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LOS GENEROS LITERARIOS

Características de la lírica

La poesía lírica

La poesía lírica ha sido definida tradicionalmente como la expresión de los sentimientos


por medio de la palabra, escrita u oralmente. Desde este punto de vista, este género literario
se caracteriza por la subjetividad, es decir, el poeta nos ofrece una parte de su pensamiento,
de su interior, de su visión de la realidad. De manera errónea, la poesía lírica se ve asociada
a sentimientos exclusivamente amorosos. Bien es verdad que éste es el tema más frecuente,
pero no es el único. Cualquier expresión de las emociones del autor ante la contemplación
del mundo o de la realidad puede ser considerada lírica: amor, pena, soledad, miedo,
fracaso, alegría, desamparo, nostalgia... Esta expresión de los sentimientos no puede
hacerse de cualquier manera, sino que se suele ver sometida a una gran depuración técnica
y estética. Por ello, quizás la característica formal más reconocible de la poesía sea la de
estar escrita en verso. Así pues, el poema es la unión de un fondo emotivo y sentimental y
de unas determinadas características formales que lo caracterizan a simple vista incluso ante
los ojos de personas que no han leído nunca poesía.

La mayor parte de los poemas están escritos en verso, aunque ésta no es una característica
exclusiva de la poesía. La expresión de la emotividad del poeta se puede llevar a cabo a
través de otros vehículos de expresión, como la prosa poética. En este tipo de escritos, el
autor prescinde del verso, aunque sigue manteniendo todas los rasgos propios de la poesía:
subjetividad, expresión sentimental, utilización de un gran número de recursos literarios,
cuidado formal y estético... La prosa poética o poemas en prosa encontraron en Juan
Ramón Jiménez a uno de sus mejores cultivadores, aunque también podemos citar autores
como Rubén Darío, Gustavo Adolfo Bécquer o Federico García Lorca, y más
recientemente, Antonio Gala o Antonio Muñoz Molina.

Hemos titulado este apartado Poesía lírica porque es conveniente diferenciarla de otro tipo
de poesía que puede ser calificada como poesía épica o poesía no lírica. En este tipo de poesía,
el autor no expresa sus sentimientos ni muestra al lector su interior a través de la palabra,
sino que se limita a narrar (como lo podría hacer un novelista) la historia de unos
personajes determinados, aunque con la característica de que `la narración se realiza en
verso. La poesía épica, apenas cultivada hoy en día, tuvo en la Edad Media su momento
álgido, con obras tan conocidas como el Poema de Mío Cid o la amplia producción del
mester de Clerecía, con Gonzalo de Berceo como figura más representativa.

Una vez definida la poesía lírica y acotada convenientemente, ofrecemos a continuación las
características más importantes de este género literario, con la salvedad de que el gran
número de subgéneros con que cuenta hace que muchas de estos rasgos generales deban
ser matizados convenientemente:

El autor transmite un determinado estado de ánimo, es decir, la poesía lírica se suele


caracterizar por la introspección y la expresión de los sentimientos.
Un poema no narra una historia propiamente dicha, en él no se desarrolla una acción,
sino que el poeta expresa, de manera inmediata y directa, una emoción determinada.
La poesía lírica exige un esfuerzo de interpretación al lector, que debe estar, cuando
menos, algo habituado a esta forma de expresión literaria.
Suele haber una gran acumulación de imágenes y elementos con valor simbólico.
La mayoría de los poemas líricos se caracterizan por su brevedad: no es frecuente que
sobrepasen los cien versos.
Debido a esa brevedad, hallamos una mayor concentración y densidad que en el resto de
géneros literarios.
Un poema es la expresión directa del sentimiento del poeta al lector; esto es, debe ser
considerado una especie de confidencia hecha a solas.
La poesía lírica, al ser eminentemente subjetiva y estar expresada, con gran frecuencia, en
primera persona, se convierte, así, en un relato autobiográfico, aunque no hemos de
confundir el yo del poema con el autor que hay detrás, ya que puede estar expresando
unos sentimientos que no siente en realidad, con lo que el poema no sería más que un
ejercicio estético.
Los poemas suelen ajustarse a unas normas formales que los caracterizan: versos,
estrofas, ritmo, rima, englobadas todas ellas bajo la denominación de métrica. Además,
con el fin de lograr un discurso lo más bello posible, los autores se valen de los recursos
literarios o estilísticos.
La unión de la temática sentimental, la métrica, la depuración lingüística y los recursos
literarios recibe el nombre de poética. Así, la poética de un autor o de un movimiento
literario concreto será el conjunto de rasgos que los caracterizan e individualizan frente a
otros autores o movimientos literarios, respectivamente.

La poesía nació íntimamente unida a la música, de ahí que el término canción fuera aplicado
a las composiciones en verso que cantaban los poetas. Esto se debe a que los primeros
poemas se transmitían acompañados por un instrumento musical, con frecuencia una lira
(de donde procede el término lírica). Así, la entonación al leer un poema se acercaba
bastante a los compases musicales que servían de fondo a la recitación. Si nos fijamos en
algunas canciones actuales, observaremos que están sometidas a una métrica rigurosa y
estudiada que encaja perfectamente la letra con las notas musicales. Además, los
cantautores o compositores de nuestros días introducen un gran número de recursos
literarios en sus composiciones musicales, con lo que, sin miedo a equivocarnos, podemos
afirmar que todavía hoy la poesía, o al menos una parte de ella, continúa transmitiéndose
con el inestimable acompañamiento musical.

La métrica

La métrica es la disciplina literaria que se ocupa de la medida de los versos, de su estructura,


de sus clases y de las distintas combinaciones que pueden formarse con ellos, es decir, trata
de establecer las normas de versificación: versos, rima, ritmo, estrofas.

