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APORTES DE LA PERSPECTIVA HISTÓRICA EN LA EXPLICACIÓN DE

LOS TERRITORIOS
Autores: Arquitectas María Luz García, Marisol Vedia, Jaquelina Cueli.
Documento de Cátedra Introducción al Urbanismo. PLAN 2008. AÑO 2015
Unidad 3, 4 y 5.
Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño. Universidad Nacional de San Juan.
Publicado en Actas del XVII Congreso Arquisur– 2013. Córdoba. Argentina. ISBN 978–987–1494–33-0.

Palabras claves: PROCESOS DE ORGANIZACIÓN TERRITORIAL.

El presente trabajo aborda la organización territorial del área del periurbano de la ciudad de San
Juan como proceso histórico, entendiendo que el análisis histórico permite introducirse en las lógicas
que configuran el territorio para poder, de esta manera, explicarlo. La explicación territorial es
concebida en este proyecto como instancia necesariamente previa a la puesta en marcha de procesos
de transformación territorial sustentables y apropiados.
Se parte de entender al territorio como una construcción social e histórica, que expresa las
formas que adquiere la relación dialéctica que se establece entre una sociedad y su medio físico. Este
proceso, en el que se construye territorio, se denomina proceso de organización territorial, y es
entendido como la práctica social mediante la cual un grupo humano transforma un medio1 geográfico a
través de la cultura, en el tiempo. En cada momento histórico, la configuración territorial da cuenta de la
trama de relaciones sociales y de la manera como se resuelven los conflictos dentro de dicha trama.
Santos, (1986) plantea al espacio como una dimensión de una totalidad social. Así, el espacio
carga con el peso de la sociedad que lo ocupa, pero también influye en esta sociedad, permitiendo
postular interacciones espacio-sociedad bidireccionales. Esta línea incorpora la discusión, la naturaleza
de las relaciones sociedad-espacio-tiempo.
Así, territorio no es sólo el medio físico, sino la expresión espacial (…) del estilo de desarrollo de una
sociedad; la proyección espacial de las políticas económicas, sociales y ambientales de una
sociedad”.(Gómez Orea, 2004: 1) Entonces, el concepto incorpora una serie de características propias
relacionadas con “las nociones de apropiación, ejercicio del dominio y control de una porción de la
superficie terrestre, pero también contiene las ideas de pertenencia y de proyectos que una sociedad
desarrolla en un espacio dado” (Blanco, 2007: 42).
Se entiende a la apropiación, como la concientización de la dominación de un espacio
determinado (Mazurek, 2005). Siguiendo al autor, el proceso de apropiación involucra la aptitud del
actor para disponer de un espacio y manejarlo. Con esta afirmación, no se hace referencia aquí,
únicamente, al ejercicio del poder su relación con el Estado; se incorporan también aspectos de la
apropiación del espacio relacionado con lo social, lo cultural y lo afectivo: “El territorio no se reduce a
una entidad jurídica (…) y tampoco puede ser asimilado a una serie de espacios vividos sin existencia
política o administrativa reconocida (…) El territorio tiende a la proyección sobre un espacio dado de las
estructuras específicas de un grupo humano, que incluyen el modo de división y de gestión del espacio,
el ordenamiento de ese espacio” (Brunet y otros 1993), Diccionario de Términos Geográficos: 480. En
Blanco, 2007). Esta última definición tiene el valor de incorporar elementos que refieren al territorio
como ámbito de acción, en el sentido de transformación y gestión del mismo.
Al ser el territorio “la manifestación concreta, empírica, histórica de todas las consideraciones
que en un plano conceptual [una sociedad] hace en torno al espacio” (Ib. Id.: 43), la complejidad

1
No se considera necesario diferenciar el concepto de espacio del concepto de territorio. La conceptualización de
espacio como construcción dialéctica sociohistórica es la base teórica del concepto de territorio. Por lo que, en
tanto objeto de análisis, plantean los mismos problemas y desafíos para ser abordados sin perder su condición de
unidad compleja. Más adelante se realiza un extenso desarrollo de ambos conceptos con sus puntos en común y
sus diferencias.
resultante no puede ser entendida como un producto acabado. De aquí que el mismo sea considerado
como un momento en un proceso histórico; configurado por un modo de ocupación del espacio, una
organización social y un modo de producción determinados (Montañez Gómez y Delgado Mahecha,
1998). La mediación histórica, incorporada al concepto de territorio, implica que a cada momento le
corresponde una configuración territorial particular.
En el aspecto teórico-metodológico, el principal interés de este trabajo es poder abordar
analíticamente el territorio dando cuenta de su naturaleza compleja; es decir, considerando las
dimensiones espaciales y sociales en el proceso dialéctico de construcción territorial.

