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History and Theory 52 (2013): 400-419.
Es un lugar común aseverar para diferentes disciplinas humanistas que existe un “giro
espacial” en los últimos años. Se ha producido una enorme atención a lo “espacial”, pero
discuto en este artículo que esa atención no ha modificado el profundo silencio sobre el
espacio y ha confiado excesivamente en las nociones teóricas del lugar (place). Sugiero que
el “giro espacial” es una extensión del giro cultural y que nos ha ayudado poco a
comprender la materia y la substancia de la experiencia humana. Con esto no quiero asumir
el slogan de “volver al sentido común” que ha inspirado en los últimos treinta años a
muchos historiadores para avalar una historia empírica “adecuada” sobre las distintas
reflexiones que ha vivido la historiografía. Más bien al contrario. He sostenido a través de
mis últimos trabajos que como categoría de análisis, el espacio es fundamental para
comprender y analizar la experiencia humana. Me ocupo particularmente sobre aquellos
espacios que están condicionados por el entorno construido. Pero hay un problema capital:
muy pocos estudios de las diferentes disciplinas –incluyo el mío– han logrado explicar con
precisión qué es el espacio y, cuando lo han hecho, a menudo es tratado como una
dimensión del imaginario humano. Esto limita el análisis espacial y posterga el debate
sobre la materialidad del mismo.
En forma cotidiana intuimos la importancia del espacio físico de muy distintas maneras,
tanto que en ocasiones produce momentos de gran impacto en nuestras vidas. Por ejemplo,
aquellos que crecieron compartiendo el dormitorio con sus hermanos regularmente asumen
formas de experimentar y sociabilizar la adolescencia diferente a quienes tuvieron su propio
dormitorio. Pocos académicos universitarios son completamente indiferentes al espacio
donde trabajan: la cantidad de luz natural que tienen en sus oficinas, la cantidad de espacio
que ocupan, si comparten o no con académicos, su proximidad o distancia respecto a otros
cultores de su misma disciplina, el estacionamiento o la fotocopiadora. Esta fuerte intuición
nos persuade de que el espacio tiene una gran influencia sobre nuestras propias vidas, al
punto que invertimos recursos financieros y emocionales sobre ellos. Me siento
suficientemente seguro en afirmar que ningún lector de este artículo es indiferente del lugar
de donde él o ella están. [LA INFLUENCIA DEL ESPACIO]
Por ejemplo, es fácil intuir pero dramáticamente difícil de demostrar que la vida familiar y,
por ello, los problemas de la sexualidad, ocio, generación/edad, son alterados en primer
lugar por la disponibilidad de espacio en la vivienda y, en segundo lugar, por la disposición
espacial de la misma. Como lo demuestra Greta Bucher (2006), la disposición de sólidos,
huecos y las personas en la postguerra en Moscú fue fundamental para incrementar o bajar
el estrés y las tensiones de las familias de una sociedad coaccionada, al punto que
gravitaban en la mantención o agrietamiento de las relaciones familiares. Elena vivió en un
dormitorio con cuatro miembros de su familia, en un departamento con otros tres grupos
familiares. Ella adapta su noche de bodas a su situación espacial: “Estamos de pie [en
nuestra cama] en la esquina y se colgó una cortina alrededor de los otros dos lados. No nos
besamos, no podíamos hacer ruido ya que, se entiende, en el mismo dormitorio estaban mi
madre y hermano” (Bucher, 2006: 118). A continuación, Elena explicó cómo la disposición
de las cosas y la falta de espacio en relación a las personas del dormitorio afectaron el
bienestar psicológico de ella y su marido. Si concordamos con las conclusiones de Elena
respecto a la relación entre el espacio físico y la vida familiar, debemos ser capaces de
identificar un método para poder verificarlos. En caso contrario, si descartamos las
conclusiones de Elena –después de todo son innumerables las familias adineradas que
viviendo en casas enormes igualmente terminan su matrimonio– debemos ser capaces de
decirlo francamente y explicar por qué ocurren las cosas.