En la poesía actual es frecuente encontrar poemas que no se acomodan a ningún tipo de


esquema métrico y que, por lo tanto, están más cercanos a la prosa poética que a la poesía.
Aun así, la mayor parte de nuestra poesía se encuentra regulada, con más o menos
rigurosidad, por la métrica.
El verso

Entendemos por verso un conjunto de palabras sometidas a ritmo y cadencia en relación


con otros versos. Suele presentar pausas, acentos y rima, aunque estas características no son
generales. Desde un punto de vista más práctico, cada una de las líneas o renglones que
forman un poema pueden ser denominadas versos. Los versos se clasifican según el
número de sílabas con que cuentan. Así, los versos formados por ocho o menos sílabas son
denominados versos de arte menor, mientras que los versos compuestos por nueve o más
sílabas son versos de arte mayor. Los versos que no cuentan con rima ni con uniformidad
en el cómputo silábico se denominan versos libres. Este tipo de versificación es muy
frecuente en la poesía actual ya que se basa en la libertad creativa y en la unión estricta del
fondo del poema, es decir, del contenido, con la forma. Los poetas pueden reflejar
mediante versos libres estados caóticos de conciencia o complicadas imágenes poéticas
gracias a la adaptación de la medida del verso al contenido que se pretende expresar.
Cuando medimos un verso, es decir, cuando contamos el número de sílabas que lo forman,
debemos tener en cuenta una serie de normas:

Si el verso acaba con una palabra llana, el cómputo resultante no cambia.


Si el verso acaba con una palabra aguda o monosilábica, deberemos sumar una sílaba al

cómputo resultante.
Si el verso acaba con una palabra esdrújula, deberemos restar una sílaba al cómputo resultante.
Si, dentro de un verso, una palabra acaba en vocal y la siguiente comienza también con

una vocal o con h, entonces, si las necesidades métricas no lo impiden, podremos unirlas y

contarlas como una sola.

Este enlace se denomina sinalefa.


NÚMERO
TIPO DE ESTROFA CLASE DE RIMA ESQUEMA MÉTRICO
DE VERSOS
2 Pareado Consonante o asonante AA, aa
Terceto encadenado Consonante ABA, BCB, CDC...
3 Tercerilla Consonante a-a
Soleá Asonante a-a
Cuarteto Consonante ABBA
Serventesio Consonante ABAB
Redondilla Consonante Abba
4 Cuarteta Consonante Abab
Seguidilla Asonante 7-, 5a, 7-, 5a
Cuaderna Vía Consonante 14A, 14A, 14A, 14A
Copla Asonante 8-, 8a, 8-, 8a
Los versos se combinarán con las

Quinteto (arte mayor) siguientes condiciones:

a) Tener dos rimas consonantes distintas.


5 Consonante
b) No pueden rimar más de dos
Quintilla (arte menor)
versos seguidos.

c) No pueden terminar en pareado


Copla de pie quebrado o
6 Consonante 8a, 8b, 4c, 8a, 8b, 4c
manriqueña
Copla de arte mayor 12A, 12B, 12B, 12A, 12A, 12C, 12C, 12A
Octava real 11A, 11B, 11A, 11B, 11A, 11B, 11C, 11C,
8 Consonante
Octava italiana 11-, 11A, 11A, 11B’, 11-, 11C, 11C, 11B’

10 Décima o espinela Consonante 8a, 8b, 8b, 8a, 8a, 8c, 8c, 8d, 8d, 8c
Según el número de sílabas de cada verso, la denominación cambia, como vemos a
continuación:

VERSOS DE ARTE MENOR VERSOS DE ARTE MAYOR


Bisílabos: 2 sílabas Eneasílabos: 9 sílabas
Trisílabos: 3 sílabas Decasílabos: 10 sílabas
Tetrasílabos: 4 sílabas Endecasílabos: 11 sílabas
Pentasílabos: 5 sílabas Dodecasílabos: 12 sílabas
Hexasílabos: 6 sílabas Tridecasílabos: 13 sílabas
Heptasílabos: 7 sílabas Alejandrinos: 14 sílabas
Octosílabos: 8 sílabas
Los versos se suelen agrupar en estrofas, es decir, conjuntos de versos que presentan
uniformidad en cuanto a la rima, ya sea consonante, ya sea asonante. A continuación
ofrecemos los tipos de estrofas más frecuentes en nuestra literatura:

Además de estas agrupaciones estróficas, hay poemas que constituyen una


organización rítmica fija y autónoma. Un poema puede estar formado por varias
estrofas:

NÚMERO DE
POEMA CLASE DE RIMA ORGANIZACIÓN
VERSOS
2 cuartetos y 2
14 versos tercetos: ABBA
Soneto Consonante
endecasílabos ABBA CDC DCD
(o CDE CDE)
Riman en asonante
los versos pares y
A voluntad del poeta
Romance Asonante quedan sueltos los
(octosílabos)
impares: 8-, 8a,
8-, 8a, 8-, 8a...
El poeta combina
libremente los
A voluntad del poeta
versos heptasílabos
Silva (heptasílabos y Consonante
y endecasílabos.
endecasílabos)
Pueden quedar
algunos sueltos.

El ritmo

El ritmo, tanto musical como poético, consiste en repetir un fenómeno de manera regular
con la finalidad de producir un efecto unitario y reiterado. En español, el ritmo poético se
debe a los siguientes factores:

La medida: repetición del número de sílabas en los versos que forman un poema.
Los acentos: la fuerza espiratoria se reparte sobre las mismas sílabas en cada uno de los
versos.
Las pausas: los descansos en la lectura, convenientemente repartidos, contribuyen a dar
uniformidad al poema.
La rima: consiste en la repetición de los sonidos que aparecen al final de cada verso.