Fenómeno de contraurbanización o Ciudad dispersa en el periurbano de la ciudad de San Juan

En el periurbano de la Ciudad de San Juan comienzan a aparecer indicios del fenómeno de


contraurbanización o ciudad dispersa, expresado como el proceso de propagación de la población de la
ciudad sobre el área rural de la aglomeración, como consecuencia principal de su traslado de residencia
hacia las zonas periurbanas. Esto implica traslado de modos de vida (en tanto pautas socio-económicas),
ya que esta nueva población no se encuentra ligada funcionalmente a las actividades propias del ámbito
rural. Además, genera patrones espaciales con características propias, denominados por el autor como
rururbanos, que se caracterizan por alojar una superposición de patrones netamente urbanos y
netamente rurales, de acuerdo con la definición tradicional de los mismos.
Es decir, en esta área coexisten e interactúan elementos urbanos y rurales en un mismo
territorio como resultado de la difusión de actividades y población urbana hacia las zonas rurales que la
rodean sin que éstas pierdan totalmente sus atributos económicos, sociales o naturales, Este fenómeno
se diferencia de la simple expansión urbana reconociendo en estos atributos propios que la definen
como una nueva ruralidad del periurbano (Delgado, 2003. En Galindo y Delgado, 2006).
Estas características, que en términos generales, describen las áreas periurbanas de la mayoría
de las ciudades, en San Juan adopta un rasgo distintivo que requiere de especial atención: el
crecimiento urbano por expansión sobre el periurbano implica la ocupación de terrenos fértiles de su
oasis, invadiendo las escasas y limitadas tierras destinadas a la agricultura a pesar de que, sobre las
mismas, se han realizado importantes inversiones de riego. Esto adquiere fundamental importancia si se
comprende que la superficie de la suma de los oasis representa alrededor del 2 al 3 % de la superficie
provincial y que el oasis principal, donde se encuentra la ciudad representa el 75% de la superficie total
de oasis. Ante la vulnerabilidad del área, se considera imprescindible su inclusión como objeto de
estudios territoriales para profundizar su conocimiento.
Desde el urbanismo, el periurbano se estudia generalmente en función del rol que este cumple
en relación con la ciudad, estableciendo generalmente mapas de usos del suelo que dan cuenta de
cuáles son las actividades dominantes, sin explicar las características propias de la misma dadas por la
constante transformación de usos del suelo y, por lo tanto, de relaciones y prácticas sociales. La tarea de
comprender este proceso de construcción territorial implica la inclusión de la perspectiva histórica como
eje de la lectura.
Es por ello, que el presente trabajo propone un análisis del proceso de organización territorial
del área periurbana de la ciudad de San Juan, desde su fundación a la actualidad. Se espera, de esta
manera, contribuir a la explicación de los procesos socio-históricos de configuración del espacio como
aporte a los diagnósticos territoriales, que permita sustentar procesos de transformación territorial
pensados sobre la base de un desarrollo más sustentable y apropiado a cada lugar.

Proceso Histórico de Crecimiento de la Ciudad y Transformación de su Área Periurbana.

El periurbano no es un área precisa; de hecho su definición varía de acuerdo al interés con el