Parece claro que el espacio estaba haciendo algo en la situación de Elena. Se podría
extender este argumento. En un artículo sobre viviendas sociales bajo la República de
Weimar, he intentado mostrar que el espacio material era una herramienta importante en la
interacción del Estado con sus ciudadanos: buscaba dar forma a la conducta de los
ciudadanos de una manera que ellos no podrían evitar. En mi planteamiento, cuando un
sujeto tiene por objeto intervenir sobre la vida de otros, es difícil realizarlo en forma estable
sin la necesidad de reinvertir recursos permanentemente. El sistema educativo y las fuerzas
policiales, por ejemplo, requieren una continua y cotidiana reproducción –e incluso con
inversiones que muchos ciudadanos ignoran y con cambios en sus intervenciones–. Pero
una cosa no puede quedar fuera del espacio. El espacio, como yo lo defino en este artículo
–y también lo discuto en mi más reciente trabajo de historia europea–, ofrece una forma
para comprender las relaciones particulares y específicas aunque vinculadas a procesos más
amplios, usualmente analizados en taxonomías como clase, raza, género, sexualidad,
estado, experiencia o ley. El espacio es –literalmente- cómo estas categorías entran en
relación unos con otros. Como Engels argumenta en The Condition of the Working Class in
England, en las grandes ciudades del Norte, así como Manchester, Leeds y Glasgow, el
espacio no es incidental al sistema de producción ni al mantenimiento de la grotesca
desigualdad; el espacio era precisamente el mecanismo que generaba y sustentaba el
sistema. Las relaciones entre un hombre rico en su castillo y un hombre pobre no pueden
entenderse sólo en términos teóricos basándose en los tropos de la clase o el capitalismo; la
explicación y clasificación abstracta permanece inalterable en el ámbito de la construcción
académica. Privilegia el punto de vista académico y no el punto de vista –literal y
metafórico- de los sujetos que afirmamos comprender.
Como aceptamos que el espacio interviene frente a un cambio en las acciones humanas,
resultado de otros importantes factores (como por ejemplo, las creencias acerca de la
naturaleza del sexo o de los roles de género), también podemos decir que ellos son
materialmente conducidos [¿o impulsados?]. Aunque Engels no lo creyera sí veía un papel
curioso en el espacio mismo –y una tautología, embellecedora de procesos originales en sí
mismo pero no productores de él–. Como afirma un influyente sociólogo urbano, atento de
la producción histórica de los fenómenos que explica, es importante recordar que: “Olvidar
que el espacio urbano es una construcción histórica y política en el sentido fuerte del
término es un (mal) riesgo del “efecto de vecindad”, que es en realidad la reconversión
espacial de las diferencias económicas y sociales” (Harvey 2005 París). Loïc Wacquant
propone que la disposición de las cosas y las personas puede ser producto de los procesos
más importantes que se deben estudiar y no causa de ellos.
Este artículo se propone realizar algunas preguntas sobre el espacio pero no responder a
ellas necesariamente. Estoy tratando de definir un problema más que resolverlo. Para ello
realizaré una reflexión sobre varios problemas en el “campo”. La primera parte identifica
una confusión generalizada en las humanidades acerca de lo que es el espacio –lo que se
refiere la palabra-. El objetivo de esta primera sección es ofrecer un vocabulario para
limitar las confusiones y contradicciones. La segunda sección reflexiona sobre las ideas
bien desarrolladas acerca del lugar y la situación actual en la que se encuentran los
enfoques de “localización” haciendo hincapié en cómo una herencia fenomenológica podría
ayudar a los historiadores en el desarrollo de sus análisis. La tercera sección explora
algunas sugerencias sobre cómo superar estos problemas y propone algunos puntos
iniciales para el trabajo de reflexión ulterior; explora algunas de las posibilidades inherentes
a los estudios de ciencia y tecnología, el “materialismo ingenuo” y una “fenomenología
imaginativa”.