La rima

Como hemos dicho más arriba, la rima es la repetición de los sonidos que cierran cada uno
de los versos que componen un poema. Esta repetición puede ser de dos tipos:

Asonante: cuando desde la última vocal acentuada sólo se repiten los sonidos vocálicos.
Consonante: cuando desde la última vocal acentuada se repiten todos los sonidos, tanto
vocálicos como consonánticos.

Los recursos estilísticos o literarios

Por medio de estos artificios retóricos el escritor intenta llamar la atención del lector gracias
a su belleza, ingenio, sensibilidad, dificultad, ritmo o trabazón. La utilización de recursos
literarios aleja la lengua poética de la lengua cotidiana, embelleciéndola y estilizándola. Con
ellos, el poema puede tener dos niveles de análisis: interno (relativo al contenido, al tema
del que se trata) o externo (relativo a la forma del poema, esto es, la unión de recursos
métricos y recursos estilísticos). Existe un gran número de recursos estilísticos, aunque a
continuación ofrecemos sólo los más frecuentes:

Recursos literarios basados en el sonido

Aliteración: repetición de sonidos, sobre todo consonánticos, a lo largo de un verso o de


una estrofa. Con este recurso, el autor intenta recordar el significado de lo que está
expresando por medio del sonido repetido: “con el ala aleve del leve abanico” (Rubén
Darío).
Onomatopeya: imitación de sonidos reales. Es un recurso muy utilizado en el lenguaje de
los tebeos: ¡boom! ¡zas! ¡pío pío! ¡guau guau!
Paranomasia: utilización de palabras de sonido parecido, aunque con distinto significado:
“como tontos, como tantos, como todos” (Gabriel Celaya).

Recursos literarios de tipo gramatical

Epíteto: suelen ser adjetivos que destacan una cualidad de un sustantivo que es
suficientemente conocida y aceptada: la verde hierba, la blanca nieve.
Pleonasmo: insistencia innecesaria para dejar claro el sentido de una oración o verso.
Suele ser muy corriente en el habla coloquial: Lo vi con mis propios ojos.
Elipsis: supresión de algunos elementos en un verso ya que quedan sobreentendidos.
Este recurso dota al poema de rapidez, brevedad y concisión: “Por una mirada, un
mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso... ¡yo no sé qué te diera por un beso”
(Bécquer)
Hipérbaton: alteración del orden lógico de las palabras de un enunciado oracional:
“Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar” (Bécquer)
Polisíndeton: utilización de más conjunciones de las que son necesarias. Dota al verso de
lentitud y solemnidad: “Alguien barre / y canta / y barre / -zuecos en la madrugada”
(Rafael Alberti).
Asíndeton: omisión de las conjunciones que son necesarias en un verso. Dota al verso de
rapidez: “Para la libertad, sangro, lucho, pervivo” (Miguel Hernández).
Anáfora: repetición de una o más palabras al principio de varios versos: ¿Por qué fue
desterrada la azucena, por qué la alondra se quedó sin vuelo, por qué el aire de mayo se
hizo pena bajo la dura soledad del cielo? (Rafael Morales)
Paralelismo: repetición de una misma estructura gramatical en un verso o en varios: La
paz de su hora sola me daba la claridad. La gloria de su amor solo colmaba mi soledad
(Juan Ramón Jiménez)
Anadiplosis: se da cuando las palabras del final de un verso son las mismas que al inicio
del siguiente: “también yo tengo mis rejas, / mis rejas y mis rosales” (A. Machado).
Juego de palabras: utilización de palabras que se escriben igual, aunque con significado
distinto: “¡No! Pues bueno; / sea usted bueno y cállese” (M. Machado).
Calambur: relacionado con el anterior, consiste en unir dos palabras o separar una en dos
distintas, de manera que cambia radicalmente el significado inicial: “Entre el clavel / y la
rosa, / su majestad / escoja” (= es coja) (Quevedo). Este recurso se usa profusamente en
adivinanzas: “¿Qué fruta es la que oro parece y plata no es?” (plátano).

Recursos literarios basados en el significado

Metáfora: consiste en nombrar una cosa con el nombre de otra a causa de su semejanza,
real o ficticia. Aquello que estamos comparando se denomina “término real”, y aquello
con lo que lo comparamos “término imaginario”: “Todas las casas son ojos / que
resplandecen y acechan” (Miguel Hernández); “Las perlas de tu boca”; “El sol es un
globo de fuego, / la luna es un disco morado” (A. Machado).
Símil o comparación: consiste en comparar una cosa con otra por semejanza: “y me
ofreció sus mejillas / como quien pierde un tesoro” (J. R. Jiménez); “tengo la cabeza
como un bombo”; “Como se arranca el hierro de una herida / su amor de las entrañas
me arranqué” (Bécquer).
Metonimia: se trata de nombrar un objeto con el nombre de otro, como los dos recursos
anteriores, aunque en este caso no por razones de semejanza, sino por proximidad física
o significativa (el cuello de la camisa; los pies de la cama; beberse una copa; comerse tres
platos; el trompeta –en una banda de música-; el espada –en una corrida de toros-; el
cámara –el operador de cámara-; un Velázquez –un cuadro de Velázquez).
Antítesis o contraste: oposición de palabras o ideas contrapuestas: “Cuando estoy alegre,
lloro, / cuando estoy triste, me río” (M. Machado).
Paradoja: empleo de expresiones aparentemente opuestas, contradictorias o absurdas, que
encierra significación poética: “La música callada, / la soledad sonora” (San Juan de la
Cruz); “muero porque no muero” (Santa Teresa de Jesús).
Hipérbole: exageración, amplificación: “Tanto dolor se agrupa en mi costado, / que por
doler me duele hasta el aliento” (Miguel Hernández).
Personificación o prosopopeya: atribución de cualidades humanas a seres animados o
inanimados: “Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo, [...] / buscan a un
hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen” (Miguel Hernández); “La heroica ciudad
dormía la siesta” (Clarín).
Ironía: expresión de lo contrario de lo que en realidad se piensa. Habitualmente este
recurso suele ir acompañado por un tono burlesco o desenfadado. Cuando la ironía se
vuelve insultante y agresiva, se denomina sarcasmo. Es muy frecuente en el habla
coloquial: “¡Uf, qué frío!” (a 40º).

