joya tanto
conocido los placeres del m u n d o , perdono todo. Tengo tiempo deseada, la cadena, la llave, la labor artística,
la seguridad de que el Dios de bondad está á favor de los dibujos, todo realizaba s u s deseos. Papá Goriot
los padres cariñosos. ¡Le quiere á usted con exceso! estaba loco de alegría. Sin duda había prometido á su
exclamó, moviendo la cabeza. A la ida me hablaba de bija contarle hasta e n s u s m e n o r e s detalles el efecto
usted, diciéndome : « ¿ N o es verdad, papá, que tiene que el regalo producía á Eugenio. Participaba de las
buen corazón y que es b u e n o ? Dime, ¿habla de mí al- alegrías de a m b o s jóvenes, y no parecía el m e n o s fe-
g u n a vez? » ¡ Qué sé yo las cosas que me h a dicho desde liz de los tres. Quería ya á Rastignac, no sólo á causa
la calle de Artois hasta el pasaje de los P a n o r a m a s ! Ha de su hija, sino por propio afecto.
vaciado su corazón en el mió, de s u e r t e que durante — Le espera á usted esta noche; de modo q u e
toda la m a ñ a n a me h e sentido joven y ágil, no pesaba vaya usted á verla. El pedazo de leño, el alsacianote,
ni una onza. Le dije que me había usted entregado el cena en casa de su bailarina. ¡ Ja, j a ! ¡ vaya u n a cara
billete de mil francos, lo que la conmovió al punto de que puso cuando m i procurador le dijo cuántas son
saltársele las l á g r i m a s . . . ¿Pero qué es éso que tiene tres y dos! ¿ Pues no tiene la pretensión de estar loca-
usted sobre la c h i m e n e a ? dijo por último Goriot, que mente enamorado de mi hija? Como la toque le mato.
rabiaba de impaciencia viendo á Rastignac inmóvil. La idea de que Delfina pueda s e r . . . (y suspiró) m e
Eugenio, como entontecido, miraba á su vecino con obligaría á cometer un c r i m e n ; pero no sería, después
a i r e estúpido. Aquel duelo anunciado por Vautrin para de todo, un homicidio, porque ese tiene la cabeza de
el día siguiente contrastaba tan violentamente con la un becerro en el cuerpo de un cerdo. Iré á vivir con
realización de sus más g r a t a s esperanzas, que e x p e r i - usted, ¿ n o es v e r d a d ?
mentaba todas las sensaciones de una pesadilla. Vol- — Sí, mi buen papá Goriot, ya sabe usted que yo
vióse hacia la chimenea, vió la cajita cuadrada, la le q u i e r o . . .
a b r i ó y encontró dentro un reloj Breguet cubierto por — Ya he visto que usted no se avergüenza de mi.
u n a hoja de papel, en el cual se leía: Permítame que le abrace.
Y estrechó en s u s brazos al estudiante.
« Quiero que piense usted en mi á todas horas, — ¡ L a hará usted m u y feliz, prométamelo! ¿Irá us-
porque... » d e l f i n a. » ted esta noche, ¿verdad?
— Señores, dijo Cristóbal, la sopa está en la mesa,
— ¡ Ya lo creo! Tengo que salir para asuntos que
y todos esperándoles á ustedes.
no puedo descuidar.
— Oye, dijo Vautrin, ven por u n a botella de mi
— ¿Puedo serle útil en algo?
vino de Burdeos.
— Sí, por cierto. Mientras voy á ver á Delfina, vaya
— ¿ L e gusta á usted el reloj? dijo papá Goriot. Es
usted á casa de Taillefer y dígale que tenga la b o n -
de buen gusto, ¿ e h ?
dad de señalarme hora para verle esta m i s m a noche,
Vautrin, papá Goriot y R a s t i g n a c b a j a r o n á u n tiempo
pues tengo que hablarle de a s u n t o de importancia.
y se hallaron, á consecuencia de su retraso, colocados
— ¿Será verdad, joven, dijo Goriot, cuyo rostro se
juntos.
demudó i n t e n s a m e n t e , que hace usted el a m o r á su
Aunque nunca había estado V a u t r i n , que tanta
hija, como dicen esos imbéciles de abajo? ¡ Ira de Dios!
gracia le hacía á la viuda de Vauquer, tan decidor
Usted no sabe lo que es u n puñetazo de papá Goriot.
como aquella noche, Eugenio mostróse con él m u y
Si nos e n g a ñ a usted, con u n o sólo quedará el negocio
frió. Con todo, dijo Vautrin mil bufonadas q u e h i c i e -
terminado. ¡ A h ! dígame que mienten.
ron reír á todos los comensales, á los que supo comu-
— Le j u r o á usted que sólo a m o en el m u n d o á una
nicar su buen h u m o r .
mujer, y que no lo sabía h a s t a hace un momento,
Aquella serenidad y s a n g r e fría consternaron á
replicó el estudiante.
Eugenio.
— ¡Oh, qué alegría!
— ¿Qué hierba ha pisado usted hoy para estar tan
— Pero, volvió á decir E u g e n i o , el hijo de Taillefer
alegre? dijo la viuda de Vauquer.
se bate m a ñ a n a , y m e han dicho que morirá en el
duelo. — Siempre estoy alegre cuando realizo buenos n e -
— ¿Y eso qué le importa á usted? gocios
— De todas maneras, h a y que decirle que impida á ¿Negocios? dijo Eugenio.
su hijo... — ¿Qué, le extraña á usted? Pues sí, s e ñ o r ; he colo-
E n este momento le interrumpió la voz fuerte de cado u n a s mercancías que m e valdrán una g r a n comi-
Vautrin que, cerca de la puerta, c a n t a b a : sión. Oiga usted, dijo, volviéndose hacia laMichonneau,
¡Oh Ricardo, rey mío! cuyas insistentes miradas le habían llamado la a t e n -
El universo te abandona. ción, ¿tengo, acaso, en la cara alguna facción que no
¡Brum! ¡Brum! ¡Brum! ¡Brum! le pete, para estarme m i r a n d o de u n a m a n e r a tan
Por largo tiempo he recorrido el mundo,
particular? Dígamela usted, para quitármela si n o es
Y en todas partes se me ha visto... de su agrado... Usted no se enfadará por eso, Poiret,
Tra la la la. añadió haciendo un g u i ñ o al empleado.
— ¡Por Dios, que haría usted un buen modelo Llenó el vaso de Eugenio y el de Goriot; después
para la estatua de Hércules Burlón! dijo á Vautrin el se echó u n a s gotas en el suyo, lo probó mientras
pintor. sus vecinos bebían, y haciendo de pronto una mueca
— ¡ Con mil amores ! Siempre q u e la señorita Mi- de disgusto, dijo :
c h o n n e a u tenga á bien servir de modelo para una — ¡ Diablo, diablo! sabe al corcho. Tómalo para
Venus del Pére-Lachaise •. ti, y vete á buscar más. A la derecha, ya sabes. So-
— ¿ Y Poiret? p r e g u n t o Bianehon. mos diez y seis, baja ocho botellas.
— ¡ O h ! Poiret hará de Poiret. Sera el dios- de los 1 — Puesto que usted se corre, d i j o el pintor, yo
jardines. Deriva de p e r a ; . . pago un ciento de castañas.
— Pasada, concluyó Bianehon. Entonces estaría — ¡Oh, o h !
usted e n t r e la pera y el queso.
— ¡Bruru!
— Eso y tonterías son u n a misma cosa, dijo la viuda
— ¡ Prrr!
d e Vauquer, y mejor sería que nos diera usted de ese
— ¡ Hola!
v i n o de Burdeos ; desde aquí le estoy viendo las na-
Cada u n o lanzó exclamaciones como salen esta-
rices á una botella. Así acabaríamos de a l e g r a r n o s ,
dos de u n a rueda de fuegos artificiales.
además de que nos haría un estómago de primera.
— Vamos, señora de Vauquer, haga usted traer
— Caballeros, exclamó Vautrin, la señora p r e s i -
dos de champagne, dijo Vautrin.
d e n t a nos llama al orden, y, a u n q u e n u e s t r o s dis-
cursos no escandalizan á la señora de Couture ni — ; Me lo ha quitado usted de la boca! ¿V por qué
á la señorita Victorina, debemos respetar la ino- no pide usted la casa ? ¡ Dos botellas de c h a m p a g n e ,
cencia de papá Goriot. Propongo, p o r tanto, q u e nos que cuestan doce francos ! No g a n o y o t a n t o . Pero si
bebamos u n a pequeña botellom?«« de vino de Bur- el señorito Eugenio quiere pagarlas, yo pondré algún
deos, doblemente ilustre por llevar el nombre Laffitte, licor suave.
s e a dicho sin alusión política... Vamos, chino, dijo mi- — El de siempre... la consabida purga, dijo en
rando á Cristóbal, el cual no se movió. ¡ Aquí, Cris- voz baja, al oído de Eugenio, el estudiante de m e -
tóbal ! Cómo, ¿ no entiendes por tu nombre ? Chino, dicina.
trae los líquidos. — ¡ Quieres callarte, Bianehon! exclamó Bastignac.
— Aquí la tiene usted, señor, contestó Cristóbal, No puedo oír hablar de esas cosas sin que el estó-
presentando la botella.
m a g o . . . Bueno, venga el champagne, añadió el estu-
diante.
1. Interesantísimo cementerio de París.
¡ J 8 ¡ Silvia, dijo la de Vauquer, traiga usted los biz-
zochos y los pastelillos.
— Los pastelillos de usted son demasiado crecidos ; templaban aquel insólito desorden con caras graves,
les ha salido barba, dijo Vautrin. Pero en cuanto á bebiendo a p e n a s ; pareciendo m u y preocupados de lo
los bizcochos, ya están trayéndolos. que tenían que hacer aquella noche, sentíanse, sin
Rápidamente circuló el burdeos, y se animaron los embargo, sin fuerzas para levantarse. Vautrin q u e ,
comensales, a u m e n t a n d o la algazara. Oianse tremen- mirándolos de soslayo, seguia las diferentes a l t e r a -
das carcajadas, entre las cuales se destacaron gritos ciones que en su rostro se advertían, aprovechó el
imitando los de varios a n i m a l e s ; y habiéndosele ocu- momento en que los vió á p u n t o de cerrar los ojos
rrido al empleado del Museo remedar cierto sonido en para decir al oído de Eugenio :
boga en el París de entonces, y que se parecía al mau- — Nenito, aun necesitamos u n poquito más de as-
llido del gato en enero, ocho voces diferentes mu- tucia para luchar con papá Vautrin, el cual, por otra
gieron las siguientes frases : parte, le quiere á usted demasiado para dejarle hacer
— ¡ Amolar cuchillos y n a v a j a s ! tonterías. Cuando yo decido q u e una cosa ha de ser,
— ¡ Pamplina para los c a n a r i o s ! sólo Dios puede impedir q u e sea. ¿ Conque usted
— ¡ Barquillitos, barquillitos! quería hacer la chiquillada de avisar á su papá Tai-
— ¡ Loza que c o m p o n e r ! llefer? El horno está caliente, dispuesta la harina y
— ¡A la barca, á la b a r c a 1 ! el pan en la pala; m a ñ a n a nos lo comeremos t r a n -
— ¡ Trapero! quilamente. ¿ Y quería usted desbaratar la h o r n a d a ? . . .
— j Sacudid á vuestras mujeres y vuestra ropa! ¡Ca, h o m b r e , c a ! ¡todo se ha de cocer! Si sentimos
— ¡Buenas cerezas dulces ! algún pequeño remordimiento, la digestión lo cu-
Ganó la palma Bianchon, g r i t a n d o con voz g a n - rará. Mientras usted echa su sueñecillo, el coronel
gosa : Franchesini le abrirá á usted con la p u n t a de su es-
— ¡ El paragüero! pada la sucesión de Miguel Taillefer. Al heredar á su
Por m o m e n t o s f u é subiendo el diapasón de la alegría, hermano, tendrá Victorina u n a renta de quince lindos
traduciéndose en una chillería loca; llovían las ocu- millares de francos. He tomado i n f o r m e s y sé que el
rrencias, los c h i s t e s ; reían, cantaban : aquello era una capital de la madre asciende á m á s de trescientos
verdadera ópera que Vautrin dirigía, a u n q u e sin mil...
perder u n momento de vista á E u g e n i o y el tío Oía Eugenio estas palabras sin poder contestar
Goriot, que comenzaban á presentar síntomas de em- u n a ; sentía la lengua pegada al paladar y un sopor
briaguez. Apoyada la espalda en la silla, ambos c o n - invencible. Veía la mesa y á los comensales al través
de una niebla luminosa. P r o n t o cesó el r u i d o , habién-
1. Pregón con que anuncian las ostras los revendedores. dose retirado u n o tras otro los huéspedes. Cuando
quedaron solos la viuda de Yauquer, la de Couture, ¡Duerme, amor mío querido,
Victorina, Vautrin y Goriot, vió Rastignae, como en Que por ti siempre velaré!
sueños, á la patrona ocupada en vaciar los restos del
— Temo que esté enfermo, dijo Victorina.
vino de unas botellas llenas.
— En ese caso quédese usted á cuidarle, contestó
— ¡Ah, que jóvenes y qué locuelos son ! decía la
Vautrin.
viuda..
Y luego añadió en vos baja :
Esta f u é la última frase q u e pudo comprender Eu-
— Le incumbe á usted tal deber como á m u j e r c a r i -
genio.
ñosa. Ese muchacho la adora á usted y usted, será su
— Para estas b r o m a s no hay como el señor V a u -
mujercita; yo se lo predigo.
trin, dijo Silvia. Miren usted á Cristóbal roncando
Y finalmente, siguió diciendo en voz alta :
como una peonza.
— Fueron muy considerados en toda la comarca,
s—r Adiós, mamá Vauquer, dijo Vautrin. Me v o y al
vivieron felices y tuvieron muchos hijos. Así acaban
bonlevard á a d m i r a r al s e ñ o r Marty en el Monte Sal-
todas las novelas de a m o r . . . Vamos, mamá, dijo, vol-
vaje, g r a n función sacada de el Solitario. Si quiere
viéndose hacia la viuda de Vauquer, á la q u e dió un
usted la llevo, y también á estas s e ñ o r a s .
abrazo, póngase usted el sombrero, el lindo vestido
— Muchas gracias, dijo la viuda de Couture.
de flores y el cinturón de la condesa. Voy yo m i s m o
— ¡Cómo, vecina! exclamó la p a t r o n a , ¡rehusa
á buscar un coche para usted.
usted ver una función sacada de el Solitario, esa
Y salió c a n t a n d o :
magnífica novela escrita por Atala de Chateubriand,
que tanto nos gustaba este verano cuando la leíamos ¡ Oh sol, divino sol
bajo los tilos y nos hacía llorar como Magdalenas? Que maduras las calabazas !...
¡ Una obra tan moral, que hasta puede instruir mucho
á esta señorita! -. — ' ¡ Pero, s e ñ o r ! . . . oiga, vecina, dijo á la viuda
— Nos está prohibido ir al teatro, respondió Victo- de Couture, con semejante h o m b r e viviría yo feliz en
rina. cima de un tejado. Vaya, añadió mirando al exfa
— Vaya; éstos ya se han largado, exclamó Vau- brieante de pastas, también está conservando la v i s t a .
t r i n , moviendo cómicamente las cabezas de Goriot y Nunca se le ha ocurrido á ese viejo roñoso llevarme
Eugenio. á ninguna diversión. ¡ Dios mío, se va á caer al s u e l o !
Al colocar la cabeza del estudiante sobre una silla Es preciso haber perdido la vergüenza para e m b o -
j>ara que pudiera dormir cómodamente, le dió en la rracharse á su edad. ¡ Usted dirá que nadie pierde lo
frente Un fuerte beso y se puso á c a n t a r : que no tiene! Silvia, hay que subirlo á su cuarto.
— Pobre muchacho, dijo la viuda de Couture, se- cabeza, quedaron solos en el comedor. Los ronquidos
parando el cabello de Eugenio que, cubriéndole la de Cristóbal repercutían e n la silenciosa casa, formando
frente, le caía en los o j o s ; es como una doncella, no contraste con el tranquilo s u e ñ o de Eugenio q u e dormía
sabe lo que es un exceso. con la agraciada tranquilidad de un n i ñ o . Satisfecha
— Sin mentir puedo a f i r m a r q u e en los treinta y por poder permitirse u n o de esos actos de caridad en
un años que hace q u e t e n g o la casa, dijo la viuda de los que se revelan todos los sentimientos de la m u j e r ,
Vauquer, han pasado como quien dice por mi mano y que hacía que ni por a s o m o s creyera faltar al decoro
muchos jóvenes, pero n i n g u n o tan guapo y tan ele-r sintiendo latir c o n t r a el suyo el corazón del joven,
g a n t e como el señorito Eugenio. ¡ Qué hermoso está Victorina presentaba en su semblante una expresión
d u r m i e n d o ! . . . Reclínele la cabeza sobre el hombro de maternal m e n t e protectora que le daba cierto orgullo.
usted, señora. ¡ Bah ! Se le cae sobre el de Victorina | Por entre los mil pensamientos que bullían en su
ya se ve que hay u n dios para los pollos. Si se des- corazón, sobresalía u n impetuoso movimiento de
vía un poco, se rompe la cabeza contra el boliche de la voluptuosidad excitado por el contacto de ambos
silla. La verdad es q u e h a r á n una linda pareja. cuerpos a n i m a d o s p o r una s a n g r e ardiente y p u r a .
— ¡ Pero, vecina, vecina ! Dice usted u n a s cosas...; En la fisonomía de Victorina reflejábase cierto maternal
— ¡ B a h ! dijo la de Vauquer, ahora no oye. Vamos, sentimiento de protección. Sin duda se consideraba
Silvia, ven á vestirme. Me voy á p o n e r el corsé feliz permitiéndose u n o de esos actos de caridad en
nuevo. los que se difunden todos los sentimientos del corazón
— ¡ Señora, el corsé nuevo después de c o m e r ! femenino y al que debía el poder sentir, s i n faltar
repuso Silvia. Pues busque usted quien se lo apriete, al decoro, el corazón del mancebo latiendo junto al suyo.
porque no quiero matarla á usted. Cometerá una Pobre niña, dijo la viuda de Couture estrechán-
imprudencia que le puede costar la vida. dole la m a n o .
— Lo mismo me da. Hoy es preciso no dejar mal Admiraba la anciana aquel rostro cándido y d o -
al señor Vautrin. lorido, pero iluminado á la sazón por u n a aureola de
— ¡ Mucho quiere usted á s u s h e r e d e r o s ! felicidad. Semejábase Victorina á una de esas infan-
— Vamos, Silvia; hablas demasiado, dijo la viuda tiles p i n t u r a s de la Edad Media en las que el artista
saliendo del comedor. descuidó los accesorios, reservando la magia de su
— ¡ A sus a ñ o s ! dijo la cocinera designando su severo é inspirado pincel para la amarillenta figura,
ama á Victorina. en la q u e parece reflejarse el cielo con dorados
La señora de Couture y su pupila, en el hombro de matices.
la cual continuaba teniendo Eugenio reclinada la — Sin embargo, no ha bebido m á s de dos vasos,
II II
I I
m a m á , dijo Victorina p a s a n d o los dedos p o r e n t r e los morir, mejor dicho v i v i r , p o r q u e no s o y tan t o n t o ,
BP cabellos de E u g e n i o .
CK vivir p a r a él. No puedo d e j a r d e p e n s a r al c o n t e m -
— P u e s si f u e s e u n vicioso, hija m í a , hubiera plarlos, dijo al oído de la de Couture, q u e Dios los h a
P ¡ resistido c o m o los d e m á s . Le enaltece su estado de- hecho el u n o p a r a el otro.
I embriaguez. Y añadió :
Oyóse en la calle el r u i d o de un c a r r u a j e . — La Providencia c a m i n a por c a m i n o s o c u l t o s ;
— M a m á , dijo la j o v e n , ya v i e n e el s e ñ o r V a u t r i n . sonda los deseos y los corazones. Dnposible m e parece,
S o s t e n g a usted á E u g e n i o , h a g a el f a v o r . No quisiera al ver u n i d a s á estas dos c r i a t u r a s por el m i s m o p u -
ser vista de esta m a n e r a por e s e h o m b r e ; tiene expre-; rísimo afecto y por todos los s u f r i m i e n t o s h u m a n o s ,
IB1'::: ^ siones que m a n c h a n el a l m a , y m i r a d a s q u e a v e r - que esa u n i ó n no h a y a de c o n t i n u a r en el p o r v e n i r :
ífllIHí
g ü e n z a n á u n a m u j e r c o m o si la d e s p o j a r a n de su Dios es j u s t o . P e r o , d i j o á la j o v e n , m e parece h a b e r
ropa. visto en usted l í n e a s de p r o s p e r i d a d . Déme su m a n o ,
> - N o , dijo la v i u d a de Couture, te equivocas. señorita V i c t o r i n a ; entiendo algo d e q u i r o m a n c i a y h e
lili V a u t r i n es u n buen h o m b r e , algo parecido á mi d i f u n t o dicho a l g u n a s veces la b u e n a v e n t u r a . V a m o s , n o
m a r i d o : b r u s c o , pero b u e n o ; r u d o y a d u s t o , pero de tenga usted m i e d o . . . P e r o , ¿ q u é es lo q u e v e o ? A f e d e
b u e n fondo. V a u t r i n , q u e d e n t r o de poco será usted u n a d é l a s m á s
HlR'
Ii lab' ' ; E n esto e n t r ó V a u t r i n m u y despacio y c o n t e m p l ó el ricas h e r e d e r a s d e P a r í s y h a r á usted la felicidad del
cuadro f o r m a d o p o r los dos j ó v e n e s , al q u e la luz de Íaí h o m b r e á q u i e n a m a . Su padre de usted se la llevará
lámpara parecía d a r m a y o r realce. consigo y se casará u s t e d con un h o m b r e de c a s a
— E s c e n a s c o m o é s t a , dijo c r u z á n d o s e de brazos, solariega, j o v e n , h e r m o s o , q u e la a d o r a .
h u b i e r a n inspirado h e r m o s a s p á g i n a s al b u e n B e r n a r - E n aquel m o m e n t o , los pesados pasos de la coqueta
d i n o d e Saint-Pierre, a u t o r del Pablo y Virginia... viuda que b a j a b a la escalera i n t e r r u m p i e r o n las pro-
¡ Qué h e r m o s a e s la j u v e n t u d , s e ñ o r a de Couture !... fecías de V a u t r i n .
Duerme, p o b r e n i ñ o , a ñ a d i ó c o n t e m p l a n d o á E u g e n i o , — Aquí t e n e m o s á m a a m a a V a u q u e r r e , h e r m o s a
q u e a l g u n a s veces nos s o r p r e n d e la f o r t u n a m i e n t r a s : como u n a s t r r r o , liada c o m o u n salchichón. Confiese
d o r m i m o s . S e ñ o r a , r e p u s o d i r i g i é n d o s e á la v i u d a , usted q u e le corta un poco la r e s p i r a c i ó n , a ñ a d i ó
lo que hace q u e y o q u i e r a á esé m u c h a c h o y e n c a - poniendo la m a n o en lo a l t o del c o r s é ; esto está m u y ;
m i n e hacia él m i s s i m p a t í a s es q u e su a l m a es tan apretado, y si llora usted h a r á explosión. P e r o y o
h e r m o s a c o m o su r o s t r o . ¡ V a m o s ! ¿ n o parece un recogeré los pedazos con e s m e r o de a n t i c u a r i o .
q u e r u b í n reclinado en el h o m b r o de u n á n g e l ? Bien — ¡ E s lo que se llama todo u n f r a n c é s g a l a n t e í
m e r e c e que se le quiera, y si y o f u e r a m u j e r desearía dijo la v i u d a i n c l i n á n d o s e al oído d e la d e C o u t u r e . . : ,, r vo \ f '
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— Adiós, niños, dijo Vautrin volviéndose hacia religioso y del que h e sabido con mucho gusto que no
Eugenio y Yictorina. Los bendigo, añadió extendiendo es incrédulo como los demás, q u e hablan de Dios con
las m a n o s sobre ellos... Créame, s e ñ o r i t a ; algo valen menos respeto que el mismo demonio, añadió la viuda
las bendiciones de u n h o m b r e honrado, por fuerza de Couture. ¿Quién puede conocer los caminos por
han de aportar la felicidad, Dios las escucha. donde nos conduce la divina Providencia?
— Adiós, amiga mía, dijo la de Vauquer á su Ayudadas por Silvia, las dos mujeres acabaron por
pupila. ¿ L e p a r e c e á usted, añadió en voz baja, que transportar al estudiante á su cuarto y le echaron en la
t e n g a el señor Yautrin intenciones cerca de mi p e r - cama, donde la cocinera le desabrochó la ropa, con
sona? objeto de q u e respirara mejor. Victorina aprovechó,
— ¡ Psch! antes de salir, un m o m e n t o en que su protectora se
— ¡ A h , querida m a d r e , dijo Victorina suspirando hallaba vuelta de espaldas para depositar un beso en
y con los ojos bajos, luego que las dos quedaron la frente de Eugenio con toda la satisfacción que seme-
solas, ¡ si lo que el buen señor Vautrin dice fuera jante amoroso pecado debía producir. Miró el c u a r t o
verdad! del estudiante, recogió por decirle así en un solo pen-
— Poco se necesita para eso, respondió la ancia samiento las mil felicidades de aquel día, reuniólas en
na. ¡Conque el m o n s t r u o de tu h e r m a n o caiga del un cuadro que contempló u n buen espacio de tiempo,
caballo...! y se d u r m i ó persuadida de que no había en París cria-
— ¡Oh, m a m á ! tura más feliz que ella.
— Quizás sea pecado desearle d a ñ o al propio e n e - La fiestecilla que sirvió de pantalla á Vautrin para
migo, repuso la viuda. Bueno, pues cumpliré por administrar á Eugenio y á Goriot vino narcotizado,
ello alguna p e n i t e n c i a ; por ejemplo, de todo corazón decidió el hundimiento de aquel h o m b r e . Bianchon,
llevaré flores á su t u m b a . ¡ Mal corazón! Ni siquiera casi ebrio, se olvidó de p r e g u n t a r á la Michonneau
se atreve á volver por la memoria de su madre, cuya por Engaña-la-Muerte. Si hubiera pronunciado este
herencia conserva, sin embargo, merced á mil enredos. nombre, s e g u r a m e n t e habría puesto e n g u a r d i a á
Mi prima poseía una buena f o r t u n a , pero por desgracia Vautrin, ó, para llamarle como es debido, á Santiago
e n el contrato matrimonial no se habló de s u s bienes. Collin, famoso presidiario. Además, la frase Vénus del
— Si mi felicidad se debiera á la muerte de alguien, Père Lachaise decidió á la Michonneau á entregarlo á
yo no sería nunca feliz, dijo Victorina; de modo q u e la justicia, precisamente en el momento en que, c o n -
si para ello es preciso que mi h e r m a n o deje de existir, fiando en la generosidad de Collin, calculaba si no le
prefiero vivir siempre e n esta casa. tendría más cuenta decirle lo q u e había, dándole
— En eso digo como ese señor Vautrin, que es tan tiempo para que se evadiera d u r a n t e la noche. Acababa
11
de salir acompañada de Poiret para ir en busca dell desde m u y antiguo, habían comprendido la necesidad
celebre comisario de policía, á la callejuela de San- de considerar la cabeza h u m a n a bajo dos m u y distintos
ta Ana, siempre en la creencia de que tenían q u e i aspectos. La Sorbona es la cabeza del h o m b r e vivo,
habérselas con un alto empleado llamado Gondureau. que piensa y aconseja. Troncho, en cambio, es expre-
Recibióla de buen grado el director de la policía j u d i - sión destinada á expresar lo poco q u e vale la cabeza,
cial, al cual pidió, después de u n a conversación en una vez cortada.
q u e se precisaron las condiciones del negocio, la s u s - — Ese Collin nos trae á mal traer, añadió. Cuando
tancia que había de servir para buscar en el cuerpo tropezamos con uno de esos hombres de temple de
de Vautrin la marca del presidio. Por el gesto de acero, tenemos el recurso de matarle si en el momento
satisfacción que hizo el g r a n h o m b r e de la c a l l e - de la detención ofrece la menor resistencia; y precisa-
juela de Santa Ana al ponerse á buscar un f r a s - mente contamos con alguna violencia de Collin para
quito e n el cajón de su mesa, comprendió la sol- quitarle de en medio m a ñ a n a por la m a ñ a n a . De este
terona que el gobierno veía en aquella captura algo modo nos a h o r r a m o s el proceso, los gastos de c u s -
más que la detención de un simple forzado. Al cabo de todia y de alimentación, y libramos á la sociedad de
vueltas y revueltas ocurriósele suponer q u e la policía, un e n e m i g o . La instrucción de la causa, las indemni-
guiada por traidores que había en el presidio, esperaba zaciones de los testigos, la ejecución y cuantos t r á -
llegar á tiempo de apoderarse de valores c o n s i d e r a - mites marca la ley p a r a deshacernos de esos malos
bles. Comunicó su hipótesis á aquel viejo zorro, el bichos, todo eso cuesta u n poco más de los tres mil
cual, así que los oyó, sonrió y trató de desvanecer francos que usted c o b r a r á . Y también se economiza
las sospechas de la Michonneau. tiempo. Con un buen bayonetazo en la tripa de
— No está usted en la positivo, contestó. Collin es Engaña-la-Muerte evitamos un centenar de crímenes,
la Sorbona más peligrosa que han tenido los ladrones é impedimos la corrupción de cincuenta pilletes q u e
en ninguna época. Esta es la verdad. Tan convencidos cuidarán m u y bien de no d a r motivos para que se les
de ello están los bandidos que le consideran como su eche el g u a n t e . Esto e s lo que se llama una buena
bandera, su sostén, su Bonaparte, para decirlo en una policía, puesto que, según los mejores filósofos, de
palabra; todos le quieren. No veremos caer en la plaza esta manera se evitan los crímenes.
de Grève el troncho de ese mocito. — ¡ Y además se sirve al p a í s ! dijo Poiret.
Quedábase á obscuras la Michonneau, y tuvo Gondu- — ¡ Hombre, esta noche dice usted cosas s e n s a t a s !
reau que explicarle los dos palabras que había Cierto que sí, que servimos al país. La sociedad, á la
empleado. Sorbona y troncho son dos enérgicas que tantos servicios, a u n q u e casi todos ignorados,
expresiones del lenguaje de los bandidos, los cuales, prestamos, nos juzga con demasiada severidad. Por
e l tío goriot 245
otra parie, el h o m b r e superior debe m o s t r a r que se
halla m u y por encima de las preocupaciones vulgares, que Vautrin le regalara, retrasó el servicio de la casa.
y también todo cristiano debe aceptar las desdichas Poiret y la Michonneau no se quejaron del retraso del
que el bien trae consigo cuando no se realiza, según almuerzo, y en cuanto á Victorina y la viuda de C o u -
ideas preconcebidas. ¡ E s una palabra, Paris es París! ture durmieron hasta bien entrada la m a ñ a n a . Vau-
Y esa palabra explica mi vida. A los pies de usted, trin salió antes de las ocho, y volvió á la hora precisa
señorita. Mañana estaré con mi g e n t e en el Jardín de servirse el almuerzo. Nadie reclamó, pues, cuando
del Rey Envíe á Cristóbal á la calle de Buffon, Silvia y Cristóbal llamaron de puerta en puerta
casa del señor Gondureau, donde yo estaba. Caballero, anunciando que el almuerzo estaba servido. Bajó la
beso á usted la m a n o . . . Si alguna vez le roban á usted primera la solterona, y antes de que volvieran las
algo, venga usted á verme, que se lo buscaré ; estoy criadas vertió el licor e n el tazón de plata que pertene-
á su disposición. cía á Vautrin, y en el que la leche para su café calen-
tábase al b a ñ o - m a r í a , e n t r e todos los d e m á s : h a -
— ¡ Qué amable es ese s e ñ o r ! dijo Poiret, y cuán
bía contado de antemano con esta particularidad de
sencillo es lo que le pide á u s t e d . . . Pues todavía hay
la vida de la casa para dar el golpe.
imbéciles que se sulfúran con sólo oír la palabra de
policía. No sin trabajo reuniéronse los siete pupilos. Cuan-
Había de quedar el día siguiente como u n o de los do Eugenio bajaba, el último de todos, desperezán-
más sonados de la casa Vauquer, en la cual el suceso dose, un mozo le entregó la siguiente carta de Delfina
culminante, hasta el presente m o m e n t o ocurrido, ha- de Nucingen :
bía sido la meteòrica aparición de la supuesta condesa
de Ambermesnil. Pero los acontecimientos del gran « No siento hacia usted, amigo mío, vanidad mal
día próximo debian obscurecer á todos los d e m á s , entendida ni cólera. Le he esperado á usted hasta las dos
quedando como eterno tema de las conversaciones de de la mañana. ¡ Esperar al ser amado ! Quien tal tor-
la viuda de Vauquer. mento haya sufrido no puede dárselo á nadie. Bien
Primeramente, Goriot y Eugenio de Rastignac dur- se conoce que ama usted por primera vez. ¿ Qué le ha
mieron hasta las once, y la patrona, que volvió de la ocurrido? Estoy m u y intranquila. Sin el temor en re-
Gaité á Jas doce de la noche, a u n no se había levan- velar los secretos dé mi corazón, hubiera corrido á in-
tado á las diez y media. El largo sueño en que Cris- formarme de la desgracia ó de la fortuna que le rete-
tóbal quedó sumido después de haber apurado el vino nía. Pero salir á tal hora, en coche ó á pie, ¿ no era
p e r d e r m e ? He comprendido la desdicha inherente á
mi sexo. Tranquilíceme, explíqueme el por q u é de su
1. Nombre primitivo del Jardin de Flautas.
ausencia, después de lo que mi padre me dijo. Sin
14.
duda m e enfadaré, pero perdonaré. ¿ E s t á usted en- joven no sabe conducirse e n la vida como es debido.
fermo ? ¡ Si no viviera usted tan l e j o s ! Hasta m u y — ¡ Caballero ! le gritó E u g e n i o .
pronto, ¿ verdad | Si tiene usted quehaceres, m e bas- — ¿ Qué es ello, g r a n simplón ? dijo Vautrin a c a -
tará una palabra que d i g a : « Voy en s e g u i d a » ó i bando de beber tranquilamente su café (operación que
« Estoy enfermo ». Por más que, si se hallara usted la Michonneau seguía con una atención tal que no la
indispuesto, mi padre hubiera venido á decírmelo. permitía estar en lo demás q u e en torno suyo ocurría).
¿ Q u é h a sucedido ?...» ¿ A caso no hay todos los días duelos en París ?
— La acompaño á usted, Victorina, decía la viuda
— Sí, ¿ q u é ha sucedido? exclamó Eugenio estru- de Couture.
j a n d o entre s u s m a n o s la carta, sin acabarla y preci- Y se precipitaron hacia la calle aquellas dos m u j e -
pitándose en el comedor. ¿Qué hora e s ? preguntó. res, sin sombrero ni chai. Victorina, al salir, miró á
— Las once y media, respondió Vautrin, poniendo Eugenio, como diciéndole: « ¡ No pensaba que n u e s -
azúcar en s u café. tra felicidad hubiera de costarme lágrimas ! »
El fugado de presidio dirigió á Eugenio una de esas
— Voy á creer que es usted profeta, señor Vautrin,
m i r a d a s fascinadoras que son privilegio de ciertos
dijo la patrona.
h o m b r e s eminentemente magnéticos y que, según — Soy de todo, replicó Collín.
d i c e i , calman, e n los manicomios, á los locos furio- — ¡ Qué cosa más e x t r a ñ a ! volvió á decir la de
sos. Eugenio tembló de pies á cabeza! Vauquer, ensartando, á propósito de aquel suceso,
Oyóse el ruido de u n simón que se detenía á la una porción de frases insignificantes. La muerte nos
p u e r t a ; un criado vestido con la librea del señor Taille- sorprende sin avisarnos, y m u c h a s veces mueren los
fer, y á quien la viuda de Couture reconoció en el acto, jóvenes antes que los viejos. Las mujeres tenemos la
penetró despavorido e n la estancia. ventaja de no estar sometidas á la ley del d u e l o ; en
— Señorita, exclamó, su señor padre la llama... cambio padecemos muchas enfermedades d e q u e están
Ha ocurrido una g r a n desgracia. El señor Federico ha libres los h o m b r e s . Parimos, y luego nos duran mu-
tenido un duelo y ha recibido una estocada en la cho tiempo las consecuencias. ¡Qué fortuna la de esta
f r e n t e ; creen los médicos que n o vivirá; apenas si Victorina! Porque ahora el padre tiene que adoptarla.
podrá usted darle el abrazo de despedida, pues ya no — Así son las cosas, dijo Vautrin m i r a n d o á E u -
tiene concimiento. genio: ayer no tenía un céntimo, y ahora posee mi-
— ¡ Pobre joven ! exclamó Vautrin. ¿ Pero cómo hay llones.
quien pueda buscar cuestiones teniendo treinta mil — ¡Vamos, don Eugenio, q u e no ha tenido usted
francos de renta bien saneaditos Ya veo a u e la gente mala m a n o para elegir n o v i a ! exclamó la de Vauquer.
Al oír esto, Goriot miró al estudiante, y viendo en — ¡ Silvia; corriendo, á buscar un médico! dijo
s u mano la estrujada carta, le d i j o : la viuda. ¡ Don Eugenio, vaya usted en seguida á casa
— ¡No la ha acabado usted de leer! ¿Qué significa del señorito Rianchon, por si no encuentra Silvia en
esto? ¿ S e r á usted como los d e m á s ? le preguntó. casa á nuestro médico, el señor Grimpe !
— Señora, nunca me casaré con la señorita Victo- Rastignac aprovechó con júbilo aquella oportunidad
rina, dijo E u g e n i o dirigiéndose á la patrona con tal de abandonar la espantosa caverna, y se marchó
acento de horror y repugnancia, que á todos sor- apresuradamente.
prendió. — Cristóbal, vete inmediatamente á la botica á ver
Papá Goriot cogió una m a n o del estudiante y se la si te dan algo contra la apoplegía.
e s t r e c h ó : hubiera querido besársela. Cristóbal fué.
— ¡Hola, hola! exclamó Vautrin. Los italianos dicen — A ver, señor Goriot, ayúdenos usted á llevarle
en casos como éste una palabra m u y j u s t a y m u y allá a r r i b a , á su habitación.
filosófica: Col tempo. Vautrin fué agarrado, transportado por la escalera
— Espero la contestación, manifestó á Rastignac el y colocado encima de su cama.
enviado de Delfina. — Yo no puedo ser á ustedes de n i n g u n a utilidad;
— Diga usted que iré. me voy á ver á mi hija, contestó el interpelado.
El h o m b r e se fué. Eugenio hallábase en tal estado — ¡ Viejo egoista ! exclamó la señora de V a u q u e r ;
de irritación, que no podía ser p r u d e n t e . anda, te deseo que m u e r a s como un perro.
« ¿ Qué hacer, se decía hablando consigo mismo, — Vaya usted á ver si tiene éter, dijo á la patrona
pero en voz alta. ¡ No hay p r u e b a s ! . . . » la Michonneau, quien, ayudada por Poiret, había des-
Vautrin se sonrió. La substancia ingerida comen- abrochado á Vautrin la ropa.
zaba á dejar s e n t i r s u s efectos, pero era tan robusto el La Vauquer obedeció, dejando á la solterona d u e ñ a
presidiario, que se levantó, miró á Eugenio, y le dijo del campo de batalla.
con voz c a v e r n o s a : — ¡ Vamos, quítele usted la camisa y vuélvale de
— Joven, la fortuna suele venir mientras dormimos. espaldas p r o n t o ! ¡ Evíteme usted ciertas desnudeces;
Y cayó al suelo como herido por un rayo. sirva usted para algo, h o m b r e , y n o se quede usted
— ¡ Existe, pues, u n a justicia divina ! exclamó Eu- en babia!
genio. Vuelto Vautrin de espaldas, aplicóle la Michonneau
— ¿ Qué le pasa al pobre señor Vautrin ? en el hombro una fuerte palmada, y las dos letras
— ¡ Un ataque de apoplegía! exclamó la Michon- fatales se dibujaron blancas en fondo colorado.
neau. — ¡ Caramba, y qué pronto se ha g a n a d o usted la
gratificación de tres mil f r a n c o s ! exclamó Poiret, te-
rojo. Dicen que todos los que tienen el pelo rojo s o n
niendo sentado á Vautrin mientras la Michonneau le
buenos ó malos. ¿Será éste d é l o s b u e n o s ?
ponía la camisa. ¡ Lo que pesa ! añadió acostándole.
— ¿ Bueno para colgado ? dijo Poiret.
— Silencio. ¿ T e n d r á por aquí alguna caja con di-
— Querrá usted decir colgado del cuello de una
nero ? dijo vivamente la solterona cuyos ojos parecían
linda m u j e r , exclamó vivamente la Michonneau. Vá-
atravesar la pared, tal era la avidez con que exami-
yase usted, señor Poiret. Á nosotros nos corresponde
naba los más insignificantes muebles del cuarto. ¡ Si
se pudiera abrir ese p u p i t r e bajo un pretexto cual- cuidarlos á ustedes c u a n d o están enfermos. Además,
quiera ! añadió. añadió, p;.»ra lo que usted sirve, a u n q u e se vaya usted
de paseo, maldito lo que se pierde. La señora y yo sa-
— Quizá estuviese eso mal hecho, respondió
bremos cuidar m u y bien al señor Vatrin.
Poiret.
A la chita callando escurrióse el señor Poiret, como
— No, el dinero robado, por haber sido de todos no
perro á quien su a m o pega un puntapié. Rastignac
es de nadie. Pero nos falta tiempo, dijo. Ahí sube la
había salido para pasear y tomar el aire, porque se
Vauquer.
ahogaba. Había querido evitar, desde la víspera, aquel
— Aquí está el éter, dijo ésta e n t r a n d o . Este sí que
crimen cometido á hora fija. ¿Qué había sucedido?
es el día de las aventuras. Pero, ¡ Dios mío, este hom-
¿Qué iba á h a c e r ? Temblaba por creerse cómplice, y
b r e no puede estar e n f e r m o ! ¡ Si tiene la piel blanca
todavía le aterraba la s a n g r e fría de Vautrin.
como la de un pollo!
— Si ocurriera todavía que Vautrin muriera sin ha-
— ¿Como la de un pollo? repitió Poiret.
bla, decíase Rastignac.
— Su corazón late n o r m a l m e n t e , dijo la viuda po-
Andaba al través de las avenidas del L u x e m b u r g o
niendo la m a n o e n el pecho de Yautrin.
como .perseguido por u n a trailla, pareciéndole e s c u -
— ¿ N o r m a l m e n t e ? dijo Poiret admirado.
char el ladrido de los perros.
— No hay cuidado.
— ¡ Hola ! le gritó Bianchon. ¿ H a s l e í d o el Piloto ?
— ¡ Claro, como que parece q u e está dormido ! Sil-
El Piloto era u n periódico radical dirigido por el
via ha ido á buscar al médico. Oiga, señorita Michon-
señor Tissot, y que hacía, algunas horas después de
neau, mire lo que hace con las narices al sentir el
los periódicos de la m a ñ a n a , una edición especial para
éter. ¡ Bah 1 No es más que un pasmo (espasmo). Tiene
provincias, conteniendo noticias del día, lo que le
bueno el pulso. Es fuerte como un turco. ¡ Mire usted
permitía anticiparlas veinticuatro h o r a s á sus lectores.
qué alzado tiene el e s t ó m a g o ! ¡ E s hombre para vivir
— Habla de un suceso interesantísimo, dijo el in-
cien a ñ o s ! Nada, y la peluca no se le cae. Como que
terno del hospital Cochin. El hijo de Taillefer se ha
la tiene pegada. Y tiene el pelo de otro color; lo tiene
batido en duelo con el conde Franchesini, oficial de
la guardia antigua, el cual le ha metido dos pulgadas — Semejante amor es mi áncora de salvación, pensó.
de acero en la f r e n t e . De modo q u e ahí tienes á V i c - ¡Cuánto ha sufrido el corazón de ese pobre v i e j o !
torinita convertida en u n o de los mejores partidos de Aunque nada dice de sus dolores, ¿ quién no los adi-
París. ¡ Caracoles, y quién hubiera podido prever tal v i n a ? Pues bien, le cuidaré como si fuese mi propio
cosa ! ¿Dónde hay un treinta y cuarenta como la padre y le procuraré cuantas satisfacciones pueda. Si
m u e r t e ? Dime, ¿ e s verdad que Victorina te mira con ella me a m á , vendrá muchas veces á mi casa á pasar
buenos ojos? el día con él. Esa condesa de Restaud es una infame
— Cállate, Bianchon; nunca m e casaré con ella. capaz de hacer de su padre un portero. ¡ Querida Del-
Estoy enamorado de una m u j e r preciosa que me quiere f m a ! Es más cariñosa para el pobre viejo, es digna
y que... de ser amada. ¡ A h ! esta noche seré feliz.
Sacó el reloj y estuvo admirándolo.
— Dices eso como si te esforzases en desviarte del
— ¡ Qué suerte h e tenido en todo! Cuando se tiene
camino de la infidelidad. Muéstrame una m u j e r que
la seguridad de a m a r y de ser amado para siempre,
valga el sacrificio de la fortuna de Taillefer.
es lícito ayudarse m u t u a m e n t e , luego puedo recibir
— ¿Se habrán j u r a m e n t a d o todos los demonios para
esto. Además, como al fin llegaré, puedo devolver
p e r s e g u i r m e ? exclamó Rastignac.
ciento por uno. En esta unión no hay crimen ni nada
— ¿ Pero qué tienes ? ¿ E s t á s loco ? Dame la mano,
que pueda producir el menor escrúpulo á la más se-
dijo Bianchon, y d e j a q u e te tome el pulso. Tú tienes
vera virtud. ¡ Cuántas personas muy h o n r a d a s contraen
fiebre.
uniones s e m e j a n t e s ! Nosotros no e n g a ñ a m o s á nadie;
— Ve á casa, dijo Eugenio, porque ese bribón de
y lo que envilece es la m e n t i r a . Mentir, ¿no e s abdi-
Vautrin está como muerto.
car? Está desde hace tiempo separada de su m a r i d o ;
— ¡ A h ! dijo Bianchon, dejando solo á Rastignac.
y, por otra parte, yo m i s m o le diré á ese alsaciano
Me confirmas sospechas que quiero comprobar.
que me ceda una m u j e r á la que él no puede hacer
Solemne fué el paseo del estudiante de derecho. Dió,
feliz.
por decirlo así, una vuelta alrededor de su conciencia;
Mucho tiempo duró la lucha que Rastignac sostenía
y si escarbó en s u propia conciencia, si la examinó,
consigo m i s m o ; y a u n q u e al fin vencieron s u s j u v e -
es cierto que su honradez salió de esta severa y t e r r i -
niles virtudes, sintióse arrastrado por una insupera-
ble prueba endurecido como una barra de hierro des-
ble curiosidad, á eso de las cuatro y media, al anoche-
pués de sometida á la acción del fuego. Recordó las
cer, hacia la casa de huéspedes, d e la que á sí propio
confidencias que la víspera le había hecho el tío Goriot
se prometía salir para siempre. Quería saber si había
y lo que éste le dijera del nuevo cuartito de la calle
muerto Vautrin.
de Artois; sacó del bolsillo la carta, la leyó y la besó.
Bianchon habíale hecho tomar un vomitivo, dispo- de quien la señorita Michonneau hablaba antes de
niendo que las substancias devueltas por el enfermo ayer.
fuesen llevadas al hospital en que él, Bianchon, seguía Aquel n o m b r e produjo en Vautrin el efecto de u n
s u s estudios, para ser allí analizadas químicamente. rayo. Palideció, se tambaleó, y su magnética mirada
Viendo el empeño que ponía la Michonneau en tirar- cayó como la luz del sol sobre la solterona, á la cual
las, fortificáronse sus dudas, ya m u y avivadas, por la aquel impulso de voluntad dejó como muerta, d e r r i -
rapidez con que Vautrin se había repuesto. Era indu- bándola sobre u n a silla. Poiret interpúsose rápida-
dable que el g r a n jaranero de la casa había sido víctima mente entre ella y Vautrin, comprendiendo que se
de una maquinación. Cuando volvió Rastignac, hallá- hallaba en peligro, de tal manera la cara del expre-
base ya de pie en el comedor, j u n t o á la estufa. Atraí- sidario volvióse ferozmente significativa al despojarse
dos antes de la hora acostumbrada, por la noticia del de la careta de bonachería bajo la que ocultaba su
duelo del hijo de Taillefer, los huéspedes, ansiososde verdadero temperamento. Los demás huéspedes, que
conocer los detalles del suceso y la influencia que en nada comprendieron de aquel drama, quedáronse es-
el porvenir de Victorina había tenido, estaban ya reu- tupefactos.
nidos, menos el tío Goriot, y charlaban acerca de lo En aquel momento oyóse el paso de m u c h o s h o m -
ocurrido. Cuando entró Eugenio, encontráronse s u s bres y el ruido que producían los soldados al descan-
ojos con los del i m p e r t u r b a b l e Vautrin, el cual le di- sar los fusiles sobre el pavimiento de la calle. Collin
rigió una tan penetrante mirada, que hirió las cuerdas miraba á las v e n t a n a s y á las paredes buscando m a -
inferiores que aún quedaban en s u alma, haciéndole q u i n a l m e n t e una salida, cuando aparecieron en la
temblar. puerta de la sala cuatro individuos. El primero era el
— Está visto, querido joven, díjole el expresidario, jefe de la policía, y los otros tres oficiales de orden
la Chata no ha podido ni podrá en m u c h o tiempo con- público.
migo. Según dicen las señoras, he tenido u n a conges- — ¡ E n nombre de la ley y del rey! dijo uno de ellos
tión capaz de m a t a r á un buey. cuya voz fué cubierta por un m u r m u l l o de asombro.
— Bien puede usted decir que á un toro, exclamó Pronto reinó absoluto silencio en el comedor, y los
la viuda de Vauquer. huéspedes se apartaron para dejar el paso libre á tres
— ¿ L e pesa á usted v e r m e con vida ? dijo Vautrin de los recién llegados, todos los cuales tenían metida
al oído de Rastignac, cuyo pensamiento creía adivi- a m a n o en el bolsillo de costado, e m p u ñ a n d o u n a
n a r . Denotaría usted condiciones de p r i m e r orden. pistola a r m a d a . Dos g e n d a r m e s que seguían á los
La verdad es, dijo Bianchon, que á usted le sen- agentes ocuparon la puerta de la sala, y otros dos
taría muy bien el apodo de u n tal Éngaña-la-Muerte, parecieron en la que conducía á la escalera. E n el
empedrado de'Ia calle oíase el ruido de los soldados y frió su furor fué u n a reflexión rápida como un rayo.
de los fusiles. No le quedaba á Engaña-la-Muerte, en Sonrió m i r a n d o á la peluca.
quien se fijaron irresistiblemente los ojos de todos, — Por lo visto no es hoy el día en que has d e m o s -
n i n g u n a esperanza de salvación. trarte bien educado, dijo al j e f e de policía.
El jefe se llegó á él y comenzó por darle tan v i o - Y tendió las m a n o s á los guardias llamándolos con
lenta palmada en la cabeza, que hizo saltar de ella la un movimiento de cabeza.
peluca dejando en descubierto, en todo su horror, la . — Señores guardias, dijo, p ó n g a n m e ustedes las
cabeza de Collin. Cubierta, como el rostro, de cor- esposas. Tomo á los presentes por testigos de q u e no
tos cabellos color ladrillo, que daban al busto te- h a g o la menor resistencia.
rrible aspecto de energía y de astucia, en harmonía Un m u r m u l l o de admiración, arrancado á los pre-
con el cuerpo, quedó el c o n j u n t o iluminado cual si un sentes por la rapidez con que salieron de aquel volcán
fuego infernal le hubiera envuelto en su siniestra cla- humano la lava y el fuego y se recogieron á él, se
ridad. Todos comprendieron entonces á Vautrin, su escuchó en toda lá sala.
pasado, su presente y su porvenir, sus doctrinas i m - | _ Parece no agradarte esto, señor f a n f a r r ó n , dijo
placables, la religión d é l a propia voluntad, la realeza, nuevamente el presidiario m i r a n d o al célebre director
que le daban el cinismo de sus pensamientos, de sus de ia policía judicial.
actos, y la fuerza de u n a organización capaz de atre- — ¡Ea, á d e s n u d a r s e ! le contestó en tono desprecia-
verse con todo y con todos. Subiósele la s a n g r e al ros- tivo el h o m b r e de la callejuela de Santa Ana.
tro y brilláronle los ojos como á u n gato salvaje. Saltó — ¿ P a r a q u é ? dijo Collin. Hay s e ñ o r a s delante.
sobre sí m i s m o con un movimiento de tan feroz ener- Además no t e n g o a r m a s , y me rindo.
gía y rugió de tal modo que los huéspedes lanzaron Detúvose y miró á la asamblea como un orador que
un grito de t e r r o r . Ante aquel gesto de león y movi- va á decir cosas sorprendentes.
dos además por el clamor general, sacaron los a g e n - — Escriba usted, tío Lachapelle, añadió dirigién-
tes las pistolas. Comprendió Collin el peligro " q u e dose á un hombrecillo anciano, de blancos cabellos,
corría al ver brillar el gatillo de cada arma, y dió de que se había sentado al otro extremo de la mesa des-
repente prueba de la más poderosa energía h u m a n a . pués de haber sacado de la cartera el acta de la deten-
¡Horrible y majestuoso espectáculo! Su fisonomía ción. Confieso ser Santiago Collin, llamado Engaña-
presentó análogo fenómeno al que se observa en una la-Muerte, condenado á veinte años de presidio ; acabo
caldera llena de ese vapor capaz de mover una m o n - de probar que n o h e usurpado el apodo que me han
t a ñ a , pero al que u n a gota de agua precipita y disuelve dado, porque, si hubiera levantado siquiera la mano,
en un abrir y cerrar de ojos. La gota de agua que en- esos tres soplones hubieran sembrado de sesos míos el
suelo doméstico de la señora viuda de Vauquer. ¡ Vaya era la de un arcángel caído, pero dispuesto á pelear.
u n a s t r a m p a s que a r m a n estos tíos! Rastignac bajó los ojos aceptando aquella especie de
Al oír estas palabras sintióse mala la patrona. solidaridad criminal en j u s t o castigo de sus malos
— ¡ Señor ! ; S e ñ o r ! esto m e costará una enferme- pensamientos.
dad ; y o que ayer estaba en el teatro de la Gaite con — ¿Quién me ha vendido? exclamó Collin, pa-
él, dijo á Silvia. seando su terrible mirada por los circunstantes.
— T e n g a usted filosofía, m a m á , exclamó Collin. Después, deteniéndola en la señorita Michonneau,
¿ P o r q u é siente usted haber ido conmigo al t e a t r o ? añadió :
¿ E s usted acaso mejor que y o ? Menos infamia — ¡ T ú , tú has sido, saco viejo! ¡Me h a s propor-
llevamos nosotros en el h o m b r o q u e vosotros en el cionado una congestión simulada, c u r i o s a ! Con dos
corazón, miembros exangües de una sociedad g a n - palabras q u e yo dijera, antes de ocho días te habrían
g r e n a d a : tenía y o á mí disposición al mejor de todos cortado la cabeza. Pero te perdono, porque soy c r i s -
vosotros. tiano... y porque realmente la verdadera traición no
Detuviéronse s u s ojos en RaStignac, al cual d i r i - es la t u y a . ¿De quién ha sido ? . . . ¡ A h ! ¡ a h ! exclamó
gió u n a sonrisa afectuosa q u e contrastó s i n g u l a r - oyendo á los agentes de la policía judicial registrar
mente con la ruda expresión de su fisonomía. su cuarto y apoderándose de s u s ropas y demás o b -
— Queda firme lo convenido, m o n í n , añadió ; jetos. Las p á j a r o s volaron ayer, de modo q u e no e n -
siempre, por supuesto, que á usted, le convenga. contraréis nada. Aquí t e n g o y o mis libros comer-
Ya me e n t i e n d e . . . No pase usted cuidado, q u e yo s é ciales, dijo dándose u n a palmada en la frente. Pero
cobrar mis cuentas. ¡Me temen demasiado para es- ahora sé quién me ha vendido. No puede haber sido
tafarme ! otro q u e ese pillo de Hilo-de-seda. ¿ No es cierto lo
El presidio, con su lenguaje y s u s costumbres, con que digo, tio zarpas? añadió dirigiéndose al j e f e ;
s u s bruscas transiciones de lo alegre á lo horrible, porque esta sorpresa parece consecuencia de h a b e r
con su grandeza espantosa, s u s familiaridades y ba- tenido yo allá arriba u n o s billetes de banco. ¡Pero ya
jezas, apareció de repente representado en aquella no están, mis queridos soplones! E n c u a n t o k Hilo-de-
interpelación y por aquel hombre, q u e no fué tal seda, antes de quince días estará comiendo hierba por
hombre, sino el tipo de toda una nación degenerada, las raíces, a u n q u e le hagáis custodiar por toda la gen-
de un pueblo salvaje y lógico, brutal y flexible. En d a r m e r í a . . . ¿Cuánto le habéis dado áestaMichoncita?
un instante t r a n s f o r m ó s e Collin en un poeta infernal, Acaso tres mil francos! Creo valer algo m á s . N i n ó n c a
en el que se dibujaron todos los sentimientos h u m a - riada, Pompadour harapienta, Venus del Pére-Lachaise,
nos, menos uno solo : el arrepentimiento. Su mirada si m e h u b i e r a s prevenido, hubieras ganado seis mil.
¡ A h ! no sospechabas tú tal cosa, vieja comerciante bierno con todos s u s tribunales, g e n d a r m e s y presu-
en carne h u m a n a , que si lo hubieras creído habría puestos, y le zurro.
tenido yo la preferencia. Sí, te los hubiera dado para — ¡ D i a n t r e ! dijo el pintor, la verdad es que se
evitarme un viaje que me contraría y que m e va á podía sacar de él un g r a n dibujo.
hacer perder dinero, siguió diciendo mientras le po- — Dime, niño del verdugo, gobernador de la viuda
nían las esposas. Esta g e n t e se va á dar el gusto de (nombre terriblemente poético que dan los presidia-
traerme y llevarme de un lado á otro sabe Dios rios franceses á la guillotina), añadió dirigiéndose a l
cuánto tiempo, para ver si me a b u r r o y canto. Si me jefe de policía, sé buen muchacho, y si en efecto ha
enviaran desde luego al presidio, pronto volvería yo sido Hilo-de-seda el que me ha vendido, declára-
á mis ocupaciones á pesar de los pobrecillos mirones melo. No quiero que pague por otro, porque no sería
del muelle des Orfèvres. Toda la gente de por allá justo. • "
echará el resto hasta devolver á libertad á su general, En esto volvieron los agentes, , después de haberlo
al buen Engaña-la-Muer te. ¿Tiene alguno de vosotros registrado é inventariado todo, y hablaron en voz
una riqueza comparable á la que yo tengo en esos
baja con él jefe. Quedaba terminada el acta de d e t e n -
diez mil h e r m a n o s dispuestos á sacrificarse por m í ?
ción.
¡Este está s a n o ! añadió golpeáñdose el pecho del
— Señores, dijo Collin, dirigiéndose á los mirones
lado del corazón; al menos j a m á s he traicionado á
huéspedes, me van á llevar. Doy á ustedes las gracias
nadie. Mira, espuerta vieja, obsérvalos, dijo encarán-
por las bondades q u e h a n tenido conmigo d u r a n t e mi
dose con la solterona. Yo les causo terror, pero tú les
estancia en e s t a casa. Ustedes lo pasen bien. Tendré
das asco. Recoge la parte que te corresponde.
mucho gusto én enviarles u n o s higos de .Provenga.
Hizo una pausa y quedóse mirando á los hués- Dió algunos pasos y se volvió hacia Rastignac.
pedes.
— Adiós, Eugenio, dijo con voz dulce y triste que
— ¡Cuidado que sois majaderos, v o s o t r o s ! ¡Qué! contrastaba vivamente con el tono brusco de cuanto
no habías visto nunca á un presidiario? Un presidiario hasta entonces había dicho. Te dejo recomendado á
del temple de Collin, aquí presente, es un hombre u n amigo de toda confianza por. si te ves en algún
menos cobarde que los otros y que protesta contra apuro.
las g r a n d e s injusticias del pacto social, como dice A pesar de las esposas, pudo ponerse e n guardia,
Juan Jacobo \ de quien tengo el honor de ser discí- hizo u n a llamada propia de u n maestro de a r m a s ,
pulo. E n una palabra, yo solo peleo contra el g o - gritó : « ¡ Una, dos ! » y se tendió á fondo.
— Si algo te estorba, dirígete á él. Puedes disponer
1. Juan Jacobo Rousseau.
de su dinero y de él.
Aquel s i n g u l a r s u j e t o supo d a r á s u s dichos tal ¿ I n m e d i a t a m e n t e ? repitió Poiret admirado.
t o n o de b r o m a , que sólo R a s g t i n a c y él pudieron Luego se acercó á la solterona y la habló al
c o m p r e n d e r l o s . Cuando quédó libre la casa de guardias, oído.
d e soldados y de a g e n t e s de policía, Silvia, q u e estaba — Mi pupilaje está pagado, y estoy aquí por mi
frotando á su a m a l a s sienes con un pañito mojado dinero como los d e m á s por el suyo, dijo, dirigiendo á
en v i n a g r e , m i r ó á los a s o m b r a d o s huéspedes. los huéspedes u n a mirada de v í b o r a .
— ¡ Vaya, que eso es todo un h o m b r e ! exclamó. — Si no es más que eso, dijo Rastignac, echa-
Rompió esta frase el e n c a n t o q u e en cada cual pro- remos u n g u a n t e para devolvérselo á u s t e d .
ducían la afluencia y la diversidad de los s e n t i m i e n t o s — El s e ñ o r defiende á Collin, y a se sabe por q u é ,
determinados por aquella escena. Miráronse u n o s á respondió, clavando en el e s t u d i a n t e u n a mirada vene-
otros, y al m o m e n t o se fijaron todos e n la M i e h o n - nosa é i n t e r r o g a d o r a .
n e a u q u e , escuálida y fría como u n a m o m i a , hallá- Eugenioí al oir tal cosa, dió u n salto como para
base acurrucada j u n t o á la estufa y con los ojos fijos caer sobre ella y e s t r a n g u l a r l a . Su m i r a r , cuya perfidia
en el suelo, como temiendo que no b a s t a r a la s o m - comprendió, acababa de i l u m i n a r l e el a l m a con u n a
bra de la pantalla para ocultar la expresión de s u s luz h o r r i b l e .
miradas. — Desprecie usted ese bicho, exclamaron los h u é s -
Aquella cara, q u e desde hacía t i e m p o les era anti-
pedes.
pática, quedó explicada en u n m i n u t o . S u r g i ó a m e -
Cruzóse de brazos Rastignac y g u a r d ó silencio.
nazador y u n á n i m e u n sordo m u r m u l l o , denunciador
— Acabemos con lo referente á la señorita J u d a s ,
elocuente del d i s g u s t o de todos los presentes. La Mi-
dijo el p i n t o r á la viuda de V a u q u e r . S e ñ o r a , si no
c h o n n é a u le oyó, p e r o se quedó. Bianchon fué el p r i -
planta usted en la calle á la Michonnéau, todos nos
mero q u e , inclinándose hacia el q u e más cerca tenía,
m a r c h a m o s de este t u g u r i o , y diremos por donde
le dijo al oído :
quiera que v a y a m o s q u e sólo viven en él espías y pre-
— Me largo si esa m u j e r ha de s e g u i r c o m i e n d o
sidiarios. E n el c a s o c o n t r a r i o , g u a r d a r e m o s el s e -
con n o s o t r o s .
creto de este suceso, el cual, á decir v e r d a d , pudiera
E n u n m o m e n t o todos m e n o s Poiret a p r o b a r o n la
ocurrir en la más empingorotada sociedad, m i e n t r a s
idea del e s t u d i a n t e d e medicina, el cual, a n i m a d o por
no v a y a n señalados en la frente los presidiarios y no
el apoyo d e los d e m á s , dijo al viejo :
se les prohiba disfrazarse d e b u r g u e s e s d e París, sin
— Usted que tiene relaciones especiales con la se- s e r tan e s t ú p i d a m e n t e b r o m i s t a s como lo son todos.
ñorita Michonnéau, hágale c o m p r e n d e r q u e debe m a r - Al oír estas palabras, recobró m i l a g r o s a m e n t e la
c h a r s e d e aqui i n m e d i a t a m e n t e . V a u q u e r la salud perdida. P ú s o s e e n pie, se cruzó de
UNIVERSIDAD DE KÜEVQ X
díBUOTECAUNMR J
"ALFONSO RTYES