1. Confusión de términos
Si vamos a hablar de un “giro espacial”, tenemos que entender el punto de apoyo sobre el
que se está formulando. Esto significa definir lo que es el espacio. Un problema importante
es que en el uso académico, el lugar y el espacio, pueden referirse a muchas cosas que
ocasionalmente se superponen, por lo que el resultado es que uno no puede estar seguro de
lo que un investigador está hablando. Por ejemplo, en el comentario de Gerf Schwerhoff, se
utiliza a Lefebvre, Simmel y Luhmann, mientras que Schlögel introduce trece diferentes
significados de “espacio”. En difícil saber con certeza lo que sería espacio dado que abarca
acciones, representaciones, comunicaciones, lo que produce sentido, distancia, virtualidad y
materialidad. En el centro de la confusión las palabras “lugar” y “espacio”, denotan
materialidad, distribuciones, relaciones y significados de manera muy poco útiles. Pese a
que ambas se utilicen alternadamente pues en ocasiones sirven para referirse al menos a tres
cosas diferentes:
La idea, sin embargo, de que el “espacio” puede tener un significado en el sentido de que
utilizamos en forma corriente no es útil para un análisis espacial eficaz. Hablamos del
espacio gay, espacio masculino, espacio sagrado y así sucesivamente cuando en realidad un
espacio no puede tener una cualidad de ser gay, masculino o sagrado. Un gimnasio para el
deporte que se utiliza un día domingo para una reunión pentecostal por la tarde puede pasar
de ser un “espacio masculino” a un “espacio sagrado”, aunque el espacio puede ser el
mismo. Esto es un caso sencillo de antropomorfismo –cualidad que se utiliza para evadir la
cuestión material–. Frecuentemente, el conocimiento sobre el espacio por parte de los seres
humanos (en este caso, sobre el género de las personas que juegan básquetbol o las
creencias religiosas de un grupo confesional) se lee en/sobre un conocimiento espacial
generado en otro lugar y que luego es transferido desde la fuente original a otros espacios
como categoría probatoria. Esta práctica no parece justificar un “giro espacial”.
Este procedimiento es bastante común en el tratamiento del espacio por parte de los
historiadores. Consideremos la reciente reflexión de Thomas Rohkrämer y Feliz Schulze
sobre el espacio y el lugar. Su modelo de análisis enfatiza en que cuando se habla de lugar
se trata de la experiencia, el significado y la percepción. Cuando se aclara qué es el espacio,
argumentan: “Espacio se utiliza para indicar un punto de vista abstracto, lejano, por
ejemplo, un análisis científico o un mapa moderno reduciendo el espacio a una relación
manejable a dos dimensiones que pueden dar la sensación de control” (2009, 1340). Así, el
espacio se asume como perspectiva, como un mapa. Llegan a la conclusión de que el lugar
es “una multiplicidad de fuerzas e influencias heterogéneas, relaciones, negociaciones, las
prácticas de contratación, el poder en todas su formas”. (2009, 1341). En este tipo de
análisis el espacio y el lugar se usa como términos intercambiables. La palabra “espacio”
no denota la cosa en sí, pero a) es una perspectiva sobre el mismo, o b) se asume como
sistema de representación, como un mapa. Edward Dimenberg sostiene que un mapa en una
metáfora análoga a la lengua; considerando esto Rohkrämer y Schulz el lugar es una
variedad de significados mientras el espacio es una especie de lenguaje –y el lenguaje una
suma de significados. Significados, significados por todas partes. En igual perspectiva,
Willem de Blécourt –en otro artículo del mismo número de la revista– presume que el
espacio también es inmaterial al señalar que “en un sentido, [espacio] no existe fuera de la
forma en que se percibe” (2013: 363). Siguiendo dichos enfoques de análisis cualquier
análisis académico sobre la materialidad del espacio parece superfluo y mucho menos
permitiría un esbozo de teorización.
La situación con la palabra “lugar” es un poco mejor pese a existir cierta confusión
lingüística. En primer lugar, algunas veces se refiere a ubicación (que Scwehoff
denominaba “lugar concreto”), aunque a veces comprende diferentes cosas: las cualidades,
creencias, representaciones y símbolos agrupados en esa ubicación. En segundo lugar,
algunas veces el espacio no se refería a la disposición o relación de una cosa con otras ni a
las personas de un lugar determinado, pues en ocasiones significaba un vacío que
organizaba y clasificaba las relaciones entre los lugares. Así, Pierre Norá señala que los
lugares (lieux) eran espacios geográficamente situados y como tales marcas definidas en la
superficie del globo (como la tumba del guerrero anónimo bajo el Arco del Triunfo), así
como significados, símbolos y experiencias que se agrupaban allí. En su análisis, “lieu” se
refería a la ubicación y al lugar como yo mismo lo entiendo: sitios con coordenadas
geográficas específicas (ubicación) y sistemas socioculturales complejos de gestión de la
experiencia humana asociada a esos sitios (place). Una vez más, es difícil distinguir cuando
el vocabulario de los investigadores está abordando ubicaciones (“lugares concretos”) o las
prácticas, valores y símbolos culturales agrupados allí. Krisztina Robert, en un artículo de
esta misma revista (History and Theorie), reconoce implícitamente esta dualidad. Cuando
ella desea distinguir entre “casa” y “el frente” (dos lugares) muestra con claridad que de la
relación de ambos se establece un significado. De esta manera, los lugares no necesitan una
ubicación geográfica
El uso del espacio para significar un plano universal, que contiene lugares (sitios),
posiciones y lugares (valores, representaciones, símbolos o asociaciones) es común en la
geografía y otras disciplinas humanísticas. Un plano universal de puntos interconectados es
lo que Foucault denomina “heterotopía”, aunque en su caso usa la palabra espacio y lugar
de manera mutuamente intercambiable. Caracteriza al espacio como un vacío en el que se
separan las rutinas y las representaciones de la vida cotidiana coordinadas en el tiempo.