Principales subgéneros líricos


Oda

Etimológicamente, oda significa “canto”, ya que, en la antigua Grecia, era recitada con el
acompañamiento de una lira. Sirve para que el autor exprese cualquier tipo de emoción
lírica: alegría, melancolía, tristeza, placer... Hemos de destacar la Oda a Francisco Salinas de
fray Luis de León.

Elegía
Es un poema escrito en homenaje y recuerdo de una persona fallecida. Famosísimas son las
Coplas que Jorge Manrique dedicó a su padre, así como la Elegía a Ramón Sijé de Miguel
Hernández o el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca.

Égloga

Poema amoroso en el que los protagonistas son pastores situados en un lugar idílico. Estos
personajes suelen lamentar sus penas de amor a través de un diálogo muy estilizado y de un
vocabulario bastante esmerado. Las más conocidas y, quizás, de mayor calidad, son las tres
Églogas que Garcilaso de la Vega escribió entre 1534 y 1536.

Sátira

Composición habitualmente breve con tono burlesco en la que el autor censura vicios tanto
individuales como colectivos. En realidad una sátira es una especie de burla en verso.
Quizás uno de los mejores autores de sátiras de nuestra literatura ha sido Francisco de
Quevedo, como podemos observar en los títulos de algunos de sus poemas satíricos: “”A
un hombre de gran nariz”; “Mujer puntiaguda con enaguas”; “Hastío de un casado al tercer
día”; “Casamiento ridículo”; “Vieja verde, compuesta y afeitada”...

Epitalamio

Poema en el que se resalta la solemnidad de una boda y el amor de los recién casados.
Antonio Machado dedicó un epitalamio a su amigo Francisco Romero.

Letrilla

Poema breve, gracioso, de contenido burlesco, amatorio o religioso. Suele contar con un
estribillo que le da unidad y ritmo. Destacan las letrillas satíricas de Francisco de Quevedo
o Luis de Góngora.

Epístola

Se trata de una carta en verso que el poeta dirige a un amigo. Puede ser de tema variado,
aunque predomina la reflexión moral. Garcilaso de la Vega es autor de la Epístola a
Boscán.

Canción

Con esta denominación se suele designar a cualquier composición de contenido amoroso.

Características del teatro


La dramática constituye uno de los principales géneros literarios. Presenta, de manera
directa, uno o varios conflictos a través de uno o varios personajes que desarrollan sobre la
escena el argumento gracias, fundamentalmente, al diálogo. El teatro o dramática se
presenta ante los posibles receptores de dos maneras: mediante la actuación de los actores
sobre un escenario delante del público o a través de la lectura de la obra como si se tratase,
por ejemplo, de una novela. De todos modos, las obras teatrales están concebidas para ser
representadas, y cualquier lectura personal no es más que un ejercicio incompleto, ya que
hemos de prescindir de elementos tales como la música, la iluminación, el movimiento de
los actores...

Características del género dramático

Así, este género literario cuenta con las siguientes características básicas:

Los autores dramáticos deben contar una historia en un lapso de tiempo bastante
limitado, con lo que no se pueden permitir demoras innecesarias.
El hilo argumental debe captar la atención del público durante toda la representación. El
recurso fundamental para conseguirlo consiste en establecer, cada cierto tiempo, un
momento culminante o clímax que vaya encaminando la historia hacia el desenlace.
El teatro es una mezcla de recursos lingüísticos y espectaculares, o lo que es lo mismo, el
texto literario se suma, como un elemento más, a los elementos escénicos pertinentes
para conseguir un espectáculo completo.
Aunque podamos leer una obra de teatro, los personajes que intervienen en ella han sido
concebidos por el autor para ser encarnados por actores sobre un escenario.
La acción se ve determinada por el diálogo y, a través de él, se establece el conflicto
central de la obra.
El autor queda oculto detrás del argumento y los personajes. Si leemos una obra teatral,
observaremos que de vez en cuando aparecen indicaciones sobre cómo debe ser el
escenario o cómo deben actuar los personajes. Estas instrucciones se denominan
acotaciones. Por lo demás, los sentimientos del autor, sus ideas y opiniones se encuentran
diluidos en la amalgama de personajes y ambientes que forman una obra de teatro.

A partir de estas características generales, los elementos que otorgan personalidad propia a
este género son los siguientes:

Acción

Son todos los acontecimientos que suceden en escena durante la representación


relacionados con la actuación y las situaciones que afectan a los personajes. Dicho de otro
modo, la acción es el argumento que se desarrolla ante nuestros ojos cuando asistimos a
una representación teatral. Este argumento suele estar dividido en actos o partes (también
denominados jornadas). La antigua tragedia griega no se dividía en actos, sino en episodios (de
dos a seis) separados entre sí por las intervenciones del coro. A partir del teatro romano se
generalizó la división en cinco actos, hasta que Lope de Vega (1562-1635) redujo la acción
a tres actos, división que llega hasta hoy. Si dentro de un acto se produce un cambio de
espacio, entonces se ha producido un cambio de cuadro, con lo que dentro de un acto
puede haber distintos cuadros según los espacios que aparezcan. Por otra parte, cada vez
que un personaje sale de la escena, o bien cuando se incorpora uno nuevo, se produce una
nueva escena. Un acto constará de tantas escenas como entradas y salidas de personajes
haya.