que se realice el recorte. En tanto objeto de estudio científico, precisar su definición teórica y espacial
no es tarea fácil: “El estudio del periurbano supone el abordaje de un complejo territorial que expresa
una situación de interfase entre dos tipos geográficos aparentemente bien diferenciados: el campo y la
ciudad. (…) cuenta con la desventaja de que es, en cuanto a objeto de investigación, un territorio
“resbaladizo”, en situación transicional, en permanente transformación (o con expectativas de ser
transformado), frágil, susceptible de nuevas intervenciones. Con el paso del tiempo, el periurbano “se
extiende”, “se relocaliza”, “se corre de lugar”; no le otorga demasiadas garantías de permanencia al
investigador. Se trata de un territorio en consolidación, bastante inestable en cuanto a la constitución
de redes sociales, de una gran heterogeneidad en los usos del suelo” (Barsky, 2005: 1)
Desde esta perspectiva, la historia del periurbano no es la historia de un lugar físico concreto y
definido, sino la de la conformación de la interfase rural-urbana.
Dadas las condiciones del medio natural donde se asienta la ciudad de San Juan, sólo la
transformación del desierto mediante riego artificial ha posibilitado el asentamiento humano. Es decir,
el espacio debió acondicionarse para ser productivo. En las zonas áridas, a diferencia de las húmedas, el
espacio agrícola necesita ser “creado (…) mediante una acción voluntaria y diferencial sobre el espacio
natural, el hombre a través de una actividad colectiva y sostenida en el tiempo, va más allá de la simple
sustitución de una vegetación natural por otra de mayor utilidad o rendimiento, (…) crea el espacio
productivo a expensas del medio, ya sea en el caso de tierras secas mediante obras de irrigación, o en el
caso de pantanos y ciénagas por desecación” (Genini,1986: 12).
Es de destacar que las categorías ‘rural’ y ‘urbano’, de acuerdo a la definición clásica de los
términos, no es aplicable en los ambientes de oasis donde ambas categorías se encuentran íntimamente
imbricadas. Consecuente con la definición de territorio inicialmente expresada, se utiliza el término
oasis refiriendo no sólo a un tipo de configuración particular del paisaje, sino al tipo de relaciones que se
promueven entre dicho espacio y la sociedad que lo habita. En este sentido, se lo considera como
construcción cultural que trasciende los límites urbanos para incluir el concepto de
ciudad-región (Roitman, 1986), estrechamente dependiente del sistema de riego y condicionada por el
tipo de producción primaria y secundaria.

La ciudad de San Juan fue fundada el 13 de junio del año 1562, al sur del río San
Juan, en territorio perteneciente a la antigua Provincia de Cuyo, perteneciente a la
Gobernación de Chile.
En términos generales, las Leyes de Indias concebían a la ciudad en un conjunto funcional con su
área rural circundante, generando el criterio de ciudad-región que comprendía a la ciudad y su territorio
(Nicolini, 1993 en Roitman, 1988).
Las condiciones geomorfológicas y climáticas del valle de Tulum constituyeron condicionantes
de la localización poblacional hispánica y su crecimiento inmediatamente posterior. La ciudad
fundacional se localizó al sur del río San Juan, en un sector con buenas posibilidades de abastecimiento
de agua. En el año 1593, una importante crecida del río hizo necesario el traslado de la ciudad en busca
de una localización más segura, unas 25 cuadras al sur de la original.
Resulta inconveniente utilizar los términos ‘rural’ y ‘urbano en sus acepciones tradicionales’ en
relación a los tipos de organización territorial en los oasis de riego.
Históricamente, el oasis del valle de Tulum-Ullum-Zonda ha presentado una configuración territorial que
ha mantenido imbricadas ambas categorías espaciales, en una unidad indisociable. En el caso de estas
ciudades situadas en oasis de riego, lo específicamente urbano se reducía a unas pocas cuadras, no
siempre delineadas en forma reticular, ya que las arterias de comunicación bordeaban las acequias de
trazado zigzagueante” (Fanchín, 1993). Los habitantes de la ciudad “no vivían hacinados en el estrecho
recinto de fisonomía urbana, sino también en las zonas aledañas donde se emplazaban las chacras y las
fincas (…) eran ocupantes de un espacio más amplio donde se conjugaban ambos usos, urbanos y
rurales en plena complementariedad, su hábitat era el oasis” (Ib. Id.). La descripción de la autora
expresa claramente una realidad particular de la zona cuyana, diferente a la pampeana donde ciudad y
campo se constituyeron desde las fundaciones como dos realidades inconexas, casi hasta el Siglo XVIII.
El recinto urbano, delimitado por el cuadrado de las 25 manzanas fundacionales, se encontraba
rodeado por las áreas destinadas a caballerías y cultivo extensivos (Fanchín, 1997). En esta área fueron
creciendo núcleos poblaciones en torno a la aparición de capillas, luego constituidas jurisdiccionalmente
en Curatos.
Hasta inicios del Siglo XIX, en estas 25 manzanas fundacionales se localizaban la residencia de
quienes cumplían con la condición de ‘vecinos’. Por “fuera” de esta área, residían los sectores
poblacionales excluidos de esta categoría: indios, negros y aún blancos sin recursos económicos.
Las áreas aledañas eran zonas destinadas a la agricultura, según lo permitían las obras de riego
hasta entonces implementadas, con algunas concentraciones poblacionales consideradas suburbanas y
población rural dispersa.
Esta cuadrícula original, de cinco por cinco manzanas, presentó límites naturales en sus lados
norte, este y sur y su crecimiento se vio directamente obstaculizado por ellos hasta que pudieron ser
controlados, ya sea por avances técnicos o por decisiones políticas.
Al norte, era la proximidad del río la que impedía la extensión del área urbana, debido a la
amenaza de inundaciones en épocas de estiaje2. La zona norte del actual Gran San Juan no tuvo
inicialmente valor para los colonizadores ya que por sus condiciones geográficas estas tierras no eran
aptas para la agricultura (constituían terrenos áridos y pedregosos por estar ubicados sobre el cauce
fluvial). Por este motivo, se localizaron en el lugar grupos marginales que podrían disponer allí de
tierras.
Al sur y este de la ciudad se encontraba una extensa zona lacustre de ciénagas, pantanos y
lagunas, agrupadas en el área denominada Ciénagas de Trinidad. Era área de descarga de efluentes
hídricos de la ciudad. La falta de técnicas de control y carencia de drenajes implicaron el mantenimiento
de esas condiciones, impidiendo el crecimiento de la ciudad en esa dirección. Hacia el oeste, la situación
fue diferente. En esta área se daban las condiciones propicias para la producción agrícola por la
características del cono aluvial y la presencia del sistema hídrico prehispánico -iniciado durante el
período de dominación incaica- con toma en el estero de Zonda, a unos 20
km del sitio fundacional (Fanchín, 1997). Las características del área motivaron un interés particular por
estos terrenos y, por lo tanto, fue ocupada desde los inicios de la conquista española. Los primeros
pobladores, integrantes de la expedición fundadora, recibieron mercedes reales de tierras en diferentes
sectores de esta área. Ya a fines del Siglo XVI, estas tierras alojaban chacras, viñas3 y caballerías
(Fanchín, 1993). El control del río se sistematizaría para esta área, recién desde mediados del siglo XIX,
con las construcciones de los diques Nicour y La Puntilla y la extensión de algunos canales.
Se expresa, así, a mediados del XVIII, una importante transformación del paisaje originada en la
concentración poblacional en diferentes asentamientos, creados sobre la parcelación y transferencia de