Para Giddens y Foucault, el “espacio” es en gran medida una sábana en blanco sobre el que
están pintados los diferentes lugares. Para ambos la palabra “espacio” es una “red de sitios”
y como tal el espacio físico una vez más queda negado en la medida que es difícil
reconocer a lo que se hace referencia. Un compromiso más evidente con las formulaciones
teóricas que nutren a la conceptualización del espacio como “red” o “plano de ubicaciones”
sería un medio efectivo para que los historiadores se acoplen a la reflexión desarrollada por
geógrafos y antropólogos. La versión de dicho espacio, donde se colocan énfasis en la
distribución y la interconexión de los distintos puntos, ha sido uno de los apoyos
indiscutibles utilizados entre los cultores de la historia económica. Pese a esto, el problema
planteado queda sin resolverse cuando el espacio se lo despoja de su particularidad y es
convertido en vacío. La cronología para los historiadores es una herramienta de selección y
no de explicación; el espacio concebido de continuo sin formas pues es universal funciona
de similar manera. Si es espacio tiene un estatus y función similar al de la cronología (en
tanto dispositivo organizador o de catalogación) no es comprensible que en la actualidad se
advierte un “giro espacial”.
Por otra parte, los historiales culturales de espacios urbanos han aprovechado con especial
utilidad los “emplazamientos” de sus objetos de análisis, aunque por lo general sin la
debida aproximación teórica al referirse al espacio. Cuando lo hacen practican de forma
involuntaria una de las principales preocupaciones de muchos geógrafos: el manejo de
múltiples ubicaciones ofrece un método para colocar en relieve la simultaneidad de los
fenómenos. En vez de ser aplanada la diversidad de la experiencia humana en una sola,
coherente con el “momento”, se asume con vigor la complejidad que eso implica. El uso
por parte de esta corriente historiográfica de los “sitios”, en plural, al momento de construir
sus narrativas, responde aunque generalmente en forma inconsciente, a los influyentes
argumentos expuesto por la geógrafa Doreen Massey. En su enfoque Massey considera que
las personas interactúan en un mundo con lugares simultáneos y múltiples contrarrestando
el modelo teleológico y eurocéntrico del desarrollo o los modelos de progreso burgués, que
prevalecen entre las ciencias sociales (con ello analiza más la economía, la antropología,
sociología y la geografía más que la historia como intentamos en este artículo). En esos
modelos (derivados de ideas decimonónicas de progreso; de cambio histórico expuestas por
el marxismo; o las ideas de desarrollo económico) un pueblo de Ruanda o un proyecto de
viviendas sociales en una época final, se constituyen en un yo-no todavía. La diferencia y la
diversidad son negadas al ser situada en un modelo de desarrollo histórico y teleológico.
Por eso para Massey, al comprometerse con una “pluralidad de ubicaciones”, plantea una
estrategia para superar los modelos decimonónicos abriéndose un camino a un mundo
plural. Concluye que las diferencias no deben ser corregidas sino más bien aceptadas. Su
aproximación a las localizaciones y lugares “plurales” ha contribuido al trabajo de
múltiples historiadores aunque sin asumir explícitamente las posiciones de Massey. Pero,
aunque su trabajo se titula For Space, nuevamente el espacio aparece como vacío: coordina
las relaciones entre sitios particulares. Por eso un título más preciso de su obra podría ser
For Locattion o For Locations. Es la fórmula utilizada por Amanda Flather (2013) cuando
complejiza los argumentos sobre la historia de género en épocas iniciales de la modernidad:
considera una pluralidad de posiciones construyendo una imagen compleja del fenómeno,
cambiando el foque de “lugar de la mujer” a “lugares de una mujer”. Un trabajo que
asumiendo la pluralidad se presenta como demoledor de las convenciones académicas.