Personajes
Son quienes llevan a cabo la acción dramática a través del diálogo. Debido a las limitaciones
espacio-temporales de una obra teatral, es difícil que podamos asistir a una caracterización
psicológica profunda de todos los personajes, por lo que sólo son analizados con
detenimiento los protagonistas. Los personajes se suelen valer de la mímica o los gestos
como complemento al discurso. Estas expresiones fisonómicas o gestos suelen obedecer a
las acotaciones del autor, aunque en algunas representaciones es el director de escenografía
el que dicta los movimientos de los actores, en ocasiones, de manera distinta a las
acotaciones. Con la eclosión del teatro durante el Siglo de Oro (XVI-XVII), aparecen una
serie de personajes o tipos característicos que representan actitudes o comportamientos
ideales, tales como el galán, la dama, el padre o hermano de la dama, el gracioso
como contraste al galán, el criado criticón o el soldado presumido y fanfarrón. A partir
del Romanticismo no podemos hablar de tipos determinados, sino de personajes que
evolucionan ante los ojos del espectador.

Tensión dramática

Es la reacción que se produce en el espectador ante los acontecimientos que están


ocurriendo en la obra. Los autores buscan el interés del público mediante la inclusión de
momentos culminantes al final de cada acto, lo cual contribuye a que se mantenga la
atención hasta el desenlace. La tensión dramática pone en juego recursos como el avance
rápido de la acción justo después de la presentación, de modo que se pone inmediatamente
en marcha el conflicto; momentos que van retardando el desenlace, con lo que el interés
aumenta, y el denominado anticlímax, cuando el conflicto que presenta la acción llega a un
desenlace inesperado o no previsto.

Tiempo

No es fácil el tratamiento del tiempo en una obra dramática, ya que ésta se desarrolla ante
los ojos del espectador y las posibilidades que ofrece una novela, por ejemplo, son
prácticamente infinitas en comparación con una obra teatral. Hemos de tener en cuenta
que, por un lado, está el tiempo de la representación, es decir, lo que dura la obra teatral
(dos o tres horas, habitualmente). En ese tiempo se debe desarrollar una acción
determinada, que puede durar lo mismo que la representación, o más, con lo que los
personajes deberán hacer referencia al tiempo que transcurre (prolepsis), denominado
tiempo aludido. Así, hemos de diferenciar entre tiempo de la representación, tiempo de la
acción y tiempo aludido.

Como hemos dicho arriba, las obras se suelen dividir en actos o jornadas. Normalmente, si
se produce algún salto temporal, éste estará situado entre dos actos, y serán los personajes
los encargados de informar, mediante sus palabras, del tiempo que ha transcurrido con
respecto al acto anterior. Aristóteles, en el siglo IV a. C., estableció en su Poética unas
sencillas técnicas que ayudaban a evitar los saltos espaciotemporales: se trata de la regla de
las tres unidades, según la cual la acción de una obra dramática sólo se podrá desarrollar
en un día (unidad de tiempo), en un único espacio (unidad de lugar) y con un solo hilo
argumental, sin acciones secundarias (unidad de acción). Lope de Vega rompe con estas
reglas tan estrictas y el teatro del Romanticismo (XIX), siguiendo las directrices de Lope en
su Arte nuevo de hacer comedias, consagrará la ruptura definitiva con la Poética de
Aristóteles.

Diálogo
Las conversaciones que los personajes mantienen entre sí hacen que la acción avance. Estas
conversaciones se pueden producir entre dos o más personajes. En algún momento, un
personaje, apartándose del resto o desviando su mirada, puede hacer un comentario en voz
alta, destinado al público, que no es oído por el resto de personajes. Este recurso se
denomina aparte. Mediante los apartes los personajes realizan reflexiones en voz alta, hacen
comentarios malintencionados o declaran un pensamiento que puede ser de utilidad para el
desarrollo de la acción. La finalidad de los apartes es la de informar al público. Por otra
parte, uno de los recursos más característicos del teatro es el monólogo: discurso que un
personaje, normalmente solo sobre el escenario, pronuncia para sí mismo a modo de
pensamiento o reflexión, aunque en realidad el receptor último es el público. Suele tener un
carácter lírico y reflexivo y una extensión considerable. El monólogo más famoso de
nuestra literatura es el que pronuncia Segismundo en La vida es sueño, de Pedro Calderón de
la Barca (1600-1681). Hoy en día el término monólogo se ha puesto de moda gracias a las
intervenciones que ciertos humoristas realizan sobre un escenario ante el público. Se trata
de un recurso teatral desgajado del contexto de una obra dramática, que demuestra el gran
rendimiento que puede ofrecer como reflexión o información a los espectadores. Por
último, en el teatro clásico grecolatino solía aparecer un coro que, en ciertos momentos de
la representación, era tomado por la voz de la conciencia del personaje, el narrador o una
comunidad de personas. Este personaje colectivo solía poner el punto final a cada uno de
los episodios en los que estaban divididas las obras dramáticas.

Acotación

Se trata de aclaraciones que el autor de la obra teatral realiza sobre cómo debe ser el
decorado, cómo se tienen que mover los personajes, qué gestos deben hacer... Son
orientaciones que intentan clarificar la comprensión de la obra, por lo cual, aunque
aparezcan ante nuestros ojos cuando leemos una obra dramática (normalmente entre
paréntesis o con letra cursiva), no pueden ser pronunciadas durante una representación.