»odo. 1 6 2 5 MONTERREY. M i
brazos y abrió s u s claros ojos limpios d e todo í os soplones no tienen sexo, dijo el pintor.
vestigio de lágrimas. — ¡ Famoso sexo rama!
— Pero, señor mío, ¿usted se ha propuesto la ruina — ¡ A la c a l l e r a w a !
de mi casa? Ahora que el señor Vautrin... ¡ Dios m í o ! — Señores, esto es indecente. Cuando se despide á
dijo interrumpiéndose á si m i s m a , no puedo dejar de la gente, siquiera hay que hacerlo con buenos mo-
llarmarle por su nombre de persona decente... Ahora dales. Como hemos pagado, nos quedamos, dijo Poiret,
que me ha quedado un cuarto vacío, quiere usted que poniéndose la gorra y sentándose en una silla al lado
se me queden por alquilar otros dos, precisamente en de la solterona, á la q u e estaba haciendo cargos la pa-
está época del año en que ya todo el mundo tieñe casa trona.
para rato donde quiera que se haya fijado. ¡ p i l l í n ! le dijo el pintor i r ó n i c a m e n t e ; ¡ calla,
— Señores, cojamos los sombreros y v á m o n o s á pillin!
I comer, plaza de la Sorbona, en casa de Flicoteaux, dijo — Vaya, si usted n o se v a , nos v a m o s todos, aña-
Bianchon. dió Bianchon.
Al instante calculó la viuda q u é era lo q u e más
Y todos los huéspedes ejecutaron en masa un m o -
cuenta le tenia, y con paso incierto llegóse á la Mi-
vimiento hacia el salón.
chonneau.
— ¿ Cuáles son s u s intenciones, señorita ? exclamó
— Vamos, hijita mía, usted no querrá la muerte de
fía Vauquer. Estoy a r r u i n a d a . No puede usted que-
mi establecimiento, ¿ e h ? . . . Ya ve usted á qué e x -
darse, porque son capaces de recurrir á la fuerza.
' Eternidad m e reducen estos señores; p o r esta noche,
La señorita Michonneau se puso en pie.
quédese usted en su cuarto.
— ¡ Se irá! ¡No se i r á ! ¡ Se i r á ! ¡ No se irá !
Eso no, eso no, gritaron los pupilos, queremos Estas exclamaciones alternadas, y la hostilidad de
que se vaya inmediatamente. las frases que contra ella comenzaban á ' p r o n u n c i a r s e ,
— ¡ Pero esta pobre señorita no ha c o m i d o ! o b - obligaron á la solterona á marcharse, no sin haber
servó Poiret en tono lastimero. estipulado ciertas condiciones con la patrona en voz
— Que se vaya á comer adonde mejor le parezca, baja.
gritaron varias vo.ces.
— Me voy á casa de la Buneaud, dijo con aire de
— ¡ A la calle la soplona!
amenaza.
— ¡ A la calle los s o p l o n e s !
— Vaya usted adonde quiera, señorita, dijo la Vau-
— Señores, exclamó Poiret, sintiendo bullir en si
q u e r , que estimó como cruel injuria la elección que
ese ánimo que el a m o r presta hasta á los carneros,
hacía la solterona de una casa rival de la suya y por
respeten usted el sexo débil.
a n t o odiosa. Vaya usted donde la Buneaud, donde la
darán á usted vino capaz de volver loca á una cabra, — ¡ Intrépido Poiret!
y platos de desechos de otras mesas. En aquel momento entró un mozo de recados, el
Colocáronse en dos hileras los pupilos, g u a r d a n d o cual entregó una carta á la Vauquer. Leerla ésta y de-
p r o f u n d o silencio. Poiret miró tan tiernamente á la jarse caer en u n a silla, fué todo u n o .
señorita Michonneau, y mostraba una indecisión tan — ¡Ya no falta sino que me quemen la casa! ¡ E l
infantil, sin saber si irse con ella ó quedarse, que rayo ha caído sobre ella! El hijo de Taillefer ha m u e r t o
todos los presentes, contentos al ver que la solterona á las t r e s ; la señora de Couturé y Yictorina m e piden
se marchaba, echáronse á reír mirándose. su equipaje, porque se quedan en la casa, permitiendo-
— ¡ Je, j e , P o i r e t ! le gritó el pintor. ¡ Vamos, el señor Taillefer que la de Couture sea la señora d e
arre, alza! compañía d e . s u hija. ¡Bastante castigada estoy p o r
El empleado del Museo se puso á cantar cómica- haber deseado el bien á esas señoras en perjuicio del
mente este principio de u n a romanza que todo el pobre m u c h a c h o ! f Cuatro habitaciones vacías y cinco-
m u n d o sabía : huéspedes menos!
Se sentó en la silla y pareció estar á punto de r o m -
Al marcharse á Siria per á llorar.
El joven y hermoso Dunois^.. — La desgracia ha entrado en mi casa, exclamó.
De pronto oyóse el ruido de u n carruaje q u e se d e -
— ¡ Vamos, largúese con e l l a ! está usted r e v e n - tenía á la puerta del edificio.
tando por seguirla. Trahit sua quemque voluptas, — ¡Otra gracia más ! dijo Silvia.
dijo Bianchon. Asomó en seguida Goriot mostrando una cara e n -
— Cada oveja con su pareja, traducción libre de cendida por la felicidad, que parecía indicar una rege-
Virgilio, dijo el pasante. neración.
Habiendo la Michonneau hecho ademán de cogerse —r ¿Goriot en coche ?dijeron los huéspedes. ¡Se
del brazo de Poiret, no pudo éste resistir á tal súplica acerca el fin del m u n d o !
de auxilio, y f u é á prestarle apoyo á la vieja, lo q u e El buen h o m b r e füése derecho á Eugenio, q u e
motivó una salva de aplausos y una explosión de permanecía pensativo en un rincón, y , asiéndole por el
risas. brazo, le dijo con tono-alegre:
— ¡ Bravo Poiret ! — Venga usted.
— ¡ Veterano P o i r e t ! . — ¿Por lo visto ignora usted lo que ocurre? le dijo-
— ¡ Apolo P o i r e t ! Eugenio. Vautrin era un escapado de presidio, y le
— ¡ Marte Poiret! acaban de prender, y el hijo de Taillefer ha m u e r t o .
— Y á nosotros ¿ q u é nos importa? respondió el tío fin, una fantasmagoría para Eugenio, el cual, á pesar
Goriot. Hoy como con mi hija en casa de usted. ¿Com- de la fuerza de su carácter y de la firmeza de su c e r e -
prende usted? Vamos, que nos está esperando. bro, no acertaba á clasificar s u s ideas c u a n d o se halló
Y tiró tan violentamente del brazo de Rastignac, en el simón al lado del tío Goriot, cuyas palabras
que le puso e n m o v i m i e n t o , mal de su grado. Diríase acusaban una alegría inusitada, y sonaban á su oído,
q u e cometía un rapto. después de tantas emociones, como las palabras que
— ¡ C o m a m o s ! gritó el p i n t o r . oímos en un ensueño.
E n t o n c e s c a d a u n o c o g i ó s u s i l l a y se sentó á la mesa. — Todo quedó terminado esta m a ñ a n a . Comeremos
— ¡Lo dicho, hoy es día de desgracia! fiijo la v o - los tres j u n t o s , ¡ j u n t o s ! ¿ m e entiende usted? Hace ya
luminosa Silvia. Se me ha quemado el guisado de cuatro años que no he comido con mi Delimita, y hoy
carnero. ¡ B a h ! le comerán ustedes quemado y todo. la tendré por mía toda la noche. Hemos pasado toda
Faltábale fuerza á la viuda para p r o n u n c i a r siquiera la m a ñ a n a e n casa dé usted. He trabajado en m a n g a s
una palabra, al v e r sentados á su mesa diez huéspe- de camisa, como un gañán ayudando á subir los m u e -
des en vez d e diez y o c h o ; pero todos hicieron lo bles. ¡ Ah, no sabe usted qué agradable es en la mesa!
posible por consolarla y alegrarla. Si al principio se Me cuidará mucho. « Tome usted, papá, coma usted
pusieron los externos á hablar de Vautrin y de los de esto que está bueno ». Y entonces yo, de alegría,
acontecimientos de aquella j o r n a d a , pronto abandona- no puedo probar bocado. ¡Cuánto, cuánto tiempo
ron temas seguidos para charlar de mil cosas, según hace que n o he estado tranquilamente á su lado como
su c o s t u m b r e ; entre otras, de desafíos, de presidios, vamos á estarlo desde h o y !
de la justicia, de leyes que reformar," de las cárceles. — ¿ P e r o se ha vuelto hoy el mundo al revés? le
Pronto estuvieron á mil leguas d e Santiago Collin, de dijo Eugenio.
Victorina y del h e r m a n o de ésta. Aunque sólo eran — ¿Al revés? repuso Goriot. Pero si nunca ha es-
diez, gritaron por veinte, de modo q u e aún parecieron tado tan derecho ni tan bien. No veo en la calle sino
más numerosos que de ordinario; tal fué la única d i - rostros alegres, transeúntes que se dan apretones de
ferencia que hubo entre la comida de aquel día y la de manos y q u e se abrazan, h o m b r e s tan satisfechos
la víspera. La habitual despreocupación de aquellos cual si fuesen á comer con s u hija y á saborear
egoístas á quienes la vida de París debía e n t r e g a r e n unas cuantas cositas finas m a n d a d a s preparar por ella
breve otra presa que devorar, se sobrepuso, y la propia en el café d é l o s Ingleses. Pero ¡bah ! con ella el acíbar
viuda de Vauquer sintió renacer en su pecho la e s - debe de parecer dulce como la miel.
peranza evocada por la voz de la gruesa Silvia. — ¡Me parece que vuelvo á la vida! dijo E u g e -
Había de ser aquel día, desde el comienzo hasta el nio.
honorato de balzac
sus brazos, y rompió á llorar de alegría. Este nuevo
— Vamos, de prisa, cochero, gritó papá Goriot,
contraste entre lo q u e veía y lo que acababa de ver,
abriendo el ventanillo delantero. Más á prisa, y, si me
un día que tantas emociones habían fatigado su cora-
lleva usted en dos minutos adonde usted sabe, habrá -
zón y su cabeza, produjo e n Rastignac aquel exceso
cinco francos de p r o p i n a .
de sensibilidad nerviosa.
Al oir tamaña promesa, cruzaba el cochero por P a -
— ¡ Bien seguro estaba yo de que te a m a b a ! d i j o
r í s con la rapidez del rayo.
Goriot en voz baja á su hija, mientras Eugenio, a b a -
— E s t e coche no a n d a , decía papá Goriot.
tido, yacía en el sofá, sin poder pronunciar u n a pa-
— Pero ¿adonde m e lleva usted? p r e g u n t ó Eugenio.
labra ni acertar aún á darse cuenta de aquel n u e v o
— A casa de usted, dijo Goriot.
milagro.
Detúvose el carruaje en la calle de Artois; Goriot
— ¡ Pero, h o m b r e , venga usted á ver todo e s t o ! l e
saltó el primero, dió al cochero diez francos con la
dijo la de Nucingen, tomándole por la m a n o y c o n d u -
prodigalidad de un viudo que, en el paroxismo del
ciéndole á una habitación cuyos tapices, muebles, y
placer, no se fija e n lo que hace.
hasta los menores detalles, recordaban e n escala más-
— Vaya, subamos, dijo á Rastignac, haciéndole
reducida la d e Delfina.
c r a n r un patio y conduciéndole á la puerta de una
. —• Falta una cama, dijo Rastignac.
habitación situada en el piso tercero, en lo interior de
— Sí, señor, contestó ruborizándose y e s t r e c h á n -
una casa nueva, de buena apariencia.
dole la m a n o .
Ahorróse Goriot el t r a b a j o de llamar. Teresa, la don-
Miróla Eugenio y , á pesar de ser tan j o v e n , c o m -
cella de Delfina, abrió la puerta, y Eugenio se halló
prendió cuánto pudor verdadero se esconde en el c o -
en un delicioso cuarto de soltero, compuesto de a n t e -
razón de una m u j e r enamorada.
sala, sala, alcoba y gabinete, con vistas, este último,
— E s usted una d e e s a s criaturas á quienes se d e b e
al jardín. En el saloncito, cuyos muebles y decorado
adoración eterna, m u r m u r ó él á su oído. Sí; me atrevo-
podían sostener la comparación con lo q u e más
á. decírselo á usted, puesto que tan bien nos c o m p r e n -
lindo y de mejor g u s t o hubiese, vió, á la luz de l a s
demos; cuanto más vivo y sincero es el a m o r , tanto-
bujías, á Delfina. Levantóse ésta de u n sofá j u n t o á
más ha de permanecer velado y misterioso. No des-
la chi meneav, sobre la cual puso la pantalla con que
cubramos nuestro secreto á nadie.
se resguardaba del calor, y dijo á Eugenio, con voz
impregnada de t e r n u r a : — ¡Oh, y o no seré n a d i e ! . . . dijo papá Goriot algo-
disgustado.
— ¡ De modo que ha sido menester ir en busca de
— ¡Pero bien sabe usted que usted es nosotros*....
usted, don t o r p e !
— Eso es lo que yo quería oír. ¿Verdad que no o s
Teresa salió. El estudiante estrechó á Delfina e n
preocuparéis de m í ? Iré y vendré como un espíritu gusto que las mujeres suelen emplear para desvanecer
bienhechor que está en todas partes, y cuya p r e s e n - algún escrúpulo, burlándose de él.
cia, a u n q u e se la siente, no se advierte ostensiblemeute. Eugenio había hecho d u r a n t e aquel día solemne
— Vamos, tú, d i m e ahora, Delimita, Finita mía, sí examen de conciencia, y , por otra parte, la de-
no tenía yo razón cuando te dije: « En la calle de Ar- tención de Vautrin había venido á mostrarle en
tois h a y u n cuartito m u y m o n o ; ¿ v a m o s á a m u e b l á r - qué espantosos abismos corriera riesgo de h u n -
selo? Tú no querías, de modo q u e el .autor de toda dirse, afirmándole en s u s nobles sentimientos y
esta alegría soy yo, también autor de tus días. Los honradas ideas, de suerte que aqulla cariñosa refu-
padres, para ser felices, deben dar, dar siempre. Dar tación de sus levantados p e n s a m i e n t o s no podía
siempre constituye el ser padre. convencerle.
— ¿Cómo? preguntó Eugenio. Apoderóse de él una p r o f u n d a tristeza.
— Sí; ella no quería, porque temía á las bobadas — ¡ C ó m o ! dijo la señora de Nucingen, ¿ r e h u s a r
que por a h í pudieran decir. ¡Como si el m u n d o com- usted lo que se le ofrece? ¿ S a b e usted lo que seme-
pensara nuestra dicha! Cuando precisamente todas las jante negativa significaría? Pues que duda usted del
mujeres sueñan con hacer lo qué ella hace... porvenir, por lo que no se atreve usted á intimar r e -
Goriot hablaba solo. Delfina de Nucingen había laciones conmigo. ¿ T e m e usted quizás hacer traición
conducido á Eugenio al gabinete, en el que sonó el á mi cariño ? Usted me a m a , y y o . . . le amo ; ¿ por qué
ruido de un beso, a u n q u e dado m u y quedo. Esta otra retrocede usted ante favores tan insignificantes? Si
habitación correspondía por su elegancia á las demás supiera usted la satisfacción que me ha producido el
d é l a casa, en l a q u e , por cierto, nada faltaba. prepararle su cuarto, no vacilaría usted y me pediría
— ¿Hemos interpretado bien sus g u s t o s ? dijo v o l - perdón por haber vacilado. Además, yo tenía dinero
viendo á la sala para sentarse á la mesa. de usted, y lo he empleado bien, ni m á s ni menos.
— Demasiado bien. ¡Ah! este lujo tan completo, Creyendo ser g r a n d e , es usted pequeño. Pide usted lo
esos hermosos e n s u e ñ o s realizados, todas las poesías más... ¡ A h ! añadió sorprendiendo en Eugenio una
de una vida tan joven, elegante, harto siento y apre- apasionada mirada, y se para usted en lo menos. No
cio todo eso para no merecerlo; pero no puedo acep- lo acepte usted si realmente no me ama. Mi suerte
tarlo de usted, y es aún demasiada la escasez de r e - depende de una palabra. ¡ P r o n ú n c i e l a ! . . . Pero, papá,
cursos p a r a . . . convénzale usted, añadió volviéndose hacia su padre
— ¡Hola! ¡hola ! ¿Ya se me resiste usted? r e s p o n - al cabo de una pausa. ¿ Si creerá que somos menos
dió Delfina con zumbón tonillo de autoridad, haciendo delicados que él en cuestiones de h o n r a ?
al propio tiempo u n o de esos lindos gestos de dis- Papá Goriot escuchaba aquella graciosa disputa de
No se me puede usted negar, porque no soy m u j e r .
enamorados, embobado, con la mirada fija de un fakir
Me firmará usted un pagaré en un trozo de papel, y
en éxtasis.
ya me los devolverá usted más tarde.
— ¡ Niño! está usted en el umbral de la vida, aña-
Miráronse con sorpresa Eugenio y Delfina, y de sus
dió Delfina cogiendo la m a n o de E u g e n i o ; tropieza
ojos rodaron a l g u n a s lágrimas. Rastignac tendió la
usted con obstáculos q u e m u y pocos pueden franquear,
mano al viejo y se la estrechó.
le tiende á usted la mano una m u j e r para ayudarle á
— ¡ Vaya una t o n t e r í a ! ¿ p u e s qué, no sois mis hi-
salvarlos, y usted la rechaza. Pero usted triunfará, ,
j o s ? dijo Goriot.
usted hará gran fortuna, porque lleva usted en su
hermosa frente escrita la promesa de la victoria. — ¿Pero cómo se las ha compuesto u s t e d ? pobre
¿No podrá usted entonces devolverme lo que hoy padre mío? preguntó Delfina.
le presto? ¿No daban e n otro tiempo las damas á sus — Vais á ver, respondió. Cuando te decidiste á
caballeros a r m a d u r a s , espadas, cascos, cotas, de malla: hacer que viniera á vivir cerca de tu casa, y te vi
y caballos para q u e pelearan por ellas en los t o r n e o s ? haciendo compras como si f u e r a s á casarte, p e n s é :
Pues bien, Eugenio, yo le doy á usted las a r m a s déla « Va á verse apurada de dinero. » Nuestro abogado
época, los i n s t r u m e n t o s necesarios para llegar á ser dice que el proceso intentado á tu marido para que te
algo. ¡ Muy lindo debe de ser el cuchitril en que usted devuelva tu fortuna d u r a r á más de seis meses. Bien.
vive si se parece al de mi p a d r e ! . . . Vamos, ¿ n o c o m e - He vendido mis mil trescientos cincuenta francos de
mos hoy? ¿Quiere usted afligirme? Responda usted, renta perpetua ; con quince mil francos me he asegu-
dijo sacudiéndole la mano. Papá, por Dios, decídele ó rado mil doscientos de renta vitalicia bien g a r a n t i d a ,
me voy y no vuelvo á verlo nunca. y con el resto del capital he pagado vuestra instalación,
hijos míos. Arriba tengo un cuarto por ciento cincuenta
— Voy á decidirle, dijo Goriot saliendo de su éxta-
francos al año, puedo vivir como un príncipe con dos
s i s . Querido don Eugenio, ¿ usted va á pedir dinero
francos diarios, y aún me ha de sobrar. La ropa me
prestado á los prestamistas judíos, ¿ n o es cierto?
dura m u c h o ; de manera que casi no necesito reponer
— A veces es forzoso, contestó.
la que tengo. Por todo lo cual, hace quince días que
— Bien; pues le he cogido á usted, volvió á decir
me río para mis adentros, d i c i é n d o m e : « Van á ser
el buen hombre sacando una mala cartera de cuero
felices. » Y' v a m o s á ver, ¿lo sois ó n o ?
m u y usada. Me h e convertido e n un judío, y aquí
tiene usted todas las cuentas que h e saldado. De m a - — ¡ Oh papá, p a p á ! dijo Delfina, cayendo sobre su
nera que no debe usted un céntimo de todo esto q u e padre, quien la recibió en las rodillas.
usted ve en s u s habitaciones. No asciende á m u c h o : Cubrióla de besos, al proprio tiempo que s u s r u -
cosa de cinco mil francos. Yo se los presto á usted. bios cabellos acariciaban las mejillas del viejo, i n u n -
esa cándida admiración que, en la j u v e n t u d , es fe.
dando de lágrimas aquel rostro en que brillaba, la ;
— ¡ Seré digno de todo e s o ! exclamó.
satisfacción más viva.
— Es hermoso lo que acaba usted de decir, E u g e -
— Padre querido, ¡ eres un padre! añadió. No; no \
hay dos padres como tú en el m u n d o . ¡Eugenio, que i nio mío.
tanto te quería, cuánto te querrá a h o r a ! Y Delfina besó en la frente al estudiante.
— Pero hijo míos, dijo papá Goriot, quien hacía | — Ha rehusado por ti la m a n o de Victorina Taillefer
diez años que no sentía palpitar sobre su corazón el con todos s u s millones, dijo papá Goriot... La niña
de su h i j a ; pero, Delíinita, ¡ m e quieres matar de a l e - - le quería, y, como ha m u e r t o su h e r m a n o , es rica
g r í a ! ¡ S e me salta este pobre c o r a z ó n ! . . . ¡Créame como Creso.
usted, don Eugenio, ya estamos en p a z ; ya no n o s de- — ¡ Oh! ¿ p o r qué lo ha dicho usted ? exclamó R a s -
bemos nada u n o á o t r o ! tignac.
Y el viejo apretaba á s u hija entre sus brazos con — Eugenio, le dijo Delfina al oído, ahora tengo un
tan delirante energía que Delfina dijo : sentimiento para esta noche. ¡ A h ! le a m a r é á usted
— ¡ Ay! me haces daño. m u c h o y para siempre.
— ¡Que te h e hecho d a ñ o ! dijo, quedándose pálido, j — Este es el día más hermoso de mi vida desde que
Y se la quedó mirando con una expresión s o b r e h u - j os casásteis, exclamó Goriot. Hágame Dios sufrir
m a n a de dolor. lo que quiera, no siendo por causa vuestra, que yo
Para dibujar bien la fisonomía de este Cristo de la ^ podré siempre d e c i r m e : « E n febrero de este año he
paternidad, sería preciso ir á buscar comparaciones ! sido más feliz e n un momento que pueden serlo los
en las imágenes q u e los príncipes de la paleta han demás h o m b r e s en toda su vida. » Mírame, Finita,
creado al querer representar la pasión sufrida en be- í dijo á su h i j a . . . ¿ E s muy h e r m o s a , verdad? prosiguió
neficio del m u n d o p o r el Salvador de los h o m b r e s . dirigiéndose á Eugenio. Diga usted, ¿ ha encon-
Papá Goriot besó m u y suavemente aquella cintura - trado usted m u c h a s mujeres que tengan estos colo-
que con s u s dedos había lastimado. res y este hoyito en la barbilla? ¿Verdad q u e n o ?
— No, no, ¿verdad que no te he hecho d a ñ o ? p r e - | Pues bien, esta preciosidad es obra mía. Y ahora, que
g u n t ó s o n r i e n d o . ¡ Tú si que me le has hecho con usted la hará feliz, valdrá mil veces más. Amigo mío,
tu grito! Esto ha costado más, añadió al oído de su puedo t r a n q u i l a m e n t e tomar el camino del infierno si
hija, besándola con mucho cuidado, pero es preciso usted necesita mi puesto en el paraíso... Comamos,
cogerlo ; de lo contrario, se enfadaría. comamos, añadió sin saber ya lo que se decía; todo
Petrificado estaba Eugenio a n t e la inagotable abne- ; es nuestro.
gación de aquel hombre, y le contemplaba expresando — ¡ Pobre p a p á !
— ¡Si supieras, hija mía, dijo levantándose y acer- Nucingen esperaba á la puerta. El tío Goriot y el e s t u -
cándose á ella para cogerle la cabeza entre las manos ^ diante regresaron á la casa de huéspedes, hablando d e
y besarle los rizos del cabello, á qué poca costa puedes D e l f i n a con entusiasmo creciente, q u e dió lugar á un