Como historiadores hemos sabido teorizar aspectos políticos y con suficiente habilidad
hemos podido explicar lo que la gente pensaba y lo que hicieron, al menos cuando esto fue
escrito. Pero, como profesión, nos ha resultado más problemático analizar otros medios de
prueba. Considerando esto he intentado argumentar, por ejemplo, que la disposición física
de las cocinas fue decisiva para obligar e introducir ciertas estructuras de la vida cotidiana
por parte de las mujeres durante la Alemania de Weimar, pero en ello he realizado un
modelo deductivo y un “empirismo ingenuo”. Elaborar una teoría compleja de la acción
social es difícil como aclara en el número de esta revista Matthew Johnson. Uno de los
trabajos más interesantes que he podido conseguir es el desarrollo metodológico realizado
por el historiador de la arquitectura William Whyte. Su trabajo critica a los historiadores
que visualizan los edificios (él y yo estamos de acuerdo en que son buenos ejemplos como
intervenciones espaciales) como textos sencillos y propone formas convincentes de análisis,
de los cuales los historiadores deben tomar debida comprensión. Pese a esto, incluso para
Whyte, los espacios (materialmente) existen en gran parte como textos que deben
interpretarse por sus significados y no en cuanto tales. En un ensayo reciente el historiador
Ralph Kingston ha señalado que el último “giro espacial” se ha utilizado como extensión
del giro cultural, por lo tanto, el espacio remite nuevamente a un repositorio de significado
cultural en lugar de algo “físico”, como estructura de la acción humana. Señala que “el giro
espacial” no trata de pura materialidad sino construcción de símbolos advirtiendo que “ha
borrado el interés por los ladrillos y el mortero” argumentando que los seres humanos
interactúan a través del espacio y sólo en segundo lugar en el espacio. Cuando el
historiador Chris Otter se abocó al estudio material de la historia urbana concluyó que
incluso para los exponentes del marxismo el estudio de las ciudades era sobre fuerzas
abstractas y no de la condición física del espacio urbano advirtiendo que ese estudio
terminó siendo relegado de la reflexión. Otter y otros investigadores de las ciencias sociales
han ido colocando de relieve la importancia de la materialidad para la comprensión de las
relaciones de los seres humanos, un elemento que se analiza en el siguiente apartado.
Henri Lefefvre fue quizás el que mayores esfuerzos hizo por mantener los debates sobre el
espacio desde la óptica “integradora” planteada por Joyce y Bennett. Argumentaba contra
las teorías binarias que se basaban en la res cogitans y la res extensa [¿?], subrayando que
el dualismo era “mental” y no el que correspondía a la vida social ni de las personas
comunes. Por ello abordaba lo físico, mental, social, el espacio percibido y el espacio
concebido. Precisamente porque se opuso a un análisis binario formuló una taxonomía
triangular del espacio. Su modelo comprendía:
1. Espacio practicado: Cómo las personas se realizan en sus mundos. Por ejemplo,
“la vida cotidiana de un arrendatario en un complejo de viviendas sociales de
altura por el gobierno”. Se trata de población que mantiene rutinas y los mismos
ritmos.
2. Espacio representado: Cómo se conceptualiza el espacio, es espacio de los
científicos, urbanistas, planificadores, tecnócratas e ingenieros. Como sistema
verbal o de signos.
3. Espacios de representación: “espacio vivido a través de sus imágenes y
símbolos” y uso simbólico de sus objetos.
En resumen, no hay un sistema en que las personas realizan cosas. Hay dos sistemas: el de
la representación de las cosas y otro de las personas. Toda materialidad queda diluida en el
plano mental-simbólico o corporal de las personas: el espacio [físico] absoluto no tiene
lugar. Así, mientras que Lefebvre insiste en que no corresponde una división entre la
materia y la mente, su particular taxonomía procede por exclusión de la materia (y
utilizando, debe tenerse en cuenta, el lugar y el espacio de manera intercambiable). Por ello
la supresión planteada por Lefebvre tampoco facilita la discusión sobre la tarea. En su
pensamiento, la mente y la materia están claramente relacionadas pero no se puede advertir
que uno de ellos pueda actuar.