Elementos caracterizadores

Para que el argumento de una obra sea creíble, los directores teatrales suelen recurrir a
recursos auxiliares que contribuyan al espectáculo: un vestuario acorde con la época en la
que se sitúa la obra, música de fondo o de acompañamiento (con la misma finalidad que la
banda sonora de una película), iluminación adecuada a cada momento y una escenografía
adaptada a la obra en cuestión, que suele estar al cargo del director de escena. En el teatro
medieval estos recursos eran casi inexistentes, con lo que los espectadores debían utilizar
más su imaginación para la contemplación de una obra teatral. Durante el Siglo de Oro,
con la representación en corrales de comedias, los autores se debían valer de dos o tres
puertas al fondo del escenario y un primer piso con ventanas y un balcón. Poco a poco el
teatro se fue desarrollando y fue precisamente Calderón de la Barca quien más contribuyó
al desarrollo de los efectos más o menos especiales y de la escenografía. Hoy en día la
representación depende, en cuanto a su escenografía, del director de escena, que puede
concebir un escenario minimalista, es decir, con los mínimos recursos, o bien una
representación clásica, esto es, lo más realista posible.

Breve historia del teatro

El lugar de la representación
El teatro clásico griego (siglos VI y V a. C.) tiene como primer marco de representación
cualquier lugar cercano al altar de Dionisos, dios del vino y de la fecundidad. Eran las
fiestas dionisíacas o bacanales, en las cuales los hombres se cubrían con pieles de macho
cabrío y cantaban y bailaban. Los cantos eran dirigidos por el corifeo. Pronto, y ante el éxito
que estas manifestaciones literarias y religiosas estaban tomando, se comienzan a construir
los primeros edificios destinados exclusivamente al teatro: se trataba de estructuras de
piedra semicirculares asentadas sobre la falda de una colina. El lugar de la representación se
encontraba en la parte inferior de la construcción. La orkestra estaba destinada a los
danzantes y tenía una forma circular interrumpida por la skene, con forma de rectángulo
alargado. El escenario, normalmente de madera, se elevaba tres o cuatro metros sobre la
orkestra. Para lograr algunos efectos especiales, se utilizaban ganchos, poleas y plataformas.

En el teatro romano (siglos I a. C – I d. C.) se produce la ampliación del escenario a costa


de la orquesta, que pierde importancia, y se mejoran los aspectos técnicos referentes a la
visibilidad y a la acústica, aunque la estructura del teatro continúa siendo prácticamente la
misma, con la única diferencia de que ya no se aprovechan las laderas de las colinas, sino
que los teatros son edificios exentos. Tras la decadencia de Roma sobrevienen varios siglos
de inactividad teatral y decadencia.

Poco a poco, gracias al impulso de la liturgia católica, el teatro reaparece como


conmemoración divina en los altares de las iglesias. Se trataba de representaciones muy
sencillas, sin ningún tipo de escenografía, en las cuales eran los propios oficiantes, o los
monaguillos, los que representaban pasajes de la Biblia relacionados con festividades
religiosas (principalmente Navidad y Semana Santa). Tal éxito obtuvieron estas sencillas
representaciones que, a partir del siglo XIV, pasaron a las calles, donde seglares realizaban
pequeñas representaciones sobre tablados portátiles, la mayor parte de las veces carros de
madera. Los artificios técnicos eran casi inexistentes, aunque poco a poco se fueron
perfeccionando.

El Renacimiento italiano redescubre a los grandes autores clásicos grecolatinos: Esquilo,


Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Menandro, Séneca, Plauto, Terencio... además del
manuscrito de Vitruvio titulado De architectura, en el que su autor describe con detalle la
arquitectura teatral. El arte teatral se vuelve a desarrollar, y en las representaciones se
incorporan decoraciones pintadas, además de una pared al fondo del escenario con puertas
y ventanas, que servían como tales o como árboles o montañas, según las necesidades de la
obra en cuestión. En España aparecen los corrales de comedias, patios de vecinos en los
que, de manera más o menos habitual, se realizaban representaciones. De pie o sentados,
delante del escenario, se encontraban los hombres pertenecientes al pueblo llano. En las
galerías laterales se situaban los espectadores de más categoría social, sentados. Frente al
escenario, en el primer piso de la galería, se encontraba la cazuela, ocupada por las mujeres,
y en el segundo piso, la tertulia, donde se situaban los religiosos y los hombres de letras.

Poco a poco se fueron perfeccionando los aspectos escenográficos. En el siglo XVIII el


teatro posbarroco se mostraba espectacular en cuando a efectos y decorados, aunque vacío
de contenidos. Durante la primera mitad del siglo XX se producen las innovaciones
técnicas más importantes, con la incorporación definitiva de los efectos de luces y el
perfeccionamiento del sonido.

El espectáculo

Ya en Egipto, en el año 3000 a. C., se representaba el nacimiento del monarca y su


coronación, con claras implicaciones simbólico-religiosas. Grecia y su teatro fueron el
detonante del gran desarrollo que posteriormente alcanzaría. Nació asociado al culto de
Dionisos (Baco en la mitología latina) y tenía una finalidad laudatoria y formativa. Se
trataba de una mezcla de danza, canto y recitación protagonizada por pocos personajes
sobre la escena, acompañados por un coro. Los actores llevaban máscaras para amplificar la
voz y coturnos, una especie de zapatos con grandes suelas para permitir que los espectadores
más alejados pudieran asistir con comodidad a la representación.