hacerme feliz! Ven á verme a l g u n a s veces. Yo estaré curioso combate de ditirambos entre aquellas dos
•arriba, poco t e n d r á s que a n d a r . ¡ Prométemelo ! violentas pasiones. No podía Eugenio disimularse q u e
— Sí, querido papá. el a m o r del padre, libre de todo impulso de interés
— Dilo otra vez. personal, dominaba al suyo propio por su persistencia
— Sí, mi buen papá. y por su extensión. El ídolo era para el padre siempre
— Calla, calla; porque, si no m e contuviera, sería puro y hermoso, abarcando su adoración tanto el pa-
•capaz de hacértelo repetir cien veces... Comamos. sado como el porvenir.
Toda la velada pasó en niñerías, no siendo papá Sola, en u n rincón al lado de la estufa, entre Sil-
Goriot el que se mostró menos niño de todos. Ten- via y Cristóbal, hallaron á la señora de Vauquer. La
dióse á los pies de su hija para besárselos; se quedaba vieja pupilera estaba allí como Mario sobre las r u i n a s
como extasiado, mirándola á los o j o s ; se refregaba la de Cartago, esperando á los dos únicos huéspedes q u e
•cabeza contra su vestido; en una palabra, hacía lo- le quedaban, y desahogándose con Silvia. Aunque ha
c u r a s como las que se le hubieran ocurrido al a m a n t e puesto lord Byron en boca del Tasso lamentaciones
m á s joven y más cariñoso. bastante bellas, muy lejos están de la profunda verdad
— Lo cierto es, dijo Delfina á Eugenio, q u e cuando de las q u e exhalaba la p a t r o n a :
m i padre está con nosotros, hay que atenderle exclu- — ¡ De modo que m a ñ a n a por la m a ñ a n a no tienes
sivamente. A veces será eso m u y molesto. que hacer sino tres trazas de café, Silvia! ¿No es ver-
Eugenio, que ya había sentido varios ataques de dad que parte los corazones ver mi casa desierta?
-celos, no podía c e n s u r a r aquellas palabras que ence- ¿Qué es la vida sin mis huéspedes? ¡ Nada a b s o l u t a -
rraban el principio de todas las ingratitudes. mente ! He ahí mi casa desguarnecida de s u s h o m b r e s ;
— ¿Y euándo estará t e r m i n a d a la instalación? dijo y sin ellos, y a no hay vida. ¿Qué le he hecho yo aí
.Eugenio e x a m i n a n d o la estancia. ¿De modo que cielo para que m e envíe tales desastres ? ¡ Y yo q u e
será preciso s e p a r a r n o s esta noche? había hecho provisión de judias y patatas para veinte
— Sí, pero mañana vendrá usted á comer c o n m i g o , personas! ¡La policía en mi c a s a ! No vamos á poder
dijo en tono malicioso Delfina. ¡Mañana es día de comer más que patatas ! ¡ T e n d r é que despedir á Cris-
Italianos! tóbal 1
— ¡ Yo iré al gallinero ! añadió papá Goriot. El saboyano, que dormitaba, despertóse y d i j o :
Ya habían [dado las doce. El coche de la señora de — ¡Mande usted, s e ñ o r a !
honorato de balzac