Hay que reflexionar sobre esto. Ningún observador extraño aunque estuviera en la casa
Kabyle podría advertir los significados de la disposición de las cosas y sus efectos sobre los
habitantes, al menos si únicamente observa las cosas desde el espacio. Bourdieu, luego de
consultar diferentes fuentes puede leer los datos en el espacio. Según lo narra el propio
autor, el espacio en sí no le permitió reconocerlo. El espacio era la habitación, puerta,
algunos planos y un telar. El resto de su conocimiento Bourdieu lo recoge de otra parte. En
el caso nuestro, también necesitamos evidencia de otros lugares para comprender algo de
otro modo es ingenuo aproximarse al espacio sin más. Pero, ¿cómo podemos evitar que el
conocimiento “posterior” influencie o simplemente permita “borrar” la materialidad
espacial de un telar frente a una puerta? Es algo que aún queda por resolver –si de hecho es
posible hacerlo–. Como alternativa la aproximación “materialista ingenua” puede ayudar a
quitarnos de encima las especulaciones culturales permitiéndonos revelar una materialidad
“desnuda” que por lo menos nos haga abandonar la pretensión predominante: que podemos
y estamos preparados para analizar el espacio en sí mismo. Puede ser el inicio de una
reflexión sobre cuáles son las herramientas que son necesarias para estudiar el espacio
comprendido materialmente, de la misma manera que Marx y Engels abordaron el
materialmente la economía.
Johnson, en este número de la revista, muestra cómo un “empirismo ingenuo” puede ayudar
a los investigadores para ir más allá de lo que “significan” las cosas, con imaginación para
comprender los espacios que se desee. A pesar de que, como él señala, no hay ninguna
certeza de que encontremos la misma respuesta sensorial frente a un proceso, por ejemplo,
al ingresar a un castillo del siglo XIV. Estudios provenientes de la sociología han estados
adoptando dosis del “empirismo ingenuo” para explorar complejos y dinámicos procesos
sociales, y han demostrado que el espacio físico definitivamente no es silencioso. Una
destacada etnografía de Terence McDonnel ha tratado de comprender los significados e
interpretaciones sobre el VIH (o más exactamente, sobre la prevención al VIH) basándose
en una “reductora” materialidad al centrarse en carteles publicitarios contemporáneos.
Expuestas a carteles en paraderos de buses algunas personas aprendieron aspectos a favor o
en contra de la campaña. La publicidad expuesta al sol servía para algunos; los anuncios
deteriorados condujeron a algunas personas a desentenderse del mensaje que contenían.
Como Terence McDonnel señalaba: le interesaba ir más allá del reconocimiento de las
cualidades culturales de los objetos para abordar sistemáticamente la importancia de las
estructuras materiales en la interacción e interpretación. En su caso, la materialidad
actuaba por derecho propio a través de sus propias formas. El problema es que MacDonnel
tiene a disposición herramientas de las que carece el historiador. Podía entrevistar a
transeúntes sobre lo que pensaban de los carteles sobre VIH. Pudo ver a las personas en el
paradero. Además, estudió materialmente algo que, casi por definición es efímero: los
carteles publicitarios. Los historiadores no pueden realizar preguntas u observar las
acciones en tiempo real de las personas –aunque a través de las imágenes o el hallazgo de
fragmentos se pueda encontrar pistas–. El punto es que en el caso de la bibliografía sobre la
materialidad de las cosas usualmente se comprende como “mediador” de dos personas o
“transporte” de valores y de emociones, sin que la materia actúe por derecho propio.
Como se destacará más tarde, sin embargo, el espacio es más durable y persistente. Es más
una “segunda naturaleza” que una simple pantalla en la que se proyectan significados.
Como los estudios de Johnson muestras después de muchos cientos de años se puede
apreciar cómo las disposiciones materiales pueden forzar, habilitar, desechar o prevenir.
Cómo, por lo mismo, ¿se puede hacer hablar a los espacios? En esto nuestra capacidad para
abordar el espacio exigirá una buena cuota de esfuerzo intelectual. Muchas investigaciones
sobre materialidad (no sólo de historia) tratan sobre artefactos efímeros: café, armas,
cucharas, aunque como plantea Arj Appaduri, pueden tener vidas múltiples y dinámicas.
Los objetos incluidos con frecuencia en las historias de cultura material son transitorios,
tanto porque se degradan o "rompen" como por la forma o el sentido en que los seres
humanos interactúan con ellos. Un anillo de matrimonio puede tener múltiples funciones:
permite a los joyeros un buen negocio, demuestra la riqueza personal del usuario y
comunica la sexualidad (aunque esa función también se puede perder). Además el anillo da
a conocer múltiples consecuencias de ser casado en una sociedad (por ejemplo, para
conseguir trabajo). También el anillo puede dejar de usarse y por supuesto puede ser botado
a la basura u ocultado por una noche. Por su parte, el espacio es increíblemente obstinado.