Géneros

Dentro de este teatro, los tres géneros mayores eran:

La tragedia: protagonizada por personajes de alta categoría social que se ven arrastrados
por la fatalidad a graves conflictos entre sí, a través de un lenguaje esmerado y cuidado.
La tragedia griega se caracteriza por el horror, la desgracia y la muerte. El protagonista
suele ser el héroe, que actúa con el decoro suficiente de acuerdo a las normas
establecidas. Suele representar un ideal de comportamiento humano. Contra este héroe se
encuentra el antagonista, que puede ser un solo hombre o un conjunto de circunstancias
contrarias a la voluntad del protagonista. El conflicto suele desembocar en la catástrofe,
en la fatalidad. Las obras están regidas por las tres unidades (acción, lugar y tiempo). Los
espectadores, ante la contemplación de una tragedia, se solidarizan y sufren con el
protagonista, con lo que llegan a la catarsis (liberación).
El drama satírico o tragicomedia: suele tratar un tema legendario, aunque con efectos
cómicos protagonizados, fundamentalmente, por el coro. Los dioses no intervienen en la
vida de los hombres y puede haber más de una acción al mismo tiempo. Se encuentra a
medio camino entre la tragedia y la comedia: no se evitan las situaciones cómicas, pero
tampoco el desenlace trágico.
La comedia: se basa en la ridiculización y denuncia desenfadada de costumbres y
problemas cotidianos. Los protagonistas suelen ser personas normales que sufren en
escena, aunque siempre desde un punto de vista cómico. Se busca la risa, por lo que el
desenlace es feliz, desenfadado y alegre, sin olvidar la ironía.

Subgéneros dramáticos

Auto sacramental: obras de tema religioso que cuentan con un solo acto en verso. Los
personajes son alegóricos (la Muerte, el Pobre, el Rico, la Hermosura, el Mundo...). Este
género vive su apogeo durante el siglo XVII, gracias, sobre todo, a Calderón de la Barca.
Se solían representar durante el día del Corpus.
Sainete: pieza corta (uno o dos actos) de carácter cómico y costumbrista, que puede estar
escrita en verso o prosa. El principal cultivador de sainetes es Ramón de la Cruz.
Paso: obra breve con finalidad cómica concebida para ser representada en los entreactos
de las obras mayores. Su creador fue Lope de Rueda (s. XIV).
Entremés: breve pieza teatral que se representaba en los entreactos de las obras mayores.
Tiene un carácter cómico y representa un ambiente popular. La acción y los personajes
del entremés suelen ser más complejos que en el paso, de mayor simplicidad técnica. Uno
de los mejores autores de entremeses es Miguel de Cervantes (1547-1616).
Farsa: obra cómica, breve, y sin otra finalidad que la de hacer reír. Suele tener un
marcado carácter satírico y se caracteriza por la exageración de las situaciones.
Melodrama: suele presentar situaciones graves y serias en las que los personajes buenos
sufren despiadadamente a manos de los malos. Se caracteriza por el sentimentalismo
exagerado.

Características de la novela

La narrativa

La narrativa o épica, entendida como la atención que el escritor presta a lo que ocurre fuera
de él para intentar transmitirlo de la manera más objetiva posible, con más o menos
imparcialidad, es uno de los géneros literarios, junto a la lírica, la dramática y el ensayo, que
conforman cada uno de los distintos grupos en que pueden ser clasificadas las obras
literarias atendiendo a determinadas características comunes.

La épica o narrativa suele presentarse en prosa (salvo casos como los romances o los
cantares de gesta, escritos en verso), sobre todo en los últimos tiempos.

Subgéneros narrativos en prosa

Los más importantes son:

1. El cuento: suele ser un relato breve, con pocos personajes, una única trama y una
complejidad menor que en la novela. No podemos establecer los límites exactos del
cuento. Cuando hablamos de brevedad, nos referimos a que su extensión es menor
que la de una novela. Por ello, contamos con un subgénero híbrido entre el cuento
y la novela: la novela corta, con una extensión intermedia entre lo breve y lo muy
extenso. Tradicionalmente los cuentos se han transmitido de manera oral de
generación en generación. Estos cuentos populares solían contar con un final
didáctico o moralizante (por ejemplo, El conde Lucanor, de don Juan Manuel, siglo
XIV). A partir, fundamentalmente, del siglo XIX, algunos autores comienzan a
escribir relatos breves con finalidad artística, aunque sin pretensiones moralizantes.
La mayoría de estos cuentos literarios (sin tradición popular) están dirigidos a un
público adulto y cuentan con una gran concentración de la acción y los personajes
(por ejemplo, los cuentos de Edgar Allan Poe o las Leyendas de Gustavo Adolfo
Bécquer).
2. La novela: suele tener una extensión y complejidad mayores que el cuento. Se
caracteriza por la libertad: este subgénero no tiene límites y puede contener desde
diálogos con clara intención dramática o teatral hasta fragmentos líricos o
descriptivos. Los subgéneros novelescos son numerosísimos: novela histórica, de
aventuras, rosa, policíaca, de acción, negra, psicológica, de caballerías, de amor, de
tesis, social... La única condición es que esté escrita en prosa y que en ella
intervengan unos personajes sobre los que se nos diga algo. Actualmente, la novela
es el principal de los subgéneros literarios. La mayoría de los lectores sólo leen
novelas, lo cual se ve favorecido por un potente mercado editorial que en los
últimos tiempos se ha volcado con esta modalidad literaria.

La acción

Por acción entendemos la historia que se va desarrollando ante nuestros ojos a medida que
leemos la novela. En una narración se suelen suceder varias acciones a la vez, las primarias
y las secundarias, que, entretejidas entre sí, forman el cuerpo de la novela o argumento. Es
importante que las acciones sucesivas sean verosímiles o creíbles, es decir, deben
desarrollarse dentro de la lógica interna de la novela. Asimismo, el autor debe cuidarse de
no caer en contradicciones argumentales para que la acción avance sin problemas. El orden
de la acción, desde un punto de vista clásico, suele responder a la siguiente estructura
interna:

Planteamiento: es la presentación de los personajes y el establecimiento de la acción que


se va a desarrollar. Además, se expone el marco temporal y espacial en que se situará la
historia.
Nudo o desarrollo: la situación expuesta en el planteamiento comienza a evolucionar, es
decir, se desarrolla el conflicto en el que se verán inmersos los personajes. En la novela
suele haber un conflicto principal y otros secundarios que dependen, en mayor o menor
medida, de aquél.
Desenlace: es la resolución del conflicto y el final de los sucesos que se han planteado.
Puede ser positivo y alegre, neutro, o negativo y desgraciado.