— ¡ Pobre m u c h a c h o ! ¡ E s como un dogo ! exclamó — ¡ Y pensar que la señorita Michonneau, que le ha


Silvia. causado á usted todo este desavio va á cobrar del g o -
— ¡ La peor época del a ñ o ; cuando todos están bierno tres mil francos de r e n t a ! exclamó Silvia.
alojados! ¿De dónde me van á venir huéspedes? Es — ¡ Calla por Dios, es u n a c r i m i n a l ! dijo la viuda
cosa de perder la cabeza. ¡ Y esa bruja de Michonneau de Vauquer. ¡Y para que nada falte á su traición,
q u e se me lleva á P o i r e t ! ¿Qué le haría á ese hombre se va á casa de la Buneaud. Esa es capaz de todo. En
para que se encariñara con ella hasta el punto de se- su tiempo debe de haber cometido h o r r o r e s ; debe de
guirla como un perro faldero? haber robado y asesinado... E n presidio es donde le
— ¡ A h ! señora, éxclamó Silvia moviendo la c a - correspondía estar en lugar de ese pobre h o m b r e tan
beza, esas solteronas saben mucho. simpático...
— ¡Ese pobre señor Vautrin, al que han convertido E n esto llamaron Eugenio y papá Goriot.
en un presidiario ! repuso la v i u d a ; pues mira, Silvia, — ¡ A h ! Ahí están mis dos fieles, dijo suspirando
todavía no me e n t r a á mi eso en la cabeza. ¡Un h o m - la viuda.
bre tan alegre q u e gastaba quince francos al mes en Los dos fieles, que apenas conservaban ya un r e -
ponche y q u e pagaba tan bien !... moto recuerdo de los desastres de la casa de huéspedes,
— ¡ Era m u y generoso! dijo Cristóbal. declararon sin a m b a j e s á la p a t r o n a q u e se iban á vivir
— ¡ Sin duda ha habido una equivocación! dijo á laChaussée-d'Antin.
Silvia. — ¡ A y ! Silvia, exclamó la viuda, éste es el golpe
— Eso no, puesto que declaró él m i s m o que era final. ¡ Me han matado ustedes, s e ñ o r e s ! E s como s'i rae
verdad, añadió la Vauquer. ¡ Cuando pienso que hubieran dado un puñetazo en el estómago; parece
todo esto ha ocurrido en mi casa y en un barrio por como que tengo ahí una barra de hierro. Este es un
donde no pasa un g a t o ! A fe de m u j e r honrada que me dia que m e ha envejecido diez años. ¡ Palabra, que
parece un sueño. Porque, mira, hemos visto la desgra- me voy á volver locá ! ¿ Qué hago ahora de las j u d í a s ?
cia que le ocurrió á Luis XVI, hemos visto caer al Pues b i e n ; si h e de quedarme sola, m a ñ a n a m i s m o te
emperador y volver, y caer por segunda vez... todo irás, Cristóbal... ¡Adiós, señores, b u e n a s noches!
eso estaba en el orden de las cosas posibles; mientras — ¿ Q u é le pasa? preguntó Eugenio á Silvia.
q u e las casas de huéspedes están seguras, porque se — ¡ T o m a ! pues que todos se han largado á c o n s e -
puede vivir sin rey, pero no sin c o m e r ; y cuando una cuencia de lo q u e ha o c u r r i d o : eso le ha trastornado
mujer decente, de la familia de Conflans, da á sus la cabeza. Vaya, la oigo llorar. Le sentará bien gimo-
huéspedes un buen trato, como no venga el fin del tear un poco. Esta es la primera vez que se vacía los
m u n d o . . . ¡Pues eso, eso, ya llegó el fin del m u n d o ! ojos desde que sirvo en su casa.
Al día siguiente, la .viuda de Vauquer se había, Hacia el mediodía, hora en que llegaban los carteros
según su expresión, razonado. Si pareció afligida al barrio del Panteón, recibió E u g e n i o una carta,
como u n a m u j e r que se había quedado sin s u s pupilos, envuelta en elegante sobre timbrado, con las a r m a s
y cuya vida resultaba desvencijada, conservaba firme de los de Beauseant. Contenía una invitación dirigida
la cabeza, m o s t r a n d o lo que era u n pesar verdadero, á los señores de Nucingen para el baile, que hacía
pesar profundo hijo del interés lastimado, no m e n o s un mes se venía anunciando, en casa de la vizcondesa.
que del quebrantamiento de los hábitos adquiridos. A la invitación acompañaban cuatro letras para
S e g u r a m e n t e no es m á s triste la mirada del a m a n t e á Eugenio :
los sitios h a b i t a d o s por su amada al abandonarlos,
« He pensado, caballero, que aceptaría usted g u s -
que la dirigida por la viuda de Vauquer á su mesa
toso ser el intérprete de mis simpatías para con la
vacía. Eugenio la estuvo consolando diciéndole que
señora de N u c i n g e n ; envío á usted la invitación que
Bianchon, cuyo curso como interno terminaba dentro
me ha pedido, y me será m u y grato conocer á la her-
de pocos días, vendría de fijo á sustituirle; que el
m a n a de la señora de Restaud. Tráigame pues á esa
empleado del Museo había manifestado varias veces el
linda persona y tenga usted á bien poner de su parte
propósito de ocupar el cuarto de la viuda de Couture,
para que dicha señora no le robe toda afección de que
y que, por tanto, en pocos días tendría personal
es usted capaz : mucha m e debe usted á cambio de la
nuevo.
que yo le profeso.
— í Quiera Dios oírle á usted, querido señor ! pero ya
» v i z c o n d e s a de b e a u s e a n t . »
entró la desgracia en mi casa. Antes de diez días,
tendremos un m u e r t o , ya lo verá usted, añadió,
echando una lúgubre ojeada al comedor. ¿Quién de No hay duda, se dijo Eugenio, volviendo á leer
nosotros caerá ? la carta, la vizcondesa me dice con bastante claridad
— ¡ Qué bueno es m a r c h a r s e de a q u í ! dijo R a s t i - que n o quiere nada con el barón de Nucingen.
g n a c á papá Goriot. No tardó en ir á ver á Delfina, m u y contento de
— Señora, vino á decir Silvia m u y sofocada, hace poderle proporcionar u n a satisfacción, cuyo precio
tres días que el nomino no parece. esperaba recibir. Bañándose estaba la señora de N u -
...— ¡ A h ! Pu^s si ha muerto mi gato, si se nos ha cingen. Rastignac esperó en el tocador, con la natu-
escapado, e n t o n c e s . . . ral impaciencia d e u n joven ardiente y ansioso de
La pobre viuda no pudo a c a b a r ; juntó las manos y tomar posesión de su a m a n t e , objeto de dos años de
se dejó caer hacia atrás en el respaldo de la butaca, deseos. Hay emociones que n o experimenta dos veces
a b r u m a d a por tan terrible pronóstico. un h o m b r e en su vida juvenil. La primera mujer,
284 honorato de balzac

realmente m u j e r , con quien se liga un hombre, esto existe en estas leyes draconianas del código parisién,
es, la q u e se le aparece rodeada de todos los esplen- encuéntrase en almas solitarias, que no se h a n dejado
dores que la sociedad parisiense exige, no tiene rival. arrastrar por las doctrinas sociales, y que viven junto
El amor en París no se parece en nada á los amores á alguna fuente de claras a g u a s , fugitivas, pero cons-
de otras partes. Ni los hombres, ni las mujeres se tantes, fieles á s u s umbríos retiros y felices al escu-
dejan e n g a ñ a r por esas palabras vulgares que cada char el lenguaje del infinito, para ellos escrito en
uno ostenta, por decencia, acerca de afecciones que todas partes, porque le llevan dentro de sí, y que
dice ser desinteresadas. esperan pacientemente s u s alas, compadeciendo á los
No le basta á u n a m u j e r , en P a r í s , satisfacer el seres q u e sólo se satisfacen con las alegrías t e r r e -
corazón y los sentidos, s i n o que, según ella sabe muy nales.
bien, tiene mil obligaciones que cumplir, todas ellas Mas, semejante á la m a y o r parte de los jóvenes que
referentes á las mil vanidades de que se. compone la han gustado anticipadamente las grandezas del m u n d o ,
vida. Allí, más que en n i n g u n a otra parte, es el amor . Rastignac quería presentarse en la pelea a r m a d o de
esencialmente f a n f a r r ó n , descarado, derrochador, char- todas a r m a s ; acometido por la fiebre m u n d a n a , s e n -
latán y ostentoso. tíase con fuerzas para vencer, pero sin conocer los
Si todas las m u j e r e s de la corte de Luis XIV e n v i - medios de conseguirlo ni el objeto de su ambición.
diaron á la señorita de La Valliére, el ímpetu apasio- A falta de uno de esos a m o r e s puros y sagrados que
nado que hizo á este g r a n príncipe olvidar que sus llena una existencia, esta sed de dominación puede
puños de encaje valían u n o s tres mil francos cada ser móvil de grandes cosas; basta despojarle de todo
u n o j cuando los rompió para facilitar al d u q u e de interés personal y proponerse la grandeza de la p a t r i a . .
Vermandois su entrada en la escena del m u n d o , ¿ q u é Pero faltábale todavía m u c h o al estudiante para llegar
puede pedirse al resto de la h u m a n i d a d ? Sed jóvenes, al punto desde el cual puede el h o m b r e contemplar
ricos y nobles, y a u n más q u e todo eso si os es la corriente de la vida y juzgarla. Hasta entonces, ni
posible; c u a n t o -más incienso queméis a n t e vuestro siquiera habíase despojado por completo del encanto
ídolo, más propicio le tendréis, dado caso de que ten- de las frescas y suaves ideas que, cual tiernas hojas,
gáis ídolo. El a m o r es u n a religión, y su culto ha envuelven la j u v e n t u d de los muchachos educados en
de costar m u c h o m á s que el de las d e m á s religiones; provincias. C o n t i n u a m e n t e había vacilado en atravesar
pasa pronto, pero devastándolo todo á su paso, como el Rubicón parisiense, conservando, á pesar de su
podría hacerlo un pihuelo. El lujo del sentimiento es ardiente curiosidad, algunos.escrúpulos, vestigios de
la poesía de las buhardillas; sin esa riqueza, ¿ q u é la vida del noble provinciano en su casa solariega.
seria del a m o r en tales sitios? Si a l g u n a excepción Sin embargo, sus últimos escrúpulos desaparecieron

^ U O t t ' ^ ,

1625 W
la víspera, al verse en su nueva habitación. Al gozar un simple triunfo de a m o r propio. Nadie m e había
de las v e n t a j a s materiales de la f o r t u n a , como desde querido presentar e n esa clase de m u n d o . Quizá me
mucho tiempo a t r á s gozaba de las v e n t a j a s morales encuentra usted en este momento pequeña, frivola y
debidas al nacimiento, habíase despojado de lo que ligera como una parisiense; pero reflexione usted,
de provinciano le q u e d a b a , instalándose á s u s anchas amigo mío, que estoy dispuesta á sacrificarle todo, y
en aquella posición desde la cual tan risueño porvenir que a h o r a deseo más ardientemente que n u n c a ir al
descubría. Así es que mientras esperaba á Delfina, arrabal Saint-Germain, pues sé que h e d e encontrar á
muellemente sentado en aquel elegante tocador, que usted allí.
casi consideraba suyo, veíase tan lejos del Rastignac — ¿No piensa usted-, como y o , que la señora de
que hacía un a ñ o había llegado á París, que al c o n - Beauseant da á entender que no espera ver al barón de
templarle por un efecto de óptica moral, preguntábase Nueingen en el baile?
si aquél era él m i s m o . — Ya lo creo, dijo la baronesa devolviendo la carta
— La señora está en su cuarto, vino á decirle Teresa, á Eugenio. Esas mujeres tienen el genio de la i m p e r -
haciéndole estremecerse. tinencia. Pero no importa, iré. Mi h e r m a n a irá t a m -
Halló á Delfina tendida en el sofá, j u n t o á la c h i - bién, y tengo noticia de que prepara un tocado h e r -
menea, fresca y reposada. Al verla ostentarse de mosísimo... Eugenio, añadió en voz baja, m e consta
aquella m a n e r a sobre ondas de muselina, no podía dejar que va p a r a disipar terribles sospechas. ¿No sabe
de comparársela á esas plantas de la India tan h e r - usted lo que dicen de ella? Nucingen ha venido á
mosas, cuyo fruto nace en la flor m i s m a . contarme esta m a ñ a n a lo que sin n i n g ú n rebozo se
— Bien; henos aquí, dijo Delfina con emoción. hablaba en el círculo. ¡ E n qué estriba, Dios mío, la
— Adivine usted lo que le traigo, contestó Eugenio, honra de las mujeres y de las familias! Me he sentido
sentándose j u n t o á ella y cogiéndole el brazo para atacada y lastimada en la persona de mi h e r m a n a .
besarle la m a n o . Según algunos, el señor de Trailles ha firmado u n a s
Hizo Delfina u n movimiento de alegría leyendo la letras de cambio por valor de cien mil francos, y
invitación. Volvió hacia Eugenio s u s ojos húmedos, y como casi todas h a n vencido, iba á ser llevado á los
le echó los brazos al cuello, delirante de vanidosa tribunales. Viéndole reducido á semejante extremidad,
satisfacción, para atraerle hacia sí. mi h e r m a n a ha vendido á un j u d í o sus diamantes,
— ¡ Y es á usted (á ti, díjole al oído; pero está Teresa aquellos magníficos diamantes que usted la había visto
en mi cuarto-tocador, y hay que ser prudentes), á y que pertenecieron á la m a d r e del conde de Restaud.
usted es á quien debo esta d i c h a ! Sí; m e atrevo é Hace, dos días q u e no se habla de otra cosa. Con tales
llamarla dicha, y , además, obtenida por usted, no es antecedentes, comprendo m u y bien que quiera A n a s -
Al día siguiente, Goriot y Rastignac sólo esperaban
tasia ponerse u n vestido bordado y desee fijar e n ella :
el que tuviese á bien llegar u n mozo de cuerda para
todas las m i r a d a s e n el baile de la señora de Beau-
marcharse de la casa de huéspedes, cuando, á eso de
seant, apareciendo en él en todo su esplendor y ador-
las doce, r e t u m b ó en la calle Neuve-Sainte-Geneviéve
n a d a c o n s u s brillantes. Pero yo no quiero quedarme j
el ruido de un coche; éste se detuvo precisamente á
atrás. Siempre ha tratado mi h e r m a n a de humillarme,
la puerta de la casa de huéspedes. Del coche bajó la
y no ha sido nunca buena para mí, que tantos favores
señora de Nucingen p r e g u n t a n d o si estaba su padre.
le he hecho y que tenía siempre dinero para darle *
Como Silvia le respondiera afirmativamente, subió
cuando carecía de é l . . . Mas dejemos las cosas del
con rapidez la escalera.
m u n d o , hoy quiero ser completamente dichosa.
Aun estaba Rastignac á la u n a de la m a d r u g a d a en Eugenio hallábase en su cuarto sin que su vecino
casa de Delfina, la cual, prodigándole ese adiós de los lo supiera. Durante el almuerzo había pedido á papá
a m a n t e s , adiós tan lleno de alegrías para el p o r v e n i r , Goriot que se encargara del transporte de su equipaje,
díjole con una melancólica expresión : que á las cuatro se encontrarían en la calle de Artois.
— Siento tal miedo, tal superstición — dé usted á Pero mientras Goriot iba en busca de los mozos,
mis presentimientos el n o m b r e que guste — q u e temo Eugenio, habiendo respondido á la llamada en clase,
pagar m i felicidad con a l g u n a espantosa desgracia. había vuelto m u y aprisa y sin q u e nadie le viera para
— ¡Chiquilla! arreglar sus cuentas con la patrona, no queriendo
— ¡Ali! Esta noche m e toca á mí ser la chiquilla, confiar este negocio á papá Goriot, el cual, en su
dijo Delfina riendo. fanatismo, habría sin duda pagado p o r él. La viuda
Eugenio volvió á casa de la Yauquer, seguro de había salido, y E u g e n i o subió al cuarto para ver si se
dejarla al día s i g u i e n t e ; abandonóse, pues, en el le olvidaba algo, precaución de q u e se alegró al hallar
camino, á esos bonitos e n s u e ñ o s que suelen tener en u n cajón de su mesa la letra firmada en blanco á
todos los jóvenes al s e n t i r todavía en s u s labios el Vautrin, y que después de pagada arrojara allí, o l v i -
sabor de la felicidad. dándola. Como no tenía l u m b r e en la chimenea, dis-
— ¿Y qué? dijo el tío Goriot cuando vió pasar á poníase á romperla en pedacitos, c u a n d o reconoció la
Rastignac por la puerta del cuarto. voz de Delfina. Detúvose entonces, para escuchar, no
— ¡ Mañana se lo contaré á usted t o d o ! contestó queriendo hacer el menor ruido, pues pensó que Del-
Eugenio. fina no debía t e n e r secretos para él. Luego, desde las
— Todo, ¿ v e r d a d ? grito el buen viejo. Acuéstese primerás palabras, parecióle demasiado interesante la
usted, q u e m a ñ a n a tenemos que comenzar la vida d e conversación entre el padre y la hija, para no e s c u -
.color de rosa. charla.
— ¡ A y ! padre mío, ¡ q u i e r a Dios que haya usted negocio competía á mi procurador, que yo nada sabia
tenido la idea de pedir cuenta de mi dote á tiempo de acerca del particular, y que, por tanto, nada podía
salvarme de la r u i n a ! ¿Podemos hablar"? decir acerca de tal a s u n t o . ¿No era esto lo que usted
— S í ; no hay nadie en casa, dijo Goriot con voz me había recomendado q u e dijera?
alterada. — Eso, contestó Goriot.
— ¿ P e r o qué le ocurre á usted, papá? preguntó — Pues bien; me ha puesto al tanto del estado de
Delfina. su situación. Ha comprometido su capital y el mío en
— Acabas de d a r m e un hachazo en la cabeza, grandes empresas apenas comenzadas y para las que
respondió el anciano. Dios te lo perdone, hija mía. ha tenido que desembolsar s u m a s cuantiosas. Si le
Tú no sabes lo que yo te quiero, porque, si lo supie- obligara á restituirme mi dote, tendría que declararse
r a s , no me hubieras dicho tan de pronto tales cosas, en quiebra, mientras que, si quiero esperar un año
sobre todo si puede remediarse la situación. ¿Pero más, se compromete, por su honor, á devolverme una
tan apremiante es lo que te ocurre que te ha hecho fortuna doble ó triple que la mía, colocando él capital
v e n i r aquí, cuando dentro de un instante debíamos en operaciones territoriales, terminadas las cuales rae
vernos en n u e s t r a casa de la calle de Artois? devolverá lo que me pertenece. Querido papá, me ha
— ¡Ah, papá m í o ! ¡Quién responde del primer asustado, porque decía la verdad. Me ha pedido perdón
ímpetu cuando ocurre una catástrofe! ¡Estoy loca! de su c o n d u c t a ; me ha declarado q u e soy libre y que
El procurador de usted nos ha puesto al tanto, con puedo hacer lo que me dé la g a n a , á condición de
antelación, de una desgracia que sin duda ocurrirá dejarle á él en libertad de manejar el capital á n o m b r e
m á s t a r d e . Mucha falta nos va á hacer la antigua mío. Me ha prometido, para p r o b a r m e su b u e n a fe,
experiencia comercial de usted, y por eso he venido á llamar al señor Derville, siempre q u e yo quiera, para
buscarle con el ansia del que, ahogándose, se a g a r r a examinar la redacción de las actas de propiedad exten-
á una r a m a . Cuando el señor Derville vió que Nucin- didas á mi n o m b r e y juzgar de s u validez. E n una
g e n andaba con mil enredos para esquivarse, le a m e - palabra, se m e ha entregado atado de pies y m a n o s .
nazó con un pleito, diciéndole además que la a u t o r i - También pide que se le deje a d m i n i s t r a r , por espacio
zación del presidente del tribunal para procesarle se de dos años más, todos los bienes matrimoniales, y
obtendría fácilmente. Esta m a ñ a n a ha venido Nucin- me ha suplicado que sólo gaste para mi persona la
gen á m i casa á p r e g u n t a r m e si me proponía a r r u i - cantidad que me señale. Me ha probado que todo lo
narle y a r r u i n a r m e . Le respondí diciéndole que yo que podía hacer era salvar las apariencias, que había
nada tenía que ver en esos asuntos, que tenía una roto con su bailarina, y que iba á verse reducido á
f o r t u n a , que debía poseerla, y todo lo referente á este observar la más estricta economía, cuidando de que
, . y:' r.—— • —
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292 h o n o r a t o de balzac

nadie se enterara, para poder alcanzar el plazo de sus la vida. Pues ¡ q u é ! ¿ h e de h a b e r trabajado cuarenta
especulaciones sin alterar su crédito. En mi vida he años, cargado sacos, sudado la gota g o r d a , p r i v á n -
visto un h o m b r e en tal estado. Tenía la cabeza per- dome de todo e n favor vuestro, ángeles míos, por
dida; hablaba de m a t a r s e ; deliraba. Me ha enseñado cuyo a m o r todo trabajo m e costaba poco, y toda carga
sus libros de cuentas, y por último se ha echado á se me hacía ligera, y hoy se desvanecerían como
llorar. Me daba lástima verlo. humo mi vida y mi f o r t u n a ? . . . Pues moriría rabioso.
— ¿Y tú crees esas patrañas? exelamó Goriot. Por lo m á s sagrado que hay en el cielo y en la tierra,
¡ Todo eso es comedia! He tenido negocios con muchos iremos á ponerlo todo en claro examinando los libros,
a l e m a n e s ; casi todos son gente de buena fe, sencillo- la caja y la contabilidad. No dormiré, ni me acostaré,
tes; pero cuando bajo la capa de bondad y de buena ni comeré, mientras no me cerciore de que tu f o r -
fe se le ocurre á u n o ser artero y charlatán, lo e s tuna se halla intacta. Á Dios gracias, la separación de
más que nadie. Tu marido te e n g a ñ a . Se siente bienes está hecha, y tienes por consejero al señor
cogido y se hace el muerto queriendo ser aún más Derville, que, por f o r t u n a , es_un h o m b r e honrado.
amo del dinero con tu nombre q u e con el suyo propio. ¡Dios de Dios! Conservarás t u milloncito, tus c i n -
Va á aprovechar "esta circunstancia para ponerse al cuenta mil francos de r e n t a mientras vivas, ó daré un
abrigo de los riesgos de su comercio. Es tan listo escándalo q u e se oirá en todo P a r í s . ¡ A h ! ¡ a h ! Y si
como pérfido; es u n mal sujeto. No, no iré al Pére- los tribunales no nos hacen justicia, recurriré á las
Lachaisé dejando á mis hijas sin nada. Todavía Cámaras. El saberte tranquila y feliz en cuanto á inte-
entiendo de negocios. ¿Dice q u e ha invertido todos reses aliviaba mis males y calmaba m i s penas. El
los fondos en varias empresas? Pues bien, esos f o n - dinero es la vida. Con dinero todo se consigue. ¿Qué
dos están representados por valores, registros y escri- cuentos n o s t r a e ese estúpido alsaciano? Delfina, no
t u r a s . Que los presente y que liquide contigo. E l e g i - transijas en un céntimo siquiera con ese bruto que te
remos los mejores negocios de los que tiene e m p r e n - ha convertido en esclava suya, haciéndote d e s g r a -
didos, correremos las contingencias á que están sujetos ciada. Si te necesita, ya le meteremos en cintura y le
y tendremos los títulos expedidos á favor de Del fina haremos a n d a r derecho. Dios mío, m e arde la cabeza;
Goriot, esposa del barón de Nucingen, con separación tengo en el cráneo una cosa q u e m e q u e m a . ¡Mi Del-
de bienes. ¿Nos ha tomado ése por imbéciles? ¿Se le fina en la miseria! ¡ m i F i n i t a ! ¡ t ú ! ¡Caramba! ¿ d ó n d e
figura que pueda yo soportar, ni por espacio de dos están m i s g u a n t e s ? ¡Ya estamos a n d a n d o ; quiero
días, el pensar que te quedas sin f o r t u n a , sin p a n ? verlo todo i n m e d i a t a m e n t e : los libros, los negocios,
No sufriré tal idea ni un día, ni una noche, ni dos la caja, la correspondencia. No estaré tranquilo mien-
horas. Si esta suposición se confirmase, m e costaría tras no tenga la seguridad de que tu fortuna no corre
el menor peligro, habiéndolo visto por mis propios _ ¡Pero aún tenemos leyes! ¡ A u n existe u n a
ojos. plaza de Grève » para los yernos de esta especie !
— Tenga mucha prudencia, mi querido p a d r e . . . Si exclamó el anciano Goriot; yo m i s m o lo guillotinaría,
manifiesta usted en este a s u n t o el menor propósito de á falta de verdugo.
venganza, si m u e s t r a usted intenciones demasiado — No, p a p á ; contra él no h a y leyes. Escuche u s -
hostiles, estoy perdida. Le conoce á usted, y no le ha ted lo que dice, sin los circunloquios que emplea e l :
extrañado q u e me indujera á cuidar de mi f o r t u n a ; « 0 todo se pierde y se queda usted sin un céntimo,
pero él ha querido tenerla en las m a n o s , y la tiene, completamente a r r u i n a d a , porque no puedo tener
téngalo usted por cierto. E s m u y capaz de escaparse otro cómplice sino usted, ó me deja usted l l e v a r a cabo
con el dinero y dejarnos, el m u y bribón. De sobra mis negocios.» ¿ E s esto claro? Aun me necesita. M
sabe que n o había yo de deshonrar el n o m b r e que! probidad de m u j e r le tranquiliza ; sabe que le dejare su
llevo, denunciándole á él á la justicia. Es á u n mismo fortuna, contentándome con la mía. Y no t e n g o m a s
tiempo fuerte y débil. Todo lo h e examinado. Si le remedio que consentir en esta asociación desleal y
a p u r a m o s mucho, me a r r u i n a . ratera ó darme por a r r u i n a d a . Compra m i conciencia,
— ¡ Pero tu marido e s un t u n a n t e ! V me la paga autorizándome á ser la m u j e r de Euge-
— Pues bien, sí, papá, dijo Delfina dejándose caer nio. « Te doy permiso para cometer faltas si me dejas
e n una silla y llorando. No quería confesarlo para cometer crímenes a r r u i n a n d o á l o s infelices. » ¿ P u e d e
evitarle á usted el disgusto de h a b e r m e entregado á darse lenguaje m á s c l a r o ? ¿ S a b e usted á lo que llama
semejante h o m b r e . Costumbres secretas y conciencia, mi marido hacer operaciones comerciales? Compra a
el alma y el cuerpo, todo en él está en h a r m o n i a ; es su nombre terrenos, en los que hace construir casas
cosa que m e espanta : le odio y le desprecio. Sí; no por testaferros. Estos contratan las construcciones
puedo sentir la m e n o r estimación hacia ese vil Nucin- con maestros de obras, á quienes e n t r e g a n , como pago,
gen d e s p u é s de todo lo que me ha dicho. Un h o m b r e efectos comerciales pagaderos en fechas b a s t a n t e le-
capaz de lanzarse en las combinaciones comerciales j a n a s ; los maestros de obras consienten, mediante
de que me ha hablado carece de toda delicadeza, y una pequeña cantidad, en firmarle á mi m a n d o u n
mis temores nacen de que he leído perfectamente saldo definitivo de cuentas, y Nucingen c o n v i e r t e ^
en su a l m a . Me ha propuesto, con toda crudeza, él, entonces en dueño de las casas, mientras sus testafe-
mi marido, la libertad — ya sabe usted lo q u e esto
significa — si consentía yo, en caso de mala suerte 1 . Plaza de París en la que en otro tiempo se verificaba la aplica-
en s u s negocios, ser un instrumento entre s u s m a n o s , ción de la pensa de muerte, la de la t o r t u r a p u b h c a y la de otras
en una palabra, si quería yo servirle de pantalla. penas infamantes.
r r o s pagan con una quiebra á los estafados maestros usted m a ñ a n a á examinar los libros y sus negocios.
de obras. El n o m b r e de la casa de Nucingen ha ser- El señor Derville no entiende una palabra en los
vido para deslumhrar á los pobres constructores, se- asuntos comerciales. Pero no, no vaya usted m a ñ a n a .
g ú n he podido c o m p r e n d e r . También he averiguado No quiero quemarme la s a n g r e , pues pasado m a ñ a n a
q u e para probar, en caso de necesidad, el desembolso es el baile en casa de la vizcondesa de Beauseant, y
de grandes s u m a s , Nucingen ha colocado gran masa quiero cuidarme para estar descansada y guapa, y
de valores en Amsterdam, Londres, Nápoles y Viena. hacer honor á mi querido E u g e n i o . . . Vamos á ver su
¿Cómo podríamos rescatarlos? habitación.
Eugenio oyó el ruido sordo, producido sin duda por En aquel momento detúvose un coche en la calle
papá Goriot al caer de rodillas en el suelo. Neuve-Sainte-Geneviéve, y oyóse en la escalera la voz
— ¡ Dios m í o ! ¡ cuán g r a n d e es mi culpa ! ¡ Mi hija de la condesa de Restaud, que preguntaba á Silvia :
entregada á ese miserable, que hará de ella lo q u e — ¿ Está mi padre ?
quiera ! ¡Perdón, hija mía! gritó el anciano. Esta feliz circunstancia salvó á Eugenio, quien pen-
— Si, quizá tenga usted algo de culpa si me veo saba ya echarse en la cama y hacerse el dormido.
h o y e n el fondo de un abismo, dijo Delfina. ¡Somos — ¡ Ah, papá ! ¿ le h a n hablado á usted de Anas-
aún tan niñas cuando nos casamos! ¡No conocemos tasia? dijo Delfina al reconocer la voz de su h e r m a n a .
el m u n d o , los negocios, los hombres ni las c o s t u m - Parece que también le pasan cosas m u y raras con su
bres ! Los padres debieran pensar por nosotras. ¡ Que- marido.
rido papá, no le acuso á usted de n a d a ; perdóneme — Pero, ¿ q u é es esto? dijo papá Goriot. Por lo
usted lo que he dicho ! De todo esto, yo soy la respon- visto, hoy será el último día de mi vida. No es posi-
sable. No, no llore usted, papá, dijo besando la frente ble que mi pobre cabeza resista á esta doble desgracia.
de su padre. — | Buenos días, p a p á ! dijo la condesa al e n t r a r .
— Pues tampoco llores tú, Delfina mía. ¡ Ea ! voy ¡Ah! ¿ e s t á s aquí, Delfina?
á serenarme p a r a ir á desenredar la -enredada madeja La señora de Restaud quedóse algo desconcertada
de los negocios de tu marido. al e n c o n t r a r allí á su h e r m a n a .
— N o ; déjeme usted, yo sabré manejarle. Puesto — Buenos días, Nasia, dijo la baronesa. ¿ T e parece
que me a m a , me serviré del imperio que sobre él raro que esté a q u í ? Yo vengo á ver á papá todos los
tengo para hacer que me coloque á la mayor brevedad días.
algún dinero en propiedades. Es posible que le haga — ¿ Desde cuándo ?
c o m p r a r á mi n o m b r e la finca de Nucingen en Alsa- — Si vinieras tú también, lo sabrías.
cia, porque le tiene cariño. De todos modos, vaya — No me inquietes, Delfina, dijo la condesa con
17.
voz dolorida. Soy m u y desgraciada. ¡ Estoy perdida, á s u s pies, q u e . . . me ha declarado que debia cien
padre m í o ; completamente perdida esta vez! mil franeos. ¡ P a p á , cien mil f r a n c o s ! Creí volverme
— ¿ Qué tienes, N a s i a ? gritó papá Goriot. Cuénta- ; loca. Usted no los tenía; todo lo había yo devorado...
nos todo, hija m í a . . . ¡ Se pone pálida! Delfina, vamos, j — No; no hubiera podido dároslos, á menos de r o -
socórrela ¡ sé buena con ella, y te querré m á s todavía • barlos. ¡ Pero hubiera ido á robarlos, Nasia! Iré.
si es posible. Ante aquella palabra pronunciada con tono lúgubre,
— Pobre Nasia mía, dijo Delfina, ayudando á su cual sonido del estertor de u n moribundo, y que acu-
h e r m a n a á s e n t a r s e ; habla. Nosotros somos las dos saba la agonía del amor paternal reducido á la impo-
únicas personas del m u n d o que te quieren lo bastante tencia, callaron un momento las dos h e r m a n a s . ¿Qué
para perdonártelo todo. Mira, el cariño de la familia egoísmo hubiera podido permanecer impasible, a n t e
es el m á s seguro. aquel grito de desperación, que revelaba la p r o f u n d i -
Le hizo respirar u n a s sales, y la condesa volvió dad de la pasión como u n a piedra revela la del a b i s -
en si. mo en que cae ?
— ¡ Esto me matará ! dijo papá Goriot. Vamos, ex- — ¡Los he encontrado yo disponiendo de lo que no
clamó, revolviendo el cisco, acercaos las dos. Tengo me pertenecía, papá m í o ! dijo la condesa rompiendo
frío. ¿ Q u é te pasa, N a s i a ? Dilo p r o n t o . . . ¡Me estás á llorar.
matando !... Delfina, conmovida, lloró t a m b i é n , con la cabeza
— Pues bien, dijo la pobre m u j e r , mi marido lo reclinada en el pecho de su h e r m a n a .
sabe todo. ¿Seacuerda usted, papá, de aquella letra de — ¡ Luego todo era v e r d a d ! exclamó.
cambio, de Máximo, hace tiempo?.. No era la p r i - Bajó la cabeza Anastasia, su h e r m a n a la abrazó por
mera, y ya había pagado yo otras muchas. A princi- la cintura, la besó tiernamente, y apretándola contra
pios de enero, parecióme que Trailles estaba m u y su pecho, le dijo:
triste. No me decía nada, pero ¡ es tan fácil leer en el
— Aquí serás siempre amada sin ser juzgada.
corazón de las personas a m a d a s ! . . . basta un indicio
— Ángeles míos, dijo con apagada voz papá Go-
insignificante; á más de que tiene u n a presentimien-
riot, ¡ qué pena siento al ver que ha sido menester
tos. En una palabra, era más afectuoso, más tierno
una desgracia para que se m a n i f e s t a r a vuestro m u t u o
que n u n c a ; y era yo felicísima. ¡ P o b r e Máximo!
cariño!
según me ha confesado, aquélla era su despedida para
— Para salvar la vida de Máximo, en fin, para sal-
la eternidad, porque tenía pensado levantarse la tapa
v a r toda mi v e n t u r a , siguió diciendo la condesa, a n i -
d é l o s sesos. Por último, tanto le he atormentado, le
mada por aquellas muestras de ardiente y tiernísimo
he suplicado tanto, permaneciendo dos horas enteras
afecto, llevé á casa del usurero que sabéis, ese horn-
\
300 HONORATO DE BALZAC