2
Debe recordarse que una de dichas inundaciones motivó el traslado de la ciudad original, en el año
1564.
3
A los cultivos aborígenes (como maíz) se incorporaron variedades introducidas (como alfalfa, cebada,
frutales y hortalizas). El cultivo de trigo alcanzó gran difusión para la producción harinera, pero la vid
constituyó el cultivo predominante. La producción agrícola era, básicamente, para autoconsumo; sólo la
vid y sus derivados dejaban excedentes exportables. (Ib. Id.).
propiedades que tuvo lugar a fines del Siglo XVII y principios del XVIII. Un factor determinante, fue la
proximidad con capillas e iglesias, cuyas advocaciones dieron nombre a dichos núcleos poblacionales.
Los núcleos así conformados se dispusieron según los sectores de pertenencia de sus ocupantes,
haciendo referencia a la diferenciación de los habitantes por su condición étnica y socioeconómica,
expresada de la siguiente manera (Fanchín, 1997):
- Subdivisión de los solares alrededor de la plaza principal para albergar a tres o cuatro familias,
con viviendas separadas y uso común de la huerta. Estas familias solían ser parientes y estaban
relacionadas con el poder local. Convivían en estos espacios, los esclavos o personal de servicio.
- Localización en las afueras de la trama urbana de rancherías de esclavos y sirvientes que, hasta
el siglo anterior, se emplazaban en áreas cercanas a la plaza. Estos terrenos fueron ocupados por nuevos
vecinos. También fueron desplazados extramuros a mulatos libres, mestizos, indios y blancos pobres.
- Dispersos en la trama rural, se encontraban las rancherías que alojaban a los peones rurales y
sus familias.
- En áreas más alejadas, con suelos pocos o no aptos para los cultivos, se diseminaban grupos
marginales.
La estructura urbana así conformada se mantuvo hasta las últimas décadas del Siglo
XIX, cuando los cambios en el modelo económico-productivo produjeron importantes transformaciones
territoriales. Hasta entonces, desde la época de la independencia, la economía cuyana estaba basada en
la cría de ganado y su traslado a Chile. Esto implicaba una producción agrícola asociada: el cultivo de
forrajeras para el engorde de animales, actividad que requería grandes extensiones de tierras que
debieron buscarse en la afueras de los límites del oasis.
La construcción de los canales matrices permitió brindar un caudal de riego relativamente
estable a las áreas al norte, suroeste y este de la ciudad, extendiendo en ese sentido el oasis irrigado. De
esta manera, a mediados del Siglo XIX, se conforma una estructura territorial organizada por la actividad
económica y constituida por anillos concéntricos caracterizados por el tamaño de la unidad productiva,
en relación a su localización respecto de la ciudad y del abastecimiento hídrico. El primer anillo aloja a la
ciudad que constituía el núcleo concentrador del poder. El resto del espacio lo constituía un sector de
pequeñas propiedades, las chacras, localizadas en la ciudad y departamentos aledaños, cuya producción
está destinada al abastecimiento de la población local. En el segundo anillo aparecen extensiones
mayores de tierra, las fincas, localizadas en las áreas de borde del oasis, recientemente conquistadas,
destinadas al cultivo de alfalfares para engorde del ganado a exportar. Por último, el tercer anillo está
constituido por propiedades de grandes extensiones localizadas en los espacios no irrigados en los
cuales se realizaban actividades extractivas del monte nativo y cría del ganado “cuando las condiciones
ambientales lo permitían”, en establecimientos denominados estancias - que ocupaban grandes
extensiones. Así, semidesierto y oasis constituían espacios complementarios.
Es esta la distribución territorial que estructura el valle hasta la reconversión económica de fines
del siglo XIX, hacia un modelo agroindustrial vitivinícola que permitió a la región incorporarse al modelo
nacional. Este proceso de conformación del modelo económico basado en la producción y
comercialización vitivinícola tuvo lugar entre 1870 y 1914 (Borcosque, 2011). Espacialmente, la
transformación económico-productiva se visualizó en un significativo aumento de la superficie plantada
con viñas, que fue espacialmente heterogénea: “Los departamentos que más tempranamente
adhirieron al modelo vitivinícola eran aquellos que tenían condiciones geográficas y socioeconómicas
favorables: tierras aptas, obras de riego, capitales suficientes, concentración de población, acceso a las
vías de comunicación” (Borcosque, Op. Cit.:112). Consecuentemente, fueron Capital y sus
departamentos aledaños los que más rápidamente se incorporaron al cambio. En esta zona se
concentraron, entre fines del siglo XIX y principios del XX más de la mitad de la superficie cultivada con
viñedos, la mayor cantidad de bodegas, que genera el empleo industrial, y más de la mitad del total de
propiedades de toda la provincia. El correlato espacial de la transformación económica en el área
urbana y suburbana aparece rápidamente en la acelerada subdivisión de la tierra y su consecuente
concentración poblacional en la ciudad y expansión del área urbana. “La construcción de viviendas va
cubriendo poco a poco las áreas intersticiales de la mancha urbana” (…) Se produce en este momento
un cambio en “la conformación de la interfase urbano-rural ya que en esa periferia urbana se va dando
el cambio de destino de los usos del suelo y los patrones de apropiación del espacio” (Roitman y otros,
1988: 48).
La tendencia de la ciudad es la ocupación del suelo a lo largo de las vías de comunicación entre
Capital y sus departamentos aledaños, lo cual deja espacios intersticiales ocupados por la actividad
agrícola.
Otro aspecto del cambio, remite a la llegada masiva de inmigrantes europeos que se concentró
en la provincia en el área del valle bajo riego, particularmente en la ciudad.
La concentración poblacional en el valle incidió negativamente sobre los porcentajes de
población rural del interior de la provincia reforzando el modelo de hipercentralización económica y
administrativa en la estructura provincial que perdura hasta la actualidad.