Cuando se crea un espacio en una escala superior al de un individuo es sumamente difícil
cambiarlo. Así sucede con un castillo, una cocina, una casa, una población en alguna favela,
un centro comercial, una ciudad o un campo de concentración. El cambio de un espacio
(aunque no siempre) requiere un nivel de recursos, poder, maestría/destreza, disputa,
consenso (o violencia) y brutalidad física como no se observa en las transformaciones de
los artefactos habituales y que generalmente se incluyen en los trabajos sobre cultura
material.
Una noción más obstinada del espacio ha sido abordada comprensivamente por la
historiografía ambiental. Ampliamente aceptada dentro de la historia, los historiadores que
han cultivado el nuevo renacimiento de lo “ambiental” regularmente han recurrido al
modelo de Braudel. Martin Melosi ha sugerido que la historia ambiental se ha comenzado a
interesar por los entornos artificiales o entornos influenciados artificialmente (que es lo
mismo pues la mayor parte de los entornos han sido intervenidos) aludiendo a ellos como
“de segunda naturaleza”. En su caso esto comprende a los ambientes construidos por seres
humanos por lo que incluye una avenida o un complejo de viviendas del mismo modo que
una cadena montañosa, océano o río, en el sentido que las calles y los proyectos
habitacionales son los medios (entornos) a los que la población debe adaptarse, con pocas
opciones de elecciones. A menos que alguien sea muy rico, poderoso o hábil, es poco
probable que alguien sea capaz de cambiar sustantivamente un espacio (aunque sí podría
alterar elementos más efímeros como sus colores). Melosi comprende el mundo material
como un sujeto en que es posible historizar sus intervenciones en tanto “hechos” que
obligan ciertos tipos de respuesta. En este sentido, la “agencia” (acción) humana sobre la
materialidad espacial se circunscribe aunque no es erradica.
Conclusiones
La mayoría de la narrativa académica no asiste en absoluto a los entornos en los que existen
los seres humanos. Una crítica de Soja que es igualmente aplicable a la labor de los
historiadores: escriben como si todo estuviera sólidamente en la cabeza de un alfiler. Los
investigadores que se aceran a los entornos enfatizan especialmente en los valores, las
creencias y acciones asociadas a los ambientes, en el carácter de “lugar”. Sin embargo ha
sido insuficientemente estudiado; sirve para complejizar la mirada sobre el espacio; o
también para referirse a las localizaciones. Frecuentemente existe un silencio sobre el
mundo en que habitan los seres humanos para abordar más comúnmente las percepciones
que los humanos tienen y sus relaciones con las cosas. Aunque esto no es problema único
de la historiografía, ayuda a que se degrade la capacidad para analizar el mundo material en
sí mismo en la medida que desecha un vocabulario específico. Sin ese vocabulario para
abordar el “entorno material” casi siempre termina por colocar en una situación incierta al
espacio aunque no se lo margine por completo. Si esta fuera la posición predominante, es
decir, se existiera la convicción de que el espacio (el “dónde”) importa poco para explicar
el “qué”, “por qué” o el “cómo”, se debería decir explícitamente y desarrollar una teoría
sobre esa posición.
Si estamos de acuerdo con esa búsqueda debemos tomar con más cuidado los componentes
especiales. Para ello podemos empezar por tomar aquellas áreas donde existe mayor
consenso teórico en la investigación histórica, afirmándonos con mayor confianza en la
importancia del lugar y del emplazamiento. Entonces podemos analizar el papel de la
ubicación, la distribución, la escala, la distancia y la conectividad como de hecho lo han
realizado los historiadores de la globalización. Más tarde se puede retomar y decidir algo
sobre la materialidad del espacio. Si lo hacemos debemos explicar cómo y por qué y
superar ciertos obstáculos o dificultades. Debemos aceptar que las personas hacen los
objetos y no los objetos a los objetos. Tenemos que aceptar que el “holismo”/[globalidad] e
alguno nivel exige dos dimensiones separadas y tenemos que aceptar que existen redes
entre las cosas y, por lo tanto, definir las cosas en red es algo útil.