bre que parece hecho de hierro y á quien no hay me- — Pues bien, prosiguió la condesa, después de una
dio de ablandar, ese Gobseck, los diamantes de f a m i - pausa se me quedó m i r a n d o : « Anastasia, me dijo,
lia que Restaud tiene e n tan g r a n d e estima, los suyos, todo quedará en silencio y seguiremos viviendo j u n -
los m ios, todo, y los h e vendido. ¡ V e n d i d o ! ¿ c o m - tos, porque tenemos hijos. No m a t a r é al señor de
p r e n d é i s ? Él se ha salvado, pero yo me he perdido. Trailles, porque podría no acertarle, y porque si em-
Restaud se enteró de todo. pleo otro procedimiento tropezaré con la justicia h u -
— ¿ P o r q u i é n ? ¿ c ó m o ? ¡Que le voy á m a t a r ! mana. Matarlo en brazos de usted sería deshonrar á
gritó papá Goriot. los niños. Mas para que los hijos de usted, ni su pa-
— Ayer m e llamó á su c u a r t o . . . « A n a s t a s i a , me dre, ni yo perezcamos, impongo á usted dos condi-
dijo cuando entré, con una voz... (oh, su voz me ciones. Responda u s t e d : ¿ es hijo mío alguno de los
bastó; en seguida lo adiviné todo), ¿ d ó n d e están s u s n i ñ o s ? » Respondí que sí. « ¿ C u á l ? — E r n e s t o , el
diamantes ? . . . — En mi c u a r t o . . . — No, contestó, están m a y o r . — Está bien, contestó. Ahora j u r e usted obe-
a h i , sobre mi cómoda. » Y me enseñó el estuche, q u e decerme en lo spcesivo en u n a sola cosa. » Lo j u r é .
tenía oculto bajo su pañuelo. « ¿ Sabe usted de dónde « F i r m a r á usted la venta de s u s bienes cuando yo se
v i e n e n ? » me dijo. Caí de rodillas, lloré... y le pre- lo pida. »
gunté que de qué género de muerte quería verme — ¡No firmes, gritó el tío Goriot; no firmes eso
morir. j a m á s . ¡Ah, a h ! señor de Restaud, como usted no sabe
— ¡Has dicho e s o ! exclamó papá Goriot. Por el lo que es hacer feliz á u n a m u j e r , tiene ella que ir á
sagrado n o m b r e de Dios, que el que haga daño á una buscar la felicidad donde está segura de encontrarla,
de vosotras, mientras yo viva, puede estar seguro de ¿ y usted la castiga por su propia y necia impotencia?...
que lo quemaré á fuego lento. Sí, lo despedazaré Pero alto ahí, que aquí estoy y o para cerrarle el paso...
como... Sosiégate, Nasia. ¡ Ah! ¡ q u i e r e á su heredero! ¡ Bueno !
Calló papá Goriot, expiraban las palabras en su ¡Bueno ! Yo sabré quitarle á su h i j o , el cual, ¡trueno
garganta. de Dios ! es mi nieto. Le cogeré, m e lo llevaré á mi
— Por último, hija mía, me ha pedido una cosa pueblo, no t e m a s ; sabré cuidarle, y h a r é capitular á
más difícil de hacer que morir. Preserve el cielo á ese m o n s t r u o , diciéndole: « ¡ Ahora, nosotros! ¡ Si
toda m u j e r de oír lo q u e he oído. quieres recuperar tu hijo, devuelve lo suyo á mi hija
— ¡ Yo asesinaré á ese h o m b r e ! dijo Goriot t r a n - y déjala en libertad de hacer lo que le dé la g a n a ! »
quilamente. Pero no tiene más que una vida, y me — ¡ Padre mío!
debe dos... Por último, ¿ q u é ? añadió m i r a n d o á Anas- — ¡ Sí, tu padre! ¡ A h ! soy un verdadero padre. Que
tasia. ese picaro g r a n s e ñ o r no maltrate á mis hijas. ¡ T r u e -
n o s ! No sé lo que tengo en las v e n a s . Siento hervir miseria. Si le llevan á Santa Pelagia 1 , todo está p e r -
en mí la s a n g r e de un tigre, porque quisiera devorar dido.
á esos dos h o m b r e s . ¡Qué vida la vuestra, hijas m í a s ! — No los tengo, Nasia. ¡ No tengo ya nada, abso-
¡ Será m i m u e r t e ! . . . ¿ Y qué será de vosotras cuando lutamente n a d a ! Esto es el fin del m u n d o . El m u n d o
yo no exista ya ? Los padres deberían vivir tanto como se hunde, no me cabe la menor d u d a . ¡Escapaos a n t e s
los hijos. ¡ Dios mío, q u é mal arreglado está tu m u n d o ! de que ocurra el hundimiento ! ¡ Ah! s í ; tengo todavía
Y sin embargo tienes u n hijo, s e g ú n nos dicen. Debe- mis hebillas de plata y seis cubiertos, los primeros q u e
rías impedir que sufriésemos en la persona de nuestros tuve en mi vida. En resumidas cuentas, no tengo m á s
hijos. ¡De modo, ángeles míos', que sólo á vuestros que mil doscientos francos de renta vitalicia...
dolores debo vuestra presencia en mi habitación !... — ¿ Qué ha hecho usted de su renta perpetua?
No me d a i s á conocer sino v u e s t r a s lágrimas. Pero s í ; — La ha vendido, reservándome esa pequeña s u m a
me queréis, ya lo veo. Venid, venid aquí á l a m e n t a - para mis gastos. Los doce mil francos me h a n hecho
ros, q u e mi corazón es g r a n d e y tiene capacidad para falta para amueblar un cuarto á Finita.
todo... Quisiera compartir vuestros pesares, sufrir por — - . E n tu casa, Delfina? p r e g u n t ó Anastasia á su
vosotras... ¡Ah! cuando n i ñ a s , ¡qué felices e r a i s ! . . . hermana.
— Sólo aquella época fué dichosa para nosotras, — ¿ Y qué importa d ó n d e ? dijo Goriot. El caso e s
dijo Delfina. ¿Dónde están aquellos tiempos en que que los doce mil francos se han gastado.
rodábamos de lo alto de los sacos del granero g r a n d e ? — Adivino, dijola condesa, en el señor R a s t i g n a c .
— Aun no es eso todo, querido papá, dijo A n a s - Deténte, pobre Delfina m í a ; mira á lo q u e he llegado.
tasia al oído de Goriot, quien dió un salto. Los d i a - — Hija mía, el señor Rastignac es incapaz de a r r u i -
m a n t e s no fueron vendidos en cien mil francos, y
n a r á su amante.
Máximo está encausado. Sólo nos quedan doce mil
¡ Gracias, Delfina!... Esperaba algo más de ti en
francos que pagar. Me ha prometido ser bueno y n o
la crisis en que me e n c u e n t r o ; ¡ nunca me has tenido
volver á j u g a r . Nada m e queda en el m u n d o fuera de
s u amor, y lo he pagado demasiado caro para no m o - cariño!
r i r m e si le perdiera. Le he sacrificado fortuna, h o n o r , — ¡ Sí que te quiere, Nasia! gritó el tío Goriot; m e
tranquilidad, hijos. ¡ A h ! haga usted que siquiera lo estaba diciendo hace u n i n s t a n t e . Me hablaba de ti,
Máximo quede libre y que pueda continuar presen- y decía q u e eres m u y h e r m o s a , mientras que ella es
tándose en sociedad, donde sabrá conquistarse una b o l i t a nada m á s .
posición. Porque ahora no me debe solamente la feli- 1 Antigua cárcel p a r a d e u d o r e s ; hoy y a no existe en Francia s e -
cidad : tenemos h i j o s que quedarían expuestos á la mejante prisión, y ha poco fué derribado el edificio. (N. del T.)
— ¡ Ella ! repitió la condesa. E s u n h e r m o s o pedazo — ¡ Hijas m í a s , h i j a s m í a s , abrazaos, dijo el padre.
de hielo. ¡ Sois dos á n g e l e s !
— Y a u n q u e así fuera, dijo Delfina, poniéndose — No, déjeme u s t e d , g r i t ó la condesa, á q u i e n
colorada, ¿ c ó m o t e h a s portado tú c o n m i g o ? -Has rene- Goriot h a b í a cogido p o r u n brazo, pero q u e rechazó á
g a d o de m í ; h a s h e c h o que m e cierren las p u e r t a s de su p a d r e . Menos c o m p a s i ó n s i e n t e ésa p o r mí q u e mi
todas las casas á q u e deseaba ir, y no h a s desperdi- propio m a r i d o . ¡ Cualquiera diría q u e es el modelo de
ciado u n a sola ocasión de d i s g u s t a r m e . E n cambio, todas las v i r t u d e s !
¿ h e venido yo como tú h a s v e n i d o á sacar á e s t e pobre — Prefiero que crean que debo d i n e r o á de Marsay
p a d r e mil á mil f r a n c o s todo c u a n t o poseía, h a s t a de- á confesar q u e el s e ñ o r de Trailles m e h a costado m á s
j a r l e reducido al estado en q u e se e n c u e n t r a ? Esta es de d o s c i e n t o s mil f r a n c o s , r e s p o n d i ó la de N u c i n g e n .
tu o b r a , h e r m a n a mía. Yo h e visto á papá s i e m p r e que •— ¡ Delfina! g r i t ó la c o n d e s a , d a n d o u n paso hacia
h e podido, no le h e puesto e n la calle y n o h e v e n i d o
ella.
á lamerle las m a n o s c u a n d o le necesitaba. Ni siquiera
— T ú me c a l u m n i a s , y yo te digo la v e r d a d , replicó
sabía que h u b i e r a g a s t a d o en mí esos doce mil francos.
f r í a m e n t e la b a r o n e s a .
Ya s a b e s que soy o r d e n a d a . A d e m á s , c u a n d o papá m e
— ¡Delfina! Eres u n a . . .
ha hecho regalos, n u n c a los h e m e n d i g a d o .
El tío Goriot corrió á la c o n d e s a , la s u j e t ó ; y tapán-
— T ú e r e s m á s a f o r t u n a d a q u e yo. De Marsay es
dole la boca con la m a n o , impidió q u e completara la
rico; de sobra lo sabes. Has s i d o s i e m p r e vil c o m o el
frase.
o r o . Adiós, no t e n g o h e r m a n a , n i . . .
— ¡Calíate, Nasia! g r i t ó el desdichado Goriot. — ¡ P e r o , p a p á ! ¿ á q u é h a tocado usted esta m a -
— Sólo u n a h e r m a n a como t ú puede decir lo q u e ya ñana?
nadie cree... ¡ Eres un m o n s t r u o ! - — E s v e r d a d , ha sido u n descuido, dijo el pobre
— ¡ Hijas m í a s , h i j a s m í a s ! Si no os calláis, m e p a d r e , l i m p i á n d o s e las m a n o s en el p a n t a l ó n . Pero
mato d e l a n t e de v o s o t r a s . n o sabía q u e ibais á v e n i r . . . E s t o y de m u d a n z a .
— De todas m a n e r a s , te p e r d o n o , Nasia, dijo Del- Dábase p o r m u y contento con haber motivado
fina; t e perdono p o r q u e te veo desgraciada. Pero y o aquella r e p r e n s i ó n q u e a t r a í a hacia él la cólera de su
soy m e j o r q u e t ú . Decirme lo que m e h a s dicho en el hija.
m o m e n t o e n q u e me sentía d i s p u e s t a á todo para so- — ¡ A h ! repitió, s e n t á n d o s e , m e h a b é i s p a r t i d o el
correrte, incluso á e n t r a r en la alcoba de m i m a r i d o , c o r a z ó n . Me m u e r o , h i j a s m í a s . Me q u e m a el cráneo
cosa q u e no h u b i e r a hecho p o r mí ni p o r . . . E s o es como si t u v i e r a l u m b r e d e n t r o de él. ¡ V a m o s , sed
d i g n o d e todo el d a ñ o q u e m e h a s hecho en n u e v e a ñ o s . b u e n a s , q u e r e o s m u c h o ! De n o s e r así, m e m a t a r í a i s .
Delfina, Nasia, v a m o s , las dos t e n é i s y n o tenéis
UNIVERSIDAD DE N U E V O i

BIBLIOTECA UNlVERSiT
"ALFONSO REYES
razón. Mira, F i n i t a , añadió, volviendo á la baronesa t u n o ; tienes hijas y te aseguras una r e n t a ! ¿Conque
los ojos a r r a s a d o s en lágrimas, b u s q u e m o s los doee es decir que no las quieres? Revienta, revienta como
mil francos que necesita. No me mires de ese modo (y un perro, ¡como l o q u e eres! ¡ Sí, valgo menos pie un
se puso de rodillas delante de Delfina). Pídele perdón perro, porque un perro no se portaría de esta manera!.
para darme gusto, añadió á su oído, a n d a , que es la ¡ O h ! mi cabeza... está hirviendo.
m á s desgraciada. — ¡ Pero, p a p á ! g r i t a r o n las dos jóvenes rodeándole
— Mi pobre Nasia, dijo Delfina asustada d é l a loca y para impedirle que se partiera la cabeza contra las pa-
atroz expresión de dolor que se reflejaba en el rostro redes ; vamos, sea usted razonable.
de su padre. Confieso que he hecho m a l ; vamos, dame Goriot sollozaba.
un abrazo... Espantado, Eugenio tomó la letra de cambio firmada
. — ¡ A h ! me ponéis u n bálsamo en el corazón, g r i t ó á Vautrin, corrigió la cifra, la llenó convirtiendo el
el tío Goriot. ¿ P e r o dónde hallar los doce mil f r a n c o s ? documento en letra de doce mil francos á la orden de
¿Y si yo me ofreciese como fiador?... Goriot y entró.
— ¡Oh, papá! dijeron las h i j a s rodeándole, no, no. — Aquí tiene usted la cantidad completa, señora,
— Dios os premiará ese p e n s a m i e n t o ; ¡ no bastaría dijo presentando el papel. Estaba yo durmiendo en mi
para ello nuestra v i d a ! ¿Verdad, N a s i a ? dijo Delfina. cuarto, pero m e ha despertado el ruido de la conver-
— Además, m i pobre papá, eso sería una gota de sación, y asi he podido saberlo que debo al señor Goriot.
a g u a , observó la condesa. Aquí tiene usted un valor que puede negociar, y q u e
— ¿ Pero n o podría uno sacar provecho alguno de pagaré fielmente.
su propia s a n g r e ? . . . gritó el desesperado anciano. La Condesa, inmóvil, tenía el papel en la mano.
Consagraría toda m i vida al que te salvara, Nasia; por — Delfina, exclamó pálida y trémula de cólera, d e
él mataría á cualquiera. ¡ Haré como V a u t r i n , i r é á pre- furor y de rabia, bien sabe Dios q u e te lo perdonaba
sidio ! H a r é . . . todo... ¡Pero esto! ¿De modo q u e este s e ñ o r estaba
Y se detuvo como si le hubiera caído un r a y o . ahí, y tú lo sabías, y has tenido la mezquindad d e v e n -
— ¡Nada me q u e d a ! añadió mesándose los cabellos. garte dejando que le confiara mis secretos, mi vida, la
Si supiera d ó n d e ir á r o b a r ; pero preparar un golpe de mis hijos, mi vergüenza y mi h o n o r ? . . . Desde h o y
es cosa difícil. Además, haría falta gente y tiempo para no eres nada mío, te detesto, te haré todo el mal q u e
tomar el Banco. Está visto, debo m o r i r ; no me queda pueda, t e . . .
otro recurso. Sí, ya no sirvo para n a d a ; ¡ y a no soy — El furor le cortó la palabra; secóse su g a r g a n t a .
padre, no ! Mi hija me pide, mi hija está necesitada, y — ¡Qué estás diciendo! ¡Pero si éste es mi h i j o ,
yo, miserable de mí, nada le puedo d a r ! ¡ Ah, viejo nuestro niño, tu hermano, tu salvador ! gritaba el tío
Goriot. Vamos, abrázale, Nasia. Mira cómo le abrazo una cosa que me oprime la f r e n t e ; algo de jaqueca.
y o , decía estrechando con furia á Eugenio entre sus ¡Pobre Nasia, qué porvenir el s u y o !
brazos. ¡Oh,hijo mío ! seré para ti más que un padre, En este momento entró la condesa y se arrojó á los
seré una familia. Quisiera ser Dios para poner todo el pies de su padre, diciendo:
universo á t u s pies. Vamos, dale un beso, Nasia. No — ¡ Perdón!
es un hombre, es un ángel, un verdadero ángel. — M á s daño m e haces con decirme eso, dijo el padre.
— Déjala, p a p á ; está loca en este m o m e n t o . — El dolor me ha hecho i n j u s t a , dijo la condesa á
— ¡Loca! ¡loca! Y tú ¿ q u é e s t á s ? preguntó la s e - Rastignac, llorando. Será usted un h e r m a n o para mí,
ñora de Restaud. ¿ v e r d a d ? añadió, tendiéndole la m a n o .
— Me muero si continuáis así, hijas mías, gritó el — Nasia, le dijo Delfina, abrazándola, Nasita mía,
anciano cá yendo en la cama como herido p o r u ñ a bala. olvidémoslo todo.
¡ Me han matado ! se dijo. — No, yo sabré recordar...
Miró á Eugenio la condesa, el cual permanecía — Ángeles míos, habéis desvanecido la n u b e f o r -
inmóvil, estupefacto ante la violencia de aquella mada ante mis ojos, exclamó el tío Goriot; vuestra voz
escena. me reanima. ¡Abrazaos otra vez ! Dime, Nasia, ¿te sal-
— ¡Caballero !... le dijo interrogándole con el vará esa letra de c a m b i o ?
gesto, con la voz y con la mirada, sin prestar a t e n - — Así lo espero. Diga usted, papá, ¿ q u i e r e usted
ción á su padre, cuyo chaleco desabrochó r á p i d a - poner también su firma?
mente Delfina. — ¡ Seré majadero!... ¡ Mira que olvidar yo esto! Pero
— Señora, pagaré y callaré, respondió Eugenio sin fué que me puse algo malo. No me g u a r d e s rencor por
esperar la p r e g u n t a . eso, Nasia. Cuando hayas salido de este mal negocio,
— ¡Has asesinado á nuestro padre, N a s i a ! dijo mándamelo á decir. No, yo i re. Pero.no, no iré, porque
Delfina, señalando el cuerpo del anciano que yacía sin si veo á tu marido, lo mato. En cuanto á apoderarse
sentido, á su h e r m a n a , la cual h u y ó . de tus bienes, nos veremos. Vete en seguida, hija mía
— La perdono, dijo el desdichado, abriendo los y á ver si consigues que Máximo tenga juicio.
ojos; su situación es espantosa y trastonaría una cabeza Eugenio estaba estupefacto.
más firmeque la suya. Consuela á Nasia, sé buena para — Esta pobre Nasia, dijo Delfina, ha sido siempre
ella; prométeselo á tu pobre padre m o r i b u n d o , dijo á así, violenta, pero tiene buen corazón.
Delfina, apretándole la m a n o . — Ha vuelto por el endoso, dijo Eugenio al oído de
— ¿Pero qué tiene usted ? preguntó a s u s t a d a . Delfina.
— Nada, nada, contestó el padre, esto pasará. Siento — ¿ L o cree u s t e d ?
— Quisiera no creerlo. Desconfíe usted de ella, • — ¡ E s Delfina!
respondió, m i r a n d o al cielo como para confiar á Dios — ¿Cómo te e n c u e n t r a s ? preguntó ésta.
pensamientos que n o se atrevía á expresar. — Bien contestó. No te inquietes; voy á salir.
— Lo cierto es que siempre fué algo comedianta, y Sigan, sigan, hijos míos, sed felices.
mi pobre padre se deja e n g a t u s a r por ella. Acompañó Eugenio á Delfina hasta su casa; pero,
— ¿Qué tal sigue usted, mi buen papá Goriot? alarmado por el estado en que había dejado al tío
Goriot, no quiso comer con ella y volvió al domicilio
preguntó Rastignac.
— Tengo ganas de dormir, respondió el viejo. de la Vauquer. Halló al tío Goriot de pie y á punto
Ayudóle Eugenio á acostarse, y después, cuando de sentarse á la mesa. Rianchon se había sentado de
s e h u b o dormido teniendo en su m a n o la de Deltina, manera de poder e x a m i n a r á su sabor el rostro del
é s t a se retiró. fabricante de fideos. Al verle coger el pan y olerle
para saber de qué harina estaba hecho, el estudiante,
— En los Italianos esta noche, dijo á Eugenio, y
que había observado en s u s movimientos la ausencia
m e dirás cómo sigue. Mañana se mudará usted, señor
total de lo que podría llamar conciencia del acto, hizo
mío. A ver su c u a r t o . . . ¡Qué h o r r o r ! exclamó al
un gesto de mal agüero.
e n t r a r . ¡ P e r o si estabas aquí peor que mi p a d r e !
E u g e n i o , te has portado bien. Aún te amaría más de — Siéntate á mi lado, señor interno del hospital
lo que te a m o , si fuera posible, pero, hijo mío, si Cochin, dijo Eugenio.
quieres hacer fortuna, n o debes, tirar así por la v e n - Y allí se f u é B i a n c h o n . c o n tanto más gusto cuanto
t a n a s u m a s de doce mil francos. El conde de Trailles que se hallaría más cerca del anciano.
e s j u g a d o r . Mi h e r m a n a no quiere reparar en seme- — ¿Qué tiene? preguntó Rastignac.
j a n t e cosa. Muy bien hubiera podido ese señor ir á — Si no me engaño, está perdido. Debe de haberle
buscar s u s doce mil francos adonde sabe g a n a r ó ocurrido algo extraordinario; me parece que se nos
perder oro á montones. echa encima una apoplegía serosa. Aunque la parle
Un gemido hízoles volver al cuarto de Goriot. Le baja de la cara está bastante normal, las facciones
encontraron en apariencia d o r m i d o ; pero cuando los superiores se estiran hacia la frente, ¡ fíjate! Además,
dos a m a n t e s se acercaron le oyeron estas p a l a b r a s : la mirada denota la invasión del suero en el cerebro.
« ¡ No son dichosas! » Durmiese ó no, el tono de ¿Yerdad que parecen estar llenos de un polvillo m e -
aquella frase hirió tan vivamente el corazón de la hija, nudo? Mañana sabré de fijo lo que hay.
que, acercándose al pobrísimo lecho en que dormía el — ¿Y eso tiene remedio?
padre, le dió á éste un beso en la frente. Goriot abrió — Ninguno. Quizá sea posible r e t a r d a r su muerte
los ojos, d i c i e n d o : si se encuentra medio de determinar una reacción
presiona, con tal que usted, que no tiene derecho á
hacia las extremidades, hacia las piernas, pero si para
reprocharme nada, m e indulte de los crímenes á que
m a ñ a n a por la noche no han cesado los sintonías,
pueda a r r a s t r a r m e este s e n t i m i e n t o irresistible. ¿Me
este p o b r e h o m b r e está perdido. ¿Sabes p o r q u é acon-
cree usted u n a hija desnaturalizada? ¡ Oh! n o , es impo-
tecimiento ha sido determinada la enfermedad? Sin
sible dejar de a m a r á un padre tan bueno como el
duda ha recibido un golpe violento bajo el cual habrá
nuestro. ¿ P o d í a yo impedir que acabara por ver las
sucumbido su vitalidad moral.
naturales consecuencias de n u e s t r o s desdichados ma-
— Si, dijo Rastignac, recordando los rudos golpes
trimonios? ¿Por qué los consintió? ¿No le incumbía
que las dos hijas habian descargado sin descanso
á él la misión de pensar por nosotras? Hoy día, bien
sobre el corazón del padre.
lo sé, sufre tanto como n o s o t r a s ; pero ¿ e n qué pode-
— Al menos, se dijo Eugenio, Delfina quiere á su
mos remediarlo? ¡Consolarle! de nada le c o n s o l a -
padre. ríamos. Nuestra resignación le afligiría a u n más que
Por la noche, en los Italianos, adoptó Rastignac nuestras quejas y lágrimas. Hay situaciones en la vida
a l g u n a s precauciones á fin de no alarmar demasiado en las que todo es a m a r g u r a .
á Delfina. Mudo y emocionado tiernamente quedó Eugenio por
— Esté usted tranquilo, contestó la joven á las la sencilla expresión de un sentimiento verdadero. Si
primeras palabras de Eugenio, mi padre es fuerte. las parisienses son las más de las veces falsas, ebrias
Verdad es que esta m a ñ a n a le h e m o s maltratado bas- de vanidad, egoístas, coquetas y frías, en cambio
tante. Están comprometidas nuestras fortunas, y a n t e cuando a m a n realmente sacrifican más á s u s senti-
la inminencia de una catástrofe semejante... Ya no mientos que las demás mujeres á s u s pasiones ; s u s
viviría yo si el a m o r de usted no me hubiera hecho pequeñeces se a g i g a n t a n y llegan á ser sublimes.
insensible á lo que ha poco hubiera considerado Eugenio estaba también asombrado del talento sereno
como u n a desdicha mortal. Pero ya mi único temor, y profundo que la m u j e r despliega para juzgar los sen-
la sola desgracia que hoy temo es la de perder ese timientos más naturales, cuando un afecto superior la
amor, por el cual he sentido la alegría de vivir. Fuera separa y aleja de ellos. Contrarióle á Delfina el silencio
de este sentimiento, todo m e es indiferente; nada me que seguía g u a r d a n d o E u g e n i o .
seduce en el m u n d o . Usted es todo para mí, y si me — ¿Puede saberse en qué piensa usted? le preguntó.
alegro de ser rica, e s para agradar más a usted. Con — Estoy escuchando todavía lo que usted m e ha
vergüenza confieso que soy más a m a n t e que hija. dicho. Hasta aquí había creído amarla á usted más
¿Por q u é ? No lo sé, usted es toda mi vida. Si m i padre que usted me ama á m í .
me ha dado un corazón, usted le ha enseñado á sentir. Delfina sonrió, y resistió á la satisfacción qua expe-
Puede el m u n d o entero c e n s u r a r m e . . . nada me i m - 18
rimentaba para contener la conversación en los límites jóvenes de esas dichas íntimas que Eugenio casi había
impuestos por las conveniencias. Nunca había; e s c u - olvidado al tío Goriot. E r a para él una fiesta cons-
chado las calurosas expresiones de un amor joven y tante el irse habituando al trato con cada una de las
sincero. Algunas palabras m á s , y no se hubiera c o n - cosas elegantes que le pertenecían, y á las que Delfina
tenido. de Nucingen comunicaba con su presencia nuevo
— ¿No sabe usted lo que ocurre, E u g e n i o ? dijo valor. Sin embargo, á eso de las cuatro, los dos
cambiando de conversación. T o d o P a r i s estará m a ñ a n a amantes pensaron en el tío Goriot, recordando la feli-
e n casa de la señora de Beauseant. Los Rochefide y el cidad de que se prometía gozar cuando viniera á la
m a r q u é s de Ajuda Pinto se han puesto de acuerdo nueva casa. Eugenio manifestó que era necesario
para que nada se s e p a ; pero el rey firma m a ñ a n a el transportar en seguida al buen viejo, por si caía
contrato matrimonial, y su pobre prima de usted aun enfermo, y dejó á Delfina para correr á casa de la
no tiene noticia de ello. No podrá dejar de dar la viuda de Vauquer. Ni el tío Goriot, ni Bianchon se
reunión, á la que ya no asistirá el m a r q u é s . No se habla hallaban á la m e s a .
de otra cosa.
— Hay novedad en la c a s a ; el tío Goriot está hecho
— ¡ Y la sociedad se ríe de una infamia y toma
una lástima, díjole el pintor. Bianchon está con él allá
parte en ella! ¿ P o r lo visto, ignora usted que eso puede
arriba. El buen h o m b r e recibió la visita de una de
ser para la vizcondesa u n golpe de m u e r t e ? . . .
s u s hijas, la condesa de R e s t a u r a m a . Después quiso
— No, dijo Delfina sonriendo, usted no conoce á las
salir, y su enfermedad ha empeorado. La sociedad va
mujeres de esa especie. Todo París irá á su casa, y yo
á verse privada de uno de s u s más bellos ornamentos.
también iré. No olvido que le debo esa dicha.
Bastignac se precipitó hacia la escalera.
— ¿ Y no podría ser también la tal noticia uno de
— ¡ E h ! señorito Eugenio, señorito Eugenio, la
esos rumores absurdos que tanto menudean en París?
señora le llama á usted, gritó Silvia.
— Mañana sabremos la v e r d a d .
Señor mío, le dijo la viuda, el señor Goriot
No pudo Eugenio impedirse de gozar de su nueva ha-
y usted debían de haberse marchado el 15 de febrero.
bitación, y por tanto no fué aquella noche á casa de la
Hace ya tres días de esto, porque estamos á 1 8 ; debe
señora de Vauquer. Si la víspera se había visto o b l i -
gado á separarse de Delfina á la una de la m a ñ a n a , usted pagarme un mes por usted y otro por él; pero,
aquella noche le tocó á Delfina separarse de él á las si quiere usted salir fiador el tío Goriot, me basta la
d o s para volver á su casa. Durmió hasta m u y entrado palabra de usted.
el día siguiente, y á las doce volvió la señora de — ¿ P o r qué? ¿No le inspira á usted confianza?
Nucingen, con la cual almorzó. Son tan ávidos los — ¡ Confianza! Sise le va la cabeza y se muere, sus
hijas n o han de d a r m e un céntimo, y todo lo que deje
cometido esta m a ñ a n a u n a imprudencia, acerca de la
no vale ni diez francos. Esta m a ñ a n a se ha llevado,
cual nada quiere decir. Es más terco que u n a muía.
no sé por qué, s u s últimos cubiertos. Se vistió como
Cuando le hablo, finge que no me oye y que está dor-
un pollo, y hasta, ¡ Dios me perdone ! creo que se dió
mido, para no contestarme, ó si tiene los ojos abiertos
colorete. Estaba rejuvenecido.
se pone á gimotear. Esta m a ñ a n a ha salido y ha ido
— Yo salgo fiador, dijo Eugenio, estremeciéndose
á pie no sé adonde, llevándose todo lo que poseia de
de horror y previendo una catástrofe.
algún v a l o r ; ha ido á algún asunto endemoniado
Subió al cuarto del tío Goriot. Éste yacía en su
que le ha consumido más fuerzas de las que le que-
lecho; j u n t o á él estaba Bianchon.
d a b a n . . . Ha venido una de s u s hijas.
— ¡ Buenos días, p a d r e ! dijo Eugenio.
Sonrióle el viejo afablemente y respondió, volviendo — ¿La condesa? dijo E u g e n i o . Una morena, alta,
hacia él s u s ojos, ya v e l a d o s : de ojos vivos, elegante, pie bonito y cintura esbelta?
— ¿ E l l a cómo e s t á ? — Sí.
— Bien, ¿ u s t e d ? — Déjame solo un momento con él, dijo R a s t i -
— No estoy mal. gnac. Voy á confesarle; á mi me lo dirá todo.
— No le canses, dijo Bianchon, llevando á Eugenio Pues iré á comer mientras t a n t o . Pero ten cui-
á un rincón del cuarto. dado de no fatigarle m u c h o ; aun conservamos alguna
— ¿Y q u é ? le dijo Rastignac. esperanza.
— Sólo un milagro puede salvarle. La congestión — Así lo haré.
serosa ha sobrevenido. Tiene puestos unos sinapismos, — ¡ Cuánto se divertirán m a ñ a n a ! dijo á Eugenio
y a f o r t u n a d a m e n t e los siente y le hacen efecto. el tío Goriot cuando estuvieron solos.
— ¿ Se le puede t r a n s p o r t a r ? Van á un baile espléndido.
— Imposible. Hay que dejarle donde está, evitán- _ ¿ Qué demonios ha hecho usted esta mañana,
dole el menor movimiento físico y la emoción más papá, que ha tenido usted que acostarse?
insignificante... — Nada.
— Mi buen Bianchon, dijo E u g e n i o , entre los dos — ¿Ha venido Anastasia?
le cuidaremos. — Sí, replicó el tío Goriot.
— He avisado al médico primero de mi hospital. — Pues no me oculte usted nada. ¿Qué más le ha
— ¿Qué ha dicho? pedido á usted?
— Mañana por la noche nos dará su opinión. Me — ¡ A l ! exclamó reuniendo todas sus fuerzas para
ha prometido volver cuando termine sus quehaceres h a b l a r ; ¡ q u é angustiada estaba la p o b r e ! Desde la
de costumbre. Por desgracia este viejo estrafalario ha cuestión de los diamantes, Nasia n o tiene un céntimo.
18.
Había encargado para este baile un vestido bordado bién. Al menos mi hermosa Nasia estará rozagante y
que había de sentarle á las mil maravillas. Pero la pasará una buena noche. Aquí, bajo mi almohada ten-
m u y infame de su costurera no ha querido fiarle, de go el billete de mil francos. Me reanima la s a n g r e el
modo que su doncella ha tenido que entregar mil tener aquí, bajo mi cabeza, algo que le ha de agradar
francos á cuenta. ¡ P o b r e Nasia, haber llegado á ese á mi Nasia. Asi podrá despedir á esa bribona de Vic-
e x t r e m o ! Se me desgarró el corazón. Pero, viendo la toria. ¿Dónde se han visto u n a s criadas que no tienen
doncella que Restaud retiraba á Nasia toda su c o n - confianza en s u s a m o s ? Mañana ya estaré bueno.
fianza, ha temido quedarse sin el dinero y se ha puesto Nasia viene á las diez. No quiero que crean que estoy
de acuerdo con la costurera para no entregar el v e s - malo, porque se quedarían á cuidarme y no irían al
tido si antes no la devuelven los mil francos. El baile baile. Nasia me abrazará mañana como u n hijo, y s u s
es m a ñ a n a y el vestido está acabado. Nasia está deses- caricias me c u r a r á n . Y finalmente, ¿ n o hubiera yo
perada y me ha pedido los cubiertos para empeñarlos. gastado mil francos en medicamentos? Pues prefiero
Su marido quiere que vaya á ese baile para que todo dárselos á Nasia que es mi Sánalo todo. Al menos la
París vea en su cabeza los diamantes, de cuya venta serviré de consuelo en su miseria, y con eso pago la
se ha hablado. ¿ P u e d e acaso decir á [ese m o n s t r u o : falta que cometí al haber invertido mi dinero en renta
« Debo mil francos, páguelos u s t e d ? » No; y así lo he vitalicia. La pobre está en el fondo del abismo y yo
comprendido. Su h e r m a n a Delfina se presentará con carezco de fuerzas suficientes para sacarla de él. Nada;
un prendido soberbio, y Anastasia, que es la mayor, volveré á mi comercio. Iré á Odessa á comprar granos,
no puede ser menos que la otra. ¡Lloraba tanto mi porque allí los trigos valen tres veces menos que en
pobre h i j a ! Tan humillado m e sentía yo por no h a b e r Francia, y si bien es verdad que la introducción del
tenido ayer los doce mil francos, que hubiera dado lo trigo está prohibida, esos pobres diablos que hacen
que me queda de mi pobre vida miserable para r e s - las leyes no h a n pensado en prohibir que se introduz-
catar tamaña culpa. Había tenido fuerzas para resistir á can los productos fabricados con ese m i s m o trigo. ¡Je,
todo lo demás, pero vea usted lo que son las cosas, el j e ! ¡Eso se me ha ocurrido á mí esta m a ñ a n a ! . . . Sólo
no poder disponer de dinero e n este última ocasión m e con los almidones se pueden hacer g r a n d e s negocios.
h a destartalado por completo. ¡ Bueno! pues no me a r r e - — ¡ E s t á loco! dijo Eugenio mirando al anciano.
dré. Me arreglé y emperifollé, vendí hebillas y cubiertos Vamos, no se agite y no hable...
por valor de seiscientos francos y empeñé por un a ñ o Bajó Eugenio á comer cuando subió Bianchon. Lue-
al judío Gobseck mi titulo de renta vitalicia en c u a - go, ambos pasaron la noche al cuidado del enfermo,
trocientos francos al contado. ¡ Bah! Comeré pan ; t u r n a n d o ; el uno estudiaba medicina y el otro escribía
cuando era joven me bastaba, y ahora me bastará t a m - á su madre y h e r m a n o s . Al día siguiente, los sínto-
m a s que se declararon en el e n f e r m o fueron, según ejecución capital. ¿Verdad que es cosa horrible ir á
Bianchon, de buen a g ü e r o ; pero exigían continuos ver si esa m u j e r logra disimular su dolor y sabe morir
cuidados de que sólo los dos estudiantes eran capaces, bien ? No iría yo ciertamente, amigo mío, si ya h u -
y para narrar los cuales es imposible comprometer la biese sido recibida antes en su c a s a ; pero seguramente
pudibunda fraseología de la época. A las sanguijuelas : no volverá á d a r más reuniones, de modo que los es-
aplicadas al empobrecido cuerpo del pobre hombre, fuerzos que para visitarla he hecho se malograrían to-
acompañaron cataplasmas, baños de pies y otros pro- dos. Mi situación difiere mucho d é l a d é l o s demás, sin
cedimientos médicos, para realizar los cuales fueron contar con que también voy porque usted va. Le e s -
por cierto necesarias la fuerza y la abnegación de los pero á usted. Si dentro de dos h o r a s no me está usted
dos jóvenes. Anastasia no apareció, sino q u e envió á haciendo compañía, no sé si le perdonaré semejante
buscar'el dinero por un mozo. traición. »
— Creía que vendría en persona. Pero no lo siento,
Rastignac tomó u n a pluma y contestó de esta m a -
porque asi no se ha molestado, dijo el padre mos-
trándose contento de ello. nera :
A las siete vino T e r e s a á traer una carta de Delfina: « Espero al médico para saber si su padre de usted
ofrece esperanzas de vida. Actualmente está m o r i - ,
« ¿Puede saberse lo que está usted haciendo, amigo bundo. Iré á llevar á usted la sentencia, que mucho
m í o ? ¿ Seré desdeñada á poco de a m a d a ? E n nuestras temo sea de muerte. Usted verá entonces si debe ó no
íntimas conferencias de corazón á corazón, me h a mos- ir al baile. Mil cariños. »
trado usted un alma demasiado hermosa, para no ser
de los que siempre permanecen fieles al n o t a r qué di- A las ocho y media vino el médico, y no le pareció
versidad de matices realzan á los sentimientos. Según que fuera inminente el desenlace. Anunció que t e n -
usted mismo dijo escuchando la Plegaria de Moisés : dría alivios y recaídas alternativamente, dependiendo
« Para unos no tiene más que u n a nota; para otros de ellas la razón y la vida del enfermo.
» es el infinito de la música ». Piense usted que le espero — Mejor le fuera morir en seguida, dijo en conclu-
esta noche para ir al baile de la señora de Beauseant. sión el doctor.
Ya se sabe que el contrato matrimonial del marqués Confió Eugenio al tío Goriot á los cuidados de
de Ajuda ha sido firmado esta m a ñ a n a en palacio ; y Bianchon, y marchó á llevar á la señora de Nucingen
hasta la dos de la tarde n o ha tenido noticia de ello la las tristes noticias que, á juicio de él, que todavía creía
pobre vizcondesa. Todo París concurrirá á su casa, en los deberes que impone la familia, obligaban á
como concurre la g e n t e á la plaza de Grève en dia de suspender todo regocijo.
« E n él sólo "se cometen crímenes mezquinos, p e n -
— Dígale usted que no deje de divertirse por eso,
saba. Vautrin es más g r a n d e . »
gritó el tío Goriot, que parecía s u m i d o en sopor, pero
Había visto las tres g r a n d e s expresiones de la so-
que se incorporó en la cama al ver salir á Rastignac. i
ciedad : la Obediencia, la Lucha y la Rebelión; e s t o e s ,
Realmente afectadísimo se presentó el joven á Del-
la Familia, el Mundo y Vautrin. No se atrevía á deci-
fina, y la halló peinada y calzada, faltándole sólo po-
dirse. La Obediencia le era enojosa, la Rebelión impo-
nerse el vestido de baile. Pero, semejante á las pince-
sible y la Lucha incierta. El pensamiento trasladóle al
ladas con que dan por terminados s u s cuadros los
seno de su familia. Recordó las puras emociones de la
pintores, los últimos toques exigían más tiempo que
vida tranquila y los días pasados en compañía de los •
el necesitado para el fondo m i s m o del lienzo.
seres que le a m a b a n . Ateniéndose á las leyes n a t u r a -
— ¿Cómo, no está usted vestido?
les del hogar doméstico, aquellos seres queridos halla-
— Pero, s e ñ o r a , su padre de u s t e d . . .
ban en él u n a felicidad completa, continua y sin a n -
— ¡ Otra vez mi p a d r e ! exclamó interrumpiéndole, i
gustias. A pesar de todos estos buenos pensamientos,
No pretenderá usted e n s e ñ a r m e lo que á mi padre
sintióse sin fuerzas para confesar ante Delfina de Nu-
debo. Hace tiempo que conozco á mi padre. Ni una
cingen la fe de las almas sanas, ordenándole la virtud
palabra m á s , Eugenio. Hasta q u e no se me presente
en n o m b r e del a m o r . Su comenzada educación iba
usted vestido no le escucharé. Teresa lo ha dejado todo
dando los naturales frutos. Ya amaba de un modo
preparado en casa de u s t e d ; m i coche está listo, tó-
egoísta. Su tacto le había permitido conocer la n a t u -
melo, y vuelva en seguida. Camino del baile hablare-
raleza del corazón de Delfina; presentía que era capaz
mos de mi padre. Es preciso ir temprano, porque si
de pasar sobre el cuerpo de su padre para ir al baile,
tenemos q u e formar en la fila de coches, nos daremos
pero carecía de energía para convencerla, de valor para
por contentos si e n t r a m o s en él á las once.
desagradarle y de virtud para dejarla. Comentó las
— Señora...
palabras de los médicos, complaciéndose en pensar que
— Yaya u s t e d ; ni una palabra más, contestó, c o -
el tío Goriot n o estaba tan peligrosamente enfermo
rriendo á su tocador para tomar un collar.
como creían, y h a s t a inventó mil traidores argumen-
— Vaya usted, señorito E u g e n i o , que va usted á
tos para justificar la conducta de Delfina: que no co-
hacer que se enfade la señora, dijo Teresa e m p u j a n d o
nocía el estado en que se hallaba su p a d r e ; que éste
al joven, espantado de aquel elegante parricidio.
mismo, si la viera, la obligaría á ir al baile; que con
F u é á vestirse, haciendo las más tristes y desconso-
frecuencia la ley social, implacable en su fórmula,
ladores reflexiones. Parecíale el mundo un océano de
pronuncia fallo condenatorio e n circunstancias en que
lodo en el que u n h o m b r e se h u n d í a hasta el cuello
el crimen aparente se explica por las innumerables
si se aventuraba á mojar un pie en él.
modificaciones que introducen en el seno de las fami- — Oigo el estertor de su padre de usted, r e s p o n -
lias la diferencia de los caracteres y la diversidad de dió con tono de enfadado.
los intereses y de las situaciones. Quería Eugenio en- Y se puso á contar con la elocuencia ardiente de
sañarse á sí m i s m o : estaba dispuesto á sacrificar su los pocos años la feroz acción á q u e la vanidad había
conciencia á su amante. Desde hacía dos días, todo en arrastrado á la condesa de Restaud, la crisis mortal
su vida había cambiado. La m u j e r la había trastornado, que el último acto de abnegación del padre habia pro-
eclipsando á la familia y confiscándolo todo en prove- ducido, y lo que le costaría el vestido bordado de
cho propio. Bastignac y Delfina h a b í a n s e encontrado Anastasia. Delfina lloraba.
en condiciones apropiadas para proporcionarse m u t u a - — Voy á ponerme fea, pensó.
mente los más vivos placeres. Su pasión, bien dis- Sus l á g r i m a s se secaron.
puesta para ello, habíase agigantado por lo que mata — Iré á cuidar á mi padre y no me apartaré de su
las pasiones, por la posesión. Al poseer á aquella m u j e r , cabecera, dijo en voz alta.
comprendió Eugenio que hasta entonces no había h e - — ¡ Ah! ¡así te quería y o ! exclamó Rastignac.
cho más que desearla. Sólo la amó después de ser di- Los alrededores del hotel de Beauseant estaban ilu-
chosa ; quizá no es el a m o r sino la gratitud del placer minados por los faroles de quinientos coches. A cada
sentido. Infame ó sublime, adoraba á aquella m u j e r lado de la p u e r t a veíase un g e n d a r m e á caballo. Tan
por las satisfacciones sensuales que como dote le aportó g r a n golpe de g e n t e distinguida acudía á la fiesta, tal
él, y por todas aquellas q u e de ella había recibido ; así ansia manifestaban todos de presenciar la caída de
como Delfina amaba á Rastignac cual Tántalo amara al aquella m u j e r tan e n c u m b r a d a , que las habitaciones
ángel que hubiera bajado á satisfacer su hambre ó á de la planta baja del palacio estaban llenas cuando
apagar la sed de s u seca g a r g a n t a . llegaron Delfina y Rastignac. Desde los tiempos en
— ¿Cómo está mi p a d r e ? le p r e g u n t ó la d e N u - que toda la corte invadió el palacio de aquella princesa
cingen cuando le vió de vuelta y vestido de baile. á la que Luis XIV arrebató el amante, no se recordaba
— Muy mal, respondió, y , si usted quisiera darme desastre amoroso de tanto ruido como el de la vizcon-
una prueba de su cariño, iríamos á verle. desa de Beauseant. E n esta circunstancia mostróse la
— Bueno, sí, pero después del baile. Mi buen Eu- última representante de la casi real casa de Borgoña
genio, sé amable, no m e sermonees; v á m o n o s . superior á su desgracia, y h a s t a el último momento
Y se fueron. dominó á la sociedad cuyas vanidades sólo había
Eugenio guardó silencio d u r a n t e una parte del c a - aceptado para hacerlas contribuir al t r i u n f o de su
mino. pasión. Las mujeres más hermosas de París a n i m a b a n
— ¿Qué tiene usted? preguntó Delfina. los salones con sus sonrisas. Los hombres más distin-
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HONORATO DE BALZAC