Esta organización espacial se mantendría hasta 1944, año en que un sismo de gran magnitud
destruyó casi completamente a la ciudad. El terremoto produjo un número incierto de víctimas –
definido arbitrariamente en 10000- y un 95% de sus construcciones urbanas fueron destruidas; cifra que
se eleva a 99% si se consideran las que, quedando en pie, no fueron susceptibles de reparación (Videla,
1984).
La respuesta a la emergencia edilicia estuvo a cargo, principalmente, del Estado. Sólo el 30% de
la población estaba en condiciones de solucionar por sí sola el problema habitacional inmediato
(Roitman, Op. Cit.). El estado construyó 25 barrios de emergencia, localizados zonas suburbanas en
áreas con importantes déficits de servicio e infraestructura. La respuesta a la vivienda particular fue
dada, especialmente desde la emergencia hasta la década del ‘60, por el Banco Hipotecario Nacional.
Hasta 1960, esta entidad había construido 31 barrios que sumaron 2613 viviendas, la mayoría eran
pequeñas unidades ubicadas en zonas con infraestructura y equipamiento adecuado a la actividad
residencial.
Luego del ’60, la primacía la adquiere el IPV, construyendo viviendas masivamente mediante
operatorias nacionales. La mayoría se ubica hacia el sur, llegando a incorporar a Villa Krause a la mancha
urbana. En la década del ’70, la construcción permanente se concentra en el casco urbano, situación que
había comenzado a tomar cuerpo con las construcciones financiadas por el BHN en la década anterior.
Pero, fuera del casco, se materializan barrios construidos por las diferentes operatorias. “La
consolidación resulta así fragmentaria, por agregación de sectores dentro de la planta urbana” (Ib. Id.:
sin paginar). En los ’80, esta situación se profundiza. Dentro del anillo de la Av. de Circunvalación,
coexisten construcción permanente y construcción precaria. Ya fuera del anillo, la construcción
permanente se da en islas constituidas por los barrios construidos por las operatorias oficiales. La
tendencia de construcción, que se inicia con la reconstrucción, se consolida en esta década: “en las
áreas centrales, la construcción permanente [se da] por parcela de carácter privado y en las periféricas
[por] la construcción masiva de carácter oficial” (Ib. Id.).
La localización de los barrios post terremoto produce una importante expansión de la mancha
urbana, que reduce la densidad poblacional de 59 hab./Ha, en 1947, a 44,2 hab./Ha en 1980.

