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Apuntes para Filosofía Política «Política, policía y democracia: Jacques Rancière»

Introducción:

La gloriosa búsqueda del bien común y de la esencia del vivir juntos se encontraba así brutalmente
devuelta a su verdad: la adaptación realista a una nueva suerte de necesidad económica e histórica.
La democracia triunfante se declaraba simplemente como el arte de lo posible. Y esta identificación
se daba un nombre: el consenso. Esta misma palabra no designaba solamente un humor del tiempo:
la preferencia dada a los medios pacíficos del dialogo por sobre las formas violentas del
enfrentamiento entre clases o del enfrentamiento entre gobernantes y gobernados; mas
profundamente, el consenso significa el acuerdo sobre los datos sensibles de una situación, sobre las
maneras de interpretar las causas y de deducir las formas de acción posibles. (Política, policía y
democracia, Prefacio, Pág. 8, Jacques Rancière)
La descomposición de la Yugoslavia socialista conseguía algo muy distinto al nacimiento de las
democracias a lo occidental en esta región de Europa: se acompañaba de un arranque de disputas
étnicas y religiosas. Y en los mismos países de la Europa "democrática" veíamos desarrollarse
poderosos movimientos racistas y xenófobos. Veíamos sobre todo desarrollarse una extraña lógica de
connivencia entre la cultura consensual y estos nuevos arranques identitarios. Cuando la extrema
derecha francesa lanzaba sus grandes campañas contra la inmigración africana, los gobiernos de
derecha y de izquierda proponían la solución consensual: para impedir el racismo, había que actuar
sobre su causa que era la inmigración; fijar los umbrales de tolerancia que no se debía sobrepasar, la
parte de la "miseria del mundo" que un país democrático podía acoger y aquella que no se debía
sobrepasar, distinguir entre la buena y la mala inmigración, etc. Pero muy rápidamente afloraba que
la medicina propuesta participaba de la misma lógica de la enfermedad que pretendía sanar. Fijar los
umbrales o los cupos era transformar en razones objetivas las barreras reivindicadas por la pasión
identitaria. (Ibídem, Pág. 9)
EI consenso requería la racionalización de la política bajo forma de arbitraje entre intereses de grupos
bien identificables. El consenso suponía dejar en el pasado el tiempo donde la "simple" gestión de las
cosas públicas quedaba borrada con la presencia de actores de dudosa identificación: pueblo, clases,
obreros. En el mismo momento la desindustrialización comenzada significaba el debilitamiento y la
perdida de la visibilidad de ese mundo del trabajo que se había afirmado como actor esencial de la
configuración del mundo común. Los conflictos y los actores conflictivos de ayer, el consenso quería
sustituirlos por la clara objetivación de los problemas planteados a la colectividad, los medios
existentes para resolverlos y los socios a concretar para dicha solución. Pero este reemplazo de los
“fantasmas” conflictivos por identidades bien establecidas, encontraba su cumplimiento ultimo en el
furor identitario que conducía nuevamente el pueblo político a una comunidad de raza y de tradición.
Pretendiendo fundar una política nueva con la supresión de sujetos incontables que se llamaban
pueblo, obreros u otros, el consenso permitía comprender a contrario que la política era justamente
la esfera de actividad de esos sujetos incontables, excedentarios y excesivos respecto de todo
descuento de grupos de una población. (Ibíd., Pág. 10)
No hay pueblo sin separación con lo "real" de una población, no hay pueblo sin el suplemento de una
cierta ficción. Pero esta ficción no puede tampoco remitirse únicamente a la ficción jurídica de las
constituciones que limita el poder del pueblo a los procedimientos electorales. E1 desarrollo de la
cultura consensual mostraba a contrario que, para no arriesgar remitirse a la identidad étnica, el
pueblo de la democracia debía también definirse como exceso respecto de esta inclusión jurídico-
estatal. (Ibíd., Pág. 11)
La pendiente natural de las sociedades las empuja a ser gobernadas según esta regla de ejercicio de
una superioridad sobre una inferioridad. Y la pendiente natural de los gobiernos como de quienes
legitiman su poder, es pensar la comunidad política sobre este modelo: gran familia gobernada por
sus ancianos, patrimonio de la divinidad confiada a aquellos que la divinidad ha elegido, gran empresa
dirigida por los expertos en el manejo de las riquezas y el calculo de los flujos, reunión de alumnos
medianamente ignorantes o indóciles instruidos por los más sabios. A esta lógica de adaptación que
se quiere hacer pasar por la de la política, propuse reservarle el nombre de policía. Y es c1aramente
ella quien tiende hoy día a repartirse el mundo: entre los gobiernos de la riqueza ilustrada y los
gobiernos fundados en la filiación o en la religión. Si por tanto existe algo como la política, es que,
de través, en exceso respecto a esos gobiernos naturales, ha venido a plantearse la extravagancia
democrática: una extravagancia que mora en toda lógica: para que la política exista, es necesario que
exista una forma de gobierno que no descanse sobre ninguno de esos títulos para gobernar. Y el único
que cumple con esta condición es el gobierno de ninguno y de todo el mundo, el gobierno de quienes
no tienen título particular para gobernar, a saber, la democracia. (Ibíd., Pág. 11-12)
Lejos de toda banalización consensual, la democracia queda por redescubrirse en toda su violencia
simbólica como la paradoja fundadora de la política. (Ibíd., Pág. 12)
EI disenso es el conflicto sobre la configuración del mundo común por el cual un mundo común
existe. Su desaparición no puede significar nada más que la desaparición misma de la política, el
conflicto desnudo entre el poder “moderno” de la riqueza experta y los poderes "arcaicos" del
nacimiento y de la filiación. (Ibíd., Pág. 12-13)
Es también para acusar más crudamente la separación entre la 1ógica oligárquica dominante y la idea
misma de democracia. Los intelectuales que antes cantaban las virtudes del vivir juntos democrático,
descubrieron desde entonces que la democracia era el reino de individuos consumidores egoístas e
ignorantes cuyo frenesí amenazaba no solamente el buen funcionamiento de los gobiernos, sino la
civilización misma. Ayer objeto de un amor algo sospechoso, la democracia deviene hoy día, en los
Estados mismos que se llaman todavía "las democracias", el objeto de un odio cada vez más abierto.
(Ibíd., Pág. 15-16)