guidos de la corte, los embajadores, los ministros, — Vaya usted á casa del m a r q u é s , le dijo. San-
los que por algún concepto eran ilustres, cubiertos tiago, mi ayuda de cámara le guiará y le entregará
de cruces, de placas, de cordones multicolores, a p i ñ á - una carta mía. Le pido mi correspondencia. Se la d e -
banse en torno de la vizcondesa. La música de la volverá á usted entera, por lo menos tal creo. Si trae
orquesta esparcía sus notas bajo los dorados arteso- usted las cartas, s u b a á m i cuarto, que ya me avisarán.
nados de aquel palacio, desierto para su reina. Levantóse para recibir á la duquesa de Langeais,
En pie, delante del primer salón, estaba la señora su mejor amiga, y que también acudía.
de Beauseant para recibir á sus pretendidos a m i g o s . Marchóse Rastignac, y preguntó por el marqués de
Vestía de blanco, sin n i n g ú n adorno en el cabello, Ajuda en el palacio Rochefide, en donde se sabía que
sencillamente peinado. Parecia tranquila, sin ostentar pasaría la velada, y e n donde, en efecto, encontróle
dolor, orgullo, ni falsa alegría. Nadie podía leer e n su Eugenio. El m a r q u é s le condujo á su palacio,y entregó
alma. Hubiérasela tomado por una Níobe de mármol. al estudiante una caja, diciéndole:
Su sonrisa á sus íntimos amigos fué á veces irónica, — No falta n i n g u n a .
pero á todos pareció la misma de siempre, m o s t r á n - Pareció querer hablar con el joven, bien para
dose tan igual á lo que había sido cuando el sol de la pedirle noticias del baile y de la condesa, bien para
felicidad la adornaba con s u s rayos, que hasta los más confesarle que su proyectado enlace comenzaba á pe-
insensibles la a d m i r a r o n , de la misma suerte que las sarle, según sucedió más adelante; pero un relámpago
jóvenes r o m a n a s aplaudían al gladiador que sabía de orgullo brilló en sus ojos, y tuvo el triste valor d e
morir sonriendo. La sociedad parecia haberse enga- guardar secreto acerca de sus m á s nobles sentimientos.
inado para despedir á una de s u s soberanas. — No le diga usted nada de mí, querido Eugenio.
— Temía que no viniese usted, dijo á Rastignac. Estrechó la mano de Rastignac con cierta triste
— Señora..., respondió éste con voz conmovida y afectuosidad é hizo ademán de despedirle.
habiendo visto en aquellas palabras un reproche, he Regresó Eugenio al palacio de Beauseant. Condujé-
venido para quedarme cuando todos se marchen. ronle al cuarto de la vizcondesa, en el que observó
— Rien, dijo la vizcondesa, cogiéndole la m a n o , preparativos de marcha. Sentóse j u n t o al fuego, q u e -
usted es probablemente el único de los que aquí están dóse mirando la eajita de cedro, y cayó en profunda
de quien yo pueda fiarme. Amigo mío, ame usted á melancolía. La señora d e Beauseant tenía para él las
una m u j e r á quien pueda usted a m a r siempre. No proporciones de u n a diosa de la Ilíada.
abandone usted á n i n g u n a . — ¡ Ay! amigo mío, dijo la vizcondesa al e n t r a r ,
Tomó el brazo de Rastignac y le condujo á un sofá apoyando una m a n o en el h o m b r o de Eugenio.
del salón de juego. Vio á su prima llorando, con la mirada fija en el
lecho, temblándole u n a m a n o y alzada la otra. De tela. Cuidaré d e que la lleven á su casa, calle de
repente cogió la caja, la echó en la lumbre, y la vió Artois. La señora de Nucingen está m u y bien esta
quemarse. n o c h e : ámela usted mucho. Si no nos volvemos á ver,
— ¡ Están bailando! Todos h a n acudido puntual- quede usted seguro de que hago votos por su felicidad,
mente ; en cambio, la muerte vendrá tarde. ¡Silencio! puesto que ha sido usted bueno para m í . Bajemos,
amigo mió, añadió poniendo u n dedo en la boca de porque no quiero que se figuren que lloro. Tengo
Rastignac, el cual iba á bablar. No volveré á ver más ante mí la eternidad, en la que estaré sola sin que
á París y á la sociedad parisiense. A las cinco de la nadie pueda pedirme cuenta de m i s lágrimas. ¡ Una
m a ñ a n a me marcho para ir á sepultarme en el fondo mirada más á esta habitación !
de la Normandía. He tenido q u e hacer mis prepara- Se detuvo. Luego, después de h a b e r por un mo-
tivos desde las tres de la tarde, firmar escrituras, mento ocultado s u s ojos con su mano, se los secó, los
tratar de negocios... y no podía enviar á nadie á bañó e n agua fresca y tomó el brazo del estudiante.
casa d e . . . — ¡ Adelante ! dijo.
Se detuvo. Rastignac no había sentido todavía, en su vida, -
— Era seguro q u e se hallarían en casa de... emoción tan violenta como la que le produjo el c o n -
Detúvose de nuevo, a b r u m a d a de dolor. E n tales tacto de aquella pena tan noblemente contenida. Al
instantes todo es sufrimiento y hay palabras que n o volver al baile dió la vuelta al salón con la vizcondesa,
pueden pronunciarse. última y delicada atención de aquella simpática m u j e r .
— Con usted contaba, por fin, esta n o c h e para Pronto vió á las dos h e r m a n a s , la condesa de Restaud
este último favor. Quisiera darle á usted u n recuerdo y la baronesa de Nucingen. La condesa estaba mag-
de mi amistad. P e n s a r é mucho en usted, que me ha nífica, ostentando s u s diamantes, que por última vez
parecido bueno y noble, joven y cándido, en esta s o - llevaba y que sin d u d a le producían una sensación de
ciedad en la que tan raras son tales cualidades. Deseo quemadura. Por poderosos q u e fuesen su orgullo y su
que también usted se acuerde de mi algunas veces. amor, costábale trabajo sostener las miradas de su
Tome usted, dijo mirando en torno suyo, aquí tiene marido. No era aquel espectáculo para disminuir la
usted la caja donde solía g u a r d a r mis g u a n t e s . tristeza de los pensamientos de R a s t i g n a c , el cual
Siempre que cogí a l g u n o s para ir á un baile ó al veía t r a s los diamantes de las dos h e r m a n a s el c a -
teatro, sentíame hermosa, porque era feliz, nunca la mastro en que yacia el tío Goriot. La vizcondesa, in-
he tocado sin depositar en ella algún agradable pensa- terpretando mal su actitud melancólica, soltó su
miento ; esta caja encierra mucho de mí m i s m a , con- brazo.
tiene á la señora de Beauseant que ya no e x i s t e ; acép- — Vaya usted, le dijo, no quiero c o l a r l e un placer.
Eugenio fué pronto reclamado por Delfina, dichosa contra mí, no siempre me he portado b i e n ; perdóneme
por el efecto que producía, y que anhelaba poner á usted, amiga mía : retiro cuanto haya podido lasti-
los pies del estudiante los homenajes que cosechaba marla y declaro q u e quisiera recoger mis palabras. Un
en aquel m u n d o , en el que tenía la esperanza de ser- igual dolor ha unido nuestras almas, y n o sé quién de
admitida. de las dos será más desdichada. El señor de Mon-
— ¿Cómo encuentra usted á Nasia? le preguntó. triveau no estaba aquí esta noche, ¿comprende u s j g
— Ha negociado hasta la muerte de su padre, c o n - •ted? El que la haya visto á usted en este baile no
testó Rastignac. podrá olvidarla. Yo voy á intentar el último esfuerzo.
A eso de las cuatro de la m a ñ a n a comenzó á dismi- Si se m e malogra, me recogeréá un convento. ¿Usted
nuir la concurrencia, y á poco calló la música. La adonde v a ?
duquesa de Langeais y Rastignac se encontraron solos _ A Courcelles, en N o r m a n d i a , á a m a r y á rezar
en el salón principal. Creyendo la vizcondesa no e n - hasta que Dios me lleve de este riiundo.
contrar en él más q u e al e s t u d i a n t e , acudió, después de — Venga usted, señor de Rastignac, dijo la vizcon-
haberse despedido del vizconde Beauseant, quien se desa creyendo que el joven estaba esperando.
había retirado para acostarse, repitiéndole : Dobló la rodilla el estudiante, tomó la mano de su
— Hace usted mal, querida, e n ir á encerrarse á su prima y la besó.
edad. No sea usted niña y quédese con nosotros. — Antonia, ¡ adiós! ¡ sea usted feliz! volvió á decir la
Al ver á la duquesa, no pudo la señora de Beau- de Beauseant, En cuanto á usted, Eugenio, ya lo es,
s e a n t contener una exclamación. está usted en los albores de la vida, puede usted
v . W L a he advinado á usted, Clara, dijo la duquesa. creer en algo. ¡ Al m a r c h a r m e de este m u n d o , h a b r é
Usted se va para no volver, pero no será sin que tenido, como algunos moribundos privilegiados, r e l i -
me oiga y nos entendamos. giosas y sinceras emociones en torno mío !.
Tomó del brazo á su amiga, la condujo al salón ' Serían las cinco cuando se despidió Rastignac, des-
p r ó x i m o ; allí, mirándola con los ojos arrasados en pués de haber dejado á la señora de Beauseant en su
lágrimas, la estrechó contra su pecho y la besó en berlina de viaje, y recibido de ella el último adiós
las mejillas. regado de lágrimas q u e demostraban que no están las
— No quiero que nos separemos fríamente, hija personas de más alto r a n g o exentas de las leyes del
mía, porque me pesaría mucho de ello. P u e d e usted corazón, y que no viven libres de sufrimientos, como
contar conmigo como consigo m i s m a . Ha estado usted algunos cortesanos del pueblo quisieran hacérselo
admirable esta noche, me he sentido digna de usted, creer.
y quiero probárselo. Tiene usted motivos de queja A pie volvió Eugenio á casa de la viuda de Vau-
quer, á pesar del frío y de la humedad q u e hacía. al enfermo en un s i n a p i s m o hirviendo que le coja
Su educación se completaba. desde los pies hasta la mitad de los muslos. Si se
— No salvaremos al pobre tío Goriot, dijo Bianchon queja, aún podremos esperar. Ya sabes tú cómo hay
al e n t r a r Eugenio en la habitación de su vecino. que prepararlo y aplicarlo ; además, Cristóbal te
— Amigo mío, díjole B a s t i g n a c , después de haber a y u d a r á . Yo me pasaré por casa del boticario á res-
contemplado al dormido anciano, ve y continúa la ponder de todos los medicamentos que h a y a n de com-
modesta carrera á que limitas tus aspiraciones. Yo prarse. Ha sido u n a desgracia no h a b e r podido trans-
estoy en el infierno, y forzoso m e es c o n t i n u a r en él. portarle á nuestro hospital, donde habría estado
Por malo que sea lo que del m u n d o te digan, créelo, m u c h o mejor. Vamos, ven para que te instale en tu
porque no hay Juvenal que pueda pintar los horrores, p u e s t o , y no te m u e v a s hasta que yo vuelva.
cubiertos de oro y pedrerías, q u e encierra. E n t r a r o n los dos jóvenes en la habitación en que
Despertó á Eugenio Bianchon, al día siguiente, yacía el anciano. Espantóle á Eugenio el cambio efec-
hacia las dos de la tarde. Tenía que salir, y le rogó tuado en aquella cara convulsada, blanca y profunda-
que cuidara al tío Goriot, cuyo estado había empeo- m e n t e débil.
rado sensiblemente d u r a n t e aquella m a ñ a n a . — ¿Cómo v a m o s , p a p á ? le dijo, inclinándose sobre
— No le quedan dos días de vida al desgraciado; el pobre lecho.
quizá no dure seis horas, dijo el estudiante de m e d i - Alzó Goriot hacia Eugenio una mirada velada, y la
cina ; y á pesar de ello no podemos dejar de combatir fijó atentamente sin reconocerle. El estudiante no pudo
el mal. Va á ser preciso aplicarle remedios que cuestan mantenerse sereno a n t e aquel espectáculo. Algunas
bastante dinero. Desde luego, seguiremos s i e n d o s u s lágrimas acudieron á s u s ojos.
e n f e r m e r o s ; pero yo no t e n g o u n céntimo. He mirado — Di, Bianchon, ¿ n o sería bueno poner unas corti-
sus bolsillos, registrado sus armarios : cero. En un nas en las v e n t a n a s ?
momento de lucidez, le he preguntado si disponía de — No, ya no le afectan las circunstancias atmos-
algún dinero, y me ha contestado que nada le que- féricas. ¡ Ojalá sintiese el frío y el c a l o r ! Sin embargo,
daba. ¿Y tú, cuánto tienes? necesitamos encender l u m b r e para preparar las tisa-
— Unos veinte f r a n c o s ; pero iré á jugarlos, y nas y otras muchas cosas. Te enviaré u n a s c u a n t a s
ganaré. astillas m i e n t r a s se trae leña. Ayer y hoy he gastado
— ¿Y si p i e r d e s ? la tuya y todo el cisco que tenía el pobre hombre.
— Pediré dinero á sus y e r n o s y á sus hijas. Hacía humedad y las paredes goteaban. Apenas he
— ¿Y si no te lo d a n ? replicó Bianchon. Lo m á s podido secar la habitación; Cristóbal la ha barri-
urgente en este m o m e n t o no es el dinero, sino envolver do, porque estaba hecha u n a cuadra. Además olía
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mal, por lo que he quemado un poco de enebro. occipucio del enfermo, pueden presentarse, y de
— } Dios m i ó ! dijo Rastignac, ¡ pero y sus hijas ! ello hay ejemplares, los fenómenos más singulares ;
Mira, si pide de beber, le das de esto, añadió el cerebro recobra a l g u n a s de su facultades, y la
Bianchon, indicándole u n j a r r o blanco. Si le oyes muerte viene con m á s lentitud. Las serosidades
q u e j a r s e y observas calor y dureza en el vientre, le pueden desviarse del cerebro y seguir caminos que
pones con ayuda de Cristóbal... lo que sabes. Si por sólo la autopsia ha de descubrir. En los Incurables
casualidad tuviese u n á g r a n exaltación, si hablara hay un viejo idiota en el que el derrame se verificó á
mucho, en u n a palabra, si divagara algo, déjalo que lo largo de la columna vertebral; sufre horriblemente,
siga, que no es mala señal. Pero envia á Cristóbal al pero vive.
hospital Cochin. T e n d r e m o s en seguida el médico, mi — ¿Se h a n divertido mucho? dijo el tío Goriot reco-
compañero ó yo á aplicarle u n o s cauterios. Esta nociendo á Eugenio.
m a ñ a n a , mientras dormías, h e m o s tenido una gran — ¡ Ah ! no piensa sino en s u s hijas, exclamó Bian-
consulta un discípulo del doctor Gall, un médico jefe chon. Más de cien veces m e ha dicho esta noche :
del Hotel-Dieu y el nuestro, los cuales han creído des- « ¡ Bailan ! Nasia tiene su traje. » Las llamaba por sus
c u b r i r en la enfermedad curiosos síntomas, y vamos n o m b r e s . Me hacía llorar con la entonación de s u s
á seguir el desarrollo de la enfermedad para i l u s t r a r n o s exclamaciones : « ¡ Delfina, Delfinita mía 1 ¡ Nasia ! »
acerca de varios p u n t o s científicos bastante impor- Palabra de h o n o r , dijo el estudiante de medicina, que
tantes. Uno de esos señores pretende que la presión era cosa de saltársele á uno las l á g r i m a s .
del suero, si se acentúa más en un órgano que en —¿Delfinaestá ahí, v e r d a d ? dijo el anciano. Bien lo
o t r o , podría determinar hechos particulares. De manera sabía yo.
que escúchale bien, caso de que hablara, para estar al Y s u s ojos adquirieron una movilidad de loco,
t a n t o del género de ideas con que se relacionaran s u s registrando las paredes y la puerta.
p a l a b r a s : si son fenómenos de memoria, de penetra- — Bajo á decir á Silvia que disponga los sinapismos,
ción, de raciocinio, si se ocupa de materialidades ó de g r i t ó Bianchon; la ocasión es oportuna.
s e n t i m i e n t o s ; si calcula, si vuelve hacia el pasado; en Rastignac quedó solo para atender al viejo, sentado
r e s u m e n , está a t e n t o para comunicarnos un informe á los pies de la cama, con los ojos fijos en aquella
e n toda regla. Posible es que la invasión se efectúe en espantosa cabeza cuya vista daba pena.
masa, englobándolo todo, en cuyo caso moriría hecho — La vizcondesa de Beauseant se va, y éste se
u n idiota como lo está en este momento. ¡ Son tan muere, dijo. Las almas buenas no pueden perma-
caprichosas esas e n f e r m e d a d e s ! Si la bomba estalla necer mucho tiempo en este m u n d o . En efecto, ¿ c ó -
por aquí, dijo Bianchon, señalando, indicando el mo han de ser compatibles los g r a n d e s sentimientos
HONORATO DE BALZAC
estuviera limpio para recibirlas. Un joven, que estaba
con una sociedad mezquina, pequeña y superficial?
Las imágenes de la fiesta á la que había asistido se aquí, me ha q u e m a d o todo el cisco.
presentaron á su recuerdo, contrastando con el espec- — Oigo á Cristóbal, le dijo E u g e n i o ; le sube a
táculo del m o r i b u n d o tendido en el lecho. De pronto usted leña que ese joven le envía.
reapareció Bianchon. — Bueno, pero ¿cómo pago yo esa leña? Hijo mío,
— Oye, Eugenio, acabo de ver á nuestro primer no tengo un céntimo. Todo lo he dado, t o d o ; estoy
médico y no h e cesado de correr. Si presenta s í n t o m a s en el caso de pedir limosna. Diga usted, ¿el vestido
de lucidez y si habla, ponle un sinapismo que le coja bordado era b o n i t o ? . . . ¡ Ay, cuánto sufro !... Gracias,
desde la nuca hasta los riñones, y nos m a n d a s Cristóbal, Dios se lo premie, q u e yo ya nada tengo
llamar. — Yo os recompensaré bien á ti y á Silvia, dijo
Eugenio al oído de Cristóbal.
— Querido Bianchon, dijo Eugenio.
— Mis hijas h a n dicho q u e iban á venir, ¿ n o es
— ¡ Ah ! se trata de u n caso científico, añadió el
verdad, Cristóbal? Vuelve á su casa, y te daré cinco
estudiante de medicina con el ardor de un neófito.
francos. Diles que no me encuentro bien, que quiero
— Está visto, dijo Eugenio, seré el ú n i c o que por
verlas y abrazarlas una vez m á s antes de m o r i r . Diles
afecto cuide á este pobre anciano.
todo esto, pero sin asustarlas mucho.
— No dirías eso si me hubieras visto esta m a ñ a n a ,
Cristóbal, á u n a señal de Eugenio, se marchó.
contestó Bianchon sin ofenderse por las palabras de
— Van á venir, dijo el anciano. Las conozco. La
Eugenio. Los médicos que h a n ejercido n o ven más
buena de Delfina ¡ q u é sentimiento va á tener si muero 1
que la enfermedad, però yo todavía veo al enfermo,
Y Nasia también. Yo no quisiera morir para n o
amigo mío.
hacerlas llorar. Morir, mi querido Eugenio, es no
Y se fué, dejándo nuevamente á Eugenio solo con
verlas m á s . ¡ Mucho me voy á a b u r r i r sin ellas en el
« l viejo, y en espera de una crisis que no tardó en
otro m u n d o ! Para un padre el infierno es estar p r i -
declararse.
vado de sus h i j o s ; bien á mi costa lo he aprendido
— ¡ Ali ! ¿es usted, querido hijo m í o ?
desde que salieron de mi casa para casarse. Mi paraíso
— ¿Está usted mejor? replicó el estudiante, cogién-
estaba en la calle de la Jussienne. Oiga usted, si voy
dole la m a n o .
al paraíso, podré volver á este m u n d o en espíritu para
— Sí, tenía la cabeza como en un torno, pero ya
estar cerca de ellas. He oído decir cosas por el estilo.
la voy sintiendo libre. ¿Ha visto usted á mis h i j a s ?
• s o n u n a verdad? E n este momento creo verlas tal
Vendrán en seguida; en cuanto sepan que estoy malo,
como estaban en la calle de la Jussienne. Bajaban
correrán á v e r m e . ¡ Me cuidaron tanto en la calle d e
por la m a ñ a n a . « Buenos días, papá », decían. Las
la J u s s i e n n e ! ¡Dios m í o ! Quisiera que mi cuarto
sentaba en mis rodillas, las hacía rabiar, hacía con genio, creyéndole dormido, dejó al criado que le diera
ellas mil tonterías. Me acariciaban con mucha monada. cuenta de su misión en voz alta.
Todas las m a ñ a n a s almorzábamos j u n t o s , comíamos — Señorito, dijo, fui primero á casa de la señora
j u n t o s ; en una palabra, era padre, gozaba de mis- condesa, á la cual no he podido hablar porque estaba
hijos. Cuando vivían en la calle de la Jussienne, no con su marido ocupada en no sé qué graves negocios.
se metían en razonamientos, no sabían nada de las Como yo insistía, el señor de Restaud vino él mismo y
cosas del m u n d o , m e querían mucho. ¡ P o r qué,
me dijo a s í ; « ¿ Conque se está m u r i e n d o el señor
Señor, no se han quedado siempre n i ñ a s ! . . . ¡Oh,
Goriot? Pues es lo mejor que puede hacer. Necesito á
cuanto s u f r o ! se me arranca la cabeza... ¡ A h ! , ¡ a h !
mi m u j e r para arreglar u n o s a s u n t o s de la mayor i m -
¡ p e r d ó n , hijas m í a s ! sufro horriblemente, y no hay
portancia. Cuando los h a y a m o s terminado, irá. » P a -
duda de que no es un dolor de mentirijillas, pues
recía estar m u y enfadado el señor ese. Iba á m a r c h a r m e
me habéis endurecido en el sufrimiento. ¡ Señor, si
cuando salió la señora por una puerta de la antesala
siquiera tuviese sus m a n o s entre las mías, no sen-
que yo no había visto hasta entonces. « Cristóbal, di
tiría n a d a ! ¿Cree usted que v e n d r á n ? ¡ Ese Cristóbal
á mi padre q u e estamos debatiendo, mi marido y yo,
e s tan b r u t o ! Debí haber ido yo m i s m o . ¡Él las va
negocios que para mis hijos son de vida ó de muerte, y
á ver ! Pero usted, que estuvo ayer en el baile, dígame
cómo estaban. ¿Verdad que no saben que estoy que por eso no puedo dejarle, pero que en cuanto acabe
e n f e r m o ? Las pobres no hubieran bailado. ¡ A h ! iré. » En cuanto á la señora baronesa, otra historia.
i No quiero estar malo, ahora que tanto me necesitan ! No he podido hablar con ella, ni siquiera v e r l a : « La
j Sus dotes peligran ! ¡ Y á qué maridos las he dado ! señora, me dijo su doncella, ha venido del baile á
¡ Cúreme usted, cúreme u s t e d ! ¡ Oh, cuánto sufro !... las cinco y cuarto, y está d u r m i e n d o ; si la despierto
i ah ! ¡ ah ! ¡ ah !... Amigo mío, es preciso curarme, antes de las doce, me reñirá. Cuando me llame, le
porque ellas necesitan dinero, y yo sé dónde g a - diré que su padre está peor. Las malas noticias siem-
narlo. ¡ Iré á Odessa á hacer a g u j a s de almidón, y pre hay tiempo de darlas. » Por más que supliqué
g a n a r é millones, porque soy listo ! ¡ Oh, sufro dema- para que avisaran en seguida á la señora, ¡ y a , y a ! . , .
siado ! Pedí hablar al señor barón, pero m e dijeron que
había salido.
Callóse Goriot breve rato como si reuniera todas s u s — ¡ Será posible que n i n g u n a de s u s b i j a s v e n g a ! ex-
fuerzas para soportar el dolor. clamó Rastignac. Voy á escribir á a m b a s .
— Si estuviesen ellas aquí, yo no me quejaría, — ¡Ninguna! respondió el viejo incorporándose en
d i j o . ¿Por qué q u e j a r m e ?
el lecho. ¡ Tienen q u e h a c e r j d u e r m e n , y no v e n d r á n !
Sobrevino un ligero sopor, que duró largo rato. E u -
Ya lo sabía. Para saber lo que son los hijos, hay que
m o r i r s e . . . Amigo mió, 110 se cáse; ¡no tenga usted de dar u n o s ochocientos mil francos á cada u n a , de
hijos! Usted les da la vida, y ellos, á usted, la muerte. modo que ni ellas ni s u s maridos podían dejar de ser
Usted les hace e n t r a r en el mundo, y ellos le expulsan amables conmigo. Me recibían con « Mi buen papá por
de él. ¡No; no vendrán ! Hace diez años que lo sé. aquí; mi querido papá por allá », y en su m e s a había
¡ Me lo decía a l g u n a s veces á mí m i s m o , pero no me siempre u n cubierto puesto para mí. Hasta comía con
atrevía á creerlo. sus maridos, los cuales me trataban con consideración.
Una lágrima rodó en cada u n o de sus ojos, sobreel Habríasedicho que aún me quedaba algo. Y todo, ¿ por
rojizo borde, sin caer. qué? Yo nada había dicho de m i s negocios, y un h o m b r e
— ¡ A h ! ¡si fuera rico, si hubiera conservado mi que entrega ochocientos mil francos á cada hija es
fortuna, si no se la hubiese entregado, estarían aqui dignode las mayores atenciones. Y me las prodigaban,
comiéndome la cara á besos! Viviría en un palacio, pero era por mi dinero. Poco vale el m u n d o . Por
tendría h e r m o s a s habitaciones, criados y leña que fuese experiencia lo digo. Me llevaban en coche al teatro, y
mía en la c h i m e n e a ; y ellas se hallarían á m i lado, las noches de reunión me quedaba siempre que quería.
deshechas en lágrimas, con s u s maridos y s u s hijos. En fin, decíanse hijas mías, y no r e n e g a b a n de mí
¡Tendría todo e s o ! Ahora n a d a tengo. El dinero lo da como padre suyo. También yo tengo mi mijita de a s -
todo, incluso hijas. ¡Oh ! mi dinero, ¿dónde está? Si tucia, y nada de todo aquello se m e escapó. Cada
tuviera tesoros que dejar, me curarían y cuidarían; desaire ha hecho blanco, d e s g a r r á n d o m e el corazón.
las oiría y las vería. ¡ A y ! ¡ h i j o mío, mi hijo único, Bien veía que aquello era m e n t i r a , pero el mal ya no
prefiero mi abandono y mi m i s e r i a ! Siquiera, cuando tenía remedio. No estaba en casa de ellas tan á mis
un desgraciado ve cariño, bien seguro está de que es anchas como lo estoy á la mesa de abajo. No sabía
porque le quieren. Pero n o ; quisiera ser rico para decir u n a palabra. Así, cuando a l g u n o s de aquellos
verlas. Aunque, después de todo, ¡ quien sabe! Las dos señorones preguntábanles á mis y e r n o s al oído: « ¿Quién
tienen el corazón de piedra. Yo las quería demasiado es el señor ese? — E s el padr e de los cuartos. — ¡ Ah,
para que m e quisieran ellas á mí. Un padre debe ser diablo! » decían, y me miraban con el respeto que al
siempre rico y tenerles las riendas tirantes á s u s hijos dinero se debe. Pero si alguna vez les molestaba algo,
como si f u e r a n caballos m a j intencionados. Y yo estaba ¡con creces compensaba mis defectos ! Además ¿quién
de rodillas ante ellas. ¡ Miserables! Dignamente coro- es perfecto?... ¡Mi cabeza está hecha una llaga! E n este
n a n su conducta para conmigo desde hace diez años. momento sufro lo que hay q u e s u f r i r para morir, mi
¡ Si supiera usted qué cuidados tan minuciosos tenían querido don E u g e n i o ; pues bien, esto es nada c o m p a -
para mí en los primeros tiempos de su m a t r i m o n i o . . . rado con el dolor que me causó la primera mirada con
¡ A h ! ¡ Qué cruel martirio estoy sufriendo! Acababa... la que me hizo comprender Anastasia que acababa yo