Se considera que esta expansión desmedida de la planta urbana del Gran San Juan promueve el
proceso de crecimiento urbano por dispersión que se acentuara durante la década del ’90, coincidente
con la coyuntura nacional e internacional que profundiza este proceso a nivel mundial.

Conclusiones

Al abordar al territorio desde una mirada sistémica, es decir comprendiéndolo como el sistema
complejo que es, solo podremos explicarlo si conocemos los procesos que lo llevaron a su estado actual.
Dicha explicación “requiere reconstruir la historia, porque lo que ocurre hoy en el sistema es el
resultado de esa historia. En otros términos: el diagnóstico del funcionamiento de una estructura
requiere conocer los procesos que condujeron a su estructuración” (García, 1994).
Dadas las características particulares del ambiente natural de San Juan, la historia de la ciudad
es la historia de la construcción del oasis que permitió sustentarla. La ciudad de San Juan, como todas
las ciudades fundadas por la Corona Española en América durante los Siglos XV y XVI, responde a un
modelo organizacional en el que la ciudad surge como expresión del dominio español sobre tierra
americana.

En este caso, la organización territorial presenta además una particularidad, en tanto territorio
desértico, su espacio productivo es artificialmente construido; es decir, es territorio ganado al desierto
mediante la construcción de sistemas de irrigación. Esta situación genera una relación ciudad-oasis
inescindible; ambas son partes interdependientes y se transforman mutuamente. La construcción del
oasis brindó la posibilidad de supervivencia de la ciudad.
El proceso en el que se fueron incorporando las tierras bajo riego explica las tendencias de
crecimiento de la mancha urbana. La lectura de este proceso permite entender, en un sentido
territorial, el proceso de producción de lo urbano para el caso de San Juan.
En este proceso el agua es el elemento estructurante de la espacialidad urbana y rural, como
posibilitante de las diversas actividades productivas. El concepto de ‘límite’ de la espacialidad del
ecosistema antropizado está dado por la finitud del recurso ‘agua’ y, por ende, ‘suelo’, básicos en la
apropiación del territorio.
Se verifica que incorporar la mirada histórica, pone en consideración, necesariamente, la trama
de relaciones sociales internas y externas que, en un proceso histórico, dan al territorio una
configuración particular.
Se propone incorporar al análisis del sistema complejo territorial como un elemento relacional
más, a los procesos de organización y apropiación territorial, a fin de contribuir a la explicación del
mismo, que permita sustentar procesos de transformación territorial pensados sobre la base de un
desarrollo más sostenible y apropiado a las características singulares del área.

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