De todos modos, y sobre todo desde la renovación de la novela a partir de mediados del
siglo XX, es habitual que esta estructura se vea truncada:

In medias res o principio abrupto: consiste en iniciar la acción cuanto esta se encuentra en
pleno desarrollo, sin haber presentado previamente a los personajes.
Estructura inversa: el autor adelanta el desenlace de la novela en las primeras páginas de
la misma, y posteriormente se dedica a contar cómo los acontecimientos evolucionan
hasta llegar a ese final.
Final abierto: la historia no termina de resolverse, ni positiva ni negativamente, de manera
que el lector percibe la sensación de que la acción se extiende más allá de los límites de la
novela.

El tiempo

El desarrollo argumental de una narración suele evolucionar a través del tiempo. Este
tiempo de la novela no tiene por qué presentarse de manera lineal u ordenada, sino que
puede ser alterado libremente por el autor con finalidad estilística, argumental o estructural.
Esta técnica consistente en alterar el orden lógico de la narración se denomina
temporalización anacrónica, y cuenta con dos recursos:

Analepsis o retrospección (flash-back): es un salto hacia atrás en el tiempo de la historia.


Prolepsis o anticipación (flash-forward): el autor adelanta acciones que aún no se han
producido en el relato primario de la novela, es decir, se trata de un salto hacia delante.

En relación con el tiempo en la novela no podemos olvidar el concepto duración. Un


acontecimiento puede durar lo mismo en una narración que en la vida real, pero también
puede ser resumido de manera que, por ejemplo, varios años transcurran en pocas páginas,
o dilatado en el tiempo, y así un hecho mínimo puede ser descrito y analizado con
detenimiento abarcando un gran número de páginas.

El espacio

La situación física en que se encuentran los personajes es uno de los recursos principales
que los autores utilizan para contextualizar las historias narrativas. Una novela se puede
desarrollar en un lugar o en varios, en espacios interiores o exteriores, rurales o urbanos,
con los siguientes fines:

dar credibilidad a la historia,


contextualizar a los personajes,
producir efectos ambientales y simbólicos.

Los novelistas se suelen valer de la técnica de la descripción para presentar los espacios.
Durante el movimiento literario realista del siglo XIX la descripción y el análisis de los
espacios alcanzaron prácticamente la misma importancia que la historia narrada. En la
literatura actual se muestra el espacio a través de los ojos de los personajes o del narrador.

Los personajes

Los personajes son las personas, reales o ficticias, que desarrollan la acción narrada por el
novelista. Los personajes principales o centrales son denominados protagonistas, mientras
que los demás son secundarios. Es fundamental que el narrador ofrezca al lector una
caracterización de los personajes, que puede ser:

Física: se describe el aspecto y el modo de vestir.


Psicológica: cómo piensan, qué opinan ante la realidad circundante, cómo se comportan.
Mixta: es una mezcla de las dos anteriores. Esta técnica se denomina retrato.

En una novela hay varios tipos de personajes:

Agente de la acción: lleva el peso del desarrollo argumental y es el centro de atención de


la historia narrada.
Elemento decorativo: no aporta nada fundamental a la acción, sino que su función se
limita a dar credibilidad a las acciones que le suceden al protagonista. Suelen formar parte
de las escenas de grupo.
Portavoz de la ideología del autor: a través de un personaje, que puede ser protagonista o
secundario, el narrador se introduce intelectualmente en la acción y aporta su punto de
vista personal al desarrollo argumental.

Los personajes de una novela se pueden presentar ante el lector de distintos modos:

Por sí mismos. Este recurso suele aparecer en las novelas autobiográficas.


A través de otro personaje.
A través del narrador.
De forma mixta, combinando las tres formas anteriores.

El narrador

Por narrador se entiende la voz que cuenta lo que sucede en la novela. El autor puede
narrar los hechos directamente, o bien elegir a un personaje que, con más o menos
protagonismo, vaya contando desde dentro la historia. Además, en una misma narración
puede haber distintos tipos de narradores, es decir, voces diversas que aportan puntos de
vista distintos. Veamos más detenidamente cada uno de los tipos de narrador que hemos
mencionado:

Narrador omnisciente: suele corresponderse con la voz del autor, que nos cuenta todo lo
que los personajes hacen, dicen o piensan. El narrador omnisciente no justifica por qué
conoce todos los datos que aporta, y el lector acepta esa voz que todo lo sabe como la voz
del autor.
Narrador personaje: en ocasiones, la historia es narrada por uno de sus personajes,
aunque hemos de diferenciar entre el narrador-protagonista y el narrador-secundario. En
el primer caso, la narración suele ser autobiográfica, ya que el narrador-protagonista se
sitúa como centro de la acción y relata los hechos desde su propio punto de vista. En el
segundo caso, el narrador-secundario es espectador de la acción, y la presenta según su
mayor o menor proximidad a los protagonistas. Estos narradores-personajes no suelen
ser omniscientes, sino que sólo cuentan aquello que conocen por experiencia propia o
por conocimiento ajeno.

A partir de la renovación de la novela a mediados del siglo XX, cada vez son más
frecuentes las novelas en las que intervienen distintas visiones de los personajes que están
involucrados en la acción, en lo que puede denominarse narración colectiva. Un mismo hacho
es narrado por varios personajes distintos, con lo que el lector obtiene una visión completa
y diversa de la historia, enriquecida por puntos de vista diferentes.

En ocasiones, el autor de una novela no dirige su historia directamente al lector, sino a un


personaje de ficción. Este personaje recibe el nombre de narratario.

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