¡¡ggg
de decir una tontería que la h u m i l l a b a ; su mirada me verlas! Mándelas usted á buscar, a u n q u e sea por los
ha abierto todas las venas. Hubiera deseado saberlo gendarmes, á la fuerza. La justicia, la naturaleza, el
todo, pero lo que supe m u y bien es que estaba de más código civil, todo está en mi favor. ¡Protesto! Pere-
e n la tierra. Al día siguiente fui á casa de Delfina para cerá la patria si se pisotea á los padres. Eso no tiene
q u e me consolara, y mire usted por dónde c o m e t o u n a vuelta de hoja. La sociedad, el m u n d o , descansan sobre
tontería que le incomodó. Me puse como loco. Durante la paternidad, y, si los hijos no aman á s u s padres,
ocho días estuve sin saber qué decisión tomar. No m e , todo se viene abajo. ¡ Ah, verlas, o i r í a s ; no me im-
he atrevido á ir á verlas, temiendo que e n c i m a s e que- porta lo que m e d i g a n ; con tal que las oiga se calmarán
j a r a n de mi conducta. Y h e m e despedido de casa de estos dolores! ¡ S o b r e t o d o , Delfina! Pero cuando v e n -
mis hijas. ¡ Oh Dios m í o ! puesto que conoces las v e r - g a n , dígales usted que no me m i r e n con esa frialdad
g ü e n z a s y los dolores que he p a s a d o ; puesto que has qne acostumbran. ¡ A y ! E u g e n i o , amigo mío, usted
contado todas las puñaladas q u e h e recibido durante no sabe lo que es eso de hallar el oro de la mirada
todo ese tiempo que m e ha envejecido, cambiado, m a - j cambiado de repente en plomo g r i s . Desde el día en
tado, blanqueado, ¿ p o r q u é me haces sufrir hoy? De que los ojos de ellas dejaron de irradiar luz en mí,
sobra he pagado el pecado de haberlas querido con siempre he vivido en invierno, a q u í ; sólo he tenido
exageración. Harto bien se han vengado de mi c a r i ñ o ; dolores q u e devorar, ¡ y los h e devorado! He vivido para
me h a n torturado como verdugos. Pero son tan e s t ú - ser humillado é insultado, pero las quiero tanto que
pidos los padres, tanto las amaba yo, que volví á casa he pasado por todas las afrentas con que me hacían
de ellas, como un j u g a d o r vuelve á la sala de j u e g o . pagar una satisfacción pequeña y vergonzante. ¡ Un
Mis h i j a s eran mi único vicio, m i s a m a n t e s : todo, para padre obligado á ocultarse para ver á sus h i j a s ! ¡ Les he
mí. Cuando necesitaban algo, un adorno, por ejemplo, dado mi vida, y no me c o n s a g r a r á n h o y una h o r a !
me lo decían s u s doncellas, ¡ y yo regalaba el adorno Tengo sed y hambre, el corazón me abrasa, y no v e n -
para ser bien recibido! Mas no por eso dejaron de d a r m e drán á mitigar mi a g o n í a ; porque m e m u e r o . ¡Pero
a l g u n a s leccioncitas acerca de cómo tenía yo que pre- i g n o r a n , por lo visto, lo que es pasar sobre el cadáver
s e n t a r m e en sociedad. Y en seguidita: ni siquiera es- de un p a d r e ! Hay u n Dios en los cielos que n o s venga
peraron al día siguiente. Ya comenzaban á a v e r g o n - á los padres á pesar de nosotros mismos. ¡ O h ! v e n -
zarse de m í . Ahí tiene usted lo que es educar bien á los d r á n . ¡Venid, queridas mías, venid á darme un beso, el
hijos. Pero yo tenía demasiados años para ir al colegio. último beso, el viático de vuestro padre, quien pedirá á
{¡Sufro horriblemente! ¡ D i o s m í o ! ¡ L o s m é d i c o s i ¡los Dios por vosotras, que le dirá que habéis sido buenas
médicos! Aunque m e a b r i e r a n la cabeza sufriría menos.) hijas, que abogará por vosotras! Después de todo, sois
¡Mis h i j a s ! ¡ m i s h i j a s ! ¡Anastasia, Delfina! ¡Quiero inocentes. Son inocentes, amigo mío. Dígaselo usted
á todos, para que por culpa mía no las molesten. La la cama y enseñando á E u g e n i o una cabeza cubierta
culpa es toda mía, que las h e acostumbrado á piso- de raros mechones de cabellos blancos, pero a m e n a -
tearme. A mí me gustaba e s o ; y á nadie le importa, zadora á más no poder.
ni á la justicia h u m a n a n i á la divina. Si Dios las con- _ Vamos, dijo Eugenio, acuéstese usted, querido
denara por culpa mía, sería injusto. No he sabido m a n - papá Goriot, que voy á escribirles, y , si no vienen, iré
tener mi posición, y he cometido la necedad de abdicar ábuscarlas en cuanto Bianchon esté de vuelta.
de mis derechos. ¡ Me hubiera envilecido por ellas! — ¿Si no v i e n e n ? repitió el viejo sollozando. ¡Pero
¡Qué quiere u s t e d ! . . . las mejores inclinaciones, las entonces me h a b r é muerto, muerto en un ataque de
más bellas almas hubieran sucumbido á la corrupción rabia! ¡ L a rabia me i n v a d e ! E n este momento veo mi
de esa debilidad paternal. Soy u n miserable, y justo es vida entera. ¡ Hesido e n g a ñ a d o ! ¡ No m e q u i e r e n , nunca
mi castigo. Sólo y o soy causa de los desórdenes de me han querido! A la vista está. Si no han venido, no
mis h i j a s : las he podrido. Hoy quieren placeres como vendrán ya. Cuanto más tarden, menos se decidirán á
querían dulces cuando eran pequeñas. Siempre les proporcionarme esa alegría. Las conozco. Nunca h a n
permití satisfacer s u s caprichos de m u c h a c h a s . ¡Figú- -sabido adivinar nada en mis penas, en m i s dolores,
rese que á los quince años ya tenían coche! Nada se en mis necesidades; y claro que no adivinarán mi
las ha resistido. Sólo yo soy culpable, pero culpable m u e r t e ; ni siquiera saben cuánto las amo. Sí, ya lo
por a m o r . Su voz m e abría el corazón... veo, para ellas, la costumbre de registrarme las e n -
» Las oigo, vienen. ¡Oh! sí, vendrán. Ordena la ley trañas ha menospreciado cuanto hacía yo por ellas. Si
que se vaya á ver al padre m o r i b u n d o ; la ley está de se les hubiera antojado dejarme ciego, hubiérales yo
mi parte. Además, el v e n i r sólo cuesta u n a carrera, y dicho : « ¡ Ahí tenéis mis o j o s : arrancádmelos ! » He
yo la pagaré. Escríbales usted diciendo que tengo sido demasiado necio. Creen ellas que todos" los padres
millones que dejarles. ¡ Palabra de h o n o r ! I r é á O d e s s a son como el suyo. Es preciso hacerse valer siempre.
á fabricar pastas de Italia. Conozco la fabricación, y ¡ Sus hijos me vengarán | Pero si ellas son las intere-
con el proyecto que tengo g a n a r é millones. A nadie se sadas en venir á verme, porque de lo contrario, aví-
le ha ocurrido. No se estropearán en el transporte como seselo usted, comprometen su propia a g o n í a . . . ¡Come-
el trigo y la harina. ¡ E h ! ¡ e h ! con el almidón se ten todos los crímenes en u n o solo!... ¡ Pero vaya usted
pueden g a n a r millones. De modo que no mentirá usted en seguida, y dígales que no venir es incurrir en p a -
al hablarles de m i l l o n e s ; y a u n q u e vengan sólo por rricidio ! Ya h a n cometido bastantes-para que n o tengan
avaricia, no me i m p o r t a ; con tal que vengan, prefiero necesidad de añadir este otro á los anteriores. Grite
que m e e n g a ñ e n . . . ¡ Quiero q u e v e n g a n mis hijas, l a s usted como y o : « ¡ E h ! Nasia. ¡ E h ! Delfina, venid á
h e engendrado y o ; son mías! dijo incorporándose en ver á vuestro padre, que tan b u e n o ha sido para vos-
otras y que está padeciendo tanto. » Nada; ¡ no viene pensara á usted en mi nombre. Si la otra no puede,
nadie! ¿Habré de morir como un perro? Esta es la al menos tráigamela á ella. Le quiere á usted tanto
recompensa que tengo: el abandono. Son u n a s i n f a m e s , que vendrá. ¡Agua! m e arden las e n t r a ñ a s . Póngame
unas malvadas ; las abomino, las maldigo ; me levan- usted algo en la cabeza. La mano de una de mis hijas
taré de noche de mi ataúd para volverlas á maldecir, me salvaría... m e lo dice el corazón. ¡Dios m í o !
p o r q u e , a m i g o s míos, ¿ t e n g o ó no tengo razón?... ¿No ¿quién reconstituirá su fortuna si yo muero? Quiero
es verdad que se portan m u y m a l ? ¿Pero qué es lo ir á Odessa por ellas, á Odessa á hacer pastas.
que digo? ¿No m e advirtió usted que Delfina había — Beba usted esto, dijo Eugenio ayudando al
v e n i d o ? . . . E s la m e j o r de las d o s ; usted es hijo mío, moribundo con el brazo izquierdo á incorporarse,
E u g e n i o ; pues bien, ámela usted; sea usted un padre mientras con la m a n o derecha sostenía una taza llena
para ella. La otra es m u y desgraciada. ¡ Y sus f o r t u n a s ! de tisana.
¡ A y ! Dios mío, m e muero. Sufro demasiado. Córteme — Seguro estoy de que usted quiere á su padre y á
usted la cabeza; déjeme sólo el corazón... su madre, dijo el anciano estrechando entre sus des-
— Cristóbal, vaya usted á buscar á Bianchon, ex- fallecidas manos la m a n o de Eugenio. ¿Comprende usted
clamó Eugenio, asustado del carácter que tomaban las que voy á morir sin verlas, á mis h i j a s ? ¡ T e n e r cons-
quejas y gritos del viejo, y avise un coche para mí. tantemente sed, y no beber nunca! así he vivido y o
Voy á buscar á s u s hijas, querido papá Goriot, y las durante diez años. Mis dos y e r n o s han muerto á mis
traeré conmigo. hijas. Sí, ya no t e n g o hijas desde que se casaron.
— ¡ Á la fuerza, á la fuerza! Pida usted auxilio á la ¡Padres, pedid á las Cámaras u n a ley sobre el m a t r i -
g u a r d i a , al ejército, ¡ á t o d o s ! ¡á todos! dijo dirigiendo monio, y mejor a ú n , y si queréis á vuestras hijas, n o
á Eugenio la última mirada en que brilló la razón. Diga las caséis! El yerno es un malvado, que todo lo
usted al gobierno, diga usted al fiscal, que me las corrompe y mancha en una joven. ¡Suprímase él
traigan, que yo lo quiero ... matrimonio! Él es el que nos arrebata á n u e s t r a s
— ¡ Pero usted las ha maldecido! hijas, y así no están á nuestro lado c u a n d o nos mori-
— ¿Quién ha dicho eso? respondió el viejo estupe- mos. Hágase una ley acerca de la muerte de los
facto. ¡De sobra sabe usted que las a m o y las padres. ¡Esto es espantoso! Venganza. Mis yernos les
adoro! Si las veo, me curo... Vamos, mi buen vecino, prohiben v e n i r . . . Matadlos... ¡MueraRestaud! ¡Muera
querido hijo mío, v a m o s ; ¡usted es b u e n o ! Quisiera el alsaciano! Esos son mis asesinos... ¡Mis hijas ó la
pagarle lo que está haciendo, pero lo único q u e puedo muerte! ¡ Ah! esto se acaba; ¡ m u e r o sin ellas!... ¡sin
darle es la bendición de un moribundo. ¡ A h ! quisiera ellas!... ¡Nasia, Finita, vamos, v e n i d ! Vuestro papá
ver á Delfina por lo menos para decirle que le recom- se v a . . .
— Cálmese, mi buen papá Goriot; vamos, tranqui- I — Amigo mío, acabo de oír gritos y q u e j a s . . . ¡Hay
licese; no se agite usted, no se caliente la cabeza. Dios! Sí; hay un Dios que ha creado para nosotros
— No verlas, ¡qué a g o n í a ! otro mundo mejor, ó este de la tierra es un disparate.
— Ya usted á verlas. Si no fuera tan trágico lo q u e acabo de presenciar,
— ¿De veras'? gritó el ya extraviado anciano. me desharía en lágrimas, pero tengo el corazón y el
— ¡Ah! verlas; ¡voy á verlas, á oír su voz! Moriré estómago como en un torno.
feliz. Pues b i e n ; sí, no quiero seguir viviendo; estaba — Dime, ¿ y dinero? Porque van á ser precisas
ya harto de la vida, pues iban en a u m e n t o mis penas. I muchas cosas...
Pero verlas, tocar s u s vestidos, ¡ a h ! nada más que Rastignac sacó el reloj.
s u s vestidos... es poco, pero que sienta yo algo de — Toma, llévale en seguida á e m p e ñ a r . No quiero
ellas. Hágame usted que toque su cabello... bello... detenerme en el c a m i n o ; tengo miedo de perder un
Cayó su cabeza sobre la almohada como si recibiera I minuto, y espero á Cristóbal. No me queda u n c é n -
un mazazo. Agitábanse s u s m a n o s sobre la manta timo, y á la vuelta habrá que pagar el coche.
como para coger los cabellos de sus hijas. Precipitóse Rastignac por la escalera y marchó á
— ¡Las b e n d i g o ! exclamó, haciendo un esfuerzo... casa de la señora de Restaud, calle de Helder. Durante
bendigo... el camino, su imaginación, herida por el horrible
Y quedó inmóvil completamente. E n este instante espectáculo que había presenciado, exacerbó su indig-
entró Bianchon. nación .
Cuando llegó á la antesala y p r e g u n t ó por la con-
— He encontrado á Cristóbal, d i j o ; a h o r a te traerá
desa, dijéronle que no estaba visible.
el coche.
— Pero, dijo al ayuda de cámara, vengo de
Después miró al enfermo, le alzó los párpados, y
parte de su padre, que se está m u r i e n d o .
ambos estudiantes viéronle los ojos vidriosos y sin
— Señor, tenemos las órdenes más severas del
vida.
señor conde.
— No creo que salga de ésta, dijo Bianchon.
— Si está el señor de Restaud, dígale el estado en
Tomóle el pulso, tocóle el pecho y le puso la m a n o
que se halla su suegro, y prevéngale de que necesito
sobre el corazón.
verle en el acto.
— La máquina sigue m a r c h a n d o , lo que, dada su
Eugenio tuvo q u e esperar un buen rato.
situación, es u n a desgracia; más le valiera morir.
« Tal vez en este m i s m o i n s t a n t e se está muriendo »,
— De veras q u e sí, dijo Rastignac.
pensaba.
— Pero ¿ á ti, qué te ocurre"? Estás pálido como un
Introdújole el ayuda de cámara en el primer salón,
muerto. 20
taud, sorprendido por el tono de indignación que
en el que el conde de Restaud recibió al estudiante de
advirtió en las palabras de Eugenio.
pie, sin indicarle que se sentara, y delante de una
E n t r ó Rastignac, guiado por el conde, en el salón
chimenea sin lumbre.
en que solía estar la c o n d e s a ; encontró á ésta bañada
— Señor conde, dijole Rastignac, su señor padre
en lágrimas y tendida en una poltrona como si se
político expira e n este momento en un cuchitril in-
hallara dispuesta á morir. Daba compasión. Antes de
fecto, sin un céntimo siquiera para l e ñ a ; se halla a g o -
fijarse en Rastignac, dirigió á su marido tímidas
nizando, y quiere ver á su h i j a . . .
miradas que revelaban una postración completa de s u s
• — Caballero, respondió fríamente el conde de
fuerzas esclavizadas por una tiranía moral y física. El
Restaud, ha podido usted notar q u e siento m u y
conde movió la cabeza, con lo que Anastasia se creyó
poco cariño por el señor Goriot. Ha comprometido su
autorizada para hablar.
dignidad con la señora de Restaud; ha sido causa de
— Caballero, lo h e oído todo. Diga usted á mi padre
•que mi vida sea desgraciada; veo en él al enemigo de
que, si conociera la situación en que me encuentro,
mi reposo. Ya muera, ya viva, todo cuanto á él atañe
m e perdonaría... No contaba con este suplicio, que
me es indiferente. Tales son m i s sentimientos para
agota mis fuerzas, caballero... Pero resistiré hasta
con él. Puede el m u n d o c e n s u r a r m e : desprecio la
el fin, dijo á su marido. Soy madre. « ¡Diga u s -
opinión. Reclaman en este momento toda mi atención
ted á mi padre q u e no puede t e n e r queja de mi, á
a s u n t o s algo más i m p o r t a n t e s que el ocuparme de lo
pesar de las apariencias! » gritó con desesperación al
que de mí pensarán necios ó indiferentes. En cuanto
estudiante.
á mi m u j e r , no se halla en estado de salir... ni yo
Saludó Eugenio á ambos esposos, adivinando la
quiero que salga. Diga usted á su padre que luego que
horrible crisis que a b r u m a b a á aquella m u j e r , y se
haya cumplido Anastasia los deberes que para con-
retiró estupefacto. El tono del señor de Restaud le
migo y mi hijo tiene, irá á verle. Si quiere realmente
hizo ver lo inútil del paso que acababa de dar, y com-
á su padre, dentro de breves instantes podrá quedar
prendió que Anastasia no era libre. Corrió á casa de
en libertad.
Delfina, hallándola en la cama.
— Señor conde, no es de mi incumbencia j u z g a r
— Estoy enferma, mi pobre amigo, le dijo. Me
la conducta de u s t e d ; es usted dueño de su m u j e r ;
he resfriado al salir del baile, y temo haber cogido
pero, ¿ m e permite usted contar con su lealtad? Pues
bien, prométame solamente decir á la señora de Res- una pulmonía. Espero al médico.
taud que su padre no tiene ni un día de vida, y q u e — Aunque tuviese usted la muerte en los labios, le
la ha maldecido ya al no verla á su lado... dijo Eugenio interrumpiéndola, tiene usted que arras-
— Dígaselo usted mismo, replicó el señor de Res- trarse hasta la cabecera de su padre. La llama á usted,
y si usted oyera u n o solo de sus gritos, de seguro no setenta f r a n c o s . Llegado que h u b o al último piso,
se sentiría enferma. halló á Goriot sujetado por Rianchon, y operado por
— Quizá no esté mi padre tan enfermo como usted el c i r u j a n o del hospital, bajo la inspección del médico.
dice, Eugenio; pero sentiría en el alma aparecer cul- Quemábanle la' ; éspalda con cauterios, ú l t i m o remedio
pable a n t e usted, y haré lo que usted quiera. Sé muy de la ciencia, remedio inútil.
bien que, si á causa de esta salida cayera yo enferma de — ¿Los siente u s t e d ? p r e g u n t ó el médico. •
muerte, se moriría él de pena. Sin embargo, en cuanto Goriot, que había visto al estudiante, respondió :
me vea el médico, iré... ¡ A h ! ¿ p o r qué no lleva us- — Vienen, ¿ v e r d a d ?
ted el reloj? dijo al advertir la falta de la cadena. — Aun puede salir adelante, habla, dijo el cirujano.
Eugenio se sonrojó. — Sí, dijo E u g e n i o ; ahora viene Delfina.
— ¡Eugenio, Eugenio! Si lo hubiera usted vendido — ¡Vaya! exclamó Rianchon; hablaba de sus hijas
ya... ó perdido... estaría m u y mal hecho. á las q u e llama á voces, como pide a g u a , s e g ú n dicen,
Inclinóse el estudiante sobre el lecho de Delfina y un h o m b r e empalado.
le dijo al oído :
— Basta, dijo el médico al c i r u j a n o . Nada nos queda
— ¿Quiere usted saberlo? ¡Pues bien, sépalo! Su
que h a c e r ; no podemos salvarle.
padre de usted no tiene ni con qué comprar la sábana
Bianchon y el c i r u j a n o colocaron al moribundo boca
en que le a m o r t a j a r á n esta noche. He empeñado el
abajo e n su infecto c a m a s t r o .
reloj, porque n o tenía otra cosa.
Saltó de repente Delfina de su lecho, corrió á s u — Sería m e n e s t e r , sin e m b a r g o , mudarle de ropa
cómoda, sacó de ella una bolsa, y la tendió á R a s t i - blanca, dijo el médico. Si bien no tengo esperanza
gnac. Tiró de la campanilla y exclamó : alguna, hay que respetar en él á l a naturaleza h u m a n a .
— Voy allá, voy allá, Eugenio. Deje usted que m e Volveré, Bianchon, dijo al estudiante. Si continúa
vista; ¡ s i n o fuera, sería un m o n s t r u o ! Vaya usted; quejándose, póngale opio sobre el d i a f r a g m a .
yo llegaré antes... Teresa, gritó á su doncella, diga El cirujano y el médico salieron.
usted al señor de Nucingen que suba en seguida á — ¡ Vamos, Eugenio! ¡ valor, amigo m í o ! dijo Bian-
hablar conmigo. chon á Rastignac luego que estuvieron solos; se trata
Eugenio, contentísimo por poder anunciar al m o r i - de ponerle una camisa limpia y cambiarle las sábanas.
bundo la presencia de u n a de sus hijas, llegó casi Ve á decir á Silvia que las suba y que venga á a y u -
contento á la calle Neuve-Sainte-Geneviéve. darnos.
Sacó la bolsa para pagar inmediatamente al cochero. Bajó Eugenio, y halló á la Vauquer y á Silvia o c u -
Todo el dinero de aquella m u j e r tan rica reducíase á padas en poner la m e s a . A las primeras palabras de
Rastignac, acercósele la viuda con ese ademán agridulce
del comerciante escamón que no quiere perder el di- — Sí; el podre hombre saldrá con los pies por d e -
lante, dijo la patrona contando los doscientos francos
nero ni disgustar al parroquiano.
con aire entre alegre y melancólico.
— Querido don Eugenio, contestó, usted sabe lo
— Acabemos, dijo Bastignac.
m i s m o que yo q u e el tío Goriot n o ti«ne un céntimo.
— Silvia, dé usted la ropa y suba usted á ayudar á
Dar ropa á un h o m b r e que está á punto de estirar la
los señores.
pata, es tanto como perderla, tanto más cuanto que
— No se olvidará usted de Silvia, dijo la Yauquer
habrá que sacrificar u n a sábana que ha de servirle de
ai oído de Bastignac; hace dos noches que no se
sudario. De modo que usted me debe ya ciento c u a -
renta y cuatro francos, añada usted cuarenta de sába- acuesta.
nas y de otras cosillas, la vela que Silvia va á dar á us- En cuanto h u b o Eugenio vuelto las espaldas, la
ted, y s u m a todo lo menos doscientos francos, cantidad vieja corrió adonde estaba la cocinera.
que u n a pobre viuda como yo no se halla en el caso de — Coge las sábanas vueltas, n ú m e r o 1. Después de
perder. Vaya, sea usted justo, don Eugenio, que bas- todo, demasiado buenas son para un muerto, díjole
tante llevo perdido en los cinco dias que hace que nos al oído.
entró en casa la mala suerte. De buena g a n a hubiera Como ya había Eugenio subido algunos peldaños,
yo dado treinta francos de mi bolsillo para que ese no oyó estas palabras de la patrona.
pobre h o m b r e se hubiera ido hace días como usted — Vamos á mudarle de ropa blanca,dijo Bianchon.
dijo. Están m u y impresionados mis huéspedes. Me Tenle derecho.
dan g a n a s de hacerle llevar al hospital. En fin, p ó n - Colocóle Eugenio á la cabecera para sostener al
gase usted en mi lugar. Ante todo mi casa, porque la moribundo, al cual Bianchon quitó la camisa. El des-
casa es para mí la vida. dichado hizo un gesto como para retener alguna cosa
Eugenio subió aprisa á la habitación del tío Goriot. sujeta contra su pecho, y lanzó gritos quejumbrosos
— Bianchon, ¿ y el dinero del reloj? é inarticulados, semejantes á los de un animal aque-
— Está sobre la m e s a ; quedan trescientos sesenta jado por un g r a n dolor.
y tantos francos. De lo que me han dado he pagado lo — ¡Ah, a h ! dijo Bianchon, quiere una cadenita
que debíamos. Debajo está la papeleta del monte de de pelo y un medallón que le acabamos de quitar para
piedad. aplicarle los cauterios. ¡Pobre h o m b r e ! Hay que de-
— Tome usted, señora, dijo Rastignac después de volvérsela. Está sobre la chimenea:
haber bajado con horror la escalera; cobre usted nues- Fué.Eugenio á coger una cadena hecha de cabellos
tras cuentas. El señor Goriot no continuará mucho rubios que probablemente habían pertenecido á la s e -
empo en su casa de usted, y y o . . . ñora de Goriot. De un lado del medallón, l e y ó : Anasta-
sia, y del opuesto: Delfina.Imagen de su corazón, que — ¡ Pobrecillo! dijo Silvia enternecida por aquella
sobre su corazón descansaba siempre. Los rizos que exclamación en la que se manifestó un sentimiento
contenia eran tan finos que sin duda habían sido supremo que la más horrible, la más involuntaria de
cortados en la primera infancia de s u s hijas. Cuando las mentiras exaltaba una postrera vez.
el medallón tocó su pecho, lanzó un han prolongado El último suspiro de aquel padre había sido u n sus-
que anunciaba una satisfacción que producía espanto. piro de alegría, expresión de toda s u vida, pues era
Era aquello una de las últimas manifestaciones de su una equivocación.
sensibilidad, que parecía retirarse hacia el centro des- El tio Goriot fué piadosamente depositado en su ca-
conocido del q u e parten y al q u e se dirigen nuestras mastro. Desde aquel m o m e n t o , su fisonomía conservó la
simpatías. Su rostro convulsado tomó una expresión de dolorosa huella del combate que reñían la muerte y la
alegría enfermiza. Los dos estudiantes, sorprendidos vida en una m á q u i n a que carecía ya de esa especie
por aquel terrible estallido de u n a fuerza de s e n t i - de conciencia cerebral de la que resulta la sensación
miento que sobrevivía al pensamiento, dejaron caer del placer y del dolor en el ser h u m a n o . La d e s t r u c -
cada u n o lágrimas ardientes sobre el moribundo, que ción total no era ya más que cuestión de tiempo.
lanzó u n grito de vivísimo placer. — Así quedará a l g u n a s horas, y morirá casi sin que
— ¡Nasia! ¡ Finita ! dijo. nos demos cuenta de ello; ni siquiera tendrá el ester-
— Aún vive, m u r m u r ó Bianchon. tor de la agonía. Todo el cerebro debe de estar i n v a -
— ¿ Y para q u é ? dijo Silvia. dido por completo.
— P a r a sufrir, contestó Rastignac. E n aquel momento oyóse en la escalera el paso de
Bianchon, después de hacer hecho á su compañero u n a m u j e r joven que respiraba anhelosamente.
señal de imitarle, se arrodilló para pasar los brazos — Llega demasiado tarde, dijo Rastignac.
bajo las corvas del enfermo, mientras que del lado No era Delfina, sino Teresa, su doncella.
opuesto hacía otro tanto Rastignac p i r a colocar s u s — Señorito Eugenio, dijo, ha ocurrido un g r a n
manos debajo de la espalda. E n g a ñ a d o , sin d u d a , p o r disgusto entre los señores, á causa del dinero que mi
lás l á g r i m a s , Goriot hizo un último esfuerzo para pobre señorita pedía para su padre. Se ha desmayado,
extender las m a n o s , encontró de a m b o s lados de la ha venido el médico y ha tenido que s a n g r a r l a . « Mi
cama las cabezas de los estudiantes, las asió violen- papá se m u e r e ; quiero ver á mi "papá », gritaba. En
tamente por el cabello, y se le oyó m u r m u r a r : fin, u n o s gritos que partían el a l m a . . .
— ¡ Ay, ángeles m í o s ! — Basta, Teresa. A u n q u e viniera, ya no sería ne-
Dos palabras, dos s u s u r r o s acentuados por el alma cesaria su presencia. El señor Goriot ha perdido el
que voló con ellos. conocimiento.
— ¡ P o b r e s e ñ o r ! ¿ P e r o tan mal e s t á ? i A y ! ¡ por quién he sido infiel al solo corazón — y
— Puesto que ya no me necesitan ustedes, me voy señaló á su padre — que me adoraba ! Le he renega-
á preparar la comida, pues son las cuatro y media, dijo do, le he rechazado, le he causado mil males, ¡ infame
Silvia, que, al salir, estuvo á punto de tropezar en la de m í !
escalera con la condesa de Restaud. — Él lo sabía, dijo Rastignac.
¡Grave y terrible aparición la de la c o n d e s a ! Miró En esto abrió los ojos el tío Goriot, m a s por efec-
al lecho de muerte, mal iluminado por una sola vela, to de una convulsión. El gesto que revelaba la espe-
y rompió en llanto viendo el rostro de su padre, ranza de la condesa no fué menos horrible que el del
donde a ú n palpitaban los últimos estrecimientos de la moribundo.
vida. — ¿Sería posible que me oyese? gritó Anastasia.
Bianchon se retiró por discreción. ¡ No ! añadió, sentándose j u n t o al lecho.
.— ¡ No m e he escapado á t i e m p o ! dijo la condesa á Cumo manifestara la señora de Restaud deseos de
Rastignac. velar á su padre, Eugenio bajó para tomar algún ali-
El estudiante hizo con la cabeza un signo afirmativo mento.
impregnado de tristeza. La condesa tomó la mano de Los huéspedes estaban reunidos.
— Según parece, dijo el pintor, tenemos allá arriba
su padre y la besó.
un pequeño m u e r t o r a m a .
— j Perdóname, padre m i ó ! Decías que mi voz te
— Carlos, contestó Eugenio, m e parece que debía
sacaria de la t u m b a ; pues bien, vuelve un momento á
usted guardar sus b r o m a s para motivos menos lúgu-
la vida para bendecir á tu arrepentida bija. Óyeme.
bres.
¡ Esto es h o r r i b l e ! Tu bendición es ya la única que en
— ¿De modo que ya no podremos divertirnos aquí ?
este m u n d o puedo ya recibir. Todo el m u n d o m e o d i a ;
dijo el pintor. Y además nuestras b r o m a s no tie-
tú solo me quieres. Hasta mis hijos me odiarán. Llé-
nen importancia, puesto que, según dice Bianchon,
v a m e contigo; yo te a m a r é y te cuidaré... Ya no me
ese buen h o m b r e : ha perdido ya el conocimiento.
o y e . . . estoy loca..
— E n ese caso, añadió el empleado del Museo, ha
Cayó de rodillas y quedóse contemplando aquellos
muerto como ha vivido.
restos con expresión delirante.
— ¡Mi padre ha m u e r t o ! gritó la condesa.
— Nada falta á íni desdicha, dijo mirando á Eu-
Silvia, Rastignac y Bianchon acudieron al oír aquel
genio. El señor Trailles ha desaparecido dejando
grito terrible, y hallaron á la condesa desmayada.
aquí deudas enormes, y he sabido q u e me engañaba.
Después de haberla hecho volver en sí, transportáronla
Mi marido no me perdonará n u n c a , y le he dejado
al coche de punto que la esperaba. Eugenio la confió
dueño de mi f o r t u n a . He perdido todas mis ilusiones.
Enredóse la conversación entre los quince h u é s -
á las cuidados de Teresa, disponiendo que la condu-
pedes, como de costumbre. Cuando Eugenio y Bian-
jeran á casa de la señora de Nucingen.
chon hubieron comido, sintiéronse como helados de
— E n efecto, ya terminó, dijo Bianchon al bajar.
terror al ruido de los tenedores y cucharas, la risa de
— Señores, á la mesa, q u e la sopa se enfría, gritó
los comensales, las diversas expresiones de aquellos
la patrona. rostros h a m b r o n e s é indiferentes, y su tranquilidad.
Los dos estudiantes sentáronse j u n t o s .
Ambos salieron en busca de un sacerdote que velase,
— ¿Qué hacemos a h o r a ? p r e g u n t ó Eugenio á Bian- orando durante la noche j u n t o al muerto. Fuéles me-
chon. nester medir los últimos deberes que al tío Goriot
— Pues le he cerrado los ojos y colocado decente- había que tributar, con el poco dinero de q u e d i s p o -
mente. Cuando el médico de la alcaldía extienda el nían.
certificado d é l a defunción q u e iremos á declarar, e n - A las nueve de la noche colocaron el cuerpo sobr
volveremos el cadáver en una sábana y se le e n t e r r a r á . u n a s tablas atadas, entre dos velas, eh aquella des-
¿ Qué querías hacer de él? mantelada habitación, y j u n t o á él vino á sentarse el
— Ya no olerá el pan así, dijo un huésped i m i - sacerdote.
tando el gesto habitual del viejo. Antes de acostarse, Rastignac, después de haber
— ¡Voto á t a l ! señores, exclamó el pasante, d e j e - pedido informes al eclesiástico acerca del precio de
mos de una vez al tío Goriot, que ya nos le han ser- cuanto había que hacer para el entierro, escribió
vido ustedes con todas las salsas. Uno de los privilegios dos palabras al barón de Nucingen y al conde de
de esta ilustre ciudad de París es que puede uno nacer, R e s t a u d , rogándoles que enviasen personas que en
vivir y morir en ella sin que á nadie le importe nada. n o m b r e de ellos costeasen el entierro. Envió las car-
Aprovechemos pues las ventajas d é l a civilización. Hoy tas por conducto de Cristóbal y se d u r m i ó rendido de
ha habido sesenta defunciones. ¿ V a n ustedes acaso á cansancio.
llorar sobre las hecatombes p a r i s i e n s e s ? Si el tío Al día siguiente tuvieron que ir Bianchon y Ras-
Goriot ha reventado, mejor para él. Los que le tenían tignac á dar parte de la defunción, cuyo certificado
cariño que vayan á velarle, pero que dejen comer en quedó extendido á las doce. Dos h o r a s después, aun no
paz á los demás. había enviado dinero alguno n i n g u n o de los dos
— Sí, sí, dijo la viuda, mejor para él si ha muerto. yernos, ni nadie se había presentado en su n o m b r e ,
Parece ser que el pobre h o m b r e tenía m u c h o s dis- viéndose obligado Rastignac á pagar al sacerdote.
gustos en vida. Habiendo pedido Silvia diez francos por a m o r t a j a r al
Tal fué la oración fúnebre de aquel ser que para pobre h o m b r e y coser la sábana que l ^ g í a d e ^ - -
Eugenio representaba la Paternidad.
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darío, Eugenio y Bianehon calcularon que si los p a - Después de cerrar la esquela, rogó al portero que se
rientes del muerto continuaban desentendiéndose la diera á Teresa para su a m a , pero el portero se la
en el asunto, apenas tendrían para enterrarlo. El es- entregó al barón, quien la arrojó á la chimenea. Una
tudiante de medicina se encargó, pues, de colo- vez cumplidas todas las diligencias, volvió Eugenio
car él m i s m o al cadáver en un ataúd de pobre que á la casa de huéspedes á las t r e s de la tarde, y no
m a n d ó traer del hospital, porque así le salía más ba- pudo contener una lágrima al ver j u n t o al postigo el
rato. ataúd mal cubierto por u n paño negro y colocado
— Hazles una trastada á esos tíos, dijo á E u g e n i o . sobre dos sillas, en aquella calle desierta. Un mal
Yete á comprar en el Pére Lachaise por cinco a ñ o s un hisopo, en el que nadie había puesto las m a n o s
terreno, y encarga en la iglesia y á la funeraria u n todavía, descansaba en un plato de cobre plateado
entierro de tercera clase. Si los y e r n o s y las hijas se lleno de agua b e n d i t a . Ni siquiera estaba enlu-
niegan á pagar, haz grabar en losa esta inscripción : tada la puerta.
« Aqui yace el señor Goriot, padre de la condesa de
Aquella muerte era la muerte de los pobres, sin
Restaud y de la baronesa de Nucingen, enterrado á
ostentación, ni parientes, ni amigos, ni séquito. Bian-
costa de dos estudiantes. »
ehon, que no podía ausentarse de su hospital, babia
Sólo después de haber ido, sin resultado alguno, á escrito á Rastignac dándole cuenta de lo tratado en la
casa de los señores de Nucingen y de Restaud, fué iglesia. Decíale que una misa era cosa m u y cara, que
cuando siguió Eugenio el consejo de su amigo. No no había más remedio que conformarse con u n a s
pudo pasar de la puerta, pues ambos porteros tenían vísperas, por ser ceremonia menos costosa, y que
órdenes t e r m i n a n t e s . había enviado á Cristóbal con u n recado á la f u n e r a -
— El señor y la señora no reciben, le d i j e r o n ; ria. E n el m o m e n t o en que acababa Eugenio de leer
ha m u e r t o su padre y están sumidos en el mayor los garabatos de Bianehon, vió en m a n o s de la V a u -
dolor. q u e r el medallón de oro en q u e Goriot guardaba el
Conocía lo suficiente Eugenio á la sociedad parisién cabello de s u s hijas.
para saber que no debía insistir. Cuando vió que no — ¿ Cómo se ha atrevido usted á coger eso ? la
podía llegar hasta Delfina, sintió en el corazón un dijo.
peso enorme. — ¡ Toma ! ¿le íbamos á enterrar con esto? respon-
dió Silvia. ¡ Si es de o r o !
« Venda usted u n a alhaja, le decía en carta escrita — ¡Desde luego! replicó Eugenio i n d i g n a d o ; que
en la portería, para que su padre sea conducido lleve siquiera con él la única cosa que pueda represen-
con decencia á su última morada. » tar á sus dos hijas.
Cuando llegó el carro fúnebre, hizo Rastignac subir cura y un monaguillo, quienes consintieron en recibir
de nuevo el ataúd á la casa, lo desclavó y colocó reli- con ellos á Eugenio y á Cristóbal.
giosamente en el pecho del pobre anciano aquella — No hay comitiva, dijo el sacerdote; podremos ali-
reliquia de los tiempos en que Delfina' y Anastasia gerar para que no se nos haga t a r d e ; son las cinco y
eran niñas, vírgenes y puras y no calculaban, como media.
en sus gritos de agonía había dicho. Dos coches cuyas portezuelas ostentaban blasones,
Rastignac y Cristóbal fueron los únicos, con los dos pero que venían vacíos, el del conde de Restaud y el
enterradores, q u e acompañaron el carro fúnebre q u e del barón de Nucingen, se presentaron y siguieron
llevaba al pobre bombre á San Esteban del Monte, al cadáver hasta el cementerio del Pére-Lachaise.
iglesia poco distante de la calle Neuve-Sainte-Gene- A las seis de la tarde bajó el cuerpo del tío Goriot
viève. á la fosa, estando en rededor de ésta los criados de
Una vez allí, fué conducido el cadáver á u n a ca- s u s hijas, todos los cuales, j u n t a m e n t e con el cura,
pillita baja y sombría por toda la que v a n a m e n t e desaparecieron en c u a n t o quedó dicha la corta ora-
buscó Rastignac con la vista á las hijas de Goriot ción debida al pobre h o m b r e por el dinero del e s t u -
ó á sus maridos. Estaba solo con Cristóbal, quien diante.
se creía obligado al tributo de aquellos últimos de- Luego que los dos enterradores arrojaron algunas
beres con un h o m b r e que en vida le había dado á paletadas de tierra sobre el ataúd para ocultarlo,
g a n a r buenas propinas. Mientras llegaban los dos levantáronse, y uno de ellos, dirigiéndose á Rasti-
sacerdotes, el niño de coro y el sacristán, Rastignac gnac, le pidió propina. Buscó Eugenio en los bolsi-
estrechó la m a n o á Cristóbal sin poder pronunciar llos, y, no hallando nada en ellos, tuvo que pedir á
palabra. i Cristóbal una peseta prestada.
— Sí, señorito Eugenio, dijo el criado; era un buerjjf Aunque insignificante en si, determinó este hecho
h o m b r e y muy honrado, que en su vida habia dicho en Rastignac un horrible acceso de tristeza. Caía el
u n a palabra m á s alta que otra ni nunca había hecho día ; un crepúsculo húmedo irritaba los nervios. Miró
mal á nadie. la tumba y enterró en ella su última lágrima de joven,
Los dos sacerdotos, el monaguillo y el sacristán vi- lágrima arrancada por las s a n t a s emociones de un
nieron y dieron cuanto puede u n o tener por setenta corazón puro, lágrima de esas q u e de la tierra donde
francos en una época en que la religión no es lo bastante cae sube á los cielos. Se cruzó de brazos y miró las
rica para orar gratis. Los clérigos cantaron un salmo, nubes ; Cristóbal al verle así, le dejó solo.
el Libera y el De profundis, durando la ceremonia Entonces anduvo Rastignac algunos pasos hacia la
veinte minutos. Sólo había un coche de duelo para u n parte alta del cementerio y contempló á París tortuo-
366 HONORATO D E BALZAC

s á m e n t e tendido en lo largo de a m b a s márgenes del


Sena, en las que comenzaban á brillarlos faroles. Casi
ávidamente claváronse s u s ojos entre la columna de
la plaza de Vendóme y la cúpula de los Inválidos, allí
donde residía aquella encopetada sociedad eri que
había querido penetrar. Lanzó sobre aquella colmena
en perpetuo laboreo una mirada, con la que pareció que
pretendía extraer anticipadamente la miel de sus pa-
nales, y pronunció estas palabras g r a n d i o s a s :
— ¡ Ahora, nosotros !
Y como primer acto del reto que lanzaba á la socie-
dad, fuése Rastignac á comer á casa de la señora de
Nucingen.

PARIS. — TIP. GARNIER HERMAKOS, 6 , RUE DES SAINTS-PÉRES.

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