1º Discurso.

A pesar de los análisis de Lyotard, no veo lazo necesario entre la idea de emancipación y el gran
relato de un daño y una víctima universales. Es exacto que el tratamiento de un daño es la forma
universal del encuentro entre el proceso policial y el proceso igualitario. Pero este mismo encuentro
es problemático. Es posible, efectivamente, argüir que toda política niega la igualdad y que ambos
procesos son inconmensurables entre sí. Es la tesis del gran pensador de la emancipación intelectual
Joseph Jacotot, que desarrolle en El maestro ignorante. Según él, sólo es posible la emancipación
intelectual de los individuos. Eso quiere decir que no hay escena política. Hay solamente ley de policía
y ley de igualdad. Para que esta escena exista, debemos cambiar la fórmula. En lugar de decir que
toda policía niega la igualdad, diremos que toda política daña la igualdad. Diremos entonces que lo
político es la escena donde la verificación de la igualdad debe tomar la forma del tratamiento de un
daño.
De ahí se saca una importante consecuencia: la política no es la actualización del principio, de la ley
o de lo "propio" de una comunidad. La política no tiene arkhé. En sentido estricto es anárquica. Es lo
que indica el nombre mismo de democracia. Como lo ha recalcado Platón. la democracia no tiene
arkhé, no tiene medida. La singularidad del acto del demos, un krateîn en lugar de un arkheîn,
atestigua de un desorden o equivocación originaria. EI demos es al mismo tiempo el nombre de la
comunidad y el nombre de su división, el nombre del tratamiento de un daño. Más allá de todo litigio
particular, la "política del pueblo" daña la distribución policial de lugares y de funciones, porque el
pueblo es siempre más y menos que él mismo. Es el poder de uno-de-más que enrarece el orden de la
policía. (Ibíd. Política, identificación, subjetivación. Pág. 17-18)
Expresémoslo de otro modo: el proceso de emancipación es la verificación de la igualdad de cualquier
ser hablante con cualquier otro. Siempre está implementado en nombre de una categoría a la que se
le niega el principio de esta igualdad a su consecuencia —trabajadores, mujeres, negros u otros—.
Pero la implementación de la igualdad no por eso es manifestación de lo propio o de los atributos de
la categoría en cuestión. El nombre de una categoría víctima de un daño y que invoca sus derechos
es siempre el nombre del anónimo, el nombre de cualquiera.
Así es como podemos salir del debate sin salida entre universalidad e identidad. El único universal
político es la igualdad. Pero no es un valor inscrito en la esencia de la humanidad o de la razón. La
igualdad existe y causa efecto de universalidad por mucho que esté en acto. No es un valor que se
invoque, sino un universal que debe presuponerse, verificarse y demostrarse en cada caso. La
universalidad no es el principio de la comunidad a la que opondríamos situaciones particulares. Es un
operador de demostraciones. (Ibíd. Pág. 